domingo, 13 de noviembre de 2022

Mucho más griega.


¡Toca para ir a la lista de caps!

El sol estaba dándole unos últimos toques al cielo que se parecían demasiado a otros que había vivido hacía un par de semanas como para que no se me rompiera el corazón. No sabía cuánto más aguantaría resquebrajándose más y más con cada amanecer, y ahora, encima, iba a quedarme sola.
               El día que tanto habíamos temido desde que Scott nos anunció que se apuntaba al concurso había llegado al fin: esa noche atravesaría el Atlántico y desembarcaría directamente en Nueva York, adquiriendo un estatus de súper estrella que sólo otra persona de nuestra familia compartía, y que no había amasado tan rápido en su carrera como lo había hecho él.
               Y yo me quedaba sola en el proceso. El viento me azotaba como al borde de un acantilado en el mar, con ráfagas que ayudaban a los aviones a levantar el vuelo más rápido pero que a mí amenazaban con desestabilizarme. Tenía el pelo revuelto y, a pesar de que estaban siendo unos días muy cálidos en el exterior, la sudadera que Scott me había pedido que le cuidara y que llevaba puesta apenas hacía nada por protegerme de los embates del viento.
               Esbocé una sonrisa como buenamente pude a Layla cuando me estrechó entre sus brazos, agachándose más que nadie para envolverme la cintura con los codos y proteger toda mi cuerpo cruzando sus largos brazos en mi espalda. No pude evitar pensar en que ella era tan alta como Alec, y aun así abrazaba completamente distinto a él. Me desmoroné un poco más por dentro.
               -Alegra esa cara. Te prometo que voy a cuidar muy bien de Scott-me susurró al oído, besándome en la mejilla antes de volver a achucharme. Lo bueno que tenía la marcha de mi hermano era que me daba la excusa perfecta para mostrarme triste: ahora que ya no tenía que preocuparme de hacerme la fuerte o la valiente para que Scott no se enterara de lo que había pasado, el peso que me había quitado de encima había resultado ser la compuerta de una presa que yo ni siquiera sabía que tenía dentro. Apenas había sido capaz de pasarme una hora entera sin llorar desde la confesión que les había hecho a mi hermano, Tommy y Jordan hacía un día.
               Lo bueno de que el peor lunes de la historia coincidiera con las peores semanas de mi vida era que nadie levantaba siquiera una ceja cuando yo me derrumbaba.
               -Os veré en unas semanas-susurré con tristeza, cogiéndole la mano y soltándosela. Chad ya me había suplicado que me fuera con ellos antes de encaminarse hacia el avión que los llevaría a América, pero yo me había mostrado estoica y había conseguido articular la trola de que en unos días era el cumpleaños de Taïssa y no podía faltar a tal evento. Suerte que no se acordara de que ya lo habíamos celebrado ese año.
               Ni siquiera sabía por qué me quedaba en casa. Puede que haberle hecho caso a Scott y haber hecho una maleta apresurada fuera la cura a todos mis males, la manera perfecta de escapar de mis preocupaciones. Pero, no sabía por qué, sentía que tenía que quedarme en Inglaterra. Marcharme a Estados Unidos sólo supondría eludir mis problemas una temporada, y estos se habrían hecho más grandes cuando yo regresara de ese idilio que, seamos claros, tampoco iba a ser capaz de disfrutar. Además, sólo supondría una distracción para Scott, que estaría más pendiente de mi bienestar que de disfrutar del despegue de su carrera artística.
               Me fui despidiendo de los miembros de la banda; incluso Taraji, que viajaba con ellos, vino a darme un abrazo y a decirme que estaría esperando impaciente que fuera a sustituirla.
               -Seguro que a ese novio tuyo le encantará verte por todo Internet triunfando en el Madison Square Garden-había bromeado, clavándome un puñal envenenado en el corazón sin tan siquiera saberlo. Por la forma en que Eleanor nos había mirado a ambas al escucharla, supe que Scott no había podido resistirse a contárselo. Supongo que eso hacen las buenas parejas: son sinceros y se cuentan todo, incluso los secretos que juran guardarse a sus hermanas, porque, en el fondo, tampoco están muy de acuerdo con eso de ser discretos.
               -Tú no has hecho nada malo-me había dicho Scott cuando le supliqué que no dijera nada, colgándome de sus brazos y aferrándome a su cuello como si eso fuera lo único que me mantendría con vida-. No tienes nada que ocultar. Sólo te va a hacer más daño.
               -Es que no quiero que nadie lo sepa. Por favor, Scott. Por favor, no les digas nada a papá y a mamá.
               -¿Quieres que lo proteja a él antes que a ti, que eres mi hermana pequeña?
               Sabía que era aberrante y que yo estaba comportándome como una estúpida. Sabía que esas esperanzas que había tenido de que todo fuera mentira no habían sido más que espejismos en medio del desierto, productos de la desesperación por encontrar una vía de escape. Me sentía estúpida por haberme puesto en peligro por alguien que claramente no me merecía, al menos no a ojos de mi hermano.
               Y me sentía estúpida porque, aun así, tenía ganas de excusarlo y perdonarlo y creer que no había pasado nada incluso cuando tenía su confesión. Incluso cuando Scott había aceptado a pies juntillas lo impensable. Después de todo, por sus venas corría la sangre de mamá, la mejor abogada de todo el país: la que conseguía confesiones de delincuentes que nunca antes se habían sublevado ante nadie. Un fuckboy redimido no era nada en comparación con violadores o asesinos. Una confesión bastaba para una pena. Era la única moneda de cambio posible. Y Scott la tenía entre las manos. Se la había dado yo.
               Además, había algo dentro de mí retorciéndose y clavándome su veneno ahora que Scott ya lo sabía: me decía que él lo conocía mejor que yo, que eran amigos desde hacía más tiempo que nosotros dos novios, que le había visto crecer y cagarla y tratar de enmendar sus errores muchas más veces de las que yo podría contar siquiera. Qué ilusa había sido creyendo que conocía mejor a Alec Whitelaw que el mismísimo Scott Malik, quien lo había hecho quien era y se había convertido en quien era gracias a Alec, simplemente porque yo sabía cómo sabía su boca, cómo sabía su sudor, cómo se sentía su cuerpo moviéndose sobre el mío o su miembro dentro de mí. Me odiaba por pensar así, pero tampoco podía evitarlo.
               Por eso tenía que quedarme hasta aposentar mis pensamientos y por eso necesitaba ganar un poco de distancia de Scott: porque me dolía que no le diera siquiera el beneficio de la duda cuando yo estaba tan dispuesta a creer que era mentira incluso habiendo escuchado de primera mano su confesión. Scott no lo había oído directamente; bien podía estar inventándomelo para tratar de excusar una noche de comportamiento imprudente e impropio de mí.
               -Por favor, Scott. Por favor. No diciendo nada también me proteges a mí.
               Él había aceptado a regañadientes sólo por eso, y después de deshacerme en lágrimas en la cama de Jordan, me había abrazado con fuerza y me había llevado a casa de Alec para que me desahogara en la intimidad. Había llorado y llorado y llorado hasta que me dolían el pecho, la garganta y la cara, hasta quedarme sin lágrimas, sentir náuseas y desorientarme, y él se había limitado a cuidarme y protegerme y mirar hacia la calle mientras, probablemente, pensaba mil y una maneras de hacérselo pagar a Alec y mil y una maneras de agradecerle a Tommy que no lo hubiera asesinado lentamente cuando él mismo le había hecho eso a Eleanor. Los detalles no contaban para Scott: no necesitaba preguntarme para saber que Alec no se drogaría estando lejos de casa. Sus noches de imprudencias eran mucho más abundantes que las mías, pero siempre había sido lo suficientemente inteligente como para no probar cosas cuya procedencia no conociera estando solo. Se había colocado yendo de fiesta con otros amigos que no eran los de la infancia, sí, pero siempre porque se fiaba de la procedencia de lo que se tomaba. Las circunstancias que habían salvado a Scott no concurrían en Alec.
               Entre despedidas que deberían ser sentidas pero que sólo viví a medias por estar obcecada con mi dolor y confusión, el momento que más me estaba temiendo llegó: decirle adiós a Scott.
               Después de estrechar a Shasha con tanta fuerza entre sus brazos que le crujió la espalda, y para sorpresa de todos no conseguir ninguna protesta por su parte, finalmente me tocó el turno a mí. Scott se puso delante de mí y se mordisqueó el piercing, mirándome de arriba abajo con unos ojos cansados y unos hombros que no tenían la firmeza ni desprendían la seguridad del dios en que se había convertido, sino los de…
               … los del hermano mayor que se va a torturar toda la vida por haber hecho lo que estaba a punto de hacer: subirse a un avión cuando yo más lo necesitaba.
               -Sabes que aún puedes cambiar de opinión, ¿no? Podrás hacerlo incluso aunque el avión esté en el aire. Volveremos a por ti si quieres venir con nosotros.
               Pude sentir los ojos de Tommy mirándonos de reojo en instantes casi robados mientras fingía charlar con Taraji. Eleanor, directamente, me miraba con tristeza en la mirada, pues nadie me entendía mejor que ella y nadie podía saber lo duro que era perder a tu hermano cuando ya habías perdido a tu novio. Eleanor siempre sería mi heroína por lo que había hecho con Tommy y con Scott: continuar en el programa, ganando cada gala, cuando tenía el corazón roto era algo que estaba a la altura de muy pocos. Yo dudaba siquiera que fuera capaz de volver a cantar. Que Eleanor no sólo lo hubiera seguido haciendo, sino delante de millones de personas, demostraba que era mucho más fuerte y poderosa de lo que la prensa quería admitir. Siempre trataban de dejarla a la sombra de Scott, siempre ocultándola tras su apellido… como si Scott hubiera sido su trampolín y su apellido, el paracaídas.
               Nadie le reconocía haber volado más alto de lo que nadie lo había hecho a su edad. Y lo había hecho cargando con el peso mastodóntico de un corazón roto en el pecho.
               Negué con la cabeza, clavando los ojos en el pecho de Scott: no podía mirarlo a los ojos sin ver a mamá, a la que tendría que engañar tanto tiempo como pudiera diciéndole que sólo estaba triste porque echaba de menos a Scott… y a Alec. Al menos no le mentiría en ese aspecto: salvo que las cosas cambiaran radicalmente, me daba la impresión de que me iba a pasar toda la vida echando de menos a Alec.
               Cuánto tiempo podría seguir con aquella farsa, no lo sabía. De momento, la herida estaba supurando, y podía echarle la culpa a ese avión.
               -No he hecho la maleta.
               -Diana es modelo; tiene un montón de ropa en casa que puede prestarte.
               Scott me tomó de la mandíbula y me hizo levantar la cara para mirarlo, y yo me pregunté si algún día algún hombre podría tocarme y yo no pensar en que no lo hacía como lo hacía Alec.
               -Los dos sabemos que yo no tengo cuerpo de modelo, así que la ropa de Diana no me sirve.
               Scott tomó aire profundamente y todo él creció: su pecho, sus hombros, su misma aura. Pude notar la rabia hirviendo dentro de él, y por un momento creí que lo dejaría pasar.
               Pero no. Claro que no.
               -Bien sabe Dios que yo no estoy para juzgar a nadie-dijo, y miró a Eleanor un instante antes de continuar-, pero yo no voy a perdonarle nunca esto que te ha hecho, Sabrae.
               Había tanta determinación en su mirada que me asusté, me hundí, me desesperé, y no pude evitar preguntarle:
               -¿Ni siquiera has pensado un segundo que puede que no sea para tanto?
               -Sí que es para tanto-replicó, tajante-. Nunca has dudado de ti ni te has hecho de menos. En tu vida. Y ahora él ha hecho que hagas estos comentarios y te minusvalores y… seas como las demás.
               -Todas las chicas son inseguras-dije. Pensé en mi hermana, llorando porque creía que en casa no la considerábamos suficiente por no ser tan cariñosa como las demás. Pensé en Momo, mirándose desde mil ángulos distintos en el espejo del probador para asegurarse de que los pantalones le quedaban bien. Pensé en Mimi, ocultándose tras su flequillo porque le daba vergüenza la facilidad con que se sonrojaba. Pensé en Eleanor, pidiendo que le ajustaran un poco menos el vestuario en la final del concurso que estaba cantado que iba a ganar porque sentía que hacía que se le saliera la chica. Pensé en Taïssa, pasándose horas y horas en el baño hasta desistir porque era incapaz de conseguir el tono exacto de pelo de las revistas y creyendo que era culpa suya porque no lo hacía bien. Pensé en Kendra, mirándose el escote con tristeza cuando yo me ponía una blusa, porque tenía los pechos mucho más pequeños que yo. Pensé en Bey, retocándose una raya que ya estaba perfecta. Pensé en Tam, toqueteándose unas trenzas de las que no se había salido ni un solo pelo simplemente porque le parecían despeinadas. Pensé en Karlie, usando bikinis que disimularan la palidez de su piel porque no podía tomar el sol.
               Ninguna de ellas habría vacilado a su novio diciéndole que sus muslos se juntaban porque eran amigos, como lo había hecho yo.
               -¿Tan malo sería que fuera normal?-pregunté, y Scott sacudió ligeramente la cabeza.
               -Eras extraordinaria.
               Eras.
               Y aun así no había sido suficiente.
               Un puñado de rizos se sacudieron por delante de mi cara, y los aparté con el brazo. Tenía el pelo sucio, la piel apagada, y no había sido capaz de quitarme los restos de maquillaje que se me habían quedado incrustados entre las pestañas, así que parecía un panda chamuscado en la parrilla. Estaba lejos de ser extraordinaria, pero, ¿qué importaba? Serlo sólo suponía que podías pavonearte y reírte de tus defectos donde las demás luchaban por ocultarnos y que no se les notara que les dolían. En el fondo, lo verdaderamente importante seguía estando ahí: no eras perfecta, ni tampoco suficiente. Siempre había otra mucho más guapa, mucho más delgada, con mejores curvas que las tuyas.
               Mucho más griega.
               Y mucho más cerca de tu novio cuando él más te necesitaba.
                -¿Seguro que no quieres que me quede?-volvió a ofrecer una última vez, la desesperación notándosele en la voz y asomándole también a los ojos.
               -No. Me dejarías sin coartada. Ve y rompe unos cuantos récords. Así será más divertido cuando Eleanor te los pulverice y te humille delante de toda la industria-conseguí bromear, soltando una risa cansada que no me subió a los ojos. Scott sonrió también.
               -Me gustaría verlo-dijo. Sus ojos también estaban vacíos de sonrisa. Dio un paso y me estrechó muy, muy fuerte, y yo cerré los ojos e inhalé el aroma que desprendía su piel, ese aroma familiar y masculino y que sin embargo se parecía tan poco al de Alec a pesar de que los dos olían a hogar, a familia, a hombre y a limpio. Scott apretó y apretó y apretó tanto que parecía que quisiera desintegrarme, y no fue hasta mucho más tarde que me di cuenta de que estaba tratando de entrelazar nuestras costillas para así poder llevarme con él. Sentía que se estaba fallando a sí mismo, algo que podía soportar; pero también me estaba fallando a mí, y eso era un peso que lo aplastaría.
               -Te veré dentro de una semana-me despedí. Íbamos a hacerle una visita en plena gira, y la perspectiva de tener algo por lo que esperar ahora que no había cartas de Alec pendientes y los videomensajes eran poco menos que una tortura que yo me infligía a mí misma era la única luz que veía desde el pozo en el que estaba sumida. Así sabía, al menos, en qué dirección salir a respirar.
               -Procura que no se te suba a la cabeza eso de ser la reina de la casa.
               -Ya iba siendo ahora de que lo admitieras.
               Scott escupió una risa sarcástica y miró a Shasha.
               -Ahora ella está al mando. Será la hermana mayor hasta que yo vuelva.
               -Ya es mi hermana mayor. Y tú nunca has estado al mando.
                -¿Quién nació antes?
               -Eso sólo quiere decir que estás más cerca de cascarla que nosotras, no que tengas ningún tipo de autoridad.
               Scott apretó la mandíbula y volvió a mirarme.
               -Dile que te dé la sudadera roja de Deadpool.
               -¡DE ESO NADA! ¡ME LA DISTE Y NO ME LA PUEDES QUITAR!
               -¿Podemos continuar tu partida al Assassins Creed?
               -Ni se os ocurra acercaros al Assassins Creed. Mejor aún: no os acerquéis a la consola y punto.
               -Se la he borrado-anunció Tommy con orgullo, hinchándose como un pavo. Scott se giró y lo fulminó con la mirada.
               -Ya me había dado cuenta, pero tengo un copia de seguridad. Estaba esperando a que lo admitieras, asqueroso hijo de puta.
               Tommy le lanzó un sonoro beso y nos miró.
               -Me aseguraré de que nadie pague un rescate por él si lo secuestran.
               -Mejor aún: si piden rescate por él, págales el doble para asegurarte de que no lo devuelven-me escuché responder, notando un haz de luz que se colaba entre mis fragmentos rotos, haciendo de una linterna un caleidoscopio. Iba a echarlos mucho de menos porque sólo ellos dos juntos eran capaces de curarme mis heridas más profundas y hacerme sonreír en los días más horribles.
               Scott me fulminó con la mirada a mí ahora.
               -Duna-gritó, haciéndose oír por encima de la turbina del avión-, cuando llegues a casa, diles que te den la sudadera de Deadpool. Y cómete todos mis postres.
               -¡DIJISTE QUE IBAN A SER PARA MÍ!-bramamos Shasha y yo, y luego, nos miramos con la boca abierta. Scott se echó a reír mientras subía la escalerilla del avión.
               -¡Los hombres sólo sabéis mentir!-gritó Shasha, inclinándose hacia delante y echando los brazos atrás con la rabia que sólo las preadolescentes tienen.
               -¡Cuéntaselo a Vogue! ¡O mejor! ¡A la Rolling Stone! Sería una buena cita de portada.
               Shasha le hizo un rabioso corte de manga a nuestro hermano, que se rió, le sacó la lengua, y agitó la mano sobre su cabeza antes de que la escalerilla del avión se lo tragara, como parece que se habían tragado el engaño nuestros padres.
               Sólo yo pude ver cómo su mirada se oscurecía y la sonrisa se le esfumaba de la boca cuando supo que sólo yo podía verle. El avión dará la vuelta en el aire si quieres venir con nosotros.
               Ya no me sentía segura en ningún sitio. No tenía los brazos de Scott a los que acudir. E, incluso entonces, viéndome sola y pequeña y terriblemente vulnerable en la inmensidad del universo, no pude evitar sentir cómo una llamita se encendía dentro de mí. Puede que Alec me hubiera fallado y eso me produjera un desconsuelo terrible, pero sabía que Scott nunca lo haría. Se sentía bien saber que estaba a una llamada de teléfono de volver: tan solo tenía que tocar su nombre, y él regresaría conmigo, o me abriría las puertas para que me refugiara a plena vista, exponiéndome ante el público y todo aquel que quisiera verme y creer que estaba bien. Puede que Eleanor hubiera encontrado en la exposición pública su terapia, después de todo. Yo no me veía consiguiéndolo, pero era reconfortante saber que todavía había alguien en quien depositar esperanzas y sueños, alguien que no me defraudaría y que no me iba a cambiar, que seguiría viéndome extraordinaria…
               … incluso aunque yo ya no lo fuera.
               Puede que aquello fuera lo peor de lo que me había hecho Alec. Scott tenía razón. Podía vivir con la traición, pero no con perderme a mí misma. Aún era pronto para tomar una decisión respecto a él y sabía que no debía machacarme con comparaciones inútiles, sobre todo después de lo que me había dicho Scott, pero… no podía evitarlo. Vale, sí, mi hermano estaba ahí, pero todos sabíamos que no era a Scott a quien yo necesitaba. Por mucho que sea reconfortante saber que tienes dominado el aterrizaje de emergencia, lo que quieres es volar y llegar bien a tu destino. Y mi aire, mis nubes, mi cielo despejado y mi aeropuerto era Alec.
               Observé cómo el avión en que viajaba mi hermano se dirigía hacia la pista de despegue, tomaba velocidad, y se elevaba hacia los tonos de melocotón del cielo con el atardecer. Estaba sola.
               Sola con mis pensamientos, sola con mis miedos, sola con mi dolor. Sola con mi deseo de que todo saliera bien, de mi desesperación por confiar en Alec, de mis ganas de ser tonta y creer que todo era un error, que Scott se equivocaba y que había una explicación que mi novio me había ocultado. Incluso llegué a plantearme si le habría pasado algo de lo que él creía que tenía que protegerme; a esos extremos llegaba mi desesperación por poder volver atrás.
               Ojalá Alec me hubiera dado la opción de que su avión diera la vuelta en el aire y jamás llegara a marcharse, porque creo que habría sido capaz de pedírselo. No nos encontraríamos en este lío de haberme dicho que el despegue de su avión no era el punto de no retorno, sino una escala más en la que perfectamente podía darse la vuelta. Mi Alec de julio perfectamente habría sido capaz de tirarse en paracaídas desde el avión con tal de regresar conmigo en el momento en que yo se lo pidiera. Mi Alec de julio no habría besado a Perséfone.
               ¿Agosto iba a ser nuestro castigo? Todos los años nos separábamos en agosto, y yo había tomado ese mes como una opción para respirar sin tan siquiera saberlo. Solíamos irnos de vacaciones en agosto, y así tenía garantizado que Alec no iba a molestarme jamás, ni aunque se lo propusiera con todas sus ganas. Pero ahora, lo que se me había antojado como mi mes de descanso en el que no me preocupaba quién llamara al timbre porque sabía que no era él, era un completo y absoluto castigo. Una prueba de fuego que yo, una náyade, afrontaría como lo que era: mi condena.
               No sé en qué momento, mamá me había cogido por los hombros, rodeándome con los brazos y dándome un suave apretón que no se hacía a la idea de cuánto necesitaba yo. Me dio un beso en la cabeza mientras el avión empinaba el morro hacia el cielo, mezclándose con las nubes y convirtiéndose en una estrella fugaz desorientada, lenta y que ascendía en vez de bajar.  Aun sabiendo que era inútil fingir confundirla con un asteroide, le pedí el deseo al destello del avión de Scott de que las cosas fueran a mejor pronto, que la herida de mi pecho sanara y que pudiera decirle a mamá qué era lo que me pasaba para que pudiera consolarme sin tratar de convencerme de que lo que hacía estaba mal, de que tenía que quererme un poco más a mí misma y un poco menos a Alec para poder hacer lo correcto y seguir adelante.
               Porque no quería hacer lo correcto ni seguir adelante. Quería dar marcha atrás y que lo que él había hecho no hubiera pasado jamás.
               -Lo de Scott no va a ser como lo de Alec-me susurró al oído-. Estaremos de vuelta con él tan pronto que ni te dará tiempo a echarlo de menos.
               Mamá y papá pensaban que llevaba mal la marcha de Scott porque era la que más unida estaba a él: yo había pasado toda mi infancia junto a él, disfrutando de unas atenciones exclusivas que luego había tenido que compartir con Shasha. Había aprendido a hablar y a caminar con él, había hecho de su nombre mi primera palabra y le debía el mío a mi hermano; habíamos sido compinches incluso antes de que nuestras hermanas nacieran, y Scott había sido mi guardián de pesadillas primigenio. Alec no iba a quitarle eso, pero sí podía suplantarlo, o relevarlo ahora que yo había crecido y había descubierto lo que significa el amor cuando se lo profesas a alguien que no es de tu familia, pero con el que esperas fundar una. Si Alec era el hombre de mi vida, Scott era el chico de mi vida, y decirles adiós a ambos en la misma quincena tenía que ser extremadamente duro; por eso estaba yo mal a ojos de mis padres, y por eso necesitaba proteger el pecado de Alec de sus ojos. Alec era el sustituto de Scott, y Scott necesitaba a alguien a su altura. De momento estaban contentos con mi novio, pero si descubrían que me había traicionado como mi hermano no sería capaz…
               -Eso espero-dije, y al avión se lo tragó una nube de algodón de azúcar dorado y ya no lo volvimos a ver. Nos quedamos allí en la pista unos minutos más, hasta que Astrid, en brazos de Louis, bostezó sonoramente y se colgó, mimosa, del cuello de su padre. Los Tomlinson no tenían por qué quedarse en Inglaterra: el trabajo de Louis y de papá podía hacerse perfectamente en cualquier parte del mundo, y Nueva York era un sitio tan bueno como otro para grabar un disco recopilatorio y planear una gira de aniversario. Eri podía seguirlos allá donde fuera, dirigiendo la empresa que los representaba desde cualquier punto del mundo, pero mamá lo tenía más complicado. Había hecho una excepción cogiendo a Bey antes de que ésta recibiera su carta de aceptación de la facultad de Derecho de Oxford, y estaba aprovechando que había poco trabajo durante este mes para ir poniéndola al día del funcionamiento de su despacho, así que este año no nos iríamos de vacaciones. Tal vez una escapada a algún sitio recóndito una semanita, pero nada más. Ahora también necesitábamos la disponibilidad de Scott, sin el que irnos nos parecía una traición.
               Así que allí estaba, atrapada en un país lleno de recuerdos que había vivido tan feliz que ni siquiera sentía que fueran míos propios, sino los retazos de una película demasiado larga y vívida como para ser verdad. Apenas hacía quince días que Alec me había colocado el colgante del elefante del cuello y me había jurado amor eterno, y ahora yo me enfrentaba a la difícil decisión de perdonarlo y seguir con él contra viento y marea o reconocer que el amor no debía doler y debía fluir y nosotros ya no lo hacíamos. Me daban terror las dos opciones porque con ambas tenía que enfrentarme a quienes más quería: mi familia, que no iba a aceptar nada menos que la perfección para mí; o mi novio, literalmente la única persona que me había enseñado las posibilidades que tenía en mi cuerpo; no sólo de emociones, sino también de placer.
               Me resultaba muy difícil renunciar a Alec porque sabía que no podía volver a masturbarme como lo había hecho las primeras veces, pensando en él y luego sintiéndome hecha un lío porque no estaba bien que alguien que me caía tan mal (antes) y me había hecho tanto daño (ahora) pudiera hacer que yo me lo pasara tan bien a solas. Y no era tan tonta como para creer que, cuando apagara las luces y me hundiera en mí misma, mi mente no vagaría hacia su cuerpo, que si ya me gustaba antes, cuando no lo conocía, ahora me volvía absolutamente loca.
               -¿Cenáis con nosotros?-ofreció papá, y me enterneció la forma en que lo miró Louis, con una mezcla de gratitud y adoración en la mirada que sólo había visto en otros dos pares de ojos: unos, idénticos a los suyos; los otros, idénticos a los de mamá.
               -Sólo si nos dejáis cocinar-dijo Eri, dándole un beso en la cabeza a Astrid, que bostezó de nuevo. Duna le tiró suavemente del pie: de todos nosotros, ella era la que más animada estaba con el asunto de que Scott y Tommy se fueran. Eso significaba que podíamos recorrer el mundo viéndolos conquistar a públicos de cada lugar en el que aterrizaran. Sin olvidar, por supuesto, la cantidad de regalos que nuestros hermanos iban a enviarnos desde cada rincón que visitaran. Necesitaríamos una casa nueva sólo para los peluches con camisetas de las banderas de cada país en el que actuaran que Scott iba a mandarnos.
               -Tarde. Ya contábamos con vosotros. Lo cual no supone que los hombres de la casa ya no tengan excusa para remolonear en la habitación de invitados mientras fingen que tienen que prepararla-sonrió mamá, dándome un apretón en los brazos antes de soltarme. Y yo me sentí aún más tonta por no decirles nada a mis padres, que siempre sabían qué tenían que aconsejarme para que yo volviera a estar bien. Pues claro que Louis y Eri pasarían la noche en nuestra casa. La suya estaría terriblemente vacía: mientras nosotros habíamos despedido a un hermano, ellos habían despedido a dos hijos. Sería como si yo me hubiera marchado con Scott. Me imaginaba lo opresivo que se sentiría el silencio en una casa en la que siempre había una voz femenina canturreando en los pisos superiores.
                -Siempre hay que cubrirlo todo con una capa de film transparente, Sher. No me gustaría que Louis nos dejara por ahí sus gérmenes.
               Louis puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
               -A ver si Scott se pira pronto con una publicación en Facebook para que Tommy no tenga que sufrirlo tanto como yo te estoy sufriendo a ti.
               -Pero si me echaste muchísimo de menos-ronroneó papá, acariciándole la mandíbula a Louis, que suspiró y se apartó.
               -¿Queréis que nos vayamos para dejaros un poco de intimidad?-ofreció Eri, y Louis la miró con pánico en la mirada.
               -Ni se te ocurra. Quién sabe lo que es capaz de hacerme éste si yo le dejo.
               -¡Pero si siempre te dejas!-rió su esposa. Parecía más animada de lo que le correspondía a una madre que acababa de despedir a dos hijos, si bien ella había tenido mucho más tiempo para prepararse para este momento que yo. Además, tenía al amor de su vida a su lado. Yo no sabía lo que era eso. Puede que no lo supiera nunca.
               Agradecida por la excusa perfecta que me había dado Scott marchándose, me pasé el trayecto a casa mucho más taciturna que de costumbre. Me pareció larguísimo y, a la vez, se me pasó en un suspiro, sumida en mis pensamientos mientras mamá y papá hablaban de lo que iba a vivir Scott. Papá ilustraba a mamá de todo lo que haría Scott, y ella no paraba de preguntar cómo lo había vivido él, qué creía que debíamos esperar de lo que lo cambiaría ese viaje.
               -Que se meta coca por un tubo.
               Shasha aulló una carcajada a la que yo no me uní. No pude evitar recordar que Alec se había tirado a Zoe puesto de coca, o que Scott mismo se había tirado a ésta y a Diana también puesto de coca. Me arrepentí al instante de haber recordado aquello, porque algo dentro de mi comenzó a retorcerse, riéndose de mí por ser tan estúpida como para haberme creído en serio sus votos de fidelidad. Ya lo ha hecho otras veces, ¿por qué iba a ser distinto?, rió con desidia esa voz. Me dieron ganas de vomitar y se me llenaron los ojos de lágrimas. Odiaba sentirme así de tonta por estar sorprendida de que Alec pudiera hacerme algo así.
               Y también odiaba pensar que Alec pudiera hacerme algo así.
               Cuando llegamos a casa, el coche de los Tomlinson siguiendo fielmente la conducción de mi madre, nos encontramos con una figura esperándonos sentada en las escaleras del porche. Fue el único estímulo que consiguió sacarme de mi trance de autocompasión.
               Mamá se detuvo frente al camino del garaje y yo no esperé a que la puerta automática de éste se abriera para bajarme del coche y rodear la casa. Jordan se había puesto en pie nada más vio llegar los coches, pero seguía esperando a la puerta, como si no se atreviera a entrar por una entrada mucho más doméstica y reservada sólo a los miembros más cercanos de la familia.
               Alec había entrado un montón de veces por el garaje sin parpadear, pero entendía que a él pudiera impresionarle.
                -Jor-jadeé su nombre, y él se metió el móvil en el bolsillo del pantalón, mordisqueándose los labios.
               -Hola. Calculé mal el momento en que volveríais, yo… eh… bueno, he venido directamente del hospital. Josh te manda recuerdos y quiere que te pregunte si mañana irás tú a verlo. Dice que no es nada personal contra mí-puso los ojos en blanco-, pero prefiere que estés tú.
               Les había pedido a los amigos de Alec que fueran a ver al pequeño los últimos días porque yo no me sentía con fuerzas de fingir que todo iba bien con mi novio para no preocupar al niño. Por mucho daño que me hubiera hecho Alec, lo que había pasado estaba entre él y yo, y sabía que a Josh le hacía muy bien seguir teniendo a Alec como una figura a la que admirar. Era como su héroe, y sentía que podía hacer cualquier cosa si se fijaba en su ejemplo. Le entendía mejor de lo que me gustaría admitir: yo misma había mejorado mucho en kick simplemente para poder impresionarlo y, ¿por qué no?, tener más papeletas para esas deliciosas recompensas que eran los polvos en los vestuarios mixtos cuando el gimnasio ya había cerrado.
               -Mañana. Quizá. Lo mío tampoco es personal, es sólo que…
               Jordan asintió.
               -Bastante tienes con lo que tienes entre manos como para preocuparte por él.
               -Me preocupo por él.
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -Cada uno tenemos una imagen de Alec que no tiene por qué estar vinculada a las otras. Que la mía ya no exista no quiere decir que la de Josh tenga que desaparecer, sobre todo si… le hace bien-reflexioné, sentándome en las escaleras al lado de él. Estiré las piernas y apoyé los talones en el penúltimo escalón. El cuerpo de Jordan transmitía calidez y tranquilidad; era más grande que el de Scott porque él hacía más ejercicio, así que, si apartaba la mirada, de reojo podía engañarme y decirme a mí misma que era Alec. Que nada había cambiado y que sólo lo estaba pasando mal por puro masoquismo.
               Pero él no olía a Alec y no respiraba como Alec. Y el hecho de que yo supiera distinguir la respiración de Alec de la del reto de personas del mundo me daba una idea bastante cercana de lo jodida que era esta situación. Estaba claro que no podía decirles nada a mis padres; ya casi podía escucharles cómo me decían que la única manera de sobrevivir era olvidándome de su respiración.
               ¿Cómo iba a hacerlo, si había aprendido a amar ese sonido por encima de ningún otro? Significaba que estábamos juntos, que lo tenía cerca; muy posiblemente, que habíamos dormido juntos o que incluso acabábamos de hacer el amor. Era la canción que más me gustaba, y era hija de un músico: no podía perderla. Esa, no.
               -¿Qué tal está?-quise saber.
               -Como loco. Hoy le ha respondido a una carta que Alec le mandó durante la primera semana. Yo mismo la eché al buzón de la que venía aquí.
               -Espero que Al se la conteste pronto-dije, subiendo los pies y apoyando la barbilla en las rodillas. Mis padres encendieron las luces de la casa y la tez de Jordan refulgió igual que el ónice. Todo habría sido más fácil si me hubiera enamorado de él y no de Alec. Jordan no se había marchado. Jordan no aclararía a mis hijos. Jordan…
               … Jordan no sabría hacerme disfrutar como Alec y yo no sería tan adicta a él. No me haría sentir así de especial. No me haría creerme una diosa. Nuestra relación habría sido más común y yo podría superarla. No tendría ningún problema con mandarlo a la mierda si me ponía los cuernos. Me rompería el corazón en dos, pero sanaría y seguiría a otra cosa. No me resquebrajaría como lo había hecho Alec. Ni me enfrentaría a todo el mundo con tal de perdonarle, porque ni siquiera lo contemplaría.
               Agosto seguiría siendo un mes de tranquilidad para mí.
               Se me revolvieron las tripas por estar pensando siquiera en eso. ¿Esa iba a ser mi salvación? ¿Tranquilidad? ¿Cotidianidad? ¿Algo estándar? Ya ni siquiera sería capaz de optar aquello ahora que había conocido el cielo.
               Me tiré del cordón de las zapatillas, y Jordan se tomó ese movimiento como una invitación a ponerme una mano en el hombro y transmitirme que, oye, él estaba ahí para mí. Supongo. Más o menos.
               -¿Y tú? ¿Estás esperando alguna carta suya?
               Me giré y lo fulminé con la mirada.
               -Ni siquiera sé si quiero saber nada de él después de lo que me ha hecho, Jordan.
               Jordan tomó aire y lo soltó despacio. Había retirado la mano de mi hombro en cuanto lo había mirado, y ahora estaba en el espacio del escalón entre nosotros dos.
               -¿Cómo estás?
               -Mal. Mi hermano acaba de irse y mi novio me ha puesto los cuernos con la única persona a la que le pedí que no se acercara. Aunque supongo que tú eso ya lo sabes, ¿verdad?-repliqué con rabia. No era yo la que hablaba, sino una versión mía que no podía soportar siquiera mis intentos por proteger mi relación, a la que veía como un animal venenoso y putrefacto que me alejaría de todo lo que quería. Había sido precisamente esa parte sucia de mí la que me había hecho desear un mundo en el que Alec no pudiera hacerme más daño que lo que me había molestado su presencia lo largo de los últimos catorce años. Ese Alec no podía romperme el corazón. A lo sumo podría conseguir que me pusiera como un basilisco, pero yo estaría a salvo-. Has venido por eso, ¿a que sí? A tratar de convencerme de que lo perdone ahora que Scott no está rondándome como un tigre sobreprotector. Le pedí tiempo a Alec para poder pensar lo que va a ser de nosotros, y si tengo que pedírtelo a ti, también lo haré. No tengo inconveniente en encerrarme en mi casa para que me dejéis tranquila.
               -He venido porque Alec me pidió que durmiera contigo la noche que Scott se marchara-respondió despacio, como un conejo que pasa por delante de la guarida del lobo y ve sus ojos refulgiendo en la oscuridad. Si corre, estará perdido. En cambio, si pasa despacio delante de él, el lobo no le hará nada.
               Y así, sin más, la bestia que yo tenía dentro y que acababa de despertarse con sólo mirarle la piel a Jordan y darme cuenta de que a pesar de que era muy guapo yo no sentía nada por él se esfumó en el aire. Sólo quedaron remordimientos en mi interior. Me estaba comportando como una zorra con él; con todos los que me rodeaban, pero sobre todo, con él. No debía de ser fácil para él descubrir que su mejor amigo no era como creía y tener que defenderlo incluso cuando trataba de salvarme de los efectos secundarios de sus actos.
               Aparté la vista y la clavé en una baldosa de la acera, avergonzada. Se me hinchó el vientre y la temperatura de mis mejillas se disparó hasta las varias centenas de grados.
               -Sabía que ibas a pasarlo muy mal cuando Scott se fuera incluso sin… bueno, sin tener que lidiar con esto. Así que me pidió que viniera a visitarte y te dijera que, si quieres, puedo quedarme a dormir y cuidarte o entretenerte o hacer lo que se te apetezca para que todo esto pase antes. Claro que con “todo esto”, Alec no se refería a… todo eso-hizo un gesto con el dedo que abarcaba todo el espacio entre nosotros-. No contaba con Perséfone.
               Tomé aire y lo solté despacio.
               -Yo tampoco contaba con Perséfone-reconocí al final, estirando de nuevo las piernas y golpeando las punteras de mis zapatos la una contra la otra-. Nadie contaba con Perséfone, y sin embargo, apareció. Creo que si lo hubiera sabido no le habría dejado que se subiera al avión.
               -No podías saber que se la iba encontrar.
               -No me refiero a eso. Me refiero a cómo me ha machacado. Yo antes no era así, ¿sabes, Jor? Me lo ha dicho Scott. Antes era segura de mí misma, creía que no necesitaba a nadie, y ahora… ahora estoy desesperada porque, a pesar de que es evidente cuál es la solución correcta, yo no soy capaz de encontrar la manera de evadirla y… perdonarlo.
               Jordan se quedó completamente quieto, tratando de hacerse invisible ante unos pensamientos que reaccionaban al movimiento. En la casa, alguien se asomó a la ventana para comprobar dónde estaba yo, y luego se alejó de nuevo hacia el interior, decidiendo que necesitaba intimidad.
               Era la primera vez que lo decía en voz alta desde que había abandonado el plan de enrollarme con cualquier chico y ponerme a su nivel. Yo no podía ponerme al nivel de Alec. O me quedaba por encima o lo hacía por debajo, yéndome con Hugo y acostándome con él a propósito para hacerle daño. Y lo peor de todo es que yo no quería hacerle daño. Por mucho que me escociera lo que había pasado entre nosotros, seguía queriendo protegerlo como el primer día que se desnudó para mí, cuando me habló de su infancia y me confesó cuál era su primer recuerdo.
               -Si perdonarlo no es la solución fácil y correcta, ¿cuál se supone que lo es?
               Sonreí con tristeza, mirándolo a través de una cortina de lágrimas que amenazaba con saturarme la mirada.
               -¿No es evidente?
               -No, si tengo que preguntártelo.
               -Supongo que tienes razón. Después de todo, eres su mejor amigo-suspiré-. La solución correcta es dejarlo.
               Jordan inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Quién lo dice?
               -Todos. Nadie. No lo sé. Sólo vosotros tres, mis amigas y mi hermana saben lo que Alec me ha hecho. No se lo he dicho a nadie más; ni siquiera a mis padres, y todo porque sé que en cuanto lo haga, ellos me dirán que tengo que empezar a quererme más y mandarlo a la mierda, porque parece que es lo que ha buscado. Tenía a todas las chicas del mundo salvo a una a su alcance, Jordan. No habría parpadeado si me dijera que había participado en una orgía con 50. Pero no podía besarse con Perséfone. No se lo dije tal cual porque no entraba en los planes de ninguno de los dos que se la encontrara, pero… tú no sabes lo mal que lo pasé en Grecia. Lo pasé fatal por culpa de ella. Y lo peor de todo es que, a pesar de que casi me arruina el viaje, yo seguía teniendo ganas de conocerla y de verla con Alec y que ella nos viera juntos y… y que me dijera que yo lo hago más feliz y que ahora es mío. Que ella me repitiera lo que él me insistió tanto en hacerme entender en Grecia: que no tiene nada que hacer contra mí. Pero ahora se han besado y yo… en lo único en lo que puedo pensar es en que ya no va a tener el sabor de mi boca en los labios para consolarse durante este año que nos separa.
               Ya está. Ya lo había dicho. No era sólo inseguridad. No era sólo miedo por lo que habíamos perdido. También eran celos. Celos por ella, porque había probado sus labios y, sobre todo, celos por él. Porque nadie, ni siquiera yo, podía destruirme como podía hacerlo él simplemente desapareciendo de mi vida.
               -Sí lo sé-dijo después de un silencio-. Lo que pasó en Mykonos. Sí lo sé. Me lo contó apenas llegamos. Me dijo que te lo habían hecho pasar muy mal por Perséfone y lo mucho que se culpaba por no haberle dado la importancia que tenía. A él también casi le arruina el viaje, no sólo a ti. Pero tú eso ya lo sabes, ¿verdad? Quiero decir, el viaje no fue perfecto ni de coña por las hostias que tuvimos que darnos con sus “amigos”-hizo una mueca al pronunciar esa palabra- pero estoy seguro de que, si no hubiera pasado lo de Perséfone, a Alec le parecería que el viaje era inmejorable. Parece mentira que no sepas cuánto te quiere, Sabrae. Él también se moría de ganas de presentártela porque para él es una persona muy importante y quería confirmar que le gustarías. Así que, sinceramente, no sé por qué cojones ha hecho esto. Si es que lo ha hecho de verdad-reflexionó-. Siendo como es, no me extrañaría que…-sacudió la cabeza-. No. Tiene que haberlo hecho, o de lo contrario no te lo diría así.
               -¿Decirme el qué?
               -Que se besaron en lugar de decirte que fue ella la que lo besó a él. Que también me extrañaría de Perséfone, porque yo no la conozco personalmente, pero sí que hemos hablado un par de veces y me pareció que estaba genuinamente feliz de que estuvieras en la vida de Alec. Pero supongo que no puedo poner la mano en el fuego por ella-se encogió de hombros-. Por el que puedo poner la mano en el fuego es por él. Y sé que él no la protegería a costa tuya. Si te ha dicho que se han besado es que se han besado los dos. Por qué, no lo sé. Puede que te eche tanto de menos que cortocircuite. Lo vi cortocircuitar varias veces en el hospital porque tardabas mucho en ir a verlo. Sois un pelín toxiquitos en ese aspecto-bromeó, dedicándome una sonrisa torcida que sabía de quién la había copiado-, como Scott y Tommy. Si ellos dos enferman estando lejos el uno del otro durante un tiempo, no veo por qué vosotros dos no podríais chiflar si sois como Scott y Tommy pero encima folláis.
               Sentí que me crecían alas a la espalda y que estaba a punto de volar. ¿De verdad Jordan era capaz de poner en duda también la palabra de Alec sobre eso? ¡No estaba loca porque mi primera reacción fuera no creerle!
               -Pero el caso es que si te ha dicho que se besaron es porque se besaron. Sabe que no te haría el mismo daño que ella lo besara a él. Seguramente hasta dirías que la entiendes, ¿verdad?
               -Joder, sí. La entendería perfectamente-asentí, sintiendo que se me retorcían las tripas.
               -Lo suponía. Así que vamos a tratar a Alec como un testigo fiable por una vez en su vida. Se han morreado-sentenció Jordan, subiendo un pie un escalón por encima y apoyando el brazo en la rodilla. Tenía las manos entrelazadas-. ¿Y qué?-separó los pulgares y alzó las cejas-. ¿Por qué cojones le define más lo que ha hecho a seis mil kilómetros de ti que lo que ha hecho en casa? Yo creo que dice más de él lo que hizo durante los meses previos a que finalmente empezarais a salir de forma oficial a lo que ha hecho lejos de ti porque… no sé. Puede que haya exceso de oxígeno en medio de la jungla porque hay muchos árboles haciendo la fotosíntesis. El oxígeno en altas cantidades coloca. Pongamos que es gilipollas en Etiopía-decidió, y luego frunció el ceño-. Bueno, más gilipollas de lo que es aquí. Porque, cuando se trata de ti, es subnormalito perdido. Hay veces que me dan ganas de sacudirlo para que espabile, porque, ¡joder! ¿Se ha tirado a casi doscientas tías, mide casi un metro noventa, es casi campeón nacional de boxeo, y babea como un puto Golden Retriever en cuanto tú apareces en escena? Soy su mejor amigo y hasta yo considero su comportamiento hacia ti degradante para todo el género masculino. Como se enteren en Disney de cómo lo tienes, te lo secuestran y lo ponen a protagonizar las próximas 50 películas. Y los dos sabemos que ese cabrón es muchas cosas, pero es transparente como un florero y no sabe actuar. Por eso hizo lo que hizo a partir de noviembre.
               Se me revolvió el estómago adivinando lo que Jordan iba a decirme, pero necesitaba que me lo dijera de todos modos.
               -¿Qué hizo en noviembre?
               Jordan me atravesó con la mirada de tal forma que me habría hecho sentarme si estuviera de pie.
               -Dejó de follar, Sabrae. Dejó de follar incluso antes de que le dijeras que le querías o que aceptaras ser su novia. Joder, incluso cuando le dijiste que no él siguió en sus trece. Sé que tu hermano cree que sabe más que nadie y sé que se culpa por no querer que lo perdones porque a él lo perdonaron, pero parece que se le ha olvidado el impacto que has tenido en Alec.
               -Scott no tiene nada que ver…
               -Scott me dijo que ni se me ocurriera decirte nada sobre Alec, pero te lo voy a decir igual, Sabrae. Porque no le tengo ningún miedo y porque no quiero que le jodas la vida a mi mejor amigo. Alec está loco por ti. Y no sé si es porque soy su mejor amigo, pero yo no me lo imagino haciéndote una putada de tal calibre que todo el mundo te juzgue si le perdonas. No, cuando pudo habértelas hecho mil veces sin tener que darte explicaciones ni que tú le reclamaras nada y no quiso. ¿Por qué cojones iba a hacerlo ahora?
               -Acabas de decirme que…
               -Mira, soy el primero que te diría que lo mandaras a la mierda si fue él quien se acercó a ella, pero creo que los dos hemos evitado esa fase en la que él parece vivir en la que pensamos lo peor de él. Así que, vale. Se habrán besado. Pero, ¿es culpa suya si le devuelve el beso de forma instintiva? Yo creo que no. Yo. Ahora eres tú la que tienes que decidir-Jordan se encogió de hombros, juguetando también con los cordones de sus zapatillas-, si prefieres que un beso a siete mil kiló…
               -Seis mil.
               -¿Qué?
               -Que son seis mil. Seis mil ciento cincuenta y seis kilómetros. Con cuarenta y dos.
               Jordan rió con sorna, pero yo no iba a consentirle que lo alejara ni un centímetro más de mí.
               -Pues eso. Si prefieres que un beso a seis mil quinientos…
               -Seis mil ciento cincuenta.
               -Un beso en el hemisferio sur-se corrigió-, pese más que todos los polvos que decidió no echar en casa porque no quería hacerte daño, tú misma. Entonces, incluso me alegraré de tu decisión, porque significará que no te lo mereces y yo no quiero a gente cerca de Alec que no se lo merezca.
               -O sea que te alegras de que Scott se haya pirado.
               -¿Por?
               -Crees que no se merece a Alec porque él está cabreado. No quiere que le perdone; tú mismo lo has dicho.
               -Scott sólo está haciendo lo que tiene que hacer. Alec es tu novio, no el de Scott.
               -Pero no quiere-repetí con terquedad.
               -¿Te lo ha dicho?
               -No hace falta.
               -Es tu hermano.
               -¿Y qué más da?
               -Que yo tampoco querría que Alec te perdonara si la situación fuera al revés. Sobre todo si casi consigues que te violen con tal de evadirte de lo que ha pasado.
               Abrí la boca para protestar, pero me lo pensé mejor y decidí cerrarla. Porque vale, sí, había tenido muchísima suerte con lo mucho que se habían preocupado mis amigas por mí. Ya no estaba tan claro qué habría pasado si no me hubieran colado las llaves de Ken en el bolso. Había corrido tan rápido que seguramente no habrían sido capaces de localizarme antes de que fuera demasiado tarde. Así que, sí. Scott tenía derecho a estar cabreadísimo con Alec, porque lo estaba también conmigo, y lo culpaba de que casi me hubieran hecho daño incluso aunque eso sería lo último que Alec querría.
               Me metí las manos unidas por el dorso entre las piernas y asentí despacio con la cabeza.
               -La próxima vez que vayas a quedarte sin palabras, avísame para que te grabe. Seguro que no pasa muy a menudo.
               Reí entre dientes y me incorporé. Jordan hizo lo propio, e hizo amago de seguirme hacia la casa, pero me interpuse entre él y la puerta para que no entrara dentro.
               -Alec te dijo que vinieras a dormir conmigo la noche que Scott se fuera, ¿no?-alcé una ceja-. Ya que te gusta tanto analizar la semántica de las frases de tu mejor amigo, sabrás que eso no incluye la cena.
               -¿En serio me vas a dejar aquí esperando a que te acuestes mientras cenas?
               -Considéralo tu compensación por no haber recogido los envoltorios de condones de tu habitación.
               -Quería darte una lección.
               -Igual que yo a ti.
               Y le cerré la puerta en las narices sólo por el mero placer de ver con qué cara se había quedado cuando le abrí y le dije que claro que podía pasar. Siempre podría pasar.
              
 
Sentí una mano que me daba una palmada no demasiado amistosa, típica de alguien que quiere hacerte espabilar, antes de ver a Luca aparecer por el espejo.
               -Vas a llamarla, ¿a que sí?
               Escupí la pasta de dientes que tenía en la boca y asentí con la cabeza, limpiándome un hilillo de espuma que se me deslizaba por la mandíbula con el dorso de la mano.
               -¿Tan evidente es?
               -¿Has vomitado tres, o cuatro veces, en lo que llevamos de mañana?-ironizó el italiano, cogiendo su cepillo de dientes y plantándose a mi lado. El muy psicópata le echaba agua al cepillo antes de ponerle la pasta en lugar de hacerlo al revés. Me pregunté qué diría Sabrae de aquello, sobre todo porque había sido ella la que me había llamado psicópata a la primera vez que nos lavamos los dientes juntos y descubrí que yo no necesitaba agua en absoluto.
               Y luego sentí una nueva arcada al darme cuenta de que puede que nunca supiera qué era lo que pensaba Sabrae de las rutinas de higiene dental de Luca, porque puede que nunca lo viera, o puede que yo nunca tuviera la ocasión de contárselo.
               Hoy era martes, y a pesar de que le había dicho que respetaría su decisión, se me estaba haciendo tan cuesta arriba resistir al paso del tiempo sin saber en qué momento recibiría por fin la noticia que había decidido que, mira, ya que había roto una de mis promesas hacia ella besándome con otra chica, no pasaba nada porque también le pidiera que se diera un poco más de prisa. Esto me estaba matando. Era aterrador en todos los sentidos, porque cuanto más pasaba el tiempo, más me convencía yo de que ella estaba buscando la manera de dejarme sin que yo me plantara en Inglaterra y le suplicara de rodillas que me diera una segunda oportunidad que claramente no me merecía (y, la verdad, no andaba desencaminada, sobre todo porque me estaba costando la vida el no subirme al primer avión). Todo el mundo a mi alrededor trataba de tranquilizarme, e incluso Valeria me había sugerido que me iría bien ir en una de las misiones a lo largo del parque en busca de cazadores furtivos y animales heridos que necesitaran asistencia, pero yo me negaba a aceptar cualquier tipo de ayuda, y en especial, esa. ¿Y si resultaba que yo me iba de lunes, digamos que a las 12 de la mañana, y Sabrae decidía llamarme a las 12 y diez minutos? ¿Me pasaría días recorriendo el parque nacional en busca de alguien que me pegara un tiro con tal de no tener que comerme a mí mismo por dentro? Ni de coña. Tenía que estar en el campamento; cuanto más cerca de las oficinas de Mbatha y Valeria, donde estaba el teléfono, mejor. No estaba para excursiones y desarrollo personal, joder, por mucho que hubiera venido a Etiopía justamente para eso. Quería que Sabrae me perdonara, claro que lo quería. Y cuanto más desgranaba la conversación que habíamos mantenido, aislando sus sollozos y centrándome sólo en lo que había dicho yo, más me daba cuenta de que parecía justo lo contrario. Había sonado derrotado, como si creyera que no había esperanza y que no sobreviviríamos a esto, cuando estaba seguro de que podríamos sobrevivir al impacto de un meteorito que barriera toda la vida en el planeta. Luca me había escuchado hablar y hablar y hablar de todo lo que había hecho un millón de veces ya, tumbado sobre su cama mientras miraba al techo esperando a dormirse o que yo me callara, lo que antes sucediera.
               -Per l’amor di Dio, no lo soporto más. O llamas a esa chica y le pides disculpas como Dios manda, o lo hago yo en tu nombre. Y no me responsabilizaré de mis actos.
               -Le prometí que le daría todo el espacio que necesitara-había respondido yo, porque ya había pensado en eso y no había encontrado más solución que callarme la boca y ser respetuoso con ella. Era lo menos que podía hacer. Necesitaba lidiar con su dolor y decidir qué pasaría con nosotros; yo ya había hecho bastante, por mucho que me jodiera.
               -Sara stùpido-escupió Luca, levantándose y moviendo los brazos a toda velocidad mientras se acercaba a mí como un pulpo rabioso-. ¡¿Qué espacio quieres darle, si ella está allí y tú estás aquí?! ¿Quieres irte a la Luna, si esto te parece poco? CAZZO INGLESE DI MERDA. No sabéis cómo funcionan las mujeres. ¡No lo sabéis! Spazio, spazio. Le coppie non hanno bisogno di spazio! Si yo fuera tú, ya estaría en Inglaterra dándole un buen meneo.
               -Pero le prometí…
               Luca había cogido mi almohada, me la había estampado contra el pecho y me había empujado contra la puerta. Me echó de la cabaña y cerró la puerta, señalándome con un dedo acusador y amenazante como sólo pueden serlo los dedos italianos.
               -¡No quiero volver a oírte lloriquear porque no quieres llamar a tu novia! ¡Ten un par de cojones y lloriquéale cual babosa si hace falta, pero DÉJAME DORMIR!
               Me había pasado media noche sentado en las escaleras de la cabaña, con la sola compañía de los ronquidos de Luca y los zumbidos de los mosquitos que parecían querer comérseme vivo. Las estrellas me analizaron desde todos los puntos, girando sobre mí para encontrar mis ángulos. Cuando decidí que, efectivamente, el italiano tenía razón y tenía que luchar por Sabrae, por fin me decidí a meterme en la cabaña y tumbarme en la cama.
               Dormí fatal, pero dormí algo. Ya era más de lo que podía decir de los últimos días, sobre todo si teníamos en cuenta que llevaba esperando la noche del lunes como se esperaban las lluvias en el parque nacional de Nechisar. Sabía que Scott se marchaba ese día, y confiaba en que, si Sabrae no me había llamado aún, lo haría cuando Jordan fuera a verla. Jordan la convencería para que me diera una segunda oportunidad (sí, hasta ese nivel de egocentrismo llegaba yo; en el fondo, no quería que Sabrae me diera mi merecido, sino que me perdonara y pudiera seguir mandándole cartas), porque él siempre veía lo mejor de mí y me conocía casi tan bien como ella. Igual hasta ni se creía que me hubiera morreado con Perséfone. Puede que la convenciera de que yo estaba zumbado y que había exagerado todo. Incluso aunque no fuera verdad, por mucho que Perséfone insistiera en que, efectivamente, habían pasado así las cosas.
               Cuando Luca se había despertado yo me había hecho el digno diciéndole que respetaría su decisión. Nos habíamos ido a desayunar, y yo tuve que levantarme porque veía cada vez más imposible el seguir sin noticias de ella, y cuanto más se acercaba el momento más miedo me daba. Así que vomité.
               Cinco veces, contando esta. Luca se había perdido mi escapada a todo correr al baño mientras le lloriqueaba a una de las chicas del comedor para que le hicieran otra rosquilla.
               Pero ahora ya no podía posponerlo más. Todos se habían ido a cumplir con sus tareas, y yo sabía que si no hablaba con Sabrae antes de ir a hacer mis cosas, seguramente le clavaría la mano en la balsa que estábamos haciendo a alguno de mis compañeros. Y no me convenía labrarme una reputación peor que la que ya tenía, de aguafiestas solitario que se dedica a lamentarse en su tiempo libre porque se ha dado un pico con su follamiga de toda la vida mientras que los demás les ponen los cuernos a sus novias y aquí no pasa absolutamente nada. Sé que algunos tíos me miraban por encima del hombro y sé que muchas chicas estaban esperando a que mi novia me dejara por fin para lanzarse a consolarme como buitres (había un par de gays en el campamento, pero ni siquiera habían intentado acercarse a mí porque, según les había escuchado decir Luca, “tenía una pinta de heterazo que no podía con ella”).
               -¿Y cómo es que han llegado a decirte eso?-le había ladrado yo cuando me lo contó, y Luca había levantado las manos.
               -Es que les pregunté si te echarían un polvo por compasión.
               -¡Luca!
               -¡Tranqui! Me dijeron que de compasión nada; que tienes más polvos que una incineradora, pero tú no les dejarías tocarte, así que…
               -No vuelvas a hablarme en tu puta vida.
               -Así que al final no te vas a seguir haciendo el digno. Lo sabía. Adoro tener razón. Y eso que suele pasar a menudo.
               -Yo adoro follar y también lo hacía a menudo.
               -Puede que ahora seas imbécil sólo porque estás con el mono, entonces.
               Puse los ojos en blanco, pero no pude evitar pensar que tal vez Luca tuviera razón. Igual me había vuelto imbécil y había dejado de pensar con claridad y luchar por lo que quería porque tenía demasiada sangre acumulada en la polla. Hacía demasiado del último polvo.
               Pero no iba a quitarle eso a Sabrae. Ni de coña. Ya le había quitado mi último beso, y que ella no me perdonara no haría sino duplicar la lista de gente que jamás me lo excusaría: si ella era misericordiosa como siempre y decidía darme una segunda oportunidad que no me merecía, yo me aseguraría de cargar con ese peso de todos modos el resto de mi vida.
               Tenía que intentarlo. Si no por ella, por mí.
                -¿Qué le vas a decir?-preguntó Luca, ya todo rastro de juego desaparecido de su voz y su expresión. Tomé aire y lo solté lentamente.
               -No lo sé. Yo sólo… espero... que me venga lo correcto a la mente cuando la escuche hablar.
               -Ya. Eh… ¿y no sería mejor que lo ensayaras conmigo?
               -¿Tantas ganas tienes de enterarte de lo que le digo?
               -No, pero… puede que improvisar no sea el mejor plan del mundo, sobre todo si vas a decirle algo más bien delicado a tu novia temperamental.
               -Mi novia no es temperamental. Y ya le he dicho lo delicado. Sólo… no sé. Tienes razón. ¿Qué le digo?
               Luca parpadeó despacio, la boca torcida en una mueca de ignorancia absoluta.
               -A mí no me mires. Eres tú el que tiene novia, no yo. Yo paso de esos líos. Salvo si se trata de tu amiga, la reina B.
               Puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Me sequé la boca y fui hacia la cabaña hecho un flan. No recordaba estar tan nervioso en mi vida; ni siquiera cuando la había llamado para preguntarle si era verdad que estaba embarazada. En ese entonces yo tenía un objetivo al que dirigirme, pero ahora… ahora no tenía ni idea de hacia dónde iba. Ése era precisamente el problema.
               Supongo que sólo me quedaba caminar y rezar por llegar a un buen lugar.
               Llamé a la puerta de Valeria, que emitió un canturreo con el que me indicó que podía pasar. Estaba revisando unos papeles mientras masticaba perezosamente una rosquilla; otra razón por la que Luca le detestaría si se enterara. Le guardaría el secreto si me dejaba coger el teléfono otra vez.
               -Sigue sin haber llamadas para ti, Alec-dijo, mirándome con la expresión de una abuela con poca paciencia que está harta de su nieto más travieso, al que, para colmo, es el que más ve.
               -Me preguntaba si podría volver a usar el teléfono.
               Valeria suspiró.
               -Al paso que vas, creo que con el pequeño sueldo que nos podemos permitir pagarte no te va a dar para tus llamadas internacionales-comentó, pero le dio la vuelta al teléfono, recogió sus papeles y salió de su despacho. Esperé a que cerrara la puerta para descolgar el auricular, llevármelo al oído y marcar los números.
               Un toque. Dos toques. Tres toques. Me pregunté qué haría si lo cogía Sherezade. Si me dejaría hablar con Sabrae.
               Cuatro toques.
               ¿Y si lo cogía Zayn? Me pondría a parir y luego me colgaría, amenazándome con mandarme un sicario como no dejara a su hija en paz. Puede que eso fuera lo mejor, después de todo.
               Cinco to…
                El toque se detuvo a la mitad cuando alguien descolgó el teléfono y se lo acercó a la cara.
               -¿Sí?
               Te quiero. Tu voz es la de los cánticos angelicales de los que habla la Biblia. En el universo sólo hay dos sonidos: tu voz, y el resto del ruido.
               ¿Cómo podía hacer que una palabra tan corta sonara tan bien? Entendía que mi nombre me sonara genial en sus labios, pero, ¿un simple ? No tenía ningún sentido. Y yo lo había puesto todo en peligro por no haber sabido controlar mis impulsos más primitivos durante tres segundos cruciales.
               Joder, para una prueba que me ponían, y la cagaba tan estrepitosamente.
               -Hola-jadeé, aferrándome al auricular como si mi vida dependiera de ello. Me la imaginé poniéndose rígida, abriendo los ojos y sintiendo cómo el estómago se le hundía. Seguro que se esperaba que la llamara. Joder, seguro que estaba esperando a ver cuánto tardaba en romper mi promesa y la presionaba para obtener una respuesta de ella, pero es que necesitaba tanto saber que no me la había inventado.
               -Hola-respondió con timidez, la voz un hilo tan fino que parecía el del destino. Sentí que algo dentro de mí se revolvía, algo que acariciaba el auricular por fuera y que resplandeció con el sonido de su voz. Nuestra conexión. Puede que bailando mientras se fortalecía, o dando los últimos coletazos antes de que Sabrae la cortara.
               -Yo… lo siento, nena. Perdona. Sé que te dije que respetaría tus tiempos y que respetaría tu decisión, fuera cual fuese. Pero… es que necesitaba oír tu voz.
               -Está bien-dijo, y me la imaginé jugueteando con el cordón del auricular, apoyándose en la pared y relamiéndose los labios.
               -Ya sé que no estoy en condiciones de quejarme, ni de pedirte nada, pero es que… me está matando no saber de ti.
               Unos segundos de silencio.
               -Vale.
               Joder. Debería colgar el teléfono. Era rarísimo escucharla hablar así, con monosílabos que no servían para nada más que para ponerme nervioso. Ni siquiera parecía la misma chica que gritaba que le gustaba mucho cómo se lo hacía y que no parara cuando estábamos en la cama.
                -¿Cómo estás?
               Mándame a la mierda.
               Sabrae se alejó un momento el teléfono de la cara, dejándolo caer junto con su brazo a un lado de su cuerpo, y cambió de lado el auricular. Se relamió los labios. Consideró mentirme y decirme que bien. Consideró ponerse borde y decirme que no era asunto mío. Consideró ponerse tajante y decirme que aún tenía derecho a marcar su propio ritmo, cosa que yo no podía discutirle.
               En su lugar, sin embargo, porque me quiere más de lo que me merezco y más de lo que le conviene, dijo:
               -Mal.
               Sorbió por la nariz y a mí se me rompió un poco más el corazón. Mira lo que le estás haciendo. Si el universo fuera justo, se habría echado a llorar de nuevo y, luego, desconectaría el teléfono de su casa y se cambiaría de número, y yo ya no podría hacerle daño nunca más.
               -¿Y tú?
               Me apoyé en la mesa y le dije la verdad, porque puede que yo rompiera mis promesas con ella, pero al menos no quería mentirle.
               -Yo también estoy mal. Si es que eso es consuelo.
               -No lo es.
                No pude evitar sonreír, ni tampoco lo pudo evitar ella cuando me escuchó.
               -Supongo que en eso aún estamos en sintonía, ¿no?
               Un nuevo silencio.
               -¿No estamos en sintonía en más cosas que nuestro dolor?
               Se me revolvió todo por dentro.
               -Quiero pensar que sí. ¿Cómo vas con… lo nuestro?
               Sabrae tomó aire y lo soltó muy, pero que muy despacio.
               -Ahí voy. Si llamas porque quieres saber si he tomado una decisión, la respuesta es no.
               -¿No la has tomado o no me perdonas?
               -No la he tomado. Todavía. Y eso debería ser una buena señal para ti, porque significa que no estoy preparada para mandarte a la mierda aún, Alec, pero… si vieras las cosas que estoy haciendo. Las absolutas gilipolleces que estoy haciendo.
               Todos mis sentidos se pusieron en alerta, como si estuviera al borde de un acantilado y quisiera saltar incluso viendo las rocas afiladas del fondo.
               -¿Como cuáles?
               -No quiero decírtelas.
               -Creo que me merezco cualquier castigo que el universo prevea echarme encima.
               -Es que me da miedo pensar en lo que serías capaz de hacerte a ti mismo si te las contara, Alec.
               Tragué saliva y parpadeé, la boca seca, la cabeza dándome vueltas. Se me ocurrieron un montón de cosas, a cada cual peor que la anterior: que se hubiera lanzado a los brazos de cualquier otro para devolvérmela, que se hubiera tirado a Hugo para castigarme, que hubiera empezado a salir de fiesta con desesperación y emborracharse con rabia para olvidar, que se hiciera daño a sí misma…
                -Tú sólo dime que no te estás haciendo daño por mí. Es lo único que necesito saber. Lo que hagas para sobrevivir no son gilipolleces. Gilipollez es lo que te he hecho yo.
               Sabrae se relamió los labios y suspiró.
               -Define “hacerme daño”.
               Exploté como un volcán, todo fuego y rabia destrucción. Que me respondiera con evasivas era todavía más ilustrativo que si lo hacía directamente.
               -Joder, Sabrae. Joder. Sea lo que sea lo que estés haciendo, yo no me merezco que te tomes esas molestias por mí.
               -No necesito que me sermonees.
               -No te estoy sermoneando. Es sólo que… mira, sé que el dolor físico puede ser una buena tirita para el dolor emocional, pero a la larga lo único que hace es empeorar tu estado, y tú… yo no debería hacerte enfermar.
               -No es nada de eso.
               No supe que tenía la cabeza debajo del agua hasta que no la saqué y pude tomar una buena bocanada de aire.
               -Dios. Joder. Vale. Menos mal. Acabo de ponerme en lo peor.
               -Yo ya estoy en lo peor. Mi novio se ha liado con la chica con la que me aseguró que no tenía nada-acusó, la voz rompiéndosele al final, y sentí una nueva arcada, pero me quedé callado mientras ella luchaba por el dominio de sí misma.
               Tragué saliva y esperé y esperé y esperé hasta que consiguió serenarse.
               -No sabes lo difícil que está resultando esto para mí, Alec. Yo… quiero perdonarte. Necesito perdonarte. He construido toda mi felicidad en torno a ti, soy quien soy en gran medida porque tú me has hecho así. No te imaginas con qué desesperación estoy encontrando la manera de explicar lo que ha pasado, pero cada vez que creo tener la solución al alcance de la mano, ésta echa a correr de nuevo y yo me quedo con las manos totalmente vacías. Desde que me lo dijiste he llegado a pensar incluso que lo estás exagerando todo, ¿sabes?-dijo-. Porque te conozco y sé que tienes esa horrible manía de pensar lo peor de ti mismo siempre, así que… yo sólo… he dedicado los últimos tres días a buscar hasta debajo de las piedras algo que me ayudara a creer que tú no has hecho lo que has hecho. Y estaba casi a punto. Luego he… hablado con… alguien que te conoce muy bien y…
               -Jordan. Has hablado con Jordan. Lo sé. Le pedí que fuera a verte la noche que Scott se marchara.
               -No te enfades con él.
               -¿Por hacer lo que le pido?
               -Por ser sincero conmigo. Shasha, mis amigas, Scott, Tommy y él son los únicos que lo saben. Ni siquiera se lo he contado a mis padres porque quiero elegir sin que nadie me juzgue. Cuanta menos gente sepa que estoy dispuesta a creer lo mejor de ti incluso cuando tú mismo me cuentas lo peor, mejor. Odiaría que todo el mundo me considerara una ingenua, pero Jordan… Jordan me ha hecho darme cuenta de que has tenido que hacerlo de verdad.
               -Es que lo he hecho, Saab.
               -Lo sé. Lo sé-jadeó, y me la imaginé negando con la cabeza-. No me lo habrías contado si no fuera verdad. No me harías tantísimo daño si no estuvieras seguro de ello. Y Jordan ayer me obligó a quitarme la venda, y yo no puedo ponérmela de nuevo, porque entonces nadie va a respetarme. Ni mis amigos, ni mi familia, ni siquiera tú, o yo. Joder, estaba tan cerca de no creerte. Tan, pero tan cerca. Y ahora tengo que decidir si pesa más lo que hacías en casa, cuando estabas conmigo y estabas saciado, a lo que haces fuera, cuando yo no estoy para enterarme de lo que haces y dejas de hacer. ¿Me entiendes? ¿Entiendes lo que te digo?
               -Perfectamente-asentí-. Ya no confías en mí.
               Sabrae se quedó callada, pero su silencio fue toda la respuesta que yo necesitaba. En el fondo de mi corazón yo ya sabía que estábamos en ese punto. Pues claro que no confiaba en mí. Yo valoraba la confianza precisamente por su volatilidad. Costaba muchísimo ganársela y muy poco perderla.
               Y yo había hecho todos los méritos para que Sabrae no supiera qué pensar ya de mí.
               -Sé que no es justo. Que me has demostrado un montón de veces que harías lo que fuera por mí, pero… no puedo evitar sentir esto.
               -Lo entiendo perfectamente, bombón.
               Sabrae cerró los ojos, las lágrimas deslizándose por las mejillas a miles de kilómetros de distancia.
               -Todo sería más fácil si intentaras negarlo y dijeras que Jordan se equivoca.
               -Jordan me conoce. Y tú también. Y yo te conozco a ti, y siento un profundísimo respeto por ti, a pesar de lo que pueda parecer. Por eso sólo pretendo faltártelo una vez en la vida, así que no voy a tratarte de tonta. Los dos sabemos que no lo eres.
               -Así que ahora estoy tratando de descubrir si soy capaz de pasar página y volver a disfrutar de ti como antes. Jordan y yo hablamos de los sacrificios que hiciste por mí antes de que empezáramos a salir, y no quiero que pienses que soy una ingrata por no tenerlos en cuenta, pero…
               -Jamás pensaría eso de ti, Saab.
               -Es que… Al-suspiró-. Yo no sé si puedo ser la típica novia que te prohíbe ir a Mykonos para que no te cruces con Perséfone, o que estaría todo el día encima de ti para asegurarme de que no hacéis nada. Podría seguir contigo después de que me pusieras los cuernos, pero no sé si podría perdonártelos, y creo que para no disfrutar de una relación, lo mejor es que se termine, ¿no?
               Tuve que mirar el suelo bajo mis pies para asegurarme de que la grieta que se había abierto en él estaba solo en mi cabeza. Mierda. Lo sabía. Si la hubiera dejado tranquila, habría resuelto esto sola y me habría llamado poniéndome un millón de condiciones que yo no dudaría en aceptar, por maquiavélicas que fueran, con tal de seguir juntos. En cambio, llamándola para que me diera una respuesta antes, lo único que había provocado era que reflexionara en voz alta y llegara a la misma conclusión que yo: no me la merecía. Si no teníamos confianza, no teníamos nada.
               -Sol-gimió.
               -¿Estoy asistiendo en directo a tu toma de decisión?
               -No. Sólo te expongo las cartas a las que me enfrento, pero tú tienes también voz y voto en esto.
               -Ya sabes cuál es mi voto, pero aquí necesitamos unanimidad. Te lo repetiré si lo necesita las veces que haga falta, aunque los dos sabemos que estamos de acuerdo también en que yo no me merezco que me hagas caso. Quiero que sigamos juntos. Quiero que me esperes en el aeropuerto cuando vuelva. Quiero volver a casa contigo cuando estemos en la universidad. Quiero verte vestida de blanco y prometerme que me vas a querer siempre delante de un cura, un imán o quien a ti se te antoje. Quiero que des a luz a mis hijos y que les pongamos nuestros apellidos combinados porque Malik-Whitelaw suena demasiado bien como para desperdiciar la oportunidad. Quiero ver el mundo contigo y quiero compartir cada amanecer y cada anochecer contigo. Ya he vivido bastantes solo. Ya estoy viviendo bastantes solo. Voy a seguir enamorado de ti hasta el día que me muera. Claro que, precisamente por eso, también sé que yo soy la última persona que se merece todo eso.
               Sabrae esperó un instante. Se mordió el labio, sacudió la cabeza y la apoyó contra la pared.
               -Dios mío, Alec. Podríamos haberlo tenido todo.
               Podríamos. Me va a dejar. Está buscando con desesperación una razón para no hacerlo, pero en el fondo se ha dado cuenta ya de que no la hay.
               -Me gusta demasiado lo que tengo en mente como para renunciar a ello.
               No me sentía con derecho a preguntarle en qué pensaba, pero yo tenía mis propios sueño por los que luchar. Sólo me quedaba rezar porque fueran los mismos que los de ella.
               -Siento muchísimo estar haciendo que pases por esto, bombón.
               -Y yo tenerte en ascuas. No lo estoy haciendo a propósito, lo prometo.
               -Siempre viene bien un poco de emoción.
               Sabrae sonrió al otro lado de la línea, y me gustó tanto ese sonido que supe que, si no me perdonaba, me las apañaría para inventar la primera máquina del tiempo e impedir que todo aquello hubiera pasado.
               -Sabes que estoy dispuesto a hacer lo que me pidas, ¿verdad? No volveré a Mykonos si es lo que quieres.
               -Mykonos es preciosa y tú estás demasiado guapo allí para privarme de esas vistas.
               Sabía que lo decía para rebajar la tensión del ambiente, pero no pude evitar sentir una renovada esperanza ante siquiera una broma sobre un posible futuro juntos.
               -¿Sabrae?
               -¿Sí?
               -Tómate el tiempo que necesites. No pienses en mí. Piensa en ti. Es lo único que voy a pedirte para que tomes la decisión correcta.
               -¿No vas a pedirme que te perdone?
               -Claro que sí, pero sólo si eso te hace bien. Si no… no te preocupes por mí. Tampoco estaba tan mal cuando era un gilipollas sin sentimientos que se tiraba a todo lo que se movía. Que no quiera nunca volver a ser él no quiere decir que no pueda.
               Cierra la boca, Whitelaw. No lo estás arreglando.
               -¿Alec?
               -¿Sí?
               -Creo que podría vivir no fiándome de ti. Pero no podría vivir sabiendo que es culpa mía que vuelvas a ser el Fuckboy Original. No ahora que sé qué persona hay detrás de él.
               Me limpié las lágrimas que sentí correrme por las mejillas con el dorso de la mano y jadeé en busca de aire. Joder. Con lo que me quería esta chica y yo era un cabrón con ella.
               -¿Te llamo en unos días para que te lo sigas pensando?
               -¿Para qué me lo preguntas si vas a hacer lo que te dé la gana?-bromeó. Desencajé la mandíbula y me pasé la lengua por las muelas.
               -Es que tenía la esperanza de que te estuvieras haciendo la difícil porque te apetecía contarme lo que llevas puesto.
               -¿Quién dice que lleve nada?
               Levanté la cabeza y me relamí los labios, notándome sonreír a pesar de que sabía que estábamos tomándonos el pelo porque los dos sabíamos que estaba a punto de acabarse. Y mejor quedar de amigos que de nada. Mejor que fuera riendo que llorando.
               -Me sé de uno que no se habría marchado si supiera que su novia iba a dedicarse al nudismo.
               -Y yo me sé de una que haría contagioso dicho nudismo.
               -Como si le supusiera un esfuerzo-ironicé, y Sabrae rió. Me la imaginé jugueteando con el cable del teléfono y relamiéndose los labios.
               -¿Nos llamamos el viernes?
               -Queda una eternidad para el viernes. Además, ¿por qué el viernes?
               -No sé. Siento que es lo correcto.
               -Mm. Vale. Te llamo el viernes, ¿a qué hora?
               -Cuanto te levantes.
               -Me levanto a las putas cuatro de la mañana.
               Sabrae se quedó callada.
               -Casi mejor que a las diez.
               -¿Ocho?
               -Alec.
               -Nueve.
               -Alec.
               -Nueve y media. Es mi última oferta.
               -Llámame a las diez o te empalo con mis cuernos de caribú.
               -Y dale con los cuernos de caribú. Fue un pico, Sabrae. Seguro que ni te asoman con tanto pelo.
               Sabrae sonrió al otro lado de la línea.
               -¿Nena? ¿Estamos de coña porque lo vamos a superar, o porque necesitas reírte con tal de no llorar?
               -No lo sé-admitió, cansada. No me extrañaba. Tenía el mundo encima y eso no era una chorrada.
               -Te dejo entonces. Siento mucho haberte molestado, bombón.
               -Nunca te importó los últimos catorce años, no sé por qué iba a empezar a importarte ahora.
               Esta vez fui yo el que sonrió, pero creo que la sonrisa no me subió a los ojos. Podría acostumbrarme a llamarla cada tres días y vacilarnos por teléfono. Sentí el impulso de preguntarle si podríamos ser amigos aunque rompiéramos, porque sabía lo que eso significaría: alejarnos un poco más del sí y acercarnos un poco más al no.
               -Elige sabiamente, nena.
               -En ello estoy, sol.
               Sabrae esperó. Yo esperé. Ella esperó también. Me pregunté si no me contestaría si se lo decía.
               Pero se lo dije de todos modos, porque soy boxeador. Estoy acostumbrado a entrar a matar, incluso cuando no las tengo todas conmigo de que no voy a besar la lona.
               -Te quiero.
               Sabrae me lanzó con su silencio un gancho de izquierdas que yo no me esperaba y que me hizo trastabillar unos segundos. Y luego…
               -Y yo a ti también.
               Aunque creo que casi habría preferido que colgara sin más. Porque lo dijo con una tristeza que empapó todo el recuerdo de nuestra conversación, como si nos estuviéramos despidiendo haciendo un resumen rápido de lo que habíamos tenido hasta entonces.
               Por primera vez, el amor que nos teníamos era un inconveniente en lugar de una ventaja. Una razón de tristeza en lugar de felicidad. Yo ya no era las alas en la espalda de Sabrae.
               Era el ancla que le impedía alzar el vuelo. Por eso le estaba costando tanto encontrar la manera de perdonarme. No estaba hecha para eso, para mí. Si habíamos encajado hasta ahora era porque los vientos así lo habían querido. Pero ahora se escuchaba una nueva canción llamándola en el aire, y Sabrae tenía que responder. Tarde o temprano, tenía que responder. Y no iba a hacerlo con un ancla a los pies.
 



             
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2 comentarios:

  1. Bueno, voy a empezar cagandome en todo lo cagable porque mas alla de la narrativa Sabralec hay q ser muy zorra para meterme en un solo capítulo tantos parallels de la ****** de Scommy. Para empezar, esto; “Eso sólo quiere decir que estás más cerca de cascarla aque nosotras, no que tengas ningún tipo de autoridad” es de tener mala baba. Ha sido leer la frase y pegar un gemido lastimero.
    Para seguir, lo de “Iba a echarlos mucho de menos porque sólo ellos dos juntos eran capaces de curarme mis heridas más profundas y hacerme sonreír en los días más horribles” HA SIDO PARA CASTRARTE HIJA DE PUTA. COMO ME HACES ESTO. TE MERECES CADENA PERPETUA.

    Quitando todo esto a parte y obviando hipócrita que es scott en cierta manera (porque en el fondo lo entiendo) me ha partido en dos lo mucho que esta sufriendo Saab y la conversación de ella y Jordan. Me parece que Jor es literal lo mejor que le podría pasar a a Saab teniendo tan lejos a Alec, porque la manera en la que ha conseguido darle la vuelta a la tortilla y plantear la posibilidad de que Alec este exagerando todo ademas de ser un amigo cojonudo es de ser muy puto amo.

    Termino diciendo que la conver por teléfono me ha dejado mal y odiándolos un poco porque aun estando asi sigue siendo los de siempre y se cachondean con el otro de una manera brutal. Ya he leido que vas a resplver esta trama del demonio la proxima semana y aunque todos sabemos como acaba, me va a encantar leer como a Alec le da un apechusque.

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  2. Me ha gustado mucho el cap y tengo unas cuantas cositas que comentar:
    - Con la actitud de Scott tengo sentimientos encontrados la verdad. Por una parte, entiendo que es su hermana y que está viendo que lo está pasando mal. Pero, por otra parte, está siendo un hipócrita sabiendo que hizo lo mismo (bueno, peor) y Alec aunque le echó la bronca también le ayudo a volver con Eleanor diciéndole que no se rindiera y apoyándole porque sabía cuánto la quería.
    - Sabrae reconociendo lo REINA que es Eleanor el contenido que merezco. Me ha faltado quizá una conversación entre las dos.
    - El momento “todas las chicas son inseguras” me ha destrozado.
    - Completamente innecesario meter esto: “Eso sólo quiere decir que estás más cerca de cascarla que nosotras, no que tengas ningún tipo de autoridad.” y esto “Iba a echarlos mucho de menos porque sólo ellos dos juntos eran capaces de curarme mis heridas más profundas y hacerme sonreír en los días más horribles.”
    - La conversación de Jordan y Sabrae 10/10 de verdad, esta amistad está siendo todo lo que no sabía que necesitaba. Y qué bonito el “Siempre podría pasar.”
    - La llamada me ha dejado fatal de verdad ODIO VERLES ASÍ NO PUEDO MÁS.
    - Y bueno también me está frustrando muchísimo el hecho de que Alec esté así en el voluntariado (que es lo normal con como están las cosas), pero necesito que empiece a disfrutarlo.
    Deseando leer el siguiente capítulo para ver como arreglas esto de una vez <3

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