¿Por qué te cuento esto? Para que tengas paciencia. Aunque mi plan original era incluir toda la noche en este capítulo, se me ha ido un poco de las manos (como siempre), y tendremos que esperar un poco para ver a Scott en acción, y en consecuencia, a Sabralec siendo extremadamente domésticos. No obstante, tengo una "mala" noticia que darte: debido a que tengo un examen muy importante en dos semanas (el 4 de julio, concretamente), ~*no puedo garantizarte que haya un nuevo capítulo este fin de semana/la semana que viene (el domingo o el lunes)*~. Tengo que estudiar.
Eso me voy a decir cuando me pase por el forro este pequeño anuncio y me ponga a escribir como loca el fin de semana. No, pero en serio. Tengo que estudiar. No te asustes si no sabes de mí hasta dentro de dos semanas; no se me habrá acabado la inspiración ni habré abandonado la novela (créeme, estamos mejor que nunca y tengo más de 500 notas -literalmente-, así que esto va para largo). Simplemente estaré fingiendo que soy una estudiante responsable.
Dicho lo cual, no te doy más la turra. ¡Disfruta del capítulo!☺
-¿Sabrae Gugulethu Malik?
Reí
entre dientes, sintiendo cómo se me achinaban un poco más los ojos: tener a
Alec delante siempre hacía que mi mirada se encogiera un poco por culpa de la
sonrisa que su mera aparición me provocaba, pero incluso entonces, cuando
parecía mirarlo por entre mis pestañas, ponía más concentración en él que un
crítico de arte examinando una obra para determinar si se trataba del original
por el que su museo había pagado millones, o una copia muy bien lograda. Tiré
de los bordes de la chaqueta que llevaba puesta, envolviéndome con ella,
mientras mi sonrisa se curvaba un poco más al escuchar su tono profesional.
-Estoy
bastante segura de que he dejado vacío el campo del segundo nombre en el
formulario de envío-respondí, arqueando las cejas, pillándolo con las manos en
la masa. Alec, sin embargo, no titubeó, a pesar de que le había adelantado por
la izquierda: continuó con su tono profesional como si estuviera hablando con
una clienta cualquiera, con la que no se acostaba.
Claro
que, para ser justos, Alec sí que se había acostado con algunas clientas.
-En
Amazon estamos muy comprometidos con el servicio a los clientes-explicó,
tendiéndome el paquete que llevaba bajo el brazo con cuidado, a pesar de que no
tenía la indicación de que era mercancía frágil y bien me lo podría haber
lanzado, como me había pasado otras veces otras cosas-. Intentamos darles una
atención lo más personalizada posible.
-Qué
suerte la mía-comenté, colocándome el paquete debajo del brazo también y
esperando con una mano en la puerta, para impedir que se cerrara. Alec toqueteó
la pantalla de su móvil un par de segundos, y luego me lo tendió: el portal de
Amazon estaba completamente en blanco, así que levanté la vista y lo miré-. ¿No
te digo el número del carnet de identidad?
-Me
lo sé de memoria.
-Cinco
estrellas a la personalización-me burlé, haciendo el garabato de mi firma con
el dedo, apenas rozando la pantalla, como Alec me había explicado que debía
hacerse: cuanto más se apretara el dedo, peor procesaba la firma y más tiempo
llevaba.
-Si
es que soy un partidazo-Alec se encogió de hombros y puso los ojos en blanco,
esbozando una sonrisa bobalicona. Estaba a punto de guardarse el móvil en el
bolsillo cuando éste vibró, y frunció el ceño-. Ah, mierda. Te ha salido una
encuesta. ¿Quieres responderla?
-¿Me
queda otra opción?
-Sí-contestó,
y no pudo evitar esbozar esa sonrisa torcida que a mí me volvía loca-. Podrías
echarme otra firma certificando que te niegas para que yo pueda fichar como que
ya he terminado la jornada.
-Creo
que contestaré-respondí con altivez, levantando la barbilla.
-Por
supuesto-contestó Alec, toqueteando la pantalla de su móvil-, no vayas a hacer
algo que yo quiera que hagas, y eso siente precedente…
-¡Pero…!-protesté,
dándole un manotazo, al que respondió con un brinco.
-¡Au!
Agresión laboral. Podría denunciarte por eso, ¿sabes?
-Habla
con mi abogada.
-Bueno,
veamos, evidentemente estás
satisfecha con la petición extra que has hecho, porque te ha traído el paquete
el repartidor más guapo de Inglaterra, así que en eso hemos cumplido… Que por
cierto, bombón, la intención está muy bien, pero eso de que me consideres el
más guapo de Inglaterra y no de Europa…
-En
Europa vive Aron Piper.
Alec
me miró por debajo de sus cejas.
-Voy
a fingir que no tienes el gusto de una chica blanca de Milwaukee. ¿Estado del
paquete en el momento de la entrega, de 1 a 5?
-Cinco.
-¿Tramitación
del pedido?
-Cinco.
-¿Trato
con el repartidor?
-Cinco.
-¿Algún
comentario respecto al repartidor?
-¿Es
obligatorio?
-No.
-Entonces
no.
-Vale,
perfecto. Tiene un pollón…-musitó Alec por lo bajo, y yo me eché a reír-, folla
que te cagas… ¿algo que añadir? Si pones tres cosas, te suma un punto a tu
cuenta.
-¿Está
libre esta noche?
-Su
franja horaria va de 3 a 9.
-Entonces
pon que tiene una cita cuando termine su horario laboral.
-Perfecto-Alec
chasqueó la lengua-. ¿Velocidad de entrega del pedido?
Me
mordí el labio para no echarme a reír ante la maldad que acababa de
ocurrírseme.
-Cuatro.
Alec
tenía el dedo ya puesto sobre el cinco; es por eso que levantó la cabeza a
tanta velocidad que podría haberse ocasionado un latigazo cervical.
-Perdona,
¿qué has dicho? ¿Cómo que cuatro? El máximo es cinco.
-Eso
he dicho. Tienes margen de mejora, así que-sonreí, pagada de mí misma-, te doy
un cuatro.
Alec
se pasó la lengua por las muelas, mirándome de arriba abajo.
-Así
que tengo margen de mejora…
-A
veces tardas un poco, Al-arqueé las cejas con inocencia, como si fuera verdad
lo que estaba diciéndole. La semana pasada, cuando me había dado cuenta de que
me faltaba una cosa para llevar a Mánchester, había activado el extra de
“entrega en 2 horas”, sabiendo que me cobrarían un recargo, y a regañadientes
me había sentado a esperar a que otro repartidor, el que tenía mi zona
asignada, llamara a mi puerta en ese tiempo exacto, ni un minuto más, ni un
minuto menos.
Cuál
había sido mi sorpresa cuando, 45 minutos después, había sido Alec quien llamó
al timbre de mi casa y me entregó el paquete en cuestión.
-No
hace falta que pidas la entrega en dos horas-me dijo, antes de darme un beso en
los labios-. Siempre reviso si has pedido algo antes de irme, así que no pagues
más, que a nosotros no nos dan ningún extra.
Así
que dicho y hecho: no volvería a pedir nada con ese plus, pero sí avisaría a mi
chico, que no tenía ninguna obligación de traerme nada… pero al que sí le
pagaban un extra por liberar paquetes de otros repartidores de la que terminaba
su jornada. Además, como desde que Scott se había ido venía directamente a mi casa,
eran todo ventajas: aprovechaba el viaje y tenía un extra en el salario que yo
sabía que le venía de perlas.
Alec
se tocó la nariz en ese gesto tan típico de los chicos como él (es decir, los
seductores empedernidos), le sonrió al suelo mientras asentía, y cuando levantó
la cabeza, me miró con unos ojos oscuros, hambrientos.
-Me
cago en dios-susurró-, métete en casa y bájate las bragas, a ver si te parece
poco que te haga correrte en menos de 3 minutos. Que tenga mucho aguante no
quiere decir que sea lento.
-No
hagas promesas que no tienes pensado cumplir-ronroneé, enganchándolo del polo y
acercándolo a mí. Alec se dejó arrastrar con más entusiasmo del que debería, se
relamió los labios y toqueteó en su móvil.
-¿Otra
firma?
-¿Has
puesto las cuatro estrellas?
-Sí.
-Eres
tontísimo. Ponte el máximo y acaba de una vez. Me ha gustado esa sugerencia.
Debería cabrearte más a menudo-ronroneé, poniéndome de puntillas y lamiéndole
los labios con la punta de la lengua. A pesar de que apenas tenía tiempo para
tontear en la puerta de mi casa, pues hacía frío y para colmo estaba absorta
con las tareas culinarias, de repente todo había pasado a un segundo, o incluso
tercer plano. En el momento en que Alec entraba en escena, todo se difuminaba;
aún más cuando conseguía picarlo, y todavía más cuando tocaba esa fibra
sensible que tan desarrollada y vulnerable tenía, su ego tomaba el control y me
recordaba qué era lo que nos había unido al principio: el placer que sólo el
sexo con el otro podía proporcionarlos.
No es
que me disgustara cómo lo hacíamos: todo lo contrario, me encantaba sentir que
conectaba con él de una forma casi espiritual. Sin embargo, de vez en cuando,
no estaba de más volver a ese estado en el que simplemente follábamos, él me
provocaba a mí o yo le provocaba a él por el puro placer de anticipar lo mucho
que lo íbamos a gozar cuando estuviéramos solos, sin nadie que nos molestara.
Incluso
entonces, le conocía ya lo bastante bien como para saber que si me prometía
correrme con 3 minutos, lo conseguiría en 2 y medio. En otras cosas no, pero en
el sexo iba sobrado, y donde abundaba la experiencia y la atracción a veces ni
siquiera el tiempo era un problema.
Así
que sí, quería que entrara en casa, me tumbara boca arriba sobre el sofá, me
bajara los leggings y me quitara las bragas y me comiera el coño de esa forma
en la que sólo él sabía: puede que resultara poco práctico porque haría que me
temblaran las piernas tanto que no me sostendría en pie durante media hora,
pero… Dios mío, qué bien sabía usar la lengua. Ya estaba mojada sólo
pensándolo.
Claro
que parte de conseguir que terminara mucho antes de lo que se suponía que era
la media científica era, precisamente, hacer que me calentara hasta el punto de
ebullición, y terminara subiéndome por las paredes. Cosa que él no dudó en
hacer, aprovechándose de su estatura y la fuerza de su cuerpo dando un paso
atrás.
-Tsé-se
quejó, alzando las cejas y sacudiendo la cabeza como quien pilla a un niño
haciendo una trastada de no demasiada entidad, y no cree que un sermón sea lo
más adecuado, sino simplemente una leve reprimenda-. Eh. Que estoy trabajando.
-¿Me
acabas de hacer una cobra?
-Para
que veas lo que es-rió.
-Iba
a invitarte a pasar, pero he cambiado de idea. Pírate a tu casa,
Alec-refunfuñé, tirando de los bordes de la chaqueta con rabia-. ¿Has enviado
ya esa puñetera encuesta?
-Sí-rió,
bajando los escalones de mi porche en dirección a su moto, que ya ni siquiera
ronroneaba en la calle. Normalmente dejaba el vehículo al ralentí; decía que no
le compensaba arrancarlo y encenderlo cada vez que tenía que bajarse para hacer
una entrega, así que que la apagara era una señal inequívoca de que contaba con
quedarse en casa, como tantas otras veces.
Sólo
estábamos jugando.
Por
eso corrí para atravesar el porche y el camino de entrada, volando hacia él,
que caminaba como si realmente fuera a dejar que se marchara. Le quité el móvil
de las manos, toqué el botón que indicaba “fin de turno” y salté para darle un
largo beso en los labios, en el que saboreé su boca al completo: su lengua, sus
dientes… incluso su barba incipiente.
Me la
imaginé arañando la parte más sensible de mi cuerpo mientras mis gemidos
llenaban la casa, que esa noche estaría llena de gente demasiado pendiente de
un puñetero programa como para darse cuenta de que el grupo se había reducido
en dos personas, y había ruidos raros en la parte de arriba. Debería cortarme
el rollo pensar que no podría hacer todo el ruido que quisiera, pero saber que
podían pillarnos si esa noche hacíamos algo le daba muchísimo más morbo al
asunto; tanto, que incluso se me ponía la carne de gallina sólo de pensarlo.
Una
vez más agradecí que Alec pudiera leerme como un libro abierto y yo a él,
porque noté la manera en que sus besos cambiaron mientras respondía a los míos.
Además, notaba un bulto delicioso cerca de mi entrepierna. Uf, qué genial que
fuera un hombre y pudiera sentir, literalmente, el efecto que mi cuerpo tenía
en el suyo.
-¿Te
apetece pasar?-pregunté después de un último momento enrollándonos, intentando
recordarme a mí misma que tenía cosas que hacer, y muchas. No estaba la cosa
como para que me morreara con Alec en la calle.
Debíamos
ir dentro. Hacía frío. Y en casa, podríamos desnudarnos. En la calle, estaba un
poco feo. No es que yo no estuviera dispuesta, todo lo contrario, es sólo que…
había probado lo que era hacerlo con él en mi cama, y hacerlo con él en
cualquier otro sitio, siempre más incómodo, así que me quedaba con la comodidad
de mi lecho, siempre.
-¿Necesitas
preguntarlo?-replicó, riéndose y dejándome en el suelo. Me dio una palmadita en
el culo que me recordó a la manera en que me había follado en Mánchester,
mirándome a los ojos, agarrándome como si fuera su salvavidas en una tempestad,
y cómo me había tapado la boca mientras continuaba poseyéndome para que mis
gritos no despertaran burlas con sus amigos, con los que yo no tenía tanta
confianza como para saber manejar sus risas acerca de lo escandalosa que era.
-¿Necesitas
que te invite?-respondí, jugueteando con nuestras manos unidas, recordando la
deliciosa sensación de mis pechos en sus manos, frotándose contra sus
pectorales, su miembro invasor dentro de mí…
Sabrae, me recriminé, pero… jolín. No es
culpa mía que Alec sea guapísimo, que le quede tan bien el uniforme de trabajo,
que con la moto sea tan sexy, y que el casco le deje el pelo igual de
alborotado que cuando terminamos de follar.
-Voy
a guardar la moto en el garaje. Nos vemos dentro, bombón-me dio una palmada en
el culo y me guiñó el ojo, y yo tuve que recordarme que mi casa era el edificio
que tenía a mi espalda, y no sus pantalones. Por la forma en que sonreía,
estaba segura de que podía escuchar mis pensamientos en su cabeza, como si
estuviera gritando con la ayuda de un megáfono desde una azotea que quería que
me empotrara. Normalmente me afectaba mucho lo que me decía en cuanto al sexo;
a veces, bromeábamos con que éramos como cohetes, bengalas que salían
disparadas hacia el cielo dejando una estela de luz y llamas, pero lo mío en
aquel momento superaba con creces cualquier reacción anterior. Cualquiera diría
que no lo habíamos hecho el fin de semana, o incluso el mes anterior, ya
puestos, de tan revolucionada que me sentía por dentro.
Me
quedé mirando embobada cómo Alec le quitaba la pata a la moto e, ignorándome
deliberadamente, la empujaba por el camino que conducía al garaje, en la parte
trasera de la caza. Hasta que no lo perdí de vista no se rompió el hechizo y
pude volver en mí, dejando a un lado las ensoñaciones en las que atravesaba el
jardín a grandes zancadas y saltaba sobre él para hacer que se enterara de lo
que valía un peine.
Y, si dejar de ver a Alec había conseguido que
me tranquilizara, escuchar la llamada de Shasha desde el interior de la cocina
me devolvió de una patada a la realidad. Llevábamos allí metidas desde que
habíamos llegado del instituto, demasiado ocupadas por nuestra labor de
anfitrionas como para centrarnos siquiera en nuestros estudios (aunque yo había
sido previsora y ya había hecho los deberes con antelación para tener la tarde
libre, Shasha no había seguido mi ejemplo y planeaba ponerse al día con todo en
los anuncios del programa, cosa que yo dudaba que consiguiera debido al
alboroto que habría en la casa). Aquella noche era la primera en que se emitía
en directo The Talented Generation, el programa al que habían ido a participar
mi hermano y los demás. Como Tommy y Eleanor también estarían en la pequeña
pantalla, y Louis y Eri acudirían junto con mis padres a su encuentro para
poder charlar con ellos en los minutos que dejaba la productora después de cada
programa, me quedaba hacer de niñera durante la noche, cuidando tanto de Duna
como de Astrid y Dan. Era la primera vez que me quedaba al mando de la casa y
me responsabilizaba completamente de los tres niños, pues siempre que había hecho
de niñera en realidad había sido la segunda de abordo para Scott, o incluso a
veces la tercera o la cuarta, dependiendo de si estaban también Tommy y
Eleanor.
Les
había comentado a mis amigas que estaba un poco preocupada, porque éramos dos
contra tres (a pesar de que a Shasha le costaba obedecerme en situaciones
normales, contaba con ella al cien por cien para mantener a los niños a raya),
y Amoke había llegado a una conclusión a la que a mí me había dado miedo
enfrentarme.
-No
podrás con ellos.
Puede
que la sinceridad de mi mejor amiga en ocasiones me hiciera daño, pero aquel
momento no fue una de esas ocasiones, porque lo cierto es que una parte de mí
ya sabía a lo que se enfrentaba. Si a duras penas me costaba contener a Duna,
me sería imposible controlarla cuando Astrid hiciera acto de presencia; por
suerte o por desgracia, Dan era un elemento neutro, que en ocasiones se dejaba
arrastrar por las niñas, y en otras se resistía a ellas y se mostraba más
proclive a aceptar la autoridad de quien estuviera a su cargo. No en vano,
tenía 10 años frente a los 8 de las niñas, de modo que era un pelín más maduro.
Aunque, claro, también tenía que tener en cuenta el hecho de que a Dan se le
notaba muchísimo que llevaba
enamorado de Duna prácticamente desde que nació.
Yo ya
estaba al borde del colapso nervioso cuando Amoke pronunció aquellas palabras;
por eso me sonó como música celestial cuando sugirió que hiciéramos una fiesta
de pijamas en la que me ayudarían a cuidar de ellos.
-Nos
portaremos bien. Pediremos comida a domicilio, prepararemos dulces, y los
atiborraremos tanto que no podrán moverse del sitio.
-Es
un buen plan-había consentido Kendra.
-¿No
crees que el azúcar les dará un subidón que los haga más incontrolables?
-No,
si les dejamos comer tanto salado que apenas puedan con lo dulce-reflexionó
Momo.
-Yo
siempre tengo un buen hueco para el postre-respondí, preparándome para
torpedear su plan contando con que cualquier cosa que previéramos y que fuera
negativa se quedaría corta comparada con la noche que me esperaba.
-Sí,
pero si hambrienta puedes comerte una tarta entera, estando saciada no coges
más que un trocito. De eso se trata-Momo se había cruzado de brazos, pagada de
sí misma-. De atiborrarlos tanto que no puedan comer más que una cucharadita de
dulce y… ¡pum! Se duermen en el sofá y nos dejan ver el programa tranquilas.
-Tenemos
plan-anuncié, orgullosa.
-¿Invitarás
a Alec?-había preguntado Taïssa, y de repente Kendra y Momo me miraron con
aprensión. A pesar de que Alec se había convertido en parte titular del elenco
de nuestra amistad, especialmente en lo que se refería a las tardes de estudio,
en ocasiones a mis amigas les asustaba que no distinguiera los momentos en los
que debíamos estar solas, de los momentos de los que podía hacer partícipe a mi
chico.
Y, si
he de ser sincera, el corazón me dio un brinco en cuanto Taïssa pronunció su
nombre, pues así tenía una excusa perfecta para invitarlo. No es que la
necesitara, pero… nunca estaba de más.
Por
eso, cuando coincidimos esa misma tarde en que mis amigas y yo terminamos de
concretar los planes, le había soltado la pregunta a bocajarro, antes incluso
de que pudiera darme un beso a modo de saludo.
-¿Quieres
dormir en mi casa la noche del concurso?
Alec
se había quedado a cuadros; normalmente, yo no le hacía ascos a un beso suyo,
de modo que debía de tenerme tremendamente preocupada la dichosa nochecita, así
que su deber era estar conmigo. Lo había hecho genial la primera semana,
consiguiendo que la ausencia de Scott apenas me escociera y manteniendo a raya
esas mandíbulas que amenazaban con hacer jirones mi alma si me dejaban sola en
la habitación de mi hermano y a mí se me ocurría pensar más de dos segundos
seguidos que, ahora, la reina de la casa era yo.
-Ems… con “dormir”, ¿a qué te
refieres exactamente?-Alec había fruncido el ceño y me había cogido la mano. No
había sido hasta ese momento cuando cayó en la cuenta de que debería haberme
tenido en cuenta para sus planes para esa noche; después de todo, por mucho que
no fuéramos novios de manera oficial, yo me lo había llevado a una
manifestación del 8m y él me había llevado a un combate de boxeo, e incluso
había conocido a su abuela. Nuestra relación ya había pasado ese importantísimo
punto en el que el otro es un elemento incuestionable en los planes que vayan
surgiendo, hasta el punto en el que las invitaciones que se nos extendían ya no
eran un “Sabrae” o “Alec” a secas, sino “Sabrae +1”, “Alec +1”, o directamente
“Sabrae y Alec”, o “Alec y Sabrae”.
Por supuesto, a mí no me había molestado
en absoluto. Sabía que no lo hacía con mala intención, y bastaba con ver su
cara para saber que se arrepentía. Alec era nuevo en esto. Era normal que, al
principio, trastabillara.
-Bueno, había pensado que estaría
guay hacer una fiesta de pijamas o algo así con mis amigas. Ya sabes, para
pasárnoslo bien y, de paso, que me ayuden a cuidar de mis hermanitos
pequeños-Alec no pudo evitar sonreír cuando me escuchó decir “mis hermanitos
pequeños”, porque así sentía yo a Dan y Astrid, a pesar de que no compartiéramos
madre. Le recordaba muchísimo a Scott y Tommy, porque había adquirido esa
costumbre de ellos-. Será una noche importante-añadí en un tono un pelín más
intenso de lo que pretendía, aunque, en realidad, tenía razón.
Aquella era la primera noche de
la nueva vida de mi hermano… y también la última noche en que Scott era
simplemente Scott. En el momento en que apareciera en el escenario, mi hermano
se esfumaría, pasando a un discreto segundo plano, y Scott Malik, el integrante
de Chasing the stars, ocuparía la primera plana de todos los periódicos.
-Y deberíamos pasarla
juntos-coincidió Alec, asintiendo con la cabeza, una sonrisa tierna en su boca.
Había seguido el hilo de mis pensamientos mejor incluso que si los hubiera
expresado en voz alta. Ésa era una de las cosas que más me gustaba de estar con
él: bastaba con mirarnos para decírnoslo todo. No era necesaria una retahíla
exponiendo nuestros argumentos: una palabra era más que suficiente para saber
exactamente qué pensaba el otro.
Además, él también estaba pasando
por lo mismo que yo. En cierto sentido, también había perdido a un hermano. En
cierto sentido, Alec también acusaría el desvanecimiento, aunque temporal, de
su amigo. Scott para mí era un hermano mayor; para Alec, un gran amigo, una parte
tan importante de su vida que, de no existir él, no sólo no me tendría, sino
que tampoco se tendría a sí mismo.
Igual que yo era Sabrae Malik porque Scott era
Scott Malik, Alec era Alec Whitelaw porque Scott era Scott Malik. Scott no era
la cruz de cuya moneda Alec o yo éramos la cara, sino una de las caras de un
complicadísimo poliedro que lo requería para poder existir. No había cubos de
cinco caras; siempre hacían falta seis.
De lo contrario, no era algo
perfecto.
-Verás…-se mordisqueó la cara interna
de la mejilla, intentando resolver un cubo de Rubik complicadísimo con la ayuda
exclusiva de su cerebro-. Lo cierto es que los chicos y yo no tenemos nada
cerrado, pero ya habíamos hablado sobre hacer algo esa noche… algo a lo que,
por supuesto, estarías más que invitada. Habíamos pensado… no sé, comida
basura, cervezas, sofá… lo típico, ya sabes-se encogió de hombros, y yo asentí
con la cabeza-. Por supuesto, estás invitadísima. De hecho, estáis
invitadísimas todas-Alec miró a Taïssa, que caminaba al compás de Jordan,
enseñándole una pulsera que se había hecho con unas gomitas que le habían
traído sus primos pequeños del sur y que se había pasado el fin de semana
entretejiendo. Era preciosa-. Ya sabes que en mi sofá cabe un ejército.
-Pero es que yo me tengo que
encargar de los niños-repliqué-. Ya sabes cómo se pone Duna contigo, así que
imagínate si la llevamos a tu casa. Se volverá loca. Tendríamos que cerrar a
cal y canto todas las puertas, para que no se escapara a correr desnuda por el
jardín, o algo así. Además, se supone que tengo que acostarlos.
-Tenemos-me corrigió,
pellizcándome la barbilla y guiñándome un ojo, y yo sonreí. Me hundí en
esos ojos color chocolate un instante, disfrutando de la increíble sensación de
saber asegurado el futuro que deseaba con él por el mero hecho de que él
también lo quería, y ambos éramos tercos como mulas, así que nada se
interpondría entre nosotros salvo, quizá, nosotros mismos. Lo único que podía
salvar a la eternidad de tener que soportarnos era que uno de los dos se
alejara del otro, pero había un minúsculo inconveniente a ese plan maestro: nos
habíamos prometido que no lo haríamos. Y si Alec no pensaba romper una promesa
así conmigo, menos pensaba hacerlo yo con él. Con él, no. Él era el único al
que yo no dejaría marchar jamás, porque era el único que Dios había puesto en
la tierra para que me acompañara a cada paso que daba.
Scott
se habría independizado, pero Alec se independizaría conmigo.
Mi
chico bufó, sintiendo que me desnudaba espiritualmente ante él, y él hacía lo
propio incluso aunque no quisiera (que sí quería). Se pasó una mano por el
pelo, negó con la cabeza, rompiendo el contacto visual, y jadeó:
-A la
mierda. Sabes que no puedo decirte que no a nada. Iré a tu casa-me prometió,
con esa sonrisa torcida suya, la sonrisa de Fuckboy® que hacía que me
derritiera por dentro-, aunque eso me convierta en todo lo que decía odiar
antes: un tío que vive por y para su novia, hasta el punto de dejar colgados a
sus amigos por ella.
-Si
te sirve de consuelo…
-Oh,
sí, se me olvidaba-puso los ojos en blanco y dio una palmada-. ¡No somos
novios!
-En
realidad, iba a decirte que podías decirles a tus amigos que se vinieran-me
mordí la lengua al sonreír mientras se la sacaba, y Alec se echó a reír.
-Carta
en la mesa, pesa-sentenció-. Ya veremos si los invitas a venir la semana que
viene.
Después
de la intensísima sesión de entrenamiento que habíamos tenido en el gimnasio
(Alec se tomaba súper en serio su labor como entrenador personal, porque no
sólo me ayudaba a mejorar sino que le brindaba una oportunidad perfecta para
manosearme todo lo que se le antojara) y de una deliciosa ducha con agua tibia
en la que no dejamos de enrollarnos, al llegar a casa me encontré con que me
habían añadido a un nuevo grupo del que Alec era el creador. Rápidamente
agregué a mis amigas, que saludaron con un montón de emoticonos y se entregaron
al 110% a la dificilísima tarea de organizar a once personas para una noche de
macrofiestón de pijamas.
Y lo
mejor de todo fue ver cómo Alec, que solía dejarse llevar por la corriente, no
ofreciendo planes pero tampoco interponiendo obstáculos, tomaba parte activa en
las tareas de negociación. Era complicado resumir cientos de mensajes y
casarlos todos, pero Alec lo consiguió en tiempo récord, fijando un mensaje con
una lista en el grupo, al que había llamado 🌟CTS SQUAD🌟, en el que resumía de qué nos
encargaríamos cada uno. A petición mía y después de un intensísimo debate con
Logan, amén de la posición privilegiada que me daba acostarme con el creador
del grupo, conseguí que la labor de repostería fuera para mí, por mucho que
todos dijeran que yo bastante hacía poniendo la casa y todo lo demás.
-Sí, sí, sí, sí, Sabrae, todo eso
está muy bien, viva el azúcar y todo ese rollo, pero, A LO IMPORTANTE, ¿QUIÉN
COMPRA EL ALCOHOL?-había zanjado el asunto mi chico cuando notó que se me
empezaba a ir de las manos el entusiasmo defendiendo mi posición de pastelera
oficial del escuadrón.
Así que ahí estábamos mi hermana
y yo, afanándonos en hornear bizcochos, tartas y pastelitos para un ejército
hambriento al que tenía pensado conquistar con el estómago, cuando Alec llamó a
mi puerta desconcentrándome al instante.
Regresé a la cocina toqueteándome
las trenzas, asegurándome de que no había ningún mechón de pelo fuera que no se
hubiera escapado durante la pausa en mi cocinado y que pudiera hacer que mi
hermana me tomara el pelo con cómo me había tomado mi tiempo para regresar a
los fogones.
Como si supiera exactamente lo
que había estado haciendo, Shasha se giró para mirarme de arriba abajo en busca
de pistas que utilizar para tomarme el pelo. Papá, por su parte, mordisqueaba
con cierto aburrimiento una de las manzanas que habíamos dejado sobre la isla
de la cocina para preparar la mermelada con la que decoraríamos la parte
superior de las tartas de queso que tenía pensado hacer. Ignorando a Shasha, me
incliné hacia el horno para ver qué tal subía el bizcocho de chocolate, en cuya
superficie esponjosa se depositaban las esperanzas de mi padre de poder comer algo. El pobre estaba tan nervioso que a
duras penas conseguía que no le temblaran las manos; a Shasha y a mí nos había
costado lo suyo de que lo mejor sería que no tomara parte en la pela de
manzanas, porque podría cortarse. Sólo cuando le dijimos que Scott se
preocuparía y me llamaría para reñirme por lo mal que lo estaba cuidando al ver
los cortes en sus manos accedió a dejar el cuchillo sobre la superficie de
mármol. Donde no había hecho mella la preocupación por su imagen, el amor
filial había movido montañas.
Dejé el paquete sobre la isla y
me incliné para ver qué al iba Shasha troceando las manzanas.
-¿Qué es eso?
-Métete en tus cosas.
-¿Un consolador?-Shasha sonrió,
segura de que conseguiría sacarme los colores. Papá, sin embargo, estaba a su
bola, mirando su móvil con la concentración de un budista recitando sus
oraciones.
-Sí, para ti. Me da miedo que
nuestra relación se resienta por la envidia que me tienes-acusé, y Shasha se
puso colorada de rabia, se giró para comprobar que papá no miraba, y me arañó
el brazo-. ¡AY! ¡PAPÁ!
-No os peleéis, niñas-suspiró,
cansado. El tiempo sin Scott había hecho tanta mella en él que se le notaba sin
energías.
De todos en casa, papá era, de
lejos, el que más había acusado la ausencia de mi hermano. Supongo que se debía
a que había un tremendo desequilibrio hormonal en casa: papá era incapaz de
generar testosterona suficiente como para combatir la cantidad de estrógenos
que mamá, Shasha y yo insuflábamos en el ambiente. Tres contra uno era una
lucha tremendamente desigualada, amén de la puñetera ansiedad que le asaltaba
cuando menos se lo esperaba. En todo lo que llevaba de vida, papá había tenido,
a lo sumo, 3 ataques de ansiedad en los que yo hubiera tenido que consolarle
porque mamá no estaba en casa. Él era el primero que no quería que lo viéramos
ahogándose con el aire de sus pulmones, pero había veces en que era inevitable
que tomáramos cartas en el asunto.
Sin embargo, durante esa semana,
papá había llegado a encadenar 5. Uno incluso había sido en el instituto,
aunque por suerte no había sido durante ninguna clase, sino en la sala de
profesores, de manera que no fue tan intenso como lo eran los que tenía delante
de nosotras. Papá se odiaba por preocuparnos, pero tenía un veneno dentro que
ahora se hacía más poderoso, como si se estuviera sometiendo a ebullición
constante y papá no fuera capaz de mantenerlo a raya, debajo de la tapa de la
olla a presión en la que su ansiedad se resguardaba. No dejaba de pensar en si
Scott estaría bien, pues no parecía creerse que a mi hermano le fuera tan
genial como nos aseguraba cada vez que hablábamos con él, una vez al día;
estaba convencido de que Scott nos mentía para no preocuparnos, y aquello era
lo último que tenía que hacer, según él.
Por mucho que intentara no
compararse con su hijo, papá era plenamente consciente de cuándo y por qué
habían empezado sus problemas con la ansiedad, cuándo se había ido su vida
momentáneamente a la mierda, cuándo había tocado fondo… y no quería que eso le
pasara a Scott. Por encima de su cadáver. Por eso, se agobiaba cada vez que
pensaba en él. ¿Estaría bien? ¿Le estaría gustando lo que tenía que hacer? ¿Le
estarían presionando para que cantaran algo suyo? ¿Le terminarían machacando
tanto que terminaría accediendo a cantar una canción de papá, música que Scott detestaba por encima de todas las cosas?
¿Le molestaría lo mucho que iban a compararlo con él? Scott odiaba que le
dijeran que era idéntico a papá, pero es que era la realidad.
Además, Scott no es que besara el
suelo que papá pisaba, precisamente. Los últimos años, había pasado de adorarlo
a quererlo, y de quererlo, a simplemente tolerarlo. ¿Y si le presionaban tanto
para que siguiera sus pasos que terminara renegando de todo, odiándole y
destruyendo lo que a papá más le importaba, nuestra familia? Mamá no dejaba de
repetirle que eso no pasaría nunca, que Scott le quería por encima de todas las
cosas, que jamás nos daría la espalda, ni a él ni al resto, y que se
enorgullecía de ser un Malik.
Papá la había mirado y le había
dicho algo que le rompió el corazón, entre hipidos, jadeos, náuseas y
temblores, las lágrimas corriéndole por las mejillas y el pulso al triple de la
velocidad normal.
-Si a Scott le gusta ser un Malik
es porque lo eres tú, Sherezade.
Ya no es que echara de menos a su
hijo, es que estaba convencido de que éste le odiaba. Se había convencido a sí
mismo de que Scott no le miraba como miraba a mamá, y le aterrorizaba pensar
que, mientras él lo pasaba mal porque la casa estaba tremendamente vacía sin
él, Scott no perdería el tiempo en no regresar cuando le dieran la oportunidad,
siendo su apariencia física lo único que compartían.
Caminé con paso ligero hacia
papá, le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso en la sien.
-Zaddy-ronroneé, y él sonrió con tristeza. Me fijé en que estaba
metido en el perfil de Instagram de Scott, mirando cada una de sus fotos,
escudriñándolas como si pretendiera encontrar algo que fuera a devolverle a su
hijo. Me dolía en el alma verlo así, porque estaba convencida de que, cuando tu
cerebro te dice que el mundo está a oscuras, ni mirando directamente al sol
consigues ver otra cosa que no sean tinieblas. Cuando la negrura está en tu
cabeza, no hay manera de hallar la luz. Y papá estaba en ese punto en el que
pensaba que Scott le odiaba, no le perdonaría por lo que le había hecho…
engendrarlo, simplemente.
Y yo no tenía manera de hacerle
procesar que lo último que me había pedido mi hermano antes de irse era que
cuidara de él… sólo esperaba que Scott tuviera una buena noche y no fuera borde
ni un ápice, o papá se hundiría.
-¿Seguro que no quieres ir tú? Yo
puedo quedarme. Ya sabes que los focos…-comentó, deseando que le dijera que sí,
porque le aterrorizaba la frialdad que podía encontrarse en mi hermano, y a la
vez suplicándome que le dijera que no, porque el odio de su hijo era mejor que
echarlo de menos de la forma en que lo hacía. Negué con la cabeza.
-Tendrás que dejar a mamá
embarazada otra vez-sonreí, toqueteándole el pelo. Me felicité a mí misma
cuando le vi levantar involuntariamente las comisuras de la boca, acusando mi
broma. Cuando yo había llegado al mundo, papá estaba terminando el disco en el
que metió la canción que llevaba mi nombre, y descubrió que no podía irse de
gira y dejarme atrás, ni siquiera durante unas semanas. Lo mismo se había
repetido con Shasha y con Duna, pero sus fans le habían perdonado: les daba
material suficiente para morirse de amor a base de fotos ejerciendo de padre
como para poder enfadarse con él por haberlas abandonado en sus casas. Y aquello
se había convertido en una broma recurrente entre sus fans y nuestra familia:
cada vez que papá preparaba algo gordo, bromeaba con que no podía prometer
nada, porque igual mamá se quedaba embarazada y tenía que cancelarlo todo. Sus
admiradores, por supuesto, le adoraban lo suficiente como para reírle todas las
gracias, incluso ésa-. Además… tú tienes la voz de la experiencia, y Scott la
necesita.
-Espero que le salga todo
perfecto. Se merece llegar hasta el final-suspiró, angustiado, y yo le tomé de
la mandíbula y le hice mirarlo.
-Papá… en Inglaterra no hay
muchos ciegos, que digamos. Aunque se subiera al escenario y se dedicara a
tirarse pedos, estoy segura de que sólo por su cara bonita nos las apañaríamos
para darle un Brit.
-Y adivina de quién ha sacado la
cara, papi-ronroneó a su vez Shasha, abrazándose a su espalda. Papá puso los
ojos en blanco.
-¿De vuestra madre?-preguntó con
inocencia, sonriendo un poco más. Duna se lanzó sobre sus rodillas.
-¡Nooooo!-baló, ofendida, y papá
se echó a reír, le dio un beso en la frente y bloqueó su teléfono, un poco más
animado. Alargó la mano para ocuparse de cascar las nueces para los brownies
que iba a hornear tras el bizcocho, y de esa guisa nos encontró Alec.
-Reunión familiar-canturreó mi
chico-. ¿Interrumpo? ¿Os dejo solos?
-Eres tontísimo-me reí, negando
con la cabeza y volviendo a mis tareas.
-Hombre, chaval-celebró papá, más
sonriente aún. Era increíble el cambiazo que había pegado de actitud con
respecto a Alec por el mero hecho de que éste se había volcado en animarnos-.
Ya estás aquí.
Lo dijo como quien llega de
trabajar y se encuentra a su perrito meneando el rabo con entusiasmo después de
una larguísima mañana separados… o, directamente, como si fuera el
perrito. Incluso esbozó una sonrisa
radiante que encontró su eco en la de Alec.
Algo que, sorprendentemente, nos
había venido bien de la marcha de Scott, era la necesidad que tenía Alec de
asegurarse de que estuviéramos bien. Entendía que, por extensión, tenía que
preocuparse también por mi familia, sabedor de que yo no podría estar
completamente feliz si las cosas en mi casa no iban como la seda. Así que el
primer día que vino a casa, yo creía que lo que quería era hacerme compañía,
asegurarse de que no iba a hundirme en los silencios que normalmente Scott
llenaba con su consola o con su voz, hablando por teléfono con Tommy o viendo
una serie con su mejor amigo mientras los demás seguíamos con nuestras vidas.
Pero cuando me di cuenta de que
prefería los planes caseros en lugar de salir por ahí a dar una vuelta cuando
yo se lo ofrecía, en parte con ganas de que me dijera que sí y en parte
deseando que se negara con educación, pude adivinar a qué se debía: yo no era
la única que necesitaba de su presencia. Duna era la segunda que más tiempo pasaba
con él, aunque yo lo había achacado a su enamoramiento con mi chico. Shasha,
sin embargo, había empezado a salir más de su habitación y a quedarse sentada
en el sofá, a una prudente distancia de nosotros mientras veíamos una película,
y a mirarnos de vez en cuando (a mirarle a él)
como si quisiera asegurarse de que no nos habíamos ido y podía seguir
tranquila. Incluso mamá apreciaba que estuviera en casa.
Lo de papá estaba, sin embargo, a
otro nivel. Al principio había puesto mala cara (como cada vez que Alec
aparecía, aunque no podía evitarlo) porque veía su posición de mi persona
favorita en la casa amenazada. Sin embargo, cuando Alec empezó a tantear el
terreno con él, se encontró con cancha amplia, pudiendo incluso sentarse juntos
a ver un partido y comentarlo mientras compartían unas cervezas. En cierta
manera, Alec estaba supliendo el papel de Scott, ése que mi hermano había
dejado de ejercer tan a menudo hacía años, y que había abandonado
definitivamente el día que se marchó. Papá necesitaba un hijo, pues se había
convertido en padre con un varón, no con una niña, y Alec estaba cumpliendo ese
papel. Y, a juzgar por la manera en que su relación había evolucionado en menos
de una semana, diría que lo estaba haciendo genial. Incluso mejor que Scott,
aunque estuviera mal que lo dijera.
-¿Qué hacemos, familia?
-Te he dejado unas nueces para
que las casques-informé, y Alec tomó asiento a mi lado-. Vamos a hacer brownies.
-Ñam. Planazo familiar-comentó,
tomando asiento al lado de mi padre y cogiendo un puñado de nueces del cuenco
que había dejado apartado para él. Automáticamente, Duna se bajó de su
taburete, rodeó la mesa y escaló hasta sentarse sobre la rodilla de Alec-.
Vaya, por fin alguien de esta familia se interesa por acercarse a mí-soltó con
ironía, y sentí su mirada abrasadora clavada sobre mí.
-Eres un victimista.
-Me siento abandonado, Sabrae.
-¿Qué tal por el centro? ¿Mucho
curro?-preguntó papá, evitando que empezáramos a pelearnos. No es que le
produjera ansiedad ni nada de eso, pero le gustaba tener la fiesta en paz.
Cuanto más relajado estuviera el ambiente y menos lugar a malentendidos
hubiera, mejor.
-Lo de siempre. Siguen en obras
en una esquina de Hyde Park, lo cual es un puto coñazo-Alec puso los ojos en
blanco.
-Pero, ¡si sólo están cambiando
el pavimento!
-Ya ves-Alec volvió a poner los
ojos en blanco, y se levantó automáticamente cuando yo me estiré para alcanzar
un bol de las alacenas superiores-. No sé a qué cojones esperan. En cuanto
empiece la primavera, no va a haber quién se aguante con el calor de entre los
edificios.
-Alec, para la primavera queda
menos de una semana-le recordé yo.
-Pues por eso.
-¿No entra en abril?-Shasha
frunció el ceño.
-No, tonta. Son cuatro los meses
del año en que se cambia la estación-canturreó Duna-. Junio, septiembre,
diciembre y marzo.
-Eso no rima, Dundun-rió papá.
-Es que estoy intentando hacer
con él un haiku. ¿Me ayudas, papi?
Papá cogió a Duna del suelo y la
sentó sobre su regazo, donde se centró en sacar los trocitos más pequeños de
las cáscaras de nueces mientras papá continuaba abriéndolos.
-Oye, ¿y Sher?
-Haciendo yoga.
-Te parecerá bonito,
Sherezade-comentó Alec, levantando la voz-. Dejar que tu familia se ocupe de la
cena mientras tú te dedicas a hacer posturitas.
-Yo pongo la comida sobre la
mesa-le recordó mi con la voz tensa; probablemente estuviera con las piernas en
el aire en ese momento. Alec miró a papá, que se encogió de hombros.
-Cómo se nota que no sabes lo que
cobra un profesor.
-Pero tú eres cantante.
-Que lleva un año sin sacar nada
nuevo al mercado-papá clavó los ojos en las nueces y se encogió de hombros de
nuevo. Yo, que ya conocía esa modulación en su tono de voz, supe que estaba al
borde del precipicio sin siquiera darse cuenta, de manera que me incliné hacia
la nevera y le tendí una cerveza sin alcohol. Quizá, si conseguía que se
distrajera un poco, no terminaría perdiendo el norte.
-Estás trabajando en algo nuevo,
papá-comentó Shasha, pero pensé que no
la había escuchado por haber dicho por debajo de ella “gracias, peque” cuando
yo le tendí el botellín abierto.
-Sí, Z, las cosas de palacio van
despacio-convino mamá, apareciendo por la puerta del comedor y poniendo las
manos sobre los hombros de su marido-. No hicimos a los chicos en dos días,
¿sabes?
-Hombre, hacer, lo que se dice hacer…-sonrió papá, girándose para darle
un beso en los labios a mamá. Ella se apartó el pelo de la piel pegajosa por el
sudor.
-Bueno, lo cierto es que tienes
razón. Lo tuyo fue una aportación espontánea. Realmente, todo el mérito del
trabajo es mío.
La mirada de papá cambió, de
jocosidad a hartazgo.
-Scott es igual que yo. Algo aportaría.
-Ni siquiera querías hacerlo.
Papá la miro de arriba abajo.
-¿A ti te parece que hay hombre
en su sano juicio que no quiera hacerlo
contigo, nena?
-Me refería a Scott-mamá le dio
un manotazo juguetón en el hombro, y papá alzó las cejas.
-¿Quién te dice a ti que no me
las apañé para que se nos rompiera el condón, eh? Quizá soy más listo de lo que
te piensas.
-Nah-mamá sacudió la mano-. No
has sacado una canción en un año; tan listo, no eres.
-Aguantarte es un puto castigo, Sherezade-ladró papá
mientras ella se reía, alejándose de nosotros.
-Pues ya sabes lo que te queda:
pedirme el divorcio.
-Ah, no. Ni de coña, nena. Esta
vez, no vas a ganar tú.
-Ya lo veremos.
-¡Ya te digo yo a ti que lo
veremos!-contestó, pero sonreía, así que el plan de distracción de mamá había
funcionado.
Fue entonces cuando caí en la
cuenta de que Alec no había abierto la boca en todo el tiempo que mamá había
estado en la cocina, seguramente demasiado ocupado controlando sus hormonas
revolucionadas al verla desnuda, con un top de deporte y unos leggings bien
ceñidos que hacían que sus piernas se alargaran varios kilómetros extra, como
para poder emitir sonido alguno con la boca.
Y papá, evidentemente, también se
dio cuenta. Él tenía más experiencia que yo en pillar a otras personas
embobadas mirando a su esposa. No en vano, se la llevaba a cada evento, no sólo
para presumir de ella (que también), sino sobre todo porque mamá hacía que todo
en la vida de papá fuera mil veces mejor. Conseguía mantener a raya la ansiedad
de las entrevistas, e incluso hacía que le gustaran los estallidos brillantes
de los flashes por el mero hecho de que así tendría una nueva tanda de fotos
con ella de la que maravillarse a la mañana siguiente.
-Está cogida, amigo-rió papá.
-No, si yo también-contestó Alec
con gesto distraído, y yo tuve que contenerme para no abrazarle y decirle que
le quería. Desde que me había apetecido en su cumpleaños, cada vez se me hacía
más y más difícil callármelo: lo único que conseguía frenarme era saber que él
prefería que no se lo dijera, pues así su marcha sería un poco más fácil.
-¿Necesitas darte una duchita de
agua fría?-sugerí, dándole un toquecito en la pierna con mi cadera. Alec me
miró.
-¿Es puta coña?
-Quizá prefieras ducharte después
que ella-reí.
-No quiero ducharme después de tu
madre, Sabrae. ¿Y si me la cruzo en toalla y me da un puto ictus?
-Impresiona, pero tu cuerpo es
más fuerte de lo que parece-bromeó papá-. Créeme, sé de lo que hablo. La he
visto desnuda.
-Y me has dedicado cinco
discos-le recordó mamá.
-Eso es porque has tenido la
amabilidad de parir a mis hijos.
-No me esperaba menos.
-Aunque me debes ya uno…
-Estuve pariendo a Scott tres días.
-Vale, entonces el que debe algo
soy yo-comentó papá, dando otro sorbo de su cerveza y terminando con las
nueces. Dejó a Duna sobre el taburete y se dirigió al salón, no sin antes
detenerse y mirarme-. Saab, dale algo de beber a este pobre crío. Encima que
viene a ayudarnos…
-Lo hago por gusto-contestó Alec.
-Por eso, y para poder manosearme
todo lo que se le antoje-aclaré.
-Eso también-Alec esbozó una
sonrisa radiante, dirigiéndose hacia la nevera y asegurándose de rozarme al
máximo cuando pasó a mi lado, demostrando mi teoría-. ¿Puede ser una de tus
cervezas, Zayn?
-Estás en tu casa.
-¿Sí, o no?
Papá parpadeó.
-Vamos a ver, Alec. Dejo que te
folles a mi hija, ¿no te parece que me va a dar igual que cojas o no una cerveza?
-Eso ha sido tope machista,
papá-protesté.
-Me da igual. Es la verdad.
Podría prohibirle que pusiera un pie en esta casa, y a ver dónde te lo
tirarías.
-Alec es muy bueno haciendo el
pino-contesté. Escuché a mamá reírse en el comedor.
-¿Qué haría yo en otra vida para
merecerme esto ahora?-empezó a protestar papá por lo bajo, alejándose de
nosotros hasta convertir sus quejas en un murmullo ininteligible. Alec se sentó
en la isla con el botellín en la mano y me miró.
-Te acabas de quedar sin paga.
-Tengo un sugar daddy de repuesto. Sólo por si acaso.
-Ah, ¿así que eso es lo que soy?
¿Tu sugar daddy?-arqueó las cejas,
interesado por el puesto. Se veía que le gustaba la comparación, aunque no es
que estuviera muy boyante, precisamente.
-Hombre, daddy eres bastante. Porque, ya sabes… llevas una semana siendo
adulto.
-Eso está como súper prohibido,
¿no?
-¿Podéis dejar de follar
oralmente?-preguntó Shasha-. Por Dios, que estoy aquí.
-Calla y derrite el queso, niña.
Mientras Shasha se ocupaba de la
primera tarta de queso, Alec me ayudó con la masa de los brownies. Duna se encargó de vigilar el bizcocho de chocolate que
había en el horno, subiendo poco a poco con una timidez pero seguridad que me
inflaron de confianza. No es que me preocupara que se me quemara ni nada por el
estilo, pues tenía experiencia de sobra en el arte de hacer bizcochos, pero
quería que tuviera una pinta perfecta. Los demás se iban a ocupar de traer el
resto de comida de restaurantes profesionales, así que yo tenía que batírmelas
no sólo con el sabor, sino con presentaciones más o menos buenas.
Suerte que tenía unos pinches de
cocina geniales, obedientes y dispuestos a hacer todo lo que yo les dijera. En
lugar de hacer de niñera con mis hermanas, estaba haciendo de chef.
Con Alec, sin embargo, la cosa
cambiaba un poco. Tuve que abalanzarme sobre él para que no sacara el molde del
bizcocho con las manos desnudas, pues no se le había ocurrido ponerse guantes,
algo fundamental, como todo el mundo sabe… salvo él, por supuesto. A Shasha casi le dio algo al ver mi cara de
espanto y la expresión de cachorrito humillado que puso Alec cuando yo empecé a
chillarle si estaba mal de la cabeza, a tantos decibelios que mamá vino
corriendo a ver qué sucedía, segura de que, si me había vuelto loca de esa
forma, era porque peligraba la integridad física de una de mis hermanas.
Al comprobar que no había daños
humanos que lamentar, dio por finalizada su sesión de yoga, enrolló su
esterilla y avisó a papá de que se iba a la ducha, a lo que él respondió
saltando del sofá y siguiéndola a toda velocidad escaleras arriba mientras
Shasha y yo nos reíamos.
-Si es que los hombres sólo
pensáis en una cosa-comenté, mirando con intención a Alec.
-Sí, será que a ti te da por
pensar en álgebra al verme.
-Sí que hace operaciones
mentales-se burló Shasha-. Concretamente, le da muchas vueltas al resultado de
70 menos 1.
-¡SHASHA!-bramé.
-Ojalá pudiera culparla, pero a
mí también me cuesta sacármelo de la cabeza-respondió Alec, dándome una palmada
en el culo que activó de nuevo todos mis instintos reproductivos. Oh, genial.
Ahora me tocaba cocinar cachonda perdida. Qué bien.
Debía tranquilizarme, por el bien
de mis postres. Debía tener la cabeza bien centrada en lo que estaba haciendo e
ignorar la presencia de Alec, a quien Shasha usó como método de distracción sin
fisuras, básicamente porque él estaba también por la labor de calentarme, y yo
no necesitaba más que una chispa para que en mí se desatara un incendio.
A partir de entonces, procuré que
estuvieran bien lejos el uno del otro, pues se habían hecho muy amiguitos y aún
no había decidido si me gustaba o no la cercanía que mi hermana y mi chico
exhibían, tratándose como colegas de toda la vida. En cierto modo, me recordaba
a cuando Alec me hacía rabiar simplemente porque podía, y Shasha disfrutaba con
su presencia en casa porque eso significaba que yo estaría de mal humor por
culpa de ese don de él de sacarme de quicio en cualquier situación.
Me coloqué entre ellos dos,
asegurándome de que corría el aire, y traté de mantener a Alec ocupado a base
de encargarle una tarea tras otra que, al estar entretenido, no se metiera
conmigo con la ayuda de mi hermana.
Me gustó cocinar con ellos dos.
Él hacía que las cosas fueran sobre ruedas, preguntando cada vez que le
asaltaba una duda y concentrado en cada cosa que yo le pedía que hiciera. Era
como si yo fuera la general de un ejército constituido por un único soldado que
pretendía compensar nuestra inferioridad numérica con una dedicación absoluta.
Me recordaba en cierta manera a cómo se había comportado en Mánchester, estando
con su abuela, como un servicial pinche de cocina que entendía que las cosas
que no sabía eran cien millones más que las que sí, y que no tenía reparo en
tratar de aprender. Cada vez que Shasha o yo pasábamos, Alec se retiraba para
dejarnos espacio, y en cuanto volvíamos a nuestras tareas, volvía a su puesto a
toda velocidad. De vez en cuando miraba a Duna para asegurarse de que la niña
estaba entretenida, pero a la pobre le bastaba con mirarlo para que se le
pasara el tiempo volando.
Creo que le venía de familia,
porque a mí me pasaba un poco igual. Después de untar dulce de leche sobre la
masa que le había pedido a Alec que vertiera sobre una bandeja para el horno,
el bizcocho ya listo y siendo adornado por mi hermana más pequeña, no pude
evitar quedarme mirándolo embobada mientras él, concentrado como pocas veces le
había visto en mi vida, echaba de nuevo la pasta de chocolate por encima de la
capa de dulce de leche que había colocado yo. Con una “lengüita de gato” (le
había hecho muchísima gracia que Duna llamara así a lo que él pensaba que era
una espátula flexible, creyendo que le estaba tomando el pelo), vació el
contenido del bol con tanta precisión que apenas quedaron unas líneas de filigrana
en el cuenco de cristal, y se dedicó a pasarle el dedo al cuenco, metérselo en
la boca, chupárselo y exhalar un gruñido de satisfacción mientras sonreía,
disfrutando con los ojos cerrados de ese manjar.
Gesto que también repetía cuando
me practicaba sexo oral, sólo que yo, ahora, no estaba enredada en una nebulosa
de placer que me impedía percatarme de cómo disfrutaba él. No es que no le
gustara hacerme gozar, todo lo contrario; pero, lejos de lo que yo había
pensado (es decir, que lo único que le gustaba de comerme el coño era que a mí
me encantaba), sino que el acto en sí, mi
sabor, ya merecía la pena.
Alec notó que tenía los ojos
puestos en él, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera en su lengua por
todo mi cuerpo, cada rincón, y levantó los ojos y me miró. Sentí que un
escalofrío me recorría la espalda al descubrir en sus ojos la misma expresión
que los encendía cuando me hacía un buen cunnilingus, y él sonreía en mi sexo
mientras yo me retorcía entre sus manos. Nunca pensé que pudiéramos experimentar
un momento de conexión tan fuerte e íntima como en aquellos instantes, así que
caí en que no era el sexo lo que nos gustaba, sino la completa y absoluta
vulnerabilidad que exhibíamos para el otro, como si fuera lo más hermoso que
tuviéramos.
-¿Qué?-susurró en un suave jadeo,
y yo me estremecí de pies a cabeza. Sacudí la cabeza, notando cómo mis trenzas
me acariciaban la espalda, y me incliné para limpiarle un poco de chocolate que
se le había quedado arrinconado en la comisura de la boca.
-Tienes… ya está-musité,
llevándome el dedo a mis labios y deshaciéndome por dentro al notar el sabor de
la masa de chocolate mezclado con el sabor de los besos de Alec. A él, por su
parte, se le dilataron las pupilas, se le secaron los labios, y se le puso la carne
de gallina.
De repente, los dos estábamos
pensando en que nunca lo habíamos hecho en una cocina… y era una de nuestras
fantasías sexuales compartidas.
-Saab-llamó Duna, rompiendo la
ilusión que se estaba formando en mi cabeza en la que Alec me arrancaba la ropa
y me follaba duro sobre la isla en la que mi hermanita pequeña estaba decorando
el bizcocho. Tanto él como yo dimos un brinco, y yo me giré para mirar a la
pequeña.
-Dime, cariño.
-Ya he terminado. ¿Puedo pasar
las manzanas por el pasapuré?
Shasha levantó la vista y me
miró.
-Está todo controlado-me dijo, y
yo supe lo que quería decir en realidad esa frase. “Si quieres ir a follártelo,
hazlo, no me importa. Nos apañaremos bien sin ti”.
Pero no tenían que apañarse sin
mí. Yo era la anfitriona.
-Vale, pero sólo si dejas que Alec te ayude a
sacarlas de la olla. No quiero que te quemes, piojito-le di un beso en la
cabeza y Duna exhaló una exclamación, saltó del taburete y trotó hacia el
armario donde guardábamos el pasapuré. Empezó a dar saltos pidiéndole a Alec
que se lo sacara, pero el pobre no daba una, todavía concentrado en la forma en
que mis pechos estiraban la tela de mi camiseta y el sonrojo de mis mejillas al
pensar en lo que queríamos hacer.
Y yo no es que estuviera tampoco
muy lúcida. Puede que lo mejor fuera descargar tensión, en cinco minutos lo
ventilaríamos; conseguiríamos disfrutar igual que si estuviéramos varias horas
dándole, porque no nos interesaba la duración, sino poder explotar y
expandirnos cuanto quisiéramos.
-No, no, papi-le indiqué,
señalando la alacena en la que guardábamos el instrumento-. Es ésa de ahí;
tienes que sacar el exprimidor.
En ese momento, escuché un ruido
a mi espalda que hizo que se me helara la sangre en las venas. Papá acababa de
entrar en la cocina…
… y me había escuchado decir en
voz alta la palabra que, se suponía, era monopolio exclusivo suyo. Claro que no
tenía ni idea de lo muchísimo que le ponía a Alec que la usara con él mientras
follábamos. Era decirla en voz alta, y él empezar a empalmarse, o yo
humedecerme y poder admitir su inmenso miembro en mi interior.
Me giré despacio, como en las
películas de terror en las que el monstruo está justo detrás de la pobre
protagonista indefensa, y miré a mi padre, que hacía lo imposible por no taladrarme
con la mirada. De repente, la temperatura en la cocina se disparó; de no ser
porque sabía a ciencia cierta que tenía las mejillas de un intenso rojo
semáforo, habría creído que acababan de abrir el horno y habían orientado su
viento infernal hacia mí.
-Voy a fingir que no me acabo de
enterar de que lo llamas igual que a mí-dijo con voz glacial, en la que se
intuía la lava ardiendo por debajo de la superficie.
Noté cómo la sangre huía de mi
rostro mientras Alec, a mi lado, hacía lo imposible por no establecer contacto
visual con papá. Todo el colegueo que habían ido reuniendo a lo largo de la
semana pasada y el principio de ésta se había evaporado como un charco en
verano, y entre ellos no quedaba nada más que la tensión que producía saber que
competían ya no sólo por mi atención, sino también por mis motes, aquella
palabra sagrada que yo me había atrevido a profanar usándola con otra persona
que no fuera mi padre. ¿En qué estábamos pensando? ¿Cómo me había acostumbrado
tanto a decirla, cuando al principio no era más que una manera de tocarle el
pelo a Alec? ¿Cómo es que habíamos terminado tan hechos a ella que ya incluso
nos gustaba, porque sabíamos que estaba prohibida y no debía decirla, y nos
encantaba ese regusto a estar haciendo algo mal que se quedaba en el aire
mientras su eco se desvanecía?
-Está claro que yo en esta casa
soy la última mierda-gruñó, y debería sentir cierto alivio por el tono rabioso
con el que lo dijo, pues las palabras eran más bien cansadas, como su
existencia esta semana en la que sólo era padre de tres y no de cuatro-. Ni
siquiera estoy por encima de ti-clavó los ojos en Alec, que seguía estudiando
las baldosas del suelo como si en ellas se ocultaran los secretos del universo,
y fuera a desentrañarlos costara lo que costara. Juraría que se encogió un poco
bajo el escrutinio de mi padre, por imposible que pareciera-. Sabrae, cuando
termines, tu madre quiere que la ayudes.
Me limpié las manos con un paño
de cocina e hice amago de seguirle, pero papá me fulminó con la mirada y yo me
detuve en seco.
-No tiene por qué ser ahora.
-Vale-susurré con un hilo de voz.
Lo cierto es que quedaban aún un par de
elaboraciones a medias, nada de lo que Shasha no pudiera ocuparse, pero me
gustaría terminarlas yo. Papá se mordisqueó los labios, nos miró a Alec y a mí
alternativamente, y luego, se marchó refunfuñando-. No puedo creer que mi hija
llame “papi” a su novio… ¿qué es esto, una puñetera telenovela? Deberíamos
haberle dado menos manga ancha con la tele. Papi… joder. No puedo creer que yo lo haya llamado así. Y que se lo diga
delante de mí… ¿cuándo empezó a irse al traste mi vida?
-Le has provocado una crisis
existencial a papá-observó Duna.
-Bueno, ya tiene los
40-reflexionó Shasha-. Era cuestión de tiempo, y mejor por esto que porque ha
descubierto que quizá le gusten los tíos, y piense que ha mandado al traste su
vida.
-A papá no le gustan los tíos,
pero no estoy muy segura de si se siente contento con cómo ha ido su
vida-musité, inclinándome sobre la encimera y buscando el aire que no había
conseguido recuperar aún. Miré a Alec, que seguía con la vista fija en el
suelo, y tal era mi vergüenza por lo que acababa de pasar, que envidié su
estado catatónico. Estaba segura de que si le pinchábamos, no sangraría.
Me daba muchísima envidia.
Espolvoreé la masa de los brownies antes de meterla en el horno
mientras Duna tiraba de Alec para que éste le bajara el pasapuré. A
regañadientes, con la mente en otra cosa, mi chico sacó el utensilio y se dejó
empujar hasta la isla, pero tenía los ojos fijos en el infinito, de manera que
no nos sería muy útil en el cocinado. Le pedí a Shasha que se ocupara ella de
la compota de manzana mientras yo terminaba con la mezcla de quesos para la
tarta, y en cuanto comprobé que tenía todos los ingredientes, le pedí al aire
que removiera la mezcla hasta que se fueran todos los grumos. Milagrosamente,
Alec oyó su nombre de mi silencio, se puso en pie, cogió la cuchara de madera
poniendo especial cuidado en no tocarme, y dejó que me escabullera en dirección
al piso superior mientras farfullaba que iba a ver qué quería mamá.
No me crucé con papá en todo el
trayecto hasta el baño, donde supuse que me esperaría mi madre. Me la encontré
sentada en el tocador de su habitación, envuelta en un albornoz suavísimo y con
la piel aún húmeda y brillante por el baño y el sexo. Entré como una sirvienta
en la habitación de su señora a la mañana siguiente de encontrársela en la cama
con otro hombre; aún me ardían las puntas de las orejas.
Mamá me miró en el reflejo del
espejo y no pudo evitar sonreír.
-He tenido que disuadir a papá
para que no te desheredara.
-¿Y por qué harías eso?
-Le vienen bien unas cuantas
emociones fuertes-la sonrisa que había en el espejo era cálida, pero yo me
sentía humillada, sucia, incluso. Me daba la sensación de que había jugado con
fuego, y que me habían pillado en el peor momento posible con las manos en el
fondo del cuenco de las galletas. Papá no estaba para sentirse desplazado, no
ahora. Debería… morderme la lengua de vez en cuando.
-Lo siento mucho, mamá.
-¿Por qué? ¿Por tener boca y
usarla?-mamá se giró, y su sonrisa se ensanchó-. Oh, vamos, ya sabes que está
muy sensible. Cualquier distracción le viene de perlas para no pensar en…
bueno, tu hermano.
-No tienes por qué ser tan buena
conmigo. No hace falta que juguéis a poli bueno, poli malo-sobre todo, porque
papá nunca era el poli malo cuando
actuaba codo con codo con mamá. Ella era mi consejera, mi confidente y la voz
de la experiencia resonando en mi cabeza, pero cuando hacía algo mal, el que me
consolaba era papá. El instinto protector de mamá le impedía ser indulgente
conmigo, cosa que papá podía hacer con más facilidad-. Es insensible por mi
parte…
-No, pequeña. Lo que es
insensible por parte de alguien es esperar que hables siempre como cuando
tenías 3 años.
-Lo dices porque no me has
pillado llamando a Alec “mami”.
-Normal-sonrió-. No
podrías-jugueteó con su pelo aún húmedo-. Yo te di el pecho, ¿qué hizo tu
padre?
-Me escribió una canción.
Hizo una mueca.
-Vale, entonces puede que sí que
le debas más lealtad que un hijo normal. Aunque… ganó un Grammy con ella. ¿No
crees que eso se anula?
Me eché a reír.
-No vas a dejar que me sienta mal, ¿verdad?-negó con la cabeza y yo
le di un abrazo-. ¿Estaba muy mal?
-Na. Ya sabes que tu padre es muy
pasional, pero enseguida se le pasa todo. Seguro que, cuando nos vayamos, ni se
acuerda. Puede que ya se le haya olvidado. O, de lo contrario, quizá le sirva
para componer. Tiene muchísimas canciones en mente, pero ya sabes lo mucho que
le gusta crear desde cero. ¿Me ayudas con el pelo, pequeña?-pidió, pasándome el
cepillo-. No todos los días aparece una en la televisión nacional, ya sabes.
-Ésta sería la segunda vez que lo
haces este mes-le recordé, sonriendo, colocándome detrás de ella y tomando su
lustrosa melena negra entre mis dedos. Me encantaba aquel tacto de terciopelo
nocturno, con el que tantísimas veces había jugado siendo apenas un bebé. Uno
de los primeros recuerdos que tenía de mi infancia era de mis manitas
hundiéndose en la cabellera de mamá, que aguantaba mis tirones con paciencia
infinita, y jamás protestaba porque pudiera ensuciarle el pelo: igual que papá,
ella era madre primero, y persona después. Mis apetencias iban por delante de
sus necesidades, siempre. Por eso iba a perdonarme papá. Por eso, ni siquiera
estaba enfadado del todo conmigo.
-Cierto, mi amor, pero es la
primera en la que no tengo la excusa de un juicio larguísimo para no estar
perfecta-comentó, retocándose el esmalte de las uñas con movimientos rápidos y
expertos-. ¿Qué planes tenéis para la noche?
-Vendrán los amigos de Alec y mis
amigas. Tengo que llevarme regletas y demás, para poner a cargar los móviles en
el momento de votar… ya sabes, hay que asegurarse de que Scott pase-mamá
asintió-. No es que lo necesite, pero…
-Toda ayuda es poca. ¿Y después?
Noté que volvía a ponerme roja.
Mamá levantó la vista y clavó sus ojos con tonos esmeralda en mí.
-Creo que ya te había dicho que
Alec se iba a quedar a dormir, ¿verdad?
Sonrió.
-Contaba con eso.
Seguí peinándola en silencio,
ahuecándole el pelo para que le saliera su brillo natural con más facilidad.
-Sabes… tu padre me ha hablado de
un paquete. ¿Qué has pedido?
-Unos pijamas. Uno para mí, y
otro para él.
Abrió los ojos, impresionada.
-Vaya. Como no lo habías abierto,
pensaba que…
-¿Qué?-me detuve, y mamá vaciló
por primera vez.
-Bueno, Saab. Eres madura para tu
edad, y siempre hemos tenido una actitud abierta a este respecto, así que
creímos... especialmente yo… que estabais pensando en introducir elementos
extra en ciertos aspectos de vuestra relación.
-¿Elementos extra?
Mamá se relamió los labios.
-Juguetes.
Esta vez, mi sonrojo se extendió
incluso por mis manos. Dios mío, ¿eso parecía? Si no había abierto el paquete
aún, era porque era una sorpresa para Alec, no porque no quisiera que mi
familia se enterara.
-Tienes todo el derecho del mundo
a experimentar con tu sexualidad, y que estéis dispuestos a innovar es muy buen
síntoma, pero… yo lo único que quiero es que no te des prisa en crecer. A veces
pienso que te di mi bendición para iniciarte en el mundo del sexo demasiado
joven, y… en fin, me da un poco de vértigo pensar que estás haciendo cosas de
mujer, cuando aún eres una niña a mis ojos.
-Mamá, Alec y yo no hemos…
-No tienes que darme explicaciones,
Saab. Yo sólo quiero que tengas cuidado, ¿vale?-se giró para mirarme-.
Realmente ya te relacionas con lo más peligroso del sexo, y lo manejas bastante
bien, salvo por pequeños deslices-comentó con cierto retintín-. Simplemente… no
quiero que pienses que tienes que hacer nada a nuestras espaldas, ni que me
ocultes cosas.
-Yo no te oculto cosas, mamá.
-¿Seguro?
-Sí. Mira, ya sé que Alec ahora
es adulto y esas cosas, pero… estamos en la misma página. Nos comportamos un
poco como una pareja de casados, pero eso no significa que nos creamos tales.
Sabemos cuál es nuestra posición, que nos queda mucho por recorrer y…
sinceramente, aunque nos llama la atención, no es algo que nos planteemos a
corto plazo. Es decir, de vez en cuando me apetece que experimentemos, pero él
siempre me dice que ya tendremos tiempo para ello más adelante. Puede que te
sorprenda, pero es perfectamente consciente de que soy más joven que él. Una
cosa es lo que nos hacemos, y otra cómo nos lo hacemos, ¿sabes? Es increíblemente
cuidadoso conmigo.
Mamá sonrió.
-Lo sé, cariño. Simplemente…
quería comentártelo. Porque tengo bastante presente lo que te dije cuando os
peleasteis y tú querías recurrir a otros métodos para olvidarte de él, ¿sabes?
Y quiero que entiendas por qué te lo impedí.
-Sé por qué fue mamá. No hay nada
de malo en disfrutar del sexo. Lo preocupante es cuando lo conviertes en tu
única vía de escape.
Me acarició la mejilla.
-Qué lista es mi niña. Qué bien
va a cuidar de la casa hoy, cuando yo no esté.
Solté una sonora carcajada, le di
un beso en la mejilla y la envidié. Quería lo que ella tenía: un trabajo que le
encantaba y con el que le era útil a la sociedad, hijas que confiaban en ella
ciegamente, un marido que la adoraba, y el privilegio de poder ver a Scott esa
noche.
-Mami…
-Mm.
-Dale muchos besos a Scott de
nuestra parte, ¿vale?
-Claro, tesoro-me estrechó entre
sus brazos, ignorando cómo su pelo caía en cascada sobre mí, haciéndome
cosquillas y humedeciéndome la ropa, como si pretendiera traer el cariño de mi
hermano a mi cuerpo a base de abrazarme muy, muy fuerte-. Procura disfrutar,
¿quieres? Es importante ser buena anfitriona en las fiestas, pero más
importante aún es disfrutarlas-me acarició la espalda y me guiñó un ojo, segura
de que lo haría increíblemente bien. Me relajé al instante, pues la confianza
de mamá tenía ese efecto hipnótico: en cuanto ella la depositaba en ti, a pesar
de que era un peso tremendo que cargarse a los hombros, te relajabas al
momento, pues ella no confiaba en cualquiera, y si lo hacía, era porque lo
merecías.
Terminé de echarle una mano con
el pelo, la ayudé a elegir la ropa para ese día, y bajé las escaleras confiando
en que todo iría bien, y que sería una noche increíble, la primera de muchas.
Con suerte, diez.
Entré en la cocina, y la ilusión
de que todo iría perfecto se mantuvo incluso cuando me encontré a Shasha y Duna
colgadas de los brazos de Alec, que las sostenía levitando a unos pocos
centímetros del suelo. Me quedé a cuadros al encontrarme con esa escena, pues
desde luego era digna de ver: Alec, con los brazos tensos, haciendo de perchero
humano para mis dos hermanas, que pataleaban y se reían, admirando la fuerza de
los brazos de mi chico.
-¡SHASHA!-chillé, pues no era
propio de mi hermana mediana comportarse así. Que Duna se dejara llevar por sus
instintos y su curiosidad no era nada nuevo, sino más bien incluso esperable,
pero que lo hiciera Shasha, que evitaba en lo posible el contacto con gente que
no era de la familia, y que no se dejaba convencer fácilmente para planes
distintos de tomarle el pelo a Scott, me dejó pasmada.
-¡Mira, Saab!-celebró con un
timbre tremendamente inocente y joven en la voz; mi hermana, que tenía 12 para
55 años, que era una señora encerrada en el cuerpo de una preadolescente y
tenía la calma de un bonsái-. ¡Es súper fuerte!
-¡BAJAOS DE AHÍ!-chillé-. ¡OS
VAIS A HACER DAÑO TODOS!
-Qué aburrida eres, Sabrae-gruñó
Alec, poniendo los ojos en blanco, y lo hizo de una manera que me recordó
muchísimo a Scott. Sólo le faltaba llamarme “puta cría”.
Desde luego, a todos nos estaba
afectando la ausencia de mi hermano; no sólo a mí.
-No voy a molestarme en preguntar
qué coño estabais haciendo para colgaros como chimpancés de los brazos de Alec.
Sólo espero que no hayáis dejado que mis obras de arte se vayan a la mierda.
-¿Tus obras de arte? ¡Yo he trabajado en estos postres tanto como tú!
-¡Pero no eres la responsable!
-¿Quieres relajarte? ¡Está todo
en orden!
-Eso ya lo veremos-gruñí, mirando
en derredor, pero lo cierto es que Shasha terminó teniendo razón. Duna ya había
acabado de pasarlo todo por el pasapuré, y la mermelada estaba en tarritos de
cristal enfriándose en la nevera; los brownies
continuaban haciéndose en el horno, y la masa de la tarta de queso no tenía
absolutamente ningún grumo.
Eso sí, se había pegado por abajo
y había terminado un poco quemada. Chasqueé la lengua, molesta.
-Alec, se te ha quemado la
tarta-constaté, un poco desanimada.
-Bueno, ¡es que a mí no me has
dicho nada! ¡Me dijiste que la revolviera y yo la he revuelto!-le lancé una
mirada envenenada que hizo que dejara de protestar en el momento-. ¿Tiene
salvación?
-Sí, pero nos va a quedar más
fina. Menos mal que tenemos los brownies.
-¿Quieres que haga más? No me
importa seguir revolviendo. Puedes decirme…-comenzó a disculparse como el
caballero de la brillante armadura que era, poniéndome una mano en la parte
baja de la espalda. Negué con la cabeza y levanté dos dedos de la mano,
pidiéndole que parara. No. Tenía que dejarme llevar, tal y como mamá me había
dicho. No debía agobiarme por cosas que escapaban a mi control, ni esforzarme
por ser perfecta y no disfrutar de la fiesta.
-Nos las apañaremos. No te
preocupes. No pasa nada. La gran mayoría está bien, así que… la echamos en el
molde para que se vaya enfriando, y listo.
-¿Seguro? Mira que no me importa hacer otra; si quieres, puedo mirar la receta
por…
Pero le callé con un beso, lo
cual le desarmó completamente. Se dejó convencer de que no pasaba nada en un
santiamén, y noté cómo empezó a sonreír en mi boca.
-Aún nos quedan unas cuantas
cosas que hacer, bobo. No es que vayamos con prisa, pero tampoco tenemos todo
el tiempo del mundo-le guiñé un ojo y él frunció el ceño.
-¿Qué cosas?
-Ducharnos juntos.
Su mirada cambió cuando su
cerebro procesó aquella sencilla frase de sólo dos palabras, que sin embargo
ocultaba tantas promesas en su interior. Se relamió, y yo percibí que nos
habíamos quedado solos, como si Shasha hubiera adivinado mis intenciones antes
de que las verbalizara, y se hubiera llevado a Duna para que disfrutáramos de
nuestra intimidad.
Cogí a Alec de la mano, me hice
con el paquete, y subí las escaleras en dirección a mi habitación. Él se fue
derecho al armario, presto a coger la camiseta que había dejado allí la semana
pasada, cuando nos dimos cuenta de que pasaría tanto tiempo conmigo que sería
mejor que dejara una muda de repuesto, sólo por si acaso.
-Sigues con la regla,
¿verdad?-comentó, paseando los dedos por el armario, comprobando que la ropa
que dejaba aparcada cuando estaba con el período seguía en el rincón de “ni de
coña me lo pongo esta semana”. Dejé los leggings extendidos sobre la cama y lo
miré.
Se me había olvidado
completamente que estaba con la regla por su puñetera culpa. Y por eso llevaba
toda la tarde subiéndome por las paredes: cuando me tocaba, estaba
revolucionada, exigiendo mimos y cariño de todo el mundo. Con Alec, no
obstante, los mimos y cariño daban un paso más.
Chasqueó la lengua al ver mi
expresión, esbozó su sonrisa de Fuckboy®, y negó con la cabeza.
-No vas a poder andar el día que
se te quite del polvo que te voy a echar.
-¿Perdona?
-Perdonada quedas-sonrió con
todos sus dientes.
-Esto es increíble, ¡llevas toda
la tarde calentándome, frotándote contra mí como un gato en celo!
-¿Cómo dices? Sabrae, no has
hecho más que zorrearme desde que me has abierto la puerta-protestó, quitándose
la camiseta, lo cual me distrajo muchísimo, no voy a mentir.
Pero no lo suficiente.
-No he sido yo la que ha
amenazado con echarme un polvo que me fuera a hacer correrme en menos de 3
minutos-le recordé, y Alec puso los ojos en blanco.
-Ahora resulta que prometer es
“amenazar”, guay.
-¿Sabes lo que me ha costado no
lanzarme sobre ti en las 44 veces en que me lo has pedido a gritos en lo poco
que llevas en casa?
-¿Quién lo pide a gritos, niña,
más que yo a ti?
Puse los brazos en jarras y
fulminé sus abdominales con la mirada. Él bajó la vista también para
mirárselos, hizo una mueca y se pasó una mano por el pelo.
-Ahora resultará que desnudándome
te estoy provocando.
Parpadeé, estupefacta. Me quité
la camiseta, me desabroché el sujetador y levanté la barbilla, muy digna.
Decir que se me comió con los
ojos sería quedarse muy, pero que muy corto.
-Me va a dar una embolia por tu
puta culpa.
-Porque tú quieres. Hay otras
maneras de aliviar tensión.
-No vamos a follar en la ducha
mientras tú tengas la regla.
-¿Te da asco?
-¿Es que estás mal de la cabeza, Sabrae? ¿Cómo cojones
va a darme asco eso? Estoy seguro de que nada que provenga de ti podría darme
asco. Joder, si seguro que hasta cagas bonito-soltó, y nos quedamos mirando el
uno al otro, asombrados de lo que nuestros oídos acababan de escuchar… y nos
echamos a reír.
Jo, era genial estar con Alec.
Absolutamente genial.
-A la ducha-ordenó, cogiendo la
ropa que no iba a dejar que se pusiera, pues en cuanto abrió la puerta del baño
y nos metimos dentro, yo le tendí el paquete, que él había mirado con
curiosidad, pero nada más.
-Es para ti-le dije, y me miró
con extrañeza mientras cogía el paquete, sin comprender. Pude ver cómo
calculaba mentalmente en qué fecha estábamos, intentando averiguar si se le
había escapado una fecha importante en nuestra relación, y si iba a ser un mal
novio para mí a raíz de eso-. He pensado que, si te vas a quedar a dormir en
casa, necesitas un pijama-me encogí de hombros, de repente sintiéndome ridícula
en mi desnudez, como si él pudiera hacerme sentir incómoda por algo.
-Te agradezco el gesto, Saab,
pero… sabes que duermo desnudo. Sobre todo contigo.
-Sí, lo sé, y no pretendo que
cambies tus costumbres, sobre todo las que más me gustan, pero…-di un paso
hacia él y le acaricié el antebrazo-. A mi padre no le hará gracia que te
pasees por casa en gayumbos, ¿no crees?
-Oh-su sonrisa de Fuckboy® asomó
de nuevo por su boca, y yo me percaté de con cuánta asiduidad la estaba
exhibiendo ese día-. Así que, ¿voy a pasearme por tu casa?
-No sé, ¿vas a quedarte a
dormir?-inquirí, poniéndome de puntillas y aleteando con las pestañas.
-¿El agua moja?-respondió, y
sorprendentemente, en lugar de hacerme muchísimo daño y romperse, mi corazón
dio un salto. No me había dado cuenta de cuánto echaba de menos esa frase tan
propia de mi hermano, hasta que se la escuché decir a Alec. Fue como si la
brisa de verano me trajera la colonia de Scott de un rincón alejado de la casa
en el que pensaba que ya se había borrado.
Solté
una suave risa y estiré los dedos para acariciarle el pelo, pensando en lo afortunada
que era por tenerlo allí, conmigo, por haber superado todas mis dudas, y haber
conseguido pasar de esa fase cíclica en la que yo me decía que le detestaba, que
no iba a cambiar, que no era más que un payaso inmaduro de los que juegan con
los sentimientos de las chicas por el puro placer de sentirse poderosos.
-Ya
sé que aún no ha empezado el programa ni nada, pero… me gustaría tener una tradición
contigo-deposité un suave beso en su pecho-. Dormir juntos un día a la semana. Y
el concurso de mi hermano es la excusa perfecta para comportarnos como una
pareja de recién casados.
-¿Vamos
a follar en todas las esquinas de la casa?-preguntó él, poniéndose de rodillas
frente a mí, con las dos articulaciones ancladas en el suelo; no era como si me
fuera a pedir la mano, sino como si pretendiera practicarme sexo oral (lo cual
era un poquito más apropiado a la situación, la verdad). Me mordisqueó el
costado y la tripa, mirándome desde abajo mientras me bajaba las bragas, sin
apartar los ojos de los míos.
-¿Es
eso una petición?
-Es
lo que tú quieras que sea, nena-ronroneó, besándome por debajo del ombligo y
deslizándose hacia abajo.
-Depende
de lo rápido que despaches a tus amigos-respondí, juguetona, enredando los
dedos en su cabello ensortijado. Alec bufó al inhalar el perfume de mi sexo,
que me delataba más que nada en mi cuerpo; ni siquiera mi confesión era tan
acertada para hacerle saber lo excitada que me había pasado la tarde.
-En
cuanto terminemos, llamamos a los demás y cancelamos la cena.
-Ni
de broma, me he pasado toda la tarde cocinando; no vamos a cancelar nada. Además,
¿terminar, qué? Te recuerdo que sólo querías que nos ducháramos. Me lo has
prometido, y eres terco como una mula.
Me miró
desde abajo y… ahí estaba de nuevo, esa sonrisa de Fuckboy®.
-Eso
era antes de que me ofrecieras tu mano en matrimonio, Sabrae.
-Sólo
te he comprado un pijama.
-¿Acaso
no es lo mismo? Y ahora, si no te importa, cierra la boquita un rato. No quiero
que traumatices a tu familia. Serán sólo tres minutos-me guiñó un ojo-, estoy
seguro de que hasta tú podrás soportarlo.
¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕
Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺
Bueno mira, hoy el corazoncito me lo ha robado Zayn sin ninguna duda. Me parte el alma ver esta parte de la historia y de como le afectó la marcha de Scott, en cts se intuía pero leerlo así narrado por Sab da una pena increíble.
ResponderEliminarMe encanta como Alec literalmente es uno más de la familia ya, ya no es solo que estén casadisimos es que ya Alec esta super integrado y es preciosisimo de ver, verás el drama cuando pasen los años y rompan, a Zayn le da algo del disgusto.
Me he quedado con las ganas de leer toda la parte del concurso, espero con ganas el siguiente cap ��