domingo, 16 de agosto de 2020

Doble o nada.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Si no estuviera ya acostumbrado a la energía sanadora que manaba de Sabrae, habría achacado mi cambio de humor a brujería, simple y llanamente. La manera en que consiguió que cambiara el chip y encontrara la forma de comportarme como una persona medianamente normal con The Weeknd tan cerca de mí era digna de admiración, y demostraba lo que ambos ya sabíamos: que no había nadie que me conociera como ella, ni siquiera yo mismo.
               El torrente de energía que manaba desde mi mano por mi brazo hasta diluirse en mi pecho, tranquilizándome, era cálido y a la vez puro, como si estuviera hecho de la misma materia primigenia que había estallado y creado el universo. Su pulgar me acariciaba los nudillos, relajándome incluso más de lo que me esperaba posible. Tenía el corazón desbocado, pero sin embargo, mi mente funcionaba a plena potencia mientras miraba cómo The Weeknd se nos acercaba. Su chaqueta de cuero tipo beisbolera, sacada de su merchandising y del que yo mismo tenía una copia en mi armario, regalo de mis amigos del año pasado, reflejaba las luces azules, rosas y violetas de la azotea, que bailaban sobre a superficie de la piscina como sirenas minúsculas e incorpóreas. Se notaba que se había dado una ducha rápida para ir a la fiesta; no sé en qué lo veía, pero lo veía. Era como cuando sabías que una persona estaba tras de ti, pero no podrías decir si era chico o chica, pues no era más que una sombra que sólo podía materializar en intuición.
               The Weeknd nos dedicó una radiante sonrisa a los dos, aunque no se me escapó que su atención se centraba más en Sabrae que en mí. Lógico, porque a ella la conocía, y ella se comportaba como una persona normal, y no como una estatua de carne y hueso, cuando la tenía delante. Sus ojos apenas se posaron un segundo en mí antes de volverse a Sabrae, pero cuando me miró, sentí que mi corazón se desbocaba. Empezaron a sudarme las manos, temblarme el pulso y darme vueltas la cabeza, pero enseguida el mareo desapareció, y fue sustituido por el firme anclaje a la tierra que era la mano de Sabrae. Mis sentidos estaban alerta, pero no me abrumaban. Podía sobrellevarlo, si la mantenía cerca de mí.
               Y ella, evidentemente, no iba a abandonarme. No lo había hecho ni cuando yo me había comportado como un gilipollas con ella, ni cuando había hecho que su relación con sus amigas se resintiera, así que lo de ahora no era nada.
               Nada, desde luego, comparado con lo que le haría pasar a la semana siguiente. Claro que de eso, nosotros aún no sabíamos nada.
               -¿Interrumpo algo?-preguntó The Weeknd, metiéndose las manos en los bolsillos de los vaqueros negros (todo su atuendo era negro con toques bancos, que venían por el símbolo XO de la espalda de la chaqueta, las costuras de las mangas de su chaqueta y sus Converse) y alzando las cejas con intención. Sabrae se echó a reír, alborozada, y se limpió la boca  de manera inconsciente, como si no llevara puesto un gloss carísimo que se le mantendría intacto incluso si me la chupaba. Cosa que me encantaría ver, por cierto. Mi polla entrando en su boca jugosa, y con sabor a frutas, quiero decir.
               Céntrate, Alec.
               -Lo cierto es que sí-rió Sabrae, colgándose de su cuello y estrechándola entre sus brazos. Una parte de mí, pequeña, enfermiza y tóxica, constató no sin cierta alegría que no le abrazaba como me abrazaba a mí.
               Pero otra parte, mayor, poderosa, sana y entusiasmada, observó con interés cómo The Weeknd le pasaba las manos por la espalda a Sabrae. Era de los que abrazaban acariciando la espalda de quien estaba entre sus brazos, y no de los que se enganchaban a la cintura y ya no soltaban. Apoyó ligeramente la mejilla en la cabeza de Sabrae con los ojos cerrados, disfrutando del contacto que a mí tantísimo me gustaba, y mientras sus dedos recorrían la espalda de Sabrae, no era capaz de acallar las voces que gritaban: “¡La está tocando, la está tocando!”
               Si ya para mí el cuerpo de Sabrae era terreno sagrado, ahora era directamente la tentación hecha carne. De nuevo desquiciado, pero sin esa niebla cegadora que me cayó encima de un plumazo cuando tuve a mi cantante favorito a menos de un metro de mí, no pude dejar de idolatrar la cercanía y el contacto que mi chica estaba teniendo con él. Me apetecía lamerle todo el cuerpo no porque fuera ella, sino porque The Weeknd estaba dejando huellas invisibles de las que yo, como fan obsesivo que era, quería participar. ¡La está tocando! ¡Quiero lamerle todo el cuerpo!
               -¿Os lo habéis pasado bien?-preguntó, pero como en mi idioma no se distingue entre plural ni singular de la segunda persona, y él apenas me dirigió una mirada fugaz, pensé que se refería sólo a ella. Sabrae asintió con la cabeza, de nuevo entusiasmada, mientras yo esperaba intentando recopilar el suficiente aire para cuando mis pulmones se cerraran de nuevo y el fuego explotara en mi interior.
               -Sí, ha sido una pasada. Y es todo un detalle que nos hayas invitado al after party. Es la primera a la que voy.
               -Qué mentirosa eres-rió The Weeknd.
               -¡Eh! Es cierto. Es mi primera after party en el extranjero. ¡Es verdad! Ya sabes que no acompaño a papá a las entregas de premios fuera de Inglaterra, así que toda la diversión la monopolizáis vosotros-Sabrae se encogió de hombros.
               -Casi mejor. No creo que te viniera bien ver a tu padre en el estado en que se pone cuando gana un premio. Suerte que no es muy a menudo-rió él.
               -Tiene pocos menos que tú-comentó Sabrae, no sin cierto mosqueo en la voz. A pesar de que The Weeknd no lo decía en serio, Sabrae no toleraría ningún ataque a su padre. Era su mejor defensora, más incluso que su madre. Zayn había encontrado en ella a la mejor paladín, porque lo que Sherezade se callaba por considerar que no tenía suficiente relevancia una persona que se metiera con su marido, Sabrae lo soltaba por la misma razón: precisamente alguien irrelevante o que dijera mentiras sobre Zayn no se merecía encontrarse con silencio que permitiera las injurias-. En una carrera un poco más corta. Y con menos discos.
               -Sólo he oído “menos, menos, y más menos”-The Weeknd le guiñó un ojo y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Menos problemas, menos récords que le han batido y menos movidas con otros artistas-atacó Sabrae, alzando una ceja y poniendo los brazos en jarras. The Weeknd la miró un momento, impresionado, y luego se echó a reír.

               -Ya veo que me vas a dar por todos lados como siga hablando contigo mientras estés sobria, así que… os dejo un ratito. Pasadlo bien, ¿vale? Ya volveré más tarde, cuando no tenga compromisos sociales que atender-puso los ojos en blanco y fingió tirar de una soga atada a su cuello-, y nos pondremos al día sobre todo lo que nos queda pendiente.
                -Está bien-cedió mi chica, subiéndose al taburete sobre el que había estado sentada. The Weeknd hizo un gesto de reconocimiento en mi dirección, y lo único que pude hacer fue asentir. En cuanto se dio la vuelta y se marchó, sentí un gran alivio, porque podía respirar tranquilo, y a la vez una increíble decepción. Era como si estuviera hecho de hielo y hubiera esquivado por un pelo un río de lava, garantizando mi supervivencia, y, a la vez, evitando convertirme en vapor que acariciara las estrellas. Sabrae sonrió, acariciando su copa.
               -¿Ves? Te lo dije. Sabía que podías manejarte bien con él. Es sólo cuestión de práctica.
               -Seguro que piensa que soy un gilipollas porque no he abierto la boca en ningún momento. Ni siquiera le he dicho “hola”.
               -Bueno, si lo piensa es porque no te conoce. Si te conociera, sabría a ciencia cierta que eres gilipollas-Sabrae se echó a reír, sosteniendo su copa entre los dedos. La fulminé con la mirada.
               -¿Es que para ti soy un chiste?
               -No, amor, pero reconoce que tiene gracia la situación. Quiero decir… eres, de lejos, la persona más sinvergüenza que conozco.
               Arqueé las cejas.
               -¿Perdona?
               -Sin ánimo de ofender-añadió, guiñándome un ojo y saboreando su copa redonda, tipo cóctel. Yo me crucé de brazos.
               -No sé qué tiene más gracia: si que me lo digas por quién es tu hermano, o por cómo eres tú. A Scott no le ha dado vergüenza absolutamente nada en su vida, y tú literalmente has comprado entradas VIP con la experiencia de que nos colaran en el backstage. ¿Acaso no es tener eso más cara que espalda?
               -Scott te tenía a ti para competir, así que tu excusa con respecto a él no es válida. Y la mía… podría haber tenido más morro y haber venido a Barcelona con todo apalabrado, pero no sería tan divertido, ¿no crees? Aunque, si crees que no deberíamos estar aquí, siempre podemos irnos-Sabrae abrió mucho los ojos y se incorporó-. Puedo mandarle un mensaje a Abel diciéndole que me he puesto enferma y que nos hemos tenido que ir corriendo-señaló la puerta con el pulgar y yo respondí, con calma pero tajante:
               -Posa ese culo tuyo en la silla otra vez. No nos vamos a ir a ningún lado. ¿Es que estás mal de la cabeza? Estamos en la misma fiesta que el puto The Weeknd-le recordé, y Sabrae esbozó una sonrisa pagada de sí misma-. El hecho de que siquiera sugieras que nos vayamos me resulta incluso ofensivo.
               -¿Quieres volver a quedarte helado delante de él?
               -Esta vez no me he quedado helado.
               -Sí, pero no has abierto la boca, lo cual es un síntoma preocupante tratándose de ti.
               -Sé estar callado y ser discreto cuando conviene, Sabrae.
               -Alec-respondió ella, dejando su copa. Pronunció mi nombre con el mismo tono con el que yo pronunciaba el suyo cuando estaba a punto de darle una de esas lecciones magistrales en la vida que sólo la experiencia puede darte (no en vano, era 3 años mayor que ella, y había vivido más cosas desde mi despertar sexual que muchos hombres en toda su vida), y comprobé que había cierto deje de listillo en aquella manera de decir el nombre del otro. Curioso. Lo que en mí era chulería venida de la experiencia, en Sabrae era simplemente chulería por la anticipación de saber que me iba a dejar mal en un par de segundos. Y le encantaba disfrutar de esa pequeña sensación de anticipación-. Que hasta hace un mes, le tirabas los tejos a mi madre.
               -Nada está garantizado en la vida.
               -Está casada, Alec.
               -Eso no ha sido un problema para mí con anterioridad-me encogí de hombros y le guiñé un ojo. Sabrae bufó.
               -¿Tengo que recodarte el día que te pusiste a susurrarme guarrerías al oído cuando volvimos de la biblioteca?
               -Te he echado más polvos auditivos que veces han follado todas las putas de la historia, Sabrae. ¿Podrías ser más específica?
               -El día que tú tenías un examen al día siguiente y nos sentamos en el sofá a ver la tele con mi padre-me recordó, y yo me estremecí. Zayn estaba tumbado en el sofá contiguo; Sabrae y yo nos habíamos sentado en el otro extremo del que estaba libre, tapados con una manta porque hacía frío, y yo, que estaba aburrido de estudiar toda la tarde (bueno, vale, había pasado gran parte del tiempo en la biblioteca jugando al Candy Crush), me había dedicado a gemir en su oído lo que le haría después de cenar. La manta había servido para acariciarle los muslos, pero ella no me había dejado llegar a su entrepierna, puede que porque supiera que no podríamos parar si yo tocaba su sexo, o puede que porque no quisiera que me burlara de ella por lo mojada que había conseguido ponerla con sólo relatarle lo que quería hacerle.
               -Ah, sí, me acuerdo. ¿Por qué? ¿Quieres que lo repitamos?-ronroneé.
               -No.
               -¿Segura, bombón? Porque… te queda muy bien ese top. Y esos pantalones son lo bastante cortos como para invitarme a soñar. Puede que esté pendiente de The Weeknd, pero nunca voy a estar lo bastante ocupado con nada como para ponerte cachonda como una perra-a medida que empecé a hablar, me había ido inclinando hacia ella, sonriente. Ahora, tenía su rostro a unos centímetros del mío. En sus manos estaba rechazarme o alentarme a repetir aquella hazaña. En una fiesta en la que nadie nos conocía, nos daría igual buscar un rincón apartado, a falta de un baño. Nadie nos echaría de menos.
               Ya me estaba viendo bajándole los pantalones, agarrándola de las caderas, levantándola del suelo y hundiéndola despacio en mi polla detrás de alguna planta más alta que las demás, cuando Sabrae me cogió la cara y me apartó hacia un lado.
               -No te desvíes de la conversación. Creo que estábamos hablando de que eres un sinvergüenza sin autocontrol, y lo que me acabas de proponer no deja de demostrarlo.
               -Debes de ser la única chica inmune a mis encantos.
               -La oferta es muy tentadora, créeme.
               -No lo suficiente. Venga, dime, ¿cuántos botones?-empecé a regatear, y Sabrae esbozó una sonrisa torcida, divertida. No era su sonrisa chula, sino la de una chiquilla que se lo está pasando bomba y que no termina de acostumbrarse a que su chico esté siempre dispuesto a complacerla mientras la hace reír. Hay muchas parejas que piensan que no puedes reírte en situaciones de tensión sexual, que una gracia moderada es parte del coqueteo, pero una carcajada lo estropea completamente. Yo era más bien de los que pensaba que la risa conquista el corazón de las mujeres, y mira dónde estaba yo y dónde estaban los demás: a base de ser un payaso, había pillado a la chica más increíble del universo.
               -No llevas camisa, Al-me recordó, y yo me di cuenta de que probablemente se estaba riendo de eso. Cuando empezamos a quedar de forma más rutinaria, habíamos descubierto que nuestros intereses chocaban en ocasiones más de lo que nos esperábamos, de modo que, en ocasiones, había que compensar al otro por los sacrificios que hacía, o poner todas las cartas sobre la mesa y jugarlas lo mejor posible. Las cartas de Sabrae eran la profundidad de sus escotes y la longitud de sus faldas; las mías, los botones de mis camisas. A más piel al aire, más posibilidades había de ganar.
               Suerte que mis defensas eran fuertes y espabiladas, ya que a ella le encantaban mis pectorales y mis abdominales por igual, así que cuando no me dejaba opción a ofrecerle desnudez y comenzábamos a regatear, Sabrae se las apañaba para que yo terminara con la camisa abierta. En ocasiones, incluso, sin ella. Desgraciadamente, por la mierda de las convenciones sociales y el machismo, ella no podía ir con las tetas al aire.
               Claro que, pensándolo mejor, era mejor que sólo pudiera recurrir a ponerse escotes. Si cuando la veía en sujetador a mí se me secaba la boca, no quería ni pensar en lo que me pasaría si me enseñaba sus pechos para salirse con la suya. Seguramente pasaría por el aro con absolutamente todo lo que me propusiera.
               -Oh-chasqueé la lengua-. Llevas razón. Bueno… doble o nada son mis apuestas preferidas-sentencié, y ni corto ni perezoso, me quité la camiseta y la dejé sobre la mesa. Sabrae me miró con ojos como platos, sorprendida. A pesar de que el tamaño de sus ojos no cambió, sí lo hizo su expresión: pasó de sorpresa al hambre, y del hambre a la necesidad más absoluta. Incluso barajé la posibilidad de vestirme de nuevo, dejándola con las ganas de terminar de comerme con los ojos, como ella había hecho un millón de veces conmigo. Sin embargo, yo no era cruel. No había en mí esa maldad que se manifestaba en ella, y que nos hacía disfrutar a los dos cuando yo menos me lo esperaba.
               Así que así me quedé, vulnerable a los antojos de los elementos, con el viento del mar barcelonés acariciándome el pecho a la par que el pelo, mientras Sabrae continuaba observándome como si no pudiera creerse que yo fuera real. Hay que ver. Me arañaba por las noches, dormía a mi lado, me manoseaba todo lo que se le antojaba y más en los horarios que, para colmo, ponía ella, y aun así seguía sin ser capaz de procesar que yo no era ningún espejismo, sino lo más real que había tenido en su vida. Ni siquiera el payaso de Hugo, que se había quedado con su virginidad, había disfrutado de esa admiración como lo hacía yo.
               Lo bueno de nuestra relación es que era recíproco, y si yo estaba convencido de que ella era una diosa, ella también creía lo mismo de mí. Si tenía fundamento alguno o se sustentaba en pilares de aire, aún no lo sabía, pero por si acaso, no tenía prisa en averiguarlo.
               Le di un último sorbo a mi copa y me recliné contra el borde de cristal de la terraza, dejando caer un brazo que colgó sobre el océano negro como boca de lobo. Sabrae seguía mirándome, analizando mis músculos en ligera tensión por la postura, recordando qué era capaz de hacerle ese cuerpo y con cuánta presteza estaba dispuesto su dueño a cumplir todos sus deseos.
               -¿Sigues resistiéndote a mi proposición?-coqueteé, y ella levantó los ojos a regañadientes para encontrarse con los míos.
               -¿A cuál de ellas?-dijo sin embargo, porque es el animal más chistoso del planeta. Me reí.
               -Te dejo elegir.
               -Creo que voy a mantener mi no. Aunque no es muy firme, pero, ya sabes… cuando empiezas, ya no puedes parar. Y quién sabe si no te empezaría a decir que sí a todo lo que me pidieras.
               -¿Con efectos retroactivos?
               -Puede ser.
               -Mm. No sé si me gusta dejarte margen de maniobra. Técnicamente, aún llevo un botón abrochado-comenté, jugueteando con mi bragueta. Sabrae clavó los ojos en el bulto de mi entrepierna, se sonrojó (era increíble que pudiera verlo con esa luz, pero lo hacía) y, después de un instante de vacilación en el que a punto estuvo de dejarme ganar, recordó que era una mujer orgullosa por naturaleza, y no se iba a dejar domar tan fácilmente. Tanto mejor para mí. Lo que más me gustaba de ella era lo salvaje que era, como si estuviera hecha de viento de otoño y no entendiera de la llegada de diciembre.
               Aunque si soy sincero, estaba descubriendo una faceta de ella que también me encantaba: la urgencia por poseerme, como si el resto de chicas fueran su competencia. Chicas que, por cierto, estaban ansiosas por entrar a la palestra: desde que me había quitado la camiseta, los murmullos femeninos de nuestro alrededor habían descendido con creces, como si una burbuja se hubiera expandido en torno a nosotros impidiéndonos escuchar. Llevaba años de práctica en el arte de la seducción, de modo que había desarrollado un sexto sentido que ahora estaba revolucionado: todas las chicas en un radio de cinco metros a la redonda se me estaban comiendo por los ojos. Sabrae, más inexperta en estos temas, lo notaba también. Tener unos ojos que le permitieran ver a mi alrededor, y sobre todo a mi espalda, donde las chicas eran más descaradas, hacía que fuera tan buena en ese juego como lo era yo.
               Me divertí viendo cómo clavaba los ojos en el resto de chicas, una a una, haciendo que éstas apartaran la mirada, derrotadas, hundidas y también decididas a meterse entre nosotros en cuanto se les presentara la oportunidad. Las pobres pensaban que una chica que apenas llegaba al metro cincuenta no tenía nada que hacer con un hombre como yo, y que lo que yo necesitaba era una mujer y no una cría. Como dice mi madre, la ignorancia es muy atrevida, y ninguna de aquellas chavalas tenía ni la más mínima posibilidad conmigo. Sabrae no tenía con ellas ni para empezar.
               Lo cual no obstaba de que me lo pasara bomba viendo cómo hacía que la competición se acabara antes incluso de empezar.
               -Somos posesivas, ¿eh?-me reí de nuevo, incorporándome hasta quedar frente a ella. Vi en sus ojos cómo varias chicas volvían a mirarme, pues los músculos de mi espalda causaban sensación entre las tías. No era para menos. No había ángulo de mi cuerpo que no fuese jodidamente perfecto: de alguna manera había que suplir mis carencias mentales, ¿no?-. Debería ponerte celosa más a menudo.
               -Seguro que te encantaría ver cómo me engancho de los pelos con alguna de estas chicas-rió, pero su risa fue falsa. No quería considerarlo seriamente, pero la realidad era que lo estaba haciendo.
               -¿Me dejas elegir con cuál?-pregunté, y su risa de siempre, esa que yo adoraba, regresó. Estiré la mano para alcanzar la camiseta, pero ella protestó.
               -No. Quédate así un rato-cuando alcé una ceja, recriminándole en silencio que me arriesgara a coger una pulmonía, agregó-: te mereces un pequeño castigo por hacerme sentir así.
               -¿Celosa? Nena, ver cómo me miras por estar sin camiseta es gratificación suficiente, créeme.
               -Ah, ah-respondió, inclinándose hacia delante como si me fuera a confiar un secreto, y en ese tono continuó-: cachonda.
               Me dejó diez minutos a la intemperie, hasta que levantamos tantas miradas que incluso ella, que no tenía reparo en ser el centro de atención, empezó a sentirse incómoda. Me tendió la camiseta para que me la pusiera, y cuando yo le dije que me lo tenía que pensar, puso los ojos en blanco, se rió y negó con la cabeza. Vino un camarero a traernos más copas, y tras bebérnoslas, nos levantamos de la mesa y fuimos a bailar en la pequeña pista que había cerca de la fachada del edificio, cuyo borde estaba constituido por la piscina. Sabrae se pegó a mí y yo me pegué a ella, frotándonos el uno contra el otro como si no hubiera un mañana (aunque no desentonábamos en aquel ambiente, también debo decir), disfrutando de que estábamos en un lugar en el que no nos conocía nadie, en un país que nos era ajeno, en la azotea de un edificio de cinco estrellas y con todos los gastos pagados. No podíamos sentirnos más vivos y eufóricos. La adrenalina del concierto aún corría por nuestras venas, de modo que mezclada con la sensación de euforia de la fiesta, nos sentíamos inmortales, sin nada que perder.
               Además, estaba preciosa. Su maquillaje no se había corrido lo más mínimo: cualquiera que hubiera entrado ahora en la fiesta, habría pensado que tan solo llevábamos unos minutos fuera de la habitación del hotel, en lugar de todo el día. Estaba feliz, liberada, y por ello, hermosísima. Cuando me incliné hacia ella para besarla y probar esa sensación de su boca, amplificada por el sabor del alcohol y sus labios, supe que yo era la persona con la adicción más intensa de aquella azotea, a pesar de que The Weeknd compartía fiesta conmigo.
               Empezamos a beber. No porque tuviéramos penas que ahogar o quisiéramos olvidar el día, o creyéramos que necesitábamos mejorarlo con el alcohol, sino, simplemente, porque nos apetecía. Aquella era la noche de los impulsos: ahora que lo habíamos hecho todo, que habíamos cumplido con el objetivo que nos habíamos impuesto, podíamos hacer lo que se nos antojara. Además, el alcohol era el mejor que había probado en mi vida. Se notaba que los que corrían con los gastos les daba igual cuántos ceros añadir en el cheque de su cuenta bancaria: no había que elegir entre calidad y cantidad, pues podían tener las dos cosas sin preocuparse por hacer horas extra. Entre bebida de chupitos, cócteles o copas, amén de besos con Sabrae, me prometí que haría lo que fuera para conseguir proporcionarle esa vida. Estudiaría lo que hiciera falta. Me rompería los cuernos como un cabrón. Ya no tenía manera de salvar el curso, pero eso no quitaba de que no pudiera tener notas perfectas si repetía. Me prepararía a fondo la selectividad, intentaría entrar en alguna carrera chunga, de ésas con una nota de corte imposible porque una vez entras en la carrera, ya tienes garantizado un futuro laboral exitoso.
               Arquitectura. Sí, arquitectura podía estar bien. No se me daba especialmente mal dibujar, las mates no me parecían tan imposibles como al resto de mis compañeros, y tenía a Dylan para darme clases particulares. Sí, joder. Estudiaría arquitectura, me deslomaría como el que más, y en unos años tendría un puesto mínimamente decente con el que poder pagarme viajes en condiciones con Sabrae. Quizá no llegara a fiestas de ese calibre antes de los 27, pero, por lo menos, a los 23 ya podría llevármela a hoteles como ése. Nada de antros enanos sin ascensor, ofertas de vuelos ni bonos de transporte público. Hoteles de lujo, vuelos en primera clase, y chófer en nuestros lugares de destino.
               Ella se lo merecía.
               Y yo se lo iba a dar.
               -Te voy a dar todo esto-le grité por encima de la música, y ella abrió los ojos y me miró. Siguió al ritmo que marcaba la voz del cantante, al cual no identifiqué en el momento. Sólo después de un par de segundos me di cuenta de que era Jason Derulo. Por supuesto. Sólo con él podía cambiar Sabrae tanto de parecer como para apetecerle besarme, y sólo con él podía yo decidir darle un giro de 180 grados a mi existencia para conseguir darle lo que ella se merecía.
               -¿Qué?
               -¡Que te voy a dar todo esto!-le grité en el oído, y Sabrae se rió, me dio un empujoncito en el pecho y negó con la cabeza. Su melena me flageló el rostro.
               -¡Creía que habíamos decidido disfrutar sin más de la fiesta! ¡Ya tendremos tiempo para follar cuando se termine!
               Giró sobre sí misma, brincando como una posesa, entregada al ritmo de la canción con aires de verano en una primavera a la que aún le quedaba mucho por vivir. Tardé un poco en comprender que creía que me refería a mi cuerpo, en lugar de a todo lo que nos rodeaba, por el sencillo hecho de que no me estaba mirando cuando yo le hablé. De modo que le cogí la mano y la giré para que volviera a mirarla.
               -¡No!-me hice oír por encima del ruido de la música, la gente, las copas entrechocando y el alcohol cayendo contra el cristal-. No me refiero a mí. Ya me tienes. Me refiero a todo esto-hice un gesto abarcando toda la terraza, y Sabrae me miró, sin entender-. Las fiestas, la gente, los lujos. El alcohol caro y bueno, de ése que apenas te deja resaca incluso aunque entres en coma etílico. La ropa de marca, los bolsos de diseño, las joyas, las suites, los vuelos privados. Todo eso. Eres una diosa, es lo que te mereces, y es lo que te voy a dar.
               -Alec…-empezó, pero yo le puse un dedo en los labios y negué con la cabeza.
               -Ya se me ha ocurrido cómo. Este viaje me ha abierto los ojos. me has abierto los ojos, nena. Me voy a poner a estudiar como un cabrón. Mi sueldo de mierda de repartidor de Amazon no conseguiría esto ni en un millón de años, pero hay trabajos con los que sí. Por ejemplo, el de mi padrastro-frunció los ojos, sin comprender-. Así que me voy a poner a estudiar como un cabrón en cuanto lleguemos a casa. Hago los turnos que tengo pedidos, y luego, a la biblioteca.
               No se me escapó la expresión de sorpresa que cruzó su rostro, aderezada con un poco de recelo; sin embargo, cuando escuchó la palabra “estudiar”, la expresión de Sabrae cambió radicalmente. Sonrió, ilusionada. Eso era lo que llevaba discutiendo conmigo desde el principio; llevaba tratando de arrastrar una losa increíblemente pesada en dirección a la cima de la montaña meses, y ahora, de repente, la losa se había convertido en un globo aerostático.
               -Me sacaré una carrera en condiciones, conseguiré un trabajo en condiciones, y tendré un sueldo en condiciones con el que darte todos los caprichos del puto mundo. ¿Me oyes?
               -¡Te vas a graduar!-celebró Sabrae-. ¡Genial! ¡Podrás hacer el viaje a Italia!
               -Me la suda el viaje a Italia-respondí, algo que jamás había pensado que podría llegar a decir. Que mis padres me hubieran ofrecido ese viaje si conseguía graduarme, sabiendo que era uno de los sueños de mi vida, decía bastante de la fe que tenía todo el mundo depositada en mí. No era motivación suficiente. Italia no se iba a mover del sitio. Sabrae, sin embargo… tenía un montón de opciones a su alcance, y yo debía estar a la altura de que me hubiera elegido a mí de entre todas ellas-. Que le jodan a Italia. Lo que quiero es que todos nuestros viajes sean como éste. Alcohol de hace treinta años, sábanas de seda en camas con vistas al mar, y piscinas con luces de colores a cincuenta metros del suelo. Me gustas muchísimo más ahora que nunca-le confesé, cogiendo su rostro entre mis manos-. Llevo pensándolo toda la noche. Y ya sé por qué es. Es porque estás en tu elemento. No haces que el ambiente desentone. Has nacido para esto, Sabrae.
               -No tienes que sentir que debes darme absolutamente nada de esto, Al. A mí me basta contigo.
               -No quiero que te baste. Ni que te conformes. Puedes tenerlo todo. Deberías tenerlo todo. Además… tú también puedes participar de ello-susurré, dándome cuenta de que ser una mantenida no era lo que Sabrae quería. Sin embargo, ella se rió.
               -Vaya, así que, ¿en eso van a consistir nuestras vidas? ¿En consentirnos el uno al otro?
               -Pues… sí. Se acabaron los hostales, el no facturar equipaje, y sobre todo, el marcarse simpas.
               -Con lo del simpa me basta-rió, pero me acarició el pelo, empezando por la oreja y terminando en la nuca-. Jo, Al… me alegro tanto de que hayas tomado esta decisión…
               -Sería un gilipollas y un egoísta si no lo hiciera. Pero bueno, ya discutiremos los detalles esta semana-le besé la cabeza-. Hoy nuestra obligación es disfrutar. Lo cual me recuerda…-miré en dirección a The Weeknd, que estaba sentado en unos sofás de cuero negro, hablando y riéndose con una modelo sentada al lado-, tengo que hacer una cosa. ¿Me disculpas?
               -Ve a por él, tigre-ronroneó Sabrae, riéndose y empujándome en dirección a The Weeknd. Ella también me sentía con energías renovadas, como si fuera capaz de enfrentarme a un dragón furioso.
               Bueno, puede que lo del dragón fuera pasare, pero ir a hablar con The Weeknd no.
               Me acerqué al grupo ignorando la manera en que me empezaron a temblar las piernas cuando la primera de las modelos me miró. Un chispazo de genuino interés encendió sus ojos, y supe que, de ser los dos iguales en estatus, sería yo y no The Weeknd quien estaría a punto de follársela.
               The Weeknd estaba sentado con dos tíos a los que no había visto en el escenario, pero que por los reportajes que me había tragado de él sabía que eran sus mejores amigos, Dooly y Henny.
               -Vaya, el tío tiene buen gusto-comentó uno de ellos. Vale, no sabía quién era quién. Tampoco estaba tan pirado.
               Bueno, sí, de normal sabría quién era quién. El problema es que estaba un poco borracho. Por eso, precisamente, podía estar cerca de The Weeknd sin desmayarme.
                -Abel, tío, tenemos una brecha de seguridad-rió el otro, y yo me sentí un poco gilipollas por plantarme delante de aquellos tres, amén de las modelos, a las que dejé de contar cuando llegué a seis (dos para cada uno, guau), con una camiseta estampada con la portada de Beauty behind the madness.
               -De brecha de seguridad nada, tío. Deja a mis fans en paz. Le he invitado yo, ¿sabes? Es el novio de Sabrae.
               DIOS.
               MÍO.
               PERO QUÉ BIEN SUENA “EL NOVIO DE SABRAE" DE LA VOZ DEL PUTO THE WEEKND.
               Debería pedirle que me grabara un audio diciéndolo para que lo escuchara todas las noches antes de dormir.
               -Álex, ¿verdad?-añadió Abel. Y mi cerebro se desconectó.
               Pero no mi lengua.
               Por lo que solté:
               -En realidad, es Alec. Pero bueno, lo suficientemente cerca-hice una mueca mientras mi cabeza se ponía a trabajar a toda hostia, tratando de descubrir cómo hacía para minimizar el hecho de que acababa de corregir a The Weeknd. Claro que mi lengua, una vez más, corrió más que yo, y solté-: venía a decirte que ya se me ha terminado el ictus, así que vuelvo a ser una persona normal.
               The Weeknd me miró de arriba abajo, pasmado, y justo cuando pensé que me iba a morir de la vergüenza, empezó a descojonarse. Sus amigos lo miraron sin entender, y me miraron a mí cuando me uní a sus carcajadas. ¡Me estaba riendo con The Weeknd! Pero qué puta pasada.
               -Me alegro por ti, tío. Me habías acojonado un poco, la verdad. Creía que el siguiente concierto lo tendría que dar en una habitación de hospital, para compensarte por las molestias.
               -Pero, hombre, no me digas eso, que entonces me veo en la obligación de comerme un bombilla o algo así. No llevo esta camiseta por postureo, ¿sabes? Te sonará a cliché y estarás hasta los huevos de oírlo, pero te quería dar las gracias por la música tan cojonuda que haces. No te estoy lamiendo el culo ni nada, es sólo que… jamás en mi puta vida pensé que te lo podría decir, así que tengo que aprovechar.
               -Tira, tira-rió The Weeknd, recostándose en su sofá.
               -Vale-solté una risita nerviosa y continué-. Pues el caso es que eres mi cantante favorito, macho. Es en serio. No es por ir de intensito ni nada, pero me sé todas tus putas canciones. Todas. Incluso las que no has sacado pero alguien ha filtrado. Ésas también. Tengo todos tus discos en CD, y algunos también en vinilo. Todo lo que haces me flipa, tío. El merchandising, los putos vídeos, las putas giras… todo es tan jodidamente impresionante como tu música. Estoy bastante seguro de que si pudieras follarte a Cleopatra, sus gemidos sonarían a tus putas canciones.
               The Weeknd se echó a reír.
               -Te voy a invitar a venir conmigo de tour como sigas así, tío. Le subirías la moral a cualquiera.
               -Bueno, sólo a ti. No suelo ir lamiéndole el culo de esta manera a la gente, pero tú te lo mereces, Abel, tío, en serio. Estoy bastante seguro de que no eres consciente de las putas pasadas que haces. Ni siquiera los premios que te dan le hacen justicia-me encogí de hombros-. Literalmente haces música para que todo el mundo folle. ¿Tienes idea de lo impresionante que es eso? Joder, imagínate si no me gustará tu música, que literalmente no la ponía cada vez que me tiraba a una tía porque no quería que esa tía me lo estropeara.
               -Entonces, ¿cómo sabes…?-empezó uno de sus amigos, y yo le miré.
               -Porque lo hago con Sabrae. Y déjame decirte que es… guau-miré a The Weeknd de nuevo-. No hay putas palabras. O sea, ya Sabrae en sí te deja sin aliento, pero es que verla desnuda, con tu puta música sonando de fondo, o ponerla mientras me la follo…-negué con la cabeza-. Sin ánimo de ofender, pero si lo he hecho con Sabrae con Starboy sonando de fondo, no creo que me vaya a dar un ictus con nada. Ni siquiera con tenerte delante.
               The Weeknd bufó una risa.
               -Dice mucho de ella que hables así.
               -Que no te parezca mal, ¿eh?
               -Tío, no te creas que soy virgen ni nada por el estilo. La canción de American Dad era mentira-me guiñó un ojo-. ¿A ti te parece que…?
               -No, pero aun así, gracias. Incluso aunque no te costara nada hacer la música, yo la aprecio un montón, de veras. Eres jodidamente genial. Espero que no te jubiles nunca.
               -Entonces, me imagino que no tengo que preguntarte si te ha gustado el concierto de hoy.
               -¿Es broma? Ha sido impresionante. El mejor festival en el que he estado en mi vida, y eso que sólo te he prestado atención al 100% a ti.
               -¿Habías venido a verme alguna vez más?
               -Ésta es la tercera.
               -Ah, bueno, entonces el concierto de hoy estará en tu top 3-bromeó, y yo me eché a reír-. ¿Qué otras veces?
               -Las dos en el O2. Una en grada y otra en pista.
               -¿Los dos últimos?
               -Sí, hace 5 y 2 años.
               -¿Cuántos años tienes?
               -Cumplí 18 el mes pasado.
               The Weeknd silbó,  y miró a sus colegas.
               -Vaya, las madres de hoy en día… dejando que sus hijos me escuchen con 13 años. Estamos criando una generación de degenerados-los dos amigos de The Weeknd se echaron a reír.
               -Bueno, tío, eh… sólo era eso. Gracias por la música, gracias por el concierto, gracias por la fiesta, y…
               -Eh, espera, no te vayas aún. Sabrae se lo sabe pasar bien sola-me guiñó un ojo-. No la conozco tan bien como tú, pero necesito que me digas una cosa. Verás, en nada saco el nuevo disco, y el concierto de hoy ha sido un poco una prueba para ver cómo hago el tour.
               -Va…le-dije, asintiendo con la cabeza, sin ver adónde quería llegar. No había comparación entre un concierto de una gira propia y un concierto en un festival. Para empezar, en el festival el tiempo estaba mucho más restringido que en un concierto propio. Además, estaba el escenario, que no podías diseñar a tu antojo, aunque sí podías decorarlo un poco. Y luego, el público, por supuesto. Claro que The Weeknd no tenía ese problema, pues siendo cabeza de cartel, era el último en actuar, y el que se garantizaba que los que estuvieran presentes viéndolo fueran fans suyos. Quien no tuviera interés en él, podía marcharse. No era lo mismo ser el último que ser uno de los de en medio.
               -La cosa es, ¿hay algo del concierto que cambiarías?
               -¿Como qué?
               -Lo que sea. Cualquier cosa que se te ocurra que no te haya gustado.
               -Me ha gustado todo.
               -Sí, pero… ¿hay algo que no te haya entusiasmado como lo demás?
               Torcí la boca.
               -No me voy a ofender-me aseguró.
               -Bueno… supongo que no es posible en todos los conciertos, pero… Kendrick Lamar estaba hoy aquí. Actuó algo antes que tú. Podrías haberlo sacado a cantar Pray for me.
               -¿O sea…?
               -Colaboraciones. Estaría guay tener colaboraciones. Tú que has trabajado con tanta gente, seguro que puedes organizar unas cuantas a modo de sorpresa.
               -Vale. Sí, es bastante razonable-se rascó la barba-. ¿Algo más?
               -Bueno, también estaría guay que rescataras algunas canciones que hace tiempo que no tocas. Sobre todo, de las primeras. Las nuevas están muy bien, y los tours nuevos se diseñan para cantar lo más posible del nuevo disco, pero… también estaría muy guay tener canciones viejas, sobre todo porque hay algunos que no pudimos escucharlas en directo.
               -Podría hacerse, sí. Alargando el concierto-miró a sus colegas.
               -No creo que la gente proteste-le dijo uno.
               -Créeme, no lo haríamos-aseguré.
               -Tampoco quiero aburrir al personal.
               -Abel, tío, que los que vamos a tus conciertos estaríamos encantados de comernos tus mierdas-espeté sin saber lo que estaba diciendo hasta que lo escuché en el aire. Todos aullaron carcajadas-. Vale, ha sido un poco exagerado, pero es verdad. Si hicieras un concierto de diez horas, yo estaría encantado.
               -¿Y qué pondrías en esas diez horas?
               -Often sin duda. Es nuestra canción-expliqué, mirando a Sabrae, que se había hecho amiga de tres chicas en mi ausencia-. Realmente bastantes de las que has cantado hoy… bueno, todas. Can’t feel my face… Shameless…
               -Can’t feel my face es cojonuda-consintió uno de los amigos de The Weeknd.
               -Sí, tío, no sé por qué cojones has dejado de cantarla.
               The Weeknd puso los ojos en blanco.
               -Me dieron una puta hora, ¿qué queríais que hiciera?
               -Ya, sí, si el problema es el tiempo, todos lo entendemos-aseguré-. Y, por un lado, se me ocurre que podrías ir rotando entre canciones viejas. Es decir, tocar siempre las nuevas, elegir las más exitosas de las viejas para dejarlas también fijas, y luego ir rotando. Aunque yo me suicidaría si fuera a un concierto tuyo y no cantaras una que  quisiera escuchar, pero lo hicieras al siguiente.
               -¿Cuáles te gustaría escuchar?-preguntó él.
               -Pues las que te acabo de decir estarían genial, por ejemplo. También Earned it, que sé que no sueles cantarla, pero…
               -¿Te gustaría escucharlas?
               -¿Eh?
               -Can’t feel my face, por ejemplo. ¿Te gustaría escucharla?
               -¿En un concierto? Sí, claro, eso te estaba diciendo.
               -No, me refiero a ahora.
               -¿AHORA?-ladré, sin poder contenerme. The Weeknd se echó a reír.
               -Sí, tío. Igual te sorprende, pero mi herramienta de trabajo es la voz, y la llevo siempre conmigo. Hay un micro donde el DJ, así que…
               No podría creerme lo siguiente que sucedió ni en un millón de años. The Weeknd se levantó, se limpió restos de un polvo blanco (que, sospeché, no era harina) del pantalón y echó a andar en dirección a la zona donde estaban poniendo la música. La multitud se apartaba a su paso como si fuera Moisés atravesando el Mar Rojo, y yo le seguía como su más fiel servidor. Se inclinó para hablar con un camarero, que asintió con la cabeza y desapareció por las puertas en dirección al interior del edificio, del que volvió a los pocos minutos acompañado de otros camareros con varias sillas y una guitarra.
               The Weeknd se subió a la tarima del DJ y cogió el micrófono que le tendieron.
               -Vale, he recibido quejas esta noche sobre mi patética elección del repertorio…-puse los ojos en blanco y Sabrae me miró.
               -¿No le habrás protestado por…?
               -Sabrae, es el puto The Weeknd. Podría ponerse a tirar pedos y a mí me sonaría mejor que Mozart, ¿a ti te parece que yo le criticaría por algo?
               Sabrae sonrió.
               -No sé por qué me daba a mí que le habías dado una idea…
               -¿Yo? Si soy más bueno que el pan. No mataría ni a una mosca-ronroneé, rodeándole los hombros con el brazo. Ella se abrazó a mi cintura.
               -Mira que eres mentiroso…
               -Así que vamos a hacer un experimento, ¿vale? Os voy a cantar un par de canciones, y vosotros me vais a decir si mi directo es lo suficientemente bueno como para considerar resucitarlas en mis futuras giras. ¿Os parece bien?
               Y, entonces, se puso a cantar Can’t feel my face. Nos hizo dar saltos a todos como si estuviéramos en el concierto de nuevo. Nada había cambiado, excepto el tamaño del escenario y el público, por supuesto. Yo estaba pletórico. Nada podía mejorar aquella noche, o eso pensaba, hasta que estiró la mano en dirección a Sabrae.
               -También me han pedido colaboraciones, y a falta de Ariana Grande… ¿Sabrae?
               -¿Sí, Abel?-Sabrae aleteó con las pestañas, segura de sí misma.
               -¿Cantas conmigo Love me harder?
               -Creía que esa canción era de Ariana y no tuya. ¿Tienes los derechos para cantarla en directo?-coqueteó.
               -No seas estrecha y ven aquí, niña. Si te atreves, claro.
               -¿Atreverme? A ver si te atreves a seguir cantando después de mí, payaso-contestó Sabrae, apartándose el pelo del hombro y subiendo de un brinco a la tarima donde la esperaba The Weeknd-. Ya verás. Voy a acabar contigo.
               -Ni siquiera tu padre pudo conmigo, ¿vas a poder tú?
               -Mi padre no es hijo de mi madre-contestó Sabrae, cogiendo el micro que le tendieron y guiñándole un ojo. Se había colocado en el centro del escenario de modo tan natural que nadie se dio cuenta hasta que The Weeknd se retiró a un segundo plano, paseándose por detrás de ella como un animal enjaulado. En cuanto empezó la música, Sabrae cogió aire y empezó a entonar en un tono tan dulce que ningún diabético podría escucharla sin que se le disparara la glucosa-. Tell me something I need to know, then take my breath and never let it go.
               Sabrae clavó los ojos en mí, sonrió, estiró la mano como si quisiera alcanzar algo que pendía del cielo, justo frente a ella, y continuó:
               -If you just let me invade your space, I’l take the pleasure, take it with the pain.
               Empezó a mover el torso al ritmo de la música, balanceándose de un lado a otro despacio, como un junco en la orilla de un río.
               -And if in the moment I bite my lip, baby in that moment you’ll know this is something bigger than us and beyond bliss, give me a reason to believe it. Cause-Sabrae se inclinó hacia atrás, dando un paso hacia delante y proyectándole su voz a las estrellas-, if you want to keep me, you gotta gotta gotta gotta got to love me harder. And if you really need me, you gotta gotta gotta gotta got to love me harder.
               Se atrevió a hacer las florituras que hacía Ariana con la voz, pero adaptadas a su tono, más grave que el de la americana.
               -Love me, love me love, harder, harder, harder-casi jadeó, y como si llevaran ensañando meses, The Weeknd se adelantó hacia ella por la derecha, que se lo quedó mirando con una sonrisa en los labios.
               -I know your motives and you know mine, the ones that love me I tend to leave behind. If you know about me and choose to star, then take this pleasure and-The Weeknd le acarició el mentón a Sabrae-, take away the pain.
               Sabrae aguantó bien el tipo antes de echarse a reír, divertida por la situación. Que The Weeknd  cantara esa canción con Ariana Grande era una cosa, ya que eran cercanos en edad, pero que lo hiciera con Sabrae, con quien se llevaba 30 años, y era la hija de uno de sus principales compañeros en la industria, no dejaba de tener cierta parte cómica.
               Además, estaba el hecho de que Sabrae me estaba cantando a mí.
               Siguieron cantando la canción con los tiempos bien repartidos, turnándose para eclipsar al público y compartiéndonos sin ningún problema. En el puente, se pusieron frente a frente, haciendo honor al momento de la canción original en que Ariana y The Weeknd parecían mantener una conversación.
               -So what I do if I can’t figure it out?-le preguntó The Weeknd.
               -You got to try, try, try again.
               -So what I do if I can’t figure it out?
               -I’m gonna leave, leave, leave again-Sabrae subió la nota final un poco, sonrió cuando le salió bien la jugada, y se rió al empezar el estribillo final.
               Cuando terminaron, nos pusimos a aplaudirlos como locos; tanto, que a mí incluso llegaron a dolerme las manos. Sabrae hizo una pequeña reverencia, riéndose, y trató de bajarse del escenario, pero The Weeknd la detuvo, se inclinó a decirle algo al oído, y le dio una palmadita en la espalda antes de entregarle también su micrófono. Sabrae asintió con la cabeza, colocó uno de los micrófonos en un pie que acababan de colocar, y se sentó en uno de los taburetes que habían dejado para la ocasión, junto con la guitarra.
               Mientras uno de los guitarristas de The Weeknd subía al escenario y se aseguraba de que su instrumento estuviera afinado, Sabrae colocó el otro micrófono frente al pie que había frente a ella y se atusó el pelo.
               -Vale, hola-canturreó, ajustando el micrófono-. ¿Qué tal? Bueno, para los que no me conozcáis, yo soy Sabrae. Se me conocerá a partir de ahora como la chica que dejó sin carrera a The Weeknd-sonrió, y nos reímos. Sabrae se relamió los labios y se tiró de las mangas de la chaqueta, un poco nerviosa-. A algunos os sonará mi cara, porque soy algo así como famosa. Bueno, no “algo así”. Mi padre hizo una canción con mi nombre y ganó un Grammy por ello. Os sueno fijo, porque es Zayn. Ya sabéis, el dios de la música-comentó, y le siguieron más risas-. Veréis, la razón de que esté aquí esta noche es porque hay una persona muy especial en mi vida-sus ojos se deslizaron hacia los míos, y me dedicó una dulce sonrisa-, a la que le encanta The Weeknd, así que para San Valentín y su cumpleaños, decidí regalarle venir a su concierto. No aceptéis menos regalo, chicas-ronroneó, y las chicas aplaudieron y la jalearon-. El caso es que él es súper fan de Abel, se sabe todas sus canciones, pero por motivos de tiempo ya sabéis que hay algunas que se tienen que quedar fuera del repertorio. Pero hay una que le gusta mucho y que no quería quedarse sin escuchar en directo, así que como Abel no quiere cantar más, me ha pedido que la cante yo-Sabrae cruzó las piernas-. Prestad atención, por favor, porque luego pasaremos con un sombrero en el que podréis echar una limosna. Sed generosos, que no tenemos dinero para el avión de vuelta-rió por lo bajo, miró al guitarrista, asintió con la cabeza y esperó mientras los primeros acordes de la canción que le había sugerido antes a The Weeknd empezaban a sonar.
               -Say it louder, say it louder-entonó Sabrae al inicio de Shameless. Cantó con los ojos cerrados, llevando el compás de la música con los pies, subiendo y bajando exactamente como lo hacía The Weeknd, sin añadirle ningún tipo de floritura a una canción que ya de por sí era perfecta.
               Pero sonaba mejor de sus labios. Lo sentía mucho por The Weeknd, pero Sabrae conseguía mejorar su música. Había hecho bien poniéndola de fondo cuando lo hacíamos con ella y no con otras, porque sólo alguien que podía hacer que me gustara más su versión de una canción de The Weeknd que la original se merecía que le entregara esa parte de mí.
               Sabrae acarició el micrófono, y deseé ser él para que me tocara de esa manera. Balanceó su voz con las emociones que The Weeknd había escrito incluso antes de que ella naciera, y deseé ser la canción para que me hiciera suyo de aquella forma. Sonrió cada vez que decía “¿quién te va a follar como yo?”, y deseé ser la boca del micrófono para que sus labios me acariciaran como lo hacían.
               Lo único malo de la canción es que no la grabé, pues me sentía hipnotizado. No podía moverme ni hacer absolutamente nada que no fuera mirar y escuchar a Sabrae absolutamente embobado. Me besó con sus palabras, me hizo el amor con su voz, y yo supe que estaba en su lugar. Había nacido para estar sobre un escenario. Era arquitecta de emociones como mi padrastro lo era de hogares. Te hacía sentir seguro, acunado, tranquilizado. Querido y protegido como nunca antes lo habías estado nunca.
               La canción se terminó, rompiéndome un poco el corazón. Cada final nos acercaba más al final de la noche, con todo lo que eso implicaba: el presente dejaría de ser presente y pasaría a ser un recuerdo inalterable, sin ya ninguna posibilidad de mejora. Sabrae sonrió, se bajó de un salto del taburete y trotó por el escenario en mi dirección. Se lanzó a mis brazos, confiando en que la cogería, como efectivamente hice, y me dijo que me quería en el idioma de mi abuela antes de preguntarme si me había gustado.
               -¿Cómo se llama tu club de fans?
               -No tengo-se rió.
               -Eso no es verdad; aquí está su presidente.
               Sabrae volvió a echarse a reír, me besó en los labios mientras me sostenía el rostro. Sus pulgares estaban en mis mejillas; el resto de sus dedos, en mi cuero cabelludo. El resto del mundo dejó de existir: en el universo había un número finito de átomos, que eran los miles de trillones que nos componían.
               -Necesitamos ponerle un nombre-insistí-, ¿qué te parece “raza humana”?
               -Eres tonto-Sabrae volvió a reírse. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que se había reído esa noche. Podían ser un millón. Ojalá lo fueran.
               -No, lo que estoy es enamorado.
               -Como yo-ronroneó.
               -¿De veras? ¿De quién?
               -Es un secreto-aterrizó sobre sus talones y volví a besarle la cabeza. Una pareja se acercó a nosotros, me pidió disculpas por la interrupción, y pasó a felicitarla por una de las versiones más bonitas que habían escuchado nunca. Le preguntaron si era verdad lo de que era hija de Zayn, y cuando Sabrae lo confirmó, le pidieron si podía cantar una canción de su padre. Sabrae me miró, indecisa: quería aceptar la petición, pero no quería dejarme solo.
               Sin embargo, a mí no me importaba compartirla. No, si era en algo que la hacía así de feliz. Es por eso que la empujé suavemente de vuelta hacia la tarima, asintiendo, y mientras ella hablaba con el guitarrista, fui a sentarme en uno de los sofás de la esquina.
               -Es muy buena-comentó una voz a mi lado. The Weeknd estaba allí, de pie, en el sofá frente a mí. Tomó asiento y sus ojos se posaron de nuevo en Sabrae, que había empezado a cantar She, del primer disco de su padre. Era una canción importante para ella: había vídeos de ella de bebé cantándola como podía subida al pecho de Zayn, acompañando las notas altas de su padre como buenamente podía.
               -Sí que lo es. Su voz es preciosa.
               -Y la tiene muy bien educada para su edad.
               -Eso es cosa de su padre. Zayn la entrenó desde pequeña. Le enseñó todo lo que sabe.
               -¿De verdad?
               -Creo que, de sus hijos, es en quien puso más dedicación. No quería que se sintiera desplazada.
               -¿Por qué?
               -Bueno, Scott tiene bastante talento para las artes. Dibuja bien y canta que te cagas. No quería que Sabrae se sintiera mal si no tenía esos dones, de modo que se preparó para inculcárselos. Pero los tenía. Así que Zayn no tuvo que enseñárselos, sino ayudarla a perfeccionarlos.
                -Debió de ser duro para ella. Ya sabes, crecer con tantos hermanos que se parecen tanto entre sí.
               -Lo sería, si no fuera la favorita.
               -¿Lo es?-The Weeknd… bueno, Abel se rió.
               -Oh, ya lo creo. Es la favorita de todo el mundo. Todos los que la conocen la prefieren a ella. Es descaradísimo. Es como un imán.
               -Zayn no calla con ninguno de sus hijos, es bastante insoportable-comentó Abel, dando un sorbo de su bebida-. Aunque con el que tenía más entusiasmo antes era con Scott.
               -Scott es su punto débil, pero Sabrae es la preferida. Claro que nadie se lo tiene muy en cuenta. Principalmente porque el único que podría tenerle envidia sería S, y él la adora.
               -Como para no. Despierta pasiones allá por donde pasa-me miró con intención, y yo me reí.
               -Si yo te contara…
               -Puedes hacerlo. Para eso he venido. De todas las personas que conozco, de todas las hijas de mis amigos también famosos, Sabrae es la única que no se aprovecha de quién es para conseguir lo que quiere. Es la única capaz de venir a un concierto mío sin decirme nada y arriesgarse a que yo no la pase al backstage.
               -Sí, ella es así-me pasé una mano por el pelo, sonriente.
               -¿Cómo os conocisteis?
               -Fue antes que tú-comenté, haciéndome el interesante. Abel arqueó las cejas.
               -Lo dudo.
               -¿La conociste a los dos días de que la adoptaran?
               Frunció el ceño.
               -Pues… no.
               -Yo sí. Iba al colegio con su hermano. Scott y yo somos íntimos.
               Esbozó una sonrisa sardónica.
               -¡Ajá!-rió-. Así que de eso se trata, ¿eh? La típica historia de la chica enamorada de uno de los amigos de su hermano mayor. No pensé que Sabrae fuera tan poco original.
               Me eché a reír.
               -Hace seis meses, Sabrae me habría pasado por encima con un camión si hubiera tenido un camión. Me detestaba.
               -¿De verdad? Y eso, ¿por qué?
               -Porque soy como tú. Bueno, era. Las chicas eran para mí de usar y tirar. Sólo me importaba el sexo.
               Se rió, sarcástico.
               -El sexo es importante. ¿Cuánto hace que no mojas, chaval?
               -¿Qué hora es?
               -Mm, las tres de la madrugada.
               -Pues entonces, 16 horas.
               Abel parpadeó, estupefacto.
               -¿Qué? ¿Pensabas que era virgen?-me eché a reír.
               -No, pero… es joven.
               -Así que está más descansada-me encogí de hombros-. Ya sabes de qué hablo.
               -¿Lo dices por Bella?
               Sonreí, y le miré de reojo.
               -Lo has dicho tú, no yo.
               -Bella era distinta.
               -No lo dudo.
               -Y mayor de 18.
               Me lo quedé mirando, con una sonrisa curvándome ligeramente los labios. Alcé una ceja.
               -Vale, la mayor parte del tiempo-balbució, y yo me reí.
               -Que quede claro que no te estoy juzgando, tío. No, si tú no me juzgas a mí.
               -No soy gilipollas. No pensaba que no hubierais follado ya, pero hace tan poco…
               -Es que no paramos. Y bastante le paro yo los pies-comenté, pasándome una mano por el pelo.
               Madre mía, no me creo que esté hablando de Sabrae y sexo con el puñetero The Weeknd.
               -No tienes pinta de ser de los que rechazan un buen polvo.
               -Nah, no rechazo un buen polvo, ni me hago mucho de rogar, pero es que estoy cansado. Ya estoy viejo. Son muchos años de trote-le guiñé un ojo, y él se rió.
               -¿Qué pasa? ¿Te vas a meter a monje a los 20?
               -No es por chulearme, Abel, pero si tuviera tus dotes de escritura, yo de ti me acojonaría. En el mismo intervalo de tiempo que tú, es probable que yo haya vivido el doble.
               -¿Y lo pones en práctica con Sabrae?
               Le dediqué mi mejor sonrisa de Fuckboy®.
               -¿Por qué crees que hace 16 horas desde mi último polvo, entonces?
               Abel se echó a reír, negó con la cabeza y se la quedó mirando mientras Sabrae entonaba el puente de la canción.
               -Dijiste que no habías escuchado música más que con Sabrae. ¿Con cuántas…?
               -Tu música-maticé-. Me he hartado a follar en casas de desconocidas con canciones que marcaban genial el ritmo.
               -¿Cuántas chicas fueron las otras?
               -¿Para qué lo quieres saber?
               -Para saber cómo de importante es mi música para ti.
               Me reí entre dientes.
               -Si no te fías de que yo te lo diga, ¿por qué vas a fiarte de que te sea sincero con el número?
               -Porque dependiendo de lo fantasma que seas, sabré la importancia que le das. Además, no es lo mismo rechazar a dos tías que a veinte. Especialmente con una música como la mía, que no es precisamente góspel. Todo el mundo dice que es la mejor música para follar. Yo no dejo de hablar de sexo en mis canciones. Así que tengo curiosidad: de todas las personas del mundo, seguramente tú eres la única que no la usó desde el principio para echar polvos.
               -The Weeknd no se le pone a cualquiera-dije, con los ojos fijos en Sabrae-. ¿Qué número quieres? ¿El de las que me lo pidieron, o el de las que me follé en total?
               -¿Hay mucha diferencia?
               -Tampoco eres tan importante-me reí.
               -¿La hay?-insistió.
               -Bastante.
               -En total.
               -Más de 150. Puede, y solo puede-me froté la cara- que llegara a las 200. La verdad, no estoy seguro. Me parecen muchas, pero no lo sé fijo. Sé follar borracho que te cagas. De hecho, puedo olvidar una cara, pero no un polvo. Reconocería a medio Londres por sus coños.
               Abel rió entre dientes.
               -¿Con 18 años? Menudo genio y figura estás tú hecho.
               -En realidad, 17 y 9 meses. Bajé bastante el ritmo desde la primera vez con Sabrae.
               -17 años-repitió Abel-. Joder.
               -Si me follaba a 3 distintas una noche, tenía una mala noche-me encogí de hombros, recordando a mi yo anterior. Al que le importaba una mierda todo, excepto la sensación de correrse y que una tía se corriera contigo. Él jamás habrá llegado a esa azotea. Jamás se habría sentado en ese sofá a tener esa conversación con The Weeknd.
               -Menuda bajada de ritmo, entonces-se echó a reír sonoramente.
               -No te creas. Con Sabrae lo hago más. Me gusta más.
               -Sí, es más especial con alguien que te importa-asintió él con la cabeza, de repente muy serio, y supe que estaba pensando también en su pasado. Ninguno de los dos carecía de algo de lo que avergonzarse. Nuestras trayectorias eran muy similares, Sabrae tenía razón-. Aunque a veces está bien haber practicado con otras. Así te aseguras de hacerlo lo bastante bien como para que quien te interesa que se quede, lo haga.
               -Sí, pero a veces, ¿no desearías haber aprendido con ella? Está bien tener experiencia, pero a veces creo que resulta más íntimo si vais aprendiendo juntos.
               -Sea como sea, así es como son las cosas. ¿Tú te arrepientes?
               Miré a Sabrae. En ese momento, terminó la canción, y de nuevo sonriente, saltó de su taburete, recibió de nuevo las felicitaciones del público y miró en mi dirección. En cuanto nuestros ojos se encontraron, supe la respuesta. No. No me arrepentía. Sabrae se había enamorado de la versión de mí que era ahora, pero el Alec al que no le importaba nada más que el sexo había conseguido atraerla. No era lo que necesitaba a largo plazo, pero sí lo que le apetecía en ese momento.
               Y, de la misma forma que él no estaría jamás sentado en aquel sofá, yo no habría llegado hasta él de no haber sido antes él.
               -No. Me enseñó a hacerla disfrutar.
               Abel se rió, complacido con mi respuesta dramática, digna de una telenovela.
               -Respuesta correcta. Quizá hasta sea una buena canción-se tocó la mandíbula y yo lo miré, incapaz de contener mi emoción. Hablar con The Weeknd como si fuéramos colegas de toda la vida era una cosa, pero darle una idea para una canción, aunque fuera una frase, era otra muy distinta. Con el don que él tenía, ya me lo imaginaba haciendo que millones de personas, independientemente del continente en el que  vivieran, cantaran a pleno pulmón esa frase que yo le había dicho sin darme cuenta de su trascendencia. Pero lo cierto es que la tenía. Sabrae conseguía sacar de mí partes que ni yo mismo sabía que existieran, o usar palabras que ni siquiera sabía que conociera.
               Lo de esta chiquilla era de ser una verdadera criatura legendaria, convirtiendo a un fuckboy como yo en el mejor de los poetas.
               -Más de 150 tías con 18 años y sin ser famoso siquiera-reflexionó-. La verdad, no esperaba menos del novio de Sabrae.
               -Oh, no, no soy el novio. No somos novios-le corregí, y clavó una mirada extrañada en mí. Desde luego, no podía culparle. No tenía sentido ninguno. Después de todo, habíamos viajado juntos, no nos habíamos separado en todo el fin de semana, habíamos disfrutado del concierto uno al lado del otro, y nos habíamos comido la boca en una terraza a decenas de metros de altura. Aquello no era de no ser novios, pero lo cierto es que nuestra situación estaba aún sin legalizar-. Oficialmente, no somos nada, en realidad.
               -¿Cómo que no sois novios?-espetó, incrédulo. Aquello parecía extrañarle más que el hecho de que mi currículum sexual fuera tan amplio a pesar de mi juventud-. Tío, pues mira qué tía tienes entre manos-le señaló con la mano. Sabrae aún estaba recibiendo felicitaciones, sonriéndole a todo el mundo como si fuera la persona más importante de la galaxia. Para mí, al menos, lo era, y con eso nos bastaba a ambos-. Joder, es una cría cojonuda.
               -No, si ya le pedí-me reí ante su expresión cada vez más y más confundida-. Es ella la que no quiere.
               -¿Que no quiere?-repitió, sarcástico, sin poder evitar echarse a reír ante mi ocurrencia-. No has visto cómo te miraba durante el concierto, hermano. Joder, que me distraíais hasta a mí. No sé cómo he hecho para poder cantar todo bien, porque, ¡joder!, me daban ganas de deciros que os pillarais una habitación o algo. Era demasiado hasta para mí, y no sabes las cosas que he hecho, así que… imagínate-se inclinó hacia mí en tono confidente, y yo volví a reírme. Precisamente en ese momento, mi chica regresó con nosotros, y se quedó plantada entre los dos sofás, como si tuviera que decidir dónde sentarse. ¿Acaso no estaba claro?
               -¿Tan mal lo he hecho, que me estáis criticando?
               -Alec me estaba contando un chiste-contestó Abel-. Me ha dicho que no sois novios.
               Sabrae me miró con una ceja alzada, y yo me encogí de hombros, levantando un poco las manos hasta la altura de los codos, para que las estrellas pudieran leer mi futuro en la palma de mi mano si se les antojaba.
               -Pues si te hace gracia la realidad, Abel, me alegro mucho por ti-contestó ella-. No dejarás de reírte en toda tu vida.
               -¿Y por qué no sois novios?
               -No es asunto tuyo, tío-le insté yo, y él levantó una mano para acallarme.
               -Te estoy defendiendo, chaval. Mira, Sabrae, no puedes corretear por el mundo con un chico y luego decirle que no quieres ser su novia.
               -Técnicamente, se lo dije antes de ponerme a corretear con él por el mundo.
               -Tienes que salir con Alec.
               -Escucha a Abel-la pinché yo, y Abel me miró con una ceja alzada.
               -¿Qué Abel ni qué hostias? Esto no se lo dice Abel, se lo dice The Weeknd, chaval-se levantó del sofá y le dio una palmadita en el hombro a Sabrae-. Reina, no puedes ir por ahí fingiendo que no tienes novio cuando le dedicas mis canciones a este tío. Sigue engañándote todo lo que quieras-me miró por encima de su hombro-, pero en lo que a mí y al mundo respecta, no estás soltera.
               Y se marchó dejándola con la palabra en la boca. Pensé que a Sabrae le molestaría aquel comentario que, hasta cierto punto, estaba fuera de lugar. Sin embargo, ella puso los ojos en blanco y se atusó el pelo, sonriendo.
               -Quiero que sepas que yo no le he dicho que te diga absolutamente nada. Ha sido una ida de olla suya.
               -Bueno, algunos las resolvíais follando como posesos y otros echándole en cara a chicas que conocen decisiones que no comprenden. Aunque, si te sirve de consuelo, no es el primero que me lo dice. Ni va a ser el último-ronroneó, sentándose a mi lado e inclinándose hacia mí.
               -Al menos, te garantizo que no lo oirás nunca de mis labios.
               Alzó una ceja, divertida.
               -Mientras esté sobrio, quiero decir.
               -Entonces, es hora de emborracharte-sentenció, estirándose para coger la cerveza que me habían traído y tendiéndomela para que me la bebiera. No me dejó alejármela hasta que no me la acabé de un trago, y cuando lo hice, aplaudió, feliz, y se inclinó para darme un beso.
               Seguimos bebiendo, retándonos el uno al otro, aunque con una moderación que me sorprendió. Ninguno de los dos llegó a estar borracho, aunque sí coqueteamos con ese puntito contento en el que todo te parece más gracioso, y tus ocurrencias también lo son. Estábamos lo bastante lúcidos como para rechazar las drogas que nos ofrecían, de todos los tipos y efectos secundarios, pero nos costó lo suyo resistirnos a aprovechar la habitación que Abel nos ofreció.
               -¿Seguro que no queréis quedaros? Hay un montón de habitaciones reservadas, y el servicio de habitaciones aquí es la hostia. Te traen lo que quieras, absolutamente lo que quieras-completó con intención, y yo miré a Sabrae. ¿La verdad? Lo único que quería era estar con ella, desnuda, encima de mí. Me daba igual si era en una cama más grande que mi habitación en aquel hotel con silueta de velero, en un sofá de los de la terraza, o en un callejón mal iluminado. Quería tenerla. No podía más. Quizá podía pensar con claridad, pero lo que no podía hacer era resistirme a sus encantos.
               -Ya tenemos habitación, Abel-le sonrió Sabrae, jugueteando con mis dedos en los suyos-. Pero gracias por la oferta. La tendremos en cuenta la próxima vez, y nos ahorraremos dinero-se echó a reír y Abel la secundó. Nos despidió con afecto, a mí chocándome la mano y dándome una palmada en la espalda, y a Sabrae, estrechándola entre sus brazos en un abrazo de oso que a ella le encantó.
               Cuando entramos en el ascensor, le pregunté si de verdad no quería aprovechar el favor que querían hacernos, pero negó con la cabeza.
               -Me gusta nuestra habitación, ¿a ti no?
               -Bueno, no está mal, pero…-miré hacia el horizonte, por el que aún faltaban horas para que despuntara el sol, tiñéndolo todo de un añil que se convertiría en rosa, y a continuación, en dorado. Sabrae se giró, me cogió la cara con la mano, y susurró contra mi boca, haciendo caso omiso del resto de pasajeros del ascensor:
               -No quiero que pienses que quiero los lujos de los demás, cuando el único lujo que necesito en mi vida es tu compañía. Quiero que sea nuestro, de los dos, no deberle favores a nadie más que a ti.
               Un coche nos llevó hasta la puerta de nuestro hotel, y a medida que Barcelona se desplazaba a nuestro alrededor, deslizándose en silencio mientras nos acercábamos a nuestro destino, mi mente fue procesando lo que había pasado en el día.
               Para cuando llegamos a nuestra habitación, yo ya había conseguido interiorizar todo lo que había sucedido. The Weeknd, mi artista favorito de todos los tiempos, no sólo conocía a Sabrae, sino que ahora también me conocía a mí. Había estado hablando con él, le había visto cantar en directo, primero ante miles de personas y luego ante un escaso puñado del que yo tuve el grandísimo honor de formar parte, y habíamos hablado de Sabrae y de mí. Parecía haberle gustado. Parecía que le había caído bien, a pesar del patético principio.
               Empecé a ponerme más y más nervioso a medida que iba tomando conciencia de todo, y ni siquiera Sabrae fue capaz de distraerme con su cuerpo del estado de euforia en el que había entrado. Aquello era distinto. Ni siquiera el sexo podía proporcionarme aquella sensación de absoluta relevancia e inmortalidad. ¡Mi cantante favorito sabía quién era yo! ¡Habíamos hablado! ¡Nos habíamos comportado como colegas! Ni en mis mejores sueños habría creído que llegaría algún día a estar tan cerca de The Weeknd, y eso que, si conocía a Sabrae, también debía conocer por fuerza a Scott, y un encuentro con él era cada vez más posible.
               Sabrae me quitó la camiseta, se quitó la chaqueta, se desató los zapatos y me empujó hacia la cama mientras yo no dejaba de parlotear contándole el día como si ella no hubiera estado conmigo en todo momento. Era lo que hacía cuando estaba nervioso, entusiasmado, o las dos cosas a la vez.
               -¿Y cuando habéis subido a cantar? Buah, menuda puta pasada. Pensé que me daba algo, te lo juro. Y bueno, luego cuando se me acercó mientras tú cantabas… no creí que nada pudiera superar el momento en el que empezó a cantar Often. Que, por cierto, lo hizo genial. ¿Te das cuenta de que no es exactamente la versión que sale en el disco? Creo que la alargó un poco. Espero que alguien lo haya grabado. Y hablando de grabarlo, ¿crees que alguien te habrá grabado a ti? Has estado increíble, nena, en serio. Joder, cantas de muerte. Se nota que eres hija de quien eres. Guau. Lo llevas en la sangre. Tienes futuro en esto, lo digo en serio. ¡Ey! ¿Crees que The Weeknd te pediría que colaboraras con él, o deberías pedírselo tú? Personalmente creo que es cuestión de tiempo, pero bueno, nunca es pronto para establecerse en la industria musical, ¿no te parece? Él empezó relativamente temprano, y mira todo el éxito que ha conseguido partiendo de la nada, así que tú serías increíble al año de empezar. Seguro que ni necesitarías un disco. Podrías hacer una gira, quizá… ¡Hostia! ¿Te pondría de telonera? La verdad, sería un puntazo. Joder, aún no me creo que hayáis cantado juntos. Me parece una puta fantasía. La manera en que os mirabais… sí que teníais química.  Madre mía, si llego a verlo en directo cantando esa canción antes, me habría dado algo. Seguramente tenga pesadillas eróticas con esa actuación. No creo que…
               -Alec-bufó Sabrae, cansada de moverse encima de mí sin que yo le hiciera el menor caso.
               -¿Qué pasa?-me di cuenta entonces de que llevaba tanto tiempo centrado en mi perorata que ni siquiera me había dado cuenta de que estábamos desnudos, ella encima de mí, yo dentro de ella. ¿Cuándo me había puesto el condón? No me acordaba. Mis manos estaban en sus caderas de forma misteriosa, como si mi cuerpo hubiera cobrado conciencia propia y hubiera actuado al margen de mi cabeza.
               -¿Crees que podrás callarte? Me estás desconcentrando. O te callas, o no follamos.
               -Vale, vale, venga, sí. Al lío. Vamos, nena, dámelo todo, así, venga. Qué bien te mueves. Joder-parloteé mientras Sabrae giraba las caderas en torno a mí. Le puse las manos en las tetas, pero me duraron allí dos segundos-. Oye, ¿tú qué tipo de música harías? La misma que Zayn y The Weeknd, ¿verdad? No te pega el pop. No me malinterpretes, no es que no lo pudieras hacer bien, es sólo que el pop no tiene alma, y el R&B sí. Además, el R&B es muy sexual, como tú. Madre mía, había una tensión sexual en el aire cuando estabas cantando con él… o cuando estábamos escuchando High for this. Menuda canción, ¿no te parece? Es increíble que la hayamos escuchado en directo. Joder, no tengo palabras para lo que hemos vivido hoy. Han superado todas mis expectativas, y eso que las tenía altísimas. En la estratosfera, diría yo. Tenemos que asegurarnos de  tener buen sitio cuando haga tour y venga a Inglaterra. No quiero perderme más conciertos suyos, y quiero que vengas conmigo. ¿Te imaginas que toma en consideración mis consejos? Si vuelvo a escuchar Earned it en directo contigo a mi lado, creo que me desmayaré. Quizá hasta me muera, no sé, dependiendo de la forma física en la que…
               Cansada de escucharme hablar y hablar y hablar sin parar nada más que para coger aire, y decidida a conseguir su tan ansiado orgasmo, Sabrae me sacó de su interior y, sin miramientos, se sentó en mi cara.
              

Tenía el pelo más suave del mundo. Ni siquiera un cachorrito tenía una melena tan suave, esponjosa y mullida como la suya. La cámara de mi móvil no le hacía justicia, a pesar del filtro con el que caía purpurina del cielo, para conseguir captar toda su belleza.
               Alec gruñó por lo bajo, sintiendo mis dedos en su séptimo sueño. Le conocía lo suficiente como para saber, con sólo escuchar su respiración, que estaba a punto de despertarse. Mi pobre niño. A pesar de que le había reñido por ser incapaz de callarse ayer mientras lo hacíamos, lo cierto es que su entusiasmo me había resultado simplemente adorable. No había persona en el mundo capaz de despertar tantos sentimientos en mí, y tan diferentes: pasaba de la explosión del deseo sexual al dulce vaivén de la ternura más rápido que un deportivo.
               Se giró para darse la vuelta y estar contra mí, y yo me estremecí de pies a cabeza, feliz. Abrió lentamente los ojos, y me miró aún somnoliento con esos dos discos del color del chocolate fundido.
               -Buenos días-ronroneé, y él asintió con la cabeza-. ¿Cómo estás, Al?
               -Genial-contestó, frotándose los ojos. Sabía que le estaba grabando por lo guapo que se ponía nada más despertarse. Bueno, siempre estaba guapo, pero recién despierto tenía una belleza que pronto se le escapaba, porque cuando todavía no se había espabilado del todo, seguía siendo el niño que me había cuidado con tanto afán y defendido con tanto ahínco cuando yo era pequeña-. Muy bien, Sabrae, gracias por preguntar, ¿y tú?
               -De cine.
               -¿De verdad?-ronroneó, frotándose la cara y asintiendo con la cabeza-. Entonces, ¿qué tal si hacemos una secuela?-sugirió-. ¿Hace? Apaga eso, nena, venga, que te voy a hacer ganar cuatro Oscars.
               Me eché a reír y dejé el móvil encima de la mesilla de noche, sintiendo que la nostalgia poco a poco diluía ese sabor agridulce en mi lengua. Aquél era nuestro último día en Barcelona, después del mejor fin de semana que había pasado en mi vida. Ni siquiera los que habíamos pasado juntos, en su casa o en la mía, se le podían comparar: puede que vernos desnudos por primera vez hubiera sido genial, que hacerlo con The Weeknd de fondo por primera vez hubiera resultado una experiencia extrasensorial, pero ese fin de semana… nunca lo olvidaría, ni viviendo diez mil vidas.
               Alec se tumbó encima de mí, deseoso de estirar el tiempo hasta lo imposible. Si la teoría de la relatividad era correcta, estando juntos hacíamos que las agujas del reloj caminaran más deprisa.
               -Esto me resulta familiar-ronroneé.
               -¿Te refresco la memoria?-sugirió él, y comenzó a besarme. Lento, sin prisa, como lo hizo por la noche, cuando yo dormía y la luz del amanecer lo despertó. Descubrió que habíamos rodado por la cama hasta quedar alejados el uno del otro, y aquello no podía ser, de modo que se había tumbado sobre mí y su boca había insuflado el despertar que mi cerebro necesitaba. Lo habíamos hecho despacio, sabedores de que podíamos dormir todo lo que necesitábamos, pues el domingo era el día que nos habíamos propuesto como de descanso. Haríamos lo que quisiéramos, sin ninguna tarea pendiente.
               Así que hacer el amor al amanecer bien podía entrar en nuestros planes.
               -¿Qué te apetece hacer hoy?-quise saber, y él alzó una ceja. Su voz aún era ronca, pero no sabría decir si se debía a lo reciente de su despertar, o a su excitación.
               -Se me ocurren un par de cosas…-su mano descendió por mi piel, siguiendo las líneas de mi cuerpo en dirección a mi entrepierna. Le gustó encontrarse con mi vello púbico sin ningún tipo de barrera; de vez en cuando, me despertaba en mitad de la noche y me ponía las bragas para sentirme más cómoda. Que estuviera completamente desnuda le indicaba que llevaba poco tiempo despierta, así que no habría tenido apenas margen para echarlo de menos.
               Abrí las piernas en torno a él, incitada por sus dedos, dispuesta a que sacara de mi interior la misma música que emiten las arpas. Mis rodillas se convirtieron en dos montañas cuyo valle era su cuerpo, y cuando entró en mí, me sentí en completa paz con el universo. Me lo hizo despacio, como lo habíamos hecho por la noche, dejándome acariciarlo y respirar lento y profundo en su oído mientras le tiraba suavemente del pelo, como haces cuando haces el amor con el hombre con el que esperas pasar el resto de tu vida y que debes comprobar si es real, porque es demasiado perfecto incluso para tus sueños.
               Alec posó su frente en la mía, acarició su nariz con la mía, me dio un suave beso en los labios y me miró a los ojos mientras me acariciaba todo el cuerpo, leyendo en braille en mis curvas. Cerré los ojos cuando me rompí para él, que me besó la garganta un segundo antes de terminar. Nos sonreímos, nos acariciamos, intercambiamos más besos y nos deshicimos de las sábanas.
               Decidir qué haríamos esa tarde fue bastante fácil, si teníamos en cuenta que nos la habíamos dejado completamente libre, y yo había sido precavida y había traído bañadores para ambos. Dado que estaba anunciado un sol radiante y un calorcito que resultaría cómodo tanto para pasear en pantalones cortos como para pegarse un chapuzón en la playa, eso fue exactamente lo que hicimos: tras terminar de preparar las maletas, dejando sólo lo que nos pondríamos para el vuelo, sacamos los bañadores y pusimos rumbo a la playa. Paseamos de la mano por la Rambla, mezclándonos con la marea de gente que parecía haber tenido la misma idea que nosotros, y pronto estuvimos frente al mar de nuevo, con una vista del hotel en el que la noche anterior habíamos tenido la fiesta.
               En el paseo marítimo había un continuo goteo de personas, cada una ocupándose de sus asuntos y cumpliendo con sus deseos: grupos de chicas que apuraban el fin de semana tostando al sol, chicos que jugaban en el agua, ancianos paseando por la orilla, y deportistas de todas las edades corriendo, caminando, o patinando por las losas empedradas al otro lado del muro. Nos sentamos en uno de los bares de la playa a comer algo antes de entrar en la arena, y viéndome taciturna mirando el mar, deseando que el día no se terminara jamás, Alec me tomó una foto. Lo supe porque, al minuto, me llegó una notificación en el móvil.
                ¡Alec (@Alecwlw05) te ha etiquetado en una historia!
               Cogí el móvil y deslicé el dedo por la notificación en el momento en que un camarero nos traía un plato lleno de patatas bravas, y tras susurrar un suave “gracias” en español, a coro con Alec, estudié la foto.
               La protagonista, evidentemente, era yo. Me había sacado completamente desprevenida, de espaldas mirando al océano, con las gafas de sol deslizadas por el puente de mi nariz, el moño enmarcando mi silueta, y la camiseta blanca que me había puesto para ese día en primer plano. A los dos nos encantaba esa camiseta; a él, porque le hacía gracia que alguien se hubiera atrevido a poner el esbozo de unos pechos en la espalda, y sobre todo porque yo la hubiera comprado; y a mí, por la frase que los enmarcaba: “people write songs about girls like you”. No podía ser más cierta aquella frase, ni más identificable conmigo.
               En una esquina de la foto, había dibujado con la herramienta del lápiz un corazón de color lila, y le había puesto un gif de Barcelona justo en el centro. Me lo quedé mirando, y él sonrió, reclinándose en la silla.
               -Quería hacerlo oficial.
               -¿El qué?
               -Que eres la única persona del mundo que piensa que no eres mi novia-se burló. Puse los ojos en blanco, negué con la cabeza y le di un beso en la mejilla antes de atacar las patatas, en lo que ya me llevaba ventaja.
               No nos costó encontrar un sitio en la arena cuando terminamos de comer: parecía ser que los barceloneses preferían comer en casa y regresar más tarde a la playa, y nos dejaban reservados a los turistas los chiringuitos de alrededor, de modo que se lo llevaban todo. Extendimos una toalla enorme, que me había costado horrores meter en mi “ridícula maletita”, y corrimos hacia el agua. Chapoteamos, nadamos, nos sumergimos y nos besamos en las que fueron nuestras primeras vacaciones, y yo experimenté esa sensación de añoranza que sientes cuando estás viviendo algo que sabes que se convertirá en un recuerdo tremendamente querido. Salimos juntos del agua y nos tumbamos a tomar el sol, pero yo enseguida me aburrí y decidí regresar.
               Dejé a Alec atrás, tumbado boca abajo mirando el móvil y cogiendo color lentamente en su espalda; apenas llevábamos una hora en la playa, pero a él ya se le empezaba a notar la marca del moreno en el pantalón. Le tomé el pelo diciéndole que, si seguíamos en ese plan, para cuando fuera a Etiopía ya sería más oscuro que Jordan excepto en el culo, a lo que me contestó:
               -¿Me estás sugiriendo que deberíamos ir a una playa nudista cuando vayamos a Inglaterra?
               -Lo has dicho tú, no yo.
               -Eres increíble, niña-rió, negando con la cabeza y respondiendo a un mensaje de sus amigos, preguntando qué tal lo estábamos pasando y cuándo tenía pensado bombardear sus redes sociales con las fotos y los vídeos del concierto de la noche anterior.
               Nadé por la orilla hasta llegar a un punto en el que no hacía pie, y me quedé allí un ratito, descansando, sintiendo el agua lamiendo todo mi cuerpo y el mar meciéndome lentamente de vuelta hacia la arena. No quería salir del agua, no quería que el sol siguiera subiendo en el horizonte, ni quería que la ciudad poco a poco pasara de la actividad diaria a la nocturna. Pronto saldría nuestro vuelo, cuando el sol estuviera pintando colores frutales en el cielo, y nuestro viaje se terminaría.
               Para cuando volví a salir del agua, echándome el pelo hacia atrás para que no me molestara, Alec se había quedado sentado sobre la toalla. Vi que volvía a levantar el teléfono para hacerme más fotos, y yo, como la más experimentada de las modelos, continué echándome el pelo hacia atrás en esa pose tan típica de los anuncios de colonia que parecían los preliminares de una película porno.
               -¿Qué tal el agua?-preguntó, con su pelo ya seco, la piel salpicada de arroyos de sal cristalizados sobre su moreno.
               -De vicio.
               -No hace falta que lo jures-comentó, comiéndoseme con los ojos. Me eché a reír y, después, observé mi bikini. Me había traído uno que había visto en las rebajas del año pasado, de un precioso color cian que resaltaba el color dorado de mi piel y hacía que mis pechos estuvieran en el sitio en el que la sociedad me decía que tenían que estar. Me hacía una figura genial, me quedaba de muerte, y encima no tenía que preocuparme por que se me moviera, de lo a gusto que me encontraba con él y lo bien que me encajaba.
               Cuando se dio por satisfecho y hubo guardado su móvil, Alec volvió a tumbarse sobre la toalla, pasándose un brazo por los ojos para evitar las molestias del sol. Se rascó una cadera, distraído, pensando en sus cosas, y a mí se me ocurrió una idea.
               -¿Cómo es que no te has bañado conmigo?
               -Me gusta pegarme un chapuzón y ya-se encogió de hombros-. Además, pronto nos tendremos que ir.
               -¿En serio?-hice un puchero-. Es una lástima, porque… me lo estoy pasando genial.
               Y, sin previo aviso, me senté sobre su entrepierna. Alec, que llevaba el tiempo suficiente fuera del agua como para acusar la diferencia de temperatura (aunque en realidad no era tanta, lo que pasa que es un quejica), se incorporó de un brinco y pegó un aullido.
               -¡SABRAE!-bramó, y yo me eché a reír-. ¡TE MATO! ¡JODER!-chilló, intentando apartarme de él, pero yo, lejos de dejarme amedrentar, lo rodeé con los brazos y le di un sonoro beso en los labios-. Eso, ahora hazme la pelota. Serás cabrona… eres mala persona-gruñó, y continuó refunfuñando sólo para conseguir que yo le diera besitos con los que conseguir su perdón. Lo cierto es que no se hizo de rogar, y pronto empezó a devolverme los besos. Le acaricié el pelo y me pegué a él, adorando el regusto salado que el agua que bajaba de mi melena o se alojaba en mi rostro le daba a nuestros besos. Tiré de él y él tiró de mí, entregándonos a ese beso, alentados por el calorcito del sol y el sonido de la brisa del mar.
               Cuando nos dimos por satisfechos, nos separamos ligeramente el uno del otro para poder respirar. Froté mi nariz a la suya y le dediqué una sonrisita tímida.
               -¿Me has perdonado ya?
               -Me lo estoy pensando aún.
               -Te dejaré tu espacio-decidí, haciendo amago de levantarme para que pudiera secarse de nuevo y así marcharnos, pero me agarró con firmeza de la muñeca y clavó en mí una mirada firme.
               -No te levantes aún.
               -¿Por qué?
               -¿No notas nada?-inquirió, y yo fruncí el ceño y negué con la cabeza. Pero, entonces, sí que lo noté. Se había puesto duro. No, más que duro: estaba completamente empalmado, el pobre. Y si yo me levantaba, todo el mundo lo vería.
               No es que a Alec le diera vergüenza, ni mucho menos, pero aquello podía levantar miradas juiciosas o comentarios cuyas palabras no entenderíamos, pero cuyo tono era universal. Sabía que en cualquier otra situación, le habría dado igual que se le notara una erección, pero en una playa es complicado disimularlo, y no es que tuviéramos poco público. Desde que me había acercado a él, las miradas de las chicas se habían reducido cantidad, pero cuando estaba en el agua, Alec era el principal espectáculo.
               Yo, por el contrario, estaba encantada. Si de normal me gustaba la rápida respuesta de su cuerpo al mío con todo lo que ello implicaba, ahora la adoraba. No sólo porque me demostraba hasta qué punto se entregaba a mí sin importar el contexto, sino… porque también me apetecía jugar.
               -Bueno, en ese caso, seguiremos con los mimos.
               -Ni se te ocurra-gruñó él, pero no se apartó lo suficiente para evitar que volviera a besarle. Le puse una mano en el pecho y le acaricié despacio el abdomen, disfrutando del tacto de su piel mezclada con el agua que aún quedaba en la mía.
               Emitió un gruñido, negó con la cabeza, y se tumbó sobre la toalla de nuevo, intentando pensar en cualquier otra cosa que no fuera yo, cuando traté de acariciarle la nuca. Si le tocaba la nuca, estaría acabado y completamente a mi merced.
               Supe que estaba intentando pensar en otras cosas, dejar la mente en blanco y distraerse lo suficiente de mí como para que no le afectara lo que le estaba haciendo, pero yo estaba más que decidida a que aquello tuviera un final feliz para él. Segura de que le estaba regalando una experiencia sexual con la que probablemente había soñado en innumerables ocasiones, ronroneé:
               -Hazme caso, papi.
               Lo hice con la misma voz con la que le pedía que me follara cuando llevábamos demasiado tiempo de preliminares, mi coño palpitaba y se aferraba con desesperación a un aire en el que debería estar su polla. Me puse cachonda sólo de escucharme; demasiados recuerdos con esa voz superaban los cien grados de temperatura como para no encenderme.
               -Cállate-urgió, desesperado, y yo me reí de nuevo.
               -¿No te gusta lo que te hago, papi?-le acaricié el pecho y él me apartó la mano. Estaba jadeando. Sabía que se estaba diciendo que tenía que pensar en otra cosa, cualquier cosa. Gatitos muertos, crímenes de guerra, problemas matemáticos o teorías astronómicas. Cualquier cosa menos mi piel. Cualquier cosa, menos mi olor: a fruta de la pasión, a mar, a sol, y, por supuesto, a sexo. Sexo sucio, prohibido, en público.
               No estábamos haciendo nada que no pudiera hacerse, y sin embargo, lo que le estaba haciendo estaba mal. No debería hacerlo. Podrían detenernos por escándalo público, o como mínimo llamarnos la atención, pero, ¿qué más? Ambos llevábamos puestos nuestros respectivos bañadores. No había penetración. Yo sólo estaba moviendo mis caderas, frotando mi sexo contra él. Agente, no puede multarme por estar sentada encima de mi chico, ¿qué ley lo prohíbe?
               Pero, joder, estaba moviendo demasiado bien mis caderas. Con demasiado énfasis. Alec se estaba deshaciendo. Sus defensas se derretían más rápido de lo que se había evaporado el agua en su pecho, o de lo que se estaba deslizando la que quedaba por el mío. Tenía mis tetas a un golpe de vista. No mires, Alec, no mires, se decía.
               Mírame, Alec, mírame, le decían mis caderas. A regañadientes, me obedeció a mí y se desobedeció a sí mismo. Sus ojos se entreabrieron. Una gota de agua se estaba deslizando por entre mis senos. Sería tan fácil estirar la mano y acariciármelos, sopesármelos como había hecho siempre… y nadie nos estaba mirando. No nos prestaban atención. El espectáculo de la playa está en el mar, no en la arena. Sería tan fácil deslizar ligeramente la braga de mi bikini, bajarse el bañador y penetrarme, satisfacernos a ambos… ganarnos la cárcel, y también la gloria de que cumple una fantasía sexual tan interesante como es tener sexo en público.
               Alec se mordió los labios, se tapó la cara, se la frotó, gruñó por lo bajo.
               -¿Me haces un favor, papi?
               -No me llames papi. Y deja de hablar así-ordenó.
               -Pero papi-lloriqueé. Me lo estaba pasando bomba. Ni teniendo un orgasmo yo me lo podría pasar mejor-. Porfa.
               -Lo que sea, si con eso vas a parar.
               -¿Quieres que pare, papi?
               Alec se echó a reír, compadeciéndose de sí mismo.
               -Por qué me tiene que pasar esto a mí… sí, Sabrae, quiero que pares.
               -Vale, pero antes… ¿harías algo por mí?-Alec abrió los ojos y me miró, hecho que aproveché para mordisquearme la uña del dedo índice, que luego hice descender por mi piel, justo entre mis pechos, por mi vientre, mi ombligo, y finalmente el límite de mis bragas. Mi clítoris se estaba frotando contra su bulto duro.
               -Lo que sea. Lo que sea, Sabrae, pero por lo que más quieras…-no pudo terminar la frase, pues se le escapó un jadeo-. ¿Qué es lo que quieres?
               Me incliné hacia él. Mis pechos rozaron el suyo y pude notar que eso causó estragos en su autocontrol. Inconscientemente, levantó las manos y me las puso en el culo, dirigiéndome durante una milésima de segundo que me bastó para saber en qué punto estábamos: a medio paso de la meta.
               -Córrete para mí-y le mordisqueé el lóbulo de la oreja.
               Alec, pobrecito, no lo soportó. Hundió los dedos en mis nalgas, emitió un jadeo sordo, mordiéndose el labio para no empezar a gritar y que nos pillaran, y terminó en sus pantalones. Cuando noté que se humedecía, me reí entre dientes y le lamí el lóbulo de la oreja con la punta de la lengua. Me reprendió con un azote.
               -No se te ocurra volver a hacerme esto.
               -¿Por qué?-me reí.
               -Porque ahora necesito follarte súper fuerte. Pobre de tu coño. Sinceramente, no me gustaría ser él-espetó, y yo solté una sonora risotada que hizo que varias toallas a la redonda se nos quedaran mirando.
               -Suena prometedor, ¿me lo pones por escrito?
               -Será un placer. Siempre llevo a mano tinta y pluma-soltó, y yo me dejé caer a su lado, riéndome a carcajada limpia y pataleando de la risa. No podía ni respirar. No sabía por qué estaba tan eufórica: si por lo que acababa de hacerle, o por el hecho de que estuviera tan enfadado conmigo. Si no se pusiera tan guapo cuando se enfadaba, solamente me haría gracia, pero como estaba buenísimo molesto, yo me volvía loca. Me miró con fastidio mientras yo me deshacía en carcajadas, incapaz de respirar ni de controlar las lágrimas que se me estaban saltando-. Estás chiflada.
               -Pero me quieres.
               -Por el interés. Debes de pensarte que todas las tías están lo suficientemente chaladas como para hacer lo que tú acabas de hacer-comentó, irónico, y al ver que yo seguía riéndome, no pudo evitar sonreír. Sacudió la cabeza y miró al horizonte-. La madre que me parió… menudos dos nos fuimos a juntar-bufó, riéndose. Qué guapo estaba. Con su sonrisa de Fuckboy®, el pelo alborotado, y una mancha oscura en sus pantalones que nadie identificaría erróneamente-. Me voy al agua-sentenció, incorporándose y sacudiéndose la arena de las piernas-, a limpiarme.
               -¿Quieres que te acompañe?
               -No, que igual te compinchas con un delfín para violarme por turnos, o algo así. Muchas gracias.
               -Eso no ha tenido gracia-dije entre risas.
               -Entonces, ¿por qué te estás descojonando?
               -Tienes una cara graciosa.
               -Me alegro de que te resulte divertida tu silla preferida. Ale. Me voy al agua-levantó una mano, despidiéndose-. Espero que reflexiones sobre lo que has hecho.
               -Lo volvería a hacer-dije, mordisqueándome la uña del dedo índice. Alec asintió con la cabeza, con la boca en una sonrisa invertida, sopesando lo que acababa de decirle, y se marchó. Vi cómo se metía apresuradamente en el agua y, sin dejar tiempo para que su cuerpo se habituara al cambio de temperatura, se lanzó de cabeza hacia una ola y empezó a bucear. Mi tritón preferido. Lo observé en el agua, disfrutando del chapuzón, y sentí ganas de reunirme con él, pero tras sopesarlo calmadamente, supe que mejor sería no ir a su encuentro. Después de todo, nada nos garantizaba que yo no fuera a convertirme en una depredadora sexual.
               Él se giró y se me quedó mirando un instante, en el que constató que mi bikini era azul, y la bolsa de playa, amarilla, como si se tratara de un cielo invertido en el que la estrella estaba hecha de ozono, y el cielo, de helio. Desde luego, yo me sentía caliente como un sol.
               Esperé pacientemente a que él terminara con su baño lamiendo un polo de limón que había comprado a un vendedor ambulante.
               -¿Qué tal el agua?-pregunté con inocencia, como si no estuviera chupando el polo con aire seductor cuando se me acercó lo suficiente para ver qué me traía entre manos.
               -Buenísima, aunque está mejor en casa-comentó, sentándose a mi lado y sacudiendo la cabeza como un labrador que acaba de salir del agua, salpicándome con gotitas diminutas.
               -¡En casa está helada!
               -Hablo de Grecia-me informó, y yo exhalé.
               -Oh. Bueno, a mí me encanta esto-comenté, ofreciéndole el polo, del que dio un chupetón-. ¿Seguro que tenemos que irnos? Quiero quedarme aquí.
               -Deberíamos-respondió, tirando de un hilo de la toalla y concentrando su vista en el horizonte-. Podríamos dormir en la playa y vivir del cuento. Sería un mantenido-rió-. Tú podrías ocuparte de mí, así que olvídate de mis planes de estudiar Arquitectura. Serías influencer a tiempo completo, y cantante callejera a tiempo parcial. Te ganarías tus buenos dineros.
               -Me gusta el plan-consentí, dando otro lametón del helado y pasándoselo. Definitivamente, no quería irme. Si mis padres querían que regresara a casa, tendrían que venir a buscarme y llevarme a rastras, bien atada con una camisa de fuerza que impidiera que pataleara y me defendiera con las uñas. Barcelona me había conquistado. Me encantaba la persona que era allí, sin nadie que me conociera al margen de Alec, libre para hacer lo que quisiera, sin responsabilidades, sin ataduras.
               El sol continuó su paseo por el cielo, y cuando nuestros móviles pitaron, indicando que era hora de marcharse, como personas responsables que éramos recogimos nuestras cosas y pusimos rumbo al hotel. No dejamos de tontear ni un segundo, como si quisiéramos aprovechar al máximo nuestro viaje. Volvimos a hacerlo en la habitación; esta vez, en la ducha, y cuando salimos del plato, Alec me sentó sobre el mueble del lavamanos y continuó besándome. Estábamos completamente desnudos, y a mí se me ocurrió una idea genial: hacernos fotos juntos, tan sutiles que no se nos vería nada, pero en la que ambos tendríamos el recuerdo del contexto, secreto para el resto del mundo. De modo que nos fotografié a ambos de cara al espejo: primero, a él, inclinándose para besarme mientras mi espalda estaba en primer plano, y mis piernas ocultaban su desnudez. Después fue mi turno, anclada como un koala a su pecho, sonriéndole a la cámara mientras él me besaba el hombro.
               Adoré esas fotos nada más verlas, y de no haber sido un poco comprometidas, las habría puesto en todas mis redes. Supe que las imprimiría y le daría una copia a Alec y otra a mí, y que las guardaría como un tesoro, recordándome siempre aquel viaje genial. Adoraría los recuerdos que me traerían y lo que representaban, el amor tan puro y ardiente que sentíamos, que hacía que nos sobrara la ropa. Además, las fotos en sí me encantaban: adoraba esa deliciosa mezcla de los colores, las curvas con los ángulos, lo pequeño con lo grande, la fuerza con la resistencia, masculino y femenino haciéndose un todo los dos juntos, a base de hacer el amor.
               Se las envié a Alec aún sentada sobre el lavamanos, y los dos nos miramos. Me apartó un mechón de pelo de la cara y me acarició los labios mientras yo me hundía en sus ojos.
               Lo que no le dije en ese instante me perseguiría toda la vida. Quería decirle que le quería. Que era suya. Que le pertenecía más de lo que jamás le había pertenecido a nadie ni siquiera a mí misma. Que mi vida antes que él era en blanco y negro, y ahora que le tenía, era una explosión de color, la primavera más hermosa que había vivido la humanidad.
               -Te amo-le dije en español, porque era una cobarde y una estúpida. Por ser joven, me creía con todo el tiempo del mundo, como si tuviera garantizada la ancianidad.
               No pude dejar de pensar en eso cuando, al día siguiente por la mañana, vinieron a buscarme a clase. Mimi estaba hecha un manojo de nervios; el director Fitz no paraba de temblar, temiendo mi reacción. Me sacaron de clase y el director Fitz repitió unas palabras horribles que hicieron que Mimi se echara a llorar, histérica. Yo sólo pude mirarla sin comprender. Era incapaz de procesarlas.
               No me preocupé de mis cosas, ni de qué les diría a mis amigas por desaparecer así. Simplemente, como un autómata, caminé con unas piernas que no eran mías en dirección a la salida, donde Dylan y Annie nos recogieron a Mimi y a mí. Recorrimos media ciudad con el coche, y los sonidos que lo llenaban, de los sollozos histéricos de Annie, los jadeos ahogados de Dylan y las súplicas ahogadas de Mimi, no entendía absolutamente nada.
               Me abrieron la puerta del coche y vi que mi cuerpo se bajaba como si estuviera atrapada en una película de terror y ciencia ficción. No podía correr. No podía moverme. Ni siquiera podía gritar en mi interior. No derramé ni una lágrima, ni siquiera cuando una enfermera salió a nuestro encuentro, apresurada, con las mejillas arreboladas por la celeridad con que tenía que reaccionar a todo. Aunque su trabajo era duro, el caso que nos había llevado allí era más complicado de lo que acostumbraba, y no era plato de buen gusto para nadie darles a los seres queridos de una persona una noticia como la que nos dieron a nosotros.
               Seguí a Dylan, que sostenía a Annie por los hombros para que no se desplomara, con la mano de Mimi estrujándome los nudillos. El olor a lejía era lo único que percibía del hospital. Lejía y desesperación.
               Nos sentaron en una sala de espera que de haber podido pensar con claridad, me habría parecido horrible. Seguía dándole vueltas a las palabras del director Fitz. No supe cómo, encontré mi móvil entre los pliegues de mi falda. Mi mano lo colocó frente a mis ojos. Mi dedo se deslizó por la pantalla. Mi perfil de Instagram se abrió solo.
               Una foto saltó hacia la pantalla, haciéndose con el protagonismo de ésta.
               Alec y yo, los dos en el baño ya con los bañadores puestos, antes de irnos a la playa y cometer locuras. Yo me tiraba un poco de la braga del bañador, y Alec me rodeaba la cintura con el brazo y me daba un beso en la mejilla que tenía más hinchada por la sonrisa pagada de mí misma que había esbozado para la foto. Después, él me había dado un mordisquito que también había inmortalizado en una foto, pero que no había subido porque lo quería para mí. Tenía el ojo cerrado en ambas, me mordía la lengua y me reía.
               No quiero que me faltes nunca , le había escrito en la descripción. Porque no podía decirle que le quería en el idioma que nos pertenecía a ambos, pero sí que no quería que me faltara jamás.
               Mi mente repitió la frase del señor Fitz en voz alta, clara y  de una forma en la que, por fin, lo pudo procesar. Y supe que me iba a repetir mi estúpida descripción toda la vida.
               La culpa había sido mía. La culpa había sido mía. Yo lo había provocado. Si no lo hubiera invitado a Barcelona, no habría hecho horas extras, y no estaría en la carretera en un día como aquel, en el que el cielo lloraba todo lo que no podía yo.
               Llevaba demasiado tiempo acaparando la suerte de demasiada gente. Y ahora iba a pagar gente que no se lo merecía. De todas las personas del mundo, él era el último que merecía pagar por mis errores. La última persona que merecía estar en una cama de hospital, en urgencias, con el pecho lleno de marcas triangulares por el desfibrilador y lleno de cortes por los cristales que se habían desprendido de la luna del coche que lo había atropellado.
               -Sabrae-me había dicho el señor Fitz-, los señores Whitelaw vienen para acá. Van a recogeros a ti y a Mary Elizabeth.
               Yo lo había mirado sin entender. Porque yo ya lo sabía. En el fondo, yo ya lo sabía. A nadie lo sacan de clase para darle una buena noticia.
               -Alec ha tenido un accidente, Sabrae. Le están operando de urgencia en el hospital.
               Lo cual, en el momento en que yo procesé la frase, no era completamente cierto. Ya habían empezado a operarle. Y lo habían visto tan débil que habían tenido que abortar la operación.
               En el momento en que yo me di cuenta de dónde estaba, de lo que había pasado, y mis ojos empezaron a llorar y mis pulmones a llenarse de angustia, Alec estaba en coma, también con los pulmones encharcados… pero en su propia sangre.






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1 comentario:

  1. Tenías razón con respecto a lo épico del capítulo zorra del averno, no se porque te subestimo. VAMOS POR PARTES.
    Para empezar Alec fangirleando con Abel y estando de charleta ha sido una maravilla, la conversación sobre los consejos de Alec con respecto a los conciertos y luego la del sexo con Sabrae mientras ella cantaba NO TENGO MAYÚSCULAS SUFICIENTES.
    Voy con otra parte épica, no voy cronológicamente sns, y es el polvo en la playa QUE YA ME JODERIA son unos putos sin vergüenzas no sé porque pero ni me ha escandalizado un ápice el que lo hiciesen conociendo a tremendos personajes.
    Otra parte que me ha gustado mucho es el guiño a la portada de Bombón me ha encantado darme cuenta justo al instante e imaginarme tal cual a Sabrae como en la foto.
    DICHO ESTO, A LO IMPORTANTE.

    No sé si está hecho a posta o ha sido producto de tu mente brillante y al mismo tiempo aleatoria pero me ha gustado como has jugado durante el capítulo con los temas, que al fin y al cabo son uno ya que van de la mano, de la etiqueta de novios y el te quiero de Sabrae. Me ha encantando como en la conversación con Abel Sabrae prácticamente ni se inmuta con respeto al tema de la etiqueta como si supiese que al fin y al cabo después del viaje de una forma u otra todo cambiaria pero no tal vez como ella pensaba. También con respecto a esto me ha gustado como le ha dicho el te amo como si a pesar de no ser suficientemente valiente de decírselo en inglés decírselo tmb en español además de ruso refuerza el hecho de que ambos saben lo que hay y que al fin y al cabo lo que acobarda a Sabrae es la existencia de Africa pero a pesar de eso se acercan cada vez más a ese punto de inflexión de saber que se lo dirá aunque Alec se marche finalmente.
    El hecho de que ambas cosas durante el capítulo adquieran un matiz distinto (a mi modo de ver) para Sabrae de una forma contrasta super bien con el hecho de que para el lector también es previsible que eso va a cambiar, pero a raíz del accidente y de forma totalmente abrupta y no tal vez progresiva como igual intuía Sabrae.
    No puedo esperar a leer el siguiente capítulo o los siguientes capítulos y que me destroces viva Erikina, confío en ti plenamente para ello. Sonará súper sadico pero espero que describas tan jodidamente bien el drama y desasosiego de Sabrae que cuando lo lea sea como si leyese la pelea de Scommy e Infatuated en bucle durante una tarde. Te estaré esperando. Cero presión.♥♥

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