lunes, 10 de agosto de 2020

Afortunados.

Siento la tardanza, y que el capítulo sea algo más corto ☺ He empezado a trabajar (oleee los dineros), y todavía me estoy habituando a los horarios y demás. Gracias por vuestra paciencia, nos vemos en el siguiente capítulo, que, quizá, sea el último de Bombón. Gugulethu is coming!!!! ♥

¡Toca para ir a la lista de caps!


Ni en mis mejores sueños habría conseguido que aquel día fuera tan especial como lo estaba siendo. Cuando los ojos de Abel se posaron en mí, me recorrió un escalofrío, y se me retorció el estómago en una complicada pirueta que apenas duró unos segundos, los segundos que él necesitó para reconocerme.
               La razón principal de que hubiera cogido las entradas VIP era para darle a Alec la experiencia que yo sabía que se merecía: pase preferente, tiempo de sobra para comer o ver otros conciertos, y por supuesto disfrutar de la actuación de The Weeknd sin preocuparse por lo que el resto del público podía hacerme. A pesar de que nunca había estado en ningún festival (o, al menos, entre el público en lugar de los camerinos), había visto los suficientes y había estado en suficientes conciertos como para saber que la cosa podía torcerse rápidamente. Y yo, a pesar de que la vena protectora de Alec parecía indicar que él creía lo contrario, no era estúpida. Sabía que estaba en mayor peligro que él por mi baja estatura, así que merecía la pena arriesgarse a un numerito que terminó por no montarme, tal era su sorpresa, a cambio de que disfrutara de su regalo de San Valentín como se merecía.
               Pero no voy a mentir: una parte de mí, esa parte romántica sin remedio que me llevaba a dar lo mejor de mí con sólo pensar en el hombre del que estaba enamorada, tenía la esperanza de que eso sucediera. ¿Qué podía haber mejor en nuestro primer viaje juntos, que conseguir que Alec conociera a The Weeknd? He de confesar que tardé aproximadamente cuatro segundos en pensar que, quizá, debería tirar de contactos, dejar caer mi apellido y mi linaje, para conseguirle aquel regalo a mi chico en cuanto descubrí que tenía pensado un concierto en Barcelona. Papá y Abel eran grandes amigos: el hecho de que muchas veces fueran rivales en las mismas categorías, ya que su música era parecida, y que hubieran salido con las hermanas Hadid en la misma época, había hecho que su relación pasara de lo profesional a lo personal. No me sería complicado hablar con los representantes de The Weeknd, ya que pertenecía a la misma discográfica con la que trabajaba mi padre, así que si quería reunirme con él después de la actuación, lo tendría garantizado.
               Sin embargo, sabía que no sería capaz de ocultarle eso a Alec: una cosa era conseguir entradas VIP para el festival al que íbamos, y otra muy diferente, concertar una cita para que conociera a su ídolo. The Weeknd era demasiado importante en nuestra relación. Lo habíamos hecho demasiadas veces con su música de fondo, nos habíamos quedado tumbados en la cama, bien sin hacer nada o bien después del polvo, escuchando su voz melosa acariciar nuestras pieles de la misma manera que lo hacían nuestros dedos. Incluso habíamos quedado para escuchar su música nueva en primicia, reaccionar juntos y compartir detalles, sentados en la cama de Alec, con la espalda sobre el colchón y las piernas dobladas, pies anclados en el suelo, mientras manteníamos la respiración, con las manos cogidas y la cabeza fija en el techo. Cada vez que se terminaba una canción y pasaba a la siguiente, Alec y yo nos mirábamos, nos sonreíamos, nos relamíamos los labios y volvíamos a mirar hacia arriba para concentrarnos en los versos de la siguiente. Lo habíamos hecho apenas un par de veces, pero con la suficiente importancia como para que se convirtiera en un ritual sagrado, sacrosanto, para nosotros.
               No dejaría de imaginarme su cara al verlo. Cómo reaccionaría, si se pondría a chillar, a temblar, si se desmayaría, como hacían algunas fans. Me tendría un poco intrigada en ese sentido, pero viendo cómo había reaccionado cuando lo vio en el escenario por primera vez que salió, temía ya por mis pobres tímpanos. Y, como estaría ocupada pensando en lo que haría Alec  al encontrarse frente a frente con su ídolo, no disfrutaría del concierto, quizá ni siquiera del viaje. El vuelo, la tarde de turismo, los paseos por el festival y los conciertos se convertirían en los molestos trámites por los que uno tiene que pasar para llegar a su destino, unas aduanas particulares por las que muchos darían lo que fuera. Yo incluida. No quería perderme eso. Nuestro primer viaje siempre sería nuestro primer viaje, y sentada en casa, editando con el ordenador las entradas para que Alec no supiera que eran VIP, supe que sería demasiado llevarlo apalabrado.
               Lo conseguiría de alguna manera, pero no podía llevarlo hecho de Inglaterra, o se lo terminaría cascando, chafándole así la sorpresa. Me había pasado las noches en que no podía dormir pensando cómo conseguir acceso al backstage si lo necesitaba por mi carácter irreverentemente organizado, pero confiaba en la suerte. Era afortunada en todos los sentidos de la vida: inteligente, amada, con una red de seguridad tan amplia que muchos matarían por ella, compuesta para colmo por personas que me adoraban y que a veces sentía que no me merecía, especialmente en lo referente a Alec.
               Y las estrellas me sonrieron de nuevo cuando Abel posó los ojos en mí.
               -¿Sabrae?-preguntó, y estábamos tan cerca que pude escuchar su voz en el escenario a la par que la de los altavoces, amplificada y con un deje que no terminaba de favorecerle. Siempre había pensado que papá sonaba peor en los altavoces que en persona, pero lo había achacado a que cuando le escuchaba cantar sin un molesto micrófono, era porque le cantaba a su familia y el amor que nos profesábamos todos hacía que sonara mejor, y le escucháramos con más ganas. Ya no estaba tan segura.
               -¡Hola, Abel!-grité, emocionada, dejando atrás todas las preocupaciones y sintiendo que la adrenalina se me descargaba del torrente sanguíneo. Ahora que había cruzado la línea de meta la primera, podía sentarme y descansar. Ignoré deliberadamente el silencio que siguió mi nombre; seguramente a cualquier otra persona le hubiera impresionado hasta el punto de dejarlo sin palabras no ya que el artista final de un festival como aquel conociera su nombre, sino que miles de personas se quedaran calladas, en un silencio sepulcral que no era nada corriente en eventos como esos, esperando qué sería lo siguiente. Pero yo no era ninguna otra persona. Pertenecía al selecto grupo de personas cuyos nombres estaban grabados en placas de Grammys. Si ser una Malik me hacía especial, ser Sabrae me convertía en única en mi especie.
               Sentí que Alec se ponía rígido detrás de mí. Fiel a su costumbre de mantenerme bien cerquita, especialmente en espacios públicos, se las había apañado para meterme entre su cuerpo y la valla, de manera que no me afectaran los empujones del resto de VIPs, que se habían ido congregando en el escenario principal para disfrutar de The Weeknd bien cerquita. Me regodeé en mi interior cuando noté que me clavaba los ojos encima, estupefacto, y de reojo pude ver que mi cara ocupaba las grandes pantallas de ambos lados del escenario. Una vez más, me felicité a mí misma por haber sido tan precavida como para pedirles a mis amigas que me ayudaran a hacer mi maquillaje del día la primera vez, para ver si era posible llevar mis sueños a la realidad, y haberme dedicado a practicar por las noches, antes de acostarme, cuando Alec se iba a su casa.
               Miles y miles de personas me miraban, y también veían a Alec, con los ojos desorbitados clavados en mí. Incluso con esa expresión de sorpresa en la mirada, seguía siendo la persona más guapa de España. Siempre se las apañaría para ser el más guapo del país en el que se encontrara.
               De modo que yo debía estar a la altura. Y la chica que sonreía, feliz y un poco chula, con un maquillaje perfecto, absolutamente espectacular, junto al chico más guapo del universo, lo estaba.
               -¿Qué haces aquí?-preguntó Abel, como si no fuera un artista consolidado, de fama internacional, cuyo estilo de música a mí me encantaba y con el que estaba plenamente familiarizada. Cualquiera habría dicho que no estábamos en un supermercado al que yo no iba nunca por encontrarse al otro extremo de la ciudad.
               Me encogí de hombros visiblemente, riéndome y abriendo las manos. Ya no eran sólo los ojos de Alec los que saltaban de mí a Abel como si fuéramos dos tenistas en una final de tenis, sino los de todos a mi alrededor. Las chicas que me habían mirado de arriba abajo mientras Alec y yo estábamos tumbados, compartiendo unas gominolas en un tiempo entre cantantes, ya no parecían tan predispuestas a juzgarme. Sí, vale, él estaba buenísimo y yo tumbada no es que ganara, precisamente, pero… ¿mi estatus de celebridad, o de amiga de una, al menos? Aquello era otra historia.
               -¡Matar el tiempo! ¡Sábado de tranquis, ya sabes!-me reí, y mi risa fue el impacto de un meteorito, generando una onda expansiva que se extendió por todo el recinto VIP. Al menos, alguien había escuchado mi chiste y lo había entendido, porque Alec seguía tieso como una estatua, mirándome fijamente. Si no notara su corazón latiendo en mi espalda y no estuviera aún de pie detrás de mí, habría creído que le había dado un infarto. Claro que estaría plenamente justificado: la chica con la que se acostaba estaba de colegueo con su ídolo, e incluso le había hecho reír-. ¿Y tú?
               Abel se rió de nuevo, asintió con la cabeza, mirándose los pies, se relamió los labios, todo eso sin soltar el micrófono. Sus manos no parecían ser capaces de recordarle el motivo de nuestro encuentro: él era la atracción, y yo la espectadora.
               -Nada especial, ya sabes-se encogió de hombros, y cuando empezaron algunos abucheos, quise creer que en broma, se rió-. ¡Es broma, Barcelona! Sabéis que ir de gira y estar sobre un escenario tocando para todos vosotros es lo que más me gusta de la vida. ¡Os adoro!-Barcelona contestó rugiendo una celebración. Abel se pasó una mano por el pelo, y añadió-: disculpad un segundo mientras me pongo al día con una vieja amiga, pero uno tiene que lanzar todos sus dados antes de retirarse del casino. Sabrae-se giró y me miró-, ¿cómo está tu madre?
               -Genial.
               -¿Sigue casada con tu padre?
               -¡Claro!
               Abel chasqueó la lengua, y esta vez quienes se rieron fueron los de su equipo. No se molestaba en disimular lo mucho que le gustaba mamá cada vez que la veía, aunque era algo que no causaba malos rollos entre papá y él. Papá estaba seguro de que mamá jamás dejaría de sentir por él lo que sentía, y además… tenía cuatro hijos con ella. Incluso si le dejaba por Abel, siempre tendría alguna excusa para seguir viéndola.
               Sin contar, por supuesto, que Abel no era ni de lejos la única persona que le tiraba la caña a mamá, ni tampoco la excepción a la regla que ella seguía a rajatabla: si le apetecía coquetear, siempre sería para tomarle el pelo a papá, pero rechazaba a todos sus pretendientes con la misma elegancia con la que bajaba los peldaños de los juzgados cada vez que salía, confiada en que su currículum profesional seguiría siendo impecable.
               No es necesario ser una genial esposa para ser una tremenda madre, pero mamá demostraba que aquello no estaba en absoluto reñido.
               -Cuando se aburra de ese payaso y quiera un hombre de verdad, le dices que me llame.
               -Vale, señor-cacareé, llevándome dos dedos a la frente.
               -Por cierto, ¿qué tal Zayn? Me han dicho que está grabando un disco.
               -Sí, ya tiene listas algunas canciones-revelé, aunque pudiera meterme en un lío por hablar del proceso creativo de papá.
               -Pues sigo esperando que me llame para que le eche un cable y poder sacar algo medio decente, aunque sea sólo una canción. Zayn, cabrón, sé que ves todos mis vídeos, como el buen fan obseso que eres-miró a un cámara-. Llámame, que no me he cambiado de número ni nada-negó con la cabeza y luego levantó la vista-. Bueno, Barcelona, ¿por dónde íbamos?
               El público rugió en respuesta, olvidándose de mí tan rápido como se dio cuenta de mi presencia. Mientras Abel ponía en contexto a todo el festival acerca de la siguiente canción que iba a tocar, me giré y miré a Alec con la expresión de un niño increíblemente travieso al que pillan con las manos en la masa, pero que sabe que con su labia se librará del castigo.
               Me miró de arriba abajo, alucinado, como si no me conociera. Si un ovni hubiera aterrizado en el escenario, seguiría con la vista fija en mí, pues yo le parecía más extraña.
               Sus ojos de color castaño seguían fijos en mí, analizándome de arriba abajo, contemplando mi rostro, contando mis lunares. Había algo en mí que había cambiado para él, pero no sabría decir el qué. Quizá fuera todo, quizá fuera nada.
               -Di algo, por favor-gemí después de unos angustiosos instantes bajo su escrutinio, en los que sentí que quizá había hecho mal no diciéndole nada. Quizá aquello fuera demasiado para procesarlo sin más. Quizá incluso le molestara: ¿conocía a su cantante preferido, y no movía todos los hilos posibles para que pudiera presentárselo? Empezaba a pensar que había sido una egoísta, y que le había privado de una oportunidad de la que no tenía derecho.
               Eso no era lo que hacían las buenas parejas; las buenas parejas cogían los privilegios de cada uno, y los juntaban para poder compartirlos ambos.
               Alec parpadeó, abrió la boca, y miró un segundo al escenario. Abel había empezado a entonar una canción, pero para mi sorpresa, ninguno de los dos le hizo el más mínimo caso.
               -¿Le… conoces?-pronunció con terror reverencial. Lo señaló con la cabeza-. ¿Conoces a… bueno, a Él?-pronunció aquella palabra del mismo modo en que un imán pronunciaría el nombre de Dios, de modo que supe que había sido una egoísta.
               -Sí-me aparté un mechón de pelo de la cara, colocándomelo tras la oreja, y lo miré-. Tendría que habértelo dicho. Lo siento mucho, Al. ¿Estás enfadado conmigo?
               Alec abrió de nuevo los ojos como platos, alucinado.
               -¿Que si estoy… enfadado? ¿Es una puta broma? Tú… tú…-se llevó las manos a la cabeza, y yo pensé que se pondría a gritar, pero en realidad, empezó a hiperventilar-. ¡El putísimo The Weeknd sabe tu puto nombre, Sabrae! ¡Acaba de gritarlo ante miles de personas! ¡Como lo hago yo en la cama! ¡Te… te… te ha reconocido en un festival abarrotado! No me lo puedo creer, te juro que no me lo puedo creer-gimió, hundiéndose en el suelo con las manos aún en la cabeza. Se quedó sentado, hecho un ovillo, y yo lo miré desde arriba-. Que mi chica conoce a The Weeknd. Al puto The Weeknd. No me lo puedo creer. Debo de estar… esto es un puto sueño, ¿verdad?-me miró desde abajo-. Hemos perdido el avión. Estamos durmiendo en el aeropuerto. Dime que estoy soñando.
               -Alec, soy una Malik-le recordé-. Claro que no es un sueño. Lo que está pasando es real.
               -Me parece imposible que no me lo esté inventando todo. Me parece im-puto-posible.
               -¿Quieres que te pellizque?-le ofrecí, conteniendo las ganas de reírme. Se mordió el labio, mirando hacia el escenario, y tras un instante de vacilación, me pidió:
               -Dame un beso. Besas demasiado bien como para que yo me lo invente. Si es…-no le dejé terminar la frase: me abalancé sobre él, tirándolo al suelo, le cogí el rostro con las manos y le di un beso digno de una superproducción hollywoodiense. Cuando nos separamos, los dos estábamos sin aliento, y de nuevo éramos el foco de miradas cargadas de humor y risitas por lo bajo, codazos incluidos-. Joder, es real-jadeó Alec, frotándose la cara y hundiendo la nuca en el césped pisoteado-. Es puto real, esto va en serio, jodidamente en serio, no me lo puedo creer… no me lo puedo creer… ni siquiera… soy un puto gilipollas. Cómo no se me habría ocurrido antes… pero es que es tan increíble…
               -Papá es un dios del R&B, y The Weeknd es el rey.
               -Bueno, eso de que tu padre esté por encima de The Weeknd es discutible, pero…-entrecerró los ojos-. ¿De qué te conoce a ti?
               -Son amigos. Ya sabes, mientras Abel estaba con Bella Hadid, papá estaba con su hermana, Gigi, de modo que… coincidieron algunas veces. Se apoyan mucho en la música, y coinciden en muchas entregas de premios.
                -Lo llamas Abel…-comentó, maravillado, y se echó a reír-. ¡Esto es la puta hostia! ¡Yo no me follaba a nadie porque su música es sagrada para mí, y tú ni siquiera lo llamas siempre por su nombre artístico!-se echó a reír, histérico-. Menuda puta locura. No me lo puedo creer.
               -Esto… ¿Sabrae?-pidió una voz a mi espalda, y me giré. Ante mí estaba uno de los mayores seguratas que había visto en mi vida, claro que desde mi postura, tumbada en el suelo,  cualquier cosa me parecía inmensa-. Me han pedido que la acompañe cuando se termine el concierto.
               Alec jadeó, histérico. Estaba a punto de sufrir un aneurisma. De nuevo volvieron las miradas envenenadas por parte del resto del público. Me incorporé, me aparté el pelo de la cara, y con un hilo de voz, susurré:
               -¿A mí sola?
               -Y a quien usted quiera.
               Me giré y miré a Alec. No necesité decir nada. Con una sonrisa torcida fue más que suficiente.
               -Da gracias de que tengas las caderas anchas, niña-me respondió mi chico-. Te voy a hacer parir tantas veces que nosotros dos solos podríamos superpoblar Siberia.


Con la excepción de ese momento en el que The Weeknd se hizo pasar por un coleguita de la infancia de Sabrae, el concierto fue una experiencia extracorporal. Menuda puta pasada; aquel tío sí que sabía cómo dar un buen espectáculo, con luces de neón brillando en el escenario,  cegando a un público entregadísimo.
               Después de terminar con Snowchild, acarició el micrófono con una sonrisa en los labios, mirándonos de nuevo al público como un pastor mira a su rebaño. Nótese que me refiero al pastor eclesiástico, y no al del ganado, aunque yo también le debía la vida a The Weeknd como si fuera una oveja al hombre que cuidaba de que los lobos se mantuvieran a distancia.
               -Bueno, Barcelona, ¿lo estáis pasando bien?-todos rugimos, como si nos ofendiera la pregunta. En cierto modo, así era. ¿Cómo no lo iba a estar pasando bien? No sólo estaba en su concierto, sino que encima me acababa de enterar de que mi chica lo conocía, así que las cosas no podían ir mejor. Si pasábamos de verdad a la parte trasera del escenario, como había sugerido la visita del segurata, me desmayaría. Mi pobre corazón no soportaría tantas emociones; por eso estaba gritando tan fuerte, porque me quedaban tan solo unos pocos minutos de vida-. Mm, no sé, no sé. ¡Apenas os oigo! ¿Qué pasa? ¿Os habéis pasado la noche pasada follando y estáis afónicos?-un nuevo rugido a modo de contestación, más fuerte y ceremonioso que el anterior. Sí, la verdad es que había echado un polvo la noche anterior, pero si hubiera sido listo, lo habría hecho con su música, para ponerme a tono. Lo único que había mejor que escuchar a Sabrae gemir como una perra, era escucharla gemir como una perra con The Weeknd sonando de fondo-. Así me gusta, hay que disfrutar de la vida, joder. Espero que no paréis de follar cuando salgáis de aquí-se rió de nuevo, enseñando unos dientes blanquísimos en las inmensas pantallas de ambos lados del escenario-. Vamos a calentar esas cuerdas vocales, para que vuestras zorras se vuelvan locas cuando les digáis lo que les queréis hacer mientras os las folláis de lo lindo, ¿eh?
               Y empezaron a sonar los primeros acordes de The hills, una de mis canciones preferidas, que cantaba a grito pelado incluso cuando salían los anuncios de colonia para los que hacían de banda sonora en la televisión. Me puse a dar botes en el sitio, siguiendo la letra, mientras Sabrae imitaba mis movimientos como una ola sigue a la otra en la orilla del mar.
               Fue una puta pasada, de verdad. La mejor noche de mi vida. El concierto, que no era ni de lejos el primero de The Weeknd en el que había estado, fue con diferencia el mejor de todos. No sólo por lo cerca que estaba por el escenario, sino por la compañía y lo especial del viaje: Sabrae era capaz de hacer que incluso algo que yo pensaba que era perfecto (mis recuerdos de los conciertos anteriores de The Weeknd) mejorara, sólo con su toque especial.
               Las canciones se fueron sucediendo unas a otras, demasiado rápido para mi gusto. Si siempre lamentaba que sus discos no duraran 24 horas, dejando una hora y media para cada canción, más lo hice cuando lo tenía delante, tan cerca que podía verle las gotas de sudor cayéndole por la cara mientras iba de un lado a otro del escenario, alentándonos, jaleándonos, azuzándonos contra él como si fuéramos dos gallos de pelea dispuestos a dar un gran espectáculo. Comprobé que Sabrae, que se lo estaba pasando bomba, me enfocaba cada vez que grababa una historia, algo que no estaba haciendo ni de lejos con la asiduidad a que me tenía acostumbrado. A pesar de que solía compartir bastante de su vida a Instagram, haciendo partícipes a sus seguidores de su rutina, se estaba controlando bastante en el concierto. Notaba, sin embargo, que se pasaba más tiempo mirándome a mí que a The Weeknd en el escenario, pero yo, lejos de cohibirme por sus atenciones, me venía más y más arriba. Una parte de mí quería echarle la bronca por no tener claras sus prioridades, y no apartar la vista de mí, a quien podía ver todos los días, en detrimento de aquel show sin igual. Y otra parte de mí se regodeaba en el hecho de que me encontrara más interesante a mí que a The Weeknd, a pesar de que se notaba que estaba disfrutando de las canciones. Sabía que la hacía feliz verme así de feliz, y yo no iba a privarla de ese espectáculo que era yo en estado puro, sin ninguna inhibición, simplemente disfrutando del momento como nunca.
               Creo que jamás me lo había pasado tan bien con la ropa puesta.
               Cuando sonaron por los altavoces los primeros acordes de Often, Sabrae y yo chillamos al unísono, mirándonos, cogiéndonos de las manos y brincando en el sitio, dispuestos a disfrutar de la que era nuestra canción por excelencia. Era increíble lo bien que encajaba la letra con nosotros, cómo Abel parecía estar hablando de mi vida antes de Sabrae, quién había sido cuando ella no había abierto mi caparazón y había sacado al romanticón que llevaba dentro, el chico con el que se había acostado la primera vez, aquel dios del sexo que había conseguido atraerla hasta su cama (o, bueno, su sofá).
               Sabrae se pegó a mí durante la canción, abrazándose a mi cintura y balanceándose al ritmo de la música. Cerró los ojos y apoyó su mejilla en mi frente, y yo me quedé mirando al escenario, sin verlo realmente. Me volví momentáneamente un miope que se había dejado las gafas en casa, era como si llevara varias horas mirando el ordenador sin mis gafas de estudio, aquellas con las que ella aún no me había visto nunca. El escenario estaba borroso; las luces, desenfocadas; y en el centro, The Weeknd cantaba con esa voz melodiosa, ligeramente rasgada suya, sobre la cantidad de veces que tenía sexo casual con chicas que no significaban nada para él. Era a menudo, a menudo, a menudo.
               -Oh, the sun’s rising up-cantó, cantamos con él, y Sabrae se separó un poco de mí para mirarme, atrayéndome con sus ojos como una polilla a la luz-. The night’s almost up.
               No quiero que esta noche se termine nunca.
               -The night is almost done.
               Nunca.
               -But I see your eyes-The Weeknd se acercó al escenario, estirando una mano como si su amada estuviera allí, al alcance de su mano, y pudiera rozar su rostro con los dedos para transmitirle lo que sus palabras no podían-, you wanna go again.
               Sabrae parpadeó despacio, completamente hipnotizada por la música. Estaba increíblemente guapa; creo que nunca, jamás, la había visto así de hermosa. Los labios jugosos, la mirada infinita, unas pestañas kilométricas, y aquellos cristales adheridos a su piel como lágrimas de diamante, como si alguien hubiera rascado la superficie de su persona y hubiera sacado a la luz las joyas que la componían.
               ­-Girl, I’ll go again.
               Le acaricié los labios. Supe que los dos estábamos pensando en lo mismo: aquel momento en el que nuestras vidas cambiaron para siempre, entrelazándose de una forma que resultaría imposible de separar. Nuestro primer beso, nuestro primer polvo, la primera vez que probé su sexo, su delicioso sabor, su expresión cuando por fin pude entrar en su interior sin que eso le causara otra cosa más que placer, nuestras sonrisas tontas al terminar, el dolor de pies al pasarnos el resto de la noche bailando y tonteando, lo difícil que se nos hizo separarnos. Sus ganas de invitarme a entrar en casa y tomarnos por nuestra propia mano ese “continuará” que le había pedido, mis ganas de pedirle que me dejara acompañarla. Incluso cuando aún no era más que la hermana de Scott para mí, Sabrae ya me había dado muchísimo más que el resto de chicas con las que me había acostado. Le había dado sentido al sexo. Más allá del placer, estaban las emociones.
               Y las emociones habían hecho que el camino no fuera fácil en ocasiones. Éramos demasiado parecidos: irremediablemente orgullosos, tercos como mulas, y odiábamos dar nuestro brazo a torcer. Aquélla era una combinación pésima, y habíamos sufrido mucho por no saber contrarrestarla. Pero ahora, ahí estábamos.
               Lo recorrería una y mil veces. No dejaría de recorrerlo. Cada punzada en el corazón que me había ocasionado, y que me ocasionaría a lo largo de mi vida, cada pedacito en el que me lo rompería, merecería la pena. Su boca, sus curvas, su sexo, y sus ojos, bien que lo merecían.
               -Girl, I’ll go again-n-n-n-cantó The Weeknd, con toda Barcelona haciéndole los coros, y yo haciéndole la competencia. Me incliné para darle a Sabrae un beso en los labios, al que se entregó con el entusiasmo que le caracterizaba. No hacía nada a medias: siempre estaba completamente presente, incluso cuando decía que no quería darme más de lo que ya teníamos, lo que yo le pedía. Si ya era mi novia sin habérmelo dicho, porque era incapaz de no dar el 110% de sí misma en cada cosa que hacía, imagínate cómo besaba.
               Imagínate lo bien que lo hacía con The Weeknd en directo.
               Al final de la canción le siguieron una infinidad de gritos, y cuando levanté la vista, vi que The Weeknd nos miraba con una sonrisita satisfecha en los labios. Parecía divertirle ser incapaz de mantener la atención de los dos completamente, pero viendo su discografía, sabías que no le molestaría en absoluto ver a dos personas enrollándose en sus conciertos.
               No dejó que los gritos del final de la canción se apagaran antes de comenzar con la siguiente, como si estuviera previsto que el público formara parte de la interpretación. La música siguió como en espera, en ese suspenso tan típico de él, y cuando medio gruñó, medio rugió, “voy a cuidar de ti”, todos chillamos tan fuerte que el mundo pareció venirse abajo.
               Volviendo en mí, aterrizando en la Tierra con el ímpetu de un meteorito, me saqué el móvil del bolsillo de los pantalones y enfoqué el escenario. Sabrae, aún relamiéndose los labios, me miró y se rió.
               -Cualquiera diría que tu canción favorita es Earned it-comentó.
               -¿Lo dices por el móvil? Es que me trae buenos recuerdos.
               -¿Y Often no?-me guiñó un ojo, dándome un toquecito con la cadera-. Oye, ¿quieres que grabe yo? Apenas he subido historias, no sé si te has dado cuenta, así que tengo los brazos descansados. Prometo enfocarlo lo mejor posible.
               -Mimi sabrá que no he hecho el vídeo yo y se meterá muchísimo conmigo-al ver su expresión contrariada, expliqué-: el vídeo no es para mí. Es para Mimi. Va a bailar esta canción en su audición para la Royal.
               -¿De veras? No le pega en absoluto-replicó, lo cual era cierto. Mi hermana, tan tímida que apenas era capaz de decir la palabra “polla” (y le resultaba imposible hacerlo sin ponerse roja como un tomate), no era de esas chicas que escuchan a The Weeknd, ya no digamos de las que se atreven a bailarlo.
               -Es que me adora-me encogí de hombros, sacando la lengua, porque aquello también era cierto. Cuando se me acercó, un día que estaba tirado en el sofá sin hacer nada (físicamente; mentalmente estaba muy atareado en una orgía en la que yo era el único participante masculino), para preguntarme qué canción creía que supondría un reto lo suficientemente interesante para destacar por encima del resto de candidatos de la Royal School of Music, yo la miré de arriba abajo, de muy mal humor, y le solté, creyendo que no se atrevería a seguir mi consejo:
               -Cualquiera de The Weeknd.
               -¿Alguna sugerencia?
               Y yo, que me había visto absolutamente todos los vídeos del artista canadiense, y que sabía que el de la canción de Cincuenta sombras de Grey había causado bastante revuelo en su día por la aparición de Dakota Johnson completamente desnuda en él, sonreí y le contesté:
               -Earned it.
               Mimi se había puesto roja como un tomate, se había girado, muy airada, y se había marchado con la dignidad de una princesa a la que acaban de llamar lagarta. Me pasé media hora riéndome solo en el sofá, sin saber que Mimi se había sonrojado no por mi suprema vacilada, sino porque sabía que la canción era demasiado sexy como para que la coreografía no lo fuera también.
               Cuál fue mi sorpresa cuando, después de una hora creyendo escuchar la canción en la sala de baile, me la encontré bailando al son de la música. Se giró, riéndose, al ver que la observaba con la boca abierta.
               -¿Pensabas que no sería capaz?-preguntó, jocosa.
                Desde entonces, cada vez que escuchaba los acordes de esa canción en la sala de baile, me acercaba a ver a mi hermana darlo todo sobre el parqué. Para esa actuación, precisamente, le había pedido a Dylan instalar una barra como las que usaban las strippers, y lo cierto era que se le estaba dando mejor de lo que cualquiera nos imaginaríamos. Habíamos convertido a Earned it en nuestra broma personal, y ahora que la estaba escuchando en directo, me estaba acordando tanto de Mimi que supe que le haría ilusión que le grabara un vídeo, especialmente porque yo jamás grababa en los conciertos de The Weeknd.
               A esa canción le siguieron un par más, pero como todo lo bueno, el concierto también llegó a su fin. Tras un último discurso agradeciendo lo buenos que habíamos sido y lo entregados que habíamos estado, cantando a grito pulmón cada canción, The Weeknd nos pidió que cantáramos con él una última canción antes de separarnos, esperaba que no definitivamente.
               -Never need a bitch, I’m what a bitch need-empezó él, y todos gritamos en respuesta que estábamos buscando una chica que nos arreglara, que estábamos esquivando a la muerte, y el resto de versos en Heartless-. ¿¡POR QUÉ, BARCELONA!?
               -¡¡PORQUE NO TENGO CORAZÓN!!-respondimos nosotros, y The Weeknd sonrió, inclinándose hacia delante, disfrutando de la música que nos había regalado hacía tanto tiempo, cuando yo sólo tenía un par de años. Sabrae, me di cuenta entonces, ni siquiera había nacido cuando salió el disco con el que había empezado y terminado el concierto.
               -¡¡Y VUELVO A MIS FORMAS PORQUE NO TENGO CORAZÓN!! ¡¡SÍ, NO TENGO CORAZÓN!!-tronó The Weeknd, y cuando llegó el  estribillo, fuimos nosotros quienes le preguntamos por qué.
               -WHY?
               -CAUSE I’M HEARTLESS!!
               -AND I’M BACK TO MY WAYS CAUSE I’M HEARTLESS-cantamos juntos, gritamos juntos, proclamamos juntos. Sabrae y yo levantábamos las manos, junto con el resto del público, en una marea de dedos que bien podrían competir con el resto de océanos acuáticos-. ALL THIS MONEY AND THIS PAIN GOT ME HEARTLESS, LOW LIFE FOR LIFE CAUSE I’M HEARTLESS. SAID I’M HEARTLESS-gritamos, con la misma desesperación que él en la canción original-, TRYNA BE A BETTER MAN, BUT I’M HEARTLESS. NEVER BE A WEDDING PLANG FOR THE HEARTLESS. LOW LIFE FOR LIFE CAUSE I’M HEARTLESS.
               The Weeknd abrió los brazos, sonriendo, mirando al cielo… y en ese momento el escenario se apagó.
               Le siguió el caos. Los gritos se elevaron, todos protestando, porque nadie quería que el concierto se terminara. Toda la adrenalina que me corría por el cuerpo se retiró de repente, haciendo que me temblaran las piernas y la cabeza me diera vueltas. Estaba mareado, estaba confuso, estaba desorientado. Aquella oscuridad no me venía nada bien, ¿cómo iba a saber si había sido un sueño? Era demasiado perfecto para ser real, demasiado luminoso para apagarse así; por mucho que me doliera la garganta de tanto gritar, los pies de tanto saltar y me hormiguearan las manos de tenerlas tanto tiempo en alto, necesitaba una prueba externa de que aquello acababa de pasar.
               Entonces, justo cuando creí que me volvería loco por la incertidumbre, se encendió la inmensa pantalla de detrás del escenario con dos letras, la X y la O, el símbolo por excelencia de The Weeknd… y yo supe que no había sido un sueño. No es que tuviera imaginación suficiente para inventarme todo eso, de todos modos, pero estaba bien tener una prueba real.
               Sabrae, temblando, con los ojos llenos de lágrimas y el pelo alborotado, levantó el móvil a toda velocidad y le hizo una foto a la pantalla antes de que ésta se apagara de nuevo, difuminándose como las estrellas cuando empieza a salir el sol.
               Jadeante, se volvió hacia mí.
               -¡Ha sido una jodidísima pasa…!-empezó, pero no le dejé terminar la frase. Le cogí la cara con las manos y le comí la boca como estaba mandado. Aturdida, tardó un par de segundos en procesar lo que estaba pasando, pero después me devolvió el beso con urgencia. La gente comenzaba a marcharse a nuestro alrededor; tenían transporte público que coger. Se me aceleró el pulso pensando que nosotros bien podríamos ser ellos, y tener las mismas prisas por llegar a una parada de bus o una estación de metro para así volver pronto al hotel.
               Pero nosotros no éramos como ellos. Sabrae no era como ellos.
               Me habría puesto histérico, pensando cómo íbamos a hacer para que el segurata nos llevara a los camerinos, o incluso nos encontrara entre esa soberana estampida que tenía a todos los de seguridad atareadísimos, de no ser porque el hombre que había venido a ver a Sabrae e indicarle que esperara al final del concierto apareció de nuevo en la barricada apenas terminó de apagarse el logo de XO.
               Sabrae se giró, me miró con una sonrisa en los labios, y con una ceja alzada, me preguntó:
               -En una escala de 0 a 10, ¿cómo de importante es que lleguemos pronto al hotel para poder madrugar mañana y así aprovechar el día?
               -Menos 35-le respondí yo, y ella se echó a reír. El segurata extendió los brazos para ayudarla a saltar la valla, pero yo, más acostumbrado a levantarla en volandas, fui más rápido. La agarré de las caderas y, con sus manos en las mías en ese gesto tan típico nuestro que parecíamos dos bailarines en plena gira, la levanté por encima de mi cabeza y la pasé al otro lado de la valla.
               Estaba a punto de saltarla yo mismo cuando Sabrae se giró, se apartó el pelo del hombro y dijo:
               -Bueno, gracias por ayudarme, Al. Te veo en el hotel.
               El segurata se me quedó mirando, divertido, cuando me puse pálido. Sabrae, por su parte, se echó a reír, se inclinó hacia mí y me agarró de la camiseta.
               -¡Es broma! Es broma, ¿cómo te voy a hacer yo eso?-se rió con cierto deje de nerviosa culpabilidad. Menos mal. Estaba empezando a arrepentirme de haberla levantado en el aire como si fuera Simba al principio de El Rey León.
               El de seguridad esperó a que yo saltara la valla, con más habilidad de la que se esperaba a juzgar por su expresión de mal disimulada sorpresa. Tiré de la parte baja de la camiseta para adecentármela, me pasé una mano por el pelo, y le pasé un brazo por los hombros a Sabrae cuando ella, mimosa, se abrazó a mi cintura.
               -Seguidme-indicó el de seguridad, enfocando el suelo con una linterna para impedir que nos tropezáramos con los cables del escenario o la basura que los VIP habían lanzado al pasillo entre la plataforma y el patio. Rodeamos los inmensos altavoces, esquivamos los andamios que sostenían la construcción, subimos unas escaleras metálicas, con Sabrae delante de mí para asegurarme de que no se resbalaba y se escurría por el hueco entre escalones (y, de paso, verle bien el culo) y, tras sortear un par de puertas con carteles consistentes en folios con escuetas palabras impresas bien grandes en negrita en su superficie, llegamos a una estancia que no podía ser otra que el backstage.
               Las paredes eran negras, del mismo color que las telas del escenario, lo que reforzaba mi idea de que nos encontrábamos al mismo nivel de la plataforma. Las esquinas las formaban los tubos de los andamios, y el suelo, de madera, crujía y se hundía un poco a medida que avanzábamos por él. Había baúles metálicos por doquier, donde los músicos ya estaban guardando sus instrumentos, los técnicos, las herramientas, y los de cátering extraían comida y bebida.
               Había un sofá de cuero blanco desgastado en la pared opuesta a la puerta que conducía al escenario. A su lado, una pequeña mesa con aperitivos para picar antes de salir a escena. Varias botellas de distintas bebidas en un cubo de hielo completaban el cátering.
               La estancia era un hervidero de gente, personas de todas las edades y orígenes que iban de acá para allá, cada uno ocupado en cumplir con su misión en el menor tiempo posible. En el centro de la sala, no obstante, había un puñado de personas a los que todos se las apañaban para evitar: si había choques, jamás era con ellos, como si fueran peligrosos. Caí en que eran un conjunto de estrellas en un sistema solar en el que el resto, los peones, no eran más que meteoritos: por su bien, mejor mantenerse alejados.
               Vi que el de seguridad se retiraba a un lado, dejándonos espacio, en el mismo momento en que una chica llena de tatuajes y con el pelo teñido de un morado apagado clavaba los ojos en nosotros y, extrañada, le decía algo a su compañera, que se ocupaba de enrollar los cables de los micrófonos. Poco a poco, todos los ojos se fueron posando en nosotros, excepto los que a Sabrae y a mí nos interesaban.
               Con la confianza que le caracterizaba, acostumbrada a moverse en esos ambientes, Sabrae no se amedrentó: la melena se le balanceó a la espalda mientras avanzó con la cabeza bien alta en dirección a las personas del centro, una de las cuales me resultaba inconfundible.
               Como sintiendo su presencia (estoy convencido de que los famosos tienen un sexto sentido para identificarse entre la multitud, incluso sin mirarse), The Weeknd se giró. Esbozó una sonrisa complacida al ver a Sabrae acercándose a él, y ella, que tenía pensado tomarle el pelo, cambió de idea en el último momento.
               Para mi sorpresa, echó a correr en su dirección, abalanzándose sobre él como un gato sobre un ratón, o Trufas sobre un puñadito de zanahorias baby.
               Y, para colmo, The Weeknd no sólo no la rechazó, sino que abrió los brazos y se rió cuando ella se refugió en ellos.
               -¡Has estado increíble!-festejó Sabrae.
               -¡Ni que fuera algo fuera de lo común!-replicó él, riéndose. La estrechó un ratito más, y luego la soltó-. Me alegro un montón de verte, nena. Estás más crecidita que la última vez. ¿Cuánto hace…? ¿Tres años?
               -Dos-proclamó Sabrae con orgullo, hinchándose como un pavo.
               -¿Dos? ¡No jodas!-The Weeknd silbó-. Si Zayn cantara tan bien como hace críos, estaríamos todos jodidos-comentó, y un coro de carcajadas se levantó entre su público.
               -Cualquiera diría que he cambiado tanto, si has conseguido reconocerme entre el público.
               -Nenita, ya sabes que tengo un ojo especial para las chicas guapas de mi público. No lo puedo remediar: sé dónde están todas las tías buenas de mis conciertos, y por lo que veo, tú ya eres una de ellas. Seguro que tienes a los chavales locos.
               -De hecho, me gustaría presentarte a alguien-dijo Sabrae, cogiéndole la mano y girándose hacia mí, pero con los ojos aún fijos en The Weeknd-. Es súper fan tuyo.
               -Siempre haciéndoles favores a los más necesitados, ¿eh?-se burló The Weeknd-. Eso lo has sacado de tu madre.
               -Te estoy haciendo el favor a ti. Se ha tirado a medio Londres, pero sólo pone tu música de fondo para follar conmigo. Sé bueno con él, ¿quieres? Me importa un montón. De hecho, ahora que lo pienso, debería sonarte su cara por mis publicaciones en Instagram… Alec-Sabrae se giró para mirarme, e hizo un gesto con la cabeza para que me acercara- es un elemento recurrente ahora en mis redes sociales.
               Estaba clavado en el sitio. No podía moverme. Los pies no me respondían. Ni siquiera los sentía. Ni las manos. Ni los ojos. Ni nada. Tenía la boca seca, eso sí. Y el corazón me martilleaba a toda velocidad en los tímpanos. Era un milagro que estuviera escuchando algo de lo que decían.
               Sabrae revoloteó hacia mí, me cogió de la mano y miró a The Weeknd con orgullo.
               -Abel, te presento a Alec. Tu fan número uno en el mundo.
               -Después que mi madre-corrigió The Weeknd…
               … acercándose…
               … a….
               … MÍ.
               Sabrae torció la boca.
               -Estoy bastante segura de que Alec se sabe mejor tus canciones incluso que tú mismo.
               -Por lo menos es un tío con buen gusto. Mola la camiseta, tío-me dijo mi puto cantante preferido, la razón de que yo fuera quien era, la persona que le había puesto música a mi vida y que había hecho del sexo algo bestial cuando lo practicaba con él de fondo.
               Podría haberlo soportado. Podría haberlo llevado bien. Podría haber intentado chocarle el puño que me tendía con el mío, porque darnos la mano era muy de viejos. En el R&B, las cosas no se hacían así.
               Pero entonces, dijo mi nombre.
               -Encantado, Alec, tío.
               Y mi cerebro se desconectó.

De no saber que Alec estaba fuerte como un toro y sano como un roble, me habría preocupado por su reacción. En cuanto Abel se dirigió a él, abrió los ojos como platos, como si su moto se hubiera contorsionado de una extraña manera al él subirse para poder decirle que había engordado unos kilitos, pero que su amor por su dueño y su profesionalidad harían que cumpliera con su cometido con la eficacia de siempre.
               Aunque lo cierto es que no me esperaba en absoluto una reacción como ésa por su parte. Acostumbrada como me tenía a decir siempre la última palabra, o por lo menos intentarlo, con todo lo que eso conllevaba, Alec no solía quedarse callado, ya no digamos como una tumba. Miraba a Abel con ojos como platos, y cuando éste dijo su nombre, percibí que un cataclismo se producía en su interior: incluso dejó de respirar. Conté mentalmente hasta diez, fijándome con muchísima atención en sus fosas nasales para asegurarme de que no le estaba dando ningún ictus ni nada por el estilo, y que su cuerpo seguía funcionando aun a pesar de haber entrado en estado de shock.
               Abel aguantó su puño unos instantes en el aire,  dándole una oportunidad que Alec terminó por aprovechar. Lenta, muy lentamente, de manera tan mecánica que parecía un autómata, más que una persona, Alec levantó la mano cerrada en un puño tembloroso y la presionó con timidez contra la de su cantante favorito, antes de bajarla y quedarse mirando el puño como si fuera lerdo.
               Abel me miró de reojo, controlando las ganas de partirse de risa. No quería ofender a uno de sus mayores fans, pero siendo justos, Alec se lo estaba poniendo tremendamente difícil. Mi chico siguió observándolo como un alienígena de ojos anclados en sus cuencas, cuyos globos oculares se iban hinchando más y más.
               -Normalmente no hace esto-dije, colgándome del brazo de Alec y entrelazando mis dedos con los suyos. Jamás habría creído que, de entre todas las personas del mundo, sería él quien reaccionaría así. Había visto tantos tipos de histeria a lo largo de mi vida que ninguno me sorprendía ya, pero esto era muy diferente: esto era un colapso nervioso en toda regla, silencioso como una explosión en el espacio, donde el vacío era incapaz de transmitir el sonido.
               -Bueno, normalmente no conoce al mejor artista vivo, ¿no es así, tío?-inquirió Abel, dándole una palmada en el hombro. Alec se miró el lugar en el que le había tocado, anclado en el sitio como si hubiera aterrizado sobre pegamento-. Tengo que ir a ocuparme de unos asuntos, ¿vale, chicos? Id tirando hacia la fiesta; mi equipo va para allá, enseguida os acompaño.
               -Vale-triné, tirando suavemente de Alec, que seguía mirándose el hombro del que parecía manar lava, a juzgar por su expresión. Me costó horrores moverlo del sitio: estaba demasiado ocupado intentando cumplir con todos sus procesos vitales básicos como para pensar en desplazarse.
               Con la sensación de que estaba llevándome a un muerto en vida a una fiesta, seguí tirando de él, que empezó a andar con la soltura del monstruo de Frankenstein, en la dirección que me indicaba el segurata que nos había llevado hasta allá. Salimos de la parte trasera del escenario, y tras asegurarme de que no se tropezaba con sus pies en las escaleras, conduje a Alec en dirección a un furgón negro en el que se estaban subiendo las estilistas.
               Esperé a que empujaran los asientos correderos de la furgoneta e hice amago de entrar.
               -Ha dicho “Alec”-escuché a mis espaldas, con la voz de Alec. Me volví y lo miré.
               -¿Cómo dices?
               -The Weeknd ha dicho “Alec”. Alec es mi nombre-explicó, alucinado, y yo me reí.
               -Sí, cariño, ya sé que Alec es tu nombre-le acaricié el pelo-. Ahora vamos a ir a una fiesta, ¿te parece bien?
               -Sabe mi nombre-fue todo lo que pudo contestar. Le costó más de diez minutos procesar lo que acababa de suceder, pero en cuanto lo hizo, se echó a temblar de pies a cabeza. Tenía mi mano entre las suyas, y empezó a estrujarla con tanta fuerza que tuve que apretar los dientes para no gritar. La saqué de su prensa y la agité en el aire para recuperar la corriente sanguínea mientras Alec balbuceaba palabras sin sentido a mi lado.
               Creí que lo había superado cuando se limitó a hiperventilar a mi lado, pero cuando el furgón se detuvo y todos empezaron a salir, me agarró de la rodilla con tanta fuerza que estuve segura de que me dejaría marca. Lo miré.
               -¿Qué pasa? ¿No quieres ir?
               -No dejes que volvamos a coincidir.
               -¿Qué?-me reí, nerviosa, pero él estaba tremendamente serio.
               -No quiero hacer el ridículo delante de él. Es The Weeknd, por el amor de Dios. No dejes que vuelva a volverme majara por tenerlo delante.
               -Alec, no pasa nada. Ha sido el impacto, nada más.
               -Seguro que piensa que soy gilipollas.
               -Lo pensará, si llega después que nosotros y ve que seguimos metidos en su furgón-le dije, y eso consiguió hacer que saliera de un salto. Me tendió la mano para ayudarme a bajar, con lo que supe que estaba recuperando la normalidad. Miró en todas direcciones y, nervioso, se pasó las dos manos por el pelo, intentando adecentárselo y aplastándose así los rizos que a mí tanto me gustaban. Me puse de puntillas para colocarle algunos mechones en su sitio-. Al, tranquilízate. Ya has tratado con famosos antes. Lo harás bien con él.
               -¿Que lo haré bien? Oh, sí, de puta madre. Guau. Soy el saber estar personificado-ironizó, y yo me reí.
               -Ha sido el impacto, eso es todo. No has tenido tiempo a procesar lo que estaba sucediendo, y por eso has reaccionado así. Eh, ¿qué te pasa? ¿Es que no quieres acercarte a darle la tabarra con lo importante que es su música para ti, que te ha salvado la vida, y todas esas historias que se le dicen a tu cantante favorito?-le di un codazo mientras caminábamos por el paseo marítimo, siguiendo al resto del equipo de Abel en dirección al hotel con forma de vela, cuyas luces de colores recortaban su silueta contra el cielo nocturno.
               Me di cuenta de lo mal que estaba Alec cuando él ni siquiera se fijó en el edificio.
               -¿Estás majara? No sé cómo he hecho para no hacerme pis encima al verlo tan cerca. Ni de coña voy a ser capaz de decirle dos palabras seguidas. Y eso, si se me acerca. Menudo espectáculo acabo de dar-se presionó el puente de la nariz con los dedos.
               -No exageres, Al-reí, entrando en el vestíbulo del hotel y dirigiéndome hacia el ascensor. Los empleados ni siquiera parpadearon al vernos: supuse que Abel se traía a tanta gente a su habitación, especialmente mujeres espectaculares, que una pareja plenamente integrada en el equipo no desentonaba lo suficiente como para llamar su atención.
               -¿Que no exagere? Sabrae, ¿te funcionan los ojos?
               -Sí, y por eso sé que vas a saber comportarte. Con mi padre lo haces-me encogí de hombros, agitándome la melena a un lado. Alec frunció el ceño.
               -No puedes estar hablando en serio.
               -Claro que sí. Tratas a mi padre como a una persona normal, y es tan conocido como The Weeknd. ¿Qué diferencia hay?
               Me miró de arriba abajo, seguro de que ahora la loca era yo.
               -The Weeknd no es tu padre-sentenció, colocándose tras el batería. Me lanzó una mirada furtiva y añadió, queriendo asegurarse-: ¿Verdad?
               -¿Te imaginas que fuera su hija perdida?-me reí, negando con la cabeza. Alec, sin embargo, me miró con ojos como platos. Un nuevo mundo de posibilidades se abría ante él.
               -No se me ocurre qué mejor forma de ganar en la vida que follarme a la hija ilegítima de mi cantante favorito.
               -Bueno, eso lo tienes fácil: sólo tienes que conseguir que mi padre se convierta en tu cantante favorito. Mis padres no estaban casados cuando me adoptaron, así que, técnicamente, yo también soy bastarda. Las únicas que han nacido como Dios manda son Shasha y Duna-hice una mueca, mirándolo de reojo, y entrando delante de él en el ascensor. Nos quedamos callados durante el ascenso, pues aquélla no era la típica conversación en la que te apetece tener oyentes, pero en cuanto llegamos al ático, en cuya piscina se había organizado una fiesta, retomé el tema.
               Sentada en un taburete alto con un cóctel (del que no teníamos que preocuparnos de pagar, pues todo corría a cargo del bolsillo de Abel), las piernas cruzadas y el viento revolviéndome la melena, continué:
               -Simplemente intenta cambiar el chip. Pensar como piensas cuando estás con papá.
               Alec clavó sus ojos de nuevo en mí. Llevaba escaneando la piscina varios minutos que a mí no se me hicieron en absoluto incómodos. Le conocía  lo suficiente para saber que estaba inspeccionando el terreno, familiarizándose con la situación, tratando de averiguar cómo podía sacarle provecho si es que se salía de control.
               -Y eso se supone que me va a servir para…
               -Con papá no fangirleas-expliqué, jugueteando con la pajita-. Y te gusta su música.
               La mirada que me lanzó bien podía escucharse. “No puedes ir en serio”, decía. Pero sí, sí que iba en serio. Lo decía completamente convencida de que podía lograr lo que le estaba proponiendo.
               -A ver, Sabrae… no te ofendas, pero no me puedo comportar igual con el puto The Weeknd-cada vez que decía su nombre, lo hacía de un modo que me hacía pensar en cursiva, y ni siquiera ese tipo de escritura tenía el suficiente énfasis para representar la veneración que había en la voz de Alec-, que con Zayn. Para mí, no son lo mismo, eso para empezar. Por mucho que yo te quiera, la música de tu padre no es lo mismo para mí que la de The Weeknd. Y luego está el hecho de que cuando voy a tu casa, no me encuentro al Zayn cantante. Me encuentro al Zayn de chill. ¿Lo pillas? Voy a ver a mi suegro, o al padre de mi colega, no…
               -¿Shasha y tú habéis iniciado una relación de la que no me tengáis al tanto? Porque, de no ser así, siento recordarte que papá no es tu suegro-sonreí, pagada de mí misma-. Te recuerdo que yo aún no soy tu novia.
               -No, si en realidad no es Shasha quien me interesa. Menos mal que has sacado el tema, porque llevo un tiempo queriendo aclararte las cosas. Yo, de quien estoy enamorado, es de tu hermano-me aseguró, poniéndome una mano en la rodilla desnuda, y yo me reí-.  De hecho, estoy contigo para estar cerca de él y ver cómo evoluciona todo con Eleanor, y atacar cuando la relación esté en su punto más bajo.
               -Oh, así que, ¿todo lo que hacemos es fachada?
               -Sí, de cara a la galería.
               -Es una lástima. Habría jurado que verdaderamente disfrutabas comiéndome el coño-me burlé, mordisqueando la pajita de plástico negro.
               -Era pura cortesía-contestó, apartándome un mechón de pelo de la cara y guiñándome un ojo. Era la primera vez que era él completamente desde que Abel había dicho su nombre. Hacía que albergara esperanzas de que pudiera sobrellevar bien la noche.
               -No hay caballeros como en Inglaterra, ¿no te parece?
               -Desciendo de una noble estirpe de emperadores medievales, nena, no lo olvides. Llevo la elegancia en los genes.
               Me reí por lo bajo cuando me guiñó un ojo, e inconscientemente, le acaricié una pierna con mi pie. Estaba tan acostumbrada a hacerlo que ya me salía solo.
               -¿Ves?-susurré en tono íntimo, que nada tenía que ver con el ambiente festivo y de excesos que se respiraba en el aire-. Hasta tú mismo reconoces que tienes de sobra en tu interior para manejar la noche como un señor.
               Alec hizo una mueca, con los ojos en blanco y la lengua fuera, y sacudió la cabeza. Dio un sorbo de su bebida y luego continuó:
               -El caso es que con Zayn estoy de cachondeo, ¿sabes? Jiji, jaja, y todo eso. Lo típico. Pero con The Weeknd… va a ser imposible-sacudió la cabeza-. Porque, ¡joder!, es The Weeknd. Este pavo es absolutamente legendario para mí. No hay nadie como él; su música son las sagradas escrituras-alcé una ceja-, la palabra de Dios. Ya sabes que nunca había hecho nada relacionado con chicas con su música sonando de fondo, hasta que lo hice contigo. No quería que me la chafaran.
               -Sin presiones, Sabrae-comenté, acariciándome las piernas.
               -Ahora, si me rompes el corazón, no podré volver a escucharlo-atacó-, así que muchas gracias.
               -Deja que te lo compense-ronroneé, inclinándome en mi asiento para besarlo largamente. Se apartó un poco para coquetear; le gustaba demasiado hacerme de rabiar como para perder la ocasión.
               -No sé si con un beso me bastará.
               -¿Prefieres que me ponga de rodillas?-sugerí en tono sensual.
               -¿De verdad tienes que preguntarlo?-respondió él con sorna.
               -Podríamos dar un espectáculo tal, que protagonizaríamos el siguiente disco de Abel.
               -Estoy seguro de que yo sería el primer tío del que sentiría envidia.
               -Siempre podéis compartirme-ronroneé, mordisqueándole el cuello. Alec gruñó.
               -Cuidado, nena: igual te lo pido por favor, en lugar de decirte “no, gracias”.
               -¿Sabes cómo se llama a estar dispuesto a acostarse con un chico? Ser bisexual-le acaricié los brazos y le lamí los labios. Alec ronroneó.
               -¿Qué parte no has entendido de que voy detrás de tu hermano?
               Me eché a reír contra su boca, y él no me dejó tregua. Me pegó contra él y me besó de manera lenta pero invasiva, dejándome bien claro a quién le pertenecía mi cuerpo. Era evidente que no era a mí.
               Después de un rato enrollándonos, escuchamos que se armaba un poco de revuelo que nos hizo separarnos y mirar en dirección a la entrada, donde Abel hacía su entrada triunfal. Nos unimos a los aplausos, los vítores y los jaleos mientras él abría los brazos y giraba sobre sí mismo, chulo.
               -Nunca me había fijado en él, pero empiezo a entender por qué te gusta tanto.
               -¿Por qué?
               -Sois la misma persona, solo que él es negro y canadiense.
               Alec dejó de acariciarme el culo y se echó a reír.
               -Suerte que a ti te gusten los blancos.
               -E ingleses. No lo olvides-le guiñé un ojo, coqueta, y esperé a que Abel se nos acercara con la mano de Alec firmemente agarrada, recordándole que éramos una sola persona, y que no le iba a dejar tirado. Podía hacerlo. Confiaba en él.
               Y, como espoleado por la confianza que manaba de mí, Alec le sonrió a Abel.





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1 comentario:

  1. El capítulo ha sido cortito y de transición PERO VAMOS A HABLAR DEL MOMENTO DE OFTEN QUE LITERALMENTE CIERRA EL CÍRCULO. NO NEGARÉ QUE ME HE PUESTO LA CANCIÓN DURANTE ESE MOMENTO CONCRETAMENTE PORQUE SI NO LO HACÍA IGUAL ME DABA ALGO Y AUN ASI ME LO HA DADO!!!!
    Qué maravilla por dios, me ha encantado ese momento,ojala les hayan hecho videos y se hagan virales jsjsjsjsjsjs.
    Me he descojonado con el momento fanboy de Alec mi niño precioso qué es monisimo perdido ❤️❤️

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