lunes, 29 de agosto de 2022

Trece vísperas de Perseidas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Shasha y yo estábamos tan concentradas en el final de una de las temporadas de Love Island (Stacey estaba a punto de decidir si se quedaba con Connor, un chulo de tres al cuarto pero que follaba que te morías, según ella; o con Peter, un chico bueno y que a Shash le encantaba pero con el que la protagonista no sentía la misma conexión) que no escuchamos el reloj dando la hora y marcando un nuevo día en el calendario. Yo agradecía el tiempo de desconexión, la verdad. El día había sido demasiado intenso para mí, y necesitaba pasar un rato sin usar el cerebro para registrar quién era yo, quién era la persona que tenía al lado, en qué día estábamos ni por qué las dos teníamos el ánimo tan cenizo.
               Pero, claro, había alguien en casa que no tenía por qué pasar a un nuevo plano dimensional, alguien a quien le encantaba su vida y todo lo que estaba empezando a conseguir en ella. Alguien que tenía ganas de vivir el 2 de agosto como lo que era: un día de fiesta y de celebración de lo que teníamos.
               Y si crees que esa persona es Duna, es que no has estado prestando atención ni durante los primeros capítulos de mi historia ni todos los que le robó a la de Tommy.
               Scott salió corriendo de su habitación como una pija a la que le llega el soplo de que en su tienda de diseño favorita están a punto de renovar el escaparate y quiere ser la primera en lucir los modelitos que en ella se exhiban, y tras abrir la puerta de Duna para que la benjamina de la casa se uniera a la despedida de soltero que estaba a punto de inaugurar, bajó como un ciclón las escaleras, dio un salto en los últimos escalones, y se plantó en el salón con un:
               -¿DE QUIÉN ES EL CUMPLEEEEEE?
               Shasha y yo dimos un brinco y le siseamos al mismo tiempo. Duna estaba bajando las escaleras al trote, pero eso no impidió que le cortáramos el rollo a Scott, que hizo una mueca, haciendo amago de poner los ojos en blanco. Se puso con los brazos jarras y frunció el ceño.
               -He dicho que de quién es el cumple-exigió, y yo registré por fin sus palabras. Cumple. El manto negro del jardín al otro lado del cristal. La madrugada. Agosto. ¡Shasha!
               -¡Shasha!-chillé, girándome hacia mi hermana, que no nos miró en ningún momento. Tenía las manos unidas frente a su cara, los ojos fijos en la televisión, un poco húmedos por el sueño y la tensión. Tenía una expresión concentrada que sólo le veías cuando se encontraba con algún cortafuegos particularmente terco, o cuando nuestras tías a agobiaban durante la cena de Nochebuena a base de comérsela a besos y achucharla con abrazos que se hacían demasiado largos para ella, pero durante las fiestas Shasha era educada y más sufrida que de costumbre, así que se dejaba manosear.
               Y entonces…
               -¡NO! ¡NO! ¡JODER! ¡JODER!-protestó, levantándose del sofá y tirando el cojín al suelo con rabia. Duna se quedó plantada en el sitio, los brazos caídos a ambos lados del torso, el pelo revuelto por el sueño que había ido a recuperar antes incluso de que papá y yo volviéramos del estudio-. ¡PUTA CHONI SUBNORMAL!
               Shasha se pegó el cojín a la cara y gritó con fuerza en él mientras Stacey y Connor se morreaban en el centro de la pantalla mientras Peter, que había cogido un ramo de flores para la ocasión, se quedaba en un segundo plano sin saber qué hacer con él.
               Scott arqueó las cejas.
               -Para que luego Eri le diga a mamá que lo tiene más fácil porque las tres que le quedáis por criar sois chicas. Pega fuerte, la adolescencia.
               -¿Podemos ver ese capítulo de Love island?-preguntó Duna, acercándose con curiosidad a la televisión.
               -Cuando cumplas dieciocho-respondí yo mientras Shasha torturaba al cojín.
               -No me sale nada bien-se quejaba la cumpleañera.
               -¡Vosotras lo veis y no tenéis dieciocho!
               -Eso es porque nosotras sentimos desprecio por los hombres. Tú todavía los consideras personas-expliqué.
               -Vaya, gracias por lo que nos toca a mí, a papá y a Alec-me atacó Scott, poniéndose a aplaudir. Le dediqué una sonrisa oscura.
               -Papá es la excepción, a ti nunca te consideré persona, y a Alec le hago demasiadas cerdadas como para tenerle respeto.
               Shasha se dejó caer en el sofá y empezó a llorar, medio histérica.
               -No entiendo cómo puede haber tías tan tontas en el mundo. ¡Tiene más cuernos que la brigada de renos de Santa Claus! ¡Nos está dejando en evidencia a todas las mujeres!-sollozó, abriendo las manos.

martes, 23 de agosto de 2022

Dos amaneceres y un atardecer y medio.

  ¡Hola, flor! Por si no estás al tanto de mis pesquisas en Twitter, he decidido cambiar mis planes para el tema de la organización de Sabrae. No sé si recuerdas que en un principio dije que quería hacer cuatro partes; pues bien, resulta que, después de explayarme mucho más de lo que debería en la tercera, Gugulethu, he creído que sería mejor incluir una nueva parte con lo que originalmente iba a pasar en Gugulethu (por eso de que Alec iba a marcharse a África en el quinto o sexto cap de Gugulethu, como mucho, y al final ha tardado noventa y un capítulos). ¡Espero que disfrutes con el cambio de imagen de la novela!

Bienvenida… ¡a la temporada Sol!   

imagen original por @isabella (instagram)


Verla allí, en el medio de la selva cuando su hábitat natural eran las playas y el cielo abierto era algo para lo que yo no estaba preparado.
               ¿Qué cojones preparado? Es que directamente no lo entendía. Era como ver al David de Miguel Ángel plantado en medio de Times Square. Pertenecían a mundos distintos que se suponía que nunca debían entrelazarse, como si estuvieran en universos paralelos cuyos desencadenantes habían empezado tan atrás que era imposible que, por accidentes o casualidades, llámalo como quieras, pudieran repetirse alguna vez.
               Era demasiado idéntica a Perséfone para no ser Perséfone, pero estaba demasiado lejos de Grecia para ser Perséfone. Demasiado en Etiopía y muy poco en Grecia. Y sin embargo sabía mi nombre. Su voz sonaba casi igual a cuando yo la cabreaba en griego, su pelo estaba recogido igual que cuando hacía calor en Mykonos y llevábamos todo el día trotando de un lado a otro de la isla, pero sus ojos… sus ojos avellana nunca habían brillado de esa manera al mirarme: como si le costara reconocerme, como si yo fuera un fantasma.
               Como si se supusiera que yo no tenía que estar delante de ella.
               -¿Qué haces aquí?-preguntó con esa voz que ya sonaba como había sonado desde mi infancia, cambiando al idioma que los dos compartíamos y que más dominábamos.
               -¿Qué hago yo aquí? ¿Qué haces tú aquí?-pregunté, dando un paso hacia ella, que no retrocedió a pesar de que le seguía sacando… espera. Creo que era un poco más baja ahora. ¡Hostia puta! ¿Había crecido yo desde la última vez que la había visto?-. ¿Por qué no estás en casa?

lunes, 15 de agosto de 2022

Trescientos sesenta y cuatro insomnios.

 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Los barrotes de hierro estaban cálidos al tacto, todavía conservando el calor del último de los días de verano para mí, y haciendo que los envidiara: al contrario que ellos o el océano después de batir récords de temperatura en época estival, yo no iba a transicionar por un otoño dulce en el que pudiera ponerme faldas ocres y granate por encima de la rodilla y blusas vaporosas en los mismos tonos de los que se teñían los árboles. Yo ya estaba en el invierno, el invierno más crudo de mi vida, uno en el que el sol jamás se levantaría por el horizonte.
               Trescientos sesenta y cuatro días, me dije mientras miraba cómo el avión en el que iba Alec enfilaba por la pista de aterrizaje, deslizándose tranquilamente por el asfalto recalentado, mientras el cielo se teñía de rosa y dorado. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo.
               El avión se colocó recto en la pista mientras otro levantaba el vuelo, abriendo paso en las nubes para la mayor catástrofe de mi vida. Las ventanas eran como agujeros en una calabaza de Halloween demasiado perfectos para no ser intencionados, pero tan pequeños que no causaban el efecto de dar miedo, o por lo menos no en alguien que no supiera lo que iba en ese avión. Conté las luces para calcular las filas, y mis ojos se anclaron en la del asiento de la quinta fila en el momento en que una sombra cambiaba su forma, un huevo que eclosionaba en una luna creciente. Se me detuvo el corazón por un instante, pensando en las posibilidades, en la manera en que todo mi ser parecía responder a esa llamada que yo ni siquiera era capaz de escuchar. ¿Sería él, o mis esperanzas estaban modelando mi visión?
               El minuto de cortesía que unos aviones se dejaban entre sí se me hizo eterno, y cuando los motores empezaron a rugir, calentándose para el inicio del vuelo, mis dedos se aferraron contra los barrotes de hierro del aeropuerto que impedían que pasaras a la pista de despegue.
               El avión empezó a moverse; primero con parsimonia, luego, con más y más decisión. Mientras se acercaba hacia el final de la pista con el rugido de un dragón presto a ir a la batalla, se me revolvió el estómago al pensar qué sería de mí si ese avión no conseguía despegar. Había algo demasiado precioso en su interior, ¿y si se fastidiaba todo por la manera en que mi alma suplicaba que Alec no se fuera?
               El avión levantó el morro y empezó a escalar hacia el atardecer, las alas balanceándose a un lado y a otro, como si por muchos kilómetros que recorrieran fueran incapaces de creer aún en su poder. Ascendió rápidamente en dirección hacia las nubes de algodón de azúcar que se esparcían perezosas por el cielo, la lluvia que albergaban descendiendo por mis mejillas, los manantiales que eran mis ojos muy atentos de cada detalle del despegue de Alec. El avión se convirtió en un reflejo sobre el horizonte mientras giraba, y cuando terminó de hacerlo, en la sombra de un submarino que se había equivocado de medio.
               Tuve que girarme sobre mis talones para poder seguir su trayectoria, soltando así los barrotes y dejando mis manos libres para que cualquiera las agarrara. Todavía notaba el sabor de sus labios en los míos, su olor corporal haciéndome cosquillas en la nariz, el peso de su cuerpo anclando el mío en el colchón. Mi nombre en su voz, sus dientes en mis senos, su miembro en mi sexo, y sus manos en las mías cuando salimos de la habitación del hotel.
               Unos dedos largos y demasiado delgados para ser los de él recorrieron mi palma y buscaron el hueco entre los míos. Ni Mimi me miró ni yo la miré a ella cuando cerré los dedos en torno a los suyos, detestando que su mano no se pareciera a la de su hermano y, a la vez, consolándome en que al menos era la mano de un Whitelaw. No del que yo quería o necesitaba, pero de un Whitelaw al fin y al cabo. Por mucho que te apetezca bogavante, tu boca no le hace ascos al pan cuando llevas días con el estómago vacío.
                Y así era como me sentía yo: como si llevara días sin Alec, y eso que no hacía ni una hora que nos habíamos separado.
               Ya desaparecido el avión de Alec en la distancia, me limpié rápidamente las únicas lágrimas que iba a permitirme derramar por su marcha. Si había algo real entre nosotros, algo que Alec había sido capaz de ver, estaba segura de que ese algo sería capaz de transmitirle a Alec cómo me sentía yo desde la otra punta del mundo, y no quería que sufriera. Ya lo haría yo por los dos, y si tenía que contener mis emociones para garantizar que disfrutara lo máximo posible, así lo haría. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo.
               Como el néctar que bebían los dioses. Una prueba más de su existencia.
               Mimi sorbió por la nariz: ella no tenía ningún problema con externalizar sus sentimientos, ya que su hermano lo esperaba de ella. Había visto la manera en que una parte de Alec se había regocijado al ver el dolor de su hermana al despedirse, como si no se creyera del todo que ella le correspondiera. Era bobo si no podía ver que Mimi besaba el suelo que Alec pisaba, pero ya era tarde para hacérselo ver.
               -Cuando estéis listas, chicas-dijo Dylan, la voz rota de tanto llorar. Cuando Alec había desaparecido en la terminal, lejos por fin de nuestras miradas cariñosas, Dylan se había permitido derrumbarse finalmente. Ya no tenía que hacerse el fuerte para no impedir que Alec se marchara, y cuando había dejado de ver a su hijo, por fin había podido respirar. Sollozó como un niño pequeño mientras Annie trataba de consolarlo, acariciándole el pelo y los hombros y rodeándolo con los brazos para que se sintiera protegido; un gesto que sin duda había aprendido de su hijo.
               -Creía que podría aguantar por ti-le dijo a su esposa, mirándola con ojos desesperados-, pero me ha llamado papá.
               Para Dylan habría sido más fácil que Alec lo hubiera llamado por su nombre. Le habría recordado que era su padrastro y que su principal deber era cuidar de su madre y de su hermana.
               Pero Alec nunca se perdonaría haberse ido de Inglaterra sin despedirse de Dylan con un “papá” que le hiciera ver lo que era realmente para él: su verdadero padre. Una de las razones de que fuera el hombre tan maravilloso que era, y el modelo en que se había basado para ser tan excepcional.
               -¿Quieres que lleve yo el coche?-se ofreció Annie, con diferencia la menos llorosa de los tres Whitelaw que todavía pisaban tierra. Dylan negó con la cabeza, extendiendo la mano abierta en dirección a su mujer.
               -No te preocupes. Me tranquilizará.
               Echaron a andar en dirección al aparcamiento con pasos cortos y pesados: cada metro que recorrían era un metro que los separaba más del hijo que tenían en común, la razón de que estuvieran juntos. Por supuesto que era difícil para ellos. Era como escalar una montaña sin más ayuda que la de tus uñas destrozadas por la subida.
               Mimi me dio un suave apretón en la mano antes de soltármela, algo que Alec también les había transmitido a las mujeres de su familia. Era como si sus manos se despidieran de las mías, un adiós silencioso que a mí siempre me había gustado, ya que Alec sólo se separaba de mí cuando era inevitable, y aquello hacía su presencia un poco más notoria, más difícil de confundir con un sueño. Abrazándose a sí misma, dio un par de pasos en dirección a sus padres, abriéndose hueco entre la gente que se congregaba en torno a la barrera para despedir a sus allegados.
               Cuando yo no me moví, se giró de nuevo.
               -¿Quieres quedarte un poco más?
               Volví a poner los ojos en el cielo, exactamente en el punto en que el corazón me indicaba que estaba el avión de Alec, a pesar de que ya no podía verlo. Se había perdido en la maraña de nubes rabiosamente magenta… pero, justo encima de ellas, asomaba una estrella. Demasiado brillante para que el sol, que perdía la batalla contra la noche, pudiera contenerla más, y demasiado estática para ser uno de sus hermanos a millones de kilómetros de distancia: Scott me había explicado que las estrellas más brillantes del cielo nocturno no eran estrellas, sino planetas, porque a pesar de que no emitían luz propia, su cercanía a nosotros hacía que menos fotones se perdieran en la atmósfera, por lo que siempre parecían las luces más potentes del cielo, con el permiso de la Luna.
               Algo me dijo que era Venus, el planeta que portaba el nombre de la diosa del amor, indicándome dónde estaba ahora el mío y dónde debía poner mi atención.
               Notaba varios grupos de personas mirándome. Scott y el resto de Chasing the Stars habían hecho ya varios conciertos a lo largo del país junto con sus compañeros de The Talented Generation, así que mi cara era más célebre que nunca también entre la gente de mi edad. Ya no pertenecía al círculo de las glorias del pasado, sino que mi nombre se había grabado en el reluciente salón de celebridades de esta generación, y eso tenía un precio que llevaba toda la vida pagando en cómodas cuotas: falta de intimidad en momentos puntuales.
               Pero me daba igual. Me daba igual que esta gente me hubiera dado mi vida a través de mi padre y ahora estuviera cumpliendo los sueños de mi hermano. Era una persona antes que una celebridad, una chica antes que una atracción de feria, y una novia separada del amor de su vida antes que una coincidencia de la que presumir. No les daría opción a que rentabilizaran mi dolor, y menos cuando Alec volvería más tarde que temprano y terminaría viendo lo que me había hecho. Así que me tragué el nudo que tenía en la garganta y negué con la cabeza.
               -No. Ya no hay nada que me retenga aquí. Vámonos.
               Aceptando la mano que Mimi me tendía, eché a andar hacia el aparcamiento, no sin antes echar un vistazo por encima del hombro… sólo por si acaso.
               Debo confesar que se me rompió un poco más, si cabe, el corazón al ver que ninguna figura de casi metro noventa atravesaba la pista de aterrizaje a todo correr, decidiendo a última hora que ese “continuará” que yo le había prometido gritándole a los cuatro vientos no podía esperar. Que tenía que ser ya.
               Pero allí no había nadie. La pista estaba vacía, salvo por el personal del aeropuerto, los vehículos transportando maletas, y los aviones cargados de gente que se asomaba con curiosidad por las ventanas de su avión, registrando todo a su alrededor sin poder creérselo del todo, como quien está viviendo un sueño.
               La única que acababa de empezar una pesadilla era yo.