Antes de que empieces a leer, tengo una noticia mala y una buena que darte: este fin de semana no habrá capítulo, pero sí dentro de, aproximadamente, una semana. ¡Así que no tendrás que esperar tanto como piensas por el siguiente!
Dicho esto, que disfrutes del capítulo. 💜
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¡Toca para ir a la lista de caps!
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Después de todo lo que me había demostrado, no debería
sorprenderme nada que hiciera Alec. Me había demostrado que por mí estaba
dispuesto a llegar al límite de sus fuerzas, que cruzaría el infierno con tal
de hacerme feliz, y me entregaría el cielo si yo se lo pedía. No sólo la Luna,
no: el cielo entero, con sus estrellas, sus asteroides, sus planetas, sus
nebulosas y sus agujeros negros. Me daría todo lo que yo pidiera sólo por el
mero hecho de que lo hiciera, y eso que lo único que quería a cambio era mi
existencia cerca de él.
Y
cruzaría el infierno por mí. Ya lo había hecho. Lo habíamos hecho los dos, en
aquellas semanas horribles en que nos habíamos distanciado, cuando parecía que
nada volvería a ser lo mismo y nos estábamos hiriendo de muerte.
Pero
supongo que Alec en sí era una sorpresa, la mejor de todas. No en vano había
sido el que me había demostrado que había vivido equivocada toda mi vida, y que
la cercanía con una persona no implica que no la conozcas.
Cuando
lo vi sentado en el sofá, con su sonrisa de chulo de siempre, escaneándome como
si fuera la tía más buena de todo el mundo, la top model mejor pagada de la historia y con más derecho a ostentar
ese título, en mi cabeza estalló una idea con la misma efervescencia con que
estalla la primavera: seguro que en algún idioma natural de algún rincón
perdido del mundo, un idioma que estuviera muriéndose lentamente al lado de su
población, “Alec” y “acostumbrarse” eran antónimos.
Era
increíble cómo puedes estar tan acostumbrada a una persona hasta el punto de
que la conoces mejor que a la palma de tu propia mano, y a la vez esa persona
es la que más se las apaña para sorprenderte.
Había
venido con ganas de fiesta, y yo había celebrado que no se hubiera aguantado
las ganas de verme y no hubiera querido esperar hasta las nueve subiendo las
escaleras todo correr, cogiendo el teléfono y avisando a mis amigas de que Alec
estaba en mi casa, así que ya no tenía razones para salir esa noche. Mientras
Momo mandaba muchos emoticonos de fiesta, Kendra no paraba de preguntar cómo es
que Alec estaba en mi casa y yo no estaba furiosa, y Taïssa intuía lo que había
pasado. De mi grupo de amigas, sólo Momo estaba al tanto de mi recién
recuperada situación sentimental, “es complicado”; me había prometido a mí
misma que les contaría a las demás mi reconciliación con Alec cuanto antes,
pero una parte de mí quiso posponerlo un poco más, hasta verlas en persona.
Quería verles las caras, que se alegraran conmigo (o comprobar si lo fingían
solamente), pero también lo hacía por motivos más egoístas: mi reconciliación
con Alec era una miel en mis labios que aún no quería compartir con demasiada
gente, porque cuando un secreto es dulce, hacer que deje de serlo es también
amargarlo un poco.
Así
que a Momo le tocaría explicarles a las demás el precioso mensaje que me había
mandado, la carta que yo le había escrito y nuestra reconciliación sellada con
un beso y un orgasmo en el parque.
Después
de preparar mi cama como luego él me acusaría de haberlo hecho (con un poco de
preocupación y apuro, porque pensaba hacerla justo antes de irme, para que así
no hubiera ninguna arruga en la colcha de cuando me pusiera las botas sentada
en el borde del colchón), bajé las escaleras con toda la dignidad que pude reunir,
me metí en la cocina, preparé unas palomitas y me fui al sótano, bajo la atenta
mirada de mis padres, que me miraban con una sonrisa en los labios ambos, y la
nariz un poco enrojecida y los ojos llorosos mamá, por el catarro que había
pillado y les había impedido salir.
La
casa estaría llena esa noche. Era una faena a la que yo no iba a permitir que
me amargara la velada. Tenía muchísimas ganas de Alec, todo por ganar y muy
poco por perder: me había lavado el pelo con los champús más caros, me había
depilado cuidadosamente, para no hacerme ningún corte ni tampoco dejarme ningún
pelito rebelde; me había hidratado con las cremas de la línea de mi mismo
champú y perfume, con extractos de hibisco y fruta de la pasión, hasta tener la
piel tan suculenta y jugosa que estaba segura de que él no podría resistir la
tentación de morderme; había elegido a conciencia mi vestuario, especialmente
la ropa interior, y me había maquillado de forma sutil, pero con los mejores
productos, porque quería hacerlo con él estando en mi mejor momento: con los
labios de un color delicioso y los ojos grandes, expresivos, casi
interminables.
Incluso
había cogido un par de condones de la caja de Scott, por si acaso con los que
Alec trajera no eran suficientes (y, por Dios, esperaba que no). Los había
dejado en mi mesilla de noche, al lado del cargador del teléfono y el brillo de
labios, también por si acaso.
Cuando
me acurruqué a su lado, él me recibió con los brazos abiertos, adaptándose a
las formas de mi cuerpo de la misma manera que el mío lo hizo al suyo.
Empezamos a besarnos despacio, con profundidad, y sus manos enseguida bajaron
por mi cuerpo, recorriendo mi anatomía. A pesar de que mi hermano estaba allí
con su novia, yo no podía dejar de desear que fuera más atrevido en sus caricias:
méteme mano, manoséame los pechos,
cuélate en mis pantalones. Fue en el sótano donde descubrí que había sido
un error ponerme pantalones en vez de falda: con la falda podríamos hacer
muchas más cosas, por ejemplo, hacerlo mientras Scott y Eleanor estaban tan
entretenidos enrollándose que no se darían cuenta de lo que pasaba a su lado.
Me
puse colorada al descubrir lo que había pensado, y Alec, notando las llamaradas
de mis mejillas, se detuvo y hundió sus ojos en los míos, su frente aún anclada
en la mía.
-¿Qué
ocurre?-preguntó con un hilo de voz, tan bajo que sólo pude oírlo yo-. ¿No te
está gustando?
-Me
está encantando. No pares-le urgí, y volví a hundir mi lengua en su boca hasta
que se me pasó la vergüenza por sentirme tan excitada. Mis muslos se empaparon
con mis ganas de él, y mi sexo protestaba por las pocas atenciones que le
estaba dando.
Y él
pareció escuchar sus protestas. Me agarró de los glúteos y tiró de mí para
sentarme encima de él, momento en que mi conciencia se desactivó por el efecto
de sus manos en mi culo, frotándome contra su entrepierna, y mi subconsciente
más primario y animal tomó las riendas de mi cuerpo. Puse las manos en sus
hombros, descendí por sus pectorales, gemí al seguir las líneas de sus
abdominales, y me estremecí al escuchar el gruñido de satisfacción que emitió
cuando mi mano se coló en el minúsculo hueco que había entre nuestros cuerpos,
nuestros sexos presionándose, y mis dedos se deslizaron por la silueta de su
erección.
Se
puso aún más duro y, como respuesta, hundió una de sus manos entre mis muslos,
explorando por la línea que hacían los vaqueros separándome las nalgas, y
presionó la entrada de mi vagina con los dedos, haciendo que soltara un gemido
ahogado. Me gustaba. Me encantaba. Me estaba volviendo loca. Ojalá me hiciera
correrme así. Ojalá estuviéramos toda la noche provocándonos de aquella manera,
empujándonos al orgasmo con cosas que sólo podían ponernos cachondos a nosotros
dos.
-Estoy
muy cachonda-gimoteé en su oreja. Quería que me arrancara la ropa con tanta
rabia que jamás pudiera volver a ponerme aquellos pantalones y el jersey. Que
me pusiera sobre la mesa frente a la tele, me la metiera y me follara tan
fuerte que lo siguiera sintiendo dentro de mí incluso varias horas después.
Quería que me hiciera correrme tantas
veces que perdiera la cuenta.
-Lo
sé-replicó él-. Puedo olerte.
Aquella
afirmación hizo que me mojara más, lo cual creía imposible. Y, cuando empezó a
masajear mi sexo en círculos por encima de los vaqueros, dejé escapar un gemido
que le hizo saber que no lo soportaría más.
Igual
que Scott.
Scott
carraspeó e hizo que Alec y yo diéramos un brinco. Nos habíamos olvidado de él.
Tenía una expresión de fastidio en la mirada; Eleanor, en cambio, estaba
divertidísima. Seguro que no se lo había pasado así de bien en mucho, mucho
tiempo. Le costaba disimular la gracia que le hacía la situación: su cuñada,
que nunca había sido una santa pero tampoco se había comportado abiertamente
como una perra en celo, había estado a nada de follar con su pseudo novio en el
mismo sofá en que ella y Scott estaban sentados.
-A
ver si tenemos un poco de saber estar-nos regañó Scott, y yo me bajé del regazo
de Alec, sintiendo cómo el corazón me latía en las mejillas. No sabía dónde
meterme.
-Mira
quién habla, Don “Alec, ¿me dejas las llaves de tu casa para ir a follar con mi
novia mientras tú estás en Grecia?”
Scott
abrió tantísimo los ojos que pensé que se le saldrían de las órbitas, y por lo
menos tuvo la decencia de ponerse colorado.
-¡TÍO!
¡Me dijiste que podía pedírtelas cuando quisiera! ¡¡Me lo ofreciste tú, de
hecho!! ¡¡Además, la casa estaba vacía, cosa que no pasa ahora!!!