miércoles, 23 de noviembre de 2022

La reina del Olimpo y la del Hades.


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Sabía que no tenía ningún derecho a hacerlo y que mi ansiedad debía ser una parte de mis muchos castigos, pero no podía evitarlo. Una cosa era torturarme con cómo había engañado a todo el mundo haciéndoles creer que yo me merecía su amor y que apostaran por mí, y otra muy diferente era torturarme pensando en lo que le había hecho a Sabrae. Había llegado a un nuevo nivel de ruindad que bien me merecía tener que soportar, pero no era lo bastante fuerte como para poder sobrevivir a lo que suponía vivir ahora mismo en mi cabeza.
               Además, me dije mientras marcaba un número que me sabía de memoria, y que decía bastante de mí que todavía no hubiera mostrado a ese teléfono, lo que estaba a punto de hacer todavía podía ser algo que me podía hacer daño. Algo que me estallaría en la cara y me haría darme cuenta de que, efectivamente, todo se había acabado.
               El daño que había hecho era irreparable y yo no tenía modo de regresar a la casilla de salida, por mucho que Sabrae estuviera tratando de encontrármelo.
               El teléfono ni siquiera dio un par de toques antes de que mi voz de la razón en masculino contestara.
               -Me preguntaba cuándo ibas a llamarme-bromeó Jordan, y lo escuché atravesar un pasillo y cerrar una puerta. Por el sonido de sus pasos en el suelo supe que acababa de meterse en la habitación de Shash, la única en la que el parqué del suelo estaba completamente libre.
               -Aparentemente no sólo soy un novio de mierda; también soy un amigo de mierda-dije, jugueteando con el cable del teléfono y evitando mirar las fichas que Valeria tenía encima de la mesa: las del personal del campamento; seguramente estaba terminando de repartir tareas y de asignar a cada uno su labor definitiva. Me pregunté si se cabrearía mucho si yo me iba ahora o si, por el contrario, agradecería que le hubiera ahorrado el trabajo que supondría asignarme unas tareas que luego tendría que cubrir con otra persona.
               Escuché cómo Jordan se rascaba la cabeza a seis mil kilómetros de distancia.
               -Yo ya los he visto peores-respondió, y cerré los ojos. Tenía ganas de vomitar, todo me daba vueltas, y sin embargo sentía una extraña calma, como el juicio queda visto para sentencia y el juez está deliberando en su despacho. Ya no es momento de decir nada más. Las cartas están sobre la mesa.
               Las cartas llevaban sobre la mesa mucho tiempo.
               Porque quiero ser libre, y quiero ser tuya.
               No quiero perderme en la oscuridad de la noche.
               Esta vez estoy lista para correr. Renunciaría a todo lo que tengo por tu amor.
               Me lo había dicho. Me lo había dicho, joder. No había manera de que me lo dejara más claro. Y yo había sido tan cabrón y tan imbécil y tan mierdas que había necesitado escuchárselo decir de su boca de forma directa, como si en algún momento fuera a necesitar echarle la culpa por las decisiones que yo había tomado.
               Como si en el fondo supiera que iba a pasarme esto y yo no quisiera siquiera darme esa posibilidad, por remota que fuera ahora, por imposible que me pareciera entonces.
               Y yo también, me había dicho cuando nos despedimos hacía apenas un par de minutos, el peso del mundo sobre sus pequeños hombros, esos que siempre le dolían aunque ella no lo dijera, los que se le ponían rojos tras cargar con sus libros en la biblioteca, los que cedían tan bien bajo la presión de mis dedos, que siempre generaban una dulce presión en sus hombros.
               Ella se merecía masajes relajantes, no dolores de cabeza. Necesitaba tener a la persona que yo había sido estando con ella, cuando su amor me había curado y su luz había hecho retroceder las sombras que me componían. Pero ahora estaba cayendo la noche, estábamos al borde del bosque, y no sólo teníamos que huir de los lobos: Sabrae también tenía que encontrar la manera de alcanzar su máximo potencial a pesar de mí. Yo era un árbol de copa frondosa y raíces profundas; ella era una estrella fugaz, siempre persiguiendo el horizonte. Yo estaba hecho para admirarla desde la distancia y estirar las ramas para tratar de acariciarla mientras se dirigía a un destino que era más importante que yo, y sin embargo… había conseguido capturarla y enredarla en mis ramas.
               Se estaba apagando en mis manos. Por mi culpa. Tenía que liberarla, y también liberarme a mí mismo: esto ya no era bueno para ninguno de los dos. Mientras ella se apagaba me estaba prendiendo fuego, e incluso con el asco que sentía por mí mismo no era capaz de reprimir mi instinto de supervivencia.
               -Ella me ha dicho que te lo ha contado.
               Jordan se detuvo un segundo, y seguramente miró de reojo hacia el teléfono. Le conocía tan bien que me parecía mentira haber hecho algo que Jordan jamás me imaginaría capaz de hacer.
               -¿Quién?-inquirió con tranquilidad.
               -Ya sabes quién.
               -Creo que aún puedes decir su nombre.
               -No me lo merezco.
               -Aun así quiero que lo digas. Quiero escuchar cómo lo dices, Al. Sólo así sabré si es verdad.
               -Es verdad. Tú mismo le has dicho que yo no le contaría esto si no fuera verdad. Sé el daño que le estoy haciendo a miles y miles de kilómetros. Lo siento en mi pecho como si tuviera algo clavado, y... sólo quiero que pare, Jor-jadeé, y Jordan tomó aire-. Yo sólo quiero que pare. Yo sólo quiero que pare, Jor. Sólo quiero que pare-gemí, sintiendo lágrimas hechas de lava ardiente desbordarme los ojos y descender por mis mejillas-. Y la única manera de que esto pare es retroceder en el tiempo y no haber hecho esto, pero eso no está en mi mano. Pase lo que pase yo voy a sufrir porque Sabrae va a sufrir, y no puedo perdonarme…
               -Fue Perséfone la que te besó a ti y no al revés-soltó Jordan-, ¿no?
               Sorbí por la nariz y me limpié los mocos que ya me goteaban de ella como un puto niño de dos años.
               -¿Qué?
               -Perséfone te besó, ¿a que sí?
               -¿Y eso qué más da?
               -Te he hecho una puta pregunta, Alec. Me encargaste que cuidara de tu novia mientras tú no estabas, cosa que no puedo hacer si me falta información.
               -Ya, bueno, quizá debería haberte encargado que la cuidaras también de mí para ser un pelín más eficiente-gruñí con amargura, clavando la uña en una esquina de la mesa y apretando los dientes.
               -Alec.
               -Jordan-puse los ojos en blanco.
               -Contéstame. ¿Perséfone te besó sí o no?
               -¿Y eso qué coño más da? La cosa es que yo también participé en ese beso. Le hice daño a Sabrae. Da lo mismo quién lo empezara: lo importante es que yo no hice lo que tenía que hacer. No me aparté a tiempo ni me separé de inmediato ni me quedé quieto, Jordan.
               -Joder. Joder, la madre que me parió, Alec-Jordan se echó a reír semi histérico.
               -¿Qué coño tiene tanta gracia?
               -En realidad no has hecho nada, ¿verdad?
               -¿¡Me estás escuchando!? ¿Sabes lo que me está costando esta puta llamada como para que tú me vaciles de esta manera?
               -¿Te estás escuchando tú? No serías capaz de decir el nombre de Sabrae si no hubiera ni una sola parte de ti que creyera que no lo has hecho. Así que ahí estás-se hinchó como un pavo, orgulloso de sus disquisiciones-, escondido en ese rincón. Creía que no te encontraríamos.
               -Jor… mira, te agradezco mucho el voto de confianza y sabes que yo también te lamería los huevos llegada la ocasión, pero no necesito que me redimas. Estoy hablando muy en serio, por desgracia.
               -Sabía que no estabas preparado para el voluntariado. Lo sabía. Y creí que Sabrae se daría cuenta y dejaría a un lado su puto orgullo y te pediría que te quedaras porque estaba claro que tu ansiedad te iba a comer vivo. No pensé que la chiquilla fuera tan cerradita. De mente, claro-sonrió con maldad-. Porque otras partes, le cuesta más mantenerlas cerradas.
               ¿A qué coño estaba jugando Jordan? Nunca le había escuchado hablar así, en ese tono tan despectivo, de ninguna tía. Que justo escogiera a Sabrae para empezar me cabreó.
               Me cabreó mucho.
               -Jordan-gruñí, sin rastro de las lágrimas en mis mejillas, y con las manos temblorosas-. Yo de ti tendría cuidado. Puede que le haya puesto los cuernos, pero todavía es de mi novia de la que estás hablando.
                -Ahí estás-sonrió Jordan con orgullo-. Te he estado buscando. ¿Te besó Perséfone sí o no?
               Sabía lo que estaba haciendo porque yo lo había hecho un millón de veces antes, tanto con él como con otros amigos, con amigos y también con desconocidos; al final, cuando se trataba de alcanzar nuestra verdad, todos nos volvíamos contrincantes, daba igual los lazos que nos unieran.
               ¿Eso quería? Muy bien. Pues lo tendría.
               Dejaría que me pusiera contra las cuerdas y me vapuleara lo que necesitara para convencerse de la verdad. Yo no iba a caer. Esta vez, no.
               -Sí.
               -¿Se lo has dicho así a Sabrae?
               -Sí.
               -¿Y le devolviste el beso?
               -Sí.
               Jordan se quedó callado.
               -¿Cuánto tiempo?
               -No lo cronometré.
               -Dame una estimación.
               -¿Tú puedes dar una estimación de durante cuánto tiempo te morreas con Zoe?
               -Supongo que sí.
               -Bueno, pues eso es porque eres un puto pringado medio virgen. Pero yo no puedo decirte cuánto tiempo estuve morreándome con Perséfone porque no lo sé. Igual que tampoco sé cuánto me paso morreándome con Sabrae…
               -Vuestro récord está en dos minutos treinta y siete.
               -¿Perdón?
               -Sí, lo sé. Es bastante impresionante, la verdad. Lo contabilicé un día en la playa en el que sinceramente pensé que Max y yo íbamos a tener que levantarnos y taparos con dos toallas porque era evidente que os ibais a poner a follar delante de los críos. Luego Scott gritó algo a Duna a lo lejos y Sabrae se encima de ti.
               Scott. Ni siquiera había sido capaz de pensar en lo que Scott estaría pensando. Él no sólo era mi amigo; también era el hermano mayor de Sabrae, así que estaba en la posición más jodida después de la de nosotros dos. Pasara lo que pasara, Scott siempre perdía. Si Sabrae me perdonaba y conseguíamos superar esto yo sabía que Scott no lo haría, por la sencilla razón de que yo no perdonaría al novio infiel de mi hermana ni en un millón de años.
               Y si Sabrae no me perdonaba Scott vería su grupo dividido. No podría contar con libertad sus anécdotas nunca más: siempre estaríamos uno de los dos en la periferia, haciéndole daño al otro simplemente por existir.
               -¿Qué dice Scott?
               Jordan ni siquiera se molestó en seguir con el tono de broma. Él también estaba hasta los huevos de mí. Aparentemente yo tenía hasta los huevos a mucha gente.
               -¡Que le den por culo a Scott! Él no es el protagonista de esta historia; tú, sí. Tú y Sabrae. Scott importa lo que viene siendo una puta mierda ahora mismo.
               -Es nuestro amigo.
               -Ya, y ahora me dirás que me has llamado porque estás súper preocupado por el estado de ánimo de Scott, ¿no? Ya me parecía a mí que lo de liarse con su hermana más insoportable era una estrategia para ganarse su corazón.
               -Te he llamado porque estoy preocupado.
               -¿Por Scott?
               -Por Sabrae.
               Jordan rió de nuevo.
               -Escúchate pronunciar su nombre. Es imposible que no haya sido tu ansiedad la que le ha dicho que le ha puesto los cuernos. Te beberías zumo de azufre sacado directamente de un volcán por ella, Alec. ¿De verdad quieres que me crea que…? Es que es de puta risa, vamos. De puta risa. Literalmente ayer mismo le dije que era imposible que le hubieras dicho nada si no estuvieras seguro y ahora… estoy aquí… escuchándote decir su nombre justo delante de mi puta ensalada.
               -¿Qué está haciendo?-decidí ignorar la perorata de Jordan porque, bueno… es mi mejor amigo. Es evidente que iba a pensar lo mejor de mí incluso si me encontraba con un cuchillo ensangrentado en la mano y un cadáver a mis pies. Básicamente porque yo haría lo mismo con él.
               Eso y ayudarlo a ocultar el cuerpo, pero lo negaré ante la fiscalía. ¿Cuerpo? ¿Qué cuerpo? Aquí no ha habido nunca ningún cuerpo, señoría.
               Y parece que elegí bien, porque en cuanto le hice esa pregunta, Jordan se quedó callado en un silencio sepulcral.
               -Está en el piso de abajo.
               Sucio cabrón. Puede que me hubiera puesto contra las cuerdas ahora, pero me conocía tan bien como yo a él. Y sabía que había metido la pata hasta el fondo desquitándose conmigo, porque ahora estaba cansado y yo todavía no había empezado a repartir hostias.
               -No me refiero a ahora mismo. Sé lo que está haciendo. Acabo de hablar con ella. Me refiero a… me ha dicho que está haciendo gilipolleces. ¿Qué clase de gilipolleces, Jordan?
               Jordan se relamió los labios y volvió a rascarse la nuca. Tomó aire y lo soltó muy despacio por la nariz.
               -Esto… tío, creo que si no ha querido decirte nada específico, yo no soy quién para…
               -¡Déjate de polladas, Jordan! ¿Qué está haciendo Sabrae?
               Me agarré al teléfono con tanta fuerza que me sorprendió no romperlo; puede que Valeria perdonara mis continuas llamadas telefónicas, pero estaba bastante seguro de que destruir mobiliario de la fundación era un límite infranqueable. No estaba haciendo demasiados méritos precisamente para que ella me pasara todas las que ya me había pasado, así que mi situación pendía de un hilo.
               ¿Sería tan malo que me echaran?, pensé. Sin voluntariado, sin dinero, sin novia. Mi vida se iría completamente a la mierda y así tendría una excusa para implosionar. Puede que fuera precisamente eso lo que necesitaba: había venido a Etiopía para ser una mejor persona, y, en su lugar, lo que me había terminado pasando era que me había dado de bruces contra el mundo, cayéndome al suelo igual que un niño de apenas año y medio que, para colmo, era más patoso de lo que solían serlo los críos a su edad.
               Ya había demostrado que era lo bastante egoísta como para no pensar en nadie más que en mí cuando verdaderamente importaba que pusiera a los demás por delante, así que… ¿por qué no hacerlo una vez más?
               -Ella está… tratando de encontrar la manera de… perdonarte.
               Me lo imaginé mirando la puerta de la habitación, concentrando todas sus energías en lanzarle a Sabrae una llamada de auxilio a la que ella no iba a poder responder. Sabrae sólo respondía a las mías.
               No había sido capaz de responder a las alarmas de mi cabeza cuando Perséfone se había inclinado hacia mí porque yo ni siquiera había sido capaz de ponerlas a sonar, e incluso si hubieran saltado, la distancia era la suficiente como para que su reacción inmediata no sirviera para salvarnos.
               Para salvarme.
               -¿Y cómo se supone que está intentando hacer eso, Jordan?
               Estaba costándome horrores no ponerme a gritar. Su cautela no hacía sino confirmarme lo que sospechaba: que ella me había mentido para protegerme cuando me había dicho que no se estaba haciendo daño a sí misma. De lo contrario, ¿por qué iba a callárselo Jordan?
               -Creo que quiere… ponerse al nivel al que cree que tú estás.
               Ponerse al nivel al que cree que tú estás. A pesar de que lo que Jordan quería decirme era que estaba intentando bajar lo más posible, yo escuché una inflexión en el “cree” que hizo que toda la importancia de la frase cayera justo en esa palabra. Como si Jordan no me creyera capaz de lo que había hecho, como si mis confesiones fueran exageradas, como si hubiera espacio para pensar que yo le contaría mis pecados a Sabrae sin estar completamente seguro de ellos. Puede que Perséfone insistiera e insistiera en que la culpa era de ella por haber iniciado el beso, pero yo sabía muy bien que la iniciativa no es lo que cuenta, sino el resultado final. Y el resultado final estaba claro. Jordan no podía discutírmelo; no, cuando él no había estado allí y yo sí.
               A veces tener apoyos que creen ciegamente en ti hace que la hostia sea todavía más grave. A fin de cuentas, la plata es el segundo de los premios, ¿no? Has llegado hasta el final, cosa que nadie más que el ganador ha hecho. Superar a noventa y ocho personas tiene mucho más mérito que el que cae en la primera ronda, y sin embargo no hay peor derrota que la que se sufre cuando estás compitiendo por el puesto más alto del podio, por el metal más precioso de las medallas. Supongo que parte de la amargura de la plata viene, precisamente, porque sabes que la has alcanzado gracias a todos aquellos que te han alzado desde las sombras. Si tan solo fueras un pelín más alto puede que hubieras rozado el oro con los dedos.
               -¿Haciendo qué?
               Le había hecho daño a Sabrae. Estaba claro. Jamás me habría dicho un “te quiero” tan triste de no haber sido así. Además, yo no era imbécil: incluso si ella no fuera tan transparente como lo era para mí, yo… todavía no tenía la brújula moral tan jodida como para dormir bien por las noches creyendo que no la había traicionado.
               La única manera que tenía Saab de hacer lo mismo que le había hecho yo era… era…
               Se me retorció el estómago sólo de pensarlo. No puedo. No puedo. No puedo, no puedo, no puedo. Por favor, no me obligues a…
               Sí puedes, gruñó un coro de voces demoniacas en mi cabeza, las mismas voces que narraban mis pesadillas desde que dormía solo, las que mezclaban las voces de los recuerdos de una infancia de la que no había conseguido huir ni superar y de los miedos que me daba un futuro que parecía inevitable, un futuro en el que yo no protegía a Sabrae, en el que ella no me protegía a mí, ni me quería. Ese futuro que ya había llegado a ojos de Scott, el primero en amanecer en esa nueva era a pesar de que iba en un huso horario retrasado con el nuestro.
               Es lo mínimo que debes hacer.
               No puedo.
               Hazlo.
               No puedo.
               Dilo. Sabrae…
               No, por favor. Por favor, por favor.
               Las voces de mi cabeza sonrieron con maldad, y yo deseé que me abrumara un nuevo ataque de ansiedad: cuando tenía uno se volvían difusas, como el ruido de un enjambre rabioso en mi mente. No podía pensar eso. No podía…
               Se relamieron las sonrisas de dientes afilados y sangrientos como… como…
               Dilo, ordenó la voz de mi padre como tantas veces había hecho con mi madre mientras le pegaba la enésima paliza de la semana. Eres una puta. Eres basura. No mereces nada. Tus hijos crecerán y te odiarán cuando se den cuenta de lo que eres. Una sucia puta. Dilo. DILO.
               Soy una puta soy basura no merezco nada mis hijos crecerán y me odiarán cuando se den cuenta de lo que soy.
               Sabrae se está haciendo daño. Sabrae está autolesionándose. Por eso lo oculta de sus padres, por eso Scott no puede verme, por eso Jordan no sabe qué decirme. Porque no sólo la estoy haciendo llorar, también la hago sangrar.
                Tenía que dejarlo. Todo. Dejar de hacer eso y dejarme a mí. ¿Con qué puta cara iba a seguir yo con ella sabiendo lo que se había hecho a sí misma para poder perdonarme?
               Sabes que no lo vas a hacer, sonrieron las voces de mi cabeza. Te hace sentir tan importante y tan bien contigo mismo que te va a dar igual saber lo que le has hecho. Se te terminará olvidando y volverás a follártela como…
               No voy a volver a tocarle un solo pelo en la vida.
               Al igual que tampoco iba a obligar a Jordan a decirlo. Su silencio era confirmación suficiente.
               -Jor-susurré.
               -Al-respondió. Le di la vuelta a una foto de Valeria en una versión mucho más joven, en la que posaba con un grupo de voluntarios que, a juzgar por la ilusión en los ojos de ella, debía de ser el primero del que se había encargado en su vida. Tenía mucha experiencia a sus espaldas, y fijo que nunca se había ocupado de alguien como yo.
               -Quiero que me prometas una cosa.
               -¿El qué?-Jordan podía ser muchas cosas, pero, por encima de todo, era cauto. Eso le había hecho peor boxeador que yo; por eso él no había ganado campeonatos y yo sí. Los cautos esquivan cuando los osados se exponen para lanzar un buen gancho, y los bloqueos del pecho no lanzan a nadie a la lona.
               -Quiero que me prometas que convencerás a Sabrae para que me deje.
               Se hizo el silencio al otro lado de la línea.
               -Alec, sólo ha sido un beso. Se supone que te dio permiso para que te follaras a quien se te antojara.
               -No ha sido sólo un beso. Ha sido un beso con Perséfone. E, incluso si no fuera solamente un beso, da igual, Jordan. Tienes que convencerla de que me deje y trate de pasar página antes de que yo vuelva. Le será más fácil mientras yo estoy lejos. No podrá ocultárselo a sus padres por mucho tiempo; ni siquiera se me ocurre cómo lo está haciendo ahora, con la cantidad de ropa escotada que tiene, pero…
               -Oh, sí-Jordan puso los ojos en blanco-; no es que se esté tapando, precisamente.
               Había un deje de fastidio en Jor que yo no conseguía encajar bien. Si Saab no se estaba tapando, ¿cómo hacía para guardar el secreto? ¿No pasando por casa?
               -¿Qué quieres decir?
               -Mira, tío. ¿Sabes qué? Que te lo voy a decir. Pero esto no lo hago para que tú te sientas mal ni te mueras de celos ni nada, sino porque quiero que sepas la situación que estamos manejando aquí. Puede que sea lo mejor para ti. A fin de cuentas, tienes una tendencia al dramatismo que, joder, pareces el guionista de una telenovela barata. Así que allá va-Jordan tomó aire y yo me di cuenta de que estaba aguantando la respiración-. Sabrae salió este sábado desesperada porque le pegaran alguna ETS. Parecía querer cogerla incluso del propio aire. Ni siquiera Bey ha salido tan escotada en su vida, y ya sabes que Bey no es de las que se tapan en exceso, precisamente.
               -Pero eso no tiene ningún… me dijo que sus padres no sabían…
               -Y no lo saben. Escucha: su plan el pasado finde era irse con el primer tío que la pillara por banda y dejar que se la follara en cualquier rincón. Pero para eso, nuestra querida princesita necesitaba emborracharse porque, bueno, en el fondo se huele que algo no le estás contando bien y está reticente.
               -¿A qué?
               Jordan parpadeó.
               -A follarse a algún tío para que seas tú el que la tenga que perdonar a ella y no al revés. Scott está cabreadísimo con los dos precisamente por eso. Primero, porque te juró fidelidad y todo ese rollo tantas veces delante de él que Scott considera que estáis casados. Segundo, porque la nenita ha elegido el momento más oportuno del año (es decir, cuando su hermano está a punto de irse de gira) para comportarse como la típica niña rica caprichosa que sólo sale de fiesta para meterse más rayas de coca que las partituras de una sinfonía. Y tercero, porque, ¿no va y se nos pone chula, la cría esta? Cuando intentamos pararle los pies se escapó. La pillamos de milagro antes de que lo hicieran otros. Tuvimos que traerla a mi casa hasta que se le pasara la borrachera para no descubrir el pastel con Sherezade y Zayn, y todo porque Tommy se dio cuenta de que estaba ocultándose a propósito. Incluso de sí misma. Así que, ahí lo tienes: esa es la gilipollez que está haciendo Sabrae. Aparentemente, quiere convertirse en el nuevo fuckboy original mientras tú no estás para que así la pelota pase a estar en tu tejado. Pero no durante mi guardia. Ni de coña te va a poner los cuernos estando yo delante. No me pediste que la vigilara, pero lo voy a hacer. Bastante en la mierda estás tú como para…
               -Déjala que haga lo que quiera-sentencié-. Pero asegúrate de que toma precauciones.
               -Será coña, espero.
               -No. Le di permiso para eso.
               -¿Para echar polvos para darte en los morros? Lo dudo.
               -Tú sólo deja que haga lo que quiera siempre y cuando lo haga de forma consciente y segura, ¿de acuerdo?
               Jordan respiró al otro lado de la línea durante unos segundos.
               -Necesitas hablar urgentísimamente con Claire-dijo al fin.
               -Estoy muy lúcido ahora mismo. Deja. Que. Se. Folle. A. Quien. Quiera. Excepto a Hugo-añadí, y Jordan suspiró.
               -Menos mal…
               -No sabe follar bien y no quiero que lo pase mal si encima no lo va a disfrutar.
               -¿Es coña, Alec?
               -No es coña, Jordan. La he cagado, ¿vale? Y si echar polvos es la manera en que Sabrae va a lidiar con esto, no quiero que te interpongas.
               -Claro, porque eso de resolver las idas de olla emocionales follando os ha funcionado muy bien en el pasado, ¿no es así?
               En eso tenía razón, tenía que admitirlo.
               -Quizá Saab necesite descubrirlo por sí misma-jugueteé con la foto y le di la vuelta de nuevo. Me parecía surrealista que hubiera gente que estuviera feliz en el campamento. Yo había tardado días en convertirlo en mi escenario del crimen, en un infierno personal.
               -No me gusta una mierda en lo que os estáis convirtiendo.
               -Pues ya sabes de quién es la culpa-murmuré, cambiando el peso del cuerpo de un lado a otro.
               -¿Alec?
               -Mm.
               -Voy a decirte una cosa que creo que no te va a molar, pero tengo que decírtela de todos modos.
               -¿Mi factura telefónica por esta llamada?-pregunté, masajeándome el puente de la nariz.
               -No. Lo que tengo que decirte es que no sé si quiero que sigas con una tía que prefiere arrojarse al vacío para que tú la salves a ella antes que perdonarte.
               Me relamí los labios.
               -No estás siendo justo con ella, Jor.
               -Ni tú tampoco lo estás siendo contigo. ¿Y sabes por qué lo sé?
               -¿Por qué?
               -Porque te sientes tan corrupto que crees que se lo has pasado a ella en lugar de nublarte el juicio a ti.
               Tomé aire despacio, cansado. El mundo pesaba mucho y yo no tenía fuerzas para más.
               -Tú no estabas aquí cuando pasó.
               -Es verdad, Al. Yo no estaba ahí. Pero sí he estado aquí los últimos quince años. En primera puta línea de tu misión de autodestrucción personal. Puede que no sepa mucho de tías, pero sí sé quién es Alec Whitelaw. Y Alec Whitelaw no le haría a su Sabrae lo que tú crees que le has hecho a tu novia.
               Tragué saliva en Etiopía mientras Jordan respiraba en Inglaterra.
               -Tal vez Alec Whitelaw es una persona que sólo existe en Inglaterra.
               -Alec Whitelaw estuvo en Italia. Y en Grecia. Es un cabrón escurridizo que se lleva consigo el odio que siente hacia sí mismo. Perfectamente habría podido llevárselo hasta Etiopía. De hecho, lo que me extrañaría es que no lo tuviera justo ahí, donde no tiene a sus amigos, ni a su novia, ni a su psicóloga, para abrirle los ojos.
               -Escucha, Jor, sé que crees que no soy capaz de hacer lo que hice; créeme, yo también creía antes de irme que no traicionaría a Sabrae, pero…
               -¿Qué dice Perséfone?
               -¿Perséfone? Lo mismo que tú. Que lo estoy exagerando y que no es para tanto y que sólo es culpa suya y…
               -Un buen amigo me dijo una vez que para que las mujeres te quieran tienes que escuchar lo que dicen y hacerles caso. Con el criterio tan cojonudo que tiene ese chaval, no sé por qué coño no sigue su propio ejemplo y simplemente las escucha.
               Sonreí, cansado.
               -Porque yo estoy dentro de mi cabeza y sé las cosas que pienso y que no le cuento a nadie.
               -¿Y no crees que las cosas que piensas te distorsionan la realidad y te impiden ver bien lo que haces?
               Se me revolvió todo por dentro. Aunque supiera que tampoco me merecía a Jordan y debiera sentirme mal, era muy reconfortante tener a alguien dispuesto a ir a todo o nada por ti. Sobre todo cuando estaba ya en la lona. Él era así. Siempre era la primera cara que aparecía entre las cuerdas cuando algo no iba bien. ¡Vamos, Alec, vamos! ¡Mata a ese hijo de puta!, me había gritado siempre Jor.
               Puede que el hijo de puta al que ahora tenía que matar resultara ser yo.
               -Jor…
               -¿Mm?
               -Sabes que te quiero un montón, ¿verdad? Eres el mejor amigo que nadie podría tener.
               Jordan sonrió, un jadeo silencioso escapándosele entre los dientes.
               -Ahí estás-repitió-. Te he estado buscando.
               -Deja de citar a Rhysand ya, o me echaré a llorar.
               -¿No estás llorando ya? Siempre has sido el sensiblón de los dos.
               -La jungla me curte.
               Jordan se rió.
               -Sabes que puedes llamarme siempre que quieras, ¿no? Puede que yo no tenga un grado en Psicología, pero sé cómo funciona tu cabeza y se me da bien sacarte de los bucles. No tan bien como a otras, claro, porque yo no estoy dispuesto a lamerte los huevos, pero… creo que lo podrías necesitar.
               -Tengo que hacer esto solo, Jor. Pero gracias.
               -¿Y qué culpa tengo yo?-lloriqueó-. Mimi echa de menos a su hermano y se pira a Mykonos; Sabrae echa de menos a su novio y trata de convertirse en la mayor golfa a este lado el Atlántico, pero, ¿a mí qué me queda? Echo de menos a mi mejor amigo y ni siquiera me escribe cartas. Le has escrito cartas a un mocoso al que conoces de hace dos días, ¿y a mí no me mandas ni un triste dibujo de una polla?
               Me eché a reír entre lágrimas.
               -Si estás haciendo esto para distraerme, que sepas que no está funcionando.
               -Sí, ya. Ya noto cómo le pones el sello al sobre.
               Sacudí la cabeza.
               -Cuida de Sabrae, ¿vale, Jor?
               Bufó.
               -¿Aunque se comporte como una rata esquizofrénica puesta de cocaína?
               -Esos son sus mejores momentos-sonreí, y me lo imaginé poniendo los ojos en blanco.
               -Debe de tener el clítoris más sabroso del mundo.
               -De Europa, al menos-me imaginé su cara alucinada y me reí-. Bueno, a ver, es que no se lo he probado a Diana. Pero serás el primero en leer mi reseña si algún día me la tiro.
               -Lo legendaria que es esta chavala, que incluso cuando tenemos dramas con nuestras novias somos capaces de pensar en ella. Tommy se equivocó: ella es el puto nuevo Harry Styles, no Scott.
               -Me sé de otras que son más legendarias aún-no pude evitar pensar en voz alta, y había tanta añoranza en mi voz que, a pesar de lo que acababa de decirme, Jordan no pudo evitar ofrecerse a tratar de convencerla de que me perdonara-. No. Tiene que ser ella. Lo que tenga que ser, será.
               -Es que odio verte así, Al.
               -Bueno, Jor, técnicamente no me estás viendo-sonreí, y Jordan bufó de nuevo.
               -Verte, oírte, lo que sea. No puedes pedirme que me quede aquí de brazos cruzados mientras mi mejor amigo lo está pasando tan mal.
               -Me he metido en esto yo solito. Y yo solito tengo que salir.
               Nos despedimos y colgamos, y yo me quedé mirando el teléfono un rato, como esperando que volviera a llamar. Bueno, el peor escenario quedaba descartado: al menos Sabrae no había pasado al siguiente nivel, uno que yo no podría perdonarme, por mucho que insistieran las voces en mi cabeza. Recordé cuando me habían convencido de que no le hiciera nada a mi padre porque yo no podría tocar a Sabrae con unas manos manchadas de sangre por mucho que aquella sangre en particular se hubiera merecido ser derramada y no había podido más que darles la razón. Así que lo siento, pero no. Por mucho que la echara de menos, por muy bien que me sintiera dentro de ella y por mucho que el único momento en que yo me sentía completo era cuando estábamos juntos y estábamos bien, yo no podría fingir que no había pasado nada ni acercarme de nuevo a Sabrae sabiendo que el cuchillo que le había hecho las cicatrices en la piel lo había blandido yo. Con las del alma ya tenía bastante.
               Ahora bien… que no tuviera su dolor físico sobre mi conciencia no quería decir que creyera que lo habíamos superado todo o que ella no estuviera en una espiral de autodestrucción masoquista de las que yo conocía muy bien. Follar por devolvérsela a alguien es peor incluso que follar por validación. El sexo sólo consigue reducir tu autoestima al número de orgasmos que puedes alcanzar y hacer alcanzar, y yo había trabajado mucho (aún lo estaba haciendo, de hecho) para salir de aquella fuente de validación como para que yo aplaudiera la decisión de Sabrae. Estaba cometiendo un error.
               Igual que lo había hecho yo, y el mío era más gordo, así que no podía darle ninguna lección. Porque incluso eso también era un castigo con el que yo tenía que lidiar: el saber que estaba destrozándola a niveles en los que nadie más podía destrozarla. Ella nunca haría eso de irse con cualquiera para sentirse bien consigo misma porque ya se sentía bien consigo misma. Nunca haría eso de tratar de esparcir su dolor porque nadie debería haberle hecho daño.
               Si le había pedido a Jordan que la dejara tranquila era porque, en el fondo, sabía que no iba a servir de nada el tenerlo por ahí vigilándola. Sólo lo frustraría a él, que tendría que irse a estudiar pronto, y haría que ella se pusiera aún más en peligro, yéndose con chicos que volaban demasiado bajo y que no entrarían en el radar de Jordan. Prefería que se acostara con cualquiera de los tíos a los que yo conocía (joder, incluso que lo hiciera con Jordan si le apetecía, y luego ya lidiaría yo con mis celos) a que lo hiciera con algún mamarracho que no fuera a tratarla bien y que le hiciera daño. Verlos y ver cómo la miraban me destrozaría, pero imaginarme situaciones que ella no querría contarme y ponerme en el peor escenario posible y arriesgarme a acertar era demasiado, incluso cuando sabía que era lo que me merecía.
               Soy egoísta. Sé que me merezco el castigo más grave y aun así intento suavizarlo tanto como puedo.
               Una sombra de  colores apareció al otro lado de la puerta de cristal translúcido, y sólo cuando Valeria se aseguró de que ya había terminado de hablar por teléfono se animó a abrirla. Asomó la cabeza, como tratando de cerciorarse de que había colgado, y abrió la puerta del todo.
               -¿Va todo bien, Alec?-inquirió en el tono de la jovencita de la foto a la que le había dado la vuelta. Pude ver que miraba el marco por el rabillo del ojo, y me di cuenta de que se había dado cuenta de que la había tocado.
               -Todo perfecto-mentí, porque eso, aparentemente, es lo que mejor se me da hacer. Valeria parpadeó un par de veces mientras me observaba sin decir nada, y yo me froté la cara-. Eh… gracias por dejarme usar el teléfono otra vez. Me vuelvo ya al trabajo.
               Nos miramos un momento más antes de que yo decidiera que tenía que irme de ahí, que  el teléfono no iba a sonar y nadie iba a decirme que estaba viviendo una broma pesada en forma de la sesión más chunga de hipnotismo que se hubiera hecho nunca.
               Sin embargo, Valeria me puso una mano en el antebrazo cuando pasé a su lado, deteniéndome para poder mirarme a los ojos y transmitirme la misma calma que les transmitía a los nacionales al otro lado de los árboles. Ella era de las pocas que tenía permitido visitarlos, y ahora entendía un poco mejor por qué, y entendía un poco menos por qué todo el mundo la detestaba tanto y tan abiertamente. Encargarse de que todos estuviéramos entretenidos y a salvo no era tarea fácil, y menos aún siendo como éramos, cada uno de nuestra padre y de nuestra madre, críos que no hacían sino creerse adultos cuando se comportaban como niños de teta.
               -Alec, si necesitas algo, cualquier cosa… ya sabes que puedes acudir a mí o a Mbatha. No eres el primero que lo pasa mal por irse de casa. La desconexión puede ser muy dura en ocasiones, y tratar de aferrarte a lo que tienes en tu país de origen puede no ser la mejor manera de adaptarte mejor a lo que tenemos aquí. Tienes un mundo de posibilidades ante ti, y creo que tendrías mucho potencial si le dieras una oportunidad a las partidas de salvamento…
               -Tengo que estar cerca del teléfono-respondí, tajante y cansado. Valeria siguió con sus ojos azul hielo fijos en mí, pero ya no eran fríos, sino el hábitat perfecto para que las focas boreales procrearan-. Y el mundo de posibilidades que tengo ante mí es justo el problema.
               Sólo en un mundo de posibilidades podía suceder lo imposible: que Perséfone coincidiera conmigo en el mismo campamento, tan lejos de la civilización que ni siquiera había cobertura, donde en casa sólo contaban con mi palabra para saber lo que pasaba.
               -Tú sólo… piénsatelo. Aún estás a tiempo de unirte a la próxima partida. Te lo digo por experiencia: te hará bien salir ahí fuera y ver el mundo que hay detrás de tantos árboles. Te da mucha perspectiva, y creo que eso es precisamente lo que necesitas ahora mismo.
               Sonreí con cansancio.
               -Estaré en el astillero si me necesitas.
               Valeria no dijo nada, pero me soltó el brazo. Fue más lista que la gente de mi entorno, que no me soltaba ni cuando veían que los arrastraba conmigo a las profundidades. Me pregunté si Sabrae sería igual de lista que ella y me soltaría antes de que se le acabara el aire, o la llevara tan al fondo que ya ni siquiera nos alcanzaran los rayos del sol.
              
 
-Gracias a todas por venir tan rápido-dije, colocando el vaso de batido de maracuyá con melocotón y granadina que Pauline había puesto delante de mí de manera que la pajita quedara perpendicular a mi cara. Sabía que no iba a ser capaz de dar ni un sorbo del mismo, pero aun así, después de todas las molestias que le había ocasionado, dejarme un poco de dinero en su local era lo mínimo que podía hacer. Carraspeé y puse los codos sobre la mesa; las manos, temblorosas, una sobre otra y ocultas tras el vaso para que ninguna las viera-. Sé que tendréis vuestros planes aprovechando las vacaciones y os agradezco muchísimo que hayáis podido hacerme un hueco.
               -No se dan, Saab, en serio. Ya sabes que puedes contar con nosotras para lo que quieras-sonrió Bey. Había sido de las primeras en llegar a pesar de que era la más ocupada de todas: Chrissy no tenía turno esa tarde, pero Bey se había ofrecido a quedarse como voluntaria en el despacho de mamá, aprovechando las tardes muertas en que no había juicios para organizar las agendas y ponerse al día con el papeleo. A pesar de que mamá le daba todas las facilidades del mundo y le decía a Bey que podía saltarse días de prácticas por ir a la playa o quedar con sus amigas sin ver mermado su salario, Bey no había hecho uso nunca de ese privilegio… hasta ahora.
               Pauline se desanudó el delantal y lo dejó sobre el asiento, entre ella y Chrissy, de manera que todos los clientes comprendieran que no estaba de servicio. Se apartó el pelo tras las orejas y sonrió con educación, asintiendo con la cabeza a todo lo que había dicho Bey. Chrissy y Tam, sin embargo, me observaban con una ceja alzada y cierta perspicacia. No era para menos: había convocado a todas las amigas de Alec que yo conocía, amén de las mías propias para que vinieran a hacerme apoyo moral, para que me ayudaran a salir del lío en el que estaba metida.
               Estaba claro que ya no podía jugar la baza de no creer a Alec después de la conversación que había mantenido con Jordan la noche pasada. Incluso si fuera tan ilusa de seguir en mis trece y decidir no creer al mejor amigo de mi novio, la persona que mejor lo conocía y que más tiempo había estado con él, después de lo que habíamos hablado en el porche de mi casa, había oído de rebote el final de la conversación que él y Alec habían mantenido, y sólo podía estar de acuerdo con Jordan. Sabía que era de mala educación cuando lo hice, pero no había podido evitarlo: en cuanto escuché “lamerte los huevos” al otro lado de la puerta de Shasha, supe que Jordan estaba hablando con él. Y que hablara de Mimi y de mí sólo me lo confirmó.
               Se había ofrecido a convencerme para que me perdonara y Alec le había dicho que no. Jordan sólo podía haberle dicho eso si creía de verdad en la culpabilidad de Al, así que tenía que quitarme la venda y dejar de mirar hacia aquel camino que me estaba vedado.
               Así que no me quedaba otra que afrontar la verdad; la pelota estaba en mi tejado, para bien o para mal. Y no podía quedarse ahí siempre.
               Notando los ojos de Chrissy y Tam fijos en mí, Momo me pasó la mano por la espalda, calentándome los lumbares con una sensación de tranquilidad que me resultaba familiar. Habían sido los miembros de mi familia quienes primero habían conseguido relajarme con ese contacto, y luego había sido Momo; no obstante, pasado el tiempo, cuando Alec había entrado en mi vida, había conseguido hacerse con el monopolio de ese tipo de gestos, y yo ya no podía dejar de comparar a todos los demás con él. Él era la calma en medio de la tempestad, el puerto seguro al que acudir. No debería haber llegado ningún tsunami a él.
               Y sin embargo allí estábamos.
               -Necesito pediros vuestra opinión respecto de… algo importante. Como sois mayores que nosotras-miré a mis amigas: Kendra sorbía con nerviosismo su granizado, que estaba a punto de terminarse; Taïssa esperaba pacientemente, toda tranquilidad; y Momo tenía los ojos fijos en mi cara, transmitiéndome todo su apoyo, un apoyo que yo sentía en lo más profundo de mi ser-, creo que tendréis más experiencia en este tipo de asuntos.
               Las chicas se miraron entre ellas. Habían hecho la conexión incluso antes siquiera de confirmarme que vendrían: había creado un grupo con todas ellas y había escrito a toda prisa pidiendo verlas, y lo único que tenían en común era Alec. Así que no podía preguntarles por algo que no fuera él.
               Pero todas me conocían, y sabían que si daba tantos rodeos era porque se trataba de un asunto delicado, así que simplemente esperaron.
                -Sé que lo que voy a preguntaros es algo muy personal, y entiendo si no queréis contarlo en abierto delante del resto, o contármelo a mí en absoluto, pero tengo que preguntároslo de todas formas-extendí las manos sobre la mesa y tomé aire-. ¿Alguna vez… os han… puesto… mm… puesto los cuernos?
               Se hizo el silencio en la mesa. Un silencio pesado, cargado de electricidad. Un silencio lleno de preguntas que nadie se atrevía a hacerme.
               -¿Por qué nos preguntas eso, Saab?-quiso saber al fin Bey, que tenía la comprensión en la mirada, pero había cruzado los brazos. Eso era un claro gesto de distanciamiento, la primera barrera que una persona podía interponer con otra. Había aprendido tanto de lenguaje corporal que ya no podían engañarme, y lo había aprendido de Alec.
               Siempre se trataba de Alec.
               -Sí. ¿Ha pasado algo?-dijo Karlie, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado antes de inclinarse hacia mí. Su pelo azabache se deslizó por sus hombros, rozando el vaso de té de limón con hielo que se había pedido durante esa calurosa tarde-. Porque sabes que puedes confiar en nosotras si quieres que te ayudemos a tomar la mejor decisión. No tengo el gusto de conoceros a todas demasiado bien-se excusó, la hija perfecta de dos embajadoras, los ojos puestos en Chrissy, que levantó los dedos de la mano y sacudió la cabeza, como diciendo que no pasaba nada; y Pauline, que asintió con la cabeza y sonrió con timidez-, pero creo que hablo en nombre de todas las que estamos aquí presentes si te digo que puedes contar con nosotras. Te ayudaremos en lo posible.
               -Estamos de tu parte, Sabrae-asintió Pauline. Deseé que Layla, Eleanor y Diana estuvieran allí. Ellas también merecían participar en la conversación y que sus opiniones fueran escuchadas, pero tenían bastante con la gira y el cambio horario como para encima tener que ocuparse de mis preocupaciones. Tenía que resolver esto antes de irme a Estados Unidos con ellas para no preocuparlas y que pudieran disfrutar del despegue de sus carreras.
               -Sí. Sea lo que sea lo que haya pasado, estoy segura de que no es para tanto. Si mal no recuerdo, Alec tenía pensado darte libertad para que disfrutaras de tu sexualidad mientras él no estuviera. A fin de cuentas, él solito eligió el voluntariado, así que no deberías cargar con el peso de soportarlo tú también-dijo Bey, sonriéndome. Se me hizo trizas el alma, se me retorció el estómago y el aire en mis pulmones se congeló, todo el calor de éste subiendo a mis mejillas. Pues claro que me perdonaría si hacía algo con algún chico que no fuera Alec. Pues claro que él le había dicho que me dejaran hacer lo que quisiera. Claro que su intención era que el voluntariado no nos afectara.
               Pero nos estaba afectando.
               -En realidad… es Alec el que me ha sido infiel a mí.
               Todas se quedaron quietas como si yo fuera la mismísima Medusa. De no ser por la manera en que sus ojos se movían ligeramente, enfocando cada detalle de mi rostro a cada milisegundo, habría creído de verdad que se habían convertido en piedra. Finalmente, Karlie se giró y miró a Tam mientras Chrissy preguntaba:
               -Alec, ¿qué Alec? Alec, ¿Alec? ¿El Alec que le dio el coñazo enseñándoles fotos tuyas a nuestros jefes en la última cena de Navidad de la empresa porque había bebido de más? ¿El que dejó de hacerlo conmigo y con Pauline porque se estaba enrollando contigo y se sentía mal no pasando cada noche de su vida en tu cama, hicierais o no algo? ¿Ese Alec?
               -No puede ser-susurró Pauline, mirando a Chrissy, cuando yo asentí.
               -Hay algo que no entiendo. ¿Él tenía intención de enrollarse con alguna chavala en el voluntariado y por eso te dio carta blanca a ti también? ¿Para no sentirse mal?
               -Alec no haría eso-sentenció Tam, borde, fulminando con la mirada a Chrissy por tan siquiera sugerirlo.
               -No lo sé-me escuché decir con la boca pastosa; las mentiras eran pegajosas y estaban hechas de cal. Me relamí los labios, tragué saliva y me corregí-. No. O, al menos, creo que no. Me pareció sincero cuando me prometió que no haría nada a pesar de que yo le dije que también tenía libertad para hacer lo que quisiera. Un año es mucho tiempo, y él… bueno… él es…
               Me sentía muy ruin diciéndolo porque había dejado de serlo hace mucho tiempo, pero aparentemente no necesité terminar la frase, porque Pauline, Karlie, Bey y Chrissy lo hicieron por mí.
               -Alec Whitelaw.
               Asentí con la cabeza.
               -Exacto. Y creo sinceramente que él lo decía en serio cuando me lo prometió, y quiero creer que no me habría afectado como lo ha hecho si no fuera con la chica con la que ha sido.
               -¿Qué chica?-preguntó Bey.
               -Perséfone-respondí, metiéndome las manos en el hueco de las piernas y detestando cómo sonaba su nombre en mi voz. Se suponía que seríamos amigas. Se suponía que la conocería y me diría que yo le hacía más feliz y mejor y que le hacía más bien y me reconocería que no tenía nada que hacer conmigo.
               Se suponía que yo era oro y no había nada por encima de mí.
               Luego había descubierto que Perséfone era el platino de la vida de Alec.
               Bey y Tam se miraron, y por la forma en que lo hicieron, supe que habían llegado exactamente a la misma conclusión que yo.
               -Lo siento, pero, ¿qué es lo que me estoy perdiendo?-preguntó Chrissy-. No estoy muy puesta con la vida de Alec. Sé quiénes sois tú-me señaló-, tú-señaló a Bey-, y Pauline, por razones obvias. Pero a las demás, lo siento, pero no os conozco. Así que, ¿a qué ha venido esa mirada? ¿Quién es Perséfone?
               -Perséfone es la chica con la que Alec perdió la virginidad-explicó Momo, que sabía de sobra que yo no iba a poder decirlo en voz alta. Chrissy abrió la boca.
               -Ah. ¿Y eso qué tiene que ver? Fue hace mucho tiempo, según tengo entendido, ¿no?-me miró con el ceño fruncido-. ¿Por qué te preocupa la chica que se lo folló por primera vez?
               -Pues porque era la única con la que tuvo algo parecido a lo que tiene conmigo antes de… bueno, de mí.
               Pauline tomó aire sonoramente.
               -Es la griega-adivinó, sorprendida.
               -Hombre, con ese nombre, no tiene pinta de que sea vietnamita-soltó Kendra, molesta. Acababa de terminarse su granizado, así que le quitó el suyo a Taïssa.
               -Debería haber sido más listo-Bey chasqueó la lengua, negando con la cabeza, el ceño fruncido y de nuevo los brazos cruzados-. Debería haber sabido lo que esto se haría.
               -Sigo perdida, ¿alguien me actualiza?
               -Alec y yo tuvimos una movida de la hostia estando en Mykonos por culpa de ella. Estuvimos en una boda y las chicas de allí me hicieron el vacío y me acusaron de estar ocupando el sitio de Perséfone mientras ella no estaba en la isla. Me hicieron creer que Perséfone había sido su primera novia, y… lo pasé bastante mal. Pensé que Alec me había estado mintiendo todo este tiempo y que ella y él iban más en serio de lo que iban, y…
               Recordé cómo me había follado en su cama en Mykonos, cómo me había hecho gritar que yo no tenía nada que envidiarle a Perséfone mientras me la metía, cómo había lamido el sudor de mi cuerpo y me había mordido los labios con rabia y me había hecho correrme gritando que yo era la primera, la última, la única. Única entre decenas, única entre cientos, única entre miles. Estaban las demás chicas y luego estaba yo.
               Y todo se había ido a la mierda en su voluntariado con un simple beso. Tanto esfuerzo para nada. Tantas lágrimas que había jurado que serían las últimas sólo para romper esa promesa a los pocos meses.
               -Casi nos arruina el viaje, y yo creí de verdad que no íbamos a ser capaces de superarlo, porque… por un momento no me fié de él. Y ahora no sé si hice bien. Desde que me lo ha contado llevo analizando todo lo que hemos pasado y lo que me ha dicho sobre Perséfone en busca de algo que no sé si voy a ser capaz de encontrar.
               -¿Y qué tenemos que ver nosotras en esto?-preguntó Pauline, mirando a las demás alternativamente.
               -Es que… veréis… desde que me lo contó, al principio me obcequé con que tenía que hacer algo para estar igualados y que nadie me juzgara por perdonarlo, porque dirían que estamos hechos tal para cual, pero eso sólo me ha llevado a hacer tonterías-miré con vergüenza a Bey, Tam y Karlie, que sabían de sobra lo que había hecho el fin de semana. No entraría en detalles con Pauline y Chrissy; bastante humillante era ya-. Pero-carraspeé y me aparté un mechón de pelo tras la oreja, los ojos fijos en la mesa. Tenía el corazón a mil por hora, y ni siquiera la mano de Momo en mis riñones era capaz de rebajar ese pulso. Sabía quién podría. El mismo que me lo había puesto así-, me han hecho ver que eso no es posible, y… eh… me he dado cuenta de que tengo que afrontar esto como una adulta-erguí la espalda y posé los ojos en ellas-. Así que me gustaría saber si tenéis experiencia en este asunto, porque por suerte yo soy novata y no sé muy bien…
               -No podemos decirte lo que tienes que hacer, Sabrae. Alec no es nuestro novio; es el tuyo, y tú decides cómo mantienes tu relación. O si la mantienes en absoluto-dijo Chrissy.
               -Ya lo sé. Lo sé, chicas. Es sólo que… yo quiero… bueno, tener todos los puntos de vista posibles y, cuantas más opciones a valorar, mejor.
               -Es que no hay opciones. O lo perdonas, o no lo perdonas. Con todo lo que eso implica.
               -¿Os ha pasado a alguna lo que me ha pasado a mí?
               -Sí-dijeron Chrissy, Pauline, Karlie y Tam. Bey se quedó callada mirándose las uñas.
               -Y yo, además, también los he puesto-añadió Tam.
               -Y yo también-dijo Bey.
               -Lo tuyo no cuenta.
               -Sí cuenta.
               -Estar enamorada de un tío mientras te follas a otro no es poner los cuernos, hermanita.
               -Ponerle los cuernos a tu novio tóxico que te ha metido en la droga tampoco es poner los cuernos, hermana mayor.
               Tam esbozó una sonrisa torcida y chula que… Dios mío. Era de Alec. O no. Era de ella. Alec y Scott se la habían copiado a ella.
               -¿Y los perdonasteis?
               -Yo no. Lo cual es evidente-dijo Karlie, mirando a Tam, que le sonrió con cansancio.
               -A mí es que me dieron igual-Chrissy se encogió de hombros, mirándose las uñas con aburrimiento-. Supongo que podríamos decir que no se los perdoné porque rompí con él poco después, pero, a la vez, no le guardo rencor. Me hizo darme cuenta de que esquivaría una puta bala si salía de aquella relación, y salí lo más rápido que pude. Hablo de Aaron, por cierto-añadió-. Por si sirve de algo.
               -Eso no aporta nada-escupió Tam.
               -Yo creí que podría perdonarle, porque parecía arrepentido, pero cuando traicionan tu confianza, algo se rompe y ya no hay manera de volver a juntarlo-dijo Pauline-. Lo intenté. Pero no fui capaz. Lo cual no quiere decir que tú no puedas hacerlo.
               -Es algo muy personal que no deberías intentar en ningún otro sitio más que en ti misma, Saab-dijo Bey, y yo me relamí los labios.
               -Es que no sé qué pensar. Quiero perdonarlo. Creo que quiero perdonarlo. Pero no sé si quiero perdonarlo por él o por mí. Me siento tan bien cuando estoy con él que no me veo siendo feliz si no es a su lado. Pero también pienso que lo que tuvimos ya no va a volver, que no voy a poder disfrutarlo porque siempre voy a estar comparándome con Perséfone a pesar de que él me dijo que no lo hiciera, que yo no tenía nada que envidiar de ella…
               -¿Y vosotras qué decís?-preguntó Tam a mis amigas, que se miraron entre ellas como conejos atrapados en su madriguera, en la que acaba de irrumpir el zorro.
               -Que la apoyamos tome la decisión que tome.
               -Eso sería una novedad-escupió Tam.
               -¡Tamika!-protestó Karlie.
               -Vaya, lo siento si en un principio nos guiamos por la reputación que Alec se había esforzado tanto en labrarse para decirle a nuestra amiga que no saliera con él porque iba a pasar esto que ha pasado. Seguro que tú le habrías aconsejado algo distinto, con todo lo que tú le quieres-Kendra puso los ojos en blanco y Tam dio una palmada en la mesa.
               -Con Alec ni media delante de mí, ¿me oyes, retaca? ¡No vas a decir absolutamente nada malo de Alec mientras él no esté aquí para defenderse!
               -Lo que Ken intentaba decir-dijo Taïssa, poniendo una mano sobre el brazo de nuestra amiga y retirándola disimuladamente a un segundo plano-, es que nos fiamos de la reputación de Alec cuando le dijimos a Sabrae que no saliera con él. Creíamos que era peor de lo que es. Pero no podéis culparnos por sentirnos frustradas con él por lo que ha hecho. Detestamos haber tenido razón en diciembre, creedme: nada nos haría más felices que no haber acertado con esto. Pero lo hemos hecho.
               -¿Y le habéis dicho que rompa con él y por eso Sabrae nos ha llamado a todas aquí? ¿Para encontrar la manera de perdonarlo?
               -No. No me han dicho nada. Sólo me han apoyado incluso aunque me he comportado como una verdadera imbécil con ellas. Os he llamado porque quiero saber si hay salida.
               -Cada pareja es un mundo, Saab. Son tantas variables las que entran en juego que una situación aparentemente idéntica entre Tam y yo no sería extrapolable a lo tuyo con Alec.
               -¿Pero no tenéis ninguna opinión?-pregunté a la desesperada, y se quedaron calladas. Tamika estaba cabreadísima, pero no abrió la boca-. Por favor. Sólo vuestra opinión. Puede que me sirva para despejarme las ideas.
               -A ver, Sabrae… es que… le diste permiso-dijo Bey-. No puedes castigarlo por hacer algo para lo que le diste permiso.
               Tam se relamió los labios.
               -No se trata de lo que ha hecho. Se trata de con quién-repitió.
               -Poneos en mi situación. Imaginaos que vuestro novio, el que creéis que será el definitivo, el amor de vuestra vida, os dice que no siente nada por la chica con la que perdió la virginidad y a la que se folla un mes seguido durante todos los veranos, y luego se besa con ella estando de voluntariado. ¿Le perdonaríais?
               -Por la forma en que lo has contado suena como si ya hubieras tomado tu decisión, Saab-dijo Karlie, y yo negué con la cabeza, sintiendo que lágrimas de pura rabia se me agolpaban en los ojos.
               -No. No-cerré los puños debajo de la mesa-. Yo sólo… lo he contado como lo contaría cualquiera que no estuviera en mi situación. Sé que todo el mundo va a juzgarme si lo perdono. Sé que no debería perdonarlo. Sólo quiero saber si sería la única que lo perdonaría si nos pasara lo mismo a todas.
               -A ti te da igual lo que diga la gente cuando estás con Alec-dijo Kendra, consoladora.
               -¡PERO ALEC NO ESTÁ AQUÍ!-bramé, clavando los codos en la mesa y tapándome la cara con las manos-. Alec no está aquí y yo voy a estar un puto año defendiendo lo nuestro yo sola, y necesito… necesito que me digáis cómo hacerlo. Necesito que me digáis que no estoy loca por apostar por él.
               -Es que, Saab… si quieres perdonarlo es totalmente legítimo. O sea, mírate. Has llamado a todas las chicas que mejor lo conocen para encontrar la manera de perdonarlo. ¿No basta con eso?
               -Me ha faltado al respeto. Ha traicionado mi confianza. Si dejo que me falte al respeto y no pase nada, ¿cómo me garantizo que no lo va a volver a hacer?
               -¿Puedo ser sincera?-preguntó Chrissy, y yo asentí entre lágrimas.
               -Por favor.
               -Ya has elegido el camino, solo que no quieres andarlo. Lo que acabas de decir es la dirección en que vas a ir el resto de tu vida. No vas a poder perdonarlo, Sabrae-dijo, y yo me eché a llorar-. Siento muchísimo decirte esto, pero cuando empiezas a preguntarte cómo vas a conseguir que no vuelva a hacerlo es porque crees que va a volver a hacerlo. Y perdonarlo es creer que se trata de un error de sólo una vez.
               -Podría ser un error de sólo una vez-dijo Karlie.
               -Lo es-refunfuñó Tam.
               -Puede ser. Yo no sé lo que ha podido pasarle. Sí sé cómo es cuando está aquí. Sé lo que me dijo cuando me dijo que teníamos que dejar de acostarnos, y cómo cambió por ella, y el bien que le ha hecho, pero no soy yo quien tiene que fiarse de él el resto de su vida. Es Sabrae. Y no lo está haciendo.
               El mundo daba vueltas, me estaba ahogando, y yo… yo no iba a perdonar a Alec. Necesitaba perdonar a Alec. Necesitaba encontrarlo. Quería perdonarlo, quería perdonarlo, quería perdonarlo. Seis segundos no debían pesar más que nueve meses. Lo teníamos todo. Era de oro con él. Llevaba su puto elefante dorado al cuello, ¿cómo podía perder eso contra un puto diente de tiburón con una cadena de cuero?
               ¿Llevaría aún el colgante que le había dado Perséfone junto a los míos?
               -Nunca voy a encontrar en nadie lo que tengo con él. No puedo dejar que se vaya. Yo… yo… renunciaría a todo lo que soy por él. Le ha dado sentido a tantas cosas de mi vida que… no tengo quince años. Tengo nueve meses. Nací el día que me besó por primera vez y me enseñó lo que puede hacer mi cuerpo. Nadie antes… yo no…
               -A ver-dijo Bey mientras me pasaba una servilleta-. No nos pongamos nerviosas y pensemos un poco. ¿Qué te ha dicho que ha hecho?
               -Él y Perséfone se besaron.
               -¿Fue con lengua? ¿Lo empezó él?
               Tam sonrió de nuevo.
               -Vas a ser una abogada cojonuda.
               -¿Qué importa eso?-preguntó Momo.
               -¿En qué curso estás?-preguntó Chrissy.
               -Todavía no he empezado la universidad.
               -Pues es una buena jugada, porque si sin entrenamiento ya empiezas a pensar así…
               -No, es que… a ver. Yo lo conozco. Y sé las cosas que hace, y las cosas que no hace, y las que él piensa que hace, y luego en realidad no es así.
               Tam sonrió.
               -Alguien con sesera en esta puta mesa. Y tenía que compartir código genético conmigo. Es que es evidente.
                -Me hago una idea de cómo pueden ir los tiros-continuó Bey, ignorando a su hermana-, y lo que puede haber pasado y lo que él cree que ha pasado.
               -Yo ya lo había pensado también, que lo estaba exagerando, pero Jordan me dijo la noche pasada que tiene que ser verdad porque… si no, Alec sabría el daño que me iba a hacer y no me lo diría. Tiene que estar seguro.
               Pauline parpadeó.
               -¿No estaba seguro también de que era un maltratador porque la primera vez que fue consciente de que le gusta agarrar del cuello a las chicas mientras folla fue estando contigo y tú te asustaste? Y luego resultó que…
               -Lo hacía con las dos, y no le daba más importancia-meditó Chrissy. Bey asintió con la cabeza, abriendo las manos, como diciendo ¿lo ves?
               -Es que… lo siento si soy repetitiva, chicas, pero volvemos a lo mismo. A mí lo que me parece raro y lo que me duele no es… no es que lo haga, porque bueno, a ver. Le conocemos. Es Alec. Es bastante… ¿cómo decirlo?
               -¿Salido?-sugirió Bey.
               -¿Promiscuo?-ofreció Pauline.
               -¿Obsesionado con el sexo?-dijo Chrissy.
               -¿La mayor puta que ha conocido este país?-dijo Tam.
               -Físico-decidí-. Es muy ilustrativa toda la vida que ha tenido, y tal. Pero conmigo… paraba, y ya está. El problema es Perséfone. Para mí, ése es el problema, porque me dijo que no lo iba a hacer con nadie, y a mí me molesta que haya sido con Perséfone. No que lo haya hecho. ¿Me entendéis?
               -Síp-balaron todas a la vez.
               -O sea que… tiene sentido.
               -Síp-repitieron.
               -Y claro, no es que resulte un problema, ni mucho menos; todo lo contrario, pero él tiene el historial que tiene, y… no dejo de preguntarme si esto me pasa por tonta. Muchos dicen que la gente no cambia, y después de esto…
               Tam se rió.
               -No desmerezcas tus logros, Sabrae. ¿Que la gente no cambia? No me hagas reír. El Alec que volvió del Savoy la última noche que pasasteis juntos no se parecía en nada al Alec de hacía un año. ¿Que antes se follaba a todo lo que se movía? Sí. Nadie lo niega. Ahora bien. ¿Con cuántas chicas ha estado desde que echó el último polvo que no fuera contigo? Llevaba un ratio de diez tías distintas al mes antes de enrollarse contigo. Fue meterse en el cuarto morado del sofá y bajar a tres. Y luego a una. Durante meses. ¿Puede la mayor puta de Inglaterra colgar los tacones? Vaya que sí. Lo ha hecho. Las demás no quieren decirte lo que tienes que hacer, pero mira, a mí me la suda lo que digan las demás. Alec ha dado la cara tantas veces por mí que no puedo simplemente quedarme aquí sentada viendo cómo te debates en joderle la vida mandándolo a la mierda por algo que no se merece o salvarle la puta existencia siendo más lista que él. Así que escúchame bien, niña.
               Nadie en la mesa se movió mientras Tam apoyaba los codos en la mesa, inclinaba la cabeza hacia delante y la movía como un tiburón en el agua. Sonrió y alzó una ceja.
               -No rompas con Alec. ¿Es un chulo? Sí. ¿Es un gilipollas? Sí. ¿Es un machito? Sí. Pero no es nada con lo que tú no puedas lidiar. Y es una bellísima persona. Él no te haría eso, y una semana no es bastante para que se difumine lo que siente por ti. Probablemente ni siquiera lo sea una vida entera. Le vi enamorado de mi hermana y le he visto enamorado de ti y siento tener que decir esto delante de Bey, porque todavía le quiere, pero no tienes nada que temer. Joder, haría un puto voto de castidad si rompieras con él, estoy segura. La obsesión que tiene contigo es tan profunda que ni siquiera da miedo, por muy chunga que pueda llegar a ser. Con Alec tiene que haber algo más. Siempre tiene que haber algo más. Un tío que se enfrenta a camellos armados en una estación de metro abandonada sin ningún miedo a pesar de que lo más peligroso que tiene a mano es el rímel de la amiga a la que ha ido a acompañar para que no le hagan nada mientras deja de trapichear no pierde su lealtad sólo por reencontrarse con su follamiga de verano. Aquí ha pasado algo, y tenemos que descubrir el qué.
               -¿Y no puede simplemente ser más sencillo? ¿No se supone que lo evidente suele ser la verdad? ¿No debería creerle incluso cuando él mismo dice que lo ha hecho, Tam?
               -¿Le creíste cuando te decía que era un maltratador porque le ponía cogerte del cuello? ¿Le creíste cuando te decía que era el producto de una violación? ¿Le creíste cuando te decía que terminaría haciéndote daño porque lo lleva en la sangre? No. ¿Por qué? Porque le veías la cara y te dabas cuenta de que él cree lo peor de sí mismo incluso cuando tiene el alma más pura que un puto unicornio. Las dos sabemos que Alec es un puto bocazas al que le encanta decir gilipolleces, y yo llevo bastantes años escuchándolas como para saber reconocerlas incluso cuando no escucho el tono con el que las dice. Lo que no me esperaba es que tú fueras igual de gilipollas que él y no te dieras cuenta de cuándo te las dice. Te creía más lista. Has cazado al soltero más codiciado de todo Londres, ¿y no te das cuenta de cuándo te la mete hasta atrás?
               Tam se reclinó en el sofá y sonrió, satisfecha consigo misma.
               -Pobres de vuestros hijos. Está claro que no van a ser capaces de respirar y andar al mismo tiempo. Suerte que tendrán unas tías muy ociosas a las que les encantará dedicarles toda su atención, ¿verdad?-ronroneó, mirando a Karlie mientras se toqueteaba la coleta.
               -Pero… incluso si no fuera por Alec… Jordan…
               -Jordan es subnormal y ya hablaré yo con él. Porque te ha dicho la verdad, pero te ha convencido para que te tragues una puta mentira. ¿Alec se cree que te ha puesto los cuernos? Sí. Claro. Siempre piensa lo peor de sí mismo sin importar lo surrealista de la situación. Estoy convencida de que no se culpa del asesinato del Archiduque Francisco Fernando porque las fechas no coinciden, que si no, también pensaría que la Primera Guerra Mundial fue culpa suya. Ahora bien, ¿Alec es un testigo fiable? ¿Lo que Alec piensa que hace es lo mismo que lo que hace?
                Todos los ojos se posaron en mí, que permanecí callada.
               -No hay más preguntas, Señoría.
               -¡Oye! ¡Esa es mi frase!-se quejó Bey.
               -Protesta todo lo que quieras, abogaducha, pero una bailarina acaba de ganarle el pleito al chico por el que suspiras-le dio una palmada en la rodilla y siguió jugueteando con el final de su trenza, observándome mientras yo meditaba y meditaba y meditaba.
               Alec no te diría esto si no estuviera seguro de esto. Sabía lo mucho que te haría sufrir. Las palabras de Jordan resonaron en mi cabeza mientras yo las reproducía en bucle una, y otra, y otra vez. Seguramente Jor no quería decir eso exactamente, sino que creía lo que había pasado, que creía a Alec, pero el subconsciente le había traicionado y le había hecho elegir esas palabras en concreto. Mamá me había enseñado que el lenguaje preciso es la diferencia entre la vida y la muerte, entre perder y ganar un juicio. Un verbo mal escogido puede suponer la bancarrota de una multinacional.
               Lo que tenía dentro lo sabía. Había estado allí mientras todo pasaba. Seguro que estaba brillando con rabia desde que Alec me había dado las tijeras con las que cortarlo, como chillando que teníamos que detenernos, que estábamos cometiendo un terrible error.
               Porque yo podía justificar muchas cosas. Podría justificar su promiscuidad, podría justificar una paternidad accidental suya, pero no podría justificar que se enrollara con la chica por la que me habían apartado de una boda en Mykonos, por la que me había puesto a llorar de noche, por la que había tenido que follarme duro para meterme en la cabeza que no tenía nada por lo que preocuparme respecto a ella y por la que se había peleado con…
               Espera.
               Espera.
               Había sido amigo de sus amigos mientras había estado en Mykonos, con Perséfone; incluso cuando a veces le habían ocasionado problemas porque se la habían intentado disputar. Y, a pesar de todo, en cuanto yo había tenido problemas con ellos, Alec los había mandado a la mierda in miramientos.
               Estás muy equivocada si te crees que ellos me importan una mierda cuando te hacen daño.
               Miré a Tam, que alzó una ceja y sonrió con maldad. Sabía lo que estaba pensando y qué era lo que me había preocupado todo este tiempo, incluso cuando yo ni siquiera le daba importancia y dejaba que sonara ese runrún en mi cabeza. No creía capaz a mi Alec de hacer algo así porque yo sabía lo bueno y fiel que era Alec. Había pasado unos días de mierda porque estaba en duelo por una versión de mi novio que creía que ya no existía, cuando la realidad era que se había escondido en lo más hondo de su caparazón de nuevo.
               Y todo porque le daba miedo la oscuridad que le rodeaba y yo no estaba allí para iluminarlo con mi luz. Así que también me había perdido a mí misma: me dolía pensar que Alec había cambiado hasta el punto de ser capaz de serme infiel, y me había torturado pensando en que estaba cambiando y que, si lo perdonaba, podía volver y ya no ser el chico del que yo me había enamorado. Me había torturado porque me había culpado de esa infidelidad, porque había creído que era culpa mía porque había estado en mis manos el hacer que se quedara y que fuera mío para siempre.
               Claro que podría perdonarlo. Claro que ser la chica dorada de un dios era orgullo suficiente. La cuestión es, ¿podía perdonarme a mí por arriesgarlo todo? De eso ya no estaba tan segura.
               Fui una compañía pésima durante el resto de la tarde, pero las chicas no se quejaron. Paseamos por Londres en un intento de asentar mis ideas, siempre dejándome espacio para pensar y tratar de sellar todos los agujeros por los que creía que podía colarse una duda.
               Llegué a casa antes de lo que tenía previsto, pero mis padres agradecieron que fuera a cenar con la familia, después de todo. A las chicas no les importó que me retirara antes y dediqué el tiempo en el que me puse la ropa de estar por casa a pensar y pensar y pensar, dándole vueltas a lo que había pasado, analizándolo desde todos los ángulos posibles hasta llegar a la misma conclusión. Mi instinto me había fallado cuando había pensado lo peor de Alec, pero en el momento en que había decidido darle una oportunidad todo había ido sobre ruedas. Tenía que fiarme de él. Me fiaba de él. Por eso había tenido tanto miedo y tantas dudas; porque, a pesar de que las señales me indicaban lo contrario, a pesar de su confesión, en mi corazón no había notado nada. Estaba intacto. La conexión que nos unía seguía brillando como siempre.
               Lo que debía hacer ahora era encontrar la manera de perdonarme a mí misma para decirme que sí, me merecía seguir con Alec, y poder continuar con él.
               Estaba bajando las escaleras cuando escuché sonar el teléfono de la cocina, y yo misma fui directamente a cogerlo. No eran horas de que llamaran a mamá por alguna emergencia del despacho, y estaba acurrucada en brazos de papá, dando y recibiendo mimos, así que no quería interrumpirla. Sabía bien quién podía ser la destinataria de esa llamada.
               De lo que no tenía ni idea era de quién la hacía.
               Descolgué el teléfono y me lo llevé a la oreja, jugueteando con uno de los tirantes de una de las camisetas que le había robado a Alec durante una de mis múltiples excursiones. Toda una declaración de intenciones, me había dicho cuando me la puse, justo antes de enviarle un mensaje a Fiorella para que me diera cita lo más rápido que pudiera, poder hablar con ella de esto y, con suerte, darle a Alec mi respuesta unos días antes de lo que se la esperaba.
               -¿Diga?
               -Hola, ¿podría hablar con Sabrae?-respondió la voz de una chica que había escuchado solo una vez en mi vida: al otro lado del auricular en una habitación diminuta de un hotel de Roma. Justo antes de que mi novio empezara a hablar con ese sexy acento suyo en un idioma que yo no entendía pero que me moría por escuchar entre mis piernas.
               -Sí, soy yo.
               -Ah. Hola-jadeó la chica, aliviada-. Perdona que te moleste, supongo que soy la última persona a la que querrás escuchar ahora mismo, pero…
               -Para nada. Hola, Perséfone.
              
Deja que te ponga en situación. Me busco a mis mujeres de armas tomar: a fin de cuentas, soy boxeador, no neurocirujano. Me van las emociones fuertes y no tener estabilidad en las manos, así que era lógico que pasara lo que acabó pasando.
               Me había ido derecho al embarcadero sin intercambiar más que monosílabos con la gente, que ya había aprendido que yo era un bicho raro con el que era mejor no gastar saliva tratando de entablar una conversación. Lo bueno que tenía era que me ocupaba de mis asuntos y siempre echaba una mano, ansioso por tener una distracción que a los demás les venía de perlas.
               Era el final. Jordan había sido muy generoso diciendo que podía interceder por mí, pero yo sabía que si Sabrae no había encontrado ya nada con lo que excusarme, inteligente y espabilada como era, no iba a hacerlo ya. Sólo me quedaba esperar por esa llamada que se hacía demasiado de rogar y que nos iba a costar a los dos tan caro: a Sabrae, su amor propio, o lo poco que quedaba de él después de lo que había hecho; y a mí, absolutamente todo. No podía ser yo sin ella, no podía querer si no era a ella, y ya nada me parecería bonito porque lo compararía con ella, aquella a la que había tenido y perdido por ser un gilipollas incapaz de controlar sus impulsos, y… se acabaría. Sería un muerto viviente, un zombie que al menos olería bien.
                 Lo malo del embarcadero era que todo el campamento podía ver qué hacías, así que normalmente quienes estaban allí solían ser los más responsables, ya que uno nunca sabe cuándo puede estar vigilándote Valeria. Y lo bueno también era que todo el campamento podía ver lo que hacías, incluidos los que estaban en la enfermería, así que Perséfone había asistido en vivo y en directo a mi festival de autoindulgencia y lamentaciones silenciosas que también eran a pleno pulmón. Me conocía lo suficiente como para saber cuándo estaba martirizándome con el ejercicio y cuándo simplemente trataba de lucirme, y lo que estaba haciendo ahora se parecía tan poco a lo que había hecho en Mykonos que aquello sólo podía ser el castigo autoinfligido del día. Del mes. De la vida.
               Lo iba a llevar muy mal, y yo lo sabía. Lo peor iba a ser, precisamente, el voluntariado: lejos de mis amigos, de mi familia, de ella; sin posibilidad de verla ni aunque fuera de casualidad. Al menos había tenido el consuelo de que le mandaría cartas cuando habían empezado mis dudas, pero ahora ya había perdido ese derecho: no le enviaría nada, ni hablaría con ella, ni tendría noticias suyas. Jamás. Justo después de esa llamada que llegaría en unos días, si no antes.
               No iba a perdonarme. Yo la perdonaría a ella, pero porque yo se lo perdonaría todo con tal de que no me abandonara. Dependía de ella para poder sobrevivir, pero Sabrae estaba completa ya sin mí. ¿Por qué iba a querer a su lado a alguien que sólo le hacía daño, cuando podía tener a cualquiera mucho mejor que yo, que la quisiera mejor de lo que lo había hecho yo  y que la respetara como se merecía? Alguien que cumpliera sus promesas y se resistiera a la tentación.
               Porque ellos sentirían tentación. Yo no. Pero daba igual. Ellos la resistirían y yo la había abrazado de lleno, y creo que eso era lo que más me mataba de todo: me había acostumbrado a ser el Alec de Sabrae; el Alec de Sabrae era mi mejor versión. El Alec de Sabrae era el que estaba bien, el que era feliz y se quería a sí mismo, el que era capaz de apostar por sus capacidades y el invencible. Y ahora… iba a perderlo también a él. La piel de la persona maravillosa que ella había creado, la que tenía un halo de oro recubriendo cada cosa que hacía cuando pensaba en ella y que no podía equivocarse, se vería profanada por la llegada del chico que había sido antes de Sabrae. Volvería a besar a otras. Volvería a follarme a otras y me torturaría pensando que no se sentían tan bien como Sabrae, que no sabían igual de bien, que el sexo vacío ya no es lo mismo cuando has probado lo que es hacer el amor. Sí, definitivamente estaría muerto en vida, atrapado entre dos mundos sin pertenecer enteramente a ninguno de los dos, sin que ninguno de ellos quisiera reclamarme pero tampoco estuviera dispuesto a expulsarme.
               Tuve mi propio descenso al infierno mientras trabajaba, sin saber que Perséfone me observaba en la distancia. Había terminado con los animales que tenía asignados y estaba a punto de empezar a echarle la mano a un compañero suyo cuando, vaciando el cubo con los excrementos en el exterior, me había visto golpeando y golpeando y golpeando un tronco que ya estaba todo lo cortado que podía estar para ser de utilidad. Perséfone sabía que yo estaba imaginándome que ese tronco era yo.
               Y con eso fue suficiente. Así que había metido el cubo de vuelta en el edificio, se había lavado las manos, se había rehecho la coleta como quien va a la guerra, y decidió de una vez por todas que yo no estaba preparado para ocuparme de mi vida. Puede que me echara de menos, puede que una parte de ella, mayor de lo que le gustaría reconocer, sintiera cierta inquina porque Sabrae le había quitado los mejores polvos de su vida durante el mejor mes del año, y puede que le diera miedo empezar a detestar agosto porque ahora pasaría a ser el mes en el que lo había tenido todo y ya no tenía casi nada, pero tenía que hacer esto por mí. No porque yo hubiera hecho muchas cosas por ella en el pasado (que también), sino porque era mi amiga y no soportaba verme bien.
               Sabía que no se me podía dejar sin supervisión ni tampoco a cargo de mi propia vida. Si yo no recuperaba las riendas, ella lo haría por mí, y se ocuparía de dejarlo todo atado y bien atado.
               Así que entró en la cabaña de las oficinas de Valeria y Mbatha con la cabeza bien alta, la reina del Hades a punto de contactar con la de mi Olimpo personal, y recorrió el pasillo en dirección al mostrador en el que se sentaba Mbatha mientras Valeria ocupaba su despacho como una verdadera diosa del inframundo. El pasillo se oscureció en su presencia, y en sus ojos ardía la rabia de la chica que va a renunciar al chico con el que más ha disfrutado en toda su vida simplemente porque le quiere lo suficiente como para no querer ver cómo se autodestruye. Y si eso significaba devolverlo al cielo, al que no debería haber accedido y del que había que impedir que se escapara, que así fuera.
               -Necesito usar el teléfono.
               -Ya sabes dónde lo tienes-respondió Mbatha, señalando con la goma de la parte trasera del lápiz en dirección a la puerta de Valeria. Perséfone giró la cabeza sobre el cuello como una hidra que quiere desencajarse las cervicales.
               -También necesito el registro de llamadas.
               -¿Para qué?-esta vez sí que había atraído la atención de Mbatha, que levantó la vista y frunció el ceño y los labios, la piel brillándole como el ébano.
               -Tengo que llamar al teléfono al que ha estado llamando Alec.
               -Esos datos son privados; se supone que no puedo daros los contactos de los demás resi…
               -¡Déjate de chorradas, Mbatha!-bramó Perséfone, golpeando el mostrador con las dos manos abiertas-. ¡Reconocería el prepucio de Alec entre todos los de este puto campamento, ¿qué hay de confidencial entonces en los teléfonos a los que llama?!
               Mbatha le sostuvo la mirada incluso cuando de los dedos de Perséfone empezaron a manar sombras negras con reflejos morados que le lamieron los hombros y juguetearon con su pelo…
 
Alec, o narras bien o lo sigo contando yo, que para algo soy la protagonista de esta parte.
 
Joder, uno ya no puede ni pasárselo bien mientras sufre. Vale, anda.
               Perséfone sí que había golpeado el mostrador, pero lo de las sombras era mentira. Tampoco le empezó a bailar el pelo como a la diosa Eris en Simbad: la leyenda de los siete mares, ni el suelo se abrió y de la grieta llameante apareció un demonio alado hecho de lava y rocas como en Percy Jackson. Peliculones ambos, por cierto.
               Supongo que por eso Mbatha pudo aguantarle la mirada tanto tiempo, hasta que se dio cuenta de que Perséfone no iba a marcharse con las manos vacías y era perfectamente capaz de probar todas las combinaciones telefónicas de Inglaterra hasta dar con el número al que yo había llamado, lo cual llevaría a la bancarrota a la fundación.
               Mbatha abrió una ventana en su ordenador (resulta que tenía internet en su ordenador, después de todo, y no sólo había conexión en el de Valeria) y, tras teclear un rato, apuntó un número en un post-it con el mismo lápiz que estaba usando mientras comprobaba los suministros y se lo tendió a Perséfone. Perséfone hizo amago de cogerlo, pero Mbatha retiró la mano en el último momento y miró a Perséfone por encima de sus gafas de pasta.
               -Si Valeria se entera, es tu responsabilidad.
               -La aceptaré encantada-respondió Perséfone, recogiendo el post-it y entrando en el despacho de Valeria, que simplemente suspiró y se levantó con parsimonia de su mesa.
               -Voy a preguntar en la sede cuánto nos costaría poneros una cabina telefónica como las de Londres para que me dejéis trabajar en paz…
               Perséfone cerró la puerta, esperó a que la sombra de Valeria desapareciera, bajó el estor de papel y se acercó al teléfono. Marcó los números despacio, asegurándose de no equivocarse, y se llevó el auricular a la oreja ensayando mentalmente su discurso en griego en su cabeza. Estaba claro que Sabrae, otra reina temperamental de las que a mí más me ponían, se pondría a gritarle nada más le dijera su nombre, así que tenía que ir como una loba sin manada que quiere entrar en la manada de la alfa más temible de todas: con la tripa bien pegada al suelo y las orejas gachas.
               Sabrae estaría más irascible que de costumbre, pensó mientras daba el primer toque. Le había hablado de mis planes de dejar preparados videomensajes enseñándole el amanecer durante todos los días que estuviéramos separados (salvo un par de ellos en los que ella se daría cuenta de que yo iba a ir porque no aparecerían en su móvil) y sabía que Sabrae se estaría torturando con ellos, pensando en cómo nadie, y menos yo, se esperaba que sucediera lo que había sucedido. Por eso era esencial conseguir que la escuchara, a toda costa. Se armaría de paciencia y sería diplomática y amable con la chica que más le había quitado y que, sin embargo, más feliz la había hecho en el proceso por lo feliz que me había hecho a mí. Perséfone era, con diferencia, la más consciente de mi evolución y la que más había acusado mis cambios porque no me había visto de continuo, sino en las historias que Sabrae colgaba en su cuenta de Instagram y que yo compartía.
               Sería buena. Sería buena y estaría calmada como no lo había estado en su vida, y dejaría que esa zorra inglesa ladrona y usurpadora la insultara todo lo que quisiera si con eso yo volvía a sonreír. Joder. Cómo me quieren las tías de mi entorno. Para que veas lo útil que es disfrutar al comer coños y tener una polla grande y gorda. Aparentemente, puedes hacer lo que te salga del rabo y la gente te adorará igual.
                -¿Diga?
               Perséfone se relamió los labios. Era raro estar hablando con ella directamente. Se conocía su voz al dedillo: la había escuchado mil veces, en mil historias distintas, acompañada de mil sonrisas mías. Pero ahora Perséfone también controlaba parte de la situación.
               La había escuchado decir mi nombre riéndose, decirme que me quería, tomarme el pelo de mil maneras distintas. Ahora también podía escuchar lo que escuchaba yo cuando nos peleábamos, e imaginarse lo que escuchaba cuando nos reconciliábamos. Una cosa que Perséfone se había quedado con las ganas de conocer de mí era cómo eran mis polvos de reconciliación, y esa chica al otro lado de la línea lo sabía de sobra.
               Podrían haber sido amigas. Perséfone incluso había tenido esa esperanza. Le habría gustado conocerla en circunstancias normales y comprobar que lo que me hacía no era fingido, que era feliz de veras con ella, y le habría encantado que Sabrae le pidiera su bendición para así poder concedérnosla.
               Ahora parecía que iban a pelearse por mí. La reina del Hades y la del Olimpo estaban hechas de la misma materia y la contraria, destinadas a luchar por siempre y ser incapaces de convivir.
               -Hola, ¿podría hablar con Sabrae?
               Era prudente preguntar por ella, dándole espacio para preguntarle quién era. Pero Sabrae no lo hizo. Después de todo, el Olimpo es el hogar de todos los dioses. Se sabía dueña y señora de la situación incluso aunque la hubieran pillado desprevenida.
               -Sí, soy yo.
               -Ah. Hola-jadeó Perséfone. Sabrae no parecía del todo hostil, al menos no todavía; puede que tuviera una posibilidad, después de todo. Debía andarse con pies de plomo. No le gustaría nada que la llamara, pero tenía que explicarle lo que yo no había sido capaz siquiera de aceptar. Si no por ella, por mí-. Perdona que te moleste, supongo que soy la última persona la que querrás escuchar ahora mismo, pero…
               -Para nada-respondió Sabrae con el orgullo de la reina consorte de todo y de todos-. Hola, Perséfone.
               Perséfone abrió la boca, anonadada durante un segundo. Y luego pensó en quién era esta chica. La única e irrepetible Sabrae Malik, damas y caballeros. La única capaz de hacer que me gustara la monogamia y que mi plan favorito de sábado por la noche fuera acurrucarme a ver una peli y comer palomitas (y follar, claro, pero la fiesta estaba descartada ya).
               -Hola-Perséfone no pudo evitar sonreír, atrapada en las redes de esta chiquilla que lo tenía todo. Después de todo, aunque gobernaran sobre opuestos, la reina del Hades y del Olimpo también eran hermanas. No todo estaba perdido-. Lo siento mucho si te molesto, y me habría gustado que el primer contacto contigo fuera en otras circunstancias.
               -Te digo lo mismo. Y dime, ¿a qué debo el placer?
               Perséfone descubrió que le gustaba que Sabrae fuera un poco sinvergüenza, y se preguntó si había copiado esa expresión de mí.
               -Sé que Alec ha hablado contigo de cierto asunto en el que me he visto involucrada.
               -Ajá. Y mira, si me llamas para pedirme perdón o algo así, quiero decirte que no hace falta, de verdad. No nos conocemos. No tienes nada conmigo. Alec ya me ha explicado que no sabías que seguíamos juntos, e incluso de no ser así, no tengo nada que reprocharte. Yo misma soy incapaz de estar cerca de él sin comérmelo a besos, así que me sorprende que tú misma hayas sido capaz de conformarte con uno. Porque ha sido uno nada más, ¿no?-añadió en tono amenazante. La diosa del Olimpo también puede destruir si quiere.
               -De hecho, ni siquiera. Y que tengo que pedirte perdón. Te debo una disculpa y también la verdad. Así que primero va la disculpa. Siento mucho haber besado a tu novio.
               -No hay que pedirla.
               -Y ahora, la verdad. No he escuchado lo que Alec te ha dicho, pero… mira, te seré sincera: las dos lo conocemos, así que sabemos de qué es capaz. Exagera todas las cosas que hace mal y minimiza sus logros. No digo que haya hecho nada mal en absoluto, todo lo contrario; él no ha participado en el beso en absoluto, fue todo cosa mía. Yo sólo…-Perséfone se aclaró la garganta y se recriminó a sí misma la manera en que debía de estar delatándola su acento, su trastabillar al no hablar su idioma materno. No sabes lo lista que soy en griego, le habría gustado decirle a Sabrae-. Si vieras el cambio que he visto en él desde que está contigo… la manera en que se quiere, la manera en que sonríe y es feliz con absolutamente cualquier cosa, fliparías. Sé que lo vives, pero no sabes lo que es verlo tras año igual, y que de repente pegue una evolución que no ha pegado jamás y que lo haga contigo. Así que te lo tengo que decir, porque lo conozco, igual que lo conoces tú. Igual probablemente tú lo estés sospechando ya, porque si lo que Alec dice es cierto (y no suele ser mentiroso), algún día vas a ganar como 40 premios Nobel-Sabrae se rió al otro lado de la línea-. Pero seguramente necesites una segunda opinión de alguien que, además, hasta se beneficiaría de decirte lo contrario, porque lo cierto es que todavía no sé si llevo bien o mal esto de Alec, pero… él no hizo absolutamente nada.
               Sabrae se quedó callada. Se mordió los labios.
               -Entraré en todo el nivel de detalle que quieras, pero lo importante es que estuvo parado. ¡Parado! La que hizo algo fui yo. Y, vale, lo cogió por sorpresa, y tardó… ¿dos, tres segundos en reaccionar? Pero en cuanto se dio cuenta de lo que estaba pasando y de lo que yo estaba haciendo (recalco, yo sola), se separó y me dijo que estaba contigo y que tenía toda la intención de serte fiel, no sólo hasta que vuelva a verte…
               AL FINAL VOY A TENER QUE PONERLE LOS CUERNOS A SABRAE COMIÉNDOLE EL COÑO A ESTA GRIEGA, PORQUE ESO DE QUE NO LE DIJERA QUE IBA A VERLA EN OCTUBRE SE MERECE UNA BUENA CATA DE LABIOS MENORES.
               -… no sólo hasta que termine el voluntariado, sino toda su vida.
               Sabrae respiró al otro lado de la línea durante diez largos segundos. Perséfone no creyó que se había cortado la línea simplemente porque pudo continuar oyéndola.
               -¿Hizo algo más?
               Perséfone negó con la cabeza, y luego, cuando se dio cuenta de que no podía verla, respondió:
               -Nada en absoluto. Se quedó como una estatua. Hay piedras en el Partenón que se mueven más de lo que se movió él. Como te digo, tardó en reaccionar porque lo cogió por sorpresa. Siempre hemos hablado muy de cerca y no le di tiempo a que se apartara. Pero en cuanto volvió en sí, me apartó y me dijo…
               -¿Cómo te apartó?
               Perséfone se quedó pensando un segundo. ¿Le decía la verdad, que había sido delicado pero firme, respetuoso pero tajante, o que había sido dramático y la había empujado fuera del muelle y derechita hacia el agua?
               -Despacio. Con cuidado de no herir mis sentimientos. De hecho, más bien se apartó él. Yo me quedé un poco en el sitio, realmente. Siento no recordar más detalles.
               -No pasa nada. ¿Qué pasó luego?
               -Me dijo que seguía contigo y que te había prometido no estar con nadie más y que tenía intención de mantener esa promesa.
               Sabrae asintió esta vez, y cuando se dio cuenta de que Perséfone no la veía, sonrió y dijo:
               -Vale.
               Se parecían en más cosas de las que creían.
               -Lo lamento profundamente, de veras. No tenía ni idea de que seguiríais juntos. Creí que romperíais para… bueno, para tener libertad de hacer lo que quisierais.
               -Nos la hemos dado. Es sólo que tú no entrabas en nuestros planes. Sin ánimo de ofender.
               -No ofendes.
               -Bien, porque lo detestaría. Sé lo importante que eres para Alec. Y no, no lo hemos dejado. Sí que nos hemos dado permiso para hacer lo que queramos, pero yo tengo intención de mantener la promesa que le hice de aprovechar mi libertad. No me apetece hacer nada con nadie que no sea él, ¿me entiendes?-sonrió Sabrae al otro lado de la línea, y Perséfone sonrió.
               -Perfectamente. Me atrevería a decir que mejor que nadie, de hecho.
               Las dos se rieron y… bueno, espera, porque igual se organiza un trío solito, y todo.
               -Pers-dijo Sabrae, y Perséfone respiró tranquila-, gracias por llamar. No te perdono porque no tengo nada que perdonar. Ha sido un malentendido y confío en que no volverá a pasar.
               -Por supuesto que no.
               -Bien. Y ahora tengo que descargar un poco. Estoy cabreadísima. Casi hago que me violen por su culpa.
               Perséfone se puso blanca.
               -¿Perdón?
               -Ponme con Alec-ordenó la reina del Olimpo, y la del Hades obedeció. Dejó el teléfono sobre la mesa y salió corriendo de las oficinas, derechita hacia mí.
               -Ahora no, Pers. Estoy ocupado languideciendo a marchas for…
               -Tienes una llamada.
               En mi defensa diré que me puse en pie como un bólido y salí disparado como un rayo. El pobre Jordan ni siquiera me pasó por la cabeza. Entré igual que un ciclón en las oficinas y me lancé cual chacal hacia el teléfono.
               -¿Hola?-pregunté, y La Voz De Todas Las Voces, Doña Sabrae Gugulethu Malik, Damas Y Caballeros, respondió con voz gélida:
               -Escúchame bien, gilipollas ansioso de mierda. Que no me entere yo de que vuelves a difamar de esta manera a mi novio, porque te juro que me planto en la selva y me pongo a deforestarla enterita, de abajo a arriba, con tus dientes. Sé lo que tenemos, y sé que es especial, y sé que muchísima gente se muere sin tan siquiera experimentarlo ni dos segundos en su vida, así que NADIE me va a quitar esto que me has dado. Ni yo, ni tú, ni tu puta ansiedad. ¿Estamos?
               Me eché a temblar como una hoja y miré por encima del hombro a Perséfone, que se había apoyado en la puerta, las piernas y los brazos cruzados, y me sonreía con chulería y gesto triunfal.
               -¡Alec Theodore Whitelaw!-ladró la mujer de mi vida al otro lado de la línea-. ¿ESTAMOS O NO? ¿LE PIDO A PERSÉFONE QUE ME TRADUZCA PARA VER SI ENTIENDES MIS AMENAZAS EN GRIEGO?
               -Estamos, estamos-asentí.
               -Bien.
               -Eh… ¿Sabrae?
               -¿Qué?
               -¿Significa eso que me perdonas?
               -¿Por haber pedido el alta de tu psicóloga cuando es evidente que todavía no puedes controlar la ansiedad tú solo? No. ¿Por haberme dado el disgusto de mi vida por una ida de olla tuya? No. ¿Por tener los labios más besables de este puto planeta? Menos todavía. Ahora, ¿porque Perséfone te besó? No tengo nada que perdonarte porque no tienes culpa de nada. Ya sé la verdad. Como vuelvas a armarme una así, te juro por Dios que te crucifico boca abajo y te cuelgo dos semanas de la cima del London Eye. ¿He sido clara?
               -Cristalina.
               -Bien. Ya estás tardando en mandarme una carta contándome qué has hecho esta semana, aparte de ser imbécil perdido y creerte capaz de ponerme los cuernos. Estoy enfadadísima contigo, Alec. Más te vale despejarte la agenda en agosto del año que viene, porque como no me estés follando un mes entero, prepárate para la que te voy a montar.
               -Uuuuuuuuuuuuuuuuh... valeeeeeee…-vacilé.
               -¡La quiero con muchos, muchos corazones!-añadió.
               -Pero entonces, ¿seguimos juntos o no?
               -Jesús bendito. No cuelgues.
               Sabrae dejó caer el teléfono y la escuché alejarse de él. Esperé un minuto. Dos. Y luego… volvió a cogerlo y empezó a reproducir un audio. En griego, y luego en ruso, y luego en latín, y luego en griego antiguo, y luego creo que en japonés, o puede que fuera coreano, y luego en español, y luego en francés. Decía “claro que seguimos siendo novios, tonto del culo”.
               Bueno, en ruso decía “por supuesto que seguimos siendo pareja, bobo trasero”, pero suficientemente cerca como para que yo captara el mensaje.
               -¿Está pillado?
               -Está pilladísimo-ronroneé.
               -No seas tan sinvergüenza de intentar tirarme la caña, que me tienes contenta.
               -¿Y el cañón?
               Sabrae se rió al otro lado de la línea, una risa feliz, sin añoranza, sin nada más que felicidad, y a mí me pareció mentira estar escuchando eso.
               -Eres tontísimo sol. Te quiero.
               -Y yo también. Muchísimo. Ni te lo imaginas.
               -Claro que me lo imagino, porque a pesar de este coma cerebral en el que he estado desde el sábado, yo no soy retrasadita perdida. Mándame tu carta por correo urgente para que me llegue para el finde o PREPÁRATE PARA SUFRIR MI IRA. ¡AH! ¡Y MÁS TE VALE VENIR EN NAVIDAD!-añadió, y colgó sonoramente.
               Perséfone se miró las uñas, aburrida y subidita.
               -Es tan duro llevar el peso de tu vida sentimental a mi espalda, inglés…
               -¿Qué eran todos esos gritos?-preguntó Valeria, golpeando el cristal de su ventana.
               -Mi novia-expliqué.
               -Qué escandalosa-se quejó.
               -Y eso que yo estoy vestido-solté, y… joder. Estaba ahí. No se había muerto. El Alec de siempre. El de Sabrae.
               Estaba vivito y coleando y era feliz y flotaba y…
               -Quiero ir a verla.
               -¿El qué?
               -La sabana. Quiero que me la enseñes.
               Perséfone y Mbatha intercambiaron una mirada, pero Valeria se puso en marcha de inmediato. Cinco minutos después, uno de los terrenos de la fundación atravesaba la senda en dirección al límite de los árboles, donde la extensión de tierra volvía a gobernar el paisaje. Cuando la luz empezó a hacerse más intensa y las sombras menos nítidas, Valeria detuvo el coche y nos bajamos de un salto. Dio un par de pasos por delante de mí, con las pisadas de Luca, Perséfone, Odalis y Fjord a mis espaldas. Todos me rodearon para mirarme justo cuando Valeria apartó una gran hoja, la última antes de la extensión.
               Habíamos ido a la hora idónea. El sol se estaba poniendo y los árboles que salpicaban el paisaje eran tal y como se veían en las películas de animación: trazas de tinta china en un mar rojo y… dorado. Todo alrededor era dorado; los troncos de los árboles, las copas de los árboles, las cabezas de los animales vagando de acá para allá. Había vida por todas partes hasta el último límite de un horizonte que parecía a miles y miles de kilómetros. Me sentí pequeño y me sentí parte de algo mucho más importante por primera vez. Algo precioso y que merecía protección y que era peligroso pero amable, el dominio más puro y absoluto del oro. Dolía mirarlo de tan bonito y luminoso como era.
               Tenía los ojos de todos mis acompañantes en mí. Valeria siempre insistía en llevarnos personalmente a verla la primera vez porque era adicta a estas caras. Por eso seguía ofreciéndose a ocupar ese puesto cada año. Porque los atardeceres eran preciosos.
               Era lo segundo más bonito que había visto en mi vida.
               Lo primero era Sabrae en esos mismos colores: rojo y oro, miel que brillaba bajo el sol.
               No la habría disfrutado más en ningún otro momento. Se me mezcló el subidón de saberme con el futuro asegurado y pequeño y grande a la vez, y…
               -¿Cómo estás, Al?-preguntó Pers. Ni siquiera la miré, pero supe lo mucho que tenía que agradecerle. Me había hecho quien era. Había creado al chico del que se había enamorado Sabrae. Y me la había devuelto sin que yo se la pidiera.
               Era el cabrón con más suerte del mundo por todo lo que tenía a mi alrededor. Lo de fuera era maravilloso; se había acabado lo de encerrarme en mi cabeza.
               -Feliz.
                




             
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2 comentarios:

  1. BUENO TREMENDO ICTUS HE SUFRIDO LEYENDO ESTE CAPÍTULO.
    ME RINDO A LOS PIES DE TAMIKA QUE ES LA PUTA MAJOR AMIGA DEL UNIVERSO COLEGA SI SEÑOR. SE PASA TODA LA NOVELA PONIENDO A ALEC A CAER DE UN BURRO Y LIANDOSE A HOSTIAS VERBALES PARA AYUDAR A QUE VUELVA CON SU NOVIA A MILES DE KM DE DISTANCIA Y SIN DEJAR QUE NI CRISTO LE TOSA SIN ESTAR EL DELANTE. SI SEÑOR. SI PUTO SEÑOR. LA MAS REAL. QUE LA SANTIFIQUEN YA.

    Ahora me relajo para decir que otra que merece una beatificación es Persofone que yo ya predecía que la pobre mujer se cansaria del pesado de Alec y acabaria llamando ella misma a Sabrae pero he chillado igual y lo de narrar toda esa parte en tercera persona Ha sido MARAVILLOSO.

    La conversación de reconciliación mira no puedo mas de vderdad yo soy sabrae y lo pongo a caer de un burrro aun mas.

    Y por ultimo mentiria si dijese q no he lagrimeado un poco imaginandome a mi chaval descubriendo la sabana por primera vez.

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  2. Me ha ENCANTADO el cap. Comento cositas:
    -La conversación de Alec y Jordan me ha dado la vida, Alec necesitaba hablar con él.
    “Lo que tengo que decirte es que no sé si quiero que sigas con una tía que prefiere arrojarse al vacío para que tú la salves a ella antes que perdonarte.” lloro
    “Yo no estaba ahí. Pero he estado aquí los últimos quince años. En primera puta línea de tu misión de autodestrucción personal.” lloro×2
    “Le has escrito cartas a un mocoso al que conoces de hace dos días, ¿y a mi no me mandas ni un triste dibujo de una polla?” es que me meo te lo juro.
    - A Tam va a ver que ponerle un puto monumento así te lo digo. Que la persona que más le pone a parir y con la que más choca sea la que ha salido en su defensa antes que nadie ha sido maravilloso.
    “Él no te haría eso, y una semana no es bastante para que se difumine lo que siente por ti. Probablemente ni siquiera lo sea una vida entera.”
    - Como sabía yo que Perséfone iba conseguir ponerse en contacto con Sabrae, COMO LO SABÍA.
    - Casi me vuelvo loca cuando me has cambiado el narrador justo antes de la llamada, ya pensaba que me lo ibas a dejar para el siguiente cap.
    - Por favor que llegue ya octubre que necesito ver como se reencuentran.
    - Sabrae cantándole las cuarenta a Alec ha sido de lo mejorcito que he leído, que risa de verdad.
    - He llorado un poquito con Alec viendo la sabana por primera vez? Puede ser.
    Bueno, estoy contentísima porque por fin has arreglado todo y estoy deseando leer el siguiente cap!! <3

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