martes, 23 de agosto de 2022

Dos amaneceres y un atardecer y medio.

  ¡Hola, flor! Por si no estás al tanto de mis pesquisas en Twitter, he decidido cambiar mis planes para el tema de la organización de Sabrae. No sé si recuerdas que en un principio dije que quería hacer cuatro partes; pues bien, resulta que, después de explayarme mucho más de lo que debería en la tercera, Gugulethu, he creído que sería mejor incluir una nueva parte con lo que originalmente iba a pasar en Gugulethu (por eso de que Alec iba a marcharse a África en el quinto o sexto cap de Gugulethu, como mucho, y al final ha tardado noventa y un capítulos). ¡Espero que disfrutes con el cambio de imagen de la novela!

Bienvenida… ¡a la temporada Sol!   

imagen original por @isabella (instagram)


Verla allí, en el medio de la selva cuando su hábitat natural eran las playas y el cielo abierto era algo para lo que yo no estaba preparado.
               ¿Qué cojones preparado? Es que directamente no lo entendía. Era como ver al David de Miguel Ángel plantado en medio de Times Square. Pertenecían a mundos distintos que se suponía que nunca debían entrelazarse, como si estuvieran en universos paralelos cuyos desencadenantes habían empezado tan atrás que era imposible que, por accidentes o casualidades, llámalo como quieras, pudieran repetirse alguna vez.
               Era demasiado idéntica a Perséfone para no ser Perséfone, pero estaba demasiado lejos de Grecia para ser Perséfone. Demasiado en Etiopía y muy poco en Grecia. Y sin embargo sabía mi nombre. Su voz sonaba casi igual a cuando yo la cabreaba en griego, su pelo estaba recogido igual que cuando hacía calor en Mykonos y llevábamos todo el día trotando de un lado a otro de la isla, pero sus ojos… sus ojos avellana nunca habían brillado de esa manera al mirarme: como si le costara reconocerme, como si yo fuera un fantasma.
               Como si se supusiera que yo no tenía que estar delante de ella.
               -¿Qué haces aquí?-preguntó con esa voz que ya sonaba como había sonado desde mi infancia, cambiando al idioma que los dos compartíamos y que más dominábamos.
               -¿Qué hago yo aquí? ¿Qué haces tú aquí?-pregunté, dando un paso hacia ella, que no retrocedió a pesar de que le seguía sacando… espera. Creo que era un poco más baja ahora. ¡Hostia puta! ¿Había crecido yo desde la última vez que la había visto?-. ¿Por qué no estás en casa?
               -¿Y tú por qué no estás en…?-empezó, pero Luca se interpuso entre nosotros agitando las manos en el aire como un pato que quiere impedir que un tigre y un leopardo se enzarcen en una lucha a muerte.
               -¡Eh, eh, eh! ¡Tiempo muerto! Finito!-levantó la mano pellizcando al techo, y Perséfone y yo nos miramos desde la distancia, los pies a duras penas sosteniéndonos sobre el suelo que no dejaba de girar en una dirección distinta para cada uno-. No sé de a qué se debe este rollo de los balbuceos incomprensibles ahora-trazó un arco gigantesco con la mano hasta posarla en su cadera-, pero si ya os conocéis-se giró para mirarme con una chispa pícara en los ojos-, casi mejor. Así me ahorro el tener que advertirte sobre lo peligrosa que es esta bella ragazza en la cama. Es una auténtica fiera, y te vuelve adicto a ella. Imagínate cómo lo hará, que me compensan estos arrebatos de pasión que le dan a veces.
               Perséfone se puso roja de ira, fulminando con la mirada a Luca de una forma que me recordó muchísimo a los veranos en Mykonos, cuando yo le tomaba el pelo delante de los chicos y ella tenía ganas de asesinarme.
               -¡No son arrebatos de pasión, puto italiano engreído! ¡Por mí como si te follas a todas las chicas de este sitio, que se acabó!
               -Así todos los días-sonrió Luca, poniéndome ojitos-. Pero siempre vuelve, al final. ¿Cierto, amore?
               -Gamiméno maláka-escupió Perséfone, dando un paso atrás y soltándose la coleta para volver a hacérsela al instante, más apretada y más alta. Luca le sonrió.
               -Adoro cuando me hablas en tu idioma, amore. Suena tan bien.
               Acababa de llamarlo “puto gilipollas”, pero si mi compañero de cabaña era feliz creyendo que Perséfone le dedicaba palabras de amor, yo no iba a meterme entre ellos.
               -Se le va mucho la lengua-dijo Luca-, pero folla que da gusto, así que….
               -¿Quieres dejar de hablar de mí como si no estuviera aquí, puto machito prepotente?
               -No me extraña. La enseñé yo…-repliqué, chulito. Había decidido que estaba viviendo una simulación; seguramente el avión se había estrellado durante la tormenta de arena de Sudán y ahora estaba en tránsito al Más Allá. Y, dado que Sabrae estaba demasiado lejos como para acudir rápidamente a mí como lo había hecho la otra vez, Perséfone se estaba ocupando de entretenerme mientras mi chica llegaba.
                Perséfone abrió la boca, estupefacta.
               -¿Perdona? ¡Te enseñé yo, chaval!-ladró-. Si no fuera por mí, seguirías pensando que el clítoris es un invento de las chicas para mantener a sus novios entretenidos y que duren más en la cama.
               -No pareció preocuparte las primeras veces, cuando me costaba encontrar el clítoris-solté, y Perséfone se estremeció.
               -No vuelvas a hablarme así.
               -Así, ¿cómo?
               -En ese idioma imperialista en el que piensas-chasqueó los dedos delante de su cara como una diva del soul y sacudió la cabeza.
               -Cierto. No estamos en Mykonos. Ya me parecía a mí que había demasiados árboles-torcí la boca y ella se echó a reír, sus ojos brillantes por fin, todo rastro de enfado perdido. Entonces, se echó a mis brazos y soltó una carcajada cargada de ilusión y de algo que yo no supe identificar.
               (Alerta de spoiler: no supe identificarlo porque yo ya no estaba en la misma sintonía que Perséfone por la sencilla razón de que había alguien esperándome al otro lado del mundo. Alguien que, por primera vez, no era ella).
               -¡No puedo creerme que estés aquí! ¿No se suponía que ibas a uno de los campamentos la norte, donde trabajan en el desarrollo de las aldeas de la zona?-preguntó, separándose de mí. Me dejó las manos en los hombros y las mías se quedaron en su cintura, porque así es como había sido siempre y no tenía por qué cambiar. A Sabrae no le gustaría que tratara distinto a mis amigas simplemente porque estaba con ella.
               Y me alegraba mucho de que Perséfone estuviera allí, aunque eso significara que probablemente tuviera los pulmones llenos de arena mientras me ahogaba en mi propia sangre tras sufrir un accidente en medio del desierto… creo.
               -Y así era, originalmente. Luego Sabrae me hizo ver que el concepto de “ayudar en el desarrollo de los pueblos indígenas” no suena tan bien cuando no tienes el cerebro cargado de “complejo de salvador blanco”-hice el gesto de las comillas y puse los ojos en blanco, como siempre hacía cuando citaba algo de Sabrae delante de ella para hacerla de rabiar, y, en lugar de ganarme un empujón de mi novia, hice que Perséfone pusiera los ojos en blanco.
               -Creo que es un poco exagerado-comentó, pero luego se puso a juguetear con su coleta-. Claro que no voy a quejarme si gracias a eso voy a poder verte otro verano más-añadió, sonriéndome y guiñándome el ojo.
               -Sabrae es negra. Su opinión vale más que la mía en temas de racismo y demás-la defendí, y Perséfone asintió con la cabeza, concentrada en mi cara, como analizando los cambios que debían de haberse producido en ella si, a pesar de que su cuerpo también había cambiado, la distancia que separaba nuestros ojos era un pelín mayor. Me pregunté qué vería de distinto en mí, si mis cambios no eran tan sutiles como los de ella: se le habían afinado las facciones, parecía también un poco más alta, y tenía los brazos y las piernas más tonificados que el verano pasado, pero de una forma tan leve que sólo conociéndola como lo hacía yo podías darte cuenta.
               -Bueno, no se lo discutiré si gracias a eso estás aquí.
               -Vale, gracias a Sabrae estoy aquí. Y ahora, ¿me puedes explicar qué es lo que haces tú aquí?
               -No me haces ni puñetero caso, ¿eh? Te dije que me parecía buena idea lo de tu voluntariado y que puede que probara algo. Estuve investigando y me encontré este…
               -Convenientemente con la misma fundación y en el mismo país que el mío…-la animé, y ella me dio un golpe en el pecho. Quizá demasiado fuerte para lo que podían aguantar mis costillas, pero… joder. Se sintió bien. Se sintió muy bien que hubiera alguien en el mundo que no me trataba con guantes de seda por el mero hecho de que me había echado una siesta excesivamente larga hacía unos meses. Perséfone sabía que había tenido el accidente y que había estado muy jodido, pero no había pasado por mi convalecencia como lo había hecho Sabrae, así que se le había olvidado.
               Para ella, era el Alec de siempre. El Alec fuerte, al que nada podía derribar. Y al que sus golpes en el pecho le hacían cosquillas, no daño.
               -No, idiota. Mi vida no gira en torno a ti, ¿sabes, extranjero?
               -Me parece, muñeca, que los dos somos extranjeros aquí, así que va siendo hora de que dejes ese motecito, ¿mm?
               -Te encanta-coqueteó, poniéndose de puntillas, cerrando los ojos y sacando la lengua mientras negaba con la cabeza, burlándose de mí.
               -Vale, vuelve a lo tuyo. Estabas en plan acosadora y te enteraste de mi cambio de planes de alguna forma siniestra que prefiero no saber para no acojonarme y seguir durmiendo por las noches…
               -La WWF es la que más créditos te concede para la universidad si participas en sus voluntariados-explicó-. Y, dado que sólo podía elegir entre Islandia y Etiopía si quería hacer un voluntariado de tres meses antes de empezar la universidad, en lugar de uno de un año… bueno, me imagino que no te será difícil pensar por qué opción me decanté.
               Se me escapó una risa por la nariz.
               -La nieve no está tan mal, Pers.
               Ella se separó de mí y puso los ojos en blanco, negando con la cabeza.
               -Por favor. ¿Puedes ser más extranjero, Alec? Soy griega. La nieve no se hizo para mí.
               -En el continente nieva.
               -Ya, bueno, el continente no es tan Grecia como las islas.
               -Joder, ya empezamos-me reí, pasándome una mano por el pelo.
               -¡Es la verdad! Todo el mundo nos conoce por nuestras islas. El continente no nos representa. Tú vienes de una isla. Deberías sentirte orgulloso-me recriminó.
               -¿De cuál hablas? ¿La del té o la del queso feta?
               Perséfone hundió los hombros, arqueó una ceja y puso los ojos en blanco un segundo. Se colocó una mano en la cintura y suspiró profundamente. Habíamos tenido esa conversación un millón de veces: yo le había insistido por activa y por pasiva para que se pasara un invierno por casa y me dejara enseñarle las maravillas de “esa nación imperialista en cuyo asqueroso y simplón idioma pensaba, aunque lo negara” (según ella, aunque la verdad es que pienso más en ruso), pero Perséfone era terca como una mula y se negaba en redondo a poner un pie en cualquier sitio que tuviera menos de 15 grados de media en invierno. Daba lo mismo lo atractivo que resultara el Big Ben cubierto de escarcha o lo divertidas que parecieran las peleas de bolas de nieve en las películas o en las historias que yo compartía en Instagram porque mis amigos me mencionaban: Perséfone era una chica de verano y no iba a renunciar a bañarse en el mar un 31 de diciembre por tomarse un chocolate caliente.
               Por mucho que ese chocolate caliente se lo fuera a tomar conmigo. La había vacilado muchísimo preguntándole si era por mí por lo que no quería ir a Inglaterra realmente. Y no te imaginas la cantidad de polvos que había conseguido echar gracias a que ella quería convencerme de que yo no era el problema.
               -¿Qué te ha dicho, amore?-preguntó Luca, asomándose por detrás de su hombro-. ¿Quieres que le parta la cara?
               -Me gustaría verte intentándolo, espagueti-me reí.
               -No necesito que me rescates-dijo, su voz cambiando ligeramente cuando se pasó al inglés, y luego volvió la vista hacia mí de nuevo. Puso los brazos en jarras y movió los hombros en círculos, como preparándose para una pelea-. Puedo con él. Llevo toda la vida pudiendo con él.
               Una chispa retadora brilló en sus ojos avellana mientras en ellos brillaba una chispa que yo no quise reconocer. Se mordió el labio, repasando toda mi cara con su mirada, buscando algo en ella que tampoco supe identificar. Finalmente, Perséfone se llevó de nuevo las manos a la coleta y tiró un poco de ella.
               -Bueno… me encantaría quedarme a charlar, chicos, pero al contrario que algunos-me dedicó una mirada cargada de intención ante la que fingí ofenderme-, yo he venido aquí a hacer el bien común, no a pavonearme ni a tratar de ligar con tantas chicas como páginas tiene mi pasaporte.
               -¿Pavonearme?-me reí-. ¡No soy yo el que se ha plantado en el voluntariado del otro como quien no quiere la cosa!
               -Técnicamente-se llevó una mano al pecho- tú te has plantado en el mío. Yo estaba aquí antes, ¿recuerdas? Además, siendo totalmente justos, tampoco es que la idea de hacer voluntariados sea exclusivamente tuya. Cuando fuiste a casa el año pasado todavía no te habías decidido, y si no recuerdo mal, me estuviste preguntando durante todo el mes detallitos sobre los voluntariados en los que había estado yo.
               Bueno, ésa tenía que concedérsela. Mientras que yo era un novato, Perséfone ya era toda una experta: todos los veranos conseguía encontrar hueco para alguna obra benéfica en la que implicarse, ya fuera a pequeña o gran escala. Podía ser recoger basura de las playas más contaminadas de Mykonos o participar en la repoblación de la masa arbórea de los montes alrededor de Olimpia, que llevaban desde que yo era un bebé consumiéndose ante incendios cíclicos que, como mucho, dejaban un margen de cuatro años antes de que volviera a prender.  Todo valía con tal de que Perséfone dejara un mundo mejor del que había encontrado, con una única condición: tenía que estar libre cuando yo fuera a Mykonos.
               Y, de no ser así, tendría que ir con ella. Algo que luego me recompensaba con creces. No es que yo lo necesitara para hacer una buena acción por el planeta, claro, pero… nunca estaba de más tener un aliciente.
               Como aquella vez que nos habíamos quedado hasta pasada la hora de salida del último bus de una de las organizaciones de limpieza de los océanos simplemente porque yo había sido lo bastante precavido como para llevar condones.
               -¿Cuánto tiempo se supone que vas a quedarte?-le pregunté. Sabía de buena tinta que se había matriculado en la universidad, y el premio no se lo llevaba el que antes llegaba, sino el que más tiempo aguantaba. De poco servía descubrir un paraje virgen si no eras capaz de defenderlo ante un invasor.
               O impedir que se te independizara.
               Perséfone achinó los ojos, apretó los labios y no dijo nada durante un rato tan largo que pensé que no iba a darme ninguna contestación. Sin embargo, como yo la conocía, simplemente me dediqué a esperar.
               -Hasta antes de empezar el curso. Mis amigas se ocupan de ultimar los detalles que yo no pude dejar listos.
               Pensar en Sabrae dejando en manos de nadie que no fuera ella misma algo tan importante como irse a la universidad me hizo sonreír. Antes se moriría que dejar que alguien escogiera siquiera la ruta del trayecto en metro.
               -Yo voy a estar aquí un añito, princesa-repliqué, apartándole la coleta del hombro, en ese gesto tan propio de cabrearla que ni siquiera me di cuenta de lo que hacía. Simplemente lo hice, igual que respirar. Con Perséfone todo era así: automático.
               Pensé en la cantidad de veces que había hecho eso con Sabrae, y en cómo cada una de ellas me había regodeado en el tacto de su pelo entre mis dedos, su piel cálida y oscura en mis yemas. Con Sabrae era instintivo, y lo apreciaba cada vez que lo hacía.
               Y luego ella todavía se preocupaba de ser “la nueva Perséfone”, como si Pers no hubiera sido el ensayo para la gran obra que era ella.
               -Así que creo que sabemos quién de los dos está en el voluntariado de quién-respondí, inclinándome hacia ella, tan cerca que sentí cómo mi aliento rebotaba en sus mejillas. Perséfone rió, los brazos en jarras.
               -Ya lo veremos, extranjero.
               -Tú también eres extranjera aquí, muñeca.
               Pers volvió a reírse y sacudió la cabeza, alejándose hacia la puerta. Apoyó la mano en el marco y se giró para mirarme.
               -Me alegro un montón de verte, Al.
               -Y yo de verte a ti, Pers.
               Asintió con la cabeza, su sonrisa titilando; miró un segundo a Luca, lo suficiente para que su sonrisa se le congelara en la boca, y luego así, sin más, se marchó. Como una aparición o un espejismo en el desierto. Algo que nunca debería haber estado allí o que no había estado allí.
               Era surrealista haberme encontrado a Perséfone en la otra esquina del mundo. Había miles de campamentos en los que hacer voluntariado que le contara para la carrera que quería estudiar, Veterinaria, y, de todos ellos, habíamos tenido que terminar coincidiendo en el mismo. Y todo porque Sabrae me había convencido de que no debía ir a un voluntariado en el que ayudara directamente a las personas, ya que eso sería tremendamente condescendiente hacia ellos. ¿Cómo lo había dicho?
               Ah, sí.
               -Para empezar a ayudar a los oprimidos, no tienes que tenderles la mano desde tu pedestal. Tienes que bajarte tú del pedestal. Porque son sus espaldas las que lo sustentan.
               O algo así. Me lo había dicho en la cama y yo había estado demasiado borracho de ella como para  conseguir registrar algo que no fuera la manera tan mágica en que le brillaba la piel.
               De modo que podría decirse que había sido Sabrae la que me había reunido con Perséfone un año antes de lo esperado.
               Para cuando salí de mi trance, me di cuenta de que Luca me estaba mirando fijamente.
               -¿Qué?
               -No llevas aquí ni dos minutos y ya has conseguido que la Dama de Hierro te ponga ojitos. ¿Seguro que eres de verdad?-preguntó, agarrándome de la muñeca y pellizcándome la piel de la mano.
               -¿Cómo la has llamado?
               -La Dama de Hierro. Todo el mundo la llama así. Es la que más ha tardado en liarse con alguno de nosotros, y no será porque no tenga donde elegir-se pavoneó-. Se ha hecho la dura durante el tiempo suficiente para ganarse a pulso ese mote. Todas menos ella se enrollaron con alguno en la primera semana. Ella no quiere “desviarse del camino”, sea lo que sea lo que eso signifique-Luca hizo una mueca-. Eso sí, al final ninguna de ellas se resiste a este cuerpo serrano-se rió, pasándose la mano por el pecho y bajándola de manera sensual hacia su entrepierna mientras meneaba las caderas. Justo lo que yo necesitaba después de llevar 36 horas despierto.
               -Ya. Bueno, supongo que Pers se habrá puesto una coraza para que no juguéis con ella. Es una chavala bastante sensible, ahí donde la ves, ¿sabes? No querría que le hicierais daño y decidió distanciarse. Y elegir mal cuando se dio cuenta de que no servía de nada.
               Luca abrió muchísimo los ojos.
               -¿Cómo que eligió mal? Cazzo di stronzo inglese-me soltó, dando un puntapié a las bragas que se habían caído al suelo, propiedad de aquella chica de pelo rubio que ondeaba como una bandera hecha de hebras de sol.
               -Rilassati, spaguetti-le guiñé el ojo, recogiéndolas del suelo y entregándoselas-. Sólo te estoy tomando el pelo. La conozco desde que somos críos, así que me hace gracia que la tengáis tan poco calada. Claro que supongo que se os acabó el espectáculo ahora que yo estoy aquí, ¿no?
               -¿Lo dices con segundas?
               Me reí.
               -¿Qué? No. Perséfone y yo ya no… no. Hace mucho de la última vez, y yo… los dos hemos cambiado.
               Bueno, sólo había cambiado yo, pero lo suficiente para que pareciera que ella también lo había hecho. Mis cambios habían tenido suficiente enjundia como para que yo fuera como otra persona.
               -¿Seguro? Porque ella no parece haber cambiado de plan. Y tampoco quiero meterme donde no me corresponde. Porque, tío, que no se te suba a la cabeza, pero… no me interesa pelearme contigo. Te quiero en mi equipo. Seré muchas cosas, pero no soy lo bastante stronzo como para enemistarme con un tío que podría partirme el cráneo con sus bíceps como si fuera una nuez.
               -Podría hacer eso, sí-asentí con la cabeza, dándome unos golpecitos en la barbilla y sonriendo. Luca agitó las manos.
               -Entonces, ¿amigos?
               -Amigos, tío-le tendí la mano, que él me estrechó con firmeza, como tanteándome. Cuando le devolví el apretón, hizo una mueca y la retiró rápidamente, decidiendo que no le convenía retarme. Y eso que le había dado la mano derecha. Si supiera lo que era capaz de hacer con esa mano a cierta chica de piel morena…
               -¡Genial! Bueno, te has perdido un montón de cosas por haberte querido hacer el importante y llegar un mes tarde. Me río yo de la puntualidad inglesa-se cachondeó, dejándose caer en mi cama, que todavía tenía el colchón desnudo, las sábanas dobladas cuidadosamente debajo de una pila de ropa que claramente era de Luca-. Así que, ¿qué quieres ver primero? Me dejan el día libre por tu llegada, así que tú pide por esa boquita. ¿El lago? ¿La cascada montaña arriba? ¿La cueva con las luciérnagas? ¿O quizá la sabana?
               -Suena tentador, macho, pero… creo que necesito descansar. Han sido unos dos días muy intensos, ¿sabes?
               Me parecía mentira que hiciera 24 horas desde que me había despertado al lado de Sabrae, con ella desnuda en la cama junto a mí. Me parecía mentira que la última vez que me había duchado hubiera sido con ella. Necesitaba acostarme urgentemente.
               Necesitaba reunirme con ella en sueños.
               Y, con suerte, seguiríamos donde lo habíamos dejado. Nunca habríamos salido de esa habitación.
               -¿Nada de guía turístico, entonces?-parecía desilusionado, y se levantó de la cama con los hombros hundidos y cara de cachorrito abandonado. Miró cómo dejaba mi maleta en el suelo, junto a mi cama, y parpadeó despacio-. ¿Y qué se supone que tengo que hacer yo con mi día libre? Me lo han cambiado por el sábado, y los sábados todos se van a bucear al lago. Tu Dama de Hierro es un hacha llegando hasta el fondo, ¿sabes? No hay quien le tosa. Aunque yo estoy en ello.
               -¿No puedes cambiarlo de nuevo para tener tu sábado libre?
               Sacudió la cabeza con tanta violencia que pensé que le daría tortícolis.
               -No. Tu primer día es sólo hoy.
               Me pasé una mano por el pelo. Definitivamente no iba a ir a ningún sitio excepto al reino de Morfeo, pero eso no significaba que Luca tuviera que quedarse sentado mirando cómo roncaba como una moto durante… ¿quizá tres días seguidos? Me daba la sensación de que necesitaría todo ese tiempo para recuperar el sueño atrasado.
               Sonreí cuando se me ocurrió una idea, y Luca me miró con curiosidad.
               -Entonces, tío, vete a devolverle a Odalis sus bragas-dije, señalándolas-. Seguro que estará muy incómoda haciendo sus tareas sin ropa interior.
               -BUF-ladró, frotándose la cara-. No me hables de ragazzi senza mutandine.
               Ragazzi senza mutandine. Esa me la apuntaba.
               -Pásatelo bien, hermano-dije, guiñándole el ojo y tendiéndole la mano y ayudándolo a levantarse de mi cama.
               -¿Seguro que no quieres que me quede y te ayude con la maleta o algo así?
               -Disfruta de las mujeres tú por mí. Ah, y… ¿ya puedo pasar a por mis preservativos semanales?
               -Tú no pierdes el tiempo. Sí que sabes lo que es importante-ironizó, alzando una ceja. Vi la acusación en su mirada. No iba a juzgarme por ponerle los cuernos a mi novia; iba a juzgarme por hacerlo nada más llegar.
               O eso pensaba él que iba a hacer.
               -Ya que hay tanta escasez, hay que aprovechar del poder que te da no necesitarlos-le pasé el brazo por los hombros y le revolví el pelo-. Ve a coger los míos y disfruta, tío.
               -¿¡Lo dices de verdad!?-cuando asentí, me abrazó rápidamente y con fuerza (con más fuerza de la que debería, teniendo en cuenta mis costillas doloridas), y luego se apresuró a recoger las bragas de la chica del suelo antes de que yo cambiara de opinión-. ¡Gracias, tío! Eres un colega. ¡Te debo una!
               Corrió hacia la puerta y se detuvo en el marco, colgando de él como si hubiera recordado algo absolutamente necesario para echar un polvo en el ultimísimo momento.
               Se giró y me miró.
               -Tengo la sensación de que tú y yo nos vamos a llevar muy bien, Alecssssss.
               -Vete a por los condones antes de que me arrepienta, espagueti-me reí, y Luca me guiñó el ojo y desapareció por la puerta, que rebotó por el ímpetu con el que la cerró. Me senté en la cama, miré la almohada y, vencido por la tentación, me dejé caer sobre ella.
               No recuerdo siquiera llegar a tocarla, pero sí recuerdo perfectamente lo que soñé: una chica entraba por sorpresa como lo había hecho Perséfone, pero esta vez yo no le regalaba mi cuota de preservativos semanales a Luca. Y el sueño se volvía muy, muy agradable.
               Porque era Sabrae.
 
Lo primero que sentí cuando volví en mí era que estaba en un sitio extraño que, sin embargo, me resultaba vagamente familiar. Como cuando te despiertas en casa de una amiga y no te acuerdas de que habías ido a dormir con ella.
               Y, entonces, me di cuenta de lo que había hecho. Me había quedado dormida. Me levanté como un resorte, ahogando un grito y mirando en todas direcciones.
               Scott había mantenido su promesa y había impedido que me durmiera en su habitación en contra de su buen juicio y de los problemas que eso le traería con mamá y papá, pero mi éxito había durado poco, al parecer. Consciente de que estaba totalmente hundida, papá había ido a buscarme a la habitación de mi hermano y me había invitado a ir con él al estudio de grabación, mi mayor terapia cuando estaba mal. Había quedado con Louis y Niall para terminar unos arreglos en las maquetas que habían preparado para el próximo disco, y tenía un sitio libre que yo me apresuré en ocupar.
               Todo con tal de olvidarme de esa sensación de vacío que me atenazaba en el pecho… como si no supiera lo que pasaría en el momento en que me sentara en el cómodo y seguro sofá. Iba a dormirme. Claro que me dormiría. Louis y Niall habían ido allí con intenciones honestas, pero papá había conseguido convencerlos de que las canciones lentas eran las que más retoques necesitaban.
               Eso había sido mi perdición. Podía hacer mucho con las canciones rápidas, desde ponerme a bailar por el estudio hasta unirme a los coros detrás de la pantalla insonorizada, pero con las lentas… sólo podía sentarme y escuchar. Comerme unos cuantos dulces y pensar y pensar y pensar en cómo sería bailarlas con Alec.
               Cómo sería abrazar a Alec.
               Era una masoquista, lo sé. Podría haberme levantado y haber ido a dar un paseo para despejar la cabeza y no pensar en lo mucho que echaba de menos a mi novio y lo imposible que me parecía sobrevivir a no verlo durante... un año, no. Trescientos sesenta y tres días que ya sabía que eran demasiados. ¿Podría con trescientos sesenta y dos?
               Sólo el tiempo lo diría, pero yo no apostaría por mí.
               Podría haberme puesto música rápida y animada, de ésa que hace que te levantes corriendo de una esquina de la discoteca y te lances de cabeza a la pista de baile. O podría haberme ido a mi casa.
               Pero me quedé. Me quedé porque el cansancio era demasiado, y no podía ya pensar más allá de sentarme y esperar a que llegara el viernes y dormirme en la cama de Alec, prolongando hasta la saciedad un día que ya era el más largo de los que había vivido, pues constaba de dos amaneceres y un atardecer y medio.
               Todo eso se había ido a la mierda en el momento en que acepté el chocolate que me ofrecieron, demasiado caliente para esta época del año y demasiado reconfortante como para que yo sintiera que me lo merecía. Aun sabiendo que Alec no me querría ver sufrir, yo sentía que debía hacerlo, echándonos de menos por los dos, como se suponía que había dicho él que iba a hacer. No tenía sentido que dos personas añoraran por cuatro, y sin embargo, allí estábamos. Él partiéndose el lomo, y yo luchando inútilmente contra mi sueño.
               Perdí la batalla, claro. Y eso sólo reforzó la sensación de que le había fallado. No había sido capaz de mantenerlo a mi lado, ni de pedirle que se quedara cuando los dos lo queríamos y él necesitaba que yo se lo pidiera, y ahora tampoco había sido capaz de conseguir que ese día en que nos habíamos despedido continuara en mi presente. Alec se habría dormido en el avión, pasando página rápidamente para empezar cuanto antes ese capítulo de nuestra relación en que no estábamos juntos, pensando en que cuanto antes empezáramos a contar los días, antes pondríamos el reloj a cero.
               Sentí que los ojos empezaban a arderme cuando me incorporé, pero no me permití ceder también en eso. No había llorado cuando se había marchado, así que no tenía ningún derecho a derramar ni una sola lágrima ahora que él ya no estaba. No podía. Todas mis lágrimas le pertenecían a Alec, y como él no estaba para quitármelas con besos y sonrisas enternecidas con las que me asegurara que todo iba a ir bien (porque no todo iba a ir bien), no podía derramarlas.
               Papá y Louis estaban sentados en el fondo de la sala, tan lejos de mí que ni siquiera me llegaba el susurro ahogado de sus cuchicheos. Miré por la ventana y descubrí que se había hecho de noche, y me pregunté si Alec ya estaría durmiendo después de un duro día de trabajo.
               ¿Qué tal habría sido su primer día? ¿Le habrían recibido con los brazos abiertos, como se merecía? ¿Qué cosas tendría que contarme dentro de un… trescientos sesenta y tres días, y qué otras se iba a dejar en el tintero? Quería saber todo lo que le estaba pasando hasta el más mínimo detalle; ver el hombre en que se iba a convertir durante el voluntariado no una vez habiendo pasado por él, sino el proceso, como si fuera una oruga en una crisálida transparente, en la que se veía todo el proceso de su metamorfosis.
               ¿Qué iba a ofrecerle yo cuando volviera? Cada vez que pensaba en escribir un diario para poder leérselo, desechaba la idea más rápido incluso de lo que la había alcanzado. No se me ocurría nada que pudiera decirle más allá de lo que no se me olvidaría comentarle: que lo había echado mucho de menos, que había estado demasiado triste, y que había sido incapaz de seguir sus consejos y vivir mientras él estaba fuera. Me había convertido en viuda cuando todavía tenía la certeza de que mi esposo vivía, así que tenía que vivir dos duelos: el de mi relación, y el de la incomprensión del mundo.
               Me levanté del sofá y tiré de la camiseta que me había puesto, una de manga corta del merchandising de papá que le había regalado a Alec meses atrás. Todavía conservaba su olor, aunque después de la contaminación de mi casa y del estudio, ya era tan sutil que estaba segura de que sólo yo podía apreciarlo. Quizá incluso si Alec sería capaz de notar su huella en él.
               También tenía que cargar con ese peso: el de custodiar sus vestigios en Inglaterra, y cumplir los compromisos que había adquirido cuando todavía estaba aquí.
               El primero en levantar la cabeza fue papá. Fue sólo un segundo, pero lo suficiente como para remarcar quién era el que más se preocupaba por mí de los dos. No es que Louis se preocupara poco, pero yo no era tanta responsabilidad para él como sí lo era para papá. Me froté los ojos y bostecé sonoramente bajo la atenta mirada de mi padre y la tímida sonrisa de Louis, que parecía disculparse por haber participado en aquella engañifa.
               -¿Te hemos despertado?
               “No me habéis mantenido despierta, que no es lo mismo”, me habría gustado decirles, pero en su lugar, me encogí de hombros. Paseé la vista por las paredes abarrotadas de premios: discos de oro y platino, placas grabadas con los nombres de todos los discos que habían sido reconocidos con algún tipo de distinción y se habían grabado allí. Había una pared dedicada solamente para los miembros de One Direction, bien juntos o bien ya por separado. Pronto habría una pared para la segunda generación de One Direction, conformada por Chasing the Stars y Eleanor, que ya estaba inmersa en el proceso creativo de su primer disco. Mi hermano y el resto de su banda se lo estaban tomando con más calma en ese aspecto; no les importaba poner su carrera en pausa antes incluso de empezarla si era necesario. La universidad era una prioridad, o eso decían ellos, si bien de vez en cuando se dejaban caer por allí, aunque no con la asiduidad con la que lo hacía mi cuñada.
               -¿Cómo ha ido la sesión?
               -Bien. Tenemos algunos ajustes-dijo, abriendo piernas y brazos para invitarme a su regazo. Me acerqué a él y me acurruqué en el calor de su cuerpo, dejando que esa calidez masculina me reconfortara, aun sabiendo que no iba a darme todo lo que yo quería-. Todavía no están terminadas, pero creo que vamos mejorando, ¿eh, Louis?
               Louis asintió con la cabeza, mesándose la barba. No se me escapó que había hecho garabatos en las esquinas de la libreta en la que estaban trabajando, y que los instrumentos ya estaban tapados con la lona con la que evitaban que cogieran polvo. Fue entonces cuando me di cuenta de que habían estado esperando a que me despertara.
               ¿Cuánto había dormido? Era difícil saberlo, ya que tanto papá como Louis creían en la protección de la libertad creativa hasta el punto de que retiraban todos los relojes del estudio de grabación para no verse constreñidos por ningún horario. Muy pocas veces los dejaban en su sitio, y todas ellas cuando tenían algún plazo que cumplir, solamente cuando habían terminado el primer esbozo y eran capaces de escuchar la voz interior que les decía que ya era hora de volver a casa y que no iban a ser capaces de perfeccionar lo que estuvieran haciendo. Papá había cogido un kebab de pollo para mí de la que habíamos entrado en el estudio, ya que no había probado bocado durante la comida, ocupada en reflexionar sobre lo que Alec estaría haciendo a esas horas. ¿A qué hora se suponía que comerían en el voluntariado? Si tan siquiera tuviera cobertura… así también tendría una manera de orientarme mejor: no me habría dejado el móvil en casa.
               No tendría que cuidar de no romperme el corazón compulsivamente a base de mirar si tenía alguna notificación accidental suya, cosa que no dejaría de hacer durante el… los trescientos sesenta y tres días.
                -Quedan todavía cosas pendientes, pero la cosa pinta bien. Puede que tengamos colaboraciones especiales en este disco, Saab. ¿Te gustaría participar?-ofreció-. Algo modesto. Ya sabes que las fans son muy posesivas si se lo proponen.
               -En otra ocasión.
               No me apetecía cantar si Alec iba a tardar en escucharme. Me gustaría que la primera vez que mi voz fuera a una canción que fuera a publicarse después de ser yo consciente de la trascendencia de mis actos, Alec estuviera allí, disfrutando del proceso creativo conmigo. Además, estaba convencida de que cantaría mejor si él estaba allí conmigo.
               Igual que le pasaba a papá.
               Igual que le pasaba a Louis con Eri.
               -¿Quieres que nos vayamos a casa?-ofreció papá-. Necesitas descansar. Mañana es un día muy intenso.
               El cumpleaños de Shasha. Cierto. Shasha estaba moderadamente emocionada con el asunto; todo lo que Shasha podía emocionarse, claro. Scott había conseguido que le cambiaran la fecha de un concierto para poder pasar el cumpleaños de nuestra hermana más fría con ella, y Shasha le había sonreído de una manera que me había roto un poco el corazón. Puede que ella lo echara tanto de menos como lo hacía yo, pero no fuera capaz de externalizarlo como yo sí podía. Yo llevaba el corazón en el bolsillo de la camisa, pero Shasha se encerraba en sí misma por el miedo a que le hicieran daño. Como si Scott fuera a permitirse siquiera hacerle daño.
               -Todavía tengo una cosa pendiente que hacer, pero, sí… luego nos vamos a casa.
               Papá arqueó una ceja, curioso, pero no dijo nada. Sabía mejor que nadie que cada uno necesita sus tiempos para digerir el dolor, y tenía pensado darme todo el espacio que necesitara.
               Con lo que no contaba era con que le pidiera ir al hospital en el que Alec había estado ingresado. Su mirada interrogante congregó todas las dudas que había en él, pero, de nuevo, en lugar de presionarme para sacar de mí una respuesta, simplemente caminó a mi lado, apretándome la mano bien fuerte mientras avanzaba por los pasillos con olor a lejía y antiséptico.
               Ya hacía tiempo que había terminado el horario de visitas, pero esperaba que las enfermeras todavía sintieran cierta debilidad por mí, siquiera por qué era para una persona que les había importado muchísimo. Las que no habían tenido el placer de cuidar de Alec durante su convalecencia sí que habían podido conocerlo más adelante, durante sus visitas diarias a Josh.
               Se me hundió un poco el estómago en lo más profundo de mí cuando entré en la habitación del niño y lo vi más pálido y delgado que de costumbre, como si Alec fuera su ángel de la guarda y la distancia que los separaba se hubiera llevado consigo su poca salud restante. Miraba la televisión con ojos brillantes, la cabeza apoyada en la almohada, y una vía en la cara interna del brazo en la que debían de estar poniéndole vitaminas. Habían vuelto a ponerle la mascarilla de oxígeno, que se condensaba a ritmo regular, con su respiración lenta y trabajosa.
               Su madre estaba a su lado, la mano apoyada en su brazo, los dedos recorriéndole la piel. Tenía todavía una bandeja con la cena sobre la mesa con ruedas; me figuré que no la habían tocado por lo débil que estaba Josh.
               Me quedé parada en la puerta, sin saber muy bien si entrar o marcharme. Alec no se apabullaba al ver a los niños mal; a mí me aterrorizaba. Se me formó un nudo en la garganta mientras observaba cómo en el rostro del pequeño bailaban los reflejos de los dibujos animados que estaba viendo. Papá me dio un suave apretón, como diciendo “tal vez no sea el momento”, pero yo no podía romper la promesa que le había hecho a Alec el primer día.
               Así que di un golpecito con los nudillos en la puerta y madre e hijo me miraron. Ella se tuvo que girar un poco; Josh sólo movió los ojos, pero juro que noté cómo resplandecía un poco cuando me reconoció.
               -Hola-dijo con la voz ronca, la garganta seca por culpa del oxígeno ardiente. Había escuchado demasiadas veces ese deje en la voz de Alec como para no reconocer su procedencia.
               -Qué carita de sueño. ¿He interrumpido tu siesta?
               Josh se frotó un ojo con un puño tembloroso y negó despacio con la cabeza mientras yo me acercaba a él. Miré los goteros, los monitores detrás de él, silenciados para que pudieran descansar.
               -Estoy viendo Shin Chan. Alec me dio permiso para seguirla sin él.
               -Qué considerado por su parte-sonreí, sentándome a su lado y acariciándole el pelo despacio. Josh se revolvió debajo de las sábanas. Estaba calentísimo. Miré de reojo a su madre, que me devolvió una mirada preocupada.
               No me atreví a pensar en lo que podía significar esa fiebre. Ni en lo que le haría a Alec el significado de esa fiebre.
               -Creía que no venías.
               -Claro que vendría-sonreí-. Es sólo que se me ha complicado un poco la tarde. Pero jamás te dejaría colgado, guapo-le di un toquecito justo encima de la mascarilla de oxígeno, donde tenía la nariz, y noté que se reía en silencio.
               -¿Sabes si Alec ha llegado bien?
               -Shasha y yo lo vimos en el aeropuerto de la capital de Etiopía. Parecía cansado, pero, por lo demás, estaba entero, que es lo importante.
               -Le falta medio pulmón-me dijo, y yo me eché a reír.
               -Bueno, todo lo entero que puede estar, ya sabes.
               Josh se rió con timidez, y de nuevo, reposó la cabeza en la almohada y siguió con los ojos fijos en mí.
               -¿Vas a venir mañana?
               -Claro, ¿por qué no iba a venir? Alec te prometió que vendría todos los días. O, al menos, los días que fuera a estar en el país. Y yo no me voy a ir del país, o al menos, no de momento, así que te tocará sufrirme un poco más, criajo-le saqué la lengua y él bostezó. Su pecho se dilató como acompañamiento de ese sonido y sus pies se movieron debajo de las sábanas, apenas dos montañitas redondeadas en un mundo hecho de ángulos.
               -Mañana es el cumpleaños de Shasha-explicó, y yo me quedé quieta. No sabía que Alec se lo hubiera dicho, y menos aún me esperaba que el pequeño se acordara.
               -Aun así conseguiré sacar tiempo para ti. Sé que no soy tan interesante como Alec, pero sí que soy más guapa, así que yo creo que sales ganando, ¿no te parece?
               Josh se rió de nuevo y asintió despacio con la cabeza, un poco más enérgico. Miró por la ventana, comprobando que ya se había hecho de noche, como si la cena que no había tocado no fuera prueba suficiente.
               -Hace sólo un día que se fue y ya lo echo de menos. Preferiría que no me hubiera dado sus contraseñas de Netflix y demás a cambio de que estuviera aquí. Aunque me aburriera como una ostra todo el día. ¿Tiene sentido, Saab?
               Me incliné hacia él y le cogí la mano con fuerza. A pesar de que ardía, intenté disfrazar ese fuego de vitalidad, y no de lo que era: su cuerpo aferrándose con desesperación a una vida que se le escapaba entre los dedos.
               -Todo el del mundo, cielo. Pero te prometo que, entre los dos, sobreviviremos a este año. Antes de lo que crees, estará entrando por la puerta otra vez, con alguna chorrada ya preparada de casa para hacer que te rías de esa forma tan bonita. O quizá, con un poco de suerte, te estará yendo a visitar a casa. He oído que tienes el cuarto lleno de pósters de dinosaurios. A Alec le encantan los dinosaurios, y a mí también. Así que puedes pasar el tiempo investigando para responder a todas nuestras preguntas sobre dinosaurios. ¿Qué te parece?
               -Suena bien.
               -Tenemos plan, entonces-dije, tendiéndole el dedo meñique. Se rió al mirarlo y lo aceptó, agitándolos en el aire cuando los enganchamos. Le di un beso en la frente, que ardía más que nada, y me despedí de él prometiéndole que volvería a un horario un poco más decente a partir de entonces.
               Por lo menos tenía ese compromiso cada día, así que podía contar los días que me faltaban para volver a ver a Alec en visitas a Josh. Trescientas sesenta y dos visitas no sonaban tan imponentes como trescientos sesenta y dos días. Podía con ello. Podía con ello. Podía con ello.
               Me fui repitiendo eso como un mantra durante todo el camino hasta el coche, aterrada ante la posibilidad de que el silencio invadiera mi cabeza y la marea que podía venir a continuación. La conocía de sobra: eran los mismos demonios que poblaban la cabeza de Alec, que venían ahora a por mí. Pero, en lugar de hacerme pequeña a base de decirme que no valía, me acorralarían en un rincón con una pregunta que yo no querría saber contestar: ¿qué pasaría si a Josh seguía subiéndole la fiebre?

 



             
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2 comentarios:

  1. Bueno bueno bueno lo cabrona que has sido con el cliffhanger cuando la chavalina solo va a estar cuestión de semanas eh. Aun así fijo que te sobran parrafos para añadirle un poco de drama al asunto.

    Me muero por ver como evoluciona la relación de Alec y el italianini por cierto. Presiento que me va a robar un poquito del cora con la tontería.

    Con respecto a Sabrae, mira me muero de pena con mi pobre niña y ya me he empezado a mentalizar de que es muy posible que tu yo mas sadico me mate al pobre Josh y me voy a morir de la pena.

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  2. A verr comento cositas:
    - No me esperaba que Perséfone se fuera a quedar solo hasta el final del verano después del último cap. Estoy expectante con el drama que vas a crear porque Perséfone siente cosas por Alec y estoy segura de que se vienen cositas con eso.
    - Se me parte el corazón viendo a Sabrae así, estoy deseando que remonte un poco, pero me da que la vas a putear pero bien.
    - Tengo ganas del cumple de Shasha y que Scott haya cambiado el concierto para estar con ella me ha hecho ilusión porque realmente no hemos visto casi momentos de los dos.
    - Veo venir la muerte de Josh y me voy a cagar en todos tus moertos.
    Deseando leer el siguiente cap!! <3

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