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Lo único que me impidió saltar sobre él cuando salimos de
la ducha, yo envuelta en una toalla como un canutillo de praliné, y él como
Dios le había traído al mundo, cómodo con su desnudez como el dios que era fue
el poco tiempo del que disponíamos para estar juntos, y a solas. Pronto
llegarían mis amigas, con todo lo que ello implicaba: a pesar de que los amigos
de Alec, mayores y por tanto más descontrolados por unas hormonas que en mí se
iban elevando mientras que en ellos
estaban en plena ebullición, serían más que capaces de esperar a que
termináramos de hacerlo para reunirse con nosotros, sabía que mis amigas eran
mil veces más impacientes. Y que, si seguía en la cama con él (o en el baño,
como quería hacer ahora mismo) cuando llegaran, no dudarían en entrar en el cuarto
donde estuviéramos y cortarnos el rollo… un poco como habían hecho Scott, Tommy
y Jordan hacía unas semanas con nosotros.
Porque,
vale, puede que Alec fuera el rey de los cien metros risos y, a la vez, el
campeón indiscutido del maratón. Era increíble el control que tenía del tiempo,
completamente absoluto, aprovechando al máximo hasta el último segundo: si
quería, podía hacer que tuviera un orgasmo increíble en menos de un minuto. Y
también si se lo proponía, era capaz de aguantar toda la noche follando. Era un
auténtico dios, como se podía entrever de su aspecto físico. En cambio, yo… yo
no era más que una mortal. Por mucho que se empeñara en hacerme creer que no,
sabía de la naturaleza limitada de mi cuerpo, de mis medios. No sería capaz de
darle lo que quería y tomar de él lo que me apetecía en el poco tiempo que
teníamos juntos.
Por
eso era terriblemente frustrante verlo, gloriosamente desnudo, frente a mí. Sus
piernas largas y tonificadas, su espalda musculosa, en la que aún se intuían
los arañazos que mis uñas habían dibujado en su espalda durante nuestro último
polvo…
… y
su culo. Dios mío. Menudo culo. Me apetecía salvar la distancia que nos
separaba de dos largas zancadas y darle un bocado, literalmente. Postrarme ante
él y ofrecerle mi cuerpo, en cada rincón: mis pechos, mi sexo, mis manos… mi
boca.
Eso
es precisamente lo que se me secó cuando Alec se giró con una sonrisa en los
labios, plenamente consciente de que me lo estaba comiendo con los ojos,
deseando que me ordenara que me pusiera de rodillas y me la metiera hasta el
fondo en cualquier de mis agujeros. No me importaba cuál; así de desquiciada me
tenía.
-¿Seguro
que no quieres que intentemos batir un récord?-se burló, riéndose, girándose lo
suficiente como para que la silueta de su miembro asomara entre sus piernas y
toda la temperatura de mi cuerpo cayera varios grados, para poder concentrarse
en el hueco húmedo y ardiente entre mis piernas. Recordé la deliciosa sensación
de Alec llenándome mientras lo hacíamos, su tamaño abriéndose paso por entre
mis pliegues… madre mía, había sido una auténtica boba por negarme a hacer nada
con él. Le había tenido frente a mí, de rodillas, con la boca a unos
centímetros de mi sexo, y yo había reunido toda la estupidez de mi cuerpo en la
lengua al decirle que sería mejor que nos ducháramos y nada más. Nada de sexo.
Si
entendemos el sexo por la estricta penetración o la satisfacción de mis
apetitos (vamos, que me comiera el coño hasta hacer que me desmayara), claro.
Porque si lo entendíamos en el sentido más amplio de la palabra (caricias,
besos, magreos e incluso un poco de masturbación), mi petición se había quedado
en papel mojado en cuanto nos metimos bajo el chorro de agua. Ni yo podía
resistirme a las riadas que los ángulos de Alec provocaban en la ducha, ni Alec
podía resistirse a los tsunamis que producían mis curvas. Todavía me sorprendía
que hubiéramos sido capaces de contenernos a base de recordarnos constantemente
que estaba con la regla y que sería mejor esperar.
Ya no
estaba tan segura de que fuera a ser tan paciente.
-No
me interesa batir ningún récord contigo, Al. Ahora mismo, no.
-No
estaba hablando de tiempo-coqueteó él, jugueteando con un botecito de colonia
que mamá se había dejado olvidado sobre el lavamanos. Se me secó la boca y se
me inundó la entrepierna. Nos contemplamos en la distancia, nos relamimos ante
la desnudez del otro, y finalmente, conseguimos entrar en razón. Había que
vestirse y comportarse como criaturas civilizadas, en lugar de los animales
primitivos que sólo pensaban en una cosa cuando estaban juntos (aunque era un
poco complicado centrarse con Alec desnudo delante de mí). Como veía que me
estaba costando un poco volver a mi yo más racional, trató de distraerme con el
paquete que había llevado hasta el baño-. Bueno, ya hemos terminado de
ducharnos. ¿Me dejas abrirlo ya?
-Si
no te gusta… finge que sí-le pedí, apartándome el pelo mojado de los hombros y
anudándomelo en la nuca, intentando no mirarle las nalgas, cosa que era
básicamente imposible. Alec sonrió.
-¿Qué
margen tengo?
-O te
entusiasma, o lo odias.
-Ya
hay bastante que me entusiasma aquí-ronroneó, mirándome de arriba abajo
descaradísimamente, demostrándome que las cosas que se me pasaban por la cabeza
no le era ajenas. Uh, Dios mío,
empótrame, fue lo único que pude pensar. Suerte que él tenía más aguante
que yo y conseguía controlarse mejor, después de años y años de práctica, y
sabía respetar mis deseos incluso cuando ya estaban obsoletos.
Noté
que el estómago se me daba la vuelta mientras Alec cogía el paquete, un poco
reblandecido por la humedad del ambiente, y lo giraba entre los dedos. Los
deslizó por la pestaña de apertura con una maestría que dejaba patente lo
acostumbrado que estaba a manejar ese tipo de objetos con lo que trabajaba de
lunes a viernes, a veces incluso durante los fines de semana, y que para el
común de los mortales podían suponer un reto. Él, sin embargo, consiguió
despegar las piezas como si fuera un libro al que le separaba las tapas para
poder leer con más comodidad…
… o a
mí me separaba los muslos para poder devorarme y generarme más placer.
El
hilo de mis pensamientos bien podría haber seguido por esos derroteros, pero mi
cabeza comenzaba a funcionar con
normalidad de nuevo, de modo que
conseguí apartarlos a un lado y centrarme en el presente, en lo que
sucedía de verdad, en lugar de aquello que mi cabeza tanto deseaba.
No me
di cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que Alec colocó la caja de
cartón sobre el lavamanos y examinó las dos bolsas de plástico en que venían
envueltos, de manera separada, los dos pijamas que había comprado a la
velocidad del rayo esa tarde. Puede que hubiera sido demasiado impulsiva al
tomar aquella decisión, y ahora que los tenía ante mí, ya no estaba tan
convencida de que fueran una buena idea. Hacía unas horas, los había
considerado una muestra de compromiso comparable a la cadenita de platino con
su inicial que colgaba de mi cuello, o mi anillo usado que colgaba del de él.
No sólo demostraban un compromiso para nosotros, sino que lo hacían público:
había pocas cosas más domésticas, que denotaran más una relación asentada, que
el que una pareja llevara pijamas a juego.
Claro
que Alec y yo no éramos una pareja al uso. De nuevo, caía demasiado tarde en
eso. Le había negado hacía unos meses su único deseo, aquel que él me decía que
no le importaba posponer, y que yo me decía a mí misma que no podía darle aún,
pero, ¿a quién quería engañar? Me había presentado a su abuela, que me
consideraba una nieta adoptiva; me había introducido completamente en su mundo
el fin de semana pasado, haciendo que conociera a los amigos que había hecho en
una época en la que yo no era más que una estrella en una constelación olvidada
en el firmamento; incluso había cambiado su estilo de vida por mí, pasando de
la más absoluta promiscuidad a la fiel y perfecta monogamia. Y yo no me había
quedado atrás: había cambiado completamente la percepción que tenía de él,
llegando incluso a defenderlo de mis amigas y mi hermano (auch), había descubierto unas inseguridades que me había esforzado
en esconder en una fachada de absoluta confianza en mí misma sólo porque él no
me juzgaría, y había dedicado tiempo y esfuerzo en algo que, hacía unos meses,
creía imposible: educarlo en causas que me importaban. ¡Si incluso le había
llevado a una manifestación del 8m, por favor! ¡Y teníamos planeado un viaje
inminente al extranjero para asistir a un concierto! ¿Qué hay más de pareja que
eso? Aparentemente, un pijama.
Alec
me importaba, merecía la pena. Merecía que corriera todos los riesgos del mundo
por él, pero, ¿lo estaba haciendo realmente? ¿Estaba compensándole de alguna
manera el no poder decirle que sí con un estúpido trozo de tela, como si fuera
un compromiso tan serio como un anillo en mi dedo anular?
¿Me
había pasado tres pueblos de entusiasta, desdibujando los límites hasta que se
hicieran tan confusos que ninguno de los dos encontrara la manera de salir de
la situación?
Alec
levantó la cabeza y me miró. Decir que había omitido lo más importante del
regalo en la conversación era quedarse corto. Porque sí, vale, le había
confesado que le había cogido un pijama, pero no le había dicho nada de que
había otro para mí… y que, efectivamente, me estaba comportando como una novia
entusiasta, de ésas que hacen que pongas los ojos en blanco de lo ñoñas que son
en las comedias románticas.
Y,
como buena novia de comedia romántica que era, hice lo típico que hacen las
parejas: asumir rasgos de personalidad del otro. En este caso, me puse a hablar
como si me fuera la vida en ello, lo cual era precisamente lo que hacía Alec
cuando se ponía nervioso.
-¿Te
gusta Stitch?-pregunté varias octavas por encima de mi tono habitual de voz.
Alec parpadeó, y yo me di cuenta de que llevaba sin moverse desde que abrió el
paquetito. Percibiendo mi nerviosismo electrizando el ambiente, decidió rebajar
la tensión comportándose no como mi chico, sino como el Alec que había
detestado hacía tiempo y contestando con cierto sarcasmo:
-Tengo
los ojos plenamente operativos, Sabrae.
-Guay-asentí,
pasándome una mano por el pelo y poniendo los brazos en jarras. La toalla se
deslizó un poco por mi piel, dejando unos milímetros más de mi busto al aire,
milímetros que los ojos de Alec midieron con la precisión de un águila-. Porque
estaban de oferta, y he pensado que estaría guay tener pijamas a juego… ¿te
gusta?-inquirí, dando un paso hacia él, salvando la distancia y arrebatándole
los pijamas como si fueran objetos tremendamente delicados que él estuviera
sosteniendo sin ningún tipo de cuidado-. Mira, la camiseta es básicamente la
cara, y luego el pantalón es Stitch en varias posturas… lo he cogido con
puñitos porque me he fijado que tienes más pantalones de chándal así que los
amplios, me imagino que es que te gustan más-lo miré desde abajo con expresión
de corderito abandonado, pero a Alec no le dio tiempo a reaccionar, porque bajé
de nuevo la mirada y continué rasgando el plástico para mostrárselo-. Aunque
creo que pueden aflojarse un poco, o eso ponía en la imagen. No sé cómo, pero
podemos investigarlo… te he cogido una XL porque aunque te quede un poco justo,
esto estira, ¿sabes? Y bueno, el mío es una L, seguramente arrastre los
pantalones pero no me importa, tengo mucho culo y… de pecho me quedará más bien
apretado, ojalá pudieras escoger las piezas por separado. Me parece un poco
injusto que me tenga que aguantar y arrastrar los pantalones a cambio de que no
se me vea la hucha, o poder respirar tranquila en lugar de dormir como si
estuviera con un corsé…-Alec se estaba aguantando la risa a estas alturas, pero
yo no le hice caso, tan atolondrada como estaba-. Mira, el mío es la novia de
Stitch. Es igual que el tuyo, pero en rosa. Un poco sexista, lo sé, pero me
parece muy cuqui. Tiene pestañitas. ¿A que es mona? Y este tono de rosa es
precioso. Me queda bien. Aunque a ti seguro que te quedaría mejor…
-Sabrae-consiguió
articular Alec entre risas. Levanté la vista y parpadeé, aprovechando para
tragar saliva. Había estado a punto de atragantarme con mis propias babas.
-Dime.
-Sabes
que esto son cosas de novios, ¿no?-arqueó una ceja, sabiendo que me tenía
acorralada, y mis instintos de supervivencia se activaron. Lucha o huye, me
decían. Sólo podía darle una bofetada o salir corriendo y esconderme debajo de
la cama. Evidentemente, la violencia quedaba descartada. Le había cruzado la
cara demasiadas veces ya. Claro que la manera en que me picaba la palma de la
mano al ver su sonrisa condescendiente no tenía otra solución-. Y nosotros no
somos novios-añadió en tono de listillo, haciéndome una burla bastante acertada
y, por tanto, humillante.
-Es
verdad-asentí, extendiendo los pijamas y dándome la vuelta, consiguiendo
respirar. La buena noticia es que apenas me afectaba que estuviera desnudo,
pues estaba consiguiendo irritarme. La mala noticia era que yo irritada perdía
un poco el norte, y eso hacía más fácil que mis instintos primarios tomaran el
control… y terminara saltando sobre él-. Sólo voy a parir a los bisnietos de tu
abuela-repliqué, hablándole por encima del hombro-, con estas caderas que tanto
le gustan a tu Mamushka.
-A mí
también me gustan-ronroneó, agarrándome de las mismas para darme la vuelta y
hacer que chocara contra su pecho. Me eché a reír, un poco aturdida y mareada
por su cercanía, y me quedé mirando sus labios sin atreverme a ponerme de
puntillas y probarlos. Temía por mi estabilidad emocional más de lo que me
gustaría admitir, pero era momento de lanzarse a la piscina, así que le pasé
los brazos por los hombros cuando él se inclinó para besarme con una
posesividad que me encantó, diluyendo mis temores de que me hubiera pasado de
la raya.
Porque
con él, no había rayas. No es que se hubieran diluido, es que habían
desaparecido completamente. No había fronteras entre nosotros dos, y dos
lugares entre los que no hay fronteras no dejan de ser el mismo país, pero con
diferentes regiones. Me pregunté qué parte le tocaría a él, pues era alto como
una región montañosa, y a la vez prometedor como una playa de arena blanca y
olas de espuma a punto de nieve, y decidí que él sería mi versión humana del paraíso
natural, en el que se juntan cielo, tierra y mar.
-Entonces,
¿no te parece excesivo?-quise confirmar, separándome un poco de su boca para
poder hablar en un ejercicio de fuerza de voluntad que nos exasperó a ambos.
-Saab,
es un pijama. Excesivo sería que pidiéramos una hipoteca a 30 años pagando mil
libras al mes-capturó un mechón de pelo suelto detrás de mi oreja con gesto
pensativo, y luego sus ojos del color del chocolate fundido se clavaron en mí-.
Que no lo digo por el tiempo, sino porque ni mi sueldo antes de impuestos es
eso.
Arrugué
la nariz.
-Entonces,
¿no vamos a invertir los roles de género? Yo trabajaré y tú te quedas en casa,
haciendo las tareas y asegurándote de que tenga comida caliente en la mesa
cuando llegue de trabajar.
-Depende.
¿Te quitarás los tacones?
-Depende.
¿Te pondrás delantal?
Alec
rió entre dientes.
-Me
pondré el pijama.
-Me
vale-canturreé, pegando un brinco para robarle un beso y dando por concluida la
sesión de flirteo. Nos quedaba poco tiempo a solas, y lo malgastamos
vistiéndolos.
Para
cuando vinieron mis amigas, Alec descubrió que tenía pensado llevar el concepto
de “fiesta de pijamas” hasta el final. Si iba a haber comida, televisión hasta
tarde y gente de visita en mi casa, no veía por qué teníamos que obligarlos a
vestir con vaqueros durante toda la noche. Mientras las chicas se acomodaban en
el cuarto de juegos y empezaban a abrir las bolsas de chuches con las que se
entretendrían hasta que llegara la hora de la cena, Alec me acompañó a las
habitaciones a por mantas y cojines.
-Voy
a decirles a mis amigos que vengan en pijama. Para no desentonar-aclaró cuando
yo me giré, ya que no había pensado en que puede que los amigos de Alec
pensaran que la noche tocaría a su fin en mi casa. Lo cierto es que apenas le
había dado vueltas a su visita más allá de tener que trasladarnos del salón de
mi casa, donde apenas cabía mi familia al completo (contando a Tommy y Alec, la
incorporación más consolidada y la más novedosa, respectivamente), y
encontrarme ahora con que la población de mi hogar podía multiplicarse por tres
cuando tenía que quedarme a cargo de los pequeños Tomlinson me puso nerviosa.
-Vale,
pero no pueden quedarse a dormir-añadí apresuradamente, viendo cómo tecleaba en
la pantalla de su móvil. No había esperado mi permiso, pues lo daba por
sentado, lo cual tampoco era de extrañar. Quiero decir… llevábamos puestos
pijamas a juego. No podía decirle que no a nada. Ya lo había hecho una vez, y
aún arrastraba el cargo de conciencia.
Alec
levantó la vista y me miró por debajo de sus cejas, luchando por no fruncir el
ceño.
-Es
que no hay sitio en casa, Al-me excusé-. Mis amigas se van a quedar a dormir en
el sótano, porque no tengo dónde meterlas a todas.
-Bueno,
podrían dormir en tu habitación-contestó él, encogiéndose de hombros-, y
nosotros dormir en la de Sc…
-¡Nadie
va a dormir en la habitación de Scott!-ladré sin poder refrenarme, apretando la
almohada contra mí. Ahí estaba de nuevo. La tensión, la añoranza, el dolor que
me suponía ser la hermana mayor, simplemente. Nada de hermana pequeña. Ahora,
la responsabilidad de cuidar de Shasha y Duna recaía sobre mis hombros, y ni
siquiera podía confiar en Scott para que me echara una mano con Dan, Astrid y
Duna, pues él era la razón de que tuviera que ocuparme de los pequeños.
¿Ocupar
la habitación de Scott? Ni hablar. Era el único reducto que teníamos de su olor
en la casa. No habíamos lavado la ropa que había dejado en la silla de su
escritorio porque preferíamos el olor de su sudor, por asqueroso que sonara, al
del suavizante. Sabía que a Alec le parecía un poco exagerado, pero… él no lo
entendía. Iba a irse a África. Él era el que iba a dejar atrás a alguien, y no
al revés. Él era el recordado, y no el recordador.
Simplemente,
era demasiado pronto. Y que Shasha, Duna y yo durmiéramos acurrucadas bajo las
sábanas de la cama de nuestro hermano no le daba derecho a nadie más a hacerlo.
Y a mí no se me ocurriría, ni en un millón de años, meter a otro chico en esa
cama, por mucho que ese chico fuera Alec y el aroma que desprendiera su cuerpo
me volviera loca. Era un límite que no estaba dispuesta a cruzar, ni siquiera
con él.
Me
rodeó la cintura con los hombros y me atrajo a su pecho, acunándome con cariño,
en una posición muy similar a la que habíamos establecido en el baño, y a la
vez completamente distinta: en lugar de lujuria y provocación, ahora me
aportaba ternura y tranquilidad.
-Es
normal que lo eches de menos-susurró, pegando su barbilla en mi cabeza y
suspirando trágicamente. Sus hombros se hundieron unos pocos centímetros al
exhalar, y yo sentí el aire que escapaba de sus pulmones descendiendo por mi
espalda; un poco incluso se había colado por entre la camiseta de mi pijama y
mi piel.
-No
debería haberte gritado.
-No
pasa nada. Yo no debería haberte sugerido eso. Como si no supiera que es
importante para ti-se encogió de hombros. Le rodeé la cintura con mis brazos y
negué despacio con la cabeza.
-Seguro
que piensas que estoy volviéndome loca.
-Lo
que pienso es que no tienes a Scott, pero estás de suerte: yo tampoco, así que
sé lo que se siente. Más o menos. Estás de suerte. Dicen que lo mejor para
superar un trauma es sentirte comprendido. Deberíamos iniciar nuestro propio
grupo de apoyo. Añoradores Anónimos-reflexionó, y yo me reí por lo bajo.
Levanté de nuevo la vista para encontrarme con sus ojos.
-Echar
a Scott de menos se hace un poco más llevadero cuando lo hago contigo,
Al-confesé, y él asintió despacio con la cabeza y me besó.
-Yo
hasta he salido ganando. No me odies, pero… así estamos un poco más juntos.
-Tampoco
es que yo me pasara la vida con mi hermano.
-Lo
digo por mí-contestó, poniéndome una mano en la mejilla y mirándome con
intensidad. Su pulgar se deslizó por mi boca, siguiendo el contorno de mis
labios, como si fuera una pieza de mármol que estuviera terminando de pulir
para poder exhibirla en el lugar estrella de su museo predilecto. Noté que se
me secaba la garganta, y una sed a la que ya me tenía acostumbrada y a la que
también me costaba mucho resistirme hacía que mi lengua empezara a arder. De
nuevo me asaltó la comprensión de que no era la única que había perdido una
parte vital de su existencia, y por eso él me entendía tan bien. No pensaba, ni
mucho menos, que Alec me usara como distracción para no pensar en que su grupo
faltaban no una, sino dos personas, y que por tanto su vida estaba en cierto
sentido coja. Sin embargo, era perfectamente consciente de que él sí estaba
aprovechando mi soledad para pasar más tiempo conmigo, sin sentir que me estaba
apartando de alguien que ya no estaba ahí.
Quizá
ambos hubiéramos salido ganando con el cambio, aunque sólo fuera en el punto en
que nuestra relación había dado zancadas de grulla esa última semana; no porque
hubiéramos pasado varios hitos con nuestro viaje a Mánchester, sino porque los
habíamos traído a mi casa y los habíamos hecho efectivos en el hogar que me
había visto crecer, convertirme en hermana pequeña antes que en ninguna otra
cosa. En aquel mismo sofá nos habíamos conocido Alec y yo hacía casi 15 años,
conmigo en brazos de Scott y él mirándome con una curiosidad que apenas
recordaba, pero había bastado para que mi hermano se fuera de casa para que nos
viéramos por primera vez.
Puede
que, al tratar de sobrevivir a un pasado del que ninguno de los dos quería
desprenderse, habíamos materializado un futuro con el que a ambos nos encantaba
fantasear.
-De
todas las personas con las que podría estar echando de menos a dos de mis
mejores amigos, tú eres la única que conseguiría hacer que saliera ganando con
el cambio-susurró. Su aliento quemaba en mis labios, se deslizaba por mi
garganta, avivando aquellas llamas que amenazaban con consumirme.
Ahora
entendía por qué el amor se representaba con un corazón en llamas: no porque
fuera cálido y te acompañara en los días de lluvia, sino porque en tu interior
había una bomba que, de agitarse lo suficiente, terminaría explotando.
Definitivamente, se podía morir de amor. Era algo demasiado intenso como para
que no terminara siendo letal, si no lo manejabas con cuidado.
Y
nadie en el mundo quería manejarlo con cuidado.
Me
puse de puntillas y lo besé despacio en los labios, lamentando en el alma que
me hubiera hecho prometerle que no le diría que le quisiera hasta que no
fuéramos algo más de lo que éramos, porque lo cierto es que no podíamos ir más
allá. Era literalmente imposible: ni aun proclamándome su novia, su esposa o su
puta, podríamos tener una relación más intensa de la que teníamos ya. Un
salvavidas no te salva mucho o poco la vida: te la salva, y punto, y eso era lo
que estaba haciendo Alec conmigo.
Con
la calma de saberme acompañada en cada paso que daba y que él no me dejaría
meter la pata ni aun queriendo, regresamos con mis amigas. Se me llenaron los
ojos de lágrimas al darme cuenta que tenía a las personas más importantes de mi
vida reunidas bajo el mismo techo, dispuestas a acompañarme mientras recibía mi
dosis semanal de aquella persona esencial que se había distanciado un poco de
mí. No podía creerme mi suerte; ni siquiera cuando me daba cuenta de que era
una Malik, de que los mejores padres del mundo me habían encontrado cuando yo
no era nadie, me sentía así de afortunada, de querida… de bien. Exactamente
donde debía estar.
-Hola,
parejita-canturreó Momo al verme entrar seguida muy de cerca por Alec. Ni
cogidos de la mano tendríamos una conexión tan fuerte como en ese instante,
justo después de poner nuestros corazones encima de la mesa y ver cómo se
sincronizaban como dos metrónomos que desobedecían su naturaleza con tal de
buscar una armonía perfecta. Me dejé caer entre Momo y Taïs mientras Alec
tomaba asiento al lado de papá, que miraba la televisión con aburrimiento. Me
sorprendió que Taïssa no empezara a bombardear a papá con su retahíla de
preguntas sobre el disco en ciernes, como buena presidenta de su club de fans
que era (con mi permiso, claro), pero decidí no darle mucha importancia. Pensé
que se debía a que no quería molestarlo, pero cuando papá se ausentó murmurando
una excusa que parecía más bien una queja por lo mucho que estaba tardando mamá
en terminar de ponerse guapa, me fijé un poco más en ella. Tenía los ojos aún
un poco rojos, de haberse pasado la tarde llorando, y se encogía en sí misma
como si tuviera frío, a pesar de que había traído su pijama gordito, que
constaba de un mono de felpa con una capucha y una colita imitando un
dinosaurio de dibujos animados. Había subido los pies al sofá, se abrazaba las
piernas y se balanceaba despacio, mirando sin ver la televisión, y negando
despacio con la cabeza cuando las chicas le ofrecían gominolas.
Incluso
Alec se dio cuenta de que algo iba mal, pues renunció a su monopolio sobre la
bolsa de regalices, unas chucherías que mis amigas ya compraban por deferencia
a él, y se la tendió para tratar de animarla.
Me
acurruqué contra ella, rodeándola con los brazos, y la acuné contra mi pecho.
Me sonrió con cansancio, como si le costara mantener los ojos abiertos o hacer
cualquier otro movimiento que no fuera simplemente respirar; quizá incluso eso
suponía demasiado esfuerzo.
-¿Estás
bien, cariño?-pregunté, acariciándole la espalda despacio, como había visto un
millón de veces a papá hacer con mamá cuando la notaba preocupada por algo.
Ella era demasiado buena como para dejar que su malestar trascendiera su cuerpo
cuando se trataba de algo de trabajo, pues no quería preocuparnos, pero a él no
podía engañarlo. Como buen esposo que era, sabía lo que le pasaba por la cabeza
como si se lo expresara en voz alta. Y yo me había pasado años enteros
observando cómo se comportaban, ansiando tener algo como lo que ellos tenían,
sin darme cuenta de que había algo similar en la relación con mis amigas… claro
que tampoco podía compararlo con papá y mamá como podía comparar lo mío con
Alec-. He hecho brownies. ¿Te apetece uno?
-Estoy
bien-susurró con un hilo de voz, encogiéndose despacio de hombros.
-Pues
no tienes pinta, bonita-respondió Alec, mordisqueando un regaliz. Kendra lo
fulminó con la mirada, porque no sabía que esa era la forma de Alec de decirle
que podía contar también con él, si es que le necesitaba.
-No
es nada, de verdad.
-¿Necesitas
que me vaya para hablar con tus amigas? Porque puedo echar una partida a la
Play-Alec señaló el sótano-, y joderle la media de puntuaciones a Scott. Así,
se pensará dos veces el volver a dejar sola a Sabrae.
Taïssa
me miró un segundo, como pidiéndome permiso. Por mi parte, miré a Alec, de
nuevo sintiéndome muy afortunada de tener a alguien tan bueno conmigo,
dispuesto a renunciar a estar físicamente juntos a cambio de que yo atendiera
mis obligaciones como amiga, incluso después de confesarnos que la cercanía del
otro nos lo hacía todo más llevadero.
A la
par que asentía muy lentamente, indicándole que estaba bien por mí que se
fuera, Taïssa le lanzó a Momo una mirada suplicante. Probablemente se había
dado cuenta de la intensidad que había entre Alec y yo en ese momento, y no
quería que la llama entre nosotros se apagara. Momo jamás me dejaría colgada;
por eso, se aclaró la garganta y le contó a Alec lo que ella, Kendra y yo ya
sabíamos.
-Taïssa
está preocupada porque le gusta un chico, pero él quiere pasar a la siguiente
fase.
Alec
parpadeó, miró a Taïssa, impresionado, y sólo pudo emitir un único sonido.
-Oh.
Sí, oh, ya lo creo. Nosotras también nos
habíamos sorprendido cuando Taïssa nos confesó que estaba quedando con un
chico, principalmente porque, siendo la más tímida de las cuatro, todas
habíamos dado por sentado que daría su primer beso el día de su boda, con
aproximadamente 25 años. El hecho de que le hubiera tomado la delantera a
Kendra nos sorprendió a todas, y creo que incluso le escocía a la susodicha,
pero era demasiado buena amiga como para echarle nada en cara. Aunque tampoco
es que tuviera derecho a ello.
El
caso es que San Valentín había hecho estragos en el instituto a todos los
niveles, y no sólo en las relaciones “internacionales”, como mis amigas
llamaban a lo mío con Alec, lo de Diana con Tommy o lo de Eleanor con Scott,
pues las tres estábamos en cursos distintos a los de nuestros chicos. Taïssa
había recibido varias cartas de admiradores secretos, y uno resultó ser un chico
que le llevaba llamando la atención desde principios de curso, cuando llegó un
poco más moreno de lo habitual hablando de sus vacaciones en el Mediterráneo.
Quedaron a la semana siguiente, para tener tiempo de sobreponerse al fiestón
que habíamos tenido saliendo con los amigos de mi hermano, y la cosa parecía ir
en serio. Taïs estaba convencida de que le terminaría pidiendo salir a finales
de febrero, lo cual sería perfecto porque ese mes era el único que tenía días
que se repetían los demás (estaba obsesionada con celebrar los aniversarios, y
empezar con un chico en 30 o 31 le parecía un sacrilegio, porque eso hacía que
se perdiera una celebración por año), y febrero era el mes del amor.
Pero
llegó el 28, y no hubo ninguna señal de que la gran pregunta fuera a hacerse.
O más
bien la pregunta que Taïs esperaba, porque el fin de semana del cumpleaños de
Alec, el chico la había invitado a su casa a ver una peli. Sí, vale, puede que
si Alec me invitara a ver una peli en su casa dedicara la mañana y la tarde a
depilarme y hacerme con el mayor cargamento de condones que pudiera conseguir,
pero si a Taïssa la invitaban a ver una peli, ella interpretaba que iba a ver
una peli. Como mucho, se darían besos con lengua. Eso era lo más picante para
lo que ella estaba preparada.
De
modo que se había quedado de piedra cuando descubrió que lo de la peli era una
excusa barata para HACERLO, hacerlo CON MAYÚSCULAS, como lo había escrito por
el grupo cuando nos lo contó. Ella se había puesto nerviosa, le pidió a Kendra
que la llamara para tener una excusa para salir pitando de ahí, y escapó como
alma que lleva el diablo de la casa de aquel sinvergüenza que quería
aprovecharse de la más dulce e inocente de mis amigas.
A
cambio, él decidió ignorar sus mensajes durante varios días, y cuando Taïssa se
armó de valor para confrontarle y pedirle explicaciones, le dijo que le había
dolido muchísimo que le hiciera aquello y que lo de pasar al siguiente nivel
con ella iba totalmente en serio. O lo tomaba, o lo dejaba.
Así,
sin más. Como quien se encuentra con la oferta de un coche.
Al
oír aquello, Kendra sugirió que le pegáramos una paliza a la salida; quizá
incluso le saltaríamos un diente. Yo dije que lo mejor sería que me lo dejaran
a mí para hacerlo papilla. Momo, que era más vengativa e inteligente para estas
cosas, sugirió que debíamos acudir a Alec, cuyos métodos de justicia eran
legendarios (aún se hablaba del chico al que había hecho caminar por todo el
instituto desnudo cuando se enteró de que se había dedicado a pedirle fotos
desnuda a Mimi). Ante la falta de
acuerdo, le tocaba a Taïssa decidir qué hacíamos.
Nos
quedamos de piedra cuando nos dijo que no quería que hiciéramos nada, aunque no
debería habernos sorprendido. Como ella misma nos dijo, se sentiría muy mal si
le hacíamos daño, porque… bueno, le quería. Lo cual era más que evidente.
Es
decir, una chica que me pregunta cómo son las mariposas que siento en el
estómago cada vez que Alec me besa, en lugar de si no me hace daño con su inmenso pollón como inquiría Kendra, es
la más romántica del mundo. Si besaba a sapos, no era porque esperara topar con
un príncipe, sino porque de verdad estaba enamorada y se veía iniciando algo
importante y romántico con ellos, por muy complicada que fuera la relación con
un anfibio.
-Y es
que… no me siento preparada-comentó ella, casi disculpándose, tirando de los
hilos de uno de mis cojines. Me dolió verla así. Le arrancaría la piel a tiras
a ese chico que, claramente, no se la merecía. Pero no quería ser yo quien le
dijera que se merecía algo mejor. Ellas habían hecho lo mismo conmigo, y se
habían equivocado de cabo a rabo. No es que mi instinto me dijera que había
posibilidades de que cometiera un error ante lo evidente, pero sus palabras
hablando de las reticencias que sentían con Alec aún quemaban en mi memoria.
Palabras
que, por otro lado, Alec llevaba meses demostrándole que eran completamente
erróneas. Y así lo hizo una vez más.
-Bueno,
no pasa nada-comentó, despacio, encogiéndose de hombros. No parecía incómodo
con la conversación. Cualquiera diría que había nacido para consolar a un grupo
de incipientes quinceañeras-. Es perfectamente admisible y tienes todo el
derecho del mundo de ir a tu ritmo-lo dijo como si lo creyera de verdad, aunque
su pasado gritaba lo contrario.
-Ya,
si la teoría me la sé, pero… no es tan fácil aplicarla luego en la práctica. Y
yo no quiero perderlo, ¿sabes? Es decir… ¿tú habrías esperado a Sabrae?
Noté
en cómo las facciones de Alec se quedaron congeladas en una perfecta cara de
póker que Taïssa había dado en la diana, formulando justo la pregunta que Alec
estaba temiendo que le hicieran. No porque no conociera la respuesta (otra cosa
no, pero Alec era completamente sincero consigo mismo, y de hecho su afán por
marcar más sus defectos que sus virtudes le hacía más que consciente de que sus
palabras podían plantear dudas entre nosotras), sino que no estaba seguro de
nos encontrábamos en una de esas situaciones en las que hay que ser sincero, o
soltar una mentirijilla piadosa para no empujar a nadie lejos del muelle, a
merced de las corrientes.
-A
ver…-meditó, mordisqueándose el labio. Había bajado la vista y parecía estar
elaborando un teorema que resolviera las principales incógnitas de la física
cuántica en su cabeza.
-Sé
sincero, Al-le dije, porque no serviría de nada que mintiera a Taïssa. Además,
la principal afectada por lo que le estaba pasando por la cabeza era yo.
Y yo
ya sabía la respuesta.
-Ahora,
sí-respondió sin embargo, eludiendo completamente la pregunta… o preparando el
terreno de una forma en que, en lugar de alisarlo, lo estaba haciendo más
irregular.
-Pf-gruñó
Kendra en voz baja, poniendo los ojos en blanco-. El fuckboy original.
Alec
la ignoró premeditadamente; de todas mis amigas, era con la que más roces
tendría de dejarse llevar por sus sentimientos, pero me quería más a mí de lo
que le caía mal Kendra, y como no quería ponerme de nuevo en la tesitura de
hacerme elegir entre mis amigas y él, se mordía la lengua. Algo que yo sabía
que le costaba mucho, y le agradecía de corazón.
-Pero,
¿antes? Quiero decir, cuando no la querías ni nada por el estilo.
-Yo a
Sabrae ya la quería-protestó-. Siempre la he querido.
-Sí,
pero que no fuera por ser la hermana de tu amigo.
-Tampoco
es que necesitemos que lo digas en voz alta, si es lo que te molesta-le pinchó
Kendra, y Alec se volvió hacia ella.
-Pues
entonces, ¿para qué me lo preguntáis? Quiero decir, no es que tuviera que
esperarla-me miró-, pero ni aunque se diera el caso. Creía que ése era el
problema conmigo-ironizó, poniendo los ojos en blanco-, la razón por la que no
queríais que estuviera con ella. ¿No se supone que yo era malísimo porque si
Sabrae me decía que no yo no iba a dejar de vivir mi vida? Que la quisiera
entonces y la quiera también ahora no quiere decir que lo haga de la misma
manera. Yo no te quería de esa manera la primera vez que nos acostamos-me
reveló, como si yo no lo supiera.
-Sí,
parecías bastante incómodo-asentí con la cabeza, poniendo los ojos en blanco
por mi parte-. Lo hacías por cortesía, ¿verdad?
-Venga,
Sabrae. Fue la primera noche que me fijé en ti de esa forma. ¿Realmente puedes
culparme? Tenías 14 años.
-¿Tenía?
Aún los tengo, Alec-le recordé-. No es que las pollas nos hagan envejecer más
deprisa. También los tengo cuando me la clavas después de comerme el coño para
sentir tú mismo cómo me corro.
-Sí,
y también los tienes cuando me suplicas que te la meta o me dejas correrme en
tu boca-espetó él, y yo me encogí de hombros.
-Te
sabe bien el semen.
Kendra,
Taïssa y Amoke clavaron los ojos en mí, estupefactas. Alec sonrió.
-Mira,
Dios nos cría y nosotros nos juntamos, porque a mí me pasa lo mismo con el
sabor de tu coño.
-¿Estás
flirteando conmigo?-coqueteé, aleteando con las pestañas en su dirección,
cruzando los tobillos de manera seductora.
-¿He
dejado de hacerlo alguna vez?-replicó él, con los codos en las rodillas y esa
sonrisa torcida suya pintándole la boca de un millón de promesas que yo sabía
que cumpliría con creces.
No me
di cuenta de que había puesto los ojos en blanco y me estaba mordisqueando la
uña del pulgar, recordando lo cerca que habíamos estado mientras nos duchábamos
juntos y lo difícil que había sido para mí no explotar de las ganas que le
tenía, hasta que Momo nos cortó el rollo con un jocoso:
-¿En
serio, chicos? ¿Justo delante de mi ensalada?
Como
si le hubieran desconectado su lado insinuante, Alec se reclinó hacia atrás y
miró a Taïssa, haciendo como si no hubiera pasado nada.
-El
caso, Taïs…-dijo, y Taïssa sonrió un poco al escuchar su apelativo cariñoso de
labios de él-. Es que yo era de una manera antes, y ya no soy así, y… bueno, lo
que a mí me pasara no se aplica a lo que a ti te pase con ese chico. No tiene
nada que ver una persona con otra.
-Sí
que tiene-respondió ella, tozuda-. Yo no quiero perderlo.
-Pues
chica, si te preocupa perderlo por esta gilipollez, es que no merece la pena
estar con él. Te lo digo yo. Sé cómo somos los tíos-asintió con la cabeza,
abriendo las manos y encogiéndose de hombros-. La mitad no valemos ni un
penique.
-¿Y
la otra mitad?-pregunté yo.
-No
llegan a la libra.
-¿Ni
siquiera mi hermano?
-A
las chicas que se iban con tu hermano deberían pagarles por aguantarle.
-Mira,
como deberían haber hecho conmigo-me burlé.
-Pero
has dicho que no habrías esperado…-empezó Taïssa, de nuevo ignorando nuestro
intercambio coqueto. Dios, teníamos que controlarnos un poco más.
-Ya, pero yo tengo 18 años. Soy mayor que
vosotras.
-Sí,
a veces se me olvida que eres un madurito interesante-se burló Momo, y Alec la
fulminó con la mirada mientras arrancaba un pedazo de regaliz de un bocado.
-Sinceramente,
no veo cuál es el problema aquí. Quiero decir, no queríais que estuviera con
Sabrae porque pensabais que yo era así…
-Eras así-le recordó Kendra, y yo le
lancé un cojín. Vale ya, te estás
pasando. No entendía por qué estaba tan celosa de Alec hoy, pero tenía que
parar. Llevaba puesto un pijama a juego con el mío; si tenía que echar a
alguien de casa, no iba a ser a él, eso por descontado.
-…
pero cuando se trata de alguien que os gusta, hacéis lo imposible por
excusarlo. Me parece algo hipócrita-miró a Kendra por el rabillo del ojo,
sabedor de que había sido ella la que había empezado con las reticencias-,
sinceramente.
-De
todas maneras-añadí, poniéndole una mano en la rodilla a Taïssa para atraer su atención-,
que yo ya no sea virgen no significa que estemos en una carrera contrarreloj
para que las demás la perdáis. No es un “tonta la última”, ¿sabes?
-Tienes
que hacerlo cuando te sientas preparada, Taïssa, y no antes.
-Es
que… no sé… por un lado, me apetece, pero por otro, no estoy segura. Y no
quiero perder oportunidades-Taïssa se abrazó a un cojín y se balanceó a un lado
y a otro.
-¿Oportunidades?-repitió
Alec, incrédulo-. Oportunidades se pierde Jordan usando esas rastas de mierda.
Ni que estuvieras en el corredor de la muerte, hija. No le des más vueltas,
¿quieres? Él también es virgen y no se come tanto el coco. De hecho, apenas se
lo come-frunció el ceño-. Si yo estuviera en su situación…
-¿Jordan
es virgen?-prácticamente chilló Kendra-. ¡Con lo bueno que está!
Alec
se la quedó mirando como si le acabara de salir un tercer ojo.
-Eh…
sí, supongo que para unas crías como vosotras puede ser bastante guapo.
-A mí
lo que me sorprende es que sea amigo de alguien de tu calibre-acusó ella-. No
es por nada, pero… eres, básicamente, el príncipe de los polvos.
Alec
se llevó una mano al pecho.
-Primero,
que me hayas llamado príncipe cuando claramente soy el emperador, me ha dolido, Kendra. Trátame con más respeto o no me
trates. Y segundo… no te preocupes por nosotros, muñeca. Nuestra ratio de
polvos está de puta madre, gracias a mis constantes esfuerzos por que no nos
quedemos rezagados-me dio un toquecito con el pie en mi pierna y me guiñó un
ojo, haciendo que yo pusiera los ojos en blanco y me echara a reír.
-¿Tienes
que presumir siempre de lo mucho que lo hacéis tú y Sabrae?
-No
presumo de lo mucho que lo hacemos, sino de lo bien que se nos da.
-Al…-le
reñí, riéndome aún.
-Bueno,
vale. También estoy contento con lo mucho que lo hacemos, pero, ¡mírala! ¿Me
puedes culpar?
Kendra
se me quedó mirando en silencio, y terminó por asentir, riéndose en voz baja.
Lo cierto es que no, no podía culpar a Alec por presumir de lo mucho que lo
hacíamos, ni tampoco a mí si lo hiciera tanto como él. Quizá sí que le
preocupara más de lo que dejaba entrever el hecho de que se estaba quedando
atrás contra todo pronóstico, pero era algo que procuraba mantener apartado en
su mente, y desde luego, que no iba a tratar con Alec delante. Ya habría tiempo
de hablar las cosas, si finalmente se animaba.
Llamaron
a la puerta, y dado que papá y mamá aún estaban en el piso de arriba, me tocó
ir a abrir. Podría haberles dicho a los Tomlinson que pasaran sin miedo, pero
me apetecía ejercer de anfitriona en condiciones y ser de las que se quedan a
un lado mientras sus invitados acceden a su hogar. Eri me dio un beso en la
frente después de que Louis me abrazara, y conduje a los niños al interior de
la casa, en dirección al salón, donde Duna ya estaba esperando para jugar con
ellos.
-¡Alec!-gritó
Astrid, celebrando su presencia. Su sonrisa se iluminó tanto al verlo que
podría haber competido con el sol, dejando al astro rey completamente
humillado. Saltó para darle un abrazo mientras Dan ponía mala cara, apretando
tanto la correa de la mochila que llevaba colgada de su pequeño hombro que se
le pusieron pálidos los nudillos.
-¡Hola,
guapa!-saludó Alec mientras Astrid saltaba para darle un abrazo-. Hey, ¿qué
pasa, campeón?
Sin
contestarle, Dan se dirigió escaleras arriba, ignorando a las dos niñas, que se
estaban fundiendo en un apasionado abrazo. Alec parpadeó, extrañado, pero nadie
más aparte de mí pareció darse cuenta del intercambio, pues papá acudía a
nosotros alentado por el alboroto que la llegada de los Tomlinson había levantado.
-Eri-canturreó
papá, sonriéndole a la española y dándole un abrazo.
-¿A
mí no me saludas?-protestó Louis.
-Bastante
hago dejándote entrar en mi casa.
-Aléjate
de mi mujer-ladró el padrino de Scott.
-Será
si ella quiere.
-¿Qué
tal va el disco, Zayn?
-Ay,
Eri, ¿no podemos tener la fiesta en paz ni un solo día?
-No-rió
Louis, y papá lo fulminó con la mirada.
-¿Y
tú con el de la banda?
-Liam
y yo estamos desechando canciones. Deberías echarle un vistazo…
-No
tires a la basura las más complicadas sólo porque no llegues a las notas más
bajas, Louis-papá le guiñó un ojo-. Ya sabes que tienes a alguien ocupándose de
ello.
-Te
puto odio. ¿Me recuerdas por qué tenemos tatuajes combinados?
Papá
inclinó la cabeza a un lado, sonriente.
-Ah,
sí. Fumábamos porros juntos. Es verdad.
-¿Cómo
lo lleváis?-preguntó papá, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.
-Bueno.
Lo llevamos-susurró Eri, su voz descendiendo varios tonos-. Lo más complicado
es a la hora de comer. Estoy acostumbrada a cocinar para mucha más gente, y
siempre sobra mucho. Debería hacer algún cursillo de cocina de
aprovechamiento-intentó bromear, pero se le quebró la voz en la última parte.
-O
siempre nos puedes invitar a comer-papá le dio un suave apretón en el brazo.
-Eh,
¿no te parece que es cosa nuestra invitarte
a nuestra casa?
-Louis,
tío, a veces me sorprende que ofendas más hablando que cantando, pero tu
talento para tocar los huevos trasciende los límites de la conciencia.
-¡Vete
a la mierda!
-¿Tú
también notas la casa muy vacía?
-Bastante,
pero tengo alguien rellenando un poco el hueco-comentó papá, y miró a Alec, que
se encontró con las miradas de los tres adultos de la estancia de repente sobre
él. Louis alzó las cejas.
-Vaya.
Así que, ¿es oficial?
-¿Que
Zayn va a adoptarme y soy su hijo preferido? Sí-se burló él.
-Lo
nuestro es un poco más complicado. Además de Tommy y Eleanor, también nos falta
Diana. Se nos hace un poco grande la casa-Eri miró a Louis, que asintió
despacio.
-Espera,
¿no estaréis pensando en mudaros, no?-espetó papá, tremendamente ansioso de
repente.
-No
lo descartamos.
-Ni
de coña. No, Louis, ni de puta coña. No me puedes hacer esto. ¿Me estás oyendo?
Yo estoy aguantando. No tengo hijos en casa. Estoy rodeado de mujeres. ¡Si yo estoy aguantando, tú
también debes!
-Z, a
ti nunca te ha molestado estar
rodeado de mujeres.
-Lo
dices como si no supieras cómo son las que tengo en casa.
-Parte
de cómo son es culpa tuya-le recordó Eri, riéndose.
-No
se me da muy bien decir que no.
-Pero,
¿qué dices, papá? Eres un padre estupendo.
-Saab,
ni siquiera he sido capaz de resistirme aunque sólo fuera un poquito a que
metieras a Alec en casa.
-¿Prefieres
que tu niñita haga cochinadas en sitios públicos, donde no esté cómoda, o que
las haga en casa, con la comodidad de la privacidad?-puse ojos de cachorrito
abandonado.
-¿Veis
a qué me refiero?
Papá,
Eri y Louis se echaron a reír a la vez y pasaron a hablar de nimiedades
mientras hacían tiempo para que mamá terminara de prepararse. Yo me senté en el
hueco que había quedado libre al lado de Alec, me acurruqué contra él, y
simplemente esperé a que mis padres y los de Tommy y Eleanor se fueran,
lamentando que se sintieran como yo, pero multiplicado por tres. Si la casa ya
se me hacía enorme con Scott ausente y Alec tratando de llenar el mayor hueco
posible, no quería ni pensar cómo sería tener que sobrevivir a que se fueran
Shasha y Duna también, amén de que Alec no estuviera allí para hacerme la
marcha más llevadera.
Supe
que mamá se acercaba cuando Eri, Louis y papá se quedaron callados, mirando en
dirección a las escaleras por donde había bajado Dan hacía un ratito para
abrazarse a la pierna de su madre. Louis abrió la boca, Eri sonrió, asombrada,
y papá… bueno… ¿recuerdas lo que dije sobre que quería tener una relación como
la de mis padres? Era por cosas como aquélla.
Papá,
ni corto ni perezoso, se pasó una mano por el pelo y soltó:
-Joder,
Sherezade, podrías haberme avisado para ahorrarme el viaje al piso de arriba.
Voy a tener que coger unas gafas de sol para poder mirarte, nena.
Mamá
se echó a reír, negó con la cabeza, hizo un gesto con la mano restándole
importancia al asunto y terminó de bajar las escaleras como una diosa. Llevaba
puesto un traje blanco, el pelo rizado cayéndole en cascada sobre los hombros y
por la espalda, y los ojos tan ahumados que era imposible decir que no eran de
color verde esmeralda, en lugar de su precioso tono tierra.
-¡Qué
guapa, Sher!
-¡Hala,
Sher, estás increíble!
-¡Mamá,
estás genial!
-Ay,
mi pobre corazón-jadeó Alec-. Creo que me está dando un infarto-gruñó,
agarrándose el pecho. Nos echamos a reír. Mamá le dio un piquito a papá,
guiñándole un ojo, y pasó a abrazar a los Tomlinson. Me di cuenta de que Eri
parecía un poco intimidada por lo guapa que iba mamá, a pesar de que ella
tampoco iba mal, precisamente, con unos pantalones de cuero muy parecidos a los
míos y un top que dejaba ver una tira de su abdomen bien trabajado.
-Sabes
que no vamos a la gala del MET, ¿verdad?
-Todo
con tal de conseguir publicidad para Scott.
-Sher,
es Scott. Toda Inglaterra va a
adorarlo en el momento en que lo vean.
-Sí,
pero necesitamos que voten por él, no que lo adoren.
-¿Tanto
crees que le van a perjudicar los demás, Sher?-preguntó Louis.
-No
son los demás los que me preocupan, sino Eleanor-mamá miró a Eri, que se hinchó
como un pavo.
-Chica
lista. Con razón fuiste la primera de tu promoción.
-No
te olvides de mi matrícula de honor en mi tesis doctoral.
-Por
supuesto, por supuesto-Eri se enganchó del brazo de mamá, nos tiraron besos al
unísono a modo de despedida, y empezaron a preguntarse qué tal habían llevado
la semana. Louis y papá se las quedaron mirando embobados con la boca abierta.
-Esto,
papá, Louis… creo que tenéis que ir con ellas-comentó Shasha.
-Sí,
podría decirse que sois lo que más se espera del concurso, pero porque no saben
cómo van mamá y Eri-añadí yo, riéndome.
-¡Dale
muchos besos a Scott de nuestra parte, papi!-pidió Duna.
-Nada
de drogas-instó papá.
-A la
cama en cuanto se termine el concurso-añadió Louis, señalando a sus hijos con
un dedo acusador.
-Y ni se os ocurra tomar gominolas después de
las 11.
-Obedeced
a Sabrae en todo lo que os diga.
-¿Y
si les pido que se tiren por un puente?
-Tus
motivos tendrás. Yo, desde luego, no te culparía. Vivo con ellos-Louis se
encogió de hombros. Papá lo miró.
-Eres
un padre pésimo.
-Lo
siento, si no me lo pones por Facebook, no me interesa lo que me digas.
-¿Sabes
qué pone en Facebook? Que tengo más Grammys que tú.
-¿Sabes
qué tengo yo que tú no tienes, Zayn?
-¿Un
estúpido tatuaje de un pájaro gordo?
-En
realidad, iba a hablar del Brit de honor en composición, pero si quieres que
comentemos los tatuajes y quieres sacar el tema del tatuaje de Perrie…
-Eres
jodidamente insoportable. Tira. No te quiero más en mi casa. Joder, vaya puta
nochecita vas a darme. Deberías estar pidiéndome perdón hasta el día en que te
murieras: por culpa de tu hijo, el mío se ha ido de casa.
-Será
porque lo tratabas mal.
-Le
ponía tu música.
-Entonces
no entiendo cómo es que Scott consiguió marcharse.
Siguieron
peleándose incluso después de cerrar la puerta, y yo me quedé escuchando cómo
sus voces se apagaban mientras se alejaban en dirección al coche. Cuando
escuchamos el sonido del motor encendiéndose y alejarse por la calle, una
descarga de adrenalina se me disparó por el torrente sanguíneo. Estábamos
solos. Lo cual significaba…
-¡VAMOS
A VER SEXO EN NUEVA YORK!-chillaron mis amigas.
… que
yo estaba al mando. ¿Lo haría bien?
Alec
me miró, adivinando mis pensamientos. Me puso una mano en la rodilla de forma
protectora y me sonrió antes de darme un beso en la mejilla que sonó más claro
que si dijera lo que pensaba en voz alta: sí,
por supuesto que sí.
A pesar de que se levantó con
bastante ansia cuando volvió a sonar el timbre, anticipando la llegada de sus
amigos, lo cierto es que la serie le llamó la atención a Alec. No es que
creyera que fuera a tener un interés nulo en ella, pues el tema del sexo era
algo que siempre conseguía despertar su curiosidad, pero si uno pasa del título
de la serie, descubre que el sexo tampoco es tan protagonista como es de
esperar. Me había sorprendido que mi madre me impidiera ver la serie con mis
hermanas más pequeñas delante cuando nos encontró viendo los primeros capítulos
a Duna, Shasha y a mí juntas, porque tampoco le veía nada de malo, y supuse que
para Alec no habría suficientes polvos como para mantener su interés.
Pero,
lejos de juguetear con su móvil como pensé que haría al descubrir que las
escenas de sexo apenas duraban medio minuto en un episodio de 30, me encontré
con que le prestaba más atención de la que me esperaba. Puede que incluso más
de la que le había prestado yo al inicio, y eso que empezaba bastante fuerte.
Por
eso rezongó un poco cuando se incorporó a abrir la puerta de un salto, pero no
fue hasta que no volvió a repetir lo que había dicho cuando conseguí procesar
su petición:
-¡Parad
un momento el capítulo!
Así
que dicho y hecho: mientras Alec se acercaba a la puerta, Kendra agarró el
mando de la tele y le dio al botón de pausa. Yo también salí de debajo de la
manta en la que me había escondido con Alec a recibir a mis invitados. Quizá no
les hubiera extendido la invitación de forma personal, pero eso no quitaba de
que estuvieran bajo mi jurisdicción. Después de todo, la casa era mía, al igual
que los postres.
Alec
aulló, levantando las manos cerradas en puños por encima de su cabeza en un
gesto universalmente triunfal, al encontrarse con sus amigos al otro lado de la
puerta.
-¡Tíos!
Ya pensaba que no veníais y me dejabais a solas con las chicas, montando una
orgía de la hostia.
-Ya
te gustaría, payaso-protestaron Kendra y Tamika, cada una desde un extremo de
la casa. Me sorprendió que las palabras que usaron para dirigirse a él fueran
idénticas, a pesar de que apenas habían coincidido un par de veces en que
hubieran intercambiado palabras. Claro que la relación de Kendra y Alec se
parecía un poco a la de Tamika y él, con la salvedad de que Kendra y Alec no
eran amigos.
-¿Qué
traéis de comida?-inquirió, echándose hacia delante y olfateando el ambiente en
torno a sus amigos. Max, Logan y Jordan traían varias bolsas de plástico
colgadas de sus dedos.
-De
todo un poco-respondió Bey, abriéndose paso entre los cuerpos de los chicos-.
Bueno, ¿nos dejas pasar, o qué?
-Me
pone nervioso la incertidumbre, Bey.
-Pero
si te encantan las sorpresas, ¡qué dices!
-No
las que tienen que ver con la comida-Alec se adelantó y abrió un poco la bolsa
de plástico blanca que llevaba Jordan, haciéndole retroceder.
-¡Oye,
oye, oye! ¿Y esos modales?
-¿He
visto una bolsita de papel del Burger King ahí dentro, Jor?
-No
se te escapa una, ¿eh, cabrón?-rió Jordan, entregándole la bolsa. Alec la cogió
y la abrió con avidez.
-¿Me
has traído…?
-Tres
bolsas de chilli cheese bites. Una
para ti, una para mí, y otra para tu señora. Hola, Saab-me sonrió.
-Hola,
Jor…
-¡TE
COMO LOS COJONES, JORDAN!-bramó Alec cuando se hizo con la pequeña cajita en la
que venían aquellas deliciosas bolitas de queso que bien podrían hacer peligrar
nuestra relación-. Ten más cuidado conmigo, que me estoy ganando fama de
bisexual. ¿Sabes que ahora también me morreo con tíos? Soy un puto vicioso, ya
no le hago ascos a nada.
-Uf,
no sé cómo me deja eso a mí. ¿Debería ofenderme?-rió Logan, arqueando las
cejas. Alec lo miró.
-Ya
sabes que no necesito ser bisexual ni nada por el estilo para desear darles un
ardiente beso a tus dulces labios, bribón.
-Joder,
Al, si te vas a poner así con los bites, no
quiero pensar cómo va a ser cuando descubras que te he traído vodka negro-comentó
Max, sacando una botella de color azabache del interior de su bolsa. Los ojos
de Alec centellearon.
-A
mis brazos, Maximiliam. A mis putos brazos, hermano. No sabes lo que te quiero.
Te metería la lengua en el esófago si no estuviera Sabrae delante. Es que es
celosa.
-No,
no lo soy-me reí.
-Se
hace ilusiones rápido.
-No,
no me las hago.
-Enseguida
empieza a pensar en tríos.
-Eso
es verdad.
-¿En
serio? Porque Bella y yo estábamos pensando que…
-¡Perfecto!
Mañana mismo le abro conversación a Bella para concretar detalles. Tengo la
tarde libre, si se quiere pasar por mi casa, seguramente consiga despejarla…
-¿Nos
dejarías tu casa para follar? Qué atento, Alexander. Eres un verdadero amigo.
-Claro
que sí, Maximiliam. Todo por la exploración sexual. Por supuesto, estás más que
invitado a venir a mirar.
-Odio
cortaros este rollo de machitos folladores, chicos, pero me muero de frío y
tengo un hambre de lobos. Saab, Alec nos ha dicho que los postres corrían de tu
parte. No hacía falta que te molestaras-comentó Bey, depositando un suave beso
en mi mejilla tras sortear a Alec para entrar en mi casa.
-Me
gusta la repostería. Además, vosotros os ocupáis de la comida. Oye… ¿no
recibisteis el mensaje de que íbamos a estar en pijama?-inquirí, al ver su blusa
brillante y sus vaqueros ceñidos. Por lo menos, llevaba unas zapatillas de
deporte que le serían cómodas para pasarse media noche tumbada en el suelo de
mi sala de juegos.
-Ah,
sí, pero teníamos pendiente comprar los aperitivos y esas cosas.
-¿A
cuánto tocamos?-quiso saber Alec, cerrando la puerta tras Karlie, que venía
charlando con Mimi-. Yo pongo por Mimi.
-Ay,
Al, de verdad, no empieces con tus mierdas de “soy de clase obrera y me
enorgullece no ser capaz de llegar a fin de mes”, ¿quieres?
-¿Por
qué nunca quieres pagar cuando estamos en mi discoteca?-preguntó Jordan.
-Porque
habría que ser sinvergüenza para no financiar las borracheras de tu mejor
amigo, que te ha enseñado todo lo que sabes, lo cual no es poco.
-Bueno,
depende del área de conocimiento-se burló Max.
-Menos
con él, ¿quieres, Max? Es un experto en mujeres, lo que pasa que aún no ha
tenido tiempo de poner esos conocimientos en práctica.
-¿Sabe
en qué agujero meterla?
-Log,
tío, tú no podrías equivocarte ni aunque quisieras. Corta con las bromas de
vírgenes; desde la perspectiva gay, no son graciosas.
-¿Sabes
qué sí es graciosa? La heterosexualidad.
Alec
parpadeó.
-A
Sabrae no la vas a insultar así delante de mí, ¿me oyes?
-Alec,
tu novia es bisexual.
-Punto
número uno: Sabrae no es mi novia.
-No,
sólo lleváis pijamas a juego, os quedáis a dormir semanalmente en casa del otro,
conocéis a vuestras familias “no políticas”, os vais a ir de viaje juntos y os
regaláis joyería.
-¿Eso
que noto en tu tono de voz son celos, Karlie?
-Amén
de que te has corrido un par de veces dentro de ella sin protección.
-Fueron
más de dos, pero gracias por recordarlo.
-¿Cómo
lo aguantas?-preguntó Tam.
-Por
la misma razón por la que tu hermana se muere por mis huesos, Tam: tengo un
pollón-Alec le guiñó el ojo y Tamika puso los ojos en blanco.
-¿Cuál
era el punto número dos?-preguntó Logan, y Alec frunció el ceño, pero luego
chasqueó la lengua, cayendo en la boca.
-Ah,
sí. Punto número dos: que digas que la heterosexualidad es una broma graciosa
es un insulto para Sabrae porque es como decir que yo soy gilipollas porque me
guste. ¡Hola! Soy hetero. Dejad de discriminarnos.
-Al,
le metiste la lengua hasta el esófago-me reí.
-Estaba
muy borracho. Eso no quiere decir nada… aparte de que no soy homófobo, claro.
Porque, si lo fuera, no te iría dando morreos.
-Two bros, chilling in a hot tub-canturreó
Mimi, brincando hacia mí para fundirse en un abrazo que me recompuso un poco.
Desde que Eleanor se fue, Mimi y yo habíamos empezado a estrechar lazos aún más
rápidamente, tanto por preguntarnos qué tal estaba Alec, si ya había llegado a
casa de la otra, como porque éramos las únicas personas que entendían por lo
que estábamos pasando. Eleanor era como una hermana para Mimi, la hermana que
nunca había tenido, y se habían criado como tales, de modo que lo más parecido
en mi círculo a lo que yo estaba viviendo no era la experiencia de Alec, sino
la de Mimi.
Alec
puso los ojos en blanco al escuchar a su hermana.
-¿Dónde
nos cambiamos?
-Podéis
subir a mi habitación.
-Qué
ofensa, Tamika. ¿Por qué no te puedes cambiar delante de nosotros? Te hemos
ayudado a cambiarte de bikini más veces de las que me he cambiado de
gayumbos-protestó Alec.
-No
quiero cambiarme delante de ti, puto simio en celo.
-Genéticamente
no tienes nada que yo no haya visto ya, Tamika. Y créeme, hay alpacas en Perú
que me atraen más que tú.
-Genéticamente,
yo no estoy trastornada como mi hermana, así que hay algo en nosotras que es
diferente. Paso de que lo descubras esta noche y te tenga que dar un tortazo
para pararte los pies; necesito los dedos para echarle una mano a Scott.
Todos
se quedaron en silencio un momento, antes de echarse a reír.
-No
me voy ni a molestar en hacer un comentario-respondió Alec, limpiándose las
lágrimas de la risa.
Los
amigos de Alec pasaron al salón, a saludar a mis amigas. Cuando vieron que nos
quedaban aún unos minutos para terminar el capítulo, nos dejaron terminarlo
mientras ellos iban guardando las cosas en la nevera y sacando la cena en el
piso inferior, con platos de plástico que habían traído para que no nos
matáramos fregando, y para no preocuparnos de que no se nos cayeran las cosas.
Cuando
empezó la sintonía del programa, estábamos tirados en los amplios sofás del
piso inferior, con un montón de comida desplegada a nuestro alrededor,
mostrando todos los sabores posibles del mundo. Yo estaba sentada sobre el
regazo de Alec cuando Robert Loyal, mi presentador favorito, apareció en la
pantalla, proclamando la nueva edición del programa. Al ver que yo me revolvía
en el asiento, inclinándome instintivamente hacia la pantalla para ver a Robert
mejor, mis amigas empezaron a meterse conmigo.
-Otro
blanco más que le gusta a Sabrae.
-Es
lo que le va-se burló Momo, dando un sorbo de su refresco.
-Es
que tenemos nuestro aquel, ¿verdad, Bey?-inquirió Alec, guiándole un ojo a su
mejor amiga. Jordan no paraba de enviarle mensaje a Zoe, con la que había
quedado para hacer videollamada cuando Chasing the stars salieran al escenario,
y cada dos por tres, Alec echaba un vistazo por encima del hombro de su amigo
para ponerlo nervioso, haciéndole creer que quería leer algo de la
conversación. Me gustaba la sonrisita que se le ponía a Jordan recibiendo
mensajes de la americana por dos razones bien variadas: la primera, que se
notaba que le gustaba mucho, y me había acercado a Jordan lo suficiente como
para saber que era un buen chaval que se merecía disfrutar de algo como lo que
teníamos Alec y yo. Y la segunda, un poco más egoísta pero que también me
producía una oscura satisfacción que nada tenía que ver con ser buena, era que
saber que Jordan haría de barrera entre Zoe y Alec. No es que no me fiara de
él, todo lo contrario; sabía de sobra que no intentaría nada nuevo con ella,
pues se había comprometido conmigo, pero nunca estaba de más tener la certeza
extra de que no iba a pasar absolutamente nada porque las chicas que le
gustaban a sus amigos eran territorio sagrado para Alec.
Cada
vez que enfocaban a alguien que conocíamos, ya fuera Eleanor o el grupo,
pegábamos un brinco y gritábamos, celebrando verlos allí. El pelo de Eleanor
caía en bucles del color de chocolate sobre su espalda, dejándole el rostro
descubierto en un semirrecogido con el que se iba a lucir al final de la noche,
previsiblemente antes de que mi hermano y los demás cerraran la ronda de
actuaciones de esa noche.
A
medida que pasaba el tiempo, fuimos detectando un patrón: los participantes con
menor nivel actuaban primero, y los que parecían ya más consolidados a pesar de
no haberse presentado nunca en público se quedaban al final, reservando el pico
de audiencia para cuando se abrieran las votaciones. Shasha había traído una
regleta para enchufar todos los móviles que fueran necesarios en nuestro
maratón de votos, y pronto se hizo palpable que la decisión de mi hermana había
sido la más precavida.
La
comida fue mermándose poco a poco, cambiando de cajas llenas a envoltorios
vacíos y arrugados unos al lado de otros, apilados en los paquetes de espuma en
que venían las hamburguesas, los kebabs, tacos y piezas de sushi que los amigos
de Alec habían traído. Al principio, cuando vi todo el despliegue, me pareció
que el banquete era exagerado, pero cuando los niveles de comida empezaron a
bajar a la velocidad del rayo, caí en que había hecho bien en cocinar tantos
postres.
Había
una chica cantando una canción de Dua Lipa en el escenario cuando le pedí a
Alec que me acompañara a por los postres. Haciendo malabarismos con las
bandejas, nos las apañamos para llevar las tartas de queso y los brownies al sótano, donde el resto seguían con los ojos
puestos en la pantalla.
-Esta
tía es buena-comentó Max.
-Orgullo
negro-respondió Bey, regocijándose en el origen africano de la chica, que
explicaba su tez más oscura que la mía y su pelo afro del color de la noche.
Dejé
las tartas de queso sobre la mesa baja,
en la que me habían hecho el favor de despejármelo todo de suciedad para
que pudiera cortar con comodidad el postre, y, ante los jadeos de admiración y
las felicitaciones de mis invitados, empecé a cortar. La verdad es que las
tartas tenían una pinta deliciosa, y me costó contenerme para no dar un lametón
de la paleta con la que estaba dividiéndolas en razones lo más idénticas
posible para que nadie se sintiera discriminado. Max, Logan y Jordan dejaron de
comentar el concurso, demasiado ocupados en dar buena cuenta de sus raciones
como para decir nada más. Me sentí halagada con su silencio.
Momo
y Alec esperaban pacientemente a que yo terminara de repartir para poder
empezar, pero me hicieron caso cuando les dije que empezaran, que se iba a
enfriar. Para cuando terminé de dividir la segunda tarta, dejándola así
preparada para que los demás se sirvieran directamente y pudiera comerme la
primera tranquila, me senté en el sofá y me incliné a por mi plato.
Solo
que ya no estaba.
Me
quedé helada en el sitio mientras miraba en derredor, contando mentalmente,
segura de que había hecho los triángulos exactos para cada uno. La mesa estaba
completamente despejada con la salvedad de las tartas, de modo que era
imposible que mi ración se quedara escondida en algún lugar donde yo no pudiera
verla.
Alec
estaba chupando con ansia su cuchara, como si jamás hubiera probado nada tan
delicioso. Había hecho yo misma la mermelada de maracuyá, poniendo especial
esmero en quitar todas las semillas posibles para que no molestaran al quedarse
clavadas entre los dientes, y lo poco que había probado me había encantado. Lo
único que me había impedido tomar esa tarta tras la de manzana era que la
mermelada de manzana aguantaría mejor fuera de la nevera que la salsa de
maracuyá.
Pero
ahora, no estaba por ningún sitio.
-¿Qué
pasa?-preguntó Alec en voz baja, al descubrirme anclada en la misma posición
que antes, sin el incentivo que tenían los demás.
Me
quedé callada. Si no era capaz de calcular bien las raciones, ¿cómo iba a
hacerme cargo bien de mi hermana y de los pequeños Tomlinson? Había sido una
estúpida y una engreída al pensar que aquello sería fácil por el mero hecho de
que estaba acostumbrada a cuidar de mi hermana. Jamás conseguiría hacer el
trabajo de Scott bien, y que hubiera pensado que me sería sencillo porque él
hacía que pareciera fácil no hacía de mí más que una ilusa.
Miré
la pantalla de la televisión, esperando ver a mi hermano, viviendo su vida sin
mí como yo no podría vivirla sin él.
-Nada-susurré,
estirándome y cogiendo el plato de la nueva tarta. Tendría que conformarme con
la manzana, a pesar de que se me hacía la boca agua, y no era tan apetitosa a
mi boca como sí lo era la salsa de maracuyá, que necesitaba desesperadamente
para librarme de ese sabor salado que notaba en mi garganta.
-¿No
comes tarta con maracuyá?-preguntó, extrañado, y yo negué con la cabeza. No me
apetecía reconocer mi error en voz alta, pero él se me adelantó, como siempre.
Me leyó de nuevo como si fuera un libro escrito en un idioma que sólo él
entendía, y que había nacido ya dominando.
Se
inclinó hacia delante, examinando toda la mesa… y fue cuando vio algo que yo no
había visto hasta entonces.
Los
platos vacíos de Max y Jordan reposando en una esquina de la mesa, al lado de
sus vasos llenos de cerveza, y el plato con la ración que había preparado para
mí entre ellos, sobre el regazo de Jordan, del que tanto él como Max estaban
tomando cucharadas mientras mantenían la vista fija en la televisión.
-¿Es
que no tenéis NI UNA PIZCA DE VERGÜENZA?-bramó Alec, haciendo que todos
diéramos un brinco mientras él se incorporaba como una especie de dios
justiciero-. ¡¿OS PARECE NORMAL?! ¡¡SABRAE LLEVA TODA LA PUTA TARDE HACIENDO
ESA TARTA, Y NO HA PODIDO NI PROBARLA PORQUE SOIS UNOS PUTOS SINVERGÜENZAS!!
¡¡Si no estáis para salir de casa pues NO SALGÁIS!! ¡¡ELLA NO ES VUESTRA
CRIADA!! ¡TENÉIS MÁS PUTA CARA QUE ESPALDA! ¡NO ME PUEDO CREER QUE SEÁIS ASÍ DE
EGOÍSTAS! ¡PEDIDLE PERDÓN AHORA MISMO! ¡DEBERÍAIS BESAR EL SUELO POR DONDE ELLA
PISA!-tronó-, ¡PERO EN LUGAR DE ESO, LA DEJÁIS SIN UNA TARTA QUE LE HACÍA
MUCHÍSIMA ILUSIÓN COMERSE! ¡Un poco de respeto! ¡Ha pasado una semana de puta
mierda y se moría de ganas de estar con nosotros viendo a su hermano, y ahora se
lo habéis chafado absolutamente todo porque
no sabéis controlaros! ¡Sois unos
SINVERGÜENZAS!
Jordan
y Max escucharon amedrentados cómo Alec continuaba despotricando, defendiéndome con una rabia excesiva pero
acorde a la situación. Sabía de sobra lo importante que era para mí que todo
saliera perfecto, de modo que en cuanto hubiera un mínimo inconveniente, todo
saltaría por los aires para mí.
Finalmente,
cuando Alec por fin se dio por satisfecho y se los quedó mirando desde arriba,
jadeando aún en busca de aliento (lo cual daba idea de su enfado, pues las
únicas veces que lo había visto boqueando para conseguir respirar habían sido
entrenando o durante una intensa sesión de sexo), Jordan y Max clavaron los
ojos en mí. Se me encogió el corazón al verlos así de afectados, y me di cuenta
de que Alec me había defendido quizá con un exceso de ferocidad, pero… la
verdad era que lo necesitaba. Necesitaba que me protegieran más de lo que lo
necesitaba normalmente; no me encontraba del todo bien, no estaba entera, y necesitaba
que alguien supliera esa parte de mí que se había retirado para lamerse las
heridas, incapaz de luchar.
-Lo
sentimos un montón, Saab. Pensábamos que tú ya te habías cogido… y que esto
sobraba...
-Ni
siquiera le habéis dado tiempo para sentarse-acusó Alec.
-Es
verdad. Y lo sentimos mucho por eso-reiteró Jordan-. Debíamos habernos fijado
más…
-No
pasa nada.
-Sí
que pasa.
-Alec…
-Querías
tu tarta. Tenías más derecho que nadie…
-Sólo
es una tarta, Al.
-No,
no lo es-respondió él, mirándome desde arriba. Le di una palmadita al sofá para
que se sentara a mi lado, y cuando lo hizo, le di un beso en la mejilla y le
susurré un agradecimiento al que me contestó con un suave apretón en el brazo.
Jordan
y Max se sirvieron de la paleta para cortar la parte de tarta que no habían
tocado y entregármela, bajo la atenta y dura mirada de Alec. Ni siquiera los
esfuerzos del presentador por recuperar nuestra atención fueron suficiente para
que la tensión del momento no nos comiera vivos. Tomé un par de cucharaditas,
deleitándome con el sabor, sintiendo que algo dentro de mí que se había elevado
como una nube de polvo al abrirse una puerta cerrada durante milenios
continuaba planeando, tanteando el terreno.
Mientras
las chicas bromeaban con Alec, tratando de rebajar la tensión del ambiente,
conseguí identificar ese sentimiento. Llevaba arrastrándolo toda la tarde: era
excitación. Un fuego líquido que me descendía por las venas, concentrándose en
mi entrepierna, haciendo que la temperatura de mi cuerpo ascendiera varios
grados.
Me
terminé mi trozo en silencio, rechacé el de Alec, que me lo tendió con
amabilidad, y me quedé mirando la pantalla de la tele, escuchando con los
sentidos embotados la conversación que mantenían los demás, intentando pasar
página.
-Sí,
bueno, lo mejor de la tarta es que está bien mezclada. Quiero decir, no es que
Sabrae no haya puesto de su parte, pero la batidora ha sido genial. De las de
última generación. Una Alecnator 3.000 power ultra plus. Una puta pasada de máquina,
ya me entendéis. Metro ochenta y siete de estatura, pelo castaño, ojos
castaños, un carisma insoportable…-Alec les guiñó el ojo a Karlie y Tam, que se
echaron a reír sonoramente, acompañadas por Bey y Logan. Max y Jordan se
unieron con timidez a las carcajadas mientras mis amigas trataban de decidir si
Alec seguía cabreado, o se le había pasado el mal humor.
Yo no
comenté nada, pues el deseo que me corroía era insoportable. A duras penas
conseguía estar cerca de él sin calcinarme. De modo que, cuando anunciaron que
se iban a publicidad y Alec se levantó, comentando que iba a empezar a recoger
un poco, pues pronto nos tocaría ver a mi hermano y al resto de Chasing the
stars, yo asentí y me incorporé con él.
-No
tienes que…
-Es
mi casa-le recordé con voz ronca-. Y quiero hacerlo-añadí en tono más bajo,
deseando que él captara el doble sentido de mis palabras. No sé si le convenció
lo que le había dicho, o leyó entre líneas, pero el caso es que me dejó
ayudarle a recoger y marcharse en dirección a la cocina.
Le seguí
en silencio, amedrentada y orgullosa a la vez. Atravesamos la casa a oscuras,
rodeamos el salón y llegamos hasta la cocina, donde Alec abrió el contenedor de
basura y se puso a separar para reciclar.
-Lo
que has hecho antes ha sido genial. No sé si me lo merezco.
-No
seas boba, Saab. No ha sido nada. Tú te lo mereces todo, y Jordan y Max necesitan
que los pongan en su sitio.
-Y lo
has hecho de una forma increíble.
No podía
dejar de pensar en que las únicas veces que le había visto así de enfadado
habían sido… bueno, cuando discutíamos o cuando me defendía con rabia de
cualquier persona, sin importar quién fuera. Me protegería igual de un dragón
que de una pulga. Puede que ahora fuéramos parte de la CTS Squad, pero yo
ocupaba una posición importantísima, la misma que él en mi corazón.
Y quería
compensárselo, hacerle entender que sabía perfectamente a qué atenerme estando
juntos.
-Como
todo lo que haces-añadí, acercándome a él. Le cogí la mano en la que sostenía
la basura que estaba guardando en el cubo y le hice girarse-. Y quiero agradecértelo.
Lenta,
muy lentamente, le besé. Estoy segura de que sintió la explosión, como una
supernova, que produjo el contacto de nuestros labios.
-No
tienes que darme las gracias por nad…-empezó, pero yo volví a besarlo, con más
intensidad.
-No
puedes hacer eso-susurré lentamente, con un hilo de voz que volvió mis palabras
infinitamente más eróticas-. Comportarte como un dios y luego quitarle
importancia al asunto. Siempre tienes mi mejor interés en mente-comenté,
besándole la palma de la mano-. Y créeme si te digo que lo tengo muy en cuenta.
Pero soy humana. Tengo mis necesidades. Y
cuando el hombre del que estoy enamorada me pone tan cachonda como me has
puesto tú ahora, no puedo dejar de pensar en una cosa…
-¿En
qué?-jadeó él, con la respiración superficial de antes, pero la voz profunda por
la excitación. Sonreí.
-En
que el hecho de que no hayamos hecho nada en el baño no significa que no nos
merezcamos una pequeña satisfacción-contesté.
Y me
arrodillé frente a él.
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Punto número no sé si es porque me caló hondo el último blog que subiste o lo has hecho a posta pero esta parte “Echar a Scott de menos se hace un poco más llevadero cuando lo hago contigo, Al-confesé, y él asintió despacio con la cabeza y me besó.” ME HA DEJADO MAL.
ResponderEliminarNO HE PODIDO EVITAR EN CUANDO MUERA SCOTT COMO AMBOS VAN A PASARLO Y ES QUE AUN QUEDA LA DE DIOS NO SOLO DE CAPÍTULOS SINO DE AÑOS PERO ESTOY #FATAL.
Por otro lado me ha encantado la charla con las amigas de Sab y el momento de draggeo entre Zouis. POR ÚLTIMO RESEÑAR QUE FLIPO CON ESTA GENTE PONIENDOSE A FOLLAR EN LA COCINA CON EL SALON PETADO. NO PUEDO CON ELLOS.
PD: EN EL PRÓXIMO CAP NOS VAMOS A BARCELONA. ESTOY CHILLANDO.