domingo, 31 de diciembre de 2017

Besos.

Me pasé una eternidad eligiendo qué ponerme en el fondo del armario. Me palpitaba el corazón y el estómago realizaba unas danzas tribales muy raras a las que no me tenía acostumbrada. Sentía un nerviosismo ancestral que poco tenía que ver con el hecho de que el tiempo corriera sin que yo encontrara algo digno de ponerme en aquella ocasión.
               Incluso le pregunté a Shasha qué le parecía un peto vaquero blanco con unas medias de lunares de terciopelo negro y un jersey por debajo del peto, pero sólo conseguí que me mirara como si estuviera loca y se encogiera de hombros, sin tener ni idea de lo que quería que me dijera. Y se marchó de mi habitación.
               Todavía no estaba tan loca como para preguntarle a Scott qué me sugería y, después de ver cómo papá había hecho pasar vergüenza a Scott al enterarse de que había quedado con su novia, lo último que quería era preguntarle su opinión a mamá y que ella consiguiera que me sonrojara.
               Así que me quedé vestida como estaba; me puse un abrigo peludo de color crema, me colgué una pequeña mochila al hombro en la que metí el móvil, la cartera, las llaves y un poco de gloss con sabor a frutas (nunca estaba de más, o eso decían las revistas sobre famosos en los consultorios y los especiales que hacían explicándote tu primer beso y qué esperar de él) y troté escaleras abajo. Me gané un halagador “¡qué guapa!” y un cómplice “pásatelo bien, cariño” de mi madre cuando pasé a su lado y les di sendos besos en la mejilla.
               Scott levantó la vista dos segundos del móvil y exhaló un bufido a modo de despedida. Se había acabado el momento mimoso de por la mañana, ahora estaba mandándose emoticonos con sus amigos y leyendo noticias de asteroides en blogs con enlaces muy complicados que sólo le interesaban a él.
               Y todos aquellos nervios fueron para nada. Cuando llamé a la puerta de Amoke, hecha un flan por las expectativas, me la encontré con el pelo alborotado y los leggings y la sudadera de andar por casa aún puestos. Se frotó el ojo con la manga de la sudadera y se me quedó mirando.
               -Uy, vaya-musitó.
               -¿Uy, vaya?-respondí yo, molesta-. ¿Se te ha ido otra vez la hora?
               -Se me ha olvidado decírtelo, Saab. No hemos quedado al final.
               Noté cómo el alma se me caía a los pies. Había procurado no hacerme demasiadas ilusiones, no pensar en cómo me armaría de valor para cogerle la mano a Hugo y arriesgarme a su rechazo, no fantasear con cómo sería que él viniera conmigo hasta casa, como hacían los chicos de las películas…
               Sobra decir que había fracasado estrepitosamente en el intento. Prueba de ello era el gloss que ahora se me pegaba de forma estúpida a los labios. Frustrada, contuve el impulso de quitármelo con el dorso de la mano.
               -Y eso, ¿por qué?
               -Me ha dicho que no podía y yo no quise insistir. No quiero resultar pesada, ¿entiendes? Dios-se llevó una mano a la boca, observando mi atuendo-. Estás guapísima. Me siento fatal.
               -No pasa nada-decidí tranquilizarla por el temblor de su labio inferior. Amoke parecía a punto de echarse a llorar-. En serio. No es nada, tesoro. Me gusta ir guapa a los sitios, eso es todo. Si no te apetece hacer nada, puedo ir a mi casa y adelantar unos deberes…
               -No, no-negó con la cabeza, hundiendo sus manos en su pelo-. Daremos una vuelta, tú y yo… Es que…-suspiró-. Estás tan guapa, Sabrae. Deberíamos salir.
               -No me importa, Momo. Si quieres quedarte en casa, yo…-Amoke agitó la mano y me invitó a entrar. Trotó escaleras arriba en dirección a su habitación sin esperar a que yo la siguiera. Sabía que lo haría. Empujé la puerta de su habitación y esperé apoyada en el vano mientras ella se enfundaba un jersey y unos vaqueros rápidamente. El jersey, de color canela, hacía que resaltara el tono ígneo de las puntas de su pelo. Hacía tiempo que su pelo había empezado a oscurecerse por la raíz, pero las puntas se mantenían rebeldes, haciendo de ella una verdadera leona. Me dedicó una sonrisa tímida mientras se calzaba las botas, cogió su bolso y me empujó hacia la puerta.
               -Si quieres, podemos avisar a Kendra y Taïssa…-empecé, sabedora de que le gustaba más cuando estábamos las cuatro. Era más divertido así.
               -Me apetece estar tú y yo solas hoy, ¿qué opinas?-contestó, mimosa, abrazándose a mí y dándome un beso en la mejilla, regalándome un extracto de su perfume con base de coco que me dio mucha hambre.

               Me dejé hacer, paseamos durante más de una hora por el barrio y alrededores. Nos acercamos al parque y nos sentamos en una de las mesas de los pequeños puestos de gofres y demás golosinas, compartiendo un dulce, dándole mordisquitos con timidez y observando a los niños jugar en las atracciones, abrigados hasta las cejas por unas madres atentas que no les quitaban ojo de encima.
               Había varias parejas paseando acarameladas por la orilla del lago. En un banco cercano a la casita de los patos, un par de chicas se cogían de las manos y se besaban con pasión, enredando los dedos en la melena de su novia y riéndose de bromas que sólo ellas podían escuchar y entender. Noté cómo Amoke se miraba las manos y se desinflaba un poco.
               Yo había hecho lo posible por que no se disgustara. Sabía que había estado mucho tiempo planeando el momento en que le pediría salir a Nathan y yo tenía el presentimiento de que esta tarde lo conseguiría. Se armaría de valor y se lo diría. O él a ella. Y escribirían una preciosa historia de amor. De ésas que yo decía que no me gustaba leer, pero que devoraba cuando me iba a la cama.
               No veía la hora de apagar la luz y fingir que me iba a dormir mientras me escondía debajo de las sábanas con el peluche de Bugs Bunny a mi lado y leía ayudada por una linterna hasta bien entrada la madrugada. Luego me pasaba el día bostezando, eso me hacía ganar fama de dormilona… pero no me importaba.
               Las historias de amor son más bonitas cuando las lees en la intimidad de tu habitación, en secreto bajo las sábanas, con la sola compañía de tu peluche favorito y tu almohada.
               -Ya llegará el momento, Momo-la animé cuando ella lanzó un profundo suspiro, y me miró, agradecida por mis palabras de ánimo. Sin embargo, supe que no terminaba de creérselas del todo.
               -No hay quien los entienda. A los chicos-explicó-. A ninguno-se encogió de hombros-. Decís que se le nota que le gusto, pero…
               -Está loco por ti.
               -Si es así, ¿por qué no ha dicho que sí a la primera?
               -Le habrá surgido algo-me encogí de hombros-. No eres la única con imprevistos, ¿sabes, Momo?
               -Ya…-se miró las uñas, se las limpió y chasqueó la lengua cuando se le descascarilló el esmalte-. Jopé. Todo me sale mal hoy.
               -No todo. Nos han puesto sirope de chocolate y praliné-señalé el gofre a medio terminar-, y sólo nos han cobrado uno.
               Amoke se echó a reír.
               -Eso es porque dejamos propina cada vez que venimos, pero, ¿cómo explicas esto?-me enseñó sus uñas, perfectamente pintadas con rayas blancas, rosadas y rojas, como los bastoncitos de caramelo de Navidad.
               -Eso tiene fácil solución-contesté, tomando otro bocado del gofre y levantándome-. Vamos a tu casa. Te haré un dibujo bonito en las uñas. Y le pondremos fijador para que no se estropee.
               Amoke sonrió, con una sonrisa llena de chocolate y migas de gofre. Se metió el último trozo que quedaba en la boca y se apresuró a seguirme por el parque. Apretamos el paso al salir de entre los árboles y, cuando llegamos a su casa, prácticamente íbamos trotando. Nos reíamos y nos empujábamos y nos tomábamos el pelo en cada esquina, felices y contentas de estar la una con la otra. Nos quitamos los abrigos y los colgamos en el perchero de la puerta del vestíbulo de casa de Amoke y balamos un dócil “síiiii” cuando su padre nos preguntó desde el salón si habíamos vuelto ya. Soltamos una risita ante la evidencia de la respuesta y corrimos escaleras arriba. Amoke me prestó unos leggings para cuidar de que a mis medias no se le hicieran una carrera (eran mis favoritas, y la talla mayor de la sección en la que las había comprado; la pubertad me estaba regalando un culo que me encantaba, pero que no era amigo de las medias de la sección de niños), sacó su neceser con más de 50 esmaltes y se sentó con las piernas cruzadas, a lo indio, sobre su cama.
               Nos quitamos el esmalte de las uñas y Amoke me las pintó con un tono gris metalizado con efecto espejo (estuve más de 30 minutos intentando averiguar si podía verme los dientes en las uñas) y yo le hice margaritas de pétalos blancos y centro amarillo sobre un fondo azul. Amoke se las quedó mirando, encantada, y casi se estropea la manicura al intentar abrazarme a modo de agradecimiento.
               Como no sabíamos qué hacer, nos tumbamos en la cama y encendimos su ordenador. Saltamos de página en página hasta que yo sugerí ver una película y ella asintió con la cabeza. Terminamos viendo una japonesa de amor, de llorar mucho, titulada Your Name, que contaba la historia de dos chicos de orígenes diferentes que, por misterios del destino, se intercambiaban de vez en cuando los cuerpos, y ponían patas arriba la vida del otro.
               Nos limpiamos los lagrimones mientras se deslizaban los créditos en letras que no comprendíamos. Nos miramos un momento, conscientes de la cercanía de la otra de forma repentina, y nos empezamos a reír.
               Tal fue nuestro ataque de risa que la madre de Amoke subió a ver qué nos pasaba, mientras nosotras nos retorcíamos en la cama agarrándonos la tripa.
               Su madre puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y me preguntó si me quedaba a cenar. Sacudí la mía a modo de respuesta y ella alzó las manos, diciendo que podía cambiar de opinión cuando quisiera.
               Amoke y yo seguimos riéndonos entre dientes un rato después de que la puerta de su cuarto se cerrara y volviéramos a quedarnos solas. Cuando parecía que nos tranquilizábamos, nos mirábamos y volvíamos a empezar.
               -Al final, con todo esto, me parece que nos ha venido bien que los chicos no pudieran quedar con nosotras-comentó, trenzándome el pelo.
               -Pues sí-asentí, toqueteando en la pantalla de su ordenador. Volvió a suspirar y yo miré su reflejo en la pantalla-. ¿Qué pasa, Momo?
               -Empiezo a pensar que quizá todo esto sea una señal.
               -¿El qué?
               -No sé, todo…-se encogió de hombros y yo me di la vuelta, olvidándome de la trenza a medio hacer-. Pues… Nathan me envía mensajes siempre que yo estoy ocupada. Cuando yo se los envío a él, debe de estar también liado, porque siempre tarda muchísimo en contestarlos. Cuando me armo de valor para decirle de hacer algo, nosotros cuatro, él tiene ya planes hechos.
               -Eso no es justo, Momo: le hemos avisado con muy poca antelación.
               -Aun así-se echó el pelo hacia atrás-. No sé. Es una sensación que tengo, como si el universo estuviera intentando decirme algo.
               -¿El universo? De repente suenas como mi hermano.
               -Precisamente por tu hermano lo digo-contestó.
               -¿Qué quieres decir?
               -Lo que me has contado esta mañana me ha dejado un poco… preocupada.
               -No creo que nos pase nada por sentarnos en el mismo sofá que Scott y Ashley, Amoke. Es decir… espero que no hayan hecho nada. Y que no tengan una de esas enfermedades raras que los novios les pegan a las novias, o a la inversa.
               -No lo digo por eso, tonta-Amoke puso los ojos en blanco-. Lo digo por lo de besar. ¿Y si Nathan quisiera besarme, y lo hace, y yo no sé cómo responder, y dejo de gustarle?
               -Habría que ser lerdo para que dejes de gustarle por una cosa así-contesté, y Amoke entrecerró los ojos.
               -Cuando no quieres entenderme eres igual de tonta que una piedra.
               -Quizás sea la edad, Momo, ¿yo qué sé? Mi hermana pequeña es incapaz de entender cosas que a nosotras nos parecen obvias, como que la Tierra orbite alrededor del sol.
               -¿Se lo has explicado despacio?
               -Sí. Siete veces. Pero no lo entiende. Siempre pregunta que cómo podemos movernos y no notarlo… al margen de que el sol sí que se mueve en el horizonte.
               -La verdad es que tiene razón-razonó Amoke.
               -Momo-pedí, poniendo los ojos en blanco.
               -Sólo lo digo… ¿no te parece que es un poco… precipitado… el ir a una cita si no sabes besar?
               -¿Y cómo pretendes aprender, entonces? Scott dice que besar es como andar en bici. Tienes que arriesgarte a hacerlo mal y caerte para poder aprender la manera correcta de pedalear.
               -La verdad es que entiendo la similitud, por eso de que movía la lengua en círculos dentro de la boca de Ashley.
               Me estremecí.
               -No necesitaba que me recordaras esa imagen, Amoke.
               -Perdón. Es sólo que… he estado dándole vueltas.
               Me aparté un poco de ella.
               -Ay, por Dios.
               -Creo que debería posponer todo esto de Nathan. Dejarlo como en suspensión, ¿entiendes?
               -No.
               -Encontrar a otro chico que me guste, pero no tanto como él, y practicar con él…
               -Eso que estás diciendo es muy cruel.
               -Le explicaría mis intenciones. Sabes que soy sincera-se llevó una mano al pecho y parpadeó con sus ojazos-. No le haría daño a una mosca, no queriendo, al menos.
               -No, Amoke. No me parece bien-me crucé de brazos y negué con la cabeza.
               -¿Por qué? La gente lo hace constantemente. Mis padres no perdieron la virginidad juntos y ahora están casados, ¿qué diferencia hay?
               -Que entre ellos surgió así, no lo provocaron como lo quieres provocar tú.
               -¡No quiero espantarle por no saber besar!
               -¿Es que te crees que él va a saber más que tú?
               -¿Con lo guapo que es?-rezongó-. ¡Por supuesto que sí!
               -Tú también eres guapa, Amoke. Muy guapa-maticé. Ella bufó, frustrada, se inclinó hacia atrás y miró el techo de su habitación.
               -Pero no… es… lo mismo. No sé. Yo se lo perdonaría. Él a mí, puede que no.
               -Para ser el chico que te gusta, tienes una opinión horrible de él.
               -Dime que los chicos no son así. En general. Tú les conoces mejor que yo. Oyes a Scott cuando está en su habitación con sus amigos. Alec, que es el más sincero…
               -El más gilipollas, querrás decir.
               -… lo admite abiertamente. Que no le importa que una chica no sepa esto o no sepa lo otro, pero si lo sabe, gana puntos.
               -Esto no es un estúpido partido de baloncesto. Y tú no deberías querer cambiar por un chico.
               -No quiero cambiar por un chico, Saab-negó con la cabeza-. Lo hago por mí.
               -No veo cómo puede ser eso.
               -Quiero ser su novia, ¿vale? Y si tengo que conseguir más experiencia y más sabiduría, pues… lo haré.
               Chasqueé la lengua.
               -Todo es por mí-insistió-. Es como montar en bici. Imagínate que yo quiero ir de ruta por Europa, por los Países Bajos, o algún sitio de estos más plano que Inglaterra. ¿A que no te parece sensato que espere a ir allí y alquilar una bici para aprender a montar?-preguntó, y yo puse los ojos en blanco-. ¿A que entenderías que quisiera ser una gran ciclista antes de ir? Pues eso es lo que me pasa. Quiero ser una gran besadora para si se presenta la ocasión.
               Alcé las cejas y sacudí la cabeza. Amoke sonrió con suficiencia y se cruzó de brazos.
               -Te he dejado sin argumentos.
               -Me dejarás elegir al chico, por lo menos, ¿no?-pregunté, y ella no dijo nada: se limitó a abrir la tapa de su ordenador y entrar en Facebook. Dedicamos la siguiente media hora a seleccionar chicos de su lista de amigos. Nos llevó más tiempo del que creíamos porque, a los que no contestábamos con un “puf”, “no”, “ni en sueños” cuando el ratón pasaba sobre su cabeza, empezábamos a discutir sobre por qué sería mala idea empezar con el susodicho.
               -No se lava los dientes.
               -Fijo que le huele el aliento.
               -Tiene los labios muy cortados.
               -Qué dientes…
               -Seguro que te intenta meter la lengua hasta el esófago.
               -Es muy tonto, a ver si me lo va a pegar…
               Así que terminamos nuestra búsqueda sin resultado, frustradas las dos porque la otra no parecía colaborar. Yo le había sugerido los chicos más decentes, pero ella negaba con la cabeza alegando que necesitaba una “conexión”.
               -¿No decías que esto es como andar en bici? Para aprender a montar, sirve cualquier bicicleta.
               -Me van a transmitir gérmenes-tildaba ella.
               -Qué manera más romántica de ver los besos.
               -A ver, si lo piensas, un beso no es muy diferente de lamer un escupitajo.
               -¡ERES UNA MARRANA, AMOKE!
               Desparramamos todas las revistas que tenía por la habitación buscando consejo, pero a lo máximo que pudimos llegar fue a momentos preparatorios del beso: ponerse gloss, lavarse los dientes, un caramelo de menta, apartarse el pelo… cosas así. Era tremendamente inútil.
               Tenía la misma lógica que te hablaran de todo eso sin explicarte qué hacer para besar bien como que un libro de recetas te explicara cómo emplatar, pero no cómo realizar la elaboración del plato en sí.
               Amoke se colgó del borde de su cama, aburrida y desanimada.
               -Nunca voy a aprender a besar bien-se frotó la cara.
               -A mí me parece tierno que no sepas y que puedas aprender con él. Piénsalo. Es una oportunidad.
               -Sí, de quedar como una estúpida-respondió.
               -Si tanto te preocupa, ¿por qué no le preguntas a tu madre?-sugerí, y ella se incorporó como un resorte.
               -No puedo preguntarle eso a mi madre. Qué vergüenza. Fijo que me echa de casa.
               -Eres una exagerada.
               -¿Y si le preguntas a la tuya?
               -¿¡Yo!? ¡Ah, no! ¡Ni de coña! Tú eres la que está comiéndose la cabeza, ¡no quiero que piense que soy una rarita si le pregunto eso, Momo!
               -¡Por favor! ¡Os lleváis bien! ¡Le preguntas muchas cosas!
               -¡Va a pensar que soy lerda!
               -¡No tiene por qué! Le dices que te parece muy complicado y ya está.
               -Un beso es chuparse la boca, ¿qué complicación ves ahí tú?
               -La técnica-se encogió de hombros y su rostro se iluminó-. ¡Tu hermano!
               -¿Qué le pasa?
               -¡Puedes preguntarle a él!
               -Sí, claro. Para que me traume más-le di con una revista enrollada en la cabeza-. ¿Tú eres tonta?
               -¡Siempre haces lo mismo, Sabrae!-estalló Amoke-. ¡Siempre dices que me vas a ayudar y luego se te ocurren mil y una pegas para cada plan que yo te propongo! ¡Eres la leche, chica!-y continuó gritándome, pero yo caí en una cosa.
               Las dos chicas en el parque. Cogiéndose de las manos y besándose despacio, más que Scott y Ashley.
               Habíamos cometido un error buscando en Facebook. Habíamos encendido el filtro de sexo y sólo habíamos mirado los chicos.
               Pero dos chicas también pueden besarse.
               -Amoke-la intenté cortar, pero ella continuaba-, Amoke. ¡Amoke, cállate!-dije, y ella se quedó a media frase mirándome-. Se me ha ocurrido una cosa.
               -No vamos a mirar en Internet. Por ahí no paso. Sabe dios en qué páginas acabamos…
               -No, idiota. Nada de mirar por Internet. Es algo mejor.
               Amoke frunció el ceño.
               -¿El qué?
               -Prueba conmigo.
               Abrió mucho los ojos.
               -¿¡Cómo has dicho!?
               -A las dos nos vendría bien practicar. Y no quiero que te enrolles con cualquier gilipollas sólo por tener esa experiencia.
               -Sabrae, no tienes que…
               -Quiero hacerlo por ti. Sólo es un beso. Bueno, unos cuantos, supongo. No creo que nos salga bien a la primera.
               -Pero es tu primer beso.
               -Igual que el  tuyo, ¿no?
               -¡Es importante!
               Me eché a reír. Era increíble que hubiera hablado de ello tan a la ligera y que, ahora, le escandalizara tanto que las tornas se hubieran cambiado. Se sentía igual de protectora conmigo que yo con ella.
               -Igual que tú-dije con tranquilidad, asegurándome así de que sabía que lo decía con total convicción-. Quiero hacer esto por ti, Momo. No vamos a encontrar a nadie que nos quiera como nos queremos la una a la otra, al menos no al principio.
               Amoke se miró los dedos, nerviosa.
               -¿Estás segura?-inquirió por fin, levantando la vista, y yo asentí con la cabeza.
               -Convencida, al cien por cien.
               Suspiró, asintió, se levantó de la cama y fue hasta el baño. La acompañé y nos lavamos los dientes, nos recogimos el pelo, yo en una cola de caballo, ella con un turbante, y nos sentamos de nuevo en su habitación. Amoke cerró la puerta y puso una silla para que costara más abrirla. A mí me latía el corazón a toda velocidad.
               Sentía que estaba a punto de hacer algo prohibido, y, por lo tanto, tremendamente excitante.
               Lentamente, como si me tuviera miedo, Amoke caminó hacia la cama y se sentó en el borde, a mi lado. Nuestras rodillas se rozaban y nuestras respiraciones chocaban la una contra la otra, creando remolinos entre nuestros cuerpos similares a los huracanes entre América y Europa.
               -Todavía podemos dar marcha atrás-dijo. Yo negué con la cabeza, abrí mi botecito de vaselina de sandía de emergencias (las revistas dirían que el gloss era mejor, pero yo prefería estar más cómoda y menos viscosa, no quería incomodar a Amoke) y me eché un poco de vaselina en los labios mientras Amoke se aplicaba también un poco de cacao.
               Se me puso el corazón en la garganta cuando nos miramos a los ojos y nos inclinamos la una hacia la otra. Apoyé mi frente en la suya y su nariz tocó la mía.
               -Momo…
               -Qué…-dijo en un susurro.
               -No podemos contarle esto a nadie.
               -Vale.
               -¿Lo prometes?
               -Lo prometo. ¿Y tú? ¿Lo prometes?
               -Lo prometo.
               Amoke jadeó cuando yo busqué su mano y enlacé mi meñique con el suyo. Cerré los ojos, y, con la caricia de sus pestañas en mi mejilla, supe que Amoke los había cerrado también.
               Me incliné un poco hacia la derecha. Amoke se inclinó hacia la izquierda, su propia derecha. Notaba su aliento cálido y a la vez fresco chocar contra mis labios. Me tranquilizó saber que ella estaba tan nerviosa como yo.
               Me acerqué a ella. Amoke me puso la mano en el hombro y yo la coloqué en su cuello. Era como si temiéramos que la otra al final se rajara, no diera el paso y nos quedáramos colgando.
               Pero no sucedió.
               Me acerqué un poco más a ella y ella un poco más a mí, y de repente sentí una ligerísima presión en los labios, como el aterrizaje de una mariposa. Pude sentir en ellos los latidos desbocados del corazón de Amoke, el calor que desprendía su boca, la dulzura de sus labios y el ligero sabor alimonado de su vaselina.
               Sin pensar, en un acto reflejo, me relamí.
               Y Amoke respiró en mi nariz, disfrutando de esa sensación. Las dos nos estremecimos un segundo. Frotamos con timidez nuestros labios, descubriendo cosas que no sabíamos que podíamos experimentar.
               Después de unos segundos de contacto, finalmente nos separamos. Amoke abrió los ojos despacio y me miró. Nos sonreímos con timidez y nuestras mejillas se encendieron como dos hogueras en un bosque. Amoke buscó mi mano y me acarició el dorso de los dedos con los suyos. Me quedé mirando nuestras manos semi entrelazadas, disfrutando del contacto y de la marea de sensaciones que me abrumaban.
               Tenía ganas de llorar de felicidad. Me gustaban los besos, después de todo.
               Y me gustaba que mi primer beso hubiera sido compartido con Amoke.
               -Ha sido… muy bonito-susurré después de un rato en silencio.
               -Y especial-asintió ella.
               -Sí.
               Nos quedamos calladas, sumidas en nuestros pensamientos, acostumbrándonos a esos descubrimientos.
               -¿Saab?
               -¿Sí?
               -Gracias por no dejar que se lo regalara a cualquiera.
               Sonreí.
               -Gracias a ti por hacerlo así de especial.
               Amoke me devolvió la sonrisa, y miró mi boca. Yo miré la suya y nos volvimos a inclinar, dispuestas a ir practicando poco a poco, sin pausa pero sin prisa.
               Lo más curioso es que dejé la mente en blanco. No pensé en nada.
               Y, cuando entreabrí la boca y seguí con la punta de la lengua los labios de Amoke, y probé el electrizante sabor de su vaselina con extracto de limón, fue cuando lo supe.
               Me gustaban los chicos.
               Y me gustaban las chicas.

Amoke y yo tardamos un tiempo en decirles a nuestras familias que nos gustaba un chico. Aunque, siendo sincera, me daba la sensación de que papá y mamá ya se olían algo, por los brincos que daba en el sofá cuando ellos me hablaban y la forma en que el móvil peligraba con caerse al suelo.
               Mi hermano no decía nada, pero se mordisqueaba el piercing con una sonrisa como si supiera exactamente la conversación que estaba manteniendo y el secreto que ocultaba en mi interior, tras mi fachada de niña buena.
               Y, cuando me preguntaron por enésima vez qué ocurría después de que yo me sonrojara mirando una foto que Hugo había colgado en Instagram, tuve que contárselo.
               Ése fue el momento clave para que mis padres decidieran hablarme sobre el sexo. Hablarme sobre eso como algo que yo estaba destinada a participar, sentir y practicar.
               Para mí, hasta entonces, el sexo había sido algo que había tenido muy presente pero que a la vez se me antojaba tremendamente distante. A pesar de que en mi familia éramos muy abiertos en ese sentido y yo sabía que tarde o temprano tendría esa conversación tan famosa que se trataba en las películas, a la vez sentía como si eso perteneciera a un mundo al que yo no tenía acceso.
               Como si fuera una parte de mi vida que se fuera a desbloquear con el paso del tiempo, una especie de nivel de expertos en un videojuego al que sólo podías jugar cuando te habías pasado el juego.
               El sexo se convirtió en una realidad para mí. Dejó de ser aquello de lo que hablaban mis padres cuando estaban juntos… como cuando mamá se probó por primera vez el vestido de una gala del MET a la que tenía que ir cuando yo era pequeña, y papá la miró de arriba abajo, estudiando su figura llena de curvas bajo la tela blanca que la hacía parecer una diosa de chocolate.
               -Uf-había gemido él-. Vamos a tener otro bebé. Ponedle una cremallera-se había girado hacia las dependientas de la tienda en la que mamá se estaba probando el vestido, y ellas habían negado con la cabeza.
               -No podem…
               -O le ponéis una cremallera-sentenció papá-, o, en cuanto se lo traiga a casa, le rompo el vestido-y había dado un paso a mamá, la había cogido de las caderas, la había bajado del pedestal en el que le acomodaban los pliegues y la había besado como si papá fuera el inventor de los besos-. Vamos a hacer otro bebé.
               Yo me había reído ante ese comentario y me había reído aún más de la cara que pusieron las dependientas al ver con qué naturalidad nos tomábamos ese tema estando todos presentes. Pero, aun así, para mí era algo inalcanzable y a lo que no le había prestado mucha atención.
               Ni siquiera había pensado en ello cuando Scott tuvo su charla, ni cuando hablaba sobre eso con sus amigos, al otro lado de la pared.
               Pero llegó el día. Las puertas se abrieron y mis padres me mostraron el paisaje de un nuevo mundo al que yo entraría tarde o temprano.
               Fue después de comer: me pidieron que me quedara un momento con ellos y, como habíamos hecho cuando me explicaron los cambios por los que estaba pasando mi cuerpo, se sentaron a la mesa del comedor. Yo estaba muy nerviosa, pensando que se habían enterado de lo de mis besos con Amoke, que me iban a reñir porque las amigas no se besan así, sólo se besan las parejas.
               -Mi amor…-empezó mamá-. Papá y yo hemos decidido que ya es hora de que hablemos sobre una cosa importante contigo-le cogió la mano a mi padre y le acarició los nudillos con el pulgar. Yo asentí con la cabeza y tragué saliva-. Verás, lo que nos dijiste el otro día sobre ese chico…-agradecí que lo llamara “chico” y no “niño”. A veces, cuando estaba con ellos, me sentía incluso más pequeña e inexperta de lo que ya era. Sentía que todo lo que estaba aprendiendo a base de practicar con Amoke no me servía de nada.
               Tampoco es que perder el tiempo me importara mucho. Me gustaba mucho cuando Amoke y yo cerrábamos la puerta de la habitación en la que estábamos y nos poníamos a practicar nuestros besos. Sentía un gustirrinín en mi interior difícil de describir.
               -Ya sabes…-continuó papá-. Sobre sexo.
               -Llevamos posponiéndolo un tiempo-mamá lo miró y él la miró a ella-, pero es el momento. Como Scott… hace tantas preguntas últimamente...-alzó las cejas y yo solté una risita. Scott llevaba unos días que, para lo único para lo que abría la boca, era para preguntar esto o aquello relacionado con el sexo. Y, como apenas paraba en casa, lo hacía durante la comida, sin pudor ninguno por la presencia de sus hermanas en la misma mesa.
               -Papá-había llamado hacía unos minutos, y yo ya me había puesto en alerta, atenta a toda palabra que saliera de la boca de mi padre o de mi hermano-, ¿no molesta la barba, cuando…?-miró un momento a Duna y Shasha, sin atreverse a decir la palabra, y meneó la lengua rápidamente. Las tres hermanas nos reímos, sin saber qué significaba aquello pero sospechando que nada bueno.
               Ah, y también por la cara de misterio de Scott.
               -¿No rasca ni nada?
               Papá había sonreído y tomado un sorbo de su vaso.
               -A tu madre le encanta-dijo por fin, y yo fruncí el ceño. Mamá le dio un manotazo en la mano, pero papá no se amedrentó-. ¿Qué me dices de ti? ¿El piercing… se nota?
               -¡Zayn!-exigió mamá.
               -Curiosidad científica, mi amor. Curiosidad científica-respondió, encogiéndose de hombros y sonriendo. Scott soltó una risa entre dientes y asintió con la cabeza.
               -Le preguntaré la próxima vez.
               Me sorprendió que Scott hubiera tardado tanto tiempo en fardar de sus conquistas delante de mis padres. Ya sabía que había perdido la virginidad hacía un mes, o así, por las continuas pullas que se dedicaban los chicos cuando se juntaban en la habitación de al lado.
               -Vaya, así que, ¿ya ha habido una primera vez?-se burló papá, alzando las cejas. Scott no respondió, sólo torció una sonrisa y continuó comiendo, satisfecho con la información reunida.
               -Y queremos que te aprovechen las preguntas que hace tu hermano-continuó mamá, asentada ya la base de nuestra conversación.
               -Vale-cedí.
               -Verás, cariño. Quizás ya las hayas sentido, pero tu cuerpo va a empezar a sentir ciertas… necesidades, por así decirlo, en presencia de otras personas. Chicos o chicas. Es indiferente. Pueden ser ambos, o los dos, o… quizás, incluso ninguno. Si jamás es ninguno, quiero que sepas que es perfectamente normal. Igual que existe la bisexualidad, también existe lo contrario: podrías ser asexual.
               -Vale.
               -Y eso no quiere decir que haya nada malo en ti. Si no experimentas nunca deseo sexual, pues no pasa nada. No es que estés mal desarrollada o que dentro de ti algo no funcione correctamente. ¿De acuerdo?
               -Sí.
               -Genial, pues… aclarado esto-posó las palmas de sus manos sobre la mesa-, papá y yo queremos explicarte un poco en qué consiste el sexo, porque puede ser una parte muy importante de tu vida.
               -Llegado el momento-puntualizó papá.
               -Sí, exacto. Llegado el momento-asintió mamá-. Tú no tienes por qué darte ninguna prisa.
               -De hecho, cuanta menos te des, mejor-añadió papá, y mamá se volvió hacia él.
               -No voy a consentir que hagas que nuestra hija se avergüence de su futura vida sexual.
               -Sher. Aún es joven. Cálmate un poco.
               Mamá puso los ojos en blanco.
               -Sí, bueno… tal vez tardes un poco todavía en sentir todo lo que vamos a describirte, pero queremos que lo sepas ya para que no te confundas y sepas identificarlo bien-se apartó el pelo de los hombros-. Verás, cuando estés con otras personas, empezarás a sentir ciertas ganas de… besarles. Y hacerles cosas. Tocarles y que te toquen y… experimentar con ellos.
               Papá se frotó la cara y asintió, deseando no estar allí.
               -No hay nada malo en esa curiosidad que te va a entrar. Es perfectamente normal. Lo único que queremos es que experimentes con un mínimo de cabeza.
               -De acuerdo…
               -La protección es fundamental, Sabrae. Y la confianza. Para algunas cosas más que para otras vas a necesitar tener mucha confianza con la persona con la que estés. A medida que vayas cogiendo confianza con esas personas, te irá apeteciendo… subir de nivel, por así decirlo.
               -Es importante que vayas a tu ritmo-añadió papá-. No al de tus amigas, o al de tus amigos, o al de la persona con la que estés. No hagas nada que no te apetezca hacer en ese momento, ¿me has entendido, Saab?
               -Creo que sí.
               Papá y mamá se miraron entre sí y asintieron con la cabeza.
               -Vale. Dicho esto… ¿entiendes a qué se refería tu hermano con la pregunta que nos hizo?-quiso saber mamá, y yo asentí con la cabeza. Pero, como continuaron examinándome, yo finalmente me encogí de hombros, fruncí el ceño y acabé por negar-. Vale, ¿recuerdas cuando os hablamos sobre sexo a  tus hermanas y a ti? Lo que os dijimos sobre… el sexo oral.
               Me mordí el labio.
               -Más o menos.
               -El sexo es complicadísimo-mamá se echó el pelo hacia atrás-. No es sólo lo que aparece en la mayoría de las películas que vas a ver. No se reduce sólo a la penetración.
               -Hay muchísimas más cosas que dos personas pueden hacer sin necesidad de recurrir a la penetración y que también son sexo-comentó papá. Yo asentí.
               -Bueno, incluso una persona sola-mamá asintió con la cabeza y se me quedó mirando, esperando que yo hiciera una pregunta que finalmente terminó por surgirme.
               -¿Una persona sola?
               -Sí. Tú misma puedes tener sexo sin necesidad de estar acompañada-informó mamá, y luego añadió, mirando a papá-. Aunque, si tu compañero es bueno, preferirás tenerlo acompañada-apoyó la frente en la sien de papá y éste le dio un beso en la mano-. Pero bueno, a o que íbamos. Puedes tener relaciones tanto tú sola como con chicos como con chicas. No sólo es pene-en-vagina, sino muchísimo más. Hay unos preliminares, unas caricias, un juego antes de empezar… que es fundamental para nosotras. Debes entender, Sabrae, tienes todo el derecho del mundo a tomarte el tiempo que necesites con tu pareja antes de… “pasar a mayores”, por así decirlo, ¿vale?
               -Vale.
               -Todos los besos y las caricias y los mimos del mundo no son demasiados, si tú los necesitas.
               -Vale.
               -Y que tú estés cómoda es fundamental en estos casos. Que te sientas a gusto con todo lo que te hagan, desde besarte a tocarte, incluso cuando lleven su boca a tu sexo o te penetren. Si no estás cómoda, no lo vas a disfrutar. Y si no lo disfrutas, no tiene sentido que lo hagas.
               -Por eso queremos que no te des prisa-explicó papá-. Cada cual tiene su tiempo para hacerlo, sus ritmos, y…
               -¿Cómo es?-quise saber, y ellos me miraron-. El sexo oral. ¿Cómo se hace?
               -Pues… eso es con la práctica, fundamentalmente. Probando las cosas que te gustan, guiando a tu pareja y alejándola cuando se desvía.
               -¿Y es mejor que la penetración?
               -Hombre…-mamá se sonrojó un poco-. Pues… depende un poco de cómo te lo hagan.
               -¿A ti te gusta?
               -A mí me encanta.
               -¿Más que lo otro?
               -Depende-contestó mamá, mientras papá se levantaba y salía del comedor-. Es que hay días y días, Sabrae. También irás descubriendo que unas veces te apetecerá hacer una cosa, y otras preferirás otra. No hay ninguna rutina. Lo más interesante es cambiar, probar cosas nuevas… y a veces te apetecerá y otras irás a lo seguro. Pero lo fundamental-escuché pasos detrás de mí-, es que lo hagas tomando todas las precauciones.
               Papá dejó una cajita de cartón encima de la mesa y alzó las cejas en mi dirección. La empujó y yo la cogí, la examiné y me puse a leer las instrucciones que venían en la parte de atrás de la caja de preservativos. Miré a mis padres con curiosidad después de leer todo lo que ponía en la caja, incluso los materiales utilizados para la fabricación de los productos.
               -Quiero que me prometas que, por lo menos, cada vez que lo hagas tomarás precauciones-pidió papá.
               -Especialmente cuando lo hagas con un chico-puntualizó mamá, y yo asentí con la cabeza.
               -Está bien.
               -Cuando empieces a ser activa, y si tienes pareja estable, si quieres podemos hablar de los anticonceptivos hormonales. Son los mejores para no quedarte embarazada y no son tan latosos como pueden ser los preservativos, pero tienen un problema: no te protegen de ninguna enfermedad de transmisión sexual.
               -Pues qué mal.
               Papá abrió la caja y sacó un paquetito plateado.
               -Vamos a explicarte cómo poner un preservativo, ¿vale, Saab?
               -¿Por qué? ¿No se supone que los chicos saben?
               -Por si acaso. Nunca está de más-mamá me tendió el paquete y yo me lo quedé mirando. Lo cogí con desconfianza-. Vamos, ábrelo. Tienes que rasgarlo como los sobres de kétchup del McDonalds.
               -Ni se te ocurra abrirlo con los dientes jamás. Podrías pincharlo y no serviría.
               Hice lo que me pidieron y presté muchísima atención a sus explicaciones. Lo coloqué sobre un plátano poniendo cuidado de hacerlo como ellos me explicaban y sonreí cuando me dijeron que ya estaba lista para iniciarme en el mundo del sexo. Quisieron saber si tenía alguna pregunta y yo respondí que no, que, de momento, parecía que lo tenía todo más o menos claro.
               Me prometieron que resolverían todas mis dudas y me hicieron prometer que no tendría ningún pudor en planteárselas, a lo que yo inquirí:
               -¿Cómo fue vuestra primera vez?
               Mamá se perdió en el mar de sus recuerdos al tiempo que papá contestaba:
               -Estuvo bien. Tampoco es que fuera para tirar cohetes. Es decir, me gustó, y tal, pero… tampoco te obsesiones pensando en ella. No se disfruta tanto como crees. Vas mejorando con el paso del tiempo y vas sintiendo más placer.
               -¿Es verdad que duele?-pregunté. Amoke, Kendra, Taïssa y yo habíamos leído un montón de testimonios de chicas que habían perdido la virginidad en las revistas, y todas coincidían en que dolía; unas más, otras menos. Siempre se notaba algo.
               Aunque yo ya no sabía si darles credibilidad. Visto lo poco que nos habían ayudado a la hora de aprender a besarnos…
               -No-respondió tajante mamá-. Si él no es un tarugo, al menos, no.
               -A la chica con la que la perdí le dolió-respondió papá, intrigado, y mamá se volvió hacia él.
               -Es que no sé por qué te has formado en la cabeza esa idea de que eres un dios del sexo cuando no es así, Zayn.
               -Hace literalmente tres segundos le has dicho a Sabrae que prefieres cuando te follo a cuando te lo como, Sherezade.
               -Tú no me follas, chaval; en todo caso, te follaré yo a ti-respondió mamá, apartándose el pelo de un lado y posándoselo sobre un hombro. Me guiñó un ojo al ver cómo mi padre se cabreaba.
               -¡Pues no parece que lo pases mal!
               -Es que yo le pongo entusiasmo a todo lo que hago; mira los hijos que te he dado, a los cuatro se les ve que los hice con mucho amor-sentí un agradable calorcito en mi interior al escuchar ese los cuatro, recordando que mamá también me había hecho a mí, aunque no me hubiese creado como había hecho con Scott y mis hermanas.
               -Tendrás queja de la materia prima.
               -De poco sirve la materia prima si el molde es una mierda.
               Papá tiró de la silla de mamá y la colocó frente a él.
               -¿Quieres que te enseñe la importancia de la materia prima?
               -Joder, sí. Pero ahora no, que estamos con Sabrae.
               -¿Y cómo te fue a ti, mamá?
               -No lo planeamos-mamá se encogió de hombros-. Estábamos allí, y sucedió, simplemente.
               -Ah, yo sí que lo planeé. 59 pavazos que me dejé en velas, pero mereció la pena.
               Mamá puso los ojos en blanco.
               -Qué asco de comentario, Zayn, de verdad, ¡me sorprende que tengas los huevos de decir eso delante de la niña y de mí sabiendo que…!
               -Por ver su cara de alegría-zanjó papá, sonriendo como quien se sabe el dueño de la situación. Mamá se lo quedó mirando un par de segundos.
               -Vamos a la cama-dijo por fin.
               -Ahora no, que estamos con Sabrae-papá le dio una palmada en el muslo y mamá hizo un puchero.
               -¿Se puede hacer en más sitios?-pregunté, y los dos se me quedaron mirando, como si se hubieran olvidado de que yo estaba ahí. Mamá sonrió y asintió.
               -Y en un montón de posiciones, pero la gracia es que lo descubras tú.
               -A tu hermano lo hicimos encima de una cómoda-espetó papá, y mamá le dio una manotazo.
               -¡Zayn!
               -¿Qué? Ella pregunta y yo respondo.
               -No necesitaba esos detalles-aseveró mamá, y papá me negó y yo negué con la cabeza, como diciendo efectivamente, no los necesitaba.
               -Bueno, el saber es poder.
               -Además, se nos rompió en la cama, ¿recuerdas?
               -Bastante tenía yo con estar contigo esa noche, mi amor, como para preocuparme de registrar en mi memoria en qué momento se nos rompió el condón.
               -¿Suelen romperse?-me metí.
               -Es algo con lo que tienes que tener mucho cuidado. Debes asegurarte de que no se ha roto una vez terminéis de usarlo.
               -Y lo tiras a la basura. Ni se te ocurra tirarlo por el retrete-ordenó mamá.
               -¿Qué pasa si se rompe?
               -Que tienes que tomar la píldora del día después. Pero esa debe ser siempre tu última solución, ¿está claro? Es un chute hormonal impresionante, y debes tomarla cuantas menos veces, mejor.
               Asentí profundamente con la cabeza y mamá hizo un puchero.
               -Ay, mi niña. Te estás convirtiendo en toda una mujer.
               -Pero todavía le queda tiempo, ¿no es así?-cortó papá-. Que yo no quiero que deje de darme mimos.
               -Yo nunca voy a dejar de darte mimos, papá-me eché a reír, y él sonrió, se dio una palmada en las pantorrillas y yo fui a sentarme sobre ellas, obediente. Me colgué de su cuello y le di un beso, y mamá insistió en que le hiciera cualquier pregunta que se me ocurriera, que estaba allí para ayudarme y resolver mis dudas. Me acarició la cabeza y me dio un beso en la frente.
               -¿Me prometes algo, mi amor?
               -¿Qué?
               -No tengas prisa por crecer. No te apresures en hacerlo. Tienes toda tu vida para ser una mujer, y sólo unos pocos años para seguir siendo una niña. ¿Te harás ese regalo sólo cuando estés lista?
               Asentí con la cabeza, con un nudo en la garganta al ver los ojos húmedos de mamá, y le devolví el beso.
               -Mis chicas-comentó papá, mimoso, acercando a mamá a nosotros y besándonos a las dos en la cabeza mientras los brazos de ella me rodeaban.
               -Nuestro orgullo-susurró, y yo me estremecí, recordando que eso significaba mi segundo nombre en zulú. Cerré los ojos e inhalé el perfume del pelo de mamá, el aroma que desprendía el cuerpo de papá, esa mezcla tan cotidiana, el olor del hogar.
               Cuando nos separamos, mamá se limpió las lágrimas con el dorso de la mano mientras papá me pellizcaban la barbilla.
               -¿Estás bien, mami?-preguntó papá en tono mimoso, y ella asintió con la cabeza.
               -También descubrirás que puedes pasar una montaña rusa emocional en menos de cinco minutos, pero eso son cosas que irás experimentando por ti misma.
               Me eché a reír, me abracé a ella, le dije que la quería y empujé la puerta del comedor. Me encontré a Scott sentado en el suelo, con el móvil entre las manos, echando una partida a un juego que acababa de descargarse pero que tenía un montón de años, el Candy Crush.
               Mi hermano levantó la vista y parpadeó, acostumbrándose a mi silueta.
               -¿Qué tal la charla sobre la edad adulta?-preguntó, y yo me encogí de hombros.
               -Bien. ¿No habías quedado con Ashley?
               -Antes tengo que hacer una cosa-respondió, inclinándose hacia un lado para mirar a papá, que le tiró la caja de condones. Scott la cogió al vuelo.
               -Toma, chaval. Para que las disfrutes. Si necesitas más y no tienes dinero, nos pides a tu madre o a mí, ¿vale?
               Scott sonrió, levantándose y jugueteando con la caja entre los dedos.
               -Vale.
               -Venga, largo, vete por ahí a que te hagan un hombre.
               -¡Papá!-protestó Scott, y Duna y yo nos reímos. Recogí a mi hermana del suelo y me la comí a besos mientras ella forcejeaba por soltarse y recoger su peluche de la alfombra sobre la que había estado jugando.
               -Dame un beso, venga-exigió papá, y Scott se lo dio a regañadientes. Papá me guiñó un ojo antes de hacer de rabiar un poquito más a mi hermano con un-: Y si necesitas consejo o algo en tema de posturas o lubricante, me lo dices.
               -¿Lubricante?
               -Madre mía, ¡y pensar que tú eres el heredero de mi reputación!-papá se llevó las manos a la cabeza.
                -Respecto a eso…-Scott le enseñó un objeto alargado y estrecho a papá, que se lo quedó mirando un momento-. Es hora de que me enseñes a afeitarme, ¿crees que podrás?
               -¡No!-protestamos Duna, Shasha, mamá y yo a la vez. Nos gustaba esa sombra de barba que le había salido a Scott y que a veces pinchaba; nos hacía sentir extrañamente protegidas cuando nuestro hermano nos daba besos.
               A mamá simplemente le disgustaba mucho el pensar que su pequeño se estuviera haciendo mayor, y la prueba de ello eran los cambios en su físico, su personalidad y su voz que se habían ido sucediendo con el paso del tiempo.
               Papá exhaló una risa entre dientes.
               -¿Por eso venía lo de esta mañana?
               -Quiero probar cosas nuevas.
               -¿Lo quieres tú o lo quiere ella?
               -¿Me vas a enseñar tú, o se lo tengo que pedir a Louis?
               A papá se le congeló la sonrisa en la cara.
               -Louis no sabría enseñarte a afeitarte ni aunque su vida dependiera de ello. Tira. Delante de mí. Vamos-le señaló las escaleras y Scott se paseó frente a él-. Hay que ver. Salirme con esas historias a mí, que soy tu padre. Con las ganas que tenía yo de enseñarte esto… que te enseñe Louis… me vais a matar a base de disgustos.
               -Es que quiero ver si le gusta más o menos cuando estoy afeitado del todo-se excusó Scott, y papá se echó a reír.
               -¿Te acuerdas cuando decías de pequeño que no ibas a tener sexo nunca?
               -Yo de pequeño era gilipollas-respondió mi hermano.
               -¿Sólo de pequeño?
               -Venga, niñas-instó mamá-. Dejemos a los machitos de turno que se quiten la barba mientras nosotras dirigimos el mundo.
               Duna escaló hasta encaramarse al pecho de mamá y Shasha saltó sobre el sofá, dispuesta a ver todas las películas que se le pusieran por delante.
               Nos perdimos el momento más épico de la relación entre Scott y papá. Por suerte, él nos la contó.
               Mientras nosotras nos acurrucábamos las unas contra las otras en el sofá, Scott luchó por convencer a papá de que se afeitara para poder imitarlo y así aprender él, pero no hubo manera. Mi hermano se llenó la cara de espuma y se quedó esperando el tiempo que papá le dijo para que el pelo se le ablandara, y empezó a gritarle cuando éste acercó la cuchilla para darle una pasada a modo de ejemplo.
               -¡No me cortes, eh!
               -¡Calla, cojones! ¡Cómo te voy a cortar!
               -¡Es que habrás perdido práctica, tío! ¡Mira qué puta barba tienes!
               -Mira estoy hasta los cojones de ti, chaval. Todo el día tocando los huevos. Que te afeite tu madre-soltó la cuchilla- con crema depilatoria si quieres, que yo no pienso enseñarte nada.
               Papá abrió la puerta y salió del baño.
               -¿Adónde vas?-preguntó Scott-. ¿A escribir un post en Facebook?
               Mamá se tapó la boca con la mano, abrió muchísimo los ojos y se volvió en el momento preciso en que papá tomaba aire, lo expulsaba lentamente y la informaba de que:
               -Voy a matar a tu puto hijo.
               Lo que nos pudimos reír. Scott terminó con la piel como el culito de un bebé y le costó más de 15 minutos conseguir escabullirse para ir a ver a Ashley, ya tarde, porque nosotras no le soltábamos de tan suave que tenía la piel.
               Les escribí a mis amigas para informarlas de tan feliz acontecimiento, y Amoke me dio la alegría del siglo respondiendo:
               -Bueno, si salen mañana, puede que hasta nos los encontremos y podamos hacer cita triple.
               -¿Me estás diciendo que…?-inquirí, sin atreverme a terminar el mensaje. Así lo envié mientras Kendra y Taïssa celebraban la información que nos acababa de pasar Amoke.
               -¡Ponte guapa, que mañana ligas!-contestó Momo, con una carita sonriente y un lacasito que guiñaba el ojo como colofón a sus ánimos.
               Dejé con cuidado la ropa de nuestra abortada primera cita encima de la silla del escritorio esa misma noche. El conjunto me había dado suerte. Y me apetecía repetirla.
               Apenas pude dormir por los nervios.
               La tarde con los chicos resultó ser incluso mejor de lo que yo me habría esperado. Fuimos a la feria de Navidad del centro, que estaba abarrotada de turistas y londinenses por igual, paseamos por entre los puestos y comimos los dulces de los puestos que había por ahí. Amoke estaba preciosa, con un vestido de lana gris a juego con sus botas hasta la rodilla, medias negras y un cinturón de cobre que resaltaba su pelo. Nathan se había puesto unos vaqueros y una sudadera que le quedaba genial, y paseaba al lado de mi amiga y le reía las gracias que ella no paraba de hacer.
               Y Hugo… estaba increíble, con su jersey negro de cuello alto, sus vaqueros negros, a juego con su pelo oscuro y resaltando sus ojos verdes. Parecía un ángel de la selva y la noche que sólo salía en las épocas más mágicas del año.
               Sonreía de una manera que podía hacer que el tiempo se detuviera. Se le achinaban los ojos y se le encendían un poco las mejillas cada vez que lo hacía, como si hubiera bebido alcohol y el que había consumido dejara rastros aún en su piel. A veces incluso lo pensaba, que iba un poco chispa y por eso le brillaban los ojos cuando me miraba… pero, en el fondo de mi corazón, yo sabía que no era por eso.
               Era por mí.
               Lo notaba en la forma en que se inclinaba instintivamente hacia mí cada vez que yo hablaba, como buscando no perderse nada de lo que yo decía. Mis palabras parecerían sabiduría ancestral valiosísima en sus oídos.
               Lo notaba en cómo me miraba los labios cuando yo me los relamía, y se sonrojaba y apartaba rápidamente la mirada cuando yo lo cazaba observándome.
               Lo sentí cuando nos subimos a una montaña rusa y él sugirió que Nathan podía ir con Amoke en el vagón, y nosotros dos atrás, y bromeábamos y nos reíamos y me ayudaba a colocarme la barrera de seguridad. En cómo terminó de apartarme mechones de pelo rebeldes para que no se me engancharan con el cinturón.
               Dejó la mano a un lado de su asiento mientras subíamos y yo por un momento pensé en estirar los dedos y atreverme a estrechársela, pero luego, el vagón comenzó a caer y bastante tenía con chillar y sujetarme con fuerza como para, encima, ponerme a coquetear.
               Le pregunté por sus orígenes. Resultó que venía de Gales. Él me preguntó por los míos, por mi familia, y me sorprendí a mí misma contándole lo de mi adopción.
               Me enamoró al no decir que había sido una faena que mi madre biológica me abandonara; lo que dijo fue que había sido una suerte que mamá me encontrara, y yo había asentido, le había dicho que sí, que me sentía muy afortunada de formar parte de mi familia… y él me respondió que él también se sentía afortunado de haber estado allí. De haberme encontrado.
               Me lo quedé mirando y me puse roja como un tomate. Él también enrojeció, consciente de repente de lo que acababa de decir. Apartamos la vista y nos quedamos mirando a Amoke y Nathan, que charlaban y se reían en la cola de una atracción a la que yo no quería subir, y estaba segura de que Amoke tampoco, pero se hacía la valiente para impresionar al chico. Hugo se mordisqueó los labios mientras la cola avanzaba, y llenamos el silencio que se instaló entre nosotros con conversaciones carentes de significado que odié de tan insulsas me parecieron.
               Estuve toda la tarde recriminándome el haber perdido la oportunidad perfecta para besarle. ¡Sería tonta! Se me había presentado la ocasión y yo me había quedado mirando como una lerda cómo pasaba el tren.
               Pero me preocupé a lo tonto. Pensé que me separaría de mi amiga y los chicos en la bifurcación que yo tomaba siempre volviendo del instituto, que cada uno se iría a su casa y ya está, pero no fue ese el caso. Nathan se volvió hacia Hugo y le dijo:
               -Voy a acompañar a Amoke a casa. Mañana te veo, ¿vale?
               -No tienes que hacerlo-aseguró Amoke, en un alarde de psicología inversa digna de una profesional. Hugo sonrió, asintió con la cabeza y observó cómo la pareja se alejaba.
               -¿Dónde vives?-pregunté, y él se me quedó mirando, señaló con la cabeza en dirección a su casa, a través del parque que nosotras siempre reclamábamos como nuestro-. Vaya, pues… parece que nos separamos aquí.
               -Sí, eso parece-asintió, y yo me desinflé por dentro un instante. Pero él no se movió, y yo no me moví. Ninguno de los dos lo hizo, y nos miramos un momento, alargando el instante, encendiendo la chispa, luchando porque el tiempo se detuviera con nosotros dos en medio-. ¿Tú dónde vives?
               Le indiqué con el brazo y él asintió con la cabeza. Miró por encima del hombro y se mordió el labio.
               -Sabrae…-dijo, y mi nombre sonaba a música en su lengua. Noté algo dentro de mí que se desencajaba y se modificaba, algo que nunca volvería a encajar como lo había hecho originariamente.
               -No quiero despedirme de ti tan pronto.
               -Yo tampoco-respondió, y me noté sonreír. Dio un paso hacia mí y el vaho de su boca chocó contra mis mejillas, en nubes cristalinas minúsculas que hicieron que mi piel ardiera-. Tienes pecas-comentó, y yo asentí con la cabeza. Llevó un dedo a mi mejilla y la tocó con suavidad, una caricia helada que desató un verdadero incendio dentro de mí. Contuve las ganas de tirar de él hacia mí y besarle.
               Le gustaba. Pero parecía querer ir más despacio de lo que a mí me apetecía.
               -Son preciosas-comentó-. Como... chocolate. Espolvoreado sobre más chocolate.
               Sonreí y sus ojos cayeron en picado hacia mis labios.
               -Eso dice mi madre, que soy como una tarta de tres chocolates. Chocolate negro-me toqué el pelo-, chocolate con leche-me señalé la cara-, chocolate con trufa-me señalé las pecas y él se rió. Debía ser la única persona en el mundo que encontraba adorable mi repentino arrebato culinario.
               -Qué sol de mujer.
               -Es un amor. Te encantaría si la conocieras-solté antes de darme cuenta de las connotaciones de esa frase. Hugo sonrió, enternecido.
               -Me encantaría.
               Otra vez mi momento gilipollas. No sé qué me pasaba con él, pero cuando lo tenía delante, mi cerebro se negaba a trabajar como Dios manda. A duras penas conseguía hilar dos pensamientos conexos.
               No le besé. No dije nada. Me quedé allí plantada, sonriendo como una boba.
               -¿Tienes hora?-quiso saber, y yo miré el reloj.
               -Las 8 y 25.
               -No, Saab-se echó a reír-. Digo que si tienes hora para ir a casa.
               -Ah-dios, cómo se puede ser tan estúpida-. No. No me ponen hora.
               -Qué guay. Se supone que yo, como muy tarde, tengo que estar en casa a y media.
               -Pues… deberías darte prisa. Te quedan cinco minutos.
               -Me arriesgaré al castigo.
               -¿Puedo acompañarte?
               -¿Y yo a ti?
               Sonreí.
               -Me encantaría-contesté, y él sonrió. Echamos a andar en dirección a mi casa en silencio, y cuando llegué a la verja, saqué las llaves y jugueteé con ellas entre los dedos.
               -Me lo he pasado genial-comenté.
               -Yo también-respondió.
               -Bueno… ¿nos vemos un día de estos?
               -Estaría guay.
               Ninguno de los dos se movió.
               -¿Qué día te viene bien?
               -Cuando tú quieras.
               -Yo estoy libre siempre.
               -Bueno, yo… hago cosas. Pero puedo despejarme la agenda.
               -Qué detalle.
               -¿Por ti? Lo que sea-contestó, y yo sentí un tirón en el estómago.
               -Hugo…-jadeé. Él me estudió, tímido, y se acercó un poco más a mí.
               -Dime.
               -Vas… a llegar tarde.
               -Sí-asintió-. Debería irme…
               Y lo hice. No sé cómo ni de dónde, saqué las fuerzas de donde no las tenía. Me puse de puntillas, le pasé la mano por el cuello, enredé los dedos en su pelo y tiré suavemente de él. Él respondió a mi caricia cogiéndome de la cintura e inclinando la cabeza al lado contrario al que yo lo estaba haciendo.
               Nuestros labios se encontraron y yo sentí una descarga eléctrica recorrerme de pies a cabeza. Jadeé en su boca y separé los labios, sintiendo el roce de los suyos contra mi piel, su cuerpo pegado al mío, mi cintura pegada a la suya y la piel de su cuello, la raíz de su pelo, en la yema de mis dedos.
               Hugo respiró en mi boca y yo me sentí como si el oxígeno ya no valiera nada.
               Se separó de mí y se me quedó mirando, igual que yo a él. Si no hubiera tenido unos ojos tan preciosos, no habría sido capaz de apartar la vista de sus apetitosos labios.
               Su boca era tan deliciosa…
               Pero, por suerte o por desgracia, su mirada era la de una criatura hecha de pureza absoluta que jamás había conocido el mal.
               -Para que vayas más rápido-contesté a la pregunta que formulaban sus ojos con un sonrojo.
               -Ahora… no sé si me querré ir.
               Me pegó de nuevo a su cuerpo y noté la dureza de sus dientes cuando sonrió mientras volvía a besarme. Su boca no tenía ese regusto ácido que a mí me encantaba de los labios de Amoke, pero no me importó. El calorcito que siempre sentía volvía a estar ahí, encendido y llameando como un animado sol, calentando cada rincón de mi alma.
               Volvimos a separarnos, sin aliento.
               -Qué bien besas-comentó después de un segundo de estupefacción y maravilla.
               -Gracias-respondí, pensando en que, después de todo, lo que había hecho con Amoke había merecido la pena. Deseé que ella estuviera haciendo esto y lo disfrutara de la misma manera que lo estaba haciendo yo. Deseé que nuestros besos nos gustaran tanto como los de los chicos.
               A mí me estaban encantando, aunque echaba de menos ese regusto a limón.
               -¿Me enseñas?-pidió Hugo.
               -Será un placer-respondí. Volví a pegarme a él y a besarle.
               Llego tarde.

               A las 9 y diez.

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3 comentarios:

  1. No me esperaba para nada lo de Amoke y Sabrae pero me ha parecido súper cuqui y especial. Scott y Zayn me ha dado la vida con lo de afeitarse y la pulla del post de Facebook me ha dejado por los suelos, puto crío. En fin, vaya manera más bonita de acabar el año Eri. Gracias por todo, por este capítulo, por Sabrae, por CTS y por todas las novelas que tengas en mente escribir ahora o en un futuro. ❤

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  2. ME HA ENCANTADO EL MOMENTO EB EL QUE SAAB HA DESCUBIERTO SU BISEXUALIDAD!! CREO WUE NO HABIA NEJOR PERSONA QUE AMOKE PARA EL PRIMER BESOO
    La conversación sobre sexo....ojala yo una asi y no lo que tuve
    SCOTT Y LO DEL POST DE FACEBOOK!! 1UE GRAN ES ESTE NIÑO Y COMO SE PICA ZAYN POR LA IDEA EE QUE LOUIS LO AFEITE JAJAJAJJAJAJAJ

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  3. Qué bonitas son Sabrae y Amoke ❤

    Me encanta la charla sobre sexo que le han dado Zayn y Sher a Sabrae, ojalá tener unos padres así

    "-¿Adónde vas?-preguntó Scott-. ¿A escribir un post en Facebook?" OSTIA LA PULLITA DEL SIGLO PUTO SCOTT


    "Lo notaba en la forma en que se inclinaba instintivamente hacia mí cada vez que yo hablaba, como buscando no perderse nada de lo que yo decía. Mis palabras parecerían sabiduría ancestral valiosísima en sus oídos." ❤

    - Ana

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