lunes, 12 de septiembre de 2022

Mi propio dragón.


¡Hola, flor! Tengo malas noticias: la semana que viene me voy de vacaciones (¡epa, eso no es tan malo!), y no voy a poder escribir durante semana, ya que vuelvo a empezar los cantes. Además, voy a estar de vacaciones hasta el 24, así que tampoco voy a poder subir el 23, sin que sirva esto de precedente. Intentaré dejar algo medio preparado para cuando vuelva y, con suerte, poder subir el 25, pero, ¡no prometo nada!
Espero que no me mates. Aunque, con el cliffhanger que se nos viene, creo que te va a costar resistirte. 😉
 
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Mi cuerpo era de nuevo mío. Estaba hecha de nuevo de carne, huesos, piel y sueños en lugar de puro vacío y tristeza. Durante la noche había podido descansar, y a pesar de que estábamos en los días más calurosos del verano, me sentía fresquita y arropada en el lugar en el que me encontraba, igual que una estatua en un museo o una diosa en su templo.
               Después de todo, aquella cama era el templo en el que Alec me había adorado, convirtiéndome en su diosa al transmitirme su divinidad mientras me poseía, glorioso, hecho de oro y luz solar. Era normal que la felicidad que impregnaba aquella cama fuera contagiosa: todavía no era capaz de separarla de la presencia de mi novio.
               Olía a nuestras noches juntos. Tenía el tacto de nuestras noches juntos. Era suave como nuestras noches juntos, e infinita como el placer que me hacía sentir cuando se arrodillaba entre mis piernas, me miraba a los ojos, y me penetraba con las manos en las caderas, gruñendo y sonriendo y dejándose llevar cuando yo empezaba a acompañarlo con mi cuerpo.
               Todavía era posible que él me acariciara la cintura y me pidiera disculpas con un beso en la sien por haberme dejado sola en la cama que compartíamos, como una soberana cuyo trono tenía dos asientos y que no podía dirigir su reino a solas.
               Por eso todavía podía despertarme feliz: porque sólo acariciaba la cama a mi lado estando despierta.
               Y esos segundos en los que mi calidez fue lo único que necesité para engañarme y decirme a mí misma que estaba acompañada, que nada había cambiado, fueron suficientes para que creyera que aún había esperanza.
               Y entonces acaricié la cama a mi lado y me di cuenta de que algo andaba mal. La cama estaba fría. No había esa huella de calor que siempre dejaba el cuerpo de Alec, que incluso había notado en la cama de Mykonos, cuando él se había ido a conseguir el desayuno y había tardado más en volver que cuando se iba al baño y volvía.
               Si estaba fría era porque Alec no estaba, y si Alec no estaba era porque el tiempo existía, los calendarios existían, y ya habíamos pasado el último día juntos antes de esa inmensidad separados.
               Alec no está, gritó algo dentro de mí.
               Y me hice un ovillo y me eché a llorar, incapaz de contener por más tiempo el torbellino de emociones en que me había convertido desde que él se había subido al avión. Perfectamente podía haberme vuelto la causante de las mayores turbulencias jamás experimentadas por una aeronave, tales eran mis bamboleos emocionales.
               Como si de una película se tratara, me imaginé vista desde fuera, enmarcada en la luz que se colaba por la claraboya mientras me hacía un ovillo y me aferraba a esos instantes de inconsciencia en que la somnolencia se confundía con la felicidad. Era descorazonador, un engaño terrible: la cama olía a él, se sentía como él, era él. Y estaba ahí y él no.
               Demasiado maligno para ser verdad, demasiado cruel como para ser mentira. No debería estar allí. No debería haber descansado. No debería haberme despertado, alejándome de aquel lugar de en sueño en que estábamos juntos, sin más compañía que nuestras pieles desnudas, haciendo el amor y respirando el aire que salía de los pulmones del otro como único método de supervivencia. Había soñado que volvía a estar con él en aquella playa de Mykonos, que yo volvía a ocupar el lugar de Perséfone, que me poseía y me adoraba y me llamaba “mi amor” y me convertía en suya para siempre, su miembro lamiendo mi interior mientras las olas lamían nuestros pies.
               Estar ahora seca, limpia y sola era una verdadera tortura. No tenía por qué soportarlo, no podía soportarlo. Venir aquí había sido un error, porque me había hecho bajar la guardia. Lo cual era, justo, lo único que no podía permitirme.
               La luz de la claraboya se oscureció un poco: una nube estaba pasando por la línea entre la misma y el sol, exactamente igual que con mi estado de ánimo. Curiosamente, en lugar de entristecerme más, lo que hizo fue darme una nueva perspectiva, como si alejarme del sol, de lo que Alec era, me diera un nuevo punto desde el que ver el mundo y comprender que puede que aquello no fuera más que otra prueba que yo tenía que superar.
               Reaccionar así a la cama de Alec sólo me haría perder el último refugio que me quedaba, el único bastión en el que todavía estábamos juntos nosotros dos. Tenía que tranquilizarme y tomármelo de otra manera. Mirar el lado positivo.
               Habíamos bajado un número más en la cuenta. Podíamos hacerlo.
               Alcancé mi móvil y mis pies se doblaron cuando vi la notificación en la pantalla de inicio con un nuevo videomensaje de Alec. No tardé en abrirlo y sonreír al ver lo que me esperaba en él.
               Alec estaba ya en el tejado de esa misma claraboya, lo cual me produjo una sensación rara al verla desde abajo. Era como contemplar la cima de una montaña por encima de las nubes después de haber guiado toda tu vida por su sombra, como ver tu ciudad natal desde un avión tras una vida entera recorriendo sus calles. Tenía el pelo revuelto, cara de sueño, y una sonrisa tranquila y a la vez traviesa que me relajó al instante.
               -Buenos días, bombón. Otro amanecer más. Ya queda menos. ¡Lo estamos consiguiendo!-agitó el puño en el aire y yo sonreí. Dejó caer la mano sobre el tejado y suspiró, pasándose una mano por el pelo-. Tú no lo sabes, pero voy a verte esta noche. Tengo unas ganas de dormirme a tu lado otra vez… y lo que no es dormir-me guiñó el ojo y yo me eché a reír-. Joder, soy un puto gilipollas si me he subido a ese avión. Tengo todo lo que necesito aquí, en casa. Tú eres todo lo que necesito, esa casa. Así que perdóname, bombón. Me apeteces muchísimo. Hasta esta noche, literal y metafóricamente. Sé que estoy soñando contigo cada vez que salga la luna. Nos vemos de nuevo mañana. Me apeteces, me apeteces, me apeteces.
               Me tiró un beso, sonriendo a la cámara, y el vídeo empezó a reproducirse de nuevo en bucle y en silencio. Sabía con qué estaba soñando y qué hacíamos en sus sueños. Rodé por la cama hasta quedar tumbada boca abajo y decidí grabarle un videomensaje que pudiera ver nada más llegar.
               -Buenos días, mi sol. Otro amanecer más-sonreí-. Efectivamente, ya queda menos, y sí. Eres gilipollas por haberte subido a ese avión-me reí y negué con la cabeza-. Te echo muchísimo de menos. No sabes lo agradecida que estoy por los videomensajes que me has dejado programados. Me dan la vida, ni te lo imaginas. Lo hacen todo más real, y eso que…-jugueteé con el colgante y acaricié la cama a mi lado, mirando el colchón-, todo es muy real en tu habitación. Es imposible no pensar en las cosas que nos dijimos aquí… las cosas que nos hicimos…-tiré suavemente de la sábana hasta descubrir mis senos, que todavía no se veían en la cámara-. Tu cama ya era grande cuando tú no estabas, pero ahora es inmensa. Qué ganas tengo de que vuelvas. Tú le das sentido a toda yo, haces que mis curvas sean de verdad, y… echo de menos sentirme corpórea contigo-fui bajando la mano que tenía libre por mi pecho y enfocando el camino que hacía, hasta mostrarle mis senos. Me mordí el labio, imaginándome su reacción cuando viera esos videomensajes. Cómo se metería la mano en los pantalones, cómo se aferraría a su virilidad y se la bombearía mientras yo me acariciaba en la distancia y en el pasado-. Todavía no me he acostumbrado a que no estés, ni lo he procesado, pero creo que terminaré haciéndolo en esta cama-seguí bajando la sábana hasta dejar a la vista mis bragas, y tiré de ellas suavemente para bajarlas-, y entonces, creo que los dos sabemos qué pasará. Y tú no ayudas-me reí-. Estás demasiado guapo, vestido sólo con tus bóxers en esos videomensajes. Me estás dando mucho contenido para masturbarme pensando en ti.
               Como había superado el límite de tiempo del videomensaje tuve que iniciar otro.
               -Pero tranquilo, mi amor. Pienso dejar constancia de todo lo que haga. Te voy a dejar mirar. Como siempre-coqueteé, mordiéndome el labio y mostrándole mis tetas, que ya estaban preparadas para una sesión de sexo anticipada por su voz ronca, demasiado parecida a cómo sonaba cuando estaba cachondo. Me metí la mano por dentro de las bragas y me acaricié despacio, dejando que mirara. Rodeé mi clítoris con dos dedos y contuve un gemido recordando su voz. Mis caderas se movieron despacio, al ritmo de mis dedos. Cuando faltaban diez segundos para que el límite llegara de nuevo, sin embargo, saqué la mano de mi entrepierna y volví a enfocarme la cara-. Todavía no, mi sol. Pero será pronto, te lo prometo. Me apeteces. Te quiero.
               Le tiré un beso, cuidando de que en la burbuja siguieran viéndose mis senos, y envié también el mensaje. Había sido un verdadero consuelo notarme húmeda y preparada para darme placer pensando en él. Eso era más de lo que habría podido conseguir el día anterior. Significaba que poco a poco mi cuerpo estaba despertando y dándome el espacio que me merecía para hacerle buenos regalos a Al. Me encantaría verle la cara cuando volviera y se encontrara con que yo no había desaprovechado la oportunidad de devolverle las sorpresas. Y puede que incluso disfrutara de la manera en que él iba a aprovecharlas.
               Con unos ánimos que no me esperaba tener hacía apenas unos minutos, cuando había abierto los ojos, me levanté y me puse una de las camisetas de andar por casa de Alec. Pude comprobar en el armario que Mimi ya había estado revolviendo y dejando su propia huella: no se había atrevido a sacarlas del mueble para que no perdieran su olor característico y la razón por la que las robábamos, pero las había desordenado lo suficiente como para que yo me diera cuenta.
               Sin molestarme siquiera en ponerme unos pantalones cortos que disimularan que también me había puesto unos calzoncillos de Alec salí de la habitación. La camiseta que había escogido, de un color amarillo pastel que me quedaba genial y que recordaba que hacía que su cuerpo fuera tremendamente apetecible, me llegaba dos dedos por encima de las rodillas y, si bien se me adhería mucho a la piel de los muslos, daba el pego como vestido improvisado. Sabía que a Alec le gustaría mucho verme de esa guisa, y me recordé a mí misma hacerme un par de fotos más tarde para acompañar al vídeo que le había enviado nada más despertarme.
               Annie estaba ya en la cocina, entretenida sacando boles de cereales y colocando platos de sopa en la mesa de la misma antes de trasladarlos al comedor. Tenía los huevos y un paquete de beicon fuera de la nevera, pero no se había puesto a cocinarlos todavía.
               Supe por qué incluso antes de que me preguntara.
               -¿Qué te apetece desayunar, Saab? ¿Te hago unos huevos?
               Alec era el único que se empeñaba en desayunar salado los fines de semana. El resto de la familia no se quejaba si Annie no ponía más que cereales y yogur, pero Alec siempre protestaba: que si estaba creciendo, que si las proteínas eran importantísimas para la dieta del deportista, y un largo etcétera. Yo me había acostumbrado rápido al pequeño banquete que eran los desayunos en casa de los Whitelaw, pero me sentía mal haciendo que Annie cocinara sólo para mí. Había visto a Dylan picotear de vez en cuando un poco del beicon de Alec, pero Annie parecía satisfecha con una tostada y mantequilla.
               Así que lo siento, Annie, pero no vamos a invocar a tu hijo aún.
               -Me sirve con unos cereales, gracias.
               Annie asintió con la cabeza, empujando ligeramente los huevos a un lado, quizá un poco desilusionada. Los guardé en la nevera, junto con el beicon, y saqué unas naranjas para hacer zumo. Preparamos el desayuno en silencio, ella sin protestar porque yo estaba ayudándola, y yo sin tomarle el pelo por lo mucho que habían cambiado las cosas en una noche.
               Cuando por fin terminé con el exprimidor, Annie había terminado de tostar las rebanadas de pan.
               -¿Qué tal has dormido?
               -Muy bien-mi despertar había sido pésimo, de los peores que había tenido en meses, pero eso no iba a decírselo. Alguna de las dos necesitaba tener consuelo-. He descansado mucho. Más de lo que me esperaba, a decir verdad, y teniendo en cuenta las circunstancias. La cama de tu hijo es muy grande.
               -Es que mi hijo es muy grande-sonrió Annie.
               -Sí que lo es-asentí, riéndome. Annie se pasó una mano por la cara, tapándose la boca y la mejilla, y suspiró. Estaba contando los platos y acusando la ausencia de Alec-. Claro que es como si estuviera. La cama aún huele a él. Empiezo a pensar que él huele a su cama, lo cual es raro, porque… bueno… se pasa más bien poco tiempo en ella-sonreí, y Annie me dio una palmadita en el hombro, sonriendo también con tristeza.
               -Se pasa más tiempo en ella desde que ha empezado a salir contigo, así que supongo que es algo que tenemos que agradecerte.
               -Si alguien tiene que darle las gracias a alguien soy yo a ti, Annie. Para empezar, por dejar que pase la noche…
               -Bobadas-Annie agitó la mano en el aire-. Estoy encantada de que estés. No tienes nada que agradecerme. Esta es tu casa tanto como mía.
               Cogió los platos y se los llevó al comedor. Estaba a punto de insistirle en que apreciaba mucho lo que había hecho por mí, y de prometerle que haría lo posible por merecerme la confianza que había depositado en mí, pero Dylan atravesó en aquel momento la puerta, un paquetito de bollos calientes colgándole de la mano, y la tarea de evitar que Trufas se escapara ocupó toda nuestra atención.
               El desayuno fue bien. Tan silencioso como me lo esperaba, si tenemos en cuenta que faltaba el miembro más bromista y parlanchín de la familia, aunque estaba más tiempo ocupado conmigo que con los demás. Dylan se ocupó de fregar mientras Mimi y yo nos sentábamos al sol de la mañana en el jardín, fingiendo que no nos dábamos cuenta de que ninguna de las dos estaría allí de no ser, precisamente, por la ausencia de su hermano. Si Alec estuviera allí, yo estaría enredada en su cintura, probablemente sin ropa, y Mimi ya se habría ido haría tiempo para no tener que escucharnos al otro lado de la pared.
               -Tenemos que ir a hacer unas compras-dijo Annie una vez regresó del invernadero, al que había ido nada más desayunar para inspeccionar sus flores. Sospeché que ahora recibirían todavía más cuidados para tratar de cubrir el vacío que había dejado su hijo-. ¿Te importa si te dejamos sola, Saab?
               Mimi abrió la boca.
               -¡Mamá! Puedes venir si quieres, Saab-dijo, cogiéndome la mano, pero negué con la cabeza.
               -Tenéis tradiciones que seguir. No quiero inmiscuirme.
               -No quiero que te sientas desplazada en esta casa, cielo-se disculpó Annie-. Si he asumido que no vendrías es porque no tiene nada de interesante ir a hacer la compra mensual con tus suegros.
               Lo cierto es que no le faltaba razón. Había cosas que me apetecían mucho más que pasearme por el pasillo del papel higiénico empujando un carro que me haría soñar con cosas que haríamos Alec y yo más adelante.
               No podía esperar a que llegara el momento de tener que hacer cosas tan domésticas como hacer la compra los dos juntos.
               -Todavía tengo que aclimatarme a su habitación vacía. Creo que debería aprovechar esta oportunidad. Además, Trufas necesitará compañía.
               Annie sonrió y asintió con la cabeza, satisfecha por la manera en que habíamos capeado una posible discusión. Era demasiado pronto aún para pelearnos, sobre todo si Alec no estaba para meterse en medio a separarnos.
               Los despedí desde el porche, con Trufas en el regazo. Le cogí la patita y se la agité en el aire a modo de despedida, y cuando el coche desapareció, llevándose consigo a la abuela, padres y hermana de Alec, el conejo y yo nos miramos. Le di un beso en la cabeza, cerré la puerta y lo dejé en el suelo. Empezó a correr como loco de un lado para otro, me imagino que en su ritual semanal de celebración de su independencia, y subí a la habitación de Al.
               Annie no soportaba que su cama se hubiera quedado hecha cuando se fue, ya que él jamás la hacía y eso sólo reforzaba la idea de que no estaba, así que me puse una camisa de su hijo, me tumbé en la cama y decidí revolverla todavía más. Puse música en aleatorio, me acurruqué bajo las sábanas, oliendo la tela de éstas y de la camisa de Alec… y me dejé llevar.
               Lo cual fue terrible. Me eché a llorar con las canciones tristes que empezaron a salirme en el aleatorio, hasta que mi móvil decidió compensarme por todo mi dolor poniéndome Up all night… y todo se desmadró. Me hice de nuevo con las riendas de la música seleccionando una lista que había creado con todas las canciones que One Direction habían cantado en su reunión de Wembley y me dejé llevar.
               No sabía qué haría cuando llegara Ready to run, pero tenía muy claro qué pasaría durante las canciones marchosas.
               Y cuando empezaron los acordes de Where do broken hearts go no me contenté con pasearme por la habitación. Cogí mi móvil, me subí a la cama y di la actuación de mi vida, creyéndome más poderosa que Niall, más poderosa que Scott, más poderosa que cualquiera que hubiera estado encima de ese escenario. Trufas era un público entregadísimo que se puso a hacer volteretas cuando yo imité a mi hermano, avanzando en su solo por la cama con una chulería que era exclusiva de los Malik, y, por primera vez, me sentí feliz. Feliz y libre y consolada y querida y a gusto desde que Alec se había marchado, porque cantar una canción así en la habitación de tu novio mientras llevas ropa de tu novio le levanta el ánimo a cualquiera. Le cura todos los males. Y le hace celebrar estar enamorada.
               -TELL ME NOW, TELL ME NOW, TELL ME NOW. TELL ME WHERE YOU GO WHEN YOU FEEL AFRAID. Where do broken hearts go?-chillé, levantando la mano con un dedo apuntando hacia un cielo en el que, en algún lugar, Alec y yo todavía no nos habíamos separado. Aproximadamente, hacía un mes luz. En estrellas que estuvieran a esa distancia nos podrían ver todavía en Mykonos, disfrutando de las mareas y de nuestros amigos, de ser jóvenes y libres y de no preocuparnos todavía por un voluntariado que aún no había llegado-. TELL ME NOW, TELL ME NOW, TELL ME NOW, WILL YOU EVER LOVE ME AGAIN, LOVE ME AGAIN, LOVE ME…
               Girando en la cama mientras brincaba al ritmo de la música, las sábanas enredándose a mis pies y a punto de hacer que perdiera el equilibrio y cayera al suelo, me volví hasta estar frente a la puerta de la habitación de Alec, donde me esperaría que, como mucho, un Trufas preocupado estuviera observándome.
               No Taïssa, Kendra y Amoke, con las gafas de sol a modo de diadema y bolsas de la playa colgadas del hombro. Estallaron en aplausos en cuanto me giré, vitoreándome, jaleando mi nombre y dando brincos como si estuvieran en un concierto de verdad. La música siguió sonando en los altavoces y atronando en la habitación, pero a mí se me cayó el alma a los pies. No las esperaba allí. Esperaba estar sola durante más tiempo. ¿Habían ido a buscarme a casa después de que les dijera que no me apetecía salir el día anterior y mis padres les habían dicho dónde encontrarme? Lo último que necesitaba era que me echaran la bronca diciendo que estaba pasando de ellas. No lo estaba haciendo. Simplemente necesitaba un tiempo para ajustarme a mi nueva situación.
               Aceptar echar de menos a Alec y llorar todo lo que no me había permitido desde que se marchó. Al contrario que a Ariana Grande, me quedaban demasiadas lágrimas por llorar.
               -¡Bravo! ¡Icónica! ¡Diosa!-gritaban mis amigas, aplaudiendo frenéticamente, como si estuviéramos en una entrega de premios y hubieran decidido que querían convertirse en el nuevo meme de celebración preferido de internet.
               -¿Qué coño hacéis aquí?-pregunté, odiando cómo empezaron a arderme las mejillas. No estaba haciendo nada malo tratando de librarme de mi dolor a base de cantar: solía ser un buen consuelo, según tantos estudios que era imposible refutar la idea.
               -Hemos venido a buscarte-dijo Taïssa-. Hace un día precioso. ¡Nos vamos a la pisci!-festejó, agitando en el aire un flotador de flamenco por el que tendría que pelearse con los socorristas para que se lo dejaran usar. Al final, Taïssa siempre conseguía lo que quería, ya que no dudaba en ponerles ojitos y sacar su lado más dulce, pero siempre se ganaba una reprimenda cuando lo echaba al agua y trataba de saltar directamente encima de él.
               ¿Ir a la piscina? No, gracias. Tenía piscina en casa de Tommy, y no me apetecía fingir que era una sirena. Mis dotes de actriz estaban centradas en fingir que tenía 20 años y que mi novio acababa de marcharse a trabajar después de pedirme matrimonio, en lugar de 15 y con mi novio a seis mil kilómetros de distancia.
               -¿Cómo habéis entrado?-pregunté. Sabía que necesitaba hacerme la digna para que me dejaran tranquila. Kendra sonrió con maldad.
               -Nuestro novio, Jordan, nos ha abierto la puerta. Queríamos tirarnos encima de ti si aún estabas durmiendo para despertarte, pero hemos escuchado el concierto y nos hemos dado cuenta de que hemos perdido la ocasión.
               -Jordan no es nuestro novio, Kendra-protestó Momo-. Es el mío.
               -No hace falta que nos peleemos por él, tía. Puede apañárselas con las dos a la vez. Tiene polla, boca y dos manos. Eso son cuatro chicas a las que satisfacer. Y nosotras somos cuatro, así que…-su sonrisa maligna se hizo más profunda todavía.
               -Los tíos no funcionan como nosotras. No existe nada del estilo candelabro italiano invertido. A duras penas pueden con una…
               -A mí no me contéis en esas cosas raras que os traéis con Jordan-protesté-. Sabéis de sobra con quién me apetece acostarme en exclusiva.
               -Una vez al año no hace daño, amiga-Kendra me guiñó un ojo y yo le tiré una almohada. Me bajé de la cama rápidamente para recuperarla antes de que Kendra la contaminara con su colonia y dejara de olerme a Alec. Por mucho que hubiera llorado cuando me desperté y me di cuenta de que efectivamente estaba sola, prefería mil veces tener esos segundos de ilusión antes de caer en mi verdadera situación a no tener nada. Una vez recuperada la almohada, corrí a colocarla en su sitio de nuevo.
                -Suerte tratando de convencer a Zoe de eso-respondí. Alec quería que mantuviera un ojo en Jordan para convencerlo de que se alejara de la americana en el caso de que ella diera el más mínimo paso en falso, pero, vista mi propia experiencia con las intervenciones de personas ajenas a mi relación con él en la misma, había decidido mantenerme a una prudente distancia de ellos dos. Daría consejos, por supuesto, y mantendría mi palabra de cuidar de Jordan en todo lo posible, pero no tenía la más mínima intención de guiarlo dejos de la americana. Por muy nobles que fueran las  intenciones de Alec, debería ser más listo y adoptar la misma postura que yo.
               Claro que él era su mejor amigo, así que se sentía más obligado a cuidarlo de lo que ninguna promesa podía atarme a mí.
               -Bueno-Momo dio una palmada-. Ya es suficiente. Basta de ghosting a tus mejores amigas. Entendemos que estás triste y demás, y que echas mucho, mucho de menos a ese novio tuyo con los abdominales de infarto y los brazos que te mueres del gusto, pero es hora de seguir con tu vida. No va a hacer este sol siempre-señaló la claraboya que me había visto bailar, llorar y despertarme sola-, así que es nuestro deber como inglesas aprovechar este regalo divino. Te he traído el bikini de emergencia-dijo, sacando una bolsita de tela de su bolsa de playa y extendiéndola frente a ella para que yo pudiera verla-, así que no tienes excusa para no venirte con nosotras a bañarnos, ponernos moradas a macedonia y marujear en el prado de la piscina. ¡Date prisa!-chasqueó los dedos por encima de su cabeza y agitó la mano en el aire como si estuviera tratando de pedir un taxi, pero yo me quedé plantada junto a la cama de Alec.
               -No voy a ir a ningún sitio-sentencié. Taïssa y Kendra intercambiaron una mirada; sólo Momo suspiró, llevándose una mano a la cadera.
               -Ay, Saab… si no fueras tan tozuda. Nos van a quitar los mejores sitios. Apresúrate.
               -He dicho que no voy a ir a ninguna parte. Quiero quedarme aquí, en la habitación de Alec. Podéis ir sin mí. Efectivamente, os van a quitar los mejores sitios, así que más vale que os deis prisa.
               Taïssa torció la boca pero no dijo nada, Kendra puso los ojos en blanco (incluso aunque llevaba las gafas de sol puestas, lo sé), pero Momo no estaba dispuesta a rendirse tan pronto. Se acercó a mí y me puso una mano en el hombro.
               -Oye, Saab, sabemos por lo que estás pasando. Es muy duro haber tenido que decirle adiós a Alec después de todo el tiempo que habéis pasado juntos, y es normal que le eches de menos, pero quedarte encerrada en su habitación no va a hacer que vuelva antes-se quitó las gafas de sol de la cabeza y se las colgó del escote del vestido playero que llevaba, bajo el que se intuía su bañador-. A él no le gustaría saber que has dado por finalizado el verano a uno de agosto.
               -No tiene por qué enterarse, y cuando lo haga ya será tarde. Son mis sentimientos, Amoke-me encogí de hombros-. Yo decido cómo los gestiono. Ayer mismo mantuve una conversación con mi madre a ese respecto, precisamente. ¿Sabíais que me he negado a llorar hasta ahora?-pregunté, mirándolas. Kendra cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro, incómoda. Taïssa hundió un poco los hombros, seguramente pensando en lo que estaba pasando, en cuán grande tenía que ser mi dolor si me había dado miedo darle salida por si me ahogaba en él.
               Pero Momo me conocía mejor que nadie, incluso que ellas dos. Sabía de sobra por qué no había querido llorar, qué era lo que realmente me preocupaba de seguir adelante. Por mucho que mamá hubiera conseguido convencerme de que había cosas que Alec tenía que perderse sí o sí, estuviera en casa o en Etiopía, para mí no dejaba de ser difícil engrosar esa lista. Me gustaba explicarle las bromas que tenía con mis amigas y que él presenciaba en directo sin entenderlas del todo. Me gustaba que le hicieran gracia hasta mis ideas más locas. Me gustaba que escuchara cada cosa que tenía que decir, fuera una chorrada o el pensamiento más trascendental que hubiera pasado por ninguna mente humana. Podían pasar cosas en la piscina: no me preocupaba que hubiera ningún chico que me llamara la atención, pues de eso estaba más que servida, pero Momo, Ken o Taïs podían hacer algo que provocara una nueva broma interna.
               Y para cuando Alec volviera esa broma interna podría haber degenerado tanto que ya no tendría manera de explicársela. Yo no quería que tuviera que reírse de cosas que no entendiera.
               -¿Vas a alejarte también de nosotras?-me preguntó Momo, y eso fue como recibir un puñetazo que me atravesara las costillas y me golpeara directamente en el corazón. La mirada triste que me dedicó era la de un cachorrito abandonado en su segundo verano en familia que no entiende qué hizo mal en épocas pasadas, porque realmente no hizo nada mal. Simplemente ya no cabe en los planes de sus humanos.
               -Eso nunca, Momo. Es sólo que… es demasiado pronto. Nada más. La cama todavía huele a Alec, y hace demasiado poco que se ha marchado, y yo… aún no me he acostumbrado a que no esté. Apenas soy capaz de mirar el móvil porque sé que no voy a tener ninguna notificación suya más allá de los videomensajes que me ha dejado programados para cada amanecer, así que ¿qué sentido tiene mirar si alguien me ha escrito, si la persona con la que más quiero hablar no está disponible para escucharme?
               -Nosotras podríamos ocupar su lugar mientras no esté-dijo Taïssa, triste.
               -Sustituirle-corrió Momo, sabedora de que había elegido mal las palabras y yo podía malinterpretarlas. Sabía que no querían alejarme de Alec, pero la herida era demasiado reciente aún como para no escocer-. Sólo mientras no esté. Ocupar su vacante.
               Negué con la cabeza, dando un paso atrás y mostrándole las palmas en el típico gesto de rendición. 
               -Lo siento, chicas. No me apetece hoy. Tal vez otro día.
               -Ese día nunca va a llegar si no sales hoy, Sabrae. Y tú lo sabes-me reprendió Kendra, con diferencia la menos paciente de las tres. Sin embargo, al contrario que otras veces, ni Taïssa ni Amoke la reprendieron, lo que quería decir que estaban de acuerdo con ella-. ¿Cuándo pretendes que te apetezca hacer planes si no es después de que vuelva él? Estás tan acostumbrada a hacer cosas sólo con Alec que te has olvidado de que estamos aquí, ansiosas por estar contigo.
               -Estás siendo un poco gilipollas, Kendra-la reprendió Amoke, y ella abrió los brazos.
               -¿Qué pasa? No es de cristal. Le puedes decir las cosas claras. Para eso somos las amigas: para ser sinceras las unas con las otras. Lo siento, chicas, pero me revienta el saber lo que va a pasar a continuación.
               Taïssa miró al suelo y Momo se mordió el labio, balanceándose a un lado y a otro mientras escondía las manos detrás de la espalda, retorciéndolas de manera que su bolsa de playa pareció bailar. Las miré sin entender, notando cómo me dolía la frente al fruncir el ceño después de horas y horas forzando esos músculos al máximo. Mis ojos saltaron de unas a otras.
               -¿Me podéis decir qué coño está pasando?
               -Sabes que lucharíamos por ti igual que si no hubiéramos hecho promesas-dijo Taïs, críptica, y yo alcé una ceja.
               -¿Qué promesas? ¿De qué habláis?
                -Más te vale invitarnos a un helado con una bola extra por esto, Saab-me riñó Kendra, y yo la fulminé con la mirada.
               -O me decís ahora mismo qué pasa u os juro que no os vuelvo a dirigir la palabra hasta que Alec vuelva.
               Kendra suspiró trágicamente y volvió a poner los ojos en blanco. A veces me daban ganas de matarla, y aquella fue una de esas veces.
               -Alec nos hizo prometer que no dejaríamos que te pasaras el fin de semana encerrada en su casa-reveló por fin, y yo abrí la boca para contestar pero, al no encontrar palabras, la cerré de nuevo. Y luego la volví a abrir.
               -¿Quién dice que yo no vaya a salir de su casa?
               En algún momento tendría que irme a la mía. Annie no me había invitado a comer allí el sábado, aunque sí había dicho que desayunara con ellos el domingo, lo cual me llevaría a volver a dormir allí la noche siguiente, y descubrir el nuevo videomensaje del amanecer otra vez en su cama, pero… tenía todo el día del sábado para vagabundear por Londres si me daba la gana.
               -Annie-dijo Kendra, y al ver mi expresión, Taïssa explicó:
               -Alec nos dijo que su madre iba a ser de las que peor llevara su voluntariado, y que iba a hacer lo posible por conservar a su lado todo lo que pudiera de él. Y tú eres la que más cerca está de él, así que sabe que se va a pegar como una lapa a ti.
               -Annie y yo nos llevamos muy, muy bien. Para mí no es problema estar en su casa; todo lo contrario. No tenemos la típica relación suegra-nuera en la que nos odiamos.
               -Nos dijo que te iba a hacer prometer que te lo pasarías bien mientras él no estuviera-explicó Taïs.
               -Lo cual, sorprendentemente, incluía no intervenir si te veíamos zorreándole a algún tío de fiesta. Muy morboso, tu fuckboy-se rió Kendra, tratando de quitarle hierro al asunto.
               -Kendra-riñó Amoke.
               -Y cree… y estamos de acuerdo… en que encerrarte en su casa cada fin de semana no va a ser distinto a meterte en una jaula de oro, cerrarla con llave y arrojarla al mar-explicó Taïssa.
               ¿Alec… no quería… que yo estuviera en su casa? ¡Pero si me había dado las llaves! ¡Me había dicho que podía ir a visitarla tantas veces como quisiera!
               -Esto me lo estáis diciendo para que vaya con vosotras-acusé, y Kendra se pellizcó el puente de la nariz y suspiró sonoramente-. Alec me dio las llaves de su casa como regalo de cumpleaños. Me dijo que podía venir las veces que quisiera. Por Dios. ¡Si incluso me ha instalado un enganche en el techo para que pueda colgar una silla de columpio como la de habitación y leer aquí!-grité, señalando el mosquetón del techo, la pequeña polea que había puesto para que me fuera más fácil colgar y descolgar el columpio si quería tener la habitación más despejada. Taïssa y Kendra levantaron la mirada, pero Momo tenía los ojos puestos en mí, impregnados de tristeza-. ¡Lo que me estáis diciendo no tiene ningún sentido!
               -Lo que él no quiere no es que estés en su habitación, Saab. Lo que no quiere es que te encierres en ella y te pases un año aquí metida esperándolo. Él ya vivió sus quince. Ahora te toca a ti.
               -Sigo sin entender qué tiene que ver Annie en todo esto. Sí, vale, tenerme cerca es tener algo más de su hijo cerca, pero ¡no va a encerrarme en su casa!
               -Alec dijo que no le haría falta dejarte encerrada-dijo Kendra-. Que seríais una mezcla explosiva las dos juntas: ella tendría ganas de acogerte, y tú de quedarte. Es eso lo que le preocupa. Que ninguna de las dos ponga una barrera. Por eso nos pidió ayuda a nosotras.
               -No hemos venido porque le hayamos prometido a Alec que te sacaríamos de su casa-añadió Taïssa-. Hemos venido porque tenemos ganas de estar contigo y no queremos que estés triste.
               -No estoy triste en su habitación.
               -Pero lo estarás cuando te vayas.
               -Razón de más para no marcharme.
               Ken exhaló el aire que contenía en sus pulmones de nuevo y, estirando los brazos por detrás de su cabeza, le dijo a Momo:
               -Enséñale el mensaje que te ha llegado esta mañana.
               Momo se mordió los labios sin mostrar los dientes, arqueó las cejas y revolvió en la mochila hasta encontrar su teléfono. Lo extrajo, lo desbloqueó, entró en Telegram y buscó la conversación. Cuando por fin la encontró, me tendió el móvil.
               No me sorprendió que hubiera guardado a Alec como “Alec Sabrae” a pesar de que era el único Alec al que conocía, o que sabía de sobra su apellido. Tampoco me sorprendió comprobar que los mensajes anteriores que había intercambiado con mi novio eran todos relacionados conmigo: preguntando si tenían planes para ofrecerme salir, avisándolo de que ya estaba con ellas o que ya iba camino a su casa.
               Lo que sí me sorprendió fue el último mensaje que me encontré justo debajo de un cartelito que ponía “hoy”.

Hola, Amoke! Te escribo desde el más allá. (Coña. La tecnología mola). Seguramente Sabrae haya dormido hoy en mi casa, porque las conozco a ella y a mi madre como para saber que mi madre la habrá invitado a cenar allí y ella habrá ido prácticamente corriendo. Este mensaje es para recordarte la promesa que me hicisteis las chicas y tú. Sé que no nos gustamos, sé que no os ha hecho gracia que la haya acaparado estos últimos meses, y sé que os debo una MUY GORDA por haberme permitido estar con ella tanto tiempo, y que no tengo ningún derecho a seguir pidiéndoos favores, pero sé que la queréis casi tanto como lo hago yo (y, sí, YO LA QUIERO MÁS QUE TÚ, NIÑA), así que sé que haréis todo lo posible, e incluso lo imposible, si es que eso es posible, para sacarla del pozo al que se habrá lanzado de cabeza. Así que, eso. Sácala de mi casa. Sé que técnicamente os hice prometer que la sacaríais de mi habitación, pero los dos sabemos que eso no va a ser suficiente. Distraedla un poco. Lleváosla de compras o a la playa o al cine o a donde coño os apetezca, pero POR FAVOR, SÁCALA DE MI CASA.  No quiero volver y encontrármela  encadenada a mi cama en estado catatónico igual que si fuera un zombie. Me gusta demasiado tal y como es como para conformarme con una parte de ella. Sobra decir que como me entere de que le dais de lado no tendréis país suficiente para correr. Tengo genes de psicópata y mido casi metro noventa. Yo de vosotras no me buscaría las cosquillas. Eso es todo. Gracias! Adiós 😄

               Y, debajo, aun sabiendo que no iba a leerlo hasta dentro de… ¿trescientos sesenta días?..., Momo le había escrito su respuesta.

Estás chiflado si piensas que vamos a renunciar a ella tan fácilmente. Ya te gustaría. Tú a nosotras sí que nos gustas (o por lo menos nos gusta lo que le haces a Saab), aunque seas un chulo que se piensa que las amigas de su novia necesitan que las amenacen para pasar tiempo con ella. Estábamos ROOTEANDO porque te piraras para poder estar otra vez con Saab. Así que GENIAL. Por muy prometedor que suene lo de perseguirnos y tal, creo que tendrás que esperar a otra ocasión. Ya te mandaremos fotos para que rabies 😉😉😉😉

PD: en el fondo no queríamos que te fueras, porque sabíamos que Sabrae iba a estar como está: mal. Muy mal. Ojalá te arañe un león toda la espalda y sientas la milésima parte del dolor que siento yo viéndola tan triste. Quizá deberías ser TÚ el que me tenga miedo a MÍ. No mediré metro noventa, pero tengo tus huevos a la altura del codo. Hacer que Sabrae y tú sólo podáis adoptar es un momento.

Besito

 

               Levanté la vista para mirar a Momo, que me miraba con expresión aburrida, una ceja alzada.
               -¿Acabas de amenazar a mi novio, campeón nacional de boxeo, con dejarlo estéril por haberse ido de voluntariado?
               -Síp. Y lo volvería a hacer-respondió, quitándome su móvil de las manos-. Tranquila; jamás le haría nada a su polla. Sé lo mucho que te gusta.
               -También me gustan mucho sus huevos.
               -Estamos enteradas-sonrió Kendra. Ella todavía era virgen, pero cuando se estrenara con un chico conseguiría dejarlo completamente obsesionado con ella, aunque sólo fuera por todo lo que había aprendido de las cosas que yo les contaba que hacía con Alec y que a él le encantaban. Les había insistido mucho en eso de no descuidar los testículos de los chicos cuando estuvieran haciendo una mamada.
               Muchos hombres iban a disfrutar de esas atenciones gracias a que el mío no dejaba de gruñir cuando yo se las proporcionaba, y a mí me encantaba que gruñera.
               -Y es subcampeón-añadió Taïssa.
               -¡Fue descalificado injustamente!
               Momo me tendió la bolsita con mi bikini, una ceja alzada de nuevo, haciéndome entender que no tenía intención de pasar por ahí.
               -Aburrirte y pasarlo mal no va a hacer que vuelva antes, Saab. Y encerrarte en su habitación a escuchar música no va a impedir que lo pases mal.
               ¿Cómo sabía que me había pasado llorando la primera parte de la mañana si me habían encontrado pegando botes en la cama de mi novio, con la música que One Direction y Chasing the Stars habían sacado recientemente atronando en los altavoces?
               Porque es tu mejor amiga, me recordó una voz en mi interior. Una voz que no sonaba como Amoke, pero tampoco sonaba como Alec. Supongo que eso era un consuelo y a la vez un castigo, un final y un comienzo. Tú también lo sabrías de ella.
               -Me pondré el bikini en el vestuario de la piscina-decidí-. Tenemos que correr si queremos coger las tumbonas de al lado del chiringuito.
               -Pues venga. Vístete, perra mala-ordenó Momo, dándome una palmada en el culo, toda posible pelea olvidada. Era lo bueno de tener amigas como ellas: me hacían la vida más fácil evitándome pedirles perdón.
               -Ya estoy vestida-dije, y las tres me miraron de arriba abajo. Vale, puede que que tuviera que pedirles perdón por algo.
               -Ponerte los gayumbos y una camisa de tu novio no es vestirse, Sabrae.
               -Alec os pidió que me sacarais de su casa-repliqué-, no que me arrancarais el corazón del pecho y os dedicarais a bailar sobre él. No pienso quitarme su camisa. Por ahí sí que no paso-negué con la cabeza, tirando de las mangas de su camisa hasta esconder mis manos en ellas, mi pelo cayéndome en cascada sobre los hombros. Cuántas veces había estado así para Alec y cuántas veces me había terminado poseyendo sobre la misma cama que ahora era testigo del rescate de mis amigas, que habían tenido que luchar incluso conmigo misma para poder salvarme. Yo era mi propio dragón-. Está bien-escupí-. Me pondré mi ropa para ir a la piscina. Pero olvidaos de que renuncie a sus gayumbos.
               -Algo es algo-dijo Kendra cuando las chicas intercambiaron una mirada entre ellas, sopesando la tregua que acababa de ofrecerles.
               Cinco minutos después estaba bajando las escaleras con ellas, la ropa que había llevado el día anterior de nuevo sobre mi cuerpo, y garabateándole una nota Annie en la que le explicaba que me iba a pasar el día por ahí con mis amigas y que volvería para la noche, todavía no sabía si para cenar. La vaguedad con la que me referí a mis planes le resultaría familiar, y supuse que Alec contaba con eso cuando les pidió a las chicas que fueran a sacarme de su casa.
               Yo era perfectamente capaz de quedarme en casa de Alec con tal de contentar mis propios deseos y los de Annie. Pero Alec siempre había sido de los que se escabullían en mitad de la noche porque su habitación se le hacía demasiado grande.
               Solamente podía no salir cuando me tenía con él, atrayéndolo como una sirena al fondo del océano... o custodiándolo igual que un dragón a una princesa.
 
-Ya sé por qué estoy siendo tan dramática estos días-comenté, sentándome de nuevo en la toalla y enredándome el pelo en un moño apresurado. La piscina estaba abarrotada; habían tenido que cerrarla a las dos horas de abrirla porque se había superado el aforo, pero las chicas y yo habíamos conseguido milagrosamente los sitios que queríamos: las mejores tumbonas del lugar justo junto al chiringuito atendido por un chico bronceado que ya había hecho que Kendra se ajustara un poco más el bikini, sólo por si acaso.
               -¿Con “estos días” quieres decir “los últimos quince años”?-preguntó Momo.
               -¿Porque tu ascendente está en Piscis, aunque no podamos asegurarnos porque no sabemos a qué hora naciste?-preguntó Kendra. Le tiré la pelota con la cara de un oso panda que Momo y yo habíamos hinchado por turnos a la cara, y Kendra se echó a reír.
               -No, gilipollas. Puag. Mi ascendente no está en Piscis.
               -¿Qué problema tienes con los Piscis?-preguntó Momo, profundamente ofendida. Tenía la luna en Piscis y pretendía que se respetara a ese signo sólo por eso.
               -Qué problema no tiene con los Piscis-sonrió con maldad Kendra, devolviéndome la pelota. Puse los ojos en blanco.
               -Con el Piscis de Alec ya tenemos bastante; no hay necesidad de que yo también tenga algo. Si no, seríamos insoportables.
               -Ah, ¿que no lo sois ya?
               -¿Por qué llevas estos días dramática?-preguntó Kendra desde el borde de la piscina, pataleando perezosamente para mantenerse a flote. Suspiré.
               -Acaba de venirme la regla.
               -Uuuuh-gimieron todas, y luego, el festival ofreciendo tampones de rigor. Agité la mano en el aire: me había surtido del neceser de Momo, que siempre llevaba uno en el bolso por si acaso sus irregulares periodos la sorprendía fuera de casa.
               -¿Quieres que nos vayamos?-ofreció Taïs, que preferiría que un camión le pasara por encima a tener que salir del agua. Abrí la boca para decir que no, pero Kendra se me adelantó.
               -No vamos a ir a casa de Alec si nos vamos ahora. Estás avisada-se bajó las gafas de sol y se tumbó de nuevo sobre la hamaca, con una pierna estirada y la otra doblada. Taïssa la salpicó.
               -¡Eres una insensible!
               -¡Sí, tía! Sobre todo porque Alec tiene la cama más grande que he visto en mi vida-añadió Momo. Ya había decidido que me acompañaría alguna noche que me fuera a dormir a su cama y yo, aparentemente, no tenía nada que decir al respecto.
               -Proporcional a otras partes de él, según he oído-se burló Kendra. Me levanté a cogerles un cubo a unos niños que jugaban en la zona de la arena de la piscina, lo llené de agua y se lo tiré encima. Momo se cayó de la tumbona de la risa y Taïssa poco más y se ahoga. Eso me ganó una reprimenda del socorrista, pero mereció la pena.
               -¡Más te vale que me lo compenses, cabrona!-chilló Kendra-. ¡Me va a dar un corte de digestión por tu culpa!
               -¡A ti no te ha dado corte nada en tu vida, so zorra! Un poco de agua no te va a matar.
               Me senté de nuevo en mi tumbona, extendí con cuidado la toalla y me tumbé sobre el vientre. Pronto tendría que meterme en el agua para aliviar la sensación de pesadez de mis piernas, ésa que Alec era tan bueno quitándome, pero de momento podía soportarlo.
               Mentiría si dijera que me gustaba poder achacar mi desequilibrio emocional a que tenía las hormonas revolucionadas, y una parte de mí era tremendamente reticente a reconocer que, quizá, había exagerado todo lo que me estaba pasando. Vale, sí, era intensa por naturaleza y estaba muy, pero que muy unida a Alec, y en el fondo de mi corazón, mi reacción me parecía lógica y normal. Pero ahora tenía un runrún en la parte trasera de la cabeza que no iba a dejarme tranquila en todo el día: me había tomado mi dolor como una muestra de la verdad que había en lo que sentía por Alec. Si mi reacción desmesurada había sido producto de un cóctel de tristeza y síndrome premenstrual, ¿ese amor era menos fuerte? ¿Menos poderoso?
               Si no me hubiera venido la regla, ¿habría sufrido igual? ¿Tendría la misma prueba de que lo que compartíamos era real?
               Como si hubiera formulado la pregunta en voz alta, mi colgante del elefantito, que no me había quitado ni para bañarme en la piscina, se deslizó por mi piel y se balanceó justo por debajo de mi mandíbula mientras meditaba. Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo.
               Creo que si tuviera que tatuarme una frase, sería precisamente esa.
               Qué bien me conocía mi amor. Cómo sabía que iba a necesitar algo a lo que aferrarme cuando creyera que mi memoria me había jugado una mala pasada.
               Incluso en ese silencio eterno en que nos habíamos sumido había encontrado la manera de hablarme y reconfortarme.
               Tratando de concentrarme en otra cosa que no fuera la ausencia de mi chico, eché mano de la revista que Momo se había traído y había dejado en el suelo junto a su tumbona. Apenas había pasado un par de páginas cuando vi la primera imagen de la banda de mi hermano, y tenía el teléfono en la mano para enviarles una foto a todos ellos cuando Momo se levantó y trotó hasta la piscina, dejándome a solas con Kendra, que no tardó en mudarse a la tumbona de al lado para hacerme compañía.
               -¿Cómo estás?-preguntó, sentándose de cara a mí y abrazándose el vientre. Todavía le caían gotitas del pelo que hacían que su piel brillara como si tuviera incrustados diamantes que se rendían a la gravedad. Asentí.
               -Bien. No me duele nada, de momento. Estoy un poco cansada, eso sí… puede que tenga que irme un poco antes para ir a visitar a Josh, pero por lo demás, no lo estoy notando.
               Era como si mi cuerpo supiera que no había nadie para consolarlo y estuviera decidido a hacerme la vida un poco más fácil. Bien sabía Dios que lo necesitaba.
               -No me refería a eso, sino… a lo de Alec-dijo en voz baja, como si estuviera invocando un espíritu o alguna especie de tabú.
               Pasé una página.
               -No sé si quiero hablar de él contigo, Ken. No te ofendas.
               -Vale. Yo sólo quiero que sepas que, si necesitas algo, estoy aquí.
               Se quedó callada pero tampoco se movió, lo que me hizo pensar que la conversación no estaba terminada. Al menos no por su parte. Suspiré y me giré para mirarla.
               -Ya sé que no te cae bien, Ken. No necesito que finjas que no es así.
               -Sí me cae bien-respondió-. Creo que es un tío gracioso, y contigo es muy bueno. Es sólo que… las demás no han necesitado perdonarte por la manera en que nos has dado de lado por estar con él durante todo el verano, pero yo sí.
               -¿Daros de lado? Kendra, yo no os he dado de lado en ningún momento. Os he incluido en todos los planes que he podido, pero creo que no es muy difícil de entender que prefiera pasar el máximo tiempo posible con mi novio si voy a tardar en verlo un año-escupí, y esas dos últimas palabras fueron puro fuego en mi lengua. Sí que era un dragón, después de todo-. Si Momo y Taïs no han tenido que perdonarme es porque ellas lo entienden. Lo que no me entra en la cabeza es que tú no seas capaz de procesar que puedo ser vuestra amiga y la novia de Alec, todo a la vez.
               -No me molesta que seas nuestra amiga y la novia de Alec a la vez, es sólo que…
               -Me alegro de tener tu permiso.
               -Dios, Saab, estoy intentando disculparme, ¿sabes? A mí estas cosas no se me dan bien-dijo, frotándose las manos contra los muslos, nerviosa-. No tan bien como a las demás, al menos, y desde luego no tan bien como a ti y a él. No quería decir que no me “moleste”; me he expresado mal. O sí que he querido decirlo, pero no quería que sonara así-frunció el ceño y yo esperé-. No me molesta que tengamos que compartirte con Alec. Aunque, a decir verdad, sí que me duele lo de este verano.
               -¿Ah, sí? ¿Y por qué te duele, si puede saberse? ¿Porque me habéis visto menos? ¿Por qué sólo hemos podido hacer planes chulos porque los planes domésticos o más estándar los hacía con él? ¿Porque quizá no lo vaya a pasar tan mal estando sin Alec que sin… ninguna otra persona?-conseguí morderme la lengua a tiempo antes de decir “sin ti”, porque sería demasiado cruel. Cierto, pero cruel.
               -Porque sé lo que es esto, Saab.
               Cerré la revista y me incorporé hasta quedar sentada, preparada para pelear. Si Kendra me estaba buscando, me encontraría. Nunca había necesitado a Alec para defenderme: se lo había demostrado con creces el día que empezó todo, cuando entré en aquel gimnasio lleno de tíos que me sacaban varias cabezas sin miedo alguno, porque sabía que podía con ellos.
               -¿Y qué es esto, exactamente, Ken?-pregunté, y ella se mordió los labios antes de responder.
               -Es el principio del final de todo.
               Parpadeé mientras trataba de desgranar el significado de sus palabras. Como si fueran un cubo de Rubik, les di la vuelta y las giré, haciendo distintas combinaciones con ellas tratando de entender lo que quería decir mi amiga. Pero no pude, así que me vi obligada a preguntarle, quizá con demasiada poca paciencia destilándose en mis palabras:
               -El final de ¿qué?
               -De esto. De nosotras-hizo un gesto con la mano abarcándonos a ambas y las tumbonas vacías con las cosas de Taïssa y las suyas. De las cuatro. No sólo de Kendra y de mí, sino de Kendra, Amoke, Taïssa y Sabrae como un grupo. No tenía ningún sentido.
               -Alec no va a separarnos, Ken. Vale que he pasado más tiempo con él que con vosotras, y vale que ningún verano habíamos quedado tan poco, pero…
               -Alec no es el problema, Saab. El problema es que Alec es el primero. Van a venir más detrás de él, y no será como el resto de las veces. Antes os traíais a vuestros novios, los metíais en el grupo y salíamos todos juntos, y crecíamos en lugar de menguar. Pero ahora siento que las cosas han cambiado y van a ser al revés. Siento que te hemos perdido, aunque sigas con nosotras. Vas a seguir con Alec mucho, mucho tiempo, y cada vez vas a tener menos tiempo para nosotras, y…-tomó aire sonoramente y lo soltó despacio, delatándose a sí misma: estaba a punto de echarse a llorar-. Luego les pasará a Momo y a Taïs. Y yo me quedaré sola. Todas sabemos que yo seré la última en echarme novio, si es que alguna vez lo hago-reconoció con tristeza, y a mí me partió el corazón en dos.
               Porque era la primera vez que Kendra decía eso en voz alta, a pesar de que todas sabíamos que lo pensaba. Hacía demasiadas bromas sobre abalanzarse sobre el primer tío que se le ponía por delante como para que no te dieras cuenta de que su soltería era precisamente lo que más la acomplejaba. Como si hubiera algo de indigno en tardar en encontrar a tu media naranja o en ser tan auténticamente tú, sin pedir disculpas ni ocultar complejos, porque no encajabas en ese canon de perfección femenina con el que los tíos nos miran a todas las mujeres.
               A los chicos no les gustaban las chicas lanzadas que se lo pasaban tan bien como para reírse hasta de sí mismas. No les daban la opción a ser sus salvadores ni sus héroes, y eso era lo primero que buscaban en una relación. Antes de a Kendra, elegirían a Taïssa, más tímida, más dulce, que se sonrojaba por nada y te consideraba lo mejor de su semana por simplemente darle los buenos días.
               -Sé que debería alegrarme porque él es bueno para ti, y de verdad que lo hago, pero… no puedo dejar de pensar en que Alec ha empezado una cuenta atrás con su llegada que sé cómo va a terminar. Y yo no quiero perderos. Os quiero demasiado como para perderos. Sois todo mi mundo, y no quiero… no me gusta compartiros no porque tenga que hacerlo, sino porque sé que llegará el día en que ni siquiera tendré esa opción. Y no quiero dejar de tener esa opción, Saab.
               Me senté a su lado en la tumbona de Momo y le cogí la mano.
               -Mírame. Mírame, Kendra. No os voy a dar de lado. Alec no va a hacer que os abandone. Le gusta salir con todas nosotras. Prefiere acoplarse a nuestros planes a hacerme escoger entre él y vosotras. Pero, aun cuando haya momentos en los que me apetezca estar a solas con él, eso no quiere decir que vaya a dejar de veros. Lo de este verano ha sido especial. Algo puntual. No iba a poder compartirme con vosotras durante casi un año, así que decidí adelantarle el tiempo que no íbamos a tener para aprovecharlo. Pero Alec no nos va a separar. Ni Alec, ni ningún chico que enamore a Momo, a Taïs, o incluso a ti. Tú también vas a encontrar a alguien, Ken. Ya lo verás. Y tendremos que aguantaros a los dos haciendo el bobo y tomándonos el pelo en el grupo, y tendremos que echaros porque os volveréis insoportables-ironicé, y Kendra se echó a reír, lágrimas corriéndole por fin por la cara-. Y con aguantar a Alec yo ya tengo bastante. No necesito a más gente insoportable en mi vida. Aunque por ti creo que podré hacer una excepción-dije, apartándole el pelo de la cara y dándole un beso en la mejilla. Se rió de nuevo-. Siento mucho si te has sentido abandonada por cómo he priorizado mi tiempo con Alec. Ojalá me lo hubieras dicho.
               -No quería que te sintieras presionada a estar con nosotras y lo hicieras por obligación.
               -Oh, tranquila. Tenía muy claro que quería estar con Alec y que debía aprovechar mientras podía. Pero, si hubiera sabido que te estabas poniendo celosa, puede que cambiara un poco mis planes. Te lo habría restregado un poco más-le saqué la lengua-. Tengo el novio más guapo del mundo, y eso de que te pongas celosa de él y no de mí por estar con él me rechina un poco. Aún no sé muy bien cómo reaccionar a ello.
               Kendra se echó a reír y yo la abracé.
               -¿Por qué no puedes decirlo para la próxima? Me es más fácil quererte cuando no eres un bicho.
               -Es que siento que no tengo derecho a pedirte nada, Saab.
               -Claro que lo tienes, Ken. Eres mi amiga.
               Kendra sonrió con timidez y me dio un beso en la mejilla.
               -¿Puedo invitarte a un helado de reconciliación?
               -No es que puedas. Es que debes. Ya empieza a dolerme la tripa-mentí-, es cuestión de tiempo que me convierta en un monstruo devorador de muchachitas vírgenes. Y tú tienes pinta de ser muy sabrosa. Ñam, ñam, ñam, ñam-dije, mordisqueándole el hombro. Kendra rió.
               -Lástima que no puedas usarme de merienda. Por lo de muchachita virgen-dijo, y yo la miré, los ojos como platos-. ¿No lo sabías? Me follé a tu padre-soltó-. Ya te avisaré cuando tengas que empezar a llamarme mamá.
               -¿A “gilipollas” vas a seguir respondiendo, verdad?-inquirí, y Kendra se echó a reír. Revolvió en su bolsa en busca de su monedero, se levantó, pidió dos helados y firmamos la paz dando buena cuenta de sendos helados de chocolate.
               Cuando Taïssa y Momo salieron del agua no preguntaron a qué se debía nuestro buen humor, sino que se sumaron a él si más, como lo hacen las buenas amigas. Aprovechamos la tarde al máximo, apurando la piscina hasta el horario de cierre. Sin cambiarnos de ropa fuimos en tropel a visitar a Josh, que parecía un poco más animado después de aquella horrible fiebre con la que lo había pillado el primer día que fui a verlo sin Alec.
               -Claire ha subido hoy a visitarme-explicó el pequeño.
               -Qué bien. ¿Habéis hablado de mucho?
               -Echo de menos a Alec-reconoció-. Tú no estás mal, pero…
               -Yo también le echo de menos. Podemos echarlo de menos juntos, si te parece. ¿Quieres que mañana venga y nos ponemos una peli? Tengo todas las de Rocky a mi disposición-dije, y Josh abrió muchísimo los ojos y dijo que le parecía una idea genial.
               -¿Van a venir también tus amigas?
               -Sí, si te parece bien. Puedo invitar a Shasha a que venga. ¿Te apetece?
               -Sólo si va a traer tarta. Si no, que no se moleste.
               Me eché a reír y le di un beso en la sien.
               -Te traerá tarta.
               -Más vale.
               Para cuando nos metimos en la boca del metro más cercana al hospital, ya estaba conspirando con mis amigas sobre la forma de hacerles una encerrona y que Shasha y Josh empezaran a pasar más tiempo juntos. Taïs me preguntó si a Alec no le fastidiaría perderse el inicio de esa historia de amor cuyas semillas había plantado él.
               -Si le fastidia, que se hubiese quedado. Que ya me tiene hasta el coño con tanto recado y tanta historia-sentencié como una maruja de cuarenta años (incluso fingí acomodarme una rebequita que ni siquiera llevaba puesta), y las chicas se echaron a reír como lobas. Fue divertido meterse con él, especialmente porque no podía defenderse.
               Porque no te vas a defender, ¿verdad, Al?
 
Critícame lo que quieras, nena. Si en el fondo me lo merezco.
 
Buen chico. J
              
Joder, no me digas eso. Ahora entiendo por qué te vuelves loca cuando yo te digo eso. Siento ~CoSiTaS~. Picores en zonas interesantes.
 
Pues ya sabes, mi amor. A rascarse.
               El trayecto a mi casa fue de los más cortos desde que había ido al hospital por primera vez, y todo gracias a las chicas. Cuando quise darme cuenta, estaba metiendo las llaves en la cerradura. Había pasado por ahí para cambiarme de ropa para el día siguiente, ya que necesitaría algo más cómodo para cuando me convirtiera en un pez globo, y, de paso, a coger más artículos de higiene para la regla. Mimi no usaba compresas nocturnas, y yo no quería mancharle las sábanas a Alec aún. Eso supondría tener que echarlas a lavar y que perdieran su aroma.
               Como si de un capricho del destino se tratara el que yo pasara por casa, resultó que había alguien esperándome allí.
               No, no era Alec. ¡Ojalá! ¿Te imaginas?
               Aunque era alguien más bien cercano a él.
               -¡Jor! ¿Qué haces aquí?-pregunté, mirando en derredor. Scott no estaba en casa, sino ensayando, así que no había ninguna justificación para la presencia de Jordan en nuestro hogar. A no ser, claro, que hubiera venido a verme a mí. Conociendo a Alec, le habría asignado alguna tarea semanal para evitar que me despendolara excesivamente. Una cosa era echar una canita al aire de vez en cuando, y otra cosa era volverme totalmente loca y convertirme en la versión femenina de Alec Whitelaw mientras él no estaba.
               Seguro que le encantaría ese concepto.
               -Te has enterado de que estaba con ella y has venido a verme, ¿verdad?-coqueteó Momo. Taïssa puso los ojos en blanco.
               -Siento decepcionarte, Momo, pero no. Alec me dijo que te vigilara-explicó, volviéndose hacia mí-, así que aquí estoy. Vigilándote-abrió muchísimo los ojos con excesivo dramatismo y yo me eché a reír.
               -Qué gracioso, porque él me dijo que hiciera lo mismo contigo.
               Ya iban dos veces ese día que recordaba el favor que me había pedido mi novio, tumbados en la cama después de hacer el amor, sus dedos jugueteando en mi espalda. Me había pedido que le hiciera una promesa a ciegas, y cuando yo había respondido hecha un festival de reticencias, había puesto los ojos en blanco, me había besado la cabeza y por fin se había dejado de misterios.
               -Ten un ojo puesto en Jordan y en Zoe. No dejes que ella le haga daño. No se lo merece. No es buena chavala.
               (Yo estaba de acuerdo en que Zoe tenía una brújula moral más bien cuestionable, pero me parecía cuanto menos gracioso que Alec hubiera necesitado que ella se tirara a Scott y Tommy a la vez, sabiendo que ambos tenían novias que no estaban en la habitación, para darse cuenta de que la chica no era una santa).
               -Pues bien que te la follaste-lo pinché. Yo era de la opinión de que Jordan tenía que pegarse sus propias hostias… y que bastaría que alguien se tratara de meter entre él y Zoe para que la deseara con más intensidad todavía. Algo así como lo que nos había pasado a Alec y a mí.
               Alec me había fulminado con la mirada.
               -Enhorabuena, Sabrae. Llevabas cinco minutos sin sacarme a colación el temita. Esto debe de ser un nuevo récord para ti. ¿Satisfecha?
                -Sí-había sonreído, levantando un hombro y pegando la mandíbula a él-. ¿Lo hacía mejor que yo?
               -No.
               -Estabas puesto de coca, acuérdate.
               -Lo recuerdo-respondió-, y ni puesto de coca se compara contigo.
               -Buen chico-le había dado unas palmaditas en la cabeza como si fuera un perrito-. Te has ganado una mamada.
               -¡Tus mamadas son lo más fácil de ganar del mundo!
               -¿Y eso implica que son malas?
               -Todo lo contrario, mi preciosa luna y estrellas-había contestado, abrazándome por la cintura y tirando de mí para pegarme a él. Me había dado un beso en los labios que había hecho que se me olvidara absolutamente todo, incluido mi nombre, e incluyendo, por supuesto, lo que Zoe había hecho con él.
               Sí me acordaría de cómo me había llamado. Mi preciosa luna y estrellas. Me había encantado desde la primera vez que lo escuché, porque era el equilibrio perfecto entre su apodo cariñoso y el mío. Juntos componíamos el cielo. Lo éramos todo, día y noche, omnipotencia y cooperación. El universo entero enlazado entre nosotros dos.
               Jordan se levantó del sofá, donde estaba sentado al lado de Shasha, y recogió un paquete que había dejado encima de la mesa de los mandos. Se acercó a mí y me lo tendió, pero cuando hice amago de recogerlo lo retiró para mirarme con los ojos ligeramente entrecerrados.
               -¿Tienes la regla?-preguntó. Mis amigas tomaron aire sonoramente, y Shasha levantó la vista y clavó los ojos en la espalda de Jordan. Yo, sin embargo, me mantuve estoica. Puede que Alec le hubiera pedido que le informara si me pasaba algo, por eso de que lo habíamos hecho a pelo en Mykonos y perfectamente podía haberme dejado embarazada aun habiendo tenido la regla al día siguiente.
               No me lo había preguntado de la forma más educada posible, de acuerdo, pero no iba a escandalizarme ni avergonzarme por cosas que eran normales.
               -¿Eso influye en mi regalo?-pregunté. Jordan asintió con la cabeza.
               -Créeme, nada me gustaría más que no tener que preguntártelo, pero Alec me obligó a asegurarme antes de darte esto-por fin me tendió el paquete y esperó mientras yo rasgaba su contenido. Me quedé pasmada mirando la pequeña cajita de bombones de Mozart, en la que Alec había dejado pegada una nota con un post-it.
               Para esos días en los que me vas a echar todavía más de menos de lo que ya lo haces.
               Levanté la vista despacio, deteniéndome en las facciones de Jordan, buscando confirmación.
               -¿Me ha dejado comprados bombones para mi primera regla sin él?-le pregunté. Como Jordan me dijera que sí, mañana mismo cogería un avión, me plantaría en Etiopía y le haría a Alec tal mamada que lo dejaría estéril.
               -Eh… en realidad, ha comprado para todas, según tengo entendido-dijo, sacándose unos papeles arrugados del bolsillo trasero del pantalón, que extendió ante sí antes de pasármelos-. Me ha hecho un calendario estimado con los días en que te tengo que ir dando los bombones. También te ha dejado mascarillas relajantes para los pies y para la cara, y…-recogió uno de los papeles-. Ah, sí. Aquí está. También me dijo que, si tú me lo pides, tengo que hacerte masajes en las piernas con paños fríos. Y que tienes que firmarme en cada casilla para certificar que lo he hecho bien. Si hay alguna casilla sin firmar-dijo, señalando las once que Alec había dibujado a mano alzada con un bolígrafo negro-, me dijo que me partiría las piernas. Las tres. Y que iba a disfrutar del proceso. Y yo le creo. Lleva teniendo ganas de pegarme una paliza desde que empezamos a boxear juntos. Creo que tú le has dado la excusa. Así que… ¿meto los paños en la nevera?
               Le puse una mano en el brazo y sacudí la cabeza.
               -No será necesario, Jor. Estaré bien.
               -¿Fijo? Mira que no me importa cuidarte.
               -Tengo familia. No soy una cervatilla sola y desamparada. Pero aceptaré los bombones-sonreí, cogiendo un boli y firmando en las once casillas-. Puedes ir trayéndomelos para que yo me los vaya gestionando.
               O sea, para que me pegara un atracón ya.
               -Los está custodiando Pauline. Me dijo que no se fiaba de que no fueras a convencerme para que te los diera todos de golpe, y que entonces no cumplirían su función. Lo siento, Saab. Ah, y también me ha dado esta hojita-añadió, recogiendo otra de mis manos-, en la que tienes que firmar poniendo el titular del periódico de cada día para asegurarse de que no firmas todo de a una y me libras de mis “deberes de padrino de vuestra relación”-hizo el gesto de las comillas y puso los ojos en blanco, haciendo el gesto de estar a punto de vomitar-. Porque sabía que también te pondrías a firmar la primera hoja nada más verla.
               Parpadeé más despacio aún.
               -¿Y qué va a pasar cuando te vayas a la universidad, Jordan?
               -Que si te empeñas en que quieres que te hagan un masaje en las piernas tengo que volver, Sabrae.
               -Esperemos que Sabrae necesite muchos masajes-tonteó Amoke. Jordan suspiró. Amoke le hizo ojitos y Jordan volvió a suspirar.
               -Me ha dado una lista de todo lo que tengo que hacer mientras tengas la regla y, francamente, cuidar de una chavala es tanto trabajo que me dan ganas de cambiarme de acera.
               -Eso sería terrible.
               -Cierra la boca de una vez, Amoke-ordené-. Jor, en serio, te agradezco mucho tu preocupación y tu predisposición, pero… no hace falta, de verdad.
               -Ah, no. Lo voy a hacer. No tengo ningún interés en tomarle la medida a Alec. Cumpliré a rajatabla lo de esta lista-la agitó en el aire y Taïssa la cogió. La leyó en voz baja, arqueando las cejas, y luego, asintió con la cabeza y se la tendió a Kendra, que ni la quiso mirar.
               Simplemente se limitó a sacudir la cabeza y protestó:
               -¿Me estás diciendo en serio que el novio de Sabrae, que está a seis mil putos kilómetros de distancia, va a seguir dándole mimos, dándole masajes, consintiéndola y regalándole bombones cuando tenga la regla? ¿Que ha conseguido que su mejor amigo lo haga por él mientras él no está?
               Jordan asintió con la cabeza y volvió a suspirar.
               -No te tomes mi falta de entusiasmo como algo personal, Saab.
               -No pasa nada, Jor-dije, echando mano del primer bombón. Estaba medio derretido y sabía a gloria. Que fueran dos mamadas para Alec.
               -¡Yo sí que me lo tomo como algo personal!-ladró Kendra-. ¡Sabrae! ¡Tengo los estándares ahora mismo en la estratosfera! ¡POR CULPA DE ALEC, ME VOY A MORIR SOLA!
 
 
-Hey, tío-saludó Luca, cuyos pasos por el muelle de madera ya lo habían anunciado incluso antes de que él se manifestara. Apenas nos conocíamos de unos días, y sin embargo el tiempo que habíamos pasado juntos, conviviendo, yo comportándome como su sombra y ayudándolo en sus tareas (Valeria aún no había vuelto de su misión de emergencia, y las instrucciones que había dejado para mí no eran lo bastante claras como para que Mbatha se arriesgara a asignarme un grupo definido), habían hecho que lo conociera casi tan bien como a mi gente de Inglaterra: sus pasos sonaban distintos, sus gestos le volvían transparente a mis ojos, y ya sabía cuál era su desayuno preferido de la comida de la cantina del voluntariado: tortitas.
               Le conocía casi tan bien como a mi gente de Inglaterra. Y también lo tenía casi tan presente como  a mi gente de allí.
               Pero hoy era un día especial. No por lo relajado del día, que no solía ser así ningún sábado, pero todavía no había conseguido recuperarme del viaje en avión y le había dicho a Luca que necesitaba descansar, y que ya desfasaríamos desde por la mañana la semana siguiente, cuando estuviera todo más aposentado. Aun así, habíamos ido con Perséfone al edificio de veterinaria, en el que se cuidaba a los animales que los de la brigada de la sabana encontraban heridos y se traían para facilitarles la recuperación, y en la que Pers participaba de forma activa poniendo apósitos, limpiando heridas y acunando a las crías que habían perdido a sus madres. Había podido presenciar una de las partes más tiernas de todo el voluntariado, e incluso me habían dejado dar de comer a un par de crías de cebra que habían encontrado solas, vagando a varios kilómetros de donde más tarde localizarían al cadáver de su madre, del que las hienas estaban dando cuenta. Cuando había preguntado por qué habían salvado a la cría y no a la madre, me habían respondido que todos, incluso los carroñeros, tenían derecho a alimentarse. Y cuando había preguntado por qué intervenían y salvaban a la cría, su respuesta había sido que cada vida era tremendamente valiosa allí, y trataban de intervenir para mantener el equilibrio.
               Perséfone me había contado que le había puesto nombre a la pequeña cebra: Rigesia. Algo así como Rayasia. Lo sé. Mi amiga tiene mucha imaginación. Se parece a Sabrae. (Coña.)
               Pero no, el día no había sido especial porque había reconocido a la ahijada de Perséfone, o porque había podido tirarme a la bartola a jugar al ajedrez desde la cara con un par de soldados que estaban de descanso ese día y que aprovechaban cada oportunidad que se les presentaba para aprender tácticas de ligoteo en cada idioma, por si acaso alguna de las voluntarias caía. Tampoco había sido especial porque los sábados éramos los propios voluntarios los que hacíamos la comida para que el cocinero del campamento pudiera descansar, o porque nos pasamos la tarde paseando por los alrededores, Luca demasiado ansioso por enseñarme todos los secretos de la selva que ya había descubierto, y yo con demasiadas ganas de volverme al campamento y sentarme a esperar la respuesta de la carta de Sabrae con tanta fuerza que, seguro, conseguiría que llegara antes.
               No, no había sido especial por nada de lo que yo hubiera hecho o me hubiera pasado, sino por lo que le pasaría a ella.
               Era sábado. Hoy se suponía que le venía la regla a Sabrae. Y, a juzgar por lo que me había contado de sus reglas de verano, que no hacían más que aumentar en intensidad debido al calor y la humedad, lo estaría pasando bastante mal. Sólo esperaba que estuviera bien y que Jordan estuviera cuidándola como le hice prometer que haría, siguiendo a rajatabla las instrucciones que le había dejado en una lista en la que me había puesto a trabajar desde la primera vez que fui a cuidarla. Nada de hacer kick durante los primeros días de sangrado, que se olvidara de sus shorts vaqueros ajustados, que se pusiera los bikinis que más le cubrían (ya que estaba incómoda con los que tenía de hilo porque sentía que no la sujetaban bien). Que redujera la verdura a lo mínimo, que comiera comida basura, y que tuviera a su disposición todos los dulces que le apeteciera. Sólo podía comerse dos bombones de Mozart al día, pero tenía vía libre para atiborrarse a gominolas; cuanto más pica-pica tuvieran, mejor. Que se echara crema hidratante de manzana, que usara mascarillas relajantes para pies, y, sobre todo, sobre todo, que Jordan le hiciera todos los masajes en las piernas que ella necesitara. Con paños fríos metidos en la nevera cuarenta y cinco minutos antes para que las fibras absorbieran el frío. Que no los mojara, o Sabrae se resfriaría.
               Eso sí, como se le ocurriera siquiera tocarle los pies, lo mataría. Los pies eran mi territorio. Le gustaba demasiado y se retorcía y ronroneaba de una manera que no estaba dispuesta a compartir con nadie más, incluido mi mejor amigo.
               Ah, y que se tomara un analgésico. Era terca como una mula e insistía en no tomarse nada para el dolor salvo que estuviera muriéndose, pero por muy nobles que yo considerara los dolores y quemazones de las agujetas, ese afán que tenía por sufrir sin más me traía por la calle de la amargura. Sabía que era terca como una mula y que Jordan tendría que insistirle.
               Y sabía que Jordan no le insistiría porque no le apetecería aguantarla. Yo no podía culparle. No era su novia, así que con quitársela de en medio tendría más que suficiente; yo haría lo mismo en su lugar.
               Sólo esperaba que el trastorno que había supuesto mi partida fuera distracción suficiente como para olvidarse de su síndrome premenstrual. También esperaba que le dieran todos los mimos que ella pidiera, aunque sabía que la dejaba en buenas manos: Shasha me había prometido no ser nada arisca con ella mientras yo estuviera fuera.
               -Me va a costar-había dicho la mediana de las hermanas Malik, poniendo los ojos en blanco pero tendiéndome la mano para sellar nuestra promesa.
               -¡Pero si te encanta que te den achuchones! Lo que pasa es que te gusta mucho tu independencia y sabes que Sabrae te abrazará sólo por fastidiarte.
               -Me gusta que me abraces porque tienes mucha fuerza y me recolocas las vértebras-había discutido ella, fingiéndose ofendida. Ni por un segundo me había tragado esa excusa de mierda. Yo podía ver lo que había detrás de ese muro de indiferencia tras el que se refugiaba Shasha. No sé por qué, creía que no era suficiente para su familia. Que no les daba todo lo que ellos querían y que, si se forzaba a hacerlo, a ellos no les gustaría. La pobre no se daba cuenta de que era perfecta para los de su casa tal y como era.
               -¿Qué pasa?-sonreí, frotándome la cara y balanceando los pies bajo el agua. El agua del lago estaba a unos nada desdeñables veintisiete grados; mucho más cálida de lo que esperaría un inglés, pero no lo suficiente como para que un griego la considerara una sopa. Era raro ser yo y moverme entre dos mundos.
               Por supuesto, había zonas en las que estaba más fría, allí donde el lago tenía más profundidad. Pero no me apetecía nadar hasta donde estaban algunos, subidos a una plataforma de madera que habían terminado de construir la semana pasada y que habían echado al agua a espaldas de Valeria. Yo no entendía por qué: era obvio que estaba hecho con materiales biodegradables (se trataba de una balsa de madera atada con cuerdas que no eran más que lianas secas), pero si esos tíos habían conocido a la gerente del campamento y ya le tenían ese respeto yo no tenía pensado cuestionar las jerarquías. No había venido aquí para eso; de hecho, mi último interés era causar problemas.
               -Te estás perdiendo la fiesta-dijo, señalando hacia la orilla, donde unos cuantos habían hecho una hoguera con la basura que se había ido acumulando durante la semana y se dedicaban a bailar delante de ella, como si estuvieran en un ritual. Perséfone estaba allí, pero no sabría decir si era una de las figuras ondulantes frente al fuego o los bultos brillantes y a la vez oscuros sentados a unos metros de él, jugueteando con el pelo de las demás chicas.
               -¿Es una fiesta realmente si no hay ningún balcón desde el que pueda tirarme?-pregunté. Había un español en el campamento; se llamaba Marcos y había tardado unos cinco minutos en contarme algo que Tommy llevaba callándose toda la vida: que en España el inicio del verano no se contaba conforme al calendario astral, sino cuando el primer inglés la palmaba por hacer balconing. A parte de mí le parecía una puta pasada de idea, eso de saltar a una piscina desde un segundo o tercer piso (la parte inglesa). A otra parte le parecía que había que ser muy gilipollas para no darse cuenta de cuántas maneras podía salir aquello mal (la parte mediterránea). Y a otra parte más le parecía que habíamos venido al mundo a jugar, no a quedarnos mirando desde la distancia (la parte rusa).
               Y, sin embargo, lo que estaba haciendo ahora era precisamente mirar desde la distancia.
               Luca se echó a reír y se sentó a mi lado en el muelle, exhalando una exclamación al notar la temperatura del agua.
               -No vamos a descansar ni un día de este puto calor que hace que esto parezca l’inferno.
               Lo miré y me reí.
               -¿Y se supone que tú eres un latino de sangre caliente? Me gustaría verte bañándote en el puto Mar del Norte, espagueti. Entonces agradecerías la temperatura de esta agua.
               -En el Mar del Norte no hay estos mosquitos como murciélagos. Se están portando bien estos días, pero ya verás cuando vuelvan-se rascó involuntariamente y yo me reí, dando un sorbo de mi cerveza. La luna estaba en lo alto y se reflejaba en la superficie tranquila del lago, que parecía un espejo. Las estrellas salpicaban un cielo que le encantaría ver a Scott.
               Y que no podía compararse con Sabrae. Si ella decía que era su sol, lo más natural era que yo le respondiera que era mi luna y mis estrellas. Y verlas allí, gobernando sobre el cielo igual que ella gobernaba mi vida, hermosas como nada y las musas inevitables de tantos y tantos problemas, podías entender sin problemas por qué las antiguas civilizaciones habían adorado aquellos puntos de luz. Había pocas cosas tan hermosas como el cielo nocturno de aquella reserva; ni siquiera Mykonos que, aunque muchísima menos que Londres, todavía tenía contaminación lumínica, podía competir con esto.
                Joder, habría sido genial tenerla allí conmigo. Disfrutar del tacto de sus manos y la calidez de su cuerpo junto al mío, incluso cuando la noche no daba tregua a ese calor abrasador que había hecho que mis reservas de ropa limpia se vieran alarmantemente reducidas. Mirar cómo su piel brillaba con nuevos destellos de ónice bajo la luz de la luna. Cómo sus ojos reflejarían ese universo. Escuchar el susurro de su melena al apartarse unos mechones tras la oreja.
               Ver su sonrisa brillar en la oscuridad cuando le dijera que era más preciosa que eso que estábamos viendo.
               Puto gilipollas, ¿cómo vas a aguantar meses sin verla? Ni siquiera llevaba una semana completa fuera de casa y ya estaba luchando contra la urgencia de montarme en un avión, chuparme una noche entera de vuelo y comprobar si estaba bien.
               Luca subió un pie al borde del muelle y me dio un toquecito en el hombro con la rodilla, juguetón.
               -¿Qué te pasa, inglese?
               Me quedé callado, la vista fija en la luna.
               -Me lo puedes contar-dijo-. Sono una tomba. I’m a…
               -Capito, spagueti-sonreí, y él también sonrió. Entrechocó su botellín de cerveza con la mía (lo único extranjero de aquel lugar, sin contarnos a nosotros, claro) y esperó pacientemente.  Supongo que cuando eres italiano tienes la paciencia de tus ancestros; esos que construyeron durante generaciones edificios que sabían que sobrevivirían al idioma de sus inscripciones, y que se contaron leyendas que aún nos repetíamos dos mil años después-. Estaba pensando en mi chica.
               -Ah, l’amore. Qué enfermedad más contagiosa e imposible de superar-se burló, y yo le di un empujón.
               -No te burles de mí, tío. Lo estoy pasando mal.
               -¿Por qué? Está muy buena. Yo no lo pasaría mal pensando en mi novia si estuviera tan buena.
               -No estoy pensando en ella en ese aspecto, payaso. De lo contrario, llevaría todo el día empalmado.
               -Mm. Te tomaría el pelo diciéndote que puede que lo estuvieras y no lo supieras, pero ya te he visto en las duchas, así que creo que lo notaríamos todos. Hasta los ciegos.
               -Estás obsesionado, ¿eh? Pues lo siento mucho, pero no voy por tu acera.
               (Salvo si eres Chad Horan, claro. Chad, por favor, llámame. Tenemos algo pendiente desde ese solo de guitarra en One way or another).
               -Me preocupa que la saques a pasear y los demás tengamos que escondernos en nuestras casas, simplemente-levantó las manos y yo me reí-. Pero recapitulemos. Estábamos hablando de la bellisima Sabrae.
               Bellisima Sabrae. Me gustaba cómo sonaba.
               -¿Te está empezando a dar el bajón del novio separado? Porque hay remedios de sobra para eso-hizo un gesto con la cabeza en dirección a la hoguera, en la que las chicas se contoneaban, pero sacudí la cabeza.
               -Ya te he dicho que no quiero hacer nada con ninguna de ellas. Te las dejo todas a ti.
               -Qué generoso.
               Luca esperó. Y yo esperé. Y él esperó más. Se revolvió en el asiento y yo di un sorbo de mi cerveza. No pude evitar pensar en el sabor de los besos de Sabrae mientras compartíamos un botellín, o en sus risas cuando vertía cerveza sobre ella y me dedicaba a beberla directamente de su cuerpo.
               Lo muchísimo que le gustaba cuando dejaba que se “derramara” por entre sus muslos.
               -Empezamos a enrollarnos de viernes-dije por fin, y Luca arqueó las cejas, expectante-. Pero los sábados se convirtieron en nuestra noche. Ella dormía en mi casa o yo en la suya y… nunca me he ido a la cama con ninguna chica sin que haya sexo como elemento inevitable excepto con ella.
               -Apuesto a que has tenido una adolescencia muy difícil.
               Me eché a reír.
               -¿Esto es lo que escuchan mis amigos cada vez que abro la boca? Porque tienen el cielo ganado si es así.
               -Cualquiera diría que no somos personajes literarios escritos por la misma chavala obsesionada con el típico bocazas sinvergüenza que tiene un corazón de oro.
               -¿Tu corazón de oro te lo dejaste en Italia?-lo pinché, y su sonrisa se congeló en sus labios.
               -Mira, puto inglés colonizador de mierda…
               -¡Relájate, espagueti! Que estoy de coña. ¡Qué susceptible! Cómo sois los italianos, ¿eh? Mi país os quita cincuenta millones de obras de arte y ya os ponéis todos chulitos a la mínima oportunidad. Quizá es hora de ir pasando página-le pellizqué la mejilla y Luca se apartó con una mueca.
               -A ver si el latrocinio te hace la misma gracia cuando vaya a tu puto país y te levante a tu novia.
               Esta vez el que se inclinó de forma juguetona hacia él fui yo.
               -Acabas de reconocerme que tengo la polla más grande que has visto en tu vida. Ni de fula me vas a quitar a mi novia.
               Luca tomó aire y lo soltó dramáticamente, presionándose el puente de la nariz.
               -Valeria me dijo que se las pagaría por haber tratado de cambiar el cuadrante de actividades para coincidir con Perséfone, pero no pensé que fuera tan cruel como para ponerme contigo.
               Me eché a reír y volví a mirar la superficie del lago. Un avión pasó sobrevolando el cielo, conectando momentáneamente un par de constelaciones.
               -¿Qué crees que estará haciendo ahora?-preguntó.
               -¿Valeria?
               -No, coño. Sabrae.
               -No creo nada. Lo sé. Estará en mi cama.
               -¿Desnuda?
               -¿Quieres en serio que te conteste o te vas a poner malo?
               -Te prometo que no me voy a poner malo.
               -Yo no la dejo entrar vestida en mi habitación.
               Luca se calló unos instantes.
               -¿Te has puesto un poco malo?
               Asintió con pesadumbre y yo me reí.
               -¿Qué crees que estará haciendo? ¿Dormir?
               -Eres un poco morboso, ¿no crees?
               -Simplemente quiero entender por qué estás así. Llevas todo el día como distante, y no pareces de los típicos tíos que están melancólicos y distraídos a la mínima de cambio.
               Dediqué un momento a meditar sus palabras. De la misma manera que yo estaba conociendo a Luca de forma tan rápida y a la vez profunda, también lo estaba haciendo él conmigo. Estaba empezando a escuchar el ruido de fondo tras mis silencios y a identificar mis gestos, a leer en mi mirada las cosas que yo no decía.
               -La echo de menos. Supongo que te quedaría claro cuando lo primero que hice nada más llegar fue poner fotos suyas a lo largo y ancho de mi cama-ironicé-. Pero la echo de menos más que cuando llegué. Creo que hoy estoy empezando a asumir lo que vamos a pasar. Los martes, miércoles, jueves e incluso viernes no tienen la misma importancia que los sábados, y pasar un sábado sin estar con ella, bueno… creo que es más significativo. Lo hace más real. Más definitivo.  Dice más “estoy aquí” que el resto de días que he pasado aquí. Desde que empezamos a salir, a enrollarnos o como quieras llamarlo, ha habido muy pocos sábados en los que no nos hemos visto. Uno fue porque estaba de viaje con su familia por las vacaciones de Navidad; otro, porque yo tuve el accidente y estaba en coma. Claro que no sé si puede contarse porque, técnicamente, ella sí estuvo conmigo. Era yo el que no estaba consciente. Pero el resto de sábados… siempre estábamos ella y yo-miré a Luca, que me escuchaba con toda su atención-. Ella, yo, y nadie más. La gran mayoría de las veces. Otras veces salíamos de fiesta y ella me demostraba que puedes estar en una habitación llena de gente y, aun así, tener tanta intimidad con una persona que es como si estuvierais solos. Pero nunca ha sido al revés-miré hacia la hoguera-. Nunca hemos estado solos un sábado y… hemos estado juntos. ¿Tiene sentido?
               Luca se quedó callado un momento, y luego, despacio, agitó la cabeza. Me reí.
               -Supongo que no. Tal vez por eso estoy apartado de los demás: porque, a pesar de que me encantan las fiestas y me caen todos genial y me gusta mucho pasármelo bien, me estoy volviendo majara porque no soporto darme cuenta de que… quizá me equivoqué. Quizá no debería haber venido. Quizá no voy a poder con esto. No sé cuántos sábados sobreviviré sin ella. No sé cuántas fiestas puedo pasarme apartado porque no quiero sentir que la estoy traicionando. La conozco, y sé que estará mal. La conozco tan bien que sé qué está haciendo ahora incluso estando a seis mil kilómetros de distancia.
               -¿Y qué está haciendo?
               -Pasarlo mal y culparse porque cree que no ha sido suficiente como para conseguir que me quede allí. Y torturarse pensando que yo también lo estoy pasando mal porque la echo de menos, y porque me siento culpable porque si la echo de menos y los dos estamos sufriendo es por mi culpa, nada más. Nada más que por mi culpa.
               Jugueteé con el botellín de cerveza entre las manos y negué con la cabeza.
               -Deberían perdonarnos los sábados. Debería tener una manera de volver con ella y estar juntos, aunque sólo sea para dormir. Porque hoy sólo dormiríamos, ¿sabes? Podríamos hacerlo, pero ella estará cansada, y un poco revuelta, y yo… yo sólo querré estar con ella. Sólo querré acurrucarme y acariciarle despacio la tripa y pasarle un paño frío por las piernas y darle besos mientras ella suspira. Quiero cuidarla. Le he pedido a mi mejor amigo que la cuide por mí porque no soporto pensar que puede pasarlo mal o tener algún inconveniente, pero la verdad es que lo que yo quiero es cuidarla. Estar ahí para ella y arroparla y darle un beso de buenas noches y comprarle golosinas y decirle que no pasa nada y que puede seguir usando mis calzoncillos incluso cuando esté en sus días, porque no me importa que me los manche. Porque es la verdad. No me importa que me los manche. De hecho, hasta me gusta. Sé que puede parecer raro visto desde fuera, pero me gusta por lo que significa: que tenemos intimidad. Que está conmigo. Que, a pesar de todo, a pesar de que tendría a cualquiera en Inglaterra si quisiera, me eligió a mí de entre todos ellos. Y yo se lo pago así. Pirándome al otro extremo del mundo y dejándola sola en una cama inmensa y que apesta a mí y a todo lo que hicimos en ella y que no va a hacer más que recordarle lo que teníamos y lo que le quité.
               Torcí la boca y negué con la cabeza.
               -Pues yo creo que es guay-respondió Luca después de un instante de silencio, y yo fruncí el ceño y lo miré.
               -¿Cómo es eso?
               -Creo que es guay que estés así. Significa que es de verdad, ¿no? Si ella no te importara, estarías ahora mismo bailando junto a la hoguera y aprovechando que estás en un sitio en el que, hagas lo que hagas, tu novia no se enterará. Y si no te importara, no sabrías exactamente lo que está haciendo ahora como si la estuvieras viendo. Y si no le importaras a ella, ella no estaría haciendo lo que tú sabes que está haciendo aunque no la veas.
               Me puso una mano en el hombro y me dio un suave apretón.
               -Aun así… si en algún momento quieres hacer que ella deje de preocuparse, la fiesta está por ahí-señaló la hoguera y me dio una nueva palmada, esta vez en la espalda-. Estoy seguro de que a Sabrae le gustará saber que te has puesto en plan “o me paso los sábados con ella o no me los paso con nadie”, pero fijo que le gusta más que le cuentes lo bien que te lo pasaste cuando vuelvas y le compenses todos esos masajes con paños fríos que no has podido darle-se levantó-. Ah, y otra cosa, amigo. Las que se ponen sensibles cuando tienen la regla son ellas. A nosotros sólo nos toca aguantarlas y nada más. No existe eso del síndrome premenstrual masculino, o al menos, no en Italia. Claro que nosotros somos parte de la Europa superior-meditó, tamborileando con los dedos en la barbilla-. Cocinamos con aceite de oliva.
               Me eché a reír y negué con la cabeza.
               -Pírate de mi vista antes de que te robe también ese optimismo, espagueti.
               Luca me sacó la lengua y levantó su botellín de cerveza en el aire.
               -Por el único inglés con conciencia del mundo. Cómo se nota que no lo eres al cien por cien.
               -Stronzo-dije, pero levanté el botellín de todos modos. Luca se rió y se alejó por el muelle para dejarme a solas con mis pensamientos, rumiando lo que me acababa de decir. Escuché que saludaba a alguien con un “ciao, bellisima”, y no necesité escuchar sus pasos para saber de quién se trataba.
               Mi compañero de cabaña me había dado una buena pista de quién podía ser. Llevaba días tratando de camelársela y de conseguir que lo perdonara por lo que había hecho el día que yo llegué, pero Perséfone era orgullosa y no se iba a rendir tan fácilmente. Haría que Luca se la trabajara hasta el final.
               No me volví cuando oí sus pasos acercándose a mí, los mismos pasos que tantas veces había escuchado con el mar de fondo, escabulléndose de mi habitación en mitad de la noche, brincando en medio de una fiesta o paseando con calma junto a los míos mientras las olas nos lamían los pies.
               Y le dio igual que no me volviera. Le gustaba sentir que me sorprendía y que hacía conmigo lo que se le antojaba, igual que una pantera jugando con un ratón.
               -Servicio de asistencia fiestera. Trayendo la fiesta a los lugares más recónditos desde 2017-anunció, dejándose caer a mi lado y plantándome un beso en la mejilla. Me eché a reír.
               -¿Qué hace una chica como tú en un voluntariado como este?
               -Asegurarme de que no multiplicas por dos la población de Etiopía en menos de un año-respondió, jugueteando con su melena, hundiendo los dedos en ella y deslizándolos despacio, como la princesa Ariel en La sirenita. Entrelazó los pies y acarició la superficie del agua con la punta de los dedos, pensativa-. ¿Necesitas un cinturón de castidad?
               -¿Con esta cara?-respondí, y Perséfone se echó a reír. Luego se colgó de mi hombro, la mano acariciándome la clavícula, la mandíbula sobre el dorso de la mano, y clavó sus ojos marrones en los míos.
               -Hace un montón que no estamos tú y yo solos. Dime, ¿me estás evitando?
               -¿Te molesta que no insistiera en quedarme cuando fui a llevarte las bragas que te olvidaste en mi cabaña?
               -Pillada-hizo una mueca-. Las dejé ahí como excusa, pero parece ser que no te diste por aludido.
               -¿Desde cuándo hemos necesitado excusas para estar juntos, mm?
               Perséfone se rió y me acarició la clavícula de nuevo, los ojos fijos en los míos, sus iris asomándose suavemente entre sus pestañas larguísimas. Si no la conociera, diría que se había echado rímel para esa noche.
               Y, como la conocía y sabía de sus infinitos recursos, sabía que se había echado rímel esa noche.
               -Estás muy formalito. ¿Qué pasa, Al? ¿Ya no te gustan las hogueras en la arena? Porque me consta que antes te encantaban-sonrió, guiñándome el ojo. No habían sido pocas las veces que nuestros amigos se habían marchado dejándonos a solas junto a una hoguera en la playa, una cosa había llevado a la otra, y Perséfone y yo habíamos acabado cogiendo el primer bus de la mañana de vuelta al pueblo porque nos habíamos… entretenido.
               Parecía que había pasado toda una vida de aquello.
               -Todavía no soy viejo para correrme una buena juerga, Pers. Aún puedo mandarte a la cama-le di unas palmaditas en la cabeza y ella se rió-. No sé-me encogí de hombros-. Estoy un poco plof. Y me apetece estar plof. No quiero aguarle la fiesta a nadie, y me apetece estar solo.
               -¿Quieres que me vaya?
               -Nunca.
               -Menos mal. Porque no aguanto la manera en que todos me sobrevuelan como buitres. No estaría mal que los pusieras en su sitio. ¿Qué ha sido de ponerse territorial conmigo?-hizo un puchero y yo me reí.
               -Ya no estamos en Mykonos, princesa. Aquí no pienso protegerte.
               Puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -Desde luego, ¡cómo sois los tíos! Una chica se abre de piernas una vez para uno de vosotros y, a partir de ahí, creéis que todos vais a tener vía libre.
               -Nos gusta un buen reto-le guiñé el ojo-. Y, según tengo entendido, tú lo has sido. Estoy orgulloso de tu autocontrol. Te llaman la dama de hierro, ¿lo sabías?
               -Supongo que tenía que poner algún tipo de barrera-suspiró, encogiéndose de hombros-. ¿Sabes? Tiene gracia. Lo pasé muy mal cuando dijiste que te habías echado novia.
               Se me paró el corazón. ¿Qué? Perséfone siempre había reaccionado con entusiasmo cada vez que le había hablado de Sabrae. Incluso me había preguntado por ella en un par de ocasiones, cuando había considerado que hacía demasiado tiempo que yo no le hablaba de ella. Le daba “me gusta” a nuestras fotos, las comentaba por mensaje privado, y parecía realmente fastidiada cuando no pudo coincidir con Sabrae.
               Todo eso era nuevo.
               -¿En serio?
               -Sí-se encogió de hombros y sonrió con tristeza-. Me había acostumbrado a esperar al verano, y ahora… nada-volvió a encogerse de hombros-. Supongo que perdí la esperanza y me dio miedo de que me lastimaran.
               -Yo no pretendía hacerte daño.
               -Oh, no, no te estoy echando la culpa de nada. Por favor, Al, no me malinterpretes. Me alegro mucho de lo que te pasó. Hacíais muy buena pareja-sonrió-. Es sólo que, bueno… cuando tienes algo fijo durante años, terminas contando con ello incluso aunque no tengas derecho. Y no quería que me pasara lo mismo aquí. Creo que no merece la pena. Sabes que me cuesta separar sentimientos, y… para unas pocas semanas que voy a estar aquí, no quería que me hicieran daño.
               -Me gustaría ver a cualquiera de estos payasos consiguiendo hacerte daño, Pers. Aunque, ¿quieres que te cuente un secreto?-Perséfone inclinó la cabeza a un lado y se acercó a mí-. Es genial que te hagan daño-le guiñé el ojo y ella se echó a reír.
               -Supongo que sí. Hay juegos que merecen la pena las heridas que provocan, ¿no?
               -Yo no podría haberlo dicho mejor, nena.
               Perséfone sonrió, los ojos brillando con una intensidad que pocas personas le habían visto. Yo tenía la suerte de contarme entre esos afortunados. Jugueteó con un mechón de pelo que me caía sobre los ojos y se mordió el labio.
               -¿Sabes? Tiene gracia. Esperaba ser yo la que se enamorara antes y se echara novio y tú te pusieras celoso de él. No creí que fueras a ser tú el que se diera prisa en emparejarse durante el verano.
               -Técnicamente me emparejé antes del verano. Y todavía puedo ponerme celoso-añadí, dándole un golpecito en la sien con la frente. Perséfone soltó una risita por lo bajo, y me acarició la mano, que yo no dudé en cogerle. Igual que sabía lo que estaría haciendo Sabrae en ese momento, también sabía que Perséfone lo debía de haber pasado muy mal. Ambos contábamos con vernos durante el verano y pasárnoslo bien en Mykonos, disfrutando de un sexo genial, sin ataduras, en el que lo único que nos deberíamos sería nuestra amistad. Lo más parecido que había tenido a lo que tenía con Sabrae antes de tener a Sabrae en mi vida había sido Perséfone, y, la verdad, me había gustado saber que tenía alguien esperándome y por quien yo también estaba esperando. Me gustaba no tener que esforzarme. Me gustaba conocer un cuerpo y unos gustos que no eran los míos tan bien como si lo fueran.
               Que Sabrae hubiera entrado en mi vida no quería decir que mi amistad con Perséfone tuviera que terminarse; simplemente había cosas que ya no buscaba en ella, y que ella era libre de buscar, por tanto, en otros. Pero seguiría siendo mi amiga. Siempre lo sería. Seguiría preocupándome por su bienestar y buscándola en Mykonos, no importaba quién estuviera en mi cama. Había espacio de sobra en mi vida para que Sabrae y ella me compartieran.
               -Tú no te has puesto celoso por mí en tu vida-se rió. La tenía tan cerca que sus mechones me acariciaron la cara cuando sacudió la cabeza, y su risa fue una caricia en mi boca y mi mentón.
               -Siempre te ha encantado que te diga que eso no es verdad.
               -Nunca te he dado motivos para ponerte celoso.
               -De nuevo, siempre te ha encantado que te diga que eso tampoco es verdad-respondí, y ella sonrió. Se mordió el labio y se apartó un mechón de pelo tras la oreja.
               -¿Por qué estás plof?
               Sus pestañas casi me acariciaban las mías. Podrían haberse enredado si nos hubiéramos acercado un milímetro más.
               Antes de que pase lo que creo que todo el mundo sabe que va a pasar (menos yo en aquel momento, porque soy un puto gilipollas que no es capaz de leer las señales desde que está felizmente casado-de-forma-no-oficial, a pesar de que antes las veía desde kilómetros), déjame darte un poco de contexto: la relación que tenemos Perséfone y yo siempre ha sido tan cercana como física. Ya  desde críos hablábamos con las caras prácticamente pegadas. Por eso, eso que a ti te parecen indicios irrefutables de lo que está a punto de pasar, a no me dieron ninguna pista. Porque siempre habíamos sido así.
               Supongo que el que nos termináramos enrollando de críos era inevitable.
               -Echo mucho de menos a Sabrae.
               Perséfone torció ligeramente la boca.
               -Mi extranjero. Pobrecito. Recuerdo lo mal que lo pasaste el verano de Bey.
               Ah, sí. El verano de Bey. El verano en el que había vuelto de Inglaterra consciente de que estaba enamorado de Bey, y que ella no me correspondía. Perséfone había estado ahí, apoyándome como una verdadera amiga, prácticamente desde que llegué. Obligándome a salir de casa. A surfear las olas. A disfrutar del mar y del sol y olvidarme de que no era correspondido once meses al año. Había un mes en que sí lo era, y Perséfone había conseguido que con ese mes me bastara para sobrevivir el resto del año. A veces, cuando el verano es lo suficientemente brillante, no te importa cuán frío y oscuro pueda ser el invierno que le sigue. Tu alma atesora la suficiente calidez como para sobrevivir a la nieve.
               Me reí entre dientes, mi aliento acariciando los labios de Perséfone. Sus ojos estaban fijos en los míos, pero yo no la estaba mirando a ella, sino a nuestras manos unidas. Le apareció una arruguita adorable en el ceño cuando lo frunció levísimamente, como el vuelo de un colibrí.
               -Sí, bueno, yo… creo que esto va a ser mil veces peor que el verano de Bey.
               Perséfone tomó aire.
               Sí, lo sé. Sí, lo voy a decir. Y sí, lo vas a tener que leer.
               Prepárate.
               -Por suerte, te he encontrado otra vez. Y todavía me acuerdo de los viejos remedios.
               Y, entonces, cerró los ojos y se inclinó hacia mí, salvando la distancia que nos separaba con levedad, como lo había hecho las primeras veces, cuando no estaba segura de si era lo que yo quería. Rozó sus labios con los míos, los entreabrió y depositó un suave beso entre ellos, sus pestañas acariciándome las mejillas, su pelo haciéndome cosquillas en los brazos. Me puso una mano en la mejilla y tiró suavemente de mí para acercarme a ella.
               Y yo… yo estaba hecho un lío. Echaba muchísimo de menos a Sabrae, no había dejado de pensar en ella en todo el puto día, y… sólo quería sentirme bien. Sólo quería olvidarme de que era un gilipollas que se había buscado esto él solito. Sólo quería olvidarme de que era culpa mía, y de nadie más que mía, que los dos lo estuviéramos pasando mal, que nuestra conexión estuviera estirada seis mil kilómetros, y que estuviéramos pasando nuestro primer sábado de demasiados separados.
               Así que le devolví el beso. Porque Perséfone sabía a casa, a algo familiar, lo único que Sabrae no había conseguido influir, algo nuevo y a la vez conocido y en lo que yo podía refugiarme, y… fue un alivio y a la vez fue echarme ácido, ni siquiera sal; no, ácido en una herida que tenía abierta en el pecho y que supuraba y supuraba y supuraba.
               Pero se lo devolví de todos modos. Porque, al final, las voces de mi cabeza tenían razón, y era Sabrae la que se equivocaba. Era un mierdas. Era un cabrón. Era un capullo. Era un auténtico hijo de puta con todas las letras. Y nunca iba a merecérmela.



             
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3 comentarios:

  1. La manera en la que estoy tan jodidamente enfadada que escribo este comentario horas después de leer el capítulo porque AUN NO LO DIGIERO.

    COMO HAS PODIDO HACERME ESTO ZORRA MALDITA. NO SABES CUANTO TE ODIO AHORA MISMO.

    ESTABA JODIDAMENTE CHILLANDO POR LO DE LOS BOMBONES Y DANDOME CABEZAZOS POR QUE ALEC ES BASICAMENTE UN SER DE LUZ Y DE REPENTE TU VAS Y LE HACES COMETER TAL FECHORIA, TAL CRIMEN DE ESTADO, TAL ATENTADO CONTRA MI CORAZON.


    ES QUE NO CONCIBO. TE ODIOz

    ResponderEliminar
  2. CÓMO TE ATREVES A ESCRIBIR ESTO? ME CAGO EN TODOS TUS MUERTOS NO TE SOPORTO MIRA MIRA MIRA ESTOY QUE ME SUBO POR LAS PAREDES PORQUE ENCIMA NOS VAS A HACER ESPERAR DOS SEMANAS PARA SEGUIR LEYENDO
    .. Procedo a comentar el capítulo por partes ignorando el cliffhanger hasta el final porque sino va a ser imposible.
    Me ha encantado todo el principio con Sabrae despertándose en casa de Alec, los videomensajes (de los dos jejejeje), Sabrae montándose un concierto de 1d…
    En este capítulo he caído en que realmente con las amigas de Sabrae tengo sentimientos encontrados porque siento que no acabo de cogerles ese cariño que tengo al resto de personajes de la novela. Aún así me ha gustado que hayan sacado de casa a Sabrae (en parte gracias a instrucciones de Alec) y sé que van a estar ahí para ella todo el año. También me ha gustado bastante la conversación con Kendra aunque ella sea a la que más tirria tengo.
    Me descojono con que Alec haya hecho que Jordan cuide de Sabrae cuando este con la regla, le lleve bombones y hasta le haga masajes, completamente surrealista la verdad.
    Cuando Alec ha hablado de como los sábados eran su día con Sabrae me he acordado del principio de la novela, en una de las primeras veces que se pelean y Alec piensa que nunca van a tener nada suyo (planes que se curraría, una canción, un día fijo en el que verse cada semana…) y me ha encantado el paralelismo (haya sido intencionado o no). Luego te mando la captura, que es de las primeras que tengo jejeje
    He adorado la conversación con Luca (que risa lo de marcos y el balconing) y que esta amistad vaya viento en popa es lo que merezco.
    Y bueno va tocando que comente el tema Perséfone. Creo que es lo peor que podría que haber hecho Alec y va a destrozar completamente a Sabrae, sobre todo después de todo lo que generó el tema Perséfone en Grecia. Estoy pensando en si se lo dirá por carta, en persona, cuando vuelva para el cumple de Tommy o que y sinceramente no sé que opción es peor. Estoy súper triste y enfadadísima, ¿¿por qué tienes que hacer a todos tus protagonistas unos ADULTEROS ?? Me da igual que Sabrae le diera permiso para acostarse con otras, Perséfone no es otras y Alec lo sabe.
    Estoy triste enfadada y cagandome en todo. Tener que esperar 2 semanas mínimo para otro capítulo me parece literalmente TORTURA (aunque sinceramente me parece que leer los siguientes capítulos también lo va a ser)

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    Respuestas
    1. Pd. el sicario que he enviado a por ti llegará cuando menos te lo esperes ;)

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