Layla me había acompañado a la
parada del autobús cuando recibí el mensaje de Scott. Por suerte, aún estaba
conmigo, con lo que no tuvimos que hacer nada más que rebuscar en nuestros bolsillos,
comprobando que tuviéramos cambio con el que pagarle el billete.
Volvió a pegarse contra mí, como si yo fuera el sol
que más calienta en un cielo lleno de astros, y ella, un dulce girasol. Tantas
despedidas para nada: habíamos empezado a despedirnos en su casa. Yo me había
puesto de puntillas para darle un piquito antes de irme (y ni siquiera me
molestó que ella fuera más alta que yo), y ella sonrió, apartándose el pelo de
la cara, tras dejarme saborear el sabor de su pintalabios:
-Me gusta que no llegues a darme un beso si yo no
quiero.
-Tampoco te daría un beso si tú no quisieras-le
contesté. Eso hizo que decidiera acompañarme hasta el ascensor. Luego, hasta la
calle. Bueno, venga, voy hasta la esquina. ¿Sabes qué? Voy contigo hasta la
parada del bus.
Y ahora allí la tenía, con el billete arrugado entre
los dedos, y una sonrisa en los labios cada vez que yo dejaba de acariciarla y
ella me paseaba el meñique por el dorso de la mano, como diciendo “estoy aquí”.
Me encantaba tenerla tan cerca, ver lo mucho que había
avanzado, notar las buenas vibraciones que manaban de su cuerpo y la felicidad,
aunque tímida, que irradiaba su alma. Seguro que su aura estaba de algún
precioso color cálido, de esos que llenan los escaparates de las tiendas cuando
se acerca el verano.
Menuda mierda que Scott fuera el que le quitara esos
aires dorados.
Se había metido las manos en el bolsillo. A sus pies
se desperdigaban varios cigarros consumidos hasta el filtro. Joder, la cosa
tenía que ser grave. Especialmente si había venido solo, dejando a mi hermana
atrás. En sus ojos había ese rastro que sólo una chica podía dejar en él, pero
todo su cuerpo irradiaba tensión como calor una estufa. Me bajé antes que
Layla, con una mano agarrándola para que no se cayera. Asentí con la cabeza.
Scott hizo lo mismo, y luego se volvió hacia Layla.
-Te veo bien, Lay.
-Me siento bien, S.
Scott sonrió un poco, cortés. Su sonrisa no le subió a
los labios, pero yo ya sabía que eso iba a suceder. Se metió un nuevo cigarro
en la boca y lo encendió, sin preguntarle a Layla si le importara que fumara
delante de él. Le dio una calada para después tendérmelo.
-¿Qué pasa, tío?
-Mi madre-dijo sin más. Me lo quedé mirando-. Quería
que vinieras. Quiere hablar con nosotros dos.
-¿Por qué?
Scott entrecerró los ojos, inclinó la cabeza a un
lado.
-¿De veras no lo sabes, Tommy?
Acepté el cigarro.
-Tenemos que contárselo-razoné, echando a andar detrás
de Scott. Él me miró por encima del hombro, esperando a que yo le alcanzara y,
de paso, que elaborara mi teoría. Como no dije nada, habló.
-Layla no pidió ayuda. Fuimos a deshacernos de las
pruebas-atajó, y yo me detuve un segundo, impactado. ¿De verdad íbamos a
contarle lo del incendio?-. Mi madre no puede hacer milagros, por eso tuvimos
que intervenir nosotros. Ella no es Dios, pero nosotros actuamos como Jesús,
ayudando a los… bueno, no sé. Hace años que no me acerco a un Corán-Scott se
frotó la cara-, quién sabe las parábolas de Jesucristo, y…
-Eres musulmán, Scott, ¿de veras quieres ir por ahí?
-¡Me tienes de tus tecnicismos hasta la
polla!-explotó. Layla dio un brinco.
-Scott-susurró.
-Tranquila, princesa, no iba en serio-respondí, pero
Scott se pasó una mano por el pelo cortísimo y se disculpó. Con ella, por
sobresaltarla, y conmigo, por contestarme mal.
Si no se hubiera disculpado yo tampoco me habría
muerto ni nada por el estilo.
-¿Qué ha pasado? Estos días ha estado muy tranquila,
cualquiera diría que le ha dado una venada.
Scott sonrió, con la típica sonrisa que haría que mi hermana
mojara las bragas.
Claro que Scott tampoco necesitaba hacer mucho para
que mi hermana mojara las bragas.
Pero nos estábamos saliendo del tema.
Llegamos a su casa, nos encontramos a Sherezade
esperándonos apoyada en el sofá. Alzó las cejas y nos invitó a seguirla. La
tensión en Scott había ido creciendo más y más a medida que nos acercábamos a
su casa. Pero, cuando vi adónde nos conducía Sherezade, empezaron a entrarme
sudores fríos. Podía sentir mi espalda empapada en tensión. Con razón Scott me había
dado aquella contestación y se había fumado tantos cigarros: Sherezade tenía
ganas de bronca, y nosotros íbamos a ser el blanco de aquella pelea.
Se sentó frente a su escritorio y esperó a que Layla,
Scott y yo tomáramos asiento. Scott se quedó apoyado en el reposabrazos del
sofá que Sherezade había metido en su despacho (no se sabía cómo, dado que la
puerta era tres veces menos el tamaño del mueble). Sherezade apoyó los codos en
su mesa y se inclinó hacia nosotros. Cerró sus dedos frente a su frente,
pensando en cómo proceder. Éramos unos maleantes, pero también éramos unos
críos.
-Lo del vídeo me ha dado qué pensar-confesó tras unos
instantes de silencio, en que ordenó sus pensamientos y de paso nos puso
nerviosos-, pensar en muchísimas cosas. Como, por ejemplo, si habéis hecho
cosas en las que requirierais mi ayuda. Profesionalmente hablando-Sherezade
recolocó una figura de tribal de una mujer africana de inmensas caderas
llevando un odre, y nos miró con las cejas alzadas. Miré a Scott. Scott me miró
a mí.
Ni muertos venderíamos a Layla. No diríamos nada si
ella no quería que lo dijéramos. Ni a Sherezade, ni a nadie. No distinguíamos
amigo de enemigo cuando se trataba de secretos.
Sherezade alzó las cejas y esbozó una sonrisa de
incredulidad.
-Guau. ¿Nada? ¿Ni una palabra?
Sólo nos miraba a Scott y a mí. No sabría decir por
qué Scott había querido que me trajera a Layla.
Hasta que Layla abrió la boca.
-Chris está muerto.
Sherezade se la quedó mirando. Si le sorprendía esta
información, lo disimulaba muy bien. Tan sólo parpadeó: ese fue el único
destello de comprensión que pudimos ver salir de ella.
Esperó con paciencia a que Layla volviera a hablar. Y
aquella terapia silenciosa funcionó.
-Yo… yo lo maté, Sherezade-dijo. Y se echó a llorar.
Sher se quitó la fría máscara de indiferencia y estiró una mano para darle un
dulce apretón. Sacó una caja de pañuelos de papel para que ella se sonara. Le
pidió que le contara cómo había sido y Layla entró en detalles. Sherezade se
levantó y yo le dejé el sitio libre. Escuché con impotencia cómo Layla repasaba
lo que había sucedido aquella tarde de diciembre, apretando los puños con tanta
fuerza que incluso llegué a hacerme sangre, y Scott me frotó los hombros,
intentando tranquilizarme. Sherezade le puso una mano en las rodillas a Layla
cuando pasó a contar todo lo que él le dijo de mí, todo lo que él le había
hecho sólo para devolvérmela a mí.
Scott se puso pálido y me miró cuando Layla contó cómo
mi mensaje en su buzón de voz le había salvado, literalmente, la vida.
Terminó entre sollozos aquel horrible relato. Sher le
dio un beso en la frente y le preguntó si había hablado de esto con sus padres,
a lo cual Layla reaccionó con más miedo aún.
-No. No, por favor, Sher. No les digas nada. No quiero
que se disgusten.
-Son tus padres, Layla. Se merecen saber por lo que
pasaste.
-No. Por favor, no. Eso mataría a mamá. No puedes
decirles nada, Sher-Layla se aferró a la camiseta de Sher como una niña pequeña
a las faldas de su madre si ésta se niega a comprarle una piruleta-. Prométeme
que no les dirás nada.
Sherezade se la quedó mirando, valorando las
posibilidades. Nos estudió, indecisa. No estaba pidiéndonos permiso, pero
nosotros lo aprovechamos y, como si buscara nuestra aprobación, dijimos:
-No le va a hacer más daño.
-Es verdad. Es verdad-asintió Layla-. Por favor, Sher.
No me va a hacer nada más. No puedo dejar que me haga daño torturando con eso a
mis padres. No les digas nada. Todo ha pasado ya.
-No todo. Además… entiéndeme, Layla. Si yo estuviera
en el lugar de tu madre, querría saber qué le ha pasado a mi hija. Querría
estar ahí para ti.
-Mi madre no puede estar aquí para mí. Vive demasiado
lejos de mí. Sólo le causaría sufrimiento. Se pasaría la vida culpándose porque
no me convenció para quedarme.
Eso pareció ablandar un poco a Sher.
-Mi madre no sabe lo de Eleanor-informé. Scott asintió
con la cabeza, mirándose los pies-. Y es mejor así. Le ahorraríamos el
disgusto.
-No; si a Sabrae le pasara algo parecido, a mí me
estaríais quitando la oportunidad de protegerla.
-Eleanor no es Sabrae, y Sabrae no es Layla, y Chris
no es el hijo de puta que intentó pasarse con Eleanor-cortó Scott, duro.
-Fue más hijo de puta. Fue-recalqué-. Está muerto.
Un cometa atravesó los ojos de Sherezade, aquellos
ojos que yo conocía tan bien, los ojos que mi mejor amigo había obtenido de
ella. Frunció ligeramente el ceño, fue como un destello en la oscuridad, algo
entrando en la atmósfera de forma tan estruendosa como efímera.
-¿Dónde está el cuerpo?
Se lo preguntaba a Layla, pero nos miró a nosotros.
Mierda. Mierda, mierda, mierda.
Scott y yo nos pegamos instintivamente el uno al otro.
Me había ido de la lengua por enésima vez en mi vida. Y ahora Sherezade sabía
lo que habíamos hecho.
-Le han enterrado-se atrevió a decir Layla, pero con
tan poca convicción y una rotura inmensa en el alma, que Sher supo que aquello
no era del todo verdad.
Ya está. Se lo iba a decir. Se lo diría en voz alta y
nos meterían en un reformatorio. Nunca volvería a ver a mis hermanos. Nunca
iríamos a ningún programa. Se acabó lo mío con Layla y con Diana.
Joder.
Puede que me
separaran de Scott.
Lo miré, tenía
los hombros hundidos y no se atrevía a mirar a su madre. Llegó a la misma
conclusión que yo a los pocos segundos de yo hacerlo. Alzó la vista y nos
miramos. Me aferré a su brazo y miré a Sher. Ella se cruzó de brazos. La
estudié con atención, su porte de otro mundo, su piernas hechas para correr,
las caderas de donde había salido lo más importante que había conocido nunca,
la melena que rodeaba aquella mente donde había tanta sabiduría…
Sabiduría.
Sabiduría.
Metí la mano en el bolsillo del pantalón en busca de
mi cartera. Tenía un billete de diez libras y otro de cinco, para emergencias,
tan arrugado que era imposible distinguir la cara de la reina Isabel.
Aquello era una emergencia más antigua que mi reino.
Le tendí el billete de diez a Layla, que lo cogió sin comprender.
-Dáselo a Sherezade-le dije. Layla me miró. Sherezade
nos miró a los dos. Luego, a Scott. Y luego, de nuevo a mí. Le tendí el billete
y ella lo cogió. Una sonrisa chispeó en su boca, breve pero intensa. Layla me
imitó. Sher dejó los billetes encima de la mesa.
-Ahora somos tus clientes-dije. Los ojos de Layla se
abrieron como platos. Scott abrió la boca, estupefacto-, y no puedes contar
nada de lo que hablemos aquí.
Sher se cruzó de brazos, satisfecha, sonrió, y nos
indicó que nos sentáramos. Arrastró su silla hasta tenerla frente al
escritorio, como las otras, y se apoyó en él.
-Estoy tan orgulloso de que se te acabe de despertar
la neurona que tienes-sonrió Scott, y creo que incluso me habría dado un beso
de no haber estado flipando de ese modo-. ¿Yo te tengo que dar algo, mamá?
-Ningún juzgado me obligaría a testificar contra ti,
Scott. Eres mi hijo.
-Bueno, sólo por asegurarnos… Tommy, préstame 5
libras, anda.
-Scott-Sherezade se frotó la cara-. Que no tengo
obligación legal de testificar contra
ti.
-Ah.
-Os lo repetiré una vez, sólo una vez: ¿dónde está el
cuerpo?
Scott y yo nos miramos.
-Nos ocupamos de él.
-¿Podríais ser más específicos? Porque “ocuparse de
él” también es maquillarlo antes de enterrarlo.
-Lo hicimos desaparecer-contribuí yo.
-¿Cómo?
-Muy bien-soltó Scott. Sherezade alzó una ceja.
-No lo quemaríais-espetó. Scott y yo nos miramos. ¿Tan
evidente era?-. ¡Scott! ¡Tommy!
-¡No se nos ocurría cómo borrar el ADN de Layla! ¡El
fuego era la única manera, lo vimos en CSI!
-La madre que me parió-Sher se frotó la cara-.
¿Echasteis gasolina?
-Para que ardiera mejor.
-¡La madre que os parió! ¡Tanto CSI y tanta pollada! A ver, tíos listos, ¿no os parece que podría
resultar un pelín sospechoso que un piso lleno de gasolina en el que resultó
muerta una persona ardiera cuando casualmente esa persona estaba dentro? ¿A
vosotros a qué os suena? Porque tiene toda la pinta de peli de mafiosos.
-Abrimos el gas y dejamos un cigarro encendido.
-Y le disteis caladas.
-El diablo está en los detalles, mamá.
Sher se dio una palmada en la cara.
-¿Quién se lo fumó?
-Mamá, no seas paranoica.
-¡Me preocupan mis hijos!-tronó, y yo me regodeé un
poco en que dijera “mis hijos” y no “mi hijo”-. ¡Y Layla! Es mayor de edad, se
le podría caer el pelo. Y vosotros… ¡obstrucción a la justicia como mínimo!
Omisión de socorro, dependiendo de cómo pillemos al fiscal…
-Me estaba violando, Sherezade-protestó Layla. Sher la
miró. Entrecerró los ojos, calculando.
-Es verdad. ¿Te hizo heridas?
-Pues… sí.
-¿Vaginales?
-Mamá, por favor-protestó Scott.
-¡Tú te callas, don CSI! ¿Te hizo heridas en la
vagina, Layla?
-Sí. Fui al hospital-se apartó el pelo de la cara,
tenía los dedos temblorosos. Sherezade inclinó la cabeza hacia un lado, sus
cejas ligeramente juntas, dándole tiempo para responder-. Ésa vez.
Sherezade se puso de rodillas ante ella. Le apartó el
pelo de la cara y le levantó la mandíbula para que la mirase.
-¿Pudieron sacarte muestras?
Layla tragó saliva. Se encogió de hombros, cerró los
ojos, una mueca horrible deformaba sus labios. Scott y yo estiramos las manos
para cogerle las suyas, pero ella las apartó, y nosotros lo entendíamos. Un
chico le había hecho esto, nosotros no podíamos tranquilizarla. Contacto
masculino era lo último que necesitaba ahora.
-Me duché-dijo con un hilo de voz. La decepción brilló
en la cara de Sherezade como una estrella fugar. Igual de breve, apenas podías
verla si no fuera por el rabillo del ojo. Sher sacudió la cabeza y le acarició
la suya a Layla.
-Tienen protocolos en estos casos. ¿Qué te hicieron?
Layla apretó los puños, probablemente recordando el
dolor, todo el sufrimiento, la impotencia de que te sometan y tú no poder hacer
nada. La admiré muchísimo por cómo sobrellevaba nuestros encuentros más
íntimos, cómo le había apetecido antes de la llamada de Scott. La había sentido
preparada, lista y valiente: en sus labios podía probar la rebelión a todo lo
que le sucedía. Su resistencia a dejar que todo la marcara y la limitara.
El problema era que ya estaba marcada, ya estaba
limitada.
Y yo era un gilipollas que se calentaba demasiado
rápido y no tenía ni pizca de tacto con ella.
-Layla, tesoro, ¿te pusieron puntos?-la ayudó Sher.
Layla asintió, cogió otro pañuelo y se sonó. Sentí la tentación de darle una
palmada en la espalda, acariciarle los hombros para tranquilizarla, pero me
pareció que sería demasiado para ella. Estaba lejos de mí y yo no podía
ayudarla en el lugar en que se encontraba-. Eso nos sirve-sonrió Sher. Mi
pequeña que en realidad era mayor que yo en todos los aspectos la miró, sus
ojos refulgían como dos faros en una noche despejada entre los límites de su
flequillo y la frontera del pañuelo arrugado.
-¿A qué?
-A que no te acusen-Sher le acarició las rodillas de
nuevo. Layla separó un poco más su pañuelo de sus facciones-. Y, en el caso de
que lo hicieran, hasta un tonto podría liberarte. Era en defensa propia. O tú o
él. Tenemos pruebas de lo que te sucedió. Mi testimonio. El de mi marido, mis
hijos…-nos miró a Scott y a mí de reojo-. Informes médicos. Tesoro, tienes que
calmarte-susurró con su voz de madre-. Nadie en este mundo te culparía por lo que
hiciste. Sólo reaccionaste a tus circunstancias.
Layla la miró, al principio sin entender. Y luego una
explosión de consentimiento la llenó.
-Sí-susurró-. Sólo reaccioné a mis circunstancias.
-Eres muy valiente-le asegura Sher, besándola en la
frente-. Entiendo cómo te sientes, y créeme que no es tu culpa. No eres
culpable de nada, tu único crimen es sobrevivir, ser demasiado buena para él.
Nadie va a hacerte daño. No conmigo protegiéndote. No con Tommy y Scott
cuidando de ti-confió, sonriendo y pellizcándole la mandíbula. Layla nos miró
Scott y a mí alternativamente.
-¿Qué va a ser de ellos?
-De ellos me ocuparé yo. Tú no te preocupes. Son
menores de edad, y estaban ayudando a una amiga.
Scott se revolvió en su asiento, sabiendo que, aunque
fuéramos menores, eso de quemar cadáveres y manipular escenas de crimen era lo
bastante serio como para que nos pasáramos unos mesecitos a la sombra, puede
que incluso más.
A mí se me formó un nudo muy feo en el estómago.
Intercambiamos una mirada en la que nos dijimos todo.
Pero, como siempre, subestimábamos el poder de
Sherezade.
-Además-confió Sher, en un tono íntimo que yo no le
había escuchado usar nunca, probablemente porque yo nunca sería una de sus
hijas preguntándole qué es la pubertad, o qué quieren decir esas cosquillas tan
raras que sienten en la parte baja del vientre cuando ven a un chico (o una
chica) muy guapa en la tele-, me tienen a mí. Y, ¿quieres que te cuente un
secreto? Yo no defiendo a hombres-susurró-, pero con Scott y Tommy, creo que puedo
hacer una excepción, ¿no crees?
Layla nos miró, sus mejillas ruborizadas.
-Sí.
-Porque ellos son la excepción-añadió la madre de mi
mejor amigo, mi segunda madre, la mujer a la que más le debía justo después de
a mi madre. Le acarició la mandíbula a Scott mientras con la otra mano a mí me
revolvía el pelo. Layla juntó las rodillas, se sonó un poco más, se miró los
pies, me miró a mí y volvió a bajar la mirada.
Creí que el peligro había pasado, confié en ello
cuando me incliné para darle un beso en la mejilla.
-No te preocupes, princesa-le susurré al oído, y
cuando le aparté un mechón de pelo de la cara, colocándoselo detrás de la oreja
en lugar de entre el flequillo, donde estaba intentando meterse, sentí que todo
el mundo desaparecía y que sólo existíamos nosotros dos. Scott, Sher, el
despacho, los papeles, todo se esfumó y estábamos flotando en la nada. Y nada
podía alcanzarnos, nada podía hacernos daño. No había miedo.
-No me preocupo, Tommy-respondió, mirándome los
labios. Sentía que esa era mi manera personalizada de decirme “te quiero” con
ella, igual que lo hacía con Diana llamándola “americana”, y ella a mí,
“inglés; o igual que lo hacía Scott de una forma en que me apetecía sacarle los
ojos con su “no lo sé, Thomas, ¿el agua moja?”.
No lo pensé. Ninguno de los dos lo pensó. Me incliné y
le di un suave y tímido beso en la boca, tan breve como un suspiro pero tan
intenso como un huracán. Layla se mordió los labios, se los relamió por dentro
de la boca mientras yo volvía a poner espacio entre nosotros. Necesitaba que
volviera a respirar.
Sher nos miró con una expresión indescifrable, pero no
dijo nada. Si le parecía mal que jugara a dos bandas, no lo iba a dejar
entrever. Tanto por mí como por Scott.
-¿Te quedas a cenar?-ofreció, y ella negó con la
cabeza.
-No, tengo… cosas que hacer.
-Vamos, Lay-sonrió Scott, seduciéndola como sólo un
Malik puede hacerlo, de una manera tan natural e instintiva que te era
imposible resistirte-. Hoy le toca cocinar a papá, y él quema la pasta que da
gusto.
Layla se echó a reír, con una risa que sonaba a música
en mis oídos.
-Ya será para menos-comentó en tono conciliador y nada
preocupado, ajeno a lo que había sucedido hacía unos minutos. Sherezade alzó
las cejas.
-Zayn hace bebés preciosos-respondió-, pero no se
lleva muy bien con el microondas. Nadie le va a dar un Grammy por su talento
por calentar lasaña congelada-dijo en tono más alto, con una sonrisa de
suficiencia atravesándole la boca, la misma media sonrisa canalla que Scott
tenía tan perfeccionada.
-¡Al menos yo pude abrir el horno el día que lo
cambiamos!-contestó Zayn desde ningún lugar de la casa en particular. Sher
abrió muchísimo los ojos.
-¡Venía estropeado!
-¿Por eso yo pude y tú no?
Sher puso los ojos en blanco y se rió por lo bajo.
-Me encanta cuando no me contestas porque no sabes qué
decir, nena.
-¿No tienes exámenes que corregir?-protestó ella,
llevándose una mano a la cadera y girándose hacia la pared-. ¿Qué haces en la
habitación?
-¿Qué crees tú que
hago en la habitación, Sherezade?-replicó su marido. Sher sonrió, se apartó el
pelo de la cara y nos miró a los dos.
-Los hombres sois criaturas muy simples, lo sabéis,
¿verdad?
-Lo simple suele ser lo mejor, mamá-contestó Scott.
Sher se echó a reír. Se disculpó con nosotros y fue a su habitación. Sin saber
muy bien dónde ir, seguí a Scott al piso de abajo. No quería quedarme a cenar
(ahora que estaba seguro de que nos habían cogido en el programa y sabía que
mis días en casa estaban contados, prefería pasarlos con mis padres y hermanos biológicos),
pero tampoco quería dejar a Layla sola.
Y Scott, después de follar toda la tarde, no estaba
para prepararle la cena. Por suerte, Zayn y Sher bajaron poco después que
nosotros, probablemente por eso de que tener sexo mientras Layla estaba en casa
y justo después de que la hicieran rememorar su experiencia con Chris no fuera
demasiado ético.
Scott le ofreció a Layla quedarse a dormir, a lo que
ella respondió agachando la cabeza y susurrando un tímido “gracias” acompañado
de una disculpa, diciendo que tenía que hacer no sé qué para la universidad.
-¿Te apetece hacer lo de la universidad, o no te
apetece quedarte a dormir?-le pregunté. Ella se mordió el labio.
-Quiero quedarme a dormir, pero no sé si lo
conseguiré…-susurró, abrazándose a sí misma.
-… porque sólo puedes dormir conmigo-terminé la frase
por ella. Scott nos miró a los dos.
-Yo puedo dormir con mis hermanas. Seguro que a Sabrae
no le…
-¡Ni de coña te vas a meter tú en mi cama!-protestó la
aludida, alzando una ceja y apartándose una trenza del hombro, en el modo más
descarado y tozudo posible. Shasha bufó, divertida por la confrontación, desde
el salón.
-Pues bien que te presto mi cama cada vez que tienes
una pesadilla. ¿O qué pasa?-Scott sonrió con maldad-. ¿Sólo un chico en particular
puede meterse en ella?
Shasha, Layla y yo nos reímos cuando Sabrae se puso
roja como un tomate y se marchó diciéndole a Scott por dónde podía meterse las
camas de los dos.
-No quiero molestaros, de verdad-repicaba Layla, igual
que una campaña, los ecos de su labor pacificadora rebotando por toda la casa.
-No es molestia, Lay. En serio. Ya lo sabes. Nos
encanta tenerte aquí.
-A mí también me encanta estar.
-O, si lo prefieres-aventuré, balanceándome sobre los
pies, adelante, atrás, adelante, atrás, dedos, tobillos, dedos, tobillos-,
puedes cenar aquí y luego venir a mi casa, y dormir conmigo. Mis hermanos se
alegrarán de verte-añadí, y era verdad. Seguro que a Dan le haría ilusión,
quizá incluso pudiera convencerla de que durmiera con él, cosa por la que el
chiquillo se moría y que me permitiría estar disponible más rápido por si ella
me necesitaba.
La sonrisa que iluminó su rostro me hizo sospechar que
llevaba esperando esa oferta media tarde, y eso que ni siquiera sabía que iba a
ser invitada por los Malik.
-Pero… ¿no te aborrece venir a buscarme?-preguntó.
-Yo te llevaré-se ofreció S.
-No quiero que vuelvas de noche solo, S.
-¿Pero Tommy te da más igual?-rió mi amigo-. Mira que
hay un alto índice de criminalidad en este barrio.
-Es que me ve más valiente que a ti.
-Eso es porque no sabe con qué tipo de huevos haces
las tortillas que te salen tan ricas.
-Cierra la boca, Scott.
-Son suyos-Scott se volvió hacia Layla, que se echó a
reír-. Los pone cada vez que vemos una peli de miedo.
-¡Que te calles, Scott!
-Normalmente los pone a pares, pero viendo It, se acojonó tanto que puso tres de
una sentada. Fue increíble.
-Te voy a asesinar mientras duermes y me voy a quedar
con todos tus videojuegos.
Scott se encogió de hombros.
-Me los he pasado todos, me da igual.
-Y con tus libros de astronomía.
-Mis putos libros de astronomía los dejas donde están,
a no ser que quieras perder los dientes y vivir a base de purés el resto que te
quede de vida-amenazó él. Layla alzó las cejas, pero sabía que no íbamos en
serio, y selo confirmamos abrazándonos y diciéndonos que nos veíamos mañana. Me
despedí de ella con un beso en la mejilla, le tiré un poco de la coleta a
Shasha para fastidio suyo y deleite de su hermano, y me marché de casa de
Scott.
Prácticamente troté hacia mi casa, como si la
velocidad de mis piernas pudiera acelerar el tiempo y hacer que Layla volviera
pronto conmigo. Abrí de un empujón, me quité el abrigo y anuncié mi llegada con
un glorioso:
-¡Ya estoy aquí!
Otra de las cosas que había cambiado desde que les
dijimos a papá y mamá que nos íbamos con Eleanor al concurso era que en mi
familia habían declarado deporte nacional el sobarme. Mamá se levantó del sofá
y vino a darme un abrazo y dos besos, susurró un suave “mi pequeñín”, me besó
la punta de la nariz y prácticamente me persiguió por todo el piso inferior
mientras iba a beber agua y buscaba mis zapatillas, que los fantasmas de la
casa habían mandado al otro extremo del edificio.
-¿Cocinas tú?-le pregunté. Mamá se encogió de hombros.
-¿Quieres hacerlo tú?
-Estoy un poco cansado, voy a…
-Genial-respondió, dándome otro nuevo beso en la
mejilla-. Ve a darle un beso a tu padre. Está en la habitación del piano, con
tus hermanos.
Sólo estaban Astrid, Dan y papá. Ni rastro de Eleanor,
ni de Diana. Repartí besos a diestro y siniestro y me metí en el baño. Me di
una ducha rápida con agua hirviendo, de esas sacadas directamente de un géiser,
me puse mi sudadera más grande y me tiré en mi cama.
No habían pasado ni dos segundos cuando Eleanor abrió
la puerta y saltó sobre mí. Sin decir nada, se acurrucó contra mi pecho, lanzó
un profundo suspiro y me dio la mano. Vale, eso me sorprendió un poco, por eso
de que iba a ir con ella al programa y, por tanto, no había razón para echarnos
de menos.
Quizá hasta me la cargara. Tenía la sensación de que
se iba a poner súper repelente.
Eleanor se giró sobre el costado, soltó una risita, se
acurrucó más contra mí, como cuando era pequeña y hacía frío y dormíamos juntos
y yo era su estufa particular, y se me quedó mirando como si fuera a) la cosa
más bonita del mundo o b) un dinosaurio recién traído de entre los muertos.
Aunque, por su expresión de absoluta adoración, diría
que era más bien la a).
Joder, pero si me plantó un nuevo beso en la mejilla,
sin que yo se lo pidiera, sin provocación previa por mi parte.
-¿Qué pasa?-pregunté, mirando cómo brillaba con luz
propia, como una estrella en ciernes, una aurora boreal en el cielo ártico.
Eleanor se mordió el labio, se sonrojó un poco y negó con la cabeza. Volvió a
soltar una risita.
-Nada. Cosas.
-¿Qué cosas? ¿Cosas secretas?-me reí, haciéndole cosquillas. Eleanor se estremeció,
riéndose. El colgante del avión de papel se deslizó por su pecho hasta caer
sobre la almohada. El pendiente en forma de aro que llevaba en la oreja emitió
un destello plateado. El viejo piercing de Scott-. ¿Cosas secretas de chicas?-pregunté, poniéndome encima
de ella y acosándola a cosquillas. No le iba a dar tregua, joder, había tenido
un día de diez.
Eleanor podía convertirlo en un día de once. Y parecía
que quería.
-¿Cosas secretas de chicas que no le puedes contar a
tu hermano mayor?
Me harté de torturarla a cosquillas, conseguí que se
riera hasta llorar, hasta que le dolió la tripa y se la abrazó y me tuvo que
suplicar que parara. Me quedé mirándola, y lo vi.
Vi lo que veía Scott cada vez que le bajaba las
estrellas y se las ponía a sus pies.
Vi lo que había visto por primera vez en la discoteca.
Con muchísima más claridad. Todo el amor que había en ella, toda la ilusión,
todo lo bueno en el mundo concentrado en su menudo cuerpecito.
Mi hermanita pequeña, enamorada hasta las trancas, que
se iba a cumplir sus sueños con su novio al lado.
Le acaricié la mejilla con el dorso de la mano, y ella
instintivamente inclinó la cabeza para pegarla más a mí.
-He estado con Mary la última hora-dijo. Yo asentí.
-Te va a echar de menos.
-Y yo a ella-aseguró-. Me dijo que se dejaría la paga
llamando para votarme. No os va a dar tregua.
-Me alegro de que sea así.
-Hablamos muchísimo-susurró.
-Ya me imagino, El.
Es lo que haces con tus amigos: hablas.
-Me contó cómo nos mirabas. Lo vio. Cuando Scott
volvió al instituto-susurró-. Me dijo que lo hacías como si estuvieras viendo
un oso panda.
-Es que tú eres más bien pálida en invierno, y Scott
es de color café-bromeé. Eleanor volvió a reírse.
-Me gusta muchísimo, Tommy.
-Ya lo sé.
-Y yo a él.
-También lo sé. No me va dando puñetazos por cualquier
chica, ¿sabes?-dije. Ella soltó una suave risa entre dientes.
-Jamás pensé que se pudiera ser tan feliz.
-Joder, El, ¡pero si has pasado sólo una tarde con él!
¿Qué hay, entonces, de ese fin de semana que pasasteis juntos?
-No lo digo por eso, tonto-susurró, frotándose las
mejillas-. Lo digo porque tú piensas que yo soy buena para él. Él es bueno para
mí, siempre lo hemos sabido, pero… el hecho de que creas que yo me merezco a
Scott…
-Te mereces el mundo, princesa-le dije, me salió solo
llamarla así. Podría achacarlo a que era porque se lo había llamado bastante a
Layla, pero lo cierto era que lo habría hecho aun estando Layla a mil
kilómetros de distancia. Era una princesita, era mi princesita, y me odiaba a mí mismo por haber impedido que
brillara de esa forma durante tanto tiempo.
Pero ya no importaba, les había hecho más fuertes.
-Tú también, T. No me extraña que Layla te adore. O
Diana. O Astrid y Dan. O todos tus amigos. No me extraña que Scott lo haga.
-Por la cuenta que le trae-me reí, y ella también.
-¡Dale un respiro!-me dio un golpe en el brazo-. Es un
trocito de mazapán, tú lo sabes.
-Puede, pero, por esa regla de tres, yo le tengo
alergia a las almendras.
-Un mazapán es mucho más que almendras.
Le di un beso en la frente.
-No sabes lo que me alegra verte así de contenta.
-¿Por qué no debería estarlo? Dentro de poco tengo la
audición al concurso, mis amigas ya están planeando el verano, tengo un novio
al que quiero con locura y que él me quiere a mí, y por fin mi hermano parece
que va a hacer algo con su vida.
-Yo siempre iba a hacer algo con mi vida, El-respondí.
Ella se incorporó, me acarició los hombros.
-Ya, bueno, yo sólo… estaba un poco preocupada porque
te veía algo perdido. Por La Que No Debe Ser Nombrada. Pero eso se acabó. Tú
estás bien, yo estoy bien, Scott está bien… ¡incluso Mary está bien!
-¿Por bien
quieres decir enamorada?
Eleanor se echó a reír.
-¿No son lo mismo?
Me dio un beso en la nariz y saltó de la cama antes de
que yo pudiera responder. La escuché correr por el pasillo en dirección al piso
inferior, casi dando brincos por las escaleras, como si fuese el mismísimo
Bambi. Sonó el timbre y mamá abrió, la escuché hablar con una chica mientras
paseaban por el salón, una en dirección a la cocina.
-¿Ya ha llegado?
-Hará como media hora-respondió mi madre-. Estoy con
la cena, Didi, ¿quieres ayudarme?
-Creo que voy a pasar un tiempo con él-respondió mi
americana, subiendo las escaleras también de dos en dos y plantándose en mi
puerta con una sonrisa de oreja a oreja. Venía con vaqueros y un jersey, no con
su típica indumentaria del entrenamiento tan duro que había seguido desde que
la cogieron para Victoria’s Secret-. ¡Hola!-festejó, dejando las bolsas que
traía colgadas de los brazos en el suelo de mi habitación y acercándose a darme
un beso. Me sostuvo la cara entre sus manos y la noté sonreír mientras nuestras
bocas se saludaban. Me dio un mordisquito en el labio y soltó una suave risita.
No sé qué les pasaba a las mujeres de mi casa hoy: la
que menos entusiasmada había estado de verme había sido Astrid, y saltó de un
brinco nada más verme. Diana me acarició los hombros y sus ojos de selva
chispearon con amor.
-¿Qué tal con Layla?
Algo en mi interior me hizo tener cuidado, no sé por
qué. Diana no me había dado ninguna razón para ponerme en alerta, pero algo en
mi interior se revolvió de todos modos.
La mirada rara de Sherezade, ése había sido el
detonante.
Me la quedé mirando, sin saber muy bien qué hacer, qué
decir, qué callar.
-Bien-susurré, incorporándome un poco hasta quedar
apoyado sobre los hombros. Diana se sentó a mi lado en la cama y me acarició la
cara interna de un brazo.
-¿Habéis hecho algo?-preguntó en un tono que yo
confundí con aquel en el que me había hablado hacía escasas semanas, cuando las
únicas palabras que intercambiábamos el uno con el otro eran “¿quieres follar?”.
-No-dije después de una pausa demasiado larga en la
que ella habría podido leer perfectamente la verdad en mis ojos. Ojalá no se
diera cuenta de que sí que había hecho algo con ella, me había deshecho entre
sus dedos y había bebido de su placer.
-Aún-canturreó, levantándose y caminando (desfilando,
más bien) hacia sus bolsas-. Ven, te enseñaré lo que he comprado con las
chicas.
Me senté en la cama, los dedos de los pies tocando la
alfombra suave y remolona.
-¿Te encuentras bien, Didi?-quise saber. Cualquiera
diría que se había pasado por la piedra a un equipo de fútbol entero. No eran
normales esas hormonas que me traía, tan felices y dicharacheras. Estaba
acostumbrada a verla feliz, pero con un tipo de felicidad diferente: el sosiego
calmado que mi cuerpo provocaba en el suyo, el chisporroteo de las estrellas
cuando entraba en ella, la dicha tranquila de nuestros sudores mezclándose.
Ella acariciándome la espalda y diciéndome que me quería, en su idioma y en el
de mi madre, mientras nuestros cuerpos seguían unidos, sus piernas alrededor de
mis caderas y mis manos en sus glúteos, adorándola.
Era una gatita cuando estaba en la cama, una gatita
acurrucada en mi regazo que ronroneaba con cada caricia que yo le
proporcionaba.
Ahora, en cambio, parecía más bien una perrita
extasiada al llegar yo a casa después de una larguísima espera. Casi le costaba
mantenerse quieta en el mismo sitio.
Se apartó la melena rubia de la cara con una mano,
echándosela hacia atrás. Corrió hacia mí y me dio un beso en la mejilla, se
sentó sobre mis rodillas y me llenó de besos.
-Es que me muero de ganas de vivir con ella, y que vea
que no exagero respecto a ti, y de que podamos ser amigas, y de que nos lo
pasemos bien, y de que ella se cure, y estemos los tres juntos, y, ay-suspiró,
hundiendo su cara en mi cuello e inhalando mi aroma-, me hace tanta ilusión
todo…-jadeó, su aliento corrió por mi pecho, provocándome un escalofrío que me
recorrió todo el cuerpo.
-¿Qué te has tomado?-me reí, y ella también se rió.
-¡Nada! Simplemente estoy contenta. Hoy he salido con
las chicas, para quitarme un poco todas las preocupaciones de la cabeza-puso
los ojos en blanco y sacó la lengua-. Y nos lo hemos pasado súper bien. Hacía
que no me divertía tanto como… ¡¡siglos!! Y ahora yo también quiero estar con
un grupo de amigas, gente que me caiga bien y me entienda y a las que les pueda
contar mis cosas…
-A mí me puedes contar tus cosas-protesté. Ella me
miró.
-Está bien, Tommy, ¿también quieres que te critique
contigo cuando me hagas enfadar?-puso los brazos en jarras.
-Me adoras, tú nunca te cabreas conmigo-contesté.
Diana se echó a reír.
-Ya sabes a qué me refiero. Necesitaba una tarde de
chicas, ¿sabes? Para desconectar, pasármelo bien, poder ser de nuevo una chica
normal… estos días han sido muy intensos-dijo, y su voz se rompió. Se le
iluminaron los ojos, se inundó la selva que había en ellos. Se llevó una mano a
la nariz y parpadeó-, ya sabes, por lo de… Victoria, y eso…
-Siento que hayas tenido que sacrificarlo precisamente
ahora.
-Sí. Lo sé. Ha sido un poco duro… me han quitado de la
cuenta de Instagram. Todavía no he recibido el correo de confirmación, pero han
convocado un nuevo cásting, así que…-susurró. Yo le acaricié el costado-. Está
hecho. Estoy fuera. Pero bueno-se limpió las lágrimas con los dedos, como
hacían las actrices en las entrevistas cuando les preguntaban por su reciente
divorcio. No podían estropearse el maquillaje, pero tampoco conseguían
controlar sus lágrimas.
Me parecía una mierda, eso de ser mujer. Tener que
estar perfecta todo el tiempo, ponerte kilos y kilos de potingues en la cara, y
que luego tuvieras que ser sensible y te tuvieras que meter los dedos en los
ojos para evitar llorar, porque tenías que sentir y tenías que ser vulnerable
pero sin renunciar a tus ojos de gata y tus pestañas kilométricas.
-Ahora vienen otras oportunidades, ¿no? Puede que
incluso me guste, que cambie mis prioridades. Quizá algún día yo sueñe con un
Grammy.
Le aparté el pelo de la cara. Le di un mordisquito en
la boca y ella se echó a reír, triste. Me pasó los brazos por el cuello y yo
dejé que se aferrara a mí.
Yo sería su roca. Bien sabía dios que tenía
experiencia con eso.
-Son unos gilipollas. Si te han dicho adiós, son unos
gilipollas. Nadie te dice adiós sin arrepentirse-le aseguré. Sus hombros
temblaron. Estaba llorando, o por lo menos tratando de evitarlo. Le besé la
cabeza, le acaricié el pelo-. Haré que merezca la pena, Didi. Te lo juro. Irás
a ese programa y ellos te suplicarán que vuelvas y tú subirás la tarifa y les
exigirás mejores condiciones y ellos se postrarán ante ti y te besarán los pies
y accederán a todo lo que les pidas-le prometí, y ella se rió-. Sé que te hacía
ilusión desfilar, pero, ¡oye! Puedes hacerlo el año que viene. Incluso podrías
ser el invitado musical. Además, cuando estemos en el programa, no podremos
salir-razoné, y ella me miró, confusa-. Y casi mejor, porque si te piensas que
yo iba a dejar que tú desfilaras sin yo estar en la primera fila,
avergonzándote a base de silbar y llamarte guapa y chillar y ser básicamente tu
fan número uno, es que, nena-le aparté un mechón de pelo del hombro-, puede que
conozcas mi cuerpo, pero no conoces mi corazón.
Diana se echó a reír, esta vez con estrellitas de
lágrimas con otros sentimientos refulgiendo en sus ojos. Estos me gustaban más.
-Qué suerte tengo de tenerte, Tommy.
-Didi, suerte tienes de tener la cara que Dios te ha
dado, no de tenerme a tus pies.
Me dio un beso muy húmedo, de esos que hacen que te
empalmes a los dos segundos y que te corras a los cuatro. Su lengua bailó con
la mía y probó cada rincón de mi boca. Me comí su sonrisa, a punto estuve de
decirle a mi madre que no iba a cenar, que ya estaba lleno, cuando nos llamó.
Pero no lo hice. Seguimos besándonos, acariciándonos, sus brazos en mi cuello,
sus dedos en mi pelo, y mis manos en su cintura, recorriendo todas y cada una
de sus curvas.
-Ojalá me estrese un montón con el programa, porque
sólo pienso en una cosa cuando estoy tensa.
-Mm, ¿llevas tensa desde que llegaste, americana? Porque,
si no recuerdo mal, tardaste dos segundos en caer en mis redes.
-Es que odio que llames fútbol al soccer.
Dejé de besarla y empecé a bajar por su anatomía. Me
detuve en su escote más de lo habitual, mucho más de lo que se le permitía a un
amigo, pero los novios teníamos tarifa plana de besos en las tetas. Diana se
echó a reír, suspiró y gimió, y cada ruidito que hacía multiplicaba por mil mis
ganas de tenerla.
Al fuego latente de Layla de esa mañana se unió el
incendio que Diana me provocaba.
Pero tuvimos que bajar a cenar. Y nos sentamos en el
sofá a esperar a que Layla llegara, con lo que no podríamos haber hecho nada ni
aunque quisiéramos.
Scott trajo a Layla en coche, le piqué un poco
diciendo que no iba a ser capaz de arrancar sin que se le calara (cosa que no
consiguió, a lo que yo me reí y él me mandó a la mierda) y vi cómo se alejaba
mientras las chicas se saludaban, abrazándose y girando sobre sí mismas y
gritando y sonriendo y besándose. Yo me quedé en un discreto segundo plano.
Tanto, que cuando subieron a dormir, Diana le ofreció
a Layla su cama. Le dijo que dormirían juntas y yo estaría castigado, a lo que
protesté, pero ninguna de las dos me hizo caso. Remoloneé a posta para hacerles
ver que no me importaba, a ambas les di un piquito rápido antes de que
escalaran hacia la buhardilla y cerraran la trampilla. Le di un beso de buenas
noches a mi padre, otro a mi madre, otro a mi hermana, y dos a cada uno de mis
hermanos pequeñitos.
Les leí un cuento, les arropé y les di un beso en la frente.
A Dan le mordisqueé el moflete y a Ash le hice cosquillas. Estaba cerrando la
puerta cuando Dan preguntó:
-¿Por qué Diana tenía los ojos rojos a la hora de
cenar, Tommy?
-Es que está un poco plof-les confié-. Como se viene
al concurso, los de Victoria’s Secret se han puesto celosos y le han quitado
sus alas. Como si eso le fuera a impedir volar-añadí en voz más baja.
Ash estaba escandalizada.
-¡¿Diana ya no va a ser un ángel?!
-Ya lo es, tonta, sólo que no podemos verle las
alas-protestó Dan. Ash se quedó callada, meditando, mientras yo me mordía la
cara interna de la mejilla, intentando no sonreír-. Menudos cabrones.
Ahora sí que tuve que morderme para no echarme a reír
ante la indignación de mi hermano pequeño. Se suponía que debía evitar que
dijeran palabrotas, pero, ¿cómo pedirle que retirara eso cuando estaba
totalmente de acuerdo?
-Dan-advertí.
-Qué hijos de puta-respondió Astrid, y yo me la quedé
mirando, sin saber qué hacer tampoco. Tenía razón, la chiquilla, pero tenía
ocho años, no podía ir llamando hija de puta a la gente así porque sí.
-¡Astrid! ¿Te parece que es manera de hablar para una
señorita?
-Son unos hijos de puta-asintió Dan.
-¡Vale ya, los dos! Esa lengua. Voy a ir a por el
jabón.
-Tú dices “hijo de puta” todo el rato-se quejaron-.
Incluso se lo llamas a Scott.
-Pero es que yo soy mayor. Venga. A dormir. Apagad las
luces.
Dan apagó la luz de su mesilla de noche, pero Astrid
no.
-¿Diana está muy disgustada?
-Se le pasará-le dije. Puso cara larga y yo me reí-.
Apaga la luz, Ash.
La niña obedeció, se giró sobre un costado y metió las
manos por debajo de la almohada antes de decidir:
-Mañana vamos a tirarles huevos.
Dan asintió con la cabeza, entusiasmado.
-¡Huevos podres!
-A dormir, conspiradores-les insté, apagando la luz.
Me metí en mi habitación, me puse el pijama (y se me hizo muy raro, teniendo en
cuenta que hacía un montón que no dormía con él, pues llevaba casi dos semanas
durmiendo con Scott o con Diana) y me tumbé en la cama. Le abrí conversación a
Scott; tal conjura merecía un comentario de, mínimo, un cuarto de hora. Scott
se echó a reír en su casa y elucubró con que, si se filtraba la información,
Diana recuperaría sus alas en un santiamén.
-No creo que sea así como quiere que se hagan las
cosas. La gente dudaría de que lo hubiera conseguido por sus propios medios.
-Estoy seguro de que la gente ya duda de que todo lo
que consiga Diana sea por sus propios medios-tecleó S-, así que, ¿por qué no
aprovecharse de esto?
-Esto es diferente.
-ñe.
-Scott-escribí en un mensaje separado, para que viera
que iba en serio-. Prométeme que no vas a hacer nada por entrometerte en la
carrera de Diana. Bastante ha hecho ya por nosotros, bastante nos hemos metido,
como para que encima ahora le hagamos una cosa así.
-Está bien, está bien, T. Pero eres un aguafiestas.
-No me lo has prometido.
Un emoticono suspirando.
-Te lo prometo, T.
-Bien.
-Eso sí-añadió-, ya sabes que se me suele ir mucho la
lengua, y que no puedo controlarme delante de las cámaras…
-Nunca has estado delante de las cámaras, fantasma.
-… así que, si al final desvelo los macabros planes de
Victoria’s Secret para sabotear la carrera de tu novia rubia, no me puedes
culpar. Son daños colaterales a ser como soy-un lacasito con gafas de sol,
evidentemente. Le mandé un corte de manga y nos estuvimos insultando hasta que
me apareció una notificación de mi granja. Las calabazas estaban listas para
cosecharse. Continuamos hablando de cómo había ido el día, le pregunté qué tal
había estado con Eleanor y me dijo que me contaría todo con pelos y señales si
era lo que yo quería (en parte sí y en parte no), me preguntó por Layla y yo le
conté todo con pelos y señales, porque no había conflicto de intereses y Scott
debía conocer los detalles de mi imponente caballerosidad, y…
… y me sentía muy orgulloso de cómo me había parado a
pesar de todas las ganas que me habían invadido, a pesar de que todo en Layla
me llamaba y yo quería celebrar nuestra relación uniendo por fin nuestros
cuerpos.
Alardeé de mi duración en la sesión masturbatoria y de
lo bien que pareció pasárselo ella cuando metí la lengua entre sus pliegues (no
los llamé pliegues con él, pero es que los tíos nos ponemos muy burros cuando
estamos hablando con nuestros amigos, y si es de noche ya ni te cuento). Sembré
berenjenas mientras Scott me grababa una nota de voz y la escuché poniendo a
punto mi aldea guerrera; S me mandó una petición de vidas para el Candy Crush y
me envió recursos a la aldea mientras yo grababa otra.
Estaba en plena grabación cuando me apareció una
notificación, de la misma aplicación de mensajes. La cara de Layla sonreía con
felicidad, en una foto nueva, en la que se le veía ya el flequillo, en el
centro de un arco con flores de hibisco azules y rosas. Estaba con una amiga a
la que el círculo de la aplicación había cortado media cara.
La palabra era sencilla, una invitación, una instancia
en toda regla a que hiciera lo que tenía ganas de hacer, por otro lado.
-Sube.
-He perdido el hilo-dije tras unos diez segundos de
silencio en los que observé el mensaje aparecer y desaparecer en la parte
superior de mi pantalla, segundos de silencio que se verían reflejados como una
línea plana, inexistente, en el bajo del recuadro del mensaje-. Es que Layla me
acaba de mandar un mensaje diciendo que suba.
-Menos mal-escribió a toda velocidad Scott mientras yo
me comía la cabeza pensando en si debería ir sin camiseta, o tal cual estaba, o
en calzoncillos, o si sería demasiado, o si debería esperar un poco a que se me
pasaran esos pensamientos de “dos chicas y un chico son el trío perfecto” que
amenazaban con destruir la estabilidad de mis pantalones-. Porque hace como
diez minutos que Eleanor me ha mandado una foto, y como sea una en tetas ya te
puedes preparar por estar retrasándome.
-Es de su fruta prohibida-le pinché-. Te estaba
poniendo a prueba, para ver a quién querías más. Has aprobado.
-Hazme un favor, Tommy. Cómeme los huevos y después
vete a la mierda.
-Adiós-me despedí, con un millón de signos de
exclamación.
-Qué injusta es la vida-un emoticono enfadado-, tú
ahí, a punto de dormir con dos tías, una de las cuales es modelo, y yo aquí, jugando al Candy Crush porque mi novia no me da
bola y mi hermana pequeña tiene su puñetera musiquita a tope a las tantas de la
noche.
-No te respeta nadie en esa casa, S, yo de ti me
metería en cintura.
-No me respeta nadie,
que no es lo mismo. Un consejo para los tríos, bribón: quédate tumbado
abajo y que la más guapa sea la que se siente en tu cara. Así duras más con las
dos.
-No vamos a hacer nada, ¿eres gilipollas?
-Eso decimos todos, T. Sólo la puntita. Pero, si se
descuidan…-un emoticono de gafas de sol otra vez. Me eché a reír.
-¿Eso te funciona con Eleanor? Lo de meterla y ver si
cuela, digo.
-Es imposible que yo haga eso con tu hermana, la tía
tiene una libido que ni combinando la tuya, la mía y la de Alec conseguiríamos
equipararla.
Grabé un audio con mis carcajadas y le di las buenas
noches, le recordé que había que tener papel higiénico cerca cuando las cosas
se ponían interesantes de noche, abrí el mensaje de Layla y respondí con un
conciso “voy”.
Al final me quedé como estaba. Encendí la linterna del
móvil y me desplacé en silencio hacia la habitación de Diana; estaba tan
acostumbrado a ese trayecto nocturno que los pies ya no me hacían ningún tipo
de sonido. No había duda en mi andar. Di un tirón seco pero cauteloso de la
trampilla, como si tuviera algo que ocultar ahora que mis padres sabían que
Diana y yo estábamos juntos, agarré las escaleras que ascendían hacia la
penumbra iluminada por la luna, las deposité despacio en el suelo y empecé a
ascender.
Layla levantó un poco la cabeza, que tenía apoyada
sobre la almohada. Sentí, más que vi, su sonrisa cuando todo mi busto apareció
por la trampilla. Una respiración sosegada borraba el silencio que podría haber
reinado en la habitación. Diana dormía sobre su vientre, tirada sobre la cama
que había hecho suya al segundo de llegar, la melena rubia brillando ahora con
tonos plateados alrededor de su cara.
Algo dentro de mí, no sabría decir qué, me dijo que
Diana llevaba puesta una camiseta mía y nada más. Que se encogía sobre sí misma
porque se había negado a ponerse un pijama más gordito, a pesar de que no iba a
estar con ella y Layla no le iba a dar tanto calor como yo.
Layla se incorporó un poco, se pegó a ella, le apartó
el pelo de la cara y abrió las mantas para que yo entrara en la cama. Me sonrió
con calidez e ilusión, la típica sonrisa de la madre que espera pacientemente a
que su marido termine de lavarse los dientes y poder dormir por fin, con él y
con su hija.
Miré a Diana. Su pecho subía y bajaba, haciendo que el
brillo de su pelo danzara a la luz de las estrellas.
-¿No podías dormir?
Layla negó con la cabeza. No es eso.
-Quería que
vinieras con nosotras.
-Pero… ¿y Diana?
Ella la miró. Le acarició el pelo de nuevo,
apartándole nuevos mechones que parecían tener vida propia. No hagas eso, estuve a punto de decirle,
incluso estiré la mano para hacerlo; se
despierta muy fácilmente, especialmente cuando le tocan el pelo.
Pero Layla siguió acariciándola y Diana no se
despertó.
-Duerme como un bebé, que Dios la bendiga-susurró en
tono lleno de adoración. Cualquiera diría que no eran, si no madre e hija, por
lo menos hermana mayor y hermana pequeña.
Cualquiera diría que no compartían al mismo hombre.
-La voy a despertar-dije-. Será mejor que me vaya,
antes de que…
-¿Por qué tienes miedo?-inquirió Layla, una ceja
alzada y perdida dentro de su flequillo. Me mordí el labio.
-No tengo miedo-respondí. Pero sí que había algo dentro
de mí que me decía que no debía hacer aquello. Que mejor me iba a mi cama y me
dormía allí tranquilito, solo y sin molestar a nadie.
Es curioso cómo todo tu cuerpo te pide a gritos un
trío, pero luego rechaza la idea de dormir inocentemente en la misma cama con
dos chicas, especialmente cuando esas dos chicas son tus novias.
-Sí que lo tienes-respondió Layla, cogiéndome la mano
y dándome un beso en la muñeca-. Pero no te preocupes. No estás haciendo nada
malo. Eres tan bueno con nosotras…
-No voy a hacer nada, no con Diana así-informé. Layla
se echó a reír en silencio, negó con la cabeza.
-¿No lo entiendes, Tommy? No te he llamado porque me
ponga hacerlo en la misma cama en que Diana duerme. Te he llamado porque,
quizá, durmamos así. Porque sabía que reaccionarías así-explicó. Yo fruncí el
ceño-. Te he llamado porque quiero que te metas en la cabecita que no estamos
haciendo nada malo, y porque quiero que recuerdes lo bien que se siente dormir
con nosotras dos cuando todo el mundo se nos eche encima diciendo que lo que
estamos haciendo es malo.
Me la quedé mirando.
-No lo es-me besó los nudillos, tiró un poco de mí y
mis rodillas tocaron el borde de la cama-. Esto nos ha salvado. A las dos. Tú
nos has salvado, Tommy. No dejes que nadie te diga que lo que estás haciendo
está mal. Que lo feo no es amar a dos chicas, sino odiar al amor.
La observé bien, viéndola por primera vez. Tendría
cicatrices, pero porque era una guerrera. Estaría rota, pero porque había
sobrevivido.
Lloraría, pero porque antes había reído.
Me incliné y le di un beso. Layla sonrió, tiró un poco
más de mí, me hizo espacio para que me tumbara con ellas en la cama y me
acarició el pecho mientras lo hacía. Sus dedos ardían en mi piel a pesar de que
tenía la camiseta por en medio. Cuando mi cuerpo tocó el de Diana, y ella se
revolvió en sueños, y abrió un ojo ligeramente, un torrente de energía me
atravesó de la cabeza a los pies.
Era la misma energía que me atravesaba cuando llevaba
tiempo sin ver a Scott y por fin nos teníamos delante y podíamos abrazarnos y
no soltarnos y hacernos de rabiar y toquetearnos la cara como confirmando que
el otro era de verdad, el auténtico, y no un impostor.
Felicidad.
-¿Tommy?-inquirió Diana, en brazos de Morfeo, acunada
por el encargado de los sueños y estirando una mano en mi dirección para que la
alcanzara. Le acaricié la mejilla.
-T va a dormir con nosotras, Didi, ¿te parece bien?
-Te he echado de menos-susurró. Se pegó un poco más a
mí y volvió a quedarse dormida. Suspiró con satisfacción mientras Layla se
acomodaba a mi lado. Me estaba dejando en medio de las dos. No quería
monopolizarme.
Qué buena era, qué noble. Dudaba de que yo pudiera
hacer algo así.
Depositó con delicadeza su cabeza sobre la almohada y
me miró con una sonrisa. Me dio un beso en la mejilla.
-Lay…-susurré. Ella negó con la cabeza.
-Para un amor que encuentro que no me duele querer,
déjame disfrutarlo, Tommy-me pidió. Esta vez fui yo la que le dio un beso, pero
en los labios, besando sus palabras y a la vez su boca. Íbamos por el buen
camino.
-Gracias-le dije. Me gustaba esa sensación, de la mano
de Diana en mi pecho, como siempre, y la de Layla en mi cintura, no tan como
siempre. De oler el perfume de Diana mientras miraba a Layla, de sentir el
calor de los cuerpos de las dos.
Podría acostumbrarme, me encantaría acostumbrarme,
joder, incluso me acostumbraría.
Layla cerró los ojos, también se quedó dormida, y yo
no tardaría en hacerlo, no sin antes rememorar lo que ella me había dicho,
grabándomelo a fuego en la memoria. Esto
nos ha salvado, a las dos.
No, nos ha salvado
a los tres.
Tú nos has salvado.
No, vosotras me
habéis salvado a mí.
Sonreí a la oscuridad. Quiero que recuerdes lo bien que se siente dormir con nosotras dos
cuando todo el mundo se nos eche encima diciendo que lo que estamos haciendo es
malo.
Mis chicas. Sus
alientos en mi piel. Sus manos en mi pecho. Sus melenas sobre mis hombros. Su
calor alimentándome. Su olor embriagándome. Su respiración acompasada
acunándome.
-Lo recordaré.
El tercer capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré❤
Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads❤, te estaré súper agradecida.😍
PERO QUE ME MUERO DE AMOOOOOR!!!!
ResponderEliminarVamos a empezar por el hecho de que ya tenía mono de CTS y que necesitaba un nuevo capítulo cuanto antes Y NO PODÍA FALTAR SIENDO 11!!
Me ha parecido muy tierna la comprensión de Sher por la situación de Layla y que este tan preocupada por ayudarla...aunque me he tenido que descojonar cuando Tommy le da el dinero y después le cuentan lo del cuerpo de Chris a lo CSI jajajajajaja no dan mas de sí.
PERO VAMOS A LO IMPORTANTE: ese final, esa proposición de Lay para que Tommy duerma con ellas, las palabras de Layla QUE POCO VALORADA ESTÁ CON LO BUENA QUE ES. PERO SI ES MÁS TIERNA QUE UN BIZCOCHO JOEEER
Pd: podemos hablar del momento Dan y Astrid diciendo palabrotas por la indignación ME REPRESENTAN
Pd2: que tal el viaje? CUEBTA CUENTA
Siento haber tardado tanto en subir, quería haber puesto este el 2 o 3 y programar otro para el 11 pero estuve un poco desmotivada y no podía escribir algo malo sólo por cubrir la papeleta ☺
EliminarEn los anteriores Sher ha estado súper jefa, manteniendo las distancias y comportándose como una leona, pero en el fondo todos sabemos que es una bizcocha y una madraza que quiere cuidar a toda costa (aunque sus hijos sean subnormales).
UF si te soy sincera el final fue bastante improvisado, cunado estaba escribiendo pensé "¿por qué no?" y seguí mi instinto. Me encanta que me den estas inspiraciones, porque fue así como creé a Sceleanor, entre otras cosas ☺
pd: LOS PEQUES SACAN LAS GARRAS
pd2: bastante bien, cansado y me harté de mi madre pero no me quejo, gracias por preguntar Ari ☺
DIOS MIO VOY A LLORAR. PERO QUE CAPITULO TAN BONITO. QUE BONITO ES TOMMY. QUE BONITA ES LAYLA. QUE BONITOS SON TODOS JOEEE.
ResponderEliminarYo intento no emocionarme y chillar según voy leyendo pero es que me es imposible, I-M-P-O-S-I-B-L-E. Con Sherezade me he cagado un poco la verdad, me pense que le iba a pegar una colleja a cada uno por quemar el cuerpo JAAJAJA. Pero no, ha hecho su papel de abogada y no de madre.
Ahora hablemos del momento de Tommy y Eleanos. COMO PUEDEN SER TAN BONITOS DIOS MIO. SON LOS MEJORES HERMANOS DEL MUNDO. SON PRECIOSO. CUANDO SE ABRAZAN Y SE HACEN COSQUILLAS ES LO MEJOR DEL MUNDO.
PERO ES QUE LUEGO ESTA TOMMY Y SCOTT HABLANDO POR EL MOVIL QUE ME DAN MAS GANAS DE LLORAR. EN SERIO ERIKA POR QUE ME HACES ESTO.
Y EL MOMENTO DE DAN Y ASTRID DICIENDO PALABROTAS MIRA LO QUE ME HE REIDO. ES QUE NOS HA REPRESENTADO A TODAS AJJAJAJA.
Y LUEGO DIANA LAYLA Y TOMMY DURMIENDO JUNTOS. VOY A DECIR ALGO INESPERADO: MADRE MIA. Ahi si que me he muerto de amor de ternura y de todo. Mira que yo no creo en el amor ni en nada de eso pero es que con Tommy me dan ganas de tener novio y es muy raro JAJAJAJA. Y luego esta Scott que ay. Si existiese un hombre que fuese una mezcla entre Tommy y Scott me casaría con el sin dudarlo.
Bueno ya basta de fangirlear jajajaja.
Por cierto, perdón por no comentar en el anterior capitulo ni en el de Sabrae pero es que no tuve tiempo :((((( tkm.
-Patricia
PD: SIGO ESPERANDO QUE DIGAS LO DE DIANA. Y SÍ, SE QUE EL CAPITULO NI LO NARRABA ELLA PERO ES QUE JODER ERIKA. JODER. ERES CAPAZ DE DECIRLO CUANDO ESTÉN EN EL CONCURSO. DE HECHO, APUESTO A QUE LO VAS A DECIR CUANDO ESTEN EN EL CONCURSO
AY PATRI DE VERDAD TE COMO LA CARA QUÉ COMENTARIO MÁS LARGO HE CHILLADO AL VERLO
EliminarSher debería pegarles un bofetón por hacer cosas sin consultarla pero es que ya está tan acostumbrada a que Scommy vayan por libre que su vida es un constante ¯\_(ツ)_/¯ pues a currar porque he parido a dos GILIPOLLAS y no me queda otra, menos mal que soy lista ¯\_(ツ)_/¯
el momento Scommy era tan necesario es que imagínatelos mandándose notas de voz vacilándose el uno al otro no puedo con la vida en estos momentos
y los pequeños defendiendo a Diana a muerte cómo se nota que la americana ya es de la familia ay
SON MÁS CUQUIS DE VERDAD APRECIEMOS MÁS A DILAYMMY EN SERIO (me acabo de inventar el nombre del ship pero me ha quedado muy cuqui *.⋆( ˘̴͈́ ॢ꒵ॢ ˘̴͈̀ )] yyo estoy IGUAL QUE TÚ o sea quiero tener novio o novia para hacer esas cosas con él pero es que no me atrae nadie de esa manera uf (probablemente porque no existe el Scommy que tú mencionas pero ay)
No pasa nada corazón, te eché de menos pero me imaginaba que estabas liada, lo que cuenta es que ahora has comentado, muchas gracias ♥
PD: VOY A TARDAR EN DECIRLO PORQUE SOY UNA PERRA MALA AHJAJAJAJAJAJAJA MANTENIENDO LA TENSIÓN HASTA EL FINAL
UN CAPÍTULO PRECIOSO ❤
ResponderEliminarLayla, Tommy y Diana durmiendo juntos me ha robado el corazón, se merecen todo lo bueno los tres. Y Layla es amor en estado puro, me alegra mucho ver cómo recupera la felicidad ❤
Qué tensión cuando estaban en el despacho de Sher, y me ha encantado la jugada de Tommy qué haríamos sin él.
- Ana
GRACIAS ANA AY TE COMO LA CARA
EliminarDilaymmy rise totalmente, son unos bizcochos no puedo esperar a que en Inglaterra se legalice el matrimonio entre 3 personas y ellos se casen
Y mención especial a Thomas Louis Tomlinson por ocurrírsele lo del secreto profesional, ay mi hijo si en el fondo me ha salido listo y todo <3