lunes, 15 de junio de 2020

Revolución.



¡Toca para ir a la lista de caps!

Unos días antes.

Cuando le dije a mi madre adónde iba, le costó Dios y ayuda no echarse a reír en mi cara. Le había extrañado que me bajara las escaleras de casa un par de horas antes de mi hora habitual para irme al gimnasio a boxear, de modo que no había podido aprovechar esa excusa para enfrentarme a sus preguntas de siempre.
               -¿Adónde vas?-preguntó con extrañeza, el ceño fruncido mientras sobre su regazo descansaba una manzana a medio pelar. Puse los ojos en blanco, susurré un “mierda” por lo bajo sabiendo lo que venía, y me giré lo justo para mirarla sin pisar a Trufas, que había venido a hacer cabriolas frente a mí como si tuviera posibilidades de convencerlo para que me lo llevara.
               Podría haberle dicho a mamá que había quedado con Sabrae, lo cual no era mentira… pero entonces me diría que me la trajera a casa para cenar, cosa con la que más valía que no contara. De modo que no me quedó más remedio que decirle la verdad en un profundo y largo suspiro.
               -A una manifestación-expliqué, y mamá se quedó tiesa en el sitio. Incluso Trufas, que tenía por costumbre hacerse el tonto y el indulgente, se puso en pie sobre sus patitas y me miró con ojos como platos. Ahora que le apetecía venir conmigo: imagínate la cantidad de acción que hay en una manifestación en el centro de Londres, cuántos obstáculos a esquivar, cuánto terreno para correr. Si ya era un parque de atracciones para un conejo, para el demonio que mi hermana tenía por mascota sería el puñetero paraíso.
               Tenía que asegurarme de cerrar la puerta antes de que el animal saliera de casa.
               -¿De qué?
               -Del Día de la Mujer-contesté, notando cómo se me encogía el estómago bajo su mirada escrutadora. Después de todo, mamá era una mujer, así que se suponía que su opinión respecto a ese día, y el feminismo en general, debía servir más que la mía por ese simple hecho. Yo iba para hacer bulto; Sabrae, a reivindicar. Que ella me hubiera invitado obedecía más a la inercia que sentíamos de acompañaros el uno al otro a los sitios que porque yo pintara algo allí.
               Eso, o que Sabrae necesitaba unos hombros sobre los que subirse para amplificar su voz. De lo cual, oye, yo no me quejaría.
               -¿Vas con Sabrae?-preguntó mamá, con ese tono de dulce sorpresa cada vez que me veía salir de casa a todo correr, porque eso sólo podía significar una cosa: iba a verla. Asentí despacio con la cabeza y mamá sonrió, satisfecha, recogiendo su manzana y volviendo a la tarea de desnudarla-. Ah, genial. Que os divirtáis. Sed prudentes-añadió, mirándome de reojo, porque se me notaba una pinta de camorrista increíble (nótese la ironía). Seguro que se pensaba que me iba a dedicar a arrancar adoquines del suelo y tirárselos a los antidisturbios.
               Porque habría antidisturbios, ¿no?
               No podía dejar de pensar en lo pez que estaba en el asunto mientras prácticamente trotaba al lugar en el que había quedado con ella. Normalmente iría a buscarla, pero después de que me contara el recorrido que tenía que hacer, de gira por el barrio para ir recogiendo a sus amigas, habíamos terminado decidiendo que la esperaría cerca de la parada del autobús que nos llevaría al centro.
               Bueno, vale, había sido ella la que había sugerido que la esperara, porque cuando me dijo que tenía que pasarse por casa de sus amigas, yo ya me estaba enfundando los vaqueros a toda velocidad. Como no la había visto por la mañana (había participado en la organización de los actos feministas de ese día en el instituto), estaba más ansioso que nunca por encontrarme con ella. Sentía el vacío que la marcha de Scott había dejado en su pecho enfriar cada vez más y más su alma, así que me había pasado los dos últimos días dejándome caer por su casa para animarla un poco, calentándola a base de abrazos, polvos, o mi mera presencia. Ayer mismo, a Sabrae le había dado por quedarnos acurrucados en el sofá del salón de su casa viendo la televisión, lo cual no me parecía nada preocupante salvo por un minúsculo detalle: ninguno de los dos hizo amago de encender la televisión, así que se quedó mirando la pantalla apagada con gesto concentrado, como si estuviera viendo una película interesantísima, mientras yo le acariciaba la espalda.
               Por eso le había enviado un mensaje nada más comer, sin respetar una mierda esa hora de cortesía que le dejaba para que pudiera comer tranquila con su familia, sin que yo la molestara.

¿Hacemos algo hoy, bombón?

               El tiempo que tardó en contestarme me volvió absolutamente loco. Rodé por la cama, me tumbé en el suelo, incluso me dio por recoger mi habitación: todo con tal de hacer que el tiempo pasara más deprisa hasta que ella respondiera.
               De hecho, me estaba poniendo la sudadera de salir a correr para salir disparado en dirección a su casa y preguntarle qué tal estaba, apenas 15 minutos después del nacimiento de su silencio (así de preocupado me tiene esta maldita chiquilla) cuando mi móvil pitó con su tono característico, y yo me abalancé hacia él.

Jo, sol, perdona. Hoy ya tengo planes 😡

               Si hubiera sido un poco cortés y tuviera mejor perder del que lo tenía (aunque tampoco es que yo entrara en la liga de los peores perdedores del país, también te lo digo), le habría dicho que no pasaba nada y le habría deseado que se lo pasara bien, pues le vendría bien distraerse un poco con sus amigas aunque sólo fuera un poco.
               Pero como cuando se trataba de ella mi preocupación se multiplicaba por mil, y sabía lo que le pasaba por la cabeza mejor de lo que le gustaría, le insistí:

Bueno, no pasa nada. Si quieres, puedo ir a verte cuando termines con tus amigas. Para estar un poco juntos, aunque sean 10 minutos.
Es que no sé cuándo voy a terminar😩

               Me quedé mirando el móvil un minuto entero. Cuando se bloqueó la pantalla, lo tiré sobre la cama y me froté la cara, intentando convencerme a mí mismo que me pasaría de sobreprotector si me plantaba en su casa a esperarla toda la tarde. A Duna le encantaría eso, y quería pensar que a Sabrae también, pero no dejaba de ser… raro.
               Entonces, el teléfono volvió a sonar.

Tengo una mani.
¿De qué?

               … pregunté, porque soy así de gilipollas, qué le vamos a hacer.


Del Día Internacional de la Mujer. Es 8m.
               Eso me alivió un poco. Si era algo del feminismo, estaría con su madre, así que podrían distraerse la una a la otra.
Ah, guay.

Pues que lo pases bien

               Tamborileé con los dedos sobre mi vientre, pensando en cómo haría para reprimir mi ansiedad durante todo un día. Si yo me sentía así no pudiendo estar con Sabrae, no quería ni pensar en cómo sería para Zayn, que la llevaba padeciendo desde antes de que naciera Scott. Menuda putísima mierda.

Es mixta.

               Me quedé mirando su mensaje, sin saber a qué coño se refería. Hasta donde yo sabía, las manifestaciones eran pacíficas o violentas; normalmente empezaban de una manera, y terminaban de otra, casi siempre por culpa de la puta pasma. La única vez en que se empezaban a repartir hostias de forma espontánea era durante los partidos de fútbol.
               ¿Qué era eso de una manifestación mixta? Mixtas eran las ensaladas.
Mola!!!!!!

¿Sabes lo que es mixta?

               Me eché a reír sin poder evitarlo. Ni estando dentro de mi cerebro Sabrae sería capaz de conocerme mejor.
…no. JAJAJAJAJAJAJA.

JAJAJAJAJAJAJAJA significa que pueden ir los chicos y las chicas.

               Me incorporé como un resorte, sintiendo que el corazón me latía desbocado y que amenazaba con salírseme del pecho. Es curioso: ya la había escuchado decirme que me quería, y mi reacción había sido básicamente la misma mientras me decía esas palabras mágicas, que cuando me explicaba la naturaleza de los actos sociales en los que participaba. Tío… lo tuyo no tiene salvación, susurró una jocosa voz en mi cabeza, viendo cómo me montaba una película que dejaría alucinado a Spielberg. Si me había dicho que podían ir los chicos y las chicas, eso sólo podía significar que…
QUÉ GUAY! ¿Quieres que vaya?

¿Quieres venir?

               Miré mi reflejo en la pantalla un segundo nada más. Vaya que sí quería. La acompañaría hasta a un matadero sólo por estar con ella.
Me gustaría, ¿a ti?

También ☺☺☺☺

               Guau, cuatro emojis. Debía de hacerle una ilusión tremenda que fuera. Pues no se hablaba más.
¿Tengo que llevar algo?

Un poco de dinero extra, para comprar algo y recaudar pasta para que se done a asociaciones de víctimas.
He leído ASOCIACIONES DE VÍCTIMAS? LLEVARÉ TRES MILLONES.
JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA
Pero no tengo suelto. ¿20 libras es suficiente?
De sobra!! Yo suelo llevar 5, sin contar lo del metro y todo.
¿Y de vestido, qué llevo? ¿Máscara antigás? ¿Chaleco antibalas?
😂😂😂 Ay, Al. Lo que quieras. Aunque si tienes una camiseta morada, mejor.
O bueno, una camisa😍😍😍😋😈😈
Sabrae, por favor, el 8m no se inventó para que mojes braga.

               No me costó mucho encontrar una camisa morada (bueno, lila) en mi armario, así que estuve listo enseguida, después de vestirme como si estuviera una prueba contrarreloj del rally más exigente del mundo. En mi cabeza, tenía sentido apresurarse, porque cuanto antes estuviera listo, antes podría verla… hasta que, claro, le envié un mensaje preguntando si me pasaba a recogerla, y ella me explicó sus planes, citándome en el mismo punto donde habíamos quedado nuestros dos grupos de amigos el día que salimos de fiesta juntos.
               A pesar de que llegué al lugar con una antelación que sólo conseguía cuando iba a quedar con ella, al ver que el tiempo pasaba sin que apareciera por ningún sitio empecé a estresarme. A partir de la hora a la que se suponía que nos veríamos, me dediqué a mirar el reloj de mi muñeca y el de mi móvil de forma alternativa cada minuto, como si el tiempo fuera a pasar más rápido por mi presión.
               Para cuando por fin aparecieron, me estaba volviendo completamente loco; incluso me las había apañado para convencerme a mí mismo de que había llegado demasiado tarde, se habían cansado de esperarme y se habían ido sin mí; o, quizá, que no estaba en el lugar en que habíamos quedado: a cada cosa más absurda que la anterior, pues había llegado con la antelación propia de un diplomático y tenía el sitio más que controlado.

               Debería pensar en achacar el brinco que me dio el corazón cuando las vi aparecer al alivio que me produjo estar equivocado, pero lo cierto es que me importaba más bien poco el llevar razón que ver a Sabrae. En aquel momento me sentí como solía sucederme a veces, cuando me hacía plenamente consciente de que mi maldito voluntariado se nos haría cuesta arriba: si a duras penas soportaba pasar un día separado de ella (aunque me decía a mí mismo que se debía a que estaba triste y me necesitaba, era perfectamente consciente de que la ausencia de Scott era una excusa que me había llovido del cielo), el pensar en cómo sería estar meses sin verla hacía que mi estómago se encogiera y se volviera tan denso como el agujero negro más minúsculo del universo.
               Pero, joder, qué guapa estaba cuando apareció. En el momento en que dobló la esquina, tenía la cabeza ligeramente echada hacia atrás en una carcajada que resonó en mi caja torácica como el canto del más hermoso de los pájaros en la bóveda de una catedral. Llevaba una camiseta de tirantes blanca sobre lo que no podía ser otra cosa que un sujetador de deporte de color morado que asomaba por encima de la tela de algodón, haciendo que estuviera perfecta para el caso de que tuviéramos que salir corriendo, o tuviera que enfrentarse ella sola al patriarcado. Sus piernas estaban enfundadas en unos vaqueros gastados, con roturas a lo largo de su pierna, que le había visto en varias ocasiones mientras salíamos a dar una vuelta: era lo que se ponía cuando quería estar cómoda. Terminaban su atuendo unas Nike Air en tonos lilas, a juego con la chaqueta que le cubría los hombros y la hacía cumplir con la etiqueta del día.
               Pero lo mejor de todo eso no era que estuviera lista para el combate, ni que llevara prácticamente todas las prendas de su color preferido, con lo que estaba incluso más hermosa por la felicidad que este hecho le producía. No. Lo que más me gustaba era que se había recogido el pelo en sus dos trenzas de siempre, en las que se las había apañado para enredar una prenda que me resultaba familiar: el pañuelo lila que le había regalado en Navidades y que tanto la había emocionado cuando se lo entregué, la bandana que me juró que se pondría en las ocasiones más especiales y que siempre le recordaría a mí (como, por otro lado, no era para menos).
               El hecho de que fuera a presumir de mí ante el mundo, tanto con el colgante con mi inicial como con el pañuelo que yo no esperaba que se pusiera, hizo que me entraran ganas de llorar. Menos mal que conseguí controlarme; de lo contrario, sus amigas no me habrían dado un respiro. Bastante me estaban puteando ya mis amigos con el tema de mi lágrima fácil.
               Dejé de dar vueltas como un tigre enjaulado nada más verlas, pero los ojos de Sabrae y los míos tardaron un poco más en encontrarse por culpa de un pequeño “inconveniente”, si es que podíamos llamarla así. Nada más verme, a los pulmones de Duna se les escapó un alarido entusiasmado mientras su boca se curvaba en la sonrisa más feliz que le había visto esbozar a la chiquilla, siempre la misma cada vez que descubría mi presencia.
               -¡ALEC!-bramó, y echó a correr en mi dirección, sujetando con una mano el palo de una bandera que ondeó con rabia mientras aceleraba en pos de mí-. ¿VAS A VENIR CON NOSOTRAS?-chilló, salvando la distancia que nos separaba de un brinco, confiando en que la cogería como efectivamente hice. No podría dejarla caer: incluso aunque no quisiera a esa cría, seguía siendo la hermana de Sabrae, así que todo el dolor que sufriera la pequeña lo experimentaría mi chica como si fuera en sus propias carnes.
               Asentí con la cabeza mientras la afianzaba en mi pecho y el resto de chicas se acercaban.
               -Así es, ¿te parece bien?
               -¡ME ENCANTA!-bramó, entusiasmada, a tanto volumen que casi me perfora el tímpano-. ¡Con lo altísimo que eres, seguro que la bandera se verá desde el espacio!-celebró, agitándola-. ¿Te gusta? Hemos cogido una sábana vieja, la hemos recortado y la hemos teñido-me explicó, cogiendo la tela y estirándola frente a mí para que comprobara el buen trabajo que habían hecho-. Y el palo lo he hecho yo-anunció con orgullo, acariciándolo con el mismo cariño con el que Mimi acariciaba a Trufas, o yo mismo lo hacía cuando el conejo se encontraba enfermo y venía a buscar consuelo en mi regazo-. Con los cartoncitos de rollos de papel de un mes. Los cortas por en medio… bajo la supervisión de un adulto, claro, y luego los vuelves a enrollar para que estén duros y así aguanten…
               -Yo no me molestaría tanto, Dundun-rió Amoke-. Está claro que Alec tiene la atención pendiente en otra cosa. O debería decir persona…
               Sabrae se acercó a mí con una sonrisa en los labios, y al tenerla más cerca me puse incluso más nervioso, a la par que sentí la tranquilidad inundándome. Cuando bajé la vista a sus labios, descubrí que tenía la boca seca. Sabrae me sonrió, feliz, y sus ojos perfectamente delineados y con un poco de sombra con purpurina (lila, por supuesto) se achinaron un poco, chispeando de manera que eclipsaron su maquillaje.
               Cuatro palabras. G. U. A. U.
               Cogió a Duna de mi regazo, plenamente consciente de que no me funcionaba el cerebro por su cercanía, y la dejó en el suelo con una risita. La chiquilla se apartó a regañadientes, reticente a que su hermana le robara protagonismo… como si pudiera evitarlo. Si Duna era la estrella más brillante del cielo, Sabrae era directamente el sol. No había cuerpo celeste que pudiera competir con ella en cuanto aparecía en el cielo: todo giraba en torno a ella, y dependiendo de su estado de ánimo se sucedían las estaciones.
               Se puso de puntillas para darme un beso en los labios con el que calmó toda la ansiedad que me retorcía por dentro, asfixiándome como si estuviera en un submarino en el que se hubiera detenido la ventilación y se estuviera agotando el oxígeno. Fue como salir de nuevo a la superficie y dejar que el aire llenara de nuevo mis pulmones, como sentir de nuevo calor justo en el momento en que creías que se te estaban empezando a congelar los pulmones. Rocé sus dientes con los labios cuando ella sonrió al darse cuenta de cómo me estaba relajando con tenerla cerca, y supe que, a pesar de que había estado todo el día de acá para allá, liada como pocas personas en el instituto, también le había cundido el día por no habernos visto.
               Y también supe que en un rincón de su cabeza, una vocecita le preguntaba qué iba a ser de nosotros cuando me fuera a África. A estas alturas de la película, yo no tenía ninguna duda de que me esperaría, aunque dudaba que me lo mereciera; era lo mal que iba a pasarlo lo que hacía que me planteara seriamente, por primera vez en mi vida, renunciar a aquella meta que me había marcado al principio de mi adolescencia para así quedarme con ella. Lo único que me impedía enviarle un mensaje a la coordinadora del voluntariado era saber que Sabrae se sentiría culpable, aunque yo ya no pintara nada en Etiopía: todo lo que me relacionaba con la cuna de la humanidad llevaba mi inicial en platino colgada del cuello.
               Ni siquiera las hermosas puestas de sol en la sabana podían compararse a Sabrae.
               -Perdona que hayamos tardado tanto, Al-se disculpó Taïssa, la única que se permitía llamarme por mi apodo a pesar de que ya no había malos rollos entre las amigas de Sabrae y yo-. Es que he tardado más de lo previsto en hacerme las trenzas-comentó con cierta vergüenza, como si al común de los mortales no le llevara un día entero hacer lo que ella hacía en una hora.
               Justo cuando estaba apartando la vista de Sabrae para mirar a sus amigas, ella volvió a reclamarla con cierto recelo y una pizquita de posesividad que, ¿por qué no decirlo?, me encantó.
               -¿Has esperado mucho?
               -No, pero me ha cundido-admití, sabiendo que mostrarme vulnerable delante de sus amigas no sería algo que ellas fueran a usar para vacilarme. Un comentario así me granjearía un millón de burlas por parte de los chicos; a Kendra, Taïssa y Amoke, sin embargo, sólo les generaba vergüenza: vergüenza por haber creído que yo no era digno de Sabrae, como si no fuera capaz de quererla todo lo que lo hacía.
               -Awww-ronroneó mi chica como una gatita, volviendo a ponerse de puntillas y dándome un beso más prolongado en el que creí intuir una promesa. Amoke carraspeó.
               -Chicos… deberíamos ir moviéndonos. Perderemos el autobús-nos recordó, y Sabrae rió entre dientes, asintió con la cabeza y aterrizó sobre sus talones. Se colgó la pancarta que llevaba bajo el brazo, se apartó una trenza y tiró suavemente de mí para ponernos en marcha. Sus amigas nos rodearon para adelantarnos, y de la que pasaba a su lado, Shasha se hizo con la pancarta que habían hecho en casa, probablemente entre las tres. Trotó hasta colocarse la segunda, justo después de Duna, que lideraba la marcha ondeando con orgullo la bandera morada sobre su cabeza. Varias veces las amigas de Sabrae tuvieron que recular para que no les diera en la cabeza con el mástil casero: sólo cuando Duna golpeó sin querer a Kendra (algo que me habría gustado ver con claridad, y no sólo de reojo), Sabrae salió de su ensimismamiento y le ordenó que dejara de hacer el tonto.
               -No estoy haciendo el tonto, estoy ondeando la bandera.
               -O dejas la bandera tranquila para no hacerle daño a nadie o te la quito, Duna-instó Sabrae, y la niña se puso de morros-. Por cierto, Al… ¿a Jordan no le apetecía venir? Cuantos más, mejor.
               -Esto… va con Bey, Tam y Karlie-mentí, pues sabía bien que Jordan se pasaría toda la tarde jugando a la consola. Cuando me asomé para preguntarle si me acompañaba con la extraña esperanza de que me dijera que no (me daría algo si tenía que esperarle), Jordan sacudió la cabeza y levantó el mando de la consola para hacerme ver que ya tenía planes para esa tarde.
               -He reiniciado la partida del Horizon.
               -Espero que no fuera la mía.
               -Pues, sinceramente, ni me he fijado.
               -Como no esté guardado mi progreso, te mato, Jordan-ladré, y él se rió.
               -Ése es el espíritu con el que hay que ir a una manifestación. Iré rompiendo la hucha, por si vas preso y tengo que pagar tu fianza-había sentenciado, hundiéndose un poquito más en el sofá y subiéndose la capucha.
               -… para protegerlas, por si hay hostias-le tomé el pelo a Sabrae cuando ella frunció el ceño, muy extrañada de que los dos amigos inseparables estuviéramos… bueno, separados.
               -Eso es machista-intervino Shasha, que estaba revolviendo en sus bolsillos para encontrar el cambio con el que pagar el billete del autobús.
               -¿Es que no te has dado cuenta de que soy un machirulo, Shash?-pregunté yo, y ella sonrió.
               -Es parte de tu encanto-reflexionó, contando las libras y gruñéndole a Duna que se estuviera quieta y se alejara del bordillo de la acera. Las amigas de Sabrae parloteaban en corro, ignorándonos de manera deliberada para que pudiéramos charlar sobre lo que nos diera la gana; tampoco es que me fuera a poner a preguntarle a Sabrae qué tal había ido su día, pero agradecía el gesto que nos brindaba una cierta intimidad.
               -Shash, ¿has metido la botella de agua en la mochila, como te dije?
               -Sí, pero no estaba en la nevera. También llevo chuches, por si nos pica el gusanillo.
               Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Las chuches dan sed.
               -Pero aportan azúcar-comentó Taïssa, apartándose una trenza lila de la cara. De las seis chicas, ella era la que más lucía el color morado con el que se suponía que había que acudir a la manifestación: su pelo, siempre de colores, lucía esta vez un tono lavanda que, estaba seguro, le encantaba a Sabrae. Intenté imaginármela con el pelo de esa guisa, pero decidí que la prefería con sus rizos de siempre; no es que le quedaran mal, pero no era propio de ella.
               -¿Tú tras agua, Al?-preguntó Sabrae.
               -Eh… me dijiste que con dinero, bastaba.
               Torció la boca, pero asintió despacio con la cabeza.
               -Bueno, siempre  podemos cogerla en una máquina expendedora del metro… ¿llevas el móvil con la carga completa de batería?
               -Está al 73.
               -¿Cargador?
               -Nada.
               -¿Tarjetas de crédito?
               -No.
               -¿Carnet de identidad?
               -¿Sirve el de conducir?
               Sabrae intentó no reírse de mí en mi cara… por educación, más que nada. No está bien burlarte de alguien que te hace correrte como yo hacía que se corriera.
               -Y yo que pensaba que nunca tendría la oportunidad de enseñarte nada…-meditó, sacando su móvil de la mochila que llevaba colgada a la espalda-. Mira, tengo una carpetita con apps que son muy útiles en manifestaciones: noticias, monedero virtual con código… y ésta de aquí-señaló un gotita de agua invertida, morada sobre fondo blanco-. La desarrollaron específicamente para las manifestaciones del 8m. Sirve para tener localizadas a tus acompañantes: creamos una sala de reuniones en la que nos metemos todas, y luego, si nos separamos, simplemente entramos aquí-tocó en una pequeña puerta con una interrogación en el centro en una esquina de la pantalla- y tocamos el nombre de la persona a la que tenemos que localizar… y, ¡ya está! Tienes la ubicación en tiempo real de la persona-amplió el mapa hasta mostrar el palpitante punto celeste que representaba a Amoke, el cual bailaba en un radio de no más de 6 metros, lo cual era bastante impresionante… si no fuera por el minúsculo detalle de que seis metros en una manifestación era muchísimo.
               -¿Y esto es fiable? Quiero decir, ¿cómo sabes que no se te va a activar de manera aleatoria cuando vayas por la calle, que no va a guardar tus datos o que no va a acceder nadie a tu sala de reuniones?
               -Lo hemos pensado todo-comentó Shasha, sonriente-. La sala de reuniones está protegida con un cifrado de extremo a extremo que se actualiza cada 30 segundos si utilizas el acceso por código BIDI de alguien que esté dentro. Si la invitación es por una app de mensajería, el cifrado se refresca cada minuto, pero requiere de un código extra y la aceptación de todos los miembros de la sala antes de poder entrar. Además, cuando se terminan las manifestaciones, la desconectamos hasta el año que viene, y el servidor borra todos los datos de manera automática a las 12 de la noche de la franja horaria correspondiente. Ah, y a Sabrae se le ha olvidado comentarte que tiene una huchita virtual. Los compañeros de sala podéis compartir unos fondos que se transfieren desde Paypal un par de días antes. Se me ocurrió a mí-anunció con orgullo, y yo me la quedé mirando.
               -¿Cómo que se te ocurrió a ti?
               -Shasha ha colaborado en el código de la app-explicó Sabrae, abrazando a su hermana por los hombros, que se hinchó como un pavo ante la muestra de afecto de su hermana mayor, a la que admiraba cantidad a pesar de que se llamaban la una a la otra “cara culo”.
                -Mamá comentó que estaría muy bien tener una aplicación segura en la que se pudiera compartir dinero durante las manis (que hacen que la red esté al límite de capacidad) y se pudieran enviar ubicaciones con un margen de error de medio metro. Nuestra app utiliza al resto de usuarios que la tienen descargada para afinar la precisión de la ubicación. Cada móvil de  Londres actúa un poco como un repetidor de señal, como si fuera un satélite. El margen de error aquí son 6 metros porque apenas hay móviles que tengan la app descargada, pero ya verás cómo se afina la búsqueda cuando lleguemos al centro. Por cierto, escanea esto-me mostró un código Bidi en la pantalla de su teléfono móvil- para estar en la sala de reunión con nosotras…
               Me descargué la aplicación y esperé a que cargara. Señalé en qué país vivía, mi nombre, mi edad, respondí a un cuestionario súper raro sobre con qué adjetivos me describiría (Sabrae cogió el móvil para escribirlos ella, porque dijo que se me daba mal reconocer mis virtudes), cuál era mi animal favorito o mi recuerdo más preciado de la infancia, y, por fin, la app me dio la bienvenida. Escaneé el código que me mostraba Shasha y me quedé mirando la pantalla.
               -Oh, Alec necesita confirmación-comentó Sabrae, poniendo los ojos en blanco y sacando su móvil.
               -¿No se suponía que ese código no la lleva?
               -Los chicos siempre necesitáis confirmación.
               -¿Por qué?
               Tanto Shasha como Sabrae levantaron la mirada y me observaron como si fuera tonto.
               -Porque vosotros inventasteis el machismo-respondió Sabrae-, y por vuestra culpa tenemos que manifestarnos.
               -No está de más tener un pelín más de seguridad por si acaso alguien trata de tener localizada a su novia-explicó Shasha, y se volvió hacia las amigas de Sabrae-. Chicas, confirmad la entrada de Alec antes de que la app lo expulse.
               Sólo cuando Kendra, la que tenía el móvil más a desmano, aceptó la petición, me vi dentro de la sala de reuniones, que se parecía más a un salón virtual de los Sims que a otra cosa, sólo que en lugar de personas, había animales.
               -¿Cómo me cambio el avatar?
               -No puedes. Es parte del protocolo de seguridad.
               -Pero tengo un chihuahua. ¿Por qué coño tengo un chihuahua?
               -Te dije que te pensaras mejor lo del animal favorito-comentó Sabrae.
               -¡¡Los chihuahuas no son perros, son ratas!!
               -¡Sólo hay dos avatares de perro, Alec, y el dálmata lo tiene cogido Shasha!
               -¿Quién coño es Drogon?-quise saber, tocándolo. El gigantesco dragón negro me miró, y sobre él apareció el nombre de Sabrae, a la que fulminé con la mirada mientras ella aleteaba con las pestañas-. No sé por qué no me sorprende.
               -Te dejaré ser mi Daenerys.
               -Como si tuvieras elección. Literalmente, soy el único que te monta.
               Shasha, Amoke, Kendra y Taïssa se echaron a reír a mandíbula batiente, aullando como lobas mientras Sabrae intentaba darme una patada en mis partes nobles.
               -¡Eres gilipollas, Alec, eres completa y rematadamente gilipollas!
               -¿Cómo vuelvo a hacer el cuestionario, Shash? ¿Qué tengo que responder para que me salga Daenerys?
               -No puedes volver a hacerlo. El cuestionario determina si eres chico o chica, para que nadie mienta-respondió, poniendo cara de “ups, fallo mío no habértelo comentado”-, y no puede volver a hacerse para que nadie haga trampas y se salte los protocolos de seguridad.
               -Vamos, que voy a tener que ser un puñetero chihuahua el resto de mi vida.
               -Mira el lado positivo, amor-ronroneó Sabrae, abrazándoseme al brazo. La miré desde arriba.
               -¿Te importaría decirme cuál es?
               Abrió los ojos y me puso cara de cachorrito abandonado.
               -Esperaba que fueras capaz de verlo tú. Es decir… eres más alto, así que tienes mayor campo de visión.
               -Oh, genial. Soy el payaso oficial de la manifestación. Si lo hubiera sabido antes, ya me habría pintado la cara.
               -¿Quieres que te pintemos la cara, Al?-preguntó Duna, saltando de un brinco del banco de la marquesina-. ¡Tenemos pintura de sobra!
               -Lo único que le falta es la nariz roja-se rió Shasha.
               -Menos cachondeo, ¿eh? Que te estoy trayendo los paquetes de Amazon en dos horas a pesar de que no tienes ese suplemento. Deberías besar el suelo por donde yo piso.
               -Ya lo hace Saab por mí-rió Shasha.
               -Sabrae no besa el suelo de Alec, precisamente-se metió Kendra, riéndose. Sabrae la miró de arriba abajo.
               -¿Desde cuándo lo defiendes?
               -Desde que lo tenéis puteado, igual que a mí. ¿Te has fijado en que hay un ajolote en la sala de reuniones? Adivina quién es-Kendra puso los ojos en blanco.
               -Te di la opción a cambiarte el avatar a una cabra-le recordó Shasha, y Kendra frunció el ceño.
               -No sé lo que es peor.
               -¿A que no adivinas qué soy yo?-chilló Duna, agitando un móvil que identifiqué como el de su padre en el aire-. ¡Echa un vistazo, echa un vistazo!
               -Eh… ¿el unicornio?
               -¡SÍ! ¿¡A QUE ES GENIAL!?-bramó, poniéndose a dar brincos de nuevo. Como era la única que no se metía conmigo, la cogí en brazos y la cargué durante todo el trayecto en bus. Mi intención era llevarla conmigo también en el metro, pero entre que la chiquilla estaba cada vez más y más hiperactiva a medida que nos acercábamos al centro, y Sabrae quería cogerme la mano, se me hizo muy difícil seguir fingiendo que estaba enfadado con mi chica.
               Aunque conseguí engañarla para que me arrancara un perdón que yo le habría dado gratis, a besos.
               Incluso si hubiera vivido en una cueva hasta ese día y no hubiera visto nunca las manifestaciones multitudinarias que había cada año alrededor del mundo, se hizo evidente que algo sucedía cuando a nuestro vagón de metro se empezaron a subir inmensos grupos de personas vistiendo colores morados, con la cara pintada con el símbolo del feminismo, y pancartas en las manos. Shasha tenía a Duna bien cogida de la mano y la mantenía acorralada contra una esquina para que no la empujaran, mientras las amigas de Sabrae hacían barrera para que no les pasara nada a las más pequeñas, y Sabrae y yo nos ocupábamos de defender el hueco con nuestras piernas y brazos. Llegó un punto en que resultó un poco agobiante, pues la gente empezó a protestar cuando el tren se saltó una parada, en la que parecían contar con bajar.
               Shasha y Sabrae se miraron.
               -¿Crees que…?-empezó Shasha, y Sabrae se encogió de hombros.
               -Busca los usuarios de la app. Nunca les había visto cerrar Westminster… restringir el paso sí, pero cerrarla…
               -Como la hayan cerrado para cambiarla, mamá hunde al ayuntamiento-comentó Shasha, entrando en su móvil.
               -¿Saab?-preguntó Momo, y Sabrae se aclaró la garganta.
               -No pasa nada. Nos bajamos en St. James.
               -¿Crees que parará? Justo donde el Ministerio de Justicia…-comentó Taïssa, y Sabrae se encogió de hombros.
               -Tengo un presentimiento de por qué no ha parado en Westminster, así que no debería afectar a St. James.
               -¿Cuál es?-pregunté, y Sabrae me miró, se relamió los labios y comentó, no sin cierto deje orgulloso en la voz.
               -Bueno… mamá está en el Supremo ahora mismo. Por eso no ha venido. Quizá…-no pudo evitar sonreír-. Quizá la plaza esté tan llena que no puedan ni salir los del metro.
               -¿Por Sherezade?-pregunté, intentando controlar el deje escéptico en la voz. Vale que presumas de madre, pero creer que es tan importante como para detener toda una ciudad, una ciudad como Londres…
               -Mamá siempre está en la cabeza de las manifestaciones-respondió Saab, con una paciencia que me dio a entender que sabía lo que me estaba pasando por la cabeza, pero que no me juzgaba en absoluto por mi incredulidad-. La valoran mucho aquí. Siempre la invitan a conferencias a nivel nacional, y, bueno…
               -Sherezade es, básicamente, Dios-comentó Amoke, riéndose, y habría pensado que estaba de coña…
               … de no ser por las chicas que se giraron al escuchar el nombre de mi suegra, clavaron los ojos en Sabrae, los abrieron como platos y se pusieron a cuchichear entre ellas.
               Por si pensaba que me lo había imaginado, cuando el metro se detuvo y se abrieron las puertas, las chicas que habían oído a Amoke nos esperaron en el andén mientras el metro se vaciaba, dejando a apenas un par de personas por vagón, y se dirigieron directamente a Sabrae. Shasha, que estaba a su lado, apretó instintivamente la mano de Duna, que miraba a las desconocidas con curiosidad y cierta excitación.
               -Perdona, eres Sabrae, ¿no?-preguntó una de ellas, que tenía el pelo recogido en una coleta y el símbolo feminista pintada en ambas mejillas. Sabrae asintió, expectante-. Es que te hemos oído antes, y, bueno… nos gustaría darle las gracias a tu madre. Es muy importante la labor que está haciendo. Lo de esa chica…-se le llenaron los ojos de lágrimas-. Es horrible. Esperamos que vaya todo bien.
               Sabrae sonrió, le cogió la mano a la chica que le estaba hablando y le dio un suave apretón.
               -Mamá confía mucho en el sistema judicial. Es optimista. En el pasado, lucharon mucho por conseguir que nos protegieran, pero es importante que nos sigamos manifestando, para que no se olviden de nosotras. Todas somos importantes-las miró una por una, con los ojos brillantes por la emoción-. Hasta la última. Así que gracias por venir.
               -Es nuestra obligación-respondió una de ellas.
               -Aun así… gracias. Y gracias por lo de mi madre. Se lo diré. Le hace mucha ilusión saber que la gente la tiene presente.
               -Como para no-comentó la primera, y miró a Amoke-. Hoy es, básicamente, Dios-asintió con la cabeza y se unió a la marea humana junto con el resto de sus amigas. Sabrae se las quedó mirando un momento, emocionada y a la vez pensativa. No hacía falta conocerla como yo lo hacía para saber que tenía la mente puesta en su madre, quien, si estaba en el Supremo, sólo podía estar trabajando. Entendía que se preocupara por Sher, especialmente viendo que gran parte del peso de la manifestación recaía sobre ella, pero su madre tenía un currículum impecable: hasta donde yo sabía, jamás había perdido un caso. Malo sería que justo hoy decidiera debutar perdiendo.
               -¿Esa chica?-pregunté, para atraer su atención. Sabrae se volvió hacia mí, esbozó una sonrisa un poco afectada y explicó:
               -Mamá no ha venido porque está con un caso de negligencia médica. A una chica de Irlanda del Norte le denegaron el aborto, y ella, al intentar practicárselo en casa, se perforó el útero y tuvieron que trasladarla a urgencias. La tuvieron en coma inducido durante casi un mes, y ahora está reclamando daños y perjuicios. Irlanda alega que no procede ninguna indemnización porque no entraba en ningún supuesto por el que se permitiera el aborto allí, así que fue perfectamente legal que la obligaran a continuar con el embarazo. Oh, y, claro, el hecho de que ahora no pueda tener hijos es culpa suya-comentó con sarcasmo, poniendo los ojos en blanco. Torcí la boca.
               -¿Y tu madre qué defiende?
               -Que tienen que indemnizarla porque, si le hubieran prestado la atención que se merecía, ni habría estado en coma ni sería estéril. Porque, ya sabes-me miró-. El hecho de que una mujer aborte no quiere decir que no quiera ser madre nunca, e Irlanda le ha negado ese derecho a esa chica por el mero hecho de que es pobre.
               -¿Qué tiene que ver que sea pobre con…?
               -Las ricas vienen a Inglaterra a practicarse abortos-explicó Sabrae con paciencia, e incluso noté una cierta felicidad al percatarse de que la estaba escuchando, de que preguntaba no por rebatirla, sino por aprender, algo que según ella no solíamos hacer los tíos-. Las pobres, o se aguantan y tienen al bebé, o se juegan la vida practicándose abortos clandestinos. Por eso mamá está ahora en el Supremo: pretendemos que se modifique la legislación irlandesa para que sea como la nuestra, y se sustituyan los casos por los plazos.
               -Joder. Pues espero que vaya bien-murmuré, subiendo las escaleras detrás de las amigas de Sabrae. Shasha iba en cabeza, sujetando a Duna firmemente por la muñeca, para evitar que la chiquilla se escapara. Desde que nos habíamos subido al bus, estaba incluso más hiperactiva que de costumbre: puede que fuera hipersensible y notara el efecto de las ondas de todos los móviles que había allí concentrados, las mismas ondas que afinaban la localización de la app que Shasha había colaborado para desarrollar.
               -Yo también-sonrió Sabrae, enlazando su otra mano con la mía y dándome un beso en el hombro. Sus ojos chispearon de pura felicidad, y todas mis dudas desaparecieron: evidentemente, no me había invitado porque quisiera tenerme entretenido, ni por ser cortés, sino porque le apetecía que estuviera allí, con ella. No iba a hacer bulto, iba a aprender. Mi presencia era tan importante como un granito de arena en una playa: pude que parezca insignificante, pero no deja de ser la pieza fundamental sin la cual el conjunto mayor, e impresionante, no puede existir.
               El murmullo de miles de personas concentradas en la calle descendía por la boca de metro, embotándome los oídos y haciéndome saber que aquello era más grande de lo que yo me esperaba. Normalmente, en la televisión siempre ponían las imágenes destacadas de la manifestación de ese día alrededor del país y del mundo, pero siempre se centraban en las plazas centrales de las ciudades: a Londres, le correspondía la plaza de Westminster. Cada año la veías atestada, pero yo siempre había pensado que la manifestación se concentraba allí, y se podía hacer relativa vida normal en las calles de alrededor.
               Ver que apenas había un hueco de asfalto desnudo en varios metros a la redonda hizo que cambiara mi concepción sobre ese día. No me malinterpretes: no es que pensara que nadie iba a esas manifestaciones, ni mucho menos: el hecho de que se llenara la plaza de Westminster ya era un logro que no siempre se conseguía, y las feministas lo hacían año tras año, pero no me esperaba que aquel evento fuera tan… importante.
               Aún con Sabrae abrazada a mi brazo, me giré para mirar en derredor, comprobando que la marea violeta fluía desde todas las calles en un sentido común: la plaza donde se concentraban los cuatro pilares de nuestra sociedad. Parlamento, Tribunales, Iglesia y Prensa.
               Notaba los ojos de Sabrae muy atentos en mí, analizando cada gesto por mi parte con expectación. No sólo quería que estuviera allí: quería que me gustara, que me sintiera a gusto. Una sensación indescriptible descendió por mi espalda, parecida a un escalofrío pero sin llegar a serlo del todo: era como si el ambiente estuviera cargado de electricidad estática que me estuviera recargando unas pilas que yo no sabía que tenía. Comprobé que, si bien las que dominaban eran las mujeres, también había numerosos hombres apoyándolas, y a pesar de que eso hacía que dejara de considerarme especial por cómo Sabrae reaccionaba cada vez que yo me interesaba por los temas que tanto le importaban a ella, sorprendentemente, me sentí bien. Hay ocasiones en las que quieres destacar, y otras en la que lo que más procede es dejarte llevar, fluir con la corriente, mimetizarte con el entorno.
               No estaba fuera de lugar allí. Incluso si no hubiera venido con Sabrae.
               -¡Ya era hora!-protestó una voz a mi costado, y Sabrae y yo nos giramos a la vez para encararnos con la chica que acababa de llamarnos la atención. Llevaba una sudadera morada sobre unos leggings negros, y un lado de la cabeza rapado al uno, mostrando una oreja cargada de pendientes que su pelo dorado no conseguía ocultar-. Ya pensábamos que no venías. Como Sherezade no está para traerte…
               -Mamá me trajo la primera vez-protestó Sabrae-, pero la acompañé todas las demás.
               La chica examinó con ojos críticos a su grupo, deteniéndose especialmente en Duna, demasiado joven para estar en un lugar como ése… salvo si no era sobre los hombros de un adulto. Porque, oh, había cantidad de niñas subidas a los hombros de sus padres. Quizá aquel fuera mi papel ese día: el de trono para una pequeña reina que no levantaba dos palmos del suelo.
               Contuve una sonrisa al pensar que esa definición se aplicaba tanto a Sabrae como a Duna.
               -Veo que no has podido dejar a Dunita en casa-murmuró, pero una cálida sonrisa traicionó su tono duro, extendiéndose por su boca cuando se acuclilló para darle un beso en la mejilla a la chiquilla.
               -Es mi deber estar aquí.
               -Así se habla, pequeña-la chica levantó la mano para que Duna se la chocara con un brinco, y la pequeña así lo hizo. Entonces, se incorporó y, por fin, clavó los ojos en mí-. Vaya. Te has traído a un machito. No sé por qué, no me sorprende. ¿Cuál es la excusa de éste?-arqueó una ceja, y aunque me estaba mirando a los ojos con un cierto desafío en la mirada, supe que no le interesaba lo más mínimo lo que yo pudiera decir o dejar de decir.
               -Oh, vamos, Nicole, no seas así, chica. Todo el mundo es bienvenido-Sabrae puso los ojos en blanco, y por fin, la tal Nicole clavó los ojos en ella.
               -Cuando me enteré de que Scott se iba a un concurso, me alegré al pensar que por fin iba a poder meterte en el bloque no mixto. Qué desperdicio que te hayas traído a otro que ocupe su lugar-suspiró.
               -Alec no está ocupando el lugar de nadie.
               -¡Mira cómo defiende a su machito!-se echó a reír, y yo puse los ojos en blanco.
               -Tengo nombre, ¿sabes tía?
               La susodicha clavó los ojos en mí.
               -Vaya con el machito herido. ¿Qué? ¿A que fastidia que no se molesten en aprenderse tu nombre porque no eres más que un trozo de carne? Seguro que eres el típico que llama a las chicas que acaba de conocer “nena”, “muñeca” o sucedáneos para no tener que aprenderte sus nombres, ¿a que sí?
               -Me sé los nombres de todas las tías lo suficientemente interesantes como para que se merecieran recordarme los suyos, guapa-escupí, fulminándola con la mirada de la misma manera que lo estaba haciendo Sabrae-. Pero descuida, que el tuyo tampoco me interesa a mí.
               -¿Por todas las tías lo suficientemente interesantes, quieres decir todas con las que has follado?
               -Vaya, pensaba que el feminismo iba sobre la liberación de la mujer, no sobre juzgarlas por qué hacían con su vida.
               -Cariño, si alguna chica ha decidido follar contigo, por supuesto que voy a juzgarla. Claramente, la pobre no tiene las prioridades bien ordenadas.
               -Perfecto, Nicole-escupió Sabrae, cogiéndome la mano con firmeza-. Júzgame todo lo que quieras, que ya tengo abogada. Y es la mejor del país. Luego te paso su número, para que te entiendas con ella.
               Nicole parpadeó, mirando nuestras manos unidas, el rostro de Sabrae, de nuevo las manos, el rostro de Sabrae, el mío, de nuevo las manos.
               -Yo… lo siento, Sabrae. Ya sabes que odio cuando nos vienen tíos en modo aliado simplemente porque quieren ligar.
               -Yo ya he ligado-respondí, y Nicole me miró.
               -Simplemente… bueno, me resulta raro no haberte visto nunca antes. Sabrae no es de las que consigue traerse a sus rollos de una noche a cambio de un polvo.
               -Te equivocas de calle con Alec, Nicole. De calle-Sabrae sacudió la cabeza.
               -Sí, si estoy aquí es porque me importa la causa—bueno, técnicamente no cierto desde el principio: si bien había venido por acompañarla, ahora que por fin estaba allí, y que Sabrae me había explicado la labor de su madre, entendía la importancia de lo que estaban haciendo, y que estar allí era un deber que tenía no sólo como hombre, sino también como persona—. Porque, por si no lo sabías, eso no funciona con Sabrae, eso ya para empezar. Pero si estoy aquí es, simplemente, porque no quiero que a otra mujer la maten, o al menos lo intenten, y menos con sus hijos delante, como casi le pasa a mi madre con mi padre.
               Nicole parpadeó, impresionada. Noté que las palabras ardían en mi boca conforme las iba escupiendo, pero no fue hasta que terminé la frase revelando mi mayor trauma, aquel del que me había costado tantísimo hablarle a Sabrae, que me di cuenta del alivio que sentía en ese fuego purificador. Ni siquiera me importaba que me estuviera dando una justificación perfecta para estar allí, porque no me importaba la opinión de esa chica: si Sabrae consideraba que estaba en mi sitio, me bastaba con eso. No. Lo que me importaba era la manera en que me había sacado un peso de encima y, a la vez, había encontrado una razón concreta por la que luchar: mi madre.
               A lo que teníamos que sumarle el hecho de que yo jamás jabría revelado el por qué de mi dolor en una situación como esa de no ser por el increíble trabajo que Sabrae estaba haciendo conmigo. Tanto Nicole, como las amigas de Sabrae y Shasha, tenían los ojos fijos en mí, impactados. La única que no estaba sorprendida era Duna, pero estaba seguro de que se debía más a que le interesaban los globos que flotaban en el aire que los problemas que yo llevaba acarreando desde mi más tierna infancia. Supe en ese instante que Sabrae no había soltado prenda de lo que me pasaba, y me di cuenta de que nuestra intimidad era tan importante para ella como para mí, hasta el punto de que no la compartía ni siquiera con su hermana o su mejor amiga, a quienes les contaba absolutamente todo. Y la quise un poco más.
                Claro que tampoco me dejaba opción a no quererla un poco más, porque el orgullo que destilaban sus ojos cuando levantó la vista para mirarme, sorprendida de que hubiera dado el paso de sincerarme ante una desconocida a la que no le debía ninguna explicación, y orgullosa de que hubiera encontrado la valentía para hacerlo, podría hacerle la competencia al mismo sol.
               -Vaya-tartamudeó Nicole, roja como un tomate-. Lo siento, yo… no sabía nada.
               -Ya. Es igual, supongo-me encogí de hombros-. Supongo que tenéis todo el derecho del mundo a estar quemadas, pero… oye. Algunos venimos de buen rollo.
               -Sí, lo sé. Especialmente, los que Sabrae nos trae-comentó, humillada, y Sabrae le sonrió y asintió con la cabeza-. Es que… estamos todos con los nervios a flor de piel, ya sabes. Nos jugamos mucho hoy.
               -Todo va a salir bien-intervino Shasha en tono tranquilizador-. Mamá se ha preparado este caso como ningún otro.
               -Y aunque no fuera así-añadió Sabrae-. Mamá es un hacha. No ha perdido nunca, y no va a hacerlo hoy. Cuanto más hay en juego, mejor juega ella.
               -Perdona todo lo que te he dicho. Me he comportado como una zorra.
               -No eres una zorra, eres combativa-respondí, riéndome, y la chica se unió a mí.
               -Me gusta este tío.
               -No eres la única-respondí, guiñándole un ojo a Sabrae, que me dio un puñetazo en el costado mientras yo me estrechaba la mano con la chica para sellar nuestra disculpa, lo cual pareció complacer a mi chica preferida en el mundo sobremanera. Sabía que se pondría de mi parte sin dudarlo, como ya había hecho tantas otras veces, pero nunca estaba de más evitarle una pelea que se pudiera evitar.
               -¿Tu hermana?-preguntó Sabrae después de que la chica se colocara las manos a la espalda y se  inclinara un poco hacia atrás, como una bailarina preparándose para salir a escena. No pude evitar recordar a Mimi, que se había ido a practicar para su audición en la Royal antes de que yo me fuera de casa, por lo que no había podido invitarla a venir. Me sonaba que el año pasado había ido con sus amigas, pero después de que Eleanor se marchara, Mimi se había concentrado en la danza para no pensar en el tiempo que tenía que pasar sin su mejor amiga cerca de ella. A ella también se le estaban haciendo cuesta  arriba esos días, y yo no estaba haciendo mucho por ayudarla, demasiado ocupado con la familia de la que ni siquiera era mi novia como para centrarme en cuidar de mi propia hermana.
               Cuando nos fuéramos, me pasaría por la pastelería de Pauline para cogerle unos bollitos de crema, a ver si así le compensaba tanto pasotismo.
               -En el puesto, como siempre-informó Nicole, girándose para encararse a una nueva oleada de personas que salían del metro, traídas seguramente del siguiente tren. A pesar de que no dejaba de manar gente de las entrañas de la ciudad, se notaba cuándo llegaba un nuevo tren y cuándo simplemente se iba descongestionando la estación. Shasha cogió a Duna de la mano y la apartó del flujo de gente, pegándose a nosotros para no perdernos; vi que las amigas de Sabrae se concentraban alrededor de una farola, así que empujé a las Malik suavemente en aquella dirección mientras Nicole se dedicaba a repartir panfletos con información de las ayudas contra la violencia dom… de género, me recordé a mí mismo.
               -Ven, Al-ronroneó Sabrae, tirando de mí en dirección al borde de la calle, donde había más concentración de gente, supuse que porque estaban dando una charla o algo así-. Te presentaré.
               Sabrae cogió con firmeza la mano de Duna que la mano de Shasha no estaba ocupando, y se encaminó directamente a ese tapón humano. No fue hasta que no estuvimos prácticamente encima cuando me di cuenta de lo que verdaderamente pasaba allí: se trataba de un puesto callejero consistente en varias mesas unidas con un mantel de tela blanca colocado sobre ellas, uniéndolas; y sobre el mantel reposaban pequeños montones de objetos cuyo único parecido era que compartían el mismo color: por supuesto, morado.
               -¡Taranee!-aulló Sabrae, levantando las manos y abriéndose paso entre la gente para ir a abrazar a una de las chicas que se encargaba de la venta. Tenía una pequeña cajita de latón frente a ella, de ésas que tienen una cerradura con llave para impedir que te roben, de la que no paraba de extraer y también meter dinero. La chica se volvió, con su tez olivácea brillando al sol, y su piel se contrajo cuando esbozó una sonrisa cálida como el día. Tenía el pelo teñido de color caoba cortado a la altura de la mandíbula, y una bandana lila, parecida a la que Sabrae llevaba anudada en el pelo, atada en el cuello.
               -¡Sabrae! ¡Creíamos que no te veríamos!-sonrió, abriendo los brazos y dejando que Sabrae saltara a su interior.
               -Nunca os fallo.
               -Lo sé, pero pensaba que irías a la cabecera, a ocupar el lugar de tu madre. Están en un receso, ¿has podido hablar con ella?
               -No suele llamarnos cuando están de descanso salvo que pase algo en casa, así que no. ¿Sabes algo? ¿Cómo va?
               -Creo que bien. Parecía contenta en las imágenes que salieron de ella.
               -Eso es buena señal. Mamá es exigente-sonrió Sabrae.
               -¡Lo es! Por eso es tan buena. Bueno, ¿cómo estáis? Oye, me he enterado de que Scott se os ha emancipado por un programa de la tele. Qué bien, ¿no? Aunque debéis echarlo mucho de menos.
               -Pues sí, la verdad. Se fue antes de ayer, pero se hace un poco duro. No estamos acostumbradas a no tenerlo en casa, aunque lo llevamos mejor al pensar que está haciendo algo que le gusta.
               -Seguro que le irá genial-Taranee miró a las amigas de Sabrae, agitando la mano en su dirección a modo de saludo. Las chicas repitieron el gesto y se acercaron al puesto, examinando los productos. Entonces, sus ojos se posaron en mí, y brillaron con una chispa de inteligencia.
               -Tara, quiero presentarte a alguien-dijo Sabrae, buscando mi mano entre la multitud para invitarme a que me acercara a ellas, y así lo hice. Me sorprendió ver que apenas le sacaba unos pocos centímetros a la chica cuando se irguió: encorvada como estaba para poder atender todas las peticiones que le hacía la gente de su alrededor, parecía poco más alta que Sabrae. Sin embargo, con la espalda recta, pasaba del metro ochenta-. Éste es Alec. Es mi compañero-anunció con orgullo, y yo me la quedé mirando, sin ser capaz de reaccionar. Por la forma en que lo había dicho, “compañero” bien podía significar “marido”: había tanta estabilidad, tantos planes de futuro, tantas emociones en aquella simple palabra mezclada con su tono, que se me formó un nudo en la garganta.
               Y volví a experimentar esa sensación de realización al pensar en mi voluntariado, y en saber que íbamos a sobrevivir a él, nos costara lo que nos costara… aunque yo estaba por la labor de renunciar a todo incluso sin que Sabrae me lo pidiera.
               -Al-ronroneó Sabrae, acariciándome el antebrazo mientras me miraba a los ojos-. Ésta es Taranee. Se ocupa de la logística.
               -Encantada-sonrió Taranee.
               -Igualmente.
               -Sabrae nunca nos ha traído a un compañero-le dio un codazo a la pequeña, guiñándole el ojo, y Sabrae se sonrojó.
               -Bueno, creo que nunca había venido, ¿no es así, Al?-asentí con la cabeza-. Así que me pareció que era buen momento para empezar.
               -Aunque tampoco es que sepa mucho del tema, por eso estamos aquí atrás-me rasqué la nuca e hice una mueca, a lo que Taranee respondió con otra sonrisa-. Claro que Sabrae hace lo posible por enseñarme, pero soy un poco complicado de amaestrar.
               -Es muy duro consigo mismo, ya le conocerás-confió Saab, acariciándome el brazo de un modo que me puso los pelos de punta. En el buen sentido de la palabra.
               -Ya, bueno, ¿aportáis para la causa?-Taranee nos miró con ojos de corderito degollado, señalando sus productos. Resultó que vendían de todo para la manifestación, desde pines hasta banderas, pasando por pulseras, silbatos o llaveros, todo con tal de recaudar fondos para las asociaciones de víctimas de la violencia de género. Yo estaba por la labor de soltar todo el dinero en el puesto, pero Sabrae me disuadió diciendo que probablemente necesitara el dinero para comprar bebidas frías más adelante.
               -Te dejamos, Taranee-Sabrae le guiñó un ojo mientras me empujaba hacia el flujo de gente, que poco a poco se hacía más denso-. No va a ser todo gastar dinero y demás. Hay que pegar algunos gritos.
               -Recuerda comprar el agua…
               -… en los puntos violeta, lo sé-Sabrae puso los ojos en blanco, agitó la mano en el aire y tiró de mí para meternos de lleno en el flujo de gente. Se puso detrás de Shasha y Duna, que ondeaba la bandera con furia, haciendo que los manifestantes guardaran una distancia prudencial con respecto a nosotros, lo cual resultaba bastante cómodo al no tener que ir preocupándonos de si empujábamos a alguien al andar. Las amigas de Sabrae empezaron a levantar sus pancartas y a gritar las consignas que marcaban chicas con megáfonos distribuidas por varios puntos de la calle, con la coordinación de un banco de peces unidos para impedir el ataque de un tiburón.
               Estaba a punto de coger la pancarta que Shasha llevaba bajo el brazo, y que aún no había podido levantar por ir demasiado pendiente de Duna, cuando yo le di un tirón de una trenza para llamar su atención. Sabrae me miró.
               -¿Estás bien?
               -Genial-ronroneé, apartándole la trenza del hombro y acariciándole el cuello. Sabrae abrió los ojos como platos y contuvo un jadeo: le encantaba que hiciera eso-. Te quería preguntar, antes de que te pongas en modo radical, qué ha sido eso de compañero.
               -¿No es lo que eres?-coqueteó, guiñándome el ojo-. Mi compañero-alargó la palabra de modo y manera que pareció extenderse por encima de las doce sílabas-. No podía llamarte “mi chico”. Está feo. Es posesivo, y…
               -Me gusta que me llames tu chico-respondí, encogiéndome de hombros. No era mentira, nada más lejos de la realidad: me encantaba cuando presumía de mí de la manera en que lo hacía cada vez que usaba esa palabra para definirme, cristalizando lo que teníamos en base a sólo invocarlo. Me relamí los labios, pensando en lo bien que le sentaría a ella que la llamara así cuando nos fuéramos a Mánchester, ansioso por ver cómo reaccionaba cuando la introdujera en mi mundo igual que ella me introducía ahora en el suyo. ¿Le gustaría tanto como me estaba gustando a mí, a pesar de ser algo tan distinto a lo que solíamos estar acostumbrados? Por Dios, esperaba que sí.
               -Y a mí llamártelo-coincidió ella-. Pero lo dejamos para la intimidad, ¿vale? Tengo una reputación que mantener.
               -Vale, compañera-ronroneé como un gatito, dándole un beso en el dorso de la mano. Sabrae se echó a reír, respondió poniéndose de puntillas para darme un beso en los labios, y volvió a reírse cuando yo la reprendí: estábamos clamando por los derechos de las mujeres, no de paseo y besuqueos. Se rió, se vio obligada a darme la razón, y entonces cogió la pancarta que Shasha llevaba bajo el brazo, la levantó en el aire y empezó a gritar con el resto de mujeres.
               No se me escapó la sonrisa orgullosa que esbozó cuando yo también empecé a gritar.
               ¡No están muertas, han sido asesinadas!
                ¡No estamos todas, faltan las asesinadas!
               ¡ANÓNIMO ES MUJER, ANÓNIMO ES MUJER, ANÓNIMO ES MUJER!
               ¡MACHIRULO MUERTO, ABONO PA’ MI HUERTO!
               A cada paso que dábamos, cada vez había menos y menos hombres, pero Sabrae sentía que su sitio estaba donde más se necesitaban voces. Sus amigas acababan de atravesar una línea invisible que yo no supe identificar, pero ante la que Sabrae y Shasha se detuvieron. Duna siguió tirando de la mano de su hermana, intentando continuar la marcha, quizá con la esperanza de  encontrarse con su madre al principio de la manifestación, donde se escuchaban gritos más fuertes y se ondeaba con más rabia las banderas.
               Sabrae bajó la pancarta un momento y se giró para mirarme.
               -Quiero seguir.
               -Vale.
               -Pero tú tienes que quedarte aquí, Al.
               -¿Por?
               -Estamos en el límite del bloque no mixto. En la cabecera, sólo puede haber mujeres-comentó, y por primera vez, lo hizo en tono de disculpa, como si realmente lamentara que no pudiera seguir con ella hasta el final. Intenté convencerme a mí mismo de que había ido todo lo lejos que podía, pero una parte de mí sentía una profunda intranquilidad viendo lo que se cocía y no estando al lado de Sabrae para cuidar de ella. No es que fueran a hacerle nada malo, pero… era tan pequeña, que podían empujarla por accidente y ni siquiera darse cuenta. Incluso con la pancarta, le costaría mucho hacerse distinguir entre la gente.
               Por primera vez, su estatura era algo que me preocupaba, en lugar de causarme ternura.
               -¿No hay otra solución?-pregunté de manera egoísta, y Sabrae se mordió el labio. De nuevo, se debatía entre lo que quería hacer y lo que consideraba correcto, pero ahora era todavía peor: al contrario de lo que había pasado la noche de mi cumpleaños, cuando le pregunté si quería que me quedara, las dos posturas estaban completamente enfrentadas. Sí, desde luego que lo quería,  pero no le parecía correcto.
               Ahora, sin embargo, la cosa cambiaba. Porque le parecía lo correcto seguir avanzando sola, se sentía necesaria… y, además, también quería seguir avanzando. Uno de sus días favoritos del año era el 8 de marzo por todo lo que implicaba en la lucha en la que ella más creía, y renunciar a eso justo ahora le dolería.  Sabrae había nacido para liderar manifestaciones, no para cederles el testigo a chicas menos preparadas que ella, sólo porque había cometido el error de traerse a su novio en funciones con ella.
               Por descontado, ni siquiera había una tercera opción en la que se hacía una excepción conmigo, y yo seguía avanzando. Para empezar, Sabrae ni se lo planteaba. Y yo ni siquiera me sentiría cómodo, sabiendo que podía exponerla a críticas que ella no se merecía.
               -Necesito que te quedes cuidando de Duna-me pidió, y ahí sí que me puse nervioso. Una cosa era que Sabrae se marchara con sus amigas, y otra muy distinta era que me pidiera hacerme cargo de su hermana pequeña. No me sentía preparado en absoluto. A pesar de que era hermano mayor yo también, había una diferencia abismal entre Mimi y Duna: la edad de ambas. A Mimi apenas le sacaba dos años; a Duna, sin embargo, le llevaba casi diez, con todo lo que eso implicaba. Quizá Mimi desafiara mi autoridad de vez en cuando, pero no me desobedecería en una circunstancia como ésa. Duna, en cambio…
               -Yo también me voy a quedar, Al, no te preocupes-me tranquilizó Shasha, pero yo no las tenía todas conmigo. No sólo me responsabilizaba de Duna, sino que para colmo ni siquiera podía cuidarla como se merecía la chiquilla, pues tendría la mente puesta en Sabrae.
               -Me quedaría más tranquilo si…-cállate, cabrón egoísta. Encima que te invita, no le robes su día. Sabrae era importante para toda esa gente. Podía notar cómo la miraban de reojo, cómo saludaba a las organizadoras de la que pasaba, demostrando que el hecho de que su madre no estuviera presente no impedía que hubiera representación de su familia. Sabrae estaba supliendo el papel de Sherezade, y había grandes expectativas depositadas en ella.
               Pero Sabrae no necesitó que terminara la frase para escuchar su final. Me quedaría más tranquilo… si estuviéramos juntos.
               -No te preocupes por mí, Al. No me pasará nada. Y Duna no podría estar en mejores manos que en las tuyas. No hay sitio en el que estemos más seguras que en una mani del 8m-me puso las manos en el rostro-, salvo uno.
               -¿Cuál?-pregunté, al borde de la histeria. Me llevaría a Duna allí y me moriría de preocupación esperando a que Sabrae regresara a ese bastión de seguridad.
               Sabrae sonrió.
               -Tus brazos-contestó, desarmándome por completo. Se puso de puntillas y le dio un suave beso a mis atónitos labios, cuyo dueño aún no se había acostumbrado del todo a que Sabrae siempre supiera qué decir.
               Sabrae me el rostro y llevó sus manos a una de las mías, en la que me anudó una de las pulseras de tela moradas que había comprado en el puesto de Taranee. Ahora, mi mano izquierda llevaba dos.
               -Así tengo una razón para ir a buscarte, y que me la devuelvas.
               -Ni se te ocurra torcerte un tobillo.
               -Que nooooooooooooooo, papááááááááááááááááá-se echó a reír, me dio otro piquito, recogió la pancarta de Shasha y echó a andar entre la gente, acompañada de sus amigas. Shasha se acercó a mí, ignorando las protestas de Duna, que quería seguir avanzando.
               -¡Quiero ir con las banderas!
               -¿Vamos un poco más para atrás?-sugirió Shasha-. Estaría bien encontrar un banco donde podamos sentar a Duna cuando se canse.
               -¡No me voy a cansar nunca!-clamó Duna, dando botes-. ¡ABAJO EL PATRIARCADO, QUE VA A CAER, QUE VA A CAER! ¡ARRIBA EL FEMINISMO, QUE VA A VENCER, QUE VA A VENCER!
               A mi corazón le costaba un triunfo seguir latiendo mientras intentaba distinguir la pancarta de Sabrae. Cuando ésta se hundió entre la gente, eché a andar en su dirección, convencido de que había gafado a mi chica y se había torcido un tobillo a escasos metros de mí. Shasha me enganchó de un brazo y tiró de mí hacia atrás.
               -¡Alec, déjala! ¡No puedes ir más allá! ¡Tienes que quedarte aquí! Ugh, qué tozudo eres… Sabrae y tú sois la misma persona…
               -¿Y si se ha…?
               Entonces, la pancarta de Sabrae emergió del mismo lugar, con un pañuelo lila atado en una esquina a la que acababan de hacerle un agujero. Un pañuelo que hacía las veces de identificador, para que yo la tuviera localizada en la distancia. La vi sonreír mientras saltaba, intentando ver mi expresión tranquilizada.
               -¿Ves?-instó Shasha-. No pasa nada. Ven, vamos atrás, necesitamos encontrar un sitio en el que podamos sentar a Duna…
               -Puede sentarse sobre mis hombros-respondí, clavado en el sitio. No iba a moverme de allí hasta que Sabrae…
               -¿Duna?-preguntó Shasha-. ¡DUNA!-chilló, tan alto que me heló la sangre. Me giré hacia el lugar en el que hasta hacía un segundo estaba la chiquilla, en la que ahora sólo había pares de piernas de todos los colores e indumentarias avanzando hacia el mismo lugar.
               Se me cayó el alma a los pies.
               -¡¡DUNA!!-bramó Shasha, desesperada, girando sobre sí misma en busca de la maldita bandera que hasta hacía nada estaba ondeando su hermana, pero aquello era un caos. Una pesadilla en toda regla. Me iba a dar algo. Enganché a Shasha del brazo y tiré de ella hacia atrás, buscando por todas partes con el corazón en un puño, llamando a Duna mientras Shasha temblaba como una hoja y sollozaba a mi lado.
               Era un mar de gente.
               Una puta tempestad de rostros.
               Una tempestad morada y lila en la que era imposible encontrar a una niña de ocho años.
               A no ser…
               -La app-gimió Shasha medio segundo antes que yo.
               -La app-comenté yo, volviéndome hacia ella, recordando que Duna había aceptado también mi petición para poder entrar en la sala de reuniones. Me saqué el móvil del bolsillo del pantalón (era un milagro que no me lo hubieran robado) y entré en la aplicación morada al mismo tiempo que Shasha. Los dos tocamos el avatar de Duna, el unicornio haciendo cabriolas sobre el sofá.
               Se nos heló la sangre en las venas cuando descubrimos que estaba exactamente en el mismo punto en que la habíamos perdido, al borde del bloque no mixto, donde Sabrae se había separado de nosotros. Regresamos a la carrera al lugar con el corazón en un puño, y nos la encontramos en el centro de un corro de chicas que no paraban de hacerle preguntas mientras Duna miraba en todas direcciones, completamente despreocupada, mientras lamía un polo de limón.
               Cuando por fin nos vio, parpadeó con inocencia.
               -¿Vosotros también queríais un helado? Se les han terminado los de fresa.
               -¡ME HAS DADO UN SUSTO DE MUERTE, DUNA!-bramé-. ¿CÓMO SE TE OCURRE…?-empecé, pero la bronca de Shasha fue más efectiva que la que yo pudiera echarle ni aunque estuviera diez años ensayándola. Shasha se abrió paso entre el círculo de gente, y le soltó un tortazo sin contemplaciones que hizo que la niña se tambaleara, y se le cayera el helado al suelo. Duna empezó a llorar.
               -¡QUIERO A MAMÁ!-berreó.
               -¡TE VAS A ENTERAR CUANDO LLEGUEMOS A CASA!-tronó Shasha, agarrándola de los hombros-. ¡ESTOY HARTA DE ESTA MANÍA TUYA DE IRTE SIN AVISAR! ¿QUÉ VAS A HACER SI SE TE LLEVAN, EH? ¿TIENES IDEA DEL DISGUSTO QUE SE LLEVARÍAN MAMÁ Y PAPÁ? ¿DEL DISGUSTO QUE NOS LLEVARÍAMOS SABRAE Y YO?
               -¡Hace mucho calor, y Alec no quería moverse!-sollozó.
               -¡ME DA IGUAL! ¡TE DIJIMOS QUE NO COGIERAS ESE PUÑETERO JERSEY, PERO TÚ ERES MÁS LISTA QUE NADIE Y SABES MÁS QUE PAPÁ, SABRAE Y YO JUNTOS, ¿VERDAD?!
               -¡¡Scott me habría prestado una camiseta!!
               -¡¡SCOTT NO ESTÁ!! ¡LA QUE MANDA SOY YO AHORA! ¡DAME ESA ESTÚPIDA BANDERA! ¡VAMOS, SEÑORITA! ¡SE TE HA TERMINADO EL CACHONDEO! ¡AHORA MISMO NOS VAMOS A LA COLA A ESPERAR A QUE VENGA SABRAE, Y VERÁS LA QUE TE ESPERA EN CASA CUANDO SE LO CONTEMOS A PAPÁ!
               -¡Eso, cuéntale a papá que eres mala y que me has pegado!
               -¡Después de lo que has hecho, se enfadará conmigo por haberte pegado sólo un tortazo! ¡Mueve el culo, Duna, o te vuelvo a dar para que espabiles!
               -Mala-escupió Duna, trotando hasta mí y cogiéndome la mano. Me dieron ganas de soltársela, porque sabía que para ella suponía un premio el contacto conmigo, pero sabía que sería peor el remedio que la enfermedad, de modo que la dejé estar. Shasha recogió la bandera y nos siguió a contracorriente; varias veces le dio con el palo de la bandera a Duna en el culo para que dejara de protestar porque iba demasiado rápido, aunque la pobre niña tenía razón.
               Es por eso que la subí sobre mis hombros, algo que le encantó. Shasha puso los ojos en blanco cuando Duna exhaló un sonoro “oooh” viendo el mundo desde mi perspectiva, y se sujetó a mi camiseta para no perdernos de vista.
               Cuando llegamos a un sitio no demasiado concurrido, bastante cerca del puesto de Taranee, nos sentamos en el bordillo. Duna tamborileó con los pies en el asfalto.
               -¿Puedo ir a comprar agua?
               -No.
               -Pero tengo sed.
               -Te aguantas, Duna.
               -Alec-suplicó la niña, mirándome con sus inmensos ojos.
               -No pienso perderte de vista. No, después de la que nos acabas de liar.
               -No me perderías de vista-respondió, juntando sus manos-. Siempre podrás verme. Porfa, Al. Porfi, porfi, porfi. Tengo mucha sed-me sonrió con inocencia, y yo la fulminé con la mirada.
               -Estoy súper disgustado y enfadado contigo, Duna.
               La niña se puso pálida. Se le llenaron los ojos de lágrimas y me preguntó con un hilo de voz:
               -¿Por qué?
               -No está bien que te escapes, y menos con tanta gente alrededor. Te podría haber pasado cualquier cosa. Podrías haberles hecho mucho daño a tus padres y a tus hermanos. Deberías pensar un poquito más en ellos. Ser traviesa está bien, e independiente, y todo lo que tú quieras, pero una cosa es ser traviesa y otra cosa es ser mala. Y tú has sido mala.
               Duna parpadeó, sorbió por la nariz, asintió con la cabeza y se sentó de nuevo en el bordillo, a mi lado. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y continuó con la mirada agachada, fija en un trocito de papel que las pisadas habían arrastrado hasta nosotros. Me dolía en el alma verla así, pero más me dolía el pensar cómo habría sido todo si Sabrae hubiera estado con nosotros. Seguro que le habría dado algo. Yo ni siquiera sabía cómo iba a contárselo para que no se preocupara: todo había quedado en un susto, pero me daba la impresión de que Duna podía desarrollar una malsana costumbre de coger y simplemente irse cuando algo no le gustaba, o cuando se encaprichaba con algo.
                Shasha, sin embargo, nos contemplaba a su hermana y a mí alternativamente con sorpresa, e incluso diría que una pizca de admiración que yo no lograba comprender. Tampoco es que hubiera dado argumentos sólidos para que la niña se sintiera mal o comprendiera la gravedad de lo que había hecho, pero supongo que le había impactado lo bastante como para replantearse su comportamiento. Desde luego, eso parecía por la manera en que había dejado que la llama que ardía en su interior, alimentando su entusiasmo, se apagara.
               Aunque eso de castigarla sin beber tampoco es que fuera muy humano, de modo que después de un rato en el que Duna no volvió a quejarse de ninguna forma, estudiando los pies que iban avanzando en la misma dirección en la que se había marchado su hermana mayor, me incorporé. Shasha y Duna me miraron, pero ninguna de las dos dijo nada, sino que se limitaron a estudiarme mientras yo atravesaba la calle y me plantaba ante un puesto de comida y bebida. Cogí un par de bocadillos y tres botellas de agua y regresé con las chicas, que no habían movido un músculo salvo por un pequeño detalle: Duna había vuelto a agachar la cabeza.
               -¿Me prometes que no lo volverás a hacer?-le pregunté a la chiquilla, que levantó la mirada, tremendamente afectada, y asintió mientras me estudiaba con unos ojos enrojecidos por el llanto. Las lágrimas aún se deslizaban por sus mejillas cuando le tendí el bocadillo, que cogió con gesto dubitativo. Le lancé el otro a Shasha y me senté de nuevo al costado de Duna, tanto para impedir que se escapara (algo me decía que no debía fiarme de su promesa) como para sentir que podía protegerla. El flujo de gente había aumentado desde que nos habíamos sentado, y lo único que impedía que pisaran a las chicas era yo, que abultaba mucho más que ellas.
               Se levantó un escándalo de palmadas y gritos de “¡aquí estamos las feministas!” del lado en el que la manifestación estaba en su apogeo. Taranee y el resto de mujeres del lugar se unieron a los cánticos, incluida Shasha. Duna, sin embargo, seguía peleándose con el envase de plástico de su bocadillo.
               -Trae-le pedí, tendiéndole la mano. Duna lo depositó con cautela sobre mi palma abierta y miró cómo lo desenvolvía, lo retiraba para que no se manchara las manos con la mayonesa (resultó ser un bocadillo de pollo empanado) y se lo tendía. Entonces, Duna cortó un cachito con sus pequeños deditos, y me tendió el resto a mí-. ¿No quieres más?
               -No.
               -¿Por qué?
               -Porque estoy disgustada-confesó, hundiendo la cabeza, y añadió, sin mirarme-. ¿Sigues enfadado conmigo?
               -Sí. Y yo también estoy disgustado, pero tienes que comer.
               -Come, Dundun-la instó Shasha, acariciándole la espalda. Duna sorbió por la nariz y dio un tímido bocado, que masticó durante más de un minuto antes de reunir el valor suficiente para tragarlo.
               -¿Se lo vas a contar a Sabrae?
               -Claro. Es tu hermana. No puedo no contárselo.
               -Se pondrá triste.
               -Pues espero que eso te haga reflexionar sobre tus actos, señorita-repliqué, devolviéndole el bocadillo, extendiendo las piernas y apoyándome en las manos, que había retirado tras mi espalda, ocupando más espacio del que me convenía para un sitio como aquel. El cemento estaba sucio, pero yo necesitaba pensar, y necesitaba expandirme para poder hacerlo con claridad.
               -¿Alec?-gimoteó Duna.
               -¿Mm?-inquirí sin mirarla.
               -Estoy muy arrepentida-me confesó, al borde de las lágrimas de nuevo. La miré.
               -No es a mí a quien tienes que pedir perdón. Pídeselo a tu hermana. También es responsable de ti, y no se habría perdonado que te hubiera pasado algo.
               -Lo siento mucho, Shash-sollozó Duna, abrazándose a su hermana y hundiendo la cara en su pecho. Shasha la rodeó con sus brazos y le dio un beso en la cabeza, diciendo que la perdonaba, con la condición de que jurara que no volvería a hacerlo, a lo que Duna accedió. Después, la pequeña se volvió hacia mí-. ¿Me perdonas?
               -Con una condición.
               -¿Cuál?-preguntó sin ningún tipo de esperanza, pero yo giré mi cara para ponerle mi mejilla a tiro, lo cual le arrancó una risa. Duna se inclinó hacia mí y me dio un beso en la mejilla, abrazándome del y manchándome de mayonesa el hombro-. Ups.
               -No te preocupes por eso, Dundun-la tranquilicé, acariciándole la cabeza y la espalda. Más tranquila, Duna regresó a su posición en el bordillo, pero esta vez, con las piernas dobladas, como si meditara, y comenzó a devorar el bocadillo con bocados inmensos. Me quedé mirando cómo daba buena cuenta de su tentempié, incapaz de apartar del todo los pensamientos que se me habían agolpado en la cabeza cuando la perdimos. Shasha me miraba de reojo de vez en cuando, segura de que estaba chalado, y de que en su familia habían salido perdiendo con el cambio-. Yo esto a tu hermana no se lo perdono-comenté en voz alta, imaginándome a Sabrae sujetando una inmensa pancarta mientras yo trataba de mantener a raya una crisis de ansiedad que me había ocasionado su puñetera hermana pequeña. Ahora entendía por qué Scott se quejaba tanto de ellas: a mí ya me habían robado 4 años de esperanza de vida en una tarde, así que si Scott llegaba a la mayoría de edad, sería un puto milagro.
               -¿El qué no le perdonas?
               -Que me haya dejando cuidando de tu hermana pequeña como si estuviera capacitado para llevar una guardería.
               -Bueno, la verdad es que Duna suele portarse mejor de lo que se ha portado hoy, aunque esto de escaparse no es algo inédito en ella-Shasha puso los ojos en blanco-. De todos modos… eres mayor de edad, Alec.
               -Sí, bueno, pero sólo llevo tres días ejerciendo-protesté-. Tampoco es una cosa en la que tenga una experiencia loca, ¿sabes?
               -Yo creo que lo has hecho bastante bien.
               -Muy bien-coincidió Duna.
               -Si tan bien lo estaba haciendo, ¿por qué decidiste escaparte?
               -Me apetecía un helado.
               -¿Y no podías simplemente pedirlo?
               -A mamá no le haría gracia que dependiera de un hombre.
               Shasha y yo parpadeamos mirando a la puñetera mocosa.
               -Duna, papá es quien te pone comida en la mesa y un techo bajo el que dormir-le recordó su hermana, y Duna la miró como si fuera boba.
               -Ya lo sé, tonta, pero papá no es un hombre. Papá es papá.
               Tuve que controlarme para no echarme a reír ante lo disparatado de su afirmación, aunque debía admitir que tenía una lógica aplastante. Que considerara a su padre un ser con una categoría aparte no dejaba de demostrar la relación tan sana en la que Duna había nacido, el hogar que todo niño merece: lleno de amor, sin ningún tipo de enfrentamiento u hostilidad a tan corta edad.
               Justo en ese momento, se levantó un extraño revuelo entre todos a nuestro alrededor. Me percaté de que los cánticos cesaban, y la gente se congregaba en pequeños grupos, como se quisieran formar sus propias células de micromanifestación. Miré en todas direcciones, observando que los rostros se iluminaban con una luz azul que me resultaba familiar: la luz de los móviles. A Shasha y Duna les sonó el móvil, y justo entonces, un grupo de cuatro chicas se abrió paso entre la multitud.
               -Ya hemos vuelto-anunció Sabrae, sonriente y agotada. Tenía las mejillas arreboladas las trenzas algo flojas, y mechones de pelo rebeldes se le habían escapado de las trenzas para quedársele pegados a la espalda. Me puse en pie como un resorte nada más verla, tremendamente aliviado de que todos mis temores se hubieran quedado dentro de mi cabeza. Ni siquiera tenía moratones de haber tenido que tolerar empujones, y jamás me había sentado tan bien equivocarme con algo como lo había hecho al preocuparme por Sabrae. Evidentemente, nadie le haría daño. Era tremendamente importante, incluso cuando la gente no estaba enamorada de ella como lo estaba yo.
               Sin embargo, no fui yo quien se reunió antes con ella, sino Duna, que se levantó de un brinco y se lanzó a las piernas de su hermana. Sabrae retrocedió un par de pasos, sorprendida por el gesto, ante el ímpetu de la pequeña.
               -¡Estoy muy arrepentida, Saab, quiero que lo sepas!-sollozó, hundiendo la cara en la tripa de Sabrae, que frunció el ceño.
               -Pero, ¿por qué?
               -¡Me marché sola!-confesó, y a Sabrae se le borró la sonrisa de la cara. Clavó los ojos en mí como si no pudiera verme, y entonces, yo caí en un minúsculo detalle que había pasado por alto durante toda la tarde, hasta ahora: si a Duna le pasaba algo, la culpa sería mía.
               Aunque, ¿qué capullo se preocuparía de lo que podría pensar Sabrae, o Shasha, o Zayn, o quien fuera, si Duna desaparecía? Lo preocupante sería lo que le habría pasado a ella, no lo que su familia me haría a mí.
               -Lo siento mucho, ¡mucho! No lo volveré a hacer más. Te lo prometo.
               -¿Cuándo ha sido eso?-preguntó Sabrae.
               -Nada más irte-contestó Shasha-. La perdí de vista un segundo, y…
               -La perdimos. Estaba demasiado ocupado haciendo el gilipollas, protestando porque quería ir a buscarte, como para preocuparme de Duna.
               Sabrae clavó los ojos de nuevo en su hermana, se arrodilló frente a ella y la estudió con una mirada furiosa.
               -¿Tienes idea de lo peligroso que es que te vayas por ahí sola? ¿De lo que pueden hacerte? ¡Hay muchísima gente mala en este mundo, Duna! ¡Me prometiste que te portarías bien!
               -¡Lo siento mucho! Quería un helado, y estaba el puesto ahí mismo, y… cuando me di la vuelta, Shasha y Alec se habían ido, así que los esperé en el mismo sitio, sin moverme, con el móvil guardado para no perderlo, como me enseñasteis.
               Sabrae suspiró, y nos miró a Shasha y a mí desde abajo… y, sorprendentemente, consiguió hacerme sentir minúsculo. Shasha se encogió.
               -Salimos corriendo a buscarla en cuanto nos dimos cuenta de que no estaba-expliqué-. Nos pusimos…
               -La culpa es mía-Sabrae se levantó, y le pasó la mano de Duna a Shasha para que la cogiera-. Debería haberme quedado atrás-miró hacia la cabecera-, en lugar de dejar que el orgullo...
               -Eh, nena, venga. Si alguien tiene la culpa de eso, soy yo. Si no me hubiera comportado como un crío caprichoso, Shasha no le habría quitado el ojo de encima a Duna, y la habríamos visto irse. O protestar porque quería un helado.
               -No vamos a volver a traerte, Duna-zanjó Sabrae.
               -¿POR QUÉ?-chilló, aterrorizada.
               -Porque lo digo yo, y punto. No quiero tener que preocuparme de si estás vigilada o no. Y Alec no tenía por qué haberse hecho cargo de ti. Eres mi responsabilidad, no la suya-le pasó a Shasha su pancarta y le pidió un sorbo de su botella de agua.
               -Duna también me importa.
               -No te he traído para que hagas de niñera, Al.
               -Lo sé, pero si yo no hubiera venido, podrías habértela llevado a la cabecera.
               -Mamá no la ha llevado jamás-confesó Sabrae, mordiéndose el labio.
               -Bueno, supongo que hay una primera vez para todo, ¿no? Seguro que tú también tuviste una primera vez.
               Sabrae me miró, y no pudo evitar sonreír.
               -Ni siquiera tenía un año la primera vez que estuve en la cabecera. Mamá me llevó atada al pecho-me reveló, y al imaginarme a una Sabrae de bebé en el centro de las protestas, dormitando apaciblemente sobre el pecho de su madre (porque Sabrae era capaz de dormir como un tronco cuando era pequeña), se me curaron todos los males.
               -Quizá la solución para el año que viene sea ataros a Duna a la espalda-comenté en tono dulce, pacificador, y Sabrae se rió, dejando que la tensión del momento se desvaneciera.
               -Mamá va a salir en breve-anunció-. Hemos venido a por vosotros. El límite del bloque mixto se ha movido un poco, así que puedes acercarte más a la acción.
               -¡Genial! Vamos, Duna, te llevaré en hombros para que no te escapes.
               -¡He prometido que no me escaparé!
               -¿No quieres ir a caballito?
               -Por Dios bendito, ¿qué tendrá que ver el filete con la rapidez?-Duna se echó las manos a la cabeza, y luego las levantó para que yo la aupara. Todos nos reímos.
               -Se dice “el tocino con la velocidad”, Dundun-Sabrae le acarició una pierna a su hermana, que estaba encantada de la vida, usándome de pedestal para la bandera que ondeaba con orgullo en lo alto de su cabeza. Avanzamos de nuevo hacia el epicentro de la manifestación, sorteando corros de gente inclinada sobre sus móviles.
               No fue hasta que se levantaron los murmullos, cinco minutos después de que llegáramos al límite de nuevo, cuando me percaté de lo que todo el mundo estaba esperando.
               Dejé a Duna en el suelo y me incliné sobre la pantalla del móvil de Shasha, en el que tenía puesto el canal de las noticias nacionales con un especial sobre las manifestaciones, en cuyo plano se enfocaban las escaleras del Tribunal Supremo…
               … escaleras por las que estaba descendiendo un grupo de mujeres, lideradas por dos de andares completamente distintos: mientras que la chica pelirroja parecía cansada y tímida, como si todo aquello la sobrepasara, la de al lado caminaba con la seguridad de una diosa.
               Sherezade.
               A la que empezaron a jalear nada más hacerle un primer plano de su sonrisa de suficiencia.
               Jamás había visto nada semejante, que idolatraran a una persona de aquella manera, como si fuera una profeta.
               -¡She-re-zade! ¡She-re-zade!-clamaba todo Londres, en las pantallas y en directo. Sabrae sonrió, se puso a dar brincos y a cantar con el resto de gente el nombre por el que jamás se dirigía a su madre mientras ella, su clienta y sus colegas avanzaban hacia la prensa.
               En cuanto Sherezade y la irlandesa llegaron a la línea de micrófonos, los clamores cesaron. Ni siquiera tuvo que levantar las manos para pedir silencio. Aquella mujer era más poderosa que Jesucristo. Jesucristo había tenido que hablarle a Lázaro para que éste resucitara; seguro que Sher ni siquiera necesitaba mirarlo.
               -Compañeras-proclamó de la misma manera que lo hacían los políticos en las películas que ensalzaban sus carreras. Parecía una emperatriz romana, la primera de la historia, consciente de que había logrado destruir el techo de cristal que oprimía a todas las mujeres-. Amigas. Hermanas-sonrió, mirando a sus compañeras de bufete, que se mantenían en un discreto segundo plano. Más tarde, Sabrae me explicaría que, en los casos más mediáticos, las tres socias acudían al juzgado juntas, para mostrarse apoyo, aunque sólo una de ellas fuera la que hablaba ante el tribunal-. Gracias a todas por venir esta noche. Ojalá pudiéramos estar con vosotras como todos estos años atrás, pero hay veces en los que la lucha se cambia de lado. Hay veces en que el mismo bando se divide en dos, y se mira frente a frente. Y hoy lo hacemos con orgullo y felicidad, hermanas. Qué día más hermoso para regalaros-los gritos empezaron entonces, y Sherezade sonrió, y tuvo que alzar la voz para hacerse oír entre el júbilo- el veredicto que entre todas hemos conseguido, y del que hemos sido las privilegiadas que han podido escucharlo primero. No importa lo que nos hagan, hermanas-les recordó a todas las mujeres, mirando en derredor, capturando cada rostro, transmitiéndole la importancia a cada niña-, ni lo lejos que estemos unas de las otras. Si hieren a una sola, sangramos todas. Y luchamos todas. Y ganamos todas.
               La chica que estaba al lado de Sherezade se echó a llorar, igual que tantas otras mujeres. Igual que Sabrae. Shasha tenía los ojos anejados en lágrimas; Duna sonreía tanto que su rostro parecía a punto de romperse.
               Sabrae se frotó los ojos con el dorso de la mano y jadeó a la vez que su madre:
               -¡Se va a caer!
               Y todo Londres, literalmente, explotó. Sherezade seguía sonriendo en las pantallas de los móviles mientras saltaba en minúsculos cuadrados azules una y mil veces mientras todas las londinenses celebraban lo que habían conseguido. Toda la ciudad empezó a clamar a coro “¡se va a caer, se va a caer, se va a caer!” con una certeza que yo consideraba a esas alturas innegable.
               Sabrae, aún emocionada, me cogió de la mano. Negó con la cabeza cuando sintió mi mirada posada sobre ella, como pidiéndome disculpas por llorar ante una victoria tan clara como gloriosa. Le di un beso en la sien, profundamente agradecido de que me hubiera traído con ella, de que me dejara disfrutar de esta parte de ella que sólo aparecía una vez al año, de que no hubiera creído que yo no querría verla, de que pusiera mi deseo de aprender por encima de mi escepticismo o mi lentitud al hacerlo.
               Se limpió con la mano izquierda las lágrimas, y yo me di cuenta de que me estaba cogiendo con su mano dominante. Los dos estábamos unidos por la parte de nuestro cuerpo que llevaba la voz cantante. Me dejaba disfrutar de esa esencia de guerrera de forma casi inconsciente, pero segura. No sé por qué, pero me entusiasmaba que la mano que se levantaba no fuera con la que escribía, porque esa estaba ocupada conmigo.
               No podía dejar de mirarla. Sabía que a mi alrededor se estaba haciendo historia, pero yo no podía dejar de mirarla a ella, el único hito histórico que me interesaba de verdad. Si no tuviera dentro esa hoguera, no sería la mujer de la que yo estaba enamorado, y a la que admiraba profundamente. Si no estallara como lo hacía, sería porque no tendría las razones que tenía ahora. Y yo las entendía, aunque en ocasiones pensara que iban un poco en mi contra. Las entendía, las respetaba, y las admiraba, porque las razones por las que Sabrae gritaba con las demás eran las mismas que la hacían ser Sabrae.
               Incluso me entregó su pancarta, en la que no me había fijado hasta ahora. Entendí por qué a sus hermanas les había gustado tanto: porque su lema, al contrario del de las demás, no se dirigía a un patriarcado hostil, sino a unas mujeres que compartían la misma relación entre ellas que la que tenían Shasha, Duna y Sabrae. No eres la princesa, eres el dragón. Que tu llama encienda nuestra revolución.
               Y a eso era, precisamente, lo que me supieron los labios de Sabrae cuando yo levanté la pancarta bien alto, aprovechando esa altura que la madre naturaleza le había negado a ella, para ayudar a transmitir su mensaje: a la sonrisa que le causaba la felicidad de saberlo. Saber que era parte de la revolución.  
               -Me alegro tantísimo de que hayas venido-susurró contra mi boca, sus labios acariciando los míos, y yo le aparté el pelo de la cara-. Muchísimas gracias.
               -¿Es broma? Gracias a ti por invitarme. Creo que pediré unos días del voluntariado para no perderme el del año que viene.
               Sabrae se rió, me besó de nuevo, y aquello me supo a gloria. Primero, porque me tranquilizaba saber que, si yo había encajado tan bien en su mundo, ella encajaría igual de bien en el mío; estábamos hechos el uno para el otro, así que no había posibilidad de fricciones.
               Y segundo, porque joder, era libre. Y no tiene mérito que te cante un pájaro que está enjaulado, o que florezca una flor que has cultivado: lo bonito es que lo hagan porque quieren, que te escojan de entre la multitud igual que Sabrae me había escogido a mí. Igual que un dragón escoge a su jinete. Igual que una revolución escoge a sus líderes.

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1 comentario:

  1. ME CAGO EN TU MADRE QUE HE LLORADO Y TODO CON EL CAPÍTULO.
    Me ha gustado un montón este capítulo, ver a Alec así, ver a Sabrae así, es buah.
    Empezar esta novela ahora y leer estos 100 y pico capítulos en poco tiempo debe ser una maravilla pero el llevar años con ella y ver el proceso por el que ha pasado Alec para llegar hasta aquí es una jodida maravilla.
    Deberíamos hacer mención especial por un lado a Duna que me hace descojonarme lo más grande y a lo PUTO ICÓNICA que es Sherezade Malik.
    Pd: ESTOY DESEANDO LEER EL SIGUIENTE CAP JO.

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