lunes, 23 de mayo de 2022

Magno.


¡Hola, flor! Quería dedicar un minutito de tu tiempo a darte las gracias por tu paciencia… y también a avisarte de que este capítulo es bastante más corto de lo que te tengo acostumbrada. Como bien sabes, el sábado que viene es mi examen, así que no he podido dedicarle el tiempo que les dedico normalmente. ¡Espero que lo disfrutes de todos modos! Y, por favor, si rezas antes de irte a dormir… reza el viernes por la noche, que lo voy a necesitar. ¡Gracias! ᵔᵕᵔ

¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Su ausencia en el círculo de admiración de Beyoncé me dio un toquecito en el hombro, igual que una mano amiga inesperada en una fiesta en la que no conoces a nadie y sólo centras tu esfuerzo en que no se te note lo incómoda que te sientes. Fue como aterrizar después de horas de vuelo turbulento y caer en la cuenta de que, a pesar de sus baches y lo variado de su orografía, el suelo era estable. Y real. No era parte de un sueño o de una especie de milagro propiciado por la ciencia.
               Era como una llamada en lo más profundo de mi alma, una cuerda atada en mi cintura y tirando de mí para sacarme de aquel lugar, uno que disfrutaba y que ocurría tantas veces como un eclipse solar, pero que te impedía levantar la vista al cielo sin arriesgarte a la ceguera.
               Así que, a pesar de que mamá, Taylor y Beyoncé seguían charlando animadamente en una conversación interesantísima y que no me habría querido perder por nada del mundo, me levanté. Como una tríada de diosas que discuten sobre el destino de los mortales igual que los filósofos teorizaban sobre el origen del mundo hace dos mil años, ellas no se percataron de que la hormiguita paciente, silenciosa y admirada que tenían a sus pies acababa de tomar conciencia de sí misma y se preparaba para marcharse.
               Pero mis compañeras de ritual sí.
               -¿Adónde vas?-preguntó Momo en un susurro, con una montañita en el ceño ante mi osadía de dejar aquel evento sagrado. Fuera lo que fuera que pretendiera usar de excusa, no iba a ser suficiente para ella, así que bien podía decirle la verdad.
               -A buscar a Alec.
               -Buf. Debes de quererlo muchísimo-comentó, y volvió enseguida la vista a Beyoncé, que en ese momento estaba comentando unas ideas que tenía para un evento de streaming exclusivamente de mujeres, con público íntegramente femenino, para protestar por las desigualdades que todavía había en la industria.
               No te haces una idea, pensé mientras terminaba de levantarme y me abría hueco entre la gente, lo cual no fue nada difícil: todos estaban ansiosos porque alguien se marchara para ocupar su lugar, igual que el océano se abalanza sobre cada hueco que aparece en una playa.
               Momo lo sabía. O lo intuía, más bien. Supongo que no podrían juzgarme si les decía que quería presentárselo a Beyoncé como se lo había presentado a The Weeknd, que quería que ella supiera que mi corazón estaba ocupado y que había encontrado a la única persona a la que nadie en este mundo se merecería por mucho que lo intentara, alguien que sería capaz de ensombrecerla incluso a ella. No me malinterpretes: Beyoncé era todo lo que yo aspiraba a ser algún día, independientemente de cuál fuera el camino que terminara por seguir en la vida, y la tenía como esa estrella que te guía en lo más oscuro de la noche y evita que te pierdas en la inmensidad del desierto, pero Alec… Alec era lo que yo quería tener a mi lado cada minuto de mi vida. Era ese cielo que me proporcionaba dibujos preciosos en forma de constelaciones, el oasis al que me dirigía y en el que me instalaría nada más llegar.
               Estar con ella me había hecho darme cuenta de eso: que cada minuto juntos era tan valioso como una vida dedicaba al arte y a la posteridad; que renunciar siquiera a una noche durmiendo en sus brazos era mayor sacrilegio que ser muda y cantante, o sorda y compositora, o ciega y pintora; que, si la oferta estaba aún encima de la mesa, yo la aceptaría. Me pondría de rodillas si era lo que Alec quería o necesitaba y le pediría que se quedase, y viviría con la consciencia de haberle pedido que renunciara a una parte de sí mismo porque yo no podía estar sin él. Si no iba a merecérmelo hiciera lo que hiciera, bien podía cumplir mis deseos, volverme egoísta y acapararlo sólo para mí.
               Me había sacudido de encima el hechizo de mis famosas favoritas, así que ahora me tocaba seguir ese suave tirón que sentía en mi corazón para volver a casa. A sus brazos. A la promesa de ese futuro juntos que él me había pedido que yo le arrancara del pecho. Las únicas promesas que valían algo para él eran las que me hacía a mí. Yo era la única que podía pedirle que se quedara.
               Y lo haría. Podría ser honorable y decir que lo haría por todos aquellos que lo querían: su hermana, sus padres, su abuela, sus amigos… pero lo cierto es que ninguno de ellos me importaba, igual que si quería presentárselo a Beyoncé como mi novio no era porque quisiera la aprobación de ella, sino porque quería que él supiera que lo que más feliz me hacía era declararme suya a todo aquel que quisiera escucharme.
               Claro que para eso tenía que encontrarle primero. No podía presumir de un brazo que me cogía la cintura si su dueño estaba a metros de mí, así que tendría que guiarme por ese leve tirón en mi alma que parecía indicarme la dirección correcta igual que un águila surca los cielos en dirección a casa dejando que las corrientes de aire la eleven en el cielo.
               La primera parada en el camino me parecía evidente. Igual que yo había orbitado en torno a mi ídolo predilecto igual que un joven y necesitado satélite con Beyoncé, Alec estaría seguramente sentado en la misma mesa que ocupara The Weeknd, probablemente recitándole toda su discografía en orden cronológico para explicarle que, no lo entendía, su música era su vida y le encantaban todas sus canciones. No tenía ni una sola mala, ni una que no fuera de su gusto.
               Atravesé la estancia en dirección a la esquina en la que había visto asentarse a Abel con todos sus amigos, una tropa sin la que no salía de las fronteras de Estados Unidos, segura de que mi viaje era un vuelo directo en lugar de con escalas, como efectivamente iba a ser. Ya que, a pesar de que Jordan y Niki estaban en compañía de Abel, dándole el coñazo como lo haría mi novio y con unos ojos que delataban lo que habían estado consumiendo (algo un pelín más intenso que los carbohidratos de las hamburguesas), Alec no estaba con ellos. Era como si Jordan y Niki estuvieran representando la esencia de mi chico, uniendo los dos países que más le poseían: Inglaterra y Grecia.
               -Sabrae-sonrió Abel, bastante menos afectado que Niki y Jordan, a pesar de que seguramente había consumido más. Le dediqué una sonrisa cordial cuando puse la mano en el respaldo de su silla. Me apetecía marcharme y seguir en su busca; el lado se apretaba más y más en torno a mi cintura, como si cada segundo separados supusiera un sacrilegio y me supurara una herida del pecho que no sabía que tenía abierta, pero tenía que ser educada. Aquella no era mi noche, por mucho que me sintiera eufórica, como si hubiera conquistado un imperio.
               -Qué paraditos estáis. ¿Os habéis descargado las pilas durante el concierto, abuelos?-bromeé, y Abel puso los ojos en blanco.
               -Estamos esperando a que pongan música en condiciones con la que desfasarnos.
               -Ya veo. Os noto aburridos-miré la mesa, en la que había restos de comida basura y drogas por igual. No podía decir que me sorprendiera la poca discreción del grupo; después de todo, una de las razones por las que mamá y Eri habían insistido en que los niños se fueran a casa de Alec para que Annie los cuidara era aquello. Todos eran adultos, y ya no había nadie que pudiera imponer un comportamiento u otro en los invitados. Además, les apetecía celebrar, no hacer de policía.
               Abel sólo jadeó una carcajada que sus amigos imitaron. Niki y Jordan se subieron al carro, fascinados con el cantante, como si fuera el único personaje famoso de la sala. Supongo que cada uno tiene sus fetiches.
               -Oye, ¿no habréis visto, por casualidad, a Alec, verdad?-pregunté. No tenía mucha esperanza de que así fuera, puesto que Alec no se iría del lado de Abel tan rápidamente, y yo no había estado tanto tiempo arrodillada a los pies de Beyoncé adorando su existencia… ¿verdad?
               -Puess….-siseó Abel, chasqueando la lengua-. Se fue ya hace un rato. Pero no nos fijamos por dónde. Nos dejó a estos dos chavales en la mesa para que les hiciéramos de niñera y se piró no sé por dónde.
               -¿Alec ha venido y luego se ha marchado de tu lado?
               -Supongo que sus prioridades musicales han cambiado-se burló, tirándose de las solapas de chaqueta de béisbol hecha de cuero negro y blanco. El aire acondicionado de la estancia hacía que cada uno pudiera vestir como quisiera, y mientras que yo estaba cómoda con vaqueros cortos y una blusa de seda, a Abel parecían hacerle falta sus dos capas-. Después de todo, yo no hago música para enamorados, sino para mujeriegos y ninfómanas.
               Reclinó la cabeza hacia atrás para mirarme con los ojos invertidos, y sonrió. Le devolví la sonrisa.
               -No estoy segura de en qué categoría de esos entro yo, pero vale. Os dejo para que os divirtáis. Procura que no se te suban al avión cuando te vayas-señalé a Jordan y Niki con la mandíbula, y Abel se rió.
               -¿Ya me estás echando?
               -Dios me libre. Papá no me lo perdonaría.
               -¿Y qué me dices de tu novio?
               -Como tú bien dices, parece que sus prioridades han cambiado-me encogí de hombros-. Si no quería que te fueras, que hubiera estado aquí para impedírtelo, ¿no crees?
                -Las tías cada vez sois peores-se burló él, pegando un manotazo en la mesa mientras se descojonaba, sus compañeros uniéndose a él sin pudor. Jordan y Niki incluidos.
               Me parecía rarísimo que Alec los hubiera llevado con Abel y no se hubiera quedado con ellos, y algo dentro de mí se retorció. Puede que estuviera de nuevo en esa espiral de veneno en la que siempre terminaba arrojándose igual que un pez es arrastrado por un remolino. Notaba cómo pulsaba a mi alrededor, como si fuera un ente vivo con un alma ansiosa de mi salvación.
               Me descubrí apretando el paso mientras me acercaba a la mesa con sus amigos, en la que pude comprobar que no estaba ya desde lejos. Aun así, necesitaba pistas, por lo que no corregí el rumbo. Había demasiada gente en la fiesta como para ponerme a recorrer la sala entera de un lado a otro en busca de Alec, y demasiados compromisos a los que atender si al final hacía una gira, recibiendo cumplidos y devolviéndolos acompañados de agradecimientos por haber podido estar en una de las noches más importantes de la vida de mi padre. Por eso me planté frente a la mesa que yo misma había ocupado hacía un rato, porque con los amigos de Alec ya no existía la cortesía.
               -¿Habéis visto a Alec?-pregunté, aunque más bien podría habérselo preguntado a Bella nada más, la única que podría haberse dado cuenta de que la ciudad había estallado si una bomba nuclear impactara contra el Big Ben: Max y Logan debatían sobre la que había sido la mejor canción de la noche, Max defendiendo a muerte No control mientras que Logan lo insultaba diciendo que la mejor había sido Where do broken hearts go (más épica, sin duda, que la que defendía el prometido de Bella, pero que ninguno barajara Up all night me molestó); y Tam y Karlie estaban haciéndose una limpieza bucal, Tam sentada sobre los muslos de Karlie a pesar de que, ¡sorpresa!, ella parecía la que ocuparía el lugar de Alec en la pareja. Karlie era más delicada que Tam, y sin embargo, allí las tenías, enroscadas la una alrededor de la otra y con los papeles invertidos.
               -¿A Alec?-preguntó Bella, frunciendo el ceño.
               -Sí, Alec. Ya sabes. Pelo castaño, metro ochenta y siete, muy guapo y con pollón-expliqué.
               -Me vendría bien un pollón ahora mismo-suspiró Bella, jugueteando con su anillo de compromiso, haciendo que girara en su dedo de forma que el diamante que lo presidía les devolviera destellos arcoíris a las luces del techo. Max la fulminó con la mirada.
               -Isabella, te he escuchado.
               -Eso pretendía-respondió con lengua viperina ella, y Tam y Karlie se levantaron-. ¿Adónde vais?
               -Eh…-vaciló Karlie.
               -A comernos los coños-soltó Tam. ¿Ves? Ella es la Alec de la relación. No entiendo por qué estaban así colocadas antes.   
               -Muy bien. Que lo disfrutéis. Aprovechad, vosotras que todavía os hacéis caso-protestó por lo bajo, cruzándose de brazos y apartando deliberadamente la cara del ángulo de visión de Max.
               -Pero, ¿a qué viene eso, nena? ¡Si eres tú la que me tiene suplicando cada polvo que echamos!
               -¡Y poco te hago suplicar, si dices que No control ha sido mejor que Up all night!
               Bueno, por lo menos Bella tenía sesera.
               -¿Le habéis visto o no? Quiero saber dónde está. Es como si se hubiera esfumado. No me gusta nada esta sensación-jadeé, abrazándome la cintura. Max y Bella no me hicieron caso, demasiado ocupados reconciliándose como para preocuparse por mi propio estado sentimental. Por suerte Logan tenía a Niki demasiado lejos como para que la influencia que el griego tenía en él le hiciera efecto, así que asintió con la cabeza y señaló en dirección a la terraza.
               -Está con Tommy; le ha subido mucho el alcohol a la cabeza y quiere asegurarse de que no termina la noche arrastrándose. Yo creo que está perdiendo el tiempo, pero Alec sabrá-se encogió de hombros-. Siempre ha sido de defender causas perdidas.
               El nudo que tenía en el estómago se me apretó un poco más. Por supuesto, ¿dónde iba a estar Alec sino cuidando de sus amigos? Eso sólo reforzaba mi idea de pedirle que se quedara, ya que no podría negarse si le decía las palabras mágicas: que yo no sobreviviría a su ausencia. No quería malvivir durante su ausencia.
               Sin despedirme de Logan, que se había intercambiado los papeles con Bella y ahora estaba de sujetavelas mientras los dos tortolitos se besaban y se reconciliaban, puse rumbo hacia la impresionante terraza, en la que el viento de verano hacía revolotear los pétalos arrancados de las flores de todos los colores hacía un ratito, segundos antes de arrojarlos sobre la noche de Londres igual que una lluvia ceremonial. Las estrellas se ahogaban por la contaminación lumínica: sólo un par de valientes osaban desafiar la presencia imponente e indiscutible de nuestra capital en tierra, y a juzgar por su manera firme de brillar, un par de ellas ni siquiera eran estrellas, sino planetas. Tendría que preguntarle a Scott cuáles tocaban ahora…
               … siempre que pudiera, claro. Porque a Scott no me sería tan fácil retenerlo a mi lado como sería con Alec.
               Vi que los chicos estaban sentados en uno de los bancos que miraba hacia la extensión de la ciudad como horizonte, un cigarrillo a medio apagar a sus pies. Se me aceleró el corazón al ver a Alec, inclinado hacia delante con gesto cansado, los codos en las rodillas separadas, que siempre habían sido mi refugio y ahora parecían una fortaleza. Yo le había hecho eso. Le había fallado cuando más me había necesitado no siendo lo bastante rápida como para expresarle mis verdaderos deseos y darle la excusa que él necesitaba para quedarse. Cumpliría sus compromisos anteriores a mí siempre que fueran compatibles con las promesas que había hecho conmigo, y no sacrificando nada de lo que nos hubiéramos dicho con anterioridad.
               Ya estoy aquí, me gustaría haberle dicho. Y no te voy a dejar marchar.
               Los sacrificios, los esfuerzos, los atracones de estudiar, la ansiedad por las fechas límite y mi férrea disciplina tratando de mantenerlo a raya; las horas extras, los besos apresurados, sus risas cuando yo le suplicaba que se quedara un poquito más, tan sólo un poquitito más a mi lado antes de irse a trabajar… nada de eso caería en saco roto incluso si Alec se quedaba. Ahora lo veía. No habíamos luchado contrarreloj para que se lo llevara todo a África; habíamos luchado contrarreloj para que no perdiera el ritmo que había mantenido hasta entonces, igual que un deportista de élite nunca deja de entrenar del todo a pesar de tener una lesión. Siempre hay una esperanza. Siempre puede aparecer otra salida.
               Tu novia siempre puede pedirte que te quedes en la única noche en la que todo es posible. Beyoncé está en la habitación. Bien puede arrodillarse ante ti como lo ha hecho ante ella.
               Como si hubiera notado mi presencia, Alec se giró y me miró apenas por encima del hombro, en un gesto derrotado al que no me tenía acostumbrada. Él era un luchador, un ganador, no se rendía tan fácilmente y jamás tiraba la toalla. Si se había retirado subcampeón había sido por una injusticia, no porque se mereciera la plata o no hubiera luchado más que el que se había llevado el oro por ese metal tan precioso, el broche perfecto para una carrera a la que había renunciado demasiado joven, sin explorar todas sus posibilidades.
               Darme cuenta de eso fue como pisar tarima hecha de bambú. Alec había renunciado a su carrera como boxeador por Mimi y Annie, y él había deseado aquello. Todavía podía ver en sus ojos la nostalgia por esa gloria que había saboreado como suya y que nunca había conseguido probar del todo. Si había colgado los guantes a pesar de sus deseos, renunciar al voluntariado sería todavía más fácil para él.
               No quería ir.
               No me habría pedido que le pidiera quedarse si quisiera ir. Puede que yo le hubiera inducido a pronunciar lo impronunciable, pero las palabras eran de Alec, no mías. La música la había puesto yo, de acuerdo, pero la letra era enteramente suya.
               -Bombón-dijo, y el bloque de hielo que me había atrapado cuando vi su expresión se derritió. Su voz seguía siendo cálida, a pesar del cansancio que había en sus ojos. Se incorporó hasta tener la espalda recta, e hizo amago de incorporarse, pero yo llegué a su lado antes de que se levantara. Carraspeó y clavó sus ojos castaños en los míos, recargándome de electricidad.
               Había sido una estúpida por pensar que sería capaz de sobrevivir un año sin ver en persona aquellos ojos. Dudaba ser capaz de aguantar una semana. Una vez que has extendido las alas, ya no te sirve caminar. Y eso para mí el mirar a Alec a los ojos: volar.
               -¿Disfrutando de las vistas?-pregunté, mirándolos a ambos alternativamente. Tommy tenía los ojos vidriosos aún, pero una chispa de inteligencia que antes se había desvanecido había vuelto a encenderse en esas inmensidades azules. Alec lo miró, el peso del mundo sobre sus hombros. El pobre aún no sabía que yo había venido para compartirlo con él.
               -La fiesta estaba un poco abarrotada-sonrió mi chico, esa sonrisa torcida suya asomando en su boca, pero incapaz de escalar hacia sus ojos. Había un muro inexpugnable en ellos, pero yo confiaba en echarlo abajo en cuanto nos quedáramos solos.
               -Ha debido de sentarme mal algo. Necesitaba aire fresco, y Al ha venido a acompañarme. Espero que no te importe que te lo haya quitado, sobre todo ahora que tiene el tiempo tan limitado-bromeó Tommy. Alec puso los ojos en blanco, volviendo a amagar una sonrisa mientras yo jugueteaba con su pelo.
               -¿No será, tal vez, que no sabes beber? Siempre le echas la culpa a que algo te ha sentado mal, cuando lo único que te sienta mal es no saber que casi no tienes aguante.
               -No todos somos unos principitos rusos con alcohol por sangre, payaso.
               -Señor principito ruso para ti, chaval-se burló Alec.
               -La palabra correcta es zarévich-les recordé, y los dos me miraron. Pude ver en los ojos de Alec que estaba recordando esta misma frase saliendo de mis labios hacía unas semanas, cuando había ido a casa de los Whitelaw acompañando a Alec con mi vestido amarillo, y todos habían alabado mi aspecto. Ekaterina había tenido la audacia de piropearme mientras se metía con su nieto.
               -Qué guapa estás, niña; aunque desentonas un poco al lado de este gañán.
               -¿Gañán? ¿No se supone que soy un príncipe o algo así, Mamushka?-había soltado Alec, riéndose. Y yo le había dado un tirón en la mano.
               -La palabra correcta es zarévich-había replicado yo, elevando un hombro e inclinando la cabeza hacia él, aleteando con las pestañas. Todos se me quedaron mirando, boquiabiertos, y yo había sonreído con satisfacción-. He hecho mis deberes.
                -Ya uzhe eto vizhu-había murmurado para sí Ekaterina. Ya lo veo. Había empezado a quererme un poco más sólo por eso. Y Alec me había follado como premio de una forma deliciosa esa noche, tapándome la boca para impedir que despertara a toda la casa de lo bien que me lo estaba haciendo.
               -Te las buscas listas-comentó Tommy, y Alec sonrió.
               -Tan lista no será, si se ha quedado conmigo.
               -La tienes engañada.
               -Es pura estrategia. Si me enrollo con el chico más guapo de todo Londres, es posible que mis hijos no me salgan más feos que yo.
               -Creía que yo era el chico más guapo de todo Londres, Saab-ronroneó Tommy.
               -Tú eres el más guapo de Inglaterra y España, T.
               -Le van mestizos-bromeó Alec, y Tommy le dio un codazo, riéndose-. ¿Se ha ido ya Beyoncé?
               -Aún no. Creo que va a quedarse tiempo. Me parece que está disfrutando de la fiesta.
               -Guay-sonrió Tommy-. Todavía no he podido pasarme a saludarla. No quiero vomitarle en el vestido. Se acabará mi carrera si hago una cosa así.
               -¿Y por qué no estás con ella, bombón? Tienes que aprovechar. No la ves a menudo, ¿a que no?
               -Quería verte-me encogí de hombros, abriendo las manos. Alec parpadeó y… se relamió, mirándome de arriba abajo.
               Tommy fue un pelín menos sutil.
               -Vale, lo pillo. Aquí sobro. Os dejo solos. Me retiro discretamente para que os podáis aparear tranquilos al aire libre igual que los animales salvajes.
                -Oh, sí, es mucho más salvaje follar en una azotea que hacerlo en un museo delante de una cámara de seguridad-protestó Alec mientras Tommy se levantaba, pero se puso en pie de un brinco cuando Tommy empezó a tambalearse.
               -Quieto parao’-dijo en español-. Puedo solo. Joder, eres igual que Scott. En cuanto veis que me tomo una Coca Cola ya os ponéis histéricos diciendo que soy un alcohólico.
               -Vete con Scott y quédate con él-ordenó Alec cuando Tommy pasó a mi lado y me guiñó el ojo.
               -Y no bebas más.
               -Sííííí, papiiiiii-baló, encaminándose hacia la puerta. Alec lo miró con expresión indescifrable, y luego abrió el brazo para rodearme la cintura y atraerme hacia él. Mi cuerpo se acomodó en el hueco que el suyo parecía tener por defecto para encajarnos a la perfección, mis curvas llenando sus ángulos. Hundí la cara en su costado y me empapé del aroma que desprendía su cuerpo, nada desagradable a pesar de todo lo que había pasado desde la última vez que había podido ducharse.
               ¿O quizá fuera el amor?
               -Me acaba de poner burrísimo-gruñó por lo bajo, y yo me eché a reír-. No sé qué coño me pasa hoy-sonrió, mirándome desde arriba y besándome la frente.
               -One Direction es la salida de la caverna de la heterosexualidad en la que todos viven. No te preocupes. Han hecho más por los armarios de medio mundo que IKEA desde sus inicios, y eso que son más jóvenes que la tienda. Así que no te asustes. Sólo dudas de tu sexualidad porque te han abierto los ojos… y lo que no son los ojos-me burlé, y Alec se echó a reír.
               -Menos mal. Empezaba a preocuparme que esta picazón que siento en mis partes cuando pienso en Chad se fuera a acabar. Me alegro de que no sea así-comentó entre risas, y yo sonreí. Adoraba ese sonido. Adoraba poder sentir su risa no sólo en mis oídos, sino en mi piel, acariciándome a medida que el aire escapaba de sus pulmones y se encontraba con mi cuerpo.
               -Respecto de lo que ha pasado hoy…-empecé, armándome de valor para la conversación que se avecinaba. Si me había costado pedirle que se quedara cuando me lo había dicho y yo sólo tenía que repetir sus palabras no esperaba que fuera fácil ahora que tenía que elegirlas yo, por muy decidida que estuviera a hacerlo. Pero quería hacerlo. Iba a hacerlo. Estaba hecha de la voluntad de suplicarle, de ponerme de rodillas si hacía falta, todo con tal de que se quedara conmigo, siempre conmigo y sólo conmigo.
               Lo único mejor que ver que tu religión trasciende fronteras es la conexión íntima que sientes con tu dios. Y tenía bien claro en qué manos descansaba mi fe.
               -Mm. Esperaba que pudiéramos aprovechar un poco más antes de hablar de eso-murmuró, pero asintió con la cabeza y se separó ligeramente de mí. Lo hizo para poder mirarme a los ojos, pues sus manos siguieron en contacto con las mías-, pero supongo que lo mejor será que lo quitemos de en medio cuanto antes.
               -Sí. Sobre todo para poder reacomodar nuestros planes-sonreí, dando un paso hacia él, posando la mano en su cara y acariciándole la mejilla. Teníamos toda la vida por delante, sin páginas en blanco ni saltos de línea de los que preocuparnos. Podíamos ir más despacio, y darnos un poco más de tiempo, y estar con nuestros amigos por separado. Mis amigas me echaban de menos, pero me perdonaban porque creían que tenía que aprovecharlo mientras estuviera aquí.
               Si hacía que se quedara, podríamos volver a ser nuestras propias personas, y no sólo las dos mitades de Sabralec retroalimentándose el uno de la otra. Yo volvería a quedar con mis amigas. Él tendría tardes a su bola con sus amigos. Entraría en la universidad. ¡Tendría un novio universitario! Seguiría el camino que el mundo le había enseñado como posible, pero él se había empeñado en ver como un reto que no iba a ser capaz de superar. Lo mejor era que se quedara. Lo único posible era que…
               -Te debo una disculpa por lo que te he hecho.
               ¿Qué?
               Me quedé callada, los ojos clavados en los suyos. Noté cómo la sonrisa se me congelaba en la cara, en la mueca de una ricachona que se ha pasado con los liftings y ha perdido toda la gama de emociones humanas que se muestran en la cara.
               -He sido un gilipollas, y un egoísta, y no debería haberte pedido lo que te he pedido, porque tengo que apechugar con mis decisiones. Pero te aseguro que no se repetirá-sonrió con cariño, cansado, poniéndome una mano en el cuello y acariciándome la mandíbula y el mentón con el pulgar. Esa mano ardía en mi piel, pero no de la forma en la que el cuerpo de Alec solía arder en el mío, sino como un brasero al rojo vivo. No hacía que el contacto fuera urgente, sino que me quemaba de una forma en la que jamás pensé que la piel de Alec pudiera quemarme.
               -Hace tiempo te hice una promesa de que me esforzaría en merecerte, y esta noche no la he cumplido en absoluto. Así que te pido perdón por eso.
               -No tienes que pedirme nada, Alec. Tú siempre has sido muy bueno conmigo. Y lo que me has pedido hoy… tiene toda la lógica del mundo. Nadie en su sano juicio quiere separarse de su pareja durante un año. Tienes todo el derecho del mundo a querer que yo te diga que no quiero que te vayas.
               -Ya, ya lo sé. Pero a lo que no tengo derecho es a ponerte en ese apuro. Yo no soy nadie para ponerte en la tesitura de dejar mi vida en tus manos y que seas tú quien elija porque yo no me atrevo a hacerlo. No tengo que pedirte que me des una excusa. No debería necesitar excusas para quedarme contigo. No debería pedirte que me lo pidieras. No es justo para ti. Me he comportado como un auténtico gilipollas.
               -No has hecho nada de eso. Sólo me has pedido que sea sincera. E iba a serlo. Lo sabes. Sé que lo sabes-le cogí las manos y tiré suavemente de él, mis ojos en los suyos. Notaba cómo mi corazón reverberaba en mis tímpanos con la rabia de un tambor de guerra en la que sería la batalla que pondría fin a las demás batallas.
               Alec asintió despacio con la cabeza.
               -Sí. Lo sé. Y eso te honra muchísimo, bombón-me pasó la mano por el pelo, hundiendo los dedos allá donde la bandana se lo permitía. Todo mi cuerpo se amoldó a esa corriente cálida que manó de mi cabeza al centro de mi ser, directamente salida de su corazón-. Tú siempre me has visto como lo que puedo ser, y no como lo que soy porque no me atrevo al cambio. Has visto que puedo ser un hombre y puedo marcharme, en vez de ser un crío que se esconde en casa porque le da miedo lo que hay ahí fuera.
               Se me heló la sangre y noté que la temperatura de la noche se disparaba hasta alcanzar un millón de grados. Fue como si el sol se hubiera puesto una capa de invisibilidad y se hubiera precipitado sobre nosotros, acercándose para asegurarse de que estaba entendiendo a Alec correctamente.
               Yo no encontraba las palabras. Mi lengua estaba hecha de sal; mi piel, de arena. Era el desierto que me lo robaría, el desierto que se lo tragaría, el desierto que tendría que cruzar durante un año yo sola, sin el consuelo de que el oasis que era su presencia pudiera estar tras la siguiente duna, sino tras esa interminable travesía.
               -Ni viviendo mil vidas sería capaz de merecerte-sonrió, recorriendo mi mentón con su pulgar de nuevo. Me apetecía gritarle. Me apetecía apartarme de él y decirle que no tenía ni idea de lo que se me estaba pasando por la cabeza, de lo que se me había pasado por la cabeza, que no podía estar más equivocado, que yo jamás renunciaría a él por voluntad propia, pero…
               … pero me quedé callada. Porque sí, Alec tenía razón. Ni viviendo mil vidas sería capaz de merecerme, pero por los motivos absolutamente opuestos a los que él pensaba. Así que me callé. Las súplicas que le iba a dedicar eran dulces en mi lengua, pero me obligué a tragármelas, soportando el ácido en que se convirtieron en mi garganta cuando asentí con la cabeza, los ojos húmedos.
               -Aunque te prometo que lo seguiré intentando-dijo, inclinándose hacia mi boca y rozando sus labios suavemente con los míos, como si me estuviera pidiendo permiso-. Gracias por obligarme a anteponer siempre mi libertad a mis miedos.
               Me arrojé a sus brazos porque no podía soportarlo más. El tren se perdía en la distancia y yo me había quedado en el andén, cargando con la pesada maleta en la que había puesto todas las esperanzas que no me había permitido reunir los últimos meses. Le acaricié la nuca, hundiendo los dedos en su pelo y preguntándome cómo podía ser tan estúpida y, aun con todo, haber conseguido que Alec se enamorara de mí.
               Seguimos así abrazados un rato más, sus brazos en mi cintura, los míos en su cuello, yo tratando de emborracharme de su aroma y él con la nariz hundida en mi pelo. Se estaba agarrando a mí como una desesperación que me daba pánico, porque era como si nos estuviéramos despidiendo.
               Porque ya nos estábamos despidiendo.
               -Lo siento mucho-susurró contra mi piel. No estaba segura de si se refería a lo que me había pedido, a no saber realmente lo que yo iba a contestarme, al voluntariado o a otra cosa. Me sentía tremendamente tentada de no perdonarle. Creo que una parte de mí jamás llegó a hacerlo del todo.
               -No tienes por qué pedir disculpas, sol.
               Me apretó un poco más contra él al escuchar esa última palabra.
               -Te prometo que no volveré a hacerte pasar por eso nunca más.
               Más le valía. Un año era mi límite. No accedería a dos.
               -No te preocupes por nada-respondí, separándome de él y sosteniendo su rostro entre mis manos-. Lo que importa es el ahora-le dije, tratando de convencerme también a mí.
               ¿Cómo podía ser que la persona que más feliz era capaz de hacerme fuera la misma que más daño me iba a infligir? Sentía ganas de vomitar, porque por fin lo había entendido todo. Si Alec había interpretado que yo iba a ser más digna de lo que lo había sido nunca era porque quería verlo en mis ojos, escucharlo de mi voz. Quería que le dijera que quería que se marchara.
               Me obligué a tragarme mis lágrimas, diciéndome a mí misma que tendría tiempo de sobra para llorar cuando se fuera. Ahora tenía que concentrarme en disfrutarlo.
               -Lo siento de veras-dijo una última vez, y yo me incliné y lo besé.
               -No te disculpes, Al. No pasa nada. Todo está arreglado-le acaricié los nudillos con los pulgares y me obligué a sonreír, fingiendo una calma que no sentía en absoluto-. Lo importante ahora es que lo hemos hablado, así que sólo nos queda disfrutar.
               Tomó aire y lo soltó despacio, asintiendo con la cabeza, una sonrisa tímida cruzándole la boca.
                -Sí. Tienes razón, bombón. Se acabaron las gilipolleces. Ahora sólo tenemos que disfrutar de la semana que nos queda.
               La semana que nos queda.
               -No digas eso, o me pondré a chillar-dije, medio en broma, medio en serio. Bueno, nueve partes en serio, y una parte en broma. Pero Alec, optimista como era, eligió la parte de broma y se echó a reír.
               -Venga, volvamos a la fiesta. Me muero de ganas por ver con cuántos famosos más te vuelves loca como con Beyoncé-me pasó el brazo por los hombros y yo hice un mohín.
               -Ahora sí que me has ofendido, Alec. Yo no me vuelvo loca con ningún famoso. Sólo me comporto como Beyoncé se merece. Y te agradecería que no la insultaras en mi presencia-añadí, altiva, levantando la mandíbula con la dignidad de una faraona. Alec se echó a reír y me dio un beso en la mandíbula.
               -Te voy a echar tanto de menos…-murmuró, más para sí que para mí. Dime que no es para cruzarle la cara de tal manera que se le olviden todos los idiomas que sabe. Quería chillarle. Arañarle la cara y decirle que no entendía cómo se podía ser así de gilipollas. Pero me guardé mi rabia y mi tristeza y mi orgullo mezclados en ese cóctel Molotov y me obligué a disfrutar de la fiesta, tratando de apartar de mi cabeza la idea recurrente de que Scott y Tommy no tendrían a Alec celebrando con ellos el final de  su tour. Lo notable de su ausencia. Lo vacía que estaría mi vida, mi agenda, mi cama y mi corazón dentro de una puta semana. Me sentía como si me hubieran dado la fecha de mi ejecución, y ahora todo el mundo estuviera molestándome con esa estúpida pregunta de cuál quiero que sea mi última comida antes de morir.
               La respuesta es que ninguna. Toda me sabrá a ceniza, y no quiero malgastar la sensación.
               El sol se asomaba tímidamente por el horizonte cuando por fin decidieron que la fiesta no daba más de sí y que podíamos irnos a casa. Alec no me pidió dormir juntos, y yo no estaba segura de ser capaz de reunir el valor necesario para hacerlo visto que había sido incapaz también de decirle mis auténticos deseos respecto al voluntariado, pero cuando entró en casa en lugar de enfilar la calle como creí que haría, debo decir que sentí un alivio tremendo. Aun con lo enfadadísima que estaba con él, esa ansia por aprovechar cada segundo juntos me superaba. Subimos las escaleras descalzos, se quitó la camiseta para no mancharla mientras se lavaba los dientes, y por un momento yo creí que sería capaz de apartar de mi cabeza esa frase. La semana que nos queda.
               Estaba buenísimo, y yo lo iba a pasar fatal. Emocional y físicamente. Bien podía obligarlo a que me enseñara qué era lo que encontraba en el sexo hacía meses, cuando resolvía sus idas de olla emocionales follando, y puede que así lo perdonara.
               Pero él no hizo amago de desnudarme cuando fuimos a mi habitación, sino que se sentó en la cama, los pantalones tirados en el suelo, y me miró mientras yo me quitaba la ropa. Así que él tampoco quería hacerlo…
               Esperé y esperé, desnudándome despacio, de una forma que sabía que lo enloquecía, pero ni por aquellas conseguí arrancarle una respuesta. Yo no me atrevía a dar el paso, ya que me daba miedo el monstruo que podría crear si finalmente jugaba a ser dios. Así que me quité la blusa, los pantalones, la bandana y los pendientes; me solté el pelo y me lo ahuequé con los dedos y, a continuación, me llevé las manos al enganche del sujetador. Me había colocado estratégicamente delante del espejo, y pude ver cómo Alec me miraba con una mezcla de lujuria y tristeza, como si esa fuera nuestra última noche juntos. Me dio incluso pena; si estábamos así ahora, ¿cómo sería cuando nos fuéramos al Savoy a nuestra última noche auténtica? Encima, se había empeñado en que la pagaría él. No quería que tirara el dinero.
               Liberé mis pechos, y me encontré con los ojos de Alec en el espejo. Bajaron la vista hasta acariciarlos con la mirada. Con ganas de ponerlo a prueba y de que se ganara un perdón que en el fondo sabía que ni siquiera necesitaba, me incliné para ponerme una camiseta para dormir. Supongo que también estaba haciendo una declaración de intenciones, ya que yo nunca había dormido vestida con él, ni en lo más crudo del invierno. Su cuerpo era suficiente para calentarme.
               Debo decir que se redimió un poco cuando vio que me iba a poner su camiseta de boxeo, pues  carraspeó y dijo con voz de niño bueno:
               -No te vistas.
               Algo dentro de mí se revolvió. Debajo de su voz dulce había ese ronquido propio de cuando estaba excitado, y yo le necesitaba. Le necesitaba con una desesperación con la que no le había necesitado nunca, así que me di la vuelta y me acerqué a él. Sentándome a horcajadas sobre sus piernas, le puse las manos en las mejillas y me incliné para besarlo. Seguí la línea de su mandíbula (su bendita mandíbula) con la yema de los dedos y los hundí en su pelo mientras él me acariciaba la espalda, desde la cintura hasta los omóplatos. Me separé para mirarlo a los ojos, y mientras trataba de memorizar los surquitos de chocolate que había en sus iris, plenamente consciente de que nunca lo conseguiría y de lo muchísimo que disfrutaría intentándolo, Alec se inclinó y me besó los pechos. Mis pezones respondieron erizándose contra sus labios, y mi entrepierna se abrió como una flor de loto con la llegada del monzón. Noté la humedad entre mis muslos, la fuerza de su sexo respondiendo a mi cuerpo, y por un momento deseé que hiciera que se me olvidara todo lo que había pasado desde Ready to run hasta entonces igual que había hecho que me olvidara de mi odio por él aquella noche tan lejana, en la habitación morada con el sofá blanco.
               Pero no podía. No lo iba a disfrutar. Nos estábamos jugando mucho más y, por mucho que me jodiera admitirlo, Alec siempre me había parecido guapo. Siempre me había atraído. No en vano, mi primer orgasmo había sido pensando en él, así que no era de extrañar que me hubiera arrojado a sus brazos cuando se me presentó la ocasión. Ahora… ahora iba a hacerme daño, y era totalmente distinto. No era follar, sino hacer el amor. Despedirse haciendo el amor, y todavía no estaba preparada para eso.
               Sus manos descendieron por mi espalda, sus besos, sin embargo, manteniendo el mismo nivel, prácticamente superficial. Me tomó de la cintura y me dejó en la cama, y me miró a los ojos para preguntármelo.
               No recordaba la última vez que me lo había preguntado en serio; las veces que lo había hecho siempre había sido para provocarme, porque me tenía retorciendo y suplicando que me la metiera. Supongo que por eso no me sentí tan mal, a pesar de que sentía náuseas de mí misma.
               -¿Te apetece…?
               -Estoy bastante cansada-susurré, jugueteando con su colgante del colmillo de tiburón. Asintió con la cabeza y se relamió los labios.
               -Yo también-me dio un beso en los labios y me sonrió con dulzura, una dulzura que yo no me merecía-. ¿Mañana?
               -Mañana suena bien-respondí, enredando los dedos en el pelo de su nuca, y me noté sonreír.
               -Mañana entonces-dijo, cogiéndome la mano y besándome la cara interna de la muñeca-. Parecemos un matrimonio, programando cuándo nos vamos a acostar.
               -Sí-me escuché reír como si estuviera viendo una película; mi cuerpo no me pertenecía. Alec se acurrucó a mi lado, me pasó el brazo por la cintura y me dio un beso en el lóbulo de la oreja.
               -Te quiero.
               -Yo también te quiero. Muchísimo-le aseguré, frotando mi nariz contra la suya, dándole un beso y, entonces, dándome la vuelta.
               Me dije un millón de mentiras para justificar ese gesto, como que así estaba más calentita, que así estábamos más cómodos, o que estábamos más juntos que si dormíamos cara a cara, pero la realidad es bien distinta, y muchísimo más simple.
               Así podía llorar tranquila sin que él me viera. Conseguí aguantar como una campeona, justo lo que no me sentía, mientras esperaba a que su respiración, al principio irregular por lo mucho que le había pillado por sorpresa que me diera así la vuelta (normalmente lo hacía en sueños, no estando aún despierta), pero, tras un rato, profunda y calmada. Cerró un poco más el brazo en torno a mi cintura y me dio un beso en el hombro.
               -¿Estás bien, Saab?-me preguntó.
               -Sí-me acurruqué un poco más contra él, mis pies rozando sus piernas-. ¿Y tú?
               -Claro-contestó. No tuvo que decir “porque estoy contigo” para que yo lo comprendiera, lo cual me hizo sentir peor si cabe. Pronto su respiración me acarició con más fuerza los hombros, y yo me permití entonces dar rienda suelta a mis emociones.
               Estúpida, estúpida, estúpida. Gilipollas, zorra, mentirosa. Si no hubiera dudado, si no hubiera sido una puta cobarde y hubiera reaccionado en el momento, él se quedaría y aquella noche habría sido perfecta.
               Lo había estropeado todo, absolutamente todo. Imbécil, subnormal… no había palabras para describirme que fueran lo suficientemente adecuadas a cómo me sentía conmigo misma. Con cada sollozo, me daba la sensación de que Alec me apretaba más contra sí: incluso en sueños se preocupaba por cuidarme muchísimo más de lo que yo me preocupaba por cuidarlo a él. Tenía ganas de quitarme su mano de encima y decirle que no me tocara, que no me merecía que me tocase, que no me merecía que fuera a esperarme, pero… pero no podía. Era demasiado egoísta, y me aferraba a su brazo como a un clavo ardiendo; por mucho daño que me hiciera, sabía que la sensación de vacío que vendría tras su marcha sería mil veces peor.
               Así que lloré y lloré, siempre en silencio, cuidando de no despertarlo, sin poder dejar de preguntarme si era esto lo que sentían las concubinas de Alejandro Magno cuando pasaban la noche de victoria con él, sabiendo la frontera de su patria jamás sería suficiente y que se marcharía al día siguiente. Descubrí que ambos parecían tener el mismo destino. No debería sorprenderme. Después de todo, compartían nombre.
 


 
              ¡Toca la imagen para acceder a la lista de capítulos!
Apúntate al fenómeno Sabrae 🍫👑, ¡dale fav a este tweet para que te avise en cuanto suba un nuevo capítulo! ❤🎆 💕

Además, 🎆ya tienes disponible la segunda parte de Chasing the Stars, Moonlight, en Amazon. 🎆¡Compra el libro y califícalo en Goodreads! Por cada ejemplar que venda, plantaré un árbol ☺

2 comentarios:

  1. Me encuentro un poco regu. No me esperaba este capítulo asi. Despues de ver tantos capítulos de Alec sufriendo y debatiendose con respecto al voluntariado no me esperaba este momento de Sabrae autocastigandose y desmereciendose. Me ha dado una pena terrible joder. Aunque se que queda poco para que llegue la despedida intuyo que vas a retorcerlo un poquito mas y no te puede agradecer los suficiente por ello porque leyendo solo este momento de Saab me ha partido el corazón así que no puedo imaginar como será cuando ocurra de verdad ese último polvo me voy a querer morir Erika por dios

    ResponderEliminar
  2. Este capítulo lo único que ha hecho es ponerme muy triste :’(
    Opino que estás metiendo el dedo en la llaga (capítulo que Alec lo pasa fatal, capítulo que Sabrae lo pasa fatal) Y YO ESTOY SUFRIENDO MUCHÍSIMO TE LO JURO. Quiero que el voluntariado empiece cuando antes para que termine cuanto antes así te lo digo.
    Con ganas de leer más (aún sabiendo que voy a sufrir de lo lindo) <3

    ResponderEliminar

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤