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Ni en mis mejores sueños habría conseguido que aquel día
fuera tan especial como lo estaba siendo. Cuando los ojos de Abel se posaron en
mí, me recorrió un escalofrío, y se me retorció el estómago en una complicada
pirueta que apenas duró unos segundos, los segundos que él necesitó para
reconocerme.
La
razón principal de que hubiera cogido las entradas VIP era para darle a Alec la
experiencia que yo sabía que se merecía: pase preferente, tiempo de sobra para
comer o ver otros conciertos, y por supuesto disfrutar de la actuación de The
Weeknd sin preocuparse por lo que el resto del público podía hacerme. A pesar
de que nunca había estado en ningún festival (o, al menos, entre el público en
lugar de los camerinos), había visto los suficientes y había estado en
suficientes conciertos como para saber que la cosa podía torcerse rápidamente.
Y yo, a pesar de que la vena protectora de Alec parecía indicar que él creía lo
contrario, no era estúpida. Sabía que estaba en mayor peligro que él por mi
baja estatura, así que merecía la pena arriesgarse a un numerito que terminó
por no montarme, tal era su sorpresa, a cambio de que disfrutara de su regalo
de San Valentín como se merecía.
Pero
no voy a mentir: una parte de mí, esa parte romántica sin remedio que me
llevaba a dar lo mejor de mí con sólo pensar en el hombre del que estaba
enamorada, tenía la esperanza de que eso sucediera. ¿Qué podía haber mejor en
nuestro primer viaje juntos, que conseguir que Alec conociera a The Weeknd? He
de confesar que tardé aproximadamente cuatro segundos en pensar que, quizá, debería
tirar de contactos, dejar caer mi apellido y mi linaje, para conseguirle aquel
regalo a mi chico en cuanto descubrí que tenía pensado un concierto en
Barcelona. Papá y Abel eran grandes amigos: el hecho de que muchas veces fueran
rivales en las mismas categorías, ya que su música era parecida, y que hubieran
salido con las hermanas Hadid en la misma época, había hecho que su relación
pasara de lo profesional a lo personal. No me sería complicado hablar con los
representantes de The Weeknd, ya que pertenecía a la misma discográfica con la
que trabajaba mi padre, así que si quería reunirme con él después de la
actuación, lo tendría garantizado.
Sin
embargo, sabía que no sería capaz de ocultarle eso a Alec: una cosa era
conseguir entradas VIP para el festival al que íbamos, y otra muy diferente,
concertar una cita para que conociera a su ídolo. The Weeknd era demasiado
importante en nuestra relación. Lo habíamos hecho demasiadas veces con su
música de fondo, nos habíamos quedado tumbados en la cama, bien sin hacer nada
o bien después del polvo, escuchando su voz melosa acariciar nuestras pieles de
la misma manera que lo hacían nuestros dedos. Incluso habíamos quedado para
escuchar su música nueva en primicia, reaccionar juntos y compartir detalles,
sentados en la cama de Alec, con la espalda sobre el colchón y las piernas
dobladas, pies anclados en el suelo, mientras manteníamos la respiración, con
las manos cogidas y la cabeza fija en el techo. Cada vez que se terminaba una
canción y pasaba a la siguiente, Alec y yo nos mirábamos, nos sonreíamos, nos
relamíamos los labios y volvíamos a mirar hacia arriba para concentrarnos en
los versos de la siguiente. Lo habíamos hecho apenas un par de veces, pero con
la suficiente importancia como para que se convirtiera en un ritual sagrado,
sacrosanto, para nosotros.
No
dejaría de imaginarme su cara al verlo. Cómo reaccionaría, si se pondría a
chillar, a temblar, si se desmayaría, como hacían algunas fans. Me tendría un
poco intrigada en ese sentido, pero viendo cómo había reaccionado cuando lo vio
en el escenario por primera vez que salió, temía ya por mis pobres tímpanos. Y,
como estaría ocupada pensando en lo que haría Alec al encontrarse frente a frente con su ídolo,
no disfrutaría del concierto, quizá ni siquiera del viaje. El vuelo, la tarde
de turismo, los paseos por el festival y los conciertos se convertirían en los
molestos trámites por los que uno tiene que pasar para llegar a su destino,
unas aduanas particulares por las que muchos darían lo que fuera. Yo incluida.
No quería perderme eso. Nuestro primer viaje siempre sería nuestro primer
viaje, y sentada en casa, editando con el ordenador las entradas para que Alec
no supiera que eran VIP, supe que sería demasiado llevarlo apalabrado.
Lo
conseguiría de alguna manera, pero no podía llevarlo hecho de Inglaterra, o se
lo terminaría cascando, chafándole así la sorpresa. Me había pasado las noches
en que no podía dormir pensando cómo conseguir acceso al backstage si lo necesitaba por mi carácter irreverentemente organizado,
pero confiaba en la suerte. Era afortunada en todos los sentidos de la vida:
inteligente, amada, con una red de seguridad tan amplia que muchos matarían por
ella, compuesta para colmo por personas que me adoraban y que a veces sentía
que no me merecía, especialmente en lo referente a Alec.
Y las
estrellas me sonrieron de nuevo cuando Abel posó los ojos en mí.
-¿Sabrae?-preguntó,
y estábamos tan cerca que pude escuchar su voz en el escenario a la par que la
de los altavoces, amplificada y con un deje que no terminaba de favorecerle.
Siempre había pensado que papá sonaba peor en los altavoces que en persona,
pero lo había achacado a que cuando le escuchaba cantar sin un molesto
micrófono, era porque le cantaba a su familia y el amor que nos profesábamos
todos hacía que sonara mejor, y le escucháramos con más ganas. Ya no estaba tan
segura.
-¡Hola,
Abel!-grité, emocionada, dejando atrás todas las preocupaciones y sintiendo que
la adrenalina se me descargaba del torrente sanguíneo. Ahora que había cruzado
la línea de meta la primera, podía sentarme y descansar. Ignoré deliberadamente
el silencio que siguió mi nombre; seguramente a cualquier otra persona le
hubiera impresionado hasta el punto de dejarlo sin palabras no ya que el
artista final de un festival como aquel conociera su nombre, sino que miles de
personas se quedaran calladas, en un silencio sepulcral que no era nada
corriente en eventos como esos, esperando qué sería lo siguiente. Pero yo no
era ninguna otra persona. Pertenecía al selecto grupo de personas cuyos nombres
estaban grabados en placas de Grammys. Si ser una Malik me hacía especial, ser
Sabrae me convertía en única en mi especie.
Sentí
que Alec se ponía rígido detrás de mí. Fiel a su costumbre de mantenerme bien
cerquita, especialmente en espacios públicos, se las había apañado para meterme
entre su cuerpo y la valla, de manera que no me afectaran los empujones del
resto de VIPs, que se habían ido congregando en el escenario principal para
disfrutar de The Weeknd bien cerquita. Me regodeé en mi interior cuando noté
que me clavaba los ojos encima, estupefacto, y de reojo pude ver que mi cara
ocupaba las grandes pantallas de ambos lados del escenario. Una vez más, me
felicité a mí misma por haber sido tan precavida como para pedirles a mis
amigas que me ayudaran a hacer mi maquillaje del día la primera vez, para ver
si era posible llevar mis sueños a la realidad, y haberme dedicado a practicar
por las noches, antes de acostarme, cuando Alec se iba a su casa.
Miles
y miles de personas me miraban, y también veían a Alec, con los ojos
desorbitados clavados en mí. Incluso con esa expresión de sorpresa en la
mirada, seguía siendo la persona más guapa de España. Siempre se las apañaría
para ser el más guapo del país en el que se encontrara.
De
modo que yo debía estar a la altura. Y la chica que sonreía, feliz y un poco
chula, con un maquillaje perfecto, absolutamente espectacular, junto al chico
más guapo del universo, lo estaba.
-¿Qué
haces aquí?-preguntó Abel, como si no fuera un artista consolidado, de fama
internacional, cuyo estilo de música a mí me encantaba y con el que estaba
plenamente familiarizada. Cualquiera habría dicho que no estábamos en un
supermercado al que yo no iba nunca por encontrarse al otro extremo de la
ciudad.
Me encogí
de hombros visiblemente, riéndome y abriendo las manos. Ya no eran sólo los
ojos de Alec los que saltaban de mí a Abel como si fuéramos dos tenistas en una
final de tenis, sino los de todos a mi alrededor. Las chicas que me habían
mirado de arriba abajo mientras Alec y yo estábamos tumbados, compartiendo unas
gominolas en un tiempo entre cantantes, ya no parecían tan predispuestas a
juzgarme. Sí, vale, él estaba buenísimo y yo tumbada no es que ganara,
precisamente, pero… ¿mi estatus de celebridad, o de amiga de una, al menos?
Aquello era otra historia.
-¡Matar
el tiempo! ¡Sábado de tranquis, ya sabes!-me reí, y mi risa fue el impacto de
un meteorito, generando una onda expansiva que se extendió por todo el recinto
VIP. Al menos, alguien había escuchado mi chiste y lo había entendido, porque
Alec seguía tieso como una estatua, mirándome fijamente. Si no notara su
corazón latiendo en mi espalda y no estuviera aún de pie detrás de mí, habría
creído que le había dado un infarto. Claro que estaría plenamente justificado:
la chica con la que se acostaba estaba de colegueo con su ídolo, e incluso le
había hecho reír-. ¿Y tú?
Abel
se rió de nuevo, asintió con la cabeza, mirándose los pies, se relamió los
labios, todo eso sin soltar el micrófono. Sus manos no parecían ser capaces de
recordarle el motivo de nuestro encuentro: él era la atracción, y yo la
espectadora.
-Nada
especial, ya sabes-se encogió de hombros, y cuando empezaron algunos abucheos,
quise creer que en broma, se rió-. ¡Es broma, Barcelona! Sabéis que ir de gira
y estar sobre un escenario tocando para todos vosotros es lo que más me gusta
de la vida. ¡Os adoro!-Barcelona contestó rugiendo una celebración. Abel se
pasó una mano por el pelo, y añadió-: disculpad un segundo mientras me pongo al
día con una vieja amiga, pero uno tiene que lanzar todos sus dados antes de
retirarse del casino. Sabrae-se giró y me miró-, ¿cómo está tu madre?
-Genial.
-¿Sigue
casada con tu padre?
-¡Claro!
Abel
chasqueó la lengua, y esta vez quienes se rieron fueron los de su equipo. No se
molestaba en disimular lo mucho que le gustaba mamá cada vez que la veía,
aunque era algo que no causaba malos rollos entre papá y él. Papá estaba seguro
de que mamá jamás dejaría de sentir por él lo que sentía, y además… tenía cuatro
hijos con ella. Incluso si le dejaba por Abel, siempre tendría alguna excusa
para seguir viéndola.
Sin
contar, por supuesto, que Abel no era ni de lejos la única persona que le
tiraba la caña a mamá, ni tampoco la excepción a la regla que ella seguía a rajatabla:
si le apetecía coquetear, siempre sería para tomarle el pelo a papá, pero
rechazaba a todos sus pretendientes con la misma elegancia con la que bajaba
los peldaños de los juzgados cada vez que salía, confiada en que su currículum
profesional seguiría siendo impecable.
No es
necesario ser una genial esposa para ser una tremenda madre, pero mamá
demostraba que aquello no estaba en absoluto reñido.
-Cuando
se aburra de ese payaso y quiera un hombre de verdad, le dices que me llame.
-Vale,
señor-cacareé, llevándome dos dedos a la frente.
-Por
cierto, ¿qué tal Zayn? Me han dicho que está grabando un disco.
-Sí,
ya tiene listas algunas canciones-revelé, aunque pudiera meterme en un lío por
hablar del proceso creativo de papá.
-Pues
sigo esperando que me llame para que le eche un cable y poder sacar algo medio
decente, aunque sea sólo una canción. Zayn, cabrón, sé que ves todos mis
vídeos, como el buen fan obseso que eres-miró a un cámara-. Llámame, que no me
he cambiado de número ni nada-negó con la cabeza y luego levantó la vista-.
Bueno, Barcelona, ¿por dónde íbamos?
El
público rugió en respuesta, olvidándose de mí tan rápido como se dio cuenta de
mi presencia. Mientras Abel ponía en contexto a todo el festival acerca de la
siguiente canción que iba a tocar, me giré y miré a Alec con la expresión de un
niño increíblemente travieso al que pillan con las manos en la masa, pero que
sabe que con su labia se librará del castigo.
Me
miró de arriba abajo, alucinado, como si no me conociera. Si un ovni hubiera
aterrizado en el escenario, seguiría con la vista fija en mí, pues yo le
parecía más extraña.
Sus
ojos de color castaño seguían fijos en mí, analizándome de arriba abajo,
contemplando mi rostro, contando mis lunares. Había algo en mí que había cambiado para él, pero no sabría decir el qué.
Quizá fuera todo, quizá fuera nada.
-Di
algo, por favor-gemí después de unos angustiosos instantes bajo su escrutinio,
en los que sentí que quizá había hecho mal no diciéndole nada. Quizá aquello
fuera demasiado para procesarlo sin más. Quizá incluso le molestara: ¿conocía a
su cantante preferido, y no movía todos los hilos posibles para que pudiera
presentárselo? Empezaba a pensar que había sido una egoísta, y que le había
privado de una oportunidad de la que no tenía derecho.
Eso
no era lo que hacían las buenas parejas; las buenas parejas cogían los
privilegios de cada uno, y los juntaban para poder compartirlos ambos.
Alec
parpadeó, abrió la boca, y miró un segundo al escenario. Abel había empezado a
entonar una canción, pero para mi sorpresa, ninguno de los dos le hizo el más
mínimo caso.
-¿Le…
conoces?-pronunció con terror reverencial. Lo señaló con la cabeza-. ¿Conoces
a… bueno, a Él?-pronunció aquella
palabra del mismo modo en que un imán pronunciaría el nombre de Dios, de modo
que supe que había sido una egoísta.
-Sí-me
aparté un mechón de pelo de la cara, colocándomelo tras la oreja, y lo miré-.
Tendría que habértelo dicho. Lo siento mucho, Al. ¿Estás enfadado conmigo?
Alec
abrió de nuevo los ojos como platos, alucinado.
-¿Que
si estoy… enfadado? ¿Es una puta
broma? Tú… tú…-se llevó las manos a la cabeza, y yo pensé que se pondría a
gritar, pero en realidad, empezó a hiperventilar-. ¡El putísimo The Weeknd sabe
tu puto nombre, Sabrae! ¡Acaba de gritarlo ante miles de personas! ¡Como
lo hago yo en la cama! ¡Te… te… te ha reconocido
en un festival abarrotado! No me lo puedo creer, te juro que no me lo puedo creer-gimió, hundiéndose
en el suelo con las manos aún en la cabeza. Se quedó sentado, hecho un ovillo,
y yo lo miré desde arriba-. Que mi chica conoce a The Weeknd. Al puto The
Weeknd. No me lo puedo creer. Debo de estar… esto es un puto sueño, ¿verdad?-me
miró desde abajo-. Hemos perdido el avión. Estamos durmiendo en el aeropuerto.
Dime que estoy soñando.
-Alec,
soy una Malik-le recordé-. Claro que no es un sueño. Lo que está pasando es
real.
-Me
parece imposible que no me lo esté inventando todo. Me parece im-puto-posible.
-¿Quieres
que te pellizque?-le ofrecí, conteniendo las ganas de reírme. Se mordió el
labio, mirando hacia el escenario, y tras un instante de vacilación, me pidió:
-Dame
un beso. Besas demasiado bien como para que yo me lo invente. Si es…-no le dejé
terminar la frase: me abalancé sobre él, tirándolo al suelo, le cogí el rostro con
las manos y le di un beso digno de una superproducción hollywoodiense. Cuando
nos separamos, los dos estábamos sin aliento, y de nuevo éramos el foco de
miradas cargadas de humor y risitas por lo bajo, codazos incluidos-. Joder, es
real-jadeó Alec, frotándose la cara y hundiendo la nuca en el césped
pisoteado-. Es puto real, esto va en serio, jodidamente en serio, no me lo
puedo creer… no me lo puedo creer… ni
siquiera… soy un puto gilipollas. Cómo no se me habría ocurrido antes… pero es
que es tan increíble…
-Papá
es un dios del R&B, y The Weeknd es el rey.
-Bueno,
eso de que tu padre esté por encima de The Weeknd es discutible,
pero…-entrecerró los ojos-. ¿De qué te conoce a ti?
-Son
amigos. Ya sabes, mientras Abel estaba con Bella Hadid, papá estaba con su
hermana, Gigi, de modo que… coincidieron algunas veces. Se apoyan mucho en la
música, y coinciden en muchas entregas de premios.
-Lo llamas Abel…-comentó, maravillado, y se
echó a reír-. ¡Esto es la puta hostia! ¡Yo no me follaba a nadie porque su
música es sagrada para mí, y tú ni siquiera lo llamas siempre por su nombre
artístico!-se echó a reír, histérico-. Menuda puta locura. No me lo puedo
creer.
-Esto…
¿Sabrae?-pidió una voz a mi espalda, y me giré. Ante mí estaba uno de los
mayores seguratas que había visto en mi vida, claro que desde mi postura,
tumbada en el suelo, cualquier cosa me
parecía inmensa-. Me han pedido que la acompañe cuando se termine el concierto.
Alec
jadeó, histérico. Estaba a punto de sufrir un aneurisma. De nuevo volvieron las
miradas envenenadas por parte del resto del público. Me incorporé, me aparté el
pelo de la cara, y con un hilo de voz, susurré:
-¿A
mí sola?
-Y a
quien usted quiera.
Me
giré y miré a Alec. No necesité decir nada. Con una sonrisa torcida fue más que
suficiente.
-Da
gracias de que tengas las caderas anchas, niña-me respondió mi chico-. Te voy a
hacer parir tantas veces que nosotros dos solos podríamos superpoblar Siberia.
Con la excepción de ese momento en el que The Weeknd se
hizo pasar por un coleguita de la infancia de Sabrae, el concierto fue una
experiencia extracorporal. Menuda puta pasada; aquel tío sí que sabía cómo dar
un buen espectáculo, con luces de neón brillando en el escenario, cegando a un público entregadísimo.
Después
de terminar con Snowchild, acarició
el micrófono con una sonrisa en los labios, mirándonos de nuevo al público como
un pastor mira a su rebaño. Nótese que me refiero al pastor eclesiástico, y no
al del ganado, aunque yo también le debía la vida a The Weeknd como si fuera
una oveja al hombre que cuidaba de que los lobos se mantuvieran a distancia.
-Bueno,
Barcelona, ¿lo estáis pasando bien?-todos rugimos, como si nos ofendiera la
pregunta. En cierto modo, así era. ¿Cómo no lo iba a estar pasando bien? No
sólo estaba en su concierto, sino que encima me acababa de enterar de que mi
chica lo conocía, así que las cosas no podían ir mejor. Si pasábamos de verdad
a la parte trasera del escenario, como había sugerido la visita del segurata,
me desmayaría. Mi pobre corazón no soportaría tantas emociones; por eso estaba
gritando tan fuerte, porque me quedaban tan solo unos pocos minutos de vida-.
Mm, no sé, no sé. ¡Apenas os oigo! ¿Qué pasa? ¿Os habéis pasado la noche pasada
follando y estáis afónicos?-un nuevo rugido a modo de contestación, más fuerte
y ceremonioso que el anterior. Sí, la verdad es que había echado un polvo la
noche anterior, pero si hubiera sido listo, lo habría hecho con su música, para
ponerme a tono. Lo único que había mejor que escuchar a Sabrae gemir como una
perra, era escucharla gemir como una perra con The Weeknd sonando de fondo-.
Así me gusta, hay que disfrutar de la vida, joder. Espero que no paréis de
follar cuando salgáis de aquí-se rió de nuevo, enseñando unos dientes
blanquísimos en las inmensas pantallas de ambos lados del escenario-. Vamos a
calentar esas cuerdas vocales, para que vuestras zorras se vuelvan locas cuando
les digáis lo que les queréis hacer mientras os las folláis de lo lindo, ¿eh?
Y
empezaron a sonar los primeros acordes de The
hills, una de mis canciones preferidas, que cantaba a grito pelado incluso
cuando salían los anuncios de colonia para los que hacían de banda sonora en la
televisión. Me puse a dar botes en el sitio, siguiendo la letra, mientras
Sabrae imitaba mis movimientos como una ola sigue a la otra en la orilla del
mar.
Fue
una puta pasada, de verdad. La mejor noche de mi vida. El concierto, que no era
ni de lejos el primero de The Weeknd en el que había estado, fue con diferencia
el mejor de todos. No sólo por lo cerca que estaba por el escenario, sino por
la compañía y lo especial del viaje: Sabrae era capaz de hacer que incluso algo
que yo pensaba que era perfecto (mis recuerdos de los conciertos anteriores de
The Weeknd) mejorara, sólo con su toque especial.
Las
canciones se fueron sucediendo unas a otras, demasiado rápido para mi gusto. Si
siempre lamentaba que sus discos no duraran 24 horas, dejando una hora y media
para cada canción, más lo hice cuando lo tenía delante, tan cerca que podía
verle las gotas de sudor cayéndole por la cara mientras iba de un lado a otro
del escenario, alentándonos, jaleándonos, azuzándonos contra él como si
fuéramos dos gallos de pelea dispuestos a dar un gran espectáculo. Comprobé que
Sabrae, que se lo estaba pasando bomba, me enfocaba cada vez que grababa una
historia, algo que no estaba haciendo ni de lejos con la asiduidad a que me
tenía acostumbrado. A pesar de que solía compartir bastante de su vida a
Instagram, haciendo partícipes a sus seguidores de su rutina, se estaba controlando
bastante en el concierto. Notaba, sin embargo, que se pasaba más tiempo
mirándome a mí que a The Weeknd en el escenario, pero yo, lejos de cohibirme
por sus atenciones, me venía más y más arriba. Una parte de mí quería echarle
la bronca por no tener claras sus prioridades, y no apartar la vista de mí, a
quien podía ver todos los días, en detrimento de aquel show sin igual. Y otra
parte de mí se regodeaba en el hecho de que me encontrara más interesante a mí
que a The Weeknd, a pesar de que se notaba que estaba disfrutando de las
canciones. Sabía que la hacía feliz verme así de feliz, y yo no iba a privarla
de ese espectáculo que era yo en estado puro, sin ninguna inhibición,
simplemente disfrutando del momento como nunca.
Creo
que jamás me lo había pasado tan bien con la ropa puesta.
Cuando
sonaron por los altavoces los primeros acordes de Often, Sabrae y yo chillamos al unísono, mirándonos, cogiéndonos de
las manos y brincando en el sitio, dispuestos a disfrutar de la que era nuestra
canción por excelencia. Era increíble lo bien que encajaba la letra con
nosotros, cómo Abel parecía estar hablando de mi vida antes de Sabrae, quién
había sido cuando ella no había abierto mi caparazón y había sacado al
romanticón que llevaba dentro, el chico con el que se había acostado la primera
vez, aquel dios del sexo que había conseguido atraerla hasta su cama (o, bueno,
su sofá).
Sabrae
se pegó a mí durante la canción, abrazándose a mi cintura y balanceándose al
ritmo de la música. Cerró los ojos y apoyó su mejilla en mi frente, y yo me
quedé mirando al escenario, sin verlo realmente. Me volví momentáneamente un
miope que se había dejado las gafas en casa, era como si llevara varias horas
mirando el ordenador sin mis gafas de estudio, aquellas con las que ella aún no
me había visto nunca. El escenario estaba borroso; las luces, desenfocadas; y
en el centro, The Weeknd cantaba con esa voz melodiosa, ligeramente rasgada
suya, sobre la cantidad de veces que tenía sexo casual con chicas que no
significaban nada para él. Era a menudo, a menudo, a menudo.
-Oh, the sun’s rising up-cantó, cantamos
con él, y Sabrae se separó un poco de mí para mirarme, atrayéndome con sus ojos
como una polilla a la luz-. The night’s
almost up.
No quiero que esta noche se
termine nunca.
-The night is almost done.
Nunca.
-But I see your eyes-The Weeknd se acercó al escenario, estirando
una mano como si su amada estuviera allí, al alcance de su mano, y pudiera
rozar su rostro con los dedos para transmitirle lo que sus palabras no podían-,
you wanna go again.
Sabrae parpadeó despacio,
completamente hipnotizada por la música. Estaba increíblemente guapa; creo que
nunca, jamás, la había visto así de hermosa. Los labios jugosos, la mirada
infinita, unas pestañas kilométricas, y aquellos cristales adheridos a su piel
como lágrimas de diamante, como si alguien hubiera rascado la superficie de su
persona y hubiera sacado a la luz las joyas que la componían.
-Girl, I’ll go again.
Le acaricié los labios. Supe
que los dos estábamos pensando en lo mismo: aquel momento en el que nuestras
vidas cambiaron para siempre, entrelazándose de una forma que resultaría
imposible de separar. Nuestro primer beso, nuestro primer polvo, la primera vez
que probé su sexo, su delicioso sabor, su expresión cuando por fin pude entrar
en su interior sin que eso le causara otra cosa más que placer, nuestras
sonrisas tontas al terminar, el dolor de pies al pasarnos el resto de la noche
bailando y tonteando, lo difícil que se nos hizo separarnos. Sus ganas de
invitarme a entrar en casa y tomarnos por nuestra propia mano ese “continuará”
que le había pedido, mis ganas de pedirle que me dejara acompañarla. Incluso
cuando aún no era más que la hermana de Scott para mí, Sabrae ya me había dado
muchísimo más que el resto de chicas con las que me había acostado. Le había
dado sentido al sexo. Más allá del placer, estaban las emociones.
Y las
emociones habían hecho que el camino no fuera fácil en ocasiones. Éramos
demasiado parecidos: irremediablemente orgullosos, tercos como mulas, y
odiábamos dar nuestro brazo a torcer. Aquélla era una combinación pésima, y
habíamos sufrido mucho por no saber contrarrestarla. Pero ahora, ahí estábamos.
Lo
recorrería una y mil veces. No dejaría de recorrerlo. Cada punzada en el
corazón que me había ocasionado, y que me ocasionaría a lo largo de mi vida,
cada pedacito en el que me lo rompería, merecería la pena. Su boca, sus curvas,
su sexo, y sus ojos, bien que lo merecían.
-Girl, I’ll go again-n-n-n-cantó The
Weeknd, con toda Barcelona haciéndole los coros, y yo haciéndole la
competencia. Me incliné para darle a Sabrae un beso en los labios, al que se
entregó con el entusiasmo que le caracterizaba. No hacía nada a medias: siempre
estaba completamente presente, incluso cuando decía que no quería darme más de
lo que ya teníamos, lo que yo le pedía. Si ya era mi novia sin habérmelo dicho,
porque era incapaz de no dar el 110% de sí misma en cada cosa que hacía,
imagínate cómo besaba.
Imagínate
lo bien que lo hacía con The Weeknd en directo.
Al
final de la canción le siguieron una infinidad de gritos, y cuando levanté la
vista, vi que The Weeknd nos miraba con una sonrisita satisfecha en los labios.
Parecía divertirle ser incapaz de mantener la atención de los dos
completamente, pero viendo su discografía, sabías que no le molestaría en
absoluto ver a dos personas enrollándose en sus conciertos.
No
dejó que los gritos del final de la canción se apagaran antes de comenzar con
la siguiente, como si estuviera previsto que el público formara parte de la
interpretación. La música siguió como en espera, en ese suspenso tan típico de
él, y cuando medio gruñó, medio rugió, “voy a cuidar de ti”, todos chillamos
tan fuerte que el mundo pareció venirse abajo.
Volviendo
en mí, aterrizando en la Tierra con el ímpetu de un meteorito, me saqué el
móvil del bolsillo de los pantalones y enfoqué el escenario. Sabrae, aún
relamiéndose los labios, me miró y se rió.
-Cualquiera
diría que tu canción favorita es Earned
it-comentó.
-¿Lo
dices por el móvil? Es que me trae buenos recuerdos.
-¿Y Often no?-me guiñó un ojo, dándome un
toquecito con la cadera-. Oye, ¿quieres que grabe yo? Apenas he subido
historias, no sé si te has dado cuenta, así que tengo los brazos descansados.
Prometo enfocarlo lo mejor posible.
-Mimi
sabrá que no he hecho el vídeo yo y se meterá muchísimo conmigo-al ver su
expresión contrariada, expliqué-: el vídeo no es para mí. Es para Mimi. Va a
bailar esta canción en su audición para la Royal.
-¿De
veras? No le pega en absoluto-replicó, lo cual era cierto. Mi hermana, tan
tímida que apenas era capaz de decir la palabra “polla” (y le resultaba
imposible hacerlo sin ponerse roja como un tomate), no era de esas chicas que
escuchan a The Weeknd, ya no digamos de las que se atreven a bailarlo.
-Es
que me adora-me encogí de hombros, sacando la lengua, porque aquello también
era cierto. Cuando se me acercó, un día que estaba tirado en el sofá sin hacer
nada (físicamente; mentalmente estaba muy atareado en una orgía en la que yo
era el único participante masculino), para preguntarme qué canción creía que
supondría un reto lo suficientemente interesante para destacar por encima del
resto de candidatos de la Royal School of Music, yo la miré de arriba abajo, de
muy mal humor, y le solté, creyendo que no se atrevería a seguir mi consejo:
-Cualquiera
de The Weeknd.
-¿Alguna
sugerencia?
Y yo,
que me había visto absolutamente todos los vídeos del artista canadiense, y que
sabía que el de la canción de Cincuenta
sombras de Grey había causado bastante revuelo en su día por la aparición
de Dakota Johnson completamente desnuda en él, sonreí y le contesté:
-Earned it.
Mimi se había puesto roja
como un tomate, se había girado, muy airada, y se había marchado con la
dignidad de una princesa a la que acaban de llamar lagarta. Me pasé media hora
riéndome solo en el sofá, sin saber que Mimi se había sonrojado no por mi
suprema vacilada, sino porque sabía que la canción era demasiado sexy como para
que la coreografía no lo fuera también.
Cuál
fue mi sorpresa cuando, después de una hora creyendo escuchar la canción en la
sala de baile, me la encontré bailando al son de la música. Se giró, riéndose,
al ver que la observaba con la boca abierta.
-¿Pensabas
que no sería capaz?-preguntó, jocosa.
Desde entonces, cada vez que escuchaba los
acordes de esa canción en la sala de baile, me acercaba a ver a mi hermana
darlo todo sobre el parqué. Para esa actuación, precisamente, le había pedido a
Dylan instalar una barra como las que usaban las strippers, y lo cierto era que
se le estaba dando mejor de lo que cualquiera nos imaginaríamos. Habíamos
convertido a Earned it en nuestra
broma personal, y ahora que la estaba escuchando en directo, me estaba
acordando tanto de Mimi que supe que le haría ilusión que le grabara un vídeo,
especialmente porque yo jamás grababa
en los conciertos de The Weeknd.
A esa
canción le siguieron un par más, pero como todo lo bueno, el concierto también
llegó a su fin. Tras un último discurso agradeciendo lo buenos que habíamos
sido y lo entregados que habíamos estado, cantando a grito pulmón cada canción,
The Weeknd nos pidió que cantáramos con él una última canción antes de
separarnos, esperaba que no definitivamente.
-Never need a bitch, I’m what a bitch need-empezó
él, y todos gritamos en respuesta que estábamos buscando una chica que nos
arreglara, que estábamos esquivando a la muerte, y el resto de versos en Heartless-. ¿¡POR QUÉ, BARCELONA!?
-¡¡PORQUE
NO TENGO CORAZÓN!!-respondimos nosotros, y The Weeknd sonrió, inclinándose
hacia delante, disfrutando de la música que nos había regalado hacía tanto
tiempo, cuando yo sólo tenía un par de años. Sabrae, me di cuenta entonces, ni
siquiera había nacido cuando salió el disco con el que había empezado y
terminado el concierto.
-¡¡Y
VUELVO A MIS FORMAS PORQUE NO TENGO CORAZÓN!! ¡¡SÍ, NO TENGO CORAZÓN!!-tronó
The Weeknd, y cuando llegó el
estribillo, fuimos nosotros quienes le preguntamos por qué.
-WHY?
-CAUSE I’M HEARTLESS!!
-AND I’M BACK TO MY WAYS CAUSE
I’M HEARTLESS-cantamos juntos, gritamos juntos, proclamamos juntos. Sabrae
y yo levantábamos las manos, junto con el resto del público, en una marea de
dedos que bien podrían competir con el resto de océanos acuáticos-. ALL THIS MONEY AND THIS PAIN GOT ME
HEARTLESS, LOW LIFE FOR LIFE CAUSE I’M HEARTLESS. SAID I’M HEARTLESS-gritamos,
con la misma desesperación que él en la canción original-, TRYNA BE A BETTER MAN, BUT I’M HEARTLESS. NEVER BE A WEDDING PLANG FOR
THE HEARTLESS. LOW LIFE FOR LIFE CAUSE I’M HEARTLESS.
The Weeknd abrió los brazos,
sonriendo, mirando al cielo… y en ese momento el escenario se apagó.
Le
siguió el caos. Los gritos se elevaron, todos protestando, porque nadie quería
que el concierto se terminara. Toda la adrenalina que me corría por el cuerpo
se retiró de repente, haciendo que me temblaran las piernas y la cabeza me
diera vueltas. Estaba mareado, estaba confuso, estaba desorientado. Aquella
oscuridad no me venía nada bien, ¿cómo iba a saber si había sido un sueño? Era
demasiado perfecto para ser real, demasiado luminoso para apagarse así; por
mucho que me doliera la garganta de tanto gritar, los pies de tanto saltar y me
hormiguearan las manos de tenerlas tanto tiempo en alto, necesitaba una prueba
externa de que aquello acababa de pasar.
Entonces,
justo cuando creí que me volvería loco por la incertidumbre, se encendió la
inmensa pantalla de detrás del escenario con dos letras, la X y la O, el
símbolo por excelencia de The Weeknd… y yo supe que no había sido un sueño. No
es que tuviera imaginación suficiente para inventarme todo eso, de todos modos,
pero estaba bien tener una prueba real.
Sabrae,
temblando, con los ojos llenos de lágrimas y el pelo alborotado, levantó el
móvil a toda velocidad y le hizo una foto a la pantalla antes de que ésta se
apagara de nuevo, difuminándose como las estrellas cuando empieza a salir el
sol.
Jadeante,
se volvió hacia mí.
-¡Ha
sido una jodidísima pasa…!-empezó, pero no le dejé terminar la frase. Le cogí
la cara con las manos y le comí la boca como estaba mandado. Aturdida, tardó un
par de segundos en procesar lo que estaba pasando, pero después me devolvió el
beso con urgencia. La gente comenzaba a marcharse a nuestro alrededor; tenían
transporte público que coger. Se me aceleró el pulso pensando que nosotros bien
podríamos ser ellos, y tener las mismas prisas por llegar a una parada de bus o
una estación de metro para así volver pronto al hotel.
Pero
nosotros no éramos como ellos. Sabrae no
era como ellos.
Me
habría puesto histérico, pensando cómo íbamos a hacer para que el segurata nos
llevara a los camerinos, o incluso nos encontrara entre esa soberana estampida
que tenía a todos los de seguridad atareadísimos, de no ser porque el hombre
que había venido a ver a Sabrae e indicarle que esperara al final del concierto
apareció de nuevo en la barricada apenas terminó de apagarse el logo de XO.
Sabrae
se giró, me miró con una sonrisa en los labios, y con una ceja alzada, me
preguntó:
-En
una escala de 0 a 10, ¿cómo de importante es que lleguemos pronto al hotel para
poder madrugar mañana y así aprovechar el día?
-Menos
35-le respondí yo, y ella se echó a reír. El segurata extendió los brazos para
ayudarla a saltar la valla, pero yo, más acostumbrado a levantarla en volandas,
fui más rápido. La agarré de las caderas y, con sus manos en las mías en ese
gesto tan típico nuestro que parecíamos dos bailarines en plena gira, la
levanté por encima de mi cabeza y la pasé al otro lado de la valla.
Estaba
a punto de saltarla yo mismo cuando Sabrae se giró, se apartó el pelo del
hombro y dijo:
-Bueno,
gracias por ayudarme, Al. Te veo en el hotel.
El
segurata se me quedó mirando, divertido, cuando me puse pálido. Sabrae, por su
parte, se echó a reír, se inclinó hacia mí y me agarró de la camiseta.
-¡Es
broma! Es broma, ¿cómo te voy a hacer yo eso?-se rió con cierto deje de
nerviosa culpabilidad. Menos mal. Estaba empezando a arrepentirme de haberla
levantado en el aire como si fuera Simba al principio de El Rey León.
El de
seguridad esperó a que yo saltara la valla, con más habilidad de la que se
esperaba a juzgar por su expresión de mal disimulada sorpresa. Tiré de la parte
baja de la camiseta para adecentármela, me pasé una mano por el pelo, y le pasé
un brazo por los hombros a Sabrae cuando ella, mimosa, se abrazó a mi cintura.
-Seguidme-indicó
el de seguridad, enfocando el suelo con una linterna para impedir que nos
tropezáramos con los cables del escenario o la basura que los VIP habían
lanzado al pasillo entre la plataforma y el patio. Rodeamos los inmensos
altavoces, esquivamos los andamios que sostenían la construcción, subimos unas
escaleras metálicas, con Sabrae delante de mí para asegurarme de que no se
resbalaba y se escurría por el hueco entre escalones (y, de paso, verle bien el
culo) y, tras sortear un par de puertas con carteles consistentes en folios con
escuetas palabras impresas bien grandes en negrita en su superficie, llegamos a
una estancia que no podía ser otra que el backstage.
Las paredes eran negras, del
mismo color que las telas del escenario, lo que reforzaba mi idea de que nos
encontrábamos al mismo nivel de la plataforma. Las esquinas las formaban los
tubos de los andamios, y el suelo, de madera, crujía y se hundía un poco a
medida que avanzábamos por él. Había baúles metálicos por doquier, donde los
músicos ya estaban guardando sus instrumentos, los técnicos, las herramientas,
y los de cátering extraían comida y bebida.
Había
un sofá de cuero blanco desgastado en la pared opuesta a la puerta que conducía
al escenario. A su lado, una pequeña mesa con aperitivos para picar antes de
salir a escena. Varias botellas de distintas bebidas en un cubo de hielo
completaban el cátering.
La
estancia era un hervidero de gente, personas de todas las edades y orígenes que
iban de acá para allá, cada uno ocupado en cumplir con su misión en el menor
tiempo posible. En el centro de la sala, no obstante, había un puñado de
personas a los que todos se las apañaban para evitar: si había choques, jamás
era con ellos, como si fueran peligrosos. Caí en que eran un conjunto de
estrellas en un sistema solar en el que el resto, los peones, no eran más que
meteoritos: por su bien, mejor mantenerse alejados.
Vi
que el de seguridad se retiraba a un lado, dejándonos espacio, en el mismo
momento en que una chica llena de tatuajes y con el pelo teñido de un morado
apagado clavaba los ojos en nosotros y, extrañada, le decía algo a su
compañera, que se ocupaba de enrollar los cables de los micrófonos. Poco a
poco, todos los ojos se fueron posando en nosotros, excepto los que a Sabrae y
a mí nos interesaban.
Con
la confianza que le caracterizaba, acostumbrada a moverse en esos ambientes,
Sabrae no se amedrentó: la melena se le balanceó a la espalda mientras avanzó
con la cabeza bien alta en dirección a las personas del centro, una de las
cuales me resultaba inconfundible.
Como
sintiendo su presencia (estoy convencido de que los famosos tienen un sexto
sentido para identificarse entre la multitud, incluso sin mirarse), The Weeknd
se giró. Esbozó una sonrisa complacida al ver a Sabrae acercándose a él, y
ella, que tenía pensado tomarle el pelo, cambió de idea en el último momento.
Para
mi sorpresa, echó a correr en su dirección, abalanzándose sobre él como un gato
sobre un ratón, o Trufas sobre un
puñadito de zanahorias baby.
Y,
para colmo, The Weeknd no sólo no la rechazó, sino que abrió los brazos y se
rió cuando ella se refugió en ellos.
-¡Has
estado increíble!-festejó Sabrae.
-¡Ni
que fuera algo fuera de lo común!-replicó él, riéndose. La estrechó un ratito
más, y luego la soltó-. Me alegro un montón de verte, nena. Estás más crecidita
que la última vez. ¿Cuánto hace…? ¿Tres años?
-Dos-proclamó
Sabrae con orgullo, hinchándose como un pavo.
-¿Dos?
¡No jodas!-The Weeknd silbó-. Si Zayn cantara tan bien como hace críos,
estaríamos todos jodidos-comentó, y un coro de carcajadas se levantó entre su
público.
-Cualquiera
diría que he cambiado tanto, si has conseguido reconocerme entre el público.
-Nenita,
ya sabes que tengo un ojo especial para las chicas guapas de mi público. No lo
puedo remediar: sé dónde están todas las tías buenas de mis conciertos, y por
lo que veo, tú ya eres una de ellas. Seguro que tienes a los chavales locos.
-De
hecho, me gustaría presentarte a alguien-dijo Sabrae, cogiéndole la mano y
girándose hacia mí, pero con los ojos aún fijos en The Weeknd-. Es súper fan
tuyo.
-Siempre
haciéndoles favores a los más necesitados, ¿eh?-se burló The Weeknd-. Eso lo
has sacado de tu madre.
-Te
estoy haciendo el favor a ti. Se ha tirado a medio Londres, pero sólo pone tu
música de fondo para follar conmigo. Sé bueno con él, ¿quieres? Me importa un
montón. De hecho, ahora que lo pienso, debería sonarte su cara por mis
publicaciones en Instagram… Alec-Sabrae se giró para mirarme, e hizo un gesto
con la cabeza para que me acercara- es un elemento recurrente ahora en mis
redes sociales.
Estaba
clavado en el sitio. No podía moverme. Los pies no me respondían. Ni siquiera
los sentía. Ni las manos. Ni los ojos. Ni nada. Tenía la boca seca, eso sí. Y
el corazón me martilleaba a toda velocidad en los tímpanos. Era un milagro que
estuviera escuchando algo de lo que decían.
Sabrae
revoloteó hacia mí, me cogió de la mano y miró a The Weeknd con orgullo.
-Abel,
te presento a Alec. Tu fan número uno en el mundo.
-Después
que mi madre-corrigió The Weeknd…
…
acercándose…
… a….
… MÍ.
Sabrae
torció la boca.
-Estoy
bastante segura de que Alec se sabe mejor tus canciones incluso que tú mismo.
-Por
lo menos es un tío con buen gusto. Mola la camiseta, tío-me dijo mi puto
cantante preferido, la razón de que yo fuera quien era, la persona que le había
puesto música a mi vida y que había hecho del sexo algo bestial cuando lo
practicaba con él de fondo.
Podría
haberlo soportado. Podría haberlo llevado bien. Podría haber intentado chocarle
el puño que me tendía con el mío, porque darnos la mano era muy de viejos. En
el R&B, las cosas no se hacían así.
Pero
entonces, dijo mi nombre.
-Encantado,
Alec, tío.
Y mi
cerebro se desconectó.
De no saber que Alec estaba fuerte como un toro y sano
como un roble, me habría preocupado por su reacción. En cuanto Abel se dirigió
a él, abrió los ojos como platos, como si su moto se hubiera contorsionado de
una extraña manera al él subirse para poder decirle que había engordado unos
kilitos, pero que su amor por su dueño y su profesionalidad harían que
cumpliera con su cometido con la eficacia de siempre.
Aunque
lo cierto es que no me esperaba en absoluto una reacción como ésa por su parte.
Acostumbrada como me tenía a decir siempre la última palabra, o por lo menos
intentarlo, con todo lo que eso conllevaba, Alec no solía quedarse callado, ya
no digamos como una tumba. Miraba a Abel con ojos como platos, y cuando éste
dijo su nombre, percibí que un cataclismo se producía en su interior: incluso
dejó de respirar. Conté mentalmente hasta diez, fijándome con muchísima
atención en sus fosas nasales para asegurarme de que no le estaba dando ningún
ictus ni nada por el estilo, y que su cuerpo seguía funcionando aun a pesar
de haber entrado en estado de shock.
Abel
aguantó su puño unos instantes en el aire,
dándole una oportunidad que Alec terminó por aprovechar. Lenta, muy
lentamente, de manera tan mecánica que parecía un autómata, más que una
persona, Alec levantó la mano cerrada en un puño tembloroso y la presionó con
timidez contra la de su cantante favorito, antes de bajarla y quedarse mirando
el puño como si fuera lerdo.
Abel
me miró de reojo, controlando las ganas de partirse de risa. No quería ofender
a uno de sus mayores fans, pero siendo justos, Alec se lo estaba poniendo
tremendamente difícil. Mi chico siguió observándolo como un alienígena de ojos
anclados en sus cuencas, cuyos globos oculares se iban hinchando más y más.
-Normalmente
no hace esto-dije, colgándome del brazo de Alec y entrelazando mis dedos con
los suyos. Jamás habría creído que, de entre todas las personas del mundo,
sería él quien reaccionaría así. Había visto tantos tipos de histeria a lo
largo de mi vida que ninguno me sorprendía ya, pero esto era muy diferente:
esto era un colapso nervioso en toda regla, silencioso como una explosión en el
espacio, donde el vacío era incapaz de transmitir el sonido.
-Bueno,
normalmente no conoce al mejor artista vivo, ¿no es así, tío?-inquirió Abel,
dándole una palmada en el hombro. Alec se miró el lugar en el que le había
tocado, anclado en el sitio como si hubiera aterrizado sobre pegamento-. Tengo
que ir a ocuparme de unos asuntos, ¿vale, chicos? Id tirando hacia la fiesta;
mi equipo va para allá, enseguida os acompaño.
-Vale-triné,
tirando suavemente de Alec, que seguía mirándose el hombro del que parecía
manar lava, a juzgar por su expresión. Me costó horrores moverlo del sitio:
estaba demasiado ocupado intentando cumplir con todos sus procesos vitales
básicos como para pensar en desplazarse.
Con la
sensación de que estaba llevándome a un muerto en vida a una fiesta, seguí
tirando de él, que empezó a andar con la soltura del monstruo de Frankenstein,
en la dirección que me indicaba el segurata que nos había llevado hasta allá. Salimos
de la parte trasera del escenario, y tras asegurarme de que no se tropezaba con
sus pies en las escaleras, conduje a Alec en dirección a un furgón negro en el
que se estaban subiendo las estilistas.
Esperé
a que empujaran los asientos correderos de la furgoneta e hice amago de entrar.
-Ha
dicho “Alec”-escuché a mis espaldas, con la voz de Alec. Me volví y lo miré.
-¿Cómo
dices?
-The
Weeknd ha dicho “Alec”. Alec es mi nombre-explicó, alucinado, y yo me reí.
-Sí,
cariño, ya sé que Alec es tu nombre-le acaricié el pelo-. Ahora vamos a ir a
una fiesta, ¿te parece bien?
-Sabe
mi nombre-fue todo lo que pudo contestar. Le costó más de diez minutos procesar
lo que acababa de suceder, pero en cuanto lo hizo, se echó a temblar de pies a
cabeza. Tenía mi mano entre las suyas, y empezó a estrujarla con tanta fuerza
que tuve que apretar los dientes para no gritar. La saqué de su prensa y la
agité en el aire para recuperar la corriente sanguínea mientras Alec balbuceaba
palabras sin sentido a mi lado.
Creí que
lo había superado cuando se limitó a hiperventilar a mi lado, pero cuando el
furgón se detuvo y todos empezaron a salir, me agarró de la rodilla con tanta
fuerza que estuve segura de que me dejaría marca. Lo miré.
-¿Qué
pasa? ¿No quieres ir?
-No
dejes que volvamos a coincidir.
-¿Qué?-me
reí, nerviosa, pero él estaba tremendamente serio.
-No
quiero hacer el ridículo delante de él. Es The
Weeknd, por el amor de Dios. No dejes que vuelva a volverme majara por tenerlo
delante.
-Alec,
no pasa nada. Ha sido el impacto, nada más.
-Seguro
que piensa que soy gilipollas.
-Lo
pensará, si llega después que nosotros y ve que seguimos metidos en su
furgón-le dije, y eso consiguió hacer que saliera de un salto. Me tendió la
mano para ayudarme a bajar, con lo que supe que estaba recuperando la
normalidad. Miró en todas direcciones y, nervioso, se pasó las dos manos por el
pelo, intentando adecentárselo y aplastándose así los rizos que a mí tanto me
gustaban. Me puse de puntillas para colocarle algunos mechones en su sitio-. Al,
tranquilízate. Ya has tratado con famosos antes. Lo harás bien con él.
-¿Que
lo haré bien? Oh, sí, de puta madre. Guau. Soy el saber estar
personificado-ironizó, y yo me reí.
-Ha
sido el impacto, eso es todo. No has tenido tiempo a procesar lo que estaba
sucediendo, y por eso has reaccionado así. Eh, ¿qué te pasa? ¿Es que no quieres
acercarte a darle la tabarra con lo importante que es su música para ti, que te
ha salvado la vida, y todas esas historias que se le dicen a tu cantante
favorito?-le di un codazo mientras caminábamos por el paseo marítimo, siguiendo
al resto del equipo de Abel en dirección al hotel con forma de vela, cuyas
luces de colores recortaban su silueta contra el cielo nocturno.
Me di
cuenta de lo mal que estaba Alec cuando él ni siquiera se fijó en el edificio.
-¿Estás
majara? No sé cómo he hecho para no hacerme pis encima al verlo tan cerca. Ni de
coña voy a ser capaz de decirle dos palabras seguidas. Y eso, si se me acerca. Menudo
espectáculo acabo de dar-se presionó el puente de la nariz con los dedos.
-No
exageres, Al-reí, entrando en el vestíbulo del hotel y dirigiéndome hacia el
ascensor. Los empleados ni siquiera parpadearon al vernos: supuse que Abel se
traía a tanta gente a su habitación, especialmente mujeres espectaculares, que
una pareja plenamente integrada en el equipo no desentonaba lo suficiente como
para llamar su atención.
-¿Que
no exagere? Sabrae, ¿te funcionan los ojos?
-Sí,
y por eso sé que vas a saber comportarte. Con mi padre lo haces-me encogí de
hombros, agitándome la melena a un lado. Alec frunció el ceño.
-No
puedes estar hablando en serio.
-Claro
que sí. Tratas a mi padre como a una persona normal, y es tan conocido como The
Weeknd. ¿Qué diferencia hay?
Me miró
de arriba abajo, seguro de que ahora la loca era yo.
-The
Weeknd no es tu padre-sentenció, colocándose tras el batería. Me lanzó una
mirada furtiva y añadió, queriendo asegurarse-: ¿Verdad?
-¿Te
imaginas que fuera su hija perdida?-me reí, negando con la cabeza. Alec, sin
embargo, me miró con ojos como platos. Un nuevo mundo de posibilidades se abría
ante él.
-No
se me ocurre qué mejor forma de ganar en la vida que follarme a la hija ilegítima
de mi cantante favorito.
-Bueno,
eso lo tienes fácil: sólo tienes que conseguir que mi padre se convierta en tu
cantante favorito. Mis padres no estaban casados cuando me adoptaron, así que,
técnicamente, yo también soy bastarda. Las únicas que han nacido como Dios
manda son Shasha y Duna-hice una mueca, mirándolo de reojo, y entrando delante
de él en el ascensor. Nos quedamos callados durante el ascenso, pues aquélla no
era la típica conversación en la que te apetece tener oyentes, pero en cuanto
llegamos al ático, en cuya piscina se había organizado una fiesta, retomé el
tema.
Sentada
en un taburete alto con un cóctel (del que no teníamos que preocuparnos de
pagar, pues todo corría a cargo del bolsillo de Abel), las piernas cruzadas y
el viento revolviéndome la melena, continué:
-Simplemente
intenta cambiar el chip. Pensar como piensas cuando estás con papá.
Alec clavó
sus ojos de nuevo en mí. Llevaba escaneando la piscina varios minutos que a mí
no se me hicieron en absoluto incómodos. Le conocía lo suficiente para saber que estaba
inspeccionando el terreno, familiarizándose con la situación, tratando de
averiguar cómo podía sacarle provecho si es que se salía de control.
-Y
eso se supone que me va a servir para…
-Con
papá no fangirleas-expliqué, jugueteando con la pajita-. Y te gusta su música.
La mirada
que me lanzó bien podía escucharse. “No puedes ir en serio”, decía. Pero sí, sí
que iba en serio. Lo decía completamente convencida de que podía lograr lo que
le estaba proponiendo.
-A
ver, Sabrae… no te ofendas, pero no me puedo comportar igual con el puto The Weeknd-cada vez que decía su nombre,
lo hacía de un modo que me hacía pensar en cursiva, y ni siquiera ese tipo de
escritura tenía el suficiente énfasis para representar la veneración que había en
la voz de Alec-, que con Zayn. Para mí, no son lo mismo, eso para empezar. Por
mucho que yo te quiera, la música de tu padre no es lo mismo para mí que la de The
Weeknd. Y luego está el hecho de que cuando voy a tu casa, no me encuentro al Zayn
cantante. Me encuentro al Zayn de chill. ¿Lo
pillas? Voy a ver a mi suegro, o al padre de mi colega, no…
-¿Shasha
y tú habéis iniciado una relación de la que no me tengáis al tanto? Porque, de
no ser así, siento recordarte que papá no es tu suegro-sonreí, pagada de mí
misma-. Te recuerdo que yo aún no soy tu novia.
-No,
si en realidad no es Shasha quien me interesa. Menos mal que has sacado el
tema, porque llevo un tiempo queriendo aclararte las cosas. Yo, de quien estoy
enamorado, es de tu hermano-me aseguró, poniéndome una mano en la rodilla
desnuda, y yo me reí-. De hecho, estoy
contigo para estar cerca de él y ver cómo evoluciona todo con Eleanor, y atacar
cuando la relación esté en su punto más bajo.
-Oh,
así que, ¿todo lo que hacemos es fachada?
-Sí,
de cara a la galería.
-Es
una lástima. Habría jurado que verdaderamente disfrutabas comiéndome el coño-me
burlé, mordisqueando la pajita de plástico negro.
-Era
pura cortesía-contestó, apartándome un mechón de pelo de la cara y guiñándome
un ojo. Era la primera vez que era él completamente desde que Abel había dicho
su nombre. Hacía que albergara esperanzas de que pudiera sobrellevar bien la
noche.
-No
hay caballeros como en Inglaterra, ¿no te parece?
-Desciendo
de una noble estirpe de emperadores medievales, nena, no lo olvides. Llevo la
elegancia en los genes.
Me reí
por lo bajo cuando me guiñó un ojo, e inconscientemente, le acaricié una pierna
con mi pie. Estaba tan acostumbrada a hacerlo que ya me salía solo.
-¿Ves?-susurré
en tono íntimo, que nada tenía que ver con el ambiente festivo y de excesos que
se respiraba en el aire-. Hasta tú mismo reconoces que tienes de sobra en tu
interior para manejar la noche como un señor.
Alec
hizo una mueca, con los ojos en blanco y la lengua fuera, y sacudió la cabeza. Dio
un sorbo de su bebida y luego continuó:
-El
caso es que con Zayn estoy de cachondeo, ¿sabes? Jiji, jaja, y todo eso. Lo típico.
Pero con The Weeknd… va a ser imposible-sacudió la cabeza-. Porque, ¡joder!, es
The Weeknd. Este pavo es absolutamente
legendario para mí. No hay nadie como él; su música son las sagradas
escrituras-alcé una ceja-, la palabra de Dios. Ya sabes que nunca había hecho
nada relacionado con chicas con su música sonando de fondo, hasta que lo hice
contigo. No quería que me la chafaran.
-Sin
presiones, Sabrae-comenté, acariciándome las piernas.
-Ahora,
si me rompes el corazón, no podré volver a escucharlo-atacó-, así que muchas
gracias.
-Deja
que te lo compense-ronroneé, inclinándome en mi asiento para besarlo
largamente. Se apartó un poco para coquetear; le gustaba demasiado hacerme de rabiar
como para perder la ocasión.
-No
sé si con un beso me bastará.
-¿Prefieres
que me ponga de rodillas?-sugerí en tono sensual.
-¿De
verdad tienes que preguntarlo?-respondió él con sorna.
-Podríamos
dar un espectáculo tal, que protagonizaríamos el siguiente disco de Abel.
-Estoy
seguro de que yo sería el primer tío del que sentiría envidia.
-Siempre
podéis compartirme-ronroneé, mordisqueándole el cuello. Alec gruñó.
-Cuidado,
nena: igual te lo pido por favor, en lugar de decirte “no, gracias”.
-¿Sabes
cómo se llama a estar dispuesto a acostarse con un chico? Ser bisexual-le
acaricié los brazos y le lamí los labios. Alec ronroneó.
-¿Qué
parte no has entendido de que voy detrás de tu hermano?
Me eché
a reír contra su boca, y él no me dejó tregua. Me pegó contra él y me besó de
manera lenta pero invasiva, dejándome bien claro a quién le pertenecía mi
cuerpo. Era evidente que no era a mí.
Después
de un rato enrollándonos, escuchamos que se armaba un poco de revuelo que nos
hizo separarnos y mirar en dirección a la entrada, donde Abel hacía su entrada
triunfal. Nos unimos a los aplausos, los vítores y los jaleos mientras él abría
los brazos y giraba sobre sí mismo, chulo.
-Nunca
me había fijado en él, pero empiezo a entender por qué te gusta tanto.
-¿Por
qué?
-Sois
la misma persona, solo que él es negro y canadiense.
Alec dejó
de acariciarme el culo y se echó a reír.
-Suerte
que a ti te gusten los blancos.
-E
ingleses. No lo olvides-le guiñé un ojo, coqueta, y esperé a que Abel se nos
acercara con la mano de Alec firmemente agarrada, recordándole que éramos una
sola persona, y que no le iba a dejar tirado. Podía hacerlo. Confiaba en él.
Y,
como espoleado por la confianza que manaba de mí, Alec le sonrió a Abel.
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El capítulo ha sido cortito y de transición PERO VAMOS A HABLAR DEL MOMENTO DE OFTEN QUE LITERALMENTE CIERRA EL CÍRCULO. NO NEGARÉ QUE ME HE PUESTO LA CANCIÓN DURANTE ESE MOMENTO CONCRETAMENTE PORQUE SI NO LO HACÍA IGUAL ME DABA ALGO Y AUN ASI ME LO HA DADO!!!!
ResponderEliminarQué maravilla por dios, me ha encantado ese momento,ojala les hayan hecho videos y se hagan virales jsjsjsjsjsjs.
Me he descojonado con el momento fanboy de Alec mi niño precioso qué es monisimo perdido ❤️❤️