jueves, 28 de diciembre de 2017

Plutón.

La conocí de noche.
               Papá y mamá nos habían dejado solos a media tarde. Tenían que ir a hacer unas pruebas de un vestuario que yo no entendí muy bien (esperaba que me enseñaran el resultado final o, como mínimo, los esbozos de lo que fuera que tuvieran que ponerse para asistir a la enésima fiesta de inicio de año) y aprovecharían para ir a cenar solos y volver muy, muy tarde. Ese tipo de “tarde” que quiere decir “no nos esperéis despiertos, portaos bien y no arméis mucha bulla para no molestar a los vecinos”.
               Le dieron a Scott un par de billetes, de veinte y diez libras, y le dijeron que cuidara de nosotras, que pidiera comida a donde le apeteciera y que escuchara lo que nosotras queríamos. Nada de salir y dejarnos solas, nada de permitir que Duna tome azúcar después de las 7 y media, nada de golosinas antes de irnos a la cama. Asegúrate de que nos lavamos los dientes y de que estamos metidas en la cama y con la luz apagada antes de las 12.
               Evidentemente, no nos acostamos antes de las 12. Eran las 12 y un minuto y Shasha y yo estábamos lanzándonos cojines, chillando y saltando por encima del sofá mientras Scott nos miraba tirado en el sillón con la esperanza de que en algún momento se nos acabara este frenesí de independencia y quisiéramos ir a la cama. A Shasha le entró el sueño a las 12 y 10. Scott no subió con ella a comprobar que se lavaba los dientes (se fiaba de nosotras, o le aborrecía, no sabría decir qué era), pero sí que subió cuando mi hermana pequeña nos llamó para que le diéramos un beso de buenas noches mientras se acurrucaba en la cama. Imitando a mamá, la arropé hasta que el borde de la manta rozó su naricita y le di un beso en la frente. Shasha se revolvió, riéndose, con los ojos achinados y la mirada brillante, y se dio la vuelta cuando Scott y yo salimos de la habitación.
               -A la cama-ordenó Scott, pero yo no le hice el más mínimo caso, bajé las escaleras al trote, procurando no hacer demasiado ruido, y me tumbé cuan larga era en el sofá. Scott suspiró, gruñó algo por lo bajo y se volvió a sentar en el sillón. Apoyó la cabeza en su mano y se acodó en el reposabrazos y se quedó mirando la televisión con aburrimiento, esperando a que yo me cansara del programa que estaban echando, el millonésimo episodio de Los Simpson que te sabes de memoria de tanto que lo repiten pero no renuncias a ver cada vez que aparece en televisión.
               -¿Cuándo te vas a acostar, Sabrae?-exigió saber mi hermano, más cortante de lo que debería. Me volví hacia él, abrazándome las piernas y acariciándome el pijama rosa con elefantitos grises.
               -Cuando tenga sueño.
               -Vete a dormir ahora-espetó, y yo di un brinco.
               -Pero…
               -¡Ya!-ladró, poniéndose en pie y agarrándome del brazo de muy malos modos. Me levantó y yo miré el reloj, ofendida ante tal incursión.
               -¡Se lo voy a decir a mamá!-amenacé.
               -Dile lo que te salga de los cojones-rezongó, y yo me solté de su brazo, le di un empujón y di un paso atrás para evitar que él me lo devolviera.
               -Vale, borde-gruñí, y me di la vuelta y subí las escaleras pegando pisotones, para que él supiera lo molesta que estaba con su estúpida actitud. Me lavé los dientes, consideré la posibilidad de pasar el cepillo de Scott por el suelo para que aprendiera la lección, pero finalmente negué con la cabeza, me incliné y escupí en el desagüe. Tremendamente enfadada, me escondí entre las mantas, miré la hora en el teléfono (la 1 menos 20) y apagué la luz de un manotazo al interruptor.
               Sabía que no iba a dormirme pronto, así que ni siquiera cogí el peluche de Bugs Bunny que Scott me había regalado por Navidades cuando me di la vuelta, enfurruñada, y me quedé mirando una sombra en mi habitación.
               Estaba empezando a pasárseme el enfado, y por tanto el sueño se apoderaba de mí, cuando escuché los pasos de Scott en el piso de abajo, tremendamente silenciosos, dirigirse hacia la puerta. Incomprensiblemente, mi hermano la abrió y dijo algo que yo no conseguí entender.
               Mamá le había dicho que nada de que viniera Tommy. Cuando estaban juntos, no eran capaces de cuidarnos. Se distraían el uno al otro con continuas peleas.
               Esperaba que Scott le hubiera dicho que no podía ir a ningún sitio con él ni tampoco quedarse. Hundí la cara en la tripa del peluche y aguanté la respiración. Escuché a Scott sentarse en el sofá y no decir nada durante un rato, lo suficiente como para que yo pensara que se había vuelto a quedar solo.
               Pero entonces… una risa.
               Y estaba bastante segura de que no era de Scott.
               Era la de una chica.

               Me incorporé como un resorte, encendí la luz y apoyé la punta de los dedos de los pies en la alfombra al quedarme sentada. Aguanté de nuevo la respiración y… a través del martilleo de mi corazón en mis tímpanos, allí estaba. La misma risa.
               Salí de mi habitación en silencio y, de puntillas, me acerqué hasta las escaleras. Las bajé hasta mitad del recorrido y me quedé apoyada en la barandilla, mirando hacia el salón.
               Scott estaba sentado en el sofá como yo había intuido, sí.
               Pero, sentada encima de él, había una chica de pelo rubio que no paraba de pasarle las manos por el cuello y la cara mientras él le manoseaba el culo.
               Incliné la cabeza hacia un lado, intentando ver el rostro de la chica, preguntándome quién sería, pero lo tenía tan cerca del de Scott que me fue imposible distinguir más que una nariz que no hacía más que chocar con la de mi hermano, mientras las bocas de los dos se chupeteaban la una a la otra como si fueran helados en verano. Ella le mordió el piercing del labio y Scott bufó por lo bajo, la pegó más contra sí y ella volvió a reírse cuando Scott sacó la lengua y la juntó con la de ella por fuera de la boca.
               Hay que ser cerdo para hacer una cosa así.
               Mamá y papá se besaban en la boca, sí, e incluso a veces se mordían los labios, vale. Pero ni locos hacían las cosas que estaban haciendo Scott y esa chica, que se chupaban el uno al otro como si no hubiera un mañana. Como si fueran polos de manzana en un día tremendamente caluroso.
               Me estremecí y, como consecuencia de mi situación al borde de uno de los escalones de las escalera, trastabillé y tuve que sujetarme a la barandilla con fuerza para no caerme rodando hasta el suelo.
               Intenté parecer lo más digna posible cuando Scott y la chica se volvieron y me miraron. La chica sonrió con timidez, cazada in fraganti, y miró a Scott, que me observaba como si fuera un bicho mitológico que acababa de aparecer en su jardín. Se puso colorado y sus ojos llamearon de una forma amenazadora que me indicó que, o atacaba, o él me fulminaría.
               -¿Quién es?-pregunté con toda la valentía que pude, señalándola y suplicando que no se me notara el temblor de mi mano.
               -Vete a dormir-urgió Scott en un tono que no le había escuchado nunca, un tono que sólo usaba papá cuando estaba muy enfadado conmigo.
               -He dicho que quién es-exigí, envalentonándome a pasos agigantados. Soy Sabrae Malik, y no tengo miedo a defender mi casa de intrusas, pensé, como si ella fuera una especie de bruja que estuviera engatusando a Scott para que le entregara las reliquias familiares.
               -Y yo te he dicho-contestó Scott, levantándose del sofá e irradiando rabia-, que te vayas a dormir.
               Se situó al final de las escaleras, a unos escalones de mí, y yo contuve mis ganas de retroceder.
               -O me dices quién es-insté, valiente-, o llamo a mamá ahora mismo-la cara de mi hermano fue suficiente como para envalentonarme y poner la guinda del pastel a mi chantaje con un-: y le cuento que estás convirtiendo nuestra casa en un picadero.
               -¿Te quieres callar?-saltó Scott, acercándose a mí y tapándome la boca a toda prisa, como si mamá fuera a escucharme estuviera donde estuviese-. Aparte, nuestra casa ya es un puto picadero-puntualizó, pensativo. Yo le miré a los ojos y esperé a que me destapara la boca para responderle que, si tenía algún problema, tendría que hablarlo con papá y mamá o aguantarse y quedarse calladito, pero ella me detuvo.
               -Hola-saludó, sonriéndome con calidez, como si yo fuera un cachorrito y ella mi dueña, que volvía a casa después de un larguísimo día de soledad y encierro-. Soy Ashley. Tú debes de ser Sabrae, ¿no?
               Scott puso los ojos en blanco y se separó de mí. Bajó de nuevo hasta el piso inferior y se situó al lado de la chica. Se apoyó en la pared y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.
               -¿Cómo sabes mi nombre?-exigí, tensa.
               -Tu hermano me ha hablado mucho de ti-su sonrisa se ensanchó un poco, especialmente cuando se volvió a mirar a Scott, que todavía tenía los ojos clavados en mí. Scott buscó su mirada y frunció el ceño.
               -¿Yo? Yo en mi vida he mencionado a mis hermanas, Ash.
               -Sí que lo haces. Sabrae esto, Shasha lo otro, Duna lo de más allá-se acercó y le acarició la mandíbula, y Scott se derritió un poco entre sus manos.
               -Seguro que son imaginaciones…
               -¿También lo son que ella lleve puesto el pijama que le regaló tu madre por su cumpleaños?-preguntó Ashley, y yo me quedé mirando el dibujo del elefante grabado en mi pecho-. ¿O que duerma con un peluche de Bugs Bunny tamaño gigante?-me miré las manos, preguntándome cómo lo sabía si no lo llevaba conmigo. Ashley se volvió hacia mí-. Tu hermano te quiere muchísimo. No deja de hablar de ti.
               -Sí que…
               -Y a mí me parece monísimo-le cortó ella, echándose a sus brazos y dándole un beso en el cuello. Se acurrucó en su pecho y me miró-. Aunque, he de decir, que eres incluso más guapa de lo que él dice.
               Me noté florecer por dentro. Era como si fuera un embalse de agua contaminada y la marea o una riada purificaran mis aguas. La marea era ella.
               -Me cae bien-ronroneé, y Ashley sonrió, complacida.
               -Esfúmate, puta cría-gruñó Scott-. Y ni se te ocurra decirles a papá y a mamá que ha estado aquí-Ashley lo miró, estudió sus labios-, ¿me has entendido?
               -Que sí-bufé, subiendo las escaleras de dos en dos.
               -Ha sido un placer, Sabrae.
               -Igualmente-respondí, agitando la mano sobre mi cabeza y ocultándolos tras la pared. Me metí en mi habitación y dejé la puerta entreabierta, curiosa por lo que dirían cuando yo desapareciera.
               -Uf, me va a odiar de por vida.
               -¿Qué dices? Le has caído genial.
               -Me ha conocido comiéndote los morros.
               -¿Y? En esta familia somos muy abiertos.
               -No sé si a mí me haría gracia despertarme un día y ver que mi hermano se está dando el lote en el salón de mi casa con una chica cualquiera.
               -Tú no eres una chica cualquiera-contestó mi hermano, y me lo imaginé negando con la cabeza. Escuché la sonrisa en los labios de Ashley cuando respondió:
               -¿Ah, no?
               -No-coqueteó Scott, pasándole las manos por la cintura.
               -Ah, bueno. Menos mal-Ashley soltó una risita-. Bueno, entonces… ¿por dónde íbamos?
               -Sabes de sobra por dónde íbamos-rió Scott, acariciándole la cintura y comenzando a besarla de nuevo.
               Cerré la puerta de mi habitación y me tumbé en la cama.
               Ashley estuvo en casa más de 2 horas. Se marchó cinco minutos antes de que regresaran papá y mamá, que nunca supieron nada de lo que había sucedido esa noche en nuestra casa. Se encontraron a Scott fingiendo dormir en su habitación, y a mí acurrucada contra el peluche de Bugs Bunny, ése del que le había hablado Scott a su novia, preguntándome qué significaba, exactamente, lo que acababa de presenciar.
               En qué nos dejaba a Scott y a mí.
               No tuve que comerme demasiado la cabeza. Para cuando me levanté al día siguiente, Scott estaba esperando a que yo abriera la puerta de mi habitación para salir él también de la suya y poder desayunar juntos. Mamá y papá ya habían tomado sus cafés y habían dejado las tazas en el fregadero, salvaguardando nuestros turnos de tareas en el hogar. Apenas miré a mi hermano mientras me estiraba a por la caja de cereales, y le susurré un tímido “gracias” cuando él se acercó a mí y me la alcanzó. Me senté a la mesa, cogí un puñado de cereales con chocolate y eché la leche por encima.
               Scott se sentó frente a mí y se me quedó mirando, muy serio.
               -¿Has dormido bien?
               Levanté la vista e incliné la cabeza. Parpadeé, no dije nada y volví a lo mío. No sabía por qué estaba enfadada, o siquiera si tenía derecho a estarlo, pero el caso era que me molestaba mucho que Scott no quisiera hacerme parte de esa nueva doble vida que estaba llevando.
               Me sentía un proco traicionada porque él no me había dicho el nombre de su vida. Ni siquiera me había confirmado su existencia: había tenido que enterarme de que estaba con una chica viendo cómo ella le chupaba la boca de una forma un tanto…
               … pornográfica.
               -Saab…-susurró Scott, y yo suspiré.
               -No tengo ganas de hablar contigo, Scott.
               -¿Me prometerás que no vas a contar nada de lo que pasó ayer?
               Fruncí el ceño, hundiendo la cuchara en los cereales y provocando una oleada de naufragios.
               -Es hoy.
               -¿Qué?
               -Que, técnicamente, ha pasado hoy. Eran más de las 12.
               -Sabrae-gimió Scott-. No lo cuentes, por favor.
               -No me gusta tener secretos con papá y mamá, Scott-gruñí en tono de reproche, con más ganas de hacer daño de las que me habría gustado reconocer. Scott se echó hacia atrás, apretó los labios y escupió:
               -Eso es porque aún eres pequeña.
               Le di un golpetazo al fondo del bol cuando solté la cuchara.
               -No-contesté-. Eso es porque no me da vergüenza formar parte de esta familia.
               -A mí tampoco me la da-contestó Scott, levantándose y cogiendo una galleta para el camino-, pero no necesito que todo el mundo me esté recordando que soy idéntico a mi padre. Como si la única cualidad de mí que importa es que no hay quien me distinga de papá a mi edad.
               -¿Es por eso por lo que te lo has puesto?-dije, señalándome el labio en el punto en que, si fuera él, tendría el piercing-. ¿Para que te distingamos de él?
               -Me gusta que me lo muerdan-contestó-. Además, hay otras maneras de distinguirme de papá. Por ejemplo, yo no tengo hijas que son unas gilipollas.
               -¡Gilipollas tú!-grité para hacerme oír sobre el portazo que había dado a su salida, en un alarde de elocuencia y retórica que probablemente no volviera a tener. Enfadada y con el estómago cerrado, tiré los cereales a la basura, subí a mi habitación saltando los escalones de dos en dos, y le mandé un mensaje a Amoke preguntándole si podíamos vernos.
               Al cabo de 10 minutos, estaba caminando en dirección a nuestro montículo en el parque. Ella ya me esperaba en el pequeño quiosco-cenador que hacía las veces de escenario en el que tocaban en las fiestas. Se levantó cuando me vio aparecer, y, después de darme un apresurado beso en la mejilla, miró cómo yo me sentaba hecha una furia en las escaleras y empezaba a dar taconazos sobre el césped, arrancando pequeños fuegos artificiales de hierba y semillas de diente de león.
               -Mi hermano es un puto imbécil-espeté, y Amoke alzó las cejas, sentándose de nuevo a mi lado.
               -¿Hemos quedado por la mañana para insultar a tu hermano? Lo tuyo es preocupante, Saab.
               -Es que lo es-le cogí del brazo-. Ya verás qué fuerte.
               Su cara fue bailando entre la estupefacción, la indignación, el enfado y de nuevo la estupefacción cuando le conté todo lo que había vivido esa noche.
               -Vale, sí. Tu hermano es un puto imbécil.
               -Es que, ¿tú sabes con qué cara me miraba? ¡Por Dios! Me apetecía pegarle-tiré de unas briznas de hierba y dejé que se escurrieran entre mis dedos, flotando con el viento-. ¡Y no va y me dice que no les diga nada a mamá y a papá! ¡Vamos a tener que echarle ácido a ese sofá para poder limpiarlo!
               -Tía, ¿crees que hicieron algo más?
               Me estremecí.
               -No quiero ni pensarlo.
               -A ver, Saab. Que tarde o temprano, nosotras tendremos que hacer las cosas que está haciendo ahora tu hermano. No sé. Digo yo-Amoke se encogió de hombros.
               -Después de ver cómo se estaban besando, creo que en mi vida me voy a acercar a un chico-volví a estremecerme.
               -¿Tan malo fue?-quiso saber ella-. Mira que tú eres muy exagerada para lo que quieres-puso los ojos en blanco-. Cuando algo te sorprende no eres capaz de…
               -Se chupaban las lenguas.
               Amoke se volvió hacia mí como un resorte.
               -¿Discúlpame?
               -Por fuera de la boca-añadí, tocándole una mano. Amoke se agarró a ella y se estremeció. Cerró los ojos.
               -Oh, dios mío. Oh, dios mío. Dios mío-se llevó una mano a la boca y contuvo una arcada-. Qué asco…
               -Y se mordían los labios y hacían ruido en plan… ñom-ñom-ñom-les imité, y Amoke abrió muchísimo los ojos, escandalizada.
               -¡Tía! ¿¡Pero por qué me lo cuentas!?-gritó, empujándome.
               -¡Porque eres mi mejor amiga! ¡Si yo tengo un trauma infantil, tienes que tenerlo tú también!
               -Madre mía, que creo que voy a vomitar…
               -Y si vieras cómo se tocaban…
               -Basta, Saab.
               -¡Parecía que le estuviera buscando un grano interno!
               -¡Sabrae!-Amoke me dio un empujón-. ¡Te he dicho que ya vale!
               -Esa imagen me perseguirá el resto de mi vida.
               -A mí sí que me va a perseguir la imagen mental que tengo. Uf-se dio unos golpes con la palma de la mano en la frente-.  Terrible. Ojalá tener ceguera cerebral.
               -A ver, tía, que el espectáculo fue grotesco, pero tampoco es para tanto.
               -Si yo viera a mi hermano metiéndole la lengua a una chica como si fuera un camaleón, me arrancaría los ojos.
               -¡Sí, hombre! Para que eso fuera lo último que viera. ¡Ni hablar!
               -Ya no quiero tener novio.
               -¿Y qué pasa con Nathan?
               -Yo no pienso chuparle la lengua a Nathan-contestó Amoke negando con la cabeza.
               -El otro día me dijiste que querías darle un beso.
               -Sí, Sabrae: darle un beso, no hacerle una puta limpieza bucal con mi lengua.
               -Más que una limpieza bucal, parecían dos lavadoras centrifugando.
               -Ew. ¡Ew!-protestó, dándome un empujón y riéndose-. ¡Menudo imbécil, tu hermano! ¡Y encima, en casa de tus padres!
               -Los jóvenes de hoy en día ya no tienen respeto por nada.
               -Ya te digo. ¿Es que no queda nada sagrado por aquí?-sacudió la cabeza y yo saludé con la mano a un par de ancianas que nos miraban con curiosidad, escuchando nuestra conversación mientras pasaban a nuestro lado paseando a sus perritos, dos Yorkshire Terrier con sendos lacitos (uno rosa, otro azul) en su cabeza.
               -¿A qué edad crees que se puede ir al psicólogo?-cavilé, apoyada sobre mis tobillos.
               -Precisamente hoy me estaba armando de valor para decirle a Nathan si quiere hacer algo-comentó en tono lastimero, y yo me incorporé.
               -Momo, ¡eso es genial!
               -Ya, bueno, será genial hasta que a él le apetezca lamerme la boca. Entonces, ya no será tan genial. ¡Que yo quiero un beso como los de las películas de Disney, Saab! ¡Os tocáis los labios y ya está, nada de… de… intercambiar fluidos!-Amoke hizo que esa frase sonara como una enfermedad incurable.
               -A ver, Momo: igual nos estamos precipitando. Quizá mi hermano sea un pervertido y la gente normal no hace esas cosas.
               -Tus padres lo hacen. Les he visto.
               -Se muerden los labios como mucho. No hacen ruido.
               -¿Cómo sabes que no se chupan las lenguas?
               -Sé que no lo hacen porque eso es una marranada que hacen los imbéciles como Scott, y mamá dice que Scott está en la edad de la perdiz…
               -Es del pavo, Sabrae.
               -Bueno, sí, del pavo, lo que sea, ¿me quieres dejar hablar? Si me has entendido perfectamente. El caso es que mamá dice que Scott está en una edad complicada y que no le tengamos muy en cuenta si se vuelve muy capullo a veces.
               -Nosotras estamos a punto de llegar a esa edad-me recordó Amoke, no muy convencida.
               -Sí, pero nosotras tenemos más de un par de neuronas. Yo siempre cojo las llaves al salir de casa. Scott, no. No sería la primera vez que se queda sentado en el porche hasta que volvemos de ir a dar una vuelta. ¡Es que ni siquiera se le ocurre ir a esperarnos a casa de Tommy! El pobre es tonto de fabricación.
               -Menos mal que tú eres importada-espetó Amoke-, y no vas a salir así.
               Me la quedé mirando con los ojos como platos, la mandíbula prácticamente en el suelo.
               Y luego empezamos a reírnos, histéricas. La única persona que podía recordarme que yo no venía exactamente del mismo sitio que Scott y mis hermanas y aun así conseguir que yo no me disgustara, era Amoke.
               -Debería irme-comentó-. Tengo que terminar unas cuantas tareas antes de esta tarde. Quiero tenerla libre, ¿sabes?
               -Entonces, ¿no hay plan para hoy?
               -Por supuesto que sí: voy a pedirle a Nathan que se traiga a Hugo.
               -Tía, no-me levanté y me limpié el sudor de las palmas de las manos a los vaqueros-. Ni se te ocurra. No hagas eso.
               -¿Por qué no? Tú siempre dices que tenemos que dejar de esperar a que los chicos nos pidan salir, ¡pero nunca predicas por el ejemplo!
               -¡Tú le gustas a Nathan! ¡Se le nota un montón!
               -Y tú a Hugo.
               -Eso no es verdad.
               -¡Sabrae!
               -¡Te digo que no lo es! ¿Qué hace Hugo? Absolutamente nada-chasqueé los dedos-. A Nathan le falta un pelo para empezar a traerte flores a clase-negué con la cabeza y me puse las manos en las caderas-. No es una buena idea. Te lo digo yo, Momo. Va a ser todo muy incómodo…
               -Si no vienes conmigo, yo no salgo con Nathan-me chantajeó.
               -No puedes hacerme esto.
               -Soy mala persona.
               -¿Mala persona? Eres una víbora.
               -Y a mucha honra.
               -Sí-asentí, maliciosa-. Te vendrá bien la lengua bífida para enrollarte con Nathan. Ten cuidado, no se te enrosque con la de él y tengáis que ir a urgencias.
               -¡Sabrae!-protestó Amoke, dándome un empujón y haciendo que me cayera de las escaleras, de costado sobre el césped húmedo. Me revolqué por el suelo y me eché a reír-. ¡Mírate! ¡Pareces una cerdita! Anda que… ¡arriba, venga!-me cogió del brazo y me obligó a incorporarme-. Ahora vas a casa, y te duchas. Ponte el acondicionador ése que hace que tan bien te huela el pelo.
               -¿El de vainilla?
               -Ése mismo. Y te exfolias. Y te echas crema hidratante.
               -¿Por qué tengo que exfoliarme para ir a sujetarte las velas?
               -Porque vamos de cita doble-zanjó Amoke-. Y mi madre se arregla mucho cuando sale con mi padre. ¿No quieres que Hugo babee al verte o qué?
               -Pues…
               -¡Pues hay que trabajarse eso! ¡Vamos, vamos!-dio una palmada-. ¡Hora de empezar a escribir nuestro cuento de hadas!
               -¿Te imaginas que me pongo tan guapa que al final te quito el novio?
               -Pues que lo disfrutes-dijo, agarrándome de los mofletes-. Yo lo que quiero, es que tú seas feliz.
               Solté una risita, asentí con la cabeza, le di un beso en la punta de la nariz y me marché antes de que me diera alguna instrucción más. Amoke era un poco mandona cuando hacíamos planes; quería que todo saliera perfecto y le encantaba detenerse a ultimar cada detalle.
               Doblé la esquina de mi calle de vuelta a mi casa y recibí un mensaje suyo preguntándome si me iba a maquillar. Le respondí con un corte de manga y ella escribió rápidamente “hija, no se te puede preguntar nada”. Solté una risita por lo bajo y negué con la cabeza, empujando la verja de mi casa y metiendo las llaves en la cerradura.
               Papá miró con desaprobación la inmensa mancha oscura de mis pantalones, consecuencia directa de la caída que había sufrido, y suspiró cuando yo le di un beso mimoso para aplacar su ira.
               -Voy a poner en remojo los pantalones-dije, intentando aplacar su ira.
               -Y luego recoges los platos-añadió él-. No te creas que no me he dado cuenta de que se ha quedado tu hermano solo fregando cuando os tocaba a los dos.
               -Tenía cosas que hacer-contesté, encogiéndome de hombros.
               -Primero son tus tareas, Sabrae.
               -Vale, papi-ronroneé, dándole un beso.
               -Nada de papi, no me hagas la pelota.
               -No te hago la pelota, papi-respondí, mordisqueándole la mejilla. Papá esbozó una sonrisa y me dio una palmada en el culo.
               -Venga, tira. Antes de que me convenzas para que haga yo tus tareas.
               Fui a mi habitación, dispuesta a coger la ropa para ducharme, después de recoger los platos. Abrí la puerta mientras me descolgaba mi bolso, y di un brinco cuando Scott se movió, sentado como estaba en mi cama.
               -¡Joder! ¡Qué susto!-grité, llevándome una mano al pecho. Scott esbozó una media sonrisa cuando mamá me gritó desde su despacho:
               -¡Sabrae! ¡Esa boca!
               -¡Perdón! ¿Qué haces aquí?-le pregunté a mi hermano en tono neutro, y él se frotó un pie contra el otro. Se los quedó mirando un momento.
               -He venido a disculparme.
               -¿Por qué, exactamente?
               -Ya sabes por qué, Sabrae-respondió él, pero yo me encogí de hombros y sacudí la cabeza.
               -La verdad es que no. Haces tantas gilipolleces últimamente que me es imposible…
               -No debería haberte llamado gilipollas-contestó, y yo asentí-. Soy tu hermano mayor y se supone que tengo que darte ejemplo.
               -Bueno… me estás dando ejemplo, en realidad. De cómo ser gilipollas. Así que es prácticamente una virtud mía y una hazaña tuya que yo… vale-me callé tras percatarme de su mirada de cuidadito, niña.
               -Y por… cómo te traté ayer con Ashley. No estuvo bien. Pero en mi defensa diré que me pillaste con la guardia baja, cría.
               -Oh, ya lo creo, porque es súper ilógico que yo esté en mi casa de noche, ¿no es así?-contesté.
               -Ojalá no fueras tan jodidamente lista y te copiaras tanto de mamá-contestó, sonriendo, y yo me noté sonreír también.
               -Bueno, si tú eres papá, yo tendré que ser mamá, ¿no?
               -Ah, no. Ni de coña-Scott sacudió la cabeza-. No quiero ser papá. Él pierde todas sus discusiones-comentó en voz más alta, procurando que le oyera desde el salón.
               -¡Eso es mentira, chaval!
               -¡Mira qué educación les estás dando a tus hijos, Zayn! ¡Haciéndoles crecer en la falacia!-me imaginé a mamá sacudiendo la cabeza entre sus pilas de papeles y sus pantallas encendidas, mientras buscaba una sentencia que le hiciera ganar su caso, una sentencia que siempre aparecía, más temprano que tarde.
               -¿Tú no estabas tan ocupada que no podías estar aquí conmigo ni diez minutos, mujer? ¡Deja a los niños que tengan su intimidad!
               Scott rió entre dientes y yo me senté a su lado. Me apartó un rizo de la cara y lo colocó detrás de mi oreja.
               -Estás disgustada.
               -No me gusta que tengas secretos conmigo, Scott-le reproché, y él asintió.
               -Tengo derecho a tener cosas que me guarde para mí, Saab. Eso tienes que entenderlo.
               -Y lo entiendo, pero, ¿una novia? Eso no entra dentro de las cosas que te deberías guardar para ti.
               -Si no entra mi soltería, ¿qué se supone que tengo que guardarme?
               -El número de pedos que te tiras al día-dije, encogiéndome de hombros, y él se echó a reír.
               -Yo no soy tan cerdo como para ir contándolos.
               -Con tirártelos ya te basta, ¿verdad?
               -A ver, cría, que tú también tienes cuerpo, ¿sabes? A ver si te piensas que huelen a rosas, o algo así-puso los ojos en blanco y me sacó la lengua, y yo me reí.  Él se me quedó mirando, me cogió una mano y me acarició los nudillos-. ¿Por qué no me lo dices?
               -¿El qué?
               -Que te molesta que no te diga las cosas.
               -Te lo estoy diciendo.
               -Sí, cuando yo vengo a preguntarte qué es lo que te pasa. Soy tu hermano, Saab. Te vi siendo un bebé. Tu primera palabra fue mi nombre-dijo con orgullo, y a mí me encantaba cuando recordaba ese momento: me enorgullecía haber sido capaz de convertirle en la persona más importante de mi vida, y a él le emocionaba pensar que yo lo tenía en tanta estima ya desde tan pequeña-. Estaba ahí cuando empezaste a caminar, ¿por qué no tienes la suficiente confianza conmigo como para decirme lo que te molesta?
               -Porque tú no me debes nada-reconocí.
               -Pero yo quiero dártelo-respondió, y yo me lo quedé mirando-. ¿Quieres saber cosas? Pregúntamelas.
               -¿Cómo la conociste?
               -De fiesta. En el centro. Nos fundimos la paga de dos años en tres fines de semana-comentó-. Mereció la pena-añadió, asintiendo con la cabeza.
               -¿Cuántos años tiene?
               -16.
               -Vaya-abrí los ojos-. ¡Es muy mayor! ¡Me lleva…!
               -Cinco años-me atajó-. Y yo te llevo a ti tres. ¿Cuántos me lleva ella?
               -Dos-respondí después de tener que reprimirme para no contar por los dedos.
               -Chica lista.
               -¿Cuánto lleváis?
               -¿De novios o juntos?
               -¿No es lo mismo?
               Scott rió.
               -Ya lo entenderás. De novios… un mes y 8 días. Y juntos… un poco más. Dos meses. Menos un día-calculó, cerrando un ojo. Asintió con la cabeza.
               -¿Por qué no nos lo contaste?
               -No os lo conté porque… no quería que te sintieras desplazada-clavó sus ojos verdosos en mí y yo me sentí como si me estuvieran enterrando viva y Scott hubiera aparecido ante mí con una pala, como un ángel salvador dispuesto a quitar todo lo que me aprisionaba y a limpiar mis pulmones.
               Él me entendía mejor incluso de lo que me entendía yo misma.
               -Pues estás apartándome, Scott.
               -Pero no es mi intención, Saab. Te lo prometo. Es que… no sé cómo llevar esto, pequeña.
               -¿Llevar el qué?
               -Tener novia.
               -¿Tan sencillo es?
               -Sí… cuando eres un Malik.
               -¿Qué se supone que significa eso?
               -Que la gente es mala, Sabrae. Que se van a acercar a ti porque quieren algo de papá. Le ha pasado a Tommy. Y lo ha pasado mal. Por eso estuve unas semanas durmiendo cada dos días en su casa. Para levantarle el ánimo-me reveló-. Tenemos que tener cuidado, todos nosotros. Tommy y yo más que Eleanor y tú, o los demás.
               -Pero le hablas de nosotras.
               -Le hablo de vosotras a Ashley porque no quería que pensara que estoy intentando engañarla no diciéndole de dónde vengo. Y porque ser tu hermano es lo que mejor se me da-añadió, pellizcándome en la mejilla. Me abracé las rodillas.
               -¿Estás enamorado de ella?-pregunté. Scott tragó saliva.
               -Sí-admitió.
               -¿Como lo están papá y mamá?
               -No sé cómo de enamorados están papá y mamá. Yo sólo sé lo enamorado que estoy yo. Ni siquiera sé si Ashley…
               -¿Y cuánto lo estás?
               -Hasta las trancas-confesó, y yo parpadeé, sintiendo un extraño vacío en mi interior.
               Te echo de menos.
               Te tengo delante.
               Pero te echo de menos.
               -¿Vas a llorar?-preguntó Scott, divertido, y yo sorbí por la nariz y negué con la cabeza. Parpadeé deprisa, conteniendo las lágrimas-. Sabrae, si quieres llorar, hazlo por algo.
               -No quiero que te alejes de mí.
               -¿Quién dice que yo me vaya a alejar de ti?
               -Ella. Estás enamorado de ella.
               Scott me acarició la espalda.
               -Pero también lo estoy de ti, pequeña.
               -¿La quieres hasta la Luna?
               -Y vuelta.
               -¿Y a mí?
               -¿A ti?-se lo pensó un momento, miró por la ventana y se mordisqueó el piercing. Señaló por fin la esquina de mi escritorio y yo me eché a reír.
               -¡Scott!
               Pero él insistió, movió su mandíbula en dirección al escritorio, así que yo me levanté, curiosa, y recogí mi libro de Ciencias, que reposaba abierto sobre la lección acerca del sistema solar. Me quedé mirando a Scott mientras él pasaba páginas, y me acurruqué a su lado para observar el dibujo de los planetas con sus órbitas. Cogió un bolígrafo y dibujó un círculo exterior al de Neptuno, con una bolita bailando sobre él.
               -¿Qué es eso?
               -Plutón-explicó.
               -¿Como el perro de Mickey Mouse?-pregunté, y él sonrió.
               -Algo así. Aparece en los libros de astronomía que Eri me presta. Era un planeta cuando ella era pequeña.
               -¿Qué le pasó?
               -Que dejaron de considerarle planeta.
               -Qué cabrones, ¿por qué?
               -Porque era demasiado pequeño. Ahora es un planeta enano y seguramente a ti no te lo expliquen nunca. Pero eso no quiere decir que no esté ahí, Saab. Y que no haya gente que quiere luchar porque a nadie se le olvide que sigue ahí. Algunos sabemos valorar las cosas por su verdadero valor, y no por su tamaño-me acarició la cintura-, pequeña.
               Yo sonreí y me colgué de su cuello.
               -Va a ser nuestro, ¿vale? Tuyo y mío. De los dos. Las noches que yo no esté en casa, tú puedes quedarte mirando por la ventana. No podrás verlo, porque es demasiado pequeño, y está demasiado lejos. Pero estará ahí siempre. Igual que mi amor por ti, Saab. Querré a Ashley de aquí a la Luna, pero a ti te quiero hasta Plutón.
               -¿Y vuelta a casa otra vez?-pregunté, mirándole a los ojos. Él me acarició la espalda.
               -Cuando sonríes… quizás.

               Se echó a reír cuando yo me hice la enfadada, me sacó la lengua y yo intenté morderle la mandíbula, pero lo evitó cogiéndome entre sus brazos y dándome un cálido abrazo que me calentó hasta el alma.

Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! 

2 comentarios:

  1. AWWWWWWWWWW SABRAE DE VERDAD QUE ES UNA FUCKING REINAAAAAA
    ME HA ENCANTADO!!!!
    Comento poco porque tengo poxo tiempo pero ole ole y ole

    ResponderEliminar
  2. ME MEO CON SABRAE Y AMOKE HABLANDO DE CÓMO SE LIABAN SCOTT Y ASHLEY
    Qué bonito momento el de Scott pidiéndole perdón a Sabrae y contándole todo lo que ella quiere saber. "Él me entendía mejor incluso de lo que me entendía yo misma." ❤


    "Va a ser nuestro, ¿vale? Tuyo y mío. De los dos. Las noches que yo no esté en casa, tú puedes quedarte mirando por la ventana. No podrás verlo, porque es demasiado pequeño, y está demasiado lejos. Pero estará ahí siempre. Igual que mi amor por ti, Saab. Querré a Ashley de aquí a la Luna, pero a ti te quiero hasta Plutón." ❤

    - Ana

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤