domingo, 6 de noviembre de 2022

Faraón de bronce.


¡Toca para ir a la lista de caps!

Me giré como un resorte, las rodillas temblando mientras trataba de soportar mis kilos normales y los mil que me habían caído encima nada más escuché su voz. Sentía frío en las manos, que siguieron sujetando la foto de Alec y Jordan como si fueran las de un ladrón amateur que ha conseguido colarse en un museo y había burlado toda la seguridad de la pieza más valiosa para terminar siendo sorprendido por el personal de limpieza.
               Y me ardía la cabeza. Me ardía de un modo en que creo que no podría arderme ni aunque la sumergiera en un cubo de lava recién extraída de un volcán. Todo alrededor de la parte superior de mi cuerpo, más allá de la frontera de mi cuello, estaba ardiendo. Por debajo de mis hombros reinaba la tundra. Era la hija bastarda de los dioses del gélido invierno y un caluroso verano, algo que nunca debería haber existido, porque yo nunca debería haber pasado la noche con Jordan.
                Conseguir ponerme al nivel de Alec para que nadie pudiera decirme nada acostándome con el primer chico que se me pusiera por delante y obligándome a mí misma a fingir que habíamos abierto la relación era una cosa; pero acostarme con su mejor amigo era otra muy distinta. Daba igual que me hubiera emborrachado y que no recordara nada, daba igual que Jordan no hubiera respetado los sentimientos de Alec hacia mí: yo tenía culpa como la que más, porque, para empezar, había sido la que había ideado ese plan absurdo de cogerme la borrachera del siglo, follarme al primero que pasara y tratar de pasar página de esa forma. Puede que Jordan se hubiera dado cuenta de mi plan y hubiera decidido que el encargo que le había hecho Alec de cuidarme y hacerme su ausencia lo más llevadera posible también incluía algún polvo por compasión. Mejor él que otro chico que no me conociera, o peor; mejor él que otro chico que me conociera, o que conociera a Alec, y decidiera devolvérnosla a cualquiera de nosotros dos tratándome como a una mierda, desquitándose conmigo y luego presumiendo del trofeo que habrían sido mis gemidos debajo de él cuando Alec había conseguido los primeros que habían salido de mi garganta.
               Alec también podía verse arrastrado a aquella espiral autodestructiva a la que me había lanzado, pensaría Jordan. Y puede que me hubiera llevado a casa sólo para evitar los daños colaterales.
               Aun así… yo sabía que ahora estaba en manos de Alec. La pelota, enorme y pesada a más no poder en mi tejado, había volado hacia el suyo y se había convertido en apenas un balón de playa. Grande, sí, pero también muy ligero. Sería muy fácil que Alec me diera puerta por eso. De hecho, sería difícil que me perdonara. A mí, y a Jordan. Le habíamos hecho algo mil veces peor que lo que él me había hecho con Perséfone, no sólo por el acto en sí y lo lejos que habíamos llegado, sino porque… bueno, Perséfone no era comparable a Jordan. Para poder compararla, Alec tendría que liarse con Amoke.
               -Creo que podrás pasar sin que te amarren-decidió por fin Jordan, cogiendo una camiseta de uno de los montones del suelo, desenrollándola y empezando a ponérsela. La estaba añadiendo a los pantalones de chándal viejos que ya llevaba puestos, y que tapara ahora sus abdominales no hizo sino ponerme peor. A cualquier chica le habría encantado la vista de su torso desnudo, de un tono aún más oscuro que el mío y que casaba perfectamente con el estereotipo literario de “chocolate”, no sólo por el color, sino también por la forma. Igual que Alec, Jordan tenía los abdominales bien definidos, así que contaba con la tableta por la que muchos chicos se mataban y muchas chicas se volvían locas. Me pregunté si yo me habría vuelto loca tocándoselos como lo hacía con Alec, si me habría dedicado a arañárselos mientras gemía cuando él me embistiera, y se me llenaron los ojos de lágrimas. Tenía piedras en el pecho y en el estómago y muy pocas ganas de seguir viviendo.
               No solía ser imbécil, así que cuando lo era, supongo que lo hacía a lo grande para compensar el tiempo que trataba de portarme bien.
               Jordan se sentó en el reposabrazos del sofá oculto casi por completo por ropa sucia y limpia por igual y entrelazó las manos entre las piernas. Arqueó una ceja y siguió estudiándome con la mirada de un ornitólogo que descubre un pájaro gigantesco y colorido en un mundo monocromático. Yo no debería estar allí. No pertenecía a ese lugar. Todo en mí decía que eso estaba mal.
               Me miré el cuerpo: la camiseta que me quedaba enorme y que sólo podía ser suya, los bóxers asomando un centímetro por su borde, los pies descalzos entre bolsas de comida basura y… más envoltorios de preservativos. Al menos no había condones usados tirados por el suelo; no sabía cómo reaccionaría a las pruebas irrefutables del delito.
               Claro que tampoco tenía mucho consuelo en los envoltorios abiertos.
               Levanté un poco la vista, lo justo para ponerla en la cama. Tenía manchas de maquillaje allí donde yo había rodado por ella, y supuse que estaría hecha un absoluto desastre si me miraba al espejo. Encontré en aquello otra razón para no hacerlo: no iba a ser capaz de vivir conmigo misma mirando mis facciones, aquellas que tantísimas veces había admirado y alabado Alec, y que luego otro había disfrutado después. Y encima el otro era Jordan.
               -Dime, Saab, ¿vas a dejarme disfrutar de algún fin de semana a partir de ahora, o voy a tener que encerrarte para poder salir de fiesta tranquilo?-preguntó de nuevo Jordan, el ceño fruncido y la voz dura. Supongo que él también estaba cabreado conmigo; no lo habíamos hecho por iniciativa suya y se había metido en un lío de mil demonios por tratar de protegerme. Si lo había hecho para que yo aprendiera la lección, sacaría, como mínimo, matrícula de honor: no volvería a acercarme a ningún chico en lo que me quedara de vida, independientemente de la reacción de Alec y si éste, en su infinita misericordia, se las apañaba para no matarnos.
               -Me…-carraspeé. Tenía la boca seca y me ardía la garganta. Intenté no pensar en que la última vez que había estado así había sido el último día que había estado con Alec: me había hecho gritar tanto en el Savoy que mi voz no parecía la mía cuando él se marchó. Jordan se cruzó de brazos e hizo un gesto con la cabeza hacia la mesita de noche, en la que había una botella de agua reflejando de una manera tremendamente dolorosa la luz solar que se colaba por la ventana. Recogí la botella y traté de abrirla, pero me dolían las articulaciones y el tapón estaba muy duro. Jordan bufó por lo bajo, se levantó y vino hasta mí.
               -Trae-dijo, y por primera vez hubo un poco de dulzura en su voz. No tanta como la que teñía la de Alec cuando yo no era capaz de abrir un bote y me negaba en redondo a pedirle ayuda, pero… algo había. Como si se hubiera dado cuenta de que no necesitaba que me hicieran la vida más difícil.
               Abrió el tapón con un chasquido y me tendió la botella. Su piel quemaba al tacto, aunque no tanto como su mirada. Esperó a que diera un par de generosos sorbos antes de alejarse de mí, asintiendo con la cabeza de un modo que me recordó muchísimo a Alec cuando nos comprábamos una botella de lo que fuera a medias y dejaba que fuera yo la que se la empezara. Como si aprobara que cuidara de mí después de haberme llevado a mis límites.
               -Me parece que no voy a volver a salir en una temporada-respondí, limpiándome una gotita que se deslizó por una de las comisuras de mi boca con el dorso de la mano. Jordan se rió por lo bajo, se pasó una mano por el pelo, siguiendo la línea de unas rastas que no estaban allí, y se giró para mirarme por encima del hombro.
               -Mejor. Porque dudo que Alec estuviera pensando en lo de anoche cuando me hizo prometerle que te cuidaría. Scott, Tommy y yo hemos estado revisando las notas que me ha dejado y no hay mención alguna a estos ataques de histeria. Así que lo de ayer no se va a repetir, ¿vale, Sabrae? Porque yo no pienso salir a salvarte el culo otra vez. Ése no es mi trabajo. Es el de Alec.
               Intenté ignorar el pellizco en el corazón que fue el nombre de mi hermano. Scott, Tommy y yo hemos estado revisando las notas que me ha dejado. Era muy consciente de que había dado el espectáculo en público y para todo Londres, pero con mi hermano me había comportado especialmente mal. Aún no era tarde para tratar de arreglar las cosas con él, pero me daba vergüenza hasta salir de la habitación de Jordan. Allí, mis errores y yo estábamos bajo arresto, controlados e incapaces de hacerle más daño a las personas a las que queríamos, pero cuando me marchara de casa de Jordan en uno de los paseos de la vergüenza más sonados de toda la historia, todo se me echaría encima con las dimensiones que realmente tenía.
               Le había puesto los cuernos a mi novio con su mejor amigo y encima me había comportado como una gilipollas de campeonato con mi hermano por, simplemente, intentar protegerme y hacérmelo todo un poco más fácil. Estaba claro que no me merecía a Alec, y no había dudas de que no me merecía a Scott.
               -No se repetirá.
               -Guay-respondió un irónico Jordan, poniendo los ojos en blanco de la misma manera en que lo hacía Alec. Se me dio la vuelta al estómago en cuanto vi que cabía la posibilidad de que hubiera sido yo la que lo hubiera empezado todo. ¿Y si había conseguido encontrarme antes que mi hermano? ¿Y si me había abalanzado sobre él porque, oh, Dios, era tan parecido a Alec a pesar de ser completamente diferente a él? ¿Y si había sido yo la que había tomado la iniciativa? ¿Y si Jordan sólo me había dejado hacer para conseguir tranquilizarme? Me volvía terriblemente insoportable cuando me emborrachaba. En lo único en lo que pensaba era en sexo, al menos desde que estaba con Alec. Le había dado una Nochevieja tremenda a él. ¿Y si los gestos habían sido suficiente para que yo obviara la diferencia de melanina en la piel, la textura de su pelo y el dolor que sentía en el corazón, seis mil ciento cincuenta y seis alfileres que se me clavaban un poco más profundo con cada latido, porque necesitaba sentirme bien?
               ¿Había sido suficiente para mi yo borracha lo idéntico de sus gestos? ¿A eso se reducía Alec cuando yo bebía alcohol? ¿A la manera en que sonreía y cómo ponía los ojos en blanco y cómo se pasaba la mano por el pelo, y…?
               -Entonces creo que, por esta vez, no tenemos por qué contárselo a Alec. No vaya a preocuparse y sentirse culpable por lo que ha pasado.
               Por esta vez.
               Por esta vez.
               Por esta vez.
               -No va a haber más veces-sentencié, a pesar de los puñales clavándoseme en la cabeza-. Y claro que se lo vamos a contar a Alec. ¿Te estás oyendo, Jordan? No podemos… escucha, asumiré toda la responsabilidad de lo que ha pasado y le diré que ha sido cosa mía y que tú sólo te has dejado llevar, pero tenemos que decírselo.
               -A ver, Sabrae, es que sólo ha sido responsabilidad tuya, ¿sabes? Eres la que se ha vuelto chiflada y se ha puesto a beber como una cosaca. Yo he estado perfectamente toda la noche. Bueno, “perfectamente”, sin contar con que me has tenido preocupadísimo desde que te traje a casa.
               -Creo que lo mejor será que omitas la parte en la que yo estoy muy borracha y tú estás completamente sobrio, Jor, porque… puede parecer lo que no es.
               Jordan parpadeó.
               -¿El qué puede parecer?
               -Que te has aprovechado de mí-dije, y Jordan abrió los ojos y la boca, pero yo agité la mano frente a mí-. Escucha, mira, en condiciones normales te echaría una bronca increíble por montártelo con una chica que no sabe ni cómo se llama…
               -Para, para, para…
               -Pero creo que lo de esta noche ha sido excepcional y que tú no eres así, así que no voy a decirte nada, porque, realmente, la culpa es mía y…
               -¿Montármelo? ¿Qué?
               Parpadeé, mirándolo. Abrí la boca y la cerré, abrazándome a mí misma. Jordan frunció el ceño tanto que su frente prácticamente desapareció, replegándose sobre su nariz.
               -Sabrae-pronunció mi nombre muy, muy despacio, como una palabra exótica y potencialmente ofensiva según la inflexión que usaras en su extraño idioma-, ¿de qué estás hablando?
               No entendía su confusión. Él era el que había permanecido sobrio toda la noche, así que no podía hacerse el tonto como sí podría haberlo hecho yo. Yo tenía opciones de fingir que no había pasado nada, de hacer como que Jordan sólo me había cuidado, me había llevado a su casa y me había puesto su ropa y me había metido en su cama para asegurarse de que yo descansaba y dormía bien la mona, pero no había sido así. No podía ser así. Lo que habíamos hecho estaba mal aunque fuera precisamente lo que yo había ido buscando; y, para más inri, había pruebas de ello por todas partes. Llevaba su camiseta, llevaba sus calzoncillos, había envoltorios de condones abiertos a ambos lados de la cama. Era tan evidente que parecía hasta mentira.
               Pero Jordan no era tan buen actor.
               -Nos hemos acostado, ¿n…?-empecé, pero Jordan no me dejó continuar. Pegó un salto hacia atrás, y si no fuera por los años en que había lidiado con su desorden y que ya le habían curado de espanto, se habría tropezado con una bolsa de deporte, se habría caído hacia atrás, y muy posiblemente se habría roto la cabeza.
               -Pero, ¿¡qué dices!? ¡¿CÓMO VAMOS A ACOSTARNOS TÚ Y YO, SABRAE?! ¿¡Es que estás mal de la cabeza!? ¡¡ERES LA NOVIA DE MI MEJOR AMIGO!! ¡¡Para mí, eres idéntica a una Barbie: no tienes absolutamente nada entre las piernas!!
               Se me retorció el estómago de una forma muy reconfortante y que hacía tiempo que no sentía cuando Jordan pronunció las palabras “la novia de mi mejor amigo”. Por primera vez desde que había decidido seguir aquel camino, descender a los infiernos para ponerme a la altura de Alec y que todo el mundo justificara que yo le perdonara y siguiéramos adelante, mis entrañas reaccionaban con algo que no era asco ni tampoco autocompasión.
               -Pero, entonces… pero, yo… ¿qué hago aquí?-dije con un hilo de voz, y Jordan se pasó una mano por el mentón, bajando desde sus mejillas hasta su mandíbula. Puso los brazos en jarras y sacudió la cabeza, mirándome de forma que parecía creer que Alec y yo éramos tal para cual: tontos perdidos ambos.
               -Te he traído a casa-Jordan juntó las palmas de las manos frente a él, y las agitó hacia delante mientras se inclinaba hacia mí- antes de que alguno de esos gilipollas contra los que te frotabas como una gata en celo decidieran coleccionarte como si fueras un trofeo. Porque puede que Alec no esté para protegerte, pero yo sí. Y no sé qué coño es lo que te proponías anoche, ni la razón por la que estabas así de rara, ni lo quiero saber, en realidad. No voy a dejar que hagas algo de lo que luego puedas arrepentirte y por lo que Alec pueda reventarme la puta cabeza. Negaré que he dicho esto si alguna vez se lo cuentas, pero seamos francos: Alec es más rápido y más fuerte que yo. Podría apañárselas para matarme. Y por ti, lo haría.
               Alec podría apañárselas para matarme. Y por ti, lo haría.
               Se me llenaron los ojos de lágrimas. Si Jordan supiera lo que Alec había hecho… eso que yo ni siquiera terminaba de creerme del todo, ahora ya por mi terquedad de que no era tan tonta como para no haberme enamorado de alguien que tenía a todas las chicas del mundo a su disposición, salvo una, y se quedaba con esa una.
               Jordan no iba a dejarme hacer nada de lo que me arrepintiera, pero, ¿habría dejado que Alec me hiciera lo que me había hecho? ¿Cómo iba a ponerme al nivel de su mejor amigo si lo tenía agarrándome de la mano en el último momento justo cuando hacía amago de saltar por el precipicio?
               -Alec me dio permiso para hacer eso…-dije con un hilo de voz, y Jordan bufó sonoramente.
               -Me la pela lo que ale te dijera. No vas a ponerle los cuernos a mi mejor amigo delante de mí. Punto.
               Jordan puso los brazos en jarras, una montaña de ónice alzándose ante mí, protector y a la vez amenazante, dándome sombra en un día caluroso y, a la vez, atrayendo antes la noche.
               -Nadie te va a tocar un pelo mientras Alec esté lejos, ¿me oyes, Sabrae? Quieras tú, o no lo quieras. Si no lo quieres, con más razón, pero incluso si por cualquier motivo de repente decides que te apetece enrollarte con algún payaso de los que te rondan como buitres ahora que Alec no está para espantarlos, entonces tendrás que romper con él primero, enseñarme la carta en la que él lo acepta, y entonces, sólo entonces, dejaré que hagas lo que te dé la puta gana.
               Sentí una opresión en el pecho. Tendría que ajustar mi plan si quería seguir con él. Para empezar, tenía que prescindir del alcohol, hacer de tripas corazón y elegir bien al chico a cuya casa me fuera. Y, por descontado, tendría que ser en el centro. Jordan controlaba la calle de las fiestas, al menos, hasta que se marchara a la universidad.
               No podía esperar a que llegara septiembre. Tenía que resolverlo ahora.
               -Entonces, si tú y yo no hemos hecho nada…
               -Mira, Sabrae-me cortó-, sé que Alec te tiene la cabeza comida con que eres irresistible y que todos los tíos del mundo se la cascan pensando en ti, pero la realidad es que algunos somos capaces de resistirnos a tus encantos femeninos, ¿sabes?
               -¿Por qué lo dices como si fuera un orco?
               -Porque me está costando Dios y ayuda no partirte la cara por ser capaz de simplemente pensar que yo le haría eso a Alec. Lo único peor que tu novia se folle a tu mejor amigo es que tu mejor amigo se folle a tu novia. Al menos así funciona en el mundo de los tíos-se encogió de hombros-, y no me interesa descubrir cómo lo hace en el mundo de las tías si eres capaz de estar aquí plantada insistiendo e insistiendo en que anoche pasó algo cuando los dos sabemos que no fue así.
               -Tú lo sabrás, pero yo no tengo por qué. Me he despertado en tu cama, con ropa tuya puesta, y…
               -Te han cambiado Tommy y Scott. Están durmiendo en el piso de abajo, después de que Tommy convenciera a Scott de que no podían llevarte a casa y tú te volvieras absolutamente loca cuando intentamos acostarte en la habitación de Alec. Casi le sacas un ojo a Tommy por intentar entrar en su habitación contigo. Así que te hemos traído aquí, y como estabas prácticamente desnuda con esa “ropa” que llevabas (si es que se la puede llamar así), yo salí de la habitación mientras ellos te ponían una de mis camisetas limpias y mis gayumbos. Y si he sido yo el que ha dormido contigo, es porque tu hermano no quería verte ni en pintura, de la mala hostia de la que lo has puesto. ¿Tienes idea de todo lo que habría podido salir mal, Sabrae? Podría haberte pasado cualquier cosa. ¿En qué coño estabas pensando?
               -¿Y los envoltorios de condones?
               Jordan se puso rígido.
               -¿Qué pasa con ellos?
               -¿Qué hacen al lado de la cama si no hemos…?
               -Que tú hayas dormido en mi cama no significa que no la haya usado para otras cosas antes, ¿sabes, niña?
               Miré en derredor. Lo cierto es que, teniendo en cuenta el estado de su habitación, tenía sentido que llevaran allí tirados más tiempo que yo. De hecho, pensándolo en frío, tenía que admitir que Jordan tenía razón: mi idea era completamente absurda. No me imaginaba a mí misma lanzándome a por Jordan por muy borracha que estuviera, independientemente de mi pérdida de morales que me dirigieran; y, por encima de todo, no me imaginaba a Jordan tocándome un solo pelo de la cabeza estando sobrio.
               Así que tenía que ser verdad. Por mucho que todo indicara a lo contrario, Jordan y yo habíamos pasado la noche juntos como yo la pasaba con Scott. Seguía habiendo dormido sólo con un chico en toda mi vida, y ese chico no estaba en aquella habitación, ni en el país, ni en el continente.
               -Sé que la habitación está hecha un desastre, pero…
               -No ha pasado nada-dije por fin, notando cómo mi pecho se iluminaba de la emoción. Jordan se me quedó mirando y negó despacio con la cabeza.
               -No. Ya te lo he dicho. Yo no le haría eso a…
               -¡No ha pasado nada!-celebré, eufórica, lanzándome a sus brazos y estrujando la cintura de Jordan contra mí. Pegué la mejilla a su pecho y por un momento me dejé llevar por la sensación de tener un cuerpo masculino y relativamente familiar en mis brazos, el tacto de sus músculos contra mi piel, lo distinto de su silueta a la mía, y…
               Echaba muchísimo de menos a Alec. Lo echaba tanto de menos que me dolía. Había sido una tonta creyendo que sería capaz de sobrevivir a su ausencia: claramente no era así. Cada segundo que pasaba mi cuerpo lo anhelaba como las abejas anhelan la primavera, y él debía de echarme de menos igual que la primavera anhela a las abejas. Las dos se necesitaban igual que Alec y yo nos necesitábamos el uno al otro.
               Él había cometido un error terrible. Un error en el que yo había descubierto cuál era mi lugar realmente en su vida, pero, ¿no hay gente que prefiere el oro dorado antes que el blanco, por mucho que éste se parezca al platino? Tenía que tener la esperanza de que Alec me elegiría a mí.
               Porque yo iba a elegirlo a él. Siempre le elegiría a él.
               -Me estás clavando el piercing-se quejó Jordan por fin, agarrándome de los brazos y tirando suavemente de mí: no lo suficiente como para separarme de él si yo no quería, pero sí lo bastante como para darme cancha a dejar espacio entre nosotros. Dejé que me separara de él y solté una risita nerviosa, notando una nueva ola de lágrimas ascendiendo por mi garganta-. ¿No te hace daño cuando Alec te chupa las tetas, tía? Porque me consta que ese cabrón no tiene nada de delicadeza cuando tiene la polla al aire.
               -No puedo creerme que no haya pasado nada-repliqué, haciéndole caso omiso. No me apetecía bromear con lo que Alec hacía o dejaba de hacer, sólo quería… dejarme llevar por esa sensación de alivio arrasador que tanto necesitaba. No había pasado nada. Me había librado por los pelos de cometer uno de los mayores errores de mi vida.
               Tenía gracia que, de una forma u otra, Alec siempre se las apañaba para estar involucrado en mis mayores errores.
               -Sí, pero no ha sido porque tú no lo hayas intentado-escupió Jordan-. ¿Qué bicho te picó ayer? Nunca, jamás, te había visto así. Eso no es propio de ti, Sabrae.
               Aquellas palabras sirvieron para ponerme de nuevo en la órbita de aquel dolor punzante que llevaba atenazándome desde la mañana del día anterior. Si bien no consiguieron lanzarme al punto de partida en el que había estado atrapada durante horas, sí que me arrebataron la tranquilidad de saber que el destino me sonreía de nuevo. Puede que lo de ahora fuera más bien un simple gesto de compasión, pero no la calma que venía tras la tormenta. Quizá la habitación de Jordan era el ojo del huracán.
               Abrí la boca para responderle, pero en ese momento escuché el sonido de pasos que subían por las escaleras. Me eché a temblar de nuevo: Jordan no me había echado ni la mitad de bronca de la que me echaría Scott, y lo peor de todo es que no podía sino darle la razón a mi hermano. Me había puesto en peligro por seguir un estúpido plan que había pensado poco, y lo poco que lo había pensado había sido estando borracha en mi dolor y mi tristeza. Podrían haberme pasado cosas horribles, y si no había sido así, había sido por la insistencia de los chicos que todavía estaban cerca de mí y que seguían preocupándose por mí como el que más.
               El primero en aparecer a través de la puerta de la habitación de Jordan, que daba a unas escaleras que yo no sabía si había subido alguna vez en mi vida o me habían llevado en volandas, fue Scott. En cuanto su cabeza pasó el nivel del suelo sus ojos se clavaron en los míos, y no necesité ver su boca para saber que la tenía fruncida en una fina línea que pronto se abriría para vomitar sacos y culebras.
               Lo que yo me merecía, por otro lado.
               Subió los escalones que faltaban y tiró del reposabrazos para girarse pronto hacia mí. Estaba decidido a destrozarme si hacía falta, y no sabía si agradecía la pasión con la que me defendería o me daba miedo por las pocas opciones que me dejaba a seguir con ese plan que había esbozado en mi cabeza y había tratado de ejecutar demasiado pronto.
               Tommy iba detrás de él. Tenía el pelo revuelto y expresión de cansancio preocupado, pero incluso en sus dulces ojos del color del cielo había un tinte de reproche que me hizo sentir vergüenza de haber sido tan descuidada. No era sólo mi bienestar el que estaba en juego: que me hicieran daño a mí se reflejaría en demasiados corazones como para actuar sin tener en cuenta las consecuencias.
               -Hol…
               -Ni “hola” ni hostias, Sabrae-bramó Scott, ya en la habitación de Jordan, abriéndose paso entre las pilas de ropa y el resto de basura desperdigada por el suelo como Moisés en el Mar Rojo. Era el nuevo rey de la música en Inglaterra; unas sudaderas descolocadas no tenían nada que hacer contra sus pies-. Deberías besarnos los pies a los tres por lo que hicimos anoche. Y deberías chupársela a Tommy-señaló a su amigo con un dedo acusador- por insistir en que no te llevara a casa para que mamá y papá vieran cómo te habías puesto. Que sea la última vez que estoy hablando contigo y te piras de esa manera, ¿me estás escuchando? ¡¿Me estás escuchando?!-ladró, apartando a Jordan de un empujón y agarrándome por el cuello de la camiseta, pegándome tanto a él que sentí su aliento ardiéndome en la cara. Asentí con la cabeza y Scott me soltó. Se pasó una mano por el pelo, dándome la espalda mientras se paseaba por la habitación, las manos en las caderas y los hombros arqueados. Tenía la silueta de un buitre, y me di cuenta entonces de que estaba a punto de saltar sobre mí. Lo único que podía hacer para evitarlo era no dar ningún paso en falso, o me pondría bajo su punto de mira y ya sí que no habría escapatoria de él.
               Porque Scott tenía las mismas ganas que Alec de irse al voluntariado de marcharse de tour al otro lado del océano. Una cosa era irse a un edificio en el centro de la ciudad, accesible por medio de varios trasbordos en el metro, y otra muy distinta era hacer que sus rutinas del sueño y las mías ya no coincidieran. Le gustaba hacer conciertos, pero no le gustaba un pelo separarse de mí.
               Era muy capaz de no irse de gira con tal de quedarse conmigo, y si se enteraba de lo mal que estaba realmente… de lo que me había hecho Alec…
               Se giró por fin, fulminándome con la mirada de un modo que me acojonó. Era papá. Era papá con los ojos de mamá. Era la mezcla perfecta de ellos dos. Así que podía reñirme igual de bien que lo hacían ellos dos combinados. La única decepción que podía dolerme más que la de mis padres era la de mi hermano; Scott me había dado todo lo que yo tenía: me había encontrado en el orfanato, me había puesto mi nombre, había sido mi primera palabra y la presencia cálida y reconfortante que me había consolado en mis primeras pesadillas.
               -Yo me voy a ir-dijo al fin, y yo me quedé quieta-. Me voy a ir y Tommy se va a ir y puedes apostar el culo a que Jordan, que no tiene absolutamente ninguna responsabilidad sobre ti, se va a ir. No vamos a estar todo el rato vigilándote para ver en qué momento te vuelves loca e intervenir para que no te hagan daño. Sé que lo estás pasando mal por Alec, ¿vale? No me puedo ni imaginar lo que debe de ser para ti no tener más que una carta cada semana en la que él te cuente lo que le está pasando, pero tienes que ser más lista que esto, Sabrae. Alec no va a venir a rescatarte por muy loca que te vuelvas y muy pésimas que sean las decisiones que tomes, y lo que hagas no sólo te afecta a ti-aquello me sentó igual que un puñetazo en el estómago, pero Scott continuó-. Anoche fuiste una egoísta. Jamás, en mi vida, te he visto comportarte así. No me entra en la puta cabeza que hayas sido capaz de escaparte para desmadrarte porque en tu jodida cabeza hay algún cable enredado que te dice que la mejor manera de pasar la ausencia de Alec es bebiendo hasta dejar de ser consciente de lo que haces y…-se calló, incapaz de continuar. Cerró los puños y sacudió la cabeza-. ¿Se te ha olvidado quién eres? ¿Se te ha olvidado lo importante que eres? Llevas siéndolo desde que naciste, pero ahora lo eres más. La gente puede y va a utilizarte simplemente por ser familia de quien eres. Ahora no sólo tienes que cuidarte de los que quieren hacerles daño a mamá o a papá; también tienes que cuidarte de los que quieren hacerme daño a mí. De los que quieren hacerle daño a Alec. Sé que es inevitable que pases por la edad del pavo, pero este no es el momento de volverte gilipollas. Tú no puedes permitirte convertirte en la típica niña rica fiestera, Sabrae, porque te van a destrozar a la mínima oportunidad que se les presente por, simplemente, ser mi hermana, ser hija de mamá o de papá, o ser la novia de Alec. Has tenido quince años para rebelarte, ¿y lo haces justo ahora, cuando estamos a punto de dejarte sola?
               Agaché la cabeza y me fijé en una bolsa de Doritos a los pies de la cama. Estaba arrugada y a su alrededor había un polvillo naranja neón que me recordó al cráter de una bomba nuclear. Yo era esa bolsa de Doritos. Y el polvillo naranja, la gente que me quería y a la que tanto daño había podido hacerle aquella noche, si en vez de irme con Jordan, Scott y Tommy me hubiera ido con algún chico que acabara de conocer… o con varios.
                Yo ya estaba arrugada en el suelo. Estaba arrugada, hecha añicos… pero eso no me daba derecho a que los demás lo pasaran mal. Mi dolor era sólo mío, yo sola debía gestionarlo y yo sola debía encontrar la manera de sanar de él. Puede que me lo hubiera infligido Alec, pero la responsabilidad de curarme era mía. Yo tenía el poder de perdonarlo y seguir adelante si quería, o decidir que aquello me dejaría una cicatriz que no podría dejar de ver, una línea pálida y nudosa en el centro de mi pecho como la de Alec, cada uno recordando en qué momento nos habíamos perdido a nosotros mismos.
               -Puede que ése sea el problema-susurré en voz baja, pero como Scott estaba cerca de mí, esperando mi respuesta, logró escucharme. Y se envaró. Y por la forma en que Tommy y Jordan contuvieron la respiración, los ojos puestos en nosotros dos, supe que ellos también habían podido oírme.
               -¿Porque vamos a dejarte sola?-preguntó Scott, y si hubiera tenido el valor de mirarlo, habría visto cómo su mirada se había suavizado-. Porque si es por eso, Sabrae… puedes venir con nosotros a la gira. Y luego, durante la promoción y las grabaciones…-por la forma en que dudó, supe que le estaba lanzando una pregunta mental a Tommy, pidiendo permiso para que les acompañara también a aquello. El tour estaba incluido en el paquete de las familias por el mero hecho de ser un evento como ningún otro, pero se suponía que cuando lo terminaran, empezarían su vida de solteros independizados. Irían a la universidad. Se irían a vivir juntos. Ya habían mirado varios pisos cerca de la facultad en la que pretendían estudiar, y en ninguno había incluida una habitación para hermanas menores. Además, Tommy también iba a dejar atrás a sus hermanos pequeños. Que yo me fuera con ellos no era justo para Dan y Astrid, y sin embargo…
               … Tommy lo permitiría. Tommy lo permitiría con tal de impedir que yo siguiera en aquella espiral autodestructiva.
               -Pero esta no es la manera de pedirlo-sentenció por fin Scott, el semblante duro de nuevo, la voz otra vez de hermano mayor-. Si te sientes sola o quieres venir con nosotros, volverte loca de fiesta no es la manera, Sabrae. Podría haberte pasado cualquier cosa. Podrían haberte hecho daño. Podrían... me pongo enfermo sólo de pensar en lo que habría pasado si tus amigas no te hubieran colado el AirTag en el bolso.
               Levanté la vista y los miré, confundida. Tommy asintió con la cabeza.
               -Las llaves de Kendra-dijo Tommy al fin, y yo me quedé callada, el corazón oprimido, la garganta totalmente cerrada. Claro. Ken era un desastre con las llaves; había perdido lo menos diez pares antes de que sus padres la amenazaran con no dejarle salir más de casa hasta que no fuera más organizada, y nosotras habíamos corrido a comprarle un localizador de Apple para ponérselo en el llavero para así poder salvar nuestra libertad horaria. El no tener que preocuparnos de cuándo llegaríamos a casa para que Kendra tuviera a alguno de sus padres en ella para abrirle la puerta era algo que no queríamos perder.
                Habían venido conmigo cuando yo me había empeñado en irme del local en cuanto Jordan me dejó claro que no tenía pensado participar en mi plan maestro de emborracharme y tirarme al primero que pasara. Así que habían tenido la oportunidad perfecta para colarme las llaves de Kendra en el bolso, y…
               Crucé la cama para recoger mi bolso, lo abrí y… allí estaban. El peluchito de Cinamorroll que sostenía un disco plateado con una K grabada en el mismo. Se me oprimió un poco más la garganta por las náuseas y las ganas de llorar. Habían sido mis amigas las que me habían salvado. Si no fuera por ellas…
               -Que lo estés pasando mal no te da derecho a hacer estas cosas, Sabrae-dijo Scott con calma, acercándose a mí. Se puso de rodillas y… y si me decía que se quedaría si yo se lo pedía, perdería la razón. Alec me había dicho eso mismo, en ese mismo tono, hacía demasiado poco tiempo. Ni dos vidas serían suficiente para que yo me olvidara de ello-. No eres Bella Swan en Luna Nueva. Tus acciones tienen consecuencias. Ahora has tenido muchísima suerte, pero ni Tommy, ni Jordan, ni yo vamos a estar para salvarte ahora que no puede hacerlo Alec. Así que no se te ocurra volver a ponerte en peligro, ¿me oyes? Porque no me perdonaría en la vida que te pasara algo mientras estoy fuera. Y estoy seguro de que Alec tampoco se lo perdonaría. Ya bastante mal debe de estar pasándolo por estar lejos de ti, como para encima enterarse de que te han hecho daño porque lo echas tanto de menos que no te funciona bien la cabeza-intentó sonreír, pero la sonrisa no le subió a los ojos, y yo… yo ya no podía más. Ni Alec era un santo ni yo una niña desvalida. Los dos habíamos cometido errores, y cada uno debía apechugar con sus consecuencias. Eso era lo que me decía Scott, arrodillado frente a mí, tratando de buscarle una explicación a mi comportamiento errático, cuando la verdad era mucho más simple: no lo había.
               Igual que tampoco la había a que Alec hubiera besado a Perséfone. Simplemente había pasado y punto, y cada uno tenía que vivir con lo suyo.
               Me eché a llorar por fin, incapaz de controlar por más tiempo esa sensación de inestabilidad. Me senté en la cama y escondí la cara entre las manos, las imágenes de Alec con Perséfone que me había ido formando a lo largo de las últimas 24 horas presentándose para torturarme. Él y ella besándose en Mykonos, él y ella paseando por Mykonos, él y ella bañándose en el mar de Mykonos, él y ella follando en Mykonos.
               Él y ella besándose en Etiopía. Él y ella paseando por Etiopía. Él y ella bañándose en el lago en Etiopía.
               Él.
               Y ella.
               Follando.
               En…
               -Te digo esto por tu bien, chiquitina. Sabes mejor que nadie que no quiero que te hagan daño-susurró Scott, acariciándome la rodilla desnuda. Todo aquello estaba mal: la ropa, la cama, la habitación, la casa. El vecindario. Yo no debería estar allí.
               -Pues ya me lo han hecho, Scott-gemí, y Scott me besó la rodilla.
               -Él va a volver, Saab. Antes de que te des cuenta, va a volver.
               No es por él. Sí es por él, pero no es por él. No es porque se haya ido, que también. Es porque me hizo una promesa y tardó menos de una semana en romperla. Es porque me hizo creer que yo no tenía nada de lo que preocuparme con Perséfone, y al final resultó ser mentira.
               ¿Confías en mí?, escuché a Alec en mi cabeza. Me estaba fragmentando el alma pensar que la respuesta ya no era un sí.
               -No es porque no está.
               Cállate. Cállate. Cállate.
               -Entonces, ¿por qué es?
               Sus manos eran suaves, reconfortantes. Tenía los ojos de mamá. Los primeros ojos que había visto en mi vida que no me habían dejado atrás. Scott no iba a dejarme atrás. Scott no me engañaría como lo había hecho Alec.
               No se lo digas, no se lo digas, no se lo digas.
               Pero, si no se lo decía a Scott, la persona gracias a la cual yo estaba contando mi historia, ¿a quién iba a decírselo, entonces?
               -Porque me ha puesto los cuernos, Scott.
               Scott se quedó quieto. Tommy cogió aire. Jordan no se movió en un rato. Luego, Tommy y él intercambiaron una mirada mientras Scott inhalaba profundamente.
               Me quité las manos de delante de la cara y las dejé caer sobre mis piernas mientras mi pecho subía y bajaba con contracciones arrítmicas al llorar. Scott me observó y me observó y me observó en el más absoluto de los silencios, hasta que le preguntó a Tommy, sin dejar de mirarme, con una voz oscura que yo no le había escuchado nunca:
               -¿Esto era lo que te daba miedo sentir y por lo que no querías que saliera con Eleanor?
               Tommy cogió aire y, mordiéndose el labio, respondió:
               -Sí.
               Scott siguió mirándome un rato más, memorizando mis lágrimas igual que yo había memorizado su expresión dolida del día anterior. Sabía que se torturaría toda la vida con esa imagen igual que lo haría yo. Igual que yo lo hacía ya con esos dibujos mentales que me había hecho de Alec y de Perséfone. Siempre Perséfone. ¿Por qué tenía que ser la primera en todo para él?
               ¿Y por qué él no podía ir más allá de la primera?
               Entonces, por fin, Scott se giró lentamente, con las manos aún en las mías, las rodillas frente a mí, miró a Tommy con fuego en la mirada, y le dijo:
               -Deberías haberme pegado más. Y yo no debería haberme defendido.
                
 
No iba a conseguirlo. Normalmente el ejercicio físico me sentaba de vicio, me ayudaba a despejar la mente y a quemar la rabia que me corroía por dentro. El saco de boxeo era para mí lo que la terapia era para mucha gente, e incluso dudaba que los efectos de Claire pudieran compararse a lo que me hacía ponerme los guantes y llevarme al límite. Desde luego, me sentía mejor cuando me quitaba el sudor del cuerpo que cuando salía del despacho de Claire, aunque admito que necesitaba que Claire me hurgara en la herida para poder cerrarla.
               Boxear era tomar analgésicos, y la terapia con Claire era quemar la herida con ácido para que no se infectara. Al final, eran complementarios.
               Y yo allí no tenía ni una cosa ni la otra.
               Cuando había reservado los billetes ya sabiendo lo que iba a dejar atrás había estado animado, creyendo que sería capaz de sobrevivir a un año entero (con sus pausas reglamentarias para comportarme como un buen amigo, hermano, hijo y novio, en ese orden pero no necesariamente con esa prelación) sin ver a Sabrae, pero teniendo el consuelo de que no estaría completamente a ciegas sobre cómo estaría ella. Sabía que no sería fácil, pero como todas las buenas historias, aquello nos haría grandes, igual que después de un gran chaparrón siempre crecen árboles más fuertes.
               No pensé que fuéramos más bien como un avión de papel, a merced de las corrientes y los cambios en el viento. Me había pegado la hostia cuando no tenía nada con lo que consolarme, y llevaba comiéndome la cabeza a unos niveles que no había manejado nunca tanto tiempo que ya no lo soportaba más. Y eso que me lo merecía. Me merecía todo lo que me estaba pasando y más. Cada vez que escuchaba el sonido de alguna risa femenina (bastante abundantes, por cierto), yo me acordaba de Sabrae llorando al otro lado del teléfono y me daban ganas de vomitar. Cada vez que oía a alguien llamar a otra persona, yo escuchaba a Sabrae diciendo mi nombre como si fuera el de una espada que le había atravesado el vientre.
               Me estás haciendo mucho daño, Alec.
               Debería desintegrarme a cada segundo, recomponerme lenta y dolorosamente, y volver a desintegrarme otra vez, así hasta el infinito, para poder pagar por lo que le había hecho. Esto no era sano, ni era bueno, ni representaba nada de lo que éramos nosotros. Y lo peor de todo era que yo lo había hecho así. Había cogido algo precioso y vivo y dorado y lo había retorcido, machacado y maltratado hasta convertirlo en una abominación muerta y oxidada, casi apagada.
               Sé que suena egoísta, pero necesitaba un poco de paz, o la anticipación me comería vivo. Había procurado hablar lo mínimo con quien se me había puesto por delante las últimas 24 horas, desde que había colgado el teléfono, simplemente porque no me parecía que nadie se mereciera más explicaciones que las que me había pedido Sabrae y que yo no había sabido darle. Ni Valeria, ni Mbatha ni nadie con quien me había cruzado de vuelta a mi cabaña habían obtenido más que un “ahora no puedo hablar” de mí cada vez que me habían preguntado qué me pasaba, pero no había sido capaz de escaparme también de Luca y de Perséfone. Los dos se habían quedado esperándome en la cabaña, confiando en que volvería y les explicaría qué era lo que me había hecho echar a correr de esa forma, pero… mira, yo sabía que tratarían de ponerse de mi parte simplemente porque a mí sí me conocían, y a Sabrae, no; así que no había querido explicarles por qué había salido corriendo. Lo que sí que no pude evitar contarles fue lo que me había traído tan cabizbajo.
               Porque, alerta de spoiler: por si no te has dado cuenta aún, soy un gilipollas de campeonato y un subnormal de manual. Ni yo mismo entendía por qué estaba así de triste pensando en lo que le había hecho a Sabrae, cuando podía dar gracias de que ella fuera tan generosa de decirme que necesitaba tiempo para pensar en lugar de cortar conmigo de raíz y decirme que no volviera a contactarla nunca. Eso era lo que me merecía, y sin embargo no era lo que había obtenido. Sí que debo de follar bien.
               -¿Dónde estabas?
               -He ido a llamar por teléfono a casa.
               -¿Ha pasado algo?-había preguntado Luca, así que yo había mirado a Perséfone.
               -Le he contado lo que hicimos la semana pasada a Sabrae.
               Perséfone se había quedado callada, mirándome. Esperando a que le dijera que estaba soltero y que podíamos hacer lo que quisiéramos, o que me había perdonado a cambio de que no volviera a dirigirle la palabra. Cualquiera de esas dos opciones parecería válida desde fuera, pero yo no sabía cuál me haría más daño: por mucho que prefiriera mil veces a Sabrae (lo que teníamos era oro puro, por Dios bendito; no podía creerme que lo hubiera puesto en peligro por el bronce que era mi relación con Pers; sí, vale, había sido la primera en muchas cosas, pero los sarcófagos de los faraones no estaban hechos con el mismo material que las primeras puntas de flecha) sobre Perséfone, el pensar en que ella pudiera pedirme que yo no volviera a hablar con mi amiga mataría a una parte de mí. Una parte de mí que, a pesar de todo, me gustaba tanto o más que las demás. Había sido feliz y bueno y libre por primera vez en mi vida con Perséfone; ella había descubierto al Alec que yo era a todas horas estando con Sabrae, y quería pensar que una parte de mi relación con mi novia se debía al bien que me había hecho Perséfone, pero… no quería renunciar a Sabrae. No podía renunciar a Sabrae.
               Las puntas de flecha estaban muy bien en la prehistoria y habían servido para salir del paso, pero, de nuevo, ¿qué faraón elegiría un sarcófago de bronce sobre uno de oro?
               -Me ha dicho que necesita tiempo para procesarlo-dije por fin, y pude escuchar en mi voz que yo entendía y justificaba a Sabrae. Después de todo, el que lo había hecho mal era yo, y no ella, así que yo no estaba en posición para juzgar nada. Todo lo que me dijera Sabrae sería poco comparado con lo que me merecía.
               -¿Le has contado todo?-quiso saber Perséfone por fin, mirándome con una intensidad que me hizo creer que seguiría por ese camino si yo no la detenía. Yo no tenía fuerzas para detenerla, pero menos aún para ir por donde ella quería ir. Ya había intentado cargar con la culpa una vez, y eso que ni siquiera sabía cuándo, cómo o incluso si se lo decía a Sabrae, así que me imaginaba lo que intentaría hacer si le dejaba: convencerme de que volviera a llamarla y le pusiera mil y una excusas que facilitaran que Sabrae y yo saliéramos de esta. Egoístamente me apetecía dejar que lo hiciera, pero sabía que no estaba bien. Además, había ido a Etiopía para eso precisamente: apechugar con mis decisiones, asumir mis errores y convertirme en el hombre que estaba destinado a ser y que Inglaterra no me permitía alcanzar, porque a cada esquina que me giraba me encontraba con retazos de mi pasado, ya fueran buenos o malos.
               -Le he dicho todo lo que necesitaba saber. Le he hecho mucho daño-tomé aire y lo solté despacio, recordándome que hacía ese mismo gesto cuando estaba con ella, tumbados en la cama, cubiertos de sudor y resplandecientes por lo que acabábamos de hacer. Adoraba el aroma de la piel de Sabrae justo después de tener sexo, y cada vez que lo saboreaba no podía creerme que hubiera tardado meses en memorizarlo, que las primeras veces hubieran sido un aquí te pillo, aquí te mato. Cuánta felicidad sin experimentar, cuánto éter desperdiciado, y ahora… ahora sólo estábamos mi culpabilidad y yo, acompañadas de la angustia que sentía al pensar en que lo que había pasado ya no estaba en mis manos. Mi futuro dependía de una chica a la que le sacaba tres años, dos cabezas y seis mil kilómetros de distancia, pero lo que me ponía mal no era eso: era no saber la decisión que tomaría ella, porque nunca la había hecho elegir entre ella o yo. Siempre habíamos ido en pack. Ahora ya no sabía qué pensar.
               No poder abrazarla y decirle que todo estaba bien me mataba.
               Perséfone se relamió los labios antes de preguntar:
               -¿Le dijiste que yo te besé a ti y que no fue al revés?
               -No había necesidad de hurgar en la herida entrando en detalles que no aportan nada.
               -Pero, Al, en ese detalle está la…
               Joder. Para ya.
               -Mira, Pers, te agradezco que quieras ser tan buena amiga como siempre-dije, frotándome una mano por la cara. Había cambiado al griego para que me entendiera mejor, y por la expresión de Luca supe que él comprendía el cambio de idioma incluso aunque supusiera dejarlo fuera de la conversación-, pero siento decirte, y perdona si suena borde, que esto no se trata ya de ti. Sé que tu intención no sería habernos besado si…
               -Besarte. No “nos besamos”, Alec. Yo te besé a ti. A ella le gustaría saber eso. A me gustaría saber eso si fuera ella-insistió, y yo puse los ojos en blanco.
               -Es mi relación, Perséfone, no la tuya. Tú no conoces a Sabrae como la conozco yo.
               -Las dos somos mujeres. La entiendo mejor de lo que crees.
               -Si tan bien te crees que la entiendes, la próxima vez que la llame te pones tú y le explicas que tiene un novio de mierda incapaz de controlar sus impulsos, ¿vale? Y cuando se eche a llorar, me la pasas, porque ése será el castigo que yo tendré que soportar por haberla cagado de esta manera tan épica.
                Perséfone volvió a relamerse los labios, levantando la cabeza de un modo desafiante que hizo que Luca nos mirara a ambos con extrañeza. Debía de ser jodido no entender griego. Tenía suerte de no poder identificarme con él.
               -¿Te ha dicho algo de mí?-preguntó, y yo me puse a juguetear con la silla del escritorio y negué con la cabeza.
               -No. Sólo… bueno-Perséfone está fuera de límites. Sabes lo mal que lo pasé con ella. Es tu exnovia-. Cosas que se quedarán entre nosotros. Pero no me ha dicho que no quiere que vuelva a acercarme a  ti, ni nada por el estilo. Al menos no de momento.
               Perséfone asintió con la cabeza y se miró los pies.
               -Siento haberos hecho daño a los dos-volvió a cambiar al inglés y Luca la miró-. Te aseguro que no era mi intención.
               -Lo sé.
               -Y ahora ¿qué vas a hacer?-preguntó Luca-. Ya que no tienes que pasarte el día comiéndote el coco preguntándote cómo se lo vas a contar, así que tienes un montón de energía extra que tendrás que canalizar de alguna manera.
               -Lo que se me da mejor.
               -Que es…
               -Torturarse-dijo Perséfone, cruzándose de brazos mientras se apoyaba en la mesita de noche de Luca. Mantenía una respetuosa distancia de mi espacio, como si estuviera proyectando que no se me volvería a acercar salvo que yo la invitara a hacerlo. Cosa que no iba a suceder, evidentemente.
               Reí entre dientes.
               -Yo diría que no me torturaba demasiado en Mykonos.
               Mis veranos en el Mediterráneo eran soleados y tranquilos, además de demasiado cortos. Recargaba las pilas y me despreocupaba de todo, excepto de pasármelo bien, cuando estaba en Mykonos. El chico que yo era en la isla era el mismo chico que Sabrae disfrutaba cuando estábamos solos: relajado, fuerte, invencible y feliz. Que Perséfone dijera justo eso cuando Sabrae me había sacado de mis pozos más profundos solamente con la fuerza de sus manos era, como mínimo, jodidamente cómico, sobre todo teniendo en cuenta que yo sólo me lo había pasado bien con Perséfone. La primera movida que había tenido en Mykonos había sido precisamente con Sabrae, y por culpa suya, aunque indirectamente.
               -Venías a casa con demasiadas ganas de relajarte y perdonarte. Es imposible que nadie tenga tantas ansias por salir a disfrutar del sol si no ha arrastrado un nubarrón encima los últimos once meses.
                Luca abrió la boca.
               -¿Y tú estudias Veterinaria? Hablas más bien como si acabaras de graduarte de Literatura o algo así.
               -Mi lengua materna es la misma que la de Homero; por supuesto que voy a hablar como si estuviera en un poema épico o algo así.
               -Nunca me lo dijiste.
               -¿El qué?
               -Que sabías lo que me castigaba en Inglaterra y que veía en Mykonos una vía de escape.
               -Porque no sabía si tú lo sabías, y no quería amargarte las vacaciones. No iba a decírtelo mientras estábamos solos, porque ya sabes qué estábamos haciendo cuando estábamos solos-arqueó una ceja-, y, desde luego, no iba a decírtelo delante de los demás.
               Perséfone se había separado de la mesita de noche y se había acercado a mí con los brazos aún cruzados.
               -Te pediré perdón un millón de veces por lo que hice, si es lo que hace falta. Y sabes que me tienes aquí para lo que sea. Lo que sea-dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo, y luego, después de evaluarme un momento, me puso una mano en el bíceps-. Incluso si decides que Sabrae se merece que le cuenten la verdad de lo que pasó.
               -Ya le han contado la verdad, Pers-respondí, cansado-. Ahora está en sus manos decidir qué hace con ella.
               -Pues ojalá decida tan bien como elige a los novios-me sonrió y, tras pensárselo un momento, se inclinó y me dio un beso en la mejilla-. Pistépste óti eíste arketós-me susurró al oído.
               Confía en que eres suficiente.
               Supongo que tenía ese efecto en las chicas de mi entorno. Demasiadas habían caído en ese error de apostar sin miedo por mí como para creer que era una coincidencia. Perséfone, Bey, y ahora Sabrae. Las tres chicas de las que me había pillado, con más o menos intensidad, eran también mis principales admiradoras y las que no dudarían en subirse a un estrado a cometer perjurio con tal de que yo no entrara en prisión.
               Suficiente, ¿para qué? Yo no debería ser suficiente nada para que Sabrae me perdonara. Ni alto, ni guapo, ni fuerte, ni bueno, ni bien dotado. Tenía que no haberle hecho daño, y ya estaba.
               Llevaba comiéndome la cabeza con lo mismo desde que Perséfone se había ido de la cabaña. A pesar de que volvía a ser sábado y no tenía nada que hacer, me había dedicado a ir de un lado para otro, finalizando el trabajo atrasado de otros y adelantando el que posiblemente iba a ser mío, a juzgar por el interés con que Valeria me había observado mientras ayudaba a los chicos del muelle a construir una nueva barca. Era, con diferencia, el trabajo más duro del campamento, así que no me importaría hacerlo.
               Al igual que no me había importado marcharme con todos los demás en el bus a la ciudad, donde tenían pensado desmadrarse como celebración atrasada de que yo había llegado, sólo para bajarme a los pocos kilómetros y recorrer andando y a la luz de una luna acusadora el camino de vuelta al campamento. Había ignorado el sonido de la selva siempre despierta a mi alrededor, había ignorado los gruñidos de los depredadores mientras caminaba en silencio, y el crujido de las hojas que siempre adornaban la carretera al pasar andando. Había ignorado las miradas cargadas de curiosidad de los dos guardias que hacían el turno de noche cuando me vieron llegar, y me había clavado un puñal en el pecho reproduciendo en mi cabeza los sollozos de Sabrae en el campamento en silencio. Sólo el susurro del viento en las hojas de los árboles que rodeaban las cabañas me acompañó mientras atravesaba el espacio en dirección a mi cabaña con Luca. Sólo los graznidos de las aves sorprendidas por los cazadores me acompañaron mientras me metía en la cama.
               Y sólo los sollozos de Sabrae en mi cabeza les hicieron compañía a unas estrellas que observaron cómo me escondía y me torturaba mirando su foto en Mykonos. Sabía que no me merecía mirarlas, que no me merecía tener el consuelo de su belleza incluso cuando corría peligro de perderla, o más bien cuando era cuestión de días que me comunicaran perderla. Pero era incapaz de descolgarlas de la pared y guardarlas en un cajón junto a su carta y aquellas otras fotos que debería disfrutar en soledad.
               Me había ido a desayunar con los demás solo porque Luca me había insistido en que lo hiciera: el pobre italiano se sentía culpable por no haberme convencido de que siguiera con ellos toda la noche, pero los dos sabíamos que quedarme solo era lo mejor que les podía haber pasado a los demás. Me convertiría en un aguafiestas, y los demás habían trabajado duro durante mucho más tiempo que yo: se merecían despejarse. Y yo, morir de inanición, pero Luca no iba a permitirlo.
               Nada más terminar de desayunar, me había ido del comedor y había ido derecho al límite del bosque, donde había un par de troncos de árboles enfermos que había que talar para facilitar su transporte y llevarlos hasta el astillero, donde se haría una nueva barca que, con suerte, contribuiría a hacer un poco mejor el mundo. Creía que centrarme en picar el árbol con la fuerza de mis brazos sería suficiente para acallar las voces en mi cabeza igual que lo había sido el boxeo.
               Me equivocaba. No tenía nada que hacer contra mi pasado. Corría más rápido de lo que yo podía huir de él, y ni siquiera me dejaba el consuelo de sacarle un poco de ventaja para evitarme la humillación.
               No iba a conseguirlo. No iba a poder con esto. Habían pasado poco más de 24 horas desde que había hablado con Sabrae, y ese silencio me estaba matando. No tener ninguna espera, por corta que fuera, por alguna de las recompensas con las que yo había contado mientras planeaba mi viaje era desolador. Ni siquiera tenía pensado estar el año entero allí, no de seguido, y sin embargo las horas que me separaban de ella me parecían ahora eones. Porque sí, vale. Eran muchas: las horas que contenían ocho semanas aproximadamente. Pero, aun así, ocho semanas no eran nada comparadas con las cifras que manejaba Sabrae cuando me había ido, y aun así ella había sido fuerte y había sido capaz de decirme adiós, creyendo que era de momento.
               Pasara lo que pasaba yo iba a volver en octubre. La cuestión era, ¿cómo iba a ser mi regreso? ¿Sería triunfal y entre aplausos, recibiría el cariño del público, o mis amigos me darían la espalda por haberme convertido en todo aquello que había jurado que jamás sería? ¿Podría mirar a Sabrae sin reservas, o tendría que estar atento de cuando se distrajera para poder anhelarla desde la distancia?
               No podía con esto. No podía ahora ni iba a poder dentro de un tiempo.
               Cada segundo que pasaba me parecía una eternidad, y el no tener una respuesta ni saber cuándo podía esperarla era lo peor de todo. Había leído en algún lado que se habían hecho experimentos en los que se medía el nivel de dolor de la gente cuando recibían una pequeña descarga eléctrica, y todos habían concluido que la sorpresa hacía que el dolor pareciera más intenso incluso cuando el estímulo era el mismo.
               Mentiras, todo ello. Yo estaba esperando por la contestación de Sabrae y eso me estaba matando. Si me hubiera dicho que no quería pensar en ello y me hubiera mandado a la mierda creo que lo llevaría mejor. Dicen que la esperanza es lo último que se pierde como si fuera una bendición, el salvavidas al que agarrarse mientras todo a tu alrededor se hunde. Lo que nadie cree conveniente mencionar es que la esperanza escuece. El salvavidas está hecho con pinchos y oh, vaya, tú estás ardiendo.
               Pero, oye, quizá sobrevivas. No tendrás el consuelo de una muerte rápida como los que se han hundido. Aunque también puede que te congeles, o te desangres, o te quedes desfigurado toda tu vida.
               Me estás haciendo mucho daño.
               Di un nuevo hachazo al tronco del árbol y tuve el primer éxito del día: conseguí partirlo en dos y obtener un trozo libre y más fácil de transportar. Ahora sólo me quedaba el resto del árbol, de unos treinta metros de altura. Genial. Mi consuelo me había durado unos dos segundos: ahora no sólo me destrozaba la espalda, sino también el alma. Era como si mi cabeza estuviera utilizando el poder del ejercicio para amplificar mis emociones.
               Escuché el susurro de la hierba rindiéndose bajo el peso de unos pies cuyo ritmo reconocí muy bien: los había escuchado en otra hierba más verde y más suave, en arena blanca como la harina, en muelles desgastados por la sal, calles empedradas y orillas que iban bajando poco a poco, sutilmente.
               Así que no me giré cuando Perséfone me alcanzó. Se quedó esperando a que lo hiciera en absoluto silencio. Como no me había visto taciturno en Mykonos, no sabía que yo no abriría la boca si había algo que me preocupaba. Hasta en eso la superaba Sabrae: mi chica sabía exactamente lo que tenía que hacer en cada situación conmigo, dejándome espacio para que aclarara mis ideas y se me rebajara un poco el mal humor antes de entrar a matar, interrogándome como la mejor de las policías.
               -¿Valeria ya te ha asignado al muelle?-preguntó por fin. Negué con la cabeza.
               -No oficialmente. Pero tampoco me ha dado instrucciones de lo que tengo que hacer aún, así que… voy pululando de un lado a otro tratando de mantenerme ocupado. ¿Por? ¿Necesitáis ayuda en el veterinario?
               Perséfone sacudió la cabeza, su coleta agitándose de un lado a otro como un látigo.
               -Nos vamos apañando.
               Se puso una mano en la cadera y siguió con los ojos clavados en mí.
               -Te he traído una cosa. Me he dado cuenta de que no has ido a comer.
               -Es que no tenía hambre-me encogí de hombros, levantándome y apartando unas ramas que no servirían para mucho más que para las hogueras de los sábados. A pesar de que no iba a disfrutar de ese día nunca, había aprendido ya que muchos de los recursos que no tenían un destino fijo se aprovechaban ese día-. Lo que sí tengo es trabajo. Tengo que picar todo esto en trozos más pequeños para que podamos transportarlo y sacar tablas de él y…
               -Alec.
               -¿Qué?
               -Mírame cuando me hablas.
               Me giré y miré a Perséfone por fin. Vale, se lo debía. Sobre todo porque ella no había hecho nada malo. Por mucho que hubiera desencadenado el lío en el que yo andaba metido, lo había hecho porque no sabía de mi verdadera situación sentimental, así que estaba siendo injusto evitándola en la medida de lo posible.
               Pers sonrió con tristeza y dio un paso hacia mí.
               -Esto es muy raro.
               -¿El qué es raro?
               -Esta incomodidad que hay entre nosotros. Me prometí a mí misma que no te buscaría después de lo que ha pasado, pero… resulta que me veo incapaz de estar en un sitio en el que tú también estás y no estar ahí para ti. Así que… mi ofrenda de paz-dijo, tendiéndome un paquete que había envuelto con servilletas. Lo cogí y lo desenvolví: era un emparedado de los que se hacían muy pocos, así que eran muy apreciados entre todos nosotros. No necesité que Perséfone me dijera que había hecho cola por él, que posiblemente hubiera entrado de las primeras en el comedor y se hubiera puesto frente a su mostrador para conseguirlo, para saber que había sido así.
               Ella no iba a decírmelo, pero yo lo sabía igual. Igual que sabía que estaba tratando de alejarse de mí para facilitarme las cosas con Sabrae, como si ésta tuviera una bola de cristal en la que pudiera vernos a los dos.
               -Te he guardado también un poco de fruta. Está en la enfermería. Para que no se la coman los bichos, y tal.
               Descubrí que tenía hambre, así que le di un bocado al emparedado y le hice un gesto con la cabeza a Perséfone para que se sentara sobre el tronco del árbol. Ella así lo hizo, pasándose con nerviosismo las manos por las piernas, que tenía estiradas.
               -Ayer te fuiste de la fiesta.
               -No estaba muy de humor para fiestas.
               -Me imagino.
               -¿Pasó algo interesante?
               -Luca volvió a enrollarse con Odalis.
               -Típico de Luca-sonreí, dando otro mordisco al sándwich. Estar cerca de Perséfone era una punzadita en el corazón con cada latido, pero ella se estaba esforzando y yo tenía que recompensárselo y agradecérselo.
               Además, me merecía cada dolor.
               -No ha pasado la noche con ella, ¿no? Ha dormido en nuestra cabaña hoy.
               -Los baños dan para mucho.
               No pude evitar reírme pensando en lo que yo había hecho en ciertos baños con cierta chica de piel oscura y boca hecha con el mismo material con el que debía de estar enlosado el cielo.
                -¿Por qué te estás alejando de todos nosotros, Alec?
               -No me estoy alejando, Pers. Es que tengo muchas cosas en las que pensar y… me viene bien estar ocupado.
               -¿Hasta el punto de no ir a comer?-arqueó las cejas-. No creo que hayas venido aquí para enfermar porque no te cuidas.
               -No he venido aquí para muchas cosas que, sin embargo, estoy haciendo-respondí, tozudo, y Perséfone hizo una mueca.
               -Supongo.
               Di otro bocado del sándwich mientras miraba hacia el lago, donde una barca se deslizaba perezosamente por la superficie. Dos personas iban sobre ella, tomando muestras y anotando en sus libretas con cada palada de los remos, prácticamente.
               -Pensarás que soy una pesada por insistir tanto en volver a acercarme a ti, Al…-empezó.
               -No eres pesada. Te me has sentado en la cara un montón de veces y he sobrevivido, ¿recuerdas?
               Se rió con tristeza.
               -Ya sabes a qué me refiero.
               -Sé a qué te refieres.
               -No hace falta que uses el humor conmigo. Sé que estás mal. Y me siento fatal por…
               -Pers, ya me has pedido perdón y yo ya te he perdonado. No te sigas torturando por eso.
               -Es que me siento culpable porque te estás perdiendo lo bonito que es todo esto-hizo un gesto alrededor-, y todo por mi culpa. No quiero que te aísles de los demás. No quiero que te pierdas los primeros meses y que te cuelguen un cartel de asocial cuando tú eres todo menos eso. Yo sólo… si quieres que nos repartamos las actividades y las zonas para que a ti te resulte más fácil, lo haremos. Yo me mantendré en mi zona y no interferiré en tus asuntos. Pero, por favor, no te alejes de todos. Me sentiría fatal si me fuera dentro de unas semanas y tu único amigo aquí fuera Luca.
               -A Mbatha también le caigo bien-bromeé. Perséfone suspiró.
               -Lo digo en serio, Al.
               -Yo también. ¿Crees que no le caigo bien? Mira las actividades que me ha propuesto. Todas son las guays.
               -Sabes que aunque no te haya visto hacerlo nunca, sé cuándo te aíslas porque te crees que no te mereces estar con nadie más, ¿verdad?-preguntó, y yo dejé de masticar. No, la verdad es que no lo sabía. Sabrae conocía cada extremo de mi personalidad, pero había partes que yo nunca le había enseñado a Perséfone porque… bueno, nuestro tiempo juntos era más reducido y lo dedicábamos a otras cosas.
               Perséfone me miró la boca. Yo se la miré a ella. Se relamió los labios y volvió la vista a mis ojos.
               -Entiendo que no te apetezca pasártelo bien ahora mismo, pero… se haría un poco más llevadero si nos dejaras entrar a los demás. Compartir tu dolor, y eso.
               -No tiene que ser llevadero. Tiene que doler. Es lo que me merezco.
               Perséfone volvió a suspirar y negó con la cabeza, clavando la vista en el lago.
               -Tú y tu complejo de protagonista, siempre siendo el mártir en cada historia.
               -El sufrimiento hace al buen personaje.
               -¿Quién lo dice?-preguntó, mirándome.
               -Las estadísticas de los libros más leídos de la historia.
               -Entonces tú serías el mejor personaje que se haya escrito nunca.
               -¿Si fuera un personaje literario, dices? Lo dudo mucho-respondí, dándole el último bocado al sándwich y lamiéndome los dedos-. Soy demasiado guapo.
               -Sí. Sobre todo aquí-sonrió Perséfone, inclinándose hacia delante y poniéndome una mano justo sobre el corazón. No sé por qué, pero justo cuando noté que iba a retirar la mano, la cogí de la muñeca y la retuve conmigo un poco más. Su contacto me hacía bien. Podía concentrarme un poco mejor en mis objetivos del día: sobrevivir. Conseguir que Sabrae me perdonara.
               Conseguir merecerme que Sabrae me perdonara.
               Perdonarme yo.
               Como si me estuviera leyendo el pensamiento, Perséfone me sonrió con la delicadeza de una madre que le explica a su hijo cómo funciona el mundo y me prometió:
               -Ella te perdonará.
               Me reí.
               -Eso lo dices porque no la conoces como lo hago yo.
               Sabrae era lista. Era divertida. Era buena. Era fuerte. Era madura. Era independiente. Era preciosa. Era feliz. No necesitaba a alguien a su lado para serlo, así que sólo tendría a su lado a aquellos que le aportaran, y yo no lo hacía. Habíamos vivido en una burbuja durante meses, pero ahora yo la había explotado. El mundo real se alzaba ante nosotros, y Sabrae tenía que decidir: ilusión o realidad. La burbuja o el mundo real. Yo o los demás.
               -Puede. Pero a ti te conozco muy bien. Y sé que a ti se te perdonará todo, siempre. Eres el único que se lo merece.
               -¿Por qué?
               -Porque yo llevo haciéndolo cada verano-sonrió, el pelo agitándose al son del viento, su piel devolviendo el brillo al sol. No sé qué había en ella: si era su mirada tranquilizadora, su sonrisa de “sé algo que tú no sabes”, o su pose relajada; puede que fuera el hecho de que había ido allí a buscarme a pesar de que yo insistía en quedarme solo, pero… el caso es que la creí. No sé por qué, pero la creí.
               Sé que no debería. Sé que eso me haría más daño a la larga. Pero que alguien se tomara tantas molestias por mí, incluso cuando no iba a obtener nada a cambio… no sé. Me hizo preguntarme si las voces de mi cabeza no eran más que eso: voces en mi cabeza que sólo me querían mal.
               Después de todo, Sabrae era lista y ella no las creía. ¿Por qué se supone que tenía que hacerlo yo?
               -Esto es distinto. Y tú no tenías nada que perdonarme-dije, a pesar de todo-. Siempre fuimos claros en lo que era lo que teníamos.
               -Aun así yo me ponía celosísima cada vez que te ibas. Debes de pensar que los demás chicos lo hacen como tú. Ah, ah-sacudió la cabeza-. Sabrae te perdonará. Incluso con la trola que le habrás contado, de que probablemente hemos follado, lo hará.
               -No le he dicho que hemos follado. Le he dicho que nos besamos.
               -Otra trola. Te besé yo a ti.
               -Y yo te besé de vuelta.
               -Ingleses-puso los ojos en blanco-. Siempre retorciendo la historia.
               -¿Por qué estás tan segura de que va a perdonarme si crees que le he dicho que hemos follado? Eso es peor todavía.
               Perséfone sonrió. Una sonrisa chula, un poco más alta de un lado que de otro… joder. Era mi Sonrisa de Fuckboy®. La sonrisa de Seductor™ de Scott. Aunque, curiosamente, no era la Sonrisa de Diosa© de Sabrae.
               -Venga. Ha conseguido cazar al soltero más codiciado de toda Europa. Esa chica es lista. Es evidente que va a darse cuenta de que lo que le has dicho es mentira.
                


             
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2 comentarios:

  1. LA MANERA EN LA QUE ADORO A JORDAN CON TODO MI SER ESTA PERSONA SE MERECE UN TEMPLO JODER.
    Continuando con lo demás decir que me ha partido el corazón que finalmente Sabrae les haya contado que ha pasado y es que me he imaginado la cara de Scott y la manera en la que va a plantarse en Africa en cuanto tenga la oportunidad….. Jesucristo Bendito.
    Por otro lado no puedo evitar que a pesar de que Alec la haya cagado ( solo un poquito, para nada la magnitud que el payaso se atribuye) Sabrae tenga tan claro que va a volver con el.

    Por otro lado estoy también deseando que se baje ya de la burra y le haga caso a Penelope y le cuente las cosas tal cual desde una posición objetiva pero como es mas terco que una mula o Penelope termina por llamar a Sabrae o me da que mi pobre niña va a tener que discurrir para darse cuenta que el melón de su novio por mucha terapia q lleve encima siempre va a pensar lo peor de si mismo.

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  2. A ver que tengo cositas que comentar
    - Adoro a Jordan de verdad, a lo tonto le he cogido muchísimo cariño sin darme cuenta. Y bua ha sido buenísima su reacción cuando Sabrae le ha insinuado que se habían acostado, casi le da algo, es que me imaginado su cara y me he descojonado te lo juro.
    - “¿Confías en mí?, escuché a Alec en mi cabeza. Me estaba fragmentando el alma pensar que la respuesta ya no era un sí.” Estoy destrozada, nunca en toda la novela Sabrae no ha confiado en Alec.
    - Cada vez que mencionas que los ojos de Scott son iguales que los de Sherezade me acuerdo muchísimo de los capítulos de cts en los que cuentas la historia de Zayn y Sherezade.
    - El momento en el que les cuenta lo de Alec ha sido muy agridulce porque quería que se lo contará porque necesita hablarlo con alguien, pero a la vez no puedo evitar sentirme mal por Alec. Y bueno la referencia a sceleanor <3 (Aunque también te digo que a Tommy básicamente se la sudó que Scott se tirase a Diana y a Zoe estando con su hermana JAJAJAJAAJ).
    - Ver a Alec así también me está poniendo fatal, no está disfrutando de la experiencia y estando así nunca le va a merecer la pena haberse marchado.
    - Tengo muchas ganas de leer el cumple de Tommy y el reencuentro Sabralec (y como se entera Sabrae de que va a verle antes de lo previsto) así que llega rápido a octubre pooooorfa
    - Haz ya que Perséfone contacte con Sabrae como sea, le cuente la verdad y deja de putear a tus personajes anda.
    Como siempre, estoy deseando leer más <3

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