lunes, 9 de mayo de 2022

Aniversarios en lugar de funerales.


¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, vengo a darte una noticia que creo que no te gustará mucho, pero allá va de todos modos: este mes va a haber poquitos capítulos de Sabrae. De hecho, no volverás a tener nada nuevo hasta el 23, que es lunes, y no sé si el finde siguiente ya podré subir normal. La razón es que voy a tener un examen importantísimo el 28 de mayo, el primero de la oposición que empecé a preparar en septiembre, y, la verdad, tengo que esmerarme estudiando, así que no voy a tener tiempo para escribir. Nada me gustaría más que seguir citándome contigo todos los fines de semana, pero de momento creo que tendremos que dejarlo aquí.
¡Nos vemos el 23!
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Había visto muchas veces esa expresión en la cara de mamá: los ojos abiertos, las cejas arqueadas como las bóvedas de una iglesia, casi acariciándole el nacimiento del pelo. Por lo menos la expresión de la parte superior de su cara me resultaba familiar, pero no la sonrisa que había en su boca, en lugar de la mueca de disgusto que siempre acompañaba a esa mirada que, curiosamente, sólo me dedicaba a mí. Mimi no era capaz de decepcionarla como lo hacía yo, y Aaron le dedicaba tan poca atención que incluso el anuncio de que había cometido un genocidio sería una buena noticia para mi madre, porque eso significaba que su primogénito estaba en casa y le estaba prestando atención (aunque bastante más de la que a mí me gustaría).
               Y todo por las pintas con las que había salido a recibirla y lo que llevaba en brazos. Acostumbrada como la tenía a pasearme por casa en pleno invierno con camisetas de tirantes de bandas de heavy metal que, por lo menos, me reservaba para escuchar en los auriculares, verme con la camiseta de One Direction que Sabrae me había procurado hacía ya horas era un cambio cuanto menos curioso…
               … aunque nada comparado con el hecho de que el crío que tenía en brazos no era Duna, a la que nadie le extrañaría que se comportara como un koala con problemas afectivos conmigo, sino al mismísimo Dan Tomlinson. Ese mismo niño que, desde que Sabrae había decidido que la tenía lo bastante grande como para dejar de detestarme, había asumido ese papel que, gracias a Dios, mi ahora novia había dejado vacante.
               Y ahora, él tampoco podía separarse de mí. Me preguntaba quién sería el siguiente en declararme persona non grata, y recé internamente para que no fuera Shasha.
               Me había sido prácticamente imposible despegarme del crío desde que lo enganché en la grada. Se había dedicado a correr detrás de mí cuando estábamos en el escenario, gritando mi nombre y agitando una bandera bisexual de forma frenética entre sus brazos como si estuviera tratando de decirme “conozco tu secreto, puto estafador de la heterosexualidad, ¡sal del armario!”, y cuando por fin yo me había dado cuenta de que era a y no a su hermano, con quien yo me estaba dedicando a dar brincos como un poseso mientras cantábamos (bueno, Tommy la cantaba; yo, más bien la destrozaba) a gritos Act my age, se había detenido en seco frente a mí y me había señalado los hombros.
               -¿Me subes otra vez, porfa?
               Porfa.
               Porfa.
               Daniel William Tomlinson diciéndome porfa a . Y poniéndome ojitos. Definitivamente, lo que no obraba Dios, podía conseguirlo One Direction.
               -¡Claro que sí, hombre! ¡VEN AQUÍ!-bramé, y me lo había subido a los hombros, y no sabría decir quién se lo había pasado mejor, si él con una nueva perspectiva del mundo, sintiéndose en la cima, o yo disfrutando del hermano pequeño que nunca había llegado a tener. Me llevaba demasiado poco tiempo con Mimi como para poder hacer cosas como aquella, y escuchar a Dan reírse sobre mi cabeza mientras agitaba los brazos en el aire, sin tan siquiera agarrarse a mí porque sabía que no le dejaría caer, había calmado la fiera de mi interior y había hecho que, durante unos instantes, olvidara lo que le había hecho a Sabrae cuando me cantó Ready to run.
               -WHEN I CAN HARDLY WALK AND MY AIR IS FALLING OUT…
               -¿QUIERES HACER ALGO CHULÍSIMO, DAN?-le grité mientras el mundo a nuestro alrededor giraba, y él clamó:
               -¡SÍ!
               -WE’LL STILL STAY OUT TILL MORNING, WE’LL THROW THE AFTERPARTY, OH, YEAH, OH, YEAH…
               Agarrándolo de la cintura, lo cogí con mis manos y lo lancé al aire mientras sonaban los acordes de la canción. Dan abrió muchísimo los ojos, una sonrisa radiante cruzándole la cara mientras gritaba de emoción.
               -¡GUAU!
               -I WON’T ACT MY AGE, NO I WON’T ACT MY AGE, NO…
               Quizá la siguiente persona que fuera a detestarme con toda su alma fuera Eri, ya que noté su mirada ardiente clavada en mí mientras su chiquillo estaba en el aire, y casi pude escuchar el suspiro de alivio que exhaló cuando lo recogí antes de que tocara el suelo, tanto porque no le había hecho daño como porque ella no tendría que hacérmelo a mí, que le sacaba dos cabezas.
               -¡Otra vez!-exigió cuando lo recogí. Y obedecí, solo que esta vez lo agarré de los pies, le di la vuelta y lo acerqué al borde del escenario.
               -Alec, ¿qué coño haces?-ladró Louis en los altavoces mientras yo acercaba a su hijo a las fans, que hicieron lo imposible por intentar tocarlo, al igual que él, que estiró y estiró y estiró el brazo hasta hacerles cosquillas en la punta de los dedos con la punta de los suyos.
               Como ellas eran muchísimas y estaban ultra pendientes de él, le solté un pie para poder acercarlo más al centro del público. Dan chilló de la emoción, riéndose a carcajadas mientras Duna y Astrid venían corriendo y me suplicaban que hiciera lo mismo con ellas.
               Y así es como conseguí garantizarme a una persona de cada sexo absolutamente obsesionada conmigo. Cuando dejé a Dan en el suelo, se dedicó a hacer la croqueta por el escenario, absolutamente desquiciado, y en cuanto desfilamos por la pasarela para marcharnos, se puso a mi lado para gritarme que lo hiciera otra vez, porfa, porfa, porfa. La verdad, me estaba empezando a molar eso de ser la persona favorita de absolutamente todos los hijos de One Direction, tuvieran la edad que tuvieran.
               Milagrosamente, Sabrae había conseguido que el chiquillo me dejara tranquilo durante un rato, pero en cuanto llegamos a la calle y nos tocó subirnos a los furgones que nos conducirían al fiestón que nos esperaba después del concierto se desató la locura. Sabrae no solo tuvo que pelearse con Duna para sentarse conmigo, sino, ahora, también con Dan. De hecho, Dan y Duna casi llegan a las manos mientras Astrid me fulminaba con la mirada. Cuando le pregunté si me odiaba, me respondió que sí: le parecía fatal que no la hubiera tenido en cuenta para sacudirla en el aire como a una “piñata descarriada” (palabras suyas), cuando “nos unían vínculos mucho más profundos que a Dan y a mí; por ejemplo, nuestro amor por los tronquitos de regaliz rellenos de nata”. Para que me perdonara la afrenta, la subí a mis rodillas, y si crees que Sabrae, a sus quince años, no protestó más que Duna y Dan a sus ocho y diez respectivamente porque ese sitio le correspondía a ella, es que no has estado prestando atención durante esta millonada de capítulos en los que mi chica ha sido el bicho más territorial del universo durante, por lo menos, ochocientos millones de veces.
               Si había tenido un respiro durante la cena fue porque Tam había recogido en su regazo a Dan para que se comiera con ella la hamburguesa que había cogido del bufet. El pobre niño había aguantado dos minutos sobre las rodillas de mi amiga, antes de marcharse corriendo y rojo como un tomate diciendo que su madre lo llamaba, a pesar de que Eri no dejaba de reírse unas mesas más allá, y hacía tiempo que había dejado de preocuparse de que sus hijos se escaparan, cuando estaba claro que yo me había convertido en su nuevo centro de gravedad y no irían a ningún lado sin mí.
               -Vaya, vaya, vaya. Parece que voy a tener que esforzarme a partir de ahora, porque tengo competencia-ronroneó Karlie, acariciándole los muslos a Tam de una forma nada sutil. Tam se echó a reír.
               -Ni la modelo más guapa del mundo podría hacer que tú te esforzaras conmigo, Kar.
               -Oh-jadeó Bella, los ojos llorosos, llevándose una mano al pecho.
               -Puag-gruñó Bey, poniendo mala cara.
               -Ya me parecía a mí que había pocos besitos en el día internacional de las lesbianas-comenté yo mientras empezaban a morrearse. Kendra inclinó la cabeza a un lado.
               -¿El día de la visibilidad lésbica no es el cumple de Sabrae?-preguntó, entrecerrando los ojos.
               -Estaba destinada-celebró mi chica, levantando las manos.
               -Debe ser un desfase de calendario, porque hay pocas cosas más de lesbianas que el aniversario de One Direction.
               -Eres la persona más insoportable del mundo, Alec-se rió Sabrae, y yo me repatingué en la mesa y le guiñé el ojo, regodeándome en el sonido de su risa y en que yo era la causa íntegra después de horas y horas en que había tenido que compartirla.
               -¿Era eso un reto, Tam?-preguntó Diana, apartándose el pelo de la cara. Tamika se rió y le dio unas palmaditas en el brazo.
               -Lo siento, Didi, pero todavía estoy en la fase de luna de miel.
               -¡Genial! Más Diana para nosotros-ronroneó Sabrae, levantando la copa de Pepsi que yo no paraba de llenarle con cada sorbo que echaba.
               -¡Sí, hombre!-protestó Karlie-. ¡De eso nada, guapa!
               -Que te levantan a la novia, T-se había burlado Scott, y Tommy lo había mirado a través de unos ojos vidriosísimos. Era, con diferencia, el más perjudicado de la mesa, y ya nos llevaba a todos tanta ventaja en la borrachera que dudaba que fuéramos capaces de alcanzarlo.
               -Karlie tendrá lo mismo que Diana y lo conocerá mejor, pero no tiene algo que tengo yo.
               -Ilumínanos, porfa, T-ronroneó Jordan. Tommy se concentró en enfocarlo, y respondió con voz pastosa:
               -Talento para escribir canciones. Te quiero mucho-dijo, girándose hacia Diana-, y te lo demostraré. Dadme un boli-ordenó, cogiendo una servilleta-. Veréis lo que soy capaz de hacer. Soy el hijo de Louis Tomlinson, joder. Os vais a cagar-soltó, cogiendo su tenedor, manchado de la salsa de las patatas bravas que una de sus tías había insistido en que debía haber sí o sí en el bufet.
               -Tranqui, fiera. No humilles todavía a Louis-se rió Scott, quitándole el tenedor-. Ésta es su noche y estaría feo que tú se la estropeases.
               -Estas patatas están cojonudas-había sido la forma de Tommy de zanjar la discusión. Y hasta ahí había llegado el primer intento de Sabrae y mío de allanarnos el camino de cara a que Diana se metiera algún día con nosotros en la cama. Por la forma en que Sabrae se la quedó mirando un momento, los ojos entrecerrados y los labios ligeramente entreabiertos, supe que estaba pensando en ese momento. La anticipación nos terminaría matando a los dos, y más cuando estuviéramos separados por…
               No. No podía ponerme a pensar en lo de África entonces. Aquella era una noche para celebrar, con una melancolía sana, de ésas que hacen que grupos de amigos se congreguen para recordar los buenos tiempos en los que las únicas responsabilidades era llegar a casa lo suficientemente temprano como par que todavía hubiera tiempo de hacer el amor con tu chica, pero también lo bastante tarde como para sentir que no te habías perdido nada de la fiesta. Los aniversarios no estaban hechos con vistas al futuro, que era lo que a mí me preocupaba, sino el pasado. Y mi pasado era genial. Tenía que centrarme en él.
               Lo intenté con todas mis fuerzas, lo prometo, pero no me era fácil. Era como si mis preocupaciones hubieran saltado sobre mí con las ganas acumuladas por haber sido incapaces de alcanzarme durante el concierto, y a cada esquina que giraba, nuevas sombras se alzaban ante mí.
               Una parte de mí era incapaz de soportar la presencia de Sabrae a mi lado, ella siempre tan buena, cogiéndome de la mano y sonriéndome y riéndose de los chistes de los demás, aprovechando la noche como la que era: una oportunidad para pasarlo bien. Que ella fuera así de feliz y lo expresara de esa forma tan sincera sólo me hacía pensar que lo hacía porque no quería que mi mente vagara a ese rincón en el que yo me dedicaba a encerrarme en mí mismo a enumerar todo lo que había hecho mal, que no era poco. Saab se comportaba como una estrella al borde de su muerte, brillando y brillando todo lo que no podría una vez se acaben los compuestos químicos que hay en su interior, y yo no podía dejar de preguntarme si el hecho de que estuviera tratando de compensar nuestra ausencia mutua durante mi voluntariado no era una señal más de que esa noche eterna en la que iba a embarcarme estaba mal.
               Si estaba mal, no debería lanzarme al vacío. Pero, aun así, era tan cobarde como para necesitar  que alguien me lo dijera, una excusa a la que aferrarme igual que un náufrago a un salvavidas. Y por eso ella se reía, por eso ella me sonreía, por eso ella me cogía la mano por debajo de la mesa y me acariciaba los nudillos: porque sabía que ella era mi salvavidas.
               Incluso cuando la causa de mi naufragio era mi propia estupidez.
               Detestaba admitirlo, pero aceptaría cualquier excusa que el mundo me ofreciera para levantarme de esa mesa y abandonar el salón, y así, de paso, esa sala de mi mente en la que estaban almacenados todos los aparatos de tortura que, curiosamente, tenían mi nombre grabado con letras en rubí.
               Agradecí enormemente que Dan decidiera que podía reclamar de nuevo mis atenciones una vez me alejé un poco de Tam, y así tuve una forma de distraerme y no pensar en el ruido de fondo en mi cabeza mientras me dedicaba a juguetear con los críos, Sabrae lo bastante lejos de mí, charlando con los demás invitados famosos de la fiesta, como para que mis células no se pusieran en alerta máxima y se dedicaran a repetir en bucle lo que le había hecho durante el concierto.
               Pero, como todo lo bueno y como todas las excusas, se acabó el cachondeo también para los niños. Eri se acercó a nosotros con ojos brillantes, sonriendo al ver la manera en que estaba dejando que sus hijos y Duna me avasallaran a base de turnarse para tratar de subirse a mis hombros y que los levantara en el aire como si estuviéramos en Dirty dancing.
               -Annie y Dylan están a punto de llegar-informó, y Duna la miró con ojos como platos, presta a suplicarle que les dejaran quedarse un poco más. Sin embargo, aquello era materia no negociable: los Tomlinson y los Malik querían disfrutar de la noche igual que los Payne, los Horan y los Styles, que ya no tenían la responsabilidad de acostar a hijos pequeños pronto, así que les habían pedido a mis padres el favor de que se ocuparan de ellos durante esa noche. Sabía de sobra lo que Eri y Louis se dedicarían a hacer en cuanto la fiesta se acabara, aprovechando que sus hijos estarían en buenas manos y tendrían la casa sola para ellos, al igual que lo sabía mi madre.
               -¿Por qué tengo que irme yo también?-se había quejado Dan-. ¡Yo soy mayor!
               -Ya tendrás tiempo de cogerte buenas cogorzas y morirte de la resaca al día siguiente, fiera-me reí yo, dándole una palmada en la espalda. A Dan no le había hecho ninguna gracia que me pusiera de parte de su madre, y por un momento pensé que todo el camino que habíamos recorrido a lo largo de esas dos horas de reconciliación acababa de redirigirnos a la casilla de salida, pero cuando nos metimos en el ascensor y vio que podía tocar el botón del ático sin tener que ponerse a dar saltos, creo que Dan decidió que estar con un traidor como yo merecía la pena. Tenía más ventajas que inconvenientes.
               Atravesamos el vestíbulo del hotel con las niñas quejándose, Dan bien apretado contra mi pecho por si acaso me daba lástima la manera en que se aferraba a mí (como a mí me gustaría aferrarme a Inglaterra, pensé con tristeza) y trataba de convencer a Eri de que dejara a sus dos hijos juntos.
               Hundió la cara en el hueco entre mi cuello y mi hombro cuando salimos al frío de la noche londinense y se perdió la cara de mi madre, esa misma cara de sorpresa complacida con la que había mirado a Sabrae la primera vez que la traje a casa de forma oficial. La misma sorpresa con la que la miraba cada vez que le preguntaba yo si podíamos improvisar un plato más para ella, porque la había invitado a comer. Le había visto esa expresión más veces, sí, algunas incluso provocadas por mí, pero nunca dirigidas a mí. Me pregunté si no lo estaría haciendo del todo mal en la vida.
               Si no la estaría condenando a un año sin su hijo preferido por pura cabezonería.
               -Vaya. Yo que iba a preguntaros qué tal había ido el concierto-se rió-. Parece que algunos se han desfasado más que otros, ¿no es así, Dan?-preguntó, acariciándole la espalda al niño. Por toda respuesta, Dan se aferró a mí con un poco más de fuerza. Exhaló por la nariz de forma que su aliento se deslizó por mi espalda-. ¿Estás cansado, cielo?
               -No.
               -Genial, porque he hecho unos dulces. Nos lo vamos a pasar de cine mientras papá y mamá se dedican a estar en esta fiesta aburridísima, llena de gente súper pesada. ¿Te apetece?
               -No-repitió Dan, cerrando un poco más las piernas en torno a mi pecho.  Eri se rió, mamá enarcó una ceja y se me quedó mirando. Puse los ojos en blanco a modo de respuesta.
               -Qué dramático-escupió Duna, poniendo los ojos en blanco. Dan se giró, la fulminó con la mirada y le sacó la lengua. Duna abrió muchísimo los ojos y la boca, totalmente escandalizada mientras Astrid se colgaba de los brazos de Dylan y se dedicaba a manosearle la barba.
               -Tu barba pincha como las esquinas de un dorito-dijo, y Dylan se rió y se limitó a meterla en el coche.
               -Puedo sola, gracias-dijo Duna, alzando una mano y escalando por el asiento del coche en dirección a Astrid.
               -No me quiero ir todavíaaaa-lloriqueó Dan, alargando la última vocal hasta el infinito, y pataleando en mi pecho. Noté cómo algo dentro de mí crujía por ese movimiento, y traté de disimular la mueca de dolor.
               Lo hice bastante mal, aparentemente, dado que mamá se puso pálida y dio un paso hacia mí.
               -¡Quiero quedarme con Alec!
               Inconscientemente, lo sujeté con más fuerza para retenerlo en su sitio. Mamá se puso tensa, más que dispuesta a tirar al crío al suelo con tal de que dejara de hacerme daño y, de nuevo, me sentí un cabrón por ir a hacerle lo que iba a hacerle. Había pensado tanto en lo que mi ausencia nos haría a Sabrae y a mí que apenas había tenido tiempo, energías, o neuronas para pensar en cómo nos afectaría a mamá y a mí.
               Como percibiendo que aquello tenía que acabarse y que no me estaba haciendo bien, Eri se acercó a Dan y empezó a susurrarle en español. Dan le contestó en el mismo idioma, y Eri le sonrió, le dio una suave palmada en la espalda y extendió los brazos, ofreciéndoselos a su hijo para que se fuera con ella. Dan pareció pensárselo un momento, y luego, se separó de mí para mirarme a los ojos.
               -Si mañana vais a jugar, ¿me llamarás?
               No me jodas. ¿Acababa de iniciar otra relación y yo no me había enterado?
               -Claro, fiera. Tú ya eres parte del grupo. Si no vienes a jugar, no jugaremos-respondí, revolviéndole el pelo.
               Y me descubrí dándole un beso al crío en la mejilla, y poniéndole la mía para que me lo devolviera. Si ya con eso flipé, imagínate cuando Dan me lo devolvió sin que nadie le pusiera una pistola en la cabeza.
               El chiquillo pasó de mis brazos a los de su madre, y mientras ella lo colocaba en el coche y le abrochaba el cinturón, sus ojos no se apartaron de mí ni un segundo, anhelantes, con la añoranza tiñendo sus pupilas castañas.
               -¿Me he perdido algo?-preguntó mamá, cruzándose de brazos e inclinando la cabeza hacia un lado-. ¿Voy a tener que compartirte con todavía más gente, mi pequeño leoncito?
               Se me revolvió todo por dentro ante ese apelativo que usaba cuando más ganas tenía de darme mimos, como una petición encubierta para que me dejara abrazarla. Así que salvé la distancia que nos separaba con un par de pasos apresurados y la estreché entre mis brazos tan, tan fuerte que temí por un momento romperla con todo mi amor. Resulta que Dan no era el único que se aferraba a los de su entorno como si su vida dependiera de ello. Mamá exhaló un jadeo, quieta durante un momento, y luego me devolvió el abrazo con la intensidad que yo no sabía que necesitaba, inhalando el aroma de mi cuerpo, de la colonia que me había echado hacía eones y el sudor de lo que había hecho desde entonces (tanto del sexo con Sabrae como del mismo concierto) y, a pesar de que la mezcla no parecía del todo agradable, mamá no se retiró.
               Quise pedirle a ella que me dijera que tenía que quedarme. Puede que con su palabra bastara y, así, no tuviera que despedirme de ella ni de Sabrae. No tendría que poner de nuevo contra las cuerdas a Sabrae, y podría disfrutar de la fiesta como lo estaban haciendo los demás: como un aniversario, en lugar de un funeral.
               Compartirme con más gente. Eso era lo que había hecho desde que nací: compartirme con más gente. Con mi padre y mi hermano, luego con Dylan, luego con Dylan y Mimi, y ahora, apenas le regalaba unas migajas de mi tiempo, las poquísimas que yo mismo le robaba a Sabrae. Ni siquiera eran todas las migajas de ese tiempo en el que Saab y yo no estábamos juntos, ya que en m infinito egoísmo siempre les reservaba un poco a mis amigos y, cuando no estaba con ellos o con mi novia, ni tampoco cumpliendo con mis labores de hermano mayor, estaba solo. No había metido a mamá en la ecuación, y ahora lo veía.
               Igual que veía que no había posibilidades de que le pidiera que me pidiera quedarme y ella fuera capaz de dudar como lo había hecho Sabrae. Yo era carne de su carne, y mamá no esperaba nada de mí. Por eso no podía decepcionarla.
               No podía pillarla desprevenida como había hecho con Sabrae.
               -¿Qué mosca te ha picado, Al?-se rió mamá, separándose de mí demasiado pronto.
               -Te quiero muchísimo, mamá. Lo sabes, ¿no?
               Mamá pestañeó.
               -No tienes por qué hacerme la pelota, ¿sabes? Ya te he apartado unos cuantos dulces para cuando vuelvas. Sea por la mañana o la semana que viene.
               La semana que viene. Como si la semana que viene no fuera a estar en mi cuarto haciendo la maleta.
               -Es sólo que… yo…-me aparté el pelo de la cara y mamá esperó con paciencia. Sabía que mi lengua tenía vida propia excepto cuando yo más necesitaba estar suelto de palabras-. La noche ha sido muy intensa, y… necesitaba un abrazo.
               Necesito que alguien me diga que me puedo quedar para poder hacerlo. No quiero más despedidas. Quiero que me cojan la mano y no me suelten.
               Mamá me cogió la mano y me dio un suave apretón.
               -Cuando vuelvas ahí dentro, pídele a Zayn que haga conciertos más a menudo. Creo que podría acostumbrarme a esta versión de ti.
               Se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla, apartándome cariñosamente un mechón de pelo de la frente. Aterrizó de nuevo sobre sus talones y, entonces, me soltó la mano.
               Me sonrió con calidez antes de subirse al coche, y cuando cerró la puerta y se abrochó el cinturón y vio que la seguía mirando, me tiró un beso y agitó la mano a modo de despedida mientras Dylan arrancaba de nuevo, presto a meterlos por las arterias dormidas de Londres. Me quedé mirando el lugar por el que se fueron, ignorando completamente las miradas de los tres niños en los asientos traseros clavadas en mí.
               En lo único en que podía pensar era en la sensación de los dedos de mi madre entre los míos, y luego esa pequeña caricia de presión y calidez deslizándose por mi piel hasta que ya no había nada más.
              
 
El salón estaba lleno a rebosar de gente con la que yo apenas había coincidido a lo largo de mi vida, gente que parecía salida directamente de las portadas de las revistas, los pósters de películas y los carteles de los anuncios de Spotify y, aun así, yo era incapaz de dejar de buscar a Alec.
               Le había visto marcharse con Eri, cargando a Dan en brazos como si el niño lo necesitara para sobrevivir, y una parte de mí se desinfló al comprobar que él no miraba atrás. La euforia de las canciones había dado paso a una extraña neblina en sus ojos que se iba espesando con cada minuto que pasaba, con cada metro que poníamos entre el estadio y nosotros.
               Conocía perfectamente esa niebla. Era la que oscurecía sus pensamientos cuando Alec se perdía en ese rincón de su mente del que sólo Claire era capaz de sacarlo.
               No dejaba de rememorar lo que había pasado hasta entonces, cuál había sido el punto de inflexión para que Alec se aovillara dentro de sí mismo como estaba haciéndolo ahora. Parecía inmensamente feliz cuando regresé del escenario de dedicarle 18, y se lo había pasado bomba durante la actuación de Act my age. Incluso había seguido siendo él cuando me dijo lo de las entradas de Blackpink, y ni siquiera parecía haberse desinflado cuando le dije que ya habíamos cogido las entradas para Shasha y que sólo le estábamos tomando el pelo.
               No sabía por qué, tampoco, pero estaba convencida de que todo tenía relación con la súplica que me había hecho, con la petición que no había llegado a salir de mis labios. Que si Scott hubiera tardado un segundo más en decir mi nombre y me hubiera dado el margen que yo necesitaba para pedirle que se quedara, Alec no estaría así.
               Detestaba no estar en la misma habitación que él, pero no podía salir en su busca: no sabía adónde había ido y había demasiada gente en el salón a la que yo no había invitado como para ahora montar una escena, preguntándoles a ganadores de Oscars y Grammys por igual si habían visto a mi novio, ése que se había convertido en el nuevo rey del concierto en cuanto puso un pie en el escenario y las primeras filas pudieron grabarlo y hacerle fotos.
               Tenía las menciones llenas de gente diciendo lo afortunada que era de tenerlo, la gran pareja que hacíamos, lo guapísimo que era mi novio y el cuidado de ladrona de guante blanco que debía tener para conseguir conservarlo. Ya sabía todo eso, y no me ayudaba a esa sensación de oscura culpabilidad que me recordaran que había sido lo suficientemente tonta como para creer que podía resistirme a mi egoísmo y no pedirle que se quedara.
               Me sentía sucia, mezquina y un fraude por molestarme siquiera que él necesitara que lo verbalizara. Claro que quería que se quedara. Tenía que verlo cada vez que lo miraba, saborearlo en mis labios cuando nos besábamos, sentirlo en la desesperación con la que mi cuerpo se aferraba al suyo cuando nos acostábamos. Ese año iba a ser una putísima mierda para mí, y preferiría mil veces pasarlo juntos a separados. En ningún universo existía la posibilidad de que yo prefiriera la distancia  su cercanía.
               Y, sin embargo, justo cuando Alec más necesitaba que reaccionara y echara mano de esa intensidad de Malik que siempre me caracterizaba, yo había dudado. Había titilado como la llamada de una vela en lugar de rugido como el fuego de las entrañas del mayor de los dragones.
               Yo le había hecho esto. Me había cortado la palma de la mano para hacerme sangre, y cuando habían llegado los tiburones, me había subido rápidamente al barco y lo había dejado en el agua para que lidiara él solo con ellos. No se merecía esto.
               Alec no se merecía esto.
               Y yo no lo tenía delante para borrar de su cabeza esa neblina con un soplo de aire fresco con el que devolverlo a la vida.
               Mis amigas no dejaban de parlotear a mi lado, entusiasmadas con la cantidad de posibilidades que había en la fiesta. Famosos venidos de todos los rincones del mundo, de cada negocio del entretenimiento, alcohol del bueno corriendo a mares sin tener que pagar ni un penique por él… estaban disfrutando de la fiesta lo mismo que yo estaba torturándome por la ausencia de mi amor.
               Como escuchando las plegarias silenciosas que le lanzaba al cielo para que regresara, Alec apareció por la puerta del gran salón al lado de Eri. Se detuvo a las puertas del mismo mientras ella seguía avanzando, una anfitriona perfecta para una fiesta que ya prometía ser legendaria, y eso que los pocos invitados que estaban borrachos eran conocidos de la ebriedad y todavía no habían inaugurado el desfase.
               Me puse de pie, y como si hubiera gritado su nombre en una sala en silencio, los ojos de Alec se clavaron en mí. Echó a andar en mi dirección con la determinación de un toro y los pasos de un superhéroe a punto de poner fin a la tiranía del mal en su ciudad. No se detuvo ante nada ni nadie, y cuando llegó ante mí, sentí que el nudo que tenía en el estómago se deshacía por fin.
               -Al-jadeé, y él me sonrió como un galán de cine. No había nadie en la sala más atractivo que él, más glamuroso que él, más todo que él. Y yo era la gilipollas que no había sabido pedirle que se quedara a tiempo.
               -Hey. ¿Esperando que te saquen a bailar?-me preguntó, guiñándome el ojo, y yo parpadeé.
               -Vamos, nena. Vamos a por tu hermano-me instó, cogiéndome de la mano-. Quiero pillarme una buena cogorza, y Scott es el único que puede hacerme competencia.
               -¿Quieres emborracharte?-pregunté, y no pude evitar que la segunda palabra escalara como en ascensor. Alec inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Por qué no? Es una noche tan buena como otra cualquiera. Y tranquila-añadió, pegándose a mí con sensualidad-. Eso no va a afectar a lo que voy a hacerte después-me acarició la mejilla con el dorso del dedo índice, y se mojó inconscientemente los labios.
               Sintiendo un tirón en la parte baja del vientre, lo seguí.
               Y procuré ignorar la sensación de tristeza que me atenazó al darme cuenta de que el momento de conservarlo a mi lado había pasado en el momento en que se apagaron las luces del estadio.
              
 
¿Soy un cabrón? Sin ninguna duda.
               Un puto cabrón de mierda, y como no me soporto a mí mismo, necesitaba emborracharme urgentemente. Tenía que olvidarme ya de lo que le había hecho a Sabrae, y la manera más rápida de hacerlo era pillarme tal mangada que no me acordara ni de mi nombre. Puede que la compañía no fuera la más adecuada, y puede que desmadrarme tanto tuviera consecuencias con la familia de Saab, pero en ese momento no estaba pensando en eso. No estaba pensando en nada, más bien.
               Sólo en lo mucho que necesitaba tomarme un descanso de esa espiral a la que me había lanzado de cabeza. Con suerte, habría algún lugar más íntimo por allí en el que Sabrae podría dejarme tirado, y luego tendríamos una bronca del quince, y entonces yo ya no me sentiría tan mal por ser un mierdas que pretende que su novia tome decisiones por él y arregle los errores que cometió incluso antes de conocerla de verdad…
               Ah, ahí estaba Scott. Con la mano de Sabrae firmemente agarrada en la mía, me abrí paso entre la gente y me planté delante de él, que charlaba con Diana y con otra chica a la que yo no reconocí.
               -S-lo llamé, y Scott levantó las cejas al mirarme-. ¿Hace un yo nunca?
               -¿Ahora?-preguntó, mirando en todas direcciones. Me tuve que contener para no poner los ojos en blanco. ¿Tan bien estaba disimulando que estaba fuera de mí y que necesitaba hacer lo que fuera con tal de ser capaz de aguantar mis respiraciones? Vale que yo no era Tommy, así que no tenía esa conexión mental conmigo, pero, no sé… tampoco era física cuántica.
               -¿Cuándo, si no? Venga, tío. Iré a por Niki. Tú vete reuniendo todo el alcohol que puedas. Me apetece desmad…-empecé, pero noté que Sabrae se ponía rígida a mi lado.
               -Blue Ivy-dijo-. Hola. No sabía que vendrías.
               Y Sabrae Gugulethu Malik, hija mayor de Zayn y Sherezade Malik, hermana pequeña de Scott Malik, se puso a temblar. Había cantado delante de noventa mil personas esa misma noche, se había metido a Inglaterra entera en el bolsillo en las actuaciones que había hecho en prime time en uno de los programas más exitosos de nuestro país; había cantado delante de Lady Gaga, de Nicki Minaj, Ariana Grande y Little Mix, y aun así se puso a temblar delante de esa chica.
               -¿Cómo estás? ¿Te ha gustado el concierto? ¿Lo has pasado bien? ¿Cuándo has llegado? ¿Vienes acompañada?-preguntó, agarrando una silla y sentándose al lado de la chica, que se echó a reír y asintió con la cabeza.
               -Genial, Sabrae. Me encantó tu número, por cierto-le dio un toquecito en la pierna desnuda, fusionando chocolate oscuro con chocolate con miel, su piel con la de mi novia; y le guiñó un ojo-. Ha sido impresionante. Cantas genial.
               -Gr… gracias-tartamudeó Sabrae, apartándose el pelo de la cara con dedos temblorosos.
                -He venido con mamá-añadió-. Nicki fue lo bastante amable como para no decir que Zayn había pedido expresamente que mamá me acompañara, pero, bueno, una viene a lo que viene-Blue Ivy se encogió de hombros, riéndose. Diana puso los ojos en blanco, apartándose el pelo de los hombros.
               -El peso de la fama, ¿verdad?
               -Sabrae, no seas maleducada-se burló Scott-. Creo que Blue y Alec no se conocen.
               Entonces, la chica levantó la cabeza y me miró, las cejas ligeramente arqueadas, escaneándome. Sonrió ligeramente, pagada de sí misma, y yo traté de situarla.
               -¿Qué? Oh. ¡Oh! ¿Oh? Eh…-Sabrae se apartó el pelo de nuevo de la cara, nerviosísima. ¿Quién cojones era esta chavala para hacer que se pusiera así de histérica?-. Claro, sí. Blue, éste es Alec, mi… eh…. Uy. Por Dios-se puso roja como un tomate, y Blue bajó la mirada hasta mis manos, que ya estaban solas, alejadas de la compañía de Sabrae.
               -No es tu guardaespaldas, eso está claro. Los míos no me agarran así de la mano.
               -No, claro que no-estalló Sabrae, soltando una risita nerviosa.
               -Es su novio-explicó Diana.
               -Soy su novio-dije yo.
               -Es mi novio-repitió Sabrae.
               -Es tu novio. Vaya. Es guapo-Blue asintió con la cabeza, haciendo sobresalir su labio inferior-. Tienes buen gusto.
               -Eso siempre. Siempre, siempre, siempre, Blue.
               -¿Y tú eres?-pregunté, y todos se me quedaron mirando, estupefactos.
               Salvo la tal Blue, que debía ser una diva de mucho cuidado, porque empezó a descojonarse en mi putísima cara. Aulló una risotada que reverberó por todo el salón e hizo que las mesas más cercanas se giraran para mirarnos, pues explotó incluso por encima del sonido de la música.
               -Alec, por Dios-escupió Sabrae.
               -¿Qué? Yo no estoy tan puesto en el mundo del famoseo, bombón. Es decir, me suena tu cara, pero…
               -¿Le has puesto Love on top?-le preguntó la chavala a Sabrae, y ella se puso a asentir frenéticamente. Me recordó a Duna cuando yo le prestaba atención.
               -Sí, claro. Sí, sí, sí, sí, sí. Esa actuación es icónica. Díselo, Alec, dile que te la he puesto.
               A Scott le estaba costando horrores no descojonarse viendo a su hermana. Me apeteció pegarle un puñetazo.
               -Eh… ¿supongo? Sabrae me intenta culturalizar todo lo que puede, pero a veces no le sale bien. No es culpa suya, claro. Pero no entiendo qué tiene que ver eso con quién eres.
               -¿Sabes de qué actuación te hablo?
               Chasqueé la lengua, y Blue sonrió mientras Sabrae se ponía roja como un tomate.
               -Pues…
               -Fijo que sí. Como dice Sabrae, es icónica. Beyoncé, traje morado…
               -Sí. Vale. ¿Qué pasa?
               -Esa fue mi primera aparición en la tele.
               -¿Eres bailarina?-solté, porque soy gilipollas y apruebo raspado matemáticas. Ni de puta coña podía haber salido en esa actuación cuando tendría unos pocos años más que yo, así que seguramente no habría nac…
               Hostia.
               Hos. Tia.
               -¿¡Eres la hija de la puta Beyoncé!?
               -¡UN RESPETO, ALEC!-bramó Sabrae, revolviéndose hacia mí igual que un Pitbull-. ¡ES LA PUTÍSIMA BEYONCÉ PARA TI! ¿Dónde está, por cierto?-preguntó, haciéndole ojitos a… Joder. No me lo podía creer. O sea, no es que el concierto me hubiera hecho creer que a One Direction no los conocían más que en un puñado de hogares, pero de ahí a que en la fiesta de su aniversario estuvieran famosos de ese calibre…
               Fue entonces cuando me llegó, por fin, esa bofetada de realidad que llevaba 18 años esperando alcanzarme: mis amigos eran famosos de ese calibre.
               -El círculo de gente habitual, ya sabes-Blue Ivy se encogió de hombros, echando mano de su copa-. Por suerte a mí me gustan las esquinas tranquilas. Se puede charlar mejor con la gente interesante. Oye, Diana, respecto a la campaña esa para Ivy Park…
               -Estoy comprometida con la banda, como comprenderás, Blue, pero si es compatible con el tour o la grabación del disco, estaría más que encantada. Ya lo sabes-Diana sonrió, apartándose el pelo del hombro de nuevo. Me fascinaba que la manera de hacer negocios de Diana fuera tan similar a la forma en que flirteaba.
               -Si me disculpáis-farfulló Sabrae, levantándose de nuevo-. Voy a saludarla. Me ha encantado verte, Blue.
               -Y a mí, guapa. Espero impaciente que empieces a cantar. Sería guay que mamá siguiera con la tradición de incorporar voces mucho más jóvenes que la suya a sus canciones.
               -Ay, Blue-gimoteó Sabrae, poniéndose roja como un tomate y soltando una risita-. No se me ocurriría siquiera soñar con algo semejante.
               Y prácticamente echó a correr en dirección al círculo de cuerpos que estaban en el centro de la habitación, rodeando una mesa a la que Sabrae le costó horrores acceder. Era como si el mismo sol hubiera hecho acto de presencia allí, tirando de todos los presentes hasta hacer una órbita perfecta en torno a la mesa. Sabrae se abrió paso a codazo limpio, toda decencia y saber estar perdidos, y yo la fui siguiendo como pude, lamentando por una vez ser tan alto y no poder colarme por los huecos por los que sí lo hacía ella.
               En la mesa en cuestión estaba sentada Beyoncé. Ni siquiera necesito describirla, ¿no? O sea, todos sabemos cómo es Beyoncé. Hacía que fuera todo un espectáculo incluso verla comer una hamburguesa mientras charlaba con Zayn, que estaba de pie a su lado, con las manos en los bolsillos y los pies ligeramente separados, un príncipe hablando con una reina. Zayn dijo algo gracioso que hizo que Beyoncé echara la cabeza hacia atrás y exhalara una carcajada que pronto todo el círculo imitó. Luego, escuchando el tímido jadeo de Sabrae a su derecha, se volvió para mirarla, el collar de diamantes que llevaba puesto refulgiendo en la luz como un corro de lunas.
               Llevaba puesto un vestido morado que parecía brillar con luz propia, a juego con sus dientes blanquísimos. Parecía mentira que estuviera allí, sentada como si nada, en lugar de tirando de las cuerdas del universo y decidiendo el destino de absolutamente todos los seres humanos en él.
               -Beyoncé. Dios mío. ¡Hola! Gracias por venir. No somos dignos-soltó Sabrae.
               Y se arrodilló.
               Se puto arrodilló.
               Mi novia, que había creado el universo y todo lo que había en él, y que era capaz de ser más guapa y más glamurosa y más todo que la mismísima Beyoncé vestida de gala con sus vaqueros cortos, su blusa y su bandana rojas; mi novia, una diosa inclinándose ante una reina de reinas.
               Beyoncé me cayó un poco mal, la verdad, por ser capaz de que Sabrae hiciera eso simplemente con existir. La todopoderosa Sabrae no debería arrodillarse ante nadie, por muy icónico que ese ser humano fuera.
               -¡Levántate, mujer!-se rió, cogiéndola de la mano y tirando suavemente de ella para ponerla en pie-. No seas boba. Me ha encantado tu canción. Tienes una voz preciosa.
               -Gracias-prácticamente sollozó Sabrae.
               -No se dan, cielo. ¿La estás entrenando?
               -Papá me ayuda.
               -Tienes una joya en casa, Zayn-le dijo-. Asegúrate de que la pules bien.
               -Ya estoy en ello.
               -Mañana mismo me apunto al conservatorio-le aseguró Sabrae, y Beyoncé se rió.
               -Estamos en julio.
               -Pues a clases particulares. Jolín. No sabes la ilusión que me hace que estés aquí. Tu música lo es todo. Mamá me cantaba Brown skin girl cuando era pequeña…
               -Sabrae, siempre que te la encuentras le das la lata con lo mismo una, y otra, y otra vez-la reprendió su madre, pero Beyoncé agitó la mano en el aire.
               -Déjala. Adoro que me cuente todo lo que hacías con ella. Me alegro de que mi música te sirviera para reconciliarte con tu piel, bonita.
               -Más que eso. ¡Mucho más! Yo… eh… ay, mi madre, perdóname, estoy muy nerviosa.
               Síp. La pobre temblaba como un flan. Era adorable, a decir verdad.
               -Hace mucho que no nos vemos. Yo también tenía ganas de verte. Cuando Blue me dijo que Zayn la había invitado a través de Nicki, pensé que no podía perderme por nada del mundo el concierto aniversario de One Direction.
               -¿Cómo lo has visto?
               -Espectacular. No a mi nivel, claro…-bromeó, y el círculo volvió a reírse.
               -Son hombres-soltó la mujer rubia sentada a la mesa al lado de Beyoncé, inclinada firmando algo. Tardé un segundo en caer en que se trataba de Taylor Swift. Y ese algo eran los discos que Taïssa había desplegado frente a su mesa como si fueran cheques bancarios para firmar por una empresaria de éxito-. No les piden más, así que no hacen nada más. Por cierto, ¡hola, ¿eh?!-pellizcó a Sabrae en el hombro, y Sabrae giró, exhaló un chillido y se lanzó a sus brazos.
               -¡Taylor!
               Lo normal, vaya. Tienes a la reina blanca y la reina negra de la música en la misma habitación, y las llamas por su nombre y te parece lo más normal. Joder. Sabrae era una diosa egipcia y yo un escorpión cobijándome del sol a la sombra de las pirámides que erigían en su honor.
               Y puede que sea un escorpión, pero no soy tonto, y sabía que Sabrae no iba a poder prestarme atención durante un buen rato. Así que me retiré a la mesa de mis amigos, donde Karlie y Tam se estaban enrollando de forma descarada (por favor, ¿es que no podían irse a una de las habitaciones del hotel como adolescentes normales?), Jordan le metía la mano con más o menos descaro a Zoe, y Niki y Logan se dedicaban a tontear a saco.
               -Sujetavelas a domicilio-anuncié, sentándome y cogiendo mi copa. Niki levantó las cejas.
               -¿Y esa cara de haber tenido un gatillazo que nos traes?
               -He estado en presencia de Beyoncé y Taylor Swift. Estoy emocionalmente tocado. No me molestéis-pedí, llenándome la copa y vaciándola de un trago. Ni siquiera sabía decir qué era lo que me acababa de tomar, sólo que escocía y que sentaba bien-. Sabrae está como desquiciada con ellas. ¿Qué coño hacen Beyoncé y Taylor Swift en una fiesta de aniversario de One Direction?
               -Taylor trabajó con Zayn. Y coincidieron en entregas de premios-dijo Karlie, con la lengua de Tam aún en su esófago.
               -Vale, ¿y Beyoncé?
               -Su hija es fan de la banda. Y de Chasing the Stars, según nos ha dicho Scott.
               -Es surrealista. No sabía que la banda moviera a tanta gente.
               -Tío, ¿no te has fijado en la cantidad de VIPs que hay en esta habitación? Hace que nosotros seamos los importantes porque no somos nadie. Todos los famosos de la época de One Direction están aquí. Me sorprende que no esté nadie importante del kpop.
               -Miley Cyrus me ha firmado el móvil-sonrió Logan, demostrándomelo. Arqueé las cejas, impresionado.
               -¿Le has dicho que es una puta leyenda y que su versión de Heart of glass es la mejor que se ha hecho en la historia?
               -Sí. Y me dijo que ya lo sabía. Es un ser humano icónico.
               -¿Y por qué no te has ido a hacerte amigo suyo como lo están haciendo los demás? ¿Por qué estamos aquí marginados?-pregunté. Ya que estaba emparentado con los famosos, por lo menos podía aprovecharme de ello. No sabía si Sabrae se acordaría siquiera de que estábamos saliendo si Beyoncé le preguntaba por su estado civil, pero confiaba en que Zayn intercediera y le hablara bien de mí.
               -Me da vergüenza-dijo Niki, y yo parpadeé.
               -Tú no sabes lo que es la vergüenza, Nikolai. Eres yo, pero cien por cien griego.
               -The Weeknd está aquí-susurró en tono urgente, como si estuviéramos en un examen y me estuviera proponiendo intercambiar las respuestas. Me puse en alerta al instante, pero Jordan puso los ojos en blanco.
               -Sí, claro. The Weeknd va a venir a una fiesta de One Direction.
               -¿Y por qué no?-protesté.
               -¿Qué hace The Weeknd en una after party de un concierto de One Direction? ¿Te lo imaginas cantando Stole my heart en la grada?
               -Con Stole my heart ni media, hijo de la gran puta. Si te metes con Stole my heart, te metes conmigo.
               -Repito: ¿qué hace The Weeknd en una after party de un concierto de One Direction?
               -Esto es una fiesta.
               -Sí, de un concierto de One Direction.
               De repente, una mano surgió de debajo de la mesa y agarró a Jordan por la camiseta.
               -¡A ti lo que te pasa es que eres un jodido racista, Jordan!-escupió Tommy-. ¡Misógino! ¡Qué vergüenza!
               -¿Qué coño haces ahí, Tommy?
               -Me he caído al suelo y ninguno de estos cerdos me ayuda a levantarme.
               -Ya os vale-protesté, inclinándome a rescatarlo del suelo y sentándolo en una silla. Tommy se balanceó a los lados, y yo suspiré, me levanté, me pasé su brazo bajo el hombro y…
               JODER.
               QUE SÍ QUE ESTABA THE WEEKND.
               -Ven, Jordan. Te vas a cagar-urgí, dejando a Tommy en su sitio. Empujé la silla para encajarlo con la mesa, y tiré de mi amigo-. Una polla que no está The Weeknd aquí.
               -¿Adónde vais?-preguntó Niki, levantándose de un brinco y siguiéndonos. Fui derechito a una de las mesas del rincón, donde un par de chavales vestidos de negro con camisetas blancas se reclinaban en sus asientos, descojonados con el espectáculo que el mundo les proporcionaba.
               Con ese sexto sentido que sólo los famosos tienen, The Weeknd se giró y nos miró.
               -¡Abeeeeeeeeel!-balé, fingiendo que no estaba a punto de cagarme encima de los nervios-. ¿Qué pasa, tío? ¿Te acuerdas de mí?
               -¡El novio de Sabrae! ¡El puto Alec Whitelaw! ¡Claro, tío! ¿Cómo va eso?
               Jordan abrió muchísimo la boca.
               -¿Lo ves, payaso? Te dije que The Weeknd y yo éramos colegas.
               -Lo somos, lo somos. Sentaos, tíos. ¿Queréis coca?
               -Claro-sonrió Jordan, pero yo lo agarré del pecho.
               -Otro día. No queremos liarla y que nos echen. Zayn no me perdonaría otra cagada.
               -¿Otra?-sonrió Abel, limpiándose la nariz con el pulgar y comprobando que no hubiera nada en él. Todo en orden.
               -Sí, bueno, hace unos días me puso firme porque su hija y yo follamos sin condón, y…
               -Eso no se hace.
               -Pero ¡si tú lo harás constantemente, cabrón!
               -No hagas nada que haría yo, chaval-sonrió, guiñándome el ojo-. Y así morirás de viejo, con tu piba en bolas pegada a ti en la cama. ¿Dónde la tienes, por cierto? La última vez que os vi erais inseparables-estiró la cabeza, oteando la habitación, y a mí se me hundió el estómago.
               Éramos inseparables hasta donde él sabía.
               Pronto no sería así.
               -Parece mentira que vaya a decir esto, pero está con Beyoncé. La Beyoncé-especifiqué, y Abel se rió.
               -¿Acaso hay más de una? ¿Y por qué parece mentira?-inclinó la cabeza a un lado-. Deberías saber dónde te has metido, chaval. A estos círculos es muy jodido entrar, y muy fácil salir-me guiñó un ojo y me dio una palmada en el brazo.
               Y yo me di cuenta de lo jodido que estaba por dentro si mi puto cantante favorito, al que yo idolatraba por encima de todos los demás y cuya música había sido para mí tan sagrada que sólo me había atrevido a compartirla con Sabrae, me daba un golpecito en el brazo y yo no me volvía absolutamente loco.
                Me obligué a reírme como si no tuviera la cabeza en otro continente, registrando cada cosa que me decían como lo que era innegable que resultaba: señales de que no debía irme a ninguna parte y apechugar con mi decisión, tomarla yo solo y ser responsable de mis actos.
               -Te dejo a esta gente para que te coman los huevos, ¿vale? Son Jordan, mi mejor amigo; y Niki, mi otro yo de Grecia. Perdónalos si babean demasiado o se les pone muy dura mientras te la chupan, ¿eh? No están acostumbrados a meterse los genitales de un famoso en la boca. Yo sí-me chuleé-. Por eso ya voy por ahí como si fuera el dueño de este sitio.
               -Se te nota la mejora-asintió Abel, guiñándome el ojo, y luego se volvió hacia Jordan y Niki-. Bueno, ¿quién es el afortunado que me va a desabrochar la bragueta?
               Me fui por donde había venido sintiendo que la habitación daba vueltas, balanceándose de un lado a otro como si estuviera bajo la cubierta de un barco en plena marejada. A estos círculos es muy jodido entrar, y muy fácil salir.
               Con Sabrae tenía competencia de sobra ya estando presente. Que ella ignorara deliberadamente los mensajes de los famosos de segunda que trataban de acercarse a ella, tanto por lo que era dentro del mundo del entretenimiento como por lo guapa que era, no quería decir que yo no supiera que ellos estaban ahí, al acecho, esperando que cometiera un error. Que ella me fuera fiel no significaba que yo no viera las tentaciones que se plantaban ante ella, ni tampoco la manera en que se defendía de ellas, completamente satisfecha y feliz como estaba conmigo.
               Pero, ¿no se arrepentiría de estar sacrificando tantas buenas oportunidades por alguien que estaba a medio mundo de distancia cuando me echara de menos? ¿No vería esos mensajes y los compararía con mi silencio y decidiría que ella no tenía por qué pasar por eso? Sabrae estaba en la cima del mundo; lo encumbraba desde que nació, prácticamente. ¿Era lógico por mi parte esperar que creyera siempre que merecía la pena esperar por alguien que se había empeñado en bajar al mismísimo infierno? Tocaba las nubes con la yema de los dedos, se codeaba con el sol, la luna y las constelaciones por igual. ¿Tenía que conformarse con alguien que sólo podía ofrecerle el polvo del desierto, y un oasis de vez en cuando, cuando tuviera suerte, teniendo el paraíso a su alcance?
               En una escala del uno al diez, ¿cómo de gilipollas soy siguiendo adelante con el voluntariado, y por qué un ochenta y tres?
                No aguantaba estar dentro de mi cabeza. Era como si todas las voces de la habitación estuvieran gritando también dentro de las paredes de mi cráneo, rabiosas, ansiosas por conseguir que interiorizara la cagada que había tenido esa noche. Que era un cobarde y que ya iba siendo hora de que o lo asumiera, y llegara hasta el final, o cambiara esa faceta de mí.
               Subirme a darme de hostias con otro tío en un ring delante de una arena llena de gente no era lo mismo que ser valiente, y yo acababa de descubrirlo ahora. Mi vida había sido un delirio de grandeza constante, y ahora me tocaba dilucidar si me merecía o no todo lo que había creído tener hasta la fecha.
               Así que hice lo que mejor se me da cuando no soporto ser quien soy: ayudar a mis amigos y convertir sus problemas en míos.
               Bueno, eso no es lo que mejor se me da para disociar. Lo que mejor se me da es follar.
               Pero, cabrón como soy, todavía no estaba dispuesto a quitarle a Sabrae ese momento con sus ídolos.
               De modo que sólo me quedaba una alternativa: Tommy. Karlie y Tam se habían movido hasta sentarse al lado de él en las sillas vacías, cuidando de que no se cayera, pero las dos me miraron con interés cuando me acerqué y tiré suavemente de él para sacarlo de la silla. No se me escapó la mirada aliviada que me dedicaron, y me gustaría haber podido decirles que no hicieran eso, que yo no era ningún salvador. Me lo cargué a los hombros y él me miró a través de unos ojos vidriosos, con el azul más intenso que había visto en mi vida.
               -Conseguidme agua fría. Dos botellas. Una de plástico, y otra de cristal. Vamos-chasqueé la lengua y abrí uno de los grandes ventanales que daban a la impresionante terraza del hotel, con vistas a los jardines de Buckingham Palace a un lado, y el Parlamento y el Támesis al otro. Cortesía del arquitecto que había hecho el piso superior del Ritz.
               Senté a Tommy en uno de los bancos con vistas a la ciudad y me aseguré de que no tuviera hacia dónde caerse. Cerró los ojos y se deslizó suavemente hacia atrás, hasta quedar medio tumbado en el banco, las piernas dobladas y anclándolo al suelo.
               Esperé mientras las chicas se hacían con las botellas, y cuando volvieron, obligué a Tommy a beberse la de cristal entera, y luego se la puse en la frente.
               -Uf-jadeó, llevándose las manos a las sienes.
               -Hay que saber beber-le regañé yo, e hice un gesto con la cabeza hacia Kar y Tam para que nos dejaran solos. Que Tommy estuviera hecho mierda y yo no pudiera soportarme no quería decir que ellas no pudieran disfrutar de la noche.
               -Avísanos si necesitáis algo-dijo Karlie, y Tam asintió. Detesté la manera orgullosa en que esta última me miró, como si estuviera haciendo algo heroico y no luchando contra viento y marea con tal de no quedarme solo.
               Le acaricié la espalda a Tommy, le hice beber a pequeños sorbos de la botella de agua fría, y lo obligué a sentarse con la espalda recta para que le diera mejor el aire, que rugía con vehemencia en la noche. Me recordó un poco a la manera en que el estadio se había vuelto loco a sus pies, y me pregunté si él estaba pensando en lo mismo.
               Poco a poco, noté cómo volvía en sí. Aún conservaba ese brillo que sólo el alcohol te pone en los ojos, pero estos empezaron a enfocar las figuras a su alrededor. Recuperaron ese toque de inteligencia con el que Tommy siempre había mirado las cosas, como si pudiera ver más allá de su forma física, apreciando sus posibilidades. No en vano, la idea de formar la banda había sido suya. Y ahora, allí estábamos todos. Ellos codeándose con la hija de Beyoncé, que era fan declarada suya, y Sabrae recibiendo los halagos de la diva, que jamás la habría escuchado cantar de no ser por la idea demencial que había tenido Tommy hacía poco más de seis meses.
               -Bienvenido a la Tierra. Te llevaré con mi líder-sonreí, dándole una palmadita en la espalda cuando Tommy se pellizcó las sienes y bufó sonoramente.
               -Joder. No sé qué coño me ha pasado… me ha pegado un pelotazo que flipas, tío.
               -Les pasa a los mejores, no te va a pasar a ti…-sonreí, y Tommy me dio un empujón.
               -Mira que eres gilipollas-soltó, riéndose. Se apartó el pelo de la cara con los dedos y parpadeó pesadamente. Miró en dirección a la fiesta, como considerando el volver, pero las luces eran aún demasiado brillantes, las risas demasiado estrambóticas, y la música estaba demasiado alta todavía para que pudiera tolerarlo.
               Mejor. Porque yo no estaba preparado para quedarme solo en esa azotea, ni tampoco para volver a esa burbuja a la que todo el mundo aspiraba, yo había conseguido entrar, y ahora, nadie sabía por qué, era incapaz de encontrar la forma de conservar.
                -¿Tienes idea de qué coño he tomado para que me haya sentado así?
               -Mm, no sé, ¿drogas duras?
               -No tiene gracia, tío.
               -Entonces, ¿por qué te estás riendo?
               -Porque tu chiste es malísimo.
               -¿Quién dice que sea un chiste? Puede que te haya echado algo en la bebida para dejarte KO y poder pasar este ratito contigo a solas. ¿Sabes?-ronroneé, jugueteando con su pelo-. Desde que eres famosito, no hay quien consiga robarte unos minutos de tu tiempo. La única manera de conseguir tu atención parece ser emborrachándote y trayéndote a una terraza romántica, y que sea lo que Dios quiera-le guiñé el ojo y Tommy se rió. Agarró la botella y le dio un nuevo sorbo, y yo me anoté un tanto por conseguir que interiorizara que tenía que beber.
               -Tú no necesitas emborracharme para que yo te dedique mi tiempo, Al-me miró de lado y yo sonreí.
               -Eso me lo dices porque no está Scott para ponerse celoso.
               Tommy rió de nuevo, esta vez sólo por la nariz, y sacudió la cabeza. Se relamió los labios y se fijó en un punto en la distancia.
               -Es el London Eye-expliqué, y él se rió otra vez.
               -Vale. Ya pensaba que estaba teniendo alucinaciones.
               -Nop. Y los aliens de la esquina son azules, como los de Avatar. Grandes pelis-asentí con la cabeza y hurgué en los bolsillos de mis pantalones en busca de una cajetilla de tabaco. No hacía más que decirme a mí mismo que cuando acabara esta cajetilla, lo dejaría, pero siempre terminaba encontrando algo lo suficientemente estresante como para convertirlo en una excusa para seguir fumando.
               Me pregunté si podría conseguir cigarros en el voluntariado. Y luego me pregunté por qué coño me preguntaba si podría fumar en Etiopía si se suponía que no iba a ir.
               Me llevé el cigarro a los labios, lo prendí con el mechero y le di una larga calada. Exhalé el humo hacia afuera después de saborearlo y le tendí la cajetilla a Tommy.
               -¿Piti?
               -Lo estoy dejando.
               -Yo también, así que no me cuentes tu vida.
               -Lo mío es en serio-sonrió, masajeándose las sienes.
               -¿Y eso?
               -Yo no tengo la voz que tiene Scott. Da para lo que da. Tengo que cuidarla.
               Me quedé mirando las brasas del cigarro, lamiendo sus paredes blancas en dirección al filtro. A veces se me olvidaba que yo no era el único que vivía a la sombra de Scott. Tommy  parecía tan maravillado con ella que cualquiera diría que no le importaba ver nada más que retazos del sol.
                Tommy lo quería. Lo adoraba. Y Scott a él. Se querían de una forma que yo no había sido capaz de entender hasta que no conocí de verdad a Sabrae. Eran las dos mitades de un todo que se volvía más cuando estaban juntos, como si su compañía fuera lo que ponía en equilibrio el universo y se necesitaran para subsistir. Y, aun así, Tommy creía que era inferior a Scott porque él no había llegado a conseguir lo que había conseguido Scott: él no era el que más ligaba de los dos, aunque eso no quería decir que ligara poco; y tampoco era el que mejor cantaba de los dos, aunque eso no quisiera decir que cantara mal.
               Pero, al igual que yo había podido escuchar los gritos desquiciados cuando Scott se acercaba el micrófono a la boca, también podía escucharlos Tommy. Y los dos nos dábamos cuenta de que eran el doble de fuertes que cuando el que cantaba era él.
               -Tienes que dejar de hacer eso. Pensar que eres el más prescindible de la banda. Si no fuera por ti, ni siquiera existiría.
               -Qué gracioso que me digas eso, cuando tú haces exactamente lo mismo contigo.
               -¿Qué es lo que hago?-respondí, dando una nueva calada y luego lanzando el cigarro por el balcón. Me daba igual que provocara un incendio. Si me detenían e iba preso, estaría más cerca de Sabrae que en el campamento de la ONG.
               -Minusvalorarte y sacrificarte por los demás. Como ahora. No tenías por qué hacer eso-señaló el lugar por el que había lanzado el cigarro-. Y, sin embargo, ni te lo has pensado dos veces.
               -Es lo menos que puedo hacer si quieres dejarlo. Eres mi amigo. Se supone que los amigos se ayudan con estas cosas.
               -No los amigos que son como nosotros, Al. Yo puedo aguantar que tú fumes mil cigarros cuando yo tengo mono simplemente porque eres tú. Eso es de lo que tienes que darte cuenta. Eres más especial que los demás.
               -Perdón, ¿me ha salido un piercing ahora en el labio? Porque creo que me estás confundiendo con otra persona. Eso, o aún te dura la borrachera. A ver, ¿cuántos dedos ves?-pregunté, haciéndole un corte de manga. Tommy me apartó la mano, sonriendo.
               -Sé de sobra con quién estoy hablando. Lo llevo sabiendo toda mi puta vida, o sospechándolo al menos, hasta lo que pasó en enero.
               Me dieron náuseas. Sabía lo que iba a decir a continuación.
               -No quiero oírlo, Tommy.
               -Me salvaste la vida, Alec.
               -No sigas por ahí, tío. Ni de puta broma-negué con la cabeza, levantándome y agitando la mano-. No. No pienso dejar que me des las gracias.
               -Pues lo voy a hacer. Me salvaste, Alec. A mí y a Scott. Y a mi madre y a Sher. Y a nuestras hermanas. Nos salvaste a todos. Pero no sólo cuando viniste a mi casa. También cuando nos ayudaste antes, durante la pelea, y siendo neutral mientras absolutamente todo el mundo elegía un bando, aunque fuera involuntariamente. Nunca te he dado las gracias…
               -Pues no lo hagas ahora. No quiero que lo hagas.
               -Voy a hacerlo igual. Porque es la única manera de conseguir que te valores. Siempre hacemos que el peso recaiga sobre ti, como si nosotros no tuviéramos ninguna responsabilidad. Pero de poco sirve que te insistamos en que te aprecies si no lo hacemos nosotros primero. ¿Cuánta gente crees que saldría a cuidarme mientras todos los famosos que le gustan están en ese salón de fiestas?-preguntó, señalando con la mandíbula hacia las luces y la fiesta.
               -¿Quieres que te diga nombres? Porque se me ocurren nueve.
               -¿Y en qué lugar estaría el tuyo? Porque yo lo diría el primero.
               Me eché a reír.
               -¿Delante de Scott? No te lo crees ni tú.
               -Bueno, vale, quizá el segundo, pero ya me entiendes. Tienes que darte cuenta de lo mucho que te queremos, Al. No vales todo lo que vales por lo que haces por nosotros, sino porque estás dispuesto a hacerlo. Con eso nos basta. No tienes que darnos tu todo siempre. Con saber que estás dispuesto a dárnoslo es más que suficiente para todos nosotros. Eso es lo que te pierde, Alec: que agotas tu amor en los demás sin reservarte siquiera un poco para ti. Te desvives por todos nosotros y dejas de vivir por ti.
               Me lo quedé mirando, un ancla en mi estómago, la cabeza despejada por primera vez desde… no sabía cuánto tiempo.
               -¿Cuánto hace que no haces nada porque simplemente te apetece?
               -Diez horas-contesté rápidamente. Tommy frunció ligeramente el ceño, pero no pudo evitar sonreír cuando cuadró los cálculos con aquel rato en que Sabrae y yo habíamos desaparecido por los pasillos del estadio.
               -Ya sabes a qué me refiero-alzó una ceja, expectante.
               -¿Al voluntariado?-pregunté, y Tommy, por toda respuesta, se quedó callado. Y yo lo vi claro. Era ahora o nunca. No tenía que habérselo pedido a Sabrae, pero todavía estaba a tiempo de remediarlo. Todavía podía ser un hombre y reconocer que quería quedarme.
               Así que lo hice.
               Damas y caballeros, anotad este día en vuestros calendarios. Alec Whitelaw va a hacer una cosa bien.
               -No sé si quiero ir.
               ¡APLAUSOS, QUERIDA AUDIENCIA!
               -¿Por qué? Antes tenías ganas.
               Me relamí los labios y abrí las manos.
               -Antes no estaba con Sabrae.
               -Ella te estará esperando-dijo Tommy con tanta elocuencia y calma que por un momento pensé que había fingido su borrachera.
               -Ya, bueno, no es ella la que me preocupa-me aparté el pelo de la cara y negué con la cabeza, dejándome la mano allí, colgada de la nuca. Tommy frunció el ceño, no sé si porque no se lo tragaba o porque no se creía que yo fuera a ser tan gilipollas de tener a un mujerón como Sabrae a mi lado y creer que no se tirarían a por ella como hienas en cuanto diera siquiera medio paso a un lado.
               -Entonces, ¿qué es? ¿Tú? Porque si crees que vas a dejar de quererla es porque eres imbécil. Y no consiento que pienses eso de uno de mis mejores amigos-dijo, levantándose y dándome una palmada en el hombro-. Joder, Alec. Que te follabas a todo lo que tuviera un agujero entre las piernas y se te pusiera por delante hace seis meses, y mírate ahora. Eres más monógamo que yo.
               -No me follaba a todo lo que tuviera un agujero entre las piernas. Me follaba a las guapas-me chuleé-. Y soy más monógamo que tú porque has pillado antes a Diana.
               -Ponte todo lo gallito que quieras, pero los dos sabemos que yo no soy lo que te impide liarte con Diana, sino la disponibilidad de Sabrae.
               -¿O sea que no me romperías la cara si ahora voy y me la follo?
               Tommy parpadeó y sonrió.
               -¿Qué ganaría yo rompiéndote la cara? ¿Acaso soy competencia para un subcampeón de boxeo?
               -Campeón. Campeón. Me robaron mi título. Y no estás mal-añadí, agarrándole el bíceps y dándole un suave apretón. A ver, el muchacho no estaba para ganarme en el ring, las cosas como son, pero me constaba que aquellos brazos también tenían su público.
               -¿Qué es lo que te preocupa del voluntariado?-contestó, volviendo a encauzar el tema. Mierda. A veces se me olvidaba que Sabrae se había criado con él. Esa técnica de ella de reconducirme cuando me iba por las ramas perfectamente podía ser heredada de Tommy.
               -Todo. Nada. No lo sé. Estoy hecho un puto lío. Toda mi vida va a cambiar, y… vamos a estar lejos los unos de los otros. Os voy a echar mucho de menos. La voy a echar mucho de menos. Cuanto más lo pienso menos sentido le veo a todo lo que voy a hacer. Es como… ya no recuerdo por qué quería marcharme. No recuerdo la razón por la que busqué la información, rellené los formularios y junté el dinero. Y tiene gracia, porque me llevó la de Dios de tiempo, así que tenía que tener un buen motivo para hacerlo, ¿no?
               -Querías hacerlo porque es la continuación de ser tú. Siempre nos has ayudado a todos, tío. Creo que, para ti, esto era la manera de seguir siendo tú incluso cuando el grupo se separara.
               Me dio un vuelco el corazón. Claro. Me había centrado tanto en Sabrae que no me había dado cuenta de que mi relación con los chicos cambiaría, sí o sí, a partir de ese verano.
               Me di cuenta entonces de que no había pensado en despedirme de Tommy. O de Scott. Puede que debiéramos hacer algo, una última fiesta antes de que todo cambiara. De que tuvieran que compartirme con Etiopía y a Tommy y a Scott con el mundo entero.
               -Y creo que en el fondo tú también lo sabes. Y también quieres. Todavía lo haces.
               -Ojalá estuviera tan seguro como tú, T, pero no tengo ni puta idea. Llevo demasiado tiempo buscando una excusa para no ir al voluntariado como para pensar de verdad que es lo que quiero.
               -¿Por qué? Tío, si antes te hacía muchísima ilusión. Quitando a Sabrae, que es lo único que ha cambiado en tu vida, ¿qué es lo que te dices?
               -Que no quiero separarme de vosotros y de Sabrae-reconocí-. Además…
               A tomar por culo. Ya había abierto la boca, y no era momento de cerrarla.
               -Está mi hermano. Y mi padre. Creo que eso es lo que más influye en que no me quiera ir. No quiero pensar en eso, pero haberlo visto después de tanto tiempo me… desestabilizó. No contaba con que pudiera volver. No quiero dejarlas desprotegidas-jadeé, y escuché cómo se me quebraba la voz, como si estuviera hecha de bambú y la hubiera doblado el viento-. Tengo que cuidar de ellas.
               Dylan no podía solo. A duras penas había podido con mi ayuda. Y ahora… ahora no tenía dos puntos débiles. Tenía tres.
               -Al, por una vez, piensa en ser quien eres y no en cumplir tu nombre. Piensa en ti nada más. Si quieres irte, vete. Y si quieres quedarte, quédate. No necesitas excusas. Sólo tú eres dueño de tu destino. Tiene que ser por ti, no por lo mucho que vamos a echarte de menos o lo mucho que pienses que te necesitemos. Porque te aseguro que te necesitamos más de lo que crees. Sabrae también. Pero piensa en ti por una vez. Sólo por esta vez. En el fondo, sabes que nosotros sobreviviremos.
               Sí. Eso lo sabía. No sabía en qué condiciones, y sabía que sería duro, pero por lo menos sabía que sobreviviríamos. Escuché a Sabrae susurrármelo al oído, acurrucada contra mí en la cama. Medio mundo no es nada.
               Por primera vez, me permití pensar en África, en Etiopía, en la reserva. Lo que había visto, lo que podía hacer, en qué me necesitaban, y…
               … y me esperaba selva virgen. Sabanas infinitas. Animales salvajes, hermosos e imponentes a la vez. Fieras de corazones honrados y presas valientes. Me necesitaban, sí.
               Pero yo también a ellas.
               Querían ponerme a prueba. Y yo también.
               Hostia puta.
               Lo que me pasa no es que quiera quedarme.
               Es que también quiero ir.

 
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2 comentarios:

  1. He llegado a la conclusión de que si cts no existiese y no supiese ya que Alec se va fijo a Africa ahora mismo estaría a punto de ahogarme con una toalla. Tenlo por seguro.
    Punto numero uno, lo de Dan me ha hecho trizas el corazón porque me duele el corazón pensando en cómo Alec habla de el desde una perspectiva se hermano pequeño. Sinceramente me parece de terrorismo emocional.
    Punto numero dos, el momento de Beyonce y Taylor Swift ha sido…. Me has tenido berreando como un cerdo antes de la matanza sabes.
    Ahora, entrando en materia has hecho que se me saltasen las lagrimas con Tommy y Scott. Te he visto fina ahí haciendo que Alec tenga esta conversación tan importante con Tommy y no con otras persona.
    Me ha partido el corazón cuando ha sacado el tema de como le salvó la vida y como los salvó a todos basicamente. Te juro por dios que sabes que lo pase mal leyendo todo el proceso de la pelea de tommy y scott pero cuando lei todo aquello desde la perspectiva de alec…. pf, demasiado.
    No puedo creer que después de años esperando esto ya esté prácticamente materializandose el momento real. Siento como si cerrase un ciclo Erikina. Tengo los sentimientos a flor de piel escribiendo esto ahora mismo.

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  2. Jo me ha gustado el capítulo, pero estoy tristísima porque realmente queda nada para el voluntariado, despedidas… :’(
    Comento cositas
    - Dan y Alec Alec y Dan, completamente adorable.
    - Que risa Duna llamando dramático a Dan, me encanta leer cositas suyas.
    - El momento de Alec y Annie me ha encantado.
    - Sabrae histérica con Blue y Alec flipando ha sido buenisimo.
    - El momento Beyoncé y TAYLOR??? HOLA?? es que era lo único que le faltaba a esta novela, histérica me he puesto.
    - La conversación de Alec y Tommy he ha encantado y destrozado a partes iguales (con llorera incluida). Adoro que hay tenido esta conversación con él, le ha hecho verlo con otra perspectiva. Y bueno no me gusta ver a ninguno de los dos infravalorarse, jo me pone tristísima. “A veces se me olvidaba que yo no era el único que vivía en la sombra de Scott. Tommy parecía tan maravillado con ella que cualquiera diría que no le importaba ver nada más que retazos del sol.” Este y el párrafo siguiente me han dejado regu :((((
    Como siempre, tengo muchas ganas de leer más <3

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