martes, 23 de junio de 2020

Recién casados.

¡Hola, delicia! Antes de contarte a qué se debe que rompa la cuarta pared y me dirija a ti, quería desearte un feliz verano. A pesar de que pretendía que Sabrae y Alec fueran oficialmente novios en primavera, voy a tardar un poco más, pero puedo garantizarte que en esta época en la que los días son más largos y las noches, más cortas (¡sobre todo ésta!), acabaremos haciendo oficial Sabralec.
¿Por qué te cuento esto? Para que tengas paciencia. Aunque mi plan original era incluir toda la noche en este capítulo, se me ha ido un poco de las manos (como siempre), y tendremos que esperar un poco para ver a Scott en acción, y en consecuencia, a Sabralec siendo extremadamente domésticos. No obstante, tengo una "mala" noticia que darte: debido a que tengo un examen muy importante en dos semanas (el 4 de julio, concretamente), ~*no puedo garantizarte que haya un nuevo capítulo este fin de semana/la semana que viene (el domingo o el lunes)*~. Tengo que estudiar.
Eso me voy a decir cuando me pase por el forro este pequeño anuncio y me ponga a escribir como loca el fin de semana. No, pero en serio. Tengo que estudiar. No te asustes si no sabes de mí hasta dentro de dos semanas; no se me habrá acabado la inspiración ni habré abandonado la novela (créeme, estamos mejor que nunca y tengo más de 500 notas -literalmente-, así que esto va para largo). Simplemente estaré fingiendo que soy una estudiante responsable.
Dicho lo cual, no te doy más la turra. ¡Disfruta del capítulo!☺ 

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-¿Sabrae Gugulethu Malik?
               Reí entre dientes, sintiendo cómo se me achinaban un poco más los ojos: tener a Alec delante siempre hacía que mi mirada se encogiera un poco por culpa de la sonrisa que su mera aparición me provocaba, pero incluso entonces, cuando parecía mirarlo por entre mis pestañas, ponía más concentración en él que un crítico de arte examinando una obra para determinar si se trataba del original por el que su museo había pagado millones, o una copia muy bien lograda. Tiré de los bordes de la chaqueta que llevaba puesta, envolviéndome con ella, mientras mi sonrisa se curvaba un poco más al escuchar su tono profesional.
               -Estoy bastante segura de que he dejado vacío el campo del segundo nombre en el formulario de envío-respondí, arqueando las cejas, pillándolo con las manos en la masa. Alec, sin embargo, no titubeó, a pesar de que le había adelantado por la izquierda: continuó con su tono profesional como si estuviera hablando con una clienta cualquiera, con la que no se acostaba.
               Claro que, para ser justos, Alec sí que se había acostado con algunas clientas.
               -En Amazon estamos muy comprometidos con el servicio a los clientes-explicó, tendiéndome el paquete que llevaba bajo el brazo con cuidado, a pesar de que no tenía la indicación de que era mercancía frágil y bien me lo podría haber lanzado, como me había pasado otras veces otras cosas-. Intentamos darles una atención lo más personalizada posible.
               -Qué suerte la mía-comenté, colocándome el paquete debajo del brazo también y esperando con una mano en la puerta, para impedir que se cerrara. Alec toqueteó la pantalla de su móvil un par de segundos, y luego me lo tendió: el portal de Amazon estaba completamente en blanco, así que levanté la vista y lo miré-. ¿No te digo el número del carnet de identidad?
               -Me lo sé de memoria.
               -Cinco estrellas a la personalización-me burlé, haciendo el garabato de mi firma con el dedo, apenas rozando la pantalla, como Alec me había explicado que debía hacerse: cuanto más se apretara el dedo, peor procesaba la firma y más tiempo llevaba.
               -Si es que soy un partidazo-Alec se encogió de hombros y puso los ojos en blanco, esbozando una sonrisa bobalicona. Estaba a punto de guardarse el móvil en el bolsillo cuando éste vibró, y frunció el ceño-. Ah, mierda. Te ha salido una encuesta. ¿Quieres responderla?
               -¿Me queda otra opción?
               -Sí-contestó, y no pudo evitar esbozar esa sonrisa torcida que a mí me volvía loca-. Podrías echarme otra firma certificando que te niegas para que yo pueda fichar como que ya he terminado la jornada.
               -Creo que contestaré-respondí con altivez, levantando la barbilla.
               -Por supuesto-contestó Alec, toqueteando la pantalla de su móvil-, no vayas a hacer algo que yo quiera que hagas, y eso siente precedente…
               -¡Pero…!-protesté, dándole un manotazo, al que respondió con un brinco.
               -¡Au! Agresión laboral. Podría denunciarte por eso, ¿sabes?
               -Habla con mi abogada.
               -Bueno, veamos, evidentemente estás satisfecha con la petición extra que has hecho, porque te ha traído el paquete el repartidor más guapo de Inglaterra, así que en eso hemos cumplido… Que por cierto, bombón, la intención está muy bien, pero eso de que me consideres el más guapo de Inglaterra y no de Europa…
               -En Europa vive Aron Piper.
               Alec me miró por debajo de sus cejas.
               -Voy a fingir que no tienes el gusto de una chica blanca de Milwaukee. ¿Estado del paquete en el momento de la entrega, de 1 a 5?
               -Cinco.
               -¿Tramitación del pedido?
               -Cinco.
               -¿Trato con el repartidor?
               -Cinco.
               -¿Algún comentario respecto al repartidor?
               -¿Es obligatorio?
               -No.
               -Entonces no.
               -Vale, perfecto. Tiene un pollón…-musitó Alec por lo bajo, y yo me eché a reír-, folla que te cagas… ¿algo que añadir? Si pones tres cosas, te suma un punto a tu cuenta.
               -¿Está libre esta noche?
               -Su franja horaria va de 3 a 9.
               -Entonces pon que tiene una cita cuando termine su horario laboral.
               -Perfecto-Alec chasqueó la lengua-. ¿Velocidad de entrega del pedido?
               Me mordí el labio para no echarme a reír ante la maldad que acababa de ocurrírseme.
               -Cuatro.

lunes, 15 de junio de 2020

Revolución.



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Unos días antes.

Cuando le dije a mi madre adónde iba, le costó Dios y ayuda no echarse a reír en mi cara. Le había extrañado que me bajara las escaleras de casa un par de horas antes de mi hora habitual para irme al gimnasio a boxear, de modo que no había podido aprovechar esa excusa para enfrentarme a sus preguntas de siempre.
               -¿Adónde vas?-preguntó con extrañeza, el ceño fruncido mientras sobre su regazo descansaba una manzana a medio pelar. Puse los ojos en blanco, susurré un “mierda” por lo bajo sabiendo lo que venía, y me giré lo justo para mirarla sin pisar a Trufas, que había venido a hacer cabriolas frente a mí como si tuviera posibilidades de convencerlo para que me lo llevara.
               Podría haberle dicho a mamá que había quedado con Sabrae, lo cual no era mentira… pero entonces me diría que me la trajera a casa para cenar, cosa con la que más valía que no contara. De modo que no me quedó más remedio que decirle la verdad en un profundo y largo suspiro.
               -A una manifestación-expliqué, y mamá se quedó tiesa en el sitio. Incluso Trufas, que tenía por costumbre hacerse el tonto y el indulgente, se puso en pie sobre sus patitas y me miró con ojos como platos. Ahora que le apetecía venir conmigo: imagínate la cantidad de acción que hay en una manifestación en el centro de Londres, cuántos obstáculos a esquivar, cuánto terreno para correr. Si ya era un parque de atracciones para un conejo, para el demonio que mi hermana tenía por mascota sería el puñetero paraíso.
               Tenía que asegurarme de cerrar la puerta antes de que el animal saliera de casa.
               -¿De qué?
               -Del Día de la Mujer-contesté, notando cómo se me encogía el estómago bajo su mirada escrutadora. Después de todo, mamá era una mujer, así que se suponía que su opinión respecto a ese día, y el feminismo en general, debía servir más que la mía por ese simple hecho. Yo iba para hacer bulto; Sabrae, a reivindicar. Que ella me hubiera invitado obedecía más a la inercia que sentíamos de acompañaros el uno al otro a los sitios que porque yo pintara algo allí.
               Eso, o que Sabrae necesitaba unos hombros sobre los que subirse para amplificar su voz. De lo cual, oye, yo no me quejaría.
               -¿Vas con Sabrae?-preguntó mamá, con ese tono de dulce sorpresa cada vez que me veía salir de casa a todo correr, porque eso sólo podía significar una cosa: iba a verla. Asentí despacio con la cabeza y mamá sonrió, satisfecha, recogiendo su manzana y volviendo a la tarea de desnudarla-. Ah, genial. Que os divirtáis. Sed prudentes-añadió, mirándome de reojo, porque se me notaba una pinta de camorrista increíble (nótese la ironía). Seguro que se pensaba que me iba a dedicar a arrancar adoquines del suelo y tirárselos a los antidisturbios.
               Porque habría antidisturbios, ¿no?
               No podía dejar de pensar en lo pez que estaba en el asunto mientras prácticamente trotaba al lugar en el que había quedado con ella. Normalmente iría a buscarla, pero después de que me contara el recorrido que tenía que hacer, de gira por el barrio para ir recogiendo a sus amigas, habíamos terminado decidiendo que la esperaría cerca de la parada del autobús que nos llevaría al centro.
               Bueno, vale, había sido ella la que había sugerido que la esperara, porque cuando me dijo que tenía que pasarse por casa de sus amigas, yo ya me estaba enfundando los vaqueros a toda velocidad. Como no la había visto por la mañana (había participado en la organización de los actos feministas de ese día en el instituto), estaba más ansioso que nunca por encontrarme con ella. Sentía el vacío que la marcha de Scott había dejado en su pecho enfriar cada vez más y más su alma, así que me había pasado los dos últimos días dejándome caer por su casa para animarla un poco, calentándola a base de abrazos, polvos, o mi mera presencia. Ayer mismo, a Sabrae le había dado por quedarnos acurrucados en el sofá del salón de su casa viendo la televisión, lo cual no me parecía nada preocupante salvo por un minúsculo detalle: ninguno de los dos hizo amago de encender la televisión, así que se quedó mirando la pantalla apagada con gesto concentrado, como si estuviera viendo una película interesantísima, mientras yo le acariciaba la espalda.
               Por eso le había enviado un mensaje nada más comer, sin respetar una mierda esa hora de cortesía que le dejaba para que pudiera comer tranquila con su familia, sin que yo la molestara.

¿Hacemos algo hoy, bombón?

               El tiempo que tardó en contestarme me volvió absolutamente loco. Rodé por la cama, me tumbé en el suelo, incluso me dio por recoger mi habitación: todo con tal de hacer que el tiempo pasara más deprisa hasta que ella respondiera.
               De hecho, me estaba poniendo la sudadera de salir a correr para salir disparado en dirección a su casa y preguntarle qué tal estaba, apenas 15 minutos después del nacimiento de su silencio (así de preocupado me tiene esta maldita chiquilla) cuando mi móvil pitó con su tono característico, y yo me abalancé hacia él.

Jo, sol, perdona. Hoy ya tengo planes 😡

               Si hubiera sido un poco cortés y tuviera mejor perder del que lo tenía (aunque tampoco es que yo entrara en la liga de los peores perdedores del país, también te lo digo), le habría dicho que no pasaba nada y le habría deseado que se lo pasara bien, pues le vendría bien distraerse un poco con sus amigas aunque sólo fuera un poco.
               Pero como cuando se trataba de ella mi preocupación se multiplicaba por mil, y sabía lo que le pasaba por la cabeza mejor de lo que le gustaría, le insistí:

Bueno, no pasa nada. Si quieres, puedo ir a verte cuando termines con tus amigas. Para estar un poco juntos, aunque sean 10 minutos.
Es que no sé cuándo voy a terminar😩

               Me quedé mirando el móvil un minuto entero. Cuando se bloqueó la pantalla, lo tiré sobre la cama y me froté la cara, intentando convencerme a mí mismo que me pasaría de sobreprotector si me plantaba en su casa a esperarla toda la tarde. A Duna le encantaría eso, y quería pensar que a Sabrae también, pero no dejaba de ser… raro.
               Entonces, el teléfono volvió a sonar.

Tengo una mani.
¿De qué?

               … pregunté, porque soy así de gilipollas, qué le vamos a hacer.


Del Día Internacional de la Mujer. Es 8m.
               Eso me alivió un poco. Si era algo del feminismo, estaría con su madre, así que podrían distraerse la una a la otra.
Ah, guay.

Pues que lo pases bien

               Tamborileé con los dedos sobre mi vientre, pensando en cómo haría para reprimir mi ansiedad durante todo un día. Si yo me sentía así no pudiendo estar con Sabrae, no quería ni pensar en cómo sería para Zayn, que la llevaba padeciendo desde antes de que naciera Scott. Menuda putísima mierda.

Es mixta.

               Me quedé mirando su mensaje, sin saber a qué coño se refería. Hasta donde yo sabía, las manifestaciones eran pacíficas o violentas; normalmente empezaban de una manera, y terminaban de otra, casi siempre por culpa de la puta pasma. La única vez en que se empezaban a repartir hostias de forma espontánea era durante los partidos de fútbol.
               ¿Qué era eso de una manifestación mixta? Mixtas eran las ensaladas.
Mola!!!!!!

¿Sabes lo que es mixta?

               Me eché a reír sin poder evitarlo. Ni estando dentro de mi cerebro Sabrae sería capaz de conocerme mejor.
…no. JAJAJAJAJAJAJA.

JAJAJAJAJAJAJAJA significa que pueden ir los chicos y las chicas.

               Me incorporé como un resorte, sintiendo que el corazón me latía desbocado y que amenazaba con salírseme del pecho. Es curioso: ya la había escuchado decirme que me quería, y mi reacción había sido básicamente la misma mientras me decía esas palabras mágicas, que cuando me explicaba la naturaleza de los actos sociales en los que participaba. Tío… lo tuyo no tiene salvación, susurró una jocosa voz en mi cabeza, viendo cómo me montaba una película que dejaría alucinado a Spielberg. Si me había dicho que podían ir los chicos y las chicas, eso sólo podía significar que…
QUÉ GUAY! ¿Quieres que vaya?

¿Quieres venir?

               Miré mi reflejo en la pantalla un segundo nada más. Vaya que sí quería. La acompañaría hasta a un matadero sólo por estar con ella.
Me gustaría, ¿a ti?

También ☺☺☺☺

               Guau, cuatro emojis. Debía de hacerle una ilusión tremenda que fuera. Pues no se hablaba más.
¿Tengo que llevar algo?

Un poco de dinero extra, para comprar algo y recaudar pasta para que se done a asociaciones de víctimas.
He leído ASOCIACIONES DE VÍCTIMAS? LLEVARÉ TRES MILLONES.
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
Pero no tengo suelto. ¿20 libras es suficiente?
De sobra!! Yo suelo llevar 5, sin contar lo del metro y todo.
¿Y de vestido, qué llevo? ¿Máscara antigás? ¿Chaleco antibalas?
😂😂😂 Ay, Al. Lo que quieras. Aunque si tienes una camiseta morada, mejor.
O bueno, una camisa😍😍😍😋😈😈
Sabrae, por favor, el 8m no se inventó para que mojes braga.

               No me costó mucho encontrar una camisa morada (bueno, lila) en mi armario, así que estuve listo enseguida, después de vestirme como si estuviera una prueba contrarreloj del rally más exigente del mundo. En mi cabeza, tenía sentido apresurarse, porque cuanto antes estuviera listo, antes podría verla… hasta que, claro, le envié un mensaje preguntando si me pasaba a recogerla, y ella me explicó sus planes, citándome en el mismo punto donde habíamos quedado nuestros dos grupos de amigos el día que salimos de fiesta juntos.
               A pesar de que llegué al lugar con una antelación que sólo conseguía cuando iba a quedar con ella, al ver que el tiempo pasaba sin que apareciera por ningún sitio empecé a estresarme. A partir de la hora a la que se suponía que nos veríamos, me dediqué a mirar el reloj de mi muñeca y el de mi móvil de forma alternativa cada minuto, como si el tiempo fuera a pasar más rápido por mi presión.
               Para cuando por fin aparecieron, me estaba volviendo completamente loco; incluso me las había apañado para convencerme a mí mismo de que había llegado demasiado tarde, se habían cansado de esperarme y se habían ido sin mí; o, quizá, que no estaba en el lugar en que habíamos quedado: a cada cosa más absurda que la anterior, pues había llegado con la antelación propia de un diplomático y tenía el sitio más que controlado.

domingo, 7 de junio de 2020

Mamushka.


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El silencio en el que nos habíamos sumido cuando giramos la esquina de la calla de la casa de la abuela de Alec cayó sobre mí como un jarro de agua fría. Llevaba ansiosa toda la mañana, desde que nos habíamos despertado: mientras que el día anterior me había dedicado exclusivamente a preocuparme por si me gustaría el mundo de Alec y si encajaría bien en él (lo cual era una prueba importantísima que nuestra relación debía pasar, y de cuya importancia yo era plenamente consciente), ahora que había comprobado que su mundo bien podía ser el mío, en mi interior se había desbloqueado un nuevo miedo: ¿y si no encajaba con su familia? ¿Y si a su abuela, de la que con tanto respeto reverencial hablaba, no le caía bien? ¿Lograríamos superarlo? Puede que no debiera estar planteándome eso a esas alturas de la película, pues a fin de cuentas, su abuela vivía en la otra punta del país y su madre me adoraba, pero aun así… quería que todo con Alec fuera absolutamente perfecto.
               -Estoy nerviosa-le había confesado mientras nos lavábamos los dientes en el minúsculo baño del piso de Miles, aquel en el que habíamos dormido en nuestra primera noche de viaje juntos por primera vez. Había suspirado con cierto alivio cuando entramos en el piso y vi que era algo pequeño y más bien humilde, pues así sabía que Alec se relajarían con el tema del hotel de Barcelona. No me lo decía, pero yo tampoco era tonta: sabía que estaba recortando gastos de todos lados para conseguir ir a un sitio un poco mejor que el hotel en el que habíamos hecho la reserva, sin querer creerse que yo dormiría feliz debajo de un puente siempre y cuando estaríamos juntos. Si compartíamos una cama enana en una habitación minúscula y un piso ínfimo, Alec se daría cuenta de que no era el continente lo que me importaba, sino el contenido.
               -No tienes por qué-había respondido él, dándome un beso en la punta de la nariz-, le gustarás-lo había dicho con total confianza, limpiándome la espuma de la pasta de dientes que su beso había dejado sobre mis labios, como un copo de nieve tardío que quería reivindicar la importancia que tiene el invierno en las relaciones amorosas. No en vano, nuestra relación había terminado de cuajar con las primeras nieves.
               Aquella seguridad, sin embargo, se evaporó en cuanto salimos de casa de Miles, Alec cargando con nuestra bolsa de viaje sobre el hombro derecho y su mano izquierda, rodeando la mía. Apenas echamos a andar en dirección a los suburbios de la zona industrial, donde me explicó que se habían afincado sus abuelos cuando éste consiguió trabajo en una de las fábricas de Manchester, Alec empezó a vomitar palabras como si le fuera a vida en ello… exactamente igual que había hecho cuando me hizo mi primer regalo el día de San Valentín. Yo me había quedado callada, asintiendo con la cabeza, escuchando su perorata y preguntándome si habría mejorado un poco la situación que hubiera cogido ropa un poco más… formal. Había decidido ir bastante recatada para lo que yo solía ser cuando estaba con Alec: en cuanto éste me dijo que podíamos aprovechar para dejarnos caer por casa de su abuela y que yo la conociera, saqué inmediatamente el top anudado a la espalda con el que tenía pensado secarle la boca durante todo el viaje de vuelta. A cambio, había metido en la bolsa, cuidadosamente doblada, una blusa amarilla con escote palabra de honor y mangas abullonadas que disimulaba bastante bien mis amplias caderas y me estilizaba la figura, amén de que me echaba unos años encima que nunca venían mal. Quería parecer una chica respetable y formal en mi primer encuentro con la mujer que le había enseñado a Alec una de sus lenguas maternas, de manera que, ¡fuera los vaqueros rotos! Llevaría unos de color azul oscuro, bien apretaditos, que me quedaban de infarto porque me levantaban el culo y puede que mantuvieran mis rebeldes muslos un poco en su sitio (todo lo “en su sitio” que ese par de sinvergüenzas podían llegar a estar, al menos). Y de calzado… las botas de tacón del día anterior servirían; sólo esperaba que no me hicieran demasiado daño, o al menos el suficiente como para no preocuparme por las ganas de vomitar.
               Alec me cogió de la mano y entrelazó mis dedos con los suyos mientras esperaba a que contestaran al timbre. Estábamos en un portal de una de las innumerables calles de Manchester que rodeaban las fábricas del extrarradio, con la pintura desconchada y la madera de la puerta del portal algo ennegrecida por los siglos de exposición al carbón. En condiciones normales, me habría llamado la atención que la abuela de Alec, la suegra de un arquitecto acomodado que vivía en la capital del mundo, viviera en un edificio así de desdejado, que llevaba décadas clamando por una capa de pintura. En ese instante, sin embargo, estaba tan atacada que apenas podía respira, ya no digamos reflexionar sobre el movimiento arquitectónico inglés del año en que se habían construido aquellos edificios de los que el ayuntamiento se había olvidado.
               Aunque, claro, visto en retrospectiva… lo cierto era que a la abuela de Alec le pegaba no querer mudarse de la casa en la que había construido su hogar. Rechazar un regalo mejor por algo que había conseguido con el sudor de su frente era algo que me recordaba a alguien…
               Sus pulgares acariciaron mis nudillos mientras tomaba aire, tratando de contener las ganas de empezar a hablar.
               -Le vas a encantar a Mamushka, ya lo verás-dijo, más para él que para mí. Yo le sonreí, todavía no sé cómo, y le besé el dorso de la mano, y él se volvió como un resorte hacia el telefonillo cuando una voz de mujer mayor respondió-. Mamushka, soy yo.