miércoles, 29 de mayo de 2019

¿Qué pasa luego?


Imagínate que has quedado con ese amigo o amiga al que hace tiempo que no ves. El que ha seguido una ruta diferente a la tuya en la vida, y tiene mucho que contarte. Imagínate que estáis sentados en la terraza de un bar, a la sombra; sopla la brisa, pero no hace frío.
               Imagínate que, entre sorbo y sorbo de vuestras bebidas, os vais poniendo al día. O eso piensas tú. O ésa era tu intención. Porque, a medida que te va contando las cosas que ha hecho, los sitios que ha visitado, las personas a las que ha conocido, y las emociones que ha sentido, tú te empequeñeces. Sólo escuchas, y callas. Vuestra conversación no se convierte en una conversación, sino en un monólogo. La tarde de cañas fresquitas se convierte en un día caluroso en el que no hay refrescos cerca.
               A medida que sigue con su relato, notas que el entusiasmo baja. Donde antes entraba mucho en detalles, ahora te pasa las cosas por encima. “Luego te lo cuento, si quieres”. Y tú asientes, pero no dices nada. Y él lo malinterpreta, y tú te malinterpretas también, porque parece que no te interesa lo que te está contando. Puede que sea así.
               O puede que no.
               El silencio es el mayor asesino de una historia; no es la falta de trama, no es la inconsistencia de los personajes, sino el silencio. Porque el silencio hace sentir a quien la cuenta que realmente no merece la pena que lo haga, que está malgastando su tiempo en un hobby que a nadie le importa. No estás charlando, sino hablando para el aire, un aire que no te escucha y al que no sólo le daría igual que te callaras, sino que incluso lo desea.
               ¿Te imaginas lo que es hablar con un amigo y que no reaccione de ninguna forma? Ningún asentimiento. Ni una mueca cada vez que cuentas algo que te ha hecho daño. Ni una sonrisa cuando hagas una broma. Nada de “sí”, “ya”, “claro” edulcorando lo que le estás diciendo. Ni una sola muestra de que le está importando aquello que le dices. ¿A que te suena raro? ¿A que tus amigos no son así? ¿A que tú no reaccionarías así, pasivo, con ellos?
               Lo mismo necesitamos los escritores. Un escritor necesita a sus lectores tanto como sus personajes necesitan a su escritor. Uno no puede vivir sin los otros, y los otros no pueden vivir sin el  uno. Los lectores le dan las ganas de escribir al escritor, e incluso a veces, también su inspiración. En cierta medida, los lectores y los escritores se hacen amigos, como mínimo durante la lectura de los primeros de lo que han hecho los últimos. Sus caminos se entrelazan y se alimentan los unos de los otros a lo largo de las páginas de sus libros o los megas de las historias que cuelgan en la red.
               Así que por favor, por favor, no seas tímido cuando lees una historia. No temas a reaccionar, ni creas que siendo un fantasma nos estás haciendo un favor. Créeme, no es así. La vergüenza no te va a llevar a ninguna parte salvo a una: a ese silencio que es el asesino de la historia. Tú también puedes tirar de la trama. Tú también puedes darle vida a los personajes. No sólo prestándoles tu tiempo, sino regalándole un poco de atención a su escritor.
               Igual que una sonrisa y un asentimiento cuando tu amigo se quede callado en esa tarde de cañas. Con el mismo efecto que un: “¿y qué pasó luego?”. A veces, los escritores dan el qué pasó luego.
               Pero otras, lo hacen los lectores.

jueves, 23 de mayo de 2019

Tuya.


Antes de que empieces a leer, tengo una noticia mala y una buena que darte: este fin de semana no habrá capítulo, pero sí dentro de, aproximadamente, una semana. ¡Así que no tendrás que esperar tanto como piensas por el siguiente!
Dicho esto, que disfrutes del capítulo. 💜

¡Toca para ir a la lista de caps!

Después de todo lo que me había demostrado, no debería sorprenderme nada que hiciera Alec. Me había demostrado que por mí estaba dispuesto a llegar al límite de sus fuerzas, que cruzaría el infierno con tal de hacerme feliz, y me entregaría el cielo si yo se lo pedía. No sólo la Luna, no: el cielo entero, con sus estrellas, sus asteroides, sus planetas, sus nebulosas y sus agujeros negros. Me daría todo lo que yo pidiera sólo por el mero hecho de que lo hiciera, y eso que lo único que quería a cambio era mi existencia cerca de él.
               Y cruzaría el infierno por mí. Ya lo había hecho. Lo habíamos hecho los dos, en aquellas semanas horribles en que nos habíamos distanciado, cuando parecía que nada volvería a ser lo mismo y nos estábamos hiriendo de muerte.
               Pero supongo que Alec en sí era una sorpresa, la mejor de todas. No en vano había sido el que me había demostrado que había vivido equivocada toda mi vida, y que la cercanía con una persona no implica que no la conozcas.
               Cuando lo vi sentado en el sofá, con su sonrisa de chulo de siempre, escaneándome como si fuera la tía más buena de todo el mundo, la top model mejor pagada de la historia y con más derecho a ostentar ese título, en mi cabeza estalló una idea con la misma efervescencia con que estalla la primavera: seguro que en algún idioma natural de algún rincón perdido del mundo, un idioma que estuviera muriéndose lentamente al lado de su población, “Alec” y “acostumbrarse” eran antónimos.
               Era increíble cómo puedes estar tan acostumbrada a una persona hasta el punto de que la conoces mejor que a la palma de tu propia mano, y a la vez esa persona es la que más se las apaña para sorprenderte.
               Había venido con ganas de fiesta, y yo había celebrado que no se hubiera aguantado las ganas de verme y no hubiera querido esperar hasta las nueve subiendo las escaleras todo correr, cogiendo el teléfono y avisando a mis amigas de que Alec estaba en mi casa, así que ya no tenía razones para salir esa noche. Mientras Momo mandaba muchos emoticonos de fiesta, Kendra no paraba de preguntar cómo es que Alec estaba en mi casa y yo no estaba furiosa, y Taïssa intuía lo que había pasado. De mi grupo de amigas, sólo Momo estaba al tanto de mi recién recuperada situación sentimental, “es complicado”; me había prometido a mí misma que les contaría a las demás mi reconciliación con Alec cuanto antes, pero una parte de mí quiso posponerlo un poco más, hasta verlas en persona. Quería verles las caras, que se alegraran conmigo (o comprobar si lo fingían solamente), pero también lo hacía por motivos más egoístas: mi reconciliación con Alec era una miel en mis labios que aún no quería compartir con demasiada gente, porque cuando un secreto es dulce, hacer que deje de serlo es también amargarlo un poco.
               Así que a Momo le tocaría explicarles a las demás el precioso mensaje que me había mandado, la carta que yo le había escrito y nuestra reconciliación sellada con un beso y un orgasmo en el parque.
               Después de preparar mi cama como luego él me acusaría de haberlo hecho (con un poco de preocupación y apuro, porque pensaba hacerla justo antes de irme, para que así no hubiera ninguna arruga en la colcha de cuando me pusiera las botas sentada en el borde del colchón), bajé las escaleras con toda la dignidad que pude reunir, me metí en la cocina, preparé unas palomitas y me fui al sótano, bajo la atenta mirada de mis padres, que me miraban con una sonrisa en los labios ambos, y la nariz un poco enrojecida y los ojos llorosos mamá, por el catarro que había pillado y les había impedido salir.
               La casa estaría llena esa noche. Era una faena a la que yo no iba a permitir que me amargara la velada. Tenía muchísimas ganas de Alec, todo por ganar y muy poco por perder: me había lavado el pelo con los champús más caros, me había depilado cuidadosamente, para no hacerme ningún corte ni tampoco dejarme ningún pelito rebelde; me había hidratado con las cremas de la línea de mi mismo champú y perfume, con extractos de hibisco y fruta de la pasión, hasta tener la piel tan suculenta y jugosa que estaba segura de que él no podría resistir la tentación de morderme; había elegido a conciencia mi vestuario, especialmente la ropa interior, y me había maquillado de forma sutil, pero con los mejores productos, porque quería hacerlo con él estando en mi mejor momento: con los labios de un color delicioso y los ojos grandes, expresivos, casi interminables.
               Incluso había cogido un par de condones de la caja de Scott, por si acaso con los que Alec trajera no eran suficientes (y, por Dios, esperaba que no). Los había dejado en mi mesilla de noche, al lado del cargador del teléfono y el brillo de labios, también por si acaso.
               Cuando me acurruqué a su lado, él me recibió con los brazos abiertos, adaptándose a las formas de mi cuerpo de la misma manera que el mío lo hizo al suyo. Empezamos a besarnos despacio, con profundidad, y sus manos enseguida bajaron por mi cuerpo, recorriendo mi anatomía. A pesar de que mi hermano estaba allí con su novia, yo no podía dejar de desear que fuera más atrevido en sus caricias: méteme mano, manoséame los pechos, cuélate en mis pantalones. Fue en el sótano donde descubrí que había sido un error ponerme pantalones en vez de falda: con la falda podríamos hacer muchas más cosas, por ejemplo, hacerlo mientras Scott y Eleanor estaban tan entretenidos enrollándose que no se darían cuenta de lo que pasaba a su lado.
               Me puse colorada al descubrir lo que había pensado, y Alec, notando las llamaradas de mis mejillas, se detuvo y hundió sus ojos en los míos, su frente aún anclada en la mía.
               -¿Qué ocurre?-preguntó con un hilo de voz, tan bajo que sólo pude oírlo yo-. ¿No te está gustando?
               -Me está encantando. No pares-le urgí, y volví a hundir mi lengua en su boca hasta que se me pasó la vergüenza por sentirme tan excitada. Mis muslos se empaparon con mis ganas de él, y mi sexo protestaba por las pocas atenciones que le estaba dando.
               Y él pareció escuchar sus protestas. Me agarró de los glúteos y tiró de mí para sentarme encima de él, momento en que mi conciencia se desactivó por el efecto de sus manos en mi culo, frotándome contra su entrepierna, y mi subconsciente más primario y animal tomó las riendas de mi cuerpo. Puse las manos en sus hombros, descendí por sus pectorales, gemí al seguir las líneas de sus abdominales, y me estremecí al escuchar el gruñido de satisfacción que emitió cuando mi mano se coló en el minúsculo hueco que había entre nuestros cuerpos, nuestros sexos presionándose, y mis dedos se deslizaron por la silueta de su erección.
               Se puso aún más duro y, como respuesta, hundió una de sus manos entre mis muslos, explorando por la línea que hacían los vaqueros separándome las nalgas, y presionó la entrada de mi vagina con los dedos, haciendo que soltara un gemido ahogado. Me gustaba. Me encantaba. Me estaba volviendo loca. Ojalá me hiciera correrme así. Ojalá estuviéramos toda la noche provocándonos de aquella manera, empujándonos al orgasmo con cosas que sólo podían ponernos cachondos a nosotros dos.
               -Estoy muy cachonda-gimoteé en su oreja. Quería que me arrancara la ropa con tanta rabia que jamás pudiera volver a ponerme aquellos pantalones y el jersey. Que me pusiera sobre la mesa frente a la tele, me la metiera y me follara tan fuerte que lo siguiera sintiendo dentro de mí incluso varias horas después. Quería que  me hiciera correrme tantas veces que perdiera la cuenta.
               -Lo sé-replicó él-. Puedo olerte.
               Aquella afirmación hizo que me mojara más, lo cual creía imposible. Y, cuando empezó a masajear mi sexo en círculos por encima de los vaqueros, dejé escapar un gemido que le hizo saber que no lo soportaría más.
               Igual que Scott.
               Scott carraspeó e hizo que Alec y yo diéramos un brinco. Nos habíamos olvidado de él. Tenía una expresión de fastidio en la mirada; Eleanor, en cambio, estaba divertidísima. Seguro que no se lo había pasado así de bien en mucho, mucho tiempo. Le costaba disimular la gracia que le hacía la situación: su cuñada, que nunca había sido una santa pero tampoco se había comportado abiertamente como una perra en celo, había estado a nada de follar con su pseudo novio en el mismo sofá en que ella y Scott estaban sentados.
               -A ver si tenemos un poco de saber estar-nos regañó Scott, y yo me bajé del regazo de Alec, sintiendo cómo el corazón me latía en las mejillas. No sabía dónde meterme.
               -Mira quién habla, Don “Alec, ¿me dejas las llaves de tu casa para ir a follar con mi novia mientras tú estás en Grecia?”
               Scott abrió tantísimo los ojos que pensé que se le saldrían de las órbitas, y por lo menos tuvo la decencia de ponerse colorado.
               -¡TÍO! ¡Me dijiste que podía pedírtelas cuando quisiera! ¡¡Me lo ofreciste tú, de hecho!! ¡¡Además, la casa estaba vacía, cosa que no pasa ahora!!!

domingo, 19 de mayo de 2019

Hufflepuff.


¡Toca para ir a la lista de caps!

En un mundo ideal, todo lo que sucediera a partir de mi perfecta reconciliación con Alec habría ido en armonía con el momento en que nos pedimos perdón y volvimos a encajar en el hueco que nos correspondía a cada uno. Mi vida empezaría a llenarse de amor de la misma forma que lo hace el escaparate de una pastelería a medida que van sacando las tartas y los bizcochos del horno: me despertaría dulcemente, puede que a la vez que Scott, y me lo comería a besos en cuanto recordara el momento que estaba viviendo y lo feliz que me hacía recibir un nuevo día cargado de sorpresas. Puede que Scott se echara a reír, feliz de verme feliz, o puede que  se apartara de mí, un poco fastidiado por el pequeño espectáculo que estaba montando, pero había algo que no variaría: empezaría el día exteriorizando el amor que sentía colmando mi alma.
               Claro que por mucho que yo tuviera a mi propio príncipe azul, que no llevaba armadura sino camisas, y que iba en moto en lugar de en un semental blanco que se me acercara relinchando para que le diera una zanahoria, no significaba que mi vida fuera un cuento de hadas.
               Mi vida era caótica, pero había aprendido a amar ese caos, especialmente por la fuente de su origen.
               Así que, cuando Shasha entró gritando en la habitación de Scott y se abalanzó sobre mí para luchar por compartir cama con nuestro hermano (la había traicionado como jamás debes traicionar a Shasha ni Duna: no avisándola de que dormiría con Scott), ni siquiera lamenté que mi suerte hubiera cambiado. No sentía que estuviera cambiando, sino que celebré el poder enzarzarme en una pelea a muerte por el inmenso honor que era acurrucarse al lado de Scott y disfrutar de su calor corporal. Nos insultamos, nos amenazamos, y finalmente nos enganchamos de los pelos y empezamos a darnos patadas, manotazos, puñetazos e incluso mordiscos, en un torneo contemporáneo por la mano de la princesa, que en este caso no era otra que la cama de Scott.
               Incluso le hicimos tomar parte de nuestra bronca, y sólo nos detuvimos cuando Duna apareció en la habitación, con ganas de participar también en el festival de golpes que seguro que terminaríamos riéndonos, y metió la mano en la maraña de cuerpos. Así fue como terminó nuestra guerra sin cuartel, con un alto el fuego permanente y sin condiciones, todo con tal de no hacerle ni un rasguño a la pequeñita de la casa.
               Me pasé la mañana por ahí con Scott: durante su horrible pelea con Tommy, que nada tenía que ver con la que habíamos tenido él, Shasha y yo, había perdido su piercing, y mi hermano sin su piercing en el labio no era Scott. Cuando entramos en la tienda en la que se lo había hecho, a la que había ido yo más tarde, un ligero nerviosismo se instaló en la parte baja de mi vientre: ¿y si Luke le revelaba que una de sus empleadas había perforado mi precioso cuerpo en un lugar nada inocente? No era lo mismo hacerse un pendiente secundario, como había hecho Eleanor como muestra de amor hacia mi hermano, que un agujerearse un pezón. Seguro que el concepto que Scott tenía de mí se veía alterado, y mucho, si descubría aquel secreto íntimo que sólo había compartido con mamá, mis amigas, y por supuesto, con Alec.
               No es que Scott pensara que yo era una niñita inocente, casta y pura como una virgen bíblica, pero una cosa era saber que yo tenía relaciones y que disfrutaba con el sexo, y otra muy diferente darse cuenta de que su hermanita pequeña, su ojito derecho, la niña de sus ojos, ya no era tan niña, ni mucho menos tan pequeña. Psicológicamente, quiero decir. No es que la relación con Alec me hubiera hecho pegar el estirón.
               Lo cual, por cierto, había descendido bastantes puestos en mi lista de deseos. Ahora ya no me importaba tanto ser una pequeña pulguita que no levantaba más de dos palmos del suelo. Tenía un chico más que dispuesto a suplir esa falta de estatura por mi parte, con el que la diferencia de altura llegaba a ser un aliciente en nuestra valoración de cuquicidad.
               Por suerte, Luke se tomaba muy en serio su trabajo, y no contestó a ninguna de las preguntas de Scott, que parecía decidido a saber la razón oculta que había detrás de mi repentino interés por un piercing con unas alas plateadas, exactamente igual al que llevaba puesto. Se me ocurrió que, quizá, si esa noche iba a desnudarme para Alec, debería llevármelo y cambiármelo para asegurarme de estar perfecta, a la altura de las circunstancias. Puede que no hubiera hecho muchas cosas con el piercing (y todas habían sido con él), pero mismamente por el uso ya se acusaba una ligera tara que no quería lucir en mi gran noche de debut.
               Pero, claro, si compraba el piercing, Scott sabría inmediatamente dónde lo tenía, así que me limité a mostrar un ligero interés hipotético, que mi hermano no se tragó. Intentando atajar su ataque, cuando salimos de la tienda me colgué de su brazo, aunque también lo hice un poco porque me apetecía. Me alegraba mucho de estar fuera, con el sol brillando sobre mi cabeza, y mi hermano un poco más animado ahora que había consultado con la almohada (y, de paso, con mis rizos) si la pelea con Tommy se había convertido en un apocalipsis que no podrían superar, o simplemente era un bache. Fuera lo que fuera lo que le habían dicho mis rizos y su almohada, parecía haberlo relajado, por lo menos lo suficiente como para querer salir de casa y hacer recados, recados que eran para él. Aquello era un gran avance, sobre todo teniendo en cuenta que, desde que lo habían expulsado el martes pasado, no había salido de casa más que para acompañar a mamá al despacho y para ir a jugar con sus amigos aquel fatídico partido de baloncesto, y eso tras mucha insistencia por parte de estos. Y lo único que había hecho por iniciativa propia durante las mañanas de la semana había sido montarle un nuevo escritorio de pared a Shasha, que mi hermana le había agradecido dándole tantos mimos que supe que lo veía fatal: Shasha era, con diferencia, la más despegada de los cuatro, y verla colgarse del cuello de Scott y comérselo a besos me hizo saber que se tomaba muy en serio la misión de salvavidas emocional que ella, Duna y yo nos habíamos asignado mientras no estuviera Eleanor con él.
               Sin embargo, Scott no iba a dejarse manipular por mis atenciones y mimos de hermana pequeña, y atacó nada más entramos al centro comercial cercano a la cafetería de Pauline, al que habíamos decidido ir para pasar el rato, y de paso comprarle un disco de Kpop a Shasha.
               -¿Dónde te has hecho el piercing, Sabrae?-preguntó, alzando una ceja, y yo me lo quedé mirando.
               -No tengo ningún piercing-dije con la mayor neutralidad que pude, sintiendo la ligera presión del metal en mi pecho, que casualmente era el que más cerca estaba de Scott. Él siempre se quejaba cuando yo me colgaba de su brazo derecho, porque era diestro y le dificultaba la movilidad, pero esta vez no había dicho ni mu.
               -Mentirosa.
               -Bueno, ¿a ti qué?-me defendí, con el mejor ataque que pude reunir.

domingo, 12 de mayo de 2019

Miel y mostaza.


Antes de que empieces a leer, quería decirte que ¡voy a crear un grupo de Twitter de lectoras de Sabrae! Puedes pedirme que te meta cuando lo haga dándole fav a este tweet, o enviándome un mensaje directo. ¡No seas tímida! Cuantas más seamos, mejor.
Dicho esto, que disfrutes del capítulo


¡Toca para ir a la lista de caps!


Alec jadeó una dulce sonrisa, la más preciosa que le había visto esbozar jamás, cuando por fin pudo procesar lo que acababa de decirle. Era como si mis manos no estuvieran sosteniendo un sobre, como si la realidad de que yo hubiera podido dedicar algo de mi tiempo a escribirle fuera tan escasa que no se atreviera ni a pensar en ella. Noté un pinchazo en el corazón cuando descubrí por qué reaccionaba con esa sorpresa: porque le había hecho pensar que el que se había equivocado había sido él, que el único que había obrado mal había sido él. Y no era así. Yo tenía tanta culpa como él; más incluso.
               Por suerte, ya había salido de mi error, así que ahora sólo nos quedaba terminar de sellar nuestra paz desvelando mis propias condiciones. Froté su nariz con la mía, recordándole dónde estábamos y adónde íbamos a ir, y le tendí el sobre.
               Él lo cogió con manos temblorosas, temiendo que cambiara de opinión en el último momento. No desaprovechó la ocasión de acariciarme las manos cuando lo hizo, sus dedos deslizándose por los míos como expertos esquiadores en su pista predilecta. Cuando por fin tuvo el sobre entre ellos, lo giró a un lado y a otro, comprobando que fuera real.
               La cara de niño bueno que se ilusiona cuando baja las escaleras y ve el árbol de Navidad colmado de regalos que puso entonces mereció todo el dolor por el que pasamos las últimas semanas. Ver cómo su sonrisa se ampliaba, sus dientes acariciaban sus labios y sus ojos chispeaban con fuegos artificiales de verano me hizo sentir ligera como una pluma, a pesar de que aún tenía un nudo en el estómago contra el que no sabía muy bien cómo luchar.
               Lo tenía todo prácticamente ganado, eso lo sabía, pero siempre había margen de error. Siempre había una ligera posibilidad de que las cosas salieran mal. Siempre había una ocasión de que la suerte se volviera en mi contra, y él quisiera algo más de mí, algo que yo no había sabido darle antes.
               -¿Me lo estás diciendo en serio?-preguntó, emocionado, y yo asentí con la cabeza. Su sonrisa era más contagiosa que una infección, y su felicidad me hacía cosquillas en la parte baja del estómago de la misma forma en que lo hacían sus besos.
               -La he escrito a mano. Espero que entiendas mi letra-musité, más y más tímida. Era increíble cómo él era la persona que más fuerte podía hacerme, y a la vez podía derrumbarme como un castillo de naipes. Amar a alguien realmente es darle la capacidad de que te destruya y confiar en que no lo hará. Y yo quería tanto a Alec… lo había dejado muy claro en la carta, ésa que iba a leer ahora.

domingo, 5 de mayo de 2019

Cicatrices.


¡Toca para ir a la lista de caps!

No reconocía la chica del reflejo en el espejo. A pesar de que era idéntica a como había sido yo hacía una vida, a la vez éramos tan distintas que no terminaba de pensar que estaba mirando a una realidad alternativa en la que yo no tenía cabida. Tenía el maquillaje corrido por la cara, cayendo en cascadas negras desde los ojos y el pintalabios dejando un rastro de falsa sangre en mi boca que hacía que pareciera que acababa de venir de una cacería. Las trenzas, si es que se las podía llamar así, tenían más mechones de pelo sueltos que los que aún ocupaban su lugar. Y los ojos estaban rojos, hinchados de llorar.
               Si dijera que no sabía decir cuál había sido el punto de inflexión para que yo terminara de reunir el valor de lanzarme al precipicio, estaría mintiendo. Por supuesto que lo sabía. Lo había provocado yo misma, saliendo del baño de los chicos, limpiándome un poco de jabón de manos de la comisura del labio y mirando a Alec directamente a los ojos, haciéndole daño en el punto más sensible de su ser. Había ido directamente a atacar sus esperanzas, lo poco de él que aún le traicionaba y me hacía saber que haría lo que fuera por estar de nuevo juntos, ese rinconcito de su mente que decía que merecía más la pena perder la razón y reconciliarse conmigo que seguir en sus trece, mantener el orgullo pero perderme a mí. Había visto cómo su mirada había cambiado, cómo se oscurecía y se volvía dura.
               Lo poco que el Alec que había nacido conmigo en aquella misma discoteca cuando nos besamos por primera vez se disolvió en el aire ante mis ojos. Aquel Alec ahora sólo vivía en mi mente. Me había encargado personalmente de enviarlo al otro mundo, y antes de que él se girara y se marchara, pude ver cómo el Alec que había sido siempre, al que yo había detestado durante tanto tiempo. Yo misma había traído de vuelta a la vida al monstruo del que había huido con tanta intensidad toda mi vida.
               Y me había hecho daño. Muchísimo daño. Porque en ese momento comprendí que lo que nos traíamos entre manos no era un juego. No para Alec, al menos. Es cierto lo que dicen que sólo sabes lo que tienes hasta que lo pierdes: no fue hasta que Alec me dio la espalda que yo me di cuenta que necesitaba dormirme en su pecho; no fue hasta que la última oportunidad de acercarnos el uno al otro se hizo añicos entre mis dedos cuando yo me di cuenta de que le necesitaba conmigo.
               Le necesitaba conmigo. Le necesitaba conmigo. Y no iba a tenerlo. Ya no. Alec podía ser muchas cosas, pero ninguna era indeciso. Sabía lo que quería, sabía cuándo lo quería, y cómo lo quería, y luchaba por ello hasta la extenuación. No se daba por vencido salvo que no hubiera posibilidades, y yo había destrozado esas posibilidades haciendo el imbécil. Nos habíamos peleado de una forma que me había secado la boca y humedecido mi entrepierna, y por un momento pensé que él se sobrepondría a mi voluntad de nuevo y me besaría, y esta vez mi cuerpo me traicionaría durante tanto tiempo que, cuando quisiera resistirme a él, ya le tendría dentro y ya se me haría absolutamente imposible decirle que no.
               Cuando brindamos frente a la barra del bar con todas mis amigas mirando, por un momento estuve convencida de que Alec me atraería hacia sí, me comería la boca como estaba mandado y me recordaría quién era él, pero, sobre todo, quién era yo: Sabrae.
               Y ser Sabrae era inherente a ser de Alec.
               Por supuesto, como era ya de esperar en mí, lo eché a perder no viendo que una ocasión de oro lo era, y marchándome para darle celos porque me importaba más mi estúpido orgullo y mis ganas de tener razón que mi amor por él. Había decidido llevarlo al límite y conseguir que se decantara por mí metiéndome en el baño con Peter, aunque no habíamos hecho nada. Nada más meternos en el cubículo, los dos habíamos sacado nuestros móviles de nuestros respectivos bolsillos y nos habíamos dedicado a mirar nuestras redes sociales, aprovechando que había otra pareja enrollándose al lado nuestro para llenar el ambiente de gemidos y suspiros de satisfacción. Peter no me tocó ni un pelo ni yo se lo toqué a él, por dos sencillas razones de peso:
               La primera, que a Peter no le gustaban las chicas.
               Y la segunda, que a mí no me gustaba él, ni las chicas, ni los chicos. Sólo me gustaba Alec.
               Puede que fuera por eso por lo que mi decisión improvisada de ir la noche siguiente a casa de Hugo fuera tan mala. Puede que fuera por eso por lo que ahora tenía el maquillaje corrido, me miraba y no me reconocía. No era propio de mí quedar con mi ex novio, que claramente no se merecía que jugaran con él como lo estaba haciendo yo, con el pretexto de ver una película y terminar liándome con él en el sofá. No era propio de mí tomar tanto la iniciativa con Hugo hasta el punto de que incluso se vio sobrepasado por la situación. Mientras estábamos haciéndolo, hubo un momento en que noté que él no sabía muy bien qué hacer conmigo, porque nunca me había tenido como me estaba teniendo ahora: salvaje, apasionada, tan lanzada que rayaba en la desesperación. Cuando le puse las manos en mis pechos mientras movía las caderas encima de las suyas, disfrutando a medias de la sensación de tenerlo dentro de nuevo (aunque no tan dentro como cierto chico en el que estaba intentando no pensar), Hugo las movió despacio, sin saber qué hacer con ellas. Cualquiera que lo viera pensaría que estaba haciendo albóndigas con mis pechos.
               Necesitaba unas manos expertas. Necesitaba las de Alec. Necesitaba tenerlo dentro y besarle y que él recorriera cada centímetro de mi piel, me recordara que era deseada y deseable, que si me habían dado un cuerpo era para utilizarlo, y que él lo utilizara como ninguna otra persona lo había hecho jamás.