lunes, 23 de mayo de 2022

Magno.


¡Hola, flor! Quería dedicar un minutito de tu tiempo a darte las gracias por tu paciencia… y también a avisarte de que este capítulo es bastante más corto de lo que te tengo acostumbrada. Como bien sabes, el sábado que viene es mi examen, así que no he podido dedicarle el tiempo que les dedico normalmente. ¡Espero que lo disfrutes de todos modos! Y, por favor, si rezas antes de irte a dormir… reza el viernes por la noche, que lo voy a necesitar. ¡Gracias! ᵔᵕᵔ

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Su ausencia en el círculo de admiración de Beyoncé me dio un toquecito en el hombro, igual que una mano amiga inesperada en una fiesta en la que no conoces a nadie y sólo centras tu esfuerzo en que no se te note lo incómoda que te sientes. Fue como aterrizar después de horas de vuelo turbulento y caer en la cuenta de que, a pesar de sus baches y lo variado de su orografía, el suelo era estable. Y real. No era parte de un sueño o de una especie de milagro propiciado por la ciencia.
               Era como una llamada en lo más profundo de mi alma, una cuerda atada en mi cintura y tirando de mí para sacarme de aquel lugar, uno que disfrutaba y que ocurría tantas veces como un eclipse solar, pero que te impedía levantar la vista al cielo sin arriesgarte a la ceguera.
               Así que, a pesar de que mamá, Taylor y Beyoncé seguían charlando animadamente en una conversación interesantísima y que no me habría querido perder por nada del mundo, me levanté. Como una tríada de diosas que discuten sobre el destino de los mortales igual que los filósofos teorizaban sobre el origen del mundo hace dos mil años, ellas no se percataron de que la hormiguita paciente, silenciosa y admirada que tenían a sus pies acababa de tomar conciencia de sí misma y se preparaba para marcharse.
               Pero mis compañeras de ritual sí.
               -¿Adónde vas?-preguntó Momo en un susurro, con una montañita en el ceño ante mi osadía de dejar aquel evento sagrado. Fuera lo que fuera que pretendiera usar de excusa, no iba a ser suficiente para ella, así que bien podía decirle la verdad.
               -A buscar a Alec.
               -Buf. Debes de quererlo muchísimo-comentó, y volvió enseguida la vista a Beyoncé, que en ese momento estaba comentando unas ideas que tenía para un evento de streaming exclusivamente de mujeres, con público íntegramente femenino, para protestar por las desigualdades que todavía había en la industria.
               No te haces una idea, pensé mientras terminaba de levantarme y me abría hueco entre la gente, lo cual no fue nada difícil: todos estaban ansiosos porque alguien se marchara para ocupar su lugar, igual que el océano se abalanza sobre cada hueco que aparece en una playa.
               Momo lo sabía. O lo intuía, más bien. Supongo que no podrían juzgarme si les decía que quería presentárselo a Beyoncé como se lo había presentado a The Weeknd, que quería que ella supiera que mi corazón estaba ocupado y que había encontrado a la única persona a la que nadie en este mundo se merecería por mucho que lo intentara, alguien que sería capaz de ensombrecerla incluso a ella. No me malinterpretes: Beyoncé era todo lo que yo aspiraba a ser algún día, independientemente de cuál fuera el camino que terminara por seguir en la vida, y la tenía como esa estrella que te guía en lo más oscuro de la noche y evita que te pierdas en la inmensidad del desierto, pero Alec… Alec era lo que yo quería tener a mi lado cada minuto de mi vida. Era ese cielo que me proporcionaba dibujos preciosos en forma de constelaciones, el oasis al que me dirigía y en el que me instalaría nada más llegar.
               Estar con ella me había hecho darme cuenta de eso: que cada minuto juntos era tan valioso como una vida dedicaba al arte y a la posteridad; que renunciar siquiera a una noche durmiendo en sus brazos era mayor sacrilegio que ser muda y cantante, o sorda y compositora, o ciega y pintora; que, si la oferta estaba aún encima de la mesa, yo la aceptaría. Me pondría de rodillas si era lo que Alec quería o necesitaba y le pediría que se quedase, y viviría con la consciencia de haberle pedido que renunciara a una parte de sí mismo porque yo no podía estar sin él. Si no iba a merecérmelo hiciera lo que hiciera, bien podía cumplir mis deseos, volverme egoísta y acapararlo sólo para mí.
               Me había sacudido de encima el hechizo de mis famosas favoritas, así que ahora me tocaba seguir ese suave tirón que sentía en mi corazón para volver a casa. A sus brazos. A la promesa de ese futuro juntos que él me había pedido que yo le arrancara del pecho. Las únicas promesas que valían algo para él eran las que me hacía a mí. Yo era la única que podía pedirle que se quedara.
               Y lo haría. Podría ser honorable y decir que lo haría por todos aquellos que lo querían: su hermana, sus padres, su abuela, sus amigos… pero lo cierto es que ninguno de ellos me importaba, igual que si quería presentárselo a Beyoncé como mi novio no era porque quisiera la aprobación de ella, sino porque quería que él supiera que lo que más feliz me hacía era declararme suya a todo aquel que quisiera escucharme.
               Claro que para eso tenía que encontrarle primero. No podía presumir de un brazo que me cogía la cintura si su dueño estaba a metros de mí, así que tendría que guiarme por ese leve tirón en mi alma que parecía indicarme la dirección correcta igual que un águila surca los cielos en dirección a casa dejando que las corrientes de aire la eleven en el cielo.
               La primera parada en el camino me parecía evidente. Igual que yo había orbitado en torno a mi ídolo predilecto igual que un joven y necesitado satélite con Beyoncé, Alec estaría seguramente sentado en la misma mesa que ocupara The Weeknd, probablemente recitándole toda su discografía en orden cronológico para explicarle que, no lo entendía, su música era su vida y le encantaban todas sus canciones. No tenía ni una sola mala, ni una que no fuera de su gusto.
               Atravesé la estancia en dirección a la esquina en la que había visto asentarse a Abel con todos sus amigos, una tropa sin la que no salía de las fronteras de Estados Unidos, segura de que mi viaje era un vuelo directo en lugar de con escalas, como efectivamente iba a ser. Ya que, a pesar de que Jordan y Niki estaban en compañía de Abel, dándole el coñazo como lo haría mi novio y con unos ojos que delataban lo que habían estado consumiendo (algo un pelín más intenso que los carbohidratos de las hamburguesas), Alec no estaba con ellos. Era como si Jordan y Niki estuvieran representando la esencia de mi chico, uniendo los dos países que más le poseían: Inglaterra y Grecia.
               -Sabrae-sonrió Abel, bastante menos afectado que Niki y Jordan, a pesar de que seguramente había consumido más. Le dediqué una sonrisa cordial cuando puse la mano en el respaldo de su silla. Me apetecía marcharme y seguir en su busca; el lado se apretaba más y más en torno a mi cintura, como si cada segundo separados supusiera un sacrilegio y me supurara una herida del pecho que no sabía que tenía abierta, pero tenía que ser educada. Aquella no era mi noche, por mucho que me sintiera eufórica, como si hubiera conquistado un imperio.
               -Qué paraditos estáis. ¿Os habéis descargado las pilas durante el concierto, abuelos?-bromeé, y Abel puso los ojos en blanco.
               -Estamos esperando a que pongan música en condiciones con la que desfasarnos.
               -Ya veo. Os noto aburridos-miré la mesa, en la que había restos de comida basura y drogas por igual. No podía decir que me sorprendiera la poca discreción del grupo; después de todo, una de las razones por las que mamá y Eri habían insistido en que los niños se fueran a casa de Alec para que Annie los cuidara era aquello. Todos eran adultos, y ya no había nadie que pudiera imponer un comportamiento u otro en los invitados. Además, les apetecía celebrar, no hacer de policía.
               Abel sólo jadeó una carcajada que sus amigos imitaron. Niki y Jordan se subieron al carro, fascinados con el cantante, como si fuera el único personaje famoso de la sala. Supongo que cada uno tiene sus fetiches.
               -Oye, ¿no habréis visto, por casualidad, a Alec, verdad?-pregunté. No tenía mucha esperanza de que así fuera, puesto que Alec no se iría del lado de Abel tan rápidamente, y yo no había estado tanto tiempo arrodillada a los pies de Beyoncé adorando su existencia… ¿verdad?

lunes, 9 de mayo de 2022

Aniversarios en lugar de funerales.


¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, vengo a darte una noticia que creo que no te gustará mucho, pero allá va de todos modos: este mes va a haber poquitos capítulos de Sabrae. De hecho, no volverás a tener nada nuevo hasta el 23, que es lunes, y no sé si el finde siguiente ya podré subir normal. La razón es que voy a tener un examen importantísimo el 28 de mayo, el primero de la oposición que empecé a preparar en septiembre, y, la verdad, tengo que esmerarme estudiando, así que no voy a tener tiempo para escribir. Nada me gustaría más que seguir citándome contigo todos los fines de semana, pero de momento creo que tendremos que dejarlo aquí.
¡Nos vemos el 23!
 
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Había visto muchas veces esa expresión en la cara de mamá: los ojos abiertos, las cejas arqueadas como las bóvedas de una iglesia, casi acariciándole el nacimiento del pelo. Por lo menos la expresión de la parte superior de su cara me resultaba familiar, pero no la sonrisa que había en su boca, en lugar de la mueca de disgusto que siempre acompañaba a esa mirada que, curiosamente, sólo me dedicaba a mí. Mimi no era capaz de decepcionarla como lo hacía yo, y Aaron le dedicaba tan poca atención que incluso el anuncio de que había cometido un genocidio sería una buena noticia para mi madre, porque eso significaba que su primogénito estaba en casa y le estaba prestando atención (aunque bastante más de la que a mí me gustaría).
               Y todo por las pintas con las que había salido a recibirla y lo que llevaba en brazos. Acostumbrada como la tenía a pasearme por casa en pleno invierno con camisetas de tirantes de bandas de heavy metal que, por lo menos, me reservaba para escuchar en los auriculares, verme con la camiseta de One Direction que Sabrae me había procurado hacía ya horas era un cambio cuanto menos curioso…
               … aunque nada comparado con el hecho de que el crío que tenía en brazos no era Duna, a la que nadie le extrañaría que se comportara como un koala con problemas afectivos conmigo, sino al mismísimo Dan Tomlinson. Ese mismo niño que, desde que Sabrae había decidido que la tenía lo bastante grande como para dejar de detestarme, había asumido ese papel que, gracias a Dios, mi ahora novia había dejado vacante.
               Y ahora, él tampoco podía separarse de mí. Me preguntaba quién sería el siguiente en declararme persona non grata, y recé internamente para que no fuera Shasha.
               Me había sido prácticamente imposible despegarme del crío desde que lo enganché en la grada. Se había dedicado a correr detrás de mí cuando estábamos en el escenario, gritando mi nombre y agitando una bandera bisexual de forma frenética entre sus brazos como si estuviera tratando de decirme “conozco tu secreto, puto estafador de la heterosexualidad, ¡sal del armario!”, y cuando por fin yo me había dado cuenta de que era a y no a su hermano, con quien yo me estaba dedicando a dar brincos como un poseso mientras cantábamos (bueno, Tommy la cantaba; yo, más bien la destrozaba) a gritos Act my age, se había detenido en seco frente a mí y me había señalado los hombros.
               -¿Me subes otra vez, porfa?
               Porfa.
               Porfa.
               Daniel William Tomlinson diciéndome porfa a . Y poniéndome ojitos. Definitivamente, lo que no obraba Dios, podía conseguirlo One Direction.
               -¡Claro que sí, hombre! ¡VEN AQUÍ!-bramé, y me lo había subido a los hombros, y no sabría decir quién se lo había pasado mejor, si él con una nueva perspectiva del mundo, sintiéndose en la cima, o yo disfrutando del hermano pequeño que nunca había llegado a tener. Me llevaba demasiado poco tiempo con Mimi como para poder hacer cosas como aquella, y escuchar a Dan reírse sobre mi cabeza mientras agitaba los brazos en el aire, sin tan siquiera agarrarse a mí porque sabía que no le dejaría caer, había calmado la fiera de mi interior y había hecho que, durante unos instantes, olvidara lo que le había hecho a Sabrae cuando me cantó Ready to run.
               -WHEN I CAN HARDLY WALK AND MY AIR IS FALLING OUT…
               -¿QUIERES HACER ALGO CHULÍSIMO, DAN?-le grité mientras el mundo a nuestro alrededor giraba, y él clamó:
               -¡SÍ!
               -WE’LL STILL STAY OUT TILL MORNING, WE’LL THROW THE AFTERPARTY, OH, YEAH, OH, YEAH…
               Agarrándolo de la cintura, lo cogí con mis manos y lo lancé al aire mientras sonaban los acordes de la canción. Dan abrió muchísimo los ojos, una sonrisa radiante cruzándole la cara mientras gritaba de emoción.
               -¡GUAU!
               -I WON’T ACT MY AGE, NO I WON’T ACT MY AGE, NO…
               Quizá la siguiente persona que fuera a detestarme con toda su alma fuera Eri, ya que noté su mirada ardiente clavada en mí mientras su chiquillo estaba en el aire, y casi pude escuchar el suspiro de alivio que exhaló cuando lo recogí antes de que tocara el suelo, tanto porque no le había hecho daño como porque ella no tendría que hacérmelo a mí, que le sacaba dos cabezas.
               -¡Otra vez!-exigió cuando lo recogí. Y obedecí, solo que esta vez lo agarré de los pies, le di la vuelta y lo acerqué al borde del escenario.
               -Alec, ¿qué coño haces?-ladró Louis en los altavoces mientras yo acercaba a su hijo a las fans, que hicieron lo imposible por intentar tocarlo, al igual que él, que estiró y estiró y estiró el brazo hasta hacerles cosquillas en la punta de los dedos con la punta de los suyos.
               Como ellas eran muchísimas y estaban ultra pendientes de él, le solté un pie para poder acercarlo más al centro del público. Dan chilló de la emoción, riéndose a carcajadas mientras Duna y Astrid venían corriendo y me suplicaban que hiciera lo mismo con ellas.
               Y así es como conseguí garantizarme a una persona de cada sexo absolutamente obsesionada conmigo. Cuando dejé a Dan en el suelo, se dedicó a hacer la croqueta por el escenario, absolutamente desquiciado, y en cuanto desfilamos por la pasarela para marcharnos, se puso a mi lado para gritarme que lo hiciera otra vez, porfa, porfa, porfa. La verdad, me estaba empezando a molar eso de ser la persona favorita de absolutamente todos los hijos de One Direction, tuvieran la edad que tuvieran.
               Milagrosamente, Sabrae había conseguido que el chiquillo me dejara tranquilo durante un rato, pero en cuanto llegamos a la calle y nos tocó subirnos a los furgones que nos conducirían al fiestón que nos esperaba después del concierto se desató la locura. Sabrae no solo tuvo que pelearse con Duna para sentarse conmigo, sino, ahora, también con Dan. De hecho, Dan y Duna casi llegan a las manos mientras Astrid me fulminaba con la mirada. Cuando le pregunté si me odiaba, me respondió que sí: le parecía fatal que no la hubiera tenido en cuenta para sacudirla en el aire como a una “piñata descarriada” (palabras suyas), cuando “nos unían vínculos mucho más profundos que a Dan y a mí; por ejemplo, nuestro amor por los tronquitos de regaliz rellenos de nata”. Para que me perdonara la afrenta, la subí a mis rodillas, y si crees que Sabrae, a sus quince años, no protestó más que Duna y Dan a sus ocho y diez respectivamente porque ese sitio le correspondía a ella, es que no has estado prestando atención durante esta millonada de capítulos en los que mi chica ha sido el bicho más territorial del universo durante, por lo menos, ochocientos millones de veces.
               Si había tenido un respiro durante la cena fue porque Tam había recogido en su regazo a Dan para que se comiera con ella la hamburguesa que había cogido del bufet. El pobre niño había aguantado dos minutos sobre las rodillas de mi amiga, antes de marcharse corriendo y rojo como un tomate diciendo que su madre lo llamaba, a pesar de que Eri no dejaba de reírse unas mesas más allá, y hacía tiempo que había dejado de preocuparse de que sus hijos se escaparan, cuando estaba claro que yo me había convertido en su nuevo centro de gravedad y no irían a ningún lado sin mí.
               -Vaya, vaya, vaya. Parece que voy a tener que esforzarme a partir de ahora, porque tengo competencia-ronroneó Karlie, acariciándole los muslos a Tam de una forma nada sutil. Tam se echó a reír.
               -Ni la modelo más guapa del mundo podría hacer que tú te esforzaras conmigo, Kar.
               -Oh-jadeó Bella, los ojos llorosos, llevándose una mano al pecho.
               -Puag-gruñó Bey, poniendo mala cara.
               -Ya me parecía a mí que había pocos besitos en el día internacional de las lesbianas-comenté yo mientras empezaban a morrearse. Kendra inclinó la cabeza a un lado.
               -¿El día de la visibilidad lésbica no es el cumple de Sabrae?-preguntó, entrecerrando los ojos.
               -Estaba destinada-celebró mi chica, levantando las manos.
               -Debe ser un desfase de calendario, porque hay pocas cosas más de lesbianas que el aniversario de One Direction.
               -Eres la persona más insoportable del mundo, Alec-se rió Sabrae, y yo me repatingué en la mesa y le guiñé el ojo, regodeándome en el sonido de su risa y en que yo era la causa íntegra después de horas y horas en que había tenido que compartirla.
               -¿Era eso un reto, Tam?-preguntó Diana, apartándose el pelo de la cara. Tamika se rió y le dio unas palmaditas en el brazo.
               -Lo siento, Didi, pero todavía estoy en la fase de luna de miel.
               -¡Genial! Más Diana para nosotros-ronroneó Sabrae, levantando la copa de Pepsi que yo no paraba de llenarle con cada sorbo que echaba.
               -¡Sí, hombre!-protestó Karlie-. ¡De eso nada, guapa!
               -Que te levantan a la novia, T-se había burlado Scott, y Tommy lo había mirado a través de unos ojos vidriosísimos. Era, con diferencia, el más perjudicado de la mesa, y ya nos llevaba a todos tanta ventaja en la borrachera que dudaba que fuéramos capaces de alcanzarlo.
               -Karlie tendrá lo mismo que Diana y lo conocerá mejor, pero no tiene algo que tengo yo.
               -Ilumínanos, porfa, T-ronroneó Jordan. Tommy se concentró en enfocarlo, y respondió con voz pastosa:
               -Talento para escribir canciones. Te quiero mucho-dijo, girándose hacia Diana-, y te lo demostraré. Dadme un boli-ordenó, cogiendo una servilleta-. Veréis lo que soy capaz de hacer. Soy el hijo de Louis Tomlinson, joder. Os vais a cagar-soltó, cogiendo su tenedor, manchado de la salsa de las patatas bravas que una de sus tías había insistido en que debía haber sí o sí en el bufet.
               -Tranqui, fiera. No humilles todavía a Louis-se rió Scott, quitándole el tenedor-. Ésta es su noche y estaría feo que tú se la estropeases.
               -Estas patatas están cojonudas-había sido la forma de Tommy de zanjar la discusión. Y hasta ahí había llegado el primer intento de Sabrae y mío de allanarnos el camino de cara a que Diana se metiera algún día con nosotros en la cama. Por la forma en que Sabrae se la quedó mirando un momento, los ojos entrecerrados y los labios ligeramente entreabiertos, supe que estaba pensando en ese momento. La anticipación nos terminaría matando a los dos, y más cuando estuviéramos separados por…
               No. No podía ponerme a pensar en lo de África entonces. Aquella era una noche para celebrar, con una melancolía sana, de ésas que hacen que grupos de amigos se congreguen para recordar los buenos tiempos en los que las únicas responsabilidades era llegar a casa lo suficientemente temprano como par que todavía hubiera tiempo de hacer el amor con tu chica, pero también lo bastante tarde como para sentir que no te habías perdido nada de la fiesta. Los aniversarios no estaban hechos con vistas al futuro, que era lo que a mí me preocupaba, sino el pasado. Y mi pasado era genial. Tenía que centrarme en él.
               Lo intenté con todas mis fuerzas, lo prometo, pero no me era fácil. Era como si mis preocupaciones hubieran saltado sobre mí con las ganas acumuladas por haber sido incapaces de alcanzarme durante el concierto, y a cada esquina que giraba, nuevas sombras se alzaban ante mí.
               Una parte de mí era incapaz de soportar la presencia de Sabrae a mi lado, ella siempre tan buena, cogiéndome de la mano y sonriéndome y riéndose de los chistes de los demás, aprovechando la noche como la que era: una oportunidad para pasarlo bien. Que ella fuera así de feliz y lo expresara de esa forma tan sincera sólo me hacía pensar que lo hacía porque no quería que mi mente vagara a ese rincón en el que yo me dedicaba a encerrarme en mí mismo a enumerar todo lo que había hecho mal, que no era poco. Saab se comportaba como una estrella al borde de su muerte, brillando y brillando todo lo que no podría una vez se acaben los compuestos químicos que hay en su interior, y yo no podía dejar de preguntarme si el hecho de que estuviera tratando de compensar nuestra ausencia mutua durante mi voluntariado no era una señal más de que esa noche eterna en la que iba a embarcarme estaba mal.
               Si estaba mal, no debería lanzarme al vacío. Pero, aun así, era tan cobarde como para necesitar  que alguien me lo dijera, una excusa a la que aferrarme igual que un náufrago a un salvavidas. Y por eso ella se reía, por eso ella me sonreía, por eso ella me cogía la mano por debajo de la mesa y me acariciaba los nudillos: porque sabía que ella era mi salvavidas.
               Incluso cuando la causa de mi naufragio era mi propia estupidez.
               Detestaba admitirlo, pero aceptaría cualquier excusa que el mundo me ofreciera para levantarme de esa mesa y abandonar el salón, y así, de paso, esa sala de mi mente en la que estaban almacenados todos los aparatos de tortura que, curiosamente, tenían mi nombre grabado con letras en rubí.
               Agradecí enormemente que Dan decidiera que podía reclamar de nuevo mis atenciones una vez me alejé un poco de Tam, y así tuve una forma de distraerme y no pensar en el ruido de fondo en mi cabeza mientras me dedicaba a juguetear con los críos, Sabrae lo bastante lejos de mí, charlando con los demás invitados famosos de la fiesta, como para que mis células no se pusieran en alerta máxima y se dedicaran a repetir en bucle lo que le había hecho durante el concierto.
               Pero, como todo lo bueno y como todas las excusas, se acabó el cachondeo también para los niños. Eri se acercó a nosotros con ojos brillantes, sonriendo al ver la manera en que estaba dejando que sus hijos y Duna me avasallaran a base de turnarse para tratar de subirse a mis hombros y que los levantara en el aire como si estuviéramos en Dirty dancing.
               -Annie y Dylan están a punto de llegar-informó, y Duna la miró con ojos como platos, presta a suplicarle que les dejaran quedarse un poco más. Sin embargo, aquello era materia no negociable: los Tomlinson y los Malik querían disfrutar de la noche igual que los Payne, los Horan y los Styles, que ya no tenían la responsabilidad de acostar a hijos pequeños pronto, así que les habían pedido a mis padres el favor de que se ocuparan de ellos durante esa noche. Sabía de sobra lo que Eri y Louis se dedicarían a hacer en cuanto la fiesta se acabara, aprovechando que sus hijos estarían en buenas manos y tendrían la casa sola para ellos, al igual que lo sabía mi madre.
               -¿Por qué tengo que irme yo también?-se había quejado Dan-. ¡Yo soy mayor!
               -Ya tendrás tiempo de cogerte buenas cogorzas y morirte de la resaca al día siguiente, fiera-me reí yo, dándole una palmada en la espalda. A Dan no le había hecho ninguna gracia que me pusiera de parte de su madre, y por un momento pensé que todo el camino que habíamos recorrido a lo largo de esas dos horas de reconciliación acababa de redirigirnos a la casilla de salida, pero cuando nos metimos en el ascensor y vio que podía tocar el botón del ático sin tener que ponerse a dar saltos, creo que Dan decidió que estar con un traidor como yo merecía la pena. Tenía más ventajas que inconvenientes.
               Atravesamos el vestíbulo del hotel con las niñas quejándose, Dan bien apretado contra mi pecho por si acaso me daba lástima la manera en que se aferraba a mí (como a mí me gustaría aferrarme a Inglaterra, pensé con tristeza) y trataba de convencer a Eri de que dejara a sus dos hijos juntos.
               Hundió la cara en el hueco entre mi cuello y mi hombro cuando salimos al frío de la noche londinense y se perdió la cara de mi madre, esa misma cara de sorpresa complacida con la que había mirado a Sabrae la primera vez que la traje a casa de forma oficial. La misma sorpresa con la que la miraba cada vez que le preguntaba yo si podíamos improvisar un plato más para ella, porque la había invitado a comer. Le había visto esa expresión más veces, sí, algunas incluso provocadas por mí, pero nunca dirigidas a mí. Me pregunté si no lo estaría haciendo del todo mal en la vida.
               Si no la estaría condenando a un año sin su hijo preferido por pura cabezonería.
               -Vaya. Yo que iba a preguntaros qué tal había ido el concierto-se rió-. Parece que algunos se han desfasado más que otros, ¿no es así, Dan?-preguntó, acariciándole la espalda al niño. Por toda respuesta, Dan se aferró a mí con un poco más de fuerza. Exhaló por la nariz de forma que su aliento se deslizó por mi espalda-. ¿Estás cansado, cielo?
               -No.
               -Genial, porque he hecho unos dulces. Nos lo vamos a pasar de cine mientras papá y mamá se dedican a estar en esta fiesta aburridísima, llena de gente súper pesada. ¿Te apetece?
               -No-repitió Dan, cerrando un poco más las piernas en torno a mi pecho.  Eri se rió, mamá enarcó una ceja y se me quedó mirando. Puse los ojos en blanco a modo de respuesta.
               -Qué dramático-escupió Duna, poniendo los ojos en blanco. Dan se giró, la fulminó con la mirada y le sacó la lengua. Duna abrió muchísimo los ojos y la boca, totalmente escandalizada mientras Astrid se colgaba de los brazos de Dylan y se dedicaba a manosearle la barba.
               -Tu barba pincha como las esquinas de un dorito-dijo, y Dylan se rió y se limitó a meterla en el coche.
               -Puedo sola, gracias-dijo Duna, alzando una mano y escalando por el asiento del coche en dirección a Astrid.
               -No me quiero ir todavíaaaa-lloriqueó Dan, alargando la última vocal hasta el infinito, y pataleando en mi pecho. Noté cómo algo dentro de mí crujía por ese movimiento, y traté de disimular la mueca de dolor.
               Lo hice bastante mal, aparentemente, dado que mamá se puso pálida y dio un paso hacia mí.
               -¡Quiero quedarme con Alec!
               Inconscientemente, lo sujeté con más fuerza para retenerlo en su sitio. Mamá se puso tensa, más que dispuesta a tirar al crío al suelo con tal de que dejara de hacerme daño y, de nuevo, me sentí un cabrón por ir a hacerle lo que iba a hacerle. Había pensado tanto en lo que mi ausencia nos haría a Sabrae y a mí que apenas había tenido tiempo, energías, o neuronas para pensar en cómo nos afectaría a mamá y a mí.

lunes, 2 de mayo de 2022

Los astronautas no usan paracaídas.


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Me giré con el corazón en un puño, odiando y a la vez adorando que alguien me hubiera acercado un mano amiga y salvadora cuando yo no era consciente siquiera de necesitarla.
               No sabía por qué había hecho eso, pero me había salido de dentro. No sabía por qué le había cogido la mano, por qué le había hecho mirarme, por qué le había cantado precisamente esa canción y no otra a él.
               O sí lo sabía, pero no me atrevía a admitirlo ante mí misma. Quizá nunca fuera capaz de hacerlo más allá de en esos dos segundos en los que estuve a punto de ceder, anónima por primera vez en muchísimo tiempo, sin ocupar el foco y sin tener que preocuparme de que nadie fuera a presenciar e inmortalizar mis errores.
               Claro que iba a cantarle Ready to run a Alec. Louis y Liam la habían escrito hacía veinte años para ese momento, anticipando que toda mi existencia y mi felicidad pendían de un finísimo hilo plateado que nada tenía que ver con uno de pesca. Éste estaba hecho de seda. Ligero como el vuelo de una mariposa, tan frágil como sus alas.
               -Vamos-Scott, entre Momo y Kendra, me tendía la mano-. Quieren cantar las últimas canciones con nosotros, los hijos, en el escenario. Es la hora.
               No necesitaba mirar a Alec para saber la cara que tenía, de abandono, de que la cabeza le daba vueltas, de pánico contenido, de “por favor, elígeme a mí”. Toda su energía desprendía esa controlada desesperación.
               Aun así, me giré. Cuando le cogí la mano, sus ojos volvieron a mí.
               -Ven conmigo-le pedí. Y él parpadeó.
               -Pero… yo no soy un Malik.
               -Aún-contesté, y me noté sonreír. A pesar de que el hilo de esperanza se estaba deshilachando, todavía tenía el consuelo de que estábamos allí, y Ready to run no era la última canción.
               Por suerte, Alec estaba dispuesto a seguirme el juego, lo cual me hizo sentir aún más miserable si cabe.
               -No soy yo quien debería cambiarse el apellido-contestó, y yo sonreí un poco más. Apretando con tanta fuerza sus dedos que era imposible que no le estuviera haciendo daño, tiré de él para empezar a moverme. Me temblaban las rodillas, y no tenía nada que ver con el cansancio ni con la tímida intuición que poco a poco se abría paso en mi interior sobre lo que estaba a punto de suceder, ni con lo que tenía confirmado por mi hermano.
               Y él, a quien jamás me mereceré, ni viviendo mil vidas de trabajo abnegado, salió a mi rescate volviéndose hacia mis amigas:
               -Me prefiere a mí-canturreó. Me di cuenta de que, de fondo, estaba empezando a sonar otra canción: More than this.
               -Porque tú le comes el coño-soltó Kendra, y yo le di un manotazo. Ni le prefería a él, ni…
               … bueno, sí que le prefería a él. Tarde o temprano, era muy probable que la vida me separara de mis amigas, aunque nunca de forma espiritual. Sin embargo, la sola idea de que Alec estuviera lejos de mí durante un año, algo que ni siquiera era permanente y tenía fecha límite, era suficiente para hacerme enloquecer. Supongo que eso sí que se puede considerar “preferir”, al igual que a mí deberían considerarme una amiga pésima. ¿O tenía alguna oportunidad de redención?
               -Vosotras os lo perdéis-se mofó él, chulito como nadie. ¿Cómo no iba a desmoronarme pensando en que iba a marcharse, si se comportaba así? Era imposible no generar dependencia de él.
               -Que tú sepas-le contestó Momo, burlona, y Alec abrió muchísimo los ojos y se giró para mirarme.
               -¿Así que yo tampoco te he estrenado en eso, bombón? ¡La verdad sale por fin a la luz!
               -¡Calla!-me reí, empujándolo, y dándole las gracias a los cielos por habérmelo encontrado. Hoy más que nunca, quizá por todo lo que estábamos celebrando y lo fortuito que había sido, era muy consciente de la inmensa suerte que había tenido de haber caído en el momento adecuado en esa intersección de casualidades que me había llevado hasta él. No sabía lo que habría esperándome fuera, cuáles serían mis otras posibilidades, ni tampoco lo quería saber; no necesitaba probar la plata o el bronce para saber que no había nada más dulce que el oro.
               -When he opens his arms and holds you close tonight…-empezaron nuestros padres en el escenario mientras atravesábamos el pasillo, disculpándonos con todos los que nos pedían fotos, y corrimos a los ascensores que nos llevarían hasta la parte inferior del estadio.
               -¿Estamos todos?-preguntó Layla, que le había cogido la mano a un estoico Rob, el único chico adolescente cómodo con ese gesto. Recitó los nombres de los pequeños Tomlinson, los de mis hermanas, el de Diana y el de Chad. Y, después, frunció el ceño-. Me sobran dos personas. y quiero que conste que no me refiero a Kiara ni a Aiden-añadió, girándose para mirar a los irlandeses, que le habían cogido sendas manos a Chad para demostrarle que lo había hecho bien. De todas las personas que había en el mundo, de todas las que habían ido a ese estadio, Chad era el único que no había caído rendido a sus propios pies con la actuación que había hecho. Perfeccionista como era, era totalmente consciente de que había fallado algunos acordes  y que los nervios lo habían traicionado, lo cual, sumado al hecho de que él era quien menos “atención individualizada” obtenía, como Shasha lo había expresado una vez, lo hacía sentir un poco fraude. Como si no hubiera cautivado a todo el estadio. Como si no hubiera conseguido merecerse estar allí, cuando la realidad era que aquello era un derecho de nacimiento que nadie podría quitarle jamás.
               -Zoe saldrá conmigo-explicó Diana, dando un paso al frente, literal y metafóricamente-. Lo he hablado con papá, y está de acuerdo.
               -¿Y Alec? Saab, tú tienes a tus hermanas…
               -Alec es mi animal de apoyo emocional-respondí, y él arrugó la nariz.
               -Increíble las piruetas verbales que haces con tal de no decir que soy tu novio y te encanta tragarte mi…
               -¡LIMONADA CASERA!-chilló Layla, y en ese momento el ascensor se detuvo con un suave chirrido que hizo que Duna me apretara la mano con fuerza.
               -No te preocupes, Dundun. No pasa nada.
               Ojalá fuera verdad. Podía fingir que no acababa de estar a punto de saltar al precipicio, reuniendo el valor que siempre me había aterrado juntar cada vez que me encontraba con Alec después de que abriera los ojos y me dijera que lo del voluntariado seguía en pie, pero eso no iba a borrar mis acciones. No iba a hacer que cediera a mis impulsos más bajos ni me creyera que yo no era egoísta. A diferencia de en tantas cosas en la vida, lo de esa noche no iba a funcionar con un “fíngelo hasta que lo consigas”.