domingo, 26 de julio de 2020

Pura energía.


¡Toca para ir a la lista de caps!

En cuanto se apagaron las luces rojas de los cinturones, Alec se desabrochó el suyo sin esforzarse en disimular su sonrisa. Como si fuera todo parte de un plan maestro cuyo único objetivo era derretirme, levantó el reposabrazos y se acurrucó contra mí. Empezó a besarme con calma, y tuve la sensación de que seguiría así todo el vuelo si yo se lo permitía. Su lengua exploraba tranquilamente el interior de mi boca, abriéndose camino por cada rincón como si estuviera en el espacio que el universo le había reservado específicamente.
               Su sonrisa, igual que una enfermedad, resultó tremendamente contagiosa. Nuestros dientes se chocaron un par de veces mientras iba asumiendo, poco a poco, lo que estaba pasando.
               Habían pasado unas semanas desde la primera actuación de Scott y el resto de la banda; semanas en las que, religiosamente, mi casa se atestaba de gente el día en que se emitía el programa. Tras cumplir con nuestro trabajo de apoyo social, en el que la estrella en redes era yo subiendo historias pidiendo el voto para mi hermano, los Nueve de Siempre (o lo que quedaba de ellos) se iban a sus casas, acompañando a mis amigas, para darnos a Alec y a mí un poco de intimidad en el salón de mi casa, que sentía tan suya ya como mía. Él se pasaba las tardes trabajando, cogiendo todos los turnos que podía para conseguir más y más dinero, y había conseguido gestionarse los adelantos de manera que pudiéramos ir a una discoteca pija de la que nos habían salido anuncios en nuestras redes sociales.
               Después de trabajar, siempre se pasaba por casa para ver cómo estaba. Habíamos pasado de hacerlo con muchísima urgencia, sin poder resistirnos a la presencia del otro, a empezar a acostarnos de forma un poco más espaciada. Me habría preocupado de la bajada en nuestro nivel de libido si no lo hubiera comentado él mismo, diciendo que nunca se había sentido así... y que le gustaba disfrutar igual de arrumacos que de un buen polvo. Yo sentía que nuestra relación acababa de pasar a la siguiente fase, ya asentados los polvos (nunca mejor dicho) que nos permitían echar un vistazo más allá del horizonte. Y me encantaba, porque le sentía muy mío. Le sentía muy mío y yo me sentía muy suya y la herida dejada por Scott ya no supuraba, sino que sólo me daba unos pinchacitos de advertencia cuando, duchada y con el pijama, me metía en la cama de mi hermano con mis hermanas, alargando en la medida de lo posible el aroma que poco a poco se desvanecía.
               Por suerte, Scott vendría a casa a pasar unos días, y la cama recuperaría la esencia a él que tanto estábamos explotando nosotras. En el programa les habían dado una semana de descanso, y después de mucho deliberar entre el grupo, nos habían dicho que finalmente se irían de vacaciones a un pequeño pueblecito de Ibiza, en el que nadie sabía quiénes eran y podrían relajarse. Aunque me dolió un poco pensar que tendría menos tiempo a mi hermano, lo cierto es que le comprendía: el programa había supuesto un subidón en su popularidad tal que todos los días era parte de alguna tendencia en Twitter, le subían varios millones de seguidores en Instagram, y se quedaba metido en el edificio del concurso todo el tiempo que podía; los paseos por Londres eran cosa del pasado. Scott era una estrella y necesitaba un lugar en el que saliera de nuevo el sol para no tener que liderar el cielo y así poder recargar las pilas.
               Así que, mientras yo volaba hacia Barcelona, Scott se ponía moreno en una playa de Ibiza, tirado a la bartola sin hacer absolutamente nada, cuando yo me disponía a vivir uno de los fines de semana más intensos de mi vida. No porque fuera con Alec, que también, sino porque tenía pensado aprovechar el viaje al máximo, lo cual incluía, evidentemente, disfrutar de las vistas que la ventana del avión me ofrecía.
               -¿Intentas distraerme de la ventana?-pregunté, riéndome, y separándome un poco de Alec para poder respirar. Aunque el ambiente cargado de ese oxígeno casi artificial solía resultarme asfixiante, el hecho de que él estuviera a mi lado mejoraba la situación, como siempre. Cuando se presentó en mi casa con la bolsa de viaje al hombro (pues él era un Macho™ que se las apañaba mejor cargando con algo que llevando una “ridícula maletita”, como se refirió a mi equipaje, con lo que se ganó un puñetazo bien fuerte en el antebrazo), vestido con una de sus infalibles camisas con el último botón sin abrochar, me había costado bastante concentrarme en ir al garaje sin ponerme a olisquearlo. Olía genial. Se había echado más colonia de la usual, “por si acaso”, lo que traía a mis hormonas por la calle de la amargura.

               Alec sonrió, relamiéndose los labios, y de nuevo sentí que me mareaba. Si toda mi vida iba a ser así, me moría de ganas por vivirla. Le acaricié el mentón con la yema de los dedos.
               -Te dije que no te dejaría disfrutarla-me recordó, apartándome un mechón de pelo de la cara. Y era verdad. En todos los viajes había peleas y rifirrafes, y nosotros no íbamos a ser la excepción, siendo tan pasionales como éramos ambos. Después de pasar los controles, nos dirigimos al trote a la puerta de embarque, con mis rizos golpeteando en mi espalda de la misma manera que lo hacía la bolsa de Alec en su cadera. Una de las cosas que detestaba de Heathrow era el poco tiempo que te daban para dirigirte a tu puerta una vez se anunciaba en los paneles, con lo que siempre íbamos con prisas.
               Empecé a sospechar cuando Alec se colocó delante de mí en la cola, algo que jamás le había visto hacer salvo si sospechaba que había un peligro. Su caballerosidad era más fuerte que su egoísmo, pero su instinto protector era incluso más intenso que su caballerosidad, así que cada vez que notaba que algo podía torcerse, se interponía entre el peligro y yo con tanta maestría que cualquiera habría dicho que era un guardaespaldas profesional. Entonces, ¿qué peligro podía haber para que Alec se pusiera delante de mí? Ni que las azafatas fueran criaturas impredecibles. De hecho, eran de mis seres preferidos en el mundo.
               Y mis sospechas se confirmaron cuando entró en el avión antes que yo.
               -No estarás intentando usurparme el asiento de la ventanilla, ¿verdad?-pregunté mientras caminábamos lentamente entre los cuerpos apretujados, deteniéndonos de vez en cuando para permitir que otro pasajero tomara asiento o terminara de cargar el equipaje.
               -¿Quién? ¿Yo?-preguntó él-. ¿Tan mala opinión tienes de mí?
               Pestañeé.
               -Entonces, ¿por qué me has pasado por delante?
               -¿Lo he hecho?-inquirió, mirándome de reojo-. No me había dado cuenta.
               Ayudó a un trío de chicas a subir sus “ridículas maletitas” a los compartimentos superiores, cosa que ellas le agradecieron aleteando en su dirección con las pestañas y comiéndoselo con los ojos. No me dedicaron más que una mirada. A juzgar por mi maquillaje tan sutil y mi juventud, sólo podía ser una amiga suya. O, quizá, su hermana adoptiva. ¿Quién sabe? Las adopciones estaban en auge.
               -Mira el billete que tienes en la mano-le indiqué-. ¿Qué lees?
               -London Heathrow-Barcelona El Prat de… ese sitio.
               -Más abajo-puse los ojos en blanco.                                                           
               -Alec Whitelaw, fila 9, asiento B.
               -¿Sabes cuál es el B?
               -Intenta quitarme el sitio de la ventanilla-me amenazó-. Vamos. Me pelearé contigo por las vistas si hace falta.
               -¿Qué asiento tienes? B de burro.
               -Sí, B de burro por aguantarte-gruñó, metiendo su bolsa de deporte en el compartimento y corriendo a sentarse en el lado de la ventanilla.
               -¡Alec!
               -¡Hay que estar espabilada en la vida, Sabrae!
               -¿De verdad me vas a…? ¡Apenas llego a tocar el compartimento, ¿cómo se supone que voy a guardar mi equipaje?!
               -Búscate la vida-replicó, cruzando las piernas de modo que su tobillo derecho se anclara sobre su rodilla, y se sacó el móvil del bolsillo-. Parece que no soy tan burro, ¿eh?
               -Perdone, señorita-me dirigí a una de las azafatas, de uniforme azul marino y labios granate-, ¿le importaría echarme una mano…? No llego al compartimento y, además, hay un chico muy maleducado sentado en mi sitio.
               -¿Me deja ver su billete, caballero, por favor?-le pidió la azafata en una entonación musical que me recordaba un poco al deje con el que hablaban en Italia. Alec me fulminó con la mirada, se levantó, metió mi “ridícula maletita” en el compartimento y esperó a que yo tomara asiento del lado de la ventanilla antes de ocupar su lugar. A modo de venganza, cuando la azafata se dio la vuelta para ayudar a una pareja de ancianos, estiró la mano y bajó la ventanilla a toda velocidad.
               -¡Eh!
               -No puedo creerme que me hayas echado a la azafata.
               -En el amor y en la guerra todo vale, Al-ronroneé, acariciándole la mano.
               -Eres mala persona, Sabrae. No creí que fueras tan cabrona. ¿Por eso corriste como una bala al mostrador de facturación? ¿Para que te dieran a ti el asiento de ventanilla?
               -Me sorprendió que no protestaras, ¿te has dado cuenta ahora?-me eché a reír-. Sí que eres un pelín bobo…-le palmeé la cabeza y Alec gruñó.
               -Olvídate del triángulo de Toblerone que te prometí. Y ya veremos si follas este fin de semana-en ese momento, una mujer de pelo rojo se quedó plantada en el pasillo con los ojos muy abiertos. Alec y yo la miramos y sonreímos. Vaya, qué buena impresión acabábamos de hacerle a nuestra compañera de asiento.
               Ni siquiera esperó a que despegáramos para pedirle a la azafata cambiarse de lugar con el pretexto de que se mareaba, aunque yo estaba bastante segura de que tenía miedo de que nos diera por reconciliarnos practicando sexo delante de ella, o puede que le preocupara más aún que siguiéramos peleándonos y termináramos llegando a las manos.
               Sin embargo, ni siquiera nos habíamos llegado a picar en serio. Mientras los motores del avión aceleraban con las ruedas aún clavadas en la pista, me incliné para darle un beso a Alec, que había apoyado la nuca en el reposacabezas de su asiento y trataba de controlar su respiración.
               -No me habías dicho que te daba miedo volar.
               -Y no me lo da. Es sólo que no me gusta el… despegue-jadeó en voz baja cuando el avión salió disparado hacia delante. Yo me reí por lo bajo, le cogí la mano, y le acaricié los nudillos con la yema de los dedos mientras nos elevábamos en el aire. No se me escapó la manera en que apretó mi abrazo en torno a sus dedos cuando el avión pareció caer unos cuantos metros mientras ascendía, e incluso le escuché exhalar sonoramente, intentando tranquilizarse. Me volví para mirarlo-. ¿Vas bien?-parpadeó en mi dirección-. Oye, entiendo que es una sensación un poco desagradable, pero, ¡no te preocupes! Tienes más posibilidades de sufrir un accidente con la moto que en un avión. De hecho, me sorprende que te dé miedo volar cuando te juegas la vida todos los días en la moto.
               -La moto la llevo yo-contestó, y yo arqueé las cejas.
               -¿No te fías del piloto?
               -¿Cómo sabemos que no se ha entrenado para este vuelo jugando al GTA?-fue su contestación, y yo me reí.
               -Estoy bastante segura de que no funciona así, pero, aunque lo fuera… ¿no sería un puntazo que hiciera un looping en el aire?-fingí entusiasmo, lo cual pareció relajarlo un poco-. ¡Montaña rusa y viaje internacional, todo en uno!
               Exhaló una risita tímida y, por lo menos, despegó la cabeza del asiento.
               Así que los besos que me dio cuando dejaron que nos soltáramos en parte eran de entusiasmo por nuestra aventura conjunta, y en parte como agradecimiento por haberlo tranquilizado en el aire. Suerte que a Scott también le dieran miedo los aviones, sin importar la asiduidad con que los cogíamos: me había supuesto un entrenamiento perfecto. Incluso cuando nos pasábamos más tiempo en aviones en un año que el resto del mundo en toda su vida, a mi hermano le seguía resultando tremendamente desagradable la sensación de danza en el vientre cada vez que los aviones despegaban, y se aferraba con fuerza a los reposabrazos de los asientos cuando había turbulencias que amenazaban la estabilidad del aeronave.
               -Por fin solos-ronroneó como un gatito, con esa preciosa sonrisa suya, la que esbozaba cuando era inmensamente feliz, como si el resto del mundo no importara y jamás le hubieran hecho daño. Era la sonrisa que esbozaba cuando se  daba cuenta de que estaba hecho de oro puro, el más preciado, sin ningún tipo de defecto ni mezcla con otra sustancia que le hiciera perder su valor; tampoco proyectaba sombra, como el ser de luz que era. Me dio otro largo beso a modo de celebración, en el que sonreímos ambos al sentir la felicidad manando de nuestros cuerpos y corriendo a mezclarse en el punto en que estábamos unidos, como una poción mágica hecha de luz de luna líquida y esencia de arcoíris.
               Sí, estábamos solos. Puede que el avión estuviera lleno de gente, pero a medida que el avión flotaba por encima de las nubes, surfeándolas con tranquilidad, yo sentía que nos íbamos despojando de las ataduras que, aunque pocas, aún nos pesaban estando en casa. A más distancia entre Londres y nosotros, mayor libertad para hacer lo que quisiéramos. Incluso siendo yo quien era y teniendo las posibilidades que tenía de que me reconocieran (más incluso ahora, cuando mi hermano se estaba haciendo con su propio club de fans independiente del de mi padre), florecía en mí esa libertad propia de estar de paso en un lugar en el que absolutamente nadie te conoce, y por lo tanto no podrán atormentarte con la vergüenza que supone recordar las locuras que hiciste, borracha en esa liberación.
               Así que me harté a devolverle con ganas los besos que él me regalaba, como si estuviéramos en una especie de competición. Me daba absolutamente igual el resto de pasajeros; podían estar grabándonos, pasando de nosotros o lanzándonos miradas reprobatorias, que me resbalaba completamente. Ignoraba a todos por igual: a los que entreteníamos con nuestro espectáculo de amor adolescente (porque Alec todavía no había pasado a poner un dos en el principio de su edad, así que yo seguía considerándolo un adolescente por mucho que ya pudiera votar, y hacer el resto de cosas que procedían a los adultos), y a los que causábamos malestar al recordarles que estaban solos, y que lo nuestro era muy raro de encontrar, por no decir prácticamente imposible.
               Le acaricié el pelo, enredando los dedos en los rizos de su nuca y haciendo que su respiración se agitara más que las corrientes de aire que sostenían el avión por encima de las nubes. Me había dicho que la semana que viene se lo cortaría, que no iba a hacerlo esa misma semana porque le gustaba cómo lo tenía y quería salir guay en el millón de fotos que nos haríamos, en parte porque yo ya le había amenazado con ello, y en parte porque le hacía ilusión. Me había dado cuenta de lo mucho que le gustaba que le enfocara cuando estábamos juntos y a mí me daba por subir una historia, pero no por la atención que eso atraía hacia sus redes, sino porque le hacía sentirse tremendamente bien. Convertía lo nuestro en algo más real, serio y tangible. Era una manera que tenía de escucharme decir “te quiero” sin que yo tuviera que verbalizarlo: viendo su cara en mis redes sociales, acompañada de corazones, tonterías que sólo comprendíamos nosotros y una oleada de comentarios alabando la buena pareja que hacíamos.
               Es por eso que quería estar genial, porque ya no sólo iba a salir en su perfil de Instagram, sino también en el mío, e incluso puede que en cuentas que no tenían nada que ver con nosotros dos. Yo le había llamado presumido cuando me lo explicó, e incluso bromeé con que era un pijo, tanto que me lo llamaba a mí por gustarme vestir bien, ir perfectamente conjuntada y lo bastante guapa para dejarlo sin aliento (como si no me adorara tanto que incluso llevando un saco de patatas le dejaría sin aliento, igual que él a mí); además de, por supuesto, un chulo, a lo que me había respondido que eso era parte de su encanto y la razón principal de que estuviera loca por él. Me había guiñado un ojo y se había reído cuando yo le pedí por favor que me dejara acompañarle a la peluquería. Me daba lástima que se desprendiera de su matita de pelo algodonoso, nubes de azúcar rizadas espolvoreadas de cacao en polvo. Me encantaba pasarle los dedos por el cabello, sin importar la situación: estando en casa, acurrucados en el sofá; paseando por la calle y chinchándonos, o durante el sexo. Él me había dicho que sólo se cortaría las puntas, que no iba a raparse al dos como había hecho mi hermano cuando trató de dejar a Eleanor, y cuando yo le puse ojitos, me dijo que por supuesto que podía acompañarle. Como siempre, era incapaz de decirme que no, lo cual hacía que fuera cada vez más difícil para mí resistirme a la única petición que me había hecho. Ya ni siquiera era mi corazón lo que estaba en juego. Me lo rompería en el momento en que se subiera solo al avión que lo llevaría a Etiopía, y más ahora que sabía que se ponía nervioso durante el despegue y no tendría a nadie que le diera la mano y bromeara con él para tranquilizarlo.
               Mi pobre niño, solo en un continente que no le pertenecía, rompiéndonos el corazón a ambos en cientos, miles de trocitos; uno por cada kilómetro que habría entre nosotros.
               -Qué guapo eres-susurré, admirada. Puede que su padre hubiera sido un cabrón, mala persona, y que su madre ya viviera con miedo cuando le hicieron, pero… madre mía. Las flores que brotan en la adversidad realmente son las más hermosas de todas. Qué carita tenía. Le tenía delante, y ya le estaba echando de menos. Le tenía delante y no me bastaba con lo cerca que estábamos. Podía sentir su respiración acariciando mis mejillas, deslizándose por mi boca y colándose en el espacio entre mis labios para incrustárseme directamente en el corazón, y aun así, daría lo que fuera por ser aire y poder acariciarlo completamente.
               Cuánto iba a echarlo de menos. De menuda forma iba a morirme de pena en el momento en que él se subiera a ese avión que le llevaría a crecer como persona. Cómo iba a revivir cuando regresara un año después. Qué larga se me iba a hacer la espera, y cómo iba a saber que cada segundo merecería la pena, incluso mientras pasábamos ese año separados.
               Justo cuando pensaba que mi pequeño cuerpo no podría tolerar ni un miligramo más de amor, Alec sonrió. Y yo me derretí.
               -Seguro que me quieres por eso-respondió en voz tan baja que me sorprendió oírle por encima del ruido del aire acondicionado, los pasajeros desabrochando sus cinturones y los tacones de las azafatas por el suelo alfombrado del pasillo. Era increíble cómo Alec conseguía que un aparato hecho de toneladas de hierro producto de algo tan artificial y poco romántico como la ciencia fuera el lugar más mágico del universo. Ni siquiera una playa paradisíaca en cuyo mar de aguas cristalinas se reflejara la puesta de sol de color melocotón tendría tan hermoso romanticismo.
               -Yo no he dicho que te quiera-respondí, riéndome. Sentía la cabeza embotada; los sentidos, atontados. Tenerle tan cerca me hipnotizaba.
               -Tampoco has dicho que no-contestó él con cierta socarronería, alzando las cejas y dedicándome esa sonrisa torcida tan deliciosa. Porque sabía que era verdad.
               Lo que más me ilusionaba del viaje era verlo cumplir su sueño con la sorpresa que le tenía preparada; no estar solos, ni el concierto. Quería verle sonreír, feliz, tachando con ganas algo de su lista de deseos. Eso sí era amor, del tipo que te llevaba a rasgar en dos partes los acuerdos prenupciales que te proponían, como había hecho papá con mamá, porque un sentimiento así es pura energía, y como toda energía, ni se crea ni se destruye.
               Pero sí puede liberarse en una violenta oleada, que era lo que estaba pasando entre nosotros dos. Nos conocía lo suficiente como para saber que estábamos a punto de pasar la frontera invisible entre los besos sin más, enrollarse por enrollarse, y los preliminares. Y, por mucho que no me importaran los demás pasajeros, no quería que Alec y yo llegáramos a ese punto de no retorno en que decidíamos arrancarnos la ropa y hacerlo. A mamá no le haría gracia tener que pasarse una semana entera litigando con los sitios de pornografía en Internet para conseguir que quitaran un vídeo de su hija mayor de su plataforma, sobre todo porque las opciones de descarga de aquellas webs harían imposible que Alec y yo recuperáramos nuestra intimidad.
               De modo que le di un suave toquecito en la zona bajo el arco de Cupido con la punta de la lengua y me separé de él.
               -¿Te parece si repasamos el planning del viaje?-sugerí, sabiendo que eso le cortaría el rollo inmediatamente, como efectivamente sucedió. Alec gruñó, se retiró un poco hacia su asiento, dejándome espacio para poder respirar un aire que no estuviera contaminado con sus feromonas y así pudiera aclarar mis ideas, y reposó de nuevo la nuca en el asiento. Inhaló profundamente por la nariz y espiró varias veces, intentando tranquilizarse. Se frotó los ojos y asintió despacio con la cabeza, ignorando el bulto en sus pantalones, cuyo primer impulso cuando lo vi fue el de acariciarlo. Por suerte, él también había llegado a la misma conclusión que yo: no estaría bien ponernos manos a la obra en ese momento.
               -Vale, nena-jadeó con voz ronca, y mi visión periférica captó a las chicas del otro lado del pasillo, a las que Alec había ayudado con el equipaje, girarse y mirarlo con ojos hambrientos. No era la única que respondía a la llamada de la voz de Alec, al parecer. La verdad, no podía culparlas: si le hubiera escuchado utilizar esa voz en mi preadolescencia, es bastante posible que hubiera ido a por él. Mi yo de 12 años se habría masturbado reproduciendo esa voz en bucle; el de 13, habría ido a por él descaradamente, y puede que el de 14 incluso le habría entregado su virginidad a él.
               Incluso cuando le siguiera considerando un gilipollas (cosa que me había seguido pasando incluso cuando mi mente perdía el rumbo en su dirección), Alec me atraería no como la luz a una polilla, sino como un agujero negro supermasivo a un minúsculo planeta. Yo no podría haber hecho nada para resistirme a su tirón gravitacional.
               Me saqué el cuaderno de hojas blancas y lomos encuadernados en negro la pequeña mochila en que llevaba mis efectos más personales y lo abrí. Pasé la cara interna de la muñeca por el punto de unión entre las hojas, estirándolo para que no se cerrara, y golpeé con la punta del boli sobre las tareas que tenía marcadas.
               -Vale, a eso de la una aterrizamos…
               -Mmm…-consintió Alec, con los ojos fijos en la pantalla de la parte delantera del avión, donde bailaba el logo de la aerolínea. Preguntó por qué no íbamos en metro, como habíamos hablado, cuando yo mencioné la línea de autobuses, pero asintió con la cabeza, dócil, cuando le expliqué que no había línea directa y tendríamos que hacer trasbordo.
               -Lo cual sería un poco incómodo con mi “ridícula maletita”-bufé, y él me miró, riéndose.
               -No pensé que te fuera a ofender tanto que me metiera con tu maleta.
               -Mi maleta es preciosa-protesté, pues era cierto. Me la habían regalado para mi último cumpleaños; de tamaño de cabina para que no tuviera que separarme nunca de ella, tenía el estampado de un mapamundi antiguo, con las palabras “going places” escritas en el centro en una caligrafía que me recordaba mucho a la escritura estadounidense.
               -Siento haber herido los sentimientos de tu pobre maletita-Alec me palmeó la rodilla y yo le fulminé con la mirada, no sé si porque se estaba metiendo conmigo o porque sus dedos eran cálidos en mi piel, y quería que subiera y me acariciara la entrepierna, cosa que no podíamos hacer.
               Seguí recitando el itinerario, sitios que podíamos visitar, lugares en los que poder tomar algo (tenía bien controlados los Starbucks de la zona, sólo por si acaso) y los lugares a los que podíamos ir por la noche, después de la sesión de turismo.
               -Si hace bueno, incluso podemos ir a la playa. He estado mirando el pronóstico y dan calorcito, así que me he traído el bikini. ¿Metiste el bañador, como te dije?
               -Creo que sí. Si no, me baño en gayumbos. O en bolas. No pasa nada-se encogió de hombros y yo parpadeé.
               -No creo que te dejen bañarte en gayumbos, Al. Probablemente te detengan.
               -¿Por estar demasiado bueno?-se cachondeó-. Pobre de mí, no duraría ni cinco minutos en la cárcel.
               Puse los ojos en blanco.
               -Eres tontísimo.
               -Vale, Sabrae. Has hecho un excelente trabajo planificando minuto a minuto lo que vamos a hacer el finde, pero veo un problema-clavó sus ojos castaños en mí-. ¿Cuándo se supone que vamos a follar?
               -A eso no le he puesto horario.
               -No se te habrá olvidado-Alec me miró con suspicacia, entrecerrando los ojos-. Mira que eso es igual de importante que ver los edificios esos de Gandhi.
               -Es Gaudí-puso los ojos en blanco y sacó la lengua, enfurruñándose, así que le puse una mano en el brazo-. Al, no te estreses. Podemos volver a Barcelona más veces, pero nuestro primer viaje siempre será nuestro primer viaje. ¿No quieres que sea especial?
               -Espero que no necesites en serio que te diga qué puedes hacer para que sea especial.
               -Para pasarnos todo el fin de semana en la cama, podríamos habernos quedado en Londres. En el Savoy, por ejemplo-alcé una ceja-. Claro que, entonces, no veríamos a The Weeknd…
               Alec arrugó la nariz.
               -¿Qué preferirías? ¿Pasarte el fin de semana follando conmigo o ver a The Weeknd en concierto?
               -Me estás ofendiendo, Sabrae. ¿Sabes cuánto tiempo me lleva gustando The Weeknd? Prácticamente desde que nací. Lo tengo quemado. A ti, en cambio, podría estar follándote dos semanas enteras y no cansarme aún.
               Me eché a reír.
               -Te lo compensaré por la noche, te lo prometo-ronroneé, inclinándome para besarle en la mejilla mientras le acariciaba el dorso de la mano.
               -Eso es lo que yo quería oír. Porque por “noche” quieres decir… cualquier hora del día, ¿verdad? Por favor, di que sí. O abro la ventanilla, y salto.
               -No cabes por ahí, tienes la cabeza muy grande.
               -También tengo otras partes de mi cuerpo muy grandes, y sabes bien que caben en sitios más bien pequeños-me guiñó un ojo, echándose  a reír, y yo le di un manotazo.
               Repasados nuestros planes para el fin de semana, Alec sacó sus auriculares y, tras ofrecerme uno y yo rechazarlo con el pretexto de que me apetecía leer un poco (me estaba encantando el libro que tenía entre manos, pero sabía que no tendría mucho tiempo, ni tampoco ganas, de leer en cuanto aterrizáramos, así que debía aprovechar), se puso a escuchar música mientras yo me reclinaba contra él, cruzaba las piernas y me entregaba a la lectura. Giró la cabeza para colocar la barbilla sobre la mía, con los ojos fijos en las vistas que teníamos por la ventanilla.
               -¿Quieres…?-pregunté, señalando mi asiento. Él negó con la cabeza.
               -Estoy bien así.
               Me pasó un brazo por la cintura, y yo le cogí el que tenía libre y me dediqué a besarle la cara interna mientras mis ojos saltaban de una línea a otra. Alec sonreía. Lo notaba en su manera de respirar y en la ligera presión que su mandíbula ejercía en mi cráneo: parecía más concentrada en la parte delantera.
               Cuando se cansó de escuchar una de sus múltiples listas de reproducción, sacó el iPad y se puso a ver una serie. Automáticamente, le coloqué el brazo en el regazo y él, como teníamos por costumbre (desde que había empezado a acompañarme a la biblioteca, se había acostumbrado a llevar el iPad y a sentarse a mi izquierda, para que yo pudiera hacer esquemas y demás mientras él me daba besitos en la cara interna del brazo), entrelazó sus dedos con los míos y se acercó mi piel a la boca, para empezar con el ritual de besitos que hacía las delicias de cualquiera que nos viera, independientemente de que fueran detractores de uno de los dos: mis amigas, los amigos de Alec o nuestros archienemigos.
               Me estremecí de pies a cabeza, como siempre, y como siempre noté que mi entrepierna empezaba a abrirse, floreciendo como un capullo primaveral con la salida del sol. Abandonando la lectura, que no era tan interesante como lo que estaba viviendo, me giré para mirar a Alec. Me permitió admirar un segundo su mentón, la línea recta de su nariz, los mechones de pelo que le caían sobre los ojos, y luego, de nuevo, su deliciosa mandíbula y la nuez de Adán de su cuello, antes de girarse y devolverme la mirada.
               -¿Qué?-preguntó con suavidad. Negué con la cabeza, y estaba a punto de volver a mi libro, cuando algo más allá de Alec captó mi atención. Las chicas. Sus vecinas de pasillo, con los móviles en la mano, haciéndose fotos las unas a las otras en posturas sospechosamente exageradas.
               Sonará a cuento chino, pero lo cierto es que nacer en una familia famosa hace que desarrolles un sexto sentido para saber cuándo te están haciendo fotos clandestinas. No tenía ese talento tan desarrollado como Harry, que parecía capaz de encontrar a un paparazzi, aficionado o profesional, a kilómetros de distancia, pero sí había vivido aquella situación las suficientes veces como para saber que los objetivos de aquellas fotos no eran las amigas, sino alguien a quien no conocían.
               Por primera vez en mi vida, la víctima en aquella sesión de fotos clandestina no era yo.
               Era Alec.
               Lo sabía, por la forma en que el objetivo de la cámara se inclinaba ligeramente para enfocar exactamente el punto en el que estaba sentado él. Tranquilo, relajado, disfrutando de la vida. Noté que un fuego abrasador estallaba en mi interior, por dos motivos.
               El primero, más noble y sano, era que Alec no había pedido que invadieran su privacidad de aquella forma. Yo tampoco, pero sabía que eran gajes del oficio: mi apellido conllevaba atenciones en ocasiones indeseadas, pero había que aguantarse. Desde luego, mi situación no era ni de lejos como la de papá, pero incluso cuando no éramos comparables, yo no protestaba. Me daba absolutamente igual el destino de las imágenes, porque en cierto sentido, consideraba que me merecía que me pasara aquello. Alec, no. Alec sólo había cometido el error de enamorarse de una “famosa”, si es que me podían considerar así, y dejar que ella presumiera de él en redes, haciéndolo conocido y atrayendo la atención de miles de personas que, de lo contrario, jamás habrían sabido de su existencia.
               Y el segundo, naciente de mi parte más posesiva, se debía a los celos. Porque, en el fondo, sabía que aquellas chicas no le estaban haciendo fotos a Alec por ser “el novio de Sabrae Malik”. La manera en que me habían mirado (es decir, absolutamente nula) me había inducido a creer que ni se habían fijado en mí, ni habrían sabido quién era yo de haberlo hecho. De modo que era Alec quien verdaderamente les interesaba, ¿quién podía culparlas? Pero había un problema.
               Por mucho que Alec fuera una persona, y no pudiera pertenecerle a nadie… Alec era mío. Y que tuvieran el descaro de disfrutar de él de aquella manera, haciéndole fotos desprevenido, me enfadaba y me ponía celosísima a partes iguales. Descubrí, para mi sorpresa, lo increíblemente posesiva que podía llegar a ser. Supongo que, al dejar atrás mi hogar, también estaba dejando atrás mi civilidad.
               Me daba absolutamente igual. Lo que quería era que pararan. Tanto de invadir su privacidad, como mi espacio. Se siente, chicas, pensé, dejando mi libro en la cestita del asiento delantero, está cogido.
               Así que me incliné hacia él, abandonándome a mis instintos más primarios, y empecé a mordisquearle el cuello. Disfruté al darme cuenta de que, en cuanto yo entré en acción, las chicas dejaron de  tomarle fotos. Supongo que no es tan guay tener fotos de un cañón cuando hay otra chavala pasándole la lengua por la piel.
               Supe que no había vuelta atrás en cuanto mis labios tocaron el punto en que su mandíbula se unía a su cráneo. Le di un suave mordisco en la piel y él se estremeció.
               -¿Sabías que es la primera vez que viajo sin mis padres?-pregunté con inocencia fingida, en un tono que siempre activaba la parte más oscura de Alec.
               -¿Ah, sí?-respondió él, impresionado. Supe que había dejado de prestarle atención a la serie en ese mismo instante-. No me habías comentado nada.
               -Ajá. Me hace mucha ilusión vivir otra primera vez contigo. Y estaba pensando…-ronroneé, pasándole la mano por los músculos de su brazo, deseando que me estrujaran bien fuerte contra sus pectorales, siguiendo el surco de sus hombros-, que, aunque no es tu primera vez… se me ocurre una cosa que podríamos hacer que ninguno de los dos ha hecho nunca.
               Mis dedos llegaron a los botones de su camisa. Alec jadeó cuando le desabroché otro y le metí la mano por dentro de la prenda, deslizándome por su piel desnuda. Ahí estaba de nuevo. El delicioso aroma a sexo que su piel siempre emitía.
               -¿Qué tienes en mente?-coqueteó con esa voz ronca que lanzó un calambre directamente a mi entrepierna.
               -Seguro que lo puedes adivinar.
               -¿Qué te hace pensar que no pertenezco al selecto Mile High Club?
               -Que nunca has presumido de ello-respondí, con mi mano en sus abdominales-. Y nunca me has dicho que tienes que hacerme entrar.
               -Me moría de ganas de que llegara este viaje sólo por esto-se rió, tan cerca de mi boca que me costó no morderle los labios-. Si lo hubiera sabido, les habría dicho a esas tías que se me comieran con los ojos mucho antes.
               Alcé las cejas.
               -Oh, ¿así que te habías dado cuenta?
               -Sabrae. Uno no se folla a más de un centenar de tías sin tener los sentidos más desarrollados. Además…-se inclinó hacia mí-, aunque no me hubiera fijado en ellas, sí me he dado cuenta de las miradas que les echas. Y debo decir-se pegó tanto a mi rostro que sus labios rozaron los míos-, que me está costando horrores no saltarte encima viendo lo territorial que puedes volverte.
               -Nadie toca lo que es mío-contesté con toda la toxicidad del mundo, pero nos daba igual. ¿No se suponía que la radioactividad curaba el cáncer? A veces, parecerse un poco a Chernóbil no estaba tan mal.
               -Joder, nena-Alec sonrió, pero ya no era mi Al de siempre, sino… Alec Whitelaw. El fuckboy original-. Qué bien vamos a follar a partir de ahora. Si la clave del buen sexo está en ponerte celosa, te pido perdón, pero te lo voy a hacer pasar fatal.
               -La clave del buen sexo está en que lo practiquemos juntos-respondí en su oreja, y le mordisqueé el lóbulo. Alec se rió. No había notado que me había puesto la mano en la pierna hasta que no noté sus dedos en el hueco entre mis muslos.
               -Nena-gruñó con voz oscura, excitada-. Puedo notar lo empapada –paladeó aquella palabra como si fuera la más erótica del mundo, y así la sentíamos los dos entonces –que estás.  En eso consiste el buen sexo, bombón: en que yo la tenga tan dura que incluso me duela, y tú estés tan mojada que podrías ni notarla cuando te la metiera.
               Dicho lo cual, y conmigo boqueando como un pececito, Alec levantó la vista. Miró por encima de los asientos de los demás pasajeros y, tras comprobar que la azafata estaba inclinada hablando con un pasajero, que no parecía capaz de elegir qué quería del carrito, me desabrochó el cinturón a toda velocidad, me cogió de la mano, y tiró de mí para levantarme del asiento.
               No miró a las chicas cuando salimos al pasillo y echamos a andar en dirección al cubículo del baño. Yo, sí. Las recorrí de arriba abajo con la mirada, esbozando una sonrisa torcida bien pagada de mí misma. Disfruté del odio que manaba de sus ojos y me aguijoneaba la espalda, haciéndome caminar más rápido por detrás de Alec, que seguía con las manos entrelazadas a las mías.
               No sé si alguno de los demás pasajeros se fijó en nosotros, o se dio cuenta de lo que pretendíamos, pero no me importó. Lo que sí sabía era que no podíamos gritar, o nos interrumpirían en medio del polvo… lo cual no significaba que fuéramos a hacerlo en silencio. En cuanto Alec abrió la puerta, yo me deslicé por el hueco con la velocidad de un mapache. Él no tardó en seguirme Sólo si alguien estuviera mirándonos en ese preciso instante se habría dado cuenta de que habían entrado dos personas, y no una.
               Con la habilidad de quien hace eso mil veces en lugar de solamente una, echamos el pestillo a la vez. No perdimos el tiempo: Alec me puso contra la pared, me agarró de los muslos y me levantó para que cerrara las piernas en torno a sus caderas mientras yo le desabrochaba los botones de la camisa. Me sentó sobre la mesilla para cambiar pañales, y después de asegurarse de que sostenía mi peso, me quitó la camiseta, y luego el sostén, sin miramientos.
               No iba a ser un polvo suave, y yo tampoco lo quería. Le bajé la cremallera y le desabroché el botón de los vaqueros para abrirle la bragueta, a lo cual él respondió emitiendo un gruñido que resonó en mi caja torácica como si ésta fuera un gong.
               -Deberías haberme dicho que trajera falda-gruñí cuando empezó a tirar de mis pantalones.
               -Como si fueras a hacerme caso.
               -Te lo habría hecho si supiera que tenías esto en mente.
               -Oh, y lo tenía, pero para la vuelta. Quería que el fin del viaje fuera espectacular. Supongo que no todo sale como queremos, ¿verdad?-dijo, levantándome las piernas a la velocidad del rayo para poder colarse por el hueco que había abierto entre mis pantalones por ellas. Jadeé el notar su polla, dura y libre, cerca de mi sexo.
               -Siempre podemos tomarnos esto como una práctica.
               -Una práctica va a ser-contestó, apartándome las bragas, relamiéndose al ver mi coño húmedo, sonrosado e hinchado. Clavó unos ojos desquiciados en mí: hambrientos, animales, excitados-. Me perdonarás si no te lo como, ¿verdad? Tienes una pinta deliciosa, pero no tenemos mucho tiempo, y necesito clavártela.
               -Dime sólo si has traído condón-supliqué, sintiendo que mis pezones se ponían duros como diamantes en cuanto Alec me masajeó el clítoris, disfrutando de la viscosidad que cubría todo mi sexo, palpitante y a la espera de él.
               Porque, sinceramente, si no había traído condón… lo haríamos a pelo. Yo tampoco me conformaría con su lengua: le quería a él, entero, hasta el fondo.
               -Sabrae, por favor-gruñó, riéndose-. Estás hablando con un profesional del placer.
               Se sacó un paquetito plateado del bolsillo trasero del pantalón, y yo me sentí desfallecer al verlo. Me lo acercó a la boca para que lo rasgara con los dientes, y cuando lo hice, me pasó el pulgar por los labios.
               -Buena chica-alabó, y yo sentí que estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Increíble. Ni siquiera me había tocado y yo ya estaba lista para llegar. Me dio a probar mi dulce placer, y sus ojos se abrieron como platos cuando yo le cogí la muñeca y me afané en succionar su dedo con el mismo método con el que le succionaba la polla cuando me dejaba chupársela.
               Cuando le solté la mano, Alec la llevó a su entrepierna y cubrió su impresionante erección con el preservativo. Me incliné hacia él, acodándome en sus hombros. Le miré a los ojos, me acerqué a su oído, y susurré:
               -No esperarías que me estuviera calladita, ¿verdad? Voy a gemirte tanto en el oído que probablemente te deje sordo. No es nada personal. Follas mejor cuando tienes estímulos auditivos.
               -Y voy a tener muchos-replicó él en mi oreja. Me la mordió en el momento exacto en que se introdujo en mí.
               -¡AH!-grité, sin poder contenerme, sintiendo su presencia invasiva lanzando una descarga eléctrica por todo mi cuerpo. Estaba tan sensible que incluso una pluma habría conseguido destrozarme, así que el impresionante miembro de Alec me desintegró.
               Se rió por lo bajo.
               -Ni ispirirís qui istiviri quilliditi -me hizo burla, poniendo una voz mucho más aguda que la suya-. Si hablas más que un locutor de radio-comentó.
               -Cierra la boca y fóllame-ordené, pero un nuevo empellón me dejó sin aliento ni posibilidad de articular más que vocales.  Alec sonreía mientras me embestía, su ego disparado por las nubes al escuchar cómo mi boca era incapaz de emitir más que jadeos y gemidos; suerte que él era capaz de leerme como un libro abierto en circunstancias normales, ya no digamos durante el sexo, de modo que sabía exactamente qué era lo que quería.
               Que me agarrara bien fuerte de las nalgas, y hundiera los dedos en mi carne.
               Que se me pusiera a tiro, y me comiera la boca.
               Que me sujetara bien mientras yo movía las caderas en círculos, buscando el mayor punto de fricción entre nuestros cuerpos. 
               Que me mordisqueara el lóbulo de la oreja y me susurrara mil y una obscenidades al oído: lo bien que follaba, lo dura que se la ponía, lo buenísima que estaba, que era una puta, que era una zorra, que era suya, que era la mejor, la más guarra…
               No tardé ni un minuto en alcanzar el primer orgasmo, tan predispuesta como estaba. Le hundí las uñas en la nuca mientras mi cuerpo se echaba a temblar, rabioso, vibrando a plena potencia, más rápido que un taladro en máximas revoluciones. Alec gruñó, celebrando que hubiera llegado tan  pronto y que lo hubiera hecho con él en mi interior, haciéndole más partícipe de mi disfrute, y se inclinó hacia mi boca para acallar mis gemidos alocados. Él todavía no había acabado, así que mejor que las azafatas no nos pillaran aún.
               -¿Ya?-se rió él al ver mi eterna expresión atontada, post-orgasmo. Le miré con ojos desenfocados (bueno, a sus dos versiones difusas) y asentí despacio con la cabeza. Se echó a reír de nuevo, me acarició los labios con la yema de los dedos y comentó-: Uno de los dos folla mejor que el otro, pero no te voy a decir quién soy.
               -Quiero más-jadeé.
               -Nos ha jodido-contestó él, apartándome un mechón de pelo de la frente para, a continuación, besármela. Apoyé la espalda desnuda en la pared del avión, en busca de aire, y tras unos instantes de descanso, le miré a los ojos y asentí con la cabeza. Me incliné para besarlo, y me rodeó la espalda a modo de respuesta, impidiéndome que me alejara de él. Como si quisiera.
               Al principio, Alec me embistió despacio. Sabía que era muy sensible justo después de tener un orgasmo, y no quería hacerme daño, pues su excitación ahora podía correr en nuestra contra. Sin embargo, pronto estuve plenamente recuperada y pudimos volver a nuestra marca de siempre. Le pasaba las manos por el pelo mientras él se movía en mi interior, cerraba las piernas en torno a él con más fuerza cada vez que se hundía más dentro de mí y le dejaba espacio para retirarse y así generar más fricción al regresar al lugar que más le pertenecía.
               Pronto nuestros pares de manos se convirtieron en miles, nos recorrimos los cuerpos, nos arañamos la piel, como si no viajáramos con ropa ligera que fuera a  dejar al descubierto todo lo que habíamos hecho. Mi clítoris se frotaba contra la base de su pene de forma deliciosa, haciéndome suspirar, jadear y asentir cuando él me preguntaba si estaba bien. Me relamía la boca cuando él estaba demasiado ocupado recuperando el aliento, y frotaba mis pechos contra sus pectorales, algo que había descubierto que le volvía loco y a lo que recurría cada vez que mi cerebro se espabilaba lo suficiente como para rememorar esa información.
               Estaba siendo genial. Apasionado, con el puntito justo de rabia. Salvaje, pero cuidadoso a la vez. Fogoso, pero contenido para que nadie nos escuchara. Todo el mundo empezó a vibrar de nuevo, haciendo que nuestra unión fuese incluso más placentera.
               -¿Vas a llegar otra  vez?-preguntó, y yo asentí, sintiendo cómo en mi boca se esbozaba esa sonrisa estúpida que siempre se me ponía cuando me corría, y que a él tanto le gustaba. Me lamió los labios mientras experimentaba de nuevo mi orgasmo, expandiéndome de dentro a afuera como una nebulosa escupiendo estrellas. Cuando terminé, se echó a reír-. No me dejes colgado, ¿eh?
               -Nunca-repliqué, besándole, pero lo hice más despacio, desgastada y cansada. Las vibraciones seguían, pero no me resultaban incómodas, así que continuamos hasta que Alec empezó a tensar la mandíbula, resoplar y jadear en voz baja, acusando lo que le hacía.
               Tenía sus manos en mis pechos cuando aporrearon la puerta.
               -¿Señor? Estamos atravesando un período de turbulencias. Será mejor que vuelva a su asiento.
               Alec gruñó por lo bajo, sin hacer el más mínimo caso de la azafata. Siguió moviéndose en mi interior, y yo seguí acompañándolo.
               -¿Señor? ¿Se encuentra bien? ¿Necesita un médico?
               -Todo en orden-gruñó Alec en voz baja, tratando de controlar el deje ronco y excitado de su voz. En ocasiones, aquel talento innato que tenía para la seducción jugaba más en su contra que a su favor. En su contra, porque hizo que yo me estremeciera de pies a cabeza, aún con su miembro en mi interior, y también porque seguro que la azafata había adivinado, con solo escucharnos, qué era lo que estábamos haciendo allí.
               A su favor, porque ese estremecimiento involuntario de mi cuerpo hizo que un latigazo le recorriera la columna vertebral, desatando un jadeo que nació en lo más profundo de su garganta y murió en mi hombro, cuando me mordió para no ponerse a gritar él también.
               Estaba a punto, tan cerca que arañaba ese cielo del que me había hecho dueña y señora con la yema de los dedos. Sabiendo que teníamos el tiempo en nuestra contra, dejé de pensar en mí exclusivamente y me ocupé de él, dándole todo lo que él quería, sabiendo lo que más le gustaba y haciéndolo para conseguir que se corriera en el poco tiempo que nos quedaba antes de que la azafata regresara a molestarnos, que fue demasiado pronto.
               Demasiado.
               -Caballero, le voy a tener que pedir que salga del lavabo; por su seguridad, debe regresar a su asiento.
               Alec emitió un gruñido, se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza. Por mi parte, le puse ambas manos en el rostro, acariciándole las mejillas con el pulgar. Le había hecho eso un millón de veces, pero siempre había sido porque pronto se lo compensaría. Recordé la vez en que lo dejé con las ganas en la mesa de billar, hacía tanto tiempo que cualquiera diría que habían pasado dos vidas desde entonces: su cara cuando me vio salir por la puerta, riéndome, en lugar de practicarle una mamada de la que no se olvidaría, y que estaba esperando como agua de mayo. Las veces en que nos habíamos enrollado en la puerta de la biblioteca, poco antes de la hora de cierre, y yo me había negado a ir a hacerlo al baño (aunque la verdad era que me ponía muchísimo hacerlo en el baño de la biblioteca), pero que le había compensado yendo a su casa o dejando que él me acompañara a la mía y pasando un ratito de intimidad en nuestras camas. Incluso de fiesta. Especialmente, de fiesta. Calentarlo para que se pusiera a mil y dejarlo al ralentí mientras yo me iba a bailar, sabiendo que después lo haríamos incluso mejor que si nos abandonáramos completamente a nuestros instintos más primarios, era mi actividad nocturna preferida, sólo por detrás del sexo con él, por supuesto.
               Pero ahora… ahora los dos queríamos eso. Y ni siquiera yo era tan cruel de hacerle salir de mí cuando estábamos haciéndolo, y él estaba tan cerca. Eso era más típico de él, pero por la misma razón por la que yo le ponía cachondo a propósito cuando sabía que no íbamos a hacerlo inmediatamente: si Alec me negaba un orgasmo, el siguiente sería tres veces más intenso. No sólo él disfrutaría más de tenerme dispuesta y cachonda, conforme con todo lo que él me hiciera por muy perverso que fuera, sino que yo lo gozaría mil veces más. Siempre me tenía a mí en mente, siempre me cuidaba más que a sí mismo, y ahora…
               -Podemos volver después-susurré cuando salió de mi interior, con el corazón encogido por lo vacía que me sentí cuando estuve yo sola ocupando mi cuerpo. Me gustaba que él me acompañara.
               Alec me pasó el sujetador, que había dejado colgando de una percha en la que yo no me había fijado hasta entonces, y empezó a abrocharse la camisa, ignorando los golpes de la azafata al otro lado de la puerta y sus preguntas concernientes a su salud. No, evidentemente que no estaba bien, pedazo de imbécil: ¿no ves que acabas de negarle un orgasmo a diez mil metros de altura? Nadie estaría bien si le ocurriera eso. Tan sólo me quedaba el consuelo de que podía compensárselo cuando quisiera, incluso cuando llegáramos a la habitación de nuestro hotel, si le apetecía entonces. Como yo misma le había dicho, tendríamos más ocasiones para volver a Barcelona, pero nuestro primer viaje juntos siempre sería nuestro primer viaje juntos, y Alec no podía empezarlo así.
               -No creo que nos deje. Nos tendrá bien vigilados después de esto-me pasó la camiseta por los hombros y me ayudó a sacarme el pelo del cuello-. Además… ¿y si vuelve a haber turbulencias?
               -A mí me estaba gustando-respondí, pues era cierto. La sensación de todo temblando a nuestro alrededor mientras lo hacíamos no se parecía a nada que yo hubiera experimentado hasta entonces. Empezaba a lamentar no haber hecho más preguntas cuando Diana sacó a relucir el tema de los juguetes sexuales, en el que parecía una experta, para que así se le ocurriera meter unos cuantos en la cesta que había encargado en el Savoy para el cumpleaños de Alec, pues si la madre naturaleza podía hacer eso, ¿qué no harían objetos diseñados específicamente para generarnos placer?
               Alec me preguntó qué tal estaba, le contesté que resplandeciente, ya que no era mentira, y después de darme un dulce beso en los labios, inquirió:
               -¿Preparada?
               Era increíble. No me lo merecería ni aunque viviera mil vidas. Había tenido dos orgasmos, mientras que él no había ni llegado al primero; había sido la protagonista absoluta de nuestro polvo, e incluso si nos poníamos tiquismiquis, sólo yo había entrado en el Club de la Milla de Altura. Y, con todo, él seguía preocupándose por mí antes que por él. El nombre “sol” se le quedaba corto; más que un sol, era un millón de ellos, un panteón de dioses bondadosos cuya energía positiva confluía hasta generar un río cósmico que sostenía todo el universo en equilibrio.
               Esperó a que asintiera con la cabeza y me atusara un poco el pelo antes de abrir la puerta. La azafata respiró aliviada al ver que Alec se encontraba bien, pero en cuanto se percató de mi presencia en el baño, entrecerró ligeramente los ojos durante un único segundo. No debía resultar agradable encontrarse a dos personas en pleno acto sexual durante tu horario laboral. Al menos, por la sorpresa que iluminaba su rostro, supe que no nos había escuchado. Alec había sido eficiente tapándome la boca.
               -Tengo que pedirles-dijo en tono gélido, abandonada toda afabilidad en su voz- que regresen a sus asientos. Estamos atravesando un período de turbulencias-como si quisiera darle la razón, el avión se agitó hacia un lado, lanzándome contra el baño de nuevo-. No se preocupen, no es nada grave-añadió, con voz ya más comprensiva-, es puro protocolo.
               Se hizo a un lado para dejarnos salir, y si cuando habíamos entrado en el baño lo hicimos en la más absoluta clandestinidad, ahora éramos el centro de atención. Nadie leía ni miraba sus dispositivos electrónicos con aquellas turbulencias, de modo que sólo se podía o mirar al frente, o tener los ojos cerrados y rezar para que eso pasara. La inmensa mayoría de los pasajeros tenían los ojos abiertos y alerta; es por eso que cuando nosotros, la atracción del momento, atravesamos el pasillo, docenas de pares de ojos se clavaron en nuestros rostros. Por lo menos tenía el consuelo de que Alec iba delante, así que gran parte de las miradas se las llevaba él, que por su manera de andar, no parecía en absoluto avergonzado. Es más, diría que incluso estaba orgulloso.
               Cuando se dejó caer en nuestra fila de asientos, justo del lado de la ventana, me di cuenta de que tenía una razón más por la que chulearse.
               -Serás cabrón-le acusé, y él se echó a reír, ajustándose el cinturón de seguridad. Tomé asiento a su lado y le cogí la mano instintivamente, aunque no parecía en absoluto nervioso. No sabría decir si se debía a las endorfinas del sexo, o al hecho de que lo único que le daba miedo de volar era el despegue, como me había dicho. Incluso a mí, que me daba lo mismo el despegue, me ponían un poco nerviosa las turbulencias, especialmente si eran fuertes.
               Alec me dedicó una sonrisa radiante, de no haber roto un plato en su vida.
               -Vamos, nena, me lo debes. Has tenido dos orgasmos. Y siempre haces lo posible por dejarme a medias. Joder-rió, frotándose los ojos-, no sé cómo lo haces, pero siempre te las arreglas para dejarme con la miel en los labios.
               -¿Perdona? ¿Qué te piensas, que las turbulencias son culpa mía?
               -Todo es culpa tuya, Sabrae-pegó la nuca al asiento y me dedicó su mejor sonrisa de niño bueno. Le puse los ojos en blanco y él volvió a reírse.
               -Respecto a eso… te lo compensaré-le puse una mano en el brazo, hundiendo mis ojos en los suyos-. Si te parece, podemos seguir cuando lleguemos al hotel. Siento mucho que tengas que esperar tanto, pero…
               -¿Te estás disculpando por las inclemencias del tiempo?-Alec alzó una ceja, sorprendido-. Saab, no pasa nada. Sólo son turbulencias, ya está. Además, creo que a veces te obsesionas demasiado con los orgasmos. Hay veces en que simplemente me apetece follar, no correrme-se encogió de hombros.
               -¿Con cuántas chicas has follado sin llegar a correrte?
               -Sólo con una-admitió-. Pero también me he enamorado sólo de una, así que… se compensa-me acarició la mandíbula y me guiñó un ojo, sonriente-. Y créeme, nena: hacer que te corras me genera más satisfacción que correrme yo. Estoy empezando a sospechar que tiene que ver una cosa con otra…-reflexionó, meditativo, y yo me eché a reír.
               -¿Sabes? Yo estoy segura de que sucede así. Por eso quiero que tú también te corras-me incliné hacia él, ignorando el eterno terremoto al que parecía sometido nuestro mundo, y le acaricié la pierna con el pie-. Disfruto haciéndote llegar. Estoy segura de que me comprendes…-ronroneé, dibujando figuras en la cara interna de su brazo con la yema de los dedos. Ni los mejores mandalas se podían comparar a aquellas líneas que se difuminaban en el aire nada más trazarlas.
               -No sigas por ese camino, nena, o te terminaré pidiendo que me la chupes ahora mismo. Y, con las turbulencias que hay, puede que se te salte un diente. ¡A ver cómo se lo explicaría a tus padres!
               -Sería un buen método para conseguir que te relajaras-coqueteé, aleteando con las pestañas.
               -Estoy relajadísimo.
               -¿En serio? ¿Sólo te da miedo el despegue, entonces?
               -Sabrae, no me daba miedo el despegue. Sólo quería que me ofrecieras cambiarme el asiento de la ventanilla para que estuviera más tranquilo viendo que no pasaba nada-reveló-. Aunque he de decir que el numerito de cogerme la mano y tomarme el pelo estuvo muy bien.
               -¡Eres un capullo!-protesté, dándole un manotazo en el brazo. Alec arqueó las cejas un par de veces, divertido, se llevó un dedo a los labios, y se giró para mirar por la ventanilla, ignorándome completamente.
              

-¿Cómo vas?-me preguntó por encima del sondo de los chirriantes muelles de la cama. Torcí la boca, luchando por concentrarme en la sensación de tenerlo dentro. Era increíble cómo el sonido podía influir tanto en un polvo, hasta el punto de hacerlo espectacular o normalillo, tirando incluso a mediocre.
               Estábamos en la habitación del hotel, un pequeño edificio de cuatro plantas situado en el barrio gótico de Barcelona, justo al lado de las Ramblas. Cuando entramos en recepción nos quedamos maravillados de lo cuidado que estaba el interior del hotel, con tarima flotante recién   colocada en la que no se distinguía ni un solo arañazo producto de ruedas de maletas, paredes en un suave color sonrosado adornadas con mapas, fotografías y cuadros de la ciudad, y una pequeña sala de descanso con varios sillones de diseño moderno y colores chillones, orientados en forma de media luna hacia una televisión LED en la que se reproducía un noticiero silenciado. La recepción no tenía absolutamente nada que ver con el aspecto exterior del edificio, cuyo portal incluso estaba en obras. De no haber visto las fotos ya en la página web en la que habríamos hecho la reserva, habríamos dado la vuelta nada más ver el número de portal al que nos enviaba el GPS, seguros de que no podía ser allí, o nos habríamos acercado con desconfianza a la recepcionista, convencidos de que no habíamos hecho la reserva en ese sitio y nos tocaría subir de planta… otra vez.
               Dado que la reserva estaba a mi nombre y el conocimiento de español era más bien básico (si entendemos por “básico” el ser capaz exclusivamente de ligar, pero no de pedir indicaciones, por ejemplo), me armé de valor y me encaminé hacia la anciana, que nos miró por encima de carey.
               -Hola-saludé en español-. Tengo una reservación. Malik-expliqué, dejando mi carnet de identidad encima del mostrador para que la mujer lo cogiera, ya que no me acordaba de cómo se deletreaba en su idioma. Estaba segura de que Scott sería perfectamente capaz de mantener una entrevista completa en el idioma de Tommy, tal era el buen trabajo que había hecho con él a la hora de enseñarle español, pero yo no tenía tanta ventaja como mi hermano, así que me tocaba aguantarme.
                -Ah, sí. Sabrae-dijo, y me sorprendió que pronunciara mi nombre exactamente igual que lo hacía yo. A lo largo de mi vida académica, nadie se había equivocado con la pronunciación de mi nombre, pues mi apellido me conectaba directamente con papá, y esa canción que le había granjeado un premio que reposaba magullado y mordisqueado en una de las estanterías de mi casa. Sin embargo, cuando nos íbamos fuera y alguien leía mi nombre en voz alta, lo hacía convirtiendo las dos últimas vocales en “ei”. Y me tocaría sufrir la misma tanda de correcciones cuando llegara a la universidad, estaba segura-. Dos personas. Cama doble. Un segundo-me pidió, inclinándose para consultar unos papeles que tenía al otro lado del mostrador.
               -Por supuesto.
               -De acuerdo, necesitaré un documento identificativo de los dos—dijo, muy despacio para que yo la comprendiera. Me giré para mirar a Alec, que inspeccionaba la estancia con interés, complacido con la elección que habíamos hecho. No sólo el sitio estaba en el corazón, tremendamente bien comunicado, sino que encima era bastante barato y acababa de ser remodelado. Le di un toquecito en el brazo para que me diera su carnet-. Tenéis que firmar aquí…-me tendió los papeles que había recogido, así como un boli-, y… oh, espera. No es tu hermano-comentó, mirando el carnet de Alec. Negué con la cabeza.
               -No. Es mi novio-respondí, y noté que Alec volvía la atención a nosotras dos. Puede que no fuera capaz de desplazarse solo por España o América Latina, pero desde luego, sabía distinguir el estado sentimental de las hispanohablantes. “Derecha” o “izquierda” eran palabras que él era incapaz de distinguir, pero “novio” era el centro en torno al cual orbitaban el resto de su vocabulario. Decidí ignorar bufido, demasiado parecido a una risa como para no serlo-. Pero tengo una autorización de mis parientes.
               Le tendí el mismo documento firmado que había mostrado en la frontera, en el que tanto mamá como papá atestiguaban que Alec, mayor de edad (menos mal que el festival era después de su cumpleaños; de lo contrario, a ver qué hacíamos) se convertía en mi custodio legal y tenía autorización para sacarme del país.
               -¿Significa eso que tienes que hacer todo lo que yo te diga?-preguntó cuando mamá terminó de firmar el papel, que había recogido del juzgado al día siguiente de tener los billetes de avión. Mamá había levantado la vista y, tras mirarlo un instante, se había echado a reír.
               -Ni siquiera a mí me hace caso, y eso que le di el pecho… te lo va a hacer a ti.
               -Bueno, realmente tampoco estamos tan disparejos, Sher-le había soltado Alec-. También se traga mi leche.
               -Ah, vale, estupendo. Como eres menor de edad y la reserva está a tu nombre, tengo que hacerle una fotocopia-explicó la recepcionista, a lo cual yo asentí con la cabeza. Mientras se inclinaba para introducir el papel en el escáner, Alec dio un paso al frente y me susurró al oído:
               -¿Qué has dicho de un novio?
               -Le he dicho que me tienes secuestrada, y que mi novio pronto vendrá para rescatarme. Para que esté sobre aviso cuando un tío que parezca Míster Universo se presente en el recibidor-expliqué, a lo que Alec se echó a reír. Se calló cuando la recepcionista se volvió para entregarme el papel y una llave que tendríamos que compartir. Tras hacernos firmar un par de papeles, nos entregó un mapa de la ciudad y nos validó los bonos de transporte del fin de semana, antes de indicarnos dónde había supermercados cerca por si necesitábamos crema solar.
               Lo dijo en un tono que me indicó que habíamos subestimado el poder del sol catalán, que nada debía de tener que ver con el del sol asturiano en pleno agosto. Yo ya me había traído mi protector, amén de mis cremas corporales y mis champús, acostumbrada como estaba a que no hubiera productos adecuados para mí en los hoteles europeos, pero, ¿Alec? Viendo en qué plan iba, me sorprendería si hubiera metido una muda de calzoncillos. Estaba bastante convencida de que en su bolsa de viaje sólo había condones.
               La habitación supuso una decepción después de haber pasado por el vestíbulo, mucho más moderno y cuidado. Contaba con una única ventana que daba a un callejón en el que al menos no había ruido, pero que se enfrentaba directamente a otro edificio de similares características en el que, casualidades de la vida, también había una ventana con las cortinas echadas.
               -Adiós a follar con las ventanas abiertas-murmuré. En todas las fantasías en las que Alec y yo practicábamos sexo en los lugares más recónditos del mundo, siempre había una elemento recurrente al margen de él: unas ventanas abiertas de par en par para que entrara el aire fresco de la mañana, cálido de la tarde o húmedo de la noche, cuyas cortinas ondearían alrededor de nosotros mientras lo hacíamos, lamiéndonos la piel mejor incluso de que lo hacíamos ambos.
               Allí, sin embargo, quedaba completamente descartado. No habría intimidad, y yo no me sentiría cómoda.
               -Qué obsesión tienes con que te oigan-se rió Alec, dejando la bolsa en una cómoda en el suelo y dejándose caer sobre la cama, que emitió un chirrido agudo que hizo que ambos diéramos un respingo. Se medio incorporó, escuchando el sonido de los muelles crujiendo bajo su cuerpo, y me miró con el ceño fruncido-. No me estoy imaginando eso, ¿verdad?
               Negué con la cabeza y me acerqué al baño, de peor pinta que en las fotos. En la página web, había una mampara de ducha modernizada con un lavamanos de bloque en el que había dos grifos. Allí, sin embargo, nos esperaba un lavamanos de color amarronado por el paso del tiempo, de pila en vez de bloque, con un grifo cuyas bases estaban oxidadas. Empecé a entender por qué Alec estaba tan obsesionado con buscar un sitio en condiciones, aun a riesgo de gastarse más dinero del que podía permitirse: acostumbrada como estaba a los lujos, aquel lugar me resultaba un tanto… decepcionante, por decirlo con suavidad. No me esperaba un jacuzzi en el baño ni un mueble bar de dos metros, pero de mi experiencia a lo que estaba viviendo allí había un trecho increíble. Me acerqué a la bañera, intentando mantener una actitud positiva, pero cuando vi el grifo de peor aspecto que el del lavamanos, me hundí un poco.
               No me di cuenta de que Alec se había levantado de la cama hasta que me giré y me di de bruces con él. Estaba observando con aspecto incluso más crítico que yo todo lo que nos rodeaba. Caí entonces en que, para él, todo resultaba incluso más duro: por un lado, porque aquel viaje le suponía un esfuerzo enorme, y además estaba su sentimiento de culpabilidad. Pensaba que yo me merecía bastante más que eso, y lo único que se había interpuesto entre un hotel de cinco estrellas y yo, era él, precisamente.
               -No está mal, ¿no te parece?-inquirí, tratando de ser positiva.
               -Para un convicto por homicidio, supongo-se encogió de hombros, eludiendo mi mirada, de modo que me puse de puntillas, le cogí la cara y le hice mirarlo.
               -No es el lugar, es con quién.
               -Reconoce que es un poco cutre, Sabrae-puso los ojos en blanco.
               -Con un baño en el que asearme y una cama en la que dormir contigo, a mí me basta. ¿A ti no?
               -¿Sólo dormir?-preguntó él, dejándose distraer.
               -Con todo lo que ello implica-le guiñé un ojo y le di un piquito.
               -¿Crees que la cama nos aguantará a los dos en plena acción?
               -Imagínate el estatus que te proporcionará haber roto una cama por lo bien que follas-contesté-. Scott se moriría de envidia porque nunca le ha pasado, así que no puede presumir de eso. Además…-continué, desabrochándole los botones de la camisa-. Si mal no recuerdo, aún te debo un orgasmo.
               Se echó a reír, asintió con la cabeza, y se dejó desnudar mientras lo empujaba hacia la cama. Me esmeré en practicarle una mamada de cine, como pocas había hecho en mi vida, y me anoté un tanto cuando conseguí hacer que se corriera. No había sido tan rápido como en el primer concurso de mi hermano, pero no tardamos mucho, ni mucho menos. Por supuesto, cuando Alec terminó en mi boca, yo ya estaba tan caliente que había mandado a la mierda hacía tiempo nuestro itinerario. Después de todo, sí que nos íbamos a pasar el fin de semana follando. De manera que me tumbé en la cama, dejándome desnudar, separé las piernas y le recibí dentro de mí…
               … pero no conseguí terminar. Me resultó imposible. El sonido de los muelles era demasiado: una cosa eran los movimientos de Alec mientras yo le proporcionaba placer con la boca, arrodillada en el suelo. De vez en cuando se oía algún chirrido, pero nada insoportable: se limitaba a mover ligeramente las caderas, acompañándome involuntariamente, o a apartarme el pelo de la cara cuando yo cambiaba de postura. Sin embargo, cuando los muelles tuvieron que soportar mi peso y el de Alec, empezaron a crujir como mil demonios. Hicieron que estuviera segura de que, en algún momento, cederían y acabaríamos en el suelo.
               Por eso, no pude concentrarme y terminar.
               -Bueno… voy-respondí a la pregunta que me había formulado, dándose cuenta de que yo no solía tardar tanto, y mucho menos después de hacerle una mamada. Solía terminar que me subía por las paredes, así que le resultaba muy fácil hacer que me corriera. No esta vez.
               Alec se separó de mí, quedándose arrodillado entre mis piernas. Su miembro aún estaba en mi interior, pero el resto de su cuerpo no me tocaba.
               -¿Te ves capaz de llegar así, o quieres que te devuelva el favor?
               -No tienes que devolverme nada.
               Alec gruñó, asintió con la cabeza y salió de mi interior.
               -Vamos a vestirnos, y a cantarle las cuarenta a la señora. Me parece de puta madre que nos tomen el pelo con el baño, pero ni de coña lo van a hacer con la cama. Ni de coña-gruñó, poniéndose la camisa y calzándose a la vez con una maestría que hizo que sufriera uno de esos momentos en los que fuera repentinamente consciente de su pasado, y me preguntara cuántas veces habría tenido que salir por la escalera de incendios por estar en un sitio donde no debía, en compañía de alguien que no debía tenerlo en su habitación.
               Estuve a punto de decirle que no pasaba nada, que no se enfadara, que no era culpa de nadie, y menos de la pobre señora, pero, ¿realmente era así? Habíamos pagado por un producto, y nos habían entregado algo de una categoría bastante inferior. Independientemente de lo que nos hubiera costado reunir el dinero (daba lo mismo que simplemente lo sacara de la hucha, como había hecho yo, o fuera producto del esfuerzo, como había hecho Alec),  nos merecíamos que nos dieran exactamente lo que habíamos contratado.
               Así que yo también me vestí, me recogí el pelo en una coleta, y salí de la habitación delante de Alec, que continuaba echando pestes en voz baja. Supe lo cabreadísimo que estaba cuando empezó a despotricar en ruso, griego e inglés sin hacer distinción entre un idioma u otro, como si su cerebro estuviera tan emponzoñado con su enojo que fuera incapaz de mantener los tres idiomas en los departamentos estancos en que solía almacenarlos.
               -Es que me parece de puta risa-rezongaba mientras atravesábamos el pasillo, y luego una sarta de sonidos seseante propios del idioma de su abuela, para después pasar al griego, y de nuevo al inglés-… o nos abrimos la cabeza…-y vuelta al griego, ruso, de nuevo inglés…
               Me acerqué al mostrador y esperé a que la anciana nos atendiera de nuevo.
               -Hola, ¿ya os vais?-preguntó con amabilidad, sonriendo.
               -En realidad…
               -Dile que así no se puede follar-soltó Alec-, así que no digamos dormir.
               -¡Cállate, Alec!-espeté, escandalizada-, ¡a ver si nos va a entender!
               -¿Pasa algo?-replicó en nuestro idioma, con un fortísimo acento. Los dos nos volvimos a mirarla.
               -¿Llevas hablando inglés todo este tiempo?-ladró Alec, molesto, y la recepcionista asintió.
               -Claro. Aunque, como ella habla bastante bien español, y se dirigió a mí así… pensaba que prefería practicarlo.
               -De puta madre. Vale, pues la cosa es la siguiente…-Alec se apoyó en el mostrador y se presionó el puente de la nariz-. La habitación es una puta mierda.
               -¡Alec!
               -¿Qué? ¿Acaso es mentira? La cama chirría como un zombi robótico. El baño parece sacado de un decorado de una serie cutre sobre Guantánamo. ¿No os da vergüenza poner fotos de un puto hotel moderno en vuestra página web, si luego nos vais a meter en un zulo de la Segunda Guerra Mundial? Digo, vale que el precio está bastante bien para lo que es una habitación en el centro, pero…
               -Me temo que ha habido un malentendido. Esa no es vuestra habitación.
               Alec y yo nos quedamos mirando a la señora.
               -Y entonces, ¿por qué nos has dado la llave?-espetó él un segundo antes de que yo pudiera pedirle que lo repitiera, segura de que no dominaba el inglés tanto como yo el español.
               -Vuestra reserva tenía como hora de llegada las siete de la tarde-explicó, enseñándonos el papel con nuestros datos-. La habitación que se os ha asignado aún no estaba lista para ocuparse en el momento del check in, así que os dejamos esa habitación para que pudierais dejar vuestras cosas, usar el baño si lo necesitabais, y marcharos a explorar mientras terminábamos de prepararla.
               Nuestras caras debían de ser un poema, porque continuó:
               -Es protocolo del hotel utilizar como orientación los horarios que se marcan en las reservas. Como hay mucha gente entrando y saliendo, el equipo de limpieza no daría abasto de no ser por el tiempo que hay entre un check out y un check in, especialmente desde que empezamos con la reforma. Habéis estado en una de las dos habitaciones que nos quedan aún por modernizar. Os pido disculpas por las molestias causadas-miró su reloj-, ahora mismo están ocupándose de ella, así que en algo más de media hora estará lista. Si queréis salir a comer algo mientras terminan, para así no perder tiempo, os dejaremos las cosas en vuestra habitación.
               Alec me miró con aprensividad, y yo le miré a él. Asentí despacio con la cabeza y él se volvió hacia la anciana.
               -Vale. Gracias. Eh… siento mucho haberme puesto así con usted.
               -No es nada. Gajes del oficio-se encogió de hombros-. Debería habérselo explicado más despacio a tu novia-no se me escapó la sonrisita de suficiencia que esbozó Alec al escuchar aquella palabra, y yo le di un codazo para que se controlara, o la señora pensaría que se estaba riendo de ella- para asegurarme de que lo entendía. O pasar al inglés, para que lo entendierais los dos. Normalmente no soy yo la que se ocupa de la recepción, pero mi hijo ha salido y no me ha quedado más remedio… ¿ya habéis buscado algún restaurante por aquí cerca en el que comer, o queréis alguna recomendación?
               -Una recomendación estaría genial, gracias-sonreí yo, extendiendo el mapa que nos había dado hacía una hora. Se nos había hecho un poco tarde y el hambre comenzaba a hacer de las suyas, por eso estábamos tan irritables. La mujer volvió a sonreírnos y nos señaló un par de restaurantes de la zona, que sobrevivían a pesar de la gran presión de las internacionales por culpa de la influencia turística en aquel lugar. Recogimos el mapa, volvimos a darle las gracias, y tras irnos a nuestra habitación a recoger mi mochila y adecentarla un poco (a ambos nos daba vergüenza dejarla como estaba, con sábanas por el suelo y todo), salimos a la calle.
               No tardé ni tres segundos en coger a Alec de la mano, y me negué a soltarlo incluso cuando me saqué el mapa del bolsillo de los vaqueros cortos, lo cual le hizo muchísima gracia por lo mucho que se me resistió el trozo de papel.
               -Igual sería mejor que me soltaras la mano.
               -Ni de broma; seguro que te me escapas-repliqué, extendiendo una esquinita del mapa cuando él cogió la otra con la mano que le quedaba libre.
               -¿Adónde voy a ir? La reserva está a tu nombre, y las entradas de The Weeknd las tienes tú. Para que luego hables de que el feminismo busca la igualdad entre hombres y mujeres, cuando yo estoy completamente sometido.
               -Mi mayor logro es hacerte creer que no soy completa y absolutamente misándrica-bromeé, pagada de mí misma.
               -¿Eso qué es?
               -Significa que odio a los hombres.
               -No odias a los hombres.
               -¿Qué te hace pensar eso?
               -Tu afición a encaramarte a mi polla cada vez que la ves-replicó, chulo. Lo miré con ojos bien abiertos.
               -¿Me vas a dar el viaje?
               -No sé. Aún estoy decidiendo si me voy a portar bien o no-me guiñó un ojo y yo puse los míos en blanco.
               -¿Sabes? Quizá sería mejor que cada uno fuera por su lado.
               -No puedo, Sabrae. Me tienes bien agarrado-levantó nuestras manos unidas, y yo le hice cosquillas entre los dedos.
               -Es que me pone enferma pensar que, si te dejo libre, igual te vas por ahí a dejar que otras se encaramen a tu polla.
               -¿Por qué? ¿Quieres mirar?
               Me eché a reír.
               -Hay muchas chicas con pintas de supermodelo por aquí. Me he fijado, ¿sabes? Las españolas son muy guapas-miré en derredor, al festival de melenas castañas o negras, labios más gruesos que los de las inglesas, pieles ya bronceadas por el sol. No eran como yo, pero tampoco eran como las inglesas.
               Y Alec, con su pelo castaño, sus ojos del color del chocolate y su piel acaramelada, que nunca perdía ese tono bronceado que revalidaba cada año en Grecia, tampoco era como el resto de los españoles. Podía ver cómo lo miraban las chicas por la calle.
               -¿Y te da miedo que me vaya con ellas?-Alec se echó a reír, soló mi mano para cogerme la cara-. Ay, Sabrae, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza que yo te deseo sólo a ti? Estas no te llegan ni a la suela de los zapatos. Además… yo ya me estoy follando a una supermodelo.
               Selló su declaración con un beso tan apasionado que las gafas de sol que me había puesto de diadema, al estar aún a la sombra, se deslizaron por mi pelo hasta darse la vuelta, enredadas en mis rizos. Me derretí en sus brazos; lo que el calor no podía hacer ni con todo el esfuerzo del mundo, Alec lo conseguía como si fuera la tarea más fácil de la historia.
               No me había dado cuenta de que le había pasado las manos por los brazos, los hombros y el pelo hasta que, divertido, comentó entre risas:
               -Se te ha caído esto.
               Entre sus dedos, estaba el mapa, que yo cogí con una sonrisa avergonzada. Sentía un montón de ojos posados en mí, y de nuevo me regodeé en ello. Era increíble que hubiera encontrado a alguien tan genial como Alec, así que no me cansaría de presumir de él.
               -Espero que The Weeknd esté abierto a sugerencias para nuevas canciones. Se me ocurren un par de cosas que podemos hacer cuando nos den nuestra habitación que harían que se muriera de envidia-tiré del cuello de su camisa de manga corta, mordisqueándome el labio, imaginándomelo en una cama que se mereciera, como aquella de la que Rihanna había escrito una canción.
               -Mañana más nos vale levantarnos temprano para tener primera fila y poder tirarle aviones de papel pidiéndole que nos contacte. Deberíamos poner tu nombre de usuario en Instagram-reflexionó-. Ya sé que yo soy una estrella en alza, pero tú tienes ya tu propia legión de seguidores, así que seguro que te toma más en serio que a mí.
               -Entonces, ¿no quieres pasarte la noche follando? Menudo chasco.
               Alec se puso de repente.
               -Sabrae, yo no he dicho nada de abstinencia, ¿sabes? He dicho que nos tenemos que levantar temprano, para ir pronto  coger buen sitio. Por mí, como si no duermo, pero ni de coña te vas a librar del polvazo que te voy a echar esta noche.
               -Esta noche nos toca ir de fiesta-le recordé para chincharle, creyendo que conseguiría ponerlo nervioso al hacerle intuir que no pensaba madrugar. Si supiera la sorpresa que le tenía preparada…-. He hecho un top 10 de discotecas.
               -A ver quién te levanta por la mañana-Alec suspiró.
               -¡Tengo mucho mejor despertar que tú!
               -Nena, eres la persona que más duerme que conozco. Pero con mucha diferencia. Estoy seguro de que no aguantas ni dos horas antes de caer rendida. Y yo no pienso llevarte a lo koala en metro, ya te aviso.
               -¿Ni en taxi?
               -¿Lo pagas tú?
               Levanté las manos, frotándome los dedos con el gesto del dinero.
               -Soy discípula de Beyoncé.
               Alec puso los ojos en blanco, me cogió de la mano, me dio un beso en la boca y tiró de mí para llevarme hasta las Ramblas, en busca de algún sitio en el que comer. Después de observar los dos flujos de gente, uno ascendente y otro descendente, decidimos encaminarnos al Hard Rock de Plaça Catalunya. Como siempre, la parte de la tienda estaba llena de turistas entrando y saliendo a intervalos regulares con bolsas de papel con estampado del logo de la tienda, pero el restaurante estaba más tranquilo. Nos sentamos a una mesa y enseguida vino un camarero a atendernos, veloz como el rayo. Tras anotarnos lo que tomaríamos de bebida, nos dejó eligiendo de la carta.
               Noté a Alec mirándome por encima de su cartón plastificado, igual que un caimán controlando a su futura presa.
               -¿Qué?
               -Nada-se escondió detrás de su cartón, y lentamente sus mechones ensortijados dieron paso a su frente, después a sus cejas, y de nuevo, sus ojos. Me eché a reír.
               -¿Qué haces? Me estás distrayendo. Déjame elegir mi comida.
               -Estoy esperando a que te dé el brote psicótico porque no estamos siguiendo al pie de la letra tus planes. No tenías nada del Hard Rock en tu libreta de tareas pendientes.
               Le saqué la lengua.
               -No soy ninguna maniática del control. Me gusta tenerlo todo organizado, pero también me dejo llevar, ¿no te parece?
               -Mm-consintió él, acodándose en la mesa y abanicándose con el menú. Miró en derredor, analizando las fotografías de cantantes que poblaban el restaurante, en el que un puñado de camareros pululaban de acá para allá llevando la comida o los pedidos. Se quedó tieso un momento cuando sus ojos se posaron encima de mí, alzó las cejas, y se echó a reír.
               -Oye, Saab… ¿ése no es Zayn?
               Me volví como una bala para encararme con la foto que tenía de espaldas, en la que efectivamente salía un papá jovencísimo, con pocos más años de los que tenía Scott ahora, el pelo rapado, y una chupa de cuero negra con palabras pintadas a brochazos de pintura blanca. Contuve un grito, porque está un poco feo eso de volverse loca con tu propio padre en público, y saqué el móvil a la velocidad del rayo. Después de hacerle una foto, le pedí a Alec que me hiciera una sonriendo debajo de la imagen enmarcada.
               -Esto va para las historias-anuncié tras enviársela a papá.
               -Ya tardabas-se burló él.
                -¿Perdona? Da gracias de que aún no me hayan traído la bebida, porque te la tiraría a la cara.
               -No sería la primera vez que me disparas algún líquido a la cara-Alec se encogió de hombros, pagado de sí mismo. Me puse roja como un tomate, pillando al vuelo a qué se refería, y procuré esconderme entre mis rizos cuando llegó el camarero con las bebidas. Aprovechando que él también quería subir una historia, “porque salgo con una reina de Instagram y debo estar a la altura”, dejó para la posteridad una foto mía roja de vergüenza, algo que no se veía todos los días.
               Por mucho que me tomara el pelo con mis historias, lo cierto es que a Alec le encantaba. Sabía que presumía de él en redes cada vez que lo sacaba, y como yo, había empezado a usarlas un poco más, aunque la protagonista casi siempre era yo. Yo riéndome mientras elegía qué vasito de verduras quería de los puestos de las Ramblas, yo haciendo una foto de los edificios, yo examinando muestras de maquillaje en la tienda que había cerca de nuestro hotel, yo paseando por la playa con las sandalias en la mano, yo posando delante de los monumentos… yo, yo, yo, y de vez en cuando, él. Al principio tuve que insistirle para que accediera a hacernos fotos, pero pronto se acostumbró a posar a mi lado y esperar pacientemente mientras yo hacía varias, tan colaborativo que incluso que empezó a elegir filtros él mismo.
               Cuando se puso una que acabábamos de hacernos de fondo de pantalla, creí que no podía estar más implicado… hasta que hizo una captura de la pantalla bloqueada y la colgó en sus historias, haciendo que todas sus redes se volvieran locas.
               Cualquiera que le viera pensaría que le había cogido el gusto a la fama y que le encantaba la atracción que estar conmigo atraía, pero lo cierto era que simplemente le gustaba hacerle fotos. Los dos descubrimos ese día que yo, ya de por sí fotogénica, salía incluso mejor en las fotos que me hacía él. Era como si la cámara notara el amor que me profesaba, me viera a través de sus ojos, y fuera capaz de sacarme increíblemente guapa.
               Ni siquiera me dio tregua mientras me preparaba para salir por ahí de noche. Después de la intensa sesión de turismo, habíamos decidido que sólo nos daríamos una vuelta por los bares de Barcelona, sin pisar las discotecas: ya lo daríamos todo al día siguiente, convenimos, y a mí me había costado horrores ocultar la sonrisa conspirativa al pensar en lo especial que iba a ser ese sábado para Alec. El pobrecito no tenía ni idea de la que se le venía encima, y yo estaba consiguiendo ocultárselo contra todo pronóstico. Se me daba bien hacer regalos y guardar secretos, pero cuando las dos cosas se juntaban, era como si se neutralizaran. Menos por menos, más. Siempre terminaba encontrándome a mí misma entre la disyuntiva de revelar la sorpresa y chafarla de alguna forma, o morirme de la anticipación para poder hacerla como tenía pensado.
               Había llegado hasta allí, y no iba a estropear en unas horas lo que llevaba preparando varios meses, de modo que cuando Alec me preguntó de qué me reía, me incliné para darle un sabroso beso en los labios. Le gustó mi gloss con extracto de cereza, y se lo relamió mientras miraba cómo me aplicaba un poco más de rímel en las pestañas. Ya estaba acostumbrada a que se me metiera en el baño cuando me maquillaba, pues le encantaba mirar cómo me iba transformando poco a poco a mí misma, de manera artística, en alguien un poco diferente: de ojos más profundos, sonrisa más blanca, piel más brillante y con un poco más de chulería de la que solía lucir. El cambio era tangible por fuera, pero él había aprendido a notarlo también en mi interior. Se me subía un poco el ego cuando estaba maquillada, y si ya con la cara lavada lo llegaba a tener por las nubes…
               Cuando le pregunté por qué le gustaba tanto mirarme, su respuesta fue una de sus típicas evasivas:
               -Me gusta cómo pones la boca cuando te echas el rímel. Me recuerda a algo…-sonrió, inclinando la cabeza a un lado, y yo me había echado a reír. Claro que, después, me di cuenta de que se debía más bien a que Alec adoraba verme haciendo cualquier cosa. Incluso cuando no estaba haciendo absolutamente nada, a él le parecía que era lo más bonito e interesante del universo. No había nada que yo pudiera hacer que le decepcionara.
               Lo sabía porque a mí me pasaba exactamente igual.
               Me giré para mirarlo, apoyada en el lavamanos de nuestra nueva habitación, idéntica a la de las fotos salvo por mi neceser con el maquillaje y las dos toallas arrugadas en una esquina. Alcé una ceja.
               -¿Lista?
               -¿Tú qué crees?
               Me miró de abajo arriba: mis zapatos de tacón consistentes en tiras de cuero negro que me rodeaban los pies hasta casi la rodilla, la minifalda de vinilo del mismo color que las botas, el top azul brillante y mi cazadora, también negra.
               -Si lo digo en voz alta y hay micrófonos en la habitación, probablemente vaya preso-ronroneó, acercándose a mí. Se metió entre mis piernas y me acarició los muslos desnudos. Haría frío esa noche para mi atuendo, pero me daba lo mismo. Si tenía que coger una pulmonía por estar absolutamente di-vi-na para Alec, que así fuera.
               -No creo que haya micros en la habitación. Y, si los hay, seguro que ya tienen material suficiente como para detenernos a ambos por escándalo público-ronroneé, pasándole los dedos por la nuca y tirándole suavemente del pelo para acercar su boca a la mía-. Entonces, ¿te parece que estoy lista?
               -¿Para que te empotre, o para ir de fiesta?
               -¿Acaso no es lo mismo?
               Alec rió por lo bajo.
               -Asegúrate de no quitarte los tacones cuando volvamos. Los metiste en la maleta buscando guerra, y es guerra lo que vas a tener.
               Me eché a reír, le di un largo y acalorado beso, y le lamí el labio inferior. Le guiñé un ojo cargado de maquillaje, y cuando consiguió dar un paso atrás, atontado, salté al suelo. Comprobé que mi equilibrio con los tacones que le había cogido prestados a mamá era mejor del que me esperaba, supongo que por la adrenalina de tener que lucirme. Con su mano en la mía, salimos de la habitación.
               Si de día Barcelona era preciosa, por la noche era espectacular. Nos acercamos de nuevo a la playa, donde la ciudad palpitaba con música electrónica que hacía latir luces de colores en los bares. Entramos y salimos de varios locales, y justo cuando estábamos pensando en irnos a casa, un grupo de chicos que me habían reconocido nos dijeron que teníamos que subir, sí o sí, al mirador del Tibidabo.
               -Si os gusta de noche desde la calle, la tenéis que ver desde arriba-nos dijo una de las chicas del grupo. Le di las gracias con un abrazo después de apuntar en el móvil las indicaciones, y regresamos a Plaça Catalunya a coger uno de los últimos buses. No paramos de besarnos, reírnos, hacernos fotos y bromear durante todo el trayecto en bus.
               -Tenemos que irnos de viaje más a menudo-comentó Alec, conmigo sentada en su regazo y acariciándole el mentón con absoluta devoción. Él también estaba increíble: se le había rizado un poco más el pelo por la acción de la ducha, de modo que había recuperado esos mechones que tanto me gustaban y que se habían ido alisando con el transcurso de la tarde por culpa de su eterna costumbre de pasarse una mano por el pelo, cosa que a mí, salvo por el detalle capilar, me encantaba.
               -Deberíamos ir buscándonos una excusa para marcharnos la semana que viene, ¿qué te parece?
               -¿Qué tal si perseguimos a The Weeknd? Así matamos dos pájaros de un tiro: vemos mundo, y vamos a sus conciertos.
               -Es la mejor idea que he oído nunca-alabé en tono de completa adoración, deslizando los dedos por el cuello de su camisa vaquera, que en cualquier otro chico habría quedado ridícula, pero él sabía llevar con un estilo que parecía recién bajado de la pasarela.
               Nos bajamos del bus y, tras explorar un poco por la zona, hacernos fotos junto a las atracciones iluminadas del mirador y la iglesia que coronaba la cima de la montaña, nos acercamos a los bares que prácticamente colgaban de una de sus laderas. Las terrazas estaban llenas, pero aun así, el ambiente era relajado, cada uno de los allí presentes riéndose de sus chistes privados y centrados sólo en sus conversaciones. Las luciérnagas de los teleféricos de la cima de Montjuïc, que poco a poco se iban recogiendo para guarecerse en sus plataformas, brillaban como estrellas no tan fugaces sobre la silueta de la ciudad. Unos cuantos aviones se deslizaban por el cielo, despegando y aterrizando del aeropuerto, dándole un aire vibrante a la ciudad, que se desperezaba con un halo de luz dorada a nuestros pies.
               Me encantaba su sonrisa de felicidad viéndome explorarlo todo con la vista, tomar fotos, grabar vídeos y, en general, disfrutar del viaje. No me había sentido tan relajada y libre en mi vida. No es que mis padres me impidieran hacer cosas, todo lo contrario, es sólo que… simplemente, estar con Alec era diferente a estar con el resto de personas.
               Si viajar en pareja sería siempre así, no pisaríamos jamás nuestra casa. Siempre encontraría una excusa para disfrutar de él en el extranjero, sin importar el destino ni la justificación: solos él, yo, nuestra sed viajera y la libertad de poder elegir quién eres.
               -Estás guapísima así de relajada-comentó cuando me recosté en la silla, con las piernas cruzadas. Corría un poco de viento y tenía algo de frío, pero nada que no pudiera soportar. Sonreí.
               -Estaba pensando en que me lo he pasado genial hoy. Creo que ha sido uno de los mejores días de mi vida.
               -De la mía también-admitió, y luego su sonrisa se ensanchó-. Claro que mañana aún no ha pasado. ¡Dios! Estoy hypeadísimo con lo de mañana. No sé si podré dormir.
               -Indirecta captada-sonreí, haciéndome a un lado cuando el camarero nos trajo nuestras bebidas-. Procuraré cansarte esta noche.
               -¿Aún tienes ganas de más?-rió Alec, cogiendo mi botella de Coca Cola. Alcé una ceja.
               -¿Tú no?
               -Sabes que sí, nena. Es sólo que, no sé-se encogió de hombros, vertiendo el contenido de mi Coca Cola en el vaso antes de pasar a su cerveza. Se suponía que no podían servirme alcohol, aunque dudaba que, si lo pedía, me lo denegaran: así maquillada, pasaba perfectamente por una chica de 18.
               -Perdona, ¿te he dicho yo que me eches la Coca Cola?-inquirí con ganas de chincharle-. Soy perfectamente capaz de echarme mi propia bebida, gracias.
               Alec arqueó las cejas, murmuró un “ah, ¿esas tenemos?”, y ni corto ni perezoso, devolvió el contenido de mi vaso al botellín de cristal, tirando gran parte de la bebida por el camino. Se recostó en el asiento y me miró con una mano apoyada en la cara, su dedo índice tirando de su ceja hacia arriba.
               -Eres insoportable-gruñí, devolviendo el líquido marrón a mi vaso.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh?
               Tuve que reírme, porque no podía discutir con eso. Le ayudé a limpiar con servilletas de papel lo que había tirado, y cuando terminamos, di un sorbo y le pregunté:
               -Perdona, te he interrumpido. ¿Qué decías?
               -Nada, es sólo que… ¿te has dado cuenta de que estas semanas hemos bajado el ritmo?-comentó, y yo asentí.
               -Sí. De hecho, creo que la semana pasada, entre semana, lo hicimos sólo una vez, ¿no?
               -Sí, cuando lo normal habría sido una vez al día. Sobre todo porque nos vimos todos los días. Pero no sé… resulta reconfortante lo mucho que nos apetece hacerlo estos días, ¿no te parece?
               -¿A qué te refieres?
               -Me encanta el sexo-dijo, y me eché a reír.
               -Vaya, eso sí que no me lo esperaba.
               -No, lo digo en serio, Saab. Me apasiona. Creo que es lo que más me gusta en la vida. Sobre todo contigo. Y como últimamente habíamos bajado el ritmo, pensaba, no sé… estaba un poco preocupado.
               -¿Preocupado? ¿Por qué? Al, tú a mí me encantas. Te adoro, ya lo sabes. Y me pones muchísimo. Adoro tener sexo contigo. Por mí, lo estaríamos haciendo sin parar.
               -Ya, ya lo sé, y por mí también, pero…-se pasó una mano por el pelo, frustrado, y yo esperé a que aclarara sus ideas. No quería meterle prisa-. Simplemente me preocupaba un poco que bajáramos el ritmo.
               -Estábamos ocupados, eso es todo. Además, tú has trabajado muchísimo estas semanas. Y yo aún estoy habituándome a que Scott no esté en casa. Casi es una lástima que vaya a venir dentro de unos días, porque igual hace que eche todo mi esfuerzo por la borda, pero… echo de menos a mi hermano-le confesé-. Contigo se me hace soportable, y ya casi no pienso en él mientras estamos juntos. Así que estoy menos triste. Y tú has estado doblando. Es normal que no te apetezca hacerlo; necesitas descansar. Yo no consentiría en hacer mucho más de lo que hemos hecho sabiendo lo agotado que estás.
               -Tampoco es para tanto.
               -Al-susurré-. Venga, que soy yo. Te veo. Sé que ha sido duro para ti.
               Asintió despacio con la cabeza, mirando las luces del techo primero, y las de Barcelona a nuestros pies después.
               -Yo sólo… no quiero que caigamos en la rutina de todas las parejas. No quiero que de repente pase una semana sin que lo hagamos, luego dos, luego tres… y que terminemos dándonos cuenta de que hace veces desde la última vez. Pero supongo que es inevitable, ¿no?-jugueteó con el servilletero-. A todo el mundo le pasa eso.
               -No a todo el mundo. Y estoy segura de que nuestra rutina será diferente. Míranos. Lo hemos hecho tres veces en… ¿qué? ¿Dieciséis horas?
               -Está un poco dura, la cosa, sí-se rió, masajeándose el puente de la nariz. Me incliné para cogerle la mano.
               -Oye, es perfectamente normal que te preocupes por lo que va a pasar…
               -Ni siquiera estoy pensando en África.
               -No, ni yo tampoco.
               -Oh.
               -Pero, si me lo permites, creo que África nos va a venir genial, sexualmente hablando. Cuando vuelvas, seguro que lo haremos como conejos. Será mejor que empecemos a comprar condones ya, para no quedarnos sin ellos-me reí, y él me imitó-. Pero venga, ahora en serio. El tiempo va a pasar y nuestra relación va a cambiar, Al. Es algo que es inevitable. Que te preocupes por lo que seremos dentro de unos meses o de unos años es una tontería, porque ni siquiera sabes si las cosas van a ir como piensas. Yo, personalmente, viendo cómo soy ahora y viendo cómo eres tú, estoy segura de que vamos a ser mil veces peores cuando yo tenga tu edad.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso, por qué?
               -Bueno, lo he estado hablando con algunas chicas y todas coincides en que cuanto más mayor eres, más salida estás-solté, y Alec rió-. ¡Es verdad! Piensa en Chrissy y Pauline, por ejemplo.
               -Ya. Ha sido con ellas con quienes has hablado eso, ¿verdad?
               -Vale, sí, ha sido con ellas-admití, poniendo los ojos en blanco-. ¿Te molesta?
               -En absoluto.
               -Pues eso. El caso es que ellas me dijeron que a mi edad, no pensaban ni de coña tanto en el sexo como en la que tienen ahora. Así que si yo quiero follar tres veces en un día con 14 años, imagínate cómo seré con 20.
               -Va a tener suerte el cabrón que te pille-se burló Alec, negando con la cabeza.
               -Bueno, siempre que a sus 24 años no sea demasiado viejo para seguir mi ritmo…-le dediqué mi mejor sonrisa torcida, aquella que en Alec y Scott tenía nombre.
               -¿Me estás retando?-preguntó, cogiéndome la mano y acariciándome los nudillos.
               -Oh, ya lo creo que sí-me eché a reír, dándole la vuelta y siguiendo las líneas de la palma de su mano-. En serio, Al, no te preocupes. No vamos a caer en la rutina, ni a cansarnos el uno del otro. No puedo hablar por ti, pero yo de ti… todavía flipo cada vez que te veo a mi lado. Es como, ¡guau! ¿Qué he hecho para que alguien así se fije en mí?
               -Nacer-respondió él, de repente muy serio, y yo sentí que se me subían un poco los colores. Lentamente, una sonrisa se extendió por su boca.
               -¿Y te preocupa que bajemos el nivel de sexo? Cariño, si sigues dándome estas contestaciones, tendrás suerte si en un futuro te dejo algún día de descanso.
               Se rió.
               -Es simplemente que… me gustas demasiado para acabar como mis padres.
               -¿Acabar como tus padres?-pregunté, frunciendo el ceño.
               -Sí. Deben de hacerlo una vez al mes-se estremeció de pies a cabeza, y yo no pude evitar reproducir su reacción. Una vez al mes no era nada. Dios mío. Si yo ya me subía por las paredes después de semana y media, estaba segura de que, tras un mes, no podría acercarme a la sección de frutería de los supermercados. Los plátanos eran peligrosísimos.
               -Bueno, pues tú me gustas lo suficiente como para acabar como mis padres-me encogí de hombros, y él alzó una ceja-. Sí, verás… salvo cuando mamá está con la regla (y porque se vuelve insoportable, no por otra cosa)… lo hacen más o menos cada dos días. Si papá está escribiendo, o algo, cada día.
               Alec parpadeó, los ojos como platos.
               -En cuanto vuelva del voluntariado, me apunto a un curso de composición-sentenció, y yo me eché a reír-. Cada dos días… con cuarenta años… joder…
               -Y eso como mínimo.
               -¿Dónde hay que firmar?
               -Pues en una mezquita, en un juzgado…-clavé el codo en la rodilla, la mandíbula en la palma y torcí un poco la boca-. Depende de en qué sitio te guste.
               Alec me taladró con la mirada, la cabeza ligeramente inclinada.
               -¿Me estás pidiendo que te pida matrimonio?
               -Podría pedírtelo yo.
               -Sabrae-dijo, en ese tono jocoso que tanto me fastidiaba y me gustaba a la vez-. Que ni siquiera me pides ayuda cuando no llegas a las alacenas de tu casa. ¿De verdad esperas que me crea que me vas a pedir mi apellido? Tendré que ofrecértelo yo.
               -¿Qué te hace pensar que me voy a poner tu apellido?
               -Lo que va a hacer lo que tienes entre las piernas en cuanto yo diga las tres palabras mágicas-se inclinó hacia mí, tan cerca que podía oler su aliento. Clavó sus ojos en mí, y mi Al desapareció, dando paso de nuevo a Alec Whitelaw, el fuckboy original-. Sabrae. Gugulethu. Whitelaw.
               Paladeó su apellido seguido de mi nombre como si fuera la palabra más obscena del mundo. Intenté no reaccionar, pero fracasé estrepitosamente: me estremecí de pies a cabeza, sintiendo un torbellino de calor descender de mi cerebro hasta mi entrepierna, donde se condensó formando una oleada de lava.
               Alec sonrió, satisfecho. Se reclinó en su asiento y esperó con esa sonrisa pagada de sí mismo a que yo abriera los ojos, boqueando en busca de aire.
               -¿Me estás haciendo una proposición, o simplemente te gusta calentarme?
               -Lo segundo. Ya te gustaría que te pidiera la mano ahora, niña. Te encantaría volver a decirme que no, ¿eh? Por mis cojones que, antes de que me vaya a África, te arranco un sí a ser mi novia. Aunque tenga que morir en el intento, ¿me oyes?
               Me reí, agitando la mano en el aire como espantando el pensamiento. Como si me pareciera algo absurdo, en lugar de la única alternativa que nos quedaba a ambos. ¿A qué esperas, Sabrae?, me preguntó una voz en mi mente. Lo cierto es que ya no lo sabía. Y aquel mirador me parecía el sitio perfecto para cambiar mi situación sentimental.
               -Y luego-Alec jugueteó con el cenicero-, cuando me digas que sí… entonces, te daré lo que quieras. Todo lo que quieras. Serás la tía más consentida del universo.
               -¿No lo soy ya?-aleteé con las pestañas, acodándome en la mesa y acariciándole la pierna con uno de mis pies-. Me lo consientes todo.
               -Y tú a mí también, nena-respondió, encendiéndose un cigarro-. No hay un capricho que no me hayas concedido ya.
               -Te di calabazas una vez.
               -Bah, eso no era un capricho, sino más bien una necesidad. Un giro argumental de los que hacen que las series continúen varias temporadas-se encogió de hombros-. Le da emoción a la partida. Francamente, no puedo esperar.
               -¿A qué?
               -A ver en qué momento no puedes más y me suplicas que te lo vuelva a preguntar.
               -Creía que la oferta seguía en pie.
               -Saab-comentó, en el mismo tono que lo había hecho yo antes-. Que soy yo. Sabes que sé que querrás que te lo vuelva a preguntar.
               -La cuestión es, ¿lo harás?
               -Joder, ¿no es evidente?
               -Dilo en voz alta-ronroneé.
               -Te he seguido a un país cuyo idioma no hablo sólo porque no soporto no estar contigo. ¿A ti qué te parece?
               -Que es una inmensa casualidad que me hayas seguido a un país en el que va a tocar The Weeknd, tu cantante favorito, precisamente mañana.
               -Cuando el universo conspira, eh…-rió, cogiendo su cerveza.
               -¿Y conspira para que tú consigas novia, Alec?-pregunté yo, alzando una ceja.
               -No. Conspira para que me haga creyente. Y se le está dando de maravilla-me miró con intención y se echó a reír, a lo que yo no pude resistirme. Me uní a sus carcajadas, deseando que por una vez fuera mi mente la que grabara historias y no mi móvil, y así no romper la naturalidad del momento. Ojalá los recuerdos fueran algo más que milagros mentales, y pudieran volverse tangibles, algo que resguardar de todos los males que podían acecharte en el interior de tu cabeza, que compartir y transmitir a quienes querías.
               Seguimos charlando, disfrutando del aire fresco y de las vistas, e incluso nos pedimos unos cócteles de vasos amplios, colores chillones y bordes alargados que vimos a los de la mesa de al lado. El de Alec era de arándanos; el mío, de granadina, y estaban tan deliciosos que habríamos pedido otros de no hacérsenos demasiado tarde.
               En breves, pasaría nuestro autobús, de modo que pedimos la cuenta y, apurando los últimos sorbos, nos inclinamos a ver el recibo.
               Casi 40 euros.
               -Sabrae-dijo Alec en voz baja, y yo le miré.
               -¿Qué?
               -No tenemos dinero.
               Sentí que la sangre huía de mi rostro. ¿Me estaba tomando el pelo? Habíamos metido el mismo dinero en su cartera para que yo no tuviera que llevarme la mochila, pues en el bolso de fiesta que había traído apenas cabían mi móvil y mi carnet de identidad.
               -¿Cómo que no tenemos?
               -Tenemos para una puta Coca Cola-gruñó, mirando el recibo-. Bueno, media, en realidad. Y hemos pedido esta mierda… joder. Estaban ricos, pero tanto…
               -¿Me estás vacilando? ¡Me he dejado el bolso en el hotel! ¿Qué coño hacemos? He desactivado Apple Pay.
               -Estoy pensando-gruñó en voz baja, con la vista clavada en el infinito. Entrecerró ligeramente los ojos, asintió una vez con la cabeza y dijo-: vale. Ya está. Vete al baño-me miró a los ojos, y yo fruncí el ceño.
               -¿Qué?
               -Que vayas al baño.
               -¿Para qué?
               -Nos vamos a marcar un simpa.
               -¿¡Es broma!?
               -Ya podía, pero no.
               -¡¡Alec!!
               -Calla y escucha, niña rica-ordenó-. Ahora estás en la calle, y tienes que hacer caso a la sabiduría de la calle. Vas al baño. Esperas ahí. Luego voy yo a buscarte, y salimos corriendo.
               -No va a funcionar-insté yo, mirando en derredor como si esperara que alguien saltara con una motosierra para empezar a segar cabezas.
               -¿Por qué?
               -La puerta está enfrente de la barra-señalé. Alec se giró para comprobar lo que decía, y confirmó que tenía razón. No parecía haber otra salida que no fuera la principal, salvo, quizá, la de la terraza inferior…
               Supe que habíamos llegado a la misma desesperada conclusión cuando me miró y me preguntó:
               -Oye, no te has hecho fotos desde abajo, ¿no?
               -No.
               -Vamos a hacernos un par; seguro que la vista es un poco diferente.
               Nos levantamos con disimulo. Me latía el corazón a mil, me sudaban las manos, y estaba segura de que la presión que notaba en mi vientre no era excitación, precisamente. No entendía cómo Alec podía disimular tan bien, parecía un maestro del robo. Se levantó con naturalidad, se tiró de las mangas de la camisa, como preparándose para otra sesión de fotos, y recogió su móvil. Miró la hora y torció la boca, pensativo, mientras yo me ponía la chaqueta y me acercaba a él. Rodeándome la cintura con los hombros, me llevó hasta la barandilla, y sin mirar en derredor, como no dejaba de hacer yo, me empujó disimuladamente hacia las escaleras.
               -Deja de comportarte como si estuvieras robando un diamante de la cámara de las joyas de la Corona.
               -Mi madre es abogada, ¿sabes? No me educaron para que me saltara la ley. No tengo por costumbre hacerlo, llámame loca.
               -Ya le irás pillando el tranquillo-susurró, sacándose el móvil del bolsillo de la camisa y esperando para que me colocara en la barandilla.
               -¡No quiero pillarle el tranquillo!-siseé.
               -Gírate un poco más a la derecha…-me pasé una mano por el pelo, siguiendo sus indicaciones, como si estuviera posando para las fotos. Por el rabillo del ojo, vi que los camareros pasaban por nuestra mesa, miraban en todas direcciones, y, al dar con nosotros en la terraza inferior, nos dejaban a nuestro aire.
               Comprobé que no había puerta de salida. Mierda. Estábamos atrapados.
               -Guapísima-sentenció Alec-. ¿Vamos?
               Le cogí la mano y subí de nuevo las escaleras, procurando comportarme como si no estuviera a punto de convertirme en una criminal. Alec incluso inclinó la cabeza a modo de saludo a uno de los camareros que se encontraban en la barra, y que, afortunadamente, no nos habían atendido. Me franqueó la salida dejándome pasar, y de nuevo, con su mano en la mía, me condujo hacia la parada del bus.
               -Por favor, Señor, que no se den cuenta…-musitaba en voz baja, como si fuera un mantra. A mí me daba demasiada vergüenza ponerme a rezar, pero no sería por falta de ganas.
               Justo cuando estaba a punto de respirar relajada, creyendo que nos habíamos escaqueado, escuchamos un grito a nuestra espalda. Debía de estar como a 50, o quizá 75 metros.
               -¡Eh! ¡Un segundo!
               -Mierda-instó Alec-, ¡CORRE!-me chilló, y echó a correr aún con mi mano en la suya. Por la fuerza con la que salió disparado, y la velocidad, y mi precario equilibrio, trastabillé por culpa de los tacones.
               -¡Alec, NO PUEDO CON LOS TACONES!-grité, aterrorizada. Genial. Iban a pillarnos, nos iban a mandar a la cárcel, y nos perderíamos el concierto. A la mierda la sorpresa de Alec.
               -¡QUÍTATELOS!
               -¿Y SI HAY CRISTALES?-chillé, aterrorizada, sintiendo cómo los pasos se acercaban a toda velocidad a nosotros.
               -LA MADRE QUE ME… VEN-ladró, cargándome sobre sus hombros como si fuera un saco de patatas y echando a correr a todo lo que daba calle abajo, en dirección a otra parada del bus.
               Justo en ese momento, el autobús que habíamos perdido por estar haciéndonos fotos en la terraza inferior, apareció en la esquina. Alec me dejó en el suelo y yo, con el corazón en la boca, apenas pude sostenerme en pie. Me rodeó la cintura con un brazo para que no me cayera, y con los ojos fijos en la figura que bajaba corriendo tras nosotros, esperamos a que el vehículo se detuviera justo enfrente.
               Montamos a toda velocidad, yo rezando en silencio para que el conductor arrancara pronto, y Alec preocupado de atraer su atención preguntándole por el itinerario para ir hasta una calle que acababa de inventarse mientras el vehículo retomaba la marcha.
               Me senté en una de las filas de asientos del final del autobús, y aun temblando, miré por la ventana. Vi a la silueta de la figura llegar a la marquesina y quedarse allí plantada, gesticulando. En cuanto llegáramos al hotel, buscaría información del bar en el que habíamos estado y les enviaría una transferencia por importe de 50 euros, por las molestias causadas.
               Alec vino a sentarse conmigo en el momento justo en que el bus giraba por otra calle y la figura se perdía de vista.
               -Podrás decir muchas cosas de mí-comentó-, pero no que soy aburrido-y se echó a reír.
               Intenté no reírme, pero francamente, me resultó imposible. Así que, en lugar de echarle la bronca por no haber intentado recurrir a la vía diplomática, agité la mano en el aire y contesté:
               -No sé yo si The Weeknd conseguirá superar lo de hoy.
               -Lo dudo-respondió, inclinándose para besarme, borracho literalmente y también de adrenalina. Me dejé besar, porque el subidón de sus besos era algo a lo que aún no me había acostumbrado, pero que sí podía controlar.





¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺


1 comentario:

  1. VAMOS POR PARTES.
    Punto número, no sé porqué pero es que tenía tan claro desde que empezamos a hablar de cuando escribieras los capítulos de Barcelona que los pondrías a follar en el vuelo que es que he chillado de puta satisfacción jsjsjsjsjs.
    Me ha encantado mucho la parte en la que reflexionan sobre el punto en el que están ahora en su relación y sobre todo lo que respecta al tema del sexo y como han comentando entre ellos sus preocupaciones y temores. Me encanta como la reflexión de Sabrae de que su relación va cambiando y mutando con el tiempo es algo totalmente visible en la historia, no puede ser más cierto. Empezaron siendo extremadamente sexuales y ahora dan importancia o prioridad a otros aspectos y es super sano la forma en la que se enfrentan a esos cambios.
    La parte del simpa me ha hecho muchísima gracia solo por el simple hecho de imaginármelos correr como alma que lleva el diablo.
    Por último hacer hincapié en lo cerda que eres haciendo pequeños guiños constantes durante el capítulo al accidente. No sólo te has puesto a contar lo que pretenden hacer después del viaje sino que con tus dos ovarios has escrito esto “Tienes más posibilidades de sufrir un accidente con la moto que en un avión” y te has quedado tan tranquila. ����

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤