La conocí de noche.
Papá
y mamá nos habían dejado solos a media tarde. Tenían que ir a hacer unas
pruebas de un vestuario que yo no entendí muy bien (esperaba que me enseñaran
el resultado final o, como mínimo, los esbozos de lo que fuera que tuvieran que
ponerse para asistir a la enésima fiesta de inicio de año) y aprovecharían para
ir a cenar solos y volver muy, muy tarde. Ese tipo de “tarde” que quiere decir
“no nos esperéis despiertos, portaos bien y no arméis mucha bulla para no
molestar a los vecinos”.
Le
dieron a Scott un par de billetes, de veinte y diez libras, y le dijeron que
cuidara de nosotras, que pidiera comida a donde le apeteciera y que escuchara
lo que nosotras queríamos. Nada de salir y dejarnos solas, nada de permitir que
Duna tome azúcar después de las 7 y media, nada de golosinas antes de irnos a
la cama. Asegúrate de que nos lavamos los dientes y de que estamos metidas en
la cama y con la luz apagada antes de las 12.
Evidentemente,
no nos acostamos antes de las 12. Eran las 12 y un minuto y Shasha y yo
estábamos lanzándonos cojines, chillando y saltando por encima del sofá
mientras Scott nos miraba tirado en el sillón con la esperanza de que en algún
momento se nos acabara este frenesí de independencia y quisiéramos ir a la
cama. A Shasha le entró el sueño a las 12 y 10. Scott no subió con ella a
comprobar que se lavaba los dientes (se fiaba de nosotras, o le aborrecía, no
sabría decir qué era), pero sí que subió cuando mi hermana pequeña nos llamó para
que le diéramos un beso de buenas noches mientras se acurrucaba en la cama.
Imitando a mamá, la arropé hasta que el borde de la manta rozó su naricita y le
di un beso en la frente. Shasha se revolvió, riéndose, con los ojos achinados y
la mirada brillante, y se dio la vuelta cuando Scott y yo salimos de la
habitación.
-A la
cama-ordenó Scott, pero yo no le hice el más mínimo caso, bajé las escaleras al
trote, procurando no hacer demasiado ruido, y me tumbé cuan larga era en el
sofá. Scott suspiró, gruñó algo por lo bajo y se volvió a sentar en el sillón.
Apoyó la cabeza en su mano y se acodó en el reposabrazos y se quedó mirando la
televisión con aburrimiento, esperando a que yo me cansara del programa que
estaban echando, el millonésimo episodio de Los
Simpson que te sabes de memoria de tanto que lo repiten pero no renuncias a
ver cada vez que aparece en televisión.
-¿Cuándo
te vas a acostar, Sabrae?-exigió saber mi hermano, más cortante de lo que
debería. Me volví hacia él, abrazándome las piernas y acariciándome el pijama
rosa con elefantitos grises.
-Cuando
tenga sueño.
-Vete
a dormir ahora-espetó, y yo di un
brinco.
-Pero…
-¡Ya!-ladró,
poniéndose en pie y agarrándome del brazo de muy malos modos. Me levantó y yo
miré el reloj, ofendida ante tal incursión.
-¡Se
lo voy a decir a mamá!-amenacé.
-Dile
lo que te salga de los cojones-rezongó, y yo me solté de su brazo, le di un
empujón y di un paso atrás para evitar que él me lo devolviera.
-Vale,
borde-gruñí, y me di la vuelta y subí las escaleras pegando pisotones, para que
él supiera lo molesta que estaba con su estúpida actitud. Me lavé los dientes,
consideré la posibilidad de pasar el cepillo de Scott por el suelo para que
aprendiera la lección, pero finalmente negué con la cabeza, me incliné y escupí
en el desagüe. Tremendamente enfadada, me escondí entre las mantas, miré la
hora en el teléfono (la 1 menos 20) y apagué la luz de un manotazo al
interruptor.
Sabía
que no iba a dormirme pronto, así que ni siquiera cogí el peluche de Bugs Bunny
que Scott me había regalado por Navidades cuando me di la vuelta, enfurruñada,
y me quedé mirando una sombra en mi habitación.
Estaba
empezando a pasárseme el enfado, y por tanto el sueño se apoderaba de mí,
cuando escuché los pasos de Scott en el piso de abajo, tremendamente
silenciosos, dirigirse hacia la puerta. Incomprensiblemente, mi hermano la
abrió y dijo algo que yo no conseguí entender.
Mamá
le había dicho que nada de que viniera Tommy. Cuando estaban juntos, no eran
capaces de cuidarnos. Se distraían el uno al otro con continuas peleas.
Esperaba
que Scott le hubiera dicho que no podía ir a ningún sitio con él ni tampoco
quedarse. Hundí la cara en la tripa del peluche y aguanté la respiración.
Escuché a Scott sentarse en el sofá y no decir nada durante un rato, lo
suficiente como para que yo pensara que se había vuelto a quedar solo.
Pero
entonces… una risa.
Y
estaba bastante segura de que no era de Scott.
Era
la de una chica.
Me
incorporé como un resorte, encendí la luz y apoyé la punta de los dedos de los
pies en la alfombra al quedarme sentada. Aguanté de nuevo la respiración y… a
través del martilleo de mi corazón en mis tímpanos, allí estaba. La misma risa.
Salí
de mi habitación en silencio y, de puntillas, me acerqué hasta las escaleras.
Las bajé hasta mitad del recorrido y me quedé apoyada en la barandilla, mirando
hacia el salón.
Scott
estaba sentado en el sofá como yo había intuido, sí.
Pero,
sentada encima de él, había una chica de pelo rubio que no paraba de pasarle
las manos por el cuello y la cara mientras él le manoseaba el culo.
Incliné
la cabeza hacia un lado, intentando ver el rostro de la chica, preguntándome
quién sería, pero lo tenía tan cerca del de Scott que me fue imposible
distinguir más que una nariz que no hacía más que chocar con la de mi hermano,
mientras las bocas de los dos se chupeteaban la una a la otra como si fueran
helados en verano. Ella le mordió el piercing del labio y Scott bufó por lo
bajo, la pegó más contra sí y ella volvió a reírse cuando Scott sacó la lengua
y la juntó con la de ella por fuera de la boca.
Hay
que ser cerdo para hacer una cosa así.
Mamá
y papá se besaban en la boca, sí, e incluso a veces se mordían los labios,
vale. Pero ni locos hacían las cosas que estaban haciendo Scott y esa chica,
que se chupaban el uno al otro como si no hubiera un mañana. Como si fueran
polos de manzana en un día tremendamente caluroso.
Me
estremecí y, como consecuencia de mi situación al borde de uno de los escalones
de las escalera, trastabillé y tuve que sujetarme a la barandilla con fuerza
para no caerme rodando hasta el suelo.
Intenté
parecer lo más digna posible cuando Scott y la chica se volvieron y me miraron.
La chica sonrió con timidez, cazada in fraganti, y miró a Scott, que me
observaba como si fuera un bicho mitológico que acababa de aparecer en su
jardín. Se puso colorado y sus ojos llamearon de una forma amenazadora que me
indicó que, o atacaba, o él me fulminaría.
-¿Quién
es?-pregunté con toda la valentía que pude, señalándola y suplicando que no se
me notara el temblor de mi mano.
-Vete
a dormir-urgió Scott en un tono que no le había escuchado nunca, un tono que
sólo usaba papá cuando estaba muy enfadado conmigo.
-He
dicho que quién es-exigí, envalentonándome a pasos agigantados. Soy Sabrae Malik, y no tengo miedo a
defender mi casa de intrusas, pensé, como si ella fuera una especie de
bruja que estuviera engatusando a Scott para que le entregara las reliquias
familiares.
-Y yo
te he dicho-contestó Scott, levantándose del sofá e irradiando rabia-, que te
vayas a dormir.
Se
situó al final de las escaleras, a unos escalones de mí, y yo contuve mis ganas
de retroceder.
-O me
dices quién es-insté, valiente-, o llamo a mamá ahora mismo-la cara de mi
hermano fue suficiente como para envalentonarme y poner la guinda del pastel a
mi chantaje con un-: y le cuento que estás convirtiendo nuestra casa en un
picadero.
-¿Te
quieres callar?-saltó Scott, acercándose a mí y tapándome la boca a toda prisa,
como si mamá fuera a escucharme estuviera donde estuviese-. Aparte, nuestra
casa ya es un puto
picadero-puntualizó, pensativo. Yo le miré a los ojos y esperé a que me
destapara la boca para responderle que, si tenía algún problema, tendría que
hablarlo con papá y mamá o aguantarse y quedarse calladito, pero ella me
detuvo.
-Hola-saludó,
sonriéndome con calidez, como si yo fuera un cachorrito y ella mi dueña, que
volvía a casa después de un larguísimo día de soledad y encierro-. Soy Ashley.
Tú debes de ser Sabrae, ¿no?
Scott
puso los ojos en blanco y se separó de mí. Bajó de nuevo hasta el piso inferior
y se situó al lado de la chica. Se apoyó en la pared y se metió las manos en
los bolsillos del pantalón.
-¿Cómo
sabes mi nombre?-exigí, tensa.
-Tu
hermano me ha hablado mucho de ti-su sonrisa se ensanchó un poco, especialmente
cuando se volvió a mirar a Scott, que todavía tenía los ojos clavados en mí.
Scott buscó su mirada y frunció el ceño.
-¿Yo?
Yo en mi vida he mencionado a mis hermanas, Ash.
-Sí
que lo haces. Sabrae esto, Shasha lo otro, Duna lo de más allá-se acercó y le
acarició la mandíbula, y Scott se derritió un poco entre sus manos.
-Seguro
que son imaginaciones…
-¿También
lo son que ella lleve puesto el pijama que le regaló tu madre por su
cumpleaños?-preguntó Ashley, y yo me quedé mirando el dibujo del elefante
grabado en mi pecho-. ¿O que duerma con un peluche de Bugs Bunny tamaño
gigante?-me miré las manos, preguntándome cómo lo sabía si no lo llevaba
conmigo. Ashley se volvió hacia mí-. Tu hermano te quiere muchísimo. No deja de
hablar de ti.
-Sí
que…
-Y a
mí me parece monísimo-le cortó ella, echándose a sus brazos y dándole un beso
en el cuello. Se acurrucó en su pecho y me miró-. Aunque, he de decir, que eres
incluso más guapa de lo que él dice.
Me
noté florecer por dentro. Era como si fuera un embalse de agua contaminada y la
marea o una riada purificaran mis aguas. La marea era ella.
-Me
cae bien-ronroneé, y Ashley sonrió, complacida.
-Esfúmate,
puta cría-gruñó Scott-. Y ni se te ocurra decirles a papá y a mamá que ha
estado aquí-Ashley lo miró, estudió sus labios-, ¿me has entendido?
-Que
sí-bufé, subiendo las escaleras de dos en dos.
-Ha
sido un placer, Sabrae.
-Igualmente-respondí,
agitando la mano sobre mi cabeza y ocultándolos tras la pared. Me metí en mi
habitación y dejé la puerta entreabierta, curiosa por lo que dirían cuando yo
desapareciera.
-Uf,
me va a odiar de por vida.
-¿Qué
dices? Le has caído genial.
-Me
ha conocido comiéndote los morros.
-¿Y?
En esta familia somos muy abiertos.
-No
sé si a mí me haría gracia despertarme un día y ver que mi hermano se está
dando el lote en el salón de mi casa con una chica cualquiera.
-Tú
no eres una chica cualquiera-contestó mi hermano, y me lo imaginé negando con
la cabeza. Escuché la sonrisa en los labios de Ashley cuando respondió:
-¿Ah,
no?
-No-coqueteó
Scott, pasándole las manos por la cintura.
-Ah,
bueno. Menos mal-Ashley soltó una risita-. Bueno, entonces… ¿por dónde íbamos?
-Sabes
de sobra por dónde íbamos-rió Scott, acariciándole la cintura y comenzando a
besarla de nuevo.
Cerré
la puerta de mi habitación y me tumbé en la cama.
Ashley
estuvo en casa más de 2 horas. Se marchó cinco minutos antes de que regresaran
papá y mamá, que nunca supieron nada de lo que había sucedido esa noche en
nuestra casa. Se encontraron a Scott fingiendo dormir en su habitación, y a mí
acurrucada contra el peluche de Bugs Bunny, ése del que le había hablado Scott
a su novia, preguntándome qué significaba, exactamente, lo que acababa de
presenciar.
En
qué nos dejaba a Scott y a mí.
No
tuve que comerme demasiado la cabeza. Para cuando me levanté al día siguiente,
Scott estaba esperando a que yo abriera la puerta de mi habitación para salir
él también de la suya y poder desayunar juntos. Mamá y papá ya habían tomado
sus cafés y habían dejado las tazas en el fregadero, salvaguardando nuestros
turnos de tareas en el hogar. Apenas miré a mi hermano mientras me estiraba a
por la caja de cereales, y le susurré un tímido “gracias” cuando él se acercó a
mí y me la alcanzó. Me senté a la mesa, cogí un puñado de cereales con
chocolate y eché la leche por encima.
Scott
se sentó frente a mí y se me quedó mirando, muy serio.
-¿Has
dormido bien?
Levanté
la vista e incliné la cabeza. Parpadeé, no dije nada y volví a lo mío. No sabía
por qué estaba enfadada, o siquiera si tenía derecho a estarlo, pero el caso
era que me molestaba mucho que Scott no quisiera hacerme parte de esa nueva
doble vida que estaba llevando.
Me
sentía un proco traicionada porque él no me había dicho el nombre de su vida.
Ni siquiera me había confirmado su existencia: había tenido que enterarme de
que estaba con una chica viendo cómo ella le chupaba la boca de una forma un
tanto…
…
pornográfica.
-Saab…-susurró
Scott, y yo suspiré.
-No
tengo ganas de hablar contigo, Scott.
-¿Me
prometerás que no vas a contar nada de lo que pasó ayer?
Fruncí
el ceño, hundiendo la cuchara en los cereales y provocando una oleada de
naufragios.
-Es
hoy.
-¿Qué?
-Que,
técnicamente, ha pasado hoy. Eran más de las 12.
-Sabrae-gimió
Scott-. No lo cuentes, por favor.
-No
me gusta tener secretos con papá y mamá, Scott-gruñí en tono de reproche, con
más ganas de hacer daño de las que me habría gustado reconocer. Scott se echó hacia
atrás, apretó los labios y escupió:
-Eso
es porque aún eres pequeña.
Le di
un golpetazo al fondo del bol cuando solté la cuchara.
-No-contesté-.
Eso es porque no me da vergüenza formar parte de esta familia.
-A mí
tampoco me la da-contestó Scott, levantándose y cogiendo una galleta para el
camino-, pero no necesito que todo el mundo me esté recordando que soy idéntico
a mi padre. Como si la única cualidad de mí que importa es que no hay quien me
distinga de papá a mi edad.
-¿Es
por eso por lo que te lo has puesto?-dije, señalándome el labio en el punto en
que, si fuera él, tendría el piercing-. ¿Para que te distingamos de él?
-Me
gusta que me lo muerdan-contestó-. Además, hay otras maneras de distinguirme de
papá. Por ejemplo, yo no tengo hijas que son unas gilipollas.
-¡Gilipollas
tú!-grité para hacerme oír sobre el portazo que había dado a su salida, en un
alarde de elocuencia y retórica que probablemente no volviera a tener. Enfadada
y con el estómago cerrado, tiré los cereales a la basura, subí a mi habitación
saltando los escalones de dos en dos, y le mandé un mensaje a Amoke preguntándole
si podíamos vernos.
Al cabo
de 10 minutos, estaba caminando en dirección a nuestro montículo en el parque. Ella
ya me esperaba en el pequeño quiosco-cenador que hacía las veces de escenario
en el que tocaban en las fiestas. Se levantó cuando me vio aparecer, y, después
de darme un apresurado beso en la mejilla, miró cómo yo me sentaba hecha una
furia en las escaleras y empezaba a dar taconazos sobre el césped, arrancando
pequeños fuegos artificiales de hierba y semillas de diente de león.
-Mi
hermano es un puto imbécil-espeté, y Amoke alzó las cejas, sentándose de nuevo
a mi lado.
-¿Hemos
quedado por la mañana para insultar a tu hermano? Lo tuyo es preocupante, Saab.
-Es
que lo es-le cogí del brazo-. Ya verás qué fuerte.
Su cara
fue bailando entre la estupefacción, la indignación, el enfado y de nuevo la
estupefacción cuando le conté todo lo que había vivido esa noche.
-Vale,
sí. Tu hermano es un puto imbécil.
-Es
que, ¿tú sabes con qué cara me miraba? ¡Por Dios! Me apetecía pegarle-tiré de
unas briznas de hierba y dejé que se escurrieran entre mis dedos, flotando con
el viento-. ¡Y no va y me dice que no les diga nada a mamá y a papá! ¡Vamos a
tener que echarle ácido a ese sofá para poder limpiarlo!
-Tía,
¿crees que hicieron algo más?
Me estremecí.
-No
quiero ni pensarlo.
-A
ver, Saab. Que tarde o temprano, nosotras tendremos que hacer las cosas que está
haciendo ahora tu hermano. No sé. Digo yo-Amoke se encogió de hombros.
-Después
de ver cómo se estaban besando, creo que en mi vida me voy a acercar a un
chico-volví a estremecerme.
-¿Tan
malo fue?-quiso saber ella-. Mira que tú eres muy exagerada para lo que
quieres-puso los ojos en blanco-. Cuando algo te sorprende no eres capaz de…
-Se
chupaban las lenguas.
Amoke
se volvió hacia mí como un resorte.
-¿Discúlpame?
-Por fuera de la boca-añadí, tocándole
una mano. Amoke se agarró a ella y se estremeció. Cerró los ojos.
-Oh, dios mío. Oh, dios mío.
Dios mío-se llevó una mano a la boca y contuvo una arcada-. Qué asco…
-Y se
mordían los labios y hacían ruido en plan… ñom-ñom-ñom-les
imité, y Amoke abrió muchísimo los ojos, escandalizada.
-¡Tía!
¿¡Pero por qué me lo cuentas!?-gritó, empujándome.
-¡Porque
eres mi mejor amiga! ¡Si yo tengo un trauma infantil, tienes que tenerlo tú
también!
-Madre
mía, que creo que voy a vomitar…
-Y si
vieras cómo se tocaban…
-Basta,
Saab.
-¡Parecía
que le estuviera buscando un grano interno!
-¡Sabrae!-Amoke
me dio un empujón-. ¡Te he dicho que ya vale!
-Esa
imagen me perseguirá el resto de mi vida.
-A mí
sí que me va a perseguir la imagen mental que tengo. Uf-se dio unos golpes con
la palma de la mano en la frente-. Terrible.
Ojalá tener ceguera cerebral.
-A
ver, tía, que el espectáculo fue grotesco, pero tampoco es para tanto.
-Si
yo viera a mi hermano metiéndole la lengua a una chica como si fuera un
camaleón, me arrancaría los ojos.
-¡Sí,
hombre! Para que eso fuera lo último que viera. ¡Ni hablar!
-Ya
no quiero tener novio.
-¿Y
qué pasa con Nathan?
-Yo
no pienso chuparle la lengua a Nathan-contestó Amoke negando con la cabeza.
-El otro
día me dijiste que querías darle un beso.
-Sí, Sabrae:
darle un beso, no hacerle una puta limpieza bucal con mi lengua.
-Más
que una limpieza bucal, parecían dos lavadoras centrifugando.
-Ew.
¡Ew!-protestó, dándome un empujón y riéndose-. ¡Menudo imbécil, tu hermano! ¡Y
encima, en casa de tus padres!
-Los
jóvenes de hoy en día ya no tienen respeto por nada.
-Ya
te digo. ¿Es que no queda nada sagrado por aquí?-sacudió la cabeza y yo saludé
con la mano a un par de ancianas que nos miraban con curiosidad, escuchando
nuestra conversación mientras pasaban a nuestro lado paseando a sus perritos,
dos Yorkshire Terrier con sendos lacitos (uno rosa, otro azul) en su cabeza.
-¿A
qué edad crees que se puede ir al psicólogo?-cavilé, apoyada sobre mis
tobillos.
-Precisamente
hoy me estaba armando de valor para decirle a Nathan si quiere hacer
algo-comentó en tono lastimero, y yo me incorporé.
-Momo,
¡eso es genial!
-Ya,
bueno, será genial hasta que a él le apetezca lamerme la boca. Entonces, ya no
será tan genial. ¡Que yo quiero un beso como los de las películas de Disney,
Saab! ¡Os tocáis los labios y ya está, nada de… de… intercambiar fluidos!-Amoke hizo que esa frase sonara como una
enfermedad incurable.
-A
ver, Momo: igual nos estamos precipitando. Quizá mi hermano sea un pervertido y
la gente normal no hace esas cosas.
-Tus
padres lo hacen. Les he visto.
-Se
muerden los labios como mucho. No hacen ruido.
-¿Cómo
sabes que no se chupan las lenguas?
-Sé
que no lo hacen porque eso es una marranada que hacen los imbéciles como Scott,
y mamá dice que Scott está en la edad de la perdiz…
-Es
del pavo, Sabrae.
-Bueno,
sí, del pavo, lo que sea, ¿me quieres dejar hablar? Si me has entendido
perfectamente. El caso es que mamá dice que Scott está en una edad complicada y
que no le tengamos muy en cuenta si se vuelve muy capullo a veces.
-Nosotras
estamos a punto de llegar a esa edad-me recordó Amoke, no muy convencida.
-Sí,
pero nosotras tenemos más de un par de neuronas. Yo siempre cojo las llaves al
salir de casa. Scott, no. No sería la primera vez que se queda sentado en el
porche hasta que volvemos de ir a dar una vuelta. ¡Es que ni siquiera se le
ocurre ir a esperarnos a casa de Tommy! El pobre es tonto de fabricación.
-Menos
mal que tú eres importada-espetó Amoke-, y no vas a salir así.
Me la
quedé mirando con los ojos como platos, la mandíbula prácticamente en el suelo.
Y
luego empezamos a reírnos, histéricas. La única persona que podía recordarme
que yo no venía exactamente del mismo sitio que Scott y mis hermanas y aun así
conseguir que yo no me disgustara, era Amoke.
-Debería
irme-comentó-. Tengo que terminar unas cuantas tareas antes de esta tarde. Quiero
tenerla libre, ¿sabes?
-Entonces,
¿no hay plan para hoy?
-Por
supuesto que sí: voy a pedirle a Nathan que se traiga a Hugo.
-Tía,
no-me levanté y me limpié el sudor de las palmas de las manos a los vaqueros-.
Ni se te ocurra. No hagas eso.
-¿Por
qué no? Tú siempre dices que tenemos que dejar de esperar a que los chicos nos
pidan salir, ¡pero nunca predicas por el ejemplo!
-¡Tú
le gustas a Nathan! ¡Se le nota un montón!
-Y tú
a Hugo.
-Eso
no es verdad.
-¡Sabrae!
-¡Te
digo que no lo es! ¿Qué hace Hugo? Absolutamente nada-chasqueé los dedos-. A Nathan
le falta un pelo para empezar a traerte flores a clase-negué con la cabeza y me
puse las manos en las caderas-. No es una buena idea. Te lo digo yo, Momo. Va a
ser todo muy incómodo…
-Si
no vienes conmigo, yo no salgo con Nathan-me chantajeó.
-No
puedes hacerme esto.
-Soy
mala persona.
-¿Mala
persona? Eres una víbora.
-Y a
mucha honra.
-Sí-asentí,
maliciosa-. Te vendrá bien la lengua bífida para enrollarte con Nathan. Ten cuidado,
no se te enrosque con la de él y tengáis que ir a urgencias.
-¡Sabrae!-protestó
Amoke, dándome un empujón y haciendo que me cayera de las escaleras, de costado
sobre el césped húmedo. Me revolqué por el suelo y me eché a reír-. ¡Mírate!
¡Pareces una cerdita! Anda que… ¡arriba, venga!-me cogió del brazo y me obligó
a incorporarme-. Ahora vas a casa, y te duchas. Ponte el acondicionador ése que
hace que tan bien te huela el pelo.
-¿El
de vainilla?
-Ése
mismo. Y te exfolias. Y te echas crema hidratante.
-¿Por
qué tengo que exfoliarme para ir a sujetarte las velas?
-Porque
vamos de cita doble-zanjó Amoke-. Y mi madre se arregla mucho cuando sale con
mi padre. ¿No quieres que Hugo babee al verte o qué?
-Pues…
-¡Pues
hay que trabajarse eso! ¡Vamos, vamos!-dio una palmada-. ¡Hora de empezar a
escribir nuestro cuento de hadas!
-¿Te
imaginas que me pongo tan guapa que al final te quito el novio?
-Pues
que lo disfrutes-dijo, agarrándome de los mofletes-. Yo lo que quiero, es que
tú seas feliz.
Solté
una risita, asentí con la cabeza, le di un beso en la punta de la nariz y me
marché antes de que me diera alguna instrucción más. Amoke era un poco mandona cuando
hacíamos planes; quería que todo saliera perfecto y le encantaba detenerse a ultimar
cada detalle.
Doblé
la esquina de mi calle de vuelta a mi casa y recibí un mensaje suyo
preguntándome si me iba a maquillar. Le respondí con un corte de manga y ella
escribió rápidamente “hija, no se te puede preguntar nada”. Solté una risita por
lo bajo y negué con la cabeza, empujando la verja de mi casa y metiendo las
llaves en la cerradura.
Papá miró
con desaprobación la inmensa mancha oscura de mis pantalones, consecuencia
directa de la caída que había sufrido, y suspiró cuando yo le di un beso mimoso
para aplacar su ira.
-Voy
a poner en remojo los pantalones-dije, intentando aplacar su ira.
-Y
luego recoges los platos-añadió él-. No te creas que no me he dado cuenta de
que se ha quedado tu hermano solo fregando cuando os tocaba a los dos.
-Tenía
cosas que hacer-contesté, encogiéndome de hombros.
-Primero
son tus tareas, Sabrae.
-Vale,
papi-ronroneé, dándole un beso.
-Nada
de papi, no me hagas la pelota.
-No
te hago la pelota, papi-respondí,
mordisqueándole la mejilla. Papá esbozó una sonrisa y me dio una palmada en el
culo.
-Venga,
tira. Antes de que me convenzas para que haga yo tus tareas.
Fui a
mi habitación, dispuesta a coger la ropa para ducharme, después de recoger los
platos. Abrí la puerta mientras me descolgaba mi bolso, y di un brinco cuando Scott
se movió, sentado como estaba en mi cama.
-¡Joder!
¡Qué susto!-grité, llevándome una mano al pecho. Scott esbozó una media sonrisa
cuando mamá me gritó desde su despacho:
-¡Sabrae!
¡Esa boca!
-¡Perdón!
¿Qué haces aquí?-le pregunté a mi hermano en tono neutro, y él se frotó un pie
contra el otro. Se los quedó mirando un momento.
-He
venido a disculparme.
-¿Por
qué, exactamente?
-Ya
sabes por qué, Sabrae-respondió él, pero yo me encogí de hombros y sacudí la
cabeza.
-La
verdad es que no. Haces tantas gilipolleces últimamente que me es imposible…
-No
debería haberte llamado gilipollas-contestó, y yo asentí-. Soy tu hermano mayor
y se supone que tengo que darte ejemplo.
-Bueno…
me estás dando ejemplo, en realidad. De cómo ser gilipollas. Así que es prácticamente
una virtud mía y una hazaña tuya que yo… vale-me callé tras percatarme de su
mirada de cuidadito, niña.
-Y
por… cómo te traté ayer con Ashley. No estuvo bien. Pero en mi defensa diré que
me pillaste con la guardia baja, cría.
-Oh,
ya lo creo, porque es súper ilógico que yo esté en mi casa de noche, ¿no es
así?-contesté.
-Ojalá
no fueras tan jodidamente lista y te copiaras tanto de mamá-contestó,
sonriendo, y yo me noté sonreír también.
-Bueno,
si tú eres papá, yo tendré que ser mamá, ¿no?
-Ah,
no. Ni de coña-Scott sacudió la cabeza-. No quiero ser papá. Él pierde todas
sus discusiones-comentó en voz más alta, procurando que le oyera desde el
salón.
-¡Eso
es mentira, chaval!
-¡Mira
qué educación les estás dando a tus hijos, Zayn! ¡Haciéndoles crecer en la falacia!-me
imaginé a mamá sacudiendo la cabeza entre sus pilas de papeles y sus pantallas
encendidas, mientras buscaba una sentencia que le hiciera ganar su caso, una
sentencia que siempre aparecía, más temprano que tarde.
-¿Tú
no estabas tan ocupada que no podías estar aquí conmigo ni diez minutos, mujer?
¡Deja a los niños que tengan su intimidad!
Scott
rió entre dientes y yo me senté a su lado. Me apartó un rizo de la cara y lo
colocó detrás de mi oreja.
-Estás
disgustada.
-No
me gusta que tengas secretos conmigo, Scott-le reproché, y él asintió.
-Tengo
derecho a tener cosas que me guarde para mí, Saab. Eso tienes que entenderlo.
-Y lo
entiendo, pero, ¿una novia? Eso no entra dentro de las cosas que te deberías
guardar para ti.
-Si
no entra mi soltería, ¿qué se supone que tengo que guardarme?
-El
número de pedos que te tiras al día-dije, encogiéndome de hombros, y él se echó
a reír.
-Yo
no soy tan cerdo como para ir contándolos.
-Con
tirártelos ya te basta, ¿verdad?
-A
ver, cría, que tú también tienes cuerpo, ¿sabes? A ver si te piensas que huelen
a rosas, o algo así-puso los ojos en blanco y me sacó la lengua, y yo me
reí. Él se me quedó mirando, me cogió
una mano y me acarició los nudillos-. ¿Por qué no me lo dices?
-¿El
qué?
-Que
te molesta que no te diga las cosas.
-Te
lo estoy diciendo.
-Sí,
cuando yo vengo a preguntarte qué es lo que te pasa. Soy tu hermano, Saab. Te
vi siendo un bebé. Tu primera palabra fue mi nombre-dijo con orgullo, y a mí me
encantaba cuando recordaba ese momento: me enorgullecía haber sido capaz de
convertirle en la persona más importante de mi vida, y a él le emocionaba
pensar que yo lo tenía en tanta estima ya desde tan pequeña-. Estaba ahí cuando
empezaste a caminar, ¿por qué no tienes la suficiente confianza conmigo como
para decirme lo que te molesta?
-Porque
tú no me debes nada-reconocí.
-Pero
yo quiero dártelo-respondió, y yo me lo quedé mirando-. ¿Quieres saber cosas?
Pregúntamelas.
-¿Cómo
la conociste?
-De
fiesta. En el centro. Nos fundimos la paga de dos años en tres fines de
semana-comentó-. Mereció la pena-añadió, asintiendo con la cabeza.
-¿Cuántos
años tiene?
-16.
-Vaya-abrí
los ojos-. ¡Es muy mayor! ¡Me lleva…!
-Cinco
años-me atajó-. Y yo te llevo a ti tres. ¿Cuántos me lleva ella?
-Dos-respondí
después de tener que reprimirme para no contar por los dedos.
-Chica
lista.
-¿Cuánto
lleváis?
-¿De
novios o juntos?
-¿No
es lo mismo?
Scott
rió.
-Ya
lo entenderás. De novios… un mes y 8 días. Y juntos… un poco más. Dos meses. Menos
un día-calculó, cerrando un ojo. Asintió con la cabeza.
-¿Por
qué no nos lo contaste?
-No
os lo conté porque… no quería que te sintieras desplazada-clavó sus ojos
verdosos en mí y yo me sentí como si me estuvieran enterrando viva y Scott hubiera
aparecido ante mí con una pala, como un ángel salvador dispuesto a quitar todo
lo que me aprisionaba y a limpiar mis pulmones.
Él me
entendía mejor incluso de lo que me entendía yo misma.
-Pues
estás apartándome, Scott.
-Pero
no es mi intención, Saab. Te lo prometo. Es que… no sé cómo llevar esto,
pequeña.
-¿Llevar
el qué?
-Tener
novia.
-¿Tan
sencillo es?
-Sí…
cuando eres un Malik.
-¿Qué
se supone que significa eso?
-Que
la gente es mala, Sabrae. Que se van a acercar a ti porque quieren algo de
papá. Le ha pasado a Tommy. Y lo ha pasado mal. Por eso estuve unas semanas
durmiendo cada dos días en su casa. Para levantarle el ánimo-me reveló-. Tenemos
que tener cuidado, todos nosotros. Tommy y yo más que Eleanor y tú, o los
demás.
-Pero
le hablas de nosotras.
-Le
hablo de vosotras a Ashley porque no quería que pensara que estoy intentando
engañarla no diciéndole de dónde vengo. Y porque ser tu hermano es lo que mejor
se me da-añadió, pellizcándome en la mejilla. Me abracé las rodillas.
-¿Estás
enamorado de ella?-pregunté. Scott tragó saliva.
-Sí-admitió.
-¿Como
lo están papá y mamá?
-No
sé cómo de enamorados están papá y mamá. Yo sólo sé lo enamorado que estoy yo. Ni
siquiera sé si Ashley…
-¿Y
cuánto lo estás?
-Hasta
las trancas-confesó, y yo parpadeé, sintiendo un extraño vacío en mi interior.
Te echo de menos.
Te tengo delante.
Pero te echo de menos.
-¿Vas a llorar?-preguntó Scott,
divertido, y yo sorbí por la nariz y negué con la cabeza. Parpadeé deprisa,
conteniendo las lágrimas-. Sabrae, si quieres llorar, hazlo por algo.
-No
quiero que te alejes de mí.
-¿Quién
dice que yo me vaya a alejar de ti?
-Ella.
Estás enamorado de ella.
Scott
me acarició la espalda.
-Pero
también lo estoy de ti, pequeña.
-¿La
quieres hasta la Luna?
-Y
vuelta.
-¿Y a
mí?
-¿A
ti?-se lo pensó un momento, miró por la ventana y se mordisqueó el piercing. Señaló
por fin la esquina de mi escritorio y yo me eché a reír.
-¡Scott!
Pero él
insistió, movió su mandíbula en dirección al escritorio, así que yo me levanté,
curiosa, y recogí mi libro de Ciencias, que reposaba abierto sobre la lección
acerca del sistema solar. Me quedé mirando a Scott mientras él pasaba páginas, y
me acurruqué a su lado para observar el dibujo de los planetas con sus órbitas.
Cogió un bolígrafo y dibujó un círculo exterior al de Neptuno, con una bolita
bailando sobre él.
-¿Qué
es eso?
-Plutón-explicó.
-¿Como
el perro de Mickey Mouse?-pregunté, y él sonrió.
-Algo
así. Aparece en los libros de astronomía que Eri me presta. Era un planeta
cuando ella era pequeña.
-¿Qué
le pasó?
-Que
dejaron de considerarle planeta.
-Qué
cabrones, ¿por qué?
-Porque
era demasiado pequeño. Ahora es un planeta enano y seguramente a ti no te lo
expliquen nunca. Pero eso no quiere decir que no esté ahí, Saab. Y que no haya
gente que quiere luchar porque a nadie se le olvide que sigue ahí. Algunos sabemos
valorar las cosas por su verdadero valor, y no por su tamaño-me acarició la
cintura-, pequeña.
Yo sonreí
y me colgué de su cuello.
-Va a
ser nuestro, ¿vale? Tuyo y mío. De los dos. Las noches que yo no esté en casa,
tú puedes quedarte mirando por la ventana. No podrás verlo, porque es demasiado
pequeño, y está demasiado lejos. Pero estará ahí siempre. Igual que mi amor por
ti, Saab. Querré a Ashley de aquí a la Luna, pero a ti te quiero hasta Plutón.
-¿Y
vuelta a casa otra vez?-pregunté, mirándole a los ojos. Él me acarició la
espalda.
-Cuando
sonríes… quizás.
Se echó
a reír cuando yo me hice la enfadada, me sacó la lengua y yo intenté morderle la
mandíbula, pero lo evitó cogiéndome entre sus brazos y dándome un cálido abrazo
que me calentó hasta el alma.
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤
AWWWWWWWWWW SABRAE DE VERDAD QUE ES UNA FUCKING REINAAAAAA
ResponderEliminarME HA ENCANTADO!!!!
Comento poco porque tengo poxo tiempo pero ole ole y ole
ME MEO CON SABRAE Y AMOKE HABLANDO DE CÓMO SE LIABAN SCOTT Y ASHLEY
ResponderEliminarQué bonito momento el de Scott pidiéndole perdón a Sabrae y contándole todo lo que ella quiere saber. "Él me entendía mejor incluso de lo que me entendía yo misma." ❤
"Va a ser nuestro, ¿vale? Tuyo y mío. De los dos. Las noches que yo no esté en casa, tú puedes quedarte mirando por la ventana. No podrás verlo, porque es demasiado pequeño, y está demasiado lejos. Pero estará ahí siempre. Igual que mi amor por ti, Saab. Querré a Ashley de aquí a la Luna, pero a ti te quiero hasta Plutón." ❤
- Ana