Me pasé una eternidad eligiendo qué ponerme en el fondo
del armario. Me palpitaba el corazón y el estómago realizaba unas danzas
tribales muy raras a las que no me tenía acostumbrada. Sentía un nerviosismo
ancestral que poco tenía que ver con el hecho de que el tiempo corriera sin que
yo encontrara algo digno de ponerme en aquella ocasión.
Incluso
le pregunté a Shasha qué le parecía un peto vaquero blanco con unas medias de
lunares de terciopelo negro y un jersey por debajo del peto, pero sólo conseguí
que me mirara como si estuviera loca y se encogiera de hombros, sin tener ni
idea de lo que quería que me dijera. Y se marchó de mi habitación.
Todavía
no estaba tan loca como para preguntarle a Scott qué me sugería y, después de
ver cómo papá había hecho pasar vergüenza a Scott al enterarse de que había
quedado con su novia, lo último que quería era preguntarle su opinión a mamá y
que ella consiguiera que me sonrojara.
Así
que me quedé vestida como estaba; me puse un abrigo peludo de color crema, me
colgué una pequeña mochila al hombro en la que metí el móvil, la cartera, las
llaves y un poco de gloss con sabor a
frutas (nunca estaba de más, o eso decían las revistas sobre famosos en los
consultorios y los especiales que hacían explicándote tu primer beso y qué
esperar de él) y troté escaleras abajo. Me gané un halagador “¡qué guapa!” y un
cómplice “pásatelo bien, cariño” de mi madre cuando pasé a su lado y les di
sendos besos en la mejilla.
Scott
levantó la vista dos segundos del móvil y exhaló un bufido a modo de despedida.
Se había acabado el momento mimoso de por la mañana, ahora estaba mandándose
emoticonos con sus amigos y leyendo noticias de asteroides en blogs con enlaces
muy complicados que sólo le interesaban a él.
Y
todos aquellos nervios fueron para nada. Cuando llamé a la puerta de Amoke,
hecha un flan por las expectativas, me la encontré con el pelo alborotado y los
leggings y la sudadera de andar por casa aún puestos. Se frotó el ojo con la
manga de la sudadera y se me quedó mirando.
-Uy,
vaya-musitó.
-¿Uy,
vaya?-respondí yo, molesta-. ¿Se te ha ido otra vez la hora?
-Se
me ha olvidado decírtelo, Saab. No hemos quedado al final.
Noté
cómo el alma se me caía a los pies. Había procurado no hacerme demasiadas
ilusiones, no pensar en cómo me armaría de valor para cogerle la mano a Hugo y
arriesgarme a su rechazo, no fantasear con cómo sería que él viniera conmigo
hasta casa, como hacían los chicos de las películas…
Sobra
decir que había fracasado estrepitosamente en el intento. Prueba de ello era el
gloss que ahora se me pegaba de forma
estúpida a los labios. Frustrada, contuve el impulso de quitármelo con el dorso
de la mano.
-Y
eso, ¿por qué?
-Me
ha dicho que no podía y yo no quise insistir. No quiero resultar pesada,
¿entiendes? Dios-se llevó una mano a la boca, observando mi atuendo-. Estás
guapísima. Me siento fatal.
-No
pasa nada-decidí tranquilizarla por el temblor de su labio inferior. Amoke
parecía a punto de echarse a llorar-. En serio. No es nada, tesoro. Me gusta ir
guapa a los sitios, eso es todo. Si no te apetece hacer nada, puedo ir a mi
casa y adelantar unos deberes…
-No,
no-negó con la cabeza, hundiendo sus manos en su pelo-. Daremos una vuelta, tú
y yo… Es que…-suspiró-. Estás tan guapa, Sabrae. Deberíamos salir.
-No
me importa, Momo. Si quieres quedarte en casa, yo…-Amoke agitó la mano y me
invitó a entrar. Trotó escaleras arriba en dirección a su habitación sin
esperar a que yo la siguiera. Sabía que lo haría. Empujé la puerta de su
habitación y esperé apoyada en el vano mientras ella se enfundaba un jersey y
unos vaqueros rápidamente. El jersey, de color canela, hacía que resaltara el
tono ígneo de las puntas de su pelo. Hacía tiempo que su pelo había empezado a
oscurecerse por la raíz, pero las puntas se mantenían rebeldes, haciendo de
ella una verdadera leona. Me dedicó una sonrisa tímida mientras se calzaba las
botas, cogió su bolso y me empujó hacia la puerta.
-Si
quieres, podemos avisar a Kendra y Taïssa…-empecé, sabedora de que le gustaba
más cuando estábamos las cuatro. Era más divertido así.
-Me
apetece estar tú y yo solas hoy, ¿qué opinas?-contestó, mimosa, abrazándose a
mí y dándome un beso en la mejilla, regalándome un extracto de su perfume con
base de coco que me dio mucha hambre.