Su
sonrisa, igual que una enfermedad, resultó tremendamente contagiosa. Nuestros
dientes se chocaron un par de veces mientras iba asumiendo, poco a poco, lo que
estaba pasando.
Habían pasado unas semanas desde
la primera actuación de Scott y el resto de la banda; semanas en las que,
religiosamente, mi casa se atestaba de gente el día en que se emitía el
programa. Tras cumplir con nuestro trabajo de apoyo social, en el que la
estrella en redes era yo subiendo historias pidiendo el voto para mi hermano,
los Nueve de Siempre (o lo que quedaba de ellos) se iban a sus casas,
acompañando a mis amigas, para darnos a Alec y a mí un poco de intimidad en el
salón de mi casa, que sentía tan suya ya como mía. Él se pasaba las tardes
trabajando, cogiendo todos los turnos que podía para conseguir más y más
dinero, y había conseguido gestionarse los adelantos de manera que pudiéramos
ir a una discoteca pija de la que nos habían salido anuncios en nuestras redes
sociales.
Después
de trabajar, siempre se pasaba por casa para ver cómo estaba. Habíamos pasado
de hacerlo con muchísima urgencia, sin poder resistirnos a la presencia del
otro, a empezar a acostarnos de forma un poco más espaciada. Me habría
preocupado de la bajada en nuestro nivel de libido si no lo hubiera comentado
él mismo, diciendo que nunca se había sentido así... y que le gustaba disfrutar
igual de arrumacos que de un buen polvo. Yo sentía que nuestra relación acababa
de pasar a la siguiente fase, ya asentados los polvos (nunca mejor dicho) que
nos permitían echar un vistazo más allá del horizonte. Y me encantaba, porque
le sentía muy mío. Le sentía muy mío y yo me sentía muy suya y la herida dejada
por Scott ya no supuraba, sino que sólo me daba unos pinchacitos de advertencia
cuando, duchada y con el pijama, me metía en la cama de mi hermano con mis
hermanas, alargando en la medida de lo posible el aroma que poco a poco se
desvanecía.
Por
suerte, Scott vendría a casa a pasar unos días, y la cama recuperaría la
esencia a él que tanto estábamos explotando nosotras. En el programa les habían
dado una semana de descanso, y después de mucho deliberar entre el grupo, nos
habían dicho que finalmente se irían de vacaciones a un pequeño pueblecito de
Ibiza, en el que nadie sabía quiénes eran y podrían relajarse. Aunque me dolió
un poco pensar que tendría menos tiempo a mi hermano, lo cierto es que le
comprendía: el programa había supuesto un subidón en su popularidad tal que
todos los días era parte de alguna tendencia en Twitter, le subían varios
millones de seguidores en Instagram, y se quedaba metido en el edificio del
concurso todo el tiempo que podía; los paseos por Londres eran cosa del pasado.
Scott era una estrella y necesitaba un lugar en el que saliera de nuevo el sol
para no tener que liderar el cielo y así poder recargar las pilas.
Así
que, mientras yo volaba hacia Barcelona, Scott se ponía moreno en una playa de
Ibiza, tirado a la bartola sin hacer absolutamente nada, cuando yo me disponía
a vivir uno de los fines de semana más intensos de mi vida. No porque fuera con
Alec, que también, sino porque tenía pensado aprovechar el viaje al máximo, lo
cual incluía, evidentemente, disfrutar de las vistas que la ventana del avión
me ofrecía.
-¿Intentas
distraerme de la ventana?-pregunté, riéndome, y separándome un poco de Alec
para poder respirar. Aunque el ambiente cargado de ese oxígeno casi artificial
solía resultarme asfixiante, el hecho de que él estuviera a mi lado mejoraba la
situación, como siempre. Cuando se presentó en mi casa con la bolsa de viaje al
hombro (pues él era un Macho™ que se las apañaba mejor cargando con algo que
llevando una “ridícula maletita”, como se refirió a mi equipaje, con lo que se
ganó un puñetazo bien fuerte en el antebrazo), vestido con una de sus
infalibles camisas con el último botón sin abrochar, me había costado bastante
concentrarme en ir al garaje sin ponerme a olisquearlo. Olía genial. Se había
echado más colonia de la usual, “por si acaso”, lo que traía a mis hormonas por
la calle de la amargura.
Alec
sonrió, relamiéndose los labios, y de nuevo sentí que me mareaba. Si toda mi
vida iba a ser así, me moría de ganas por vivirla. Le acaricié el mentón con la
yema de los dedos.
-Te
dije que no te dejaría disfrutarla-me recordó, apartándome un mechón de pelo de
la cara. Y era verdad. En todos los viajes había peleas y rifirrafes, y
nosotros no íbamos a ser la excepción, siendo tan pasionales como éramos ambos.
Después de pasar los controles, nos dirigimos al trote a la puerta de embarque,
con mis rizos golpeteando en mi espalda de la misma manera que lo hacía la
bolsa de Alec en su cadera. Una de las cosas que detestaba de Heathrow era el
poco tiempo que te daban para dirigirte a tu puerta una vez se anunciaba en los
paneles, con lo que siempre íbamos con prisas.
Empecé
a sospechar cuando Alec se colocó delante de mí en la cola, algo que jamás le había visto hacer salvo si
sospechaba que había un peligro. Su caballerosidad era más fuerte que su
egoísmo, pero su instinto protector era incluso más intenso que su
caballerosidad, así que cada vez que notaba que algo podía torcerse, se
interponía entre el peligro y yo con tanta maestría que cualquiera habría dicho
que era un guardaespaldas profesional. Entonces, ¿qué peligro podía haber para
que Alec se pusiera delante de mí? Ni que las azafatas fueran criaturas
impredecibles. De hecho, eran de mis seres preferidos en el mundo.
Y mis
sospechas se confirmaron cuando entró en el avión antes que yo.
-No
estarás intentando usurparme el asiento de la ventanilla, ¿verdad?-pregunté
mientras caminábamos lentamente entre los cuerpos apretujados, deteniéndonos de
vez en cuando para permitir que otro pasajero tomara asiento o terminara de
cargar el equipaje.
-¿Quién?
¿Yo?-preguntó él-. ¿Tan mala opinión tienes de mí?
Pestañeé.
-Entonces,
¿por qué me has pasado por delante?
-¿Lo
he hecho?-inquirió, mirándome de reojo-. No me había dado cuenta.
Ayudó
a un trío de chicas a subir sus “ridículas maletitas” a los compartimentos
superiores, cosa que ellas le agradecieron aleteando en su dirección con las
pestañas y comiéndoselo con los ojos. No me dedicaron más que una mirada. A
juzgar por mi maquillaje tan sutil y mi juventud, sólo podía ser una amiga
suya. O, quizá, su hermana adoptiva. ¿Quién sabe? Las adopciones estaban en
auge.
-Mira
el billete que tienes en la mano-le indiqué-. ¿Qué lees?
-London
Heathrow-Barcelona El Prat de… ese sitio.
-Más abajo-puse los ojos en blanco.
-Alec
Whitelaw, fila 9, asiento B.
-¿Sabes
cuál es el B?
-Intenta
quitarme el sitio de la ventanilla-me amenazó-. Vamos. Me pelearé contigo por
las vistas si hace falta.
-¿Qué
asiento tienes? B de burro.
-Sí,
B de burro por aguantarte-gruñó, metiendo su bolsa de deporte en el
compartimento y corriendo a sentarse en el lado de la ventanilla.
-¡Alec!
-¡Hay
que estar espabilada en la vida, Sabrae!
-¿De
verdad me vas a…? ¡Apenas llego a tocar el compartimento, ¿cómo se supone que
voy a guardar mi equipaje?!
-Búscate
la vida-replicó, cruzando las piernas de modo que su tobillo derecho se anclara
sobre su rodilla, y se sacó el móvil del bolsillo-. Parece que no soy tan
burro, ¿eh?
-Perdone,
señorita-me dirigí a una de las azafatas, de uniforme azul marino y labios
granate-, ¿le importaría echarme una mano…? No llego al compartimento y,
además, hay un chico muy maleducado sentado en mi sitio.
-¿Me
deja ver su billete, caballero, por favor?-le pidió la azafata en una
entonación musical que me recordaba un poco al deje con el que hablaban en
Italia. Alec me fulminó con la mirada, se levantó, metió mi “ridícula maletita”
en el compartimento y esperó a que yo tomara asiento del lado de la ventanilla
antes de ocupar su lugar. A modo de venganza, cuando la azafata se dio la
vuelta para ayudar a una pareja de ancianos, estiró la mano y bajó la
ventanilla a toda velocidad.
-¡Eh!
-No
puedo creerme que me hayas echado a la azafata.
-En
el amor y en la guerra todo vale, Al-ronroneé, acariciándole la mano.
-Eres
mala persona, Sabrae. No creí que fueras tan cabrona. ¿Por eso corriste como
una bala al mostrador de facturación? ¿Para que te dieran a ti el asiento de
ventanilla?
-Me
sorprendió que no protestaras, ¿te has dado cuenta ahora?-me eché a reír-. Sí que
eres un pelín bobo…-le palmeé la cabeza y Alec gruñó.
-Olvídate
del triángulo de Toblerone que te prometí. Y ya veremos si follas este fin de
semana-en ese momento, una mujer de pelo rojo se quedó plantada en el pasillo
con los ojos muy abiertos. Alec y yo la miramos y sonreímos. Vaya, qué buena
impresión acabábamos de hacerle a nuestra compañera de asiento.
Ni
siquiera esperó a que despegáramos para pedirle a la azafata cambiarse de lugar
con el pretexto de que se mareaba, aunque yo estaba bastante segura de que
tenía miedo de que nos diera por reconciliarnos practicando sexo delante de
ella, o puede que le preocupara más aún que siguiéramos peleándonos y
termináramos llegando a las manos.
Sin
embargo, ni siquiera nos habíamos llegado a picar en serio. Mientras los
motores del avión aceleraban con las ruedas aún clavadas en la pista, me
incliné para darle un beso a Alec, que había apoyado la nuca en el
reposacabezas de su asiento y trataba de controlar su respiración.
-No
me habías dicho que te daba miedo volar.
-Y no
me lo da. Es sólo que no me gusta el… despegue-jadeó en voz baja cuando el
avión salió disparado hacia delante. Yo me reí por lo bajo, le cogí la mano, y
le acaricié los nudillos con la yema de los dedos mientras nos elevábamos en el
aire. No se me escapó la manera en que apretó mi abrazo en torno a sus dedos
cuando el avión pareció caer unos cuantos metros mientras ascendía, e incluso
le escuché exhalar sonoramente, intentando tranquilizarse. Me volví para
mirarlo-. ¿Vas bien?-parpadeó en mi dirección-. Oye, entiendo que es una
sensación un poco desagradable, pero, ¡no te preocupes! Tienes más
posibilidades de sufrir un accidente con la moto que en un avión. De hecho, me
sorprende que te dé miedo volar cuando te juegas la vida todos los días en la
moto.
-La
moto la llevo yo-contestó, y yo arqueé las cejas.
-¿No
te fías del piloto?
-¿Cómo
sabemos que no se ha entrenado para este vuelo jugando al GTA?-fue su
contestación, y yo me reí.
-Estoy
bastante segura de que no funciona así, pero, aunque lo fuera… ¿no sería un
puntazo que hiciera un looping en el
aire?-fingí entusiasmo, lo cual pareció relajarlo un poco-. ¡Montaña rusa y
viaje internacional, todo en uno!
Exhaló
una risita tímida y, por lo menos, despegó la cabeza del asiento.
Así que
los besos que me dio cuando dejaron que nos soltáramos en parte eran de
entusiasmo por nuestra aventura conjunta, y en parte como agradecimiento por
haberlo tranquilizado en el aire. Suerte que a Scott también le dieran miedo
los aviones, sin importar la asiduidad con que los cogíamos: me había supuesto
un entrenamiento perfecto. Incluso cuando nos pasábamos más tiempo en aviones
en un año que el resto del mundo en toda su vida, a mi hermano le seguía
resultando tremendamente desagradable la sensación de danza en el vientre cada
vez que los aviones despegaban, y se aferraba con fuerza a los reposabrazos de
los asientos cuando había turbulencias que amenazaban la estabilidad del
aeronave.
-Por
fin solos-ronroneó como un gatito, con esa preciosa sonrisa suya, la que
esbozaba cuando era inmensamente feliz, como si el resto del mundo no importara
y jamás le hubieran hecho daño. Era la sonrisa que esbozaba cuando se daba cuenta de que estaba hecho de oro puro,
el más preciado, sin ningún tipo de defecto ni mezcla con otra sustancia que le
hiciera perder su valor; tampoco proyectaba sombra, como el ser de luz que era.
Me dio otro largo beso a modo de celebración, en el que sonreímos ambos al
sentir la felicidad manando de nuestros cuerpos y corriendo a mezclarse en el
punto en que estábamos unidos, como una poción mágica hecha de luz de luna
líquida y esencia de arcoíris.
Sí,
estábamos solos. Puede que el avión estuviera lleno de gente, pero a medida que
el avión flotaba por encima de las nubes, surfeándolas con tranquilidad, yo
sentía que nos íbamos despojando de las ataduras que, aunque pocas, aún nos
pesaban estando en casa. A más distancia entre Londres y nosotros, mayor
libertad para hacer lo que quisiéramos. Incluso siendo yo quien era y teniendo
las posibilidades que tenía de que me reconocieran (más incluso ahora, cuando
mi hermano se estaba haciendo con su propio club de fans independiente del de
mi padre), florecía en mí esa libertad propia de estar de paso en un lugar en
el que absolutamente nadie te conoce, y por lo tanto no podrán atormentarte con
la vergüenza que supone recordar las locuras que hiciste, borracha en esa
liberación.
Así
que me harté a devolverle con ganas los besos que él me regalaba, como si
estuviéramos en una especie de competición. Me daba absolutamente igual el
resto de pasajeros; podían estar grabándonos, pasando de nosotros o lanzándonos
miradas reprobatorias, que me resbalaba completamente. Ignoraba a todos por
igual: a los que entreteníamos con nuestro espectáculo de amor adolescente
(porque Alec todavía no había pasado a poner un dos en el principio de su edad,
así que yo seguía considerándolo un adolescente por mucho que ya pudiera votar,
y hacer el resto de cosas que procedían a los adultos), y a los que causábamos
malestar al recordarles que estaban solos, y que lo nuestro era muy raro de
encontrar, por no decir prácticamente imposible.
Le
acaricié el pelo, enredando los dedos en los rizos de su nuca y haciendo que su
respiración se agitara más que las corrientes de aire que sostenían el avión
por encima de las nubes. Me había dicho que la semana que viene se lo cortaría,
que no iba a hacerlo esa misma semana porque le gustaba cómo lo tenía y quería
salir guay en el millón de fotos que nos haríamos, en parte porque yo ya le
había amenazado con ello, y en parte porque le hacía ilusión. Me había dado
cuenta de lo mucho que le gustaba que le enfocara cuando estábamos juntos y a
mí me daba por subir una historia, pero no por la atención que eso atraía hacia
sus redes, sino porque le hacía sentirse tremendamente bien. Convertía lo
nuestro en algo más real, serio y tangible. Era una manera que tenía de
escucharme decir “te quiero” sin que yo tuviera que verbalizarlo: viendo su
cara en mis redes sociales, acompañada de corazones, tonterías que sólo
comprendíamos nosotros y una oleada de comentarios alabando la buena pareja que
hacíamos.
Es
por eso que quería estar genial, porque ya no sólo iba a salir en su perfil de
Instagram, sino también en el mío, e incluso puede que en cuentas que no tenían
nada que ver con nosotros dos. Yo le había llamado presumido cuando me lo
explicó, e incluso bromeé con que era un pijo, tanto que me lo llamaba a mí por
gustarme vestir bien, ir perfectamente conjuntada y lo bastante guapa para
dejarlo sin aliento (como si no me adorara tanto que incluso llevando un saco
de patatas le dejaría sin aliento, igual que él a mí); además de, por supuesto,
un chulo, a lo que me había respondido que eso era parte de su encanto y la
razón principal de que estuviera loca por él. Me había guiñado un ojo y se
había reído cuando yo le pedí por favor que me dejara acompañarle a la
peluquería. Me daba lástima que se desprendiera de su matita de pelo
algodonoso, nubes de azúcar rizadas espolvoreadas de cacao en polvo. Me encantaba
pasarle los dedos por el cabello, sin importar la situación: estando en casa,
acurrucados en el sofá; paseando por la calle y chinchándonos, o durante el
sexo. Él me había dicho que sólo se cortaría las puntas, que no iba a raparse
al dos como había hecho mi hermano cuando trató de dejar a Eleanor, y cuando yo
le puse ojitos, me dijo que por supuesto que podía acompañarle. Como siempre,
era incapaz de decirme que no, lo cual hacía que fuera cada vez más difícil
para mí resistirme a la única petición que me había hecho. Ya ni siquiera era
mi corazón lo que estaba en juego. Me lo rompería en el momento en que se
subiera solo al avión que lo llevaría a Etiopía, y más ahora que sabía que se
ponía nervioso durante el despegue y no tendría a nadie que le diera la mano y
bromeara con él para tranquilizarlo.
Mi
pobre niño, solo en un continente que no le pertenecía, rompiéndonos el corazón
a ambos en cientos, miles de trocitos; uno por cada kilómetro que habría entre
nosotros.
-Qué
guapo eres-susurré, admirada. Puede que su padre hubiera sido un cabrón, mala
persona, y que su madre ya viviera con miedo cuando le hicieron, pero… madre
mía. Las flores que brotan en la adversidad realmente son las más hermosas de
todas. Qué carita tenía. Le tenía delante, y ya le estaba echando de menos. Le
tenía delante y no me bastaba con lo cerca que estábamos. Podía sentir su
respiración acariciando mis mejillas, deslizándose por mi boca y colándose en
el espacio entre mis labios para incrustárseme directamente en el corazón, y
aun así, daría lo que fuera por ser aire y poder acariciarlo completamente.
Cuánto
iba a echarlo de menos. De menuda forma iba a morirme de pena en el momento en
que él se subiera a ese avión que le llevaría a crecer como persona. Cómo iba a
revivir cuando regresara un año después. Qué larga se me iba a hacer la espera,
y cómo iba a saber que cada segundo merecería la pena, incluso mientras
pasábamos ese año separados.
Justo
cuando pensaba que mi pequeño cuerpo no podría tolerar ni un miligramo más de amor,
Alec sonrió. Y yo me derretí.
-Seguro
que me quieres por eso-respondió en voz tan baja que me sorprendió oírle por
encima del ruido del aire acondicionado, los pasajeros desabrochando sus
cinturones y los tacones de las azafatas por el suelo alfombrado del pasillo.
Era increíble cómo Alec conseguía que un aparato hecho de toneladas de hierro
producto de algo tan artificial y poco romántico como la ciencia fuera el lugar
más mágico del universo. Ni siquiera una playa paradisíaca en cuyo mar de aguas
cristalinas se reflejara la puesta de sol de color melocotón tendría tan
hermoso romanticismo.
-Yo
no he dicho que te quiera-respondí, riéndome. Sentía la cabeza embotada; los
sentidos, atontados. Tenerle tan cerca me hipnotizaba.
-Tampoco
has dicho que no-contestó él con cierta socarronería, alzando las cejas y
dedicándome esa sonrisa torcida tan deliciosa. Porque sabía que era verdad.
Lo
que más me ilusionaba del viaje era verlo cumplir su sueño con la sorpresa que
le tenía preparada; no estar solos, ni el concierto. Quería verle sonreír,
feliz, tachando con ganas algo de su lista de deseos. Eso sí era amor, del tipo
que te llevaba a rasgar en dos partes los acuerdos prenupciales que te
proponían, como había hecho papá con mamá, porque un sentimiento así es pura
energía, y como toda energía, ni se crea ni se destruye.
Pero
sí puede liberarse en una violenta oleada, que era lo que estaba pasando entre
nosotros dos. Nos conocía lo suficiente como para saber que estábamos a punto
de pasar la frontera invisible entre los besos sin más, enrollarse por
enrollarse, y los preliminares. Y, por mucho que no me importaran los demás
pasajeros, no quería que Alec y yo llegáramos a ese punto de no retorno en que
decidíamos arrancarnos la ropa y hacerlo. A mamá no le haría gracia tener que
pasarse una semana entera litigando con los sitios de pornografía en Internet
para conseguir que quitaran un vídeo de su hija mayor de su plataforma, sobre
todo porque las opciones de descarga de aquellas webs harían imposible que Alec
y yo recuperáramos nuestra intimidad.
De
modo que le di un suave toquecito en la zona bajo el arco de Cupido con la
punta de la lengua y me separé de él.
-¿Te
parece si repasamos el planning del
viaje?-sugerí, sabiendo que eso le cortaría el rollo inmediatamente, como
efectivamente sucedió. Alec gruñó, se retiró un poco hacia su asiento,
dejándome espacio para poder respirar un aire que no estuviera contaminado con
sus feromonas y así pudiera aclarar mis ideas, y reposó de nuevo la nuca en el
asiento. Inhaló profundamente por la nariz y espiró varias veces, intentando
tranquilizarse. Se frotó los ojos y asintió despacio con la cabeza, ignorando
el bulto en sus pantalones, cuyo primer impulso cuando lo vi fue el de
acariciarlo. Por suerte, él también había llegado a la misma conclusión que yo:
no estaría bien ponernos manos a la obra en ese momento.
-Vale,
nena-jadeó con voz ronca, y mi visión periférica captó a las chicas del otro
lado del pasillo, a las que Alec había ayudado con el equipaje, girarse y mirarlo
con ojos hambrientos. No era la única que respondía a la llamada de la voz de
Alec, al parecer. La verdad, no podía culparlas: si le hubiera escuchado
utilizar esa voz en mi preadolescencia, es bastante posible que hubiera ido a
por él. Mi yo de 12 años se habría masturbado reproduciendo esa voz en bucle;
el de 13, habría ido a por él descaradamente, y puede que el de 14 incluso le
habría entregado su virginidad a él.
Incluso
cuando le siguiera considerando un gilipollas (cosa que me había seguido pasando
incluso cuando mi mente perdía el rumbo en su dirección), Alec me atraería no
como la luz a una polilla, sino como un agujero negro supermasivo a un
minúsculo planeta. Yo no podría haber hecho nada para resistirme a su tirón
gravitacional.
Me
saqué el cuaderno de hojas blancas y lomos encuadernados en negro la pequeña
mochila en que llevaba mis efectos más personales y lo abrí. Pasé la cara
interna de la muñeca por el punto de unión entre las hojas, estirándolo para
que no se cerrara, y golpeé con la punta del boli sobre las tareas que tenía
marcadas.
-Vale,
a eso de la una aterrizamos…
-Mmm…-consintió
Alec, con los ojos fijos en la pantalla de la parte delantera del avión, donde
bailaba el logo de la aerolínea. Preguntó por qué no íbamos en metro, como
habíamos hablado, cuando yo mencioné la línea de autobuses, pero asintió con la
cabeza, dócil, cuando le expliqué que no había línea directa y tendríamos que
hacer trasbordo.
-Lo
cual sería un poco incómodo con mi “ridícula maletita”-bufé, y él me miró,
riéndose.
-No
pensé que te fuera a ofender tanto que me metiera con tu maleta.
-Mi
maleta es preciosa-protesté, pues era cierto. Me la habían regalado para mi
último cumpleaños; de tamaño de cabina para que no tuviera que separarme nunca
de ella, tenía el estampado de un mapamundi antiguo, con las palabras “going places” escritas en el centro en
una caligrafía que me recordaba mucho a la escritura estadounidense.
-Siento
haber herido los sentimientos de tu pobre maletita-Alec me palmeó la rodilla y yo
le fulminé con la mirada, no sé si porque se estaba metiendo conmigo o porque
sus dedos eran cálidos en mi piel, y quería que subiera y me acariciara la
entrepierna, cosa que no podíamos hacer.
Seguí
recitando el itinerario, sitios que podíamos visitar, lugares en los que poder
tomar algo (tenía bien controlados los Starbucks de la zona, sólo por si acaso)
y los lugares a los que podíamos ir por la noche, después de la sesión de
turismo.
-Si
hace bueno, incluso podemos ir a la playa. He estado mirando el pronóstico y
dan calorcito, así que me he traído el bikini. ¿Metiste el bañador, como te
dije?
-Creo
que sí. Si no, me baño en gayumbos. O en bolas. No pasa nada-se encogió de
hombros y yo parpadeé.
-No
creo que te dejen bañarte en gayumbos, Al. Probablemente te detengan.
-¿Por
estar demasiado bueno?-se cachondeó-. Pobre de mí, no duraría ni cinco minutos
en la cárcel.
Puse
los ojos en blanco.
-Eres
tontísimo.
-Vale,
Sabrae. Has hecho un excelente trabajo planificando minuto a minuto lo que
vamos a hacer el finde, pero veo un problema-clavó sus ojos castaños en mí-.
¿Cuándo se supone que vamos a follar?
-A
eso no le he puesto horario.
-No
se te habrá olvidado-Alec me miró con suspicacia, entrecerrando los ojos-. Mira
que eso es igual de importante que ver los edificios esos de Gandhi.
-Es
Gaudí-puso los ojos en blanco y sacó la lengua, enfurruñándose, así que le puse
una mano en el brazo-. Al, no te estreses. Podemos volver a Barcelona más
veces, pero nuestro primer viaje siempre será nuestro primer viaje. ¿No quieres
que sea especial?
-Espero
que no necesites en serio que te diga qué puedes hacer para que sea especial.
-Para
pasarnos todo el fin de semana en la cama, podríamos habernos quedado en
Londres. En el Savoy, por ejemplo-alcé una ceja-. Claro que, entonces, no
veríamos a The Weeknd…
Alec
arrugó la nariz.
-¿Qué
preferirías? ¿Pasarte el fin de semana follando conmigo o ver a The Weeknd en
concierto?
-Me
estás ofendiendo, Sabrae. ¿Sabes cuánto tiempo me lleva gustando The Weeknd?
Prácticamente desde que nací. Lo tengo quemado. A ti, en cambio, podría estar
follándote dos semanas enteras y no cansarme aún.
Me
eché a reír.
-Te
lo compensaré por la noche, te lo prometo-ronroneé, inclinándome para besarle
en la mejilla mientras le acariciaba el dorso de la mano.
-Eso
es lo que yo quería oír. Porque por “noche” quieres decir… cualquier hora del
día, ¿verdad? Por favor, di que sí. O abro la ventanilla, y salto.
-No
cabes por ahí, tienes la cabeza muy grande.
-También
tengo otras partes de mi cuerpo muy grandes, y sabes bien que caben en sitios
más bien pequeños-me guiñó un ojo, echándose
a reír, y yo le di un manotazo.
Repasados
nuestros planes para el fin de semana, Alec sacó sus auriculares y, tras
ofrecerme uno y yo rechazarlo con el pretexto de que me apetecía leer un poco
(me estaba encantando el libro que tenía entre manos, pero sabía que no tendría
mucho tiempo, ni tampoco ganas, de leer en cuanto aterrizáramos, así que debía
aprovechar), se puso a escuchar música mientras yo me reclinaba contra él,
cruzaba las piernas y me entregaba a la lectura. Giró la cabeza para colocar la
barbilla sobre la mía, con los ojos fijos en las vistas que teníamos por la
ventanilla.
-¿Quieres…?-pregunté,
señalando mi asiento. Él negó con la cabeza.
-Estoy
bien así.
Me
pasó un brazo por la cintura, y yo le cogí el que tenía libre y me dediqué a
besarle la cara interna mientras mis ojos saltaban de una línea a otra. Alec
sonreía. Lo notaba en su manera de respirar y en la ligera presión que su
mandíbula ejercía en mi cráneo: parecía más concentrada en la parte delantera.
Cuando
se cansó de escuchar una de sus múltiples listas de reproducción, sacó el iPad
y se puso a ver una serie. Automáticamente, le coloqué el brazo en el regazo y
él, como teníamos por costumbre (desde que había empezado a acompañarme a la
biblioteca, se había acostumbrado a llevar el iPad y a sentarse a mi izquierda,
para que yo pudiera hacer esquemas y demás mientras él me daba besitos en la
cara interna del brazo), entrelazó sus dedos con los míos y se acercó mi piel a
la boca, para empezar con el ritual de besitos que hacía las delicias de
cualquiera que nos viera, independientemente de que fueran detractores de uno
de los dos: mis amigas, los amigos de Alec o nuestros archienemigos.
Me
estremecí de pies a cabeza, como siempre, y como siempre noté que mi
entrepierna empezaba a abrirse, floreciendo como un capullo primaveral con la
salida del sol. Abandonando la lectura, que no era tan interesante como lo que
estaba viviendo, me giré para mirar a Alec. Me permitió admirar un segundo su
mentón, la línea recta de su nariz, los mechones de pelo que le caían sobre los
ojos, y luego, de nuevo, su deliciosa mandíbula y la nuez de Adán de su cuello,
antes de girarse y devolverme la mirada.
-¿Qué?-preguntó
con suavidad. Negué con la cabeza, y estaba a punto de volver a mi libro,
cuando algo más allá de Alec captó mi atención. Las chicas. Sus vecinas de
pasillo, con los móviles en la mano, haciéndose fotos las unas a las otras en
posturas sospechosamente exageradas.
Sonará
a cuento chino, pero lo cierto es que nacer en una familia famosa hace que
desarrolles un sexto sentido para saber cuándo te están haciendo fotos
clandestinas. No tenía ese talento tan desarrollado como Harry, que parecía
capaz de encontrar a un paparazzi, aficionado o profesional, a kilómetros de
distancia, pero sí había vivido aquella situación las suficientes veces como
para saber que los objetivos de aquellas fotos no eran las amigas, sino alguien
a quien no conocían.
Por
primera vez en mi vida, la víctima en aquella sesión de fotos clandestina no
era yo.
Era
Alec.
Lo
sabía, por la forma en que el objetivo de la cámara se inclinaba ligeramente
para enfocar exactamente el punto en el que estaba sentado él. Tranquilo,
relajado, disfrutando de la vida. Noté que un fuego abrasador estallaba en mi
interior, por dos motivos.
El
primero, más noble y sano, era que Alec no había pedido que invadieran su
privacidad de aquella forma. Yo tampoco, pero sabía que eran gajes del oficio:
mi apellido conllevaba atenciones en ocasiones indeseadas, pero había que
aguantarse. Desde luego, mi situación no era ni de lejos como la de papá, pero
incluso cuando no éramos comparables, yo no protestaba. Me daba absolutamente
igual el destino de las imágenes, porque en cierto sentido, consideraba que me
merecía que me pasara aquello. Alec, no. Alec sólo había cometido el error de
enamorarse de una “famosa”, si es que me podían considerar así, y dejar que
ella presumiera de él en redes, haciéndolo conocido y atrayendo la atención de
miles de personas que, de lo contrario, jamás habrían sabido de su existencia.
Y el
segundo, naciente de mi parte más posesiva, se debía a los celos. Porque, en el
fondo, sabía que aquellas chicas no le estaban haciendo fotos a Alec por ser
“el novio de Sabrae Malik”. La manera
en que me habían mirado (es decir, absolutamente nula) me había inducido a
creer que ni se habían fijado en mí, ni habrían sabido quién era yo de haberlo
hecho. De modo que era Alec quien verdaderamente les interesaba, ¿quién podía
culparlas? Pero había un problema.
Por
mucho que Alec fuera una persona, y no pudiera pertenecerle a nadie… Alec era mío. Y que tuvieran el descaro de
disfrutar de él de aquella manera, haciéndole fotos desprevenido, me enfadaba y
me ponía celosísima a partes iguales. Descubrí, para mi sorpresa, lo
increíblemente posesiva que podía llegar a ser. Supongo que, al dejar atrás mi
hogar, también estaba dejando atrás mi civilidad.
Me
daba absolutamente igual. Lo que quería era que pararan. Tanto de invadir su
privacidad, como mi espacio. Se siente,
chicas, pensé, dejando mi libro en la cestita del asiento delantero, está cogido.
Así que me incliné hacia él,
abandonándome a mis instintos más primarios, y empecé a mordisquearle el
cuello. Disfruté al darme cuenta de que, en cuanto yo entré en acción, las
chicas dejaron de tomarle fotos. Supongo
que no es tan guay tener fotos de un cañón cuando hay otra chavala pasándole la
lengua por la piel.
Supe
que no había vuelta atrás en cuanto mis labios tocaron el punto en que su
mandíbula se unía a su cráneo. Le di un suave mordisco en la piel y él se
estremeció.
-¿Sabías
que es la primera vez que viajo sin mis padres?-pregunté con inocencia fingida,
en un tono que siempre activaba la parte más oscura de Alec.
-¿Ah,
sí?-respondió él, impresionado. Supe que había dejado de prestarle atención a
la serie en ese mismo instante-. No me habías comentado nada.
-Ajá.
Me hace mucha ilusión vivir otra primera vez contigo. Y estaba pensando…-ronroneé,
pasándole la mano por los músculos de su brazo, deseando que me estrujaran bien
fuerte contra sus pectorales, siguiendo el surco de sus hombros-, que, aunque
no es tu primera vez… se me ocurre una cosa que podríamos hacer que ninguno de
los dos ha hecho nunca.
Mis
dedos llegaron a los botones de su camisa. Alec jadeó cuando le desabroché otro
y le metí la mano por dentro de la prenda, deslizándome por su piel desnuda.
Ahí estaba de nuevo. El delicioso aroma a sexo que su piel siempre emitía.
-¿Qué
tienes en mente?-coqueteó con esa voz ronca que lanzó un calambre directamente
a mi entrepierna.
-Seguro
que lo puedes adivinar.
-¿Qué
te hace pensar que no pertenezco al selecto Mile
High Club?
-Que
nunca has presumido de ello-respondí, con mi mano en sus abdominales-. Y nunca
me has dicho que tienes que hacerme entrar.
-Me
moría de ganas de que llegara este viaje sólo por esto-se rió, tan cerca de mi
boca que me costó no morderle los labios-. Si lo hubiera sabido, les habría
dicho a esas tías que se me comieran con los ojos mucho antes.
Alcé
las cejas.
-Oh,
¿así que te habías dado cuenta?
-Sabrae.
Uno no se folla a más de un centenar de tías sin tener los sentidos más
desarrollados. Además…-se inclinó hacia mí-, aunque no me hubiera fijado en ellas,
sí me he dado cuenta de las miradas que les echas. Y debo decir-se pegó tanto a
mi rostro que sus labios rozaron los míos-, que me está costando horrores no
saltarte encima viendo lo territorial que puedes volverte.
-Nadie
toca lo que es mío-contesté con toda la toxicidad del mundo, pero nos daba
igual. ¿No se suponía que la radioactividad curaba el cáncer? A veces,
parecerse un poco a Chernóbil no estaba tan mal.
-Joder,
nena-Alec sonrió, pero ya no era mi Al de siempre, sino… Alec Whitelaw. El
fuckboy original-. Qué bien vamos a
follar a partir de ahora. Si la clave del buen sexo está en ponerte celosa, te
pido perdón, pero te lo voy a hacer pasar fatal.
-La
clave del buen sexo está en que lo practiquemos juntos-respondí en su oreja, y
le mordisqueé el lóbulo. Alec se rió. No había notado que me había puesto la
mano en la pierna hasta que no noté sus dedos en el hueco entre mis muslos.
-Nena-gruñó
con voz oscura, excitada-. Puedo notar lo empapada
–paladeó aquella palabra como si fuera la más erótica del mundo, y así la
sentíamos los dos entonces –que estás.
En eso consiste el buen sexo, bombón: en que yo la tenga tan dura que
incluso me duela, y tú estés tan mojada que podrías ni notarla cuando te la
metiera.
Dicho
lo cual, y conmigo boqueando como un pececito, Alec levantó la vista. Miró por
encima de los asientos de los demás pasajeros y, tras comprobar que la azafata
estaba inclinada hablando con un pasajero, que no parecía capaz de elegir qué
quería del carrito, me desabrochó el cinturón a toda velocidad, me cogió de la
mano, y tiró de mí para levantarme del asiento.
No
miró a las chicas cuando salimos al pasillo y echamos a andar en dirección al
cubículo del baño. Yo, sí. Las recorrí de arriba abajo con la mirada, esbozando
una sonrisa torcida bien pagada de mí misma. Disfruté del odio que manaba de
sus ojos y me aguijoneaba la espalda, haciéndome caminar más rápido por detrás
de Alec, que seguía con las manos entrelazadas a las mías.
No sé
si alguno de los demás pasajeros se fijó en nosotros, o se dio cuenta de lo que
pretendíamos, pero no me importó. Lo que sí sabía era que no podíamos gritar, o
nos interrumpirían en medio del polvo… lo cual no significaba que fuéramos a
hacerlo en silencio. En cuanto Alec abrió la puerta, yo me deslicé por el hueco
con la velocidad de un mapache. Él no tardó en seguirme Sólo si alguien
estuviera mirándonos en ese preciso instante se habría dado cuenta de que
habían entrado dos personas, y no una.
Con
la habilidad de quien hace eso mil veces en lugar de solamente una, echamos el
pestillo a la vez. No perdimos el tiempo: Alec me puso contra la pared, me
agarró de los muslos y me levantó para que cerrara las piernas en torno a sus
caderas mientras yo le desabrochaba los botones de la camisa. Me sentó sobre la
mesilla para cambiar pañales, y después de asegurarse de que sostenía mi peso,
me quitó la camiseta, y luego el sostén, sin miramientos.
No
iba a ser un polvo suave, y yo tampoco lo quería. Le bajé la cremallera y le
desabroché el botón de los vaqueros para abrirle la bragueta, a lo cual él
respondió emitiendo un gruñido que resonó en mi caja torácica como si ésta
fuera un gong.
-Deberías
haberme dicho que trajera falda-gruñí cuando empezó a tirar de mis pantalones.
-Como
si fueras a hacerme caso.
-Te
lo habría hecho si supiera que tenías esto en mente.
-Oh,
y lo tenía, pero para la vuelta. Quería que el fin del viaje fuera
espectacular. Supongo que no todo sale como queremos, ¿verdad?-dijo,
levantándome las piernas a la velocidad del rayo para poder colarse por el
hueco que había abierto entre mis pantalones por ellas. Jadeé el notar su
polla, dura y libre, cerca de mi sexo.
-Siempre
podemos tomarnos esto como una práctica.
-Una
práctica va a ser-contestó, apartándome las bragas, relamiéndose al ver mi coño
húmedo, sonrosado e hinchado. Clavó unos ojos desquiciados en mí: hambrientos,
animales, excitados-. Me perdonarás si no te lo como, ¿verdad? Tienes una pinta
deliciosa, pero no tenemos mucho tiempo, y necesito
clavártela.
-Dime
sólo si has traído condón-supliqué, sintiendo que mis pezones se ponían duros
como diamantes en cuanto Alec me masajeó el clítoris, disfrutando de la
viscosidad que cubría todo mi sexo, palpitante y a la espera de él.
Porque,
sinceramente, si no había traído condón… lo haríamos a pelo. Yo tampoco me
conformaría con su lengua: le quería a él, entero,
hasta el fondo.
-Sabrae,
por favor-gruñó, riéndose-. Estás hablando con un profesional del placer.
Se
sacó un paquetito plateado del bolsillo trasero del pantalón, y yo me sentí
desfallecer al verlo. Me lo acercó a la boca para que lo rasgara con los
dientes, y cuando lo hice, me pasó el pulgar por los labios.
-Buena
chica-alabó, y yo sentí que estaba a punto de alcanzar el orgasmo. Increíble.
Ni siquiera me había tocado y yo ya estaba lista para llegar. Me dio a probar
mi dulce placer, y sus ojos se abrieron como platos cuando yo le cogí la muñeca
y me afané en succionar su dedo con el mismo método con el que le succionaba la
polla cuando me dejaba chupársela.
Cuando
le solté la mano, Alec la llevó a su entrepierna y cubrió su impresionante
erección con el preservativo. Me incliné hacia él, acodándome en sus hombros.
Le miré a los ojos, me acerqué a su oído, y susurré:
-No
esperarías que me estuviera calladita, ¿verdad? Voy a gemirte tanto en el oído
que probablemente te deje sordo. No es nada personal. Follas mejor cuando
tienes estímulos auditivos.
-Y
voy a tener muchos-replicó él en mi oreja. Me la mordió en el momento exacto en
que se introdujo en mí.
-¡AH!-grité,
sin poder contenerme, sintiendo su presencia invasiva lanzando una descarga
eléctrica por todo mi cuerpo. Estaba tan sensible que incluso una pluma habría
conseguido destrozarme, así que el impresionante miembro de Alec me desintegró.
Se
rió por lo bajo.
-Ni
ispirirís qui istiviri quilliditi -me hizo burla, poniendo una voz mucho más
aguda que la suya-. Si hablas más que un locutor de radio-comentó.
-Cierra
la boca y fóllame-ordené, pero un nuevo empellón me dejó sin aliento ni
posibilidad de articular más que vocales.
Alec sonreía mientras me embestía, su ego disparado por las nubes al
escuchar cómo mi boca era incapaz de emitir más que jadeos y gemidos; suerte
que él era capaz de leerme como un libro abierto en circunstancias normales, ya
no digamos durante el sexo, de modo que sabía exactamente qué era lo que
quería.
Que
me agarrara bien fuerte de las nalgas, y hundiera los dedos en mi carne.
Que
se me pusiera a tiro, y me comiera la boca.
Que
me sujetara bien mientras yo movía las caderas en círculos, buscando el mayor
punto de fricción entre nuestros cuerpos.
Que
me mordisqueara el lóbulo de la oreja y me susurrara mil y una obscenidades al
oído: lo bien que follaba, lo dura que se la ponía, lo buenísima que estaba,
que era una puta, que era una zorra, que era suya, que era la mejor, la más
guarra…
No
tardé ni un minuto en alcanzar el primer orgasmo, tan predispuesta como estaba.
Le hundí las uñas en la nuca mientras mi cuerpo se echaba a temblar, rabioso,
vibrando a plena potencia, más rápido que un taladro en máximas revoluciones.
Alec gruñó, celebrando que hubiera llegado tan
pronto y que lo hubiera hecho con él en mi interior, haciéndole más
partícipe de mi disfrute, y se inclinó hacia mi boca para acallar mis gemidos
alocados. Él todavía no había acabado, así que mejor que las azafatas no nos
pillaran aún.
-¿Ya?-se
rió él al ver mi eterna expresión atontada, post-orgasmo. Le miré con ojos
desenfocados (bueno, a sus dos versiones difusas) y asentí despacio con la
cabeza. Se echó a reír de nuevo, me acarició los labios con la yema de los
dedos y comentó-: Uno de los dos folla mejor que el otro, pero no te voy a
decir quién soy.
-Quiero
más-jadeé.
-Nos
ha jodido-contestó él, apartándome un mechón de pelo de la frente para, a
continuación, besármela. Apoyé la espalda desnuda en la pared del avión, en
busca de aire, y tras unos instantes de descanso, le miré a los ojos y asentí
con la cabeza. Me incliné para besarlo, y me rodeó la espalda a modo de
respuesta, impidiéndome que me alejara de él. Como si quisiera.
Al
principio, Alec me embistió despacio. Sabía que era muy sensible justo después
de tener un orgasmo, y no quería hacerme daño, pues su excitación ahora podía
correr en nuestra contra. Sin embargo, pronto estuve plenamente recuperada y
pudimos volver a nuestra marca de siempre. Le pasaba las manos por el pelo
mientras él se movía en mi interior, cerraba las piernas en torno a él con más
fuerza cada vez que se hundía más dentro de mí y le dejaba espacio para
retirarse y así generar más fricción al regresar al lugar que más le
pertenecía.
Pronto
nuestros pares de manos se convirtieron en miles, nos recorrimos los cuerpos,
nos arañamos la piel, como si no viajáramos con ropa ligera que fuera a dejar al descubierto todo lo que habíamos
hecho. Mi clítoris se frotaba contra la base de su pene de forma deliciosa,
haciéndome suspirar, jadear y asentir cuando él me preguntaba si estaba bien.
Me relamía la boca cuando él estaba demasiado ocupado recuperando el aliento, y
frotaba mis pechos contra sus pectorales, algo que había descubierto que le
volvía loco y a lo que recurría cada vez que mi cerebro se espabilaba lo
suficiente como para rememorar esa información.
Estaba
siendo genial. Apasionado, con el puntito justo de rabia. Salvaje, pero
cuidadoso a la vez. Fogoso, pero contenido para que nadie nos escuchara. Todo
el mundo empezó a vibrar de nuevo, haciendo que nuestra unión fuese incluso más
placentera.
-¿Vas
a llegar otra vez?-preguntó, y yo
asentí, sintiendo cómo en mi boca se esbozaba esa sonrisa estúpida que siempre
se me ponía cuando me corría, y que a él tanto le gustaba. Me lamió los labios
mientras experimentaba de nuevo mi orgasmo, expandiéndome de dentro a afuera
como una nebulosa escupiendo estrellas. Cuando terminé, se echó a reír-. No me dejes
colgado, ¿eh?
-Nunca-repliqué,
besándole, pero lo hice más despacio, desgastada y cansada. Las vibraciones
seguían, pero no me resultaban incómodas, así que continuamos hasta que Alec
empezó a tensar la mandíbula, resoplar y jadear en voz baja, acusando lo que le
hacía.
Tenía
sus manos en mis pechos cuando aporrearon la puerta.
-¿Señor?
Estamos atravesando un período de turbulencias. Será mejor que vuelva a su
asiento.
Alec
gruñó por lo bajo, sin hacer el más mínimo caso de la azafata. Siguió moviéndose
en mi interior, y yo seguí acompañándolo.
-¿Señor?
¿Se encuentra bien? ¿Necesita un médico?
-Todo
en orden-gruñó Alec en voz baja, tratando de controlar el deje ronco y excitado
de su voz. En ocasiones, aquel talento innato que tenía para la seducción
jugaba más en su contra que a su favor. En su contra, porque hizo que yo me
estremeciera de pies a cabeza, aún con su miembro en mi interior, y también
porque seguro que la azafata había adivinado, con solo escucharnos, qué era lo
que estábamos haciendo allí.
A su
favor, porque ese estremecimiento involuntario de mi cuerpo hizo que un
latigazo le recorriera la columna vertebral, desatando un jadeo que nació en lo
más profundo de su garganta y murió en mi hombro, cuando me mordió para no
ponerse a gritar él también.
Estaba
a punto, tan cerca que arañaba ese cielo del que me había hecho dueña y señora
con la yema de los dedos. Sabiendo que teníamos el tiempo en nuestra contra,
dejé de pensar en mí exclusivamente y me ocupé de él, dándole todo lo que él
quería, sabiendo lo que más le gustaba y haciéndolo para conseguir que se
corriera en el poco tiempo que nos quedaba antes de que la azafata regresara a
molestarnos, que fue demasiado pronto.
Demasiado.
-Caballero,
le voy a tener que pedir que salga del lavabo; por su seguridad, debe regresar
a su asiento.
Alec
emitió un gruñido, se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza. Por mi
parte, le puse ambas manos en el rostro, acariciándole las mejillas con el
pulgar. Le había hecho eso un millón de veces, pero siempre había sido porque
pronto se lo compensaría. Recordé la vez en que lo dejé con las ganas en la
mesa de billar, hacía tanto tiempo que cualquiera diría que habían pasado dos
vidas desde entonces: su cara cuando me vio salir por la puerta, riéndome, en
lugar de practicarle una mamada de la que no se olvidaría, y que estaba
esperando como agua de mayo. Las veces en que nos habíamos enrollado en la
puerta de la biblioteca, poco antes de la hora de cierre, y yo me había negado
a ir a hacerlo al baño (aunque la verdad era que me ponía muchísimo hacerlo en
el baño de la biblioteca), pero que le había compensado yendo a su casa o
dejando que él me acompañara a la mía y pasando un ratito de intimidad en
nuestras camas. Incluso de fiesta. Especialmente, de fiesta. Calentarlo para
que se pusiera a mil y dejarlo al ralentí mientras yo me iba a bailar, sabiendo
que después lo haríamos incluso mejor que si nos abandonáramos completamente a
nuestros instintos más primarios, era mi actividad nocturna preferida, sólo por
detrás del sexo con él, por supuesto.
Pero
ahora… ahora los dos queríamos eso. Y ni siquiera yo era tan cruel de hacerle
salir de mí cuando estábamos haciéndolo, y él estaba tan cerca. Eso era más
típico de él, pero por la misma razón por la que yo le ponía cachondo a
propósito cuando sabía que no íbamos a hacerlo inmediatamente: si Alec me
negaba un orgasmo, el siguiente sería tres veces más intenso. No sólo él
disfrutaría más de tenerme dispuesta y cachonda, conforme con todo lo que él me
hiciera por muy perverso que fuera, sino que yo lo gozaría mil veces más.
Siempre me tenía a mí en mente, siempre me cuidaba más que a sí mismo, y ahora…
-Podemos
volver después-susurré cuando salió de mi interior, con el corazón encogido por
lo vacía que me sentí cuando estuve yo sola ocupando mi cuerpo. Me gustaba que
él me acompañara.
Alec
me pasó el sujetador, que había dejado colgando de una percha en la que yo no
me había fijado hasta entonces, y empezó a abrocharse la camisa, ignorando los
golpes de la azafata al otro lado de la puerta y sus preguntas concernientes a
su salud. No, evidentemente que no estaba bien, pedazo de imbécil: ¿no ves que
acabas de negarle un orgasmo a diez mil metros de altura? Nadie estaría bien si
le ocurriera eso. Tan sólo me quedaba el consuelo de que podía compensárselo
cuando quisiera, incluso cuando llegáramos a la habitación de nuestro hotel, si
le apetecía entonces. Como yo misma le había dicho, tendríamos más ocasiones
para volver a Barcelona, pero nuestro primer viaje juntos siempre sería nuestro
primer viaje juntos, y Alec no podía empezarlo así.
-No
creo que nos deje. Nos tendrá bien vigilados después de esto-me pasó la
camiseta por los hombros y me ayudó a sacarme el pelo del cuello-. Además… ¿y
si vuelve a haber turbulencias?
-A mí
me estaba gustando-respondí, pues era cierto. La sensación de todo temblando a
nuestro alrededor mientras lo hacíamos no se parecía a nada que yo hubiera
experimentado hasta entonces. Empezaba a lamentar no haber hecho más preguntas
cuando Diana sacó a relucir el tema de los juguetes sexuales, en el que parecía
una experta, para que así se le ocurriera meter unos cuantos en la cesta que
había encargado en el Savoy para el cumpleaños de Alec, pues si la madre
naturaleza podía hacer eso, ¿qué no harían objetos diseñados específicamente
para generarnos placer?
Alec
me preguntó qué tal estaba, le contesté que resplandeciente, ya que no era
mentira, y después de darme un dulce beso en los labios, inquirió:
-¿Preparada?
Era
increíble. No me lo merecería ni aunque viviera mil vidas. Había tenido dos
orgasmos, mientras que él no había ni llegado al primero; había sido la
protagonista absoluta de nuestro polvo, e incluso si nos poníamos tiquismiquis,
sólo yo había entrado en el Club de la Milla de Altura. Y, con todo, él seguía
preocupándose por mí antes que por él. El nombre “sol” se le quedaba corto; más
que un sol, era un millón de ellos, un panteón de dioses bondadosos cuya
energía positiva confluía hasta generar un río cósmico que sostenía todo el
universo en equilibrio.
Esperó
a que asintiera con la cabeza y me atusara un poco el pelo antes de abrir la
puerta. La azafata respiró aliviada al ver que Alec se encontraba bien, pero en
cuanto se percató de mi presencia en el baño, entrecerró ligeramente los ojos
durante un único segundo. No debía resultar agradable encontrarse a dos
personas en pleno acto sexual durante tu horario laboral. Al menos, por la
sorpresa que iluminaba su rostro, supe que no nos había escuchado. Alec había
sido eficiente tapándome la boca.
-Tengo
que pedirles-dijo en tono gélido, abandonada toda afabilidad en su voz- que
regresen a sus asientos. Estamos atravesando un período de turbulencias-como si
quisiera darle la razón, el avión se agitó hacia un lado, lanzándome contra el
baño de nuevo-. No se preocupen, no es nada grave-añadió, con voz ya más
comprensiva-, es puro protocolo.
Se
hizo a un lado para dejarnos salir, y si cuando habíamos entrado en el baño lo
hicimos en la más absoluta clandestinidad, ahora éramos el centro de atención.
Nadie leía ni miraba sus dispositivos electrónicos con aquellas turbulencias,
de modo que sólo se podía o mirar al frente, o tener los ojos cerrados y rezar
para que eso pasara. La inmensa mayoría de los pasajeros tenían los ojos abiertos
y alerta; es por eso que cuando nosotros, la atracción del momento, atravesamos
el pasillo, docenas de pares de ojos se clavaron en nuestros rostros. Por lo
menos tenía el consuelo de que Alec iba delante, así que gran parte de las
miradas se las llevaba él, que por su manera de andar, no parecía en absoluto
avergonzado. Es más, diría que incluso estaba orgulloso.
Cuando
se dejó caer en nuestra fila de asientos, justo del lado de la ventana, me di
cuenta de que tenía una razón más por la que chulearse.
-Serás
cabrón-le acusé, y él se echó a reír, ajustándose el cinturón de seguridad.
Tomé asiento a su lado y le cogí la mano instintivamente, aunque no parecía en
absoluto nervioso. No sabría decir si se debía a las endorfinas del sexo, o al
hecho de que lo único que le daba miedo de volar era el despegue, como me había
dicho. Incluso a mí, que me daba lo mismo el despegue, me ponían un poco
nerviosa las turbulencias, especialmente si eran fuertes.
Alec
me dedicó una sonrisa radiante, de no haber roto un plato en su vida.
-Vamos,
nena, me lo debes. Has tenido dos orgasmos. Y siempre haces lo posible por
dejarme a medias. Joder-rió, frotándose los ojos-, no sé cómo lo haces, pero
siempre te las arreglas para dejarme con la miel en los labios.
-¿Perdona?
¿Qué te piensas, que las turbulencias son culpa mía?
-Todo
es culpa tuya, Sabrae-pegó la nuca al asiento y me dedicó su mejor sonrisa de
niño bueno. Le puse los ojos en blanco y él volvió a reírse.
-Respecto
a eso… te lo compensaré-le puse una mano en el brazo, hundiendo mis ojos en los
suyos-. Si te parece, podemos seguir cuando lleguemos al hotel. Siento mucho
que tengas que esperar tanto, pero…
-¿Te
estás disculpando por las inclemencias del tiempo?-Alec alzó una ceja,
sorprendido-. Saab, no pasa nada. Sólo son turbulencias, ya está. Además, creo
que a veces te obsesionas demasiado con los orgasmos. Hay veces en que
simplemente me apetece follar, no correrme-se encogió de hombros.
-¿Con
cuántas chicas has follado sin llegar a correrte?
-Sólo
con una-admitió-. Pero también me he enamorado sólo de una, así que… se
compensa-me acarició la mandíbula y me guiñó un ojo, sonriente-. Y créeme,
nena: hacer que te corras me genera más satisfacción que correrme yo. Estoy
empezando a sospechar que tiene que ver una cosa con otra…-reflexionó,
meditativo, y yo me eché a reír.
-¿Sabes?
Yo estoy segura de que sucede así. Por eso quiero que tú también te corras-me
incliné hacia él, ignorando el eterno terremoto al que parecía sometido nuestro
mundo, y le acaricié la pierna con el pie-. Disfruto haciéndote llegar. Estoy
segura de que me comprendes…-ronroneé, dibujando figuras en la cara interna de
su brazo con la yema de los dedos. Ni los mejores mandalas se podían comparar a
aquellas líneas que se difuminaban en el aire nada más trazarlas.
-No
sigas por ese camino, nena, o te terminaré pidiendo que me la chupes ahora
mismo. Y, con las turbulencias que hay, puede que se te salte un diente. ¡A ver
cómo se lo explicaría a tus padres!
-Sería
un buen método para conseguir que te relajaras-coqueteé, aleteando con las
pestañas.
-Estoy
relajadísimo.
-¿En
serio? ¿Sólo te da miedo el despegue, entonces?
-Sabrae,
no me daba miedo el despegue. Sólo quería que me ofrecieras cambiarme el
asiento de la ventanilla para que estuviera más tranquilo viendo que no pasaba
nada-reveló-. Aunque he de decir que el numerito de cogerme la mano y tomarme
el pelo estuvo muy bien.
-¡Eres
un capullo!-protesté, dándole un manotazo en el brazo. Alec arqueó las cejas un
par de veces, divertido, se llevó un dedo a los labios, y se giró para mirar
por la ventanilla, ignorándome completamente.
-¿Cómo vas?-me preguntó por encima del sondo de los
chirriantes muelles de la cama. Torcí la boca, luchando por concentrarme en la
sensación de tenerlo dentro. Era increíble cómo el sonido podía influir tanto
en un polvo, hasta el punto de hacerlo espectacular o normalillo, tirando
incluso a mediocre.
Estábamos
en la habitación del hotel, un pequeño edificio de cuatro plantas situado en el
barrio gótico de Barcelona, justo al lado de las Ramblas. Cuando entramos en
recepción nos quedamos maravillados de lo cuidado que estaba el interior del
hotel, con tarima flotante recién
colocada en la que no se distinguía ni un solo arañazo producto de
ruedas de maletas, paredes en un suave color sonrosado adornadas con mapas,
fotografías y cuadros de la ciudad, y una pequeña sala de descanso con varios
sillones de diseño moderno y colores chillones, orientados en forma de media
luna hacia una televisión LED en la que se reproducía un noticiero silenciado. La
recepción no tenía absolutamente nada que ver con el aspecto exterior del
edificio, cuyo portal incluso estaba en obras. De no haber visto las fotos ya
en la página web en la que habríamos hecho la reserva, habríamos dado la vuelta
nada más ver el número de portal al que nos enviaba el GPS, seguros de que no
podía ser allí, o nos habríamos acercado con desconfianza a la recepcionista,
convencidos de que no habíamos hecho la reserva en ese sitio y nos tocaría
subir de planta… otra vez.
Dado
que la reserva estaba a mi nombre y el conocimiento de español era más bien
básico (si entendemos por “básico” el ser capaz exclusivamente de ligar, pero
no de pedir indicaciones, por ejemplo), me armé de valor y me encaminé hacia la
anciana, que nos miró por encima de carey.
-Hola-saludé en español-. Tengo una reservación. Malik-expliqué, dejando mi carnet de identidad
encima del mostrador para que la mujer lo cogiera, ya que no me acordaba de
cómo se deletreaba en su idioma. Estaba segura de que Scott sería perfectamente
capaz de mantener una entrevista completa en el idioma de Tommy, tal era el
buen trabajo que había hecho con él a la hora de enseñarle español, pero yo no
tenía tanta ventaja como mi hermano, así que me tocaba aguantarme.
-Ah,
sí. Sabrae-dijo, y me sorprendió que pronunciara mi nombre exactamente
igual que lo hacía yo. A lo largo de mi vida académica, nadie se había
equivocado con la pronunciación de mi nombre, pues mi apellido me conectaba
directamente con papá, y esa canción que le había granjeado un premio que
reposaba magullado y mordisqueado en una de las estanterías de mi casa. Sin
embargo, cuando nos íbamos fuera y alguien leía mi nombre en voz alta, lo hacía
convirtiendo las dos últimas vocales en “ei”. Y me tocaría sufrir la misma
tanda de correcciones cuando llegara a la universidad, estaba segura-. Dos personas. Cama doble. Un segundo-me
pidió, inclinándose para consultar unos papeles que tenía al otro lado del
mostrador.
-Por supuesto.
-De acuerdo, necesitaré un documento identificativo de los dos—dijo,
muy despacio para que yo la comprendiera. Me giré para mirar a Alec, que
inspeccionaba la estancia con interés, complacido con la elección que habíamos
hecho. No sólo el sitio estaba en el corazón, tremendamente bien comunicado,
sino que encima era bastante barato y acababa de ser remodelado. Le di un
toquecito en el brazo para que me diera su carnet-. Tenéis que firmar aquí…-me tendió los papeles que había recogido,
así como un boli-, y… oh, espera. No es
tu hermano-comentó, mirando el carnet de Alec. Negué con la cabeza.
-No. Es mi novio-respondí, y noté que
Alec volvía la atención a nosotras dos. Puede que no fuera capaz de desplazarse
solo por España o América Latina, pero desde luego, sabía distinguir el estado
sentimental de las hispanohablantes. “Derecha” o “izquierda” eran palabras que
él era incapaz de distinguir, pero “novio” era el centro en torno al cual
orbitaban el resto de su vocabulario. Decidí ignorar bufido, demasiado parecido
a una risa como para no serlo-. Pero
tengo una autorización de mis parientes.
Le
tendí el mismo documento firmado que había mostrado en la frontera, en el que
tanto mamá como papá atestiguaban que Alec, mayor de edad (menos mal que el
festival era después de su cumpleaños; de lo contrario, a ver qué hacíamos) se
convertía en mi custodio legal y tenía autorización para sacarme del país.
-¿Significa
eso que tienes que hacer todo lo que yo te diga?-preguntó cuando mamá terminó
de firmar el papel, que había recogido del juzgado al día siguiente de tener
los billetes de avión. Mamá había levantado la vista y, tras mirarlo un
instante, se había echado a reír.
-Ni
siquiera a mí me hace caso, y eso que le di el pecho… te lo va a hacer a ti.
-Bueno,
realmente tampoco estamos tan disparejos, Sher-le había soltado Alec-. También
se traga mi leche.
-Ah, vale, estupendo. Como eres menor de
edad y la reserva está a tu nombre, tengo que hacerle una fotocopia-explicó
la recepcionista, a lo cual yo asentí con la cabeza. Mientras se inclinaba para
introducir el papel en el escáner, Alec dio un paso al frente y me susurró al
oído:
-¿Qué
has dicho de un novio?
-Le
he dicho que me tienes secuestrada, y que mi novio pronto vendrá para
rescatarme. Para que esté sobre aviso cuando un tío que parezca Míster Universo
se presente en el recibidor-expliqué, a lo que Alec se echó a reír. Se calló
cuando la recepcionista se volvió para entregarme el papel y una llave que
tendríamos que compartir. Tras hacernos firmar un par de papeles, nos entregó
un mapa de la ciudad y nos validó los bonos de transporte del fin de semana,
antes de indicarnos dónde había supermercados cerca por si necesitábamos crema
solar.
Lo
dijo en un tono que me indicó que habíamos subestimado el poder del sol
catalán, que nada debía de tener que ver con el del sol asturiano en pleno
agosto. Yo ya me había traído mi protector, amén de mis cremas corporales y mis
champús, acostumbrada como estaba a que no hubiera productos adecuados para mí
en los hoteles europeos, pero, ¿Alec? Viendo en qué plan iba, me sorprendería
si hubiera metido una muda de calzoncillos. Estaba bastante convencida de que
en su bolsa de viaje sólo había condones.
La
habitación supuso una decepción después de haber pasado por el vestíbulo, mucho
más moderno y cuidado. Contaba con una única ventana que daba a un callejón en
el que al menos no había ruido, pero que se enfrentaba directamente a otro
edificio de similares características en el que, casualidades de la vida,
también había una ventana con las cortinas echadas.
-Adiós
a follar con las ventanas abiertas-murmuré. En todas las fantasías en las que
Alec y yo practicábamos sexo en los lugares más recónditos del mundo, siempre
había una elemento recurrente al margen de él: unas ventanas abiertas de par en
par para que entrara el aire fresco de la mañana, cálido de la tarde o húmedo
de la noche, cuyas cortinas ondearían alrededor de nosotros mientras lo
hacíamos, lamiéndonos la piel mejor incluso de que lo hacíamos ambos.
Allí,
sin embargo, quedaba completamente descartado. No habría intimidad, y yo no me
sentiría cómoda.
-Qué
obsesión tienes con que te oigan-se rió Alec, dejando la bolsa en una cómoda en
el suelo y dejándose caer sobre la cama, que emitió un chirrido agudo que hizo
que ambos diéramos un respingo. Se medio incorporó, escuchando el sonido de los
muelles crujiendo bajo su cuerpo, y me miró con el ceño fruncido-. No me estoy
imaginando eso, ¿verdad?
Negué
con la cabeza y me acerqué al baño, de peor pinta que en las fotos. En la
página web, había una mampara de ducha modernizada con un lavamanos de bloque
en el que había dos grifos. Allí, sin embargo, nos esperaba un lavamanos de
color amarronado por el paso del tiempo, de pila en vez de bloque, con un grifo
cuyas bases estaban oxidadas. Empecé a entender por qué Alec estaba tan
obsesionado con buscar un sitio en condiciones, aun a riesgo de gastarse más
dinero del que podía permitirse: acostumbrada como estaba a los lujos, aquel
lugar me resultaba un tanto… decepcionante, por decirlo con suavidad. No me
esperaba un jacuzzi en el baño ni un mueble bar de dos metros, pero de mi
experiencia a lo que estaba viviendo allí había un trecho increíble. Me acerqué
a la bañera, intentando mantener una actitud positiva, pero cuando vi el grifo
de peor aspecto que el del lavamanos, me hundí un poco.
No me
di cuenta de que Alec se había levantado de la cama hasta que me giré y me di
de bruces con él. Estaba observando con aspecto incluso más crítico que yo todo
lo que nos rodeaba. Caí entonces en que, para él, todo resultaba incluso más
duro: por un lado, porque aquel viaje le suponía un esfuerzo enorme, y además
estaba su sentimiento de culpabilidad. Pensaba que yo me merecía bastante más
que eso, y lo único que se había interpuesto entre un hotel de cinco estrellas
y yo, era él, precisamente.
-No
está mal, ¿no te parece?-inquirí, tratando de ser positiva.
-Para
un convicto por homicidio, supongo-se encogió de hombros, eludiendo mi mirada,
de modo que me puse de puntillas, le cogí la cara y le hice mirarlo.
-No
es el lugar, es con quién.
-Reconoce
que es un poco cutre, Sabrae-puso los ojos en blanco.
-Con
un baño en el que asearme y una cama en la que dormir contigo, a mí me basta.
¿A ti no?
-¿Sólo
dormir?-preguntó él, dejándose distraer.
-Con
todo lo que ello implica-le guiñé un ojo y le di un piquito.
-¿Crees
que la cama nos aguantará a los dos en plena acción?
-Imagínate
el estatus que te proporcionará haber roto una cama por lo bien que
follas-contesté-. Scott se moriría de envidia porque nunca le ha pasado, así
que no puede presumir de eso. Además…-continué, desabrochándole los botones de
la camisa-. Si mal no recuerdo, aún te debo un orgasmo.
Se
echó a reír, asintió con la cabeza, y se dejó desnudar mientras lo empujaba
hacia la cama. Me esmeré en practicarle una mamada de cine, como pocas había
hecho en mi vida, y me anoté un tanto cuando conseguí hacer que se corriera. No
había sido tan rápido como en el primer concurso de mi hermano, pero no
tardamos mucho, ni mucho menos. Por supuesto, cuando Alec terminó en mi boca,
yo ya estaba tan caliente que había mandado a la mierda hacía tiempo nuestro
itinerario. Después de todo, sí que nos íbamos a pasar el fin de semana
follando. De manera que me tumbé en la cama, dejándome desnudar, separé las
piernas y le recibí dentro de mí…
…
pero no conseguí terminar. Me resultó imposible. El sonido de los muelles era
demasiado: una cosa eran los movimientos de Alec mientras yo le proporcionaba
placer con la boca, arrodillada en el suelo. De vez en cuando se oía algún
chirrido, pero nada insoportable: se limitaba a mover ligeramente las caderas,
acompañándome involuntariamente, o a apartarme el pelo de la cara cuando yo
cambiaba de postura. Sin embargo, cuando los muelles tuvieron que soportar mi
peso y el de Alec, empezaron a crujir como mil demonios. Hicieron que estuviera
segura de que, en algún momento, cederían y acabaríamos en el suelo.
Por
eso, no pude concentrarme y terminar.
-Bueno…
voy-respondí a la pregunta que me había formulado, dándose cuenta de que yo no
solía tardar tanto, y mucho menos después de hacerle una mamada. Solía terminar
que me subía por las paredes, así que le resultaba muy fácil hacer que me
corriera. No esta vez.
Alec
se separó de mí, quedándose arrodillado entre mis piernas. Su miembro aún
estaba en mi interior, pero el resto de su cuerpo no me tocaba.
-¿Te
ves capaz de llegar así, o quieres que te devuelva el favor?
-No
tienes que devolverme nada.
Alec
gruñó, asintió con la cabeza y salió de mi interior.
-Vamos
a vestirnos, y a cantarle las cuarenta a la señora. Me parece de puta madre que
nos tomen el pelo con el baño, pero ni de coña lo van a hacer con la cama. Ni
de coña-gruñó, poniéndose la camisa y calzándose a la vez con una maestría que
hizo que sufriera uno de esos momentos en los que fuera repentinamente
consciente de su pasado, y me preguntara cuántas veces habría tenido que salir
por la escalera de incendios por estar en un sitio donde no debía, en compañía
de alguien que no debía tenerlo en su habitación.
Estuve
a punto de decirle que no pasaba nada, que no se enfadara, que no era culpa de
nadie, y menos de la pobre señora, pero, ¿realmente era así? Habíamos pagado
por un producto, y nos habían entregado algo de una categoría bastante
inferior. Independientemente de lo que nos hubiera costado reunir el dinero
(daba lo mismo que simplemente lo sacara de la hucha, como había hecho yo, o
fuera producto del esfuerzo, como había hecho Alec), nos merecíamos que nos dieran exactamente lo
que habíamos contratado.
Así
que yo también me vestí, me recogí el pelo en una coleta, y salí de la
habitación delante de Alec, que continuaba echando pestes en voz baja. Supe lo
cabreadísimo que estaba cuando empezó a despotricar en ruso, griego e inglés
sin hacer distinción entre un idioma u otro, como si su cerebro estuviera tan
emponzoñado con su enojo que fuera incapaz de mantener los tres idiomas en los
departamentos estancos en que solía almacenarlos.
-Es
que me parece de puta risa-rezongaba mientras atravesábamos el pasillo, y luego
una sarta de sonidos seseante propios del idioma de su abuela, para después
pasar al griego, y de nuevo al inglés-… o nos abrimos la cabeza…-y vuelta al
griego, ruso, de nuevo inglés…
Me
acerqué al mostrador y esperé a que la anciana nos atendiera de nuevo.
-Hola, ¿ya os vais?-preguntó con
amabilidad, sonriendo.
-En realidad…
-Dile que así no se puede
follar-soltó Alec-, así que no digamos dormir.
-¡Cállate,
Alec!-espeté, escandalizada-, ¡a ver si nos va a entender!
-¿Pasa
algo?-replicó en nuestro idioma, con un fortísimo acento. Los dos nos volvimos
a mirarla.
-¿Llevas
hablando inglés todo este tiempo?-ladró
Alec, molesto, y la recepcionista asintió.
-Claro.
Aunque, como ella habla bastante bien español, y se dirigió a mí así… pensaba
que prefería practicarlo.
-De
puta madre. Vale, pues la cosa es la siguiente…-Alec se apoyó en el mostrador y
se presionó el puente de la nariz-. La habitación es una puta mierda.
-¡Alec!
-¿Qué?
¿Acaso es mentira? La cama chirría como un zombi robótico. El baño parece
sacado de un decorado de una serie cutre sobre Guantánamo. ¿No os da vergüenza
poner fotos de un puto hotel moderno en vuestra página web, si luego nos vais a
meter en un zulo de la Segunda Guerra Mundial? Digo, vale que el precio está
bastante bien para lo que es una habitación en el centro, pero…
-Me
temo que ha habido un malentendido. Esa no es vuestra habitación.
Alec
y yo nos quedamos mirando a la señora.
-Y
entonces, ¿por qué nos has dado la llave?-espetó él un segundo antes de que yo
pudiera pedirle que lo repitiera, segura de que no dominaba el inglés tanto
como yo el español.
-Vuestra
reserva tenía como hora de llegada las siete de la tarde-explicó, enseñándonos
el papel con nuestros datos-. La habitación que se os ha asignado aún no estaba
lista para ocuparse en el momento del check
in, así que os dejamos esa habitación para que pudierais dejar vuestras
cosas, usar el baño si lo necesitabais, y marcharos a explorar mientras
terminábamos de prepararla.
Nuestras
caras debían de ser un poema, porque continuó:
-Es
protocolo del hotel utilizar como orientación los horarios que se marcan en las
reservas. Como hay mucha gente entrando y saliendo, el equipo de limpieza no
daría abasto de no ser por el tiempo que hay entre un check out y un check in, especialmente
desde que empezamos con la reforma. Habéis estado en una de las dos
habitaciones que nos quedan aún por modernizar. Os pido disculpas por las
molestias causadas-miró su reloj-, ahora mismo están ocupándose de ella, así
que en algo más de media hora estará lista. Si queréis salir a comer algo
mientras terminan, para así no perder tiempo, os dejaremos las cosas en vuestra
habitación.
Alec
me miró con aprensividad, y yo le miré a él. Asentí despacio con la cabeza y él
se volvió hacia la anciana.
-Vale.
Gracias. Eh… siento mucho haberme puesto así con usted.
-No
es nada. Gajes del oficio-se encogió de hombros-. Debería habérselo explicado
más despacio a tu novia-no se me escapó la sonrisita de suficiencia que esbozó
Alec al escuchar aquella palabra, y yo le di un codazo para que se controlara,
o la señora pensaría que se estaba riendo de ella- para asegurarme de que lo
entendía. O pasar al inglés, para que lo entendierais los dos. Normalmente no
soy yo la que se ocupa de la recepción, pero mi hijo ha salido y no me ha
quedado más remedio… ¿ya habéis buscado algún restaurante por aquí cerca en el
que comer, o queréis alguna recomendación?
-Una
recomendación estaría genial, gracias-sonreí yo, extendiendo el mapa que nos
había dado hacía una hora. Se nos había hecho un poco tarde y el hambre
comenzaba a hacer de las suyas, por eso estábamos tan irritables. La mujer
volvió a sonreírnos y nos señaló un par de restaurantes de la zona, que
sobrevivían a pesar de la gran presión de las internacionales por culpa de la
influencia turística en aquel lugar. Recogimos el mapa, volvimos a darle las
gracias, y tras irnos a nuestra habitación a recoger mi mochila y adecentarla
un poco (a ambos nos daba vergüenza dejarla como estaba, con sábanas por el
suelo y todo), salimos a la calle.
No
tardé ni tres segundos en coger a Alec de la mano, y me negué a soltarlo
incluso cuando me saqué el mapa del bolsillo de los vaqueros cortos, lo cual le
hizo muchísima gracia por lo mucho que se me resistió el trozo de papel.
-Igual
sería mejor que me soltaras la mano.
-Ni
de broma; seguro que te me escapas-repliqué, extendiendo una esquinita del mapa
cuando él cogió la otra con la mano que le quedaba libre.
-¿Adónde
voy a ir? La reserva está a tu nombre, y las entradas de The Weeknd las tienes
tú. Para que luego hables de que el feminismo busca la igualdad entre hombres y
mujeres, cuando yo estoy completamente sometido.
-Mi
mayor logro es hacerte creer que no soy completa y absolutamente
misándrica-bromeé, pagada de mí misma.
-¿Eso
qué es?
-Significa
que odio a los hombres.
-No
odias a los hombres.
-¿Qué
te hace pensar eso?
-Tu
afición a encaramarte a mi polla cada vez que la ves-replicó, chulo. Lo miré
con ojos bien abiertos.
-¿Me
vas a dar el viaje?
-No
sé. Aún estoy decidiendo si me voy a portar bien o no-me guiñó un ojo y yo puse
los míos en blanco.
-¿Sabes?
Quizá sería mejor que cada uno fuera por su lado.
-No
puedo, Sabrae. Me tienes bien agarrado-levantó nuestras manos unidas, y yo le
hice cosquillas entre los dedos.
-Es
que me pone enferma pensar que, si te dejo libre, igual te vas por ahí a dejar
que otras se encaramen a tu polla.
-¿Por
qué? ¿Quieres mirar?
Me
eché a reír.
-Hay
muchas chicas con pintas de supermodelo por aquí. Me he fijado, ¿sabes? Las
españolas son muy guapas-miré en derredor, al festival de melenas castañas o
negras, labios más gruesos que los de las inglesas, pieles ya bronceadas por el
sol. No eran como yo, pero tampoco eran como las inglesas.
Y
Alec, con su pelo castaño, sus ojos del color del chocolate y su piel
acaramelada, que nunca perdía ese tono bronceado que revalidaba cada año en
Grecia, tampoco era como el resto de los españoles. Podía ver cómo lo miraban
las chicas por la calle.
-¿Y
te da miedo que me vaya con ellas?-Alec se echó a reír, soló mi mano para
cogerme la cara-. Ay, Sabrae, ¿cuándo te va a entrar en la cabeza que yo te
deseo sólo a ti? Estas no te llegan ni a la suela de los zapatos. Además… yo ya
me estoy follando a una supermodelo.
Selló
su declaración con un beso tan apasionado que las gafas de sol que me había
puesto de diadema, al estar aún a la sombra, se deslizaron por mi pelo hasta
darse la vuelta, enredadas en mis rizos. Me derretí en sus brazos; lo que el
calor no podía hacer ni con todo el esfuerzo del mundo, Alec lo conseguía como
si fuera la tarea más fácil de la historia.
No me
había dado cuenta de que le había pasado las manos por los brazos, los hombros
y el pelo hasta que, divertido, comentó entre risas:
-Se
te ha caído esto.
Entre
sus dedos, estaba el mapa, que yo cogí con una sonrisa avergonzada. Sentía un
montón de ojos posados en mí, y de nuevo me regodeé en ello. Era increíble que
hubiera encontrado a alguien tan genial como Alec, así que no me cansaría de
presumir de él.
-Espero
que The Weeknd esté abierto a sugerencias para nuevas canciones. Se me ocurren
un par de cosas que podemos hacer cuando nos den nuestra habitación que harían
que se muriera de envidia-tiré del cuello de su camisa de manga corta,
mordisqueándome el labio, imaginándomelo en una cama que se mereciera, como
aquella de la que Rihanna había escrito una canción.
-Mañana
más nos vale levantarnos temprano para tener primera fila y poder tirarle
aviones de papel pidiéndole que nos contacte. Deberíamos poner tu nombre de
usuario en Instagram-reflexionó-. Ya sé que yo soy una estrella en alza, pero
tú tienes ya tu propia legión de seguidores, así que seguro que te toma más en
serio que a mí.
-Entonces,
¿no quieres pasarte la noche follando? Menudo chasco.
Alec
se puso de repente.
-Sabrae,
yo no he dicho nada de abstinencia, ¿sabes? He dicho que nos tenemos que
levantar temprano, para ir pronto coger
buen sitio. Por mí, como si no duermo, pero ni de coña te vas a librar del
polvazo que te voy a echar esta noche.
-Esta
noche nos toca ir de fiesta-le recordé para chincharle, creyendo que
conseguiría ponerlo nervioso al hacerle intuir que no pensaba madrugar. Si
supiera la sorpresa que le tenía preparada…-. He hecho un top 10 de discotecas.
-A
ver quién te levanta por la mañana-Alec suspiró.
-¡Tengo
mucho mejor despertar que tú!
-Nena,
eres la persona que más duerme que conozco. Pero con mucha diferencia. Estoy seguro de que no aguantas ni dos horas
antes de caer rendida. Y yo no pienso llevarte a lo koala en metro, ya te
aviso.
-¿Ni
en taxi?
-¿Lo
pagas tú?
Levanté
las manos, frotándome los dedos con el gesto del dinero.
-Soy
discípula de Beyoncé.
Alec
puso los ojos en blanco, me cogió de la mano, me dio un beso en la boca y tiró
de mí para llevarme hasta las Ramblas, en busca de algún sitio en el que comer.
Después de observar los dos flujos de gente, uno ascendente y otro descendente,
decidimos encaminarnos al Hard Rock de Plaça Catalunya. Como siempre, la parte
de la tienda estaba llena de turistas entrando y saliendo a intervalos
regulares con bolsas de papel con estampado del logo de la tienda, pero el
restaurante estaba más tranquilo. Nos sentamos a una mesa y enseguida vino un
camarero a atendernos, veloz como el rayo. Tras anotarnos lo que tomaríamos de
bebida, nos dejó eligiendo de la carta.
Noté
a Alec mirándome por encima de su cartón plastificado, igual que un caimán
controlando a su futura presa.
-¿Qué?
-Nada-se
escondió detrás de su cartón, y lentamente sus mechones ensortijados dieron
paso a su frente, después a sus cejas, y de nuevo, sus ojos. Me eché a reír.
-¿Qué
haces? Me estás distrayendo. Déjame elegir mi comida.
-Estoy
esperando a que te dé el brote psicótico porque no estamos siguiendo al pie de
la letra tus planes. No tenías nada del Hard Rock en tu libreta de tareas
pendientes.
Le
saqué la lengua.
-No
soy ninguna maniática del control. Me gusta tenerlo todo organizado, pero
también me dejo llevar, ¿no te parece?
-Mm-consintió
él, acodándose en la mesa y abanicándose con el menú. Miró en derredor, analizando
las fotografías de cantantes que poblaban el restaurante, en el que un puñado
de camareros pululaban de acá para allá llevando la comida o los pedidos. Se
quedó tieso un momento cuando sus ojos se posaron encima de mí, alzó las cejas,
y se echó a reír.
-Oye,
Saab… ¿ése no es Zayn?
Me
volví como una bala para encararme con la foto que tenía de espaldas, en la que
efectivamente salía un papá jovencísimo, con pocos más años de los que tenía
Scott ahora, el pelo rapado, y una chupa de cuero negra con palabras pintadas a
brochazos de pintura blanca. Contuve un grito, porque está un poco feo eso de
volverse loca con tu propio padre en público, y saqué el móvil a la velocidad
del rayo. Después de hacerle una foto, le pedí a Alec que me hiciera una sonriendo
debajo de la imagen enmarcada.
-Esto
va para las historias-anuncié tras enviársela a papá.
-Ya
tardabas-se burló él.
-¿Perdona? Da gracias de que aún no me hayan
traído la bebida, porque te la tiraría a la cara.
-No
sería la primera vez que me disparas algún líquido a la cara-Alec se encogió de
hombros, pagado de sí mismo. Me puse roja como un tomate, pillando al vuelo a
qué se refería, y procuré esconderme entre mis rizos cuando llegó el camarero
con las bebidas. Aprovechando que él también quería subir una historia, “porque
salgo con una reina de Instagram y debo estar a la altura”, dejó para la
posteridad una foto mía roja de vergüenza, algo que no se veía todos los días.
Por
mucho que me tomara el pelo con mis historias, lo cierto es que a Alec le
encantaba. Sabía que presumía de él en redes cada vez que lo sacaba, y como yo,
había empezado a usarlas un poco más, aunque la protagonista casi siempre era
yo. Yo riéndome mientras elegía qué vasito de verduras quería de los puestos de
las Ramblas, yo haciendo una foto de los edificios, yo examinando muestras de
maquillaje en la tienda que había cerca de nuestro hotel, yo paseando por la
playa con las sandalias en la mano, yo posando delante de los monumentos… yo,
yo, yo, y de vez en cuando, él. Al principio tuve que insistirle para que
accediera a hacernos fotos, pero pronto se acostumbró a posar a mi lado y
esperar pacientemente mientras yo hacía varias, tan colaborativo que incluso
que empezó a elegir filtros él mismo.
Cuando
se puso una que acabábamos de hacernos de fondo de pantalla, creí que no podía
estar más implicado… hasta que hizo una captura de la pantalla bloqueada y la
colgó en sus historias, haciendo que todas sus redes se volvieran locas.
Cualquiera
que le viera pensaría que le había cogido el gusto a la fama y que le encantaba
la atracción que estar conmigo atraía, pero lo cierto era que simplemente le
gustaba hacerle fotos. Los dos descubrimos ese día que yo, ya de por sí
fotogénica, salía incluso mejor en las fotos que me hacía él. Era como si la
cámara notara el amor que me profesaba, me viera a través de sus ojos, y fuera
capaz de sacarme increíblemente guapa.
Ni
siquiera me dio tregua mientras me preparaba para salir por ahí de noche.
Después de la intensa sesión de turismo, habíamos decidido que sólo nos
daríamos una vuelta por los bares de Barcelona, sin pisar las discotecas: ya lo
daríamos todo al día siguiente, convenimos, y a mí me había costado horrores
ocultar la sonrisa conspirativa al pensar en lo especial que iba a ser ese
sábado para Alec. El pobrecito no tenía ni idea de la que se le venía encima, y
yo estaba consiguiendo ocultárselo contra todo pronóstico. Se me daba bien
hacer regalos y guardar secretos, pero cuando las dos cosas se juntaban, era
como si se neutralizaran. Menos por menos, más. Siempre terminaba encontrándome
a mí misma entre la disyuntiva de revelar la sorpresa y chafarla de alguna
forma, o morirme de la anticipación para poder hacerla como tenía pensado.
Había
llegado hasta allí, y no iba a estropear en unas horas lo que llevaba
preparando varios meses, de modo que cuando Alec me preguntó de qué me reía, me
incliné para darle un sabroso beso en los labios. Le gustó mi gloss con extracto de cereza, y se lo
relamió mientras miraba cómo me aplicaba un poco más de rímel en las pestañas.
Ya estaba acostumbrada a que se me metiera en el baño cuando me maquillaba,
pues le encantaba mirar cómo me iba transformando poco a poco a mí misma, de
manera artística, en alguien un poco diferente: de ojos más profundos, sonrisa
más blanca, piel más brillante y con un poco más de chulería de la que solía
lucir. El cambio era tangible por fuera, pero él había aprendido a notarlo
también en mi interior. Se me subía un poco el ego cuando estaba maquillada, y
si ya con la cara lavada lo llegaba a tener por las nubes…
Cuando
le pregunté por qué le gustaba tanto mirarme, su respuesta fue una de sus
típicas evasivas:
-Me
gusta cómo pones la boca cuando te echas el rímel. Me recuerda a algo…-sonrió,
inclinando la cabeza a un lado, y yo me había echado a reír. Claro que,
después, me di cuenta de que se debía más bien a que Alec adoraba verme
haciendo cualquier cosa. Incluso cuando no estaba haciendo absolutamente nada,
a él le parecía que era lo más bonito e interesante del universo. No había nada
que yo pudiera hacer que le decepcionara.
Lo
sabía porque a mí me pasaba exactamente igual.
Me
giré para mirarlo, apoyada en el lavamanos de nuestra nueva habitación,
idéntica a la de las fotos salvo por mi neceser con el maquillaje y las dos
toallas arrugadas en una esquina. Alcé una ceja.
-¿Lista?
-¿Tú
qué crees?
Me
miró de abajo arriba: mis zapatos de tacón consistentes en tiras de cuero negro
que me rodeaban los pies hasta casi la rodilla, la minifalda de vinilo del
mismo color que las botas, el top azul brillante y mi cazadora, también negra.
-Si
lo digo en voz alta y hay micrófonos en la habitación, probablemente vaya
preso-ronroneó, acercándose a mí. Se metió entre mis piernas y me acarició los
muslos desnudos. Haría frío esa noche para mi atuendo, pero me daba lo mismo.
Si tenía que coger una pulmonía por estar absolutamente di-vi-na para Alec, que
así fuera.
-No
creo que haya micros en la habitación. Y, si los hay, seguro que ya tienen
material suficiente como para detenernos a ambos por escándalo
público-ronroneé, pasándole los dedos por la nuca y tirándole suavemente del
pelo para acercar su boca a la mía-. Entonces, ¿te parece que estoy lista?
-¿Para
que te empotre, o para ir de fiesta?
-¿Acaso
no es lo mismo?
Alec
rió por lo bajo.
-Asegúrate
de no quitarte los tacones cuando volvamos. Los metiste en la maleta buscando
guerra, y es guerra lo que vas a tener.
Me
eché a reír, le di un largo y acalorado beso, y le lamí el labio inferior. Le
guiñé un ojo cargado de maquillaje, y cuando consiguió dar un paso atrás,
atontado, salté al suelo. Comprobé que mi equilibrio con los tacones que le
había cogido prestados a mamá era mejor del que me esperaba, supongo que por la
adrenalina de tener que lucirme. Con su mano en la mía, salimos de la
habitación.
Si de
día Barcelona era preciosa, por la noche era espectacular. Nos acercamos de
nuevo a la playa, donde la ciudad palpitaba con música electrónica que hacía
latir luces de colores en los bares. Entramos y salimos de varios locales, y
justo cuando estábamos pensando en irnos a casa, un grupo de chicos que me
habían reconocido nos dijeron que teníamos que subir, sí o sí, al mirador del
Tibidabo.
-Si
os gusta de noche desde la calle, la tenéis que ver desde arriba-nos dijo una
de las chicas del grupo. Le di las gracias con un abrazo después de apuntar en
el móvil las indicaciones, y regresamos a Plaça Catalunya a coger uno de los
últimos buses. No paramos de besarnos, reírnos, hacernos fotos y bromear
durante todo el trayecto en bus.
-Tenemos
que irnos de viaje más a menudo-comentó Alec, conmigo sentada en su regazo y
acariciándole el mentón con absoluta devoción. Él también estaba increíble: se
le había rizado un poco más el pelo por la acción de la ducha, de modo que
había recuperado esos mechones que tanto me gustaban y que se habían ido
alisando con el transcurso de la tarde por culpa de su eterna costumbre de
pasarse una mano por el pelo, cosa que a mí, salvo por el detalle capilar, me
encantaba.
-Deberíamos
ir buscándonos una excusa para marcharnos la semana que viene, ¿qué te parece?
-¿Qué
tal si perseguimos a The Weeknd? Así matamos dos pájaros de un tiro: vemos
mundo, y vamos a sus conciertos.
-Es
la mejor idea que he oído nunca-alabé en tono de completa adoración, deslizando
los dedos por el cuello de su camisa vaquera, que en cualquier otro chico
habría quedado ridícula, pero él sabía llevar con un estilo que parecía recién
bajado de la pasarela.
Nos
bajamos del bus y, tras explorar un poco por la zona, hacernos fotos junto a
las atracciones iluminadas del mirador y la iglesia que coronaba la cima de la
montaña, nos acercamos a los bares que prácticamente colgaban de una de sus
laderas. Las terrazas estaban llenas, pero aun así, el ambiente era relajado,
cada uno de los allí presentes riéndose de sus chistes privados y centrados
sólo en sus conversaciones. Las luciérnagas de los teleféricos de la cima de
Montjuïc, que poco a poco se iban recogiendo para guarecerse en sus
plataformas, brillaban como estrellas no tan fugaces sobre la silueta de la
ciudad. Unos cuantos aviones se deslizaban por el cielo, despegando y
aterrizando del aeropuerto, dándole un aire vibrante a la ciudad, que se
desperezaba con un halo de luz dorada a nuestros pies.
Me
encantaba su sonrisa de felicidad viéndome explorarlo todo con la vista, tomar
fotos, grabar vídeos y, en general, disfrutar del viaje. No me había sentido
tan relajada y libre en mi vida. No es que mis padres me impidieran hacer
cosas, todo lo contrario, es sólo que… simplemente, estar con Alec era
diferente a estar con el resto de personas.
Si
viajar en pareja sería siempre así, no pisaríamos jamás nuestra casa. Siempre
encontraría una excusa para disfrutar de él en el extranjero, sin importar el
destino ni la justificación: solos él, yo, nuestra sed viajera y la libertad de
poder elegir quién eres.
-Estás
guapísima así de relajada-comentó cuando me recosté en la silla, con las
piernas cruzadas. Corría un poco de viento y tenía algo de frío, pero nada que
no pudiera soportar. Sonreí.
-Estaba
pensando en que me lo he pasado genial hoy. Creo que ha sido uno de los mejores
días de mi vida.
-De
la mía también-admitió, y luego su sonrisa se ensanchó-. Claro que mañana aún
no ha pasado. ¡Dios! Estoy hypeadísimo con lo de mañana. No sé si podré dormir.
-Indirecta
captada-sonreí, haciéndome a un lado cuando el camarero nos trajo nuestras
bebidas-. Procuraré cansarte esta noche.
-¿Aún
tienes ganas de más?-rió Alec, cogiendo mi botella de Coca Cola. Alcé una ceja.
-¿Tú
no?
-Sabes
que sí, nena. Es sólo que, no sé-se encogió de hombros, vertiendo el contenido
de mi Coca Cola en el vaso antes de pasar a su cerveza. Se suponía que no
podían servirme alcohol, aunque dudaba que, si lo pedía, me lo denegaran: así
maquillada, pasaba perfectamente por una chica de 18.
-Perdona,
¿te he dicho yo que me eches la Coca Cola?-inquirí con ganas de chincharle-.
Soy perfectamente capaz de echarme mi propia bebida, gracias.
Alec
arqueó las cejas, murmuró un “ah, ¿esas tenemos?”, y ni corto ni perezoso,
devolvió el contenido de mi vaso al botellín de cristal, tirando gran parte de
la bebida por el camino. Se recostó en el asiento y me miró con una mano
apoyada en la cara, su dedo índice tirando de su ceja hacia arriba.
-Eres
insoportable-gruñí, devolviendo el líquido marrón a mi vaso.
-Menos
mal que follo bien, ¿eh?
Tuve
que reírme, porque no podía discutir con eso. Le ayudé a limpiar con
servilletas de papel lo que había tirado, y cuando terminamos, di un sorbo y le
pregunté:
-Perdona,
te he interrumpido. ¿Qué decías?
-Nada,
es sólo que… ¿te has dado cuenta de que estas semanas hemos bajado el ritmo?-comentó,
y yo asentí.
-Sí. De
hecho, creo que la semana pasada, entre semana, lo hicimos sólo una vez, ¿no?
-Sí,
cuando lo normal habría sido una vez al día. Sobre todo porque nos vimos todos
los días. Pero no sé… resulta reconfortante lo mucho que nos apetece hacerlo
estos días, ¿no te parece?
-¿A
qué te refieres?
-Me
encanta el sexo-dijo, y me eché a reír.
-Vaya,
eso sí que no me lo esperaba.
-No,
lo digo en serio, Saab. Me apasiona. Creo
que es lo que más me gusta en la vida. Sobre todo contigo. Y como últimamente
habíamos bajado el ritmo, pensaba, no sé… estaba un poco preocupado.
-¿Preocupado?
¿Por qué? Al, tú a mí me encantas. Te adoro, ya lo sabes. Y me pones muchísimo.
Adoro tener sexo contigo. Por mí, lo estaríamos haciendo sin parar.
-Ya,
ya lo sé, y por mí también, pero…-se pasó una mano por el pelo, frustrado, y yo
esperé a que aclarara sus ideas. No quería meterle prisa-. Simplemente me
preocupaba un poco que bajáramos el ritmo.
-Estábamos
ocupados, eso es todo. Además, tú has trabajado muchísimo estas semanas. Y yo
aún estoy habituándome a que Scott no esté en casa. Casi es una lástima que
vaya a venir dentro de unos días, porque igual hace que eche todo mi esfuerzo
por la borda, pero… echo de menos a mi hermano-le confesé-. Contigo se me hace
soportable, y ya casi no pienso en él mientras estamos juntos. Así que estoy
menos triste. Y tú has estado doblando. Es normal que no te apetezca hacerlo;
necesitas descansar. Yo no consentiría en hacer mucho más de lo que hemos hecho
sabiendo lo agotado que estás.
-Tampoco
es para tanto.
-Al-susurré-.
Venga, que soy yo. Te veo. Sé que ha sido duro para ti.
Asintió
despacio con la cabeza, mirando las luces del techo primero, y las de Barcelona
a nuestros pies después.
-Yo
sólo… no quiero que caigamos en la rutina de todas las parejas. No quiero que
de repente pase una semana sin que lo hagamos, luego dos, luego tres… y que
terminemos dándonos cuenta de que hace veces desde la última vez. Pero supongo
que es inevitable, ¿no?-jugueteó con el servilletero-. A todo el mundo le pasa
eso.
-No a
todo el mundo. Y estoy segura de que nuestra rutina será diferente. Míranos. Lo
hemos hecho tres veces en… ¿qué? ¿Dieciséis horas?
-Está
un poco dura, la cosa, sí-se rió, masajeándose el puente de la nariz. Me incliné
para cogerle la mano.
-Oye,
es perfectamente normal que te preocupes por lo que va a pasar…
-Ni
siquiera estoy pensando en África.
-No,
ni yo tampoco.
-Oh.
-Pero,
si me lo permites, creo que África nos va a venir genial, sexualmente hablando.
Cuando vuelvas, seguro que lo haremos como conejos. Será mejor que empecemos a
comprar condones ya, para no quedarnos sin ellos-me reí, y él me imitó-. Pero venga,
ahora en serio. El tiempo va a pasar y nuestra relación va a cambiar, Al. Es algo
que es inevitable. Que te preocupes por lo que seremos dentro de unos meses o
de unos años es una tontería, porque ni siquiera sabes si las cosas van a ir
como piensas. Yo, personalmente, viendo cómo soy ahora y viendo cómo eres tú,
estoy segura de que vamos a ser mil veces peores cuando yo tenga tu edad.
-¿Ah,
sí? ¿Y eso, por qué?
-Bueno,
lo he estado hablando con algunas chicas y todas coincides en que cuanto más
mayor eres, más salida estás-solté, y Alec rió-. ¡Es verdad! Piensa en Chrissy y
Pauline, por ejemplo.
-Ya. Ha
sido con ellas con quienes has hablado eso, ¿verdad?
-Vale,
sí, ha sido con ellas-admití, poniendo los ojos en blanco-. ¿Te molesta?
-En absoluto.
-Pues eso. El caso es que ellas
me dijeron que a mi edad, no pensaban ni
de coña tanto en el sexo como en la que tienen ahora. Así que si yo quiero
follar tres veces en un día con 14 años, imagínate cómo seré con 20.
-Va a tener suerte el cabrón que
te pille-se burló Alec, negando con la cabeza.
-Bueno, siempre que a sus 24 años
no sea demasiado viejo para seguir mi ritmo…-le dediqué mi mejor sonrisa torcida,
aquella que en Alec y Scott tenía nombre.
-¿Me estás retando?-preguntó, cogiéndome
la mano y acariciándome los nudillos.
-Oh, ya lo creo que sí-me eché a
reír, dándole la vuelta y siguiendo las líneas de la palma de su mano-. En
serio, Al, no te preocupes. No vamos a caer en la rutina, ni a cansarnos el uno
del otro. No puedo hablar por ti, pero yo de ti… todavía flipo cada vez que te
veo a mi lado. Es como, ¡guau! ¿Qué he hecho para que alguien así se fije en
mí?
-Nacer-respondió él, de repente
muy serio, y yo sentí que se me subían un poco los colores. Lentamente, una
sonrisa se extendió por su boca.
-¿Y te preocupa que bajemos el
nivel de sexo? Cariño, si sigues dándome estas contestaciones, tendrás suerte
si en un futuro te dejo algún día de descanso.
Se rió.
-Es simplemente que… me gustas
demasiado para acabar como mis padres.
-¿Acabar como tus
padres?-pregunté, frunciendo el ceño.
-Sí. Deben de hacerlo una vez al
mes-se estremeció de pies a cabeza, y yo no pude evitar reproducir su reacción.
Una vez al mes no era nada. Dios mío.
Si yo ya me subía por las paredes después de semana y media, estaba segura de que,
tras un mes, no podría acercarme a la sección de frutería de los supermercados.
Los plátanos eran peligrosísimos.
-Bueno, pues tú me gustas lo suficiente
como para acabar como mis padres-me encogí de hombros, y él alzó una ceja-. Sí,
verás… salvo cuando mamá está con la regla (y porque se vuelve insoportable, no
por otra cosa)… lo hacen más o menos cada dos días. Si papá está escribiendo, o
algo, cada día.
Alec parpadeó, los ojos como
platos.
-En cuanto vuelva del
voluntariado, me apunto a un curso de composición-sentenció, y yo me eché a
reír-. Cada dos días… con cuarenta años…
joder…
-Y eso como mínimo.
-¿Dónde hay que firmar?
-Pues en una mezquita, en un
juzgado…-clavé el codo en la rodilla, la mandíbula en la palma y torcí un poco
la boca-. Depende de en qué sitio te guste.
Alec me taladró con la mirada, la
cabeza ligeramente inclinada.
-¿Me estás pidiendo que te pida
matrimonio?
-Podría pedírtelo yo.
-Sabrae-dijo, en ese tono jocoso
que tanto me fastidiaba y me gustaba a la vez-. Que ni siquiera me pides ayuda cuando
no llegas a las alacenas de tu casa. ¿De verdad esperas que me crea que me vas
a pedir mi apellido? Tendré que ofrecértelo yo.
-¿Qué te hace pensar que me voy a
poner tu apellido?
-Lo que va a hacer lo que tienes
entre las piernas en cuanto yo diga las tres palabras mágicas-se inclinó hacia
mí, tan cerca que podía oler su aliento. Clavó sus ojos en mí, y mi Al
desapareció, dando paso de nuevo a Alec Whitelaw, el fuckboy original-. Sabrae.
Gugulethu. Whitelaw.
Paladeó su apellido seguido de mi
nombre como si fuera la palabra más obscena del mundo. Intenté no reaccionar,
pero fracasé estrepitosamente: me estremecí de pies a cabeza, sintiendo un
torbellino de calor descender de mi cerebro hasta mi entrepierna, donde se
condensó formando una oleada de lava.
Alec sonrió, satisfecho. Se
reclinó en su asiento y esperó con esa sonrisa pagada de sí mismo a que yo
abriera los ojos, boqueando en busca de aire.
-¿Me estás haciendo una
proposición, o simplemente te gusta calentarme?
-Lo segundo. Ya te gustaría que te
pidiera la mano ahora, niña. Te encantaría volver a decirme que no, ¿eh? Por mis
cojones que, antes de que me vaya a África, te arranco un sí a ser mi novia. Aunque
tenga que morir en el intento, ¿me oyes?
Me reí, agitando la mano en el
aire como espantando el pensamiento. Como si me pareciera algo absurdo, en
lugar de la única alternativa que nos quedaba a ambos. ¿A qué esperas, Sabrae?, me preguntó una voz en mi mente. Lo cierto
es que ya no lo sabía. Y aquel mirador me parecía el sitio perfecto para
cambiar mi situación sentimental.
-Y luego-Alec jugueteó con el
cenicero-, cuando me digas que sí… entonces, te daré lo que quieras. Todo lo que quieras. Serás la tía más
consentida del universo.
-¿No lo soy ya?-aleteé con las
pestañas, acodándome en la mesa y acariciándole la pierna con uno de mis pies-.
Me lo consientes todo.
-Y tú a mí también, nena-respondió,
encendiéndose un cigarro-. No hay un capricho que no me hayas concedido ya.
-Te di calabazas una vez.
-Bah, eso no era un capricho,
sino más bien una necesidad. Un giro argumental de los que hacen que las series
continúen varias temporadas-se encogió de hombros-. Le da emoción a la partida.
Francamente, no puedo esperar.
-¿A qué?
-A ver en qué momento no puedes
más y me suplicas que te lo vuelva a preguntar.
-Creía que la oferta seguía en
pie.
-Saab-comentó, en el mismo tono
que lo había hecho yo antes-. Que soy yo. Sabes que sé que querrás que te lo
vuelva a preguntar.
-La cuestión es, ¿lo harás?
-Joder, ¿no es evidente?
-Dilo en voz alta-ronroneé.
-Te he seguido a un país cuyo
idioma no hablo sólo porque no soporto no estar contigo. ¿A ti qué te parece?
-Que es una inmensa casualidad que
me hayas seguido a un país en el que va a tocar The Weeknd, tu cantante favorito, precisamente
mañana.
-Cuando el universo conspira, eh…-rió,
cogiendo su cerveza.
-¿Y conspira para que tú consigas
novia, Alec?-pregunté yo, alzando una ceja.
-No. Conspira para que me haga
creyente. Y se le está dando de maravilla-me miró con intención y se echó a
reír, a lo que yo no pude resistirme. Me uní a sus carcajadas, deseando que por
una vez fuera mi mente la que grabara historias y no mi móvil, y así no romper
la naturalidad del momento. Ojalá los recuerdos fueran algo más que milagros
mentales, y pudieran volverse tangibles, algo que resguardar de todos los males
que podían acecharte en el interior de tu cabeza, que compartir y transmitir a
quienes querías.
Seguimos charlando, disfrutando del
aire fresco y de las vistas, e incluso nos pedimos unos cócteles de vasos
amplios, colores chillones y bordes alargados que vimos a los de la mesa de al
lado. El de Alec era de arándanos; el mío, de granadina, y estaban tan
deliciosos que habríamos pedido otros de no hacérsenos demasiado tarde.
En breves, pasaría nuestro
autobús, de modo que pedimos la cuenta y, apurando los últimos sorbos, nos
inclinamos a ver el recibo.
Casi 40 euros.
-Sabrae-dijo Alec en voz baja, y
yo le miré.
-¿Qué?
-No tenemos dinero.
Sentí que la sangre huía de mi
rostro. ¿Me estaba tomando el pelo? Habíamos metido el mismo dinero en su
cartera para que yo no tuviera que llevarme la mochila, pues en el bolso de
fiesta que había traído apenas cabían mi móvil y mi carnet de identidad.
-¿Cómo que no tenemos?
-Tenemos para una puta Coca
Cola-gruñó, mirando el recibo-. Bueno, media, en realidad. Y hemos pedido esta
mierda… joder. Estaban ricos, pero tanto…
-¿Me
estás vacilando? ¡Me he dejado el bolso en el hotel! ¿Qué coño hacemos? He desactivado
Apple Pay.
-Estoy pensando-gruñó en voz baja,
con la vista clavada en el infinito. Entrecerró ligeramente los ojos, asintió
una vez con la cabeza y dijo-: vale. Ya está. Vete al baño-me miró a los ojos,
y yo fruncí el ceño.
-¿Qué?
-Que vayas al baño.
-¿Para qué?
-Nos vamos a marcar un simpa.
-¿¡Es broma!?
-Ya podía, pero no.
-¡¡Alec!!
-Calla y escucha, niña
rica-ordenó-. Ahora estás en la calle, y tienes que hacer caso a la sabiduría
de la calle. Vas al baño. Esperas ahí. Luego voy yo a buscarte, y salimos
corriendo.
-No va a funcionar-insté yo,
mirando en derredor como si esperara que alguien saltara con una motosierra
para empezar a segar cabezas.
-¿Por qué?
-La puerta está enfrente de la
barra-señalé. Alec se giró para comprobar lo que decía, y confirmó que tenía
razón. No parecía haber otra salida que no fuera la principal, salvo, quizá, la
de la terraza inferior…
Supe que habíamos llegado a la
misma desesperada conclusión cuando me miró y me preguntó:
-Oye, no te has hecho fotos desde
abajo, ¿no?
-No.
-Vamos a hacernos un par; seguro
que la vista es un poco diferente.
Nos levantamos con disimulo. Me latía
el corazón a mil, me sudaban las manos, y estaba segura de que la presión que
notaba en mi vientre no era excitación, precisamente. No entendía cómo Alec podía
disimular tan bien, parecía un maestro del robo. Se levantó con naturalidad, se
tiró de las mangas de la camisa, como preparándose para otra sesión de fotos, y
recogió su móvil. Miró la hora y torció la boca, pensativo, mientras yo me
ponía la chaqueta y me acercaba a él. Rodeándome la cintura con los hombros, me
llevó hasta la barandilla, y sin mirar en derredor, como no dejaba de hacer yo,
me empujó disimuladamente hacia las escaleras.
-Deja de comportarte como si
estuvieras robando un diamante de la cámara de las joyas de la Corona.
-Mi madre es abogada, ¿sabes? No
me educaron para que me saltara la ley. No tengo por costumbre hacerlo, llámame
loca.
-Ya le irás pillando el
tranquillo-susurró, sacándose el móvil del bolsillo de la camisa y esperando
para que me colocara en la barandilla.
-¡No quiero pillarle el
tranquillo!-siseé.
-Gírate un poco más a la derecha…-me
pasé una mano por el pelo, siguiendo sus indicaciones, como si estuviera
posando para las fotos. Por el rabillo del ojo, vi que los camareros pasaban
por nuestra mesa, miraban en todas direcciones, y, al dar con nosotros en la
terraza inferior, nos dejaban a nuestro aire.
Comprobé que no había puerta de
salida. Mierda. Estábamos atrapados.
-Guapísima-sentenció Alec-.
¿Vamos?
Le cogí la mano y subí de nuevo
las escaleras, procurando comportarme como si no estuviera a punto de
convertirme en una criminal. Alec incluso inclinó la cabeza a modo de saludo a
uno de los camareros que se encontraban en la barra, y que, afortunadamente, no
nos habían atendido. Me franqueó la salida dejándome pasar, y de nuevo, con su
mano en la mía, me condujo hacia la parada del bus.
-Por favor, Señor, que no se den
cuenta…-musitaba en voz baja, como si fuera un mantra. A mí me daba demasiada
vergüenza ponerme a rezar, pero no sería por falta de ganas.
Justo cuando estaba a punto de
respirar relajada, creyendo que nos habíamos escaqueado, escuchamos un grito a
nuestra espalda. Debía de estar como a 50, o quizá 75 metros.
-¡Eh! ¡Un segundo!
-Mierda-instó Alec-, ¡CORRE!-me
chilló, y echó a correr aún con mi mano en la suya. Por la fuerza con la que
salió disparado, y la velocidad, y mi precario equilibrio, trastabillé por
culpa de los tacones.
-¡Alec, NO PUEDO CON LOS
TACONES!-grité, aterrorizada. Genial. Iban a pillarnos, nos iban a mandar a la
cárcel, y nos perderíamos el concierto. A la mierda la sorpresa de Alec.
-¡QUÍTATELOS!
-¿Y SI HAY CRISTALES?-chillé,
aterrorizada, sintiendo cómo los pasos se acercaban a toda velocidad a
nosotros.
-LA MADRE QUE ME… VEN-ladró,
cargándome sobre sus hombros como si fuera un saco de patatas y echando a
correr a todo lo que daba calle abajo, en dirección a otra parada del bus.
Justo en ese momento, el autobús que
habíamos perdido por estar haciéndonos fotos en la terraza inferior, apareció
en la esquina. Alec me dejó en el suelo y yo, con el corazón en la boca, apenas
pude sostenerme en pie. Me rodeó la cintura con un brazo para que no me cayera,
y con los ojos fijos en la figura que bajaba corriendo tras nosotros, esperamos
a que el vehículo se detuviera justo enfrente.
Montamos a toda velocidad, yo
rezando en silencio para que el conductor arrancara pronto, y Alec preocupado
de atraer su atención preguntándole por el itinerario para ir hasta una calle
que acababa de inventarse mientras el vehículo retomaba la marcha.
Me senté en una de las filas de
asientos del final del autobús, y aun temblando, miré por la ventana. Vi a la
silueta de la figura llegar a la marquesina y quedarse allí plantada,
gesticulando. En cuanto llegáramos al hotel, buscaría información del bar en el
que habíamos estado y les enviaría una transferencia por importe de 50 euros,
por las molestias causadas.
Alec vino a sentarse conmigo en
el momento justo en que el bus giraba por otra calle y la figura se perdía de
vista.
-Podrás decir muchas cosas de
mí-comentó-, pero no que soy aburrido-y se echó a reír.
Intenté no reírme, pero
francamente, me resultó imposible. Así que, en lugar de echarle la bronca por no
haber intentado recurrir a la vía diplomática, agité la mano en el aire y
contesté:
-No sé yo si The Weeknd conseguirá
superar lo de hoy.
-Lo dudo-respondió, inclinándose
para besarme, borracho literalmente y también de adrenalina. Me dejé besar,
porque el subidón de sus besos era algo a lo que aún no me había acostumbrado,
pero que sí podía controlar.
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VAMOS POR PARTES.
ResponderEliminarPunto número, no sé porqué pero es que tenía tan claro desde que empezamos a hablar de cuando escribieras los capítulos de Barcelona que los pondrías a follar en el vuelo que es que he chillado de puta satisfacción jsjsjsjsjs.
Me ha encantado mucho la parte en la que reflexionan sobre el punto en el que están ahora en su relación y sobre todo lo que respecta al tema del sexo y como han comentando entre ellos sus preocupaciones y temores. Me encanta como la reflexión de Sabrae de que su relación va cambiando y mutando con el tiempo es algo totalmente visible en la historia, no puede ser más cierto. Empezaron siendo extremadamente sexuales y ahora dan importancia o prioridad a otros aspectos y es super sano la forma en la que se enfrentan a esos cambios.
La parte del simpa me ha hecho muchísima gracia solo por el simple hecho de imaginármelos correr como alma que lleva el diablo.
Por último hacer hincapié en lo cerda que eres haciendo pequeños guiños constantes durante el capítulo al accidente. No sólo te has puesto a contar lo que pretenden hacer después del viaje sino que con tus dos ovarios has escrito esto “Tienes más posibilidades de sufrir un accidente con la moto que en un avión” y te has quedado tan tranquila. ����