lunes, 29 de agosto de 2022

Trece vísperas de Perseidas.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Shasha y yo estábamos tan concentradas en el final de una de las temporadas de Love Island (Stacey estaba a punto de decidir si se quedaba con Connor, un chulo de tres al cuarto pero que follaba que te morías, según ella; o con Peter, un chico bueno y que a Shash le encantaba pero con el que la protagonista no sentía la misma conexión) que no escuchamos el reloj dando la hora y marcando un nuevo día en el calendario. Yo agradecía el tiempo de desconexión, la verdad. El día había sido demasiado intenso para mí, y necesitaba pasar un rato sin usar el cerebro para registrar quién era yo, quién era la persona que tenía al lado, en qué día estábamos ni por qué las dos teníamos el ánimo tan cenizo.
               Pero, claro, había alguien en casa que no tenía por qué pasar a un nuevo plano dimensional, alguien a quien le encantaba su vida y todo lo que estaba empezando a conseguir en ella. Alguien que tenía ganas de vivir el 2 de agosto como lo que era: un día de fiesta y de celebración de lo que teníamos.
               Y si crees que esa persona es Duna, es que no has estado prestando atención ni durante los primeros capítulos de mi historia ni todos los que le robó a la de Tommy.
               Scott salió corriendo de su habitación como una pija a la que le llega el soplo de que en su tienda de diseño favorita están a punto de renovar el escaparate y quiere ser la primera en lucir los modelitos que en ella se exhiban, y tras abrir la puerta de Duna para que la benjamina de la casa se uniera a la despedida de soltero que estaba a punto de inaugurar, bajó como un ciclón las escaleras, dio un salto en los últimos escalones, y se plantó en el salón con un:
               -¿DE QUIÉN ES EL CUMPLEEEEEE?
               Shasha y yo dimos un brinco y le siseamos al mismo tiempo. Duna estaba bajando las escaleras al trote, pero eso no impidió que le cortáramos el rollo a Scott, que hizo una mueca, haciendo amago de poner los ojos en blanco. Se puso con los brazos jarras y frunció el ceño.
               -He dicho que de quién es el cumple-exigió, y yo registré por fin sus palabras. Cumple. El manto negro del jardín al otro lado del cristal. La madrugada. Agosto. ¡Shasha!
               -¡Shasha!-chillé, girándome hacia mi hermana, que no nos miró en ningún momento. Tenía las manos unidas frente a su cara, los ojos fijos en la televisión, un poco húmedos por el sueño y la tensión. Tenía una expresión concentrada que sólo le veías cuando se encontraba con algún cortafuegos particularmente terco, o cuando nuestras tías a agobiaban durante la cena de Nochebuena a base de comérsela a besos y achucharla con abrazos que se hacían demasiado largos para ella, pero durante las fiestas Shasha era educada y más sufrida que de costumbre, así que se dejaba manosear.
               Y entonces…
               -¡NO! ¡NO! ¡JODER! ¡JODER!-protestó, levantándose del sofá y tirando el cojín al suelo con rabia. Duna se quedó plantada en el sitio, los brazos caídos a ambos lados del torso, el pelo revuelto por el sueño que había ido a recuperar antes incluso de que papá y yo volviéramos del estudio-. ¡PUTA CHONI SUBNORMAL!
               Shasha se pegó el cojín a la cara y gritó con fuerza en él mientras Stacey y Connor se morreaban en el centro de la pantalla mientras Peter, que había cogido un ramo de flores para la ocasión, se quedaba en un segundo plano sin saber qué hacer con él.
               Scott arqueó las cejas.
               -Para que luego Eri le diga a mamá que lo tiene más fácil porque las tres que le quedáis por criar sois chicas. Pega fuerte, la adolescencia.
               -¿Podemos ver ese capítulo de Love island?-preguntó Duna, acercándose con curiosidad a la televisión.
               -Cuando cumplas dieciocho-respondí yo mientras Shasha torturaba al cojín.
               -No me sale nada bien-se quejaba la cumpleañera.
               -¡Vosotras lo veis y no tenéis dieciocho!
               -Eso es porque nosotras sentimos desprecio por los hombres. Tú todavía los consideras personas-expliqué.
               -Vaya, gracias por lo que nos toca a mí, a papá y a Alec-me atacó Scott, poniéndose a aplaudir. Le dediqué una sonrisa oscura.
               -Papá es la excepción, a ti nunca te consideré persona, y a Alec le hago demasiadas cerdadas como para tenerle respeto.
               Shasha se dejó caer en el sofá y empezó a llorar, medio histérica.
               -No entiendo cómo puede haber tías tan tontas en el mundo. ¡Tiene más cuernos que la brigada de renos de Santa Claus! ¡Nos está dejando en evidencia a todas las mujeres!-sollozó, abriendo las manos.
               -Pero si ya perdéis la dignidad por la banda famosa de turno, Shash-dijo Scott. Le cogí el móvil a mi hermana y lo enfoqué con la cámara.
               -¿Alguna declaración que hacer sobre tus fans que te termine de hundir la vida?-pregunté, y Scott me dedicó una sonrisa radiante.
               -Podría ponerme a decir que Hitler tenía razón y aun así mamá no te dejaría sacar a la luz ese vídeo porque estoy en gayumbos.
               Puse el vídeo en pausa y después lo borré mientras Shasha recogía las bolsas de comida basura que habíamos ido desperdigando por el salón.
               -Paso de este programa de mierda. No lo vamos a ver más. Se acabó. Es muchísimo mejor Fboy island. Al menos allí ya te das cuenta de qué chicas son retrasadas y te esperas que se queden con los fuckboys.
               -¿Qué tienen de malo los fuckboys?-protesté.
               -¿Qué son los fuckboys?­-preguntó Duna.
               -Señores muy simpáticos a los que les encanta hacerles a las mujeres las cosquillas que le hace papá a mamá -dijo Scott.
               -Ah. Entonces, ¿papá es un fuckboy?
               -Ya le gustaría, pero es demasiado viejo-se burló Scott.
               -TE HE OÍDO, NIÑO-dijo papá desde el piso de arriba, y Scott se rió.
               -Alec era un fuckboy-le expliqué a Duna y le recordé a Shasha.
               -Exacto. Era-dijo Shasha-. Este payaso no le llega ni a la suela de los zapatos.
               -Yo también soy un poco fuckboy-se chuleó Scott, hinchándose como un pavo. Le lancé una mirada envenenada.
               -Ser un fuckboy  no es algo de lo que enorgullecerse.
               -Pues bien que te gustó tirarte al más grande de esta ciudad.
               -A Alec le encantará saber que por fin has reconocido que él es mejor que tú.
               -Ya. ¿Podemos, por favor, dejar de hablar de las dotes de tu maravilloso novio y centrarnos en el hecho de que hace…-hizo exageradamente el gesto de mirar el reloj-, tres minutos que nuestra queridísima Shasha ha entrado en la adolescencia, por favor? Gracias. Soy el hermano mayor. Tengo responsabilidades con vosotras. Y, como líder de la banda más importante de Inglaterra en los últimos 25 años…
               -¡Eso también te lo he oído, niño!
               -¡Eso pretendía! ¿Por dónde iba? Ah, sí. Como líder y cofundador de la exitosa banda finalista en uno de los realities más duros de la televisión, he venido a reclamar a una nueva adolescente a mi fandom. Shash, necesito que me firmes esto-dijo, sacándose un tacado de papeles de detrás de la espalda-. Es un compromiso a perpetuidad de fidelidad a Chasing the Stars. Básicamente te conviertes en nuestra esclava a partir de ahora, votando hasta altas horas de la madrugada para asegurarte de que ganamos todos los premios a los que nos nominen y que te pelearás con quien ose insultarnos. Ah, y también hay una cláusula por la que se me aplica eso a mí. Para cuando me canse de que Thomas me frene y decida emprender mi carrera en solitario.
               -Eres consciente de que no te vas a comer un rosco tú solo, ¿no?-le dijo Tommy, asomándose por las escaleras. Siempre estaba con nosotros durante los cumpleaños de Shasha, porque Scott y él se turnaban para dormir en sus casas en verano, pero S siempre insistía en que tenían que estar con Shasha para celebrar su cumpleaños desde las doce de la noche. Ni siquiera sabía si Shasha, Duna o yo podríamos cumplir años si Tommy no estaba en casa; Scott tampoco parecía estar seguro, y desde luego no estaba dispuesto a averiguarlo.
               -Disculpa, ¿quién dijo que yo soy “el puto nuevo Harry Styles”?
               Tommy se rió y bajó las escaleras. Llevaba unos pantalones cortos grises a modo de pijama, algo que me habría gustado que llevara Scott. Hacía muchísimo calor esa noche, vale, pero no me apetecía que ningún payaso con el guapo subido me paseara el paquete a dos milímetros de la cara.
               Bueno, vale, sí que me apetecía que un payaso con el guapo subido me paseara el paquete a dos milímetros de la cara. Pero era un payaso concreto que, desgraciadamente, estaba a más de seis mil kilómetros de mí.
                -Bueno, ¿quieres dejarte de hacer el gilipollas, Scott? ¿Puedes felicitarla de una vez para que podamos hacerlo los demás?-dijo Tommy, y Scott sonrió y se abalanzó sobre Shasha, que exhaló un grito de sorpresa y… también una risita.
               Le gustaban sus cumpleaños. Juraba y perjuraba que no era así, pero a Shasha le encantaban sus cumpleaños. Era el único día en que se dejaba dar todos los besos y abrazos que tú quisieras darle, e incluso te pedía más cuando tú parabas. Haber nacido en verano suponía que no había tenido fiestas en el cole como sí las teníamos los demás, pero papá y mamá lo habían compensado con creces haciendo que cada uno de sus cumples fuera especial, bien porque nos fuéramos de vacaciones, bien porque tuviéramos algún plan chulo, o bien porque simplemente Shasha se convertía ese día en la reina de la casa (con permiso mío, obviamente) y estábamos todos a su disposición. Si quería que la dejáramos sola, la dejábamos; si quería atenciones, se las dábamos; si quería que nos pasáramos toda la tarde viendo videoclips de kpop como había hecho el año pasado, nos la pasábamos.
               De lo único que no disponía era de su primera felicitación. Scott la había reclamado para sí desde su primer cumpleaños, encantado de la vida de poder celebrar la llegada de otra hermanita a la que sí había visto crecer en la tripa de mamá. Sólo una vez, en el segundo cumpleaños de Shasha, Scott había perdido el privilegio de ser la primera persona que le deseaba que se lo pasara bien, y había montado tal espectáculo llorando y chillando que se quería morir porque no estaba siendo un buen hermano mayor que, desde entonces, todo el mundo esperaba a que Scott la felicitara primero.
               Y Scott no se hacía de rogar tampoco. A la vista estaba. Incluso si no vigilara el reloj con nerviosismo cuando faltaban ya diez minutos para que pasáramos al 2 de agosto, se ponía una alarma a las 23:59 del 1 para estar bien pendiente.
               -Buf-protestó Shasha, retirándose hacia atrás cuando Scott empezó a mordisquearle la mejilla. Le puso las manos en los hombros y lo empujó lejos de ella-. Qué ganas de independizarme para no tener que aguantar esto año tras año.
               -Creo que alguien se ha vuelto un poco chulita desde que tiene un protector más alto que yo dispuesto a reírle las gracias, ¿eh?-se rió Scott, dándole un sonoro beso en la mejilla. Shasha lo miró de reojo.
               -A Alec también le alegrará saber que por fin has admitido que eres más bajo que él.
               Scott se quedó a cuadros un segundo, la boca entreabierta y los ojos como platos. Al segundo siguiente ya reaccionó como nos tenía por costumbre:
               -¡Puta cría de los cojones!
               Nos echamos a reír, y Shasha se colgó de su cuello y le devolvió uno de los muchísimos besos que Scott le había dado. Cuando él la rodeó con los brazos, la estrechó con fuerza contra él y le susurró “feliz cumpleaños, Shash”, yo me derretí un poco por dentro.
               Y me di cuenta de la inmensa suerte que teníamos de tener a Scott en nuestra vida. Muchos hermanos mayores se irían sin mirar atrás a recorrer mundo mientras estadios enteros coreaban su nombre, y se contentarían con mandar un mensaje de felicitación con muchos emojis que taparan la falta de cargo de conciencia que ese comportamiento les suponía. Scott, no. Scott vendría de donde fuera para felicitarnos: había salido del concurso para ir a verme a mí, había pospuesto un concierto para estar con Shasha, y probablemente volviera de gira, si es que aún estaba en septiembre, cuando le tocara el cumpleaños a Duna. Por mucho que tuviera aun ejército de chicas a sus pies, dispuestas a obedecerlo en todo lo que ordenara sin rechistar, nosotras siempre seríamos sus chicas. Sus niñas. Pasara lo que pasase.
               Estuviéramos felices o tristes, cerca o lejos, dormidas o despiertas, jóvenes o viejas. Yo todavía tenía una razón para sonreír porque todavía tenía a Scott.
               Lo cual haría muchísimo más dura la despedida, si él era la venda que tenía en la herida abierta que suponía la ausencia de Alec.
               Cuando Scott y Shasha se separaron, mi hermanita me miró con timidez, y yo le sonreí, le eché los brazos encima y me la comí a besos como llevaba haciendo toda la vida siempre que ella me dejaba. En momentos como éste no podía evitar recordar cuando Shash era un bebé rechoncho y feliz, de ojos despiertos y sonrisa fácil, que era eterna cuando Scott y yo estábamos cerca. Todos los mimos que pudiéramos darle le parecían pocos; mamá bromeaba con que ahora Shasha era distante porque nos había dado el 99% de sus besos siendo un bebé, y ahora tenía que racionarlos para que no se le agotaran justo cuando tuviera que casarse. ¿Te imaginas a una novia que le choca los cinco a su recién estrenado marido en el mismo altar porque ya no puede dar más besos? Esa perfectamente podía ser Shasha.
               Pero, en sus cumpleaños, la fábrica de besos se ponía a trabajar de nuevo.
               Quizá por eso quisiera que Alec estuviera con nosotros: era el único día del año en que podía dejar que le diera todos los besos que él quería darle, y también devolvérselos. No es que mi hermana y Alec fueran fríos el uno con el otro; todo lo contrario. De hecho, incluso antes de que Alec y yo hiciéramos oficial y definitivo lo nuestro, Shasha y él disfrutaban dándose mimos delante de mí y con un ojo puesto en mi reacción, que siempre era de celos desmedidos (y puede que un poco exagerados también, lo admito) porque Shasha no me dejaba achucharla tanto como dejaba a Alec.
               ¿Qué le habíamos quitado Alec y yo a mi hermana? ¿Había esperado con impaciencia a que llegara el verano, porque significaba que su cumpleaños estaba a la vuelta de la esquina, antes de saber que Alec no estaría con nosotros?
               -¿Qué quiere la cumpleañera hacer durante sus primeras horas con su nueva edad?-preguntó Tommy después de darle sus felicitaciones a Shasha, que se quedó pensativa y luego levantó las manos.
               -¡Una sesión de realidad virtual!-festejó, y Scott hizo una mueca como diciendo “no está mal”. Habíamos inaugurado las madrugadas de los cumpleaños de Shasha cuando ella había padecido insomnio: desde aquel cumpleaños en el que nos habíamos pasado la noche viendo películas, habíamos instaurado una tradición en la que sólo participábamos nosotros. Nada de papá, mamá, o demás familiares adultos: sólo Shasha, Scott, Tommy y yo. Duna se había sumado por primera vez el año pasado, y era con diferencia la más entusiasmada ante los planes caseros que siempre organizábamos sobre la marcha. Solíamos atiborrarnos a chuches mientras la luna se movía por el cielo, completamente ajena a nuestra celebración o vigilante de nuestras risas, así que podía ver el atractivo que suponía para una niña de 8 años el participar en uno de esos rituales tan exclusivos.
               Así que bajamos al sótano y, mientras Scott activaba los sensores del movimiento que habían instalado en cada esquina cuando decidieron ir a tope con el tema de la realidad virtual, Shasha, Tommy y yo apartamos los muebles para dejar el espacio de en medio libre. Duna se sentó en una esquina, la pantalla con la que haría de maestra de ceremonias de la partida entre las manos, y desenvolvió una piruleta. Lo mejor de los cumpleaños de Shasha era que no se le aplicaban las restricciones de horarios que sufría para el consumo de azúcar. Empezó a chuparla con concentración mientras estudiaba la pantalla y nos activaba los mandos.
               Siempre nos había dado problemas el reparto de tareas cuando éramos impares y estaba ella presente en la habitación, ya que como buena niña también quería participar de la acción, pero había bastado con una intervención estelar de Alec para zanjar para siempre la polémica. Se había puesto a llorar de forma rabiosa un día que hacía mal tiempo y habíamos decidido quedarnos en casa y echar unas partidas, diciendo que siempre le hacíamos lo mismo al discriminarla para que no jugara con nosotros, cuando la realidad era que nos daba mucho miedo tropezarnos con ella, caernos encima suya y hacerle daño. Habíamos probado a explicárselo por activa y por pasiva, pero no había manera.
               Hasta que Alec se arrodilló y le dijo que tenía que llevar a cabo la tarea más importante de todas: coordinarnos. Y que sólo podía ser ella porque era la única que no se distraía con la facilidad con que lo hacíamos los demás. Técnicamente no era cierto, ya que Duna podía llegar a tener el foco de atención de una mosca, pero bastó con que Alec depositara su confianza en ella de forma clara para que se comportara como si estuvieran en su poder las llaves de los códigos nucleares, y no estuviera dispuesta a dejar que se desencadenara una guerra nuclear bajo su guardia.
               -Tú eliges los equipos, Shash-dijo Scott mientras Tommy se ajustaba las gafas de realidad virtual. Duna abrió una bolsa de nachos y metió la mano hasta el fondo.
               -Voy con Sabrae-decidió.
               -Chica lista-la alabé.
               -Uuuh, chicos contra chicas. La cosa se pone interesante-se burló Scott, dándole una palmada en el culo a Tommy, completamente ajeno al asunto. Éste dio un brinco y agitó las manos en el aire.
               -¿Quieres que apostemos?
               -Nunca hemos apostado.
               -Alec dice que todo es más interesante cuando se apuesta-explicó Shasha, y Scott hizo un mohín.
               -Todo lo malo se pega, ¿eh? De acuerdo, ¿qué queréis que nos juguemos?
               -Si nosotras ganamos, salís vestidos de plátano en el próximo concierto.
               -Vale-dijo Scott.
               -Ni de coña-dijo Tommy.
               -Tarde, T. Ya he aceptado sus condiciones. De todas formas no tienes por qué preocuparte, porque van a perder.
               -¿Y qué se supone que tenemos que hacer nosotras si perdemos?-pregunté.
               -¿Qué más da lo que quieran, Saab? No vamos a perder.
               -Si nosotros ganamos, tendréis que ir el próximo curso con todo el material escolar de Chasing the Stars.
               -No está mal. Ni siquiera tenéis logo oficial aún.
               Scott sonrió con maldad.
               -Van a sacar estuches con nuestras caras.
               Shasha y yo cogimos aire.
               -¿Un año entero con tu careto a la espalda? ¡Ni hablar!
               -Dos trimestres-regateó Scott.
               -Uno-sentencié yo, y Scott y yo nos dimos la mano. Tommy se rió.
               -Estaba dispuesto a obligarlas a llevarlo solo un mes.
               -Yo una semana-Scott me guiñó el ojo-. Puede que no seas tan buena negociando como lo es mamá.
               -Es que no estaba motivada. Y no pierdo nada-dije, encogiéndome de hombros. Sí que era buena negociando cuando una apuesta me interesaba. Me había dedicado en cuerpo y alma cada vez que regateaba con Alec. Con Scott y Tommy, sin embargo, la cosa cambiaba. No me daban cosas que me interesaran ni importaran tanto como para esmerarme con ellos como lo hacía con mi novio, así que ¿por qué molestarse? Además, tampoco es que fuéramos a perder.
               Creo.
               -¿Listos?-preguntó Duna, y asentimos. Se nos activaron las gafas de realidad virtual y empezamos a jugar.
              
 
-No puedo creerme lo tramposo que es Scott-se quejó Shasha, cepillándose el pelo con rabia en el espejo mientras yo me lavaba los dientes.
               -No tiene vergüenza-convine-. Es el hermano mayor, debería darnos ejemplo, y sin embargo…
               Habíamos perdido en una carrera de atrapar la bandera intergaláctica por muy poco, y todo porque Scott le había apagado el mando a Shasha cuando ella estaba a punto de disparar el tiro de gracia en la fortaleza donde habían escondido la nuestra. Casi nos lo comemos vivo, pero nos lo habíamos pasado tan bien que ni siquiera nos pudimos enfadar del todo. Y si no nos habíamos cobrado nuestra revancha había sido porque Shasha me había mirado y había visto lo cansada que estaba. No podía con otra sesión de casi una hora corriendo de un lado a otro de la habitación mientras Duna nos jaleaba y cantaba las puntuaciones que siempre nos aparecían en una esquina, orientándonos cuando nos perdíamos en el campo de batalla virtual.
               Estaba dispuesta a sentarme y mirar cómo jugaban, pero Shash había decidido que necesitábamos descansar. Habían sido unos días muy intensos, según dijo, y tendríamos tiempo de sobra al día siguiente para ponernos al día con todo lo que teníamos que hacer. Según tenía entendido, iba a ir al cine con sus amigas después de comer con la familia en casa y abrir sus regalos. Yo me moría de ganas de entregarle la caja que tenía escondida debajo de la cama, detrás de los baúles con ropa de invierno, en donde confiaba que no se le ocurriría mirar.
               Sabía que el regalo el encantaría simple y llanamente porque era la mezcla perfecta de los dones de Alec y míos: escuchar con atención y ponernos en la piel de la persona a la que queríamos hacerle un regalo y saber exactamente lo que querría. La diferencia estaba en que yo no tenía la incontinencia verbal de Al, y confiaba más en mi instinto de lo que lo hacía él.
               Le pasé su cepillo de dientes y empecé a revolver en el cajón en busca de mi crema hidratante. ¡Ajá! Allí estaba.
               -Lo hace porque estamos indefensas-balbució, con el cepillo en la boca, y yo me quedé parada. Se apartó el pelo de la cara con una mano y se lo sostuvo tras la nuca mientras se afanaba en la limpieza, ignorando completamente el nudo que tenía yo en el estómago. Me lo había pasado genial durante la partida. Durante unos minutos había conseguido olvidar por qué estaba tan cansada. Me había permitido cumplir la promesa que Alec me había hecho hacerle de una forma tan inútil que ni sé cómo se le ocurrió: había sido joven y había sido feliz.
                Y luego había ido a echar mano de mi móvil y me había dado cuenta de que no lo tenía conmigo porque ya no había nada interesante en él. 
               Shasha se quedó parada, mirándome en el reflejo del espejo.
               -¿Demasiado pronto?
               Negué con la cabeza. Debía de dolerle mucho si no paraba de mencionarlo. Era más sufrida que yo. Más estoica. No debía empujarla de vuelta hacia su cueva por muy incómodas que me resultaran sus palabras, porque si Shasha estaba aventurándose fuera era, precisamente, porque no podía con su soledad. Necesitaba alguien que le dijera que todo iba a estar bien, que iba a sobrevivir.
               -Julio del año que viene también será demasiado pronto-me encogí de hombros, dándome la vuelta y apoyándome en el lavabo. Shasha se inclinó a escupir la pasta de dientes y lavarse la boca.
               -¿Cómo estás?
               Sonreí con tristeza mezclada con cansancio, una combinación pésima. Podría insultar a su inteligencia y mentirle diciéndole que bien para que no se preocupara.
               O podría ser sincera y lanzarme al pozo sin fondo de mi propia soledad justo el día en que Shasha me necesitaba feliz…
               … claro que también me necesitaba sincera.
               -Bueno. Regular. Ahí voy. Creo que lo peor todavía está por llegar-admití, trastabillando con mis palabras. Decir eso era como invocar por fin a mis lágrimas, esas que se habían resignado a no salir y que no pretendía derramar en ningún momento.  Sabía que habría momentos peores que éste, momentos en que se me olvidara que no estaba, o puntos de inflexión que tuviera que atravesar sola. Como un nuevo día de clase, un aniversario sin formalizar, o una Nochevieja en la que no tuviera a nadie a quien impresionar y probablemente me quedara en casa.
               San Valentín.
               El aniversario de su accidente.
               El aniversario de su despertar.
               El aniversario de su graduación.
               Y el de nuestras primeras vacaciones juntos.
               Iban a pasar demasiadas cosas muy importantes esos trescientos sesenta y tres… sesenta y dos días. Cosas por las que debería haber luchado con más ahínco y por las que me arrepentiría de no haber sido lo suficientemente egoísta.
               -¿Y…?-empecé a preguntarle, pero se me adelantó.
               -No te molestó que le dijera que le quiero, ¿verdad?-preguntó con timidez, hundiendo un poco los hombros. A pesar de que ya me sacaba una cabeza (lo cual, según Alec, tampoco tenía mucho mérito), en ese momento fue evidente quién era la hermana pequeña y quién la mayor.
               -¡Claro que no, Shash! Ya sabía que le querías. Me impactó que se lo dijeras, nada más, pero también me hizo ilusión. Y sé que a él también le hizo ilusión. ¿Por qué crees que me molestó?
               -No quiero que sientas que está ocupando tu lugar. Porque no es así-dio un paso hacia mí y me cogió la mano-. Sé que lo estás pasando muy mal, y sólo quiero… sólo quiero que sepas que yo también lo estoy pasando mal. Así que, si quieres, podemos pasarlo mal juntas. Ya que cometí el error de acostumbrarme a que estuviera por aquí, pues… no pensé que fuera a echarlo tanto de menos y hacerlo tan rápido.
               -Mi niña-gimoteé, acariciándole la mejilla-. Acostumbrarte a él no ha sido ningún error. El error sería tratar de alejarlo de ti como hice yo. Tú siempre has sido muy lista, y supiste desde el principio que acabaríamos aquí. Así que no perdiste el tiempo como yo sí lo hice con él. No te arrepientas nunca de dejar entrar a nadie en tu vida, sobre todo si su ausencia duele tanto como la de Alec nos duele-le sonreí-. Eso significa que su presencia te hace demasiado bien como para dejarla escapar.
               Shasha asintió con la cabeza, los ojos húmedos.
               -¿Podemos dormir juntas esta noche?
               -Y todas las que quieras, princesa-respondí, estrechándola entre mis brazos. Shasha cerró los suyos en torno a mi cintura y hundió la cara en mi cuello. Noté cómo sollozaba y me obligué a mantenerme fuerte.
               -Ojalá estuviera aquí por mi cumple-dijo mientras le acariciaba el pelo.
               -Lo sé.
               -Habría sido genial.
               -Sí que lo habría sido-asentí, dándole un beso en la cabeza.
               -Seguro que se le habrían ocurrido un montón de cosas chulas para hacer.
               -¡Oye! Que Alec no esté aquí no significa que tengamos que quedarnos encerradas en casa. A mí también se me ocurren planes chulos de vez en cuando. Podemos ponerlos en práctica para distraernos mientras no está él-ofrecí, dándole un toquecito en la nariz, y Shasha me miró como si me viera por primera vez.
               -¿Lo dices en serio?
               -Claro. Yo le organicé el viaje a Barcelona, ¿recuerdas?-me chuleé-. A él no se le habría ocurrido ni en un millón de años.
               Sí que se le habría ocurrido, pero no le daba el presupuesto como sí que me daba a mí.
               -Así que puede que no tengas a su diabólica cabeza pensante para hacer cualquier chorrada, pero también tienes que pensar una cosa.
               -¿Qué cosa?
               -Tus cumpleaños siempre han sido guays porque siempre he estado yo. Puedes esperar a los catorce para incluir a Alec en los planes. Si no estuviera yo sí que tendrías un problema.
               Shasha se echó a reír, me estrechó entre sus brazos (con lo alta que era, parecía un crimen que no le gustara abrazar y sólo lo reservara para ocasiones especiales) y tiró de mí para sacarme del baño. Nos dirigimos a mi habitación pasando por delante de la de Scott, que tenía la puerta entreabierta por si queríamos hacerle una visita. Tommy bien podía dormir en el sofá. O en el suelo, por lo que a Scott respectaba. Sin embargo, la noche que nos esperaba era una noche de chicas.
               O eso pensábamos nosotras. Porque ya estaba maquinando qué hacer para distraer a Shasha, como sugerirle que entrara en la base de datos de la fundación de Alec para ver si registraban lo que hacía cada día o, incluso, con suerte, poder comunicarnos con él, cuando Shasha dejó escapar un grito en medio de la noche: mi nombre.
               -¡Sabrae!-chilló a pleno pulmón, un pulmón de Malik, sin duda. Tenía tanta potencia vocal como Scott, si bien quizá no sonaba tan bien como él. Sólo el tiempo lo diría. Di un brinco y la miré, el corazón a mil y los pelos de punta.       Una parte de mí parecía saber lo que me esperaba.
               Shasha me enseñó su móvil.
               Y se me detuvo el corazón al ver la notificación que tanto la había alterado. Era de Telegram, y podía pasar por un mensaje cualquiera de la riada que le llenaba la bandeja de entrada, salvo por un minúsculo detalle que a mí me pareció inmenso: no era un videomensaje cualquiera.
               Era un videomensaje de Alec.
              
 
 
-¡Sabrae!-ordenó mamá desde el piso de abajo-. ¡O bajas ya o te quedas sin comer! ¡Y eso incluye la tarta! ¡Tú misma!
               Rodé en la cama una vez más, notando un extraño dolor que no me esperaba sentir hasta dentro de un año (sí, me atrevía a hablar de un año ahora), cuando Alec volviera a mí y estuviera sonriendo sin parar durante una semana seguida.
               Mi persona favorita en el mundo había contado una vez más con las circunstancias en que nos encontraríamos cuando se marchara y nos había hecho a Shasha y a mí el mejor regalo posible, y eso que yo ni siquiera estaba de cumpleaños. Cuando Shash me enseñó la pantalla de su móvil y vi el nombre de mi novio en él, por un momento pensé que la retaca de mi hermana me estaba tomando el pelo, que se había conchabado con sus amigas y le había pedido a alguna que le enviara un mensaje con la foto de Alec en el perfil para engañarme.
               Luego había visto que no era así, y me había permitido albergar esperanzas. En la pantalla de la conversación de Shasha y Alec, justo al final de un fluido intercambio de memes y mensajes preguntando por mí cuando se me acababa la batería del teléfono o estaba demasiado distraída comiéndome a besos a mi chico como para estar localizable, había aparecido una nueva burbuja que yo conocía muy bien. Me había acostumbrado a mirar la burbuja del día nada más despertarme, y estaba convencida de que si un día faltaba esa burbuja, el día quedaría automáticamente cancelado y el disco luminoso que hubiera en el cielo esa mañana y tarde no tendría derecho a que lo llamara sol.
               Creo que por eso también me había negado a dormirme. Ya que no iba a tener un videomensaje de Alec enseñándome el amanecer de turno y dándome los buenos días, ¿qué sentido tenía despertarme?
                Alec le hablaba directamente a Shasha desde la pantalla de su teléfono, sonriendo y tirándose pétalos de flores por encima a modo de confeti. No esperé a que Shasha tocara su cara; si no lo había hecho antes, había perdido su oportunidad, por mucho que ése fuera su móvil. Así que la toqué yo, y la reproducción se reinició.
               -¡Felicidades, piojo!-gritó Alec, tirando las flores que yo reconocí como las que me había puesto en el pelo durante nuestra estancia en Mykonos. Las paredes blancas delataron también su ubicación, y me pregunté dónde estaría yo. Quizá en el baño, acicalándome para una noche genial o borrando las huellas de un día increíble justo antes de irme a dormir. Alec miró por encima del hombro, hacia su espalda, en dirección a las escaleras-. Mira, no tengo mucho tiempo para felicitarte como te mereces, Shash, sobre todo porque si tardo mucho le chafaré la sorpresa a Saab, pero… me gustaría que supieras que me habría encantado estar ahí, comiéndome esa tarta tan deliciosa que me prometiste de tres chocolates. Ñam-se relamió y sonrió, y a mí se me revolvió el estómago pensando en cómo le brillaba la mirada, lo feliz que estaba, lo guapo que era-. Disfruta mucho de tu día, ¿vale? Ya desfasaremos como está mandado el año que viene. A ver si Blackpink aguantan sin separarse-cruzó los dedos y los levantó en el aire-. Te quiero un montón, piojo. ¡Que pases un día genial! Ah, y otra cosa-se acercó el teléfono a la cara-. Que no te la cuele tu hermana. Tu regalo se me ocurrió a mí.
               -Qué mentiroso-me habría gustado decirle, ya que el regalo de Shasha lo habíamos pensado entre los dos. Vale, después de mucho pensarlo, había sido él quien había mencionado lo que al final le habíamos terminado comprando, pero si yo no lo había dicho antes había sido por prudencia: era algo bastante caro y sabía que estaba achuchado de dinero, aunque no lo bastante para poner su tarjeta de crédito como método de pago cuando hicimos el pedido.
               Pero no podía decir nada malo de él, ni remotamente siquiera. No cuando no había rechistado al ver el precio del regalo de Shasha, y no cuando se había tomado la molestia de dedicarle un minuto de nuestro viaje en Mykonos sólo para hacer aquel día más especial. Así Shasha tendría la certeza de que ella también era importante para él y él realmente lamentaba haberla dejado sola.
               Shasha se quedó mirando a Alec volver a moverse en silencio, reproduciendo en bucle una y otra vez su monólogo exprés. Luego, por fin, levantó la vista y puso los ojos en mí, procesando lo que había hecho. Lo que había dicho.
               No tengo mucho tiempo, porque si no le chafaré la sorpresa a tu hermana.
               Le chafaré la sorpresa a tu hermana.
               La sorpresa a tu hermana.
               Estábamos bastante seguras de que no se refería a Duna.
               Nos miramos un instante y yo eché a correr hacia mi habitación. Tenía el móvil boca abajo debajo de las mantas, donde lo había arrojado después de decidir que no quería ni acordarme de que estaba conectada con todo el mundo excepto con la única persona con la que yo siempre tenía ganas de hablar. Lo recogí a toda velocidad, como si alguien fuera a quitármelo, y entonces toqué la pantalla. Vi un montón de notificaciones, tanto de aplicaciones que no me interesaban como de personas que sólo me escribían por el interés, preguntándome qué iba a pasar con mi soltería ahora que mi novio estaba en otro continente (pues que me comportaría como una viuda desconsolada, eso iba a pasar, y Alec no podía impedírmelo más que volviendo y despojándome de mi viudedad), así como de mis amigas, que habían mantenido una conversación interesantísima que a mí me daba absolutamente igual. Ya me disculparía con ellas más tarde, cuando estuviera de humor para volver a ser sociable.
                Ignorando todos los mensajes pendientes, las llamadas de atención y las súplicas para que hiciera alguna compra, desbloqueé mi teléfono y entré en Telegram con el corazón en un puño.
               Casi me echo a llorar al verlo. Un pequeño uno al lado de la conversación que tenía fijada en la parte más alta de la zona de los chats.
               Al
               ●Videomensaje.
               Me deshice por dentro durante el nanosegundo que mi teléfono tardó en procesar el toque que di sobre su nombre y entró en la conversación. Se me aceleró el corazón mientras se me descargaba el contenido del vídeo corto.
               Pero yo ya sabía lo que era.
               Y había sido una estúpida por no haber querido mirar el teléfono por la mañana. Por supuesto que él me dejaría algo como eso preparado. No iba a dejar que me sumiera en una noche de trescientos sesenta y tres días sin luchar.
               Se me secó la boca al verlo de nuevo, y por un momento disocié: lo vi todo desde fuera, como si estuviera viendo una película con mi vida y no sintiendo todo lo que me pasaba. Iba a ver algo nuevo de Alec a pesar de que él estaba a medio mundo de distancia.
               Era surrealista. Y parecía mentira. Sería mentira si se trataba de cualquier otra persona salvo de él.
               Preguntándome cómo había sido tan tonta como para dejar que se marchara, toqué su cara para escuchar de nuevo su voz. Y se me hizo un nudo en la garganta al permitirme por primera vez tener esperanza de que todo fuera así a partir de ahora. Puede que no lo tuviera conmigo cuando me acostara, pero sí lo tendría junto a mí en cada amanecer.
               Y lo conocía lo suficiente como para saber que, por mucho que le diera igual todo en sus estudios, se había esmerado en mirar cada hora de cada amanecer de esos trescientos sesenta y cuatro días que estaríamos separados para hacer que concordara con el real.
               -Buenos días, bombón-sonrió, frotándose la cara después de escalar por su claraboya. Tenía el pecho desnudo, y a juzgar por su falta de cicatrices, me había grabado este mensaje antes de tener el accidente. Dios mío, cuantísimo lo quería. ¿Cuándo había empezado a hacer eso? Apoyó el brazo sobre el tejado de su casa y, con los ojos entrecerrados porque le molestaba la luz, me dedicó una sonrisa-. Primer día separados. Y yo ya te echo de menos tanto que ya estoy mirando la forma de volver-suspiró con dramatismo y puso los ojos en blanco-, en fin. Para que luego hablen de que nuestra generación es de las más altruistas que ha conocido el planeta. Mira qué amanecer-dijo, girándose para enseñarme el sol asomando tímidamente por entre las nubes-, y sin embargo en lo único lo que voy a poder pensar es en lo gilipollas que he sido de irme a otro país sin llevarte escondida en la maleta. Pero bueno-suspiró de nuevo-. Tu novio es imbécil. Es lo que hay.
               Qué audacia. Había grabado ese vídeo antes de que yo aceptara oficialmente salir con él.
               Qué listo era el cabrón.
               -Menos mal que está buenísimo y folla que te cagas-me guiñó el ojo y se mordió el labio mientras me dedicaba su mejor sonrisa de Fuckboy®-. Espero que no eches eso demasiado de menos; no me gustaría volver y ver que tienes el brazo escayolado de tanto hacerte dedos recordándome.
               -Tápate los oídos, Shasha-dije.
               -Os he escuchado follar. No va a decirte nada peor de lo que te dice mientras lo hacéis.
               -¡Te dije que te pusieras cascos cuando nos escucharas!
               -¡Gritas muy alto y en mis series hay bastantes silencios!
               -Espero que hayas pasado buena noche. No me eches demasiado de menos, bombón; la culpa de que estemos separados es mía, así que el que más tiene que sufrir soy yo. Nos vemos en una jodida eternidad-hizo una mueca y yo sonreí, y cuando se puso serio, me puse seria yo también-. Te quiero muchísimo. Podemos con esto. Te lo prometo. Te quiero, te quiero, te quiero. Y me apeteces-sonrió-. Hoy y siempre. Hasta mañana, bombón.
               Me tiró un beso y el vídeo empezó a reproducirse desde el inicio, en silencio. Me quedé mirando la hora: faltaban apenas un par de horas para el amanecer, y pronto tendría un nuevo videomensaje. Hasta mañana, bombón.
               Hasta mañana, sol.
               Sin pensármelo dos veces, porque era lo natural, toqué el icono del videomensaje y empecé a grabarnos a Shasha y a mí. Puede que no tuviera nada que contarle a un diario, pero sí tenía muchas cosas que contarle a él. Por cada videomensaje que él me enviara con un amanecer, yo le enviaría uno de cada atardecer, y así tendríamos el año cubierto.
               -Hola, sol-sonreí.
               -¡Hola, Al!
               -Muchísimas gracias por el mensaje para Shash. Y por el videomensaje del amanecer. Ha sido genial. No te imaginas lo que te echamos de menos.
               -Muchísimo-asintió Shasha.
               -No he dormido nada porque no quería que el último día que habíamos pasado juntos se acabara, y mira: estaba tan empeñada en aferrarme a eso que no me he dado cuenta hasta ahora de que si no dejo que los días pasen, no llegará nunca el día que nos reencontremos. Qué guay es tenerte, en serio-sonreí, apoyándome en la cama y acodándome en el colchón, la mejilla apoyada en la mano. Me encantaba la pinta que tenía en la burbuja del videomensaje-. Tengo tanta suerte que he conseguido que el único chico capaz de programar videomensajes de amaneceres para que su novia no lo eche de menos se enamore de mí. Me lo he montado muy bien, ¿verdad?-le guiñé el ojo-. No sabes las ganas que tengo de que vuelvas. Ojalá pudieras escaparte algún día. O…-sonreí con maldad, una idea naciendo en mi interior-. Puede que yo te haga una visitilla. ¿Qué tal pinta el cinco de marzo? He oído que es un día bastante importante. Nos vemos, sol. Te quiero. Medio mundo no es nada.
               -¡Medio mundo no es nada!-repitió Shasha, sacando la lengua-. ¡Y gracias por el videomensaje! Me comeré el trozo más grande de tarta en tu honor.
               Me eché a reír y deslicé el dedo por la pantalla para dejar que se enviara. Y, cuando se cargó y lo vi allí, justo debajo del de Alec, descubrí que un sentimiento nuevo germinaba en mi interior como el más hermoso de los brotes. Esperanza. Esperanza brillante.
               A partir de entonces, decidí, me iría a la cama con ganas de que llegara el siguiente día, cambiando la mentalidad de que me alejaba del tiempo que Alec y yo habíamos pasado juntos mientras nos despedíamos a acercarme a esa breve eternidad que viviríamos juntos una vez que él regresara. Tenía buenos alicientes con los que estar animada.
               Claro que también me hacían soñar despierta demasiado, y se me iba el santo al cielo.
               -¡Sabrae!-ordenó mamá.
               -¡Voy!-dije, recordándome que era el cumpleaños de Shasha y que, por mucho que Alec estuviera guapísimo retozando en la cama con el pelo revuelto y la voz ronca mientras le bañaba la luz de un nuevo día, tenía gente que también me necesitaba, y que lo hacía con más urgencia que mi increíble novio, que se había ocupado de que no me sintiera sola desde meses antes de irse lejos de mí.
               Con la imagen del nuevo videomensaje de Alec en la cabeza, me puse unos shorts sueltos de deporte de color melocotón, me anudé una de las camisetas de boxear de Alec en la cintura, y bajé a ver a las amigas de mi hermana.
               Mientras bajaba las escaleras, la imagen de Alec retozando en la cama y sonriéndole con somnolencia a la cámara entre las sábanas consiguió que invocara una sonrisa para las amigas de Shash.
               -Buenos días-canturreó mi novio en el pasado, tanto en el de esta mañana como en el de hacía unos meses. Todavía no había ni rastro de sus cicatrices, así que no tenía ninguna referencia de cuándo había grabado esos vídeos. Se pasó una mano por el pelo y suspiró-. Día dos de nuestra separación. Qué mierda-gruñó, mordiéndose el labio-. Dime, ¿he vuelto ya, o sigo siendo un gilipollas que cree de verdad que lo va a conseguir?-se rió, y yo había sonreído tanto que creí que se me romperían los labios-. Espero que hayas pasado una buena noche y que no me eches demasiado de menos. Ya lo haré yo por los dos—me guiñó un ojo-. Disfruta de este amanecer. Ya queda uno menos para vernos. Me apeteces un montón, Saab. Nos vemos mañana.
               -Nos vemos mañana-había respondido yo nada más verlo, como si no fuera a ver de nuevo el vídeo nada más acabarse éste. Y luego otra, y otra vez. Había decidido enviármelos a una conversación conmigo misma para tenerlos todos juntos y que los míos no me molestaran, y me había pasado la hora desde que recibí el mensaje hasta que finalmente me dormí de nuevo de puro cansancio reproduciéndolos una y otra vez. No me importaría presumir de sabérmelos de memoria cuando él volviera a casa, fuera dentro de una semana, como parecía a punto de prometerme, o bien dentro de trescientos sesenta y dos días.
               Después de recibir el mensaje de Alec, Shasha había decidido que quería aprovechar el tiempo con sus amigas y no esperar a que fueran las cinco para quedar con ellas. Después de un mensaje medio histérico pidiéndoles perdón mil veces para cambiar los planes y de mirar a mamá con ojos de corderito degollado para que la perdonara también por el caos organizativo que supondría incluir al doble de personas en la comida, había corrido al baño para prepararse antes de tiempo mientras yo dormía. Y ahora las cuatro niñas estaban allí, en el vestíbulo de casa, observando a Scott tirado en el sofá con un pie en el suelo y otro sobre los cojines, Tommy tumbado en el otro sofá con los pies por fuera mientras esperaban a que Shasha hiciera acto de presencia, como si fueran dos ciervos de pelo blanco y astas plateadas.
               Scott y Tommy ya habían sacado de manera oficial Just Can’t Let Her Go, y la canción lo había petado en todos los sentidos. Llevaba encabezando las listas de descargas, reproducciones y compras digitales desde la semana pasada, cuando la habían lanzado oficialmente justo después de que terminara el concierto de Wembley, y se esperaba que batiera todos los récords de visualizaciones en las primeras horas de emisión de su videoclip. Eran, básicamente, idols occidentales. Y a las amigas de Shasha les había encantado la canción que habían escuchado en directo a la vez que el resto del mundo.
               Supongo que para mí no tenían nada de glamuroso porque los había visto incluso vomitando después de una borrachera, pero cuando te pierdes las escenas más domésticas de las celebridades es fácil que te ciegue todo su glamour. Y Scott y Tommy habían nacido desprendiéndolo, pero el éxito en que ahora se envolvían era arrollador.
               -¡Hola, chicas!-saludé con entusiasmo al verlas, y Kirvi fue la primera que puso los ojos en mí, parpadeando lejos de sí el aura de misticismo que rodeaba a Scott y Tommy. Sonrió.
               -Hola, Saab. Qué guapa-señaló la camiseta que llevaba puesta, con la portada de Evolve de Imagine Dragons sobre el fondo blanco de la camiseta. Creo que sabía que era de Alec. Y creo que por eso precisamente me lo decía.
               Eran buenas niñas. Les gustaba que estuviera con ellas cuando hacían sus noches temáticas de Asia, y nunca se quejaban cuando yo me dormía durante alguna serie o no prestaba atención en alguna de las películas que se empeñaban en ver con subtítulos. Sabían, como yo sabía lo importantes que eran ellas, lo esencial que yo era para la felicidad de Shasha. Y jamás me habían excluido de alguno de los planes que hacían cuando estaban en mi casa.
               -Gracias, Kirvi, bonita. Siento haberos hecho esperar, estaba…-sonreí, pensando en lo que tenía en el piso de arriba. Había decidido que quería estar presente durante la comida, y la única manera que tenía de hacerlo era alejándome del móvil. De lo contrario, terminaría poniendo en bucle el vídeo de Alec antes incluso de que nos termináramos los entrantes.
               -¿Pensando en tu novio?-preguntó con intención Chanel, su melena castaño oscuro ondeando cuando se echó a reír con intención. Ella era la Kendra del grupo, así que no me extrañaba para nada que me saliera con esas.
               -Siempre-dije, alzando un hombro y abriendo las manos, como diciendo “¿qué le voy a hacer?”-. Ahora os hace gracia-dije cuando se rieron-, pero algún día os enamoraréis y me entenderéis.
               -Qué ganas tengo-sonrió Emma, los ojos brillantes por la emoción mientras juntaba las manos frente a sí, como si rezara a un dios al que sólo le bastaba con ese simple gesto.
               -Algunas no tienen ganas ya-dijo Chanel con retintín justo cuando Shasha hacía acto de presencia, abriendo la puerta de la cocina e indicándoles que pasaran al comedor. Mi hermana levantó la cabeza con altivez.
               -No tengo ni idea de lo que me hablas. Venga, pasad a comer. Mamá os ha preparado una sorpresa.
               Cuando pasamos al comedor, nos encontramos con que mamá y papá habían pedido comida asiática: no sólo sushi, sino también comida china, coreana e india. Kirvi sonrió al ver pollo tikka masala en cuencos con dibujos muy elaborados en el centro de la mesa. Las niñas se sentaron alrededor de la mesa, rodeando a Shasha, a la que colocaron una diadema con orejas de oso panda y una corona con una inscripción en chino que, supuse, decía “cumpleañera”, a juzgar por cómo Shasha se puso como loca a hacerse fotos con ella. Zareen partió los palillos que Duna había colocado diligentemente en el centro de los platos, completamente perpendiculares, y se los fue pasando a sus amigas. Siempre era ella la encargada de ese pequeño ritual, que decía que era una señal de cariño hacia las personas a las que se lo hacías, como simbolizando que no querías que tuvieran que pasar ninguna dificultad en la vida, en lo que se incluía el separar los palillos. Sonreí cuando me entregó un par separado a mí también y, en cuanto papá y mamá se sentaron, empezamos a comer.
               La mesa se llenó de un alboroto que me resultó muy familia y que supe que también echaría terriblemente de menos cuando no tuviera sustitutos: así sonaba el comedor cuando Scott invitaba a Eleanor a comer, Tommy se traía a Diana o Layla o a las dos juntas, y yo le decía a Alec que viniera. La casa estaba llena de gente otra vez; en realidad, sólo faltaba una persona, pero esa persona conformaba una parte tan grande de la casa y del sentimiento de hogar que yo sentía en esas cuatro paredes que, ahora, el lugar en el que había crecido se me parecía más a un hotel. Estaba bien para estar de caso, pero le faltaba ese alma que hacía que pensaras en ella como un hogar.
               Me metí un trozo de gamba de los cuencos con comida india que mamá y papá habían cogido para comer y me puse a pensar en cómo sería el silencio de la casa cuando Scott y Tommy también se fueran, y en lo viable de pedirles a las amigas de Shasha y a las mías que se mudaran con nosotros para así disimular el silencio.
                Disfruté lo que no me esperaba al ver el trajín de manos pasando de un lado a otro a la caza de comida, intercambiando panes y salsas, acercando piezas de sushi y sobrecitos con especias. Duna estaba en su salsa, siendo la reina de la fiesta, con las atenciones constantes de Emma por un lado y las bromas interminables de Chanel por otro. Casi parecía que no echaba de menos a Alec, si no fuera por la manera en que miraba de vez en cuando hacia los chicos, como esperando que se levantaran y fueran a abrirle la puerta a mi novio, que haría su aparición estelar por sorpresa.
               Si no le hubiera visto con mis propios ojos en el aeropuerto de Addis Abeba, yo misma también creería que Alec era perfectamente capaz de plantarse en el cumpleaños de Shasha. Se le daba de cine prepararse unas coartadas con las que sorprender al mundo.
               Es más… una parte de mí no era capaz de descartar del todo que él no fuera a aparecer.
               Para cuando terminamos la comida, yo me lo estaba pasando mejor de lo que me esperaba dado mi pésimo estado de ánimo las últimas cuarenta y ocho horas. Incluso había sido capaz de disfrutar y de reírme de manera genuina ante las chorradas que decía Tommy, al que probablemente Alec le habría hecho prometer que no dejaría que yo me sumiera en una profunda depresión. Lo cierto es que estaba haciendo un buen trabajo.
               -Gracias por la comida, Sher-sonrió Zareen-. Todo estaba riquísimo.
               -Me alegro de que os gustara, chicas. Lo encargamos a vuestros restaurantes preferidos.
               -Los restaurantes de la graduación-bromeó Shasha, meneando las cejas de forma seductora. Se habían prometido que, cuando terminaran el instituto, se invitarían las unas a las otras a sus restaurantes asiáticos preferidos, que se ocuparían de que no cerraran hasta que llegara el feliz evento. Cuando les había comentado sus planes a mis amigas, Taïssa, jugueteando con las trenzas de color azul eléctrico que llevaba en aquella ocasión, respondió:
               -Nosotras somos mayores que ellas, así que deberíamos ir a un spa.
               -Suena guay-había dicho Kendra.
               -Suena genial-corrigió Momo.
               -Tenemos plan-había sentenciado yo, dándome la vuelta en la toalla de la piscina a la que habíamos ido a fingir que éramos unas actrices de Hollywood en ciernes.
               -¿Os dejamos las sobras para por la noche o preferís pizza?-preguntó papá, levantándose y empezando a recoger.
               -¿No pueden ser las dos cosas, porfa plis?-preguntó Kirvi, poniéndole ojitos a papá, que se echó a reír y asintió con la cabeza.
               -Me lo imaginaba. Voy por la tarta.
               -¡Genial! ¡La tarta!-las niñas se pusieron a aplaudir, y Emma plantó con determinación una bolsa de papel de colores encima de la mesa, en el hueco que había dejado vacío su plato, y la empujó hacia Shasha.
               -¡No! Primero va la tarta y luego los regalos.
                -De eso nada, ¡primero los regalos, mientras tu padre trae la tarta!
               -¿De qué es la tarta, Sher?-preguntó Kirvi.
               -Tres chocolates-dijo mamá.
               -Ñam-se relamió la niña.
               -Con adornos de praliné.
               -¡Súper ñam!
               -¡Es mi cumpleaños y haremos lo que yo diga!-protestó la pequeña tirana de Shasha. Y ahí quedó zanjado el asunto. Me pregunté por qué quiso cambiar el orden de lo que había sido siempre la organización de su cumpleaños, hasta que, después de cantarle el cumpleaños feliz y soplar las velas, se levantó, cogió el cuchillo y se puso a cortar el pedazo más grande de la historia de los pedazos grandes para…
               … pasarlo a un táper.
               Se hizo el silencio en la mesa. Scott sonrió, se tapó la sonrisa con la mano, apoyó el codo en la mesa y se giró para mirar a Tommy, que estaba luchando también por no reírse. Shasha los ignoró deliberadamente mientras colocaba con cuidado el trozo de tarta en un envoltorio en el que cabía muy, pero que muy justo. Mamá y papá intercambiaron una mirada cómplice, mucho más discretos que Scott y Tommy. Duna y yo éramos las únicas que no entendíamos lo que pasaba.
               Suerte que las amigas de Shasha no iban a dejar que se quedara tan pichi.
               -Amira-corearon a la vez. Habían escuchado a Alec llamarme por mi segundo nombre una sola vez y ya habían decidido que aquella era la forma más chula de llamarse las unas a las otras, sobre todo cuando querían atraer su atención. Shasha sólo emitió un “mm” distraído, como si la cosa no fuera con ella-. ¿Para quién es ese trozo?-preguntó Kirvi, inclinándose hacia delante y alzando la ceja. Shasha levantó la vista y se chupó los dedos, que se había manchado con chocolate.
               -Para Josh. Obviamente.
               Para Josh.
               Obviamente.
               Duna abrió muchísimo los ojos y esbozó una sonrisa amplísima al darse cuenta de lo que estaba pasando, y se la tapó con ambas manos al minuto siguiente.
               Yo estaba demasiado ocupada flipando como para reaccionar siquiera. Maldito Alec. ¿Él sabía esto? ¡Y se había dejado el puto teléfono en casa para que yo no pudiera freírlo a mensajes ordenándole que me respondiera!
               Kirvi, Chanel, Emma y Zareen se miraron entre ellas con sonrisas malignas en los labios, y luego levantaron las manos y empezaron a corear:
               -¡Shasha y Josh, sentados bajo un árbol, dándose be e ese i te o ese! ¡Shasha y Josh, que están enamorados!
               -¡A MÍ NO ME GUSTA JOSH!-chilló Shasha-. ¡Soy generosa y educada, eso es todo!
               -¿Generosa ?-dijo Scott-. ¿Te acuerdas de aquella vez que te comí un lacasito y tú me diste un mordisco como venganza?
               -No-dijo Shasha, muy digna.
               -Pues yo sí. Y todos los editores de este país también. Me tienen que borrar la cicatriz con Photoshop.
               -Lástima que no hayan podido arreglarte la cara-sonrió Shasha, cortando un trozo de tarta y colocándoselo a mamá en el plato.
               Dimos buen cuenta de la tarta mientras le tomábamos el pelo a una Shasha que se fingía estoica y por encima de nuestras burlas, pero que de vez en cuando echaba un vistazo en dirección a la nevera, como asegurándose de que no había criado patas y se había escapado corriendo con el pedazo de tarta que le había guardado a Josh. Ignoró deliberadamente cada una de nuestras bromas y no entró al trapo como la princesa que era, pero su fachada de “estoy por encima de todo lo que podáis hacer o decir de mí” se fracturó completamente cuando, por fin, le llegó el turno de abrir los regalos. Subí corriendo a la habitación a recoger la caja que guardaba debajo de mi cama para no perderme detalle de lo que pasaba, y Scott hizo lo mismo en la suya.
               Reunidos todos abajo, Shasha procedió entonces a abrir los regalos. El primero de ellos fue un pequeño collar de cuentas de colores que le había hecho Duna y en el que estaba escrito su nombre. Shasha sonrió, le pidió que se lo pusiera y se subió a Duna a su regazo para seguir abriendo sus regalos. Les tocó el turno a sus amigas, que le acercaron de nuevo una bolsa de la que Shasha extrajo un paquete cerrado con un lazo rojo. Deshizo el nudo del lazo y abrió con cuidado la caja, en la que había un pañuelo  azul con bordados dorados que me recordó a la Mezquita Azul. Debajo del pañuelo, que Shasha se puso al cuello como una diva, le regalaron un libro sobre historia de Corea que llevaba meses mirando con deseo por Internet. Lo único que había impedido que Alec y yo cogiéramos ese libro era que Kirvi me había avisado de que ya lo tenían encargado en una librería del centro.
               Shasha sonrió, se levantó y abrazó una a una a sus amigas, asegurando que le encantaban sus regalos y que le hacían mucha ilusión. Luego le tocó el turno a Scott y Tommy, que le habían cogido una de las primeras ediciones de las sudaderas de Blackpink y uno de los palitos luminosos de sus primeros tours, con dos corazones a cada lado y que emitían luz rosada si accionabas un botón. En el interior de la sudadera había unos pendientes con una estrella y una luna, respectivamente, que se colocó en las orejas apenas los abrió.
               Luego miró a papá y mamá, pero estos me señalaron, y yo empujé el regalo hacia mi hermana.
               -De parte de Alec y mía. Y que sepas que fui yo quien lo eligió-añadí, arqueando las cejas. Shasha se rió, recogió la caja, emitió un jadeo cuando vio lo mucho que pesaba, y rasgó con violencia el papel de regalo. Gritó tan fuerte que di un brinco en la silla al ver el exterior del paquete: se trataba de un teclado inalámbrico que imitaba las máquinas de escribir antiguas, pero de color blanco y bordes rosas con luces led azules que se encendían y ondeaban cuando tocabas las teclas de nácar.
               -Parece el teclado de una peli de Barbie-dijo Alec cuando habíamos abierto el paquete al recibirlo y lo habíamos probado para comprobar que estaba todo en orden. Yo le había mirado con una ceja alzada-. Piénsalo. ¿Cómo lo describirían si apareciera en un libro? Como un aparato mágico con teclas de marfil y algodón de azúcar cuya retro iluminación celeste y ondeante con cada pulsación de los discos nacarados que la conforman reforzada la sensación de fantasía de Pegaso. O algo así.
               Me lo había quedado mirando, alucinada.
               -Y yo que creía que aficionarte a la lectura sólo te iba a hacer bien.
               Shasha abrió la boca, alucinada, cuando sacó el teclado de la caja y se puso a teclear en él. Justo en la parte donde en una máquina de escribir de verdad iba el papel Alec había colocado un sobrecito que se apresuró a abrir.  Deslizó el dedo debajo de la solapa, extrajo la tarjetita que mi novio había escrito delante de mí, y sonrió al leerla.
               Disfruta de tus sesiones de delincuencia cibernética siendo la hacker más kawaii de todo Internet. Besos, tu cuñado (por parte de Sabrae. Tommy NO ha participado en este regalo).
               -Me encanta. Me encanta. ¡Me súper encanta, Saab!-gimoteó, lanzándose a mis brazos y estrechándome con fuerza-. Muchas gracias-gimoteó en mi espalda-. Ojalá Al estuviera aquí para que pudiera ver lo mucho que me encanta.
               -Ojalá-asentí yo, acariciándole el pelo y dándole un beso en la mejilla, que ella me devolvió con lágrimas en los ojos. Apartó con cuidado el teclado a un lado y se quedó mirando el sobre que mamá dejó delante de ella, sobre la mesa. Se los quedó mirando, como decidiendo si estaban de broma o no, y entonces, lentamente, estiró una mano temblorosísima.
               Sabía lo que era, a pesar de que le daba miedo hacerse ilusiones y luego llevarse un chasco. Pero se trataba de papá y mamá. No podía llevarse un chasco con ellos.
               Abrió el sobre de cartulina con una felicitación de cumpleaños y sacó el contenido de su interior: dos cartulinas un poco más finas con un logo en negro sobre fondo rosa. El logo no era otra cosa que una única palabra compuesta, a su vez, por dos.
               BLACKPINK
               Y más abajo:
               WORLD TOUR 2037 –LONDON O2 ARENA
               IN YOUR AREA TICKET
               Shasha se echó a llorar y se lanzó a los brazos de nuestros padres, que se rieron y le devolvieron el abrazo, dándole besos en la cabeza y tomándole el pelo con la poca fe que tenía en ellos si de verdad había creído que no le permitirían ir a ver a una de sus bandas favoritas en un concierto que iban a hacer en su ciudad. No sólo le permitirían ir, sino que le habían cogido una de las entradas con las que se garantizaba vista privilegiada, tan cerca del escenario que podría tocar a sus ídolos si quisiera.
               Shasha lloró y lloró en brazos de nuestros padres, sintiéndose avergonzada por haber pensado tan mal de ellos y por no haberse dado cuenta antes de que todo era una estrategia para hacer su cumpleaños más especial… y, en el fondo, agradecida de que hubieran aguantado tanto tiempo con su engaño para poder hacerle el regalo en el momento en que más ilusión le haría. No hay nada como ver que un sueño tuyo va a cumplirse justo cuando ya has perdido la esperanza, ni como ver una estrella fugaz surcando el cielo en una víspera de Perseidas.
               Se limpió las lágrimas, les dio las gracias una y mil veces, y se giró para mirarme con una pregunta en los ojos.
               Si iría con ella. Necesitaba una acompañante mayor de dieciséis años para poder ir al concierto y yo, casualmente, ya habría cumplido los dieciséis años para aquel entonces.
               -Saab…-me preguntó con vergüenza. Sus amigas también iban a ese tour, y ahora tendríamos que movilizarnos todas para conseguir que tuvieran las mismas entradas y poder disfrutar del evento juntas. Pero lo conseguiríamos. Sabía que sí.
               Asentí con la cabeza, porque no necesité que me dijera más. Abrí los brazos y Shasha se coló en su interior, rodeándome la cintura de un modo que me resultó muy familiar y curativo; como era más alta que yo, me abrazaba de una forma muy similar a como lo hacía otra persona a la que yo ya echaba muchísimo de menos, y de la que tendría trocitos de él todos los amaneceres durante trescientos sesenta y dos días.
               Cuando nos separamos, Shasha se reunió entonces con sus amigas, que se pusieron a chillar y dar brincos celebrando que iban a ver a Blackpink, iban a ver a Blackpink, iban a ver a Blackpink. Todos a su alrededor sonreímos al ver aquella escena tan entrañable, y yo no pude dejar de lamentar una vez más que Alec no estuviera allí para presenciarla.
               Le habría encantado ver a Shasha tan ilusionada, comportándose como una niña de trece años que está saliendo poco a poco del cascarón. Sobre todo porque él había sido de las personas que más habían conseguido sacarla de ese cascarón.
               Se quedaron celebrando su cumpleaños en el salón mientras yo colaboraba para recoger la mesa, ya que aquel era su día y queríamos que disfrutara de las chicas. Cuando por fin terminé, anuncié que iba a cambiarme de ropa para ir a visitar a Josh; ayer había ido por los pelos a verlo, y no podía permitir que las promesas de Alec pendieran de un hilo.
               Con lo que no contaba era con que Shasha les preguntaría a mis amigas si les importaba que fueran conmigo. Tenía pensado utilizar el trayecto en transporte público para escuchar música triste y volver a mi estado de ánimo hundido en el que todo se me hacía un mundo, recordando que había hecho ese mismo trayecto tantas veces que podría hacerlo con los ojos cerrados, todo para ver a una persona que ya no estaba siquiera en el país, así que el pequeño faro de esperanza que iba a ser la compañía de mi hermana y sus amigas iluminó mi camino y me hizo ver que, quizá, pudiera seguir reuniendo fuerzas para continuar luchando contra las lágrimas.
               El trayecto en bus y metro no me cundió nada, y cuando me quise dar cuenta estaba cruzando las puertas principales del hospital con un vestido vaporoso blanco y una bolsa de rafia ocre en la que llevaba el pedazo de tarta que Shasha le había guardado a Josh. Como hacían demasiado alboroto, les pedí a las chicas que esperaran en el vestíbulo principal, a lo que accedieron a regañadientes, supongo que porque les generaba mucha curiosidad Josh, pero no querían enfadar a Shasha, que les lanzó una mirada envenenada cuando se pusieron un poco pesadas con el tema de ir a visitarlo. Finalmente, se quedaron abajo y yo subí con mi hermana en el ascensor. La miré.
               -¿Tanta necesidad tienes de que te felicite cuanta más gente mejor, que eres incapaz de resistirte incluso a visitar a un niño enfermo para obligarlo?
               -Sólo me aseguro de que la tarta llega en buen estado a su destinatario. Nada me garantiza que no te la vas a comer en el trayecto del ascensor.
               -Me subestimas, hermana. Podría comérmela antes incluso de que se cerraran las puertas del ascensor.
               Shasha se echó a reír, pero cambió el peso del cuerpo de un pie a otro cuando las puertas del ascensor se abrieron en la planta que ahora le pertenecía sólo a Josh. Pasó delante de mí, como si no se aguantara el nerviosismo, y atravesó el pasillo en dirección a la habitación.
               Esperaba que se detuviera con vacilación en la puerta, que me mirara en busca de que la reconfortara. En su lugar, ni siquiera llamó a la puerta, toda seguridad y confianza en sí misma. Josh estaba jugando a la consola, erguido ahora en su cama, y levantó la vista cuando nos vio llegar. Sonrió con maldad, y me alivió comprobar que parecía mejor de lo que estaba ayer. Creí que se saludarían o que se dedicarían comentarios mordaces. Nada más lejos de la realidad.
               -Feliz cumpleaños-dijo nada más ver a Shasha, y yo ya me quedé parada en el sitio. No recordaba haberle dicho a Josh nada de que hoy fuera el cumpleaños de Shasha.
               Shasha cogió mi bolso y lo dejó en la cama, sobre las piernas de Josh.
               -Te he traído tarta. Como dije que haría ayer.
               Josh arqueó una ceja, impresionado. Claro que no tanto como yo.
               -¿Viniste a verlo ayer?
               Shasha se apartó el pelo del hombro con dramatismo y chulería, sin romper el contacto visual con Josh, que estaba disfrutando de lo lindo midiéndola con la mirada.
               -Alec se comprometió con él y tú no estabas para venir a visitarlo, así que no quería que quedara mal y vine. Soy generosa y educada-repitió, mirándome por fin por encima del hombro, los brazos en jarras, el porte digno y orgulloso de una reina en sus facciones.
               Me había hecho gracia meterme con ellos con Alec, decirles que se gustaban y que harían buena pareja sólo para ver sus explosivas reacciones. Nunca, jamás, había creído que podría pasarles lo que nos había pasado a Alec y a mí.
               Claro que nunca había creído que Shasha sería capaz de darle el trozo más grande y mejor de tarta de cumpleaños a un niño al que decía no soportar.
               Tuve que luchar para contener mi sonrisa, ya que no quería averiguar si eran un equipo mientras recordaba lo último que me había dicho Alec sobre mi hermana y Josh, justo antes de darme ese último beso.
               A estos últimos los termino casando, te lo digo yo.
               El puto Alec Whitelaw.
               Siempre consiguiendo lo que quería.
                
 
Me costó un poco centrarme y darme cuenta de dónde estaba realmente. No por la cama estrecha y demasiado blanda, en cuyo colchón se notaban las ondulaciones propias de multitud de cuerpos dispares que se habían desplomado sobre él.
               No por la claridad que parecía manar de todas partes, como si me hubiera quedado dormido en el jardín a pesar de que allí no teníamos ninguna cama como la que ocupaba; si acaso, una hamaca, pero no una cama así.
               No por la falta de sábanas o por la ropa que llevaba puesta, demasiada para la época del año, en la que debería estar durmiendo en gayumbos.
               No.
               Me costó centrarme porque era la primera vez en dos meses que dormía solo. La ausencia del aroma que desprendía el cuerpo de Sabrae, a manzana y maracuyá, hizo que ni siquiera pudiera engañarme a mí mismo diciéndome que se había ido al baño y que ahora volvería.
               Levanté la cabeza y miré en derredor, tratando de encontrarle sentido a las paredes de madera, la mosquitera que cubría las ventanas, que a su vez ocupaban el tercio central de la habitación marrón. Todo allí era de madera, como si se hubiera construido por sus propios ocupantes, que no tenían presupuesto para apenas un armario, una mesa un par de sillas, y dos mesitas de noche pegadas a cada una de las camas, sobre las que había sendas lámparas como de escritorio que no tenían mucha razón de ser allí.
               Y los sonidos. El sonido de voces gritando en todos los idiomas habidos y por haber, del viento acariciando las copas de los árboles, de unos pájaros que no sonaban como sonaban en Londres.
               Me incorporé como un resorte. Dónde estoy. Dónde está Sabrae.
               Y entonces vi mi maleta en el suelo y lo recordé todo. Mi despedida en el hotel. Sabrae despertándose a mi lado antes que yo. Nuestra partida. Mi despedida de mis amigos, de mi familia. El vuelo entero a solas, llorando a moco tendido mientras las canciones de The Weeknd se sucedían en mi reproductor. El oasis de conexión que había tenido con ella durante mi escala en el aeropuerto de Addis Abeba. El chico de la fundación, Kebe, recogiéndome. Los militares en la entrada del campamento. Mbatha guiándome hasta mi cabaña, Luca increpándola por haberle jodido un polvo. Perséfone viniendo a por él.
               Hacía un día entero desde la última vez que había besado a Sabrae, y sin embargo en mis labios seguía teniendo el regusto dulce y prometedor de su boca, que sólo sabía darme el cielo y alejarme del infierno en que se podía convertir mi cabeza. Era raro estar allí, sin ella, sobre todo cuando acababa de poseerla en mis sueños, en esas playas paradisíacas de Mykonos en las que me había afianzado como hombre, y a ella le había descubierto el placer que podía suponer ser mujer.
               Me pasé una mano por el pelo y suspiré, analizando todo a mi alrededor con nuevo ojo crítico. Ahora que ya había descansado (todo lo que se podía descansar en una cama que ni siquiera tenía las sábanas puestas, quiero decir) podía centrarme más en lo que me rodeaba y en tratar de familiarizarme con el sitio.
               O no. Podía aferrarme a los pedacitos de Inglaterra que me había traído conmigo, sospechando lo que ahora se confirmaba: que iba a echar tanto de menos mi hogar que ni abriendo un portal interdimensional y saltando de un lado a otro como quien sale y entra del metro conseguiría resarcir el perjuicio causado.
               Sacudí la cabeza. No había venido aquí a aferrarme a pasado, y desde luego, Sabrae no me había convencido de que el voluntariado sería positivo para mí si lo único que me dedicaba a hacer era aferrarme a lo que había tenido antes de marcharme, cuando eso sólo me impediría construir lo que quería regalarle cuando regresara. Así que me puse en pie, me quité los playeros (porque ah, sí, había dormido incluso con playeros) y puse las sábanas en la cama. Las estiré hasta arriba, de forma que cubrieran la totalidad de la cama, y coloqué las maletas allí. Luca no me había dicho nada de cuál era mi parte del armario, y sospechaba que no me había hecho mucho sitio si estaba demasiado ocupado acostándose con tías antes de que yo llegara, pero ya me las apañaría.
               Primero deshice la bolsa de viaje que había llevado conmigo y de la que no quería ni de coña desprenderme. Había cosas demasiado importantes en ella como para arriesgarme a que algún colgado en Heathrow me mandara la maleta a Taiwán, así que la había custodiado como oro en paño. Saqué la cámara que los chicos me habían regalado por mi cumpleaños junto con el cargador solar, y tras comprobar que sólo había un enchufe libre en la habitación, y para colmo al otro extremo de donde se encontraban las camas (posiblemente para un ventilador, supuse), me di cuenta de que mis amigos habían sido unas leyendas de la organización teniendo en cuenta esas vicisitudes. Coloqué el cargador sobre la mesilla de noche, lo más pegado posible a la ventana, y dejé la cámara digital a su lado. Tomaría unas cuantas fotos antes de irme a cenar, decidí; Luca me había dicho que el primer día lo tenía libre, y me gustaría explorar un poco del campamento antes de juntarme con todos mis compañeros. No siempre tendría la libertad de deambular de un lado a otro mientras todos estaban ocupados, y menos aún cuando nadie me conociera y nadie quisiera acercarse a preguntarme qué hacía.
               Dejé el álbum de fotos que mis amigos habían recopilado en el cajón de la mesilla de noche, en el que había un folleto sobre el voluntariado que ni me molesté en sacar. Ya habían conseguido convencerme para que fuera, así que, ¿qué sentido tenía aquello allí? Lo siguiente fue la pasta de dientes, el desodorante y un poco de colonia (porque puede que me fuera a bañar en mi propio sudor durante ese año, pero no era ningún cerdo), que también se fueron al cajón, así como unos cuantos bolis y un paquete de folios que, como diría Mickey Mouse, era una herramienta sorpresa que nos ayudaría más adelante.
               Me había llevado celo y unas fotos de mis colegas, y si crees que lo primero que hice antes de abrir la vieja maleta fue pegarlas por la pared, es que me conoces de puta madre. Ya iba siendo hora.
               Repartí las fotos de mis amigos por al lado de mi cama, como Sabrae tenía las suyas, y dejé la que le había hecho a Sabrae en Mykonos, cuando la mariposa se había posado sobre su dedo, a la altura de mi cara en la esquina de mi cama. Quería que fuera lo último que viera al acostarme y lo primero que viera nada más despertar.
                Cuando me di por satisfecho, terminé de vaciar la maleta. Saqué la ropa y la fui colocando en el armario, donde Luca, contra todo pronóstico, ya se había ocupado de hacerme un hueco. Luego saqué la documentación que necesitaba, y la metí envuelta en unos gayumbos en lo más profundo de la mochila, junto con el iPod de Shasha y mi eBook. Se fue derechita debajo de mi cama y, entonces, abrí la maleta.
               Empecé a sacar la ropa, en la que se notaba mucho cuál había sido  guardada por mí y cuál por Sabrae, y la fui apilando en montones en la cama. Así me llevaría menos tiempo deshacerla, me dije.
               También me llevó menos tiempo encontrarme con las fotos. Estaba levantando una  camiseta de manga tres cuartos, que utilizaría previsiblemente en invierno, cuando me di cuenta de que había algo de cartón en su interior. Había usado aquella camiseta algunas veces por casa, así que no podía ser el típico cartón que mantenía su forma en las tiendas. La estiré delante de mí para que lo que había dentro de ella se cayera, y me encontré con una foto de Sabrae y mía haciendo el tonto una noche en el parque de atracciones, ella con el pelo en un semirrecogido en la cabeza y con maquillaje de cristales pegado a los ojos.
               La forma en que yo la miraba mientras ella se reía…
               Serás gilipollas.
               Ni siquiera sabía cómo había hecho para marcharme. Me senté en la cama, acariciando la sonrisa de Sabrae, y entendí en ese momento por qué ella había insistido tanto en ayudarme a hacer las maletas: sólo así podría colar retazos de nuestra relación en un futuro en el que estaríamos separados, garantizándonos ese futuro por el que los dos lucharíamos con uñas y dientes.
               Sabía que aquella no era la única foto que me había colado en la maleta. Algo dentro de mí me lo decía, como un susurro en mi pecho que me indicaba el camino hacia ella cada vez que quedábamos en un sitio abarrotado de gente. E, igual que siempre la encontraba cuando nos citábamos, también encontré todo lo que me dejó. Empecé a revolver como loco en la maleta, obviando que eso me haría trabajar el doble al tener que doblar de nuevo la ropa. Me había metido una foto de nosotros de fiesta en el interior de unos pantalones, una foto en la graduación entre dos calzoncillos, una con mis amigos en la playa sobre unos calcetines y otra en el concierto de The Weeknd de Barcelona dentro de una sudadera. Revolví y revolví y revolví hasta vaciar la maleta, sólo una camiseta ya pendiente, el resto de fotos que nos habíamos hecho (algunas incluían también a sus hermanas o a mis amigos, según le hubiera dado), y, por la enjundia de la camiseta, sospeché que se venía algo muy, muy gordo.
               Era la camiseta de boxear por excelencia, con permiso de la del logo de Metallica en el pecho y la lista con fechas en la espalda: era la camiseta que Sergei me hacía todos los años, grabada con el nombre del gimnasio en la espalda y mi nombre en círculo sobre el guante de boxeo, todo en negro sobre fondo blanco, en contraste con mi sudadera de boxeador.
               Se notaba que había algo debajo de ella, algo de más grosor que una simple foto. La levanté y allí me encontré un sobre en el que ponía mi nombre, pero sin usar las letras con las que acostumbraba a escribirlo.
               Солнце. Solntse.
               Sol.
               Sonreí, recogiendo el sobre y abriendo la solapa. Estaba bastante abultado, así que no me sorprendió encontrarme con que en su interior había cuatro folios, amén de varias fotos que, bueno… sí que guardaría bajo llave para que Luca no se sintiera tentado de mirarlas con demasiado interés y tuviera que romperle la cara.
               En uno de los folios había una carta; en los demás se repetía una especie de mosaico que no era sino el mismo en tres idiomas distintos.
               Я люблю тебя. Σε αγαπώ. Te quiero. Una, dos, así, hasta trescientas sesenta y cinco veces en cada idioma. Una por cada día en que no íbamos a vernos. Una por cada día en que no iba a poder decírmelo.
               Me reí, notando cómo se me empañaban los ojos mientras miraba su letra redondita a medida que cogía confianza en las frases en ruso y griego, la firmeza con que había apretado el bolígrafo en cada palabra sin importar el idioma. Desdoblé el cuarto folio con la carta y empecé a leer, consciente por primera vez de que no es que fuéramos a conseguirlo.
               Es que era imposible que no lo consiguiéramos.
               Mi amor,
               Podría empezar esta carta diciendo que no sabes lo duro que se me hace tener que escribir estas líneas, pero ambos sabemos que la única persona que sabe por lo que estoy pasando eres tú. Tú estás en mi corazón como yo lo estoy en el tuyo, así que nuestros sentimientos son uno: la pena que sentimos al separarnos, la alegría mientras planeamos nuestros últimos días juntos, el amor que sabemos que seguirá resistiendo sin importar la distancia.
               Eres la persona que más daño puede hacerme y va a hacerme a lo largo de mi vida con esta decisión que has tomado pero, a la vez, me siento tremendamente orgullosa de que hayas elegido este camino. Bien sabemos que no es el camino fácil, pero los héroes no se forjan en aguas mansas. Y tú siempre has sido mi héroe; lo eras, lo eres, y lo serás, desde mi primer aliento hasta el último. Para mí es un honor poder llamarte mío y proclamarme tuya, y llevaré con orgullo la pena que me produce separarme de ti durante ese año que no vamos a estar juntos. Espero que te lo pases muy bien, que disfrutes y crezcas mucho, y que te fijes en cada detalle de lo que te suceda para poder sentir que he vivido tu voluntariado contigo.
               Alec Theodore Whitelaw, eres el ser humano más hermoso que he visto en mi vida. Todos tenemos mucha suerte de tenerte en nuestras vidas. Y que hayas decidido hacer afortunada a gente al otro lado del mundo no hace sino enorgullecerme todavía más de tener el inmenso privilegio de ocupar el centro de tu corazón. Te prometo que estaré esperando para ocupar el lugar que me corresponde cuando vuelvas: a tu lado. Siempre.
               Medio mundo no es nada, mi sol.
               Te amo.  Я люблю тебя. Σε αγαπώ.
               Tuya,
               Tu enamoradísima luna y dedicadísimas estrellas.
               Sonreí, sorbí por la nariz y acaricié la carta, que no sabía cómo, pero también olía a ella. Tu enamoradísima luna y dedicadísimas estrellas. Era tontísima.
               Y yo un gilipollas por haber sido capaz de alejarme de ella.
               Pero podía remediarlo, más o menos. De hecho, iba a empezar a hacerlo ahora mismo. Ignorando completamente el desastre de mi cama, me levanté, abrí el cajón, cogí los bolis y los folios, y me senté a la mesa de la habitación. Me quedé mirando un rato las hojas que Sabrae me había dedicado, pensando cómo empezar, cómo podía hacer para siquiera agradecer lo que me había dicho. Necesitaba inspirarme de alguna manera, y sospechaba que las musas estaban a la vuelta de la esquina.
               Me recliné en la silla, pensativo, y suspiré.
               -Sabrae…-dije, sonriendo, evocándola, y decir su nombre fue suficiente para que mi mente se despejara y me indicara el camino que debía seguir.
               Luca apareció cuando el sol empezaba a rascar el horizonte, y silbó al ver el despliegue que había sobre mi cama.
               -Veo que eres de los míos, ¿eh? Lo de la organización no es tu fuerte. Tengo buenas noticias, tío-dijo, agitándome los hombros y sacándome de mi ensoñación-. ¡Se pospone tu fiesta de bienvenida hasta el sábado! Mbatha es una tía dura cuando Valeria la pone al mando, pero tiene su corazoncito. Así podrás recuperarte y desfasar al máximo, ¿qué te parece?
               -Guay. Oye, tío, necesito pedirte un favor.
               -Lo que quieras.
               Doblé la carta en tres partes, la metí en un sobre y lo levanté en el aire.
               -¿Me explicas cómo va el tema del correo?



             
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2 comentarios:

  1. BUENO HE CHILLADO CON ESTE CAP UN POCO BASTANTE.
    Para empezar me ha dado mucha ternura la conversacion de Sasha y Sabrae lavandose los dientes. Me encanta lo blanditas qhe se han puesto sinceramente. Por otro lado he chillado con el momento de los vídeo mensajes, pero es que sin duda lo que mas me ha hecho chillar ha sido lo de Josh y Sasha porque si Sabrae no se lo esperaba yo mucho menos.

    Por último el momento de la carta me ha dado años de vida. Estoy deseando que ver que rumbo toman los próximos caps. Ahora si que me tienes practicamente a ciegas.

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  2. VALE ME HA ENCANTADO ESTE CAP COMENTO COSAS
    - Todo el principio con los Malik felicitando a Shasha me ha encantado: Scott siendo el mejor hermano mayor, Shasha indignadísima con love island, el compromiso de perpetuidad de cts, Scott admitiendo que Alec es más alto y mejor que él, la apuesta…
    “Y si crees que esa persona es Duna, es que no has estado prestando atención ni durante los primeros capítulos de mi historia ni todos los que le robó a la de Tommy” JAJAJAJAJAAJ
    “Yo todavía tenía una razón para sonreír porque todavía tenía a Scott” completamente innecesario escribir esto.
    - Sabrae pensando en todos los momentos importantes en los que Alec no va a estar me ha puesto tristísima.
    - LOS VIDEO MENSAJES LO MEJOR DEL CAPÍTULO. Estaba DESEANDO leer el momento en el que Sabrae lo descubriera y ha sido genial. Me ha encantado que le haya mandado uno a Shasha por su cumple.
    - Que ilusión me ha hecho Shasha guardándole un trozo de tarta a Josh y yéndole a ver.
    - He muerto de amor con Sabrae guardándole fotos a Alec por toda la maleta y escribiéndole una carta.
    - Alec escribiéndole cartas a Sabrae va a ser mi muerte.
    - Tengo muchas ganas de empezar a leer la vida de Alec en el voluntariado la verdad.
    Deseando leer el siguiente cap!! <3

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