miércoles, 8 de julio de 2020

El impacto de Scott Malik.


Estos días he atravesado una especie de bloqueo, más bien semanas atrás, y me he dado cuenta de que estoy llegando a una parte en la que Scott va a dejar de ser necesario. Y no quiero que deje de ser necesario, ni quiero que deje de estar ahí, porque… no voy a decir que me salvó la vida, pues eso es mucho cliché y realmente sería exagerar, pero sí que me mantuvo cuerda y feliz en una época bastante mala, y ahora siento que la historia que estoy contando, como no es su historia, cada página que avanzo es como atravesar una fina pared de cristal. Y, a medida que voy escribiendo, voy atravesando una pared detrás de otra y detrás de otra, y se me clavan las astillas de cristal, y me cuesta más escribir a medida que me voy acercando al final. Ese final que, el año pasado, pensaba “Dios, me queda muchísimo todavía por escribir”, y me daba pereza, pero no pasaba nada, porque como me quedaba mucho por escribir, era lejano. Pero ahora, no estoy ni de lejos cerca de ese final, pero lo que sí estoy es cerca de un punto y aparte que ha llegado demasiado pronto, y para el que yo no estoy preparada después de ese punto final, cuando terminé Chasing the Stars.”
Por lo menos, ya no afronto los capítulos como un deber que tengo que cumplir sí o sí. Hubo una época en la que prácticamente eran más trabajo que hobby, pues no en vano soy arquitecta y matasanos a la vez, levantando catedrales y curando enfermedades que yo misma ocasiono.
A principios de abril, el 17 concretamente, cuando me dicté a mí misma ese primer párrafo en Telegram, y me quedé mirando las ondulaciones que mi voz hacía hablando de Scott, no pensaba que fuera a angustiarme nada más que él pasando a un segundo plano. Por lo menos  había reconocido el problema, el  factor de contagio del que debía alejarme, y me aliviaba saber que no era una enfermedad crónica de la que me sería imposible escapar. Conseguir hacer clic, pasar de domingo a lunes para que las cosas estuvieran mejor hechas, me ha hecho mucho bien, pues ha eliminado frustraciones y me ha devuelto ese cariño por el que quise hacer el esfuerzo de escribir 30 folios en 3 días durante más de 2 meses, todo para llegar a otro 17, el de octubre, y poder poner punto final.
Un punto final que, ahora, temo, precisamente por la vuelta de ese cariño. Un cariño del que hablé en Instagram, no sé qué va a ser de mí cuando termine de escribir Sabrae. Porque eso es, creo, lo que me pasa también. Por un lado, me veo ante una inmensa montaña que tendré que escalar durante más tiempo del que a nadie le lleva escribir una novela; pero, a la vez… llevo muchísimo tiempo en esto. Ocho años, nada menos. A pesar de que los nombres, el tiempo e incluso el estilo de escritura ya no sea el mismo, en el fondo, sigo contando la misma historia. Por eso tengo tanto vértigo, y en ocasiones se me embota la cabeza ante la falta de oxígeno (la inspiración) y me cuesta echar a volar de nuevo.
Quizá aún me quede mucho trayecto y sacrificio hasta llegar a la cima, pero he llegado muy, muy lejos. He superado el límite de las nubes, y ahora sólo el cielo se extiende ante mí. Me alegra escribir esto con tanto cariño, morderme los labios mientras pienso cuál será mi siguiente movimiento, a pesar de que llevo dos semanas sin subir un capítulo. No me agobia pensar que puede que me abandonen (bueno, quizá un poquito) y dejen de leer a Sabrae.
Lo que me agobia es pensar que, algún día, seré yo quien deje de escribirla… igual que dejé de escribir a Scott. Al que, milagrosa y misteriosamente, sobreviví.


Y, si no sabes de qué hablo... puedes descubrirlo aquí.


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