Antes de que empecéis a leer, tengo que daros las gracias por los comentarios del último capítulo. ¡Os echaba mucho de menos! Ojalá podáis seguir comentando de vez en cuando, no sabéis la ilusión que me hace y el impacto que tiene vuestro feedback cuando estoy escribiendo. Escribí esto con muchísimas más ganas gracias a vosotras. ❤
El escenario estaba a oscuras,
el plató estaba a oscuras. Lo único que tenía un poco de brillo era el camino
por el que teníamos que cruzar en dirección a nuestros puestos frente al
público, y los focos que refulgían débilmente sobre las cabezas del jurado, así
como las pantallas de las cámaras que pululaban de un lado a otro, desde el
techo hasta el suelo, tomando capturas de todo en diferentes ángulos.
Nadie querría perderse esto.
-Cuando queráis-nos instó la chica de producción, la
tal Abby a la que acababa de abandonar su amiga, atravesando paredes de tela.
Asentimos con la cabeza, nos miramos entre nosotros, y echamos a andar.
Algo me detuvo, un instinto primario, una sensación
tan débil como innegable. Tommy no venía detrás de mí. Se había girado y miraba
a Scott, que se había quedado plantado en su sitio, negando con la cabeza.
-No puedo hacerlo-dijo. Tiré de la mano de Chad, que
tocó a Layla en el hombro. Hubo murmullos entre el público que pusieron aún más
nervioso a Scott-. No puedo salir ahí, yo…
-Tienes que hacerlo, S, tenemos que salir los cinco-le
dijo Tommy, acercándose a él, cogiéndole la cara entre las manos.
-Me parezco demasiado a mi padre, tú te pareces
demasiado al tuyo, van a pensar que vamos a imitarlos…
-No van a vernos, S, ¿recuerdas? No nos van a ver, lo
tenemos todo pensado, conseguiremos un juicio por lo que nosotros haremos, no
por quiénes somos-Tommy le acarició la cara, haciendo que le mirara sólo a él-.
Sólo van a escucharnos, y no han cantado esta canción, nunca los relacionarán
con nosotros.
-Chicos-instó la chica de producción. Layla se acercó
a nosotros, indecisa. Notaba cómo mi corazón martilleaba en mis sienes como un
tambor de guerra, estaba empezando a darme vueltas la cabeza. Me di cuenta de
que Scott no era el único que se ponía histérico; yo también lo estaba,
agobiada por una situación que no controlaba. No era como un pase de modelos,
en el que conocía mi talento y mi valía, y en el que ya estaba curtida. Aquello
era mil veces peor.
Nuestra coreografía daba pena, y la oscuridad era una
excusa patética para mantenerla. Yo lo sabía. Scott también. Por eso no quería
salir. Íbamos a hacer el ridículo. Había perdido mis alas para nada.
-Necesito que hagas esto por mí, ¿vale, S?-le pidió
Tommy, y Scott se lo quedó mirando, aterrorizado-. Nunca me has fallado,
hermano, ni una sola vez. No quieras empezar ahora, porque no te lo voy a
consentir. Vamos a salir ahí fuera-señaló el escenario tenuemente iluminado
para que encontráramos las X de cinta americana sobre las que nos teníamos que
situar-, y vamos a darlo todo, y nos van a coger porque somos geniales y porque
nos lo merecemos. Pero tenemos que estar todos juntos. Estamos juntos, ¿verdad?
Scott se lo quedó mirando como si no terminara de
verlo.
-¿Verdad?-insistió Tommy, suplicante. Scott asintió
con la cabeza, despacio. Tommy sonrió, le dijo algo en un idioma que yo no
entendí, le dio un beso en la frente y una palmadita en el hombro y tiró de él
para llevarlo al escenario.
Odiaría a Scott toda mi vida por haber hecho eso. En
silencio, trotamos hasta nuestros puestos, sabedores de que estábamos
impacientando a un jurado al que no nos convenía cabrear. Nos colocamos sobre
las X, una formación extraña, como los vértices de un pentágono en el que quien
cantaba ocupaba la punta. Nos miramos entre nosotros, ya en la oscuridad, y
asentimos con la cabeza. Tragué saliva, cerré los ojos, y esperé.
Las primeras notas de aquella canción que habíamos
ensayado hasta la saciedad empezaron a sonar, y noté cómo me echaba a temblar a
la izquierda de Layla, cuya figura refulgía tenuemente en un tono blanco como
la nieve.
Después de mucho discutir, de gritos entre Tommy y
Scott especialmente, porque uno decía que no podíamos vivir eternamente con
miedo a dar la cara por ser la principal herencia de nuestros padres, y el otro
defendía que lo que no podíamos era plantarnos en un programa de talentos y
pretender que el mundo nos tomara en serio siendo los herederos de quienes
éramos, habíamos dado con la solución. Nos habíamos sentado a ver audiciones de
grupos en anteriores ediciones de ese programa y en otros similares. No
podíamos usar la cortina que usaban en La
voz cuando querían ocultar a algún concursante interesante, ni podíamos
usar un vídeo como en otros concursos para no tener que dar la cara. Las reglas
de The talented generation eran muy
claras: había que tener presencia en el escenario, pues para algo había que
salir en él en cada fase del concurso, y esa presencia sólo se descubría
estando de veras en el escenario.
Pero nadie había dicho nada de que tuviéramos que dar
la cara, y los bailes con luces en los que no se veía más que trajes que
parpadeaban no tenían ningún tipo de detractor.