Lo siento si la lectura se te hace muy liosa por ir dando estos saltos y haber estos errores, pero Chasing the Stars y Sabrae son historias que, aunque interconectadas, para mí son independientes. Simplemente, cuando en CTS se diga una cosa y en Sabrae, la contraria, haz como si no pasara nada y tómate lo que diga cada novela de forma literal, sin relacionarlo con la otra.
Espero que esto no te cause muchos inconvenientes a la hora de leer; intentaré que las incongruencias sean las menos posibles. Dicho esto, ¡disfruta de la lectura! ❤
Si salí esa noche fue porque me había prometido a mí
mismo que haría que Bey se lo pasara genial.
Bueno,
vale, y también porque quería pillarme una buena borrachera.
Pero
lo de Bey estaba en primer lugar en mi lista de prioridades, lo prometo.
Había
tenido una semana tremenda, sabía que se le había hecho cuesta arriba incluso
aunque ella se esforzaba en ponerme buena cara y aseguraba que no pasaba nada.
Pero yo sabía que le fastidiaban mis contestaciones a destiempo y que se moría
de ganas por soltarme un bofetón. Había estado de un humor de perros desde el
martes hasta el viernes por la mañana, cuando Tommy se había inclinado hacia
atrás en su silla, columpiándola sobre dos patas, y había preguntado:
-Hoy
se sale, ¿no?
Ella
se había reído cuando yo me incorporé como un resorte. En cosa de medio segundo
había pasado de estar con los codos en la mesa y la mandíbula sobre mis manos
pegadas a la madera, a clavar la espalda en la silla como un buen alumno.
-¿Vas
a traerte a Diana?-quise saber, y Tommy me soltó un tortazo mientras Bey se
reía y negaba con la cabeza. Scott sólo puso los ojos en blanco y bufó un
“ojalá no”.
Pero
que el viernes se me pasara el mosqueo no quitaba de que hasta ese día no
hubiera estado que me subía por las paredes. Apenas había dormido el martes
desde el descubrimiento de los planes de Sabrae, y por si mis ojeras no lo
delataban lo suficiente, mi hostilidad hacia absolutamente todo el mundo me
acompañaba como el calor a una estufa.
Y
luego estaba Tamika, que había considerado que mi mala cara era motivo de
chiste.
-¿Te
han cortado el suministro de electricidad en la consola?-inquirió, riéndose y
toqueteándose las trenzas. Me dieron ganas de arrastrarla por el asfalto
sujetándola sólo del pelo, pero los ojos en blanco de Bey me contuvieron.
Contesté a mi mejor amiga con monosílabos durante toda la mañana, y sólo cuando
dije que no me apetecía ir a jugar a baloncesto con los chicos, movió ficha. Se
presentó en mi casa y subió a mi habitación saltando los escalones de dos en
dos. Me encontró tirado en la cama, refrescando mi página de inicio de
Instagram como un obseso, necesitado de historias nuevas de Sabrae con las que
hurgarme en la herida.
Bey
apoyó las manos en las caderas y alzó una ceja. Aparté el móvil lo justo y
necesario para retarnos con la mirada.
-¿Habíamos
quedado para follar y yo no me acordaba?-quise saber. Bey chasqueó la lengua,
abrió mi armario, sacó la camiseta de baloncesto, la hizo una bola y me la
tiró.
-Cámbiate.
Vamos a jugar.
-¿A
qué?
-Al
teto. Tú te agachas, y yo te la meto-contestó, y yo sonreí. Porque Bey tenía
ese poder. Podía conseguir que me pusiera bien en tiempo récord-. La hostia,
quiero decir. Venga, ¡arriba!-tiró de mí para ponerme en pie-. Que no tengo
todo el día.
Incluso
me arrancó un par de bromas en el juego, pero cuando ella se alejaba lo
bastante de mí como para que yo no sintiera su campo magnético atrayéndome,
volvía a pensar en lo mismo. Sabrae, renunciando a un polvo conmigo por echar
uno con el tal Hugo, que fijo que follaba peor que yo, que fijo que no la
tocaba como la tocaba yo.
No
había nadie que consiguiera que ella
gritara como podía hacerlo yo.
¿En
qué cabeza cabía que le prefiriera a él antes que a mí?
Pues
en cualquiera en la que una idea hubiese hecho explosión cual saco de dinamita:
yo no le importaba, y el puñetero Hugo, el que tenía que ser tan feo como para
tener la cuenta privada, pero no lo suficiente como para que Sabrae no quisiera
estar con él, sí.
Mira,
es que me llevaban los putos demonios, te lo juro. Y no me gustaba una mierda
sentirme así. Quería tenerla y no podía. No quería que nadie la tocara, pero no
podía reclamarla.
Quería
poseerla. Que fuera mía. Que me diera una última oportunidad de montarla y
demostrarle que nadie podría compararse a mí, no en igualdad de condiciones, no
así. No con ella. Me esforzaría, se lo haría como nadie. El viernes, el sábado,
el día que a ella le diera la gana. Pero que me diera una última oportunidad.
No había ultimátums que no se anunciaran.
Hasta
los más mortíferos se anunciaban, yo lo sabía bien.