¡Hola, flor! Antes
de que empieces a leer, vengo a darte una noticia que creo que no te gustará
mucho, pero allá va de todos modos: este mes va a haber poquitos capítulos de Sabrae. De hecho, no volverás a tener
nada nuevo hasta el 23, que es lunes, y no sé si el finde siguiente ya podré
subir normal. La razón es que voy a tener un examen importantísimo el 28 de
mayo, el primero de la oposición que empecé a preparar en septiembre, y, la
verdad, tengo que esmerarme estudiando, así que no voy a tener tiempo para
escribir. Nada me gustaría más que seguir citándome contigo todos los fines de
semana, pero de momento creo que tendremos que dejarlo aquí.
¡Nos vemos el 23! ❤
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¡Toca para ir a la lista de caps!
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Había visto muchas veces esa expresión en la cara de
mamá: los ojos abiertos, las cejas arqueadas como las bóvedas de una iglesia,
casi acariciándole el nacimiento del pelo. Por lo menos la expresión de la
parte superior de su cara me resultaba familiar, pero no la sonrisa que había
en su boca, en lugar de la mueca de disgusto que siempre acompañaba a esa
mirada que, curiosamente, sólo me dedicaba a mí. Mimi no era capaz de
decepcionarla como lo hacía yo, y Aaron le dedicaba tan poca atención que incluso
el anuncio de que había cometido un genocidio sería una buena noticia para mi
madre, porque eso significaba que su primogénito estaba en casa y le estaba
prestando atención (aunque bastante más de la que a mí me gustaría).
Y
todo por las pintas con las que había salido a recibirla y lo que llevaba en
brazos. Acostumbrada como la tenía a pasearme por casa en pleno invierno con
camisetas de tirantes de bandas de
heavy
metal que, por lo menos, me reservaba para escuchar en los auriculares,
verme con la camiseta de One Direction que Sabrae me había procurado hacía ya
horas era un cambio cuanto menos curioso…
…
aunque nada comparado con el hecho de que el crío que tenía en brazos no era
Duna, a la que nadie le extrañaría que se comportara como un koala con problemas
afectivos conmigo, sino al mismísimo
Dan
Tomlinson. Ese mismo niño que, desde que Sabrae había decidido que la tenía
lo bastante grande como para dejar de detestarme, había asumido ese papel que,
gracias a Dios, mi ahora novia había dejado vacante.
Y
ahora, él tampoco podía separarse de mí. Me preguntaba quién sería el siguiente
en declararme persona
non grata, y
recé internamente para que no fuera Shasha.
Me
había sido prácticamente imposible despegarme del crío desde que lo enganché en
la grada. Se había dedicado a correr detrás de mí cuando estábamos en el
escenario, gritando mi nombre y agitando una bandera bisexual de forma
frenética entre sus brazos como si estuviera tratando de decirme “conozco tu
secreto, puto estafador de la heterosexualidad, ¡sal del armario!”, y cuando
por fin yo me había dado cuenta de que era a
mí y no a su hermano, con quien yo me estaba dedicando a dar
brincos como un poseso mientras cantábamos (bueno, Tommy la cantaba; yo, más
bien la destrozaba) a gritos
Act my age, se había
detenido en seco frente a mí y me había señalado los hombros.
-¿Me
subes otra vez, porfa?
Porfa.
Porfa.
Daniel William Tomlinson diciéndome
porfa a
mí. Y poniéndome
ojitos. Definitivamente,
lo que no obraba Dios, podía conseguirlo One Direction.
-¡Claro
que sí, hombre! ¡VEN AQUÍ!-bramé, y me lo había subido a los hombros, y no
sabría decir quién se lo había pasado mejor, si él con una nueva perspectiva
del mundo, sintiéndose en la cima, o yo disfrutando del hermano pequeño que
nunca había llegado a tener. Me llevaba demasiado poco tiempo con Mimi como
para poder hacer cosas como aquella, y escuchar a Dan reírse sobre mi cabeza
mientras agitaba los brazos en el aire, sin tan siquiera agarrarse a mí porque
sabía que no le dejaría caer, había calmado la fiera de mi interior y había
hecho que, durante unos instantes, olvidara lo que le había hecho a Sabrae
cuando me cantó
Ready to run.
-
WHEN I CAN HARDLY WALK AND MY AIR IS FALLING
OUT…
-¿QUIERES HACER ALGO
CHULÍSIMO, DAN?-le grité mientras el mundo a nuestro alrededor giraba, y él
clamó:
-¡SÍ!
-
WE’LL STILL STAY OUT TILL MORNING, WE’LL
THROW THE AFTERPARTY, OH, YEAH, OH, YEAH…
Agarrándolo de la cintura, lo
cogí con mis manos y lo lancé al aire mientras sonaban los acordes de la
canción. Dan abrió muchísimo los ojos, una sonrisa radiante cruzándole la cara
mientras gritaba de emoción.
-¡GUAU!
-
I WON’T ACT MY AGE, NO I WON’T ACT MY AGE,
NO…
Quizá la siguiente persona
que fuera a detestarme con toda su alma fuera Eri, ya que noté su mirada ardiente
clavada en mí mientras su chiquillo estaba en el aire, y casi pude escuchar el
suspiro de alivio que exhaló cuando lo recogí antes de que tocara el suelo,
tanto porque no le había hecho daño como porque ella no tendría que hacérmelo a
mí, que le sacaba dos cabezas.
-¡Otra
vez!-exigió cuando lo recogí. Y obedecí, solo que esta vez lo agarré de los
pies, le di la vuelta y lo acerqué al borde del escenario.
-Alec,
¿qué coño haces?-ladró Louis en los altavoces mientras yo acercaba a su hijo a
las fans, que hicieron lo imposible por intentar tocarlo, al igual que él, que
estiró y estiró y estiró el brazo hasta hacerles cosquillas en la punta de los
dedos con la punta de los suyos.
Como
ellas eran muchísimas y estaban ultra pendientes de él, le solté un pie para
poder acercarlo más al centro del público. Dan chilló de la emoción, riéndose a
carcajadas mientras Duna y Astrid venían corriendo y me suplicaban que hiciera
lo mismo con ellas.
Y así
es como conseguí garantizarme a una persona de cada sexo absolutamente
obsesionada conmigo. Cuando dejé a Dan
en el suelo, se dedicó a hacer la croqueta por el escenario, absolutamente
desquiciado, y en cuanto desfilamos por la pasarela para marcharnos, se puso a
mi lado para gritarme que lo hiciera otra vez, porfa, porfa, porfa. La verdad,
me estaba empezando a molar eso de ser la persona favorita de absolutamente
todos los hijos de One Direction,
tuvieran la edad que tuvieran.
Milagrosamente,
Sabrae había conseguido que el chiquillo me dejara tranquilo durante un rato,
pero en cuanto llegamos a la calle y nos tocó subirnos a los furgones que nos
conducirían al fiestón que nos esperaba después del concierto se desató la
locura. Sabrae no solo tuvo que pelearse con Duna para sentarse conmigo, sino,
ahora, también con Dan. De hecho, Dan y Duna casi llegan a las manos mientras
Astrid me fulminaba con la mirada. Cuando le pregunté si me odiaba, me
respondió que sí: le parecía fatal que no la hubiera tenido en cuenta para
sacudirla en el aire como a una “piñata descarriada” (palabras suyas), cuando
“nos unían vínculos mucho más profundos que a Dan y a mí; por ejemplo, nuestro
amor por los tronquitos de regaliz rellenos de nata”. Para que me perdonara la
afrenta, la subí a mis rodillas, y si crees que Sabrae, a sus quince años, no
protestó más que Duna y Dan a sus ocho y diez respectivamente porque ese sitio
le correspondía a ella, es que no has estado prestando atención durante esta
millonada de capítulos en los que mi chica ha sido el bicho más territorial del
universo durante, por lo menos, ochocientos millones de veces.
Si
había tenido un respiro durante la cena fue porque Tam había recogido en su
regazo a Dan para que se comiera con ella la hamburguesa que había cogido del
bufet. El pobre niño había aguantado dos minutos sobre las rodillas de mi
amiga, antes de marcharse corriendo y rojo como un tomate diciendo que su madre
lo llamaba, a pesar de que Eri no dejaba de reírse unas mesas más allá, y hacía
tiempo que había dejado de preocuparse de que sus hijos se escaparan, cuando
estaba claro que yo me había convertido en su nuevo centro de gravedad y no
irían a ningún lado sin mí.
-Vaya,
vaya, vaya. Parece que voy a tener que esforzarme a partir de ahora, porque
tengo competencia-ronroneó Karlie, acariciándole los muslos a Tam de una forma
nada sutil. Tam se echó a reír.
-Ni
la modelo más guapa del mundo podría hacer que tú te esforzaras conmigo, Kar.
-Oh-jadeó
Bella, los ojos llorosos, llevándose una mano al pecho.
-Puag-gruñó
Bey, poniendo mala cara.
-Ya
me parecía a mí que había pocos besitos en el día internacional de las
lesbianas-comenté yo mientras empezaban a morrearse. Kendra inclinó la cabeza a
un lado.
-¿El
día de la visibilidad lésbica no es el cumple de Sabrae?-preguntó,
entrecerrando los ojos.
-Estaba
destinada-celebró mi chica, levantando las manos.
-Debe
ser un desfase de calendario, porque hay pocas cosas más de lesbianas que el
aniversario de One Direction.
-Eres
la persona más insoportable del mundo, Alec-se rió Sabrae, y yo me repatingué
en la mesa y le guiñé el ojo, regodeándome en el sonido de su risa y en que yo
era la causa íntegra después de horas y horas en que había tenido que
compartirla.
-¿Era
eso un reto, Tam?-preguntó Diana, apartándose el pelo de la cara. Tamika se rió
y le dio unas palmaditas en el brazo.
-Lo
siento, Didi, pero todavía estoy en la fase de luna de miel.
-¡Genial!
Más Diana para nosotros-ronroneó Sabrae, levantando la copa de Pepsi que yo no
paraba de llenarle con cada sorbo que echaba.
-¡Sí,
hombre!-protestó Karlie-. ¡De eso nada, guapa!
-Que
te levantan a la novia, T-se había burlado Scott, y Tommy lo había mirado a
través de unos ojos vidriosísimos. Era, con diferencia, el más perjudicado de
la mesa, y ya nos llevaba a todos tanta ventaja en la borrachera que dudaba que
fuéramos capaces de alcanzarlo.
-Karlie
tendrá lo mismo que Diana y lo conocerá mejor, pero no tiene algo que tengo yo.
-Ilumínanos,
porfa, T-ronroneó Jordan. Tommy se concentró en enfocarlo, y respondió con voz
pastosa:
-Talento
para escribir canciones. Te quiero mucho-dijo, girándose hacia Diana-, y te lo
demostraré. Dadme un boli-ordenó, cogiendo una servilleta-. Veréis lo que soy
capaz de hacer. Soy el hijo de Louis Tomlinson, joder. Os vais a
cagar-soltó, cogiendo su tenedor,
manchado de la salsa de las patatas bravas que una de sus tías había insistido
en que debía haber sí o sí en el bufet.
-Tranqui,
fiera. No humilles todavía a Louis-se rió Scott, quitándole el tenedor-. Ésta
es su noche y estaría feo que tú se la estropeases.
-Estas
patatas están
cojonudas-había sido la
forma de Tommy de zanjar la discusión. Y hasta ahí había llegado el primer
intento de Sabrae y mío de allanarnos el camino de cara a que Diana se metiera
algún día con nosotros en la cama. Por la forma en que Sabrae se la quedó
mirando un momento, los ojos entrecerrados y los labios ligeramente
entreabiertos, supe que estaba pensando en ese momento. La anticipación nos
terminaría matando a los dos, y más cuando estuviéramos separados por…
No.
No podía ponerme a pensar en lo de África entonces. Aquella era una noche para
celebrar, con una melancolía sana, de ésas que hacen que grupos de amigos se
congreguen para recordar los buenos tiempos en los que las únicas
responsabilidades era llegar a casa lo suficientemente temprano como par que
todavía hubiera tiempo de hacer el amor con tu chica, pero también lo bastante
tarde como para sentir que no te habías perdido nada de la fiesta. Los
aniversarios no estaban hechos con vistas al futuro, que era lo que a mí me
preocupaba, sino el pasado. Y mi pasado era genial. Tenía que centrarme en él.
Lo
intenté con todas mis fuerzas, lo prometo, pero no me era fácil. Era como si
mis preocupaciones hubieran saltado sobre mí con las ganas acumuladas por haber
sido incapaces de alcanzarme durante el concierto, y a cada esquina que giraba,
nuevas sombras se alzaban ante mí.
Una
parte de mí era incapaz de soportar la presencia de Sabrae a mi lado, ella
siempre tan buena, cogiéndome de la mano y sonriéndome y riéndose de los
chistes de los demás, aprovechando la noche como la que era: una oportunidad
para pasarlo bien. Que ella fuera así de feliz y lo expresara de esa forma tan
sincera sólo me hacía pensar que lo hacía porque no quería que mi mente vagara
a ese rincón en el que yo me dedicaba a encerrarme en mí mismo a enumerar todo
lo que había hecho mal, que no era poco. Saab se comportaba como una estrella
al borde de su muerte, brillando y brillando todo lo que no podría una vez se
acaben los compuestos químicos que hay en su interior, y yo no podía dejar de
preguntarme si el hecho de que estuviera tratando de compensar nuestra ausencia
mutua durante mi voluntariado no era una señal más de que esa noche eterna en
la que iba a embarcarme estaba mal.
Si
estaba mal, no debería lanzarme al vacío. Pero, aun así, era tan cobarde como
para necesitar
que alguien me lo dijera,
una excusa a la que aferrarme igual que un náufrago a un salvavidas. Y por eso
ella se reía, por eso ella me sonreía, por eso ella me cogía la mano por debajo
de la mesa y me acariciaba los nudillos: porque sabía que ella era mi
salvavidas.
Incluso
cuando la causa de mi naufragio era mi propia estupidez.
Detestaba
admitirlo, pero aceptaría cualquier excusa que el mundo me ofreciera para
levantarme de esa mesa y abandonar el salón, y así, de paso, esa sala de mi
mente en la que estaban almacenados todos los aparatos de tortura que,
curiosamente, tenían mi nombre grabado con letras en rubí.
Agradecí
enormemente que Dan decidiera que podía reclamar de nuevo mis atenciones una
vez me alejé un poco de Tam, y así tuve una forma de distraerme y no pensar en
el ruido de fondo en mi cabeza mientras me dedicaba a juguetear con los críos,
Sabrae lo bastante lejos de mí, charlando con los demás invitados famosos de la
fiesta, como para que mis células no se pusieran en alerta máxima y se
dedicaran a repetir en bucle lo que le había hecho durante el concierto.
Pero,
como todo lo bueno y como todas las excusas, se acabó el cachondeo también para
los niños. Eri se acercó a nosotros con ojos brillantes, sonriendo al ver la
manera en que estaba dejando que sus hijos y Duna me avasallaran a base de
turnarse para tratar de subirse a mis hombros y que los levantara en el aire
como si estuviéramos en
Dirty dancing.
-Annie y Dylan están a punto
de llegar-informó, y Duna la miró con ojos como platos, presta a suplicarle que
les dejaran quedarse un poco más. Sin embargo, aquello era materia no
negociable: los Tomlinson y los Malik querían disfrutar de la noche igual que
los Payne, los Horan y los Styles, que ya no tenían la responsabilidad de
acostar a hijos pequeños pronto, así que les habían pedido a mis padres el
favor de que se ocuparan de ellos durante esa noche. Sabía de sobra lo que Eri
y Louis se dedicarían a hacer en cuanto la fiesta se acabara, aprovechando que
sus hijos estarían en buenas manos y tendrían la casa sola para ellos, al igual
que lo sabía mi madre.
-¿Por
qué tengo que irme yo también?-se había quejado Dan-. ¡Yo soy mayor!
-Ya
tendrás tiempo de cogerte buenas cogorzas y morirte de la resaca al día
siguiente, fiera-me reí yo, dándole una palmada en la espalda. A Dan no le
había hecho ninguna gracia que me pusiera de parte de su madre, y por un
momento pensé que todo el camino que habíamos recorrido a lo largo de esas dos
horas de reconciliación acababa de redirigirnos a la casilla de salida, pero
cuando nos metimos en el ascensor y vio que podía tocar el botón del ático sin
tener que ponerse a dar saltos, creo que Dan decidió que estar con un traidor
como yo merecía la pena. Tenía más ventajas que inconvenientes.
Atravesamos
el vestíbulo del hotel con las niñas quejándose, Dan bien apretado contra mi
pecho por si acaso me daba lástima la manera en que se aferraba a mí (como a mí
me gustaría aferrarme a Inglaterra, pensé con tristeza) y trataba de convencer
a Eri de que dejara a sus dos hijos juntos.
Hundió
la cara en el hueco entre mi cuello y mi hombro cuando salimos al frío de la
noche londinense y se perdió la cara de mi madre, esa misma cara de sorpresa
complacida con la que había mirado a Sabrae la primera vez que la traje a casa
de forma
oficial. La misma sorpresa
con la que la miraba cada vez que le preguntaba yo si podíamos improvisar un
plato más para ella, porque la había invitado a comer. Le había visto esa
expresión más veces, sí, algunas incluso provocadas por mí, pero
nunca dirigidas a mí. Me pregunté si no
lo estaría haciendo del todo mal en la vida.
Si no
la estaría condenando a un año sin su hijo preferido por pura cabezonería.
-Vaya.
Yo que iba a preguntaros qué tal había ido el concierto-se rió-. Parece que
algunos se han desfasado más que otros, ¿no es así, Dan?-preguntó,
acariciándole la espalda al niño. Por toda respuesta, Dan se aferró a mí con un
poco más de fuerza. Exhaló por la nariz de forma que su aliento se deslizó por
mi espalda-. ¿Estás cansado, cielo?
-No.
-Genial,
porque he hecho unos dulces. Nos lo vamos a pasar de cine mientras papá y mamá
se dedican a estar en esta fiesta aburridísima, llena de gente súper pesada.
¿Te apetece?
-No-repitió
Dan, cerrando un poco más las piernas en torno a mi pecho.
Eri se rió, mamá enarcó una ceja y se me
quedó mirando. Puse los ojos en blanco a modo de respuesta.
-Qué
dramático-escupió Duna, poniendo los ojos en blanco. Dan se giró, la fulminó
con la mirada y le sacó la lengua. Duna abrió muchísimo los ojos y la boca,
totalmente escandalizada mientras Astrid se colgaba de los brazos de Dylan y se
dedicaba a manosearle la barba.
-Tu
barba pincha como las esquinas de un dorito-dijo, y Dylan se rió y se limitó a
meterla en el coche.
-Puedo
sola, gracias-dijo Duna, alzando una mano y escalando por el asiento del coche
en dirección a Astrid.
-No
me quiero ir todavíaaaa-lloriqueó Dan, alargando la última vocal hasta el
infinito, y pataleando en mi pecho. Noté cómo algo dentro de mí crujía por ese
movimiento, y traté de disimular la mueca de dolor.
Lo
hice bastante mal, aparentemente, dado que mamá se puso pálida y dio un paso
hacia mí.
-¡Quiero
quedarme con Alec!
Inconscientemente,
lo sujeté con más fuerza para retenerlo en su sitio. Mamá se puso tensa, más
que dispuesta a tirar al crío al suelo con tal de que dejara de hacerme daño y,
de nuevo, me sentí un cabrón por ir a hacerle lo que iba a hacerle. Había
pensado tanto en lo que mi ausencia nos haría a Sabrae y a mí que apenas había
tenido tiempo, energías, o neuronas para pensar en cómo nos afectaría a mamá y
a mí.