domingo, 2 de agosto de 2020

El genio de la lámpara.


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Sabrae continuó encogida en posición fetal a mi lado incluso después de que sonara el despertador por tercera vez. Lo había ido atrasando de diez minutos en diez minutos desde la  hora original que habíamos acordado para levantarnos, prepararnos y marcharnos al festival a conseguir el mejor sitio posible, que no podía ser otro que primera fila. Sin embargo, yo llevaba despierto desde una hora después del amanecer, por el puñetero jet lag de tan solo una hora. Me había pasado dando vueltas en la cama más de una hora, rodando de un lado a otro con la esperanza secreta de que mis movimientos despertaran a Sabrae, para así poder levantarnos antes, pero no surtió efecto. Lo único que conseguí moviéndome de esa manera fue que ella también rodara por la cama inconscientemente, acostumbrada como estaba a seguirme allá donde fuera, incluso en los brazos de Morfeo.
               Lo que en otra ocasión me había encantado y me habría hecho disfrutar de lo lindo, hoy me traía por la calle de la amargura. No quería que me persiguiera por la cama estando inconsciente: quería que se quedara quieta, notara que hacía frío, y levantara la cabeza. Yo me la comería a besos, le daría los buenos días, y me las apañaría, ya se me ocurriría cómo, para convencerla de que nos levantáramos.
               Así que sonó el despertador. Una vez. Dos. E incluso tres. A la tercera, me incorporé en la cama hasta quedar sentado, emitiendo un gruñido gutural que ella tuvo que escuchar, pues estaba seguro de que me habían oído incluso en Inglaterra. Y, aun así, nada. Siguió dormida a mi lado, hecha un ovillo adorable que ahora me estaba empezando a cabrear. De no ser porque sabía distinguir cuándo se hacía la dormida de cuándo dormía de verdad (era lo bastante afortunado como para haber dormido con ella las suficientes veces para empezar a distinguir esos pequeños detalles), habría jurado que llevaba media hora tomándome el pelo. Claro que ella tampoco me tomaría el pelo con algo así. Sabía lo mucho que me importaba el festival, estar en primera fila, poder verle los poros sudorosos al puñetero The Weeknd con ella a mi lado, tan cerca que pareciera que nos iban a caer sus gotas de sudor en la frente mientras brincaba por el escenario. Ya que íbamos a verlo, verlo bien. Ya que era su primera vez, quería que fuera especial, más que ninguna de las otras que había tenido yo, afincado en medio de la pista de un estadio al que no había podido llegar antes porque mi madre no me había dejado saltarme las clases, o incluso en las puñeteras gradas, aproximadamente en la órbita de Neptuno, porque la página de venta de entradas se había quedado colgada y no había nada decente disponible cuando había podido salir de la cola virtual.
               Me volví a pasar una mano por el pelo y me la quedé mirando. Mechones de azabache se le pegaban al cuello por causa del sudor; sus pechos subían y bajaban al compás de su respiración profunda y pausada, en su rostro había tal expresión de paz que me sentía un miserable por siquiera pensar en despertarla. Cuando nos acostamos por la noche estaba tan cansada que se había quedado dormida dos veces durante el masaje que le hice en los pies, porque aquellos tacones que se había puesto eran tan bonitos como dolorosos. Hizo un inmenso esfuerzo por no dormirse mientras lo hacíamos, y cuando me tumbé a su lado justo después de acabar, rodó pesadamente hacia un costado para rodearme con un brazo y se quedó dormida entonces. Nada de ir al baño, nada de charla post coital, simplemente pum, aquí te pillo, aquí te mato, sueño.
               Me levanté de la cama, fui al baño, me puse unos calzoncillos, me lavé los dientes, volví a echarle un vistazo a la ropa que íbamos a llevar, y me senté a esperar en el pequeño banco acolchado que había contra la pared, enfrentado a la cama. Carraspeé un par de veces, porque eso no contaba como despertarla, exactamente, ¿no? Miré el reloj, gruñí, me encendí un cigarro, me lo terminé, volví a gruñir, y Sabrae continuó dormida. Por un instante pensé en que las cosas con Jordan serían más fáciles: no tendría ningún cargo de conciencia por pegarle un almohadazo a las cinco de la mañana y ordenarle que se vistiera para plantarnos los primeros en la cola de entrada del festival. Sólo por un instante.
               Porque en cuanto esa idea se me pasó por la cabeza, un vocecita en mi cabeza me recordó que, por mucho que me doliera, ya no me lo pasaba tan bien con Jordan como me lo pasaba con Sabrae. La cosa había dejado de centrarse exclusivamente en el sexo hacía mucho, mucho tiempo: con ella tenía un nivel de complicidad del que no había disfrutado con absolutamente nadie. No es que Jordan tuviera problemas en leerme, todo lo contrario, pero Sabrae directamente sabía lo que estaba pensando antes incluso de que lo pensara. Con Jor habría ido a cualquier sitio de comida basura y me habría pateado la ciudad de cabo a rabo, habría hecho menos fotos y puede que también fueran algo peores, porque a ninguno de los dos nos interesaba lo estético más que disfrutar, simplemente, pero con Sabrae… con Sabrae había conocido sólo una parte de la ciudad, la que sus cortas piernecitas podían recorrer en el corto espacio de tiempo del que disponíamos, había hecho un millón de fotos (y todas bastante buenas) y me había dejado más dinero en una comida del que me habría gastado con Jordan en todo un fin de semana… y lo había disfrutado más que si estuviera con él.
               ¿Por qué? No es porque fuera un mal amigo, ni porque no hubiera viajado nunca con Sabrae, y con Jordan sí. Era porque estaba enamorado de Sabrae, pero no de Jordan. Y el amor que ella me inspiraba hacía que la ciudad fuera mil veces más hermosa, que los platos estuvieran cien veces más deliciosos, y que las experiencias fueran un millón de veces más memorables. Igual que mi primer cumpleaños, Sabrae me había abierto la puerta a un mundo de infinitos colores cuando yo llevaba 17 años viviendo en una escala de grises bastante rica, pero inevitablemente limitada.
               Por eso me estaba debatiendo entre despertarla y dejarla dormir, porque quería crear más recuerdos con ella, y también disfrutar de lo que estaba viendo: a ella, encogida, relajada y descansando en un lugar silencioso, todo lo contrario al hogar en que se había criado. Todo sería mucho más fácil si fuera Jordan, o si fuera mi hermana, o si…
               Me quedé quieto un instante, valorando la última opción. Mi hermana…
               Y, sin pensármelo dos veces, me levanté y fui a por el móvil.



Lejos, muy lejos, notaba que me faltaba algo. En la bruma de mis pensamientos, conseguí identificar vagamente, como en un bosquejo, que la presión a cuyo lado me había acostumbrado a dormir no estaba ahí. Ya fueran mis hermanas o Alec, quienquiera que hubiera compartido la cama conmigo cuando cerré los ojos, no estaría ahí cuando los abriera. Pero me daba igual. Estaba tan cansada… no recordaba sentir las piernas tan pesadas en toda mi vida, y los pies amenazaban con estallar de un momento a otro. Ese dolor me resultaba familiar, y nuevo a la vez: era como si hubiera hecho algo que yo sabía que me molestaba, tanto y durante tiempo que había conseguido martirizarme. Aunque quisiera, no podía abrir los ojos: sólo con ellos cerrados mi cansancio se mantenía a raya.
               Además, tampoco quería. No recordaba la razón que mi cerebro trataba de aducir para que me despertara; era como si habláramos idiomas diferentes, provenientes de familias lingüísticas cada una de un extremo del globo, por lo que ni una sola palabra era parecida en ambos. Fuera cual fuera esa razón, no era lo bastante importante como para despertarme. Ya volvería la presencia a mi lado. Siempre volvía. Encima, era demasiado temprano. Seguro que no había dormido más que un par de horas, ¿no? Shasha, Duna o Alec se habían ido al baño y enseguida volverían. No tenía sentido preocuparse. Aunque había una cierta luminosidad que no terminaba de casar con mis recuerdos…
               Emití un profundo suspiro, llenando mis pulmones de un oxígeno que detuvo en seco mi tren de pensamientos.  Ya me ocuparía de las cosas que no cuadraban cuando me despertara, dentro de unas horas deliciosas en las que mi cuerpo terminaría de regenerarse.
               Sentí muy lejos que algo se movía a mi lado, algo que emitía un extraño ruido que me resultaba tremendamente familiar. Ese algo se posó junto a mi rostro, rozándome la piel de manera que mi cerebro se puso en alerta, y entonces…
               -Sabrae…-canturreó una voz, alargando tanto la última vocal que mi nombre bien podría haber durado un año. Era una voz familiar. Una voz que llevaba echando de menos mucho tiempo. La primera voz que escuché en mi nueva vida, la que me dio mi nombre.
               Abrí los ojos lentamente, sólo para encontrarme de bruces con un Scott tan luminoso que incluso me hacía daño en las pupilas. Parpadeé, intentando procesar por qué mi hermano parecía hecho de puntitos de luz, y entonces, se alejó lo justo para que viera que, en realidad, no estaba ahí. Por eso no olía a él, ni era cálido como él, ni se veía como él. Lo único que era idéntico era el sonido de su voz cuando pronunció un cariñoso “buenos días, chiquitina”.
               Miré en derredor, intentando identificar la habitación en que me había despertado, las sábanas que me cubrían, la ventana colocada en un lugar incorrecto. Ese sitio no era mi habitación, ni la de Scott, ni tampoco la de Alec. ¿Qué hacía Scott ahí?
               O, más bien, ¿por qué estábamos haciendo videollamada?
               -Arriba-me instó, y yo me froté los ojos, aturdida-. Tienes mucho que hacer hoy. Me ha dicho un pajarito que te has dedicado a saltarte las leyes, ¿así es como lidias con la culpabilidad? ¿Durmiendo como una marmota durante tus vacaciones?-Scott chasqueó la lengua, frunciendo ligeramente el ceño-. Pobre niña, no sabes la que te espera. Cuando el capitalismo te esclavice como está haciendo conmigo, aprovecharás cada segundo de libertad como si fuera el último de tu vida.
               -¿Qué?-me froté la cara y me incorporé un poco, intentando espabilarme.
               -Eres una delincuente, Saab-me acusó mi hermano, y yo lo miré-. Estarás orgullosa. Eres la vergüenza de la familia. ¿Eso es lo que ha criado mamá? ¿A una fuera de la ley? Tendré que replantearme con quién dejo que te… ay, mi madre. ¿Estás desnuda?
               Me cubrí de nuevo con las sábanas, haciéndome con el móvil, y estaba a punto de contestarle a Scott cuando me fijé en la figura que había a los pies de la cama. Alec, con el pelo revuelto, los calzoncillos puestos y una expresión de culpabilidad en los ojos.
               -Lo siento. Me daba mucha lástima despertarte, así que decidí llamar a tu hermano para que me hiciera el trabajo sucio.
               -Sí, y de paso restregarme que tú te estás pasando el fin de semana teniendo sexo y yo aquí estoy, muerto del asco mientras escucho a Chad y Aiden y Diana y Tommy hacerlo como animales en celo-se lamentó Scott con un gruñido, negando con la cabeza. Alec puso cara de fastidio, y en tan solo un segundo pasó de ser mi Al, al Alec de Scott.
               -Haber estado espabilado y haberle pedido a Eleanor que te acompañara. Has metido la pata hasta el fondo, tronco; esto de la monogamia te afecta más de lo que crees. Jamás se te habría ocurrido no decirle a una chica que te acompañara a unas vacaciones en la playa. Estar sin mí te afecta, ¿eh?-le picó-. Realmente son las plumas las que hacen al pavo real.
               Scott puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza y atacó a la pantalla:
               -¡Mira quién fue a hablar! ¿No acabas de ponerte a lloriquear hace diez segundos porque no podías destapar a Sabrae sin más, como hacías conmigo? Mi hermana te ha vuelto débil; conmigo no tenías ningún problema.
               -Tú no me comías los huevos; Sabrae, sí.
               A pesar de todo, Alec sonrió, se tumbó a mi lado y me besó el hombro mientras yo, aún aturdida, trataba de procesar el torrente de información que recogían mis sentidos.
               -¿Has dormido bien?-me preguntó con voz dulce.
               -¿Habéis dormido algo?-acusó mi hermano, acercándose el móvil al ojo tanto que éste ocupó la pantalla al completo.
               -Menos que tú, eso por descontado.
               -A veces, cuando estamos separados el suficiente tiempo, se me olvida que te odio, Alec.
               -Sí, a las tías también les pasa, no te preocupes: se les hace imposible quererme con esta cara-sonrió, pasándose la mano por debajo de la mandíbula como si su rostro fuera la pieza principal en un escaparate del que estaba presumiendo. Scott volvió a poner los ojos en blanco.
               -Si llego a saber que me ibas a estar tocando los huevos todo el rato, no te habría hecho este favor.
               -¿Qué favor? Te encanta despertar a Sabrae. Seguro que me tienes unos celos terribles porque ahora lo hago yo.
               -Pero ¡no lo digas delante de ella!-ladró Scott, y yo me reí. Mi hermano se tumbó en una hamaca, de manera que el sol le daba de lleno en la cara-. Bueno, ¿me das intimidad para charlar con mi hermanita pequeña, o tengo que aguantar que me tengas de recadero?
               -Ya sabes por qué me corría un poco de prisa que la despertaras-comentó Alec con cierto tono irónico, y yo lo miré un segundo. Uno, nada más. Y  entonces, todas las piezas encajaron. La habitación irreconocible. Mi dolor de pies y piernas. Alec a mi lado. Scott, en una isla en la que se estaba tomando unos días libres, unos días sin Eleanor, que había decidido ir directamente a casa para pasar ese tiempo con su familia.
               Scott estaba en Ibiza; Alec y yo, en Barcelona. En el finde que íbamos a pasar haciendo turismo y en el festival, viendo a The Weeknd, entre otros muchos. Por eso me ardía tanto la parte baja de mi cuerpo: me había pasado el día caminando, y la noche, subida a unos tacones casi tan altos como mi antebrazo.
               Y por eso Scott estaba ahora en una pantalla a mi lado: el sol había avanzado lo suficiente en el horizonte como para que Alec empezara a ponerse nervioso, temiendo que no llegaríamos a la posición que habíamos consensuado que trataríamos de alcanzar. Aunque no nos corriera prisa y mis planes fueran ponerle un poco nervioso, debía reconocer que se me había ido un poco de las manos: si bien no esperaba que recurriera a mi hermano para despertarme, sí que tenía intención de que lo pasara un poco mal.
               Pero no tanto. De modo que me incorporé, me puse una camiseta de boxeo de Alec que me había llevado como precaución para el fin de semana (sabía que le habría parecido mal que me llevara un pijama, pero tenía que estar preparada por si había que salir corriendo al ritmo de la alarma de incendios) y me saqué el pelo de debajo de la tela.
               -¿S? Te llamamos luego, ¿vale? Tenemos que ir a buscar para desayunar-no se me escapó el suspiro de alivio que dejó escapar Alec, y sentí una punzada de remordimiento en el corazón. Puede que hubiera sobrevalorado su paciencia y subestimado su ansiedad, porque la forma en que intentaba controlarse me recordaba vagamente a cuando había ido a verme después de que Tommy intentara acabar con su vida, en el culmen de estrés al que se había visto sometido cuando él y Scott se pelearon.
               -Ah, no, ni de coña. Soy tu hermano, y siempre lo seré. Alec, en cambio…
               -Tiene prisa-instó Alec, cogiendo su móvil y arqueando las cejas-. Te haremos videollamada cuando estemos en primera fila, descuida. No dejaremos que te pierdas nada.
               Ignorando las protestas de Scott, colgó el teléfono y se me quedó mirando. Nos quedamos en silencio un instante, contemplándonos el uno al otro: él, en gayumbos; yo, con su camiseta, los dos con una prenda de ropa suya cubriendo las partes más importantes de nuestros cuerpos. Se pasó la lengua por los dientes, pensativo, y cuando yo no pude soportar más el silencio, lo rompí:
               -Debías de estar muy desesperado porque me despertara si has tenido que recurrir a llamar a Scott. Aunque si te sirve de consuelo, no creo que la gente se haya puesto a hacer cola aún. Hay posibilidades de primera fila.
               -Francamente, nena, no era el festival lo que más me preocupaba. Empezaba a pensar que no te despertarías. Has ignorado completamente el despertador más de 3 veces. No estoy acostumbrado a que entres en coma profundo-ronroneó, inclinándose hacia mí, poniendo una mano en el colchón, por detrás de mi espalda, y acercando tanto su boca a la mía que por un momento me sentí como si el alcohol que había consumido la noche anterior volviera a correr por mi torrente sanguíneo, embotándome los sentidos. Para colmo de males, él notó el cambio que se produjo en mi organismo, y esbozó una sonrisa pagada de sí misma-. Sueles echarme de menos automáticamente, en cuanto me alejo de ti en la cama, así que me sorprendí un poco cuando vi que no me buscabas bien de mañana cuando me desperté.
               Deslicé los dedos por los músculos de su brazo y, no sin antes regodearme en la fuerza que desprendían, repliqué:
               -Sabes que yo siempre te echo de menos. Es sólo que a veces tengo otras… necesidades-jugueteé con el elástico de sus bóxers, y me costó mucho no desnudarlo. Céntrate, Sabrae, me dije a mí misma. Si había llamado a Scott, era no porque no pudiéramos perder ni un minuto más, sino porque ya íbamos tarde.
               Y, por mucho que mi sorpresa no entendiera de los horarios que le había hecho creer a Alec que seguiríamos, no quería que al pobre le diera un infarto por el estrés. De modo que dejé caer la mano al lado de su miembro, y le di unos golpecitos con el puño al colchón.
               -Siento haber tardado tanto en despertarme.
               -Eh, no pasa nada. Ayer fue un día lleno de emociones-me acarició la mejilla-. Es normal que estés cansada, pero bueno… mira el lado positivo.
               -¿Y cuál es?
               -Vamos a un festival en el que va a estar The Weeknd. Seguro que hay cocaína de sobra para que se te pase el cansancio.
               Puse los ojos en blanco, negué con la cabeza, y le pedí que me pasara las bragas. Tardé poco en vestirme, pues sólo tenía que ponerme unos shorts y unas sandalias: estaba en España, pasaba de recurrir al sujetador. Salimos de la habitación cogidos de la mano, y riéndonos, fuimos al comedor del hotel, una sala que ocupaba aproximadamente el doble que el vestíbulo en cuyo centro había un gran mostrador con recipientes de buffet. Alec no perdió el tiempo; mientras yo dejaba un par de vasitos con zumo en una de las mesas, reservándonoslas, salió disparado hacia los mostradores, cogió dos platos, y comenzó a llenarlos hasta arriba de huevos revueltos, beicon, quesos y embutidos. Yo, por mi parte, cogí un cuenco de yogur con cereales y macedonia, y le sonreí al camarero cuando se acercó para preguntarnos el número de habitación, y si querríamos un café.
               -¿Al? ¿Café?-pregunté, y él asintió con la cabeza, levantando un pulgar en el aire mientras esperaba a que repusieran las salchichas, que había terminado él mismo. Ignoró a conciencia las miradas cargadas de reproche del resto de los comensales y vino derechito de vuelta conmigo. Me miró con curiosidad cuando hundí la cuchara en mi yogur.
               -¿Sólo vas a comer eso? Pero, ¿pretendes aguantar todo el día sólo con un yogur?
               -Vamos a ir a comprar comida después-le informé, y él exhaló un asentimiento. “Ah, vale”. La forma en que lo dijo, sonando un poco decepcionado, me hizo pensar que se estaba esforzando demasiado en conseguir que no me sintiera mal por lo mucho que había tardado en despertarme, pero conseguí contener el pinchazo que sentí en el corazón recordándome que yo tenía unos planes que él desconocía. La sorpresa sería más dulce cuanto más amargo fuera el sentimiento anterior.
               Ya ni siquiera le daba importancia a lo mucho que comía durante el desayuno, así que ni se me había pasado por la cabeza que estuviera haciendo acopio de fuerzas para pasarse toda la tarde dando brincos, gritando y esperando bajo el sol abrasador que estaba anunciado para ese día cuando se sentó frente a mí con dos montañas de comida. Yo aún estaba terminando de despertarme, así que no podía pensar en meterme tantos nutrientes entre pecho y espalda, pero Alec llevaba tanto tiempo en pie que, para él, esto era un almuerzo más que un desayuno.
               Sin embargo, pronto me di cuenta de que, incluso para ser él, la cantidad que había cogido era escandalosa. Lo supe por la forma en que nos miró el camarero cuando nos trajo nuestros cafés. A pesar del tiempo que llevaba trabajando (que parecía mucho, a juzgar por su soltura moviéndose entre las mesas y sirviendo tazas llenas hasta los topes), el chico que nos atendió y que se ocupó de darme el brebaje que convertiría a Alec en persona no pudo evitar abrir los ojos como platos al descubrir la montaña de comida a la que se enfrentaba mi chico. Incluso para dos personas, parecía una proeza, así que para una sola, y más con la constitución atlética de Alec, tenía más pinta de broma de mal gusto que de cualquier otra cosa.
               Incluso mi chico se dio cuenta de lo que sucedía, porque se giró para mirarme en cuanto se marchó el camarero, farfullando una disculpa por su indiscreción:
               -¿Qué pasa? ¿Es que no hemos cogido buffet?-intentó que su tono de voz no se elevara varias octavas, pero no lo logró del todo. Si tuviéramos que pagar todo lo que acababa de coger, seguramente no nos diera ni con todo lo que yo tenía ahorrado. Puede que incluso tuviera que recortar todos sus gastos durante varios meses para suplir el desembolso que tendríamos que hacer-. Porque si no lo hemos cogido…
               -Sí, sí. El desayuno está incluido-sonreí, dando un sorbo de mi té-. Es sólo que… le sorprende que nos vayamos a comer todo eso. Bueno, y a mí también. Ni siquiera Annie prepara tanta comida.
               -¿Nos?-preguntó Alec, entrecerrando los ojos-. Me vaya a comer todo esto, Sabrae. Tú sólo has cogido frutitas como si fueras un pajarito dispuesto a alimentarse exclusivamente a base de pipas.
               -No te pongas nervioso-sonreí, acariciándole la muñeca. Me miró por debajo de sus cejas y replicó, en tono más cortante del que pretendía:
               -No estoy nervioso.
               -Sí lo estás. Cuando estás nervioso, comes como un animal.
               -No como porque esté nervioso. Como porque tengo que coger fuerzas para esta tarde.
               -Sabes que vamos a ir a por comida al súper, ¿verdad?-inquirí, y Alec puso los ojos en blanco.
               -Me lo repetiste unas cien veces mientras buscábamos el hotel. “Alec, hay que buscar un sitio bien situado, con un supermercado cerca para poder coger comida”. Tranquila, estoy en ello. Es sólo que no quiero cargarte como una mula, eso es todo. Además… igual no tengo tiempo para comer en toda la tarde-se encogió de hombros, pinchando una salchicha-. Igual me ponen un montón de música cojonuda y me paso gritando todo el día, termino afónico perdido, y mañana me tengo que comunicar por lengua de signos contigo.
               -Entonces, ¿esta noche no te voy a hacer gemir?-hice una mueca, y sus ojos se oscurecieron automáticamente ante la perspectiva de más sexo. Puede que me odiara un poco por lo mucho que había tardado en despertarme, pero acababa de perdonármelo absolutamente todo.
               Me dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, y lo poco que quedaba dormido en mí, se despertó.
               -Para eso siempre voy a tener voz, nena.
               La perspectiva de que mi libido ya se hubiera espabilado hizo que comiera más rápido y esperara con impaciencia, palmeándose la tripa ante la opípara comida, a que yo me acabara mi yogur. Varias veces le pedí que fuera a por un poquito más de frutas, y él siempre fue sin rechistar, hasta que yo también dejé la cuchara sobre el cuenco vacío, me relamí los labios, me pasé una mano por el pelo y me recliné en la silla.
               -¿Qué te parece si vamos a bajar el desayuno?-alzó las cejas, seductor, y yo asentí con la cabeza, me limpié con la servilleta con delicadeza y me incorporé.
               -Está bien, pero necesito ir a la habitación para cambiarme las sandalias por unos playeros.
               Parpadeó, preocupado.
               -¿Para qué?
               -¿Es que no quieres pasear?
               -No, no era eso lo que yo tenía en mente.
               Me eché a reír.
               -¿No me habías despertado porque tenías miedo de que no llegáramos a tiempo para el festival?
               -Para un polvo siempre hay tiempo, Sabrae-me guiñó el ojo, y yo me reí.
               -En el festival, va a estar The Weeknd.
               -El polvo lo voy a echar contigo-respondió, soplándose en las uñas y frotándoselas contra la camiseta, subiendo y bajando las cejas de forma seductora. Me eché a reír, negué con la cabeza y tiré de él en dirección a la habitación.
               -Vamos, venga. Tenemos un concierto al que acudir.
               Y, sorprendentemente para tratarse de su cantante favorito, Alec gruñó como si fuera lo que menos le apetecía en el mundo.


Por la manera en que arrastraba los pies y miraba en todas direcciones, como buscando un taxi, supe que estaba más cansada de lo que quería hacerme ver. Cualquiera diría que había sido yo, y no ella, el que había corrido por media ciudad cuando nos dimos cuenta de que no teníamos dinero para pagar nuestras bebidas y tuvimos que salir pitando de aquel bar. A juzgar por cómo todo su cuerpo se balanceaba de un lado a otro, esquivando a la gente a duras penas, supe que había hecho bien apurando el momento de despertarla al límite, pues todo segundo de descanso sería poco.
               -Tenemos que ir a por crema solar para ti-comentó cuando entramos en el pequeño supermercado cuya presencia le había hecho exclamar la víspera, al reconocer su nombre en la parte superior de la puerta. Aunque no me esperaba que ese sol me hiciera daño (casi nunca me echaba crema estando en Grecia, y jamás me había quemado), sabía que su cerebro estaba aún haciendo un esfuerzo por ponerse en marcha, así que no discutí. Acepté la mano que me tendió en cuanto una de las nubes tapó el sol, que ya comenzaba a calentar los adoquines del suelo, y la seguí al interior del establecimiento, ya atestado de gente a pesar de que era bastante temprano.
               Aunque no lo suficiente, pensé para mis adentros, y disimuladamente me consulté el reloj de muñeca. Las once y media. Tuve que contenerme para no emitir un gruñido que hiciera que Sabrae se apresurara más de lo que le permitieran sus pobres pies y piernas: en poco menos de media hora, las puertas del festival se abrirían y todo el mundo entraría en el recinto, dejándonos sin posibilidades de conseguir primera fila en el escenario principal. No es que tuviera inconveniente en pelearme con alguien para llegar a tocar las vallas, o que no confiara en mi suerte, pero una cosa era dar empujones con mi grupo de amigos ayudándome, y otra hacerlo yo solo, cuidando de no soltarle nunca la mano a Sabrae para así no perderla.
               Porque con la estatura que tenía, si la perdía de vista medio segundo todo se iría a la mierda. Estaba seguro de que la multitud se la tragaría, y a ver cuándo y dónde la escupía, si es que lo hacía.
               Dejé que Sabrae me arrastrara hacia la sección de panadería, en la que los aromas que flotaban en el aire parecieron espabilarla un poco. Pude ver cómo se iba despertando poco a poco con cada paso que daba, y en cuanto cogió una bolsita con minúsculos bollitos de distintos tonos de marrón, volvió a ser la de siempre. Mirando con disimulo hacia los lados, buscando las cámaras de seguridad, comprobó que estábamos en una especie de punto ciego, abrió la bolsa y se metió en la boca uno de esos bolos. Su relleno estalló en su boca en el acto, y Sabrae emitió tal gemido que yo no pude por más que echarme a reír mientras la observaba sonreír, saboreando el contenido.
               -¿Sabrae? Sé que ya no eres una novata en eso de saltarte las normas, pero creo que deberías controlarte un poco. Quizá se vuelva adictivo.
               -Lo siento, es que hace mucho que no tomo saladitos, y están deliciosos-se relamió los dedos antes de cerrar la bolsa, tras mucho pensárselo-. Ya te la daré a probar. Coge lo que quieras-me indicó, señalándome los expositores en los que los dependientes estaban reponiendo continuamente todo tipo de ejemplares de dulces y salados. Las bolsitas de bollos espolvoreados con sésamo que parecían tener alas. Un par de ancianas esperaron, al lado de Sabrae, a que los dependientes colocaran de nuevo bolsas de aquellos bollitos en los estantes antes de arramplar con todas las que pudieron, dejando a Sabrae sólo con dos. A pesar de que eran bolsas más bien pequeñas, Sabrae pareció darse por satisfecha, pues empezó a tirar de mí para ir a la sección de bebidas.
               -¿No se supone que hay bares en el festival? Además, todo lo que cojamos se recalentará.
               -Tengo antojo de Sunny-explicó-. Y me he traído un termo. Soy una mujer preparada.
               -Ya veo. Sigue tú, ahora te alcanzo-insté, metiendo otro trozo de pizza en una caja llena a rebosar. Sabrae alzó una ceja.
               -¿Estás seguro de que no necesitas ayuda? Quizá deberíamos coger un carrito.
               -Estoy bien, no te preocupes.
               -Oye, Al… que podemos coger comida allí-comentó, riéndose, cuando metí nada más y nada menos que cuatro perritos calientes en una bolsa en la que claramente sólo cabían dos. Estaba tratando de maximizar el poco espacio que teníamos, pues cuantas más bolsas lleváramos, más difícil nos sería organizarlo todo.
               -¡Cómo se nota que no has estado en ningún festival, nena! Siempre pasan ofreciéndote bebida por las barricadas, pero la comida es otra historia. Yo jamás he visto que pasaran con perritos calientes, trozos de pizza o bocadillos por entre el escenario y el público. No, señora-chasqueé la lengua-. No puedes morirte de hambre en un festival, pero sí de sed.
               -Como digas-Sabrae se llevó dos dedos a la frente y, haciendo el saludo militar, se alejó de mí. Ni siquiera se llevó la cesta, algo que por otro lado le agradecí. Tras llenar otra bolsa de papel con unos bollos tan grandes que parecían los padres de los que había cogido Sabrae, me di por satisfecho y fui en su busca. Nos encontramos en el pasillo de los congeladores, y mientras yo examinaba las croquetas congeladas, Sabrae metió dos botellas de Sunny en la bolsa. Traté de conducirla hacia las cajas, seguro de que no se acordaría de que pretendía cuidar de mi piel, pero de nuevo, la subestimé. Agarró con firmeza el asa de la cesta, arrebatándomela de las manos con un movimiento brusco pero respetuoso, y echó a andar en dirección a la sección de cosméticos. Sorteamos a las familias que se inclinaban a examinar las etiquetas de los champús, los cepillos de dientes y los tintes para el pelo, y fuimos al otro extremo de la sección, donde ya esperaban unas cuantas muestras de cremas solares.
               Sabrae gruñó con frustración cuando yo insistí en que no hacía falta que cogiéramos nada, que no me iba a quemar y no quería hacer que cargara con los botes de crema para nada, y tras coger un par de botecitos, uno de factor de protección 30 y otro de 50, los giró para leer el prospecto, mirándome con disimulo.
               -Será broma-le dije cuando hizo amago de guardar el factor de protección 50 en la cesta, dejando el otro ahí. Me ofendió que creyera que era ése el que necesitaba, si teníamos en cuenta que mi piel no tenía nada que ver con la de mi hermana, y era el que ella utilizaba. Una de las cosas que menos le gustaba de ser pelirroja era lo sensible que tenía la piel y lo imposible que le resultaba coger un poco de color en verano, un color que no se pareciera al cangrejo. Siempre le restaba importancia, pero yo sabía que Mary Elizabeth, en el fondo, me envidiaba por lo fácil con que mi piel se ponía de un tono moreno que les encantaba a las chicas. Especialmente, a la mía. Ojalá el viaje a África empezara lo suficientemente tarde como para poder llevármela a pasar unos días en Grecia; me encantaría tumbarme a la bartola en una de las playas de Mykonos, con Sabrae a mi lado tomando el sol, o nadar con ella en aquellas aguas cristalinas que hacían que los turistas nos invadieran cada año. Seguro que el beso del sol del Mediterráneo le venía genial; aunque lo vería al día siguiente con mis propios ojos, cuando nos tomáramos el día con más calma después del festival, me moría de ganas por comprobar cómo era ella en Grecia, uno de los pocos lugares en que una criatura como ella recibiría el nombre que se merecía: diosa.
               Sabrae agitó un protector de factor 30 en el aire y yo puse los ojos en blanco, negué con la cabeza y aparté la mirada. Si no quería que me pusiera moreno, que me lo hubiera dicho y me habría hecho con un burka, pero, ¿factor 30? Vamos, por favor.
               Estaba a punto de protestar cuando algo en los estantes superiores de las baldas contiguas a las de los protectores me llamó la atención. Cajas de cartón plastificado, con alarmas colocadas de modo y manera que no pudieras abrirlas si no te las desencajaban en caja, que me resultaban tremendamente familiares. Dejando a Sabrae con un bote de factor 20, me acerqué a ellas y me las quedé mirando.
               No sabía español suficiente para ir por ahí sin temor a perderme o a encontrarme con alguien que no pudiera ayudarme gracias a mi amplio vocabulario, pero si algo había conseguido enseñarme Tommy era, precisamente, lo único que yo creía que necesitaría en algún momento de mi vida: palabras con contenido sexual. En la que los preservativos, por supuesto, ocupaban puestos centrales. Me incliné y cogí una caja azul con dos palabras, “sensación natural”, que incluso un negado del español como yo sería capaz de comprender.
               Entonces, miré el precio. Tuve que mirarlo dos veces para asegurarme de que no me había confundido. Según lo que ponía en la etiqueta, la caja contenía el mismo número de condones que uno de Durex, pero la diferencia era de la mitad.
               Sabrae se colocó a mi lado y me dio un toquecito con la cadera, indicándome que ya había terminado.
               -¿Qué miras?
               -Condones.
               -Aún nos quedan bastantes. No te estarás pensando de verdad lo de no ir al festival por quedarnos en la cama, ¿verdad?
               -No, es sólo que… son súper baratos. Están a mitad de precio que en casa.
               -¿De veras?-Sabrae se inclinó,  cogió la caja y la giró-. Ah, por eso Scott los traía en cantidades industriales el verano pasado. Es que los hace Durex-se encogió de hombros, devolviéndolos al estante del que los había sacado. Me quedé de piedra.
               -¿Qué? Quédate aquí-ordené, sorteando la cesta con tan poca maña que tropecé con ella, y casi beso el suelo-. No dejes que nadie coja ningunos; voy a por un carrito.
               Sabrae se echó a reír.
               -Al, ¡no tenemos dónde meterlos!
               -¡Da lo mismo! Compraré una maleta.
               -¡Mañana venimos a por ellos, venga!-se rió, siguiéndome.
               -¡Quédate ahí! Voy súper en serio, Sabrae. No dejes que nadie coja ni una sola caja-articulé, señalándola con un dedo acusador por atreverse a moverse. Sin embargo, se echó a reír, y en cuanto me perdió de vista, se colocó en una de las filas de caja. Yo no tuve más remedio que regresar con ella, porque en el fondo sabía que tenía razón: había cosas más urgentes que hacernos con un cargamento de condones que, por otro lado, seguro que nos estarían esperando cuando volviéramos al día siguiente.
               En el hotel, nos cambiamos de la ropa que habíamos llevado a desayunar y al súper a la que habíamos elegido para el festival: yo iba con vaqueros, mis Converse blancas y una camiseta de tirantes de la portada de Beauty behind the madness, con diferencia el mejor disco de The Weeknd, que había conseguido en una puja en eBay para la que había estado despierto toda la noche, superando penique a penique cada oferta que enviaba algún gilipollas de Canadá. ¡Joder! Si seguro que tenían merchandising de The Weeknd en cada centro comercial, ¿por qué le tocaba los  huevos a un tío de las antípodas que sólo quería cumplir un sueño? Fuera como fuera, y con el dinero que me había gastado en ella, no estaba dispuesto a dejarla muerta de risa en la maleta mientras yo me iba por ahí a vivir la vida con una camisa de colores claros, más acorde con el tiempo que haría esa tarde.
               -Vas a pasar calor-me dijo Sabrae, colocando sobre la cama su top de parches de colores, sus vaqueros cortos, la chaqueta que más tarde se ataría a la cintura y un par de gomas elásticas de colores con las que pretendía recogerse los mechones delanteros.
               -Me da igual-contesté, metiendo la comida en la mochila, también de tonos neón, que Sabrae iba a colgarse a la espalda.
               -¿Vas a llevártelo todo?
               -Claro.
               -Es muchísima comida, Al.
               -Si te preocupa el peso, no te rayes, que la cargo yo todo el tiempo que quieras.
               -No es por el peso, es porque es la de Dios de comida, Alec.
               -Sabrae, mido dos metros. Necesito alimentarme-protesté.
               -Te faltan 13 centímetros para llegar a los dos metros, no vayas de listo conmigo, porque no cuela-se rió, recogiendo una toalla de donde estaba colgada en el baño.
               -No, si contamos todos mis apéndices. Oye, ¿qué vas a…?-inquirí, frunciendo el ceño al ver que se metía en el baño con tan sólo la ropa interior.
               -Voy a darme una duchita rápida. No te importa, ¿verdad?
               -Sabrae, son ya las doce. Acaban de abrir las puertas, sabe Dios la cantidad de gente que…
               -Te prometo que no tardaré mucho.
               Bufé, sentándome en la cara.
               -Empiezo a pensar que debería haberte despertado antes.
               Sabrae caminó hacia mí, vestida sólo con sus bragas. Sin embargo, no sentí el más mínimo impulso de rodearle la cintura, pegarla a mí, tumbarla sobre la cama y hacerle el amor. En circunstancias normales, eso me habría preocupado, pero bien sabíamos ambos que no estábamos en circunstancias normales. Habíamos venido a Barcelona con un plan muy concreto, y no iba a dejar que su desnudez me distrajera.
               -Sólo quiero ponerme guapa para ti, Al-ronroneó, acariciándome el mentón. Puse los ojos en blanco y le cogí la mano, levantando la vista para mirarla.
               -Tú estás guapa siempre.
               -Vamos. Serán diez minutos a lo sumo. ¿Qué diferencia hay?
               -La diferencia está entre tener primera fila o no-susurré, desinflándome, sintiendo que poco a poco me hundía más y más en mi pesimismo. Pensándolo bien, deberíamos haber ido a primera hora de la mañana, para así asegurarnos un buen sitio. Seguro que había colas kilométricas en aquel lugar. Por el amor de Dios, yo no era el único en el mundo al que le gustaba The Weeknd: el tío movía ejércitos de millones y millones de fans, estaba claro que tendría que poner mucho más de mi parte que simplemente cambiar de país para poder estar cerca de él.
               -Eh-murmuró Sabrae, cogiéndome la cara entre las manos y haciéndome mirarla-. No te disgustes, ¿vale? Ya verás cómo todo esto merecerá la pena al final. Te prometo que tendremos primera fila, cueste lo que cueste, aunque tenga que empujar como una loca. ¿De acuerdo?
               -Eso es fácil decirlo, pero…
               -¿Confías en mí?-preguntó, y yo la atravesé con la mirada, sintiendo que el corazón me daba un vuelco. Por supuesto que confiaba en ella. Que me hiciera aquella pregunta resultaba casi ofensivo, hasta que me di cuenta de que lo había hecho en el mismo tono en que yo le había preguntado un millón de veces aquello mismo. ¿Confiaba en ella en mí? Siempre me había gustado oírselo decir, porque la confianza era algo que se construía poco a poco, con mucha más disciplina y esfuerzo que el amor, y que sin embargo se desvanecía con el menor soplo de aire. No podías dar pasos en falso, mientras que el enamoramiento era algo que no podías controlar. Por eso prefería la confianza al amor, por eso me parecía más importante: la confianza te llevaba a hacer sacrificios, a disfrutar más de lo que teníais. El amor iba y venía, pero de la misma manera que sí había amor a primera vista, no había un equivalente para la confianza.
               Por eso la valoraba yo tanto. Y por eso me gustaba oírselo decir cuando íbamos a hacer algo que requería que me lo recordara, como si fuera un pájaro que necesita de vez en cuando de la brisa marina para levantar el vuelo.
               Y por eso me lo había preguntado ella. Porque quería escucharlo de mi boca, oírme decir que lo que fuera que nos pasara no tendría ningún tipo de defecto, siempre y cuando estuviéramos juntos.
               -Sí-jadeé, en el mismo tono en que lo hacía ella, dándome cuenta de lo importante que era aquella declaración. No sólo por lo que implicaba en mi interior, sino por lo que suponía en nuestros planes: que se podrían alterar con el curso del tiempo, pero habría una variable que se mantendría inmutable: nosotros.
               Sabrae sonrió, me acarició el labio inferior con el pulgar, y me dio un suave beso en los labios.
               -Te prometo que habré salido y estaré lista antes de que te des cuenta.
               -¿Me dejas, al menos, mirar?-pregunté, acomodándome en la parte central de la cama, con la almohada bajo mi cuerpo y la espalda en el cabecero. Sabrae se echó a reír, asintió con la cabeza, terminó de desnudarse y deslizó la mampara de la ducha. Mientras contemplaba cómo el agua lamía sus deliciosas curvas, pasé el tiempo imaginándome entrando en la ducha con ella y haciendo que su baño se alargara tanto que nos fuera imposible llegar a tiempo al festival. Anoté mentalmente que tendríamos que aprovechar para hacerlo allí al día siguiente, antes de irnos. Quizá después de ir a la playa.
               Sabrae salió envuelta en una toalla, se anudó el pelo como ella quería, dejándose la melena cayendo por la espalda y los mechones delanteros recogidos en la parte alta de su cabeza, deslizándose en cascada sobre su melena y liberándole así las facciones. Sacó su neceser y empezó a maquillarse, y para mi sorpresa, tras terminar con su sombra de ojos y las pestañas postizas que hacían que su mirada fuese terriblemente felina, se aplicó poco a poco pedrería en torno al párpado, de modo que su delineado y el resto de su maquillaje adquiriera ese ambiente festivo tan propio de los conciertos de verano al que me moría por acompañarla.
               Dos pirámides doradas salían de sus ojos maquillados con tonos plateados, haciendo que su rostro fuera más que nunca el de una diosa. Se aplicó pintalabios un poco sonrosado, y encima, gloss. Se toqueteó el colgante con mi inicial, que nunca se quitaba, de manera que la A quedara justo en el arco invertido de sus clavículas, y entonces, salió a la habitación. Se rió al ver mi expresión alucinada.
               -¿Estoy guapa?
               -Deslumbrante-respondí, alucinado. Sabrae volvió a reírse, se apartó el pelo de la cara, se acercó a darme un beso en los labios, y comenzó a vestirse. La ayudé a ajustarse el top en los pechos, le pasé la chaqueta que se anudó a la espalda, y yo mismo le até los cordones de las Converse también de colores que llevaría en los pies ese día. Era toda una expresión de color, una diosa del cromatismo. Aproveché el gesto para darle un beso en la cara interna del tobillo, y cuando levanté la vista para mirarla, me acarició el mentón con una sonrisa cálida, amorosa en los labios.
               -Última oportunidad-me dijo, como si quisiera que cambiara de opinión. Lo habría esperado de cualquier otra persona: nadie entendía mi obsesión con The Weeknd como lo hacía Sabrae, y todas las chicas con las que me había acostado que habían pretendido hacerlo al ritmo de su música habían puesto mala cara cuando me negué en redondo. Todas, sin excepción. Ninguna conseguía procesar que mi cantante favorito fuera lo suficientemente importante para mí como para no quererlo compartir así como así; puede que el sexo fuera mi pasatiempo preferido, pero la música de The Weeknd era algo sagrado para mí, y no iba a dejar que se mancillara sólo porque los polvos fueran mejores cuando los echabas con él de fondo.
               Así que nadie, viendo mi historial, podría adivinar jamás que pondría por delante un concierto suyo en detrimento de una tarde de buen sexo. No parecía mi estilo, o eso dirían todas las chicas con las que me había acostado.
               Pero ninguna de ellas era Sabrae, de modo que ninguna podía bromear con ese tema como sí lo hacía ella, sabiendo que no iba a ceder. No en esto. Ya no era sólo por el dinero que habíamos invertido en nuestro viaje, las molestias que nos habíamos tomado o las ganas que tenía de cantar a voz en grito mis canciones preferidas. También se trataba de Sabrae, de los recuerdos que estábamos creando juntos, de mis ganas de tener todas las primera veces posibles con ella, incluso aquellas de las que ya había disfrutado en otra ocasión.
               -Mueve ese precioso culo, nena-le di una palmada en las nalgas-. Tenemos un festival al que acudir.
               Sabrae sonrió, asintió con la cabeza, se toqueteó el pelo y, tras comprobar que estaba todo en orden, se cargó la mochila a los hombros. Me tendió una bandana que me enrolló en la cabeza, para cuando empezara a hacer calor de verdad y empezara a molestarme el pelo, y entre risas, salimos de la habitación.
               Trotamos en dirección al metro con la confianza de quien se ha memorizado el mejor itinerario a seguir, y mientras los vagones nos transportaban al recinto, en un gigantesco parque en el corazón de Barcelona, dejé que Sabrae me dibujara unos puntitos alrededor de los ojos, al más puro estilo tribal, para perfeccionar mi look de festival. Puse los ojos en blanco cuando me sugirió hacerme una foto para subir a las historias, y  protesté cuando pensó que de verdad me molestaba. Enseguida mis amigos empezaron a responderme a la historia, diciendo que estaba muy guapo, que si me iba a cambiar de acera, que si ahora me iba a dedicar profesionalmente al maquillaje, y un montón de tonterías más que no podrían hacerme más gracia. Sabrae se pegó a mí, se pasó mi brazo por los hombros, y sonrió mientras los vagones avanzaban hacia el terreno del festival. Supimos que íbamos en la dirección correcta cuando el tren empezó a llenarse más y más, hasta que llegó un punto en que no cabía ni un alfiler.
               Como de costumbre, las puertas se abrieron y nos vimos arrastrados por la marea humana en dirección al nivel superior, la planta calle, y seguimos la riada de gente en dirección a las entradas del festival. Ya se escuchaban los primeros gritos de los fans, propios de los conciertos más madrugadores, y globos y banderolas de colores indicaban el camino hacia la entrada, en la que una cola kilométrica rodeaba ya el recinto, atestada de gente deseosa de entrar y, como nosotros, pasárselo bien.
               Ni yo ni Sabrae nos desanimamos al comprobar que, definitivamente, no obtendríamos primera fila. Ahora que nos encontrábamos en el recinto, nos parecía evidente que sería más bien imposible encontrarnos en los mejores lugares, pero era casi mejor. Después de mucho meditarlo cogido de su mano, escuchando los gritos de los fans cada vez que algún cantante hacía una nota alta o una banda iniciaba una canción archiconocida suya, llegué a la conclusión de que la primera fila en los conciertos en general, y en los festivales en particular, tenía más inconvenientes que ventajas. Para empezar, no podías moverte por el recinto ni explorar absolutamente nada: cuando estabas cerca del escenario, te autoconvencías de que no podías moverte de ahí, y cada hora que pasaba se convertía en un suplicio. Sería más llevadero si siempre hubiera artistas en el escenario, pero la gran parte del tiempo no eran más que horas muertas en las que esperabas cara al sol, de pie, pasando calor, sed y hambre, si no eras lo bastante previsor como para hacer suficiente acopio de comida. Además, a medida que llegaba más gente, había más presión, menos espacio y más empujones.
               Por mucho que me jodiera, tenía que reconocer que en aquella ocasión, lo mejor sería ver a The Weeknd desde la distancia. Cuando recibí las entradas, dediqué mi buena sesión de investigación a analizar todo el recinto en el que tocaría, y descubrí que aquel festival no sólo tenía los típicos escenarios secundarios en los que artistas de menos prestigio que los cabezas de cartel amenizaban los días y los eternos puestos de comida, sino también recreativos. Era un espacio de diversión y juegos, más que de música en exclusiva. Había pensado que a Sabrae le daría igual perdernos la noria, la piscina de bolas, los coches de choque o los juegos de los dardos, pues nada de aquello podía compararse con The Weeknd, a quien no veíamos ni de coña tan habitualmente como a esas atracciones. Sin embargo, ahora, viendo lo implicada que estaba en hacer del viaje una aventura perfecta, me di cuenta de que esperar varias horas al sol, con los pies doliéndonos y las rodillas ardiéndonos, no haría que ese viaje subiera de categoría de otros que pudiéramos hacer.
               Ya cogeríamos entradas para ver a The Weeknd bien de cerca cuando viniera a Londres con su tour. Si éramos lo bastante rápidos, quizá consiguiéramos algún paquete VIP con el que tuviéramos acceso al backstage, meet&greet incluido y todo el rollo.
               Parte de mí detestaba pensar así, una parte que me decía que no debería cambiar tanto por una persona, que no debería renunciar a mis sueños, que ahora que se me presentaba la ocasión de ver a The Weeknd bien de cerca debería luchar por conseguirlo: morder, empujar, colarme, pelearme incluso si era preciso. Aquella era la misma parte que había estado en control cuando empecé la relación con Sabrae, cuando vi que las cosas se me iban a ir de las manos, me entró el pánico y me comporté más que nunca como el fuckboy que era antes de dejar que ella escarbara en mi interior y descubriera el diamante que se ocultaba bajo mi piel.
               Desgraciadamente, esa parte era poderosa, y tenía el control de mi cuerpo en ese momento. Era como si él ya estuviera allí, y yo lo sintiera en lo más profundo de mi ser, de modo que no podía resistirme a hacer todo lo que estuviera en mi mano para cumplir mis sueños.
               Pero otra parte de mí me decía que no pasaba nada, que no había cambiado, sino que había reorganizado mis prioridades… y eso estaba bien. Me bastaba con mirar a Sabrae para sentir que las cosas irían bien sin importar a qué distancia nos encontráramos, e incluso podría permitirme fantasear con llevármela a tomar un helado, comer unos perritos o jugar en algún juego no demasiado abarrotado. Después de todo, lo que contaba era la compañía, no los planes. Además, aquel sitio no podía ser tan grande como para no ver a The Weeknd, aunque fuera en pequeño, sin necesidad de las pantallas. Convertirlo en células en lugar de píxeles, de nuevo, con ella.
               Aún de su mano, temiendo perderla, me dirigí hacia la cola más larga, la que se correspondía con los que habíamos adquirido entradas normales. Sabrae, sin embargo, se detuvo en seco, clavando sus Converse de colores en el suelo de césped de forma que sus talones se hundieron un poco en el prado. Me giré y la miré.
               -¿Qué pasa?-ella no contestó, sino que simplemente se limitó a sonreírme, mordiéndose la boca como si no quisiera echarse a reír delante de mí por temor a ofenderme-. ¿Estás bien? ¿Necesitas…?-miré alrededor, en busca de algo que pudiera haberla detenido, pero más allá de las dos entradas, la VIP y la normal, y los pequeños cubículos de los lavabos portátiles, no había nada-. ¿… ir al baño?
               Ya que llegábamos mucho más tarde de lo planeado, me daba lo mismo esperar fuera que dentro del recinto por Sabrae. Total, ¿qué más daba? Seguro que los lavabos de fuera estaban mucho más limpios que los del interior, pues nadie se saldría de la cola para aliviarse cuando podía hacerlo dentro, y dedicarse a correr por todos lados con absoluta libertad.
               Sabrae negó despacio con la cabeza, su sonrisa se ensanchó un poco más, las comisuras de su boca curvándose tanto que sus mejillas se inflaron como dos globos aerostáticos, y propulsándose hacia arriba con las corrientes de aire, Sabrae empezó a dar saltitos igual que una ninfa de los bosques. Tiró de mí hasta sacarme de la fila, y cuando consiguió que perdiéramos nuestro puesto y yo empecé a protestar porque no sabía qué bicho le había picado, se echó a reír, me pasó las manos por el cuello y exclamó:
               -¡Lo siento muchísimo, amor! ¡Me ha costado un montón no decirte nada viendo lo nervioso que te estabas poniendo! Feliz cumpleaños atrasado, sol-ronroneó, sacando las entradas y sosteniéndolas frente a mí. En un principio, pensé que me estaba tomando el pelo. ¿Qué coño hacía? ¿Acaso estaban podres las frutas que se había tomado para desayunar? ¿Estaba rancio el yogur? Sea como fuere, no entendía a qué venía ese arrebato. ¿Realmente no podía esperar a tenerlo cuando hubiéramos entrado en el recinto? Ya había visto las entradas un millón de veces, yo mismo las había impreso y guardado en mi casa, trayéndolas conmigo en la maleta por si acaso a Sabrae se le olvidaban (como si no la conociera y no supiera que traía lo menos 3 copias en sitios distintos de su equipaje).
               Y entonces, me fijé. Aquellas no eran las entradas que ella me había reenviado por correo electrónico. No se trataba de folios normales, con la densidad propia del papel de oficina en el que tomaba apuntes, hacía exámenes o me dedicaba a dibujar cuando no me interesaba una clase. Era papel más duro, casi cartulina plastificada, con bandas metalizadas en ambos lados. Las entradas de verdad. Debía de haber pedido que se las enviaran por correo, y las que me había entrado a mí no eran más que el resguardo que te enviaban nada más recibir la compra.
               Y, en el mismo tono brillante de la banda con hologramas de las entradas, había dos palabras justo debajo del nombre del festival, dos palabras que yo no había visto jamás, y que me habrían tranquilizado toda la vida de haberlas podido leer antes.
               ACCESO VIP.
               Sabrae puso los brazos en jarras y se balanceó adelante y atrás, esperando que yo procesara la información que acababa de proporcionarme. Acceso vip. Acceso vip. Acceso vip. La entrada vip. Pase preferente en todas las atracciones, colas específicas en cada puesto de comida y bebida.
               Una parte del escenario, la más cercana, exclusiva para los vip. Vallada, apartada de los demás, con espacio de sobra para tumbarte, si te daba la gana.
               Exclusiva para nosotros. Para tumbarnos si nos daba la gana.
               Iba a tener primera fila, después de todo.
               La miré, y cuando vio que por fin había comprendido en mis ojos, Sabrae se echó a reír de nuevo.
               -¿Te hace ilusión?-preguntó, nerviosa.
               -Cásate conmigo-fue mi respuesta desesperada, en un tono jadeante que bien podría ser el de un hombre que acaba de correr la maratón, el primero en ganarla. A pesar de que no habíamos pasado aún ese punto de nuestra relación en que ella aceptaba ser mi novia, pasábamos años juntos y la gente empezaba a preguntarnos para cuándo el anillo, o mi nula capacidad económica para conseguirle un anillo acorde a su estatus de reina, yo ya quería casarme con ella. Ni siquiera era por el concierto, que también, sino por el hecho de que hubiera tenido en cuenta todo lo que podría pasar, y como siempre, fuera un paso por delante, adelantándose a todos los acontecimientos que podían ir en nuestra contra. De nuevo, volvía a convertirme en el centro de atención, en una prioridad, cuando ni siquiera yo había sido capaz de hacer eso de mí a lo largo de mi vida.
               -Pensaba que no me lo ibas a pedir este fin de semana-rió, dando un paso hacia mí y besándome despacio en los labios. Un chisporrotazo recorrió mi columna vertebral. Es ella. Siempre ha sido ella. Siempre será ella.
               -No te lo estoy pidiendo. Te lo estoy suplicando. Por favor, Sabrae, sé mi esposa-le imploré, y ella rió.
               -¿Va The Weeknd a oficiar nuestra boda?
               -Que la haga quien quiera. Te amo. Joder…-gruñí, negando con la cabeza, sintiendo que se me anegaban los ojos de lágrimas. Ella rió de nuevo, acariciándome el mentón con la yema de los dedos, como si fuera un niño pequeño al que una regañina particularmente severa le salta lágrimas de pura vergüenza. Solo que esto ya no era vergüenza, sino felicidad, una felicidad tan absoluta que sólo podía venir de un sentimiento completo de pertinencia. A ese lugar, a ese momento, a esa persona, a ese regalo.
               Sabrae sabía que se nos echaría la noche encima, la primera noche en el extranjero juntos; sabía que me sentiría con la obligación de elegir entre ella y primera fila, y sin lugar a dudas la elegiría a ella, y sabía que realmente, yo no tenía la necesidad de elegir, porque podía tenerlas a ambas. Puede que mi poder adquisitivo no me permitiera tratarla como una reina, pero ella tenía el suficiente como para elevar mi estatus conservando el suyo. Más que una reina, era una emperatriz. Una emperatriz de la música, de los colores, del amor, de la felicidad, de la abnegación. Nada malo que hubiera en el mundo tenía relación con ella, y todo lo bueno tenía algún tipo de vínculo con su ser. Era la fuente de la bondad, el escudo que protegía el mundo del mal, los lazos que equilibraban y mantenían los vínculos de absolutamente todo en el universo.
               Y yo necesitaba pertenecerle de una manera tangible, indiscutible, con un anillo en el dedo que proclamara que yo, Alec Theodore Whitelaw, a pesar de mi millón de defectos y errores en mi pasado, a pesar de ser completamente indigno de ella, le pertenecía.
               Mi chica, mi novia, mi esposa, mi diosa, mi Sabrae rió, me acarició los labios y susurró:
               -Me alegro mucho de haber conseguido sacar al osito sentimental que llevas dentro. Porque no hay nada que más me guste que hacerte llorar de felicidad.
               -No te haces una idea de lo que te quiero ahora mismo…-jadeé, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano. Sentía que todos nos miraban, que varios grupos de personas se detenían a curiosear, pero no me importaba una mierda. Ni siquiera me preocupaba que pudieran entender lo que decíamos; lo único que sabía era que me estaba derrumbando allí, delante de todo el mundo, porque la suerte que tenía de que Sabrae hubiera entrado en mi vida, hubiera abierto las ventanas de mi interior y hubiera dejado que me bañara en su luz celestial, podía con todo lo que había aprendido hasta entonces: que los chicos no lloran, que debo aparentar ser fuerte, que debo proveer en lugar de ser mantenido. No éramos así. No íbamos a ser así. Ni éramos la pareja al uso, ni lo seríamos nunca.
               A mí también me gustaba que Sabrae hubiera quitado el tapón que me impedía llorar, porque ahora mis emociones podían embargarme con más poder del que nunca habían experimentado.
               -Te mereces esto y mucho, muchísimo más. Todo lo bueno que te pase, ¿me oyes, Al? Te quiero-me recordó en ruso, y yo le contesté automáticamente, pero no por ello sintiéndolo menos-. Te dije que esto sería especial, el viaje más especial de nuestras vidas, y no podía ser especial al fondo del recinto. Ten-me dijo, tendiéndome las entradas-. Disfruta de ellas. De todas las personas que hay aquí, eres el único al que le pertenece por derecho la posibilidad de tocar el escenario con los dedos.
               -Ha debido costarte mucho-jadeé, y ella sonrió.
               -Oh, no te creas. Papá y The Weeknd comparten discográfica, así que es fácil conseguir  que nos den un poco de la remesa que siempre reservan para situaciones de emergencia. Y que tú veas a The Weeknd en primera fila es una situación de emergencia-me acarició la mejilla, llevándose una lágrima con el pulgar-. Además, sé que esto te conmueve tanto que no te pondrás tozudo con que quieres pagarme la diferencia.
               -Ni siquiera sabría por dónde…
               -Ya que no me dejas decirte lo que los dos nos morimos por escucharme-me miró a los ojos, emocionada, aquellos ojos brillantes tanto por sus sentimientos a flor de piel como por la  pedrería que había en su mirada-, por lo menos deja que te coloque justo donde tú te mereces.
               -Me voy a arrodillar-jadeé, pellizcándome el puente de la nariz. Sabrae se echó a reír.
               -Mamá y papá no me perdonarán que me comprometa con 15 años.
               -Todavía tienes 14.
               -No eres el único que redondea al alza. ¿Ves?-rió, dándome un toquecito en la mandíbula-. Somos tal para cual. Además… también lo estoy haciendo por mí, ¿sabes?-alzó una ceja, chula, y chasqueó los dedos al lado de su rostro como hacen las niñatas pijas de las películas-. Soy Sabrae Malik-dijo, con el típico acento pijo de Londres que todos los turistas imitaban de una forma repelente y patética, sólo que nada en Sabrae podía ser patético-, yo no me mezclo con la chusma.
              

Deseé de nuevo que los ojos fueran capaces de grabar en vídeo y transmitirlo de alguna forma a un aparato de grabación, pues sólo así podría enseñarle a Alec lo guapo que estaba cuando estaba así de feliz. Mientras la azafata le ponía la pulsera azul y morada con la etiqueta de VIP, le costó tanto contener la sonrisa que la chica hasta se sonrojó. Apenas aparté la vista de él un segundo, salvo para entregarle a la mía la entrada a mi nombre y aceptar que me pasaran un collar de tela por el cuello del que colgaba una etiqueta de acceso premium a todos los sitios, con un mini folleto de los horarios del festival, un plano, y los menús y precios de las distintas cafeterías allí situadas, en puestecitos que parecían los de una feria.
               Y, aun así, me alegré de que nadie más que yo pudiera ver aquella estampa. Si bien merecía la pena una y mil veces presumir de Alec, sabía que en parte estaba guapo por estar en un lugar en el que nadie le conocía. Por primera vez, me alegré de que no hubiera cámaras documentando mi vida, pues aquel momento en público era a la vez tan íntimo que estaba segura de que lo estropearía si tratara de inmortalizarlo de alguna manera.
               Alec jugueteó con su etiqueta de VIP en cuanto las chicas le dejaron, después de entregarle un termo con los colores del festival y una funda para el móvil que guardó en mi mochila.
               -No puedo creerme que esté pasando esto-comentó -. Es como si todos mis deseos se estuvieran haciendo realidad. Estoy en un festival con la chica de mis sueños, voy a tener primera fila, y encima voy a ver a mi cantante favorito.
               -Soy el genio de la lámpara-respondí, riéndome-. Tus deseos son órdenes para mí.
               Supe que había hecho bien cogiendo directamente las entradas especiales apenas atravesamos las barreras que daban acceso al recinto. Decir que estaba lleno sería quedarse muy, muy corto: miraras hacia donde miraras, grupos de chicas recién salidas de las pasarelas más exageradas de las colecciones de primavera-verano de ese año y los siguientes se paseaban de un lado a otro, contoneándose al ritmo de la música; grupos de chicos llevaban consigo tantas bebidas como les cabían en las manos, y los empleados hacían lo posible por recoger todo lo que se tiraba.
               No perdimos el tiempo mirando embobados a la muchedumbre: echamos a andar en dirección al escenario principal, y comprobamos con alegría que el hueco reservado para los vips estaba ocupado por tres o cuatro personas. Éramos de los primeros en llegar, y como tales, merecíamos explorar el recinto. Me bastó una mirada para comprobar que Alec y yo estábamos en sintonía, y de nuevo de la mano, paseamos esquivando a la gente, que ya parecía borracha  antes de que dieran las tres de la tarde. Fuimos a la zona de restaurantes, cogimos perritos calientes, nos sentamos cerca de un escenario en el que tocaba una chica a la que ninguno conocía, pero cuya música nos encantó; después fuimos a la noria, a los coches de choque, a los puestos de dardos, y casi entramos en la piscina de bolas. Tras ir de nuevo a por bebidas, decidimos que ya iba siendo hora de aprovechar nuestras entradas, y nos dirigimos hacia el escenario principal, en el que un DJ se encargaba de amenizar el ambiente mientras los técnicos preparaban el escenario para que la siguiente artista lo ocupara.
               Grité de emoción al reconocer a Alessia Cara, que salió saludando a un público entregadísimo a pesar de que era bastante temprano aún. Eché la vista atrás y me percaté de que el recinto se había llenado increíblemente en el intervalo de tiempo transcurrido entre cuando nos asomamos a mirar y cuando nos decidimos a entrar: aunque en el nuestro había ya un par de filas rodeando el escenario, lo cierto es que en la parte general estaba todo lleno. Incluso a Alec le costaba vislumbrar algún espacio de prado libre, con tanta mano levantada al aire celebrando las canciones de Alessia.
               A pesar de que yo hacía el papel de cumplidora oficial de sueños, Alec me concedió uno de mis deseos cuando le pedí que me subiera a sus hombros mientras Alessia cantaba Stay, una versión en la que había trabajado con Zedd. Adoraba esa canción, me recordaba mucho al verano, y cuando sonaba en la radio, Amoke y yo la poníamos a todo volumen para cantarla a pleno pulmón. Me saqué el móvil del bolsillo en cuanto reconocí los primeros acordes, pero viendo que muchas manos tapaban mi visión, le tiré a Alec de la camiseta y le pedí a gritos, haciéndome oír entre la gente:
               -¿Me subes a tus hombros?
               Se le había pasado hacía tiempo el carácter dócil y complaciente, y había vuelto a ser él, algo que yo había agradecido hasta ese momento: no me gustaba que me estuviera dando las gracias cada vez que uno de los dos se movía, pues me hacía sentir como si creyera que me debía un favor, cuando para nada era así. Me gustaba hacerle feliz, simple y llanamente: no quería su agradecimiento, sino su dicha.
               -¿Tengo cara de ser un puto camello para que tú te me andes subiendo encima?-preguntó, fingiendo mal humor mientras me miraba de arriba abajo. Me reí y me acerqué a él.
               -No, pero tampoco tienes cara de caballo, y bien que te cabalgo cuando a mí me da la gana.
               Alec puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y se rió.
               -Ay, las cosas que hace uno por amor…-jadeó, agachándose para agarrarme de la piernas y lanzándome hacia arriba tan rápido que temí caerme, siquiera por un momento. Entonces, justo cuando pensé que me iría demasiado hacia delante, Alec me sujetó por las piernas y me balanceó a los lados, haciéndome chillar.
               -¡Para! Eres peor que el demonio-ladré, agarrándome a su pelo como Remy en Ratatouille. Cogí el móvil y, cuando me aseguré de que Alec no me tiraría por estar haciendo el bobo, enfoqué a Alessia, que me sonrió directamente e incluso agitó la mano en mi dirección, pues era la chica subida a hombros de un chico que más cerca estaba de ella. Chillé a la cámara, estropeando por completo el audio del vídeo, pero me daba igual. Quería pasármelo bien, no grabar un documental digno de nominaciones a los premios cinematográficos.
               Cuando terminó la canción y Alessia se despidió, Alec trató de bajarme, pero yo cerré las piernas con fuerza en torno a su torso y negué con la cabeza, disfrutando con la perspectiva que él tenía del mundo.
               -Guau, desde aquí arriba todo es espectacular-alabé, mirando en todas direcciones, disfrutando de un horizonte amplísimo, que se extendía más allá de lo que nunca se había extendido cuando yo estaba sobre mis pies. Podía ver la noria, en el otro extremo del recinto, al completo, con cola incluida.
               -Y eso que no te has visto tus escotes desde mi altura-ironizó. Le tapé la nariz y él hizo amago de tirarme hacia atrás, arrancándome un chillido que le encantó a la gente que estaba a nuestro alrededor.
               Se sucedieron las actuaciones, cada cual mejor que la anterior. No había consultado quiénes eran los artistas invitados, pero todos me parecieron geniales cuando abandonaron el escenario, marcándose unas actuaciones increíbles. La noche cayó sobre el parque, y Alec, que se había quitado la camiseta por culpa del calor, se la volvió a poner. Ignoró mis miradas cargadas de intención, pues me había metido con él de lo lindo cuando empezó a jadear, acusando su ropa negra en aquel día tan caluroso;  ni siquiera la pobre excusa que me había dado de que era un rockero, por cuyas lavas corría lava infernal sacada directamente del reino de Lucifer, le sirvió cuando el sol empezó a cascar fuerte. La bandana le sirvió para más de lo que estaba dispuesto a admitir, pero cuando la Luna asomó por el horizonte y la gente comenzó a ponerse sus chaquetas, sé que lamentó no haberse traído consigo ropa de abrigo.
               Es por eso que le pedí que nos sentáramos en el suelo, yo con mi chaqueta y él entre mis piernas, y, abrazándolo para que entrara en calor, esperamos a que llegara el momento más importante del día, el que nos había traído hasta allí.
               El momento en que se apagaron las luces del escenario por última vez, y todo el público empezó a chillar.

Exactamente igual que en todas las ocasiones en que el cabeza de cartel hacía su aparición estelar, la parte general del público se volvió loca. Los que estaban más cerca del escenario se vieron aprisionados por la parte trasera, que luchaba por acercarse. Siempre había movidas de este estilo en los festivales: gente gilipollas que lo quería tener todo, ir a una actuación y luego a otra como quien cambia de canal.
               Esta vez fue completamente diferente para mí. Porque esta vez, yo no estaba entre los que sufrían los empujones o los que los daban, sino entre los que miraban con indiferencia hacia atrás. Me encontraba entre los ganadores.
               El ruido de tensión que iniciaba uno de los sencillos con más éxito de The Weeknd iluminó tenuemente el escenario, y todo el mundo gritó. Todo el mundo. Sabrae y yo nos pusimos en pie (bueno, más bien yo me puse en pie y la arrastré conmigo a toda hostia) y corrimos hacia las vallas, al último hueco que quedaba libre antes de que todos se pegaran a ellas. Conseguí llegar a ese lugar antes de que nos lo arrebataran, y colé a Sabrae entre mi cuerpo y la barricada, para asegurarme de que no le hacían daño.
               Y entonces, con el sonido de los sintetizadores marcando las notas, una figura apareció por el escenario. Era una silueta aún, una sombra iluminada por los paneles traseros, prendidos con luces led de color blanco que hacían que Blinding lights, esa primera canción, fuera una experiencia extrasesorial.
               -I’ve been tryna call-cantó The Weeknd, y todos gritamos y nos unimos a su letra.

Sentí que se me ponían los pelos de punta cuando The Weeknd abrió la boca la primera vez, y eso que había experimentado la sensación del principio de una canción en un concierto incontables veces. Con todo, aquel no era un concierto como los demás. No lo daba ningún familiar directo mío ni había acudido con un amigo, sino con el chico con  el que planeaba pasar el resto de mis días.
               The Weeknd se movió por el escenario, corriendo al ritmo de la música, mientras unas bailarinas se deslizaban por detrás, siguiendo sus movimientos y animando al público que, por otro lado, no necesitaba ningún tipo de estímulo extra. Todos estaban entregadísimos.
               Y, cuando llegó el estribillo, el mundo estalló.
               -Oh, I’m blinded by the lights-cantó The Weeknd, estirando la mano hacia delante mientras los focos que antes le hacían sombra ahora le iluminaban la cara. Por primera vez, pudimos ver sus facciones, y su voz quedó ahogada en los gritos de celebración. Chillidos agudos, histéricos, se elevaron en el estadio; el más fuerte de ellos, procedente del pecho de Alec, que sonó como un manatí al que estaban matando lenta y dolorosa…
               Eso es mentira, Sabrae. Emití un sonido de entusiasmo muy masculino.
               Pero bueno, ¿me quieres dejar narrar a mí? ¡Ésta es mi parte!
               ¡Te dejaría narrar si estuvieras diciendo la verdad, pero no es así!
               Chillaste como si te estuvieran matando, Alec.
               No haces más que difamarme en esta puñetera novela. Que si fuckboy, que si impulsivo, que si violento… menos mal que no puedes contar nuestra historia sin referirte al sexo y eso me redime, que si no…
               Para empezar, yo no te difamo. Digo cómo eres. Y dice mucho de ti que creas que lo mejor de ti está en el sexo, pero bueno… ¡ocúpate de lo tuyo!
               Es que no… ¡AU! Vale, vale. Joder, qué carácter tiene aquí, la amiga.
               En fin, por dónde iba…
               La mejor noche de tu vida.
               ¿Te refieres a la noche en que cortamos?
               Qué guapa te pones cuando te enfa… ¡AU!
               Bueno, el caso es que The Weeknd se salió con su primera actuación. Terminó la canción y dio paso a Starboy, y acabó con todo el mundo gritando, aplaudiendo, jaleando y coreando su nombre, y él, jadeante y sudoroso, se inclinó para agradecer sus aplausos, mostrar a sus bailarinas, y entonces gritarle a la noche:
               -¡Buenas noches, Barcelona!-todos gritamos de nuevo, yo incluida.
               AH. MENOS MAL. Ahora iba a resultar que el único histérico era yo.
               ¿TE QUIERES CALLAR? YO NO METO BAZA CUANDO TÚ ESTÁS NARRANDO.
               Lo siento, es que me pone nervioso acordarme de esa noche. Sigue, nena. Perdona.  
               -Hace mucho que no nos veíamos, ¿no os parece? ¡Años!-The Weeknd rió, y nosotros con él. Una parte del público abucheó a modo de protesta por su larga ausencia-. Sí, ya lo sé, lo sé, lo sé. Necesitáis mi música, necesitáis verme, me habéis echado de menos, ¡pero no tanto como yo a vosotros! Hay que ocuparse de nuestras cosas, sin embargo. No sé si os habéis enterado, pero he estado trabajando en un nuevo disco…-sonrió cuando la gente chilló de nuevo-, y puede que, si os portáis bien, cante algo hoy en exclusiva. ¡Sólo para vosotros, Barcelona! Porque os adoro. Sé que sin vosotros, yo no estaría aquí, así que os doy las gracias. ¡Vosotros habéis hecho que mi vida sea completamente extraordinaria! Lo cual me recuerda…-The Weeknd sonrió, girándose hacia su banda-. ¿No tengo una canción que suena más o menos así?
               -SÍ QUE LA TIENES, THE WEEKND, SÍ QUE LA TIENES-bramó Alec.
               -¡A ver si os suena! Esto es Ordinary life-puso el micrófono en su pie y se afanó con los primeros versos de la canción,  tras unos falsettos que parecían los gemidos de una chica-. Heaven in her mouth, got a hell of a tongue…
               Alec y yo levantamos las manos, uniéndonos a él mientras entonaba los versos de la canción, una que me encantaba por cómo empezaba, y que me encantó más a partir de esa nohe por la actitud de Alec, que se agitó a ambos lados, y cuando llegó el puente de la canción, en el que The Weeknd pedía perdón por su comportamiento, se santiguó despacio y levantó las manos, unidas, rezándole al cielo, con los ojos fijos en unas estrellas que los focos ahogaban.  
               No había visto nada tan erótico en toda mi vida. Alec, relajado, abstraído, entregándose a la música de su cantante favorito, viviéndola, sintiéndola, representándola.
               Cuando terminó la canción y The Weeknd empezó a hablar, Alec jadeó y se pasó una mano por el pelo.  Ambos estábamos sudando.
               -Buah, he cumplido la ilusión de mi vida.
               -¿Ya puedes morir en paz?
               -No, que todavía me falta escucharte decirme que me quieres.
               -Bueno, pues no te lo voy a decir ahora-me reí-, para que no te mueras. Tienes que acompañarme en el metro a casa.
               -Me voy a morir igual, Sabrae. En tus manos está que lo haga siendo feliz, o como un desgraciado.
               Me dio la impresión de que moriría feliz, y no como un desgraciado.
              

El putísimo dios de la canción que teníamos delante lo dio todo con un juego de pies en Lost in the fire que casi hace que me desmaye. Brinqué, grité, aplaudí y le vitoreé como el que más mientras se inclinaba hacia un lado, agradeciendo los aplausos, y chillé cuando dijo que era hora de poner un poco más de ritmo en la noche.
               Cuando empezaron a sonar los acordes de High for this, creí que me moría. Me incliné hacia Sabrae para decirle que no se corriera, porque estaba muy condicionada con esa canción, y ella puso los ojos en blanco y agitó la mano en mi dirección, indicándome que no la molestara. Me alegró que apreciara la música de mi cantante preferido tanto como yo, y cuando se frotó contra mí en el estribillo, estaba seguro de quien terminaría corriéndose era yo.
               Bueno, un concierto de The Weeknd era un lugar tan bueno como otro cualquiera para empezar con la eyaculación precoz.
               De High for this pasó a Party monster, caldeando aún más el ambiente, y de ahí, a False Alarm. Incluso se acercó al borde del escenario para darnos las manos, y yo, estirándome todo lo que pude:
               Conseguí
               Tocar
               Al
               Puñetero
               The Weeknd.
               Nada fuera de lo común en mi vida de triunfador. ¿Y en la tuya?
               En cuanto sentí sus dedos rozando los míos, me puse a chillar, histérico.
               -¡SABRAE! ¿¡LO HAS VISTO!? ¡QUE ME HA TOCADO! ¡JODER, ME VA A DAR UN COLAPSO NERVIOSO! ¡ME CAGO EN DIOS! ¡Dios mío! ¡¡ME VA A DAR UN PUTO INFARTO AQUÍ MISMO, SABRAE, JODER!-grité, dando saltos mientras se terminaba la canción.
               -¡LO HE VISTO, LO HE VISTO, HA SIDO ALUCINANTE, YO CASI LO TOCO, CASI LO TOCO, AL, Y TÚ LO HAS HECHO, JODER!
               -¡NO ME VOY A LAVAR LA MANO EN MI PUTA VIDA!
               -¡ERES LA HOSTIA! ¡ERES DIOS! ¡ERES…!
               -¡Barcelona!-bramó The Weeknd, y nos callamos para escucharlo-. ¡Me cuesta un poco escucharos! ¿Qué pasa? ¿Os habéis pasado la noche follando y estáis afónicos de tanto gemirles a vuestras perras al oído? Joder, lo que les gusta a las tías que hagamos ruido, ¿eh? Hay una canción por aquí que hace que las tías se bajen las bragas que da gusto… os dejo que se la pongáis, si queréis. Se llama Often, ¿os la sabéis?
               Hizo un barrido por el público, buscando a alguien que pudiera negar con la cabeza para así echarlo. Posó los ojos en mí un segundo, un segundo que a mí me dio energía suficiente para vivir mil años. Aún tenía el subidón de haberle tocado en la mano, así que verle mirarme fue algo que mi cuerpo no pudo procesar.
               Pero, para fenómenos paranormales, el que vino a continuación.
               The Weeknd, clavando los ojos en mí… o en algo por debajo de mí. Frunciendo el ceño, y luego sonriendo, al ver en mi pecho su camiseta. Un fan incondicional, ése soy yo. Déjame comerte los cojones.
               Pero de sus labios no salió ningún tipo de reconocimiento. Al menos, no a mi persona. De sus labios se escapó mi palabra favorita en el mundo y, a la vez, la última que pensé que podría haber pronunciado nunca.
               -¿Sabrae?
               Todo el público se quedó en silencio. Todos, excepto una persona: la chica de pelo negro, rizado, que tenía junto a mí, a la que hacía reír y a veces también llorar, que me besaba como nunca lo habían hecho y me follaba como nadie.
               Sabrae, única en su especie.
               -¡Hola, Abel!
               Sabrae, la única persona en el planeta capaz de ir a un concierto de The Weeknd, conseguir que la reconociera entre el público… y con la confianza suficiente para llamarlo por su nombre.



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1 comentario:

  1. A ver ha sido cortito pero intenso el capítulo eh. Me he descojonado un montón con el momento condones y con los nervioso que se ha puesto a Alec a lo largo de todo el capítulo con respecto al festival. Si casi le da un colapso y le ha pedido matrimonio a Saab con solo enterarse que le había cogido realmente las entradas vip e iba a ver a the weekend en primera fila no quiero imaginar el tremendo derrame cerebral que le dará en el próximo capítulo después de que Sabrae le responda a Abel. Como hagas que los suba al escenario para cantarles Often que es SU PUTA CANCIÓN a mi me recoges con una pala y Alec literalmente le tienen que agarrar pra que no se folle a Sabrae en pleno escenario.

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