sábado, 10 de septiembre de 2022

Veintiséis veranos y un pedacito más.

 

Este año se cumplieron 10 años desde que empecé a registrar todo lo que hay en mi cabeza e un sitio que iba a pertenecerme siempre, en el que podría ser yo de verdad y al que le daría atajos de acceso a las personas que yo quisiera, ni más ni menos. Otras podrían encontrar este rincón, pero sería después de dar un rodeo propio de aquel al que no se espera y que no tiene la alfombra extendida para él.

               Un poco como han sido mis 25. Recuerdo no tener ningunas ganas de cumplirlos el año pasado, de hablar con mi entorno sobre esa cifra que me parecía de más vieja incluso que los 34, que sonaba peor… y mi primer instinto de escritora es decir “qué equivocada estaba”, ya que en cierto modo es así, pero también, en parte, no. Era como si intuyera lo que iba a pasar, que diría adiós a personas que yo creía ancladas para siempre en mi corazón, bien amarradas y a prueba de tempestades.

               Y, a pesar de todo, me ha venido bien. Siempre digo lo mismo, porque es difícil no hacerlo, pero este año he aprendido muchísimo. Empezar a opositar y a medir mi tiempo y ser responsable de mi tiempo libre me ha hecho valorarlo y darme cuenta de que las relaciones, del tipo que sean (siempre que sean positivas, claro), son un privilegio y no una obligación. Que quien quiere estar contigo, está; quien quiere escucharte, te escucha; y quien quiere acercarse a ti, lo hace. Cada oportunidad que he dado ha tenido siempre el mismo peso, y mi primer cuarto de siglo me ha servido para darme cuenta de que no todo depende de mí, de que gente cercana se aleja y tu vida puede cambiar radicalmente en cosa de una hora… o, en realidad, de 20 minutos.

               He dejado de aceptar dobles ticks azules que me costaban muy caros y me arrastraban a un pozo del que no sabía salir. He dejado de permitir que me traten como si fuera inferior en un grupo en el que deberíamos ser todas iguales. He dejado de aferrarme a personas cuyo cariño presente es el eco del amor del pasado, al que me aferraba esperando que a la vuelta de la esquina nos encontráramos en la casilla de salida como si la vida fuera el juego de la oca y no un camino enrevesado en el que, algunas veces, vas acompañado y otras vas solo. He aprendido a decir en casa lo que necesito, a pedir que me vean como soy y no como una proyección de lo que son ellos. He aprendido a disfrutar de nuevo de esa soledad que cultivaba a los 16 y que no me parecía tan mal, aunque también me he dado cuenta de que es normal sentirse triste por sentirse sola a pesar de que se te descargue la batería social a veces: somos animales sociales y necesitamos de nuestros iguales para sentirnos bien.

               Pero no todo ha sido malo. Todo lo contrario. A pesar del dolor del primer trimestre, también tenía faros de luz guiándome, estrellas en el cielo pintándome constelaciones que yo antes me había negado a ver porque me gusta demasiado la sensación del sol acariciándome la piel. He tenido gente antigua que se ha acercado más de lo que ninguno de los dos nos esperábamos, gente que me ha hecho darme cuenta de qué es realmente querer saber de alguien y del valor que tiene mi tiempo. Gente que, a pesar de que detesta escuchar audios, me quiere lo suficiente para escucharme siete minutos seguidos hablando de lo que me está pasando y que no se burla de mí diciendo que sueno graciosa enfadada cuando me reproduces a doble velocidad. Gente que me ha aconsejado en tonterías y gente que me ha apartado de hacer tonterías.

               He vuelto a trabajar durante estos 25, o debería decir que he empezado a trabajar, ya que lo de Oviedo difícilmente podría considerarse trabajo. Y empezar a trabajar, ser responsable y probar a los demás y a mí misma de lo que soy capaz me ha dado una libertad y una nueva forma de valorarme que no sabía ni que necesitara ni que estuviera accesible a mí hace hoy un año y dos días (porque también he cambiado lo suficiente para despreocuparme un poco más del ordenador; la Erika de 27 probablemente no llegue a estas líneas, pero no lo hago por ella, sino por la de 26 y por la que puede que vuelva aburrida dentro de unos cuantos años y quiera saber qué tal me iba. Estoy bien. Aunque no lo recuerdes o lo hagas con una sensación agridulce, ahora mismo estoy bien). Me he comprado un coche y ya no me agarro con fuerza al volante cuando entro en la autopista o cuando tengo que adelantar; de hecho, escucho muchas canciones por primera imaginándome la pinta que tendré mientras aparco como una verdadera reina con esa música anunciando mi llegada. He vuelto a ir a la playa y disfrutar bañándome y me he reído entre las olas como creo que no lo hacía desde, precisamente, los 16. O puede que los 15; quizá los 14.

               El caso es que, para las pocas expectativas que tenía y para esas premoniciones que han terminado pasando (nota mental: no volver a escribir agradecimientos en entradas de final de año que no siento; si estoy aquí es para ser sincera conmigo misma y no para quedar bien con gente que ni siquiera entra aquí), mis 25 han estado muy, pero que muy bien. He visto Harry Potter y la piedra filosofal en el cine por primera vez en mi vida. He vuelto a recorrer mundos digitales en los que se reconoce el de verdad. He sostenido la luna en mis manos. He tomado el desayuno en una taza con una foto mía y de mi hermano que me ha regalado él. Me he colado de nuevo en la Administración y he conseguido que me digan tantas veces que están encantados conmigo por lo trabajadora que soy que he dejado de creer que soy una vaga (¡porque no lo soy! ¿Quién llevaría diez años publicando semanalmente si fuera vaga?). He escogido el llavero para mi primer coche. He llegado hasta la lectura del examen práctico en la primera oposición a la que me presento. He aprobado el primer examen de Oviedo, y no sólo eso: contra todo pronóstico, he cantado bien tres temas inventados y uno de memoria. He ido tranquila mientras conducía durante horas por sitios que no conocía con otra persona al lado, algo que no creí a mi alcance hace un año. He visto a Imagine Dragons en concierto. He pedido a autores que no conozco que me firmen libros bajo otro nombre. He hablado con la voz de las canciones de Mulán y la de Amy Adams y le he dado dos besos a esta última, escuchando mi nombre en la boca del sonido español de mi actriz favorita. He descubierto una playa cerca de casa. He celebrado mis diez años como escritora confiando más que nunca en los planes que tengo en mi cabeza, cambios de portada incluidos. He salido de fiesta sola porque no podía perder la oportunidad de cantar a gritos No control o Temporary Fix en una habitación llena de gente que me haga los coros. Me he hecho autorregalos de constelaciones y me he atrevido a comprarme de nuevo bikinis para disfrutar de lo que más me gusta del verano: ponerme morena saltando olas. He recibido sólo una felicitación a las 12 de alguien que se esfuerza en quedarse conmigo, y me he dado cuenta de que ambas cosas me gustan: que se esfuercen y me feliciten a las 12, y que otros me suelten y me den la libertad de caer en que ya no me importa si me felicitan. Me he vuelto más libre, y más feliz.

               Y todo eso en una edad de la que no me esperaba nada… y que me ha cambiado como creo que no lo ha hecho todavía ninguna otra, ni tan siquiera los 18, cuando empecé la universidad. Me gusta el sitio en el que estoy. Me gustaría tener a algunas personas que estaban conmigo cuando soplé las velas hace un año, pero he entendido que no puede ser, y que por mucho que tú des, en algún punto también debes recibir. Me gustaría también que mis amigas no hubieran tenido razón y realmente pudiera compartir amistades con enemigas, pero, de nuevo, he aprendido que las cosas no siempre salen como quieres.

               Lo que sí puede pasar es que las que vienen sean mejores de lo que esperas. A la vuelta de la esquina siempre va a haber cosas nuevas; la lluvia de hace años no está en las nubes que ahora te dan sombra, sino en el mar en el que te bañas.

               Y ahora, con 26, estoy cansada de quedarme en la orilla.

               Elijo bañarme.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dedica un minutito de tu tiempo a dejarme un comentario; son realmente importantes para mí y me ayudarán a mejorar, al margen de la ilusión que me hace saber que hay personas de verdad que entran en mi blog. ¡Muchas gracias!❤