¡Hola, flor! Tengo malas noticias: la semana que viene me voy de vacaciones (¡epa, eso no es tan malo!), y no voy a poder escribir durante semana, ya que vuelvo a empezar los cantes. Además, voy a estar de vacaciones hasta el 24, así que tampoco voy a poder subir el 23, sin que sirva esto de precedente. Intentaré dejar algo medio preparado para cuando vuelva y, con suerte, poder subir el 25, pero, ¡no prometo nada!
Espero que no me mates. Aunque, con el cliffhanger que se nos viene, creo que te va a costar resistirte. 😉 ❤
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Después de todo, aquella cama era el templo en el que Alec me había adorado, convirtiéndome en su diosa al transmitirme su divinidad mientras me poseía, glorioso, hecho de oro y luz solar. Era normal que la felicidad que impregnaba aquella cama fuera contagiosa: todavía no era capaz de separarla de la presencia de mi novio.
Olía a nuestras noches juntos. Tenía el tacto de nuestras noches juntos. Era suave como nuestras noches juntos, e infinita como el placer que me hacía sentir cuando se arrodillaba entre mis piernas, me miraba a los ojos, y me penetraba con las manos en las caderas, gruñendo y sonriendo y dejándose llevar cuando yo empezaba a acompañarlo con mi cuerpo.
Todavía era posible que él me acariciara la cintura y me pidiera disculpas con un beso en la sien por haberme dejado sola en la cama que compartíamos, como una soberana cuyo trono tenía dos asientos y que no podía dirigir su reino a solas.
Por eso todavía podía despertarme feliz: porque sólo acariciaba la cama a mi lado estando despierta.
Y esos segundos en los que mi calidez fue lo único que necesité para engañarme y decirme a mí misma que estaba acompañada, que nada había cambiado, fueron suficientes para que creyera que aún había esperanza.
Y entonces acaricié la cama a mi lado y me di cuenta de que algo andaba mal. La cama estaba fría. No había esa huella de calor que siempre dejaba el cuerpo de Alec, que incluso había notado en la cama de Mykonos, cuando él se había ido a conseguir el desayuno y había tardado más en volver que cuando se iba al baño y volvía.
Si estaba fría era porque Alec no estaba, y si Alec no estaba era porque el tiempo existía, los calendarios existían, y ya habíamos pasado el último día juntos antes de esa inmensidad separados.
Alec no está, gritó algo dentro de mí.
Y me hice un ovillo y me eché a llorar, incapaz de contener por más tiempo el torbellino de emociones en que me había convertido desde que él se había subido al avión. Perfectamente podía haberme vuelto la causante de las mayores turbulencias jamás experimentadas por una aeronave, tales eran mis bamboleos emocionales.
Como si de una película se tratara, me imaginé vista desde fuera, enmarcada en la luz que se colaba por la claraboya mientras me hacía un ovillo y me aferraba a esos instantes de inconsciencia en que la somnolencia se confundía con la felicidad. Era descorazonador, un engaño terrible: la cama olía a él, se sentía como él, era él. Y estaba ahí y él no.
Demasiado maligno para ser verdad, demasiado cruel como para ser mentira. No debería estar allí. No debería haber descansado. No debería haberme despertado, alejándome de aquel lugar de en sueño en que estábamos juntos, sin más compañía que nuestras pieles desnudas, haciendo el amor y respirando el aire que salía de los pulmones del otro como único método de supervivencia. Había soñado que volvía a estar con él en aquella playa de Mykonos, que yo volvía a ocupar el lugar de Perséfone, que me poseía y me adoraba y me llamaba “mi amor” y me convertía en suya para siempre, su miembro lamiendo mi interior mientras las olas lamían nuestros pies.
Estar ahora seca, limpia y sola era una verdadera tortura. No tenía por qué soportarlo, no podía soportarlo. Venir aquí había sido un error, porque me había hecho bajar la guardia. Lo cual era, justo, lo único que no podía permitirme.
La luz de la claraboya se oscureció un poco: una nube estaba pasando por la línea entre la misma y el sol, exactamente igual que con mi estado de ánimo. Curiosamente, en lugar de entristecerme más, lo que hizo fue darme una nueva perspectiva, como si alejarme del sol, de lo que Alec era, me diera un nuevo punto desde el que ver el mundo y comprender que puede que aquello no fuera más que otra prueba que yo tenía que superar.
Reaccionar así a la cama de Alec sólo me haría perder el último refugio que me quedaba, el único bastión en el que todavía estábamos juntos nosotros dos. Tenía que tranquilizarme y tomármelo de otra manera. Mirar el lado positivo.
Habíamos bajado un número más en la cuenta. Podíamos hacerlo.
Alcancé mi móvil y mis pies se doblaron cuando vi la notificación en la pantalla de inicio con un nuevo videomensaje de Alec. No tardé en abrirlo y sonreír al ver lo que me esperaba en él.
Alec estaba ya en el tejado de esa misma claraboya, lo cual me produjo una sensación rara al verla desde abajo. Era como contemplar la cima de una montaña por encima de las nubes después de haber guiado toda tu vida por su sombra, como ver tu ciudad natal desde un avión tras una vida entera recorriendo sus calles. Tenía el pelo revuelto, cara de sueño, y una sonrisa tranquila y a la vez traviesa que me relajó al instante.
-Buenos días, bombón. Otro amanecer más. Ya queda menos. ¡Lo estamos consiguiendo!-agitó el puño en el aire y yo sonreí. Dejó caer la mano sobre el tejado y suspiró, pasándose una mano por el pelo-. Tú no lo sabes, pero voy a verte esta noche. Tengo unas ganas de dormirme a tu lado otra vez… y lo que no es dormir-me guiñó el ojo y yo me eché a reír-. Joder, soy un puto gilipollas si me he subido a ese avión. Tengo todo lo que necesito aquí, en casa. Tú eres todo lo que necesito, esa casa. Así que perdóname, bombón. Me apeteces muchísimo. Hasta esta noche, literal y metafóricamente. Sé que estoy soñando contigo cada vez que salga la luna. Nos vemos de nuevo mañana. Me apeteces, me apeteces, me apeteces.
Me tiró un beso, sonriendo a la cámara, y el vídeo empezó a reproducirse de nuevo en bucle y en silencio. Sabía con qué estaba soñando y qué hacíamos en sus sueños. Rodé por la cama hasta quedar tumbada boca abajo y decidí grabarle un videomensaje que pudiera ver nada más llegar.
-Buenos días, mi sol. Otro amanecer más-sonreí-. Efectivamente, ya queda menos, y sí. Eres gilipollas por haberte subido a ese avión-me reí y negué con la cabeza-. Te echo muchísimo de menos. No sabes lo agradecida que estoy por los videomensajes que me has dejado programados. Me dan la vida, ni te lo imaginas. Lo hacen todo más real, y eso que…-jugueteé con el colgante y acaricié la cama a mi lado, mirando el colchón-, todo es muy real en tu habitación. Es imposible no pensar en las cosas que nos dijimos aquí… las cosas que nos hicimos…-tiré suavemente de la sábana hasta descubrir mis senos, que todavía no se veían en la cámara-. Tu cama ya era grande cuando tú no estabas, pero ahora es inmensa. Qué ganas tengo de que vuelvas. Tú le das sentido a toda yo, haces que mis curvas sean de verdad, y… echo de menos sentirme corpórea contigo-fui bajando la mano que tenía libre por mi pecho y enfocando el camino que hacía, hasta mostrarle mis senos. Me mordí el labio, imaginándome su reacción cuando viera esos videomensajes. Cómo se metería la mano en los pantalones, cómo se aferraría a su virilidad y se la bombearía mientras yo me acariciaba en la distancia y en el pasado-. Todavía no me he acostumbrado a que no estés, ni lo he procesado, pero creo que terminaré haciéndolo en esta cama-seguí bajando la sábana hasta dejar a la vista mis bragas, y tiré de ellas suavemente para bajarlas-, y entonces, creo que los dos sabemos qué pasará. Y tú no ayudas-me reí-. Estás demasiado guapo, vestido sólo con tus bóxers en esos videomensajes. Me estás dando mucho contenido para masturbarme pensando en ti.
Como había superado el límite de tiempo del videomensaje tuve que iniciar otro.
-Pero tranquilo, mi amor. Pienso dejar constancia de todo lo que haga. Te voy a dejar mirar. Como siempre-coqueteé, mordiéndome el labio y mostrándole mis tetas, que ya estaban preparadas para una sesión de sexo anticipada por su voz ronca, demasiado parecida a cómo sonaba cuando estaba cachondo. Me metí la mano por dentro de las bragas y me acaricié despacio, dejando que mirara. Rodeé mi clítoris con dos dedos y contuve un gemido recordando su voz. Mis caderas se movieron despacio, al ritmo de mis dedos. Cuando faltaban diez segundos para que el límite llegara de nuevo, sin embargo, saqué la mano de mi entrepierna y volví a enfocarme la cara-. Todavía no, mi sol. Pero será pronto, te lo prometo. Me apeteces. Te quiero.
Le tiré un beso, cuidando de que en la burbuja siguieran viéndose mis senos, y envié también el mensaje. Había sido un verdadero consuelo notarme húmeda y preparada para darme placer pensando en él. Eso era más de lo que habría podido conseguir el día anterior. Significaba que poco a poco mi cuerpo estaba despertando y dándome el espacio que me merecía para hacerle buenos regalos a Al. Me encantaría verle la cara cuando volviera y se encontrara con que yo no había desaprovechado la oportunidad de devolverle las sorpresas. Y puede que incluso disfrutara de la manera en que él iba a aprovecharlas.
Con unos ánimos que no me esperaba tener hacía apenas unos minutos, cuando había abierto los ojos, me levanté y me puse una de las camisetas de andar por casa de Alec. Pude comprobar en el armario que Mimi ya había estado revolviendo y dejando su propia huella: no se había atrevido a sacarlas del mueble para que no perdieran su olor característico y la razón por la que las robábamos, pero las había desordenado lo suficiente como para que yo me diera cuenta.
Sin molestarme siquiera en ponerme unos pantalones cortos que disimularan que también me había puesto unos calzoncillos de Alec salí de la habitación. La camiseta que había escogido, de un color amarillo pastel que me quedaba genial y que recordaba que hacía que su cuerpo fuera tremendamente apetecible, me llegaba dos dedos por encima de las rodillas y, si bien se me adhería mucho a la piel de los muslos, daba el pego como vestido improvisado. Sabía que a Alec le gustaría mucho verme de esa guisa, y me recordé a mí misma hacerme un par de fotos más tarde para acompañar al vídeo que le había enviado nada más despertarme.
Annie estaba ya en la cocina, entretenida sacando boles de cereales y colocando platos de sopa en la mesa de la misma antes de trasladarlos al comedor. Tenía los huevos y un paquete de beicon fuera de la nevera, pero no se había puesto a cocinarlos todavía.
Supe por qué incluso antes de que me preguntara.
-¿Qué te apetece desayunar, Saab? ¿Te hago unos huevos?
Alec era el único que se empeñaba en desayunar salado los fines de semana. El resto de la familia no se quejaba si Annie no ponía más que cereales y yogur, pero Alec siempre protestaba: que si estaba creciendo, que si las proteínas eran importantísimas para la dieta del deportista, y un largo etcétera. Yo me había acostumbrado rápido al pequeño banquete que eran los desayunos en casa de los Whitelaw, pero me sentía mal haciendo que Annie cocinara sólo para mí. Había visto a Dylan picotear de vez en cuando un poco del beicon de Alec, pero Annie parecía satisfecha con una tostada y mantequilla.
Así que lo siento, Annie, pero no vamos a invocar a tu hijo aún.
-Me sirve con unos cereales, gracias.
Annie asintió con la cabeza, empujando ligeramente los huevos a un lado, quizá un poco desilusionada. Los guardé en la nevera, junto con el beicon, y saqué unas naranjas para hacer zumo. Preparamos el desayuno en silencio, ella sin protestar porque yo estaba ayudándola, y yo sin tomarle el pelo por lo mucho que habían cambiado las cosas en una noche.
Cuando por fin terminé con el exprimidor, Annie había terminado de tostar las rebanadas de pan.
-¿Qué tal has dormido?
-Muy bien-mi despertar había sido pésimo, de los peores que había tenido en meses, pero eso no iba a decírselo. Alguna de las dos necesitaba tener consuelo-. He descansado mucho. Más de lo que me esperaba, a decir verdad, y teniendo en cuenta las circunstancias. La cama de tu hijo es muy grande.
-Es que mi hijo es muy grande-sonrió Annie.
-Sí que lo es-asentí, riéndome. Annie se pasó una mano por la cara, tapándose la boca y la mejilla, y suspiró. Estaba contando los platos y acusando la ausencia de Alec-. Claro que es como si estuviera. La cama aún huele a él. Empiezo a pensar que él huele a su cama, lo cual es raro, porque… bueno… se pasa más bien poco tiempo en ella-sonreí, y Annie me dio una palmadita en el hombro, sonriendo también con tristeza.
-Se pasa más tiempo en ella desde que ha empezado a salir contigo, así que supongo que es algo que tenemos que agradecerte.