sábado, 15 de julio de 2017

Es mi hermana, no un Big Mac.

Layla.
El tren desacelera. Los edificios dejan de emborronarse y cobran nitidez. Ya no son manchas que perturban el paisaje, sino que se convierten en el paisaje, en las vistas de la ventana. Los pasajeros empiezan a recoger sus cosas.
               Paso más páginas de la revista que Diana me ha prestado. Es lo único que he sacado de mi bolso, y puedo permitirme llevarla en la mano.
               Es viernes. Mis padres no me esperan. Pretendo darles una sorpresa.
               Algunas madres ya se levantan, combatiendo con sus hijos. A una se le cae un muñequito de peluche y yo se lo tiendo directamente a su hijo, que se pone colorado y se aferra a las faldas de su madre, de repente tímido, a pesar de que ha pasado todo el viaje dando la lata.
               No a mí, claro está. Adoro a los niños, y no pueden molestarme ni aunque no tuviera una revista llena de tachones y anotaciones por todas partes. Me pareció curioso el afán de corrección de Diana; apenas había una página intacta, todas tenían el tatuaje de algún pensamiento hecho a bolígrafo de tinta negra.
               -Gracias-me dice su madre, acomodando a su hijo sobre su pecho y tirando de sus maletas. Me ofrezco a ayudarla, pero llega su marido y me da las gracias por los dos por mi oferta. Se bajan en esta parada. Me despido del niño con una sonrisa y él hunde la cara en la melena castaña de la madre, quien le da un beso y le acaricia la cabeza.
               Mis amigas dicen que se me dan bien los niños. Supongo que notan que me gustan y yo les gusto a ellos. Son criaturas adorables con las que tienes que tener sólo un poquito de paciencia.
               A cambio, te regalan el mundo. Yo, que tengo un hermano pequeño, lo sé.
               Y yo, que tengo un pretendiente aún más joven que mi hermano pequeño, también lo sé.
               La mañana en que me desperté con Tommy apenas podía creerme lo que acababa de suceder. Diana estaba despierta, mirando su móvil, y saludó con la mano para no hacer ruido y despertarlo a él, que tenía una expresión de paz en su rostro… le pellizqué la mejilla a la americana, que soltó una risita y se despidió con la mano cuando le dije que me iba a duchar, que tendría que pedir prestado un coche para poder ir a la universidad.
               Cuando volví, los dos estaban despiertos, retozando sobre las sábanas, riéndose y haciéndose cosquillas. Me dieron envidia y a la vez los adoré. Eran mis niños.
               Y Diana era mi compañera.
               -Justo a tiempo-celebró, arrancando la sábana para tapar su desnudez, patrocinada por nuestro chico-, tengo que ir a lavarme la cara.
               Tommy conservaba los pantalones del pijama. No es que le molestaran mucho. Casi llegó tarde al instituto por mi culpa.
               Yo casi llegué tarde a la universidad por querer estar con Dan.
               -¿Qué tal has dormido, Lay?-me preguntó con tono casual, como si no le doliera en el alma nuestra diferencia de edad.
               -Muy bien, ¿y tú, tesoro?
               -Bien-dijo, metiéndose una cucharada de cereales chocolateados en la boca. Me miró con ojos de cachorrito abandonado y añadió-: aunque puede que hubiera dormido mejor si hubieras venido a darme un beso a la cama.
               -Es que sabía que, si te iba a dar un beso, al final me quedaría durmiendo con Diana, y no contigo.
               -Con Diana y con Tommy-corrigió.
               -Sí, con Diana y con Tommy.
               -Porque Tommy es tu chico favorito, ¿a que sí? ¿Mi hermano es tu chico favorito del mundo mundial?
               -Por supuesto que no-respondí, acercándome a él y sentándome en la silla de al lado, que Louis había dejado libre-. Mi chico favorito del mundo mundial eres tú.
               Eri se rió, oculta tras sus rizos y el tazón de leche al que le estaba echando unas cucharadas de cacao. Dan dejó caer la cuchara de sopa en sus cereales, la boca tan abierta que se podría haber metido el puño dentro… de no ser anatómicamente imposible, claro.
               -¿Cómo es eso?
               -Es que estoy esperando a que se me pase la timidez contigo-expliqué-. Y a que tú crezcas un poco.
               -¡Soy el más alto de la clase!
               -Está bien, pero, ¿eres el más alto del cole?
               Dan sacudió la cabeza, yo le di un beso en la frente, y con eso le hice el día.
               -En dos años, cuando seas el más alto del cole, dejaré a tu hermano y saldremos juntos, ¿te parece?
               Y ahí estaba. La sonrisa de niño pequeño, de “tengo todo lo bueno del mundo concentrado en mi interior”. La misma sonrisa de mi hermano cada vez que volvía a casa. Esa ilusión infantil que el resto nos terminaba robando. Nos apresurábamos tanto en crecer, que no nos dábamos cuenta de que, al hacerlo, dejábamos atrás lo más importante que teníamos: nuestra inocencia.
               -¡Sí!

               -¿Y qué pasa con Duna?-quiso saber Astrid, entrecerrando los ojos. Dan se volvió hacia ella. Se le enrojecieron hasta las orejas. Su madre alzó las cejas, mera espectadora de una comedia a la que nunca se cansaba de asistir.
               -Puede que ese sea el trato que tenga con Alec. Sabrae no era la más alta de su clase, pero ya no está en el cole-meditó. Yo me eché a reír, les di un beso y me marché. Cogí mis cosas y me fui a clase. Volví de tarde a dejar el coche y a que Diana me prestara sus revistas, y me encontré con Tommy, que me esperaba con las manos en los bolsillos, y me preguntó:
               -¿Qué es eso de que cuando mi hermano llegue al instituto, me vas a dejar por él?
               -Es que es un poco rubito, Tommy.
               -Pero yo tengo los ojos azules-protestó.
               -Sí, pero no eres rubito-respondí. Diana se pasó una mano por el pelo y asintió con la cabeza. Tommy alzó las manos.
               -Está bien, como quieras. Tú-le dijo a su hermano-, ya la puedes tratar bien.
               -No, la puedes tratar bien-protestó Dan.
               Ésa era otra cosa que me encantaba de los niños. Su ferocidad defendiendo a quienes querían era envidiable.
               -¡Layla!-grita mi hermano cuando me reconoce esperando a la puerta del instituto. La mayoría de los padres que se consideran guays no esperan junto a la puerta, sino que dejan pasar a sus hijos la calle en soledad. Yo soy más bien la típica madre protectora que recoge a su hijito en la puerta del cole, le da un beso en la cabeza, le acaricia los hombros, le coge la mochila y se la carga al hombro.
               Pero Rob no me lo permite. Corre hacia mí, impacta contra mi cuerpo. Me abraza con fuerza y su frente llega un poco más arriba de lo que yo estoy acostumbrada a que llegue. Caray, este chiquillo crece a razón de centímetro por día. Lo estrecho contra mí, inhalo el aroma que desprende su cuerpo. Me gusta cómo huele su pelo, a casa, a papá. A estar a salvo.
               Y todo porque los dos usan el mismo champú.
               Le revuelvo el pelo, le pellizco una mejilla.
               -¿Me has echado de menos, renacuajo?
               -¡Claro! ¡Has vuelto pronto!-festeja, y yo sonrío ante su vitalidad. Me pregunto cuánto tiempo más va a conservar esa ilusión porque su hermana mayor vuelva antes de tiempo-. Espera… ¿papá y mamá lo sabían?
               Alzo las cejas.
               -¿Por qué iban a saberlo?
               Rob me sonríe, su media sonrisa de niño bueno que no ha roto un plato en su vida. Esa sonrisa que es tan típica de un chico cuando la chica que le gusta se para a hablar con él, y le toma un poco el pelo para que ella se fije en él. Me pregunto si Rob ya tendrá a esa persona especial en su vida.
               Me llevo la mano a la frente y me doy un golpecito con la palma.
               -¡Cierto! ¡Claro! ¡Mañana es tu cumpleaños!-trueno, y él asiente, se echa a reír, aliviado. Pero, ¿cómo podría olvidárseme el aniversario del mejor día de mi vida?
               Le revuelvo el pelo, él me abraza la cintura y se pone de puntillas para tratar de darme un beso. Algo en mí me dice que llegará a ser más alto que yo. Conozco a varios chicos a los que les daría rabia no llegar a mi estatura, pero que mi hermano me supere.
               Sólo espero que no deje el baloncesto.
               Vamos caminando por la calle tan pegados que en un par de ocasiones nos damos un empujón sin querer el uno al otro. Y nos reímos. Rob me da la mano, nada preocupado por hacerse el guay y porque se supone que darte la mano con tu hermana mayor no entre dentro de ese estándar de calidad, y me habla de sus clases. Me pregunta por las mías, por un millón de cosas. Incluso pretende que diagnostique a varios de sus amigos sólo con su descripción de sus síntomas. No le importa que esté en primero de carrera, ni que hasta un médico veterano necesite estar con sus pacientes para identificar su enfermedad. Yo lo puedo todo, en lo que respecta a Rob.
               Espero estar a la altura.
               Me llevo el índice a los labios para que no diga nada cuando mete las llaves de casa en la cerradura. Él asiente y sonríe. Le cojo la mochila, me la cargo al hombro, él coge mi bolsa de viaje y camina por nuestra casa, haciendo lo posible porque papá le escuche subir.
               A pesar de la música, del ruido de la comida haciéndose y de los bailes que se pega papá de un lado a otro, literal y metafóricamente, escucha los pisotones de mi hermano, y sin darse la vuelta ni alzar la vista de la olla en la que está revolviendo con una cuchara de madera, le regaña:
               -¿No vienes a saludar, Rob? ¿Es que ya eres demasiado mayor para darle un beso a tu padre?
               Dejo la mochila de Rob sobre la barra americana de forma sonora, lo bastante como para que mi padre se pregunte cómo mi hermanito del alma puede estar en dos sitios a la vez. Él es mágico, pero no tanto.
               -¿Y tú a tu hija?-inquiero. Papá se vuelve, sorprendido.
               -¡Lay!-celebra, se acerca a mí con los brazos abiertos y me estrecha entre ellos. Hundo la cara en su cuello e inspiro muy, muy fuerte. Quién sabe cuándo será la siguiente vez que pueda olerle así, quién sabe lo mucho que le echaré de menos.
               Se me empañan los ojos. No voy a llorar, me digo. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar.
               Papá se separa de mí, se sorprende un poco más al ver lo sensible que estoy. Me da un beso en la punta de la nariz y me pellizca suavemente la mejilla.
               -¿Qué pasa, mi amor?-me muerdo el labio-. ¿Tanto te alegras de verme?
               Sonrío, asiento con la cabeza y me siento frente a él, miro sus manos, llenas de tatuajes. Él se acomoda en los altos taburetes, me acaricia los nudillos tras coger mis manos, y me los besa.
               -Lay-susurra. En sus ojos hay una confianza y una admiración que espero que no pierda por lo que estoy a punto de decirle.
               -Te quiero muchísimo, papá-le confío. Él sonríe. Sus ojos chispean, como sólo pueden hacerlo cuando tus hijos te recuerdan sus sentimientos por ti. Vuelve a besarme los nudillos.
               -Lo sé, nenita-me dice-. Yo te quiero muchísimo más-me acaricia la mejilla y mis lágrimas se desbordan. Siento que voy a explotar de tantos sentimientos encontrados hay en mi pecho-. ¿Qué ocurre?
               -Tengo que decirte algo.
               -Te escucho.
               -No te enfades conmigo. Prométeme que no lo harás-ahora soy yo quien le coge las manos a él. Es curioso cómo un simple movimiento de dos traslada el poder de una persona a otra. De estar consolando, pasa a ser consolado. Sus gruesas cejas se levantan en un tono de sorpresa, su boca titila un segundo en un instante de preocupación. ¿Estoy embarazada?
               No, eso no. Aún no me ha venido la regla, pero no.
               -Y que mamá… que mamá tampoco se enfadará conmigo.
               -Claro que no, tesoro-papá me acaricia la cabeza-. ¿Qué es?
               Escucho a Rob bajar las escaleras, a nuestro encuentro. Me sorbo los mocos, me froto la mejilla y pienso por un instante que no es justo lo que estoy haciendo. No sólo les voy a quitar a mis padres el poder venir a verme cuando quieran, sino que estoy favoreciendo a papá en detrimento de mamá. Eso no se hace.
               Y, sin embargo, se me hace tan complicado dar marcha atrás…
               -Me voy a marchar.
               Rob se queda clavado en el sitio, a medio camino entre la cocina y el pasillo. Papá frunce el ceño, sin entender.
               -¿Cuándo?-es todo lo que le sale decir-. ¿Hoy? ¿Por eso has venido antes?
               -No, hoy no-me limpio las lágrimas-. En un par de semanas. Si todo sale bien, tardaré en volver.
               -¡Ah! ¿Vas a hacer voluntariado?-intenta mi padre, pero yo niego con la cabeza. Rob se acerca a nosotros. Su expresión es indescifrable, una máscara a través de la cual no se filtra lo traicionado que se siente.
               Pero yo conozco su corazón. Lo escuché muchísimo antes de verle la cara. Lo noté en mi pecho cuando lo cogí en brazos por primera vez. Lo oí cuando mamá estaba embarazadísima de él, y me dejaba acercar la oreja a su tripa y maravillarme porque ese acelerado latido era mi hermano.
               Estiro la mano en un acto reflejo, y me arrepiento apenas lo hago. Chris no me la cogía, o me la cogía demasiado fuerte. Nunca era lo que yo quería. Me vuelvo pequeña, niña y vulnerable, mientras mis dedos se abren.
               Pero Rob no es Chris.
               Rob me quiere. Rob es bueno y me coge la mano y me la aprieta y me hace sentir segura y en casa.
               Aunque es menor que yo, cuida de mí. Si le digo que estoy rota, vendrá corriendo hacia mí con las manos cargadas de esparadrapo, y no me dejará hasta que no haya dejado todas las piezas que ahora me componen bien unidas.
               -No-contesto. Papá asiente con la cabeza. No me presiona. No sabe qué me ha pasado este último año, pero sabe que no tiene que presionarme; que, si lo hace, me cerraré en banda y no diré nada. Me deja espacio para que yo me estire y eche a volar. Y lo hago. Como puedo. En un vuelo errático y lleno de turbulencias, pero por lo menos, es un vuelo-. Papá, voy a ir a un concurso. Uno de música.
               No sabe qué decir. Me odio un poco a mí misma al ver cómo lo descoloco. Estoy haciendo que la comida corra peligro de quemarse. Papá abre la boca, la cierra, la vuelve a abrir. En una vida que has conseguido manejando las palabras a tu antojo, no encontrar la idónea es tan frustrante como poco común.
               -Pero… ¿qué hay de la universidad?-quiere saber Rob. Yo noto cómo me enrojezco a cada segundo que pasa. Es como si los latidos de mi propio corazón propulsaran fuego por mis venas. Me arden tanto las mejillas que, de llevar gafas, se me empañarían.
               -Yo…-digo. No sé cómo explicarle a mi hermano que voy a dejar apartada un año la carrera por la que he estado luchando tanto tiempo por conseguir sólo por seguir a un chico. Justo lo que te enseñan en las pelis de Disney, precisamente lo que todo el mundo sabe que no hay que hacer: renunciar a tu vida por un chico.
               Pero es que… qué chico.
               ¿Cómo explicarle a mi hermano, quien todavía me cree en luto, que voy a dejar atrás todo lo que conozco y todo a lo que he aspirado, porque he encontrado a una persona que me hace feliz?
               ¿Cómo decirle a mi hermano que yo me provoqué mi propio luto, que maté para salvar mi vida, y ahora siento amor por otra persona cuando debería estar vacía?
               Estoy a punto de decir que es una locura, que no he pensado en la universidad, que he dado mi consentimiento sin pensar en las consecuencias, cuando papá me coge de la mano, haciendo que le vuelva a mirar a él.
               -Puedes volver otro año-me dice. Sus manos son cálidas y suaves y me sientan tan bien que todo en mi interior se recoloca. Mis moléculas se reorganizan. Mi vida ya no es tan desastrosa como parece, y entre las nubes se cuela un rayo de sol-. Si es lo que te gusta, te esperará, igual que hizo conmigo-papá me toca la mandíbula, la sostiene para mirarme y que no pueda escapar a su sonrisa-. Con el hijo de Zayn, ¿verdad que sí?
               Siento una llamada ancestral en mi interior. El hijo de Zayn. No es Scott, es el hijo de Zayn.
               Lo sabe.
               Lo esperaba.
               Casi lo anhelaba.
               -Sí-susurro. Rob parpadea, cavilando-. Y el de Louis-no puedo creerme que no diga su nombre, que lo reduzca a sólo un parentesco, pero es que es lo que es, es lo que somos.
               -Y la de Harry y el de Niall-concluye papá, con una media sonrisa divertida. Yo asiento con la cabeza. El fuego de mis mejillas se disipa un poco. La reacción de papá es como un hidroavión arrojando su carga sobre mí-. Una parte de mí siempre lo supo, ¿sabes? Que os pertenecíais los unos a los otros. Desde que nació Chad y estuvisteis los cinco por primera vez-me confía-. Era prácticamente imposible que esto no terminara sucediendo.
               -Pero… ¿por qué?
               -Por cómo estabais juntos, y cómo os criamos. No tienes familia sin intentar en algún momento hacer algo con ellos. Y todos sois familia. Zayn y Louis son mis hermanos, Niall y Harry también. Era cuestión de tiempo que os terminaseis juntando y buscando lo que vais a buscar.
               Rob me mira y me sonríe. Me pone una mano en el hombro y me lo masajea, yo le acaricio la mano con la que hace contacto.
               -Tenía muchísimas dudas. Aún las tengo-confieso. Papá asiente con la cabeza, se cruza de brazos.
               -Es normal. Pero vas a seguir adelante, porque eso es lo que quieres, ¿no es así?
               -Quiero las dos cosas. La universidad y el concurso. Ser médica y cantante. Los hospitales y los conciertos.
               -No tienes por qué renunciar a uno para poder tener lo otro. El día se puede dividir en muchas partes más pequeñas por algo, Lay.
               -Ya lo sabías-constato. Él asiente despacio.
               -Me lo imaginaba. Cuando dijiste que ibas a ir a Irlanda con los demás, no pude más que pensar en ello. Sois cinco, éramos cinco. Sois los mayores. Todos estáis en Inglaterra, sólo os faltaba el irlandés. Hace falta un poco de carisma irlandés en cada banda para que las cosas funcionen-sonríe de nuevo con esa sonrisa que en los chicos es tan atractiva y en los padres tan apacible, y Rob y yo nos reímos.
               Me quito un peso de encima cuando se lo digo a papá, tanto por cómo se lo toma él por cómo me lo tomo yo. Lo interpreto como un momento para dejar salir mis miedos y mis preocupaciones, y él me tranquiliza y me explica las cosas que yo no comprendo, me señala cosas en las que no he pensado aún. Habla con la voz de la experiencia y del padre orgulloso de su hija haga ella lo que haga, y cuando viene mamá, y le contamos lo que sucede, y ella no pone pegas, celebra que por fin ya no parezca tan triste como parecía últimamente, papá sonríe ante la frase con la que ella da concluida la ronda de consultas.
               -¿Crees que Louis tendrá libre el piso del centro? Deberíamos quedarnos allí a dormir los días que la nena actúe.
               Papá le da un beso en la sien, asiente con la cabeza, le acaricia la cintura y dice que lo consultará.
               Paso el mejor fin de semana de mi vida. Rob no me odia por casi eclipsar su cumpleaños. Nos pasamos todo el día juntos, aprovechando el tiempo que ya no nos queda, sembrando el caos en casa mientras nuestros padres ultiman detalles.
               Rob cancela sus planes con sus amigos, dice que irá a celebrar su cumpleaños otro día, cuando yo no esté en casa y no sienta que desperdicia una tarde estando lejos de mí. Yo le doy un beso y le digo que le quiero, él me contesta que más me vale, porque piensa dejar a la familia en bancarrota a base de llamar desde las cabinas de teléfonos de Londres para asegurarse de que yo gano.
               Termino llorando, de felicidad, de tristeza, y, sobre todo, de alivio. Porque visito sola el cementerio y ya no me carcome tanto la culpa, sólo es un pinchazo en el fondo de mi corazón.
               Porque puede que éste sea mi último fin de semana en Wolverhampton.
               Y, sobre todo, porque me alegro de tener una familia tan buena como la mía.

Chad.

Despedirme en el aeropuerto fue mucho más duro de lo que esperaba. Y eso que ya me había puesto en lo peor.
               Había pensado en pedirle a Aiden que me dijera adiós en el centro. En pedirle a Kiara que nos despidiéramos en mi casa.
               Por supuesto, no pude.
               Por supuesto, tampoco iban a consentir.
               Así que allí estaba, con el corazón en un puño. La maleta de cabina en una mano. El billete y el pasaporte, en la otra. Mirando cómo mi vuelo escalaba en la pantalla.
               Cuando llegué al aeropuerto, estaba en la segunda. Eso se debía a que mamá no había parado de llorar en casa. Había venido a dormir con papá y conmigo. Bueno, había dormido con papá. Yo había dormido en mi habitación. Y me había preparado el desayuno. Se había colgado de mi cuello cuando anuncié que me iba a terminar la maleta.
               Y casi se había metido conmigo en el baño cuando me fui a la ducha. Para cuando salí, papá y mamá estaban en mi habitación, revolviendo en mi maleta, uno, y el otro, en el armario.
               Se volvieron a la vez. Mamá volvió a echarse a llorar. Papá se acercó a mí. Me abrazó, hundió la cara en mi cuello, y me cogió de la mano. Mamá se limpió las lágrimas con la manga de la sudadera que había sacado de mi armario. Papá me depositó algo pequeñito en la mano. Era triangular, duro pero flexible.
               Una púa, su púa de la suerte.
               Me lo quedé mirando, y nos echamos a llorar los tres.
               Y por eso habíamos llegado tarde. Aiden había cogido el tren para ir al aeropuerto. Nosotros habíamos recogido a Kiara.
               Y ahora los tenía a los dos a mi lado, abrazados, con las manos entrelazadas igual que lo estaban sus brazos en sus cuerpos. Esperaba que se hicieran de apoyo. Deseaba que Kiara se sintiera tana gusto con Aiden como me había llegado a sentir yo. Después de reconciliarnos, estábamos mejor que nunca.
               Y justo ahora, me tenía que ir.
               Por la megafonía del aeropuerto se nos indicó a los señores pasajeros que era hora de empezar a embarcar en el avión. Mamá volvió a echarse a llorar, papá la abrazó, le dijo que no pasaba nada. Que volvería en una semana.
               No quería pensar en cómo nos pondríamos cuando me marchara definitivamente, cuando nos cogieran para el concurso… si es que nos cogían.
               ¿Cómo no van a cogernos? Somos los hijos de One Direction, había protestado Tommy cuando Diana preguntó cómo íbamos a hacer, cómo tendría que hacer yo para reunirme con todos. El inglés era quien defendía el plan a capa y espada, sin importar qué se le pusiera por delante. Había sido su idea y era el plan de escape para lo que había pasado con Scott.
               Me giré para mirar a mi familia, compuesta por mis dos padres, la hermana de otro color, y mi novio. Paseé los ojos por sus caras, intentando memorizarlas. Como si me fuera a la guerra y no a un concurso, a una hora en avión.
               Me sentía como si fuera a ir a la guerra. Me odiaba por esa sensación. De pérdida. De nostalgia. De abandono. Sentía una parte de mí resquebrajándose con cada segundo que pasaba. Cada golpecito del segundero de los relojes que abundaban en el aeropuerto era una puñalada en mi corazón.
               Pero tenía que irme. Había nacido para esto. Había dado mi palabra.
               Era el hijo de Niall Horan. Era el Príncipe de Irlanda. Tenía que luchar por mi país.
               Con un nudo inmenso en el estómago, que me debería haber hecho temer por mis cuerdas vocales y mi futuro como cantante, me acerqué a Aiden el primero. No sé si le dolió que le escogiera para decirle adiós antes, o si a los demás les pareció que él era más importante para mí. No era así.
               Kiara se separó un poco de nosotros, dándonos intimidad. Aiden abrió los brazos y yo me metí en ellos. Hundió su cara en mi cuello, sus manos en mi camisa, su nariz en mi pelo. Me dio un beso en el cuello, justo debajo de la oreja. Yo le di otro. Las lágrimas me escocían en los ojos, pero no podía llorar. No me lo iba a permitir.
               -Te quiero-le dije. Le noté sonreír, el duro e interesante tacto de sus dientes contra las venas y arterias que alimentaban ese cerebro que no dejaría de pensar en él.
               -Yo también te quiero-susurró. Volvió a besarme. Cerró los ojos y hundió su nariz en mi pelo, inhalando mi aroma, y yo hice lo mismo, me empapé de su colonia, me emborraché de su olor a hogar, a madera, a césped, a caricias furtivas por debajo de las sábanas y a sueños.
               Nos separamos. Nos miramos a los ojos. Nos inclinamos hacia el otro y nos besamos con lentitud. Queríamos detener el tiempo con nuestras lenguas, como si el tiempo no se acelerara cuando nuestras bocas se encontraran. Mi lengua bailó con la suya, le acarició las encías, los dientes, todo, mientras él hacía lo mismo.
               -Espérame-le pedí cuando nos separamos, con los alientos entrecortados, las mejillas coloradas.
               -No te enamores de otro-bromeó Aiden. Me eché a reír, él sonrío. Sus ojos chispearon con la promesa de un futuro con el que ahora mismo no podíamos permitirnos fantasear.
               Sólo Layla tenía los ojos marrones, me percaté mientras me perdía en los suyos. No dejaría de mirarla y pensar en Aiden cuando estuviera en Inglaterra. No dejaría nunca de evocarlo. Jamás.
               Era el turno de Kiara. Se repitió todo lo que pasó con Aiden, salvo los besos. Le dije que era mi hermana, ella me respondió que lo era de sangre. La cubrí de besos y la estreché con tanta fuerza que su espalda crujió. Kiara jadeó, yo también jadeé. No queríamos separarnos, pero era eso lo que íbamos a hacer.
               -Diles que tienes la piel delicada-me dijo mientras unos lagrimones del tamaño de Australia se deslizaban por sus mejillas de ébano. Yo sonreí, asintiendo, limpiándole las lágrimas con los pulgares mientras sostenía su preciosa y perfecta cara frente a mí. Porque no iba a perder un segundo mirando hacia otro lado ni permitiendo que ella lo hiciera-. Que no te echen nada con aluminio. Ni con espesante E347. Nada de metales. Y diles que no quieres productos con los que testen en animales-añadió.
               -Sí, K.
               -Te disgustas tanto cuando encontramos algo en lo que testan con animales… y que no se pasen con la base. Que no te pongan polvos compactos. Acuérdate de que eres palidito y necesitas un poco más de corrector para taparte las ojeras.
               -Kiara-pedí. Ella sollozó.
               -Chad-me respondió.
               -No van a poder cuidarme mejor de lo que me cuidas tú.
               Ella se colgó de mi cuello, me suplicó que no me fuera. Por un momento, pensé en dar la vuelta, no entrar. Canjear mi billete para otra persona, pasar su código de barras para que las puertas se abrieran para mí y que otro ocupara mi lugar. Me olvidaría de mi maleta. Volvería a casa y seguiría estudiando. Me graduaría y tendría un origen humilde. Escalaría una montaña en lugar de subirme a una nave espacial como mi padre.
               Pero no podía ser.
               -Siempre voy a estar aquí-le prometí. Ella asintió, se limpió lágrimas, dejó sitio para mi madre, que me estrechó con todas sus fuerzas, se balanceó a un lado y a otro.
               -Mi niño precioso-susurró. Me acarició la cabeza y hundió sus dedos en mis rizos negros, los que había heredado de ella-. Pase lo que pase, estaré orgullosa de ti toda mi vida-me aseguró. Yo asentí con la cabeza, la besé y me planté frente a papá.
               Papá me revolvió el pelo.
               -Eres lo mejor que me ha pasado en la vida-susurró. Sus ojos se iluminaron. Se iba a echar a llorar él también. Me atrajo hacia sí de repente y me abrazó con tanta fuerza que, esta vez, fue mi espalda la que crujió. Papá me acarició la espalda, como hacía cuando era pequeño y me caía y me hacía daño y no podía dejar de llorar. Sus brazos me tranquilizaban siempre. Como esta vez-. Ahora ve-me alentó-, a empezar a vivir la tuya.
               Eso hice. Cogí mi maleta, afiancé mi agarre sobre el billete y el pasaporte, y me encaminé a las barreras. Con un pitido mecánico se abrieron y pasé tras ellas.
               Hice lo que aquel mito de la chica que escapó del infierno decía que no había que hacer. Miré atrás antes de prepararme para el control de seguridad. Un último vistazo a la vida que abandonaba mientras me acercaba al avión, camino a mi futuro yo.
               Papá y mamá se habían acercado y él le había pasado un brazo por el hombro a ella, que apoyó la cabeza en su pecho y comenzó a sollozar en silencio. Kiara se abrazaba a sí misma, rota y de repente fría por dentro: era la primera vez que la dejaba sola de veras. Aiden metía las manos en el bolsillo. Ahora que no estaba para cogerlas entre las mías, ya no tenían razón de ser.
               Todos levantaron las manos con las palmas vueltas hacia mí a la vez, a modo de despedida. Yo hice lo mismo, doblé la esquina, los perdí de vista. Temblando y tambaleándome, pasé por todo el aeropuerto hasta llegar a mi avión.
               Cuando mi figura desapareció, ya detrás de muros de hormigón en lugar de cristales semitransparentes, mamá se aferró al pecho de papá como el náufrago que se aferra al salvavidas.
               -Estoy incompleta sin él, Niall-se lamentó. Se llevó de nuevo una mano a la boca, deteniendo un sollozo.
               -De eso se trata ser padre, Vee. De estar incompleto sin tus hijos-respondió papá, acariciándole el brazo a mamá como intentando que entrara en calor-, y, aun así, dejarlos ir.
               Mi vuelo fue óptimo. El mundo trataba de compensarme el sacrificio que acababa de hacer. Las azafatas me reconocieron, pero me vieron tan mal que no se acercaron a mí sin otra cosa que no fuera profesional cortesía. El avión aterrizó sin incidencias. Crucé el aeropuerto londinense como alma en pena y recogí mi inmensa maleta
               Salí entre una marea de gente. Viajeros de todas partes del mundo entusiasmados con la idea de una aventura o con los recuerdos de anteriores vueltas a casa. No vi a Louis, ni a Eri, ni a Zayn, ni Sher, ni nadie de sus familias esperándome. Me quedé quieto frente a la barra. Oh, no, ¿y si ellos pensaban que había ido a otro aeropuerto? ¿No sería aquello una señal del destino diciéndome que lo había hecho mal y no debería haberme ido?
               Los turistas me obligaron a moverme, a atravesar la barrera y caminar hacia el espacio sin ningún tipo de obstáculo cubierto por un techo de cristal por el que se colaba una insultante cantidad de luz. Caminé un poco más, confuso.
               Y luego, me fijé en las figuras entrelazadas en medio del gran salón. En la melena rubia de ella colgando de su cuello mientras él metía sus manos en los bolsillos traseros de su pantalón.
               Tommy y Diana.
               No estaba todo perdido. Menos mal. Me acerqué a ellos despacio, dejándoles tiempo para que terminaran su beso. Pero no lo hicieron. Sus bocas seguían juntándose con un hambre ancestral. La misma hambre que nos acuciaba a Aiden y a mí cuando estábamos juntos.
               La diferencia era que ellos ya se habían acostado, y nosotros… bueno, habíamos decidido que sería mejor esperar. A que yo volviera. Para no echarlo de menos. Para no echarnos de menos incluso en ese aspecto.
               Tommy apretaba a Diana contra su cuerpo, agarrándola con firmeza del culo en un gesto de posesión que volvía locos a chicos y chicas por igual. Ella le correspondía acariciándole los brazos y los hombros, cosa que nos encantaba a nosotros. Especialmente, si teníamos unos brazos como los que tenía Tommy. Joder, el amigo sí que se cuidaba.
               Intentando no fijarme demasiado en los movimientos de sus mandíbulas, carraspeé. Nada. Sus agitadas respiraciones no les permitían escuchar.
               -Hola, chicos-saludé. Diana fue la primera en abrir los ojos. Su expresión de sorpresa me indicó que había perdido la noción del tiempo. Nos pasaba a todos. Se separó un poco de Tommy, que también me miró. Él se pasó una mano por el pelo, pensando en una disculpa, mientras ella se llevaba una mano a la boca. Parecía como si la hubieran pillado con las manos en el fondo del tarro de las galletas, y los labios llenos de chocolate.
               -¡Chad! ¡Hola!-jadeó-. Estábamos…-susurró, mirando a Tommy en busca de ayuda.
               -¿Estrechando relaciones internacionales?-sugerí. Puse los ojos en blanco. Tommy se echó a reír.
               -Pues sí, se podría decir que sí, ¿eh, americana?-respondió, rodeándole la cintura. También le dio una palmada en el culo, a lo que la boca de Diana respondió con una ligera curvatura.
               -Pórtate bien con tu invitado, inglés.
               -Nuestro invitado-corrigió el de los ojos azules-. ¿Llevabas mucho esperando?
               -Oh, no, sólo cinco minutos. Como no pasabais a mayores, decidí llamar vuestra atención. Por si, ya sabéis. Necesitabais que os escoltara a un sitio más íntimo.
               Los dos se echaron a reír. Tommy me cogió una maleta. Diana caminó a mi lado, acariciándome el brazo. Preguntándome qué tal el vuelo. Pues bien. Qué tal mis padres. Pues bien.
               Qué tal la despedida.
               Horriblemente mal. Muy triste. Digna de un drama de los que ya no había. De los que te dejaban llorando a moco tendido hasta dos horas después de que la pantalla se apagara. Catastrófica. Me quería morir.
               -Sé lo que se siente-respondió ella. Me acarició el brazo. Me lo frotó, dándome calor, como papá había hecho con mamá.
               Me mordí el labio.
               -Seguro que piensas que soy un melodramático, o algo así.
               -Estamos acostumbrados a Scott-contestó Tommy. Diana negó con la cabeza, la cálida sonrisa aún en su boca.
               -Pues claro que no. Las despedidas son tristes, yo lo sé mejor que nadie. Pero, a veces, lo que nos espera al otro lado es mejor que lo que ya teníamos-miró a Tommy, que se hizo el loco.
               -¿Te refieres a este delicioso tiempo que me amarga la existencia?-inquirió el inglés. La americana se echó a reír y se colgó de su cuello. Le dio un piquito rápido. No podía evitar mirarlos. Yo creo que nadie podría evitar mirarlos si los tenía delante.
               Me gustaría odiarles. Tenerles envidia. Pensar que eran asquerosos, como todas las parejas que se demostraban amor en público así. Pero no podía.
               Una de los efectos secundarios de estar enamorado es que quieres que todo el mundo lo esté también. Y a mí me encantaba lo bien que parecían estar ellos dos.
               Porque me recordaban que había alguien esperándome al otro lado del mar.
               -¿Has visto lo que te pierdes enrollándote con tíos, C?-bromeó Tommy-. Nosotros no nos ponemos así de melosos después de hacerlo, ¿a que no?
               -Tú y yo no lo hemos hecho hoy, mentiroso-acusó Diana.
               -Aún, Didi. Aún-respondió el inglés-. ¿Qué tal con Aiden, por cierto?
               -Genial. Al principio se tomó un poco mal que me fuera, pero luego… lo comprendió. Va a esperarme.
               -Debe ser una putada-musitó Diana, poniéndome una mano en el brazo otra vez-, tener que alejarte de él, con lo poco que lleváis.
               -Bueno, no puedes dejar de hacer cosas porque tu pareja no pueda acompañarte, ¿no?
               -¡Eso es!-la chica me abrazó. Yo miré a Tommy. Jamás la había visto así. Es más, parecía bastante fría con la gente, incluso con los que eran de su círculo. Más distante.
               Tommy se encogió de hombros a modo de contestación. Supuse que estaría emocionada por lo de la audición. Aunque no fuera nada glamuroso.
               Nos subimos al tren. Diana me preguntó y me preguntó y me preguntó sin parar sobre toda mi vida. Cualquiera diría que no nos habíamos visto en meses, cuando hacía semanas de su visita.
               Dejamos las maletas en casa de Tommy, aunque él me informó de que podía elegir si quedarme en su casa o en la de Scott.
               -Te quedarías en mi cama, que es bastante mullida-comentó como quien no quiere la cosa. Yo alcé una ceja.
               -¿Dónde dormirás tú?
               -Llevo durmiendo con Diana desde que nos reconciliamos.
               -Sí, “durmiendo”-le saqué la lengua.
               -A ver, C: ya te dije que trajeras tapones de los oídos. Intento no ser muy ruidoso, pero no todas las noches lo consigo.
               El caso es que Eri me abrazó con fuerza. Nos deseó suerte y se despidió de nosotros mientras doblábamos la esquina en el coche con Louis, en dirección al Hotel Plaza en que nos harían la primera audición.
               Dejamos el coche a más de 2 kilómetros de distancia. Había tal cantidad de gente probando suerte que tuvieron que cortar las calles alrededor de varias manzanas, permitiendo que la fila rodeara los edificios de una forma más o menos ordenada. Tommy, Diana y yo nos bajamos de un brinco mientras Louis aparcaba. Nos dijo que iría en nuestra busca en cuanto hubiera encontrado un sitio.
               Tommy sacó el teléfono y marcó el número de Scott prácticamente sin mirar. Subió la voz por encima de os gritos de la muchedumbre.
               -¡Scott! Ya tenemos a Chad. ¿Dónde estáis?... dile a Layla que levante el brazo.
               Diana se puso de puntillas sobre sus tacones, pero ni aun así conseguimos descubrir dónde estaban nuestros compañeros. Se escucharon gritos en alguna parte de la manzana. Rápidamente se contagiaron a los demás.
               -Joder, qué caos-protestó Tommy-. No, no os veo, joder. Aquí habrá por lo menos medio millón de personas-se pasó una mano por el pelo-. ¿En qué esquina estáis?-bufó-. Mándame tu ubicación por Telegram.
               Colgó, se guardó el móvil en el bolsillo. Puso los ojos en blanco y lo volvió a sacar. A los dos segundos, la pantalla se iluminó. Desbloqueó el móvil y lo miró un momento. Clavó los ojos en una esquina de la calle y se encaminó en aquella dirección. No había demasiada gente. No tuvimos que dar codazos.
               Pero, cuando doblamos la esquina, nos encontramos con la mayor muchedumbre que yo había visto en mi vida. Al menos, fuera de un recinto de conciertos. La multitud palpitaba, se reía, gritaba y se apretujaba mientras esperaba. Tommy palideció, Diana alzó una ceja.
               -¿Seguro que no podemos usar nuestros privilegios de…?
               -No. No nos vamos a colar.
               -¿Dónde está Scott?-pregunté. Tommy sacó su teléfono.
               -Según esto… 37 metros.
               -¿¡Treinta y siete metros!?-chilló Diana-. ¡Nos llevará un siglo llegar hasta allí!
               -Pues será mejor que nos vayamos moviendo, ¿no os parece?-replicó el inglés, abriéndose paso a empellones entre la gente. Acompañaba sus codazos de “perdón”, “disculpa”, “¿me permites?” en tono tenso. Diana me dio la mano, me la sujetó con fuerza, y se aferró a la camiseta de Tommy-. Diana, para. Me la vas a estirar y, ¿qué impresión voy a causar en la audición?
               -Calla y abre paso, bulldozer.
               Después de unos angustiosos minutos que me parecieron media hora, o quizá dos horas, Tommy se detuvo. Miró en derredor. Miró el móvil. Volvió a mirar en derredor.
               -Qué desgracia de vida-se lamentó, frotándose la cara. Tecleó el número de Scott de nuevo.
               -¿Dónde estáis?-escuché gritar a Scott-. ¡Todavía nos van a mandar entrar separados, a ver con qué puta cara explicamos que has llegado tarde por no querer entrar tarde!
               -¡Cuánto más tarde entremos, más difícil será que nos cojan!
               -¡Soy Scott Malik, ¿de verdad te piensas que ha nacido nadie que no me quiera en su puto concurso?!
               -Cierra la boca, Scott Malik, y quítate la gorra y tírala al aire para que yo pueda ver dónde estáis.
               Scott soltó una maldición, pero hizo lo que le pedían. Miramos en todas direcciones. Fui yo quien vio algo borroso a muchísima distancia (como 100 metros, lo menos) surcar el aire y precipitarse de nuevo entre la gente. Una mano que recogía la gorra blanca y negra, con motivos multicolores, y la pasaba a otra mano. Señalé en aquella dirección.
               Tommy volvió a llamar a Scott.
               -Agita la gorra en el aire.
               -Tengo una idea mejor.
               De repente, entre la muchedumbre, una chica destacó entre la multitud. Su novio la había subido a sus hombros.
               Eleanor.
               -Jamás conseguiremos llegar hasta allá-dije, intentando contar las cabezas, perdiendo el hilo enseguida.
               -¿Queréis apostar, isleños?-respondió Diana. Tommy le pidió a Scott que se girara y Eleanor rastreó las caras en nuestra búsqueda. Mientras tanto, Diana dio codazos a diestro y siniestro hasta abrirse un pequeño claro en el que se podía revolver con comodidad.
               -¿Qué vas a hacer?-quiso saber T. Diana lo miró de reojo mientras se bajaba los pantalones hasta dejarlos por debajo de sus caderas. Se enrolló las perneras por los tobillos. Se subió la camiseta, se desabrochó uno de los botones. Sonrió.
               -¿A ti qué te parece, inglés? Abrirnos paso.
               -¿Eh?
               -Mira y aprende.
               Se enrolló la camiseta en la parte baja, de manera que su ombligo quedara al descubierto. Y también unos hoyuelos que tenía en la parte baja de la espalda, hoyuelos en los que Tommy y yo clavamos la vista sin remedio. Nos miramos un segundo. Yo miré en dirección a Eleanor mientras Tommy volvía los ojos al culo de su chica, que se estaba soltando el pelo.
               En un mundo helado, Diana iba vestida con ropa de avanzada primavera.
               Terminó su magia quitándose las gafas de sol, volviéndose hacia su inglés, robándole un beso de sus confundidos labios, y acariciándole la mandíbula.
               -Por si echabas de menos a la Diana del aeropuerto-le dijo. Su pulgar se paseó por sus labios-. No pierdas a Chad.
               -Pero, ¿qué se supone que…?-empezó Tommy, pero Diana levantó las manos y se puso a gritar a pleno pulmón.
               -¡A ver, pordioseros!-proclamó-. ¡Paso a Diana Styles, no tengo todo el día, quitaos de en medio!-bramó con todas sus fuerzas. La gente se volvió hacia ella con un brinco. Se apretujaron los unos contra los otros. Sentí la mirada de Eleanor posarse sobre nuestra procesión de tres, encabezada por la rubia cuya melena refulgía a la luz del tímido sol. El se hizo visera con la mano, frunció el ceño.
               Y nos vio.
               Empezó a saludar con efusividad, incluso se inclinó para decirle algo a Scott. Casi se le cae al suelo por tanto movimiento. Layla la sujetó para que dejara de hacer que los dos se tambalearan. Esperaron con impaciencia a que llegáramos con ellos.
               Nos fundimos en un cálido abrazo, de esos que te calientan el alma incluso en lo más frío del invierno.
               -¡Cuánto tiempo!-festejó la hermana pequeña de Tommy-. ¡Te he echado tanto de menos, C!
               -¡Y yo a ti! Te veo genial. ¿Nerviosa?
               -Muchísimo.
               -Es que es tonta-explicó su hermano. Scott sonrió, me dio un abrazo y luego le besó la cabeza a Eleanor.
               -Como si no fueran a mandarla directamente a la final sólo con escuchar su audición.
               Eleanor sonrió, las mejillas encendidas. Scott le dio un piquito en los labios mientras yo saludaba a Layla.
               -Por cierto, Didi-oí añadir a S-, soy fan de cómo os las habéis apañado para llegar hasta aquí.
               -¿Verdad que sí? Es que una tiene cada recurso-Diana se agitó el pelo, divertida. Una chica a su lado se volvió, molesta, llamándola maleducada-. Puede que lo sea, cariño, pero yo por lo menos tengo la suficiente vergüenza como para no salir de casa con las raíces tan negras como las traes.
               La chica se volvió de nuevo a su grupo de amigas, a ponerla verde. Diana puso los ojos en blanco.
               -Diana-advirtió Tommy. La americana se volvió hacia él y su expresión se suavizó. Le acarició los hombros.
               -Perdona, T. Es que me cuesta un poco volver de ese sitio. ¿Me das un momento?
               -Te doy lo que quieras-respondió Tommy, sonriéndole mientras se perdía en sus ojos. Layla se los quedó mirando mientras se besaban, sin parecer molesta, o triste. O celosa. Me daba envidia la relación que tenían.
               Se giró hacia mí y me pidió que le hablara de Aiden, algo que hice gustoso.
               Nos tocó esperar. Más de lo que nadie debería esperar por nada. Nos dolían las rodillas de estar de pie y no poder movernos. Esperamos tanto que nos quedamos sin palabras, y nos terminamos manteniendo de pie, siguiendo los mínimos movimientos de la muchedumbre. Cuando alguien parecía alejarse del grupo, rápidamente un montón de manos se estiraban para agarrarlo y volverlo al centro.
               Se repitieron unos vítores, aplausos. Toda la calle estalló en bramidos. Intentamos echar un vistazo entre las cabezas, pero la corriente nos arrastró. Sólo Layla pudo ver qué sucedía.
               -Han abierto las puertas-informó. Suspiramos de alivio, ¡por fin!
               Seguimos a todos los aspirantes hacia las puertas del hotel, sólo para encontrarnos a Louis apoyado en una de las vallas metálicas, esperando a que llegáramos.
               -Ya era hora-musitó-. Estaba empezando a pensar que os habíais ido a otra prueba.
               Los de seguridad le abrieron sitio y él, a cambio, se tomó una foto con ellos, grabó varios vídeos saludando a gente que no conocía, y dio las gracias por el impecable trabajo.
               -Vaya don de gentes, papá-se rió Tommy.
               -Ya podéis ir puliéndolo-contestó su padre, con un asomo de sonrisa en sus labios. Entramos en un inmenso hall de casi diez metros de alto, subimos unas escaleras, atravesamos pasillos, esperamos en salas. Esperamos en más salas. Atravesamos más pasillos. Cruzamos todo un laberinto hasta que, por fin, llegamos a una enorme sala, la más grande del hotel, en la que la gente se arremolinaba. A la entrada, había una mesa con varios ayudantes consultando listas y entregando etiquetas con números.
               -Vamos, cariño-animó Louis a Eleanor, poniéndole una mano en la espalda para que se acercara a las mesas. Ella caminó con timidez, se apartó el pelo de la cara.
               -Eleanor… Tomlinson-susurró. Varios ojos se levantaron para mirarla. Hubo murmullos, cuchicheos de reconocimiento. Eleanor tragó saliva mientras la mujer de la lista buscaba su nombre. Tras señalarlo con una uña pintada con laca granate, revolvió hasta encontrar su etiqueta.
               Layla lanzó un chillido al ver el número. 61898.
               -¡Es el de la audición de mi padre!-dijo. Louis clavó los ojos en la etiqueta que le estaban pegando a Eleanor en la camiseta.
               -Esto es una señal-sonrió, mirando a su hija mientras se recolocaba la chaqueta para no tapar la etiqueta a la que ahora se reducía.
               -Vaya suerte si nos toca el tuyo, ¿eh, Louis?-se rió Scott. Louis se pasó una mano por el pelo, pensativo. Era lo mismo que hacía Tommy. Ya sabíamos de dónde lo había sacado.
               -Si Eri hubiera venido, sabríamos cuál era…
               -¿No sabes tu propio número de audición?-espeté, escandalizado.
               -Em… ¿empezaba por 3?-sugirió el padre de Tommy, que también negó con la cabeza.
               -Empezaba por 1-nos sorprendió Diana diciendo-. 155204.
               -¿Por qué tú no lo sabes, pero la hija de Harry sí?-acusó Tommy.
               -Porque soy su favorito, ¿a que sí, Diana?
               La americana, por toda respuesta, agachó la cabeza para mirarse los pies. Eleanor miró por encima del hombro, en busca de su padre, que se apresuró a acompañarla mientras nosotros esperábamos. Así no estaría sola, puesto que no le dejaban regresar.
               Cuando obtuvimos nuestra etiqueta, Eleanor era la tercera en la cola para entrar. Al otro extremo de la sala, sólo podíamos desearle suerte a gritos.
               Y fue eso lo que hicimos.
               -¡Suerte, El! ¡Ya lo tienes!
               -¡Suerte, amor, aunque no lo necesitas!
               -¡Rómpete una pierna, enana!
               Eleanor nos miró, sonrió, se apartó de nuevo un mechón de pelo detrás de la oreja y se mordió el labio. Enseguida la tomaron de la cintura para guiarla dentro de otra sala, en la que la gente entraba pero de la que no salían.
               Nos tocó una nueva espera interminable. Nos sentamos en el suelo. Nos levantamos. Nos arrastramos. Sacamos los móviles, nos distrajimos con las redes sociales. Ensayamos. La gente nos miraba, se acercaba, nos preguntaba si éramos realmente quienes parecíamos. Nos hicimos fotos, cantidad de fotos. Diana era la estrella indiscutible, por razones evidentes. Y luego, estaban Tommy y Scott, quienes tenían que sonreír cada vez que alguien confesaba el amor de su padre o madre por uno de sus padres.
               Después de lo que nos pareció una eternidad, por fin dijeron nuestro nombre en voz alta. Un nuevo murmullo de expectación se levantó cuando lo hicimos nosotros, a modo de reconocimiento. Así que ese nombre era el que habíamos elegido para llamarnos. Nada relacionado con One Direction. Ni un sutil guiño. Nada.
               Pasamos por detrás de una inmensa pared de cartón, como las que había en las alfombras rojas de cada estreno o entrega de premios, y nos plantamos frente a una pequeña mesa en la que se sentaban 3 personas. De esas 3, sólo reconocí a una: el hombre, Simon Asher, dueño de la empresa de telecomunicaciones que poseía al programa.
               Layla fue la primera en entrar, y un destello de reconocimiento brilló en sus ojos. No sabía situarla, sólo sabía que le sonaba.
               Cuando Diana la siguió, abrió la boca. Casi se le cayó la mandíbula al suelo. No podía dar crédito a su suerte.
               Yo fui el siguiente, obteniendo la misma reacción que con Layla.
               Pero, cuanto Tommy y Scott entraron, todo cobró sentido para él. Simon se empujó las gafas sobre el puente de la nariz mientras las directoras de cásting nos miraban con ojos como platos. Se volvió hacia una chica en la que yo no había reparado, que estaba de pie con una carpeta abrazada a su pecho.
               -Te dije que mi sorpresa era buena-le dijo la chica en tono críptico. Nos revolvimos en el sitio, incómodos. Habíamos dicho “hola”, y apenas habíamos conseguido arrancarles un par de sílabas.
               -Chasing the stars, ¿verdad?-inquirió una mujer. Tommy asintió.
               -Sí, yo soy…
               -Sabemos quién eres. Sabemos quiénes sois todos-intervino la otra mujer, aferrando su botella de agua.
               -Estáis dentro-sentenció Simon, sin apenas mirarnos. Layla parpadeó, Diana frunció el ceño, Scott alzó una ceja.
               -¿No queréis… que cantemos?-espetó, incrédulo.
               Simon fue el sorprendido esta vez.
               -Bueno… no creo que haga falta. Lauren me habló de un grupo con mucho talento, dijo que eran material de final, no había más que ver la coreografía…
               -No, Simon-corrigió la chica de pie tras él, ajustándose la cola de caballo-. Ellos mandaron una grabación. No son el grupo que te decía.
               -Aun así, ¡tenéis que ser geniales! ¡Nuestra cuota de pantalla se triplicará cuando os presentemos! ¡Nos colocaréis los primeros en la parrilla! ¡En prime time! ¿Tenéis idea de cuánto dinero es eso?
               -No deberíamos mostrarles tanta deferencia de buenas a primeras, Simon-la mujer sentada a su lado, en el centro de la mesa, le puso una mano en el antebrazo-. Puede que no sean tan buenos como pensamos.
               -Lo son-terció la secretaria.
               -Nos quedamos más tranquilos si nos dejáis cantar-intervino Layla, frotándose las manos-. Queremos, ya sabéis… tener la certeza de que nos lo merecemos.
               -Por supuesto, ¡por supuesto! ¿Qué hacemos, desperdiciando el tiempo, cuando podríais estar bendiciéndonos con nuestras voces?-preguntó la otra mujer. Tommy y Scott se miraron, intentando contener una carcajada-. Veamos, qué vais a cantar… oh, interesante elección. Creí que tiraríais por algo de vuestros padres, pero…
               -No vamos a cantar nada de nuestros padres-informó Tommy. Simon se empujó de nuevo las gafas por el puente de la nariz.
               -¿Estáis seguros?
               -Segurísimos.
               -¿No hay manera de haceros cambiar de opinión?
               -Creo que ya se han hecho demasiadas versiones de las canciones de One Direction; no hay necesidad de que nosotros aportemos un granito de arena a una montaña que ya es más grande que el Everest.
               -¿Ni siquiera un estribillo?
               -Estamos listos-terció Scott-. Cuando queráis ponernos la música de base…
               -Lo hacéis sin música-anunció la mujer del centro, altiva. Nos miramos entre nosotros, indecisos. Layla se mordió el labio; era la que empezaba la canción.
               Posó sus ojos castaños, dolorosamente parecidos a los de Aiden, en cada uno de nosotros, en busca de refuerzo. Asintió con la cabeza.
               Y empezó a cantar.


Tommy.
              
              
Nuestra audición fue genial. Creí que se pondrían mucho más tiquismiquis con nosotros; Scott y yo habíamos discutido un montón de veces cuáles eran las posibilidades de que nos tildaran de “patéticas copias baratas que intentaban emular la gloria pasada de nuestros padres”, y habíamos llegado a la conclusión de que, si bien había que arriesgarse, dependiendo del tono duro que emplearan los jueces, nos retiraríamos del concurso.
               No nos esperábamos que se postraran ante nosotros y nos besaran los pies como lo hicieron, pero, ¿teníamos queja alguna? Por supuesto que no.
               Habíamos decidido que sería mejor que nos separáramos, que puede que tuviéramos que hacer una cola inmensa y no convenía esperar demasiado. Había que ir pronto y, con Chad de camino, eso no podía ser. Así que me había tomado el viaje hacia el aeropuerto como un regalo divino, una oportunidad para relajarme y no pensar demasiado en lo que teníamos por delante.
               Lo bueno de que Scott estuviera comiéndose la cabeza a decenas de kilómetros de mí con mi hermana y Layla al lado, era que no me podía poner histérico.
               Ya me lo pondría yo solito cuando anunciaran erróneamente que el vuelo de Chad llevaba una hora de retraso. La espera se había vuelto angustiosa y me había maldecido una y mil veces por no haber insistido en que Scott recogiera a Chad y yo me quedara con Layla y Diana haciendo cola.
               -Te encantan los aeropuertos, ¿eh?-se rió Diana, agitando la melena de una forma en que me permitió echar un vistazo rápido de su escote. Sí, me encantaban los aeropuertos por el trajín de viajeros y el estrés de que, si llegabas tarde, te quedabas en tierra, y porque habían significado más despedidas que reencuentros, y por los puñeteros turistas, el agobio con el peso del equipaje, o lo molesto de que no pudieras meter líquidos de más de 100 ml en la terminal, como si con un litro de agua tuvieras para hacer explotar un avión en el aire…
               Diana se giró hacia mí, percibiendo mi nerviosismo. Tragué saliva y traté de apartar la vista de ella, de cómo le brillaban los ojos. De la lectura que podía sacar de ellos.
               El mismo día en que Layla se levantó de la misma cama en que habíamos dormido los tres juntos, nada más llegar a casa, Diana y yo habíamos subido a su habitación, nos habíamos quitado despacio la ropa y nos habíamos hecho el amor con tanta lentitud que prácticamente nos dolió. Si hubiéramos cronometrado cuánto tiempo nuestros cuerpos estuvieron unidos, probablemente habríamos descubierto que acabábamos de batir un récord.
               Ahora tenía la misma expresión en su rostro, la misma luz en sus ojos hechos de selva, que cuando había terminado en su interior mientras nos mirábamos a los ojos y nos besábamos y nos acariciábamos, conectando nuestros cuerpos con el amor que habíamos sentido compartiendo cama con Layla.
               -Podría acostumbrarme a ellos-dije, emulando las palabras que me había dedicado ella cuando se rompió para mí. Podría acostumbrarme a esto, había dicho en un tono pensativo, ¿a qué?, había preguntado yo, a que me hagas así el amor mientras la cama también huele a Layla.
               A alguien que no estuviera mal de la cabeza le habría parecido algo extraño, casi sórdido, pero a mí, borracho de felicidad por las dos, y por ella, me había parecido de las cosas más bonitas que mi americana me había dicho jamás.
               Diana se acurrucó contra mi pecho y miró los paneles de llegadas. Un par de novios, o amantes, se reencontraron mientras el avión de Chad estaba en cola para aterrizar. La chica corrió a brazos de su chico y saltó para enrollar sus piernas en su cintura, como hizo Diana la segunda vez que la recogí, en aquel mismo lugar, puede que incluso sobre las mismas baldosas donde ahora aquellos dos desconocidos daban vueltas sobre sí mismos, reajustando sus órbitas como lo hiciéramos la americana y yo a vidas de distancia.
               -Esto me recuerda a cierta vez-susurré, sonriendo, viendo cómo se abrazaban y no se soltaban. Diana se pasó uno de mis brazos por la cintura, y yo la atraje automáticamente hacia mí.
               -¿Cuál fue tu favorita?
               -La primera-quise engañarla, aunque no estaba seguro. Las dos habían sido tan diferentes, habían significado cosas tan distantes… la primera había sido el origen de todo; la segunda, el final de una horrible espera en la que yo había hecho cosas de la que no estaba orgulloso.
               La primera había sido los últimos instantes en que me había autocompadecido de mí mismo.
               Y la segunda fue cuando me consolidé no como Tommy, sino como el inglés de Diana.
               -¿Sí?-se rió ella, bien mordiendo el anzuelo o bien divertida de que fuera tan mentiroso-. ¿Y eso?
               -Porque nada más verte, ya supe que esas piernas no me iban a traer nada bueno.
               -Es una lástima-respondió ella, girándose sobre sus talones para ponerse delante de mí. Me pasó las manos por el cuello, activando cada neurona de mi cuerpo para volver hasta la última célula que me componía loca-, porque pasé un calentón terrible contigo en el taxi. De haberlo sabido, te habría sacado brillo allí mismo.
               -¿Te habría hecho ilusión?-tonteé, acercando mi boca a la suya y mordiéndole un labio. La noté sonreír mientras tiraba de ella para pegarla más a mi cuerpo.
               -Nunca he follado en un coche en movimiento.
               -Puede que esta semana nos salga un viaje-sonreí. Ella me comió la boca.
               -No podemos, tendremos a Chad.
               -Hay un montón de cosas que podemos hacer aunque Chad esté con nosotros-respondí. Y, como queriendo demostrárselo, la agarré del culo, pegué sus caderas a las mías, y me dejé llevar.
               Así fue como nos pilló Chad, diez minutos después de aterrizar.
               Se me había olvidado todo lo de la audición, igual que pretendía que se me olvidara todo lo del concurso esta noche: íbamos a salir de fiesta, una de las últimas con los chicos, con suerte, en mucho tiempo.
               Le tocaba emborracharse a Scott, pero eso no significaba que yo no pudiera pasármelo bien. Porque, a ver, Diana venía con nosotros. Siempre podíamos hacer una escapada al baño, y ella podría arrodillarse frente a mí… en fin, ya sabes. Lo típico que sucede en los baños de un garito lleno de adolescentes medio borrachos y totalmente salidos.
               Ah, iba a pasármelo genial, lo vi en cuanto me crucé con ella, que venía de arreglarse el pelo en el baño (siempre me hacía lo mismo cuando salíamos de fiesta: de repente odiaba la luz de su habitación y bajaba a los pisos inferiores porque “allí se veía mejor”, cuando en realidad lo que quería era hundirme en la miseria; lo que Diana no sabía era que podría atropellarme con un camión cuando se echaba un poco de rímel y yo seguramente le daría las gracias) y me guiñó un ojo mientras pasaba a mi lado. Me giré en redondo para mirarle el culo porque, en fin.
               Soy tío.
               De 17 años.
               Y mi novia es modelo.
               Tampoco me parece que haga falta ser Einstein para saber adónde quiero llegar, ¿no?
               -¿Estás ya?
               -Tengo que ponerme el top-respondió, pasándose los dedos por la melena recogida en una cola de caballo.
               -¿Cuál va a ser?
               -Es sorpresa.
               -¡Diana!
               -Se siente-respondió, girándose, sacándome la lengua (joder, las cosas que le haría a esa lengua) y subiendo a toda velocidad por las escaleras que conducían a la buhardilla.
               Cuando por fin bajó, yo estaba tirado en el sofá, lamentándome de mi vida y de no ser gay; los tíos no tardábamos tanto en terminar de prepararnos. Eleanor se había enfundado unos vaqueros y una blusa rosa, que me hizo sonreír nada más verla, pensando en lo “mona” que estaba y en cómo le cortaría eso el rollo a Scott. O no, porque Scott era un puto pervertido que se enrollaba con hermanas pequeñas.
               Pero yo tenía dos novias, así que no me convenía demasiado sacar la lengua a pasear.
               El caso es que cuando escuché los tacones de Diana, estuve a punto de no girarme y así poder negociar una buena mamada, pero la carne es débil, y me volví para mirarla.
               La sonrisa de suficiencia que le atravesó la cara me alertó de que yo estaba empezando a babear, y pronto salpicaría el sofá.
               Dos palabras:
               Jo.
               Der.
               Me acordaba de ese conjunto, me acordaba perfectamente, ¡cuántas veces lo habría evocado de haberse marchado ella! Era el top de tirantes anudado al cuello, color plateado, que se le ceñía a los pechos y no dejaba apenas espacio a la imaginación, y la falda de tubo tan apretada que casi podías notar los poros de su piel en los muslos.
               Se acercó al sofá, incluso Eleanor tenía la boca abierta. Miró su atuendo un momento, y luego el de Diana.
               -Te vas a helar, Didi-constató. Diana se encogió de hombros, sacudió la cabeza de modo y manera que su melena recogida cayera en cascada por uno de sus hombros.
               -Voy con tu hermano, seguro que él me cuidará, ¿verdad, T?
               -¿Con esa ropa? Con esa ropa, lo que me apetece es pedirte que me cuelgues de un árbol y me aporrees con un bate de béisbol como si fuera una piñata-exclamé. Eleanor me miró con ojos como platos, escandalizada. Pero Diana se echó a reír.
               -Mañana, cuando salga el sol-dijo.
               La americana se regodeó en cómo cada tío con el que nos cruzábamos reaccionaba de la misma manera que yo. Especial placer le causó el descubrir que incluso Scott era incapaz de desviar la mirada de ella durante demasiado tiempo. Si los tíos éramos pequeños asteroides en el espacio, Diana era un puto agujero negro supermasivo que nos atraía hacia ella a toda velocidad.
               Y nos daba igual, a todos y cada uno.
               -Cuántas cosas serían distintas si no hubiera insistido en que te la tiraras tú-se… ¿lamentó?, Scott. Le di una palmada en el hombro.
               -Sí, respecto a eso… gracias, tío.
               -Sí, ya puedes dármelas durante el resto de tu vida.
               -No sólo por convencerme de que estuviera con Diana-dije-, sino también por evitar que te enrollaras tú con ella. Quién sabe cuántos años estarías echándomelo en cara. “Mira qué buena está mi novia y con qué orco te has terminado liando tú”-le imité. Él puso los ojos en blanco.
               -Ojalá morirme antes que tú sólo para tocarte los huevos desde el más allá y volver locas a las ouijas, hermano.
               Entramos en la discoteca subterránea que habíamos reclamado como nuestra hacía ya tanto tiempo con una extraña sensación de nostalgia. Chad miró en derredor, reconociendo vagamente caras. Creo que no le habíamos traído a este sitio, sino a uno mucho más tranquilo, por lo que sería muy chocante para ir descubrir la arena enterrada en el corazón del barrio.
               Para cuando llegamos a nuestro sofá, Alec ya estaba allí tirado, mirando en derredor y bebiendo con aburrimiento de una lata de cerveza. Sus ojos se iluminaron cuando nos materializamos entre la multitud.
               -¡Ya era hora, joder, pensaba que iba a tener que robarle a Jordan la pecera para que alguien me hiciera cas…!-clavó los ojos en Diana. La escaneó de arriba abajo, para deleite de la americana, quien prácticamente respiraba por y para aquellas atenciones-. Joder, Diana-bufó Alec, pasándose una mano por el pelo. Clavó los ojos en mí-. Menudo cabrón con suerte estás tú hecho, ¿eh?
               -Y eso que no me has visto sin ropa-se carcajeó la rubia.
               -Muñeca, créeme, con la pesadilla erótica que estoy viviendo ahora, tengo material de sobra para por lo menos mis próximos…-se frotó la barbilla- 10 años de soledad. Te fundaré una religión y sacrificaré cabras en tu honor, nena-aseguró Al, y Diana se echó a reír.
               -¿Nada de vírgenes?-sonrió mi americana, sentándose al lado de él.
               -Algún apañito podremos hacer-respondió Al, dándole un vaso de chupito y entrechocándolo con el de ella. Nos sentamos alrededor del sofá, esperamos a que nuestros amigos nos encontraran, y empezamos a jugar al Yo Nunca, que era lo que hacíamos cuando queríamos que Scott o Alec se emborracharan (porque lo cabrones habían hecho más cosas cada uno por su cuenta que el resto juntos).
               Scott tenía los ojos vidriosos y arrastraba las palabras cuando Bey se incorporó un poco, lo justo y necesario para ver más allá de las cabezas de la gente. Unos gritos y vítores habían anunciado la entrada de alguien, que no podía ser otra que mi hermana.
               -Eleanor está aquí-anunció, y Scott la miró un momento, pensando en que ese nombre le sonaba de algo, pero sin saber de qué. Por fin, se encendió la bombilla en su cerebro alelado por el alcohol.
               -Eleanor-reconoció-. Voy a ver a Eleanor-anunció. Se tropezó con la mesa y, de no ser por los reflejos de Max, se habría estampado contra el suelo-. Estoy bien, estoy bien-aseguró, levantando las manos-. Miradme, puedo andar.
               -¡Aleluya, señor! ¡Puede andar!-proclamó Jordan, y todos nos echamos a reír. Scott sorteó como puto los sofás y se quedó mirando la inmensa barrera de gente, que se movía demasiado como para que él se armara de valor para intentar cruzarla. Se giró y me buscó en el círculo congregado en torno a las bebidas, y clavó los ojos en Alec.
               -Tommy-pidió. Alec se echó a reír.
               -Porque estás borracho, S, que si no, te rompería la cara por llamarme feo. Además, ¿no ves que yo soy más alto?
               -Recuérdame que le diga a Sabrae que te dé una patada en los huevos-gruñí. Todos se echaron a reír.
               -Yo es que soy más de recibir azotes, T.
               -Venga, S, puedes con esto-animé a Scott, agarrándolo de la muñeca y tirando de él para guiarlo. Se dejó hacer, más o menos. Un par de veces me tuve que detener para buscar un sitio con menos gente, sabiendo que terminaríamos los dos en el suelo (no tenía pensado soltarle) si me empecinaba en continuar sorteando cuerpos.
               Después de lo que me pareció una eternidad, por fin conseguimos alcanzar la zona en la que estaban mi hermana y sus amigas. Mary fue la primera en vernos, y sonrió mordiéndose los labios para no reírse en la cara de Scott y de cómo estaba. Eleanor se giró, su melena bailó alrededor de su cara mientras descubría qué le hacía tanta gracia a Mimi.
               -¡S!-sonrió, levantándose.
               Y Scott dio un paso hacia ella, estiró el brazo, la agarró de la mano y tiró de ella hasta tenerla sobre su pecho.
               Y le comió la boca. Bueno, no; no le comió la boca: le chupó la cara como buenamente pudo delante de media discoteca, para asombro de los que no iban con nosotros al instituto y no habían tenido la oportunidad de pasarse una semana entera cotilleando en el recreo, intentando descubrir los sórdidos detalles de cómo habían empezado a salir mi hermana y mi mejor amigo.
               Eleanor, un poco cohibida (nunca había visto a Scott así de borracho, y eso que no estaba ni la mitad de encendido que podía llegar a estar), le pasó las manos por el pelo y trató de dejarse llevar. Claro que no creo que haya algo que te corte más el rollo que tu novio te bese como si fuera un caballo y tú un manojo de hierbas que intenta arrancar del suelo.
               Mi hermana consiguió disfrutar del beso, no obstante. Scott le pasó las manos por la espalda (me sorprendió que no le desabrochara el sujetador) y le manoseó el culo como un panadero amasa la pasta con la que pretende hacer pan.
               -Eres mía-gruñó Scott en un tono que a El le encantó. Vi cómo sonreía en sus labios y le mordisqueaba un poco el piercing. Ogh, iba a vomitar. Mimi me pasó un vaso con alcohol y me lo bebí de un trago mientras Scott le buscaba tumores a mi hermana por todo el cuerpo-. Pero ahora-dijo, separándose un poco de ella para mirarla con algo de perspectiva:-, voy a coger una borrachera del 15-le informó como quien le dice a su madre que se va a jugar un partido con sus amigos. O como si no estuviera ya bastante borracho-, así que no te preocupes si no te saludo, porque el alcohol me da amnesia.
               Me eché a reír ante la cara de sorpresa de Eleanor.
               -Está… bien.
               -Adiós, nena-se despidió Scott, volviendo a pasarle la boca por media cara-. Te quiero mucho. ¡Eres mi novia!-festejó, y supe que ese sería el momento para empezar a llevármelo, tirar de él. Pero, ¡me lo estaba pasando tan bien viendo la estupefacción de Eleanor!
               -Sí. Adiós, mi rey-se despidió Eleanor, acariciándole el cuello. Scott siguió besándola, chupándole la cara y mordiendo sin usar los dientes, hasta que yo ya tuve suficiente y tiré de él.
               -Bueno, S, ¿qué tal si nos tranquilizamos, tío? Que es mi hermana, no un Big Mac.
               -Qué buena estás-soltó Scott. Las amigas de Eleanor se echaron a reír. Eleanor se puso colorada, se apartó un par de mechones de pelo tras las orejas y se despidió con un:
               -Te veo en casa, Tommy.
               -La he asustado-se lamentó Scott de camino al sofá. Yo negué con la cabeza.
               -Es que está acostumbrada a verte sereno, S. Para ser justos, yo nunca te he visto ponerte así con una chica.
               -Es que tu hermana está muy buena-explicó él.
               -Supongo. Tiene buenos genes.
               -¿Debería ir a disculparme?-inquirió. Negué con la cabeza.
               -Si no te puede aguantar en tu peor momento, no se merece lo mejor de ti, ¿no?
               -Qué guapo eres-asintió Scott, acariciándome la cara. “Sí”, le dije, porque cuando le dabas la razón se volvía más dócil, y volví a tirar de él. Tuve que soportar que me soplara en la nuca, sabiendo de sobra que eso me ponía a mil (por eso me lo hacía, el desgraciado) y que se riera y saludara a gente a la que no conocíamos.
               La noche mejoró un montón cuando conseguimos llegar al sofá y Alec nos miró con curiosidad.
               O no a nosotros, exactamente. Sabrae apareció de la nada a mi lado, se enredó un rizo en el dedo y se quedó mirando a su hermano, a su rollo, a mí, y luego de nuevo a su hermano.
               -Oh, Dios, se la va a cargar tanto cuando llegue a casa…
               -Eso, si se despierta del etílico-respondí yo, dejando libre a Scott, que se fue a sentar encima de Jordan.
               -Me da vueltas todo-gimió.
               -¿Quieres otra copa?
               -Claro que sí-respondió al ofrecimiento de Tam estirando la mano y cogiendo al tercer intento un vaso que le tendieron con sabía Dios qué. Sabrae inclinó a un lado la cabeza, alzó las cejas en dirección a Alec.
               -¿Damos una vuelta?
               -Puedes preguntarme si quiero ir a follar ya, Sabrae, que estamos en familia-se burló Alec. Sabrae puso los ojos en blanco, negó con la cabeza.
               -Vale, tío duro, te espero en…
               Alec se levantó y Sabrae no tuvo necesidad de terminar la frase. Ocupé el sitio que había dejado el chico y Diana se pegó automáticamente más a mí. Inhaló el aroma de mi cuello y se estremeció con anticipación. A punto estuve de volver a levantarme y llevarla inmediatamente al baño, pero una mancha borrosa en la periferia de mi visión me detuvo. Scott, levantándose.
               -Espera, Al-instó, y Al se dio la vuelta, y Sabrae también se dio la vuelta, él con la mano en su cintura y ella con los dedos estirados, a punto de tocar el punto donde sus pieles se encontraban-. Cuida de mi hermana-Scott intentó ponerle un dedo en el pecho, entre las clavículas, pero su coordinación era tan pésima que terminó colocándoselo justo en la nuez. También había que tener puntería-. Nada de follar por ahí-le tocó la mejilla y le dio una palmada, que aterrizó en su mandíbula, pero a Alec le jodió igual. No soportaba que le dieran palmaditas en la mejilla, por eso, a la mínima oportunidad que teníamos, lo hacíamos. Nunca conseguíamos que se cabreara del todo, pero sí llegábamos al punto de picarle y que nos mandara a tomar por culo-. Nada de follar por ahí.
               -Folletear, Scott-le recordé, y me eché a reír. Alec me hizo un disimulado corte de manga.
               -Que eres muy golf…o-continuó Scott, y Alec estuvo a punto de contestar que menos mal que no era un deporte bastante aburrido, sino más bien un accidente geográfico, pero consiguió morderse la lengua mientras Scott luchaba con la suya para decirle lo que quería-, y no quiero tener que romperte la cara.
               -Alec puede follar con quien quiera si le apetece, Scott-discutió Sabrae, que me empezaba a caer un poco mal por negarse en redondo a ir en serio con Alec. ¡Con lo que mola la monogamia!
               ¡Especialmente cuando la pareja es de tres!
               -Y no tiene que cuidarme, puedo hacerlo solita.
               -Tú te callas-sentenció Scott, moviendo el dedo índice delante de la cara de su hermana -, que estoy discutiendo tu futuro. ¿Dónde se ha visto que las hermanas pequeñas metan baza en los planes que hacen sus hermanos mayores? Jesús-un hipido-. Alec-se volvió hacia él, intentó enfocarlo-. No folles por ahí. Que te conozco.
               -No voy a hacerlo, S-le prometió Al, más serio de lo que me habría esperado, dada la situación.
               -Más te vale-asintió Scott, dándose la vuelta, tambaleándose peligrosamente (Tam y Karlie lo sujetaron para que no se cayera) y arrastrándose hacia el sofá.
               -No tienes por qué, Al-recordó Saab, mirándolo desde abajo.
               -Ya lo hemos discutido ella y yo, ¿sabes?-le dijo a Scott, que se giró de nuevo antes de espatarrarse en el sillón-. Y ya le había dicho que por mi parte, eso se acabó.
               -Sí, será que Sabrae y tú habláis mucho entre polvo y polvo.
               -¡Pues sí!
               -¿De qué, listilla?
               -Del heteropatriarcado-espetó Alec, hinchando el pecho, y Sabrae lo miró orgullosa. Todos nos quedamos en silencio, sin poder dar crédito a que Alec realmente acabara de decir eso.
               -No sabía que pudieras decir palabras de más de tres sílabas-le pinchó Bey. Alec le sacó la lengua. Scott permanecía impasible.
               -Debes de tener una vagina hecha de oro, si consigues que Alec preste atención a tus charlas.
               -Su mente es como un museo y tiene el tamaño de un palacio, Scott-discutió Alec en un tono duro, acallando la protesta de Sabrae.
               -Es mi hermana pequeña y me meto con ella todo lo que quiero.
               -Sí, porque el que se mete en ella es Alec-metió baza Diana, y todos nos echamos a reír. Sabrae la escaneó de arriba abajo, deteniéndose en cada poro de su piel, asintió con la cabeza, se mordió el labio, y dejó que Alec la arrastrara entre la gente, dedicándole una última mirada de despedida a Chad, que se lo estaba pasando en grande viendo cómo nos puteábamos los unos a los otros.
               Me permití el lujo de seguir bebiendo, porque no quería desperdiciar mis últimas noches siendo libre (y, lo que más tarde descubriría, anónimo), enrollándome con Diana y riéndome con mis amigos. Echaría mucho de menos esa despreocupación, el no tener horarios y el poder ir donde quisiera sin preocuparme de que me reconocieran. Me parecía mucho a mi padre, sí, pero en cuanto entrara en el concurso toda mi vida cambiaría. No podría hacer lo que estaba haciendo ahora, se acabó ser solo Tommy. En unos días, pasaría a ser Tommy de Chasing the Stars, Tommy Tomlinson de verdad. Y tenía pensado aprovechar cada segundo que me quedaba siendo el que había sido durante 17 años de mi vida.
               Diana parecía en la misma tónica, y Scott seguramente lo habría estado también de no ser por el alcohol que le corría por el torrente sanguíneo. La americana se sentó encima de mí, y, como si no tuviera nada que perder, se dedicó a volverme loco como si esa fuera su auténtica vocación. Me comió la boca y yo se la comí a ella, nos acariciamos descaradamente delante de nuestros amigos que, acostumbrados a que las parejas que teníamos nos metieran mano sin pudor alguno, no nos hicieron el menor caso. Era como si hubieran corrido una cortina a nuestro alrededor y nada ni nadie tuviera el más mínimo interés en ver qué había detrás.
               Agarré a Diana del culo, hice presión sobre mi paquete y ella gimió notando mi dureza en sus partes más sensibles.
               -Llévame a la Luna, Tommy-gimió en mi oído después de mordisquearme el lóbulo de la oreja y hacerme creer que conseguiría que me corriera, haciéndome descubrir que no me importaría en absoluto atravesar esa última barrera con ella.
               -Joder, espero que te sirva el baño-respondí. Diana se echó a reír, le besé el canalillo, que el top le dejaba deliciosamente a la vista, y me incorporé. La llevé de la mano como había llevado a Scott, que ahora se reía con Karlie mientras jugaban a no sé qué juego de borrachos que no podría interesarme menos. El único juego que captaba mi atención ahora mismo era el de los dedos de Diana en los míos.
               Empujé la puerta del baño de las chicas, que siempre estaba más limpio que el nuestro; alcé la cabeza en dirección a unas cuantas que estaban allí, retocándose el maquillaje o recolocándose el sujetador, y sonreí cuando me insultaron, me llamaron pervertido y me dijeron que me largara, “puto acosador”. Enmudecieron cuando Diana entró detrás de mí y se apresuraron a salir por la puerta cuando nos metimos en el primer cubículo que encontramos. Fue la americana quien lo escogió: yo tenía pensado ir más al fondo.
               -¿Seguro que quieres ahí?
               -No puedo ir más lejos-respondió, tirando de mí y metiéndome dentro. Me eché a reír.
               -¿Es que no tienes vergüenza?
               -Quiero que todas y cada una de las zorras que hay en este local nos escuchen follando-ronroneó, frotándose contra mí-. Para que sepan que eres mío-hizo énfasis en la última palabra, la saboreó como un vino, y me comió la boca mientras me acariciaba el paquete, que ahora era todo suyo. Me pegué todo lo que pude contra la pared. Con un poco de suerte, tendría espacio para desnudarla y poder disfrutar de los escasos pedacitos de piel que su conjunto dejaba ocultos, precisamente los puntos estratégicos que yo me moría por acariciar, toquetear y probar con la lengua.
               Diana se volvió en dirección a la puerta, gimió cuando la cogí del culo y me froté contra ella y la froté contra mí. Susurró un delicioso “oh, sí”.
               Echó el pestillo del baño, se arrodilló y comenzó a desabrocharme los pantalones.
               Para cuando terminamos, el pelo le caía brillante y enredado en cascada por tanto espalda como hombros; la coleta se le había desecho, y el top plateado era poco más que un cinturón en sus caderas. Me aseguré de atárselo personalmente al cuello sólo para poder besarle los pechos algo más, degustando lo sonrosados y respingones que sabían en mi boca, y escuchando los gemidos que escapaban de la suya. Un par de gotitas de semen se deslizaban por sus piernas, de cuando todavía no me había puesto el condón pero ella ya se había quitado el tanga.
               -No sé qué me estás haciendo-gimió, con mi boca y una mano en cada uno de sus senos-, pero espero que no pares nunca.
               -Créeme, lady Di-la noté sonreír ante ese apelativo que no utilizaba casi nunca-; he nacido para hacerte esto.
               Terminamos nuestra fiesta con la salida del sol y una sonrisa y carcajadas bobaliconas que sólo te puede poner una chica cuando folláis a lo bestia en los baños de una discoteca. Llevamos a Scott a casa, y yo subí con él para acostarlo: le quité la ropa de salir de fiesta y le puse el pijama, lo metí en la cama, lo tapé con las mantas y le di un beso de buenas noches en la frente. Scott sonrió, lejos de mi alcance, pero a la vez escurriéndoseme entre los dedos.
               -Que folles bien-se despidió de mí, dándose la vuelta y mordisqueándose el piercing. Estaba sorprendentemente despierto y elocuente, especialmente teniendo en cuenta la cantidad de alcohol y bailes que se había marcado esa noche.
               -Ya lo he hecho-me mofé, y él se echó a reír, a galaxias de distancia.
               -Algunos nacéis con suerte.
               Yo también me reí, cerré su puerta con cuidado, bajé las escaleras en silencio y di tres vueltas a la cerradura una vez en la calle. Sabrae no iba a volver a casa, ya estaba en otra casa, una que iba a compartir con Eleanor también.
               Para cuando llegamos a la mía, el sol ya despuntaba por el horizonte, tiñendo el cielo de unos tonos anaranjados y dorados que hicieron que Chad sacara el móvil, se detuviera y se pusiera a hacer fotos. El irlandés se sonrojó cuando nos paramos para esperarle; trotó a nuestro encuentro y se disculpó con un:
               -Perdón, es que me encanta el cielo cuando amanece.
               -A mí también, C, no te preocupes. Es precioso-sonrió Diana, apretándole una mano y pidiéndole que le enseñara fotos. Era increíble cómo podía pasar de una fiera a un cachorrito, cómo aquellas manos podían arañar con tanta fuerza y acariciar asegurando cariño, cómo aquella boca podía decir las cosas más sucias y, a la vez, consolar y alentar tanto a alguien.
               Diana me pilló mirándola embobado, sonrió y susurró un suave y tímido:
               -¿Qué?
               -Estoy tan jodidamente enamorado de ti-contesté. Sus mejillas se encendieron un poco, se apartó el pelo de la cara y me dijo que me quería mientras Chad nos miraba alternativamente como si, de repente, nos hubiéramos convertido en el cielo y no hubiera nada que se pudiese admirar más.
               Le cogí la mano a mi chica, le besé los nudillos y fui al encuentro de Chad, que se había adelantado para dejarnos intimidad. Acaricié el pequeño anillo que le había regalado y que ahora no se quitaba casi nunca, y ella se colgó de mi hombro y me susurró la cosa más bonita que me podría decir:
               -He hecho un buen trueque, cambiando las alas por ti.
               Me la comería a besos. Joder, si fuera diabético, con gusto moriría de un subidón de azúcar pegándome un atracón de ella. No había criatura más dulce que Diana en todo el mundo. Sólo una, me recordó mi subconsciente, y sonreí. Pero eran tan diferentes que no podían compararse. Era como intentar decidir si una playa era mejor que un paisaje de montaña.
               Y mis orígenes asturianos me decían que no se podía elegir entre los dos.
               Entramos a hurtadillas en casa, nos despedimos de Chad y bajamos las escaleras de la trampilla a la buhardilla. Diana se volvió, se apoyó en ellas y me dio un profundo beso.
               -Me ha encantado lo de esta noche.
               -A mí también.
               -Voy a echarlo de menos.
               -No tienes por qué. Vamos a estar juntos, ¿recuerdas? Me dijiste que me seguirías hasta el fin del mundo.
               Me acarició una mejilla con el pulgar.
               -Y más allá-concedió-. Siempre, mi inglés. Te amo-me dijo en el idioma de mi madre, ése que tenía dos acepciones para el love inglés.
               -Yo también te amo, americana-respondí en la misma lengua, y ella sonrió, comprendiendo todas las palabras. Tiró un poco de mí.
               -Hazme el amor-me pidió, subiendo las escaleras, con los ojos en los míos-. Con tu cuerpo y con tus palabras.
               Hice lo que me pidió, le dije que era preciosa mientras la desnudaba, ahora increíblemente despacio, alabé su piel mientras se la acariciaba, sus ojos mientras lo miraba, le dije que sus labios eran mi manjar favorito en el mundo mientras los besaba. Y Diana lo entendió todo, a pesar de que se lo decía en un idioma desconocido para ella, porque a veces las palabras entrañan significados que las trascienden y que las almas pueden transmitir.
               Le dije que la quería mientras entraba en ella, ella me respondió lo mismo recibiéndome, nos besamos, nos acariciamos, nos dijimos de todo y nada a la vez, dejamos que nuestras lenguas se enredaran en nuestra boca y en la del otro, mientras sus piernas rodeaban mi cintura y yo me perdía en su cuerpo.
               Echaría de menos esto como echaría de menos estar en casa.
               Pero Diana ahora era mi casa.
               Parpadeó con dificultad justo después del orgasmo, agotada. El peso de todo el día, toda la noche, toda la semana y toda la vida cayó también sobre mis hombros cuando terminamos. Me tumbé encima de ella, procurando no aplastarla, y nos quedamos dormidos con las narices tan juntas que fue un milagro que no nos asfixiáramos, respirando el dióxido de carbono que salía de los pulmones del otro.
               Nuestros cuerpos seguían unidos, debajo de las sábanas.


El tercer capítulo de Sabrae ya está disponible, ¡entra a echarle un vistazo y apúntate para que te avise de cuando suba los siguientes capítulos! A más gente apuntada, antes subiré



Te recuerdo que puedes hacerte con una copia de Chasing the stars en papel (por cada libro que venda, plantaré un árbol, ¡cuidemos al planeta!🌍); si también me dejas una reseña en Goodreads, te estaré súper agradecida.😍       

17 comentarios:

  1. Capitulo completito completito, no han narrado los 5 de milagro y porque si no no podía subir hoy jajajajajja
    Ahora en serio, me ha encantado el capitulo y creo que ha sido buena idea ver un poco de cada una de las vidas, al menos las de Layla, Chad y Tommy que han narrado en este capitulo. Vamos a empezar por decir que tanto las partes de Layla como de Chad han sido preciosas por tener que despedirse de la gente que quieren y toda la emoción de la audición (donde por cierto me ha encantado que dejaran claro que ellos no iban a cantar nada de sus padres que, aparte de lo físico, no eran One Direction y les cerrara la boca). Y bueno, ya la parte de Tommy ha sido puro fuego porque...¿que vamos a esperar de un tio de 17 años que está más salido que la esquina de una mesa? Pues puro fuego, aunque todo el momento del final con Diana, la americana diciendo que había hecho bien eligiendolo a él y demás ha sido precioso. Posiblemente hay varias frases que se me han quedado marcadas a fuego y que, pasen los capítulo que pasen, me voy a seguir acordando de ellas.

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    1. En un princiipo quería que narraran los 5 y que éste fuera el capítulo de las despedidas, pero me pasé un huevo narrando con Layla y creo que mi subconsciente ya me dio cancha a estirarme con Chad y Tommy así que... la de Tommy sería un poco la que menos encaja, pero es que es Diana la que se va a ocupar de narrar la despedida en su casa así que quería mostrar ese puntito más sociable y menos familiar de los chicos (?) me vino de perlas que vivan juntos la verdad JAJAJAJAJA
      Ay Ari, la próxima vez copia y pega las frases (si puede ser), me encanta cuando hacéis eso, me siento súper especial ☺

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  2. Si llego a saber que el capítulo era de esto te digo que no lo subieses y que podia esperar porqUE NO ESTABA PREPARADA. ¿SABES QUE HE LLORADO? ERIKA. HE. LLORADO. CUANDO LAYLA LE DICE A LIAM QUE SE VA A IR ME HE PUESTO A LLORAR JODER, PARECIA TONTA LLORANDO YO SOLA EN MI HABITACION. Y ENCIMA ROB COGIENDOLE LA MANO Y ANIMANDOLA Y LUEGO CANCELANDO LOS PLANES CON SUS AMIGOS PARA ESTAR CON ELLA, MIRA ME MUEEEEROOOOOOO.
    Y LUEGO CHAD. DE VERDAD. NO. PUEDO. ES QUE NO PUEDO CON CHAD. AMO CJANDO NARRA ÉL. ES QUE ME DA PUTO VIDA. TAMBIEN HE LLORADO CON SU DESPEDIDA JODER. Aun que también me he reido de la escena dramática de padres e hijo. Me he reído mucho. PERO LUEGO HE LLORADO OTRA VEZ.
    Todo los han recompensado Diana y Tommy porque son unos soletes hermosos. El momento de Diana chillando su nombre y diciendo que abriesen paso para asi encontrarse con Scott, Eleanor y Layla, muy done. He de decir que en el momento en que Scott tenía a Eleanor en los hombros y casi se caen me le he imaginado cagandose en todo y chillandole que se estuviese quieta que se iban a caer.
    Me he ilusionado cuando Eleanor tenia el mismo número que Liam porque me pense que los demas tambien iban a tener los mismos que el resto de chicos pero no :(. Cuando ha aparecido Simon casi poto #real. Es que es tonto, es que me cae fatal, tanto en la vida real como aqui. Joder hostia ya. POR CIERTO, me he quedado con la intriga de que cancion han cantado. A lo mejor lo has dicho en capitulos anteriores, en el que grabaron la maqueta quizás, pero tengo memoria pez y se me ha olvidado. O tambien puede ser que no lo hayas dicho y tenga la memoria cojonuda.
    Y por ultimo Tommy, ay Tommy, mi pequeño y grande Tommy. Lo digo cada vez que narra él pero es que me es inevitable no decirlo: ¿Cómo puede ser tam precioso? La manera a la que trata a todo el mundo, como si fueses reliquias de arte a las que hay que tratar con cuidado. La manera en la que ayuda a Scott para que vaya a ver a su hermana, como cuida de Eleanor, como quiere a Diana y a Layla, como esta pendiente de Chad, etc. Es que incluso follando salvajemente en el baño con Diana es bonito. He de decir que he echado de menos a Layla en la fiesta :(((.
    Luego Scott borracho perdido, diciendo gilipolleces, como por ejemplo chuparle la cara a Eleanor en lugar de besarla. El momento Sablec, que casi me da un soponcio. Luego Diana y Tommy haciendo el amor. Es que. Es que. NO PUEDO JODER NO PUEDO. SON TODOS PRECIOSOS. OJALÁ SE CASEN TODOS CON TODOS Y ASI SOMOS FELICES.
    Creo que el comentario me ha quedado largo, asi que paro que te vas a cansar de mi al final ajajaj. PERO ES QUE TENGO QUE EXPRESAR TODOS ESTOS AÑOS A OSCURAS JAJAJAJA.


    - Una Patricia esperando con ansias las narraciones de Scott y Layla jejeje (espero que la del primero empiecen con el vomitando u odiando la vida por la resaca que lleva encima jajajaj)

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    1. Era mejor que no esperaseis porque si no iba a hacerlo todo demasiado atropellado y quiero lucirme con Scott y Diana JAJAJAJAJAJAJAJAJ menos mal que me disteis permiso para subir hoy :3
      Tenía que meter la parte de Rob y Layla jo, es que Rob es El Gran Desconocido de esta novela porque vive lejos y aún es joven como para venir a Londres con su hermana, pero te prometo que quiere tantísimo a Layla que, al lado de ellos dos, parece que los Malik y los Tomlinson no se aguantan entre sí.
      Y lo de Chad es que es tan doloroso porque es hijo único ay, mi pobre Niall, que no va a tener con quién volcarse ahora que su niñito no está.
      LO DE DIANA ERA MUY SOBRADA PERO HABÍA QUE PONERLO LO SIENTO HAY QUE REÍRSE UN POCO EN LA VIDA pero también había que meterle el detalle del número de Eleanor siendo el mismo que el de Liam; éste no va a ser el único guiño que haya a 1d evidentemente, pero por algo se empieza.
      Y con Tommy, ay, ¿si digo que es de los capítulos de los que estoy más orgullosa, me crees? Es que he conseguido encontrar la voz de los primeros capítulos y el tono tan chulo y sobradito con el que Tommy narraba al principio de la novela, echaba MUCHÍSIMO de menos eso y no sabes lo fácil que se me hizo narrar esta parte con él, porque ves cómo es por dentro y cómo es por fuera (¿?¿?¿?) no sé si tiene sentido pero en fin
      Y buENO como Tommy borracho tuvo tanto éxito hace tiempo, no podía dejaros sin ver cómo es Scott ☺ protegiendo a su hermana y a la vez tocándole los huevos, jodiendo a Sabralec (en realidad los llamamos así, no Sablec) a través del embotamiento de su cerebro... ay mis hijos, cómo los quiero *se limpia una lagrimita*
      ME HA ENCANTADO TU COMENTARIO DE VERDAD por mí como si los haces de cuatro folios (aunque Blogger te va a parar los pies, yo de ti tendría cuidado y lo escribiría desde el ordenador si quieres batir un récord, jajajaja)

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  3. Echo mucho de menos a Sceleanor. No sé, quiero un capítulo sólo de ellos. Extraño a mis hijos. ��

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    1. Van a tardar un poco en volver Rosa, ahora tenemos que centrarnos en el concurso y la banda ☺ espero que la espera merezca la pena

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  4. 1. QUE MONO DAN CON LAYLA EN DIEZ AÑOS SE TIENEN QUE CASAR
    2. Rob cancelando los planes con sus amigos y Liam abrazándola casi lloro :(((((((
    3. Los Horan montando una escena dramática por qué no me extraña
    4. Chad y Aiden que se tienen que separar pobrecitos :((((
    5. Por un momento he chillao con la Diana de antes
    6. Me he quedao muy loca cuando prácticamente les han aceptao sin cantar solo porque van a dar dinero
    7. TOMMY Y DIANA MIS PADRES
    8. Scott de fiesta es lo mejor que me ha pasado en la vida
    9. ALEC Y SABRAE QUE GANAS DE QUE SABRAE CREZCA Y LE CONOZCA Y PODAMOS SABER MÁS DE LA RELACIÓN
    EL PRÓXIMO ES DE SCOTT ALELUYA GLORIA A DIOS

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    1. 1. TE IMAGINAS EL SPINOFF QUE SALDRÍA DE AHÍ
      2. Es un buen hermano de verdad, se merece mucho más protagonismo pero por razones evidentes no puedo meterlo en la novela así sin más :(
      3. Porque Chad es hijo único y Niall quiere mucho y bien ƪ(ړײ)‎ƪ​​
      5. Old Diana is the best Diana
      6. Estoy muy ofendida pero también convencida de que la mayoría de concursos son así cuando se presenta alguien emparentado con alguien importante
      7. TIANA MANDA EL MUNDO OBEDECE
      8. Espero que lo disfrutaras porque no vamos a volver a verlo así
      9. DIOS MÍO SABRALEC ES EL SALSEO DEL MAÑANA DIOS MÍO NO VAIS A AGUANTAROS LA VIDA, OS VA A REVENTAR UN PULMÓN

      GLORIA A DIOS POR TU COMENTARIO BARBARA, TE ECHÉ DE MENOS EN EL ANTERIOR, QUE NO VUELVA A OCURRIR O TE MANDO AL SICARIO es bromi

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  5. Madre mía qué llorera con los Payne cuando Layla les cuenta que se va al programa y con la despedida de los Horan. POR CIERTO LO DE CHAD SE AVISA EH QUE CASO CHILLO CUANDO HE VISTO QUE NARRABA ÉL ❤
    Quiero que Diana y Tommy me adopten y me dejen mirar mientras se besan y se dicen que se aman ❤
    SCOTT BORRACHO POR FAVOR ME DESCOJONABA XD
    PD: ¿Puedo pedir un poquito más Sceleanor? Los hecho de menos :(
    PD2: Te juro que cada día escribes mejor, gracias por bendecidos con tus historias

    - Ana

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    1. Por favor te imaginas tener una familia que te apoye en todo lo que hagas cant relate
      PUES VERÁS EN EL SIGUIENTE PORQUE VUELVE A NARRAR CHAD, NO SÉ SI LO TERMINARÁ ÉL O DIANA PERO UF UF UF NO TENÉIS NI IDEA DE LA QUE SE OS VIENE ENCIMA
      Yo no podría sólo mirar mientras se morrean, intentaría arrimar cebolleta fijo
      PD: pide mujer, que estamos en un país libre, pero no sé si podré cumplir porque tengo que centrarme en el programa,, se supone que en 15 capítulos se acaba la novela
      pd2: HE CHILLADO ANA TE COMO LA CARA QUÉ MONA ERES DÉJAME BESARTE ojalá sigas bendiciéndome tú a mí con tus comentarios durante mucho tiempo

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  6. MADRE MÍA PERO ENTRO AL BLOG Y NO ES QUE HAYA UN NUEVO CAPÍTULO SINO DOS CASI ME DA UN SÍNCOPE!!! siento no haber comentado el anterior pero estoy que no paro en casa y mira la verdad es que me encanta llegar y poder leerme dos de golpe porque siempre necesito más cuando acabo de leer.
    En fin, QUE ME VOY A MORIR CON ESTA NOVELA DE VERDAD NO SÉ QUÉ VA A SER DE MÍ CUANDO ACABE
    Este capítulo ha sido de los mejores me ha encantado que narraran los tres y todo lo intenso que ha sido, la escena de los Payne mira mátame y acabo antes con mi sufrimiento porque me he imaginado a Liam y mira me muero de ternura, la relación de Layla y Rob es súper Goals, de verdad él cancelando sus planes para estar con ella... me dan tanta pena las despedidas... porque HOLA CON CHAD TAMBIÉN CASI ME MUERO Niall es un bebé con un hijo y punto. La parte del aeropuerto me ha roto el corazón, solo puedo pensar en la pobre Kiara y lo mucho que va a echar de menos a Chad, aunque Vee también... PFFFFFFF 💔💔💔
    Y TOMMY Y DIANA AKA THE OTP DE MI VIDA bueno... Yo sé que cada día te digo una cosa nueva pero es que ahora mismo son tan monos y tan geniales juntos que solo quiero que se casen y tengan trillizos. Diana abriéndose paso ha sido súper iconic es la ama enserio... y bueno pues la parte de la discoteca y el final pues que casi me da un chungo.
    NO ME PUEDO CREER QUE VAYAN A ENTRAR YA EN EL CONCURSO Y PARECE QUE FUE AYER CUANDO DIANA LLEGÓ DE NUEVA YORK
    Echo de menos a Scott narrando y un poquito de Sceleanor aunque estos últimos capítulos han sido insuperables y aún así, sé que seguirás sorprendiéndonos con los siguientes... no puedo esperar a seguir leyendo.
    Un beso giganteeee!


    -María ��

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    1. SORPRESA MARÍA FELICES VACACIONES JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA no te preocupes, os echo de menos y me pongo bastante tristona pero también entiendo que tenéis vuestras vidas al margen de mi novela
      Me alegro muchísimo de que te haya gustado tanto y creo sinceramente que habría sido incluso mejor si narraran los 5, pero por motivos de espacio tuve que cortar en 3, se me fue todo de las manos ya con Layla (tenía pensado hacer 3/4 páginas con cada uno y ya Layla me ocupó sola 9) y no quería teneros esperando a lo tonto (aparte de que así tengo más espacio, escribo más, y puedo centrarme en terminar en lugar de recortar y así pasar rápido a escribir Sabrae)
      Aunque, pensándolo mejor, creo que te ha beneficiado que separara el capítulo porque todos iban a despedirse y así no sufres tanto AJAJAJAJAJA
      "quiero que se casen y tengan trillizos" girl tú y todo el mundo no eres especial (es broma porfa no te enfades)
      Ha pasado tan rápido el tiempo de verdad te puedes creer que llevo TRES AÑOS Y MEDIO ESCRIBIENDO ESTA NOVELA Y EN 15 CAPÍTULOS COMO MUCHO LA HABRÉ ACABADO UF ME DUELE EL CORAZÓN.
      Todas echáis de menos a Sceleanor y vais a tener que esperar un poco, pero espero que cuando aparezcan el tiempo que os he tenido en ascuas merezca la pena ♥
      Un besote guapa ♥

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  7. Tiana me tiene en la mierda, adoro a Layla con toda mi alma y se merece todo lo bueno de este mundo y los que haya pero Tiana está a años luz de Lommy(?)

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    1. Te entiendo tanto con lo de Tiana, pero jo, a la vez no puedo evitar shippear a Tommy con Layla, es que son tan buenos el uno para el otro <33333 tengo muchas ganas de que veáis la relación que van a tener los tres durante el programa, será precioso

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  8. "-¡¿Sabrae y Alec están intentando tener bebés?! ¡Pero si no tienen trabajo estable!" Dun es una criatura demasiado hermosa para este mundo. Estoy tan contenta por Chad se merece todo lo bueno de este mundo joder.

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    1. Quiero escribir doscientas historias sobre Duna ahora que encontré a una chica que es tal y como me la imagino con 18-20 años, uf
      Y Chad por favor, mi niño precioso siendo feliz, no le pido más a la vida

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  9. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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