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Sabrae continuó encogida en posición fetal a mi lado
incluso después de que sonara el despertador por tercera vez. Lo había ido
atrasando de diez minutos en diez minutos desde la hora original que habíamos acordado para
levantarnos, prepararnos y marcharnos al festival a conseguir el mejor sitio
posible, que no podía ser otro que primera fila. Sin embargo, yo llevaba
despierto desde una hora después del amanecer, por el puñetero jet lag de tan
solo una hora. Me había pasado dando vueltas en la cama más de una hora,
rodando de un lado a otro con la esperanza secreta de que mis movimientos
despertaran a Sabrae, para así poder levantarnos antes, pero no surtió efecto.
Lo único que conseguí moviéndome de esa manera fue que ella también rodara por
la cama inconscientemente, acostumbrada como estaba a seguirme allá donde
fuera, incluso en los brazos de Morfeo.
Lo
que en otra ocasión me había encantado y me habría hecho disfrutar de lo lindo,
hoy me traía por la calle de la amargura. No quería que me persiguiera por la
cama estando inconsciente: quería que se quedara quieta, notara que hacía frío,
y levantara la cabeza. Yo me la comería a besos, le daría los buenos días, y me
las apañaría, ya se me ocurriría cómo, para convencerla de que nos
levantáramos.
Así
que sonó el despertador. Una vez. Dos. E incluso tres. A la tercera, me
incorporé en la cama hasta quedar sentado, emitiendo un gruñido gutural que
ella tuvo que escuchar, pues estaba seguro de que me habían oído incluso en
Inglaterra. Y, aun así, nada. Siguió dormida a mi lado, hecha un ovillo
adorable que ahora me estaba empezando a cabrear. De no ser porque sabía
distinguir cuándo se hacía la dormida de cuándo dormía de verdad (era lo
bastante afortunado como para haber dormido con ella las suficientes veces para
empezar a distinguir esos pequeños detalles), habría jurado que llevaba media
hora tomándome el pelo. Claro que ella tampoco me tomaría el pelo con algo así.
Sabía lo mucho que me importaba el festival, estar en primera fila, poder verle
los poros sudorosos al puñetero The Weeknd con ella a mi lado, tan cerca que
pareciera que nos iban a caer sus gotas de sudor en la frente mientras brincaba
por el escenario. Ya que íbamos a verlo, verlo bien. Ya que era su primera vez,
quería que fuera especial, más que ninguna de las otras que había tenido yo,
afincado en medio de la pista de un estadio al que no había podido llegar antes
porque mi madre no me había dejado saltarme las clases, o incluso en las
puñeteras gradas, aproximadamente en la órbita de Neptuno, porque la página de
venta de entradas se había quedado colgada y no había nada decente disponible
cuando había podido salir de la cola virtual.
Me
volví a pasar una mano por el pelo y me la quedé mirando. Mechones de azabache
se le pegaban al cuello por causa del sudor; sus pechos subían y bajaban al
compás de su respiración profunda y pausada, en su rostro había tal expresión
de paz que me sentía un miserable por siquiera pensar en despertarla. Cuando
nos acostamos por la noche estaba tan cansada que se había quedado dormida dos
veces durante el masaje que le hice en los pies, porque aquellos tacones que se
había puesto eran tan bonitos como dolorosos. Hizo un inmenso esfuerzo por no
dormirse mientras lo hacíamos, y cuando me tumbé a su lado justo después de
acabar, rodó pesadamente hacia un costado para rodearme con un brazo y se quedó
dormida entonces. Nada de ir al baño, nada de charla post coital, simplemente pum, aquí te pillo, aquí te mato, sueño.
Me
levanté de la cama, fui al baño, me puse unos calzoncillos, me lavé los
dientes, volví a echarle un vistazo a la ropa que íbamos a llevar, y me senté a
esperar en el pequeño banco acolchado que había contra la pared, enfrentado a
la cama. Carraspeé un par de veces, porque eso no contaba como despertarla,
exactamente, ¿no? Miré el reloj, gruñí, me encendí un cigarro, me lo terminé,
volví a gruñir, y Sabrae continuó dormida. Por un instante pensé en que las
cosas con Jordan serían más fáciles: no tendría ningún cargo de conciencia por
pegarle un almohadazo a las cinco de la mañana y ordenarle que se vistiera para
plantarnos los primeros en la cola de entrada del festival. Sólo por un
instante.
Porque
en cuanto esa idea se me pasó por la cabeza, un vocecita en mi cabeza me
recordó que, por mucho que me doliera, ya no me lo pasaba tan bien con Jordan
como me lo pasaba con Sabrae. La cosa había dejado de centrarse exclusivamente
en el sexo hacía mucho, mucho tiempo: con ella tenía un nivel de complicidad
del que no había disfrutado con absolutamente nadie. No es que Jordan tuviera
problemas en leerme, todo lo contrario, pero Sabrae directamente sabía lo que
estaba pensando antes incluso de que
lo pensara. Con Jor habría ido a cualquier sitio de comida basura y me habría
pateado la ciudad de cabo a rabo, habría hecho menos fotos y puede que también
fueran algo peores, porque a ninguno de los dos nos interesaba lo estético más
que disfrutar, simplemente, pero con Sabrae… con Sabrae había conocido sólo una
parte de la ciudad, la que sus cortas piernecitas podían recorrer en el corto
espacio de tiempo del que disponíamos, había hecho un millón de fotos (y todas
bastante buenas) y me había dejado más dinero en una comida del que me habría
gastado con Jordan en todo un fin de semana… y lo había disfrutado más que si
estuviera con él.
¿Por
qué? No es porque fuera un mal amigo, ni porque no hubiera viajado nunca con
Sabrae, y con Jordan sí. Era porque estaba enamorado de Sabrae, pero no de
Jordan. Y el amor que ella me inspiraba hacía que la ciudad fuera mil veces más
hermosa, que los platos estuvieran cien veces más deliciosos, y que las
experiencias fueran un millón de veces más memorables. Igual que mi primer
cumpleaños, Sabrae me había abierto la puerta a un mundo de infinitos colores
cuando yo llevaba 17 años viviendo en una escala de grises bastante rica, pero
inevitablemente limitada.
Por
eso me estaba debatiendo entre despertarla y dejarla dormir, porque quería
crear más recuerdos con ella, y también disfrutar de lo que estaba viendo: a
ella, encogida, relajada y descansando en un lugar silencioso, todo lo
contrario al hogar en que se había criado. Todo sería mucho más fácil si fuera
Jordan, o si fuera mi hermana, o si…
Me
quedé quieto un instante, valorando la última opción. Mi hermana…
Y,
sin pensármelo dos veces, me levanté y fui a por el móvil.
Lejos, muy lejos, notaba que me faltaba algo. En la bruma
de mis pensamientos, conseguí identificar vagamente, como en un bosquejo, que
la presión a cuyo lado me había acostumbrado a dormir no estaba ahí. Ya fueran
mis hermanas o Alec, quienquiera que hubiera compartido la cama conmigo cuando
cerré los ojos, no estaría ahí cuando los abriera. Pero me daba igual. Estaba
tan cansada… no recordaba sentir las piernas tan pesadas en toda mi vida, y los
pies amenazaban con estallar de un momento a otro. Ese dolor me resultaba
familiar, y nuevo a la vez: era como si hubiera hecho algo que yo sabía que me
molestaba, tanto y durante tiempo que había conseguido martirizarme. Aunque quisiera,
no podía abrir los ojos: sólo con ellos cerrados mi cansancio se mantenía a
raya.
Además,
tampoco quería. No recordaba la razón que mi cerebro trataba de aducir para que
me despertara; era como si habláramos idiomas diferentes, provenientes de familias
lingüísticas cada una de un extremo del globo, por lo que ni una sola palabra
era parecida en ambos. Fuera cual fuera esa razón, no era lo bastante
importante como para despertarme. Ya volvería la presencia a mi lado. Siempre
volvía. Encima, era demasiado temprano. Seguro que no había dormido más que un
par de horas, ¿no? Shasha, Duna o Alec se habían ido al baño y enseguida
volverían. No tenía sentido preocuparse. Aunque había una cierta luminosidad
que no terminaba de casar con mis recuerdos…
Emití
un profundo suspiro, llenando mis pulmones de un oxígeno que detuvo en seco mi
tren de pensamientos. Ya me ocuparía de
las cosas que no cuadraban cuando me despertara, dentro de unas horas
deliciosas en las que mi cuerpo terminaría de regenerarse.
Sentí
muy lejos que algo se movía a mi lado, algo que emitía un extraño ruido que me
resultaba tremendamente familiar. Ese algo se posó junto a mi rostro, rozándome
la piel de manera que mi cerebro se puso en alerta, y entonces…
-Sabrae…-canturreó
una voz, alargando tanto la última vocal que mi nombre bien podría haber durado
un año. Era una voz familiar. Una voz que llevaba echando de menos mucho
tiempo. La primera voz que escuché en mi nueva vida, la que me dio mi nombre.
Abrí
los ojos lentamente, sólo para encontrarme de bruces con un Scott tan luminoso
que incluso me hacía daño en las pupilas. Parpadeé, intentando procesar por qué
mi hermano parecía hecho de puntitos de luz, y entonces, se alejó lo justo para
que viera que, en realidad, no estaba ahí. Por eso no olía a él, ni era cálido
como él, ni se veía como él. Lo único que era idéntico era el sonido de su voz
cuando pronunció un cariñoso “buenos días, chiquitina”.
Miré
en derredor, intentando identificar la habitación en que me había despertado,
las sábanas que me cubrían, la ventana colocada en un lugar incorrecto. Ese
sitio no era mi habitación, ni la de Scott, ni tampoco la de Alec. ¿Qué hacía
Scott ahí?
O,
más bien, ¿por qué estábamos haciendo videollamada?
-Arriba-me
instó, y yo me froté los ojos, aturdida-. Tienes mucho que hacer hoy. Me ha
dicho un pajarito que te has dedicado a saltarte las leyes, ¿así es como lidias
con la culpabilidad? ¿Durmiendo como una marmota durante tus vacaciones?-Scott
chasqueó la lengua, frunciendo ligeramente el ceño-. Pobre niña, no sabes la
que te espera. Cuando el capitalismo te esclavice como está haciendo conmigo,
aprovecharás cada segundo de libertad como si fuera el último de tu vida.
-¿Qué?-me
froté la cara y me incorporé un poco, intentando espabilarme.
-Eres
una delincuente, Saab-me acusó mi hermano, y yo lo miré-. Estarás orgullosa.
Eres la vergüenza de la familia. ¿Eso es lo que ha criado mamá? ¿A una fuera de
la ley? Tendré que replantearme con quién dejo que te… ay, mi madre. ¿Estás
desnuda?
Me
cubrí de nuevo con las sábanas, haciéndome con el móvil, y estaba a punto de
contestarle a Scott cuando me fijé en la figura que había a los pies de la
cama. Alec, con el pelo revuelto, los calzoncillos puestos y una expresión de
culpabilidad en los ojos.
-Lo
siento. Me daba mucha lástima despertarte, así que decidí llamar a tu hermano
para que me hiciera el trabajo sucio.
-Sí,
y de paso restregarme que tú te estás pasando el fin de semana teniendo sexo y
yo aquí estoy, muerto del asco mientras escucho a Chad y Aiden y Diana y Tommy
hacerlo como animales en celo-se lamentó Scott con un gruñido, negando con la
cabeza. Alec puso cara de fastidio, y en tan solo un segundo pasó de ser mi Al,
al Alec de Scott.
-Haber
estado espabilado y haberle pedido a Eleanor que te acompañara. Has metido la
pata hasta el fondo, tronco; esto de la monogamia te afecta más de lo que
crees. Jamás se te habría ocurrido no decirle a una chica que te acompañara a
unas vacaciones en la playa. Estar sin mí te afecta, ¿eh?-le picó-. Realmente son
las plumas las que hacen al pavo real.
Scott
puso los ojos en blanco, sacudió la cabeza y atacó a la pantalla:
-¡Mira
quién fue a hablar! ¿No acabas de ponerte a lloriquear hace diez segundos
porque no podías destapar a Sabrae sin más, como hacías conmigo? Mi hermana te
ha vuelto débil; conmigo no tenías ningún problema.
-Tú
no me comías los huevos; Sabrae, sí.
A
pesar de todo, Alec sonrió, se tumbó a mi lado y me besó el hombro mientras yo,
aún aturdida, trataba de procesar el torrente de información que recogían mis
sentidos.
-¿Has
dormido bien?-me preguntó con voz dulce.
-¿Habéis
dormido algo?-acusó mi hermano, acercándose el móvil al ojo tanto que éste
ocupó la pantalla al completo.
-Menos
que tú, eso por descontado.
-A
veces, cuando estamos separados el suficiente tiempo, se me olvida que te odio,
Alec.
-Sí,
a las tías también les pasa, no te preocupes: se les hace imposible quererme
con esta cara-sonrió, pasándose la mano por debajo de la mandíbula como si su
rostro fuera la pieza principal en un escaparate del que estaba presumiendo.
Scott volvió a poner los ojos en blanco.
-Si
llego a saber que me ibas a estar tocando los huevos todo el rato, no te habría
hecho este favor.
-¿Qué
favor? Te encanta despertar a Sabrae. Seguro que me tienes unos celos terribles
porque ahora lo hago yo.
-Pero
¡no lo digas delante de ella!-ladró Scott, y yo me reí. Mi hermano se tumbó en
una hamaca, de manera que el sol le daba de lleno en la cara-. Bueno, ¿me das
intimidad para charlar con mi hermanita pequeña, o tengo que aguantar que me
tengas de recadero?
-Ya
sabes por qué me corría un poco de prisa que la despertaras-comentó Alec con
cierto tono irónico, y yo lo miré un segundo. Uno, nada más. Y entonces, todas las piezas encajaron. La
habitación irreconocible. Mi dolor de pies y piernas. Alec a mi lado. Scott, en
una isla en la que se estaba tomando unos días libres, unos días sin Eleanor,
que había decidido ir directamente a casa para pasar ese tiempo con su familia.
Scott
estaba en Ibiza; Alec y yo, en Barcelona. En el finde que íbamos a pasar
haciendo turismo y en el festival, viendo a The Weeknd, entre otros muchos. Por
eso me ardía tanto la parte baja de
mi cuerpo: me había pasado el día caminando, y la noche, subida a unos tacones
casi tan altos como mi antebrazo.
Y por
eso Scott estaba ahora en una
pantalla a mi lado: el sol había avanzado lo suficiente en el horizonte como
para que Alec empezara a ponerse nervioso, temiendo que no llegaríamos a la
posición que habíamos consensuado que trataríamos de alcanzar. Aunque no nos
corriera prisa y mis planes fueran ponerle un poco nervioso, debía reconocer
que se me había ido un poco de las manos: si bien no esperaba que recurriera a
mi hermano para despertarme, sí que tenía intención de que lo pasara un poco
mal.
Pero
no tanto. De modo que me incorporé,
me puse una camiseta de boxeo de Alec que me había llevado como precaución para
el fin de semana (sabía que le habría parecido mal que me llevara un pijama,
pero tenía que estar preparada por si había que salir corriendo al ritmo de la
alarma de incendios) y me saqué el pelo de debajo de la tela.
-¿S?
Te llamamos luego, ¿vale? Tenemos que ir a buscar para desayunar-no se me
escapó el suspiro de alivio que dejó escapar Alec, y sentí una punzada de
remordimiento en el corazón. Puede que hubiera sobrevalorado su paciencia y
subestimado su ansiedad, porque la forma en que intentaba controlarse me
recordaba vagamente a cuando había ido a verme después de que Tommy intentara
acabar con su vida, en el culmen de estrés al que se había visto sometido
cuando él y Scott se pelearon.
-Ah,
no, ni de coña. Soy tu hermano, y siempre lo seré. Alec, en cambio…
-Tiene
prisa-instó Alec, cogiendo su móvil y arqueando las cejas-. Te haremos
videollamada cuando estemos en primera fila, descuida. No dejaremos que te
pierdas nada.
Ignorando
las protestas de Scott, colgó el teléfono y se me quedó mirando. Nos quedamos
en silencio un instante, contemplándonos el uno al otro: él, en gayumbos; yo,
con su camiseta, los dos con una prenda de ropa suya cubriendo las partes más
importantes de nuestros cuerpos. Se pasó la lengua por los dientes, pensativo,
y cuando yo no pude soportar más el silencio, lo rompí:
-Debías
de estar muy desesperado porque me despertara si has tenido que recurrir a
llamar a Scott. Aunque si te sirve de consuelo, no creo que la gente se haya
puesto a hacer cola aún. Hay posibilidades de primera fila.
-Francamente,
nena, no era el festival lo que más me preocupaba. Empezaba a pensar que no te
despertarías. Has ignorado completamente el despertador más de 3 veces. No
estoy acostumbrado a que entres en coma profundo-ronroneó, inclinándose hacia
mí, poniendo una mano en el colchón, por detrás de mi espalda, y acercando
tanto su boca a la mía que por un momento me sentí como si el alcohol que había
consumido la noche anterior volviera a correr por mi torrente sanguíneo,
embotándome los sentidos. Para colmo de males, él notó el cambio que se produjo
en mi organismo, y esbozó una sonrisa pagada de sí misma-. Sueles echarme de
menos automáticamente, en cuanto me alejo de ti en la cama, así que me
sorprendí un poco cuando vi que no me buscabas bien de mañana cuando me
desperté.
Deslicé
los dedos por los músculos de su brazo y, no sin antes regodearme en la fuerza
que desprendían, repliqué:
-Sabes
que yo siempre te echo de menos. Es sólo que a veces tengo otras…
necesidades-jugueteé con el elástico de sus bóxers, y me costó mucho no
desnudarlo. Céntrate, Sabrae, me dije
a mí misma. Si había llamado a Scott, era no porque no pudiéramos perder ni un
minuto más, sino porque ya íbamos tarde.
Y,
por mucho que mi sorpresa no entendiera de los horarios que le había hecho
creer a Alec que seguiríamos, no quería que al pobre le diera un infarto por el
estrés. De modo que dejé caer la mano al lado de su miembro, y le di unos
golpecitos con el puño al colchón.
-Siento
haber tardado tanto en despertarme.
-Eh,
no pasa nada. Ayer fue un día lleno de emociones-me acarició la mejilla-. Es
normal que estés cansada, pero bueno… mira el lado positivo.
-¿Y
cuál es?
-Vamos
a un festival en el que va a estar The Weeknd. Seguro que hay cocaína de sobra
para que se te pase el cansancio.
Puse
los ojos en blanco, negué con la cabeza, y le pedí que me pasara las bragas.
Tardé poco en vestirme, pues sólo tenía que ponerme unos shorts y unas
sandalias: estaba en España, pasaba de recurrir al sujetador. Salimos de la
habitación cogidos de la mano, y riéndonos, fuimos al comedor del hotel, una
sala que ocupaba aproximadamente el doble que el vestíbulo en cuyo centro había
un gran mostrador con recipientes de buffet. Alec no perdió el tiempo; mientras
yo dejaba un par de vasitos con zumo en una de las mesas, reservándonoslas,
salió disparado hacia los mostradores, cogió dos platos, y comenzó a llenarlos
hasta arriba de huevos revueltos, beicon, quesos y embutidos. Yo, por mi parte,
cogí un cuenco de yogur con cereales y macedonia, y le sonreí al camarero
cuando se acercó para preguntarnos el número de habitación, y si querríamos un
café.
-¿Al?
¿Café?-pregunté, y él asintió con la cabeza, levantando un pulgar en el aire
mientras esperaba a que repusieran las salchichas, que había terminado él
mismo. Ignoró a conciencia las miradas cargadas de reproche del resto de los
comensales y vino derechito de vuelta conmigo. Me miró con curiosidad cuando
hundí la cuchara en mi yogur.
-¿Sólo
vas a comer eso? Pero, ¿pretendes aguantar todo el día sólo con un yogur?
-Vamos
a ir a comprar comida después-le informé, y él exhaló un asentimiento. “Ah,
vale”. La forma en que lo dijo, sonando un poco decepcionado, me hizo pensar
que se estaba esforzando demasiado en conseguir que no me sintiera mal por lo
mucho que había tardado en despertarme, pero conseguí contener el pinchazo que
sentí en el corazón recordándome que yo tenía unos planes que él desconocía. La
sorpresa sería más dulce cuanto más amargo fuera el sentimiento anterior.
Ya ni
siquiera le daba importancia a lo mucho que comía durante el desayuno, así que
ni se me había pasado por la cabeza que estuviera haciendo acopio de fuerzas
para pasarse toda la tarde dando brincos, gritando y esperando bajo el sol
abrasador que estaba anunciado para ese día cuando se sentó frente a mí con dos
montañas de comida. Yo aún estaba terminando de despertarme, así que no podía pensar
en meterme tantos nutrientes entre pecho y espalda, pero Alec llevaba tanto
tiempo en pie que, para él, esto era un almuerzo más que un desayuno.
Sin
embargo, pronto me di cuenta de que, incluso para ser él, la cantidad que había
cogido era escandalosa. Lo supe por la forma en que nos miró el camarero cuando
nos trajo nuestros cafés. A pesar del tiempo que llevaba trabajando (que
parecía mucho, a juzgar por su soltura moviéndose entre las mesas y sirviendo
tazas llenas hasta los topes), el chico que nos atendió y que se ocupó de darme
el brebaje que convertiría a Alec en persona no pudo evitar abrir los ojos como
platos al descubrir la montaña de comida a la que se enfrentaba mi chico.
Incluso para dos personas, parecía una proeza, así que para una sola, y más con
la constitución atlética de Alec, tenía más pinta de broma de mal gusto que de
cualquier otra cosa.
Incluso
mi chico se dio cuenta de lo que sucedía, porque se giró para mirarme en cuanto
se marchó el camarero, farfullando una disculpa por su indiscreción:
-¿Qué
pasa? ¿Es que no hemos cogido buffet?-intentó que su tono de voz no se elevara
varias octavas, pero no lo logró del todo. Si tuviéramos que pagar todo lo que
acababa de coger, seguramente no nos diera ni con todo lo que yo tenía ahorrado.
Puede que incluso tuviera que recortar todos sus gastos durante varios meses
para suplir el desembolso que tendríamos que hacer-. Porque si no lo hemos
cogido…
-Sí,
sí. El desayuno está incluido-sonreí, dando un sorbo de mi té-. Es sólo que… le
sorprende que nos vayamos a comer todo eso. Bueno, y a mí también. Ni siquiera
Annie prepara tanta comida.
-¿Nos?-preguntó
Alec, entrecerrando los ojos-. Me vaya
a comer todo esto, Sabrae. Tú sólo has cogido frutitas como si fueras un
pajarito dispuesto a alimentarse exclusivamente a base de pipas.
-No
te pongas nervioso-sonreí, acariciándole la muñeca. Me miró por debajo de sus
cejas y replicó, en tono más cortante del que pretendía:
-No
estoy nervioso.
-Sí
lo estás. Cuando estás nervioso, comes como un animal.
-No
como porque esté nervioso. Como porque tengo que coger fuerzas para esta tarde.
-Sabes
que vamos a ir a por comida al súper, ¿verdad?-inquirí, y Alec puso los ojos en
blanco.
-Me
lo repetiste unas cien veces mientras buscábamos el hotel. “Alec, hay que
buscar un sitio bien situado, con un supermercado cerca para poder coger
comida”. Tranquila, estoy en ello. Es sólo que no quiero cargarte como una
mula, eso es todo. Además… igual no tengo tiempo para comer en toda la tarde-se
encogió de hombros, pinchando una salchicha-. Igual me ponen un montón de
música cojonuda y me paso gritando todo el día, termino afónico perdido, y
mañana me tengo que comunicar por lengua de signos contigo.
-Entonces,
¿esta noche no te voy a hacer gemir?-hice una mueca, y sus ojos se oscurecieron
automáticamente ante la perspectiva de más sexo. Puede que me odiara un poco
por lo mucho que había tardado en despertarme, pero acababa de perdonármelo
absolutamente todo.
Me
dedicó su mejor sonrisa de Fuckboy®, y lo poco que quedaba dormido en mí, se
despertó.
-Para
eso siempre voy a tener voz, nena.
La
perspectiva de que mi libido ya se hubiera espabilado hizo que comiera más
rápido y esperara con impaciencia, palmeándose la tripa ante la opípara comida,
a que yo me acabara mi yogur. Varias veces le pedí que fuera a por un poquito
más de frutas, y él siempre fue sin rechistar, hasta que yo también dejé la
cuchara sobre el cuenco vacío, me relamí los labios, me pasé una mano por el
pelo y me recliné en la silla.
-¿Qué
te parece si vamos a bajar el desayuno?-alzó las cejas, seductor, y yo asentí
con la cabeza, me limpié con la servilleta con delicadeza y me incorporé.
-Está
bien, pero necesito ir a la habitación para cambiarme las sandalias por unos
playeros.
Parpadeó,
preocupado.
-¿Para
qué?
-¿Es
que no quieres pasear?
-No,
no era eso lo que yo tenía en mente.
Me
eché a reír.
-¿No
me habías despertado porque tenías miedo de que no llegáramos a tiempo para el
festival?
-Para
un polvo siempre hay tiempo, Sabrae-me guiñó el ojo, y yo me reí.
-En
el festival, va a estar The Weeknd.
-El
polvo lo voy a echar contigo-respondió, soplándose en las uñas y frotándoselas
contra la camiseta, subiendo y bajando las cejas de forma seductora. Me eché a
reír, negué con la cabeza y tiré de él en dirección a la habitación.
-Vamos,
venga. Tenemos un concierto al que acudir.
Y,
sorprendentemente para tratarse de su cantante favorito, Alec gruñó como si
fuera lo que menos le apetecía en el mundo.
Por la manera en que arrastraba los pies y miraba en
todas direcciones, como buscando un taxi, supe que estaba más cansada de lo que
quería hacerme ver. Cualquiera diría que había sido yo, y no ella, el que había
corrido por media ciudad cuando nos dimos cuenta de que no teníamos dinero para
pagar nuestras bebidas y tuvimos que salir pitando de aquel bar. A juzgar por
cómo todo su cuerpo se balanceaba de un lado a otro, esquivando a la gente a
duras penas, supe que había hecho bien apurando el momento de despertarla al
límite, pues todo segundo de descanso sería poco.
-Tenemos
que ir a por crema solar para ti-comentó cuando entramos en el pequeño
supermercado cuya presencia le había hecho exclamar la víspera, al reconocer su
nombre en la parte superior de la puerta. Aunque no me esperaba que ese sol me
hiciera daño (casi nunca me echaba crema estando en Grecia, y jamás me había
quemado), sabía que su cerebro estaba aún haciendo un esfuerzo por ponerse en
marcha, así que no discutí. Acepté la mano que me tendió en cuanto una de las
nubes tapó el sol, que ya comenzaba a calentar los adoquines del suelo, y la
seguí al interior del establecimiento, ya atestado de gente a pesar de que era
bastante temprano.
Aunque no lo suficiente, pensé para mis
adentros, y disimuladamente me consulté el reloj de muñeca. Las once y media.
Tuve que contenerme para no emitir un gruñido que hiciera que Sabrae se
apresurara más de lo que le permitieran sus pobres pies y piernas: en poco
menos de media hora, las puertas del festival se abrirían y todo el mundo
entraría en el recinto, dejándonos sin posibilidades de conseguir primera fila
en el escenario principal. No es que tuviera inconveniente en pelearme con
alguien para llegar a tocar las vallas, o que no confiara en mi suerte, pero
una cosa era dar empujones con mi grupo de amigos ayudándome, y otra hacerlo yo
solo, cuidando de no soltarle nunca la mano a Sabrae para así no perderla.
Porque
con la estatura que tenía, si la perdía de vista medio segundo todo se iría a
la mierda. Estaba seguro de que la multitud se la tragaría, y a ver cuándo y
dónde la escupía, si es que lo hacía.
Dejé
que Sabrae me arrastrara hacia la sección de panadería, en la que los aromas
que flotaban en el aire parecieron espabilarla un poco. Pude ver cómo se iba
despertando poco a poco con cada paso que daba, y en cuanto cogió una bolsita
con minúsculos bollitos de distintos tonos de marrón, volvió a ser la de
siempre. Mirando con disimulo hacia los lados, buscando las cámaras de
seguridad, comprobó que estábamos en una especie de punto ciego, abrió la bolsa
y se metió en la boca uno de esos bolos. Su relleno estalló en su boca en el
acto, y Sabrae emitió tal gemido que yo no pude por más que echarme a reír
mientras la observaba sonreír, saboreando el contenido.
-¿Sabrae?
Sé que ya no eres una novata en eso de saltarte las normas, pero creo que
deberías controlarte un poco. Quizá se vuelva adictivo.
-Lo
siento, es que hace mucho que no tomo saladitos, y están deliciosos-se relamió
los dedos antes de cerrar la bolsa, tras mucho pensárselo-. Ya te la daré a
probar. Coge lo que quieras-me indicó, señalándome los expositores en los que
los dependientes estaban reponiendo continuamente todo tipo de ejemplares de
dulces y salados. Las bolsitas de bollos espolvoreados con sésamo que parecían
tener alas. Un par de ancianas esperaron, al lado de Sabrae, a que los
dependientes colocaran de nuevo bolsas de aquellos bollitos en los estantes
antes de arramplar con todas las que pudieron, dejando a Sabrae sólo con dos. A
pesar de que eran bolsas más bien pequeñas, Sabrae pareció darse por
satisfecha, pues empezó a tirar de mí para ir a la sección de bebidas.
-¿No
se supone que hay bares en el festival? Además, todo lo que cojamos se
recalentará.
-Tengo
antojo de Sunny-explicó-. Y me he traído un termo. Soy una mujer preparada.
-Ya
veo. Sigue tú, ahora te alcanzo-insté, metiendo otro trozo de pizza en una caja
llena a rebosar. Sabrae alzó una ceja.
-¿Estás
seguro de que no necesitas ayuda? Quizá deberíamos coger un carrito.
-Estoy
bien, no te preocupes.
-Oye,
Al… que podemos coger comida allí-comentó, riéndose, cuando metí nada más y
nada menos que cuatro perritos calientes en una bolsa en la que claramente sólo
cabían dos. Estaba tratando de maximizar el poco espacio que teníamos, pues
cuantas más bolsas lleváramos, más difícil nos sería organizarlo todo.
-¡Cómo
se nota que no has estado en ningún festival, nena! Siempre pasan ofreciéndote
bebida por las barricadas, pero la comida es otra historia. Yo jamás he visto que pasaran con perritos
calientes, trozos de pizza o bocadillos por entre el escenario y el público.
No, señora-chasqueé la lengua-. No puedes morirte de hambre en un festival,
pero sí de sed.
-Como
digas-Sabrae se llevó dos dedos a la frente y, haciendo el saludo militar, se
alejó de mí. Ni siquiera se llevó la cesta, algo que por otro lado le agradecí.
Tras llenar otra bolsa de papel con unos bollos tan grandes que parecían los
padres de los que había cogido Sabrae, me di por satisfecho y fui en su busca.
Nos encontramos en el pasillo de los congeladores, y mientras yo examinaba las
croquetas congeladas, Sabrae metió dos botellas de Sunny en la bolsa. Traté de
conducirla hacia las cajas, seguro de que no se acordaría de que pretendía
cuidar de mi piel, pero de nuevo, la subestimé. Agarró con firmeza el asa de la
cesta, arrebatándomela de las manos con un movimiento brusco pero respetuoso, y
echó a andar en dirección a la sección de cosméticos. Sorteamos a las familias
que se inclinaban a examinar las etiquetas de los champús, los cepillos de
dientes y los tintes para el pelo, y fuimos al otro extremo de la sección,
donde ya esperaban unas cuantas muestras de cremas solares.
Sabrae
gruñó con frustración cuando yo insistí en que no hacía falta que cogiéramos
nada, que no me iba a quemar y no quería hacer que cargara con los botes de
crema para nada, y tras coger un par de botecitos, uno de factor de protección
30 y otro de 50, los giró para leer el prospecto, mirándome con disimulo.
-Será
broma-le dije cuando hizo amago de guardar el factor de protección 50 en la
cesta, dejando el otro ahí. Me ofendió que creyera que era ése el que
necesitaba, si teníamos en cuenta que mi piel no tenía nada que ver con la de
mi hermana, y era el que ella utilizaba. Una de las cosas que menos le gustaba
de ser pelirroja era lo sensible que tenía la piel y lo imposible que le
resultaba coger un poco de color en verano, un color que no se pareciera al
cangrejo. Siempre le restaba importancia, pero yo sabía que Mary Elizabeth, en
el fondo, me envidiaba por lo fácil con que mi piel se ponía de un tono moreno
que les encantaba a las chicas. Especialmente, a la mía. Ojalá el viaje a
África empezara lo suficientemente tarde como para poder llevármela a pasar
unos días en Grecia; me encantaría tumbarme a la bartola en una de las playas
de Mykonos, con Sabrae a mi lado tomando el sol, o nadar con ella en aquellas
aguas cristalinas que hacían que los turistas nos invadieran cada año. Seguro
que el beso del sol del Mediterráneo le venía genial; aunque lo vería al día
siguiente con mis propios ojos, cuando nos tomáramos el día con más calma
después del festival, me moría de ganas por comprobar cómo era ella en Grecia,
uno de los pocos lugares en que una criatura como ella recibiría el nombre que
se merecía: diosa.
Sabrae
agitó un protector de factor 30 en el aire y yo puse los ojos en blanco, negué
con la cabeza y aparté la mirada. Si no quería que me pusiera moreno, que me lo
hubiera dicho y me habría hecho con un burka, pero, ¿factor 30? Vamos, por
favor.
Estaba
a punto de protestar cuando algo en los estantes superiores de las baldas
contiguas a las de los protectores me llamó la atención. Cajas de cartón
plastificado, con alarmas colocadas de modo y manera que no pudieras abrirlas
si no te las desencajaban en caja, que me resultaban tremendamente familiares.
Dejando a Sabrae con un bote de factor 20, me acerqué a ellas y me las quedé
mirando.
No
sabía español suficiente para ir por ahí sin temor a perderme o a encontrarme
con alguien que no pudiera ayudarme gracias a mi amplio vocabulario, pero si
algo había conseguido enseñarme Tommy era, precisamente, lo único que yo creía
que necesitaría en algún momento de mi vida: palabras con contenido sexual. En
la que los preservativos, por supuesto, ocupaban puestos centrales. Me incliné y
cogí una caja azul con dos palabras, “sensación natural”, que incluso un negado
del español como yo sería capaz de comprender.
Entonces,
miré el precio. Tuve que mirarlo dos veces para asegurarme de que no me había
confundido. Según lo que ponía en la etiqueta, la caja contenía el mismo número
de condones que uno de Durex, pero la diferencia era de la mitad.
Sabrae
se colocó a mi lado y me dio un toquecito con la cadera, indicándome que ya
había terminado.
-¿Qué
miras?
-Condones.
-Aún
nos quedan bastantes. No te estarás pensando de verdad lo de no ir al festival
por quedarnos en la cama, ¿verdad?
-No,
es sólo que… son súper baratos. Están a mitad de precio que en casa.
-¿De
veras?-Sabrae se inclinó, cogió la caja
y la giró-. Ah, por eso Scott los traía en cantidades industriales el verano
pasado. Es que los hace Durex-se encogió de hombros, devolviéndolos al estante
del que los había sacado. Me quedé de piedra.
-¿Qué?
Quédate aquí-ordené, sorteando la cesta con tan poca maña que tropecé con ella,
y casi beso el suelo-. No dejes que nadie coja ningunos; voy a por un carrito.
Sabrae
se echó a reír.
-Al,
¡no tenemos dónde meterlos!
-¡Da
lo mismo! Compraré una maleta.
-¡Mañana
venimos a por ellos, venga!-se rió, siguiéndome.
-¡Quédate
ahí! Voy súper en serio, Sabrae. No dejes que nadie coja ni una sola
caja-articulé, señalándola con un dedo acusador por atreverse a moverse. Sin
embargo, se echó a reír, y en cuanto me perdió de vista, se colocó en una de
las filas de caja. Yo no tuve más remedio que regresar con ella, porque en el
fondo sabía que tenía razón: había cosas más urgentes que hacernos con un
cargamento de condones que, por otro lado, seguro que nos estarían esperando
cuando volviéramos al día siguiente.
En el
hotel, nos cambiamos de la ropa que habíamos llevado a desayunar y al súper a
la que habíamos elegido para el festival: yo iba con vaqueros, mis Converse
blancas y una camiseta de tirantes de la portada de Beauty behind the madness, con diferencia el mejor disco de The
Weeknd, que había conseguido en una puja en eBay para la que había estado
despierto toda la noche, superando penique a penique cada oferta que enviaba
algún gilipollas de Canadá. ¡Joder! Si seguro que tenían merchandising de The Weeknd en cada centro comercial, ¿por qué le
tocaba los huevos a un tío de las
antípodas que sólo quería cumplir un sueño? Fuera como fuera, y con el dinero
que me había gastado en ella, no estaba dispuesto a dejarla muerta de risa en
la maleta mientras yo me iba por ahí a vivir la vida con una camisa de colores
claros, más acorde con el tiempo que haría esa tarde.
-Vas
a pasar calor-me dijo Sabrae, colocando sobre la cama su top de parches de
colores, sus vaqueros cortos, la chaqueta que más tarde se ataría a la cintura
y un par de gomas elásticas de colores con las que pretendía recogerse los
mechones delanteros.
-Me
da igual-contesté, metiendo la comida en la mochila, también de tonos neón, que
Sabrae iba a colgarse a la espalda.
-¿Vas
a llevártelo todo?
-Claro.
-Es
muchísima comida, Al.
-Si
te preocupa el peso, no te rayes, que la cargo yo todo el tiempo que quieras.
-No
es por el peso, es porque es la de Dios de comida, Alec.
-Sabrae,
mido dos metros. Necesito alimentarme-protesté.
-Te
faltan 13 centímetros para llegar a los dos metros, no vayas de listo conmigo,
porque no cuela-se rió, recogiendo una toalla de donde estaba colgada en el
baño.
-No,
si contamos todos mis apéndices. Oye, ¿qué vas a…?-inquirí, frunciendo el ceño
al ver que se metía en el baño con tan sólo la ropa interior.
-Voy
a darme una duchita rápida. No te importa, ¿verdad?
-Sabrae,
son ya las doce. Acaban de abrir las puertas, sabe Dios la cantidad de gente
que…
-Te
prometo que no tardaré mucho.
Bufé,
sentándome en la cara.
-Empiezo
a pensar que debería haberte despertado antes.
Sabrae
caminó hacia mí, vestida sólo con sus bragas. Sin embargo, no sentí el más
mínimo impulso de rodearle la cintura, pegarla a mí, tumbarla sobre la cama y
hacerle el amor. En circunstancias normales, eso me habría preocupado, pero bien
sabíamos ambos que no estábamos en circunstancias normales. Habíamos venido a
Barcelona con un plan muy concreto, y no iba a dejar que su desnudez me
distrajera.
-Sólo
quiero ponerme guapa para ti, Al-ronroneó, acariciándome el mentón. Puse los
ojos en blanco y le cogí la mano, levantando la vista para mirarla.
-Tú
estás guapa siempre.
-Vamos.
Serán diez minutos a lo sumo. ¿Qué diferencia hay?
-La
diferencia está entre tener primera fila o no-susurré, desinflándome, sintiendo
que poco a poco me hundía más y más en mi pesimismo. Pensándolo bien,
deberíamos haber ido a primera hora de la mañana, para así asegurarnos un buen
sitio. Seguro que había colas kilométricas en aquel lugar. Por el amor de Dios,
yo no era el único en el mundo al que le gustaba The Weeknd: el tío movía
ejércitos de millones y millones de fans, estaba claro que tendría que poner
mucho más de mi parte que simplemente cambiar de país para poder estar cerca de
él.
-Eh-murmuró
Sabrae, cogiéndome la cara entre las manos y haciéndome mirarla-. No te
disgustes, ¿vale? Ya verás cómo todo esto merecerá la pena al final. Te prometo
que tendremos primera fila, cueste lo que cueste, aunque tenga que empujar como
una loca. ¿De acuerdo?
-Eso
es fácil decirlo, pero…
-¿Confías
en mí?-preguntó, y yo la atravesé con la mirada, sintiendo que el corazón me
daba un vuelco. Por supuesto que confiaba en ella. Que me hiciera aquella
pregunta resultaba casi ofensivo, hasta que me di cuenta de que lo había hecho
en el mismo tono en que yo le había preguntado un millón de veces aquello
mismo. ¿Confiaba en ella en mí? Siempre me había gustado oírselo decir, porque
la confianza era algo que se construía poco a poco, con mucha más disciplina y
esfuerzo que el amor, y que sin embargo se desvanecía con el menor soplo de
aire. No podías dar pasos en falso, mientras que el enamoramiento era algo que
no podías controlar. Por eso prefería la confianza al amor, por eso me parecía
más importante: la confianza te llevaba a hacer sacrificios, a disfrutar más de
lo que teníais. El amor iba y venía, pero de la misma manera que sí había amor
a primera vista, no había un equivalente para la confianza.
Por
eso la valoraba yo tanto. Y por eso me gustaba oírselo decir cuando íbamos a
hacer algo que requería que me lo recordara, como si fuera un pájaro que
necesita de vez en cuando de la brisa marina para levantar el vuelo.
Y por
eso me lo había preguntado ella. Porque quería escucharlo de mi boca, oírme
decir que lo que fuera que nos pasara no tendría ningún tipo de defecto, siempre
y cuando estuviéramos juntos.
-Sí-jadeé,
en el mismo tono en que lo hacía ella, dándome cuenta de lo importante que era
aquella declaración. No sólo por lo que implicaba en mi interior, sino por lo
que suponía en nuestros planes: que se podrían alterar con el curso del tiempo,
pero habría una variable que se mantendría inmutable: nosotros.
Sabrae
sonrió, me acarició el labio inferior con el pulgar, y me dio un suave beso en
los labios.
-Te
prometo que habré salido y estaré lista antes de que te des cuenta.
-¿Me
dejas, al menos, mirar?-pregunté, acomodándome en la parte central de la cama,
con la almohada bajo mi cuerpo y la espalda en el cabecero. Sabrae se echó a
reír, asintió con la cabeza, terminó de desnudarse y deslizó la mampara de la
ducha. Mientras contemplaba cómo el agua lamía sus deliciosas curvas, pasé el
tiempo imaginándome entrando en la ducha con ella y haciendo que su baño se
alargara tanto que nos fuera imposible llegar a tiempo al festival. Anoté
mentalmente que tendríamos que aprovechar para hacerlo allí al día siguiente,
antes de irnos. Quizá después de ir a la playa.
Sabrae
salió envuelta en una toalla, se anudó el pelo como ella quería, dejándose la
melena cayendo por la espalda y los mechones delanteros recogidos en la parte
alta de su cabeza, deslizándose en cascada sobre su melena y liberándole así
las facciones. Sacó su neceser y empezó a maquillarse, y para mi sorpresa, tras
terminar con su sombra de ojos y las pestañas postizas que hacían que su mirada
fuese terriblemente felina, se aplicó poco a poco pedrería en torno al párpado,
de modo que su delineado y el resto de su maquillaje adquiriera ese ambiente
festivo tan propio de los conciertos de verano al que me moría por acompañarla.
Dos
pirámides doradas salían de sus ojos maquillados con tonos plateados, haciendo
que su rostro fuera más que nunca el de una diosa. Se aplicó pintalabios un
poco sonrosado, y encima, gloss. Se
toqueteó el colgante con mi inicial, que nunca se quitaba, de manera que la A
quedara justo en el arco invertido de sus clavículas, y entonces, salió a la
habitación. Se rió al ver mi expresión alucinada.
-¿Estoy
guapa?
-Deslumbrante-respondí,
alucinado. Sabrae volvió a reírse, se apartó el pelo de la cara, se acercó a
darme un beso en los labios, y comenzó a vestirse. La ayudé a ajustarse el top
en los pechos, le pasé la chaqueta que se anudó a la espalda, y yo mismo le até
los cordones de las Converse también de colores que llevaría en los pies ese
día. Era toda una expresión de color, una diosa del cromatismo. Aproveché el
gesto para darle un beso en la cara interna del tobillo, y cuando levanté la
vista para mirarla, me acarició el mentón con una sonrisa cálida, amorosa en
los labios.
-Última
oportunidad-me dijo, como si quisiera que cambiara de opinión. Lo habría
esperado de cualquier otra persona: nadie entendía mi obsesión con The Weeknd
como lo hacía Sabrae, y todas las chicas con las que me había acostado que
habían pretendido hacerlo al ritmo de su música habían puesto mala cara cuando
me negué en redondo. Todas, sin excepción. Ninguna conseguía procesar que mi
cantante favorito fuera lo suficientemente importante para mí como para no
quererlo compartir así como así; puede que el sexo fuera mi pasatiempo
preferido, pero la música de The Weeknd era algo sagrado para mí, y no iba a
dejar que se mancillara sólo porque los polvos fueran mejores cuando los
echabas con él de fondo.
Así
que nadie, viendo mi historial, podría adivinar jamás que pondría por delante
un concierto suyo en detrimento de una tarde de buen sexo. No parecía mi
estilo, o eso dirían todas las chicas con las que me había acostado.
Pero
ninguna de ellas era Sabrae, de modo que ninguna podía bromear con ese tema
como sí lo hacía ella, sabiendo que no iba a ceder. No en esto. Ya no era sólo
por el dinero que habíamos invertido en nuestro viaje, las molestias que nos
habíamos tomado o las ganas que tenía de cantar a voz en grito mis canciones
preferidas. También se trataba de Sabrae, de los recuerdos que estábamos
creando juntos, de mis ganas de tener todas las primera veces posibles con
ella, incluso aquellas de las que ya había disfrutado en otra ocasión.
-Mueve
ese precioso culo, nena-le di una palmada en las nalgas-. Tenemos un festival
al que acudir.
Sabrae
sonrió, asintió con la cabeza, se toqueteó el pelo y, tras comprobar que estaba
todo en orden, se cargó la mochila a los hombros. Me tendió una bandana que me
enrolló en la cabeza, para cuando empezara a hacer calor de verdad y empezara a
molestarme el pelo, y entre risas, salimos de la habitación.
Trotamos
en dirección al metro con la confianza de quien se ha memorizado el mejor
itinerario a seguir, y mientras los vagones nos transportaban al recinto, en un
gigantesco parque en el corazón de Barcelona, dejé que Sabrae me dibujara unos
puntitos alrededor de los ojos, al más puro estilo tribal, para perfeccionar mi
look de festival. Puse los ojos en blanco cuando me sugirió hacerme una foto
para subir a las historias, y protesté
cuando pensó que de verdad me molestaba. Enseguida mis amigos empezaron a
responderme a la historia, diciendo que estaba muy guapo, que si me iba a
cambiar de acera, que si ahora me iba a dedicar profesionalmente al maquillaje,
y un montón de tonterías más que no podrían hacerme más gracia. Sabrae se pegó
a mí, se pasó mi brazo por los hombros, y sonrió mientras los vagones avanzaban
hacia el terreno del festival. Supimos que íbamos en la dirección correcta
cuando el tren empezó a llenarse más y más, hasta que llegó un punto en que no
cabía ni un alfiler.
Como
de costumbre, las puertas se abrieron y nos vimos arrastrados por la marea
humana en dirección al nivel superior, la planta calle, y seguimos la riada de
gente en dirección a las entradas del festival. Ya se escuchaban los primeros
gritos de los fans, propios de los conciertos más madrugadores, y globos y
banderolas de colores indicaban el camino hacia la entrada, en la que una cola
kilométrica rodeaba ya el recinto, atestada de gente deseosa de entrar y, como
nosotros, pasárselo bien.
Ni yo
ni Sabrae nos desanimamos al comprobar que, definitivamente, no obtendríamos
primera fila. Ahora que nos encontrábamos en el recinto, nos parecía evidente
que sería más bien imposible encontrarnos en los mejores lugares, pero era casi
mejor. Después de mucho meditarlo cogido de su mano, escuchando los gritos de
los fans cada vez que algún cantante hacía una nota alta o una banda iniciaba
una canción archiconocida suya, llegué a la conclusión de que la primera fila
en los conciertos en general, y en los festivales en particular, tenía más
inconvenientes que ventajas. Para empezar, no podías moverte por el recinto ni
explorar absolutamente nada: cuando estabas cerca del escenario, te
autoconvencías de que no podías moverte de ahí, y cada hora que pasaba se
convertía en un suplicio. Sería más llevadero si siempre hubiera artistas en el
escenario, pero la gran parte del tiempo no eran más que horas muertas en las
que esperabas cara al sol, de pie, pasando calor, sed y hambre, si no eras lo
bastante previsor como para hacer suficiente acopio de comida. Además, a medida
que llegaba más gente, había más presión, menos espacio y más empujones.
Por
mucho que me jodiera, tenía que reconocer que en aquella ocasión, lo mejor
sería ver a The Weeknd desde la distancia. Cuando recibí las entradas, dediqué
mi buena sesión de investigación a analizar todo el recinto en el que tocaría,
y descubrí que aquel festival no sólo tenía los típicos escenarios secundarios
en los que artistas de menos prestigio que los cabezas de cartel amenizaban los
días y los eternos puestos de comida, sino también recreativos. Era un espacio
de diversión y juegos, más que de música en exclusiva. Había pensado que a
Sabrae le daría igual perdernos la noria, la piscina de bolas, los coches de
choque o los juegos de los dardos, pues nada de aquello podía compararse con
The Weeknd, a quien no veíamos ni de coña tan habitualmente como a esas
atracciones. Sin embargo, ahora, viendo lo implicada que estaba en hacer del
viaje una aventura perfecta, me di cuenta de que esperar varias horas al sol,
con los pies doliéndonos y las rodillas ardiéndonos, no haría que ese viaje
subiera de categoría de otros que pudiéramos hacer.
Ya
cogeríamos entradas para ver a The Weeknd bien de cerca cuando viniera a
Londres con su tour. Si éramos lo bastante rápidos, quizá consiguiéramos algún
paquete VIP con el que tuviéramos acceso al backstage,
meet&greet incluido y todo el rollo.
Parte
de mí detestaba pensar así, una parte que me decía que no debería cambiar tanto
por una persona, que no debería renunciar a mis sueños, que ahora que se me
presentaba la ocasión de ver a The Weeknd bien de cerca debería luchar por
conseguirlo: morder, empujar, colarme, pelearme incluso si era preciso. Aquella
era la misma parte que había estado en control cuando empecé la relación con
Sabrae, cuando vi que las cosas se me iban a ir de las manos, me entró el
pánico y me comporté más que nunca como el fuckboy
que era antes de dejar que ella escarbara en mi interior y descubriera el
diamante que se ocultaba bajo mi piel.
Desgraciadamente,
esa parte era poderosa, y tenía el control de mi cuerpo en ese momento. Era
como si él ya estuviera allí, y yo lo sintiera en lo más profundo de mi ser, de
modo que no podía resistirme a hacer todo lo que estuviera en mi mano para
cumplir mis sueños.
Pero
otra parte de mí me decía que no pasaba nada, que no había cambiado, sino que
había reorganizado mis prioridades… y eso estaba bien. Me bastaba con mirar a
Sabrae para sentir que las cosas irían bien sin importar a qué distancia nos
encontráramos, e incluso podría permitirme fantasear con llevármela a tomar un
helado, comer unos perritos o jugar en algún juego no demasiado abarrotado.
Después de todo, lo que contaba era la compañía, no los planes. Además, aquel
sitio no podía ser tan grande como para no ver a The Weeknd, aunque fuera en
pequeño, sin necesidad de las pantallas. Convertirlo en células en lugar de
píxeles, de nuevo, con ella.
Aún
de su mano, temiendo perderla, me dirigí hacia la cola más larga, la que se correspondía
con los que habíamos adquirido entradas normales. Sabrae, sin embargo, se
detuvo en seco, clavando sus Converse de colores en el suelo de césped de forma
que sus talones se hundieron un poco en el prado. Me giré y la miré.
-¿Qué
pasa?-ella no contestó, sino que simplemente se limitó a sonreírme, mordiéndose
la boca como si no quisiera echarse a reír delante de mí por temor a
ofenderme-. ¿Estás bien? ¿Necesitas…?-miré alrededor, en busca de algo que
pudiera haberla detenido, pero más allá de las dos entradas, la VIP y la
normal, y los pequeños cubículos de los lavabos portátiles, no había nada-. ¿…
ir al baño?
Ya
que llegábamos mucho más tarde de lo planeado, me daba lo mismo esperar fuera
que dentro del recinto por Sabrae. Total, ¿qué más daba? Seguro que los lavabos
de fuera estaban mucho más limpios que los del interior, pues nadie se saldría
de la cola para aliviarse cuando podía hacerlo dentro, y dedicarse a correr por
todos lados con absoluta libertad.
Sabrae
negó despacio con la cabeza, su sonrisa se ensanchó un poco más, las comisuras
de su boca curvándose tanto que sus mejillas se inflaron como dos globos
aerostáticos, y propulsándose hacia arriba con las corrientes de aire, Sabrae
empezó a dar saltitos igual que una ninfa de los bosques. Tiró de mí hasta
sacarme de la fila, y cuando consiguió que perdiéramos nuestro puesto y yo
empecé a protestar porque no sabía qué bicho le había picado, se echó a reír,
me pasó las manos por el cuello y exclamó:
-¡Lo
siento muchísimo, amor! ¡Me ha costado
un montón no decirte nada viendo lo nervioso que te estabas poniendo! Feliz
cumpleaños atrasado, sol-ronroneó, sacando las entradas y sosteniéndolas frente
a mí. En un principio, pensé que me estaba tomando el pelo. ¿Qué coño hacía?
¿Acaso estaban podres las frutas que se había tomado para desayunar? ¿Estaba
rancio el yogur? Sea como fuere, no entendía a qué venía ese arrebato.
¿Realmente no podía esperar a tenerlo cuando hubiéramos entrado en el recinto?
Ya había visto las entradas un millón de veces, yo mismo las había impreso y
guardado en mi casa, trayéndolas conmigo en la maleta por si acaso a Sabrae se
le olvidaban (como si no la conociera y no supiera que traía lo menos 3 copias
en sitios distintos de su equipaje).
Y
entonces, me fijé. Aquellas no eran las entradas que ella me había reenviado
por correo electrónico. No se trataba de folios normales, con la densidad
propia del papel de oficina en el que tomaba apuntes, hacía exámenes o me
dedicaba a dibujar cuando no me interesaba una clase. Era papel más duro, casi
cartulina plastificada, con bandas metalizadas en ambos lados. Las entradas de verdad. Debía de haber pedido que se
las enviaran por correo, y las que me había entrado a mí no eran más que el
resguardo que te enviaban nada más recibir la compra.
Y, en
el mismo tono brillante de la banda con hologramas de las entradas, había dos
palabras justo debajo del nombre del festival, dos palabras que yo no había
visto jamás, y que me habrían tranquilizado toda la vida de haberlas podido
leer antes.
ACCESO
VIP.
Sabrae
puso los brazos en jarras y se balanceó adelante y atrás, esperando que yo
procesara la información que acababa de proporcionarme. Acceso vip. Acceso vip.
Acceso vip. La entrada vip. Pase preferente en todas las atracciones, colas
específicas en cada puesto de comida y bebida.
Una
parte del escenario, la más cercana, exclusiva para los vip. Vallada, apartada
de los demás, con espacio de sobra para tumbarte, si te daba la gana.
Exclusiva
para nosotros. Para tumbarnos si nos daba la gana.
Iba a
tener primera fila, después de todo.
La
miré, y cuando vio que por fin había comprendido en mis ojos, Sabrae se echó a
reír de nuevo.
-¿Te
hace ilusión?-preguntó, nerviosa.
-Cásate
conmigo-fue mi respuesta desesperada, en un tono jadeante que bien podría ser
el de un hombre que acaba de correr la maratón, el primero en ganarla. A pesar
de que no habíamos pasado aún ese punto de nuestra relación en que ella
aceptaba ser mi novia, pasábamos años juntos y la gente empezaba a preguntarnos
para cuándo el anillo, o mi nula capacidad económica para conseguirle un anillo
acorde a su estatus de reina, yo ya quería casarme con ella. Ni siquiera era
por el concierto, que también, sino por el hecho de que hubiera tenido en
cuenta todo lo que podría pasar, y como siempre, fuera un paso por delante,
adelantándose a todos los acontecimientos que podían ir en nuestra contra. De
nuevo, volvía a convertirme en el centro de atención, en una prioridad, cuando
ni siquiera yo había sido capaz de hacer eso de mí a lo largo de mi vida.
-Pensaba
que no me lo ibas a pedir este fin de semana-rió, dando un paso hacia mí y
besándome despacio en los labios. Un chisporrotazo recorrió mi columna
vertebral. Es ella. Siempre ha sido ella.
Siempre será ella.
-No te lo estoy pidiendo. Te
lo estoy suplicando. Por favor, Sabrae, sé mi esposa-le imploré, y ella rió.
-¿Va
The Weeknd a oficiar nuestra boda?
-Que
la haga quien quiera. Te amo. Joder…-gruñí, negando con la cabeza, sintiendo
que se me anegaban los ojos de lágrimas. Ella rió de nuevo, acariciándome el
mentón con la yema de los dedos, como si fuera un niño pequeño al que una
regañina particularmente severa le salta lágrimas de pura vergüenza. Solo que
esto ya no era vergüenza, sino felicidad, una felicidad tan absoluta que sólo
podía venir de un sentimiento completo de pertinencia. A ese lugar, a ese
momento, a esa persona, a ese regalo.
Sabrae
sabía que se nos echaría la noche encima, la primera noche en el extranjero
juntos; sabía que me sentiría con la obligación de elegir entre ella y primera
fila, y sin lugar a dudas la elegiría a ella, y sabía que realmente, yo no
tenía la necesidad de elegir, porque podía tenerlas a ambas. Puede que mi poder
adquisitivo no me permitiera tratarla como una reina, pero ella tenía el suficiente
como para elevar mi estatus conservando el suyo. Más que una reina, era una
emperatriz. Una emperatriz de la música, de los colores, del amor, de la
felicidad, de la abnegación. Nada malo que hubiera en el mundo tenía relación
con ella, y todo lo bueno tenía algún tipo de vínculo con su ser. Era la fuente
de la bondad, el escudo que protegía el mundo del mal, los lazos que
equilibraban y mantenían los vínculos de absolutamente todo en el universo.
Y yo
necesitaba pertenecerle de una manera tangible, indiscutible, con un anillo en
el dedo que proclamara que yo, Alec Theodore Whitelaw, a pesar de mi millón de
defectos y errores en mi pasado, a pesar de ser completamente indigno de ella,
le pertenecía.
Mi
chica, mi novia, mi esposa, mi diosa, mi Sabrae rió, me acarició los labios y
susurró:
-Me
alegro mucho de haber conseguido sacar al osito sentimental que llevas dentro.
Porque no hay nada que más me guste que hacerte llorar de felicidad.
-No
te haces una idea de lo que te quiero ahora mismo…-jadeé, limpiándome las
lágrimas con el dorso de la mano. Sentía que todos nos miraban, que varios
grupos de personas se detenían a curiosear, pero no me importaba una mierda. Ni
siquiera me preocupaba que pudieran entender lo que decíamos; lo único que
sabía era que me estaba derrumbando allí, delante de todo el mundo, porque la
suerte que tenía de que Sabrae hubiera entrado en mi vida, hubiera abierto las
ventanas de mi interior y hubiera dejado que me bañara en su luz celestial,
podía con todo lo que había aprendido hasta entonces: que los chicos no lloran,
que debo aparentar ser fuerte, que debo proveer en lugar de ser mantenido. No éramos
así. No íbamos a ser así. Ni éramos la pareja al uso, ni lo seríamos nunca.
A mí
también me gustaba que Sabrae hubiera quitado el tapón que me impedía llorar,
porque ahora mis emociones podían embargarme con más poder del que nunca habían
experimentado.
-Te
mereces esto y mucho, muchísimo más. Todo lo bueno que te pase, ¿me oyes, Al? Te quiero-me recordó en ruso, y yo le
contesté automáticamente, pero no por ello sintiéndolo menos-. Te dije que esto
sería especial, el viaje más especial de nuestras vidas, y no podía ser
especial al fondo del recinto. Ten-me dijo, tendiéndome las entradas-. Disfruta
de ellas. De todas las personas que hay aquí, eres el único al que le pertenece
por derecho la posibilidad de tocar el escenario con los dedos.
-Ha
debido costarte mucho-jadeé, y ella sonrió.
-Oh,
no te creas. Papá y The Weeknd comparten discográfica, así que es fácil
conseguir que nos den un poco de la
remesa que siempre reservan para situaciones de emergencia. Y que tú veas a The
Weeknd en primera fila es una
situación de emergencia-me acarició la mejilla, llevándose una lágrima con el
pulgar-. Además, sé que esto te conmueve tanto que no te pondrás tozudo con que
quieres pagarme la diferencia.
-Ni
siquiera sabría por dónde…
-Ya
que no me dejas decirte lo que los dos nos morimos por escucharme-me miró a los
ojos, emocionada, aquellos ojos brillantes tanto por sus sentimientos a flor de
piel como por la pedrería que había en
su mirada-, por lo menos deja que te coloque justo donde tú te mereces.
-Me
voy a arrodillar-jadeé, pellizcándome el puente de la nariz. Sabrae se echó a
reír.
-Mamá
y papá no me perdonarán que me comprometa con 15 años.
-Todavía
tienes 14.
-No
eres el único que redondea al alza. ¿Ves?-rió, dándome un toquecito en la
mandíbula-. Somos tal para cual. Además… también lo estoy haciendo por mí,
¿sabes?-alzó una ceja, chula, y chasqueó los dedos al lado de su rostro como
hacen las niñatas pijas de las películas-. Soy Sabrae Malik-dijo, con el típico
acento pijo de Londres que todos los turistas imitaban de una forma repelente y
patética, sólo que nada en Sabrae podía ser patético-, yo no me mezclo con la
chusma.
Deseé de nuevo que los ojos fueran capaces de grabar en
vídeo y transmitirlo de alguna forma a un aparato de grabación, pues sólo así
podría enseñarle a Alec lo guapo que estaba cuando estaba así de feliz.
Mientras la azafata le ponía la pulsera azul y morada con la etiqueta de VIP,
le costó tanto contener la sonrisa que la chica hasta se sonrojó. Apenas aparté
la vista de él un segundo, salvo para entregarle a la mía la entrada a mi
nombre y aceptar que me pasaran un collar de tela por el cuello del que colgaba
una etiqueta de acceso premium a todos los sitios, con un mini folleto de los
horarios del festival, un plano, y los menús y precios de las distintas
cafeterías allí situadas, en puestecitos que parecían los de una feria.
Y,
aun así, me alegré de que nadie más que yo pudiera ver aquella estampa. Si bien
merecía la pena una y mil veces presumir de Alec, sabía que en parte estaba
guapo por estar en un lugar en el que nadie le conocía. Por primera vez, me
alegré de que no hubiera cámaras documentando mi vida, pues aquel momento en
público era a la vez tan íntimo que estaba segura de que lo estropearía si
tratara de inmortalizarlo de alguna manera.
Alec jugueteó
con su etiqueta de VIP en cuanto las chicas le dejaron, después de entregarle
un termo con los colores del festival y una funda para el móvil que guardó en
mi mochila.
-No
puedo creerme que esté pasando esto-comentó -. Es como si todos mis deseos se
estuvieran haciendo realidad. Estoy en un festival con la chica de mis sueños,
voy a tener primera fila, y encima voy a ver a mi cantante favorito.
-Soy
el genio de la lámpara-respondí, riéndome-. Tus deseos son órdenes para mí.
Supe
que había hecho bien cogiendo directamente las entradas especiales apenas atravesamos
las barreras que daban acceso al recinto. Decir que estaba lleno sería quedarse
muy, muy corto: miraras hacia donde miraras, grupos de chicas recién salidas de
las pasarelas más exageradas de las colecciones de primavera-verano de ese año
y los siguientes se paseaban de un lado a otro, contoneándose al ritmo de la
música; grupos de chicos llevaban consigo tantas bebidas como les cabían en las
manos, y los empleados hacían lo posible por recoger todo lo que se tiraba.
No perdimos
el tiempo mirando embobados a la muchedumbre: echamos a andar en dirección al
escenario principal, y comprobamos con alegría que el hueco reservado para los
vips estaba ocupado por tres o cuatro personas. Éramos de los primeros en
llegar, y como tales, merecíamos explorar el recinto. Me bastó una mirada para
comprobar que Alec y yo estábamos en sintonía, y de nuevo de la mano, paseamos
esquivando a la gente, que ya parecía borracha antes de que dieran las tres de la tarde. Fuimos
a la zona de restaurantes, cogimos perritos calientes, nos sentamos cerca de un
escenario en el que tocaba una chica a la que ninguno conocía, pero cuya música
nos encantó; después fuimos a la noria, a los coches de choque, a los puestos
de dardos, y casi entramos en la piscina de bolas. Tras ir de nuevo a por
bebidas, decidimos que ya iba siendo hora de aprovechar nuestras entradas, y
nos dirigimos hacia el escenario principal, en el que un DJ se encargaba de
amenizar el ambiente mientras los técnicos preparaban el escenario para que la
siguiente artista lo ocupara.
Grité
de emoción al reconocer a Alessia Cara, que salió saludando a un público
entregadísimo a pesar de que era bastante temprano aún. Eché la vista atrás y
me percaté de que el recinto se había llenado increíblemente en el intervalo de
tiempo transcurrido entre cuando nos asomamos a mirar y cuando nos decidimos a
entrar: aunque en el nuestro había ya un par de filas rodeando el escenario, lo
cierto es que en la parte general estaba todo lleno. Incluso a Alec le costaba
vislumbrar algún espacio de prado libre, con tanta mano levantada al aire
celebrando las canciones de Alessia.
A pesar
de que yo hacía el papel de cumplidora oficial de sueños, Alec me concedió uno
de mis deseos cuando le pedí que me subiera a sus hombros mientras Alessia
cantaba Stay, una versión en la que
había trabajado con Zedd. Adoraba esa canción, me recordaba mucho al verano, y cuando
sonaba en la radio, Amoke y yo la poníamos a todo volumen para cantarla a pleno
pulmón. Me saqué el móvil del bolsillo en cuanto reconocí los primeros acordes,
pero viendo que muchas manos tapaban mi visión, le tiré a Alec de la camiseta y
le pedí a gritos, haciéndome oír entre la gente:
-¿Me
subes a tus hombros?
Se le
había pasado hacía tiempo el carácter dócil y complaciente, y había vuelto a
ser él, algo que yo había agradecido hasta ese momento: no me gustaba que me
estuviera dando las gracias cada vez que uno de los dos se movía, pues me hacía
sentir como si creyera que me debía un favor, cuando para nada era así. Me gustaba
hacerle feliz, simple y llanamente: no quería su agradecimiento, sino su dicha.
-¿Tengo
cara de ser un puto camello para que tú te me andes subiendo encima?-preguntó,
fingiendo mal humor mientras me miraba de arriba abajo. Me reí y me acerqué a
él.
-No,
pero tampoco tienes cara de caballo, y bien que te cabalgo cuando a mí me da la
gana.
Alec puso
los ojos en blanco, negó con la cabeza y se rió.
-Ay,
las cosas que hace uno por amor…-jadeó, agachándose para agarrarme de la
piernas y lanzándome hacia arriba tan rápido que temí caerme, siquiera por un
momento. Entonces, justo cuando pensé que me iría demasiado hacia delante, Alec
me sujetó por las piernas y me balanceó a los lados, haciéndome chillar.
-¡Para!
Eres peor que el demonio-ladré, agarrándome a su pelo como Remy en Ratatouille. Cogí el móvil y, cuando me
aseguré de que Alec no me tiraría por estar haciendo el bobo, enfoqué a Alessia,
que me sonrió directamente e incluso agitó la mano en mi dirección, pues era la
chica subida a hombros de un chico que más cerca estaba de ella. Chillé a la
cámara, estropeando por completo el audio del vídeo, pero me daba igual. Quería
pasármelo bien, no grabar un documental digno de nominaciones a los premios
cinematográficos.
Cuando
terminó la canción y Alessia se despidió, Alec trató de bajarme, pero yo cerré
las piernas con fuerza en torno a su torso y negué con la cabeza, disfrutando
con la perspectiva que él tenía del mundo.
-Guau,
desde aquí arriba todo es espectacular-alabé,
mirando en todas direcciones, disfrutando de un horizonte amplísimo, que se
extendía más allá de lo que nunca se había extendido cuando yo estaba sobre mis
pies. Podía ver la noria, en el otro extremo del recinto, al completo, con cola
incluida.
-Y
eso que no te has visto tus escotes desde mi altura-ironizó. Le tapé la nariz y
él hizo amago de tirarme hacia atrás, arrancándome un chillido que le encantó a
la gente que estaba a nuestro alrededor.
Se sucedieron
las actuaciones, cada cual mejor que la anterior. No había consultado quiénes
eran los artistas invitados, pero todos me parecieron geniales cuando abandonaron
el escenario, marcándose unas actuaciones increíbles. La noche cayó sobre el
parque, y Alec, que se había quitado la camiseta por culpa del calor, se la
volvió a poner. Ignoró mis miradas cargadas de intención, pues me había metido
con él de lo lindo cuando empezó a jadear, acusando su ropa negra en aquel día
tan caluroso; ni siquiera la pobre
excusa que me había dado de que era un rockero, por cuyas lavas corría lava
infernal sacada directamente del reino de Lucifer, le sirvió cuando el sol
empezó a cascar fuerte. La bandana le sirvió para más de lo que estaba
dispuesto a admitir, pero cuando la Luna asomó por el horizonte y la gente
comenzó a ponerse sus chaquetas, sé que lamentó no haberse traído consigo ropa
de abrigo.
Es por
eso que le pedí que nos sentáramos en el suelo, yo con mi chaqueta y él entre
mis piernas, y, abrazándolo para que entrara en calor, esperamos a que llegara
el momento más importante del día, el que nos había traído hasta allí.
El momento
en que se apagaron las luces del escenario por última vez, y todo el público
empezó a chillar.
Exactamente igual que en todas las ocasiones en que el
cabeza de cartel hacía su aparición estelar, la parte general del público se
volvió loca. Los que estaban más cerca del escenario se vieron aprisionados por
la parte trasera, que luchaba por acercarse. Siempre había movidas de este
estilo en los festivales: gente gilipollas que lo quería tener todo, ir a una
actuación y luego a otra como quien cambia de canal.
Esta vez
fue completamente diferente para mí. Porque esta vez, yo no estaba entre los
que sufrían los empujones o los que los daban, sino entre los que miraban con
indiferencia hacia atrás. Me encontraba entre los ganadores.
El ruido
de tensión que iniciaba uno de los sencillos con más éxito de The Weeknd iluminó
tenuemente el escenario, y todo el mundo gritó. Todo el mundo. Sabrae y yo nos
pusimos en pie (bueno, más bien yo me puse en pie y la arrastré conmigo a toda
hostia) y corrimos hacia las vallas, al último hueco que quedaba libre antes de
que todos se pegaran a ellas. Conseguí llegar a ese lugar antes de que nos lo
arrebataran, y colé a Sabrae entre mi cuerpo y la barricada, para asegurarme de
que no le hacían daño.
Y entonces,
con el sonido de los sintetizadores marcando las notas, una figura apareció por
el escenario. Era una silueta aún, una sombra iluminada por los paneles
traseros, prendidos con luces led de color blanco que hacían que Blinding lights, esa primera canción,
fuera una experiencia extrasesorial.
-I’ve been tryna call-cantó The Weeknd, y
todos gritamos y nos unimos a su letra.
Sentí que se me ponían los pelos de punta cuando The
Weeknd abrió la boca la primera vez, y eso que había experimentado la sensación
del principio de una canción en un concierto incontables veces. Con todo, aquel
no era un concierto como los demás. No lo daba ningún familiar directo mío ni
había acudido con un amigo, sino con el chico con el que planeaba pasar el resto de mis días.
The
Weeknd se movió por el escenario, corriendo al ritmo de la música, mientras
unas bailarinas se deslizaban por detrás, siguiendo sus movimientos y animando
al público que, por otro lado, no necesitaba ningún tipo de estímulo extra. Todos
estaban entregadísimos.
Y,
cuando llegó el estribillo, el mundo estalló.
-Oh, I’m blinded by the lights-cantó The
Weeknd, estirando la mano hacia delante mientras los focos que antes le hacían
sombra ahora le iluminaban la cara. Por primera vez, pudimos ver sus facciones,
y su voz quedó ahogada en los gritos de celebración. Chillidos agudos,
histéricos, se elevaron en el estadio; el más fuerte de ellos, procedente del
pecho de Alec, que sonó como un manatí al que estaban matando lenta y dolorosa…
Eso es mentira, Sabrae. Emití
un sonido de entusiasmo muy masculino.
Pero bueno, ¿me quieres dejar
narrar a mí? ¡Ésta es mi parte!
¡Te
dejaría narrar si estuvieras diciendo la verdad, pero no es así!
Chillaste
como si te estuvieran matando, Alec.
No haces más que difamarme en esta puñetera novela. Que si fuckboy, que
si impulsivo, que si violento… menos mal que no puedes contar nuestra historia
sin referirte al sexo y eso me redime, que si no…
Para
empezar, yo no te difamo. Digo cómo eres. Y dice mucho de ti que creas que lo
mejor de ti está en el sexo, pero bueno… ¡ocúpate de lo tuyo!
Es que no… ¡AU! Vale, vale. Joder, qué carácter tiene aquí, la amiga.
En
fin, por dónde iba…
La mejor noche de tu vida.
¿Te
refieres a la noche en que cortamos?
Qué guapa te pones cuando te enfa… ¡AU!
Bueno,
el caso es que The Weeknd se salió con su primera actuación. Terminó la canción
y dio paso a Starboy, y acabó con
todo el mundo gritando, aplaudiendo, jaleando y coreando su nombre, y él,
jadeante y sudoroso, se inclinó para agradecer sus aplausos, mostrar a sus
bailarinas, y entonces gritarle a la noche:
-¡Buenas noches, Barcelona!-todos
gritamos de nuevo, yo incluida.
AH. MENOS MAL. Ahora iba a resultar que el único histérico era yo.
¿TE
QUIERES CALLAR? YO NO METO BAZA CUANDO TÚ ESTÁS NARRANDO.
Lo siento, es que me pone nervioso acordarme de esa noche. Sigue, nena.
Perdona.
-Hace mucho que no nos veíamos,
¿no os parece? ¡Años!-The Weeknd rió, y nosotros con él. Una parte del público
abucheó a modo de protesta por su larga ausencia-. Sí, ya lo sé, lo sé, lo sé. Necesitáis
mi música, necesitáis verme, me habéis echado de menos, ¡pero no tanto como yo
a vosotros! Hay que ocuparse de nuestras cosas, sin embargo. No sé si os habéis
enterado, pero he estado trabajando en un nuevo disco…-sonrió cuando la gente
chilló de nuevo-, y puede que, si os portáis bien, cante algo hoy en exclusiva.
¡Sólo para vosotros, Barcelona! Porque os adoro. Sé que sin vosotros, yo no
estaría aquí, así que os doy las gracias. ¡Vosotros habéis hecho que mi vida
sea completamente extraordinaria! Lo cual me recuerda…-The Weeknd sonrió, girándose
hacia su banda-. ¿No tengo una canción que suena más o menos así?
-SÍ QUE LA TIENES, THE WEEKND, SÍ
QUE LA TIENES-bramó Alec.
-¡A ver si os suena! Esto es Ordinary life-puso el micrófono en su
pie y se afanó con los primeros versos de la canción, tras unos falsettos que parecían los gemidos
de una chica-. Heaven in her mouth, got a
hell of a tongue…
Alec y yo levantamos las manos,
uniéndonos a él mientras entonaba los versos de la canción, una que me
encantaba por cómo empezaba, y que me encantó más a partir de esa nohe por la
actitud de Alec, que se agitó a ambos lados, y cuando llegó el puente de la
canción, en el que The Weeknd pedía perdón por su comportamiento, se santiguó
despacio y levantó las manos, unidas, rezándole al cielo, con los ojos fijos en
unas estrellas que los focos ahogaban.
No había visto nada tan erótico
en toda mi vida. Alec, relajado, abstraído, entregándose a la música de su
cantante favorito, viviéndola, sintiéndola, representándola.
Cuando terminó la canción y The
Weeknd empezó a hablar, Alec jadeó y se pasó una mano por el pelo. Ambos estábamos sudando.
-Buah, he cumplido la ilusión de
mi vida.
-¿Ya puedes morir en paz?
-No, que todavía me falta
escucharte decirme que me quieres.
-Bueno, pues no te lo voy a decir
ahora-me reí-, para que no te mueras. Tienes que acompañarme en el metro a
casa.
-Me voy a morir igual, Sabrae. En
tus manos está que lo haga siendo feliz, o como un desgraciado.
Me dio la impresión de que
moriría feliz, y no como un desgraciado.
El
putísimo dios de la canción que teníamos delante lo dio todo con un juego de
pies en Lost in the fire que casi
hace que me desmaye. Brinqué, grité, aplaudí y le vitoreé como el que más
mientras se inclinaba hacia un lado, agradeciendo los aplausos, y chillé cuando
dijo que era hora de poner un poco más de ritmo en la noche.
Cuando empezaron a sonar los
acordes de High for this, creí que me
moría. Me incliné hacia Sabrae para decirle que no se corriera, porque estaba
muy condicionada con esa canción, y ella puso los ojos en blanco y agitó la
mano en mi dirección, indicándome que no la molestara. Me alegró que apreciara
la música de mi cantante preferido tanto como yo, y cuando se frotó contra mí
en el estribillo, estaba seguro de quien terminaría corriéndose era yo.
Bueno, un concierto de The Weeknd
era un lugar tan bueno como otro cualquiera para empezar con la eyaculación
precoz.
De High for this pasó a Party
monster, caldeando aún más el ambiente, y de ahí, a False Alarm. Incluso se acercó al borde del escenario para darnos
las manos, y yo, estirándome todo lo que pude:
Conseguí
Tocar
Al
Puñetero
The Weeknd.
Nada fuera de lo común en mi vida
de triunfador. ¿Y en la tuya?
En cuanto sentí sus dedos rozando
los míos, me puse a chillar, histérico.
-¡SABRAE! ¿¡LO HAS VISTO!? ¡QUE
ME HA TOCADO! ¡JODER, ME VA A DAR UN COLAPSO NERVIOSO! ¡ME CAGO EN DIOS! ¡Dios mío!
¡¡ME VA A DAR UN PUTO INFARTO AQUÍ MISMO, SABRAE, JODER!-grité, dando saltos
mientras se terminaba la canción.
-¡LO HE VISTO, LO HE VISTO, HA
SIDO ALUCINANTE, YO CASI LO TOCO, CASI LO TOCO, AL, Y TÚ LO HAS HECHO, JODER!
-¡NO ME VOY A LAVAR LA MANO EN MI
PUTA VIDA!
-¡ERES LA HOSTIA! ¡ERES DIOS!
¡ERES…!
-¡Barcelona!-bramó The Weeknd, y
nos callamos para escucharlo-. ¡Me cuesta un poco escucharos! ¿Qué pasa? ¿Os
habéis pasado la noche follando y estáis afónicos de tanto gemirles a vuestras
perras al oído? Joder, lo que les gusta a las tías que hagamos ruido, ¿eh? Hay
una canción por aquí que hace que las tías se bajen las bragas que da gusto… os
dejo que se la pongáis, si queréis. Se llama Often, ¿os la sabéis?
Hizo un barrido por el público,
buscando a alguien que pudiera negar con la cabeza para así echarlo. Posó los
ojos en mí un segundo, un segundo que a mí me dio energía suficiente para vivir
mil años. Aún tenía el subidón de haberle tocado en la mano, así que verle
mirarme fue algo que mi cuerpo no pudo procesar.
Pero, para fenómenos
paranormales, el que vino a continuación.
The Weeknd, clavando los ojos en
mí… o en algo por debajo de mí. Frunciendo el ceño, y luego sonriendo, al ver
en mi pecho su camiseta. Un fan incondicional, ése soy yo. Déjame comerte los
cojones.
Pero de sus labios no salió
ningún tipo de reconocimiento. Al menos, no a mi persona. De sus labios se
escapó mi palabra favorita en el mundo y, a la vez, la última que pensé que
podría haber pronunciado nunca.
-¿Sabrae?
Todo el público se quedó en
silencio. Todos, excepto una persona: la chica de pelo negro, rizado, que tenía
junto a mí, a la que hacía reír y a veces también llorar, que me besaba como
nunca lo habían hecho y me follaba como nadie.
Sabrae, única en su especie.
-¡Hola, Abel!
Sabrae, la única persona en el
planeta capaz de ir a un concierto de The Weeknd, conseguir que la reconociera
entre el público… y con la confianza suficiente para llamarlo por su nombre.
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A ver ha sido cortito pero intenso el capítulo eh. Me he descojonado un montón con el momento condones y con los nervioso que se ha puesto a Alec a lo largo de todo el capítulo con respecto al festival. Si casi le da un colapso y le ha pedido matrimonio a Saab con solo enterarse que le había cogido realmente las entradas vip e iba a ver a the weekend en primera fila no quiero imaginar el tremendo derrame cerebral que le dará en el próximo capítulo después de que Sabrae le responda a Abel. Como hagas que los suba al escenario para cantarles Often que es SU PUTA CANCIÓN a mi me recoges con una pala y Alec literalmente le tienen que agarrar pra que no se folle a Sabrae en pleno escenario.
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