domingo, 4 de septiembre de 2022

En el siguiente amanecer.


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-Ay, madre-rió Luca, dando una palmada y juntando las manos frente a la nariz, de manera que su sonrisa se convirtió en dos medias lunas-. No me digas que eres de esos tíos. A las chavalas de por aquí las vas a hundir en la mierda con esa cara que tienes. No necesitas mandarles cartitas de amor para mojar, ¿sabes, tronco? Danos una oportunidad a los demás, anda-me dio un codazo, riéndose, y yo puse los ojos en blanco.
               -No es para las tías de por aquí. Créeme, estoy seguro de que habrá auténticos pibonazos por aquí…
               -Un inglés listo. Creo que eres el primero en la historia-se burló Luca, y yo me reí también.
               -Quizá tenga algo que ver el hecho de que tengo ascendencia griega. Y rusa. Pero ése es otro tema del que hablaremos más adelante-le di un golpecito en la frente con el dorso de la carta-. El caso es que, aunque no dudo que hay belleza de sobra en este campamento para alegrarse la vista, por desgracia para las chicas de por aquí, mi época de fuckboy ya ha pasado.
               Luca se inclinó hacia atrás mientras me miraba de reojo.
               -Tienes pinta de haber sido el típico cabrón con suerte al que sus amigos tienen envidia.
               Qué me vas a contar, pensé, recordando la manera en que los gilipollas de Mykonos se habían reído de mí cuando vieron mis cicatrices. Sí, vale, no habían visto mi lado más sensible y vulnerable y no sabían lo mal que lo había pasado a raíz de los cambios irreversibles que había sufrido mi cuerpo, pero aun así, sus carcajadas habían sido demasiado crueles. Como si llevaran años esperando que yo les diera algo de lo que burlarse y se fueran a abalanzar a la primera oportunidad que se les presentara.
               Sin embargo, no sentía que fuera así con los de casa. Todo lo contrario. El único que podría tenerme envidia realmente sería Scott, porque no sería la primera vez que le levantaba una tía, aunque a decir verdad, él también me las levantaba a mí, y eso le daba un poco de emoción al asunto. Nunca está de más tener un poco de competencia sana en tu propio grupo de amigos para tener que esforzarte más. ¿Quién sabe? De no ser por Scott, posiblemente no habría mejorado en mi manera de ligar (y de follar, también sea dicho) y casi seguro que no habría tenido tanto éxito. Y él podía decir lo mismo de mí: lo había hecho espabilar. Su piercing no tenía nada que hacer contra mis músculos de boxeador, pero mis ojos castaños no eran competencia para esos rasgos exóticos suyos que recordaban a las tías al lejano oriente.
               -No te voy a decir mi número-dije, sonriendo-, porque siempre que lo hago con gente que no me conoce se piensan que soy un fantasma. Incluso cuando lo rebajo.
               Luca entrecerró los ojos.
               -¿Cuarenta?
               Sonreí.
               -¿Cincuenta?
               Le di otro toquecito en la frente con la esquina de la carta.
               -Sigue subiendo y luego multiplícalo por dos, espagueti. Y entonces tendrás la mitad.
               -Coña-dijo, abriendo muchísimo los ojos-. ¿En serio? ¡Joder! ¿Y cómo te las apañabas? La tendrás en carne viva-comentó, bajando la mirada hasta mi entrepierna-. Yo sólo te pido que me dejes a Odalis a mí. Puedes quedarte a Perséfone, si quieres. Total, está claro que, incluso si no hubieras llegado tú, a mí no va a volver a tocarme ni con un palo.
               -Por mí como si te tiras a todo bicho viviente en este campamento, Luca, tío. Ya me he retirado. Ahora estoy felizmente emparejado.
               -Un verdadero fuckboy nunca se retira-Luca sacudió la cabeza, los brazos en jarras-. No realmente. Yo tengo un amigo en casa que era también un ligón como tú. Conoció a una tía, se enrollaron, la cosa iba bien, y tal… él dejó de andar por ahí con otras... hasta que llegó la Semana de la Moda de Milán y se le presentó la ocasión de hacer un trío con dos modelos. Ningún gilipollas dejaría escapar esa oportunidad.
               -Este gilipollas sí-le di una palmada en el hombro-. Sobre todo porque, si se presentara la ocasión, nadie elegiría un trío pudiendo montarse una orgía, ¿no?
               Luca entrecerró los ojos.
               -¿Le van las tías?
               Me reí.
               -Ni siquiera sabes su nombre, ¿y ya intentas que la saque del armario?
               -Sólo quiero saber si puedo hacerme ilusiones o no.
               -Yo soy muy celoso-contesté, burlón.
               -¿Hasta con tu compañero de cuarto?
               Volví a reírme y le señalé la esquina que me correspondía de la cabaña, donde ya había colocado las fotos de mis amigos. Mi dedo apuntaba a la foto de Sabrae en Mykonos, la de más valor sentimental para mí, pero Luca tenía espacio de sobra en la pared para examinar a mi novia y decidir por sí mismo que, sí, estaba justificado que fuera celoso con ella.
               Luca se acercó a ella como un leopardo se lanza sobre una presa, y se arrodilló en el colchón para poder observar la foto con más detenimiento. Hizo amago de cogerla para poder verla mejor, pero se lo pensó dos veces al darse cuenta de que aún no me conocía lo suficiente como para saber si le cortaría la mano sólo por tocar una foto de mi chica. No de momento, pero tampoco descartaba hacerlo al día siguiente, cuando todo se volviera más real.
               Cuando viviera mi primer amanecer sin Sabrae. El primero que no compartiríamos en un vídeo que lo embotellaría para la posteridad.
               Pobre de él cuando realmente digiriera que no estábamos juntos. Sería el final para todos nosotros.
               Luca arqueó las cejas, impresionado. No sabría decir por qué, pero me dio la sensación de que viendo a mi novia entendía por qué yo no iba a ser como el gilipollas de su amigo. Debía de ser de los típicos que veían justificados los cuernos si aparecía una chavala que estuviera más buena que tu novia, y, aunque no debería enorgullecerme de tener la aprobación de alguien así, lo cierto es que lo hice. Me gustó que Sabrae impresionara a Luca. Me gustó que entendiera mi negativa redonda a hacer nada sin mi novia, por lo menos nada de índole sexual.
               Me gustó que, viéndola, entendiera que la respetara. No es que necesitara ser guapa para merecerse respeto, por supuesto, pero ver que Luca creía que Sabrae era lo bastante guapa como para sufrir por ella y que mereciera la pena me hizo sentir extrañamente bien.
               -Está buena-sentenció al fin, ratificando su aprobación con un asentimiento de la cabeza.
                Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que puede que hubiera tocado una tecla que no debía en mí, se volvió y me miró con nerviosismo. Sabía que le ganaría fácilmente en una pelea y que podría saltarle todos los dientes de un puñetazo si me lo proponía. No merecía la pena arriesgarse a que yo lo cruzara. ¿Y si era de los típicos chiflados que no quería que ningún tío se acercara a su novia, estuviera lo más lejos que estuviera, porque en el fondo no se fiaba de ella?
               Todavía tenía mucho camino que recorrer conmigo, el espagueti. Porque no es que no me hiciera gracia que otros tíos la piropearan: todo lo contrario, me encantaba. Sobre todo porque me hacía recordar la manera en que gemía mi nombre mientras me la follaba, la forma en que sus uñas se hundían en mi espalda, cómo sus caderas acompañaban los movimientos de las mías.
               Por supuesto que me gustaba que otros hombres piropearan a mi reina. No tenía ningún mérito ser el preferido de una diosa si eras el único que depositaba ofrendas a sus pies. Ahora bien, si tenía a todo el mundo para elegir, y seguía eligiéndote a ti…
               -No está buena-respondí-, está buenísima-le di un empujón y Luca cayó sobre mi cama, riéndose. Había esquivado una bala conmigo. Puede que el resto de chicos del campamento no fueran como yo, y sabía de sobra lo que pasaba cuando había demasiada testosterona y muy pocas posibilidades de sexo para rebajarla: empezaban las peleas.
               De menuda me había librado Sabrae. Al final iba a tener que darle las gracias y todo por hacer que me matara a pajas durante un año.
               -Aun así… un año es mucho tiempo. ¿Cuánto es lo máximo que has pasado sin mojar, fuckboy redimido?
               Sonreí.
               -Alrededor de un mes. Tuve un accidente jodidísimo hace unos meses y estuve ingresado. En coma, incluso-Luca abrió los ojos, sorprendido. De nuevo, se notaba que no me conocía: por mucho que no tuviera pinta de haber estado en coma, si había retrasado mi llegada a Etiopía había sido por una sola razón, y era el accidente.
               Claro que me había venido de puta madre para afianzar todavía más mi relación con Saab. Me pregunté qué estaría haciendo en ese momento, si ya se habría ido a la cama, agotada después de dos días en los que no le había dejado tregua.
               Me pregunté si estaría desnuda.
               Me pregunté si ya habría gemido mi nombre mientras recorría ese cuerpo de la perdición que tenía y habría empapado las sábanas con un sudor que me encantaba reclamar.
               Y me pregunté cuánto tardaría en ir a mi habitación y descubrir el regalito que le había dejado en ella. Lo que más lamentaba del voluntariado era precisamente eso: podía seguir sabiendo qué tal le iba, consolarla lo mejor que podía desde la distancia en una tristeza cuya culpa era sólo mía, pero no podía sentirla. No podía darle eso que había hecho que se enamorara de mí, ni tampoco disfrutar de lo que ella me daba a mí y que había hecho que yo me enamorara de ella.
               Por suerte tenía mi imaginación, y dos manos más que dispuestas a fingir que eran su boca o su entrepierna.
               -De todas formas, aunque no me hiciera falta, me volví bastante habilidoso con las manos, colega. Así que estaré bien-más me vale, pensé-. Relájate, tío. No tienes más competencia porque yo haya llegado ya. Es más-agité la carta frente a mí como si fuera la batuta de un director de orquesta-, como me has caído bien, si necesitas que te eche un cable con alguna de las chicas o que me pire de la habitación durante un par de horas para que os lo paséis bien, sin problema ninguno. Soy un animal de exteriores, y he venido aquí para explorar.
               -¿Un par de horas, en serio?-preguntó, como si no pudiera creérselo. No podía ser verdad. Me eché a reír.
               -Joder, si todos los italianos sois así, creo que a la novia de tu amigo le hicieron un favor. No me extraña que Perséfone estuviera tan cabreada. Está acostumbrada a que no la deje dormir en una noche…
               -Me alegro de que la menciones-Luca se puso en pie de un brinco y se frotó la palma de la mano contra los pantalones-, porque precisamente quería preguntarte por ella. ¿Qué hay entre vosotros?
               -Solo somos amigos.
               Luca rió y sorbió por la nariz.
               -Vamos, tío. Me lo puedes decir. Somos compañeros de habitación. Te guardaré el secreto y no me chivaré a ese pibón que tienes esperándote en Inglaterra. ¡Ni siquiera voy a poder conocerla! Lo que pasa en Nechisar, se queda en Nechisar.
               -Perséfone y yo follábamos.
               Luca chasqueó la lengua y se presionó el puente de la nariz.
               -Tranqui, espagueti. Practica bien tu inglés. Follábamos. En pasado. La última vez que me la tiré fue el verano pasado, más o menos por estas fechas. Todos los veranos me voy un mes a Grecia porque mi familia es de allí,  y Perséfone es amiga mía de toda la vida. No había nada más entre nosotros.
               Me había costado horrores hacérselo entender a Sabrae, pero por fin lo había conseguido, así que el italiano éste no tendría que suponer ningún problema para mí porque, bueno… no era terco como una mula, cosa que sí le pasaba a Sabrae.
               -¿Nos lo pasábamos de puta madre juntos? Sí. ¿Va a seguir pasando? Nop. Porque, como tú bien has dicho, soy un fuckboy redimido. Así que tienes vía libre con ella, al menos por lo que a mí respecta. Otra cosa es que ella quiera enrollarse contigo otra vez después de lo que sea que os haya pasado. Es rencorosa como ella sola. Créeme, lo sé. Estuvo dos semanas sin hablarme porque le dije que una camiseta que había intentado decorar ella sola era bastante fea.
               -Vaya. Y yo que pensaba que era dura conmigo.
               -Bueno…-me pasé una mano por el pelo y me la dejé descansando en la nuca, y no pude evitar fijarme en algo que faltaba en la habitación: el aliento contenido de Sabrae mientras me miraba hacer ese gesto, sus dientes asomándose por entre sus labios mientras se mordía el superior. Se me puso un poco dura al recordar su expresión-, la verdad es que sí que me pasé un poco con ella. Le dije que parecía que la había sacado de un contenedor de la beneficencia.
               Luca parpadeó.
               -Ah.
               -En realidad, lo que le dije es que parecía que un barco con ropa para la beneficencia había naufragado y la camiseta había ido flotando durante cien kilómetros hasta la costa de Mykonos.
               -Hostia.
               -Y que la había recogido de un nido de cangrejos violinistas que se la estaban merendando.
               -¡Pero tío!-Luca empezó a descojonarse, y yo levanté las manos.
               -¿Qué? ¡Era horrenda! No sé cómo coño puede tener tan buen gusto eligiendo a los tíos a los que se folla y tan poco haciendo camisetas.
               -Creo que dos semanas sin hablarte fueron poco tiempo para lo payaso que fuiste con ella.
               -Es que no aguantaba más.
               -¿Sin sexo?
               -Oh, no, seguimos follando. Te sorprendería lo silenciosas que pueden ser las mujeres si se lo proponen-mira, algo que, sin embargo, creía que Sabrae no podía hacer. Ni siquiera cuando le tapaba la boca era capaz de estarse callada. Perfectamente podía castigarme sin sexo dos semanas antes de tener que romper su voto de silencio y hablarme antes de tiempo porque se lo hacía demasiado bien.
               Otra razón por la que la preferiría a ella sobre cualquier otra.
               -¿Y entonces?
               -La cabrona no me dejaba comerle el coño, cosa que a mí me encanta. Y, si aprendes a hacerlo bien, hará que las mujeres sean incapaces de tener suficiente de ti. Además, Perséfone no puede callarse si se lo haces. Por eso no me dejaba. Y yo la echaba de menos, así que cuando ya no aguantaba más, le solté delante de todo nuestro grupo de amigos que, o volvía a dirigirme la palabra por las buenas, o lo haría por las malas.
               -¿Y cómo eran las malas?
               -Le comería el coño delante de todos los demás. Le di treinta segundos para que se lo pensara. Me fulminó con la mirada, cruzada de brazos, puso los ojos en blanco y me llevó a un sitio aparte.
               -Sigue. ¡Sigue!
               -Me dijo que era un gilipollas insoportable y me hizo ponerme de rodillas. Luego se bajó la braga del bikini y me pasó una pierna por encima del hombro. Me imagino que no necesitarás que te explique lo que viene a continuación-sonreí.
               Luca se relamió los labios.
               -¿Me lo contarías?
               -No-sonreí más-, porque, al contrario de lo que todo el mundo piensa de mí, en el fondo soy un caballero.
               Excepto cuando les como el coño a chicas en la playa, claro, pensé. Lo de Perséfone me había gustado tantísimo que lo hice otras cuatro veces ese verano. Una de ellas me había pillado Sabrae, solo que yo no me enteré hasta mucho después. Y el resto era puta historia.
               -Pero, como lo soy muy en el fondo, sólo te diré que no dejé que se corriera hasta que no me dijo “Alec, te perdono”. Te convendrá recordarlo para la próxima vez que estés con ella. Asegúrate de que dice tu nombre. Ah, y no te apartes cuando se corren-añadí-. Ni con ella ni con ninguna. Dicen que les da vergüenza, pero es mentira. No sabes el morbo que les da sentir que sigues comiéndoles el coño mientras se vuelven locas sobre tu boca. Te sorprendería la cantidad de ellas que son multiorgásmicas y no lo saben porque tienen novios que se creen que con rozarles dos segundos el clítoris ya es suficiente. Y si eres tú quien se lo hace descubrir, bueno… no necesitas ir buscando otra tía a la que tirarte la noche siguiente si la anterior está por ahí. Estará disponible para ti, créeme.
               -No sé si preguntarte si Perséfone…
               -Lo es. Y Sabrae también. No es que te importe. Pero yo no follo con tías que sólo pueden tener un orgasmo. Sé lo que duran mis noches, sé lo que espero de ellas… y nunca me ha pasado de estar con una e insistir y que no acabe de nuevo si los dos nos lo proponemos.
               Luca se relamió los labios.
               -Entonces, ¿me das carta blanca?
               -Si ella te la da…-me encogí de hombros-. No soy quién para llevarle la contraria. Yo no soy su dueño, ¿sabes, tío? Además, tú ya vas con ventaja porque también eres del Mediterráneo. Perséfone es bastante exigente en ese aspecto, pero también piensa que los tíos mediterráneos lo hacemos mejor. Yo le he hecho creer que es así, así que suerte intentando caminar con mis zapatos. Y ahora, si me disculpas, tengo una carta que mandar para conservar una novia a la que quiero con locura y que me vuelve loco en la cama. ¿Podrías, por favor, decirme si tenemos algún buzón o algo así, espagueti?
 
 
No sabía cómo, pero me sentía como si hubiera pasado de protagonizar una épica historia de amor que batía récords en taquilla a una comedia romántica de las que echaban los fines de semana y que tenían una media de audiencia de tres personas en su mejor momento. Mi vida ya no se sentía mía del todo, y los recuerdos que atesoraba en mi cabeza parecían los testimonios de épocas doradas que ya no iban a volver.
               O así parecía cuando me ponía a pensar en todo el tiempo que me quedaba por volver a ver a Alec. Sí, vale, de acuerdo, me lo había pasado bien el día anterior, durante el cumpleaños de mi hermana, que había sido tan amable o tan empática que se había dado cuenta de que no tenía nada mejor que hacer que revolcarme en mi propia tristeza mientras esperaba al siguiente amanecer, así que me había incluido en los planes con unas amigas que disimulaban muy bien su falta de entusiasmo al tener que contenerse conmigo. Me sentía como una bomba de relojería cuyo tic-tac se había detenido pero que no había estallado.
               ¿Cuánto iba a durar esto? ¿Y por qué me sentía mal por sentirme bien? ¿Por qué a los momentos en que era feliz y cumplía la promesa que le había hecho a Alec de tratar de disfrutar de ese tiempo separados y aprovecharlo para encontrarme a mí misma le seguía irremediablemente un terremoto de remordimientos que arrasaba con todo? Me sentía mal por haberle fastidiado el cumple a Shash, haciendo primero que fuera al hospital a ver a Josh y luego me incluyera en sus planes con sus amigas después.
               Y me sentía mal por haber disfrutado a pesar de todo. No debería hacerlo, no por ella y no por él. Incluso si él era completamente feliz en el voluntariado (cosa que esperaba, pero también dudaba) yo sentía que tenía una deuda de infelicidad con él que debía saldar costara lo que costara. Mi corazón estaba decidido a que la cuenta no terminara en números rojos, y en mitad de la noche, había sucedido lo irremediable: me habían entrado ganas de llorar.
               Aunque en mi defensa diré que me había negado en redondo y había conseguido controlarme. Mis lágrimas sólo le pertenecían a una persona, y si esa persona no estaba para recogerlas, yo no podía derramarlas. Ya no digamos cuando ni siquiera podía quejarme de mi situación: mi vida no había cambiado más que en todo aquello en lo que Alec tenía influencia (es decir, en todos los aspectos, desde el más pequeño al mayor), pero seguía en mi entorno y con el resto de gente que me quería dispuesta a recogerme si yo tropezaba y me caía. Alec no tenía esa suerte: estaba a seis mil kilómetros de casa, en un lugar que no conocía y con gente que no tenía por qué preocuparse lo más mínimo por él, y que puede que incluso desconfiara de su carisma natural, y partiéndose el culo mientras yo paseaba por una ciudad en la que podría orientarme hasta con los ojos vendados. Yo no había sacado el palo corto y me había quedado con la situación peor, así que no tenía derecho a sentirme así.
               Pero me lo sentía. Y era una mierda. No había absolutamente nada que me distrajera más que ese minuto de felicidad absoluta en el que el sol empezaba a asomarse tímidamente en el horizonte, como si no estuviera del todo seguro de qué hacer para salir ahora que Alec no estaba allí para recibirle, y mi móvil pitaba con ese sonido tan característico que había aprendido a anticipar mucho antes de lo que me atrevía a admitir. El resto del tiempo era un continuo aburrimiento y una batalla constante porque nadie más me notara que estaba sumida en un temporal de emociones negativas, manteniéndome a duras penas en la superficie mientras sobre mi cabeza rompían las olas.
               Después de lavarme los dientes, darle un abrazo y un beso a Shasha y agradecerle que fuera tan buena hermana conmigo, peleándonos cuando debíamos y queriéndonos cuando lo necesitábamos, me había metido en la habitación y había puesto a cargar mi móvil: me esperaba una noche movidita, y yo lo sabía.
               Quería leerme la conversación entera con Alec. Y puede que ése fuera el único consuelo que lograra encontrar durante esos meses, si no fuera porque aquello no era más que echarle sal a una herida en la que yo misma me hurgaba constantemente. No dejaba de toquetearme el colgante con el pequeño elefante dorado que me había regalado antes de irse, y ni siquiera me lo quitaba ya ni para ducharme, cosa que sí hacía con el de su inicial. Era parte de mí ahora. Era el sello de la promesa que le había hecho de esperarle y la que me había hecho él de volver a mí, y era también mi penitencia.
               Dolía muchísimo ver las fotos que intercambiábamos cuando nos separábamos de una tarde juntos, en las que sonreíamos y hacíamos el tonto y nos besábamos y ocupábamos el plano del otro y seguíamos sonriendo, y mi cuello estaba desnudo de ese pequeño elefantito que ahora pesaba lo que pesaban los reales.
               Y aunque sentía que aquello era justo lo que tenía que hacer, no pude continuar hundiéndome más en mí misma. Como sabía que mi cama era demasiado inmensa ahora que ya no estaba acompañada en ella, y tampoco quería que el aroma de mi hermano se impregnara en mi piel y me hiciera olvidar al de mi novio, me condené a mí misma a una noche de insomnio cuya condena no tenía más remedio que acatar. Así que cogí un libro romántico que Momo me había destripado sin querer diciendo que odiaba que la protagonista hubiera perdido a su mejor amiga y se acostara con el novio de ésta después de romper con el prometido con el que llevaba cinco años posponiendo la boda y junto al que se veía criando hijos, y cuando llegué al final, la luna se había ocultado en el horizonte y me había dejado sola, al amparo de unas estrellas que permanecían ausentes, tirando de mi estómago desde el otro lado del planeta para conseguir arrancarme unas lágrimas que yo necesitaba derramar, pero no podía.
               No sabía cómo había terminado durmiéndome, despertándome sólo con el sonido de la notificación que ya ni siquiera silenciaba, porque cada segundo que pasara pendiente en mi teléfono era como mil años de condena a caminar por un desierto en el que jamás caía la noche. Lo único que sé es que, cuando volví a despertarme, ya el nuevo videomensaje de Alec memorizado dentro del pecho, el libro cuyas tapas había arañado de pura rabia mientras lo aferraba abierto durante la lucha de emociones que conseguí ganar por los pelos estaba tirado en el suelo como un pájaro muerto después de precipitarse sin saberlo hacia un cristal.
               Supongo que así es también el amor: te da unas alas que son premio y penalización, porque hacen que te sientas libre de surcar el viento y no temas estrellarte contra barreras de cristal. Crees que todo está bien siempre, que tienes vía libre, y cuando las cosas van mejor…
               … pum.
               Se acabó el leer para mí. Me estaba volviendo demasiado dramática, y eso era algo que no podía permitirme durante… ¿trescientos sesenta y un días? Otra cifra con la que no podría. Tenía ante mí un árbol cuya copa se perdía más allá de los límites de la atmósfera, y que descendía un milímetro por cada vez que la Vía Láctea despuntaba entre sus hojas. No llegaría a ver qué había más allá o contemplar sus vistas antes de que el suelo me tragara y me mezclara con sus raíces.
               Pero tenía que entretenerme de alguna manera, y lo hice como se supone que todas las mujeres hacemos cuando el mundo se nos viene encima y nos tenemos que acurrucar para absorber mejor el impacto: viendo películas tristes y atiborrándome a la comida más calórica que pudiera encontrar, lo cual había sido primero un surtido de saladitos variados que me había ido comiendo al tuntún, sin dejar los que más me gustaban (de paté) para el final; y, ahora, unas empanadillas con forma de media luna de pollo al curry. No sabía qué vendría después, si es que sobrevivía para que viniera algo: ya me había llenado con los saladitos, pero había seguido con las empanadillas por pura gula. Dudaba que explotar por la comida fuera posible, pero nunca se sabía.
               Era perfectamente consciente de que debía de tener una pinta horrible, ojerosa y con el pelo recogido en dos trenzas medio deshechas, cobijada en una sudadera de Alec que hacía que me asara pero a cuya esencia no podía renunciar aún, pero me daba igual. Me daba igual todo lo que no fuera esa sensación de vacío que crecía más con cada día y el miedo de que llegara un punto en el que los videomensajes no fueran bastante. Sabía que tarde o temprano aparecerían cicatrices en ellos, pero no era el pasado de Alec lo que me preocupaba, sino su presente y su futuro. ¿Estaría bien? ¿Le tratarían bien? ¿Se arrepentiría ya de haber ido? ¿Desearía que le hubiera pedido que se quedara? ¿Le cundirían estos días que estaríamos separados como a mí?
               ¿Y si le pasaba algo? ¿Tenían manera de contactarnos desde la fundación? ¿Lo harían siquiera? Era rara la ocasión en la que algún voluntario no volvía, pero en el límite entre la selva y la sabana había peligros que nadie te garantizaba superar. Alec era afortunado y especial; bien podía serlo también para lo malo.
               Joder, ¿por qué no había pensado en eso cuando todavía estaba conmigo, pidiéndome que le hiciera quedarse, en lugar de cuando ya se había marchado y yo no tenía nada que hacer?
               Me metí otra empanadilla de pollo en la boca y mastiqué despacio, sin percibir apenas su sabor. Ya me dolía la barriga, pero no podía parar. Sabía que tendría que hacerlo tarde o temprano, pero de momento estaba demasiado concentrada poniéndome en el peor de los casos respecto a mi novio como para plantarme y velar por mi salud.
               O por mi imagen. Engordaría muchísimo si me consolaba con comida y dejaba de hacer ejercicio, y la sola idea de poner un pie en el gimnasio en el que tanto habíamos hecho era suficiente para hacer que el mundo a mi alrededor diera vueltas. Hay lugares a los que simplemente no puedes ir sola, y el gimnasio donde entrenaba Alec era uno de ellos. Incluso si Taïssa y yo íbamos antes de que Alec y yo empezáramos a enrollarnos, mi chico se las había apañado para conquistar mis recuerdos y hacer que lo relacionara irremediablemente con él.
               Si Alec volvía…
               Voy a volver, protestó él en mi cabeza, tan fuerte y nítido que parecía estar a mi lado. Pero en el sofá no había nadie. No necesitaba siquiera girarme para comprobarlo. Alec nunca me dejaba sentarme lejos de él. Si se me ocurría poner tanta distancia que no lo tocara ni tan siquiera con el pie, se ocupaba de engancharme del mismo y tirar de mí a través de él hasta conseguir que literalmente me sentaba encima de él.
               Con lo físicos que éramos, ¿y había dejado que se marchara? Había sobrestimado mi fuerza y mi capacidad para consolarme a mí misma.
               Te prometí que encontraría la manera de volver a ti, me recordó, ya abandonada la severidad con la que había protestado antes. La manera en que me cuidaba incluso sin estar, incluso sin ser realmente él, era suficiente para que yo me deshiciera por dentro. No voy a llorar, no voy a llorar, no voy a llorar. No puedo, no puedo, no puedo, no puedo. No debo, no debo, no debo, no debo.
               En su lugar, jugueteé con el elefantito.
               Cuando Alec volviera…
               Mucho mejor, bombón.
               No pude evitar sonreír.
               ... si seguía llenando el vacío que había dejado con comida, terminaría encontrándome bastante más gorda de lo que me había dejado. ¿Le seguiría gustando igual incluso cuando ya no reconociera la ropa nueva que tendría que comprar o no fuera tan ágil moviéndome encima de él?
               Por Dios. No podía empeorar en el sexo. Lancé la bolsa de papel impregnada con la grasa de las empanadillas lejos de mí y contuve el impulso de escupir lo que tenía en la boca.
               Y entonces pensé que él no tendría que disimular ningún tipo de disgusto, porque probablemente le gustara igual. Más para agarrar si yo engordaba.
               Más coño para comer, sonrió él en mi cabeza, y contra todo pronóstico me escuché soltar una risita.
               Como si el sonido que había salido de mi garganta fuera su nombre, mamá apareció por la cristalera desde la que se veía el jardín y que daba a la sala de ejercicio. Llevaba el pelo recogido en una coleta, un top de deporte y mallas de hacer yoga. Me vendría bien un poco de ejercicio, me diría, sobre todo si estaba disgustada y necesitaba calmar la mente. Pero, la verdad, lo único que me apetecía era quedarme acurrucada en el sofá viendo telebasura y comiéndome mi peso en comida hipercalórica mientras esperaba a que otro día más pasara. No quería pasármelo bien y entretenerme, no si luego suponía una resaca emocional que, sumada a la tristeza de tener que despertarme sola y conformarme con un minuto nuevo de Alec cada día, terminaría por destruirme.
               -¿Quieres que hagamos un poco de yoga, pequeñita? Hace mucho que no meditamos juntas.
               Me revolví en el asiento. Tenía muchísimo calor, pero quitarme la sudadera de Alec no era una opción. Imaginarme contorsionándome con ella puesta, en posturas que ya de por sí hacían que me sintiera como si hubiera bajado al mismo infierno, no era precisamente lo que entraba dentro de los planes más apetecibles del mundo. Así que negué con la cabeza, alcancé mi móvil y lo desbloqueé de nuevo, dispuesta a torturarme a base de leer más mensajes suyos si hacía falta.
               -Todavía estoy un poco cansada.
               -Mm-asintió mamá, dando un toquecito en el marco de la puerta-. Bueno, si en algún momento te aburres de ver la tele, sabes que a mí siempre me encanta disfrutar de tu compañía.
               -Vale.
               Noté que mamá se me quedara mirando un momento más, como decidiendo si intervenía o si aún era demasiado pronto. Finalmente optó por la segunda opción, y tras dar una suave palmada en el marco de la puerta otra vez, desapareció en el interior de la sala de juegos. Bajé el volumen para escuchar cómo extendía la esterilla de yoga, cómo encendía una varita de incienso (sólo lo hacía en las ocasiones en que más estresada estaba, normalmente cuando se reiniciaba el turno judicial y tenía que ponerse al día con los casos que habían quedado parados, o cada vez que la abuela anunciaba que iba a venir a visitarnos con pocos días de antelación)y cómo ponía música relajante, en una mezcla de instrumental sobre una base del fluir del agua de un arroyo de Tíbet, o puede que de Tailandia.
               Cerré los ojos y dejé la mente en blanco, dejando que la música me meciera. Me concentré en mi respiración como mamá me había enseñado y yo le había enseñado a hacer a Alec, recorriéndome a mí misma mentalmente como si fuera un paisaje: cabeza, cuello, hombros, brazos, manos, torso, cintura, caderas, rodillas, pies. Reconociendo las sensaciones que lo asolaban; principalmente, el vacío venía siempre después de pasar tiempo con Alec. Me sentía más pequeña y más limitada en mi piel cuando Alec se marchaba, bien porque tuviera que irse a trabajar, a casa o hubiera quedado con sus amigos, y ni con los besos que me daba de despedida conseguía conservar lo suficiente de él en mí como para que mis células no lo echaran de menos. A pesar de todo, siempre habían tenido el consuelo de que pronto volvería y comenzaban a regenerarse.
               Hasta hoy.
               Hoy las cosas eran distintas. No había posibilidad de curación en el horizonte. Tendría que recorrer todo el camino sola, así que más me valía acostumbrarme a esa sensación de sentirme extraña en mi cuerpo por primera vez en toda mi vida.
               ¿Era esto de lo que había tratado de protegerme desde diciembre, cuando le dije que no? Porque, por mucho que hubiera sido estúpida perdiendo el tiempo con él y tratando de retrasar lo inevitable, debía decir que… tenía sentido que no quisiera pasar por aquí, recorrer este camino.
               Odiaba que mi casa ya no se sintiera como un hogar, y que mi hogar estuviera a medio mundo de distancia.
               Me concentré en el suave roce del colgante con el elefante en mi piel, imaginándome a mí misma como una vasija hecha de cristal fluido que se adaptaba a mis movimientos. La conexión que Alec y yo compartíamos estaba acurrucada justo bajo el colgante, haciendo que resplandeciera.
               Medio mundo no es nada. Medio mundo no es nada. Medio mundo no es nada.
               Todavía tenía un pedacito de sol en mí, me dije. Y tenía que procurar cuidarlo para que no se apagara y poder devolvérselo en perfectas condiciones a Alec. Cómo iba a hacerlo, aún no lo sabía.
               Sólo sabía que, igual que los tiburones cuyo diente llevaba al cuello, mi sol personal necesitaba moverse para sobrevivir. Poder girar y respirar. Así que, muy a regañadientes, me quité la sudadera de Alec, me la pegué una vez más a la cara para inhalar el aroma que poco a poco se iba mezclando con el mío, y me levanté del sofá.
               Mamá había extendido solamente una esterilla sobre el parqué, la amarillo limón, y estaba arrodillada sobre ella en la postura del niño, las manos extendidas hacia delante como si estuviera rezando. Lentamente, se inclinó hacia delante hasta quedar con las piernas extendidas y miró hacia el techo.
               -Hola, cielo-dijo, sin tan siquiera mirarme. Debía de haber escuchado mis pasos o haber sentido, como sólo las madres pueden, que uno de sus retoños estaba allí. Me senté en la pelota de hacer gimnasia de color rosa chicle y crucé los tobillos, esperando mientras mamá se movía. Retrocedió de nuevo hasta quedar en la primera postura, y luego, cambió para apoyarse sobre los brazos y levantar las piernas. Se convirtió en una C gigante que, con las puntas de los dedos de los pies, tocaba el suelo.
               Tomó impulso hacia delante y apoyó los pies sobre el borde de la esterilla, incorporándose despacio, los hombros relajados. Perlitas de sudor empezaron a asomarse por su cuello y espalda, y su respiración se volvió más profunda, un poco más desesperada. Mamá giró el cuello y los hombros, separó los pies y estiró las manos, los ojos fijos en un punto del jardín.
               -¿No sales con las chicas hoy?-preguntó, todavía sin mirarme. Negué con la cabeza y subí una pierna a la pelota, lo cual hizo que casi me cayera al suelo, pero conseguí recuperar el equilibrio.
               -No soy una compañía muy agradable estos días.
               -Siento disentir-respondió, juntando las dos manos con las palmas unidas y levantando un pie para colocarlo junto a su rodilla-. Y seguro que tus amigas están de acuerdo conmigo, y no contigo.
               -No me apetece ver a nadie, eso es todo-respondí, encogiéndome de hombros.
               -Siempre has sido una persona muy sociable, Saab. Creo que quedarte en casa echando de menos a Alec es lo que peor te va a hacer a la larga.
               -Bueno, pues es lo que quiero hacer.
               -¿Lo que quieres… o lo que sientes que tienes que hacer?-preguntó, girándose y mirándome por fin. Tenía los brazos aún extendidos, los pies separados y mirando hacia delante, pero sus ojos verdosos estaban fijos en mí-. Pasarte los días triste no va a hacer que Alec vuelva antes. Lo único que va a hacer es que se te haga una eternidad.
               -Ya se me está haciendo una eternidad y sólo llevo dos días, mamá.
               -Te terminarás acostumbrando, ya verás. Pero cuanto más tardes en volver a tu rutina, también tardarás más en acostumbrarte.
               -¡Alec es mi rutina, mamá! ¡Y no quiero acostumbrarme a que no esté!
               Mamá se irguió cuan alta era.
               -No me levantes la voz, señorita. Coge una esterilla-ordenó, señalando la esquina donde guardaba sus materiales de ejercicio-. Vamos a hacer yoga juntas.
               -¿Y si no quiero?
               -No seas desobediente y haz lo que te digo-espetó, apretándose un poco más la coleta. Observó cómo cogía de mala manera una esterilla de color lavanda (la que usaba siempre que yo no estaba en casa, pero que dejaba apartada en un rincón por si quería unirme a ella) y se cruzó de brazos mientras yo la extendía en el suelo, enrollándola al revés antes de hacerlo para que se quedara lo más plana posible.
                Me senté en el suelo y miré cómo mamá se arrodillaba.
               -No puedes obligarme a hacer yoga si no quiero-dije, tozuda. No quería relajarme. Sabía lo que pasaría si me relajaba.
               Me echaría a llorar y no podría parar.
               Sin embargo, mamá me lanzó una mirada envenenada que hizo que me pusiera en marcha. Fui siguiendo sus movimientos por el rabillo del ojo; mamá no dijo nada mientras nos movíamos, como si supiera que le seguiría el ritmo. Nos arrodillamos por el suelo, nos sentamos en la posición del loto, nos incorporamos, seguimos moviéndonos despacio, con el sonido de la música y el arroyo como único ruido en la habitación. Papá se asomó para despedirse: se iba a grabar más con Louis y con Niall.
               Contra todo pronóstico, me sentí mejor de lo que creí que estaría cuando empecé a moverme. Ya había probado a meditar y hacer yoga alguna vez, y siempre me habían ayudado, pero porque lo que necesitaba en aquellos momentos era relajarme y conseguir una nueva perspectiva. Esa tarde yo no quería perder mi dolor, ni tampoco darle rienda suelta, sino seguir conteniéndolo hasta que pudiera aprender a manejarlo sin darle lo que él quería. Y creo que, más o menos, lo conseguí.
               Escuché las pisadas de Shasha en el piso de arriba; ya había vuelto de ir por ahí con sus amigas, y ahora estaba recogiendo para ponerse a ver una serie o algo por el estilo en el salón. Scott y Duna estaban en casa de los Tomlinson, así que durante un rato mamá y yo habíamos estado solas.
               -No te vayas. Quiero hablar contigo-dijo mamá una vez hubo parado la música. Sentí que Shasha se detenía en medio de su habitación, afinando el oído para escuchar lo que decíamos.
               Me quedé sentada con las piernas cruzadas, esperando lo que fuera que tuviera que decirme mamá. Era bastante escéptica respecto de si podría ayudarme, pero sabía que mamá sentía que era su trabajo echarme una mano y no iba a quitarle esa oportunidad, así que esperé.
               -Mira, Saab… toda tu vida has sido muy intensa, y eso está genial. Papá y yo siempre os hemos animado a que expreséis vuestros sentimientos para que no os coman por dentro, y que todo lo que sentís es válido y nadie debe quitaros el derecho a expresaros. Ahora bien, no quiero que pienses que tienes que cumplir un determinado papel dadas tus circunstancias. Tienes todo el derecho del mundo de sentirte mal: tu novio, al que tú quieres muchísimo y del que eras inseparable, se ha marchado muy lejos y con previsión de estar allí durante mucho, mucho tiempo-le agradecí que fuera vaga en sus palabras, ya que si dijera “un año” me volvería completamente loca-. Es normal que estés triste y que, a tu edad, sientas que se te viene el mundo encima, porque en cierto modo es así. Es la primera vez que mantienes una relación a distancia, y sé que el lenguaje de amor que tenéis Alec y tú es más bien físico, pero… no tienes por qué tener miedo de que las cosas cambien entre vosotros. Primero, porque creo de corazón, y en eso sabes que tengo bastante buen ojo-sí, lo tenía. Llevaba años diciendo que Scott acabaría dándose cuenta de que la mejor chica que podía encontrar era Eleanor, y finalmente él había abierto los ojos. Y había sido la primera en apostar por Alec y por mí, transmitiéndome prudencia para que fuéramos a mi ritmo y no al de él-, que nada va a cambiar entre vosotros si seguís como hasta ahora. Y segundo, porque en el caso de que algo cambiara, eso no tiene por qué ser malo.
               Empecé a tirar de un hilo suelto de mi pantalón.
               -Las relaciones cambian. Evolucionan y maduran igual que las personas, porque son la unión de dos personas. La desesperación que sientes por no poder dormir con él terminará disipándose hasta convertirse en una simple tristeza que, al menos, te permitirá descansar y seguir adelante. Te olvidarás de las pequeñas cosas que te apetecería contarle si estuviera aquí porque no son tan importantes, y te darás cuenta de que no son los pilares de vuestra relación. La manera en que recuerdas sus besos cambiará: dejarán de ser tan nítidos y ya no recordarás los matices del sabor de su boca.
               »Y es normal que tengas miedo. La primera vez que pasas por eso es absolutamente aterrador. Te aferras a lo que tienes porque el Alec que se ha marchado es del que te has enamorado, porque en el fondo de tu corazón piensas que no podrías enamorarte de otra versión de él, cuando la realidad es que… lo que os está pasando no podría ser mejor. Es justo lo que necesitabais. Teníais que soltaros un poco para poder avanzar. Os sujetabais demasiado fuerte como para moveros, y eso os terminaría anclando en un sitio del que tendríais que marcharos para poder sobrevivir. Y no podríais marcharos juntos por la manera en que os tendríais que separar.
               »Te enamoraste de él una vez. Lo volverías a hacer si dejaras de sentir lo mismo. Lo hacías cada vez que os separabais y luego volvías a verlo. La diferencia está en que ahora tienes que esperar un poco más por él. Pero la espera es dulce, Saab. Lo hace todo más placentero. Satisfacer un capricho en el momento en que lo tienes hace que no lo valores, pero cuando tienes que esperar por eso, se convierte en un regalo que vas a atesorar con cuidado.
               »Es cierto que esto es un obstáculo para vosotros, pero también es una oportunidad. Te desacostumbrarás de Alec y, cuando él vuelva y haga lo mismo que hace y que tú ya no valoras porque ya lo pasas por alto, te parecerá maravilloso incluso el hecho de que respire. Dormirás mejor de lo que nunca has dormido cuando esté a tu lado en la cama. Él se reirá con más ganas de las pequeñas cosas graciosas que le cuentes a lo largo del día. Y sus besos te sabrán mejor, igual que te sabe mejor el agua después de todo un día sin probarla. Llevas meses bebiendo sin sed, y eso te gustaba. Imagínate lo muchísimo que te va a gustar cuando bebas otra vez después de una época de sequía.
               »Mírame, Sabrae-me atreví a duras penas a levantar la vista-. Esto que te está pasando es bueno. Te va a hacer aceptar tus sentimientos, todos ellos. Te va a hacer darte derecho a sentir lo que sientes. Y, sobre todo, te hará darte cuenta de la inmensa suerte que has tenido. Prácticamente ninguna pareja de vuestra edad sobrevive a tanto tiempo separados, pero sé que vosotros lo vais a conseguir. Y un día, dentro de un año, te despertarás con el brazo de Alec alrededor de tu cintura, la cama revuelta por la manera desesperada en que habréis hecho el amor, y te darás cuenta de que nunca te había gustado tanto cómo te lo hacía a cómo te gustará la manera en que te lo habrá hecho. Porque ahora sólo sabes cómo os deseáis cuando lleváis un mes sin teneros. Imagínate cómo será cuando sea un año.
               Un año.
               -Trescientos sesenta y un días.
               Mamá frunció ligeramente el ceño.
               -¿Qué?
               -Que no es un año. Son trescientos sesenta y un días.
               -¿Los estás contando?
               -¿Tú no los contarías si se tratara de papá?
               Mamá se echó a reír y asintió con la cabeza.
               -Sí. Yo ya los conté en su momento.
               Oh. Vaya. Claro. Aunque breves, que no alcanzaban siquiera el mes, papá y mamá habían estado separados varias temporadas, mientras él se iba de tour y mamá se quedaba en casa con nosotros, cuidándonos, cuando éramos pequeños. Eso me recordó a que Eri había estado un embarazo completo separada de Louis, poniéndole excusas para no verlo cuando él le decía que la echaba de menos y que iría a casa para estar con ella aunque fuera solo unas horas, todo porque quería darle una sorpresa y recibirlo con un nuevo bebé en brazos cuando él volviera a casa. Recordaba aquella época como si fuera un sueño: Eri embarazada en nuestra casa, jugando con nosotros, presentándole a Dan a Louis. Louis todavía miraba al niño como si no pudiera creerse que estuviera allí, como si fuera un milagro sin explicación y del que no se sentía del todo merecedor, pero que disfrutaba de todas maneras. Había un amor en sus ojos cuando miraba al tercero de sus hijos que simplemente no estaba allí cuando miraba a los demás.
               Como el del astrónomo que levanta la vista al cielo y observa la estrella a la que le puso nombre al ser el primero en encontrarla en la inmensidad del espacio.
               Y yo tendría eso para mí.
               -Pero tú…-murmuré, jugueteando con la esquina de la esterilla. Hundí las uñas en ella y observé cómo se formaban pequeños contornos de luna en ellas.
               -Yo, ¿qué?
               -Tú tuviste todas tus primeras veces con papá antes de tener que despediros. Y no os despedisteis tanto tiempo como yo lo he hecho de Alec. Yo voy a pasar mi primer aniversario sola, mamá. Todos nuestros primeros aniversarios sola. De la primera vez que nos besamos, de la primera vez que dormimos en casa del otro, del primer viaje que hicimos juntos… todo. Y yo… yo no quiero que esto sea así. Yo no quiero perderme cosas. Me gustaría que Alec me hubiera elegido a mí-susurré, odiándome a mí misma por decir aquello en voz alta, porque en el fondo de mi corazón sabía que no era así.
               Pero no podía evitar sentir que Alec se había encontrado en la tesitura de tener que escoger entre el voluntariado o yo. Y a la vista estaba que no era yo la que había ganado.
               Incluso cuando había sido yo la que lo había terminado de convencer para que se marchara.
               No quiero separarme de ti, me había dicho durante esa última noche, mirándome a los ojos, apartándome el pelo y acariciándome el hombro. Y, aunque estaba dentro de mí, sabía que no se refería a que no quería salir nunca de mi interior. Se refería a que no quería saber qué era echarme de menos durante un año.
               Me habría llevado con él si pudiera. Pero no podía.
               -Alec te ha elegido a ti, mi amor. ¿Ves? Por eso necesitas exteriorizarlo. La pena que sientes y que dejas que salga te está comiendo por dentro y te está engañando. Sabes que Alec te eligió. Sabes que lo hará mil veces. Y sabes que no pasa nada por no celebrar un primer aniversario junto a él. Tenéis cientos de ellos por delante.
               -El primer año de relación es el mejor.
               -Eso sólo juega en vuestro favor. Viviréis dos primeros años. El que acabáis de terminar, y el que tendréis cuando él vuelva.
               Se inclinó y me apartó un mechón de pelo de la oreja.
               -Alec no ha dejado de elegirte, Saab. Todo lo contrario. Ha elegido disfrutarte por dos veces, porque con una no tenía suficiente. Y no sabes cómo le entiendo. Así que ponte triste si lo necesitas, enfádate si lo necesitas, húndete en el sofá o escóndete en la cama… pero concédete el permiso de seguir adelante para poder encontrarlo donde él te estará esperando cuando regrese. Porque él no se ha ido a Etiopía para quedarse en el mismo lugar. Y tú tampoco deberías.
               Algo dentro de mí se aflojó, como si Alec hubiera dejado de forma no intencionada un ancla en mi estómago cuando se subió al avión. Mamá tenía razón: mis emociones me hacían ser quien era, ser auténtica y sincera, y si las reprimía, me convertiría en otra persona. Dejaría de ser yo.
               Me incliné para abrazarla, sintiendo que los ojos me ardían y que, sin embargo, no había lágrimas que reprimir. Me había dado motivos suficientes para tener esperanza, y ya los estaba aprovechando dándome el permiso que necesitaba para volver a ser yo.
               -Y ahora que has salido del cascarón… ven a ayudarme-me dio una palmadita en el culo-. Ninguna hija mía irá de cena a una casa ajena sin llevar el postre casero reglamentario. Tenemos mucho que hacer, señorita.
               Se duchó ella antes que yo, y esperó a que me reuniera con ella en la cocina para empezar con una tarta de limón, la favorita de Mimi. Cuando la metimos en la nevera para que fuera enfriando, la abracé por la cintura y hundí la cara en su pecho.
               -Muchas gracias, mamá.
               -No me las des, cielo. Simplemente permítete florecer otra vez-respondió, besándome la cabeza y acariciándome la espalda. Mientras la tarta enfriaba yo me preparé para la visita a casa de los Whitelaw. Decidí que me comportaría como si Alec también fuera a estar en casa, ya que las cenas en casa de mis suegros que se volverían semanales serían lo más cerca que estaría de Al. Con la tarta aún dentro de su molde en la mano y un bolso en el que sólo llevaba las llaves de casa de Alec y mi móvil, pues todo lo que necesitaría lo tendría en su habitación, atravesé mi barrio en dirección al de mi novio.
               Los días iban acortándose poco a poco, aceptando por fin que se acercaba un otoño en el que me sentiría sola como nunca antes, pero en el que estaba decidida a aceptar e incluso celebrar mi tristeza. Tener alguien a quien echar de menos como yo echaba de menos a Alec era un privilegio, ahora lo veía: significaba que amaba y me amaban de una forma que algunas personas no conocían, y ese tipo de dolor me hacía más humana y más real.
               Compartirlo también lo haría más llevadero, me dije mientras llegaba a casa de los Whitelaw. Estuve a punto de abrir la puerta con mis llaves igual que hacía cuando llegaba a casa, pero tuve que recordarme que, de nuevo, era una invitada allí. Los tiempos en los que entraba y salía habían pasado y a la vez se acercaban, igual que lo hacía mi primer año con Alec, según me había hecho ver mamá.
               De modo que llamé al timbre. Esperé pacientemente mientras al otro lado de la puerta se escuchaban los sonidos de pasos acercándose apresuradamente y luego se detenían justo en el borde, seguramente recogiendo a un travieso y revolucionadísimo Trufas. También había traído algo para el conejito, confiando en que acusaría la ausencia de Alec terriblemente. Todos nos habíamos dado cuenta de la forma errática en que se había comportado mientras Alec estaba ingresado y no había podido verlo, y no queríamos que volviera a pasar por lo mismo, el pobre animal… claro que poco se podía hacer esta vez.
                Finalmente, el pomo de la puerta se giró, revelando entonces cuando la puerta se abrió a una Mimi ya preparada para una noche de chicas que yo no le había confirmado que tendríamos, pero que parecía inevitable. Llevaba el pelo recogido con una diadema que le separaba el flequillo del resto de su melena pelirroja, unos pantalones cortos de andar por casa que dejaban a la vista sus tonificadas piernas, y una camiseta de tirantes de Iron Maiden que le quedaba grande.
               -¡Holi!
               -¡Oye! ¡Alec dijo que esa camiseta era para mí!-protesté, pegando un taconazo dramático en el porche. Mimi arqueó las cejas, empujándose las gafas por el puente de la nariz con la mano que no tenía ocupada sujetando a Trufas en su pecho.
               -Eh, no. Me dijo que la ropa que se quedara en los armarios era para mí. Que ya te había dado la que tú podías ponerte.
               -De eso nada. Apenas me dejó un par de camisetas en mi casa, y si contamos que ya estaban antes de que empezara a hacer las maletas, no me ha dejado nada. Mi herencia está aquí.
               -Pues se siente, porque no pienso quitármela. Acabo de ponérmela; llevaba todo el día metida en el armario para que cogiera bien su olor.
               -A ver-dije, inclinándome hacia Mimi, que se estiró cuan larga era para dejar que olfateara la camiseta. Efectivamente, tenía el aroma de Alec aún impregnado: olía a lavanda con un deje de luz solar que no había descubierto hasta que no había empezado a acostarme con él. No sabía que los días soleados tuvieran olor hasta que no probé sus labios, y entonces descubrí que era mi olor preferido en el mundo, porque sólo lo saboreaba en su cuerpo-. Oye, pues es verdad. Te habrás duchado antes de ponértela-dije, fulminándola con la mirada, y Mimi se apartó el pelo del hombro con dramatismo.
               -Por supuesto. Además, he usado su jabón.
               -¿Con tu esponja?
               -¡Claro! No soy una marrana. Se pasa la esponja por las pelotas. Puaj. Puede que eche de menos a mi hermano, pero de ahí a frotarme el cuerpo con algo que se pasa por la picha hay un trecho. No tendrías pensado hacerlo tú, ¿no?
               Tardé un segundo en contestar que no, pero eso fue bastante para que Mimi decidiera que sí, que tenía pensado hacerlo. ¿Tan malo sería, de todos modos? Desde luego, no era la primera vez que Alec y yo compartíamos esponja. Por Dios bendito, que me tragaba su semen. ¿Qué tenía de malo compartir esponja?
               Lo que ni de coña compartiría con él era el cepillo de dientes, pero porque era una guarrada.
               -Lo preguntaba porque tu esponja termina oliendo a tu jabón, así que no hueles exactamente a Alec.
               -Tampoco puedo oler a Alec porque no uso su aftershave después de ducharme.
               -Él no se lo pone siempre. Sólo cuando se afeita.
               Y a mí me encantaba verlo durante todo el proceso, y más aún participar. Me dejaba afeitarlo cuando nos sobraba tiempo, ya que me daba tanto miedo cortarlo que iba terriblemente despacio, aunque creo que, para él, eso era parte del encanto de compartir la actividad: cuanto más tardara en afeitarlo, más tiempo me pasaría sentada encima de él.
               -Pues yo uso crema depilatoria, así que no necesito aftershave.
               -Más te vale no ponerte pantalones suyos cuando la utilices. También deja olor.
               Mimi puso los ojos en blanco.
               -Te dejaré los pantalones a ti.
               -¿Porque con ellos se tapa la picha?-ironicé, a pesar de que me encantaba no tener que pelearme con Mimi por los pantalones de Alec. Eran comodísimos. Calentitos, mullidos y súper amplios, me daban todo lo que necesitaba en la ropa durante los días de invierno. Y de verano también. Me había puesto una vez unos que a él le quedaban por la rodilla por probar qué tal estaba con ellos y había terminado balanceando las rodillas a un lado y a otro durante media hora delante del espejo, disfrutando al máximo de la sensación del aire fresquito corriendo por entre mis muslos y del vaivén de la tela que me sobraba. Alec se había descojonado mirándome, tumbado en la cama completamente desnudo y esperando a que me reuniera con él de nuevo.
               -Sí-respondió, sacándome la lengua-. Y porque me quedan enormes. No me había dado cuenta de lo anchísimas que tiene Alec las caderas. Parece una vaca.
               -¡Alec no tiene las caderas anchas! Lo que pasa es que tiene las piernas muy musculadas. Y mucho culo. Bueno, mucho para un chico, quiero decir. Y tampoco lo tiene demasiado grande. Lo tiene bien. Redondito, firme y respingón. Oye, espera. Tú ya has usado pantalones suyos antes-dije, entrecerrando los ojos-. ¿Cómo sabes que los que ha dejado te quedan grandes?
               -Porque me los he probado.
               -¡Mary Elizabeth!-chillé, y Mimi dio un brinco-. ¡Quedamos en que los pantalones me los iba a quedar yo!
               -¡Si no quieres que asalte su armario, ya estás tapiándole las puertas con cemento y llamando a una empresa de mudanzas, guapa, porque pienso acudir a él cuando me dé la gana! ¡Si quería que fuera su novia y no su hermana la que usara su ropa, que se la hubiera llevado a tu casa!
               -¡TIENE CAJAS DE ROPA DE INVIERNO EN EL DESVÁN!-grité-. ¡NO PRETENDERÁS EN SERIO ADUEÑARTE DE SUS JERSÉIS!
               -¡ME ADUEÑARÉ DE LO QUE QUIERA!-gritó Mimi en respuesta, y Trufas saltó de su regazo, corriendo por salvar su vida.
               Atraída por el alboroto en su puerta, Annie hizo acto de presencia en la puerta de la cocina, a nuestra izquierda.
               -¿Por qué gritas, Mím…? ¡Oh, Sabrae! ¡Ya has llegado! ¿Has traído algo? No tenías por qué molestarte, mujer. Usa las llaves la próxima vez, si te parece, ¿quieres?
               -¡Mamá!-protestó Mimi-. ¡Dile a Sabrae que el armario de Alec es mío!
               -¡Antes le pongo un candado a la puerta de su habitación para que no entres en ella!- ladré.
               -¡Pues entro por la claraboya!
               -¡Pues tapio la claraboya!
               -No te lo crees ni tú, Gugulethu-escupió, dedicándome una sonrisa burlona en la que me enseñó todos los dientes-. Ni de broma pondrías en peligro la claraboya por mantenerme lejos del armario de Alec.
               -¡No me llames Gugulethu! ¡Gugulethu sólo me lo llama Alec!
               (Y mi madre, cuando se enfadaba).
                -¡Pues no me llames tú a mí Mary Elizabeth!
               -¡Es literalmente tu nombre!
               -¡PERO A MÍ SÓLO ME LLAMA MARY ELIZABETH ALEC!
               -¡Deja de chillar como una loca, Mary Elizabeth!-ordenó Annie desde la cocina.
               -¡Y mi madre cuando se enfada!-añadió, haciéndose a un lado para dejarme entrar. Trufas se asomó por debajo de una de las escaleras, decidiendo si era seguro salir de su trinchera o no.
               -Anda, que… ¿no vas a echar de menos escuchar “Mary Elizabeth” en El Tono De Alec Marca Registrada?-pregunté, y Mimi sonrió.
               -No tanto como tú escuchar “Gugulethu” en El Tono De Alec Marca Registrada.
               -Lo que sí que voy a echar de menos es escuchar el “Sabrae” Punto Y Seguido Dramático Que Sólo Puede Hacer Alec.
               -¿Cómo es eso?
               -Sabrae-dije, en el tono en el que lo hacía Alec, bailando con mi nombre en la lengua y alzando una ceja como si fuera un galán en una película de los 50.
 
YO NO DIGO MI “SABRAE” DRAMÁTICO ASÍ.
 
TÚ CÁLLATE Y MÁNDAME LA CARTA DE UNA PUTA VEZ. TENEMOS CORRESPONDENCIA QUE INTERCAMBIAR.
 
NI A SEIS MIL KILÓMETROS DEJAS DE SER UNA MANDONA.
 
NI I SIS MIL KILÍMITRIS DIJIS DI SIR INI MINDINI.
               Mimi se echó a reír.
               -Sabrae-repitió, bajando su voz un par de octavas y echándose a reír de nuevo. Se llevó la mano al vientre y negó con la cabeza-. Guau. Nunca me había fijado en que lo dice así.
               -Sí, hija, sí-puse los ojos en blanco.
               -¿Y a ti te gusta?
               -Eh, obvio. Me pone. Pero no se lo digas. Ya tiene bastante poder sobre mí como para que empiece a usar sus “Sabrae” galanes a propósito cuando quiera sacar algo de mí.
 
(Alerta de spoiler: ya sé el efecto que tienen en ella y ya los uso en consecuencia). 😉 😉 
 
¿Llevamos en serio tres días separados y no eres capaz de respetar mis narraciones?
 
Es que te echo mucho de menos.
 
Y yo también a ti, pero no me vas a ver invadiendo tus narraciones de esta manera.
               Y ah, por cierto. Ya sé que sabes el efecto que tiene sobre mí.
 
Y yo ya sé que sabes que sé el efecto que tiene sobre ti. Eso lo hace doblemente divertido, bombón.  
              
[Ojos en blanco] en fin.
               -Tu secreto está a salvo conmigo-prometió Mimi, levantando una mano como si estuviera jurando que no cometería perjurio en un juicio-. Aunque creo que ya lo sabe, ¿sabes, Saab? Alec no es imbécil. Bueno, no a todas horas, quiero decir. Y no cuando se trata de ti. Es sospechosamente espabilado cuando se trata de ti-entrecerró los ojos y yo me reí.
               -Es que me presta mucha atención. Más de la que le gustaría reconocer.
               -La que debe. Para algo es tu novio-sentenció.
               -¡Mira, la bailarina exigente!-me eché a reír y le entregué la tarta, que examinó con atención.
               -¿Es de limón?-preguntó, y cuando asentí, hizo un puchero-. ¡Jo, Saab! Podías habérmelo dicho antes de que me entraran ganas de engancharte de los pelos. ¡Ahora me siento mal!
               -Oh, no te preocupes. Nos pasa a todas las hermanas. Si supieras la cantidad de veces que casi le salto un diente a Shasha y al minuto siguiente estoy compartiendo con ella un bol de palomitas…-me encogí de hombros-. Además, lo de pelearnos por ropa es súper de hermanas. Claro que deberíamos pelearnos por ropa nuestra, y no de tu hermano…-medité.
               -Bueno, que sepas que no pienso cederte ni un mísero calzoncillo. Quedas avisada.
               -¿No quieres sus pantalones pero sí sus calzoncillos?
               -Son muy cómodos-acusó. Bailo genial con ellos.
               -Deberías llevártelos a las audiciones de la Royal.
               -Eso pretendo-me sacó la lengua y se giró sobre sus talones con agilidad, guiñándome un ojo a continuación. Me asomé a la cocina y me ofrecí a ayudar, pero Annie me echó con la misma eficacia con la que había salido a saludarme.
               -Creía que ya no era una invitada en esta casa. ¿Es porque no está tu hijo?
               Annie me miró con cara larga.
               -No me lo recuerdes. Pero no, no es porque no está Alec. Esta casa es tan tuya como nuestra. Ya has hecho bastante trayendo el postre, Saab. Relájate y disfruta.
               -Sí, pero bien lejos del armario de Alec-dijo Mimi desde el salón.
               -Eres pesadísima, tía-gruñí, metiéndome una uva del frutero en la boca mientras me sentaba en un taburete frente a la isla de la cocina. Luego recordé la cantidad de veces que se lo había visto hacer a Alec y no pude evitar sonreír-. ¿Cómo lo llevas?
               -Mal-admitió-. Peor de lo que me esperaba, la verdad. No tiene sentido que note tanto que no está, sobre todo cuando en verano apenas ponía el pie en casa, y ya llevaba sin contar con verlo dormir aquí más que un par de días a la semana desde que empezasteis a salir en serio-se encogió de hombros-. Pero cada vez que cruzo el pasillo y paso por delante de su habitación y veo la cama… no debería haberle dejado que la hiciera. Nunca la hacía cuando estaba en casa, ¿por qué ha tenido que dejarla hecha? Así es imposible fingir que va a aparecer por la puerta en cualquier momento.
               -Para eso estoy yo aquí-me reí, y Annie sonrió mientras revolvía en una de las ollas-. ¿Algo más en lo que pueda ayudarte?
               -Estaría bien que empezaras a comer el triple de lo que come una persona de tu tamaño. Tengo la nevera llena de tápers porque no soy capaz de calcular cuánta comida tengo que hacer y termino haciendo el doble de la que necesitamos.
               -Quizá deberíamos buscar una compañía de comida a domicilio que acepte envíos internacionales. Se forrarían con nosotros y Alec agradecería tener tus albóndigas en el voluntariado.
               Annie volvió a reírse.
               -También echo de menos sus chorradas. Sabes mejor que nadie la cantidad de tonterías que puede decir por minuto con tal de hacerte reír. Yo no me había dado cuenta de eso hasta que se marchó.
               -Creo que para eso será mejor que llames a mi hermano.
               Casi podía escucharlo festejando por haberle metido esa vacilada a Scott desde el otro lado del globo. Ésa es mi chica, gritó en mi cabeza, y yo sonreí.
               -Pero creo que lo que más echo de menos de todo es la manera tan descarada que tiene de desobedecerme, hacer lo que le da la gana y salirse siempre con la suya, ¿sabes? Todo lo que le digo le entra por un lado y le sale por el otro, pero se las apaña para sacarme de quicio y hacerme feliz a la vez. Lo cual es raro. No tiene sentido que una madre añore que su hijo le desobedezca.
               -Tienes un hijo genial, Annie. Yo llevo seis meses quedando con él y ya estoy desolada, así que me imagino cómo debes de sentirte tú después de dieciocho años conviviendo con él. Esta tarde he estado hablando con mamá sobre lo mal que me siento porque Alec se haya ido y…-fruncí el ceño, tamborileando con las yemas de los dedos entre sí-, me ha hecho ver que es normal que me sienta así, y que pase lo que pase, mis sentimientos son válidos y no debo reprimirlos. Así que si necesitas que hablemos de eso… parece mentira porque hace un año el solo oír su nombre me daba arcadas, pero no sabes las ganas que tengo de hablar de él. Eso lo hace real. Es como si estuviera aquí.
               Annie sonrió.
               -Me siento un poco dramática porque parece que me comporto como si se hubiera muerto, y sólo está… lejos.
               -Hombre, no vamos a saber de él en trescientos sesenta y un días, así que…
               -¿Cómo dices?-respondió Annie, extrañada. Puse los ojos en blanco y agité la mano.
               -Ah, perdona. Es que no quiero decir el redondeo temporal, ya sabes-agité la mano en el aire-. Prefiero decir los días que me quedan para verlo, porque así parece más factible todo. ¿Tiene sentido?-pregunté, apartándome un mechón de pelo detrás de la oreja-. Quiero decir, podría pasar una semana y yo tendría que seguir diciendo que le vería en un año si hablara de años, pero dentro de una semana serán… trescientos cincuenta y cuatro días. Lo cual es menos de lo que llevo ahora. Así que vamos poco a poco-bromeé, levantando el puño en el aire en señal de ánimo. Annie se me quedó mirando, analizando mi rostro como si lo viera por primera vez. Entonces, lentamente, una sonrisa le cruzó la boca y sus ojos se iluminaron como no lo habían hecho desde antes de que Alec se marchara.
               -Ya veo-dijo. Inclinó la cabeza, haciéndome una concesión, y luego se giró de nuevo. Noté cómo sonreía en la forma en que sus orejas se lanzaban ligeramente hacia arriba, y negó con la cabeza. Susurró algo en griego que yo no llegué a entender: “es tremendo”.
               En aquel momento, pensé que lo que decía era “tiene sentido”. Dentro de una semana, sin embargo, precisamente cuando faltaran trescientos cincuenta y cuatro días para que viera Alec, mi suposición cambiaría radicalmente.
               Pero no adelantemos acontecimientos.
               La cena fue genial. Mejor de lo que me habría esperado, la verdad: fui incluso feliz en ella. Mimi fue a por Jordan para que cenara con nosotros, y cuando nos quisimos dar cuenta, después de tres días en los que había tratado de evitar a toda costa mencionar a Alec para no echarme a llorar como una loca, estábamos compartiendo anécdotas de cosas que habíamos hecho con él como si pudiéramos invocarlo. Al final sí que lloré, pero de la risa, lo cual me imagino que no contaba, cuando Jordan nos contó que, de la que iban para el hotel de Chipre, Alec se había separado del grupo para ir al baño y había terminado perdiendo el bus lanzadera porque se había hecho amigo de un grupo de jubiladas que luego lo llevaron en coche hasta el hotel, así que había sido él quien había recogido las llaves de la habitación y quien los había recibido en bata y chanclas como un millonario mientras las ancianas jugaban al póker en la mesa de la sala principal.
               Annie habló de travesuras que había hecho en su infancia, como coger un saco de dormir y convencer a Jordan para colgarse de uno de los árboles como si fueran murciélagos, porque estaba convencido de que así se convertirían en Batman; o cuando trató de construir una casa con una caja de cartón siguiendo unos planos que Dylan había dejado en la mesa del comedor mientras trabajaba hasta altas horas de la noche; el pobre había cogido unas tijeras y se había dedicado a recortar el contorno de la casa, desesperándose porque no se mantenía en pie a pesar de que la lógica apuntaba a que lo estaba haciendo bien. Luego resultó que lo que él creía que eran cinco casas era, en realidad, la misma desde distintas perspectivas, y el pobrecito no lo había encajado bien.
               Mimi se acordaba de una vez que habían ido al parque a echarles pan a los cisnes y habían terminado corriendo para salvar sus vidas cuando a Mimi se le cayó un peluchito que llevaba consigo y Alec no dudó en meterse en el estanque para tratar de recuperarlo, lo cual no les hizo ninguna gracia a los cisnes.
               Yo les conté el episodio del simpa que nos habíamos marcado en Barcelona, y a Ekaterina le hizo tantísima gracia que casi se cae de la silla.
               Para cuando terminamos, yo me sentía bien. Casi como una chica cuyo novio estaba a punto de llegar, en lugar de a seis mil kilómetros. Ayudé a Mimi a lavar los platos, Jordan se despidió de nosotras con un beso en la mejilla para cada una, ofreciéndonos hacer algo antes de que salieran los resultados de las pruebas de acceso para la universidad y tuviera que empezar a preparar su futuro, fuera cual fuera, y yo empecé a prepararme para lo inevitable: dormir en la habitación de Alec.
               Nuestra habitación.
               Yo sola.
               Me tomé mi tiempo antes de dirigirme a su habitación: me despedí de su familia, cuidé de que la tarta estuviera bien guardada en la nevera, me limpié los dientes y me hice un par de trenzas para dormir. Me eché mis cremas, me miré en el espejo, les escribí a mis padres que ya me iba a la cama, y eché a andar lentamente hacia su habitación.
               -No muerde-dijo Mimi cuando me vio parada frente a su puerta, toda la anticipación que había ido acumulando sin saberlo a punto de estallar. La miré. También se había puesto el pijama y estaba preparada para dormir. Trufas, sin embargo, estaba a sus pies, presto a salir escopetado en cuanto yo abriera la puerta de la habitación de Alec.
               -Cuando la abra y él no esté… será real que se ha ido, Mím.
               -Cuanto antes la abras, antes faltarán trescientos sesenta días.
               Miré la puerta blanca.
               -Hoy he ido a ver a Josh-dijo, y la volví a mirar. Mierda. No me había acordado de Josh para nada-. No te preocupes. Me cae bien el niño. Y Shasha me avisó de que tú no ibas a poder ir. Si crees que es demasiado, podemos turnarnos.
               -¿Shasha te avisó?-repetí, y ella asintió.
               -Sí. Me dijo que no le habías dicho nada, pero que no estabas en condiciones de salir de casa, así que me pidió que fuera yo. No tenía muy buena pinta-comentó-. Parece cansado. Creo que a él también le afecta que Alec se haya marchado.
               -Es como si Alec fuera nuestro centro de gravedad. Sin él, todos vamos sin rumbo.
               -Quizá tengas razón y él sea el sol. Acaba de apagarse, estamos a oscuras, y… todavía no nos hemos acostumbrado a ir a tientas. Pero lo conseguiremos-sonrió-. Estoy segura de que sí. Sobre todo tú, Saab.
               -Yo no las tengo todas conmigo.
               -¿Hace quince años que lo conoces y todavía no te fías de él?-Mimi se rió-. Por eso ha conseguido enamorarte. Lo debe de tener muy fácil para sorprenderte.
               Dicho lo cual, entró en su habitación, dejándome sola en el pasillo. Trufas esperó frente a la puerta de su habitación. Era el único que no sabía qué había pasado con Alec, y yo era la única dispuesta a darle una respuesta.
               Así que giré el pomo de la puerta y entré en su habitación. Estaba en penumbra, la luz de la luna colándose por la claraboya que siempre había sido el foco que había iluminado su cuerpo tendido sobre las sábanas. Siempre me había gruñido en el mismo tono somnoliento y seductor a partes iguales “ven a la cama”. Pero ahora la cama estaba extraña y ofensivamente plana, tremendamente vacía. Era inmensa. Ya era grande cuando él estaba dentro, pero ahora era inmensa.
               Trufas se coló por entre mis piernas y salió disparado en dirección a la cama, subiéndose de un brinco y corriendo hacia las almohadas. Hizo un par de cabriolas, girándose hacia un lado y a otro, buscando a Alec, pero allí no estaba.
               No estaba porque se había ido. La habitación estaba vacía. Oscura. Fría, incluso. Su dueño no estaba, y yo…
               … yo podría dormir, pero no descansar en ella.
               No me atrevía a acercarme vestida a ella; me parecía un sacrilegio que jamás encontraría perdón. Así que me quité la ropa: la dejé caer en el mismo suelo, como si Alec estuviera allí, comiéndome con los ojos mientras me desnudaba. Me deshice del bolso y de la blusa, me bajé los pantalones y luego me quité el sujetador. Me quedé sólo con las braguitas, simples y de algodón, ya que no había nadie a quien sorprender. Trufas se hizo una bola en el centro de la cama y me miró con curiosidad mientras me acercaba. Encendí la luz de la mesilla de noche y acaricié el hueco vacío en el que solían estar su móvil, el cargador y las fotos que más le gustaban. Se las había llevado todas a Etiopía, y aun así la habitación estaba lejos de ser impersonal.
               Me giré para tirar de las sábanas y entonces lo vi. Un sobre que descansaba sobre la almohada, ahora tumbado por las breves aventuras de Trufas. No necesitaba cogerlo para saber lo que pondría en el anverso, pero lo cogí de todos modos.
               Y me encontré con mi nombre.
               Sabrae.
               Sonreí. Me senté a lo indio en la cama, la espalda recostada contra el cabecero, y acaricié con los dedos las letras que componían mi nombre en esa caligrafía que sólo podía ser suya. Parecía mentira que no se me hubiera ocurrido antes que me dejaría una última sorpresa igual que yo había hecho con él.
               Giré la carta y tiré de la solapa del sobre para sacarla, y la extendí ante mí. La luz de la luna pareció inclinarse sobre ella, como si ésta también quisiera saber qué era lo que Alec me decía.
               Mi amor,
               Si estás leyendo esto es porque definitivamente soy gilipollas y no me doy por aludido ni cuando me cantas una canción de One Direction que me suplica que me quede o que te lleve conmigo. Espero que sepas perdonarme.
               Quiero que sepas que lo te voy a decir durante nuestra última noche juntos va completamente en serio. Quiero que seas feliz durante este año. Quiero que estés con otros si es lo que te apetece. Quiero que te lo pases bien con tus amigas. Quiero que salgas de fiesta y te olvides de mí si es lo que necesitas, que sólo pienses en que eres joven y guapa y libre para hacer lo que te apetezca. No quiero cortarte las alas; adoro verte volar. Si yo soy tu sol, como tú me llamas, necesito que vueles lo más alto posible para estar tan cerca como el voluntariado nos permita.
               El otro día en tu casa, cuando me pillaste concentrado con el móvil, no estaba buscándome en las fotos que habían subido del concierto, tal y como te dije, sino que estaba mirando la distancia que iba a separarnos, y ya la sé. Hay 6.156,42 kilómetros desde tu cama hasta las puertas del campamento. Seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros. Parece una salvajada, y lo sería para cualquiera que no fuéramos tú y yo. Lo sería para cualquier chica que no fueras tú.
               Porque yo te lo digo de verdad, Saab. Medio mundo no es nada. Podrías estar en un planeta distinto al mío y yo te seguiría teniendo tan dentro de mí que sería imposible separarnos. Podría vivir sin pulmones, sin corazón y sin cerebro, pero no podría vivir sin ti. Volví de entre los muertos por ti, y todavía me quedan seis vidas. Imagínate lo que pienso hacer con ellas.
               Te voy a hacer una promesa. Cuando leas esto, ya te la habré hecho. La promesa que voy a hacerte es que voy a volver a ti. Te voy a dar un colgante que espero que te guste para que la recuerdes siempre y no te permitas engañarte a ti misma diciéndote que te lo has inventado, porque no va a ser así. Te lo juro. Voy a volver contigo, estés donde estés, me esperes donde me esperes. Allí te encontraré. Por eso no quiero que tengas miedo de hacer lo que quieras; yo no voy a dejar de quererte menos.
               Supongo que va siendo el momento de despedirse. Estarás cansada, no estarás durmiendo bien, y el único consuelo que te queda para tratar de reponer fuerzas será dormir en mi cama. Espero que las sábanas todavía huelan a nosotros y puedas soñar con que seguimos juntos. Yo estoy seguro de que lo haré durante todas y cada una de las noches que pasaremos separados. Pensaré en ti despierto y me iré a la cama y soñaré contigo, y repetiré el bucle encantado hasta que pueda volver a probar tu boca.
               Te quiero. Muchísimo. Por favor, descansa. Por favor, ríete. Y por favor, llora también si lo necesitas. Detestaría volver a casa y que estés esperándome para poder estallar porque sientes que sólo cuando estoy contigo es cuando puedes expresar lo que sientes. Incluso si no estoy delante de ti sabré exactamente por lo que estés pasando. Lo sentiré en lo más profundo de mi ser, igual que tú sientes cuando yo estoy mal. Somos uno, Saab. Estamos juntos en esto. Lo que tenemos es fuerte y no va a notar que estamos lejos. Voy en serio cuando te digo que medio mundo no es nada.
               Y medio mundo es menos que nada cuando se trata de una diosa como tú.
               Te quiero. Te echo de menos. Te adoro y no puedo esperar a volver contigo. Que duermas bien.
               Nos vemos mañana, en el siguiente amanecer.
               Tuyo hoy, mañana, siempre, en mi cama, en Etiopía, en este universo y también en los siguientes;
               Al.
               Pd. Sí, he dibujado un corazón al lado de mi nombre. Sí, negaré haber sido yo si se te ocurre enseñarle esta carta a alguien. Mi masculinidad no es tan fuerte.
               PD2: Como se te ocurra follarte a algún mamarracho con nuestra caja de condones especiales LA VAMOS A TENER, SABRAE.
                PD3: haz el favor de beber mucha agua, que no quiero que te deshidrates. Es todo. Adiós.
               PD4: ♡♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡ ♡
                Me eché a reír, conmovida, deshecha por dentro y sintiendo que mi cuerpo no era suficiente para contener todas las emociones que sentía: amor, añoranza, felicidad, tristeza… llegados a este punto, estaba convencida de que no me lo merecía. Tenía pruebas fehacientes de ello.
               Y, aun así, era lo bastante egoísta para seguir disfrutándolo, incluso a pesar de que estuviera a medio mundo de distancia. Porque no se había ido; no realmente, y no del todo. Lo tenía en el colgante, lo tenía en el pecho, y lo tenía a mi alrededor, en toda la habitación.
               Así que yo podía sentir libremente, sentir del todo. Y eso hice. Me desaté de mis barreras, me abrí a mí misma la puerta y me ratifiqué el permiso que Alec me había dado antes incluso de marcharse.
               Llora si lo necesitas.
               Y eso hice: llorar sin parar hasta quedarme dormida, con la compañía de un machito junto a mí en la habitación. El único problema es que no era mi machito preferido en el mundo… pero supongo que Trufas estaba haciendo todo lo que podía.
               Y yo apreciaba el esfuerzo.



             
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2 comentarios:

  1. Empezaré este comentario diciendo que adoro a Sher con todas mis fuerzas y que es la mejor madre ficticia del mundo joder. Me ha puesto la piel de gallina el speech que le ha dado a Sabrae.
    Me ha encantado también el momento “discusión” de Sabrae y Mimi. Dios, siento que su relación y la evolución de esta me va a encantar y cuando se termine el año va a ser maravillosa y una de mis cosas favs de la novela.
    Con respecto a esto presiento que Luca se va a ganar un trocito de mi corazón la vd. Tiene papeletas para ser un personaje super querido (porfi no lo hagas un idiota)

    Por ultimo decir que la carta me ha dejado rota y que no puedo esperar a que el puto Alec revele que no va a estar mi pobre niña un año sin saber de el y le haga la primera sopresa.

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  2. Me ha gustado mucho el cap!!! Comento cositas:
    - Todo el principio con Alec y Luca me ha hecho mucha gracia (la manera en la que adoro que alec sea el mayor sinvergüenza de la historia no es normal) y necesito que desarrolles esa amistad por favorrrr.
    - La conversación de Sabrae y Sher ha sido una PRECIOSISIMA, Sher es la mejor madre del mundo de verdad.
    - La discusión de Mimi y Sabrae ha sido BUENISIMA, y estoy segura de que su relación va a ser de mis cosas favoritas durante el voluntariado.
    - Necesito que rompas la pared muchísimo durante el tiempo que estén separados porque es básicamente la única conversación de los dos que vamos a tener.
    - He chillado con el momento en el que Annie se da cuenta de que Sabrae piensa que no va a saber nada de Alec en un año.
    - Me ha encantado la carta de Alec y por supuesto he llorado.
    Estoy deseando leer el siguiente <3
    Pd. no sé cuántos capítulos seguidos llevo llorando, te agradecería que pararas un poco.

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