martes, 23 de junio de 2020

Recién casados.

¡Hola, delicia! Antes de contarte a qué se debe que rompa la cuarta pared y me dirija a ti, quería desearte un feliz verano. A pesar de que pretendía que Sabrae y Alec fueran oficialmente novios en primavera, voy a tardar un poco más, pero puedo garantizarte que en esta época en la que los días son más largos y las noches, más cortas (¡sobre todo ésta!), acabaremos haciendo oficial Sabralec.
¿Por qué te cuento esto? Para que tengas paciencia. Aunque mi plan original era incluir toda la noche en este capítulo, se me ha ido un poco de las manos (como siempre), y tendremos que esperar un poco para ver a Scott en acción, y en consecuencia, a Sabralec siendo extremadamente domésticos. No obstante, tengo una "mala" noticia que darte: debido a que tengo un examen muy importante en dos semanas (el 4 de julio, concretamente), ~*no puedo garantizarte que haya un nuevo capítulo este fin de semana/la semana que viene (el domingo o el lunes)*~. Tengo que estudiar.
Eso me voy a decir cuando me pase por el forro este pequeño anuncio y me ponga a escribir como loca el fin de semana. No, pero en serio. Tengo que estudiar. No te asustes si no sabes de mí hasta dentro de dos semanas; no se me habrá acabado la inspiración ni habré abandonado la novela (créeme, estamos mejor que nunca y tengo más de 500 notas -literalmente-, así que esto va para largo). Simplemente estaré fingiendo que soy una estudiante responsable.
Dicho lo cual, no te doy más la turra. ¡Disfruta del capítulo!☺ 

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-¿Sabrae Gugulethu Malik?
               Reí entre dientes, sintiendo cómo se me achinaban un poco más los ojos: tener a Alec delante siempre hacía que mi mirada se encogiera un poco por culpa de la sonrisa que su mera aparición me provocaba, pero incluso entonces, cuando parecía mirarlo por entre mis pestañas, ponía más concentración en él que un crítico de arte examinando una obra para determinar si se trataba del original por el que su museo había pagado millones, o una copia muy bien lograda. Tiré de los bordes de la chaqueta que llevaba puesta, envolviéndome con ella, mientras mi sonrisa se curvaba un poco más al escuchar su tono profesional.
               -Estoy bastante segura de que he dejado vacío el campo del segundo nombre en el formulario de envío-respondí, arqueando las cejas, pillándolo con las manos en la masa. Alec, sin embargo, no titubeó, a pesar de que le había adelantado por la izquierda: continuó con su tono profesional como si estuviera hablando con una clienta cualquiera, con la que no se acostaba.
               Claro que, para ser justos, Alec sí que se había acostado con algunas clientas.
               -En Amazon estamos muy comprometidos con el servicio a los clientes-explicó, tendiéndome el paquete que llevaba bajo el brazo con cuidado, a pesar de que no tenía la indicación de que era mercancía frágil y bien me lo podría haber lanzado, como me había pasado otras veces otras cosas-. Intentamos darles una atención lo más personalizada posible.
               -Qué suerte la mía-comenté, colocándome el paquete debajo del brazo también y esperando con una mano en la puerta, para impedir que se cerrara. Alec toqueteó la pantalla de su móvil un par de segundos, y luego me lo tendió: el portal de Amazon estaba completamente en blanco, así que levanté la vista y lo miré-. ¿No te digo el número del carnet de identidad?
               -Me lo sé de memoria.
               -Cinco estrellas a la personalización-me burlé, haciendo el garabato de mi firma con el dedo, apenas rozando la pantalla, como Alec me había explicado que debía hacerse: cuanto más se apretara el dedo, peor procesaba la firma y más tiempo llevaba.
               -Si es que soy un partidazo-Alec se encogió de hombros y puso los ojos en blanco, esbozando una sonrisa bobalicona. Estaba a punto de guardarse el móvil en el bolsillo cuando éste vibró, y frunció el ceño-. Ah, mierda. Te ha salido una encuesta. ¿Quieres responderla?
               -¿Me queda otra opción?
               -Sí-contestó, y no pudo evitar esbozar esa sonrisa torcida que a mí me volvía loca-. Podrías echarme otra firma certificando que te niegas para que yo pueda fichar como que ya he terminado la jornada.
               -Creo que contestaré-respondí con altivez, levantando la barbilla.
               -Por supuesto-contestó Alec, toqueteando la pantalla de su móvil-, no vayas a hacer algo que yo quiera que hagas, y eso siente precedente…
               -¡Pero…!-protesté, dándole un manotazo, al que respondió con un brinco.
               -¡Au! Agresión laboral. Podría denunciarte por eso, ¿sabes?
               -Habla con mi abogada.
               -Bueno, veamos, evidentemente estás satisfecha con la petición extra que has hecho, porque te ha traído el paquete el repartidor más guapo de Inglaterra, así que en eso hemos cumplido… Que por cierto, bombón, la intención está muy bien, pero eso de que me consideres el más guapo de Inglaterra y no de Europa…
               -En Europa vive Aron Piper.
               Alec me miró por debajo de sus cejas.
               -Voy a fingir que no tienes el gusto de una chica blanca de Milwaukee. ¿Estado del paquete en el momento de la entrega, de 1 a 5?
               -Cinco.
               -¿Tramitación del pedido?
               -Cinco.
               -¿Trato con el repartidor?
               -Cinco.
               -¿Algún comentario respecto al repartidor?
               -¿Es obligatorio?
               -No.
               -Entonces no.
               -Vale, perfecto. Tiene un pollón…-musitó Alec por lo bajo, y yo me eché a reír-, folla que te cagas… ¿algo que añadir? Si pones tres cosas, te suma un punto a tu cuenta.
               -¿Está libre esta noche?
               -Su franja horaria va de 3 a 9.
               -Entonces pon que tiene una cita cuando termine su horario laboral.
               -Perfecto-Alec chasqueó la lengua-. ¿Velocidad de entrega del pedido?
               Me mordí el labio para no echarme a reír ante la maldad que acababa de ocurrírseme.
               -Cuatro.

               Alec tenía el dedo ya puesto sobre el cinco; es por eso que levantó la cabeza a tanta velocidad que podría haberse ocasionado un latigazo cervical.
               -Perdona, ¿qué has dicho? ¿Cómo que cuatro? El máximo es cinco.
               -Eso he dicho. Tienes margen de mejora, así que-sonreí, pagada de mí misma-, te doy un cuatro.
               Alec se pasó la lengua por las muelas, mirándome de arriba abajo.
               -Así que tengo margen de mejora…
               -A veces tardas un poco, Al-arqueé las cejas con inocencia, como si fuera verdad lo que estaba diciéndole. La semana pasada, cuando me había dado cuenta de que me faltaba una cosa para llevar a Mánchester, había activado el extra de “entrega en 2 horas”, sabiendo que me cobrarían un recargo, y a regañadientes me había sentado a esperar a que otro repartidor, el que tenía mi zona asignada, llamara a mi puerta en ese tiempo exacto, ni un minuto más, ni un minuto menos.
               Cuál había sido mi sorpresa cuando, 45 minutos después, había sido Alec quien llamó al timbre de mi casa y me entregó el paquete en cuestión.
               -No hace falta que pidas la entrega en dos horas-me dijo, antes de darme un beso en los labios-. Siempre reviso si has pedido algo antes de irme, así que no pagues más, que a nosotros no nos dan ningún extra.
               Así que dicho y hecho: no volvería a pedir nada con ese plus, pero sí avisaría a mi chico, que no tenía ninguna obligación de traerme nada… pero al que sí le pagaban un extra por liberar paquetes de otros repartidores de la que terminaba su jornada. Además, como desde que Scott se había ido venía directamente a mi casa, eran todo ventajas: aprovechaba el viaje y tenía un extra en el salario que yo sabía que le venía de perlas.
               Alec se tocó la nariz en ese gesto tan típico de los chicos como él (es decir, los seductores empedernidos), le sonrió al suelo mientras asentía, y cuando levantó la cabeza, me miró con unos ojos oscuros, hambrientos.
               -Me cago en dios-susurró-, métete en casa y bájate las bragas, a ver si te parece poco que te haga correrte en menos de 3 minutos. Que tenga mucho aguante no quiere decir que sea lento.
               -No hagas promesas que no tienes pensado cumplir-ronroneé, enganchándolo del polo y acercándolo a mí. Alec se dejó arrastrar con más entusiasmo del que debería, se relamió los labios y toqueteó en su móvil.
               -¿Otra firma?
               -¿Has puesto las cuatro estrellas?
               -Sí.
               -Eres tontísimo. Ponte el máximo y acaba de una vez. Me ha gustado esa sugerencia. Debería cabrearte más a menudo-ronroneé, poniéndome de puntillas y lamiéndole los labios con la punta de la lengua. A pesar de que apenas tenía tiempo para tontear en la puerta de mi casa, pues hacía frío y para colmo estaba absorta con las tareas culinarias, de repente todo había pasado a un segundo, o incluso tercer plano. En el momento en que Alec entraba en escena, todo se difuminaba; aún más cuando conseguía picarlo, y todavía más cuando tocaba esa fibra sensible que tan desarrollada y vulnerable tenía, su ego tomaba el control y me recordaba qué era lo que nos había unido al principio: el placer que sólo el sexo con el otro podía proporcionarlos.
               No es que me disgustara cómo lo hacíamos: todo lo contrario, me encantaba sentir que conectaba con él de una forma casi espiritual. Sin embargo, de vez en cuando, no estaba de más volver a ese estado en el que simplemente follábamos, él me provocaba a mí o yo le provocaba a él por el puro placer de anticipar lo mucho que lo íbamos a gozar cuando estuviéramos solos, sin nadie que nos molestara.
               Incluso entonces, le conocía ya lo bastante bien como para saber que si me prometía correrme con 3 minutos, lo conseguiría en 2 y medio. En otras cosas no, pero en el sexo iba sobrado, y donde abundaba la experiencia y la atracción a veces ni siquiera el tiempo era un problema.
               Así que sí, quería que entrara en casa, me tumbara boca arriba sobre el sofá, me bajara los leggings y me quitara las bragas y me comiera el coño de esa forma en la que sólo él sabía: puede que resultara poco práctico porque haría que me temblaran las piernas tanto que no me sostendría en pie durante media hora, pero… Dios mío, qué bien sabía usar la lengua. Ya estaba mojada sólo pensándolo.
               Claro que parte de conseguir que terminara mucho antes de lo que se suponía que era la media científica era, precisamente, hacer que me calentara hasta el punto de ebullición, y terminara subiéndome por las paredes. Cosa que él no dudó en hacer, aprovechándose de su estatura y la fuerza de su cuerpo dando un paso atrás.
               -Tsé-se quejó, alzando las cejas y sacudiendo la cabeza como quien pilla a un niño haciendo una trastada de no demasiada entidad, y no cree que un sermón sea lo más adecuado, sino simplemente una leve reprimenda-. Eh. Que estoy trabajando.
               -¿Me acabas de hacer una cobra?
               -Para que veas lo que es-rió.
               -Iba a invitarte a pasar, pero he cambiado de idea. Pírate a tu casa, Alec-refunfuñé, tirando de los bordes de la chaqueta con rabia-. ¿Has enviado ya esa puñetera encuesta?
               -Sí-rió, bajando los escalones de mi porche en dirección a su moto, que ya ni siquiera ronroneaba en la calle. Normalmente dejaba el vehículo al ralentí; decía que no le compensaba arrancarlo y encenderlo cada vez que tenía que bajarse para hacer una entrega, así que que la apagara era una señal inequívoca de que contaba con quedarse en casa, como tantas otras veces.
               Sólo estábamos jugando.
               Por eso corrí para atravesar el porche y el camino de entrada, volando hacia él, que caminaba como si realmente fuera a dejar que se marchara. Le quité el móvil de las manos, toqué el botón que indicaba “fin de turno” y salté para darle un largo beso en los labios, en el que saboreé su boca al completo: su lengua, sus dientes… incluso su barba incipiente.
               Me la imaginé arañando la parte más sensible de mi cuerpo mientras mis gemidos llenaban la casa, que esa noche estaría llena de gente demasiado pendiente de un puñetero programa como para darse cuenta de que el grupo se había reducido en dos personas, y había ruidos raros en la parte de arriba. Debería cortarme el rollo pensar que no podría hacer todo el ruido que quisiera, pero saber que podían pillarnos si esa noche hacíamos algo le daba muchísimo más morbo al asunto; tanto, que incluso se me ponía la carne de gallina sólo de pensarlo.
               Una vez más agradecí que Alec pudiera leerme como un libro abierto y yo a él, porque noté la manera en que sus besos cambiaron mientras respondía a los míos. Además, notaba un bulto delicioso cerca de mi entrepierna. Uf, qué genial que fuera un hombre y pudiera sentir, literalmente, el efecto que mi cuerpo tenía en el suyo.
               -¿Te apetece pasar?-pregunté después de un último momento enrollándonos, intentando recordarme a mí misma que tenía cosas que hacer, y muchas. No estaba la cosa como para que me morreara con Alec en la calle.
               Debíamos ir dentro. Hacía frío. Y en casa, podríamos desnudarnos. En la calle, estaba un poco feo. No es que yo no estuviera dispuesta, todo lo contrario, es sólo que… había probado lo que era hacerlo con él en mi cama, y hacerlo con él en cualquier otro sitio, siempre más incómodo, así que me quedaba con la comodidad de mi lecho, siempre.
               -¿Necesitas preguntarlo?-replicó, riéndose y dejándome en el suelo. Me dio una palmadita en el culo que me recordó a la manera en que me había follado en Mánchester, mirándome a los ojos, agarrándome como si fuera su salvavidas en una tempestad, y cómo me había tapado la boca mientras continuaba poseyéndome para que mis gritos no despertaran burlas con sus amigos, con los que yo no tenía tanta confianza como para saber manejar sus risas acerca de lo escandalosa que era.
               -¿Necesitas que te invite?-respondí, jugueteando con nuestras manos unidas, recordando la deliciosa sensación de mis pechos en sus manos, frotándose contra sus pectorales, su miembro invasor dentro de mí…
               Sabrae, me recriminé, pero… jolín. No es culpa mía que Alec sea guapísimo, que le quede tan bien el uniforme de trabajo, que con la moto sea tan sexy, y que el casco le deje el pelo igual de alborotado que cuando terminamos de follar.
               -Voy a guardar la moto en el garaje. Nos vemos dentro, bombón-me dio una palmada en el culo y me guiñó el ojo, y yo tuve que recordarme que mi casa era el edificio que tenía a mi espalda, y no sus pantalones. Por la forma en que sonreía, estaba segura de que podía escuchar mis pensamientos en su cabeza, como si estuviera gritando con la ayuda de un megáfono desde una azotea que quería que me empotrara. Normalmente me afectaba mucho lo que me decía en cuanto al sexo; a veces, bromeábamos con que éramos como cohetes, bengalas que salían disparadas hacia el cielo dejando una estela de luz y llamas, pero lo mío en aquel momento superaba con creces cualquier reacción anterior. Cualquiera diría que no lo habíamos hecho el fin de semana, o incluso el mes anterior, ya puestos, de tan revolucionada que me sentía por dentro.
               Me quedé mirando embobada cómo Alec le quitaba la pata a la moto e, ignorándome deliberadamente, la empujaba por el camino que conducía al garaje, en la parte trasera de la caza. Hasta que no lo perdí de vista no se rompió el hechizo y pude volver en mí, dejando a un lado las ensoñaciones en las que atravesaba el jardín a grandes zancadas y saltaba sobre él para hacer que se enterara de lo que valía un peine.
                Y, si dejar de ver a Alec había conseguido que me tranquilizara, escuchar la llamada de Shasha desde el interior de la cocina me devolvió de una patada a la realidad. Llevábamos allí metidas desde que habíamos llegado del instituto, demasiado ocupadas por nuestra labor de anfitrionas como para centrarnos siquiera en nuestros estudios (aunque yo había sido previsora y ya había hecho los deberes con antelación para tener la tarde libre, Shasha no había seguido mi ejemplo y planeaba ponerse al día con todo en los anuncios del programa, cosa que yo dudaba que consiguiera debido al alboroto que habría en la casa). Aquella noche era la primera en que se emitía en directo The Talented Generation, el programa al que habían ido a participar mi hermano y los demás. Como Tommy y Eleanor también estarían en la pequeña pantalla, y Louis y Eri acudirían junto con mis padres a su encuentro para poder charlar con ellos en los minutos que dejaba la productora después de cada programa, me quedaba hacer de niñera durante la noche, cuidando tanto de Duna como de Astrid y Dan. Era la primera vez que me quedaba al mando de la casa y me responsabilizaba completamente de los tres niños, pues siempre que había hecho de niñera en realidad había sido la segunda de abordo para Scott, o incluso a veces la tercera o la cuarta, dependiendo de si estaban también Tommy y Eleanor.
               Les había comentado a mis amigas que estaba un poco preocupada, porque éramos dos contra tres (a pesar de que a Shasha le costaba obedecerme en situaciones normales, contaba con ella al cien por cien para mantener a los niños a raya), y Amoke había llegado a una conclusión a la que a mí me había dado miedo enfrentarme.
               -No podrás con ellos.
               Puede que la sinceridad de mi mejor amiga en ocasiones me hiciera daño, pero aquel momento no fue una de esas ocasiones, porque lo cierto es que una parte de mí ya sabía a lo que se enfrentaba. Si a duras penas me costaba contener a Duna, me sería imposible controlarla cuando Astrid hiciera acto de presencia; por suerte o por desgracia, Dan era un elemento neutro, que en ocasiones se dejaba arrastrar por las niñas, y en otras se resistía a ellas y se mostraba más proclive a aceptar la autoridad de quien estuviera a su cargo. No en vano, tenía 10 años frente a los 8 de las niñas, de modo que era un pelín más maduro. Aunque, claro, también tenía que tener en cuenta el hecho de que a Dan se le notaba muchísimo que llevaba enamorado de Duna prácticamente desde que nació.
               Yo ya estaba al borde del colapso nervioso cuando Amoke pronunció aquellas palabras; por eso me sonó como música celestial cuando sugirió que hiciéramos una fiesta de pijamas en la que me ayudarían a cuidar de ellos.
               -Nos portaremos bien. Pediremos comida a domicilio, prepararemos dulces, y los atiborraremos tanto que no podrán moverse del sitio.
               -Es un buen plan-había consentido Kendra.
               -¿No crees que el azúcar les dará un subidón que los haga más incontrolables?
               -No, si les dejamos comer tanto salado que apenas puedan con lo dulce-reflexionó Momo.
               -Yo siempre tengo un buen hueco para el postre-respondí, preparándome para torpedear su plan contando con que cualquier cosa que previéramos y que fuera negativa se quedaría corta comparada con la noche que me esperaba.
               -Sí, pero si hambrienta puedes comerte una tarta entera, estando saciada no coges más que un trocito. De eso se trata-Momo se había cruzado de brazos, pagada de sí misma-. De atiborrarlos tanto que no puedan comer más que una cucharadita de dulce y… ¡pum! Se duermen en el sofá y nos dejan ver el programa tranquilas.
               -Tenemos plan-anuncié, orgullosa.
               -¿Invitarás a Alec?-había preguntado Taïssa, y de repente Kendra y Momo me miraron con aprensión. A pesar de que Alec se había convertido en parte titular del elenco de nuestra amistad, especialmente en lo que se refería a las tardes de estudio, en ocasiones a mis amigas les asustaba que no distinguiera los momentos en los que debíamos estar solas, de los momentos de los que podía hacer partícipe a mi chico.
               Y, si he de ser sincera, el corazón me dio un brinco en cuanto Taïssa pronunció su nombre, pues así tenía una excusa perfecta para invitarlo. No es que la necesitara, pero… nunca estaba de más.
               Por eso, cuando coincidimos esa misma tarde en que mis amigas y yo terminamos de concretar los planes, le había soltado la pregunta a bocajarro, antes incluso de que pudiera darme un beso a modo de saludo.
               -¿Quieres dormir en mi casa la noche del concurso?
               Alec se había quedado a cuadros; normalmente, yo no le hacía ascos a un beso suyo, de modo que debía de tenerme tremendamente preocupada la dichosa nochecita, así que su deber era estar conmigo. Lo había hecho genial la primera semana, consiguiendo que la ausencia de Scott apenas me escociera y manteniendo a raya esas mandíbulas que amenazaban con hacer jirones mi alma si me dejaban sola en la habitación de mi hermano y a mí se me ocurría pensar más de dos segundos seguidos que, ahora, la reina de la casa era yo.
               -Ems… con “dormir”, ¿a qué te refieres exactamente?-Alec había fruncido el ceño y me había cogido la mano. No había sido hasta ese momento cuando cayó en la cuenta de que debería haberme tenido en cuenta para sus planes para esa noche; después de todo, por mucho que no fuéramos novios de manera oficial, yo me lo había llevado a una manifestación del 8m y él me había llevado a un combate de boxeo, e incluso había conocido a su abuela. Nuestra relación ya había pasado ese importantísimo punto en el que el otro es un elemento incuestionable en los planes que vayan surgiendo, hasta el punto en el que las invitaciones que se nos extendían ya no eran un “Sabrae” o “Alec” a secas, sino “Sabrae +1”, “Alec +1”, o directamente “Sabrae y Alec”, o “Alec y Sabrae”.
               Por supuesto, a mí no me había molestado en absoluto. Sabía que no lo hacía con mala intención, y bastaba con ver su cara para saber que se arrepentía. Alec era nuevo en esto. Era normal que, al principio, trastabillara.
               -Bueno, había pensado que estaría guay hacer una fiesta de pijamas o algo así con mis amigas. Ya sabes, para pasárnoslo bien y, de paso, que me ayuden a cuidar de mis hermanitos pequeños-Alec no pudo evitar sonreír cuando me escuchó decir “mis hermanitos pequeños”, porque así sentía yo a Dan y Astrid, a pesar de que no compartiéramos madre. Le recordaba muchísimo a Scott y Tommy, porque había adquirido esa costumbre de ellos-. Será una noche importante-añadí en un tono un pelín más intenso de lo que pretendía, aunque, en realidad, tenía razón.
               Aquella era la primera noche de la nueva vida de mi hermano… y también la última noche en que Scott era simplemente Scott. En el momento en que apareciera en el escenario, mi hermano se esfumaría, pasando a un discreto segundo plano, y Scott Malik, el integrante de Chasing the stars, ocuparía la primera plana de todos los periódicos.
               -Y deberíamos pasarla juntos-coincidió Alec, asintiendo con la cabeza, una sonrisa tierna en su boca. Había seguido el hilo de mis pensamientos mejor incluso que si los hubiera expresado en voz alta. Ésa era una de las cosas que más me gustaba de estar con él: bastaba con mirarnos para decírnoslo todo. No era necesaria una retahíla exponiendo nuestros argumentos: una palabra era más que suficiente para saber exactamente qué pensaba el otro.
               Además, él también estaba pasando por lo mismo que yo. En cierto sentido, también había perdido a un hermano. En cierto sentido, Alec también acusaría el desvanecimiento, aunque temporal, de su amigo. Scott para mí era un hermano mayor; para Alec, un gran amigo, una parte tan importante de su vida que, de no existir él, no sólo no me tendría, sino que tampoco se tendría a sí mismo.
                Igual que yo era Sabrae Malik porque Scott era Scott Malik, Alec era Alec Whitelaw porque Scott era Scott Malik. Scott no era la cruz de cuya moneda Alec o yo éramos la cara, sino una de las caras de un complicadísimo poliedro que lo requería para poder existir. No había cubos de cinco caras; siempre hacían falta seis.
               De lo contrario, no era algo perfecto.
               -Verás…-se mordisqueó la cara interna de la mejilla, intentando resolver un cubo de Rubik complicadísimo con la ayuda exclusiva de su cerebro-. Lo cierto es que los chicos y yo no tenemos nada cerrado, pero ya habíamos hablado sobre hacer algo esa noche… algo a lo que, por supuesto, estarías más que invitada. Habíamos pensado… no sé, comida basura, cervezas, sofá… lo típico, ya sabes-se encogió de hombros, y yo asentí con la cabeza-. Por supuesto, estás invitadísima. De hecho, estáis invitadísimas todas-Alec miró a Taïssa, que caminaba al compás de Jordan, enseñándole una pulsera que se había hecho con unas gomitas que le habían traído sus primos pequeños del sur y que se había pasado el fin de semana entretejiendo. Era preciosa-. Ya sabes que en mi sofá cabe un ejército.
               -Pero es que yo me tengo que encargar de los niños-repliqué-. Ya sabes cómo se pone Duna contigo, así que imagínate si la llevamos a tu casa. Se volverá loca. Tendríamos que cerrar a cal y canto todas las puertas, para que no se escapara a correr desnuda por el jardín, o algo así. Además, se supone que tengo que acostarlos.
               -Tenemos-me corrigió, pellizcándome la barbilla y guiñándome un ojo, y yo sonreí. Me hundí en esos ojos color chocolate un instante, disfrutando de la increíble sensación de saber asegurado el futuro que deseaba con él por el mero hecho de que él también lo quería, y ambos éramos tercos como mulas, así que nada se interpondría entre nosotros salvo, quizá, nosotros mismos. Lo único que podía salvar a la eternidad de tener que soportarnos era que uno de los dos se alejara del otro, pero había un minúsculo inconveniente a ese plan maestro: nos habíamos prometido que no lo haríamos. Y si Alec no pensaba romper una promesa así conmigo, menos pensaba hacerlo yo con él. Con él, no. Él era el único al que yo no dejaría marchar jamás, porque era el único que Dios había puesto en la tierra para que me acompañara a cada paso que daba.
               Scott se habría independizado, pero Alec se independizaría conmigo.
               Mi chico bufó, sintiendo que me desnudaba espiritualmente ante él, y él hacía lo propio incluso aunque no quisiera (que sí quería). Se pasó una mano por el pelo, negó con la cabeza, rompiendo el contacto visual, y jadeó:
               -A la mierda. Sabes que no puedo decirte que no a nada. Iré a tu casa-me prometió, con esa sonrisa torcida suya, la sonrisa de Fuckboy® que hacía que me derritiera por dentro-, aunque eso me convierta en todo lo que decía odiar antes: un tío que vive por y para su novia, hasta el punto de dejar colgados a sus amigos por ella.
               -Si te sirve de consuelo…
               -Oh, sí, se me olvidaba-puso los ojos en blanco y dio una palmada-. ¡No somos novios!
               -En realidad, iba a decirte que podías decirles a tus amigos que se vinieran-me mordí la lengua al sonreír mientras se la sacaba, y Alec se echó a reír.
               -Carta en la mesa, pesa-sentenció-. Ya veremos si los invitas a venir la semana que viene.
               Después de la intensísima sesión de entrenamiento que habíamos tenido en el gimnasio (Alec se tomaba súper en serio su labor como entrenador personal, porque no sólo me ayudaba a mejorar sino que le brindaba una oportunidad perfecta para manosearme todo lo que se le antojara) y de una deliciosa ducha con agua tibia en la que no dejamos de enrollarnos, al llegar a casa me encontré con que me habían añadido a un nuevo grupo del que Alec era el creador. Rápidamente agregué a mis amigas, que saludaron con un montón de emoticonos y se entregaron al 110% a la dificilísima tarea de organizar a once personas para una noche de macrofiestón de pijamas.
               Y lo mejor de todo fue ver cómo Alec, que solía dejarse llevar por la corriente, no ofreciendo planes pero tampoco interponiendo obstáculos, tomaba parte activa en las tareas de negociación. Era complicado resumir cientos de mensajes y casarlos todos, pero Alec lo consiguió en tiempo récord, fijando un mensaje con una lista en el grupo, al que había llamado 🌟CTS SQUAD🌟, en el que resumía de qué nos encargaríamos cada uno. A petición mía y después de un intensísimo debate con Logan, amén de la posición privilegiada que me daba acostarme con el creador del grupo, conseguí que la labor de repostería fuera para mí, por mucho que todos dijeran que yo bastante hacía poniendo la casa y todo lo demás.
               -Sí, sí, sí, sí, Sabrae, todo eso está muy bien, viva el azúcar y todo ese rollo, pero, A LO IMPORTANTE, ¿QUIÉN COMPRA EL ALCOHOL?-había zanjado el asunto mi chico cuando notó que se me empezaba a ir de las manos el entusiasmo defendiendo mi posición de pastelera oficial del escuadrón.
               Así que ahí estábamos mi hermana y yo, afanándonos en hornear bizcochos, tartas y pastelitos para un ejército hambriento al que tenía pensado conquistar con el estómago, cuando Alec llamó a mi puerta desconcentrándome al instante.
               Regresé a la cocina toqueteándome las trenzas, asegurándome de que no había ningún mechón de pelo fuera que no se hubiera escapado durante la pausa en mi cocinado y que pudiera hacer que mi hermana me tomara el pelo con cómo me había tomado mi tiempo para regresar a los fogones.
               Como si supiera exactamente lo que había estado haciendo, Shasha se giró para mirarme de arriba abajo en busca de pistas que utilizar para tomarme el pelo. Papá, por su parte, mordisqueaba con cierto aburrimiento una de las manzanas que habíamos dejado sobre la isla de la cocina para preparar la mermelada con la que decoraríamos la parte superior de las tartas de queso que tenía pensado hacer. Ignorando a Shasha, me incliné hacia el horno para ver qué tal subía el bizcocho de chocolate, en cuya superficie esponjosa se depositaban las esperanzas de mi padre de poder comer algo. El pobre estaba tan nervioso que a duras penas conseguía que no le temblaran las manos; a Shasha y a mí nos había costado lo suyo de que lo mejor sería que no tomara parte en la pela de manzanas, porque podría cortarse. Sólo cuando le dijimos que Scott se preocuparía y me llamaría para reñirme por lo mal que lo estaba cuidando al ver los cortes en sus manos accedió a dejar el cuchillo sobre la superficie de mármol. Donde no había hecho mella la preocupación por su imagen, el amor filial había movido montañas.
               Dejé el paquete sobre la isla y me incliné para ver qué al iba Shasha troceando las manzanas.
               -¿Qué es eso?
               -Métete en tus cosas.
               -¿Un consolador?-Shasha sonrió, segura de que conseguiría sacarme los colores. Papá, sin embargo, estaba a su bola, mirando su móvil con la concentración de un budista recitando sus oraciones.
               -Sí, para ti. Me da miedo que nuestra relación se resienta por la envidia que me tienes-acusé, y Shasha se puso colorada de rabia, se giró para comprobar que papá no miraba, y me arañó el brazo-. ¡AY! ¡PAPÁ!
               -No os peleéis, niñas-suspiró, cansado. El tiempo sin Scott había hecho tanta mella en él que se le notaba sin energías.
               De todos en casa, papá era, de lejos, el que más había acusado la ausencia de mi hermano. Supongo que se debía a que había un tremendo desequilibrio hormonal en casa: papá era incapaz de generar testosterona suficiente como para combatir la cantidad de estrógenos que mamá, Shasha y yo insuflábamos en el ambiente. Tres contra uno era una lucha tremendamente desigualada, amén de la puñetera ansiedad que le asaltaba cuando menos se lo esperaba. En todo lo que llevaba de vida, papá había tenido, a lo sumo, 3 ataques de ansiedad en los que yo hubiera tenido que consolarle porque mamá no estaba en casa. Él era el primero que no quería que lo viéramos ahogándose con el aire de sus pulmones, pero había veces en que era inevitable que tomáramos cartas en el asunto.
               Sin embargo, durante esa semana, papá había llegado a encadenar 5. Uno incluso había sido en el instituto, aunque por suerte no había sido durante ninguna clase, sino en la sala de profesores, de manera que no fue tan intenso como lo eran los que tenía delante de nosotras. Papá se odiaba por preocuparnos, pero tenía un veneno dentro que ahora se hacía más poderoso, como si se estuviera sometiendo a ebullición constante y papá no fuera capaz de mantenerlo a raya, debajo de la tapa de la olla a presión en la que su ansiedad se resguardaba. No dejaba de pensar en si Scott estaría bien, pues no parecía creerse que a mi hermano le fuera tan genial como nos aseguraba cada vez que hablábamos con él, una vez al día; estaba convencido de que Scott nos mentía para no preocuparnos, y aquello era lo último que tenía que hacer, según él.
               Por mucho que intentara no compararse con su hijo, papá era plenamente consciente de cuándo y por qué habían empezado sus problemas con la ansiedad, cuándo se había ido su vida momentáneamente a la mierda, cuándo había tocado fondo… y no quería que eso le pasara a Scott. Por encima de su cadáver. Por eso, se agobiaba cada vez que pensaba en él. ¿Estaría bien? ¿Le estaría gustando lo que tenía que hacer? ¿Le estarían presionando para que cantaran algo suyo? ¿Le terminarían machacando tanto que terminaría accediendo a cantar una canción de papá, música que Scott detestaba por encima de todas las cosas? ¿Le molestaría lo mucho que iban a compararlo con él? Scott odiaba que le dijeran que era idéntico a papá, pero es que era la realidad.
               Además, Scott no es que besara el suelo que papá pisaba, precisamente. Los últimos años, había pasado de adorarlo a quererlo, y de quererlo, a simplemente tolerarlo. ¿Y si le presionaban tanto para que siguiera sus pasos que terminara renegando de todo, odiándole y destruyendo lo que a papá más le importaba, nuestra familia? Mamá no dejaba de repetirle que eso no pasaría nunca, que Scott le quería por encima de todas las cosas, que jamás nos daría la espalda, ni a él ni al resto, y que se enorgullecía de ser un Malik.
               Papá la había mirado y le había dicho algo que le rompió el corazón, entre hipidos, jadeos, náuseas y temblores, las lágrimas corriéndole por las mejillas y el pulso al triple de la velocidad normal.
               -Si a Scott le gusta ser un Malik es porque lo eres tú, Sherezade.
               Ya no es que echara de menos a su hijo, es que estaba convencido de que éste le odiaba. Se había convencido a sí mismo de que Scott no le miraba como miraba a mamá, y le aterrorizaba pensar que, mientras él lo pasaba mal porque la casa estaba tremendamente vacía sin él, Scott no perdería el tiempo en no regresar cuando le dieran la oportunidad, siendo su apariencia física lo único que compartían.
               Caminé con paso ligero hacia papá, le rodeé el cuello con los brazos y le di un beso en la sien.
               -Zaddy-ronroneé, y él sonrió con tristeza. Me fijé en que estaba metido en el perfil de Instagram de Scott, mirando cada una de sus fotos, escudriñándolas como si pretendiera encontrar algo que fuera a devolverle a su hijo. Me dolía en el alma verlo así, porque estaba convencida de que, cuando tu cerebro te dice que el mundo está a oscuras, ni mirando directamente al sol consigues ver otra cosa que no sean tinieblas. Cuando la negrura está en tu cabeza, no hay manera de hallar la luz. Y papá estaba en ese punto en el que pensaba que Scott le odiaba, no le perdonaría por lo que le había hecho… engendrarlo, simplemente.
               Y yo no tenía manera de hacerle procesar que lo último que me había pedido mi hermano antes de irse era que cuidara de él… sólo esperaba que Scott tuviera una buena noche y no fuera borde ni un ápice, o papá se hundiría.
               -¿Seguro que no quieres ir tú? Yo puedo quedarme. Ya sabes que los focos…-comentó, deseando que le dijera que sí, porque le aterrorizaba la frialdad que podía encontrarse en mi hermano, y a la vez suplicándome que le dijera que no, porque el odio de su hijo era mejor que echarlo de menos de la forma en que lo hacía. Negué con la cabeza.
               -Tendrás que dejar a mamá embarazada otra vez-sonreí, toqueteándole el pelo. Me felicité a mí misma cuando le vi levantar involuntariamente las comisuras de la boca, acusando mi broma. Cuando yo había llegado al mundo, papá estaba terminando el disco en el que metió la canción que llevaba mi nombre, y descubrió que no podía irse de gira y dejarme atrás, ni siquiera durante unas semanas. Lo mismo se había repetido con Shasha y con Duna, pero sus fans le habían perdonado: les daba material suficiente para morirse de amor a base de fotos ejerciendo de padre como para poder enfadarse con él por haberlas abandonado en sus casas. Y aquello se había convertido en una broma recurrente entre sus fans y nuestra familia: cada vez que papá preparaba algo gordo, bromeaba con que no podía prometer nada, porque igual mamá se quedaba embarazada y tenía que cancelarlo todo. Sus admiradores, por supuesto, le adoraban lo suficiente como para reírle todas las gracias, incluso ésa-. Además… tú tienes la voz de la experiencia, y Scott la necesita.
               -Espero que le salga todo perfecto. Se merece llegar hasta el final-suspiró, angustiado, y yo le tomé de la mandíbula y le hice mirarlo.
               -Papá… en Inglaterra no hay muchos ciegos, que digamos. Aunque se subiera al escenario y se dedicara a tirarse pedos, estoy segura de que sólo por su cara bonita nos las apañaríamos para darle un Brit.
               -Y adivina de quién ha sacado la cara, papi-ronroneó a su vez Shasha, abrazándose a su espalda. Papá puso los ojos en blanco.
               -¿De vuestra madre?-preguntó con inocencia, sonriendo un poco más. Duna se lanzó sobre sus rodillas.
               -¡Nooooo!-baló, ofendida, y papá se echó a reír, le dio un beso en la frente y bloqueó su teléfono, un poco más animado. Alargó la mano para ocuparse de cascar las nueces para los brownies que iba a hornear tras el bizcocho, y de esa guisa nos encontró Alec.
               -Reunión familiar-canturreó mi chico-. ¿Interrumpo? ¿Os dejo solos?
               -Eres tontísimo-me reí, negando con la cabeza y volviendo a mis tareas.
               -Hombre, chaval-celebró papá, más sonriente aún. Era increíble el cambiazo que había pegado de actitud con respecto a Alec por el mero hecho de que éste se había volcado en animarnos-. Ya estás aquí.
               Lo dijo como quien llega de trabajar y se encuentra a su perrito meneando el rabo con entusiasmo después de una larguísima mañana separados… o, directamente, como si fuera el perrito.  Incluso esbozó una sonrisa radiante que encontró su eco en la de Alec.
               Algo que, sorprendentemente, nos había venido bien de la marcha de Scott, era la necesidad que tenía Alec de asegurarse de que estuviéramos bien. Entendía que, por extensión, tenía que preocuparse también por mi familia, sabedor de que yo no podría estar completamente feliz si las cosas en mi casa no iban como la seda. Así que el primer día que vino a casa, yo creía que lo que quería era hacerme compañía, asegurarse de que no iba a hundirme en los silencios que normalmente Scott llenaba con su consola o con su voz, hablando por teléfono con Tommy o viendo una serie con su mejor amigo mientras los demás seguíamos con nuestras vidas.
               Pero cuando me di cuenta de que prefería los planes caseros en lugar de salir por ahí a dar una vuelta cuando yo se lo ofrecía, en parte con ganas de que me dijera que sí y en parte deseando que se negara con educación, pude adivinar a qué se debía: yo no era la única que necesitaba de su presencia. Duna era la segunda que más tiempo pasaba con él, aunque yo lo había achacado a su enamoramiento con mi chico. Shasha, sin embargo, había empezado a salir más de su habitación y a quedarse sentada en el sofá, a una prudente distancia de nosotros mientras veíamos una película, y a mirarnos de vez en cuando (a mirarle a él) como si quisiera asegurarse de que no nos habíamos ido y podía seguir tranquila. Incluso mamá apreciaba que estuviera en casa.
               Lo de papá estaba, sin embargo, a otro nivel. Al principio había puesto mala cara (como cada vez que Alec aparecía, aunque no podía evitarlo) porque veía su posición de mi persona favorita en la casa amenazada. Sin embargo, cuando Alec empezó a tantear el terreno con él, se encontró con cancha amplia, pudiendo incluso sentarse juntos a ver un partido y comentarlo mientras compartían unas cervezas. En cierta manera, Alec estaba supliendo el papel de Scott, ése que mi hermano había dejado de ejercer tan a menudo hacía años, y que había abandonado definitivamente el día que se marchó. Papá necesitaba un hijo, pues se había convertido en padre con un varón, no con una niña, y Alec estaba cumpliendo ese papel. Y, a juzgar por la manera en que su relación había evolucionado en menos de una semana, diría que lo estaba haciendo genial. Incluso mejor que Scott, aunque estuviera mal que lo dijera.
               -¿Qué hacemos, familia?
               -Te he dejado unas nueces para que las casques-informé, y Alec tomó asiento a mi lado-. Vamos a hacer brownies.
               -Ñam. Planazo familiar-comentó, tomando asiento al lado de mi padre y cogiendo un puñado de nueces del cuenco que había dejado apartado para él. Automáticamente, Duna se bajó de su taburete, rodeó la mesa y escaló hasta sentarse sobre la rodilla de Alec-. Vaya, por fin alguien de esta familia se interesa por acercarse a mí-soltó con ironía, y sentí su mirada abrasadora clavada sobre mí.
               -Eres un victimista.
               -Me siento abandonado, Sabrae.
               -¿Qué tal por el centro? ¿Mucho curro?-preguntó papá, evitando que empezáramos a pelearnos. No es que le produjera ansiedad ni nada de eso, pero le gustaba tener la fiesta en paz. Cuanto más relajado estuviera el ambiente y menos lugar a malentendidos hubiera, mejor.
               -Lo de siempre. Siguen en obras en una esquina de Hyde Park, lo cual es un puto coñazo-Alec puso los ojos en blanco.
               -Pero, ¡si sólo están cambiando el pavimento!
               -Ya ves-Alec volvió a poner los ojos en blanco, y se levantó automáticamente cuando yo me estiré para alcanzar un bol de las alacenas superiores-. No sé a qué cojones esperan. En cuanto empiece la primavera, no va a haber quién se aguante con el calor de entre los edificios.
               -Alec, para la primavera queda menos de una semana-le recordé yo.
               -Pues por eso.
               -¿No entra en abril?-Shasha frunció el ceño.
               -No, tonta. Son cuatro los meses del año en que se cambia la estación-canturreó Duna-. Junio, septiembre, diciembre y marzo.
               -Eso no rima, Dundun-rió papá.
               -Es que estoy intentando hacer con él un haiku. ¿Me ayudas, papi?
               Papá cogió a Duna del suelo y la sentó sobre su regazo, donde se centró en sacar los trocitos más pequeños de las cáscaras de nueces mientras papá continuaba abriéndolos.
               -Oye, ¿y Sher?
               -Haciendo yoga.
               -Te parecerá bonito, Sherezade-comentó Alec, levantando la voz-. Dejar que tu familia se ocupe de la cena mientras tú te dedicas a hacer posturitas.
               -Yo pongo la comida sobre la mesa-le recordó mi con la voz tensa; probablemente estuviera con las piernas en el aire en ese momento. Alec miró a papá, que se encogió de hombros.
               -Cómo se nota que no sabes lo que cobra un profesor.
               -Pero tú eres cantante.
               -Que lleva un año sin sacar nada nuevo al mercado-papá clavó los ojos en las nueces y se encogió de hombros de nuevo. Yo, que ya conocía esa modulación en su tono de voz, supe que estaba al borde del precipicio sin siquiera darse cuenta, de manera que me incliné hacia la nevera y le tendí una cerveza sin alcohol. Quizá, si conseguía que se distrajera un poco, no terminaría perdiendo el norte.
               -Estás trabajando en algo nuevo, papá-comentó Shasha,  pero pensé que no la había escuchado por haber dicho por debajo de ella “gracias, peque” cuando yo le tendí el botellín abierto.
               -Sí, Z, las cosas de palacio van despacio-convino mamá, apareciendo por la puerta del comedor y poniendo las manos sobre los hombros de su marido-. No hicimos a los chicos en dos días, ¿sabes?
               -Hombre, hacer, lo que se dice hacer…-sonrió papá, girándose para darle un beso en los labios a mamá. Ella se apartó el pelo de la piel pegajosa por el sudor.
               -Bueno, lo cierto es que tienes razón. Lo tuyo fue una aportación espontánea. Realmente, todo el mérito del trabajo es mío.
               La mirada de papá cambió, de jocosidad a hartazgo.
               -Scott es igual que yo. Algo aportaría.
               -Ni siquiera querías hacerlo.
               Papá la miro de arriba abajo.
               -¿A ti te parece que hay hombre en su sano juicio que no quiera hacerlo contigo, nena?
               -Me refería a Scott-mamá le dio un manotazo juguetón en el hombro, y papá alzó las cejas.
               -¿Quién te dice a ti que no me las apañé para que se nos rompiera el condón, eh? Quizá soy más listo de lo que te piensas.
               -Nah-mamá sacudió la mano-. No has sacado una canción en un año; tan listo, no eres.
               -Aguantarte es un puto castigo, Sherezade-ladró papá mientras ella se reía, alejándose de nosotros.
               -Pues ya sabes lo que te queda: pedirme el divorcio.
               -Ah, no. Ni de coña, nena. Esta vez, no vas a ganar tú.
               -Ya lo veremos.
               -¡Ya te digo yo a ti que lo veremos!-contestó, pero sonreía, así que el plan de distracción de mamá había funcionado.
               Fue entonces cuando caí en la cuenta de que Alec no había abierto la boca en todo el tiempo que mamá había estado en la cocina, seguramente demasiado ocupado controlando sus hormonas revolucionadas al verla desnuda, con un top de deporte y unos leggings bien ceñidos que hacían que sus piernas se alargaran varios kilómetros extra, como para poder emitir sonido alguno con la boca.
               Y papá, evidentemente, también se dio cuenta. Él tenía más experiencia que yo en pillar a otras personas embobadas mirando a su esposa. No en vano, se la llevaba a cada evento, no sólo para presumir de ella (que también), sino sobre todo porque mamá hacía que todo en la vida de papá fuera mil veces mejor. Conseguía mantener a raya la ansiedad de las entrevistas, e incluso hacía que le gustaran los estallidos brillantes de los flashes por el mero hecho de que así tendría una nueva tanda de fotos con ella de la que maravillarse a la mañana siguiente.
               -Está cogida, amigo-rió papá.
               -No, si yo también-contestó Alec con gesto distraído, y yo tuve que contenerme para no abrazarle y decirle que le quería. Desde que me había apetecido en su cumpleaños, cada vez se me hacía más y más difícil callármelo: lo único que conseguía frenarme era saber que él prefería que no se lo dijera, pues así su marcha sería un poco más fácil.
               -¿Necesitas darte una duchita de agua fría?-sugerí, dándole un toquecito en la pierna con mi cadera. Alec me miró.
               -¿Es puta coña?
               -Quizá prefieras ducharte después que ella-reí.
               -No quiero ducharme después de tu madre, Sabrae. ¿Y si me la cruzo en toalla y me da un puto ictus?
               -Impresiona, pero tu cuerpo es más fuerte de lo que parece-bromeó papá-. Créeme, sé de lo que hablo. La he visto desnuda.
               -Y me has dedicado cinco discos-le recordó mamá.
               -Eso es porque has tenido la amabilidad de parir a mis hijos.
               -No me esperaba menos.
               -Aunque me debes ya uno…
               -Estuve pariendo a Scott tres días.
               -Vale, entonces el que debe algo soy yo-comentó papá, dando otro sorbo de su cerveza y terminando con las nueces. Dejó a Duna sobre el taburete y se dirigió al salón, no sin antes detenerse y mirarme-. Saab, dale algo de beber a este pobre crío. Encima que viene a ayudarnos…
               -Lo hago por gusto-contestó Alec.
               -Por eso, y para poder manosearme todo lo que se le antoje-aclaré.
               -Eso también-Alec esbozó una sonrisa radiante, dirigiéndose hacia la nevera y asegurándose de rozarme al máximo cuando pasó a mi lado, demostrando mi teoría-. ¿Puede ser una de tus cervezas, Zayn?
               -Estás en tu casa.
               -¿Sí, o no?
               Papá parpadeó.
               -Vamos a ver, Alec. Dejo que te folles a mi hija, ¿no te parece que me va a dar igual que cojas o no una cerveza?
               -Eso ha sido tope machista, papá-protesté.
               -Me da igual. Es la verdad. Podría prohibirle que pusiera un pie en esta casa, y a ver dónde te lo tirarías.
               -Alec es muy bueno haciendo el pino-contesté. Escuché a mamá reírse en el comedor.
               -¿Qué haría yo en otra vida para merecerme esto ahora?-empezó a protestar papá por lo bajo, alejándose de nosotros hasta convertir sus quejas en un murmullo ininteligible. Alec se sentó en la isla con el botellín en la mano y me miró.
               -Te acabas de quedar sin paga.
               -Tengo un sugar daddy de repuesto. Sólo por si acaso.
               -Ah, ¿así que eso es lo que soy? ¿Tu sugar daddy?-arqueó las cejas, interesado por el puesto. Se veía que le gustaba la comparación, aunque no es que estuviera muy boyante, precisamente.
               -Hombre, daddy eres bastante. Porque, ya sabes… llevas una semana siendo adulto.
               -Eso está como súper prohibido, ¿no?
               -¿Podéis dejar de follar oralmente?-preguntó Shasha-. Por Dios, que estoy aquí.
               -Calla y derrite el queso, niña.
               Mientras Shasha se ocupaba de la primera tarta de queso, Alec me ayudó con la masa de los brownies. Duna se encargó de vigilar el bizcocho de chocolate que había en el horno, subiendo poco a poco con una timidez pero seguridad que me inflaron de confianza. No es que me preocupara que se me quemara ni nada por el estilo, pues tenía experiencia de sobra en el arte de hacer bizcochos, pero quería que tuviera una pinta perfecta. Los demás se iban a ocupar de traer el resto de comida de restaurantes profesionales, así que yo tenía que batírmelas no sólo con el sabor, sino con presentaciones más o menos buenas.
               Suerte que tenía unos pinches de cocina geniales, obedientes y dispuestos a hacer todo lo que yo les dijera. En lugar de hacer de niñera con mis hermanas, estaba haciendo de chef.
               Con Alec, sin embargo, la cosa cambiaba un poco. Tuve que abalanzarme sobre él para que no sacara el molde del bizcocho con las manos desnudas, pues no se le había ocurrido ponerse guantes, algo fundamental, como todo el mundo sabe… salvo él, por supuesto.  A Shasha casi le dio algo al ver mi cara de espanto y la expresión de cachorrito humillado que puso Alec cuando yo empecé a chillarle si estaba mal de la cabeza, a tantos decibelios que mamá vino corriendo a ver qué sucedía, segura de que, si me había vuelto loca de esa forma, era porque peligraba la integridad física de una de mis hermanas.
               Al comprobar que no había daños humanos que lamentar, dio por finalizada su sesión de yoga, enrolló su esterilla y avisó a papá de que se iba a la ducha, a lo que él respondió saltando del sofá y siguiéndola a toda velocidad escaleras arriba mientras Shasha y yo nos reíamos.
               -Si es que los hombres sólo pensáis en una cosa-comenté, mirando con intención a Alec.
               -Sí, será que a ti te da por pensar en álgebra al verme.
               -Sí que hace operaciones mentales-se burló Shasha-. Concretamente, le da muchas vueltas al resultado de 70 menos 1.
               -¡SHASHA!-bramé.
               -Ojalá pudiera culparla, pero a mí también me cuesta sacármelo de la cabeza-respondió Alec, dándome una palmada en el culo que activó de nuevo todos mis instintos reproductivos. Oh, genial. Ahora me tocaba cocinar cachonda perdida. Qué bien.
               Debía tranquilizarme, por el bien de mis postres. Debía tener la cabeza bien centrada en lo que estaba haciendo e ignorar la presencia de Alec, a quien Shasha usó como método de distracción sin fisuras, básicamente porque él estaba también por la labor de calentarme, y yo no necesitaba más que una chispa para que en mí se desatara un incendio.
               A partir de entonces, procuré que estuvieran bien lejos el uno del otro, pues se habían hecho muy amiguitos y aún no había decidido si me gustaba o no la cercanía que mi hermana y mi chico exhibían, tratándose como colegas de toda la vida. En cierto modo, me recordaba a cuando Alec me hacía rabiar simplemente porque podía, y Shasha disfrutaba con su presencia en casa porque eso significaba que yo estaría de mal humor por culpa de ese don de él de sacarme de quicio en cualquier situación.
               Me coloqué entre ellos dos, asegurándome de que corría el aire, y traté de mantener a Alec ocupado a base de encargarle una tarea tras otra que, al estar entretenido, no se metiera conmigo con la ayuda de mi hermana.
               Me gustó cocinar con ellos dos. Él hacía que las cosas fueran sobre ruedas, preguntando cada vez que le asaltaba una duda y concentrado en cada cosa que yo le pedía que hiciera. Era como si yo fuera la general de un ejército constituido por un único soldado que pretendía compensar nuestra inferioridad numérica con una dedicación absoluta. Me recordaba en cierta manera a cómo se había comportado en Mánchester, estando con su abuela, como un servicial pinche de cocina que entendía que las cosas que no sabía eran cien millones más que las que sí, y que no tenía reparo en tratar de aprender. Cada vez que Shasha o yo pasábamos, Alec se retiraba para dejarnos espacio, y en cuanto volvíamos a nuestras tareas, volvía a su puesto a toda velocidad. De vez en cuando miraba a Duna para asegurarse de que la niña estaba entretenida, pero a la pobre le bastaba con mirarlo para que se le pasara el tiempo volando.
               Creo que le venía de familia, porque a mí me pasaba un poco igual. Después de untar dulce de leche sobre la masa que le había pedido a Alec que vertiera sobre una bandeja para el horno, el bizcocho ya listo y siendo adornado por mi hermana más pequeña, no pude evitar quedarme mirándolo embobada mientras él, concentrado como pocas veces le había visto en mi vida, echaba de nuevo la pasta de chocolate por encima de la capa de dulce de leche que había colocado yo. Con una “lengüita de gato” (le había hecho muchísima gracia que Duna llamara así a lo que él pensaba que era una espátula flexible, creyendo que le estaba tomando el pelo), vació el contenido del bol con tanta precisión que apenas quedaron unas líneas de filigrana en el cuenco de cristal, y se dedicó a pasarle el dedo al cuenco, metérselo en la boca, chupárselo y exhalar un gruñido de satisfacción mientras sonreía, disfrutando con los ojos cerrados de ese manjar.
               Gesto que también repetía cuando me practicaba sexo oral, sólo que yo, ahora, no estaba enredada en una nebulosa de placer que me impedía percatarme de cómo disfrutaba él. No es que no le gustara hacerme gozar, todo lo contrario; pero, lejos de lo que yo había pensado (es decir, que lo único que le gustaba de comerme el coño era que a mí me encantaba), sino que el acto en sí, mi sabor, ya merecía la pena.
               Alec notó que tenía los ojos puestos en él, incapaz de pensar en otra cosa que no fuera en su lengua por todo mi cuerpo, cada rincón, y levantó los ojos y me miró. Sentí que un escalofrío me recorría la espalda al descubrir en sus ojos la misma expresión que los encendía cuando me hacía un buen cunnilingus, y él sonreía en mi sexo mientras yo me retorcía entre sus manos. Nunca pensé que pudiéramos experimentar un momento de conexión tan fuerte e íntima como en aquellos instantes, así que caí en que no era el sexo lo que nos gustaba, sino la completa y absoluta vulnerabilidad que exhibíamos para el otro, como si fuera lo más hermoso que tuviéramos.
               -¿Qué?-susurró en un suave jadeo, y yo me estremecí de pies a cabeza. Sacudí la cabeza, notando cómo mis trenzas me acariciaban la espalda, y me incliné para limpiarle un poco de chocolate que se le había quedado arrinconado en la comisura de la boca.
               -Tienes… ya está-musité, llevándome el dedo a mis labios y deshaciéndome por dentro al notar el sabor de la masa de chocolate mezclado con el sabor de los besos de Alec. A él, por su parte, se le dilataron las pupilas, se le secaron los labios, y se le puso la carne de gallina.
               De repente, los dos estábamos pensando en que nunca lo habíamos hecho en una cocina… y era una de nuestras fantasías sexuales compartidas.
               -Saab-llamó Duna, rompiendo la ilusión que se estaba formando en mi cabeza en la que Alec me arrancaba la ropa y me follaba duro sobre la isla en la que mi hermanita pequeña estaba decorando el bizcocho. Tanto él como yo dimos un brinco, y yo me giré para mirar a la pequeña.
               -Dime, cariño.
               -Ya he terminado. ¿Puedo pasar las manzanas por el pasapuré?
               Shasha levantó la vista y me miró.
               -Está todo controlado-me dijo, y yo supe lo que quería decir en realidad esa frase. “Si quieres ir a follártelo, hazlo, no me importa. Nos apañaremos bien sin ti”.
               Pero no tenían que apañarse sin mí. Yo era la anfitriona.
                -Vale, pero sólo si dejas que Alec te ayude a sacarlas de la olla. No quiero que te quemes, piojito-le di un beso en la cabeza y Duna exhaló una exclamación, saltó del taburete y trotó hacia el armario donde guardábamos el pasapuré. Empezó a dar saltos pidiéndole a Alec que se lo sacara, pero el pobre no daba una, todavía concentrado en la forma en que mis pechos estiraban la tela de mi camiseta y el sonrojo de mis mejillas al pensar en lo que queríamos hacer.
               Y yo no es que estuviera tampoco muy lúcida. Puede que lo mejor fuera descargar tensión, en cinco minutos lo ventilaríamos; conseguiríamos disfrutar igual que si estuviéramos varias horas dándole, porque no nos interesaba la duración, sino poder explotar y expandirnos cuanto quisiéramos.
               -No, no, papi-le indiqué, señalando la alacena en la que guardábamos el instrumento-. Es ésa de ahí; tienes que sacar el exprimidor.
               En ese momento, escuché un ruido a mi espalda que hizo que se me helara la sangre en las venas. Papá acababa de entrar en la cocina…
               … y me había escuchado decir en voz alta la palabra que, se suponía, era monopolio exclusivo suyo. Claro que no tenía ni idea de lo muchísimo que le ponía a Alec que la usara con él mientras follábamos. Era decirla en voz alta, y él empezar a empalmarse, o yo humedecerme y poder admitir su inmenso miembro en mi interior.
               Me giré despacio, como en las películas de terror en las que el monstruo está justo detrás de la pobre protagonista indefensa, y miré a mi padre, que hacía lo imposible por no taladrarme con la mirada. De repente, la temperatura en la cocina se disparó; de no ser porque sabía a ciencia cierta que tenía las mejillas de un intenso rojo semáforo, habría creído que acababan de abrir el horno y habían orientado su viento infernal hacia mí.
               -Voy a fingir que no me acabo de enterar de que lo llamas igual que a mí-dijo con voz glacial, en la que se intuía la lava ardiendo por debajo de la superficie.
               Noté cómo la sangre huía de mi rostro mientras Alec, a mi lado, hacía lo imposible por no establecer contacto visual con papá. Todo el colegueo que habían ido reuniendo a lo largo de la semana pasada y el principio de ésta se había evaporado como un charco en verano, y entre ellos no quedaba nada más que la tensión que producía saber que competían ya no sólo por mi atención, sino también por mis motes, aquella palabra sagrada que yo me había atrevido a profanar usándola con otra persona que no fuera mi padre. ¿En qué estábamos pensando? ¿Cómo me había acostumbrado tanto a decirla, cuando al principio no era más que una manera de tocarle el pelo a Alec? ¿Cómo es que habíamos terminado tan hechos a ella que ya incluso nos gustaba, porque sabíamos que estaba prohibida y no debía decirla, y nos encantaba ese regusto a estar haciendo algo mal que se quedaba en el aire mientras su eco se desvanecía?
               -Está claro que yo en esta casa soy la última mierda-gruñó, y debería sentir cierto alivio por el tono rabioso con el que lo dijo, pues las palabras eran más bien cansadas, como su existencia esta semana en la que sólo era padre de tres y no de cuatro-. Ni siquiera estoy por encima de ti-clavó los ojos en Alec, que seguía estudiando las baldosas del suelo como si en ellas se ocultaran los secretos del universo, y fuera a desentrañarlos costara lo que costara. Juraría que se encogió un poco bajo el escrutinio de mi padre, por imposible que pareciera-. Sabrae, cuando termines, tu madre quiere que la ayudes.
               Me limpié las manos con un paño de cocina e hice amago de seguirle, pero papá me fulminó con la mirada y yo me detuve en seco.
               -No tiene por qué ser ahora.
               -Vale-susurré con un hilo de voz. Lo cierto es que  quedaban aún un par de elaboraciones a medias, nada de lo que Shasha no pudiera ocuparse, pero me gustaría terminarlas yo. Papá se mordisqueó los labios, nos miró a Alec y a mí alternativamente, y luego, se marchó refunfuñando-. No puedo creer que mi hija llame “papi” a su novio… ¿qué es esto, una puñetera telenovela? Deberíamos haberle dado menos manga ancha con la tele. Papi… joder. No puedo creer que yo lo haya llamado así. Y que se lo diga delante de mí… ¿cuándo empezó a irse al traste mi vida?
               -Le has provocado una crisis existencial a papá-observó Duna.
               -Bueno, ya tiene los 40-reflexionó Shasha-. Era cuestión de tiempo, y mejor por esto que porque ha descubierto que quizá le gusten los tíos, y piense que ha mandado al traste su vida.
               -A papá no le gustan los tíos, pero no estoy muy segura de si se siente contento con cómo ha ido su vida-musité, inclinándome sobre la encimera y buscando el aire que no había conseguido recuperar aún. Miré a Alec, que seguía con la vista fija en el suelo, y tal era mi vergüenza por lo que acababa de pasar, que envidié su estado catatónico. Estaba segura de que si le pinchábamos, no sangraría.
               Me daba muchísima envidia.
               Espolvoreé la masa de los brownies antes de meterla en el horno mientras Duna tiraba de Alec para que éste le bajara el pasapuré. A regañadientes, con la mente en otra cosa, mi chico sacó el utensilio y se dejó empujar hasta la isla, pero tenía los ojos fijos en el infinito, de manera que no nos sería muy útil en el cocinado. Le pedí a Shasha que se ocupara ella de la compota de manzana mientras yo terminaba con la mezcla de quesos para la tarta, y en cuanto comprobé que tenía todos los ingredientes, le pedí al aire que removiera la mezcla hasta que se fueran todos los grumos. Milagrosamente, Alec oyó su nombre de mi silencio, se puso en pie, cogió la cuchara de madera poniendo especial cuidado en no tocarme, y dejó que me escabullera en dirección al piso superior mientras farfullaba que iba a ver qué quería mamá.
               No me crucé con papá en todo el trayecto hasta el baño, donde supuse que me esperaría mi madre. Me la encontré sentada en el tocador de su habitación, envuelta en un albornoz suavísimo y con la piel aún húmeda y brillante por el baño y el sexo. Entré como una sirvienta en la habitación de su señora a la mañana siguiente de encontrársela en la cama con otro hombre; aún me ardían las puntas de las orejas.
               Mamá me miró en el reflejo del espejo y no pudo evitar sonreír.
               -He tenido que disuadir a papá para que no te desheredara.
               -¿Y por qué harías eso?
               -Le vienen bien unas cuantas emociones fuertes-la sonrisa que había en el espejo era cálida, pero yo me sentía humillada, sucia, incluso. Me daba la sensación de que había jugado con fuego, y que me habían pillado en el peor momento posible con las manos en el fondo del cuenco de las galletas. Papá no estaba para sentirse desplazado, no ahora. Debería… morderme la lengua de vez en cuando.
               -Lo siento mucho, mamá.
               -¿Por qué? ¿Por tener boca y usarla?-mamá se giró, y su sonrisa se ensanchó-. Oh, vamos, ya sabes que está muy sensible. Cualquier distracción le viene de perlas para no pensar en… bueno, tu hermano.
               -No tienes por qué ser tan buena conmigo. No hace falta que juguéis a poli bueno, poli malo-sobre todo, porque papá nunca era el poli malo cuando actuaba codo con codo con mamá. Ella era mi consejera, mi confidente y la voz de la experiencia resonando en mi cabeza, pero cuando hacía algo mal, el que me consolaba era papá. El instinto protector de mamá le impedía ser indulgente conmigo, cosa que papá podía hacer con más facilidad-. Es insensible por mi parte…
               -No, pequeña. Lo que es insensible por parte de alguien es esperar que hables siempre como cuando tenías 3 años.
               -Lo dices porque no me has pillado llamando a Alec “mami”.
               -Normal-sonrió-. No podrías-jugueteó con su pelo aún húmedo-. Yo te di el pecho, ¿qué hizo tu padre?
               -Me escribió una canción.
               Hizo una mueca.
               -Vale, entonces puede que sí que le debas más lealtad que un hijo normal. Aunque… ganó un Grammy con ella. ¿No crees que eso se anula?
               Me eché a reír.
               -No vas a dejar que me  sienta mal, ¿verdad?-negó con la cabeza y yo le di un abrazo-. ¿Estaba muy mal?
               -Na. Ya sabes que tu padre es muy pasional, pero enseguida se le pasa todo. Seguro que, cuando nos vayamos, ni se acuerda. Puede que ya se le haya olvidado. O, de lo contrario, quizá le sirva para componer. Tiene muchísimas canciones en mente, pero ya sabes lo mucho que le gusta crear desde cero. ¿Me ayudas con el pelo, pequeña?-pidió, pasándome el cepillo-. No todos los días aparece una en la televisión nacional, ya sabes.
               -Ésta sería la segunda vez que lo haces este mes-le recordé, sonriendo, colocándome detrás de ella y tomando su lustrosa melena negra entre mis dedos. Me encantaba aquel tacto de terciopelo nocturno, con el que tantísimas veces había jugado siendo apenas un bebé. Uno de los primeros recuerdos que tenía de mi infancia era de mis manitas hundiéndose en la cabellera de mamá, que aguantaba mis tirones con paciencia infinita, y jamás protestaba porque pudiera ensuciarle el pelo: igual que papá, ella era madre primero, y persona después. Mis apetencias iban por delante de sus necesidades, siempre. Por eso iba a perdonarme papá. Por eso, ni siquiera estaba enfadado del todo conmigo.
               -Cierto, mi amor, pero es la primera en la que no tengo la excusa de un juicio larguísimo para no estar perfecta-comentó, retocándose el esmalte de las uñas con movimientos rápidos y expertos-. ¿Qué planes tenéis para la noche?
               -Vendrán los amigos de Alec y mis amigas. Tengo que llevarme regletas y demás, para poner a cargar los móviles en el momento de votar… ya sabes, hay que asegurarse de que Scott pase-mamá asintió-. No es que lo necesite, pero…
               -Toda ayuda es poca. ¿Y después?
               Noté que volvía a ponerme roja. Mamá levantó la vista y clavó sus ojos con tonos esmeralda en mí.
               -Creo que ya te había dicho que Alec se iba a quedar a dormir, ¿verdad?
               Sonrió.
               -Contaba con eso.
               Seguí peinándola en silencio, ahuecándole el pelo para que le saliera su brillo natural con más facilidad.
               -Sabes… tu padre me ha hablado de un paquete. ¿Qué has pedido?
               -Unos pijamas. Uno para mí, y otro para él.
               Abrió los ojos, impresionada.
               -Vaya. Como no lo habías abierto, pensaba que…
               -¿Qué?-me detuve, y mamá vaciló por primera vez.
               -Bueno, Saab. Eres madura para tu edad, y siempre hemos tenido una actitud abierta a este respecto, así que creímos... especialmente yo… que estabais pensando en introducir elementos extra en ciertos aspectos de vuestra relación.
               -¿Elementos extra?
               Mamá se relamió los labios.
               -Juguetes.
               Esta vez, mi sonrojo se extendió incluso por mis manos. Dios mío, ¿eso parecía? Si no había abierto el paquete aún, era porque era una sorpresa para Alec, no porque no quisiera que mi familia se enterara.
               -Tienes todo el derecho del mundo a experimentar con tu sexualidad, y que estéis dispuestos a innovar es muy buen síntoma, pero… yo lo único que quiero es que no te des prisa en crecer. A veces pienso que te di mi bendición para iniciarte en el mundo del sexo demasiado joven, y… en fin, me da un poco de vértigo pensar que estás haciendo cosas de mujer, cuando aún eres una niña a mis ojos.
               -Mamá, Alec y yo no hemos…
               -No tienes que darme explicaciones, Saab. Yo sólo quiero que tengas cuidado, ¿vale?-se giró para mirarme-. Realmente ya te relacionas con lo más peligroso del sexo, y lo manejas bastante bien, salvo por pequeños deslices-comentó con cierto retintín-. Simplemente… no quiero que pienses que tienes que hacer nada a nuestras espaldas, ni que me ocultes cosas.
               -Yo no te oculto cosas, mamá.
               -¿Seguro?
               -Sí. Mira, ya sé que Alec ahora es adulto y esas cosas, pero… estamos en la misma página. Nos comportamos un poco como una pareja de casados, pero eso no significa que nos creamos tales. Sabemos cuál es nuestra posición, que nos queda mucho por recorrer y… sinceramente, aunque nos llama la atención, no es algo que nos planteemos a corto plazo. Es decir, de vez en cuando me apetece que experimentemos, pero él siempre me dice que ya tendremos tiempo para ello más adelante. Puede que te sorprenda, pero es perfectamente consciente de que soy más joven que él. Una cosa es lo que nos hacemos, y otra cómo nos lo hacemos, ¿sabes? Es increíblemente cuidadoso conmigo.
               Mamá sonrió.
               -Lo sé, cariño. Simplemente… quería comentártelo. Porque tengo bastante presente lo que te dije cuando os peleasteis y tú querías recurrir a otros métodos para olvidarte de él, ¿sabes? Y quiero que entiendas por qué te lo impedí.
               -Sé por qué fue mamá. No hay nada de malo en disfrutar del sexo. Lo preocupante es cuando lo conviertes en tu única vía de escape.
               Me acarició la mejilla.
               -Qué lista es mi niña. Qué bien va a cuidar de la casa hoy, cuando yo no esté.
               Solté una sonora carcajada, le di un beso en la mejilla y la envidié. Quería lo que ella tenía: un trabajo que le encantaba y con el que le era útil a la sociedad, hijas que confiaban en ella ciegamente, un marido que la adoraba, y el privilegio de poder ver a Scott esa noche.
               -Mami…
               -Mm.
               -Dale muchos besos a Scott de nuestra parte, ¿vale?
               -Claro, tesoro-me estrechó entre sus brazos, ignorando cómo su pelo caía en cascada sobre mí, haciéndome cosquillas y humedeciéndome la ropa, como si pretendiera traer el cariño de mi hermano a mi cuerpo a base de abrazarme muy, muy fuerte-. Procura disfrutar, ¿quieres? Es importante ser buena anfitriona en las fiestas, pero más importante aún es disfrutarlas-me acarició la espalda y me guiñó un ojo, segura de que lo haría increíblemente bien. Me relajé al instante, pues la confianza de mamá tenía ese efecto hipnótico: en cuanto ella la depositaba en ti, a pesar de que era un peso tremendo que cargarse a los hombros, te relajabas al momento, pues ella no confiaba en cualquiera, y si lo hacía, era porque lo merecías.
               Terminé de echarle una mano con el pelo, la ayudé a elegir la ropa para ese día, y bajé las escaleras confiando en que todo iría bien, y que sería una noche increíble, la primera de muchas. Con suerte, diez.
               Entré en la cocina, y la ilusión de que todo iría perfecto se mantuvo incluso cuando me encontré a Shasha y Duna colgadas de los brazos de Alec, que las sostenía levitando a unos pocos centímetros del suelo. Me quedé a cuadros al encontrarme con esa escena, pues desde luego era digna de ver: Alec, con los brazos tensos, haciendo de perchero humano para mis dos hermanas, que pataleaban y se reían, admirando la fuerza de los brazos de mi chico.
               -¡SHASHA!-chillé, pues no era propio de mi hermana mediana comportarse así. Que Duna se dejara llevar por sus instintos y su curiosidad no era nada nuevo, sino más bien incluso esperable, pero que lo hiciera Shasha, que evitaba en lo posible el contacto con gente que no era de la familia, y que no se dejaba convencer fácilmente para planes distintos de tomarle el pelo a Scott, me dejó pasmada.
               -¡Mira, Saab!-celebró con un timbre tremendamente inocente y joven en la voz; mi hermana, que tenía 12 para 55 años, que era una señora encerrada en el cuerpo de una preadolescente y tenía la calma de un bonsái-. ¡Es súper fuerte!
               -¡BAJAOS DE AHÍ!-chillé-. ¡OS VAIS A HACER DAÑO TODOS!
               -Qué aburrida eres, Sabrae-gruñó Alec, poniendo los ojos en blanco, y lo hizo de una manera que me recordó muchísimo a Scott. Sólo le faltaba llamarme “puta cría”.
               Desde luego, a todos nos estaba afectando la ausencia de mi hermano; no sólo a mí.
               -No voy a molestarme en preguntar qué coño estabais haciendo para colgaros como chimpancés de los brazos de Alec. Sólo espero que no hayáis dejado que mis obras de arte se vayan a la mierda.
               -¿Tus obras de arte? ¡Yo he trabajado en estos postres tanto como tú!
               -¡Pero no eres la responsable!
               -¿Quieres relajarte? ¡Está todo en orden!
               -Eso ya lo veremos-gruñí, mirando en derredor, pero lo cierto es que Shasha terminó teniendo razón. Duna ya había acabado de pasarlo todo por el pasapuré, y la mermelada estaba en tarritos de cristal enfriándose en la nevera; los brownies continuaban haciéndose en el horno, y la masa de la tarta de queso no tenía absolutamente ningún grumo.
               Eso sí, se había pegado por abajo y había terminado un poco quemada. Chasqueé la lengua, molesta.
               -Alec, se te ha quemado la tarta-constaté, un poco desanimada.
               -Bueno, ¡es que a mí no me has dicho nada! ¡Me dijiste que la revolviera y yo la he revuelto!-le lancé una mirada envenenada que hizo que dejara de protestar en el momento-. ¿Tiene salvación?
               -Sí, pero nos va a quedar más fina. Menos mal que tenemos los brownies.
               -¿Quieres que haga más? No me importa seguir revolviendo. Puedes decirme…-comenzó a disculparse como el caballero de la brillante armadura que era, poniéndome una mano en la parte baja de la espalda. Negué con la cabeza y levanté dos dedos de la mano, pidiéndole que parara. No. Tenía que dejarme llevar, tal y como mamá me había dicho. No debía agobiarme por cosas que escapaban a mi control, ni esforzarme por ser perfecta y no disfrutar de la fiesta.
               -Nos las apañaremos. No te preocupes. No pasa nada. La gran mayoría está bien, así que… la echamos en el molde para que se vaya enfriando, y listo.
               -¿Seguro?  Mira que no me importa  hacer otra; si quieres, puedo mirar la receta por…
               Pero le callé con un beso, lo cual le desarmó completamente. Se dejó convencer de que no pasaba nada en un santiamén, y noté cómo empezó a sonreír en mi boca.
               -Aún nos quedan unas cuantas cosas que hacer, bobo. No es que vayamos con prisa, pero tampoco tenemos todo el tiempo del mundo-le guiñé un ojo y él frunció el ceño.
               -¿Qué cosas?
               -Ducharnos juntos.
               Su mirada cambió cuando su cerebro procesó aquella sencilla frase de sólo dos palabras, que sin embargo ocultaba tantas promesas en su interior. Se relamió, y yo percibí que nos habíamos quedado solos, como si Shasha hubiera adivinado mis intenciones antes de que las verbalizara, y se hubiera llevado a Duna para que disfrutáramos de nuestra intimidad.
               Cogí a Alec de la mano, me hice con el paquete, y subí las escaleras en dirección a mi habitación. Él se fue derecho al armario, presto a coger la camiseta que había dejado allí la semana pasada, cuando nos dimos cuenta de que pasaría tanto tiempo conmigo que sería mejor que dejara una muda de repuesto, sólo por si acaso.
               -Sigues con la regla, ¿verdad?-comentó, paseando los dedos por el armario, comprobando que la ropa que dejaba aparcada cuando estaba con el período seguía en el rincón de “ni de coña me lo pongo esta semana”. Dejé los leggings extendidos sobre la cama y lo miré.
               Se me había olvidado completamente que estaba con la regla por su puñetera culpa. Y por eso llevaba toda la tarde subiéndome por las paredes: cuando me tocaba, estaba revolucionada, exigiendo mimos y cariño de todo el mundo. Con Alec, no obstante, los mimos y cariño daban un paso más.
               Chasqueó la lengua al ver mi expresión, esbozó su sonrisa de Fuckboy®, y negó con la cabeza.
               -No vas a poder andar el día que se te quite del polvo que te voy a echar.
               -¿Perdona?
               -Perdonada quedas-sonrió con todos sus dientes.
               -Esto es increíble, ¡llevas toda la tarde calentándome, frotándote contra mí como un gato en celo!
               -¿Cómo dices? Sabrae, no has hecho más que zorrearme desde que me has abierto la puerta-protestó, quitándose la camiseta, lo cual me distrajo muchísimo, no voy a mentir.
               Pero no lo suficiente.
               -No he sido yo la que ha amenazado con echarme un polvo que me fuera a hacer correrme en menos de 3 minutos-le recordé, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Ahora resulta que prometer es “amenazar”, guay.
               -¿Sabes lo que me ha costado no lanzarme sobre ti en las 44 veces en que me lo has pedido a gritos en lo poco que llevas en casa?
               -¿Quién lo pide a gritos, niña, más que yo a ti?
               Puse los brazos en jarras y fulminé sus abdominales con la mirada. Él bajó la vista también para mirárselos, hizo una mueca y se pasó una mano por el pelo.
               -Ahora resultará que desnudándome te estoy provocando.
               Parpadeé, estupefacta. Me quité la camiseta, me desabroché el sujetador y levanté la barbilla, muy digna.
               Decir que se me comió con los ojos sería quedarse muy, pero que muy corto.
               -Me va a dar una embolia por tu puta culpa.
               -Porque tú quieres. Hay otras maneras de aliviar tensión.
               -No vamos a follar en la ducha mientras tú tengas la regla.
               -¿Te da asco?
               -¿Es que estás mal de la cabeza, Sabrae? ¿Cómo cojones va a darme asco eso? Estoy seguro de que nada que provenga de ti podría darme asco. Joder, si seguro que hasta cagas bonito-soltó, y nos quedamos mirando el uno al otro, asombrados de lo que nuestros oídos acababan de escuchar… y nos echamos a reír.
               Jo, era genial estar con Alec. Absolutamente genial.
               -A la ducha-ordenó, cogiendo la ropa que no iba a dejar que se pusiera, pues en cuanto abrió la puerta del baño y nos metimos dentro, yo le tendí el paquete, que él había mirado con curiosidad, pero nada más.
               -Es para ti-le dije, y me miró con extrañeza mientras cogía el paquete, sin comprender. Pude ver cómo calculaba mentalmente en qué fecha estábamos, intentando averiguar si se le había escapado una fecha importante en nuestra relación, y si iba a ser un mal novio para mí a raíz de eso-. He pensado que, si te vas a quedar a dormir en casa, necesitas un pijama-me encogí de hombros, de repente sintiéndome ridícula en mi desnudez, como si él pudiera hacerme sentir incómoda por algo.
               -Te agradezco el gesto, Saab, pero… sabes que duermo desnudo. Sobre todo contigo.
               -Sí, lo sé, y no pretendo que cambies tus costumbres, sobre todo las que más me gustan, pero…-di un paso hacia él y le acaricié el antebrazo-. A mi padre no le hará gracia que te pasees por casa en gayumbos, ¿no crees?
               -Oh-su sonrisa de Fuckboy® asomó de nuevo por su boca, y yo me percaté de con cuánta asiduidad la estaba exhibiendo ese día-. Así que, ¿voy a pasearme por tu casa?
               -No sé, ¿vas a quedarte a dormir?-inquirí, poniéndome de puntillas y aleteando con las pestañas.
               -¿El agua moja?-respondió, y sorprendentemente, en lugar de hacerme muchísimo daño y romperse, mi corazón dio un salto. No me había dado cuenta de cuánto echaba de menos esa frase tan propia de mi hermano, hasta que se la escuché decir a Alec. Fue como si la brisa de verano me trajera la colonia de Scott de un rincón alejado de la casa en el que pensaba que ya se había borrado.
               Solté una suave risa y estiré los dedos para acariciarle el pelo, pensando en lo afortunada que era por tenerlo allí, conmigo, por haber superado todas mis dudas, y haber conseguido pasar de esa fase cíclica en la que yo me decía que le detestaba, que no iba a cambiar, que no era más que un payaso inmaduro de los que juegan con los sentimientos de las chicas por el puro placer de sentirse poderosos.
               -Ya sé que aún no ha empezado el programa ni nada, pero… me gustaría tener una tradición contigo-deposité un suave beso en su pecho-. Dormir juntos un día a la semana. Y el concurso de mi hermano es la excusa perfecta para comportarnos como una pareja de recién casados.
               -¿Vamos a follar en todas las esquinas de la casa?-preguntó él, poniéndose de rodillas frente a mí, con las dos articulaciones ancladas en el suelo; no era como si me fuera a pedir la mano, sino como si pretendiera practicarme sexo oral (lo cual era un poquito más apropiado a la situación, la verdad). Me mordisqueó el costado y la tripa, mirándome desde abajo mientras me bajaba las bragas, sin apartar los ojos de los míos.
               -¿Es eso una petición?
               -Es lo que tú quieras que sea, nena-ronroneó, besándome por debajo del ombligo y deslizándose hacia abajo.
               -Depende de lo rápido que despaches a tus amigos-respondí, juguetona, enredando los dedos en su cabello ensortijado. Alec bufó al inhalar el perfume de mi sexo, que me delataba más que nada en mi cuerpo; ni siquiera mi confesión era tan acertada para hacerle saber lo excitada que me había pasado la tarde.
               -En cuanto terminemos, llamamos a los demás y cancelamos la cena.
               -Ni de broma, me he pasado toda la tarde cocinando; no vamos a cancelar nada. Además, ¿terminar, qué? Te recuerdo que sólo querías que nos ducháramos. Me lo has prometido, y eres terco como una mula.
               Me miró desde abajo y… ahí estaba de nuevo, esa sonrisa de Fuckboy®.
               -Eso era antes de que me ofrecieras tu mano en matrimonio, Sabrae.
               -Sólo te he comprado un pijama.
               -¿Acaso no es lo mismo? Y ahora, si no te importa, cierra la boquita un rato. No quiero que traumatices a tu familia. Serán sólo tres minutos-me guiñó un ojo-, estoy seguro de que hasta tú podrás soportarlo.



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1 comentario:

  1. Bueno mira, hoy el corazoncito me lo ha robado Zayn sin ninguna duda. Me parte el alma ver esta parte de la historia y de como le afectó la marcha de Scott, en cts se intuía pero leerlo así narrado por Sab da una pena increíble.
    Me encanta como Alec literalmente es uno más de la familia ya, ya no es solo que estén casadisimos es que ya Alec esta super integrado y es preciosisimo de ver, verás el drama cuando pasen los años y rompan, a Zayn le da algo del disgusto.
    Me he quedado con las ganas de leer toda la parte del concurso, espero con ganas el siguiente cap ��

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