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Además, me dije mientras marcaba un número que me sabía de memoria, y que decía bastante de mí que todavía no hubiera mostrado a ese teléfono, lo que estaba a punto de hacer todavía podía ser algo que me podía hacer daño. Algo que me estallaría en la cara y me haría darme cuenta de que, efectivamente, todo se había acabado.
El daño que había hecho era irreparable y yo no tenía modo de regresar a la casilla de salida, por mucho que Sabrae estuviera tratando de encontrármelo.
El teléfono ni siquiera dio un par de toques antes de que mi voz de la razón en masculino contestara.
-Me preguntaba cuándo ibas a llamarme-bromeó Jordan, y lo escuché atravesar un pasillo y cerrar una puerta. Por el sonido de sus pasos en el suelo supe que acababa de meterse en la habitación de Shash, la única en la que el parqué del suelo estaba completamente libre.
-Aparentemente no sólo soy un novio de mierda; también soy un amigo de mierda-dije, jugueteando con el cable del teléfono y evitando mirar las fichas que Valeria tenía encima de la mesa: las del personal del campamento; seguramente estaba terminando de repartir tareas y de asignar a cada uno su labor definitiva. Me pregunté si se cabrearía mucho si yo me iba ahora o si, por el contrario, agradecería que le hubiera ahorrado el trabajo que supondría asignarme unas tareas que luego tendría que cubrir con otra persona.
Escuché cómo Jordan se rascaba la cabeza a seis mil kilómetros de distancia.
-Yo ya los he visto peores-respondió, y cerré los ojos. Tenía ganas de vomitar, todo me daba vueltas, y sin embargo sentía una extraña calma, como el juicio queda visto para sentencia y el juez está deliberando en su despacho. Ya no es momento de decir nada más. Las cartas están sobre la mesa.
Las cartas llevaban sobre la mesa mucho tiempo.
Porque quiero ser libre, y quiero ser tuya.
No quiero perderme en la oscuridad de la noche.
Esta vez estoy lista para correr. Renunciaría a todo lo que tengo por tu amor.
Me lo había dicho. Me lo había dicho, joder. No había manera de que me lo dejara más claro. Y yo había sido tan cabrón y tan imbécil y tan mierdas que había necesitado escuchárselo decir de su boca de forma directa, como si en algún momento fuera a necesitar echarle la culpa por las decisiones que yo había tomado.
Como si en el fondo supiera que iba a pasarme esto y yo no quisiera siquiera darme esa posibilidad, por remota que fuera ahora, por imposible que me pareciera entonces.
Y yo también, me había dicho cuando nos despedimos hacía apenas un par de minutos, el peso del mundo sobre sus pequeños hombros, esos que siempre le dolían aunque ella no lo dijera, los que se le ponían rojos tras cargar con sus libros en la biblioteca, los que cedían tan bien bajo la presión de mis dedos, que siempre generaban una dulce presión en sus hombros.
Ella se merecía masajes relajantes, no dolores de cabeza. Necesitaba tener a la persona que yo había sido estando con ella, cuando su amor me había curado y su luz había hecho retroceder las sombras que me componían. Pero ahora estaba cayendo la noche, estábamos al borde del bosque, y no sólo teníamos que huir de los lobos: Sabrae también tenía que encontrar la manera de alcanzar su máximo potencial a pesar de mí. Yo era un árbol de copa frondosa y raíces profundas; ella era una estrella fugaz, siempre persiguiendo el horizonte. Yo estaba hecho para admirarla desde la distancia y estirar las ramas para tratar de acariciarla mientras se dirigía a un destino que era más importante que yo, y sin embargo… había conseguido capturarla y enredarla en mis ramas.
Se estaba apagando en mis manos. Por mi culpa. Tenía que liberarla, y también liberarme a mí mismo: esto ya no era bueno para ninguno de los dos. Mientras ella se apagaba me estaba prendiendo fuego, e incluso con el asco que sentía por mí mismo no era capaz de reprimir mi instinto de supervivencia.
-Ella me ha dicho que te lo ha contado.
Jordan se detuvo un segundo, y seguramente miró de reojo hacia el teléfono. Le conocía tan bien que me parecía mentira haber hecho algo que Jordan jamás me imaginaría capaz de hacer.
-¿Quién?-inquirió con tranquilidad.
-Ya sabes quién.
-Creo que aún puedes decir su nombre.
-No me lo merezco.
-Aun así quiero que lo digas. Quiero escuchar cómo lo dices, Al. Sólo así sabré si es verdad.
-Es verdad. Tú mismo le has dicho que yo no le contaría esto si no fuera verdad. Sé el daño que le estoy haciendo a miles y miles de kilómetros. Lo siento en mi pecho como si tuviera algo clavado, y... sólo quiero que pare, Jor-jadeé, y Jordan tomó aire-. Yo sólo quiero que pare. Yo sólo quiero que pare, Jor. Sólo quiero que pare-gemí, sintiendo lágrimas hechas de lava ardiente desbordarme los ojos y descender por mis mejillas-. Y la única manera de que esto pare es retroceder en el tiempo y no haber hecho esto, pero eso no está en mi mano. Pase lo que pase yo voy a sufrir porque Sabrae va a sufrir, y no puedo perdonarme…
-Fue Perséfone la que te besó a ti y no al revés-soltó Jordan-, ¿no?
Sorbí por la nariz y me limpié los mocos que ya me goteaban de ella como un puto niño de dos años.
-¿Qué?
-Perséfone te besó, ¿a que sí?
-¿Y eso qué más da?
-Te he hecho una puta pregunta, Alec. Me encargaste que cuidara de tu novia mientras tú no estabas, cosa que no puedo hacer si me falta información.
-Ya, bueno, quizá debería haberte encargado que la cuidaras también de mí para ser un pelín más eficiente-gruñí con amargura, clavando la uña en una esquina de la mesa y apretando los dientes.
-Alec.
-Jordan-puse los ojos en blanco.
-Contéstame. ¿Perséfone te besó sí o no?
-¿Y eso qué coño más da? La cosa es que yo también participé en ese beso. Le hice daño a Sabrae. Da lo mismo quién lo empezara: lo importante es que yo no hice lo que tenía que hacer. No me aparté a tiempo ni me separé de inmediato ni me quedé quieto, Jordan.
-Joder. Joder, la madre que me parió, Alec-Jordan se echó a reír semi histérico.
-¿Qué coño tiene tanta gracia?
-En realidad no has hecho nada, ¿verdad?
-¿¡Me estás escuchando!? ¿Sabes lo que me está costando esta puta llamada como para que tú me vaciles de esta manera?
-¿Te estás escuchando tú? No serías capaz de decir el nombre de Sabrae si no hubiera ni una sola parte de ti que creyera que no lo has hecho. Así que ahí estás-se hinchó como un pavo, orgulloso de sus disquisiciones-, escondido en ese rincón. Creía que no te encontraríamos.
-Jor… mira, te agradezco mucho el voto de confianza y sabes que yo también te lamería los huevos llegada la ocasión, pero no necesito que me redimas. Estoy hablando muy en serio, por desgracia.
-Sabía que no estabas preparado para el voluntariado. Lo sabía. Y creí que Sabrae se daría cuenta y dejaría a un lado su puto orgullo y te pediría que te quedaras porque estaba claro que tu ansiedad te iba a comer vivo. No pensé que la chiquilla fuera tan cerradita. De mente, claro-sonrió con maldad-. Porque otras partes, le cuesta más mantenerlas cerradas.
¿A qué coño estaba jugando Jordan? Nunca le había escuchado hablar así, en ese tono tan despectivo, de ninguna tía. Que justo escogiera a Sabrae para empezar me cabreó.
Me cabreó mucho.
-Jordan-gruñí, sin rastro de las lágrimas en mis mejillas, y con las manos temblorosas-. Yo de ti tendría cuidado. Puede que le haya puesto los cuernos, pero todavía es de mi novia de la que estás hablando.
-Ahí estás-sonrió Jordan con orgullo-. Te he estado buscando. ¿Te besó Perséfone sí o no?
Sabía lo que estaba haciendo porque yo lo había hecho un millón de veces antes, tanto con él como con otros amigos, con amigos y también con desconocidos; al final, cuando se trataba de alcanzar nuestra verdad, todos nos volvíamos contrincantes, daba igual los lazos que nos unieran.
¿Eso quería? Muy bien. Pues lo tendría.
Dejaría que me pusiera contra las cuerdas y me vapuleara lo que necesitara para convencerse de la verdad. Yo no iba a caer. Esta vez, no.
-Sí.
-¿Se lo has dicho así a Sabrae?
-Sí.
-¿Y le devolviste el beso?
-Sí.