sábado, 29 de julio de 2017

You fucking with a savage.

Antes de que empecéis a leer, tengo que daros las gracias por los comentarios del último capítulo. ¡Os echaba mucho de menos! Ojalá podáis seguir comentando de vez en cuando, no sabéis la ilusión que me hace y el impacto que tiene vuestro feedback cuando estoy escribiendo. Escribí esto con muchísimas más ganas gracias a vosotras. 


El escenario estaba a oscuras, el plató estaba a oscuras. Lo único que tenía un poco de brillo era el camino por el que teníamos que cruzar en dirección a nuestros puestos frente al público, y los focos que refulgían débilmente sobre las cabezas del jurado, así como las pantallas de las cámaras que pululaban de un lado a otro, desde el techo hasta el suelo, tomando capturas de todo en diferentes ángulos.
               Nadie querría perderse esto.
               -Cuando queráis-nos instó la chica de producción, la tal Abby a la que acababa de abandonar su amiga, atravesando paredes de tela. Asentimos con la cabeza, nos miramos entre nosotros, y echamos a andar.
               Algo me detuvo, un instinto primario, una sensación tan débil como innegable. Tommy no venía detrás de mí. Se había girado y miraba a Scott, que se había quedado plantado en su sitio, negando con la cabeza.
               -No puedo hacerlo-dijo. Tiré de la mano de Chad, que tocó a Layla en el hombro. Hubo murmullos entre el público que pusieron aún más nervioso a Scott-. No puedo salir ahí, yo…
               -Tienes que hacerlo, S, tenemos que salir los cinco-le dijo Tommy, acercándose a él, cogiéndole la cara entre las manos.
               -Me parezco demasiado a mi padre, tú te pareces demasiado al tuyo, van a pensar que vamos a imitarlos…
               -No van a vernos, S, ¿recuerdas? No nos van a ver, lo tenemos todo pensado, conseguiremos un juicio por lo que nosotros haremos, no por quiénes somos-Tommy le acarició la cara, haciendo que le mirara sólo a él-. Sólo van a escucharnos, y no han cantado esta canción, nunca los relacionarán con nosotros.
               -Chicos-instó la chica de producción. Layla se acercó a nosotros, indecisa. Notaba cómo mi corazón martilleaba en mis sienes como un tambor de guerra, estaba empezando a darme vueltas la cabeza. Me di cuenta de que Scott no era el único que se ponía histérico; yo también lo estaba, agobiada por una situación que no controlaba. No era como un pase de modelos, en el que conocía mi talento y mi valía, y en el que ya estaba curtida. Aquello era mil veces peor.
               Nuestra coreografía daba pena, y la oscuridad era una excusa patética para mantenerla. Yo lo sabía. Scott también. Por eso no quería salir. Íbamos a hacer el ridículo. Había perdido mis alas para nada.
               -Necesito que hagas esto por mí, ¿vale, S?-le pidió Tommy, y Scott se lo quedó mirando, aterrorizado-. Nunca me has fallado, hermano, ni una sola vez. No quieras empezar ahora, porque no te lo voy a consentir. Vamos a salir ahí fuera-señaló el escenario tenuemente iluminado para que encontráramos las X de cinta americana sobre las que nos teníamos que situar-, y vamos a darlo todo, y nos van a coger porque somos geniales y porque nos lo merecemos. Pero tenemos que estar todos juntos. Estamos juntos, ¿verdad?
               Scott se lo quedó mirando como si no terminara de verlo.
               -¿Verdad?-insistió Tommy, suplicante. Scott asintió con la cabeza, despacio. Tommy sonrió, le dijo algo en un idioma que yo no entendí, le dio un beso en la frente y una palmadita en el hombro y tiró de él para llevarlo al escenario.
               Odiaría a Scott toda mi vida por haber hecho eso. En silencio, trotamos hasta nuestros puestos, sabedores de que estábamos impacientando a un jurado al que no nos convenía cabrear. Nos colocamos sobre las X, una formación extraña, como los vértices de un pentágono en el que quien cantaba ocupaba la punta. Nos miramos entre nosotros, ya en la oscuridad, y asentimos con la cabeza. Tragué saliva, cerré los ojos, y esperé.
               Las primeras notas de aquella canción que habíamos ensayado hasta la saciedad empezaron a sonar, y noté cómo me echaba a temblar a la izquierda de Layla, cuya figura refulgía tenuemente en un tono blanco como la nieve.
               Después de mucho discutir, de gritos entre Tommy y Scott especialmente, porque uno decía que no podíamos vivir eternamente con miedo a dar la cara por ser la principal herencia de nuestros padres, y el otro defendía que lo que no podíamos era plantarnos en un programa de talentos y pretender que el mundo nos tomara en serio siendo los herederos de quienes éramos, habíamos dado con la solución. Nos habíamos sentado a ver audiciones de grupos en anteriores ediciones de ese programa y en otros similares. No podíamos usar la cortina que usaban en La voz cuando querían ocultar a algún concursante interesante, ni podíamos usar un vídeo como en otros concursos para no tener que dar la cara. Las reglas de The talented generation eran muy claras: había que tener presencia en el escenario, pues para algo había que salir en él en cada fase del concurso, y esa presencia sólo se descubría estando de veras en el escenario.
               Pero nadie había dicho nada de que tuviéramos que dar la cara, y los bailes con luces en los que no se veía más que trajes que parpadeaban no tenían ningún tipo de detractor.

domingo, 23 de julio de 2017

Flor.

Mamá se gira y mira a papá y Scott. Papá la contempla ensimismado. Scott me mira a mí, me arrulla y me acaricia detrás de la oreja. Hemos descubierto que me encanta que me haga eso. Me hace muchísimas cosquillas. Me río y me río y me río mientras él se ríe y se ríe y se ríe. Nos reímos y nos reímos y nos reímos los dos juntos, yo instigada por sus dedos, él, por mis carcajadas infantiles.
               -¿Qué tal estoy?-pregunta mamá, abriendo los brazos y mirando alternativamente a mi hermano y a mi padre. En la boca de papá se ha quedado a dormir una sonrisa que hace que sus ojos se achinen y le brillen. Scott levanta la cabeza un momento para mirar a nuestra madre.
               Lleva todo el día de un lado para otro. Ha llenado la casa de un aura que me encanta, un olor que hace que se me derrita la boca, aunque no sé muy bien por qué. Sólo sé que mi cuerpo reacciona más o menos de la misma forma que cuando veo el botecito de cristal con la leche que me dan, antes de que me den una imitación de esos abrazos que me llenan la boca de leche, sólo que sin el tacto de otra piel contra la mía.
               Es olor. Olor a comida, a comida deliciosa, comida que me encantará degustar cuando crezca. Pero ahora no puedo, porque soy un bebé, y no tengo dientes.
               Además, me gusta la leche que me dan.
               -Deslumbrante-dice papá. Mamá sonríe, sus ojos chispean. Se ha hecho algo, tiene la cara diferente. Los labios, que me encanta cuando se posan en mi cara, están más rojos. Sus ojos son más grandes, más verdes. Su pelo ha cambiado de posición. No tiene tanto, pero a la vez tiene más por la parte trasera. Se ha recogido en una especie de trenza no enredada los mechones que le enmarcan la cara. Tiene algo brillante colgándole de las orejas. Algo más brillante de lo que suele tener, quiero decir. Unos pendientes diferentes. Me encantan. Quiero tocarlos.
               Lleva una camiseta de tirantes, en un tono que me gusta mucho y del que me quiero rodear. Además, la camiseta está a medio terminar, porque sus bordes tienen una especie de recortes, parecidos a los que Scott trae de clase y cuelga encima de nuestra cama cada semana, pero mamá es tan bonita que hace que la camiseta sea preciosa y le quede genial.
               -Hablo en serio, Zayn-responde mamá. Papá tuerce la cabeza hacia un lado, examinando a mamá. Se la está comiendo con los ojos. No sabía que nadie pudiera comerse con los ojos a otra persona. Pero papá lo hace con mamá.
               Me pregunto si Scott me come con los ojos, y yo no me doy cuenta porque soy demasiado pequeña aún.
               -¿Qué es deslumbrante?-pregunta Scott, con la nariz arrugada.
               -Es cuando una chica es tan guapa que te duele mirarla-contesta papá, sin apartar los ojos de mamá. Se está pegando un atracón.
               Mamá pone los ojos en blanco, se echa a reír y se vuelve para mirarse en el espejo.
               -Pues entonces Sabrae es deslumbrante-espeta Scott, y papá y mamá se echan a reír. Papá le revuelve el pelo y le da un beso en la cabeza mientras mamá termina de pasarse algo metálico por los labios. Se da unos toquecitos en una comisura y se vuelve de nuevo.
               -¿Mejor?
               -Sher, estás espectacular te hagas lo que te hagas.
               -Quiero estar perfecta-responde mamá, caminando hacia mí y quitándome de brazos de Scott, que los estira en mi dirección a modo de protesta, pero nada más. Me acurruco en el pecho de mamá y exhalo un suspiro de pura satisfacción. Entreabro los ojos, veo que mamá me mira, y los vuelvo a cerrar, sintiéndome protegida y celebrada y amada como llevo haciéndolo desde que ella me encontró.
               Me encanta mi vida. Me encanta que mamá sea mi mamá.
               Y lo demuestro bostezando sonoramente, que es como los bebés damos pruebas de nuestro cariño: durmiéndonos en brazos de la gente.
               -No sé si debería preocuparme-contesta papá, con las piernas abiertas, sentando a Scott en su regazo-que te preocupes más por tu aspecto cuando vienen mis padres que cuando yo vengo de la universidad.
               -A ti no te tengo que conquistar, ya te tengo comiendo de la palma de la mano-mamá me acaricia la espalda, me da un beso en la frente y baila conmigo, para deleite de todos los que estamos en su habitación-. Además, contigo no tengo que compensar un millón de cosas que hago mal.
               -¿Que son qué, exactamente?-papá alza las cejas-. ¿No querer firmar tus trabajos de Doctorado con mi apellido?

miércoles, 19 de julio de 2017

¡Eres Tommy Tomlinson!

Scott.

Alá. Si estás ahí… mátame ya.
               Me dolía todo el cuerpo, literal y absolutamente todo el cuerpo. La cabeza me daba vueltas y estaba bastante seguro de que me encontraría mejor si me hubiera despertado dentro de un ataúd enterrado en el que ya apenas quedara oxígeno. Las mantas me oprimían, me impedían respirar, pero ahora estaba en un planeta y ambiente hostiles. No podía sacar la cabeza de debajo de la manta, o la infinidad de soles que brillaban en el cielo (era imposible que fueran menos de 10) me desintegrarían los párpados y me achicharrarían el cerebro.
               Conseguí revolverme, moverme como pude para ponerme de costado. Estiré un brazo que pesaba tres veces lo que solía y toqueteé la pared, insultantemente fría. Ni siquiera recordaba haber vuelto a casa; de lo último que me acordaba era de ver a Sabrae marcharse con alguien, en una nube de confusión… en un momento dado había visto y estado con Eleanor… nos habíamos besado salvajemente, creo que incluso me había empalmado con el contacto de su lengua…
               Joder, ¿cuánto hacía de eso? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas? ¿Milenios? Me sentía como si me acabaran de pasar por encima con una apisonadora, como si me hubieran tirado de un 7º piso y luego se hubieran dedicado a bailar sobre mi cadáver espachurrado.
               Y había un ruido en la habitación. Algo más estridente incluso que los putos pájaros cantando, celebrando la luz asesina. Dios, qué ganas tenía de que se extinguieran.
               El ruido era como de un monstruo. Como un troll respirando una esencia putrefacta, sus papilas gustativas deshaciéndose en babas anticipando el banquete.
               Me di la vuelta como malamente pude. Contuve un gemido, toda una hazaña si teníamos en cuenta que me dolía cada mitocondria de mi desgraciado ser. Saqué la cabeza de debajo de la manta, la colgué del colchón, y abrí los ojos. La luz era cegadora, sí, pero no tanto en esta postura que sólo me fracturaría el cuello si la mantenía más de dos segundos.
               Y me encontré a Louis tirado en el sofá de mi habitación, con los pies encima del reposabrazos, fumándose un cigarro y jugando con su mechero, lanzándolo al aire y recogiéndolo y volviéndolo a lanzar. En ese momento, me cayó peor incluso que si hijo.
               -¿Louis?-gemí con una voz que no parecía la mía, sino la de un enfermo terminal de cáncer de garganta al que han tenido que extirparle medio cuello. Louis me miró y sonrió, recogió el mechero en el aire y cerró su tapa. Soltó una carcajada que reverberó en toda mi mente como un disparo en una catedral desierta.
               -¿Louis? ¿Louis?-cacareó. Me tapé la cabeza con la manta, su voz dolía demasiado-. Venga, S, ¿tanto tiempo ha pasado, que no me reconoces?
               -¿Qué?
               -Soy yo, tonto. Tommy-espetó, y yo saqué la cabeza de debajo de las mantas-. Llevabas durmiendo 20 años, tío, ¡ya podrías haber soñado un poco conmigo para poder reconocerme! Confundirme con mi padre-Louis/Tommy sacudió la cabeza y dio una calada de su cigarro-. Como si yo pudiera conseguir un Grammy, como él.
               -¡PAPÁ!-protestó Tommy, saliendo del armario (ya era hora de que admitiera que estaba enamorado de mí) y arrebatándole el mechero-. ¿Qué coño te dije? ¡Que lo engañaras para ver si se le freía el cerebro! Tenías que soltar la gilipollez del Grammy, ¿verdad? No podías mantener la boca cerradita.
               -¿Podéis dejar de gritar?-gemí. Louis se levantó y le puso una mano en el pecho, dejándole allí el mechero.
               -Me habría reconocido igual, Tommy-Louis le revolvió el pelo a su hijo y fue hacia la puerta-. Por los tatuajes.
               -O no, podrías haber intentado engañarlo. Decirle que me los había hecho porque… no sé, me gustaban.
               -Ni muerto te harías el tatuaje del gorrión gordo-respondió su padre. Tommy se quedó callado un momento.
               -Bueno, vale, pero, para ser sincero, ni siquiera sé por qué sigues aguantándolo tú.
               -Porque es demasiado grande para borrarlo, no se me ocurre qué tontería ponerme para taparlo, a tu madre le gusta, y era esto o una polla, porque al padre de este desgraciado-me imaginé que me señaló con el dedo- le gustaba hacer trampas a las cartas sólo para obligarme a hacerme tatuajes horribles.
               -¡Yo no hago trampas a las cartas, si no sabes jugar mejor que un crío de 4 años, no es mi culpa!-escuché a papá desde un mundo de distancia.
               -¡Dejad de gritar, estoy intentando ver una serie!
               -¡CALLAOS TODOS Y DEJAD DORMIR A SCOTT!-bramó mamá por encima del estruendo de la casa, que me hizo desear tener un tumor cerebral con metástasis por todo el cuerpo. Seguro que dolía menos, y así no tendría que hacer cola en el cine, porque a la gente le daba yuyu ver a alguien calvo por culpa de la quimio: era mejor que se muriera delante de ti en la cola de las palomitas, que lo hiciera detrás.
               Un tiranosaurio se acercó a mí con sus pies reverberando en toda mi habitación. Tommy me pasó una mano por la espalda y me dio una palmada en el culo.
               -Ojalá te hubiera asfixiado la primera noche que dormimos juntos-gemí. Escuché la sonrisa de mi mejor amigo cuando me contestó:
               -Yo también te quiero, Scott.

martes, 18 de julio de 2017

Terivision: El piso mil.

¡Hola, delicia! Vuelvo a traerte mi opinión sobre un libro que he leído recientemente (de hecho, lo terminé ayer). Se trata de:


El piso mil, de Katharine McGee. El piso mil es la historia de un grupo de adolescentes que viven en una mega Torre construida en Nueva York y que llega hasta (lo has adivinado, muy bien) los mil pisos. A cada nivel que se asciente, aumenta la riqueza y el lujo. Nos encontramos con los estilos de vida de diversos personajes: Avery, Leda y Eris, que viven en los pisos superiores (la primera es la moradora del lujosísimo ático), y Watt y Rylin, que se encuentran en las zonas más humildes, cercanas a la base de la Torre. Todo parece ir más o menos bien, hasta que una chica se precipita al vacío durante una fiesta que se celebra en los pisos inferiores. Pero, con esta caída, descubriremos un mundo lleno de mentiras, traiciones y excesos que nunca debió destaparse.
No te voy a mentir: lo que me atrajo del libro cuando lo vi en una tienda fue su portada, que es realmente atractiva a la par que sobria y elegante. Destaca por sus colores, en negro y dorado, que capturan tus ojos en estanterías donde los colores más vibrantes y vivos son la norma general.
He de decir que no me arrepiento en absoluto de haberle dado la vuelta, leer la sinopsis y decidir que el libro me atraía.  Es probable que incluso lo compre, junto con su secuela, cuando salga ésta, para tenerlo en físico y poder releerlo más adelante.
La historia es novedosa pero no por lo que ocurre en sí; es la típica novela de adolescentes en la que nada es lo que parece y todo el mundo es súper feliz hasta que te das cuenta de que no hacen más que fingir sonrisas. Me pareció incluso una suerte de Gossip Girl en que la Reina Cotilla no existe, algo así como la historia de un Upper East Side que ahora sólo es Upper Side. Lo más interesante es el mundo en que todo se desarrolla, la relación con la tecnología y cómo esta se retrata de una forma bastante precisa por parte de la autora.
Se trata de una novela coral en la que, si bien en la sinopsis parece haber una clara protagonista, en realidad seguimos a varios personajes en su entorno. Con todo y como siempre, tiene que haber un hilo conductor central, que se trata de un triángulo amoroso en que Leda y Avery se ven involucradas… y que a mí me pareció bastante más soso y aburrido que otras historias, como la de Watt o, mi favorita, Eris. Eso de mejores amigas se pelean por el mismo chico ya está muy visto, y aunque la autora intenta sorprenderte con un giro inesperado, en realidad lo ves venir de lejos, lo cual empaña un poco la lectura.
Los personajes son bastante complicados para lo poco que puedes ver de ellos. En mi opinión, sería Avery, la supuesta protagonista absoluta, la que es más plana y transparente. Su vida gira en torno al chico que le gusta (ella lo admite en varias ocasiones, y hacia el final de la novela ya es imposible que no te hayas dado cuenta de esto), seguida por Leda, un personaje que parece una cosa pero que enseguida vemos que es todo lo contrario. Bajo mi punto de vista, otra vez, la que más evolución y profundidad demuestra es Eris, aunque también es cierto que las circunstancias de su vida son las que más fuerzan esa evolución que en el resto de personajes no se produce realmente.
La escritura me ha sorprendido para bien: aun siendo del género Young adult y de una escritora desconocida para mí, hay muchas frases preciosas y muy bien elaboradas, con metáforas altamente trabajadas que se alejan de las típicas descripciones que hay en este género, y que la mayoría de autores (yo incluida en mis novelas) se limitan a repetir hasta la saciedad.
El problema que le veo a El piso mil es que, si no te sientes atrapado por el hilo argumental principal (el triángulo amoroso del que te he hablado) y quieres refugiarte en las demás historias, no lo vas a conseguir del todo. Las otras historias son una especie de complemento al triángulo amoroso que te dejan con ganas de más, algo insatisfecha por cómo se suceden los acontecimientos. En mi opinión, hay vidas que se desaprovechan, nudos que se deshacen de una forma demasiado fácil, casi desganada, para que el lector no se distraiga de la historia de Avery y Leda, lo cual es una verdadera lástima, teniendo en cuenta que son los personajes menos interesantes de la historia.
¡Se me olvidaba! Mención especial a la autora por no incluir a los lectores en los agradecimientos; me ha parecido especialmente mal, ya que somos, al fin y al cabo, quienes hacemos que los libros se publiquen. De no creer una editorial que vamos a existir, no moverá un dedo por sacar a la venta un libro. ¡Katharine, por favor, yo no me descargué ilegalmente tu libro para que ahora ni siquiera reconozcas mi existencia!
En resumen: El piso mil es una lectura interesante y fresca, con una escritura sorprendentemente buena para este género, y personajes secundarios muy bien construidos que les quitan el foco de atención a los “protagonistas consagrados” que, eso sí, te deja con ganas de más. Esperemos que en la secuela Vértigo la autora corrija el rumbo.
Lo mejor: la descripción del mundo en el siglo XXII y los diferentes puntos de vista que te permiten tener una visión más completa.
Lo peor: los personajes con más protagonismo son, precisamente, los más planos y aburridos.
La molécula efervescente: el personaje de Eris, a quien me he imaginado con muchísima claridad tanto psicológica como físicamente (eso sí, cambiándole el color del pelo).
Grado cósmico: Estrella {4/5}.

¿Y tú? ¿Has leído este libro o has oído hablar de él? ¡Cuéntame en la cajita de comentarios!

sábado, 15 de julio de 2017

Es mi hermana, no un Big Mac.

Layla.
El tren desacelera. Los edificios dejan de emborronarse y cobran nitidez. Ya no son manchas que perturban el paisaje, sino que se convierten en el paisaje, en las vistas de la ventana. Los pasajeros empiezan a recoger sus cosas.
               Paso más páginas de la revista que Diana me ha prestado. Es lo único que he sacado de mi bolso, y puedo permitirme llevarla en la mano.
               Es viernes. Mis padres no me esperan. Pretendo darles una sorpresa.
               Algunas madres ya se levantan, combatiendo con sus hijos. A una se le cae un muñequito de peluche y yo se lo tiendo directamente a su hijo, que se pone colorado y se aferra a las faldas de su madre, de repente tímido, a pesar de que ha pasado todo el viaje dando la lata.
               No a mí, claro está. Adoro a los niños, y no pueden molestarme ni aunque no tuviera una revista llena de tachones y anotaciones por todas partes. Me pareció curioso el afán de corrección de Diana; apenas había una página intacta, todas tenían el tatuaje de algún pensamiento hecho a bolígrafo de tinta negra.
               -Gracias-me dice su madre, acomodando a su hijo sobre su pecho y tirando de sus maletas. Me ofrezco a ayudarla, pero llega su marido y me da las gracias por los dos por mi oferta. Se bajan en esta parada. Me despido del niño con una sonrisa y él hunde la cara en la melena castaña de la madre, quien le da un beso y le acaricia la cabeza.
               Mis amigas dicen que se me dan bien los niños. Supongo que notan que me gustan y yo les gusto a ellos. Son criaturas adorables con las que tienes que tener sólo un poquito de paciencia.
               A cambio, te regalan el mundo. Yo, que tengo un hermano pequeño, lo sé.
               Y yo, que tengo un pretendiente aún más joven que mi hermano pequeño, también lo sé.
               La mañana en que me desperté con Tommy apenas podía creerme lo que acababa de suceder. Diana estaba despierta, mirando su móvil, y saludó con la mano para no hacer ruido y despertarlo a él, que tenía una expresión de paz en su rostro… le pellizqué la mejilla a la americana, que soltó una risita y se despidió con la mano cuando le dije que me iba a duchar, que tendría que pedir prestado un coche para poder ir a la universidad.
               Cuando volví, los dos estaban despiertos, retozando sobre las sábanas, riéndose y haciéndose cosquillas. Me dieron envidia y a la vez los adoré. Eran mis niños.
               Y Diana era mi compañera.
               -Justo a tiempo-celebró, arrancando la sábana para tapar su desnudez, patrocinada por nuestro chico-, tengo que ir a lavarme la cara.
               Tommy conservaba los pantalones del pijama. No es que le molestaran mucho. Casi llegó tarde al instituto por mi culpa.
               Yo casi llegué tarde a la universidad por querer estar con Dan.
               -¿Qué tal has dormido, Lay?-me preguntó con tono casual, como si no le doliera en el alma nuestra diferencia de edad.
               -Muy bien, ¿y tú, tesoro?
               -Bien-dijo, metiéndose una cucharada de cereales chocolateados en la boca. Me miró con ojos de cachorrito abandonado y añadió-: aunque puede que hubiera dormido mejor si hubieras venido a darme un beso a la cama.
               -Es que sabía que, si te iba a dar un beso, al final me quedaría durmiendo con Diana, y no contigo.
               -Con Diana y con Tommy-corrigió.
               -Sí, con Diana y con Tommy.
               -Porque Tommy es tu chico favorito, ¿a que sí? ¿Mi hermano es tu chico favorito del mundo mundial?
               -Por supuesto que no-respondí, acercándome a él y sentándome en la silla de al lado, que Louis había dejado libre-. Mi chico favorito del mundo mundial eres tú.
               Eri se rió, oculta tras sus rizos y el tazón de leche al que le estaba echando unas cucharadas de cacao. Dan dejó caer la cuchara de sopa en sus cereales, la boca tan abierta que se podría haber metido el puño dentro… de no ser anatómicamente imposible, claro.
               -¿Cómo es eso?
               -Es que estoy esperando a que se me pase la timidez contigo-expliqué-. Y a que tú crezcas un poco.
               -¡Soy el más alto de la clase!
               -Está bien, pero, ¿eres el más alto del cole?
               Dan sacudió la cabeza, yo le di un beso en la frente, y con eso le hice el día.
               -En dos años, cuando seas el más alto del cole, dejaré a tu hermano y saldremos juntos, ¿te parece?
               Y ahí estaba. La sonrisa de niño pequeño, de “tengo todo lo bueno del mundo concentrado en mi interior”. La misma sonrisa de mi hermano cada vez que volvía a casa. Esa ilusión infantil que el resto nos terminaba robando. Nos apresurábamos tanto en crecer, que no nos dábamos cuenta de que, al hacerlo, dejábamos atrás lo más importante que teníamos: nuestra inocencia.
               -¡Sí!

martes, 11 de julio de 2017

Ángel de la guarda.

Layla me había acompañado a la parada del autobús cuando recibí el mensaje de Scott. Por suerte, aún estaba conmigo, con lo que no tuvimos que hacer nada más que rebuscar en nuestros bolsillos, comprobando que tuviéramos cambio con el que pagarle el billete.
               Volvió a pegarse contra mí, como si yo fuera el sol que más calienta en un cielo lleno de astros, y ella, un dulce girasol. Tantas despedidas para nada: habíamos empezado a despedirnos en su casa. Yo me había puesto de puntillas para darle un piquito antes de irme (y ni siquiera me molestó que ella fuera más alta que yo), y ella sonrió, apartándose el pelo de la cara, tras dejarme saborear el sabor de su pintalabios:
               -Me gusta que no llegues a darme un beso si yo no quiero.
               -Tampoco te daría un beso si tú no quisieras-le contesté. Eso hizo que decidiera acompañarme hasta el ascensor. Luego, hasta la calle. Bueno, venga, voy hasta la esquina. ¿Sabes qué? Voy contigo hasta la parada del bus.
               Y ahora allí la tenía, con el billete arrugado entre los dedos, y una sonrisa en los labios cada vez que yo dejaba de acariciarla y ella me paseaba el meñique por el dorso de la mano, como diciendo “estoy aquí”.
               Me encantaba tenerla tan cerca, ver lo mucho que había avanzado, notar las buenas vibraciones que manaban de su cuerpo y la felicidad, aunque tímida, que irradiaba su alma. Seguro que su aura estaba de algún precioso color cálido, de esos que llenan los escaparates de las tiendas cuando se acerca el verano.
               Menuda mierda que Scott fuera el que le quitara esos aires dorados.
               Se había metido las manos en el bolsillo. A sus pies se desperdigaban varios cigarros consumidos hasta el filtro. Joder, la cosa tenía que ser grave. Especialmente si había venido solo, dejando a mi hermana atrás. En sus ojos había ese rastro que sólo una chica podía dejar en él, pero todo su cuerpo irradiaba tensión como calor una estufa. Me bajé antes que Layla, con una mano agarrándola para que no se cayera. Asentí con la cabeza. Scott hizo lo mismo, y luego se volvió hacia Layla.
               -Te veo bien, Lay.
               -Me siento bien, S.
               Scott sonrió un poco, cortés. Su sonrisa no le subió a los labios, pero yo ya sabía que eso iba a suceder. Se metió un nuevo cigarro en la boca y lo encendió, sin preguntarle a Layla si le importara que fumara delante de él. Le dio una calada para después tendérmelo.
               -¿Qué pasa, tío?
               -Mi madre-dijo sin más. Me lo quedé mirando-. Quería que vinieras. Quiere hablar con nosotros dos.
               -¿Por qué?
               Scott entrecerró los ojos, inclinó la cabeza a un lado.
               -¿De veras no lo sabes, Tommy?
               Acepté el cigarro.
               -Tenemos que contárselo-razoné, echando a andar detrás de Scott. Él me miró por encima del hombro, esperando a que yo le alcanzara y, de paso, que elaborara mi teoría. Como no dije nada, habló.
               -Layla no pidió ayuda. Fuimos a deshacernos de las pruebas-atajó, y yo me detuve un segundo, impactado. ¿De verdad íbamos a contarle lo del incendio?-. Mi madre no puede hacer milagros, por eso tuvimos que intervenir nosotros. Ella no es Dios, pero nosotros actuamos como Jesús, ayudando a los… bueno, no sé. Hace años que no me acerco a un Corán-Scott se frotó la cara-, quién sabe las parábolas de Jesucristo, y…
               -Eres musulmán, Scott, ¿de veras quieres ir por ahí?
               -¡Me tienes de tus tecnicismos hasta la polla!-explotó. Layla dio un brinco.
               -Scott-susurró.
               -Tranquila, princesa, no iba en serio-respondí, pero Scott se pasó una mano por el pelo cortísimo y se disculpó. Con ella, por sobresaltarla, y conmigo, por contestarme mal.
               Si no se hubiera disculpado yo tampoco me habría muerto ni nada por el estilo.
               -¿Qué ha pasado? Estos días ha estado muy tranquila, cualquiera diría que le ha dado una venada.
               Scott sonrió, con la típica sonrisa que haría que mi hermana mojara las bragas.
               Claro que Scott tampoco necesitaba hacer mucho para que mi hermana mojara las bragas.
               Pero nos estábamos saliendo del tema.
               Llegamos a su casa, nos encontramos a Sherezade esperándonos apoyada en el sofá. Alzó las cejas y nos invitó a seguirla. La tensión en Scott había ido creciendo más y más a medida que nos acercábamos a su casa. Pero, cuando vi adónde nos conducía Sherezade, empezaron a entrarme sudores fríos. Podía sentir mi espalda empapada en tensión. Con razón Scott me había dado aquella contestación y se había fumado tantos cigarros: Sherezade tenía ganas de bronca, y nosotros íbamos a ser el blanco de aquella pelea.

domingo, 2 de julio de 2017

Terivision: Desayuno en Júpiter.

¡Hola, delicia!  Como estoy leyendo bastante últimamente (debería escribir, tengo una novela que terminar y otra que hacer avanzar, créeme que lo sé), te traigo de nuevo mi opinión sobre el último libro que me he terminado. Se trata de:


Desayuno en Júpiter, de la autora gallega Andrea Tomé (viva el talento que tenemos en el norte). Desayuno en Júpiter fue una recomendación de una seguidora cuando pedí que me dijeran libros protagonizados por lesbianas o chicas bisexuales que trataran precisamente de sus relaciones amorosas. Quería investigar un poco para Sabrae, y qué casualidad, que terminé dándome cuenta de que yo también era bisexual leyendo esta historia.
En fin, el libro cuenta la historia de Ofelia y Amoke, dos chicas de 17 y 20 años que son voluntarias de una ONG que se encarga de cuidar de que los enfermos terminales no mueran solos. Sus caminos se entrecruzan cuando la escritora favorita de Ofelia, Virginia Wonnacott, a las puertas de la muerte, le pide a ésta que escriba sus memorias, y a Amoke, que sea una de sus enfermeras particulares. A la par que descubrimos el pasado de la escritora, que vive literalmente para contar esta última historia, también vamos viendo cómo la relación de Ofelia y Amoke se hace cada vez más estrecha, hasta que terminan enamorándose.
Partimos de la base de que no tenía ni idea de lo que iba a ser el libro; lo único que sabía era que había un romance lésbico y poco más. Bien, tengo que decir que era exactamente lo que estaba buscando, y eso sin yo saberlo: Desayuno en Júpiter versa precisamente sobre cómo una de las dos chicas descubre su verdadera sexualidad y decide dejarse llevar por sus sentimientos, permitiéndose sentir una atracción que siempre ha estado ahí, pero a la que no se atrevió a poner nombre hasta hacía poco. Me he sentido especialmente reflejada con el descubrimiento de Ofelia de que le gustan tanto chicos como chicas, de que el gusto por las mujeres y su belleza se debe no a envidia, sino a atracción. Creo que ése fue uno de los momentos más especiales del libro, tanto por lo que significó para mí (fue una suerte de sendero luminoso que me indicaba el camino) como por cómo se lo tomó ella: lo aceptó sin más, no hizo mucho drama de ello, y así también se lo tomó Amoke.
Respecto a la trama en sí, confieso que me habría gustado que la escritora se centrara un poco más en la relación de las dos chicas, pues en ocasiones da la impresión de que la realmente importante es la escritura moribunda y el secreto que guarda en su interior. En un par de ocasiones me dio la sensación de que la historia de Amoke y Ofelia era más bien el marco de la de Virginia Wonnacott y no al revés. De todas formas, la historia de la escritora es interesante, con lo que el defecto llega a ser mínimo. Con todo, hay un momento en que varias historias se entrecruzan y un nudo argumental se resuelve de una forma un tanto precipitada, que te deja algo descolocada y me hizo sentir un poco perdida hasta unas páginas después, cuando se insistió de nuevo en ese desenlace concreto y otro suceso le terminó de dar la vuelta de tuerca.
Aunque es un libro cortito, de unas 400 páginas a letra bastante grande, tiene un montón de frases preciosas que he anotado en mi libreta, y que pronto aparecerán  en el Tumblrde frases de libros. Y con “un montón” me refiero a 90 contadas (no tengo perdón de dios). Desayuno en Júpiter es una lectura muy tierna, perfecta para contar algo tan bonito como el descubrir realmente quién eres y el primer amor. Sus personajes están bastante bien construidos y la lectura no se hace demasiado empalagosa; los escenarios son monos pero creíbles, sin rayar nunca en el exceso.
Lo mejor: la ternura con que Amoke y Ofelia describen sus sentimientos.
Lo peor: algunas veces, las historias de Virginia Wonnacott pueden venir en el momento más inoportuno.
La molécula efervescente: Ofelia, dándose cuenta de que es bisexual, su manera de describirlo.
Grado cósmico: Estrella {4/5}
¿Y tú? ¿Has leído el libro, o tienes alguna recomendación de otro con temática similar? Si es así, ¡déjamelo en un comentario!

Y muchas gracias a DrewFieldsWP por su fantástica recomendación.