lunes, 31 de octubre de 2022

Promesas de oro y platino.


ÂĄToca para ir a la lista de caps!

Era una flor marchita. Un barco encallado en el puerto de una villa costera que se encontraba ahora a treinta kilĂłmetros del mar. El esqueleto de una palmera secĂĄndose en medio del desierto tiempo despuĂ©s de que el oasis en que habĂ­a crecido se evaporara. Un pĂĄjaro sin alas, una noche sin luna ni estrellas, ahogada por la contaminaciĂłn de una ciudad cuyo skyline ni siquiera era bonito, ni memorable. Un museo clausurado al pĂșblico, los cuadros tapados con un tapiz para protegerlos del polvo. Una banda sin oyentes. Un estadio sin fans. Un escenario sin actores. La concha de una caracola vacĂ­a y en la que tampoco se escucha el mar.
               Él me habĂ­a hecho esto. Me habĂ­a quitado el agua. HabĂ­a movido la lĂ­nea de la costa. HabĂ­a vaciado mi oasis. HabĂ­a cortado mis olas. HabĂ­a encendido cada farola y diseñado cada edificio para que fuera exactamente igual que el anterior. HabĂ­a echado el cerrojo y habĂ­a arrojado la llave al rĂ­o. Se habĂ­a puesto tapones. No habĂ­a acudido a mi cita. HabĂ­a cancelado el ensayo. Me habĂ­a robado mi cuerpo y tambiĂ©n me habĂ­a robado mi voz.
               Era la Ășnica explicaciĂłn que le encontraba a haber dejado de oĂ­rme por encima de los susurros de mi hermana intentando tranquilizarme. Me habĂ­a deshecho en un grito desgarrador en cuanto habĂ­a colgado el telĂ©fono, convertida de repente en el centro del universo ahora que ya no tenĂ­a la voz de Alec anclĂĄndome, aunque fuera solamente a esa ilusiĂłn de que lo que tenĂ­amos lo iba a resistir todo. SentĂ­a cada cosa que me sucedĂ­a como si le pasara a un cuerpo ajeno que yo ya no habitaba: las manos de Shasha eran frĂ­as y tenues, su voz estaba amortiguada por los latidos acelerados de mi corazĂłn, y la cama estaba congelada y hĂșmeda de algo que no podĂ­an ser mis lĂĄgrimas.
               Los muertos no lloran. Y yo estaba muerta por dentro. Alec me habĂ­a matado, me habĂ­a clavado un puñal en el corazĂłn y me habĂ­a abierto en canal, y yo
 yo habĂ­a tratado de excusarlo de todas las maneras posibles, diciendo que no lo hacĂ­a a propĂłsito, que seguro que se trataba  de un malentendido, que Ă©l no entendĂ­a lo que estaba haciendo y no relacionaba lo que manaba de mis heridas y se congregaba a mi alrededor en un charco como mi sangre.
               DecĂ­a que sabĂ­a el tremendo dolor que me habĂ­a causado, pero no tenĂ­a ni idea. DecĂ­a que harĂ­a lo imposible para remediarlo, pero no podĂ­a. Por primera vez desde que me habĂ­a enamorado de Ă©l, habĂ­a topado con un muro demasiado alto demasiado alto como para poder escalarlo.
               No podĂ­a ser verdad. No podĂ­a serlo. Nuestra historia no estaba hecha para terminar asĂ­, con una llamada de telĂ©fono y miles de kilĂłmetros de distancia entre nosotros. Yo no iba a poder pasar pĂĄgina ni encontrarĂ­a las respuestas que necesitara por muchas vueltas que le diera.
               Aun asĂ­, enferma como estaba y total y absolutamente adicta a Ă©l, incluso en lo mĂĄs profundo del pozo en el que me habĂ­a sumido, estaba tratando de encontrarle sentido a lo que me habĂ­a hecho. Alec sabĂ­a que no podĂ­a acercarse a PersĂ©fone sin hacerme daño a mĂ­. Alec sabĂ­a lo mucho que habĂ­a sufrido por ella en Mykonos. Alec sabĂ­a el terror que habĂ­a sentido yo al pensar que no era la primera. Alec sabĂ­a que necesitaba verlos juntos para comprobar si lo que ellos tenĂ­an era mĂĄs fuerte que lo que tenĂ­amos nosotros.
               Seguro que Alec tambiĂ©n sabĂ­a que habĂ­a algo uniĂ©ndolos a ambos, algo que se movĂ­a, era lĂ­quido y estaba vivo, como lo nuestro. Me habĂ­a dicho que lo nuestro era dorado, pero en cuanto habĂ­a dicho el nombre de la chica con la que se habĂ­a convertido en hombre, la chica que lo esperaba cada verano y a la que Ă©l volvĂ­a como si fuera el puerto seguro donde se refugiaba despuĂ©s de una larguĂ­sima travesĂ­a de once meses, yo
 yo me habĂ­a dado cuenta de que habĂ­a algo superior al oro: el platino.
               Por eso me habĂ­a dado su inicial en platino pero el elefante en oro. Porque me habĂ­a enseñado un mundo al que sĂłlo podĂ­a acceder con Ă©l, un idioma que sĂłlo podĂ­a hablar con Ă©l y un cielo nocturno que sĂłlo me guiarĂ­a cuando estuviera perdida si tambiĂ©n me perdĂ­a con Ă©l. Yo le pertenecĂ­a a Alec. Le pertenecĂ­a como no iba a pertenecerle a ningĂșn otro, y

               
 y Ă©l llevaba el colgante que le habĂ­a dado otra mucho antes de que yo le diera los mĂ­os. Mi anillo y mis chapas de los viajes no eran mĂĄs que aditivos a los regalos que PersĂ©fone le habĂ­a hecho antes. Plata y chapa contra un diente de tiburĂłn, algo que una vez estuvo vivo y fue orgĂĄnico y completamente natural. Era natural que Ă©l volviera a ella, igual que era natural que mi elefante fuera de oro y no de platino. Sus promesas hacia mĂ­ eran doradas. Las de PersĂ©fone, de platino.
               Y yo era gilipollas por
 por no haberlo visto antes. Era gilipollas por no haber contemplado siquiera la posibilidad de que, igual que Alec y yo nos encontrĂĄbamos en cualquier rincĂłn de una habitaciĂłn, de un edificio o incluso de Londres, PersĂ©fone y Ă©l podrĂ­an encontrarse en cualquier parte del mundo. Era gilipollas por no haberle suplicado de rodillas que se quedase y haberme protegido de la horrible verdad: puede que Ă©l fuera mi gran amor, pero yo no era el suyo, y a los grandes amores siempre se vuelve. Era gilipollas por haberme jugado lo mĂĄs valioso que tenĂ­a (Ă©l) a una sola carta (nuestra conexiĂłn) sin pensar siquiera en las consecuencias (perderle a manos de otra).
               Pero lo peor de todo no era eso. Oh, no. No era ni haberme dado cuenta de que yo era la segunda incluso estando en la cima del podio, o de que tenĂ­a que luchar contra los elementos y perder en el intento, o que mi hermana pequeña tuviera que consolarme a escondidas del resto de mi familia porque no querĂ­a chafarle los Ășltimos dĂ­as en casa a Scott. No era ni pensar en lo estĂșpida que habĂ­a sido gastĂĄndole esa estĂșpida broma y no accediendo despuĂ©s a su estĂșpido plan de que viniera y alejarlo de ella.
               Lo peor de todo es que estaba arrinconada. Yo querĂ­a perdonarlo. Estaba mĂĄs que dispuesta a renunciar a mi orgullo y amor propio con tal de que Ă©l volviera y siguiera haciĂ©ndome sentir como si estuviera flotando en una nube, libre y completa y luminosa y
 dorada. Dorada de verdad, dorada como en los retratos de los reyes colmados de joyas en las que el amarillo era el color que definĂ­a el poder mĂĄs absoluto. SabĂ­a que no iba a encontrar a otro que me hiciera sentir como Ă©l: nerviosa y a la vez tranquila, ansiosa por su contacto incluso cuando lo tenĂ­a dentro de mĂ­, calentita en las noches frĂ­as y dispuesta a asarme en las tĂłrridas con tal de que Ă©l no apartara sus brazos de mi cintura mientras dormĂ­a a mi lado, ambos empapados en sudor. No iba a gustarme el olor o el sabor del sudor de otra persona; sĂłlo me gustarĂ­a el de Alec. Por no perder eso estaba mĂĄs que dispuesta a arrastrarme e, incluso, hundirme en el fango. Bucear en Ă©l si hacĂ­a falta.
               Pero es que no me habĂ­a dejado opciĂłn. Le habĂ­a concedido una absoluciĂłn genĂ©rica y de un año de duraciĂłn en la que me convencerĂ­a a mĂ­ misma de que mis pesadillas en las que lo escuchaba gimiendo los nombres de otras, jadeando sobre otras, poseyendo a otras y gruñéndoles que le miraran mientras se corrĂ­an eran sĂłlo eso: pesadillas que terminarĂ­an olvidĂĄndoseme una vez pasara el dĂ­a. Pero esto
 PersĂ©fone
 de ella no iba a poder olvidarme igual que los ĂĄrboles no pueden olvidarse de las estaciones. QuĂ© irĂłnico que fuera ella, precisamente, la que originara la primavera con su regreso, cuando lo que habĂ­a hecho con mi vida habĂ­a sido sumirme en un invierno prematuro en el que, para colmo, ya no existĂ­a el consuelo de la luz solar ni de una hoguera junto a la que acurrucarse. Alec era mi sol, y se habĂ­a llevado todo el fuego cuando se habĂ­a ido con ella. Ni siquiera las partĂ­culas subatĂłmicas solares que habĂ­a en los mecheros estaban a mi alcance ahora. Y yo era una chica que adoraba el verano.
               Me daba vergĂŒenza a mĂ­ misma. VergĂŒenza por todo lo que estaba dispuesta a renunciar con tal de que Alec no me hubiera hecho eso. VergĂŒenza por no haber sido suficiente para Ă©l. VergĂŒenza por haber creĂ­do que era verdad cuando me decĂ­a que no habĂ­a ninguna otra. Y vergĂŒenza tambiĂ©n por no plantearme en ningĂșn momento que no hubiera sido sincero ni un segundo conmigo. CreĂ­a que Ă©l lo creĂ­a de veras, y que lo habĂ­a dicho con toda la buena intenciĂłn del mundo, pero
 ÂżquiĂ©n es tan tonto como para creerse las mentiras piadosas de la persona que mĂĄs te quiere, y que ni siquiera es consciente de que te estĂĄ diciendo mentiras piadosas?
               QuiĂ©n te ha visto y quiĂ©n te ve, dijo una voz con amargura dentro de mĂ­. Hace un año no soportabas siquiera estar en la misma habitaciĂłn que Ă©l, y ahora, mĂ­rate.
               Eso no era del todo cierto. Hace un año Alec estaba en Grecia, muy posiblemente follando con PersĂ©fone mientras yo trataba de poner en orden mis pensamientos y darle sentido al hecho de que fuera incapaz de tolerarlo, pero mis sĂĄbanas estuvieran familiarizadas con su nombre de tanto que lo gemĂ­a en voz baja mientras exploraba esa parte de mĂ­ que habĂ­a descubierto gracias a Ă©l.
               No es que estuviera rota; eso tendrĂ­a fĂĄcil soluciĂłn, como la tĂ©cnica del kintsugi que habĂ­a utilizado con Ă©l. No: estaba pulverizada. No iba a recuperarme de esto.
               Prueba de ello era que me estaba aferrando a la idea de que ahĂ­ habĂ­a algo raro, algo que no casaba con cĂłmo era Ă©l. CreĂ­a que le conocĂ­a y, conociĂ©ndole como lo hacĂ­a, lo que habĂ­a hecho tenĂ­a sentido y a la vez no. Alec ni en un millĂłn de años me harĂ­a daño, ni siquiera de forma inconsciente, me repetĂ­a una y otra vez mientras Shasha trataba de acunarme y me daba mĂĄs besos de los que habĂ­amos intercambiado en nuestras vidas. No me cuadraba este comportamiento de Alec. No era propio de Ă©l. No parecĂ­a Alec. Pero sonaba demasiado seguro y demasiado arrepentido como para que no fuera Alec.
               Ya no sabĂ­a si estas estĂșpidas excusas eran yo entendiendo a la perfecciĂłn cĂłmo funcionaba Alec o si, por el contrario, era mi lado enamorado tratando de justificarlo de forma desesperada y a cualquier precio.
               Tanto camino recorrido
 tanta lucha
 tantos esfuerzos
 tantas lĂĄgrimas derramadas a lo largo de los siglos
 tantas explicaciones pacientes e invitaciones a reflexionar de las incongruencias de la sociedad en la que vivĂ­amos por parte de mi madre
 para llegar justo a este punto. Alec me decĂ­a que me habĂ­a puesto los cuernos. Yo le pedĂ­a tiempo para pensarlo
 y me encontraba con que lo habĂ­a hecho no porque no supiera quĂ© hacer con Ă©l, sino porque no sabĂ­a cĂłmo hacerlo. QuerĂ­a perdonarlo. Llevaba desgranando la forma de hacerlo desde que me habĂ­a llamado. Lo compartirĂ­a con quien fuera, PersĂ©fone incluida, con tal de no tener que renunciar a Ă©l.
               Mi nombre sonaba demasiado dulce en sus labios como para conformarme con ser anĂłnima a partir de ahora.
               Si de la herida que me habĂ­a abierto se escapaba algĂșn amor, sacrificarĂ­a el que me tenĂ­a a mĂ­ misma con tal de salvar el suyo. El problema es cĂłmo me tratarĂ­a el mundo a partir de entonces, y si serĂ­a capaz de soportar que mis amigas, mi familia y el resto del mundo me perdieran el respeto y cuestionara cada una de mis decisiones a partir de entonces.
               No podĂ­a haberme hecho esto Ă©l. No podĂ­a haberme enfrentado contra todo el mundo porque simplemente habĂ­a sido incapaz de contener un impulso o, siquiera, preguntarme primero. Sospechaba cuĂĄl habrĂ­a sido mi respuesta de haberme dado la ocasiĂłn de expresar mi opiniĂłn antes de que pasara nada, pero ahora Alec me habĂ­a dejado entre la espada y la pared. No estaba acostumbrada a que fuera Ă©l, precisamente, el que me arrinconaba de esa manera. Normalmente era mi ruta de escape.
               Los dedos de Shasha eran lejanos a pesar de que mi hermana se estaba esforzando en transmitirme toda la tranquilidad y amor posibles. Si le dolĂ­a lo que Alec me habĂ­a hecho por lo que suponĂ­a tambiĂ©n para ella, no lo habĂ­a dicho, y posiblemente no lo hiciera. Para ser sincera, yo bastante tenĂ­a con lo mĂ­o como para preocuparme por mi hermana.
               A lo lejos, como si de una pelĂ­cula en una sala de cine cerrada se tratara, escuchĂ© que la puerta de la calle se abrĂ­a y mamĂĄ, papĂĄ y Scott anunciaban que habĂ­an llegado ya a casa. No sabĂ­a cuĂĄnto hacĂ­a desde que habĂ­a colgado el telĂ©fono: podĂ­an ser seis minutos o seis años, lo mismo daba. Lo que sĂ­ sabĂ­a era que tenĂ­a que disimular todo lo que pudiera para que Scott pudiera marcharse sin cargo de conciencia, porque si descubrĂ­a que yo estaba mal, se negarĂ­a en redondo a marcharse a Estados Unidos de gira. Puede que mi hermano se considerara profesional y ya estuviera haciendo cosas que no le apetecĂ­an en su carrera, pero disfrutaba de los conciertos y los consideraba mĂĄs bien una aficiĂłn que parte de su trabajo, algo asĂ­ como un salario en aplausos que percibĂ­a por sus esfuerzos. Y, como un beneficio de su trabajo y no un trabajo en sĂ­, Scott renunciarĂ­a a ello con tal de estar conmigo, y le darĂ­a igual los problemas que eso pudiera acarrearle con la banda o con las discogrĂĄficas. Era el puto Scott Malik; podĂ­a permitirse no aparecer en conciertos y aguantarĂ­a con gusto el chaparrĂłn mediĂĄtico que le caerĂ­a.
               Pero no dejarĂ­a tirada a su hermanita.
                Me incorporĂ© como un resorte y mirĂ© a Shasha, cuyos ojos castaños estaban opacos de tristeza. TenĂ­a el semblante de una reina madre que tiene que enterrar a un hijo mĂĄs, y que ya no se preocupa por la estabilidad de la lĂ­nea sucesoria o de su reino: bastante tiene con respirar.
               -ÂżQuieres que les diga que te encuentras mal y que te has acostado un rato?-se ofreciĂł, y un dragĂłn empezĂł a escupir fuego y arañarme las entrañas con unas garras como puñales.  Puede que Alec me hubiera quitado la confianza que tenĂ­a en nosotros y la sensaciĂłn de garantizado privilegio, pero no iba a quitarme tambiĂ©n a mi familia. Al menos, no de momento.
               AsĂ­ que neguĂ© con la cabeza, me alisĂ© la ropa y le dije que bajara a verlos mientras yo trataba de adecentarme un poco. CorrĂ­ de puntillas hacia el baño en cuanto escuchĂ© que Shasha se ponĂ­a a parlotear con Scott sobre lo que habĂ­a hecho ese dĂ­a, y tratĂ© de contener el ruido de la puerta cuando la cerrĂ© con demasiado Ă­mpetu.
               MirĂĄndome al espejo comprendĂ­ por quĂ© yo estaba un escalĂłn por debajo de PersĂ©fone. Ella jamĂĄs tendrĂ­a el aspecto que tenĂ­a yo: poseĂ­a la belleza que sĂłlo puede darte la tranquilidad de saberte inolvidable para el hombre de tu vida. Era un tipo de belleza que no muchas mujeres alcanzaban y que te hacĂ­a irresistible a ojos del resto del mundo; lo sabĂ­a porque yo misma habĂ­a creĂ­do tenerla hasta hacĂ­a unas horas. Alec me miraba como si fuera yo la que ponĂ­a las estrellas en el cielo, la que habĂ­a plantado las semillas de las primeras flores o diseñado la forma de los continentes recortados contra el mar; como si hubiera sacado las islas a flote o compuesto las melodĂ­as del viento entre los ĂĄrboles. Nunca, jamĂĄs, en toda mi vida habĂ­a estado tan guapa como los meses en que me habĂ­a proclamado orgullosa e irremediablemente suya: a la vista estaba que las fotos que habĂ­a colgado desde que estĂĄbamos juntos eran las que mĂĄs “me gusta” acumulaban en mis redes sociales. Incluso si no salĂ­a Ă©l, el saberme con Ă©l y que fuera Ă©l quien me hiciera fotos me hacĂ­a resplandecer de esa forma en que sĂłlo lo hacen las deidades antiguas, aquellas en torno a las cuales se construyĂł la Ășnica mitologĂ­a que merecĂ­a la pena.
               Ahora estaba apagada, la cara hinchada, los ojos rojos de llorar, el pelo revuelto. Me aferrĂ© al lavamanos para tratar de estabilizarme cuando sentĂ­ nĂĄuseas al pensar que, a partir de ahora, Ă©se serĂ­a mi aspecto.
               SĂ© que suena mezquino y superficial, pero era una razĂłn mĂĄs por la que sentĂ­ que necesitaba encontrar la manera de perdonar a Alec. Una vez que te reconcilias con tu reflejo en el espejo y adoras lo que ves en Ă©l, es imposible mirarte de nuevo y  que lo que hay allĂ­ no te guste sin volverte completamente loca. QuerĂ­a tranquilidad. QuerĂ­a
 querĂ­a que todo fuera como era antes de la llamada.
               SĂ­, definitivamente habĂ­a sido una gilipollas. Le habĂ­a escrito la puta carta cachonda perdida, soñando con que se plantarĂ­a allĂ­ y me follarĂ­a duro como castigo por la broma y a la vez como perdĂłn, y lo que habĂ­a hecho al final no habĂ­a sido follarme, no, pero sĂ­ joderme.
               Joderme mucho.
               TenĂ­a que salir del baño y luchar por la niña del reflejo en el espejo. Puede que fuera una chica rota, destrozada, pero habĂ­a gente cuya felicidad dependĂ­a de ella y cuyos planes de futuro bien podĂ­an desbaratarse si esa niña, yo, no hacĂ­amos el papel de nuestras vidas. HabĂ­a visto un millĂłn de veces a miles  de chicas distintas fingir que les encantaban sus cuerpos o sus vidas cuando no era asĂ­; fuera en la tele o en la ficciĂłn, yo no estaba sentando ningĂșn precedente, sino que seguĂ­a un sendero que ya estaba marcado y de tanto trĂĄnsito que la hierba ya habĂ­a desistido de crecer en Ă©l, y lo Ășnico que le faltaba para ser una autopista era el asfalto.
               SerĂ­a difĂ­cil, pero lo conseguirĂ­a. TenĂ­a que hacerlo. TenĂ­a que apartar a Alec de mi cabeza todo lo que pudiera, encerrarlo en un rincĂłn de mi mente y ocuparme de Ă©l cuando Scott ya no estuviera en casa. Probablemente me derrumbarĂ­a a media tarde y llamarĂ­a a mis amigas para contarles todo, pero de momento tenĂ­a que enfrentarme a esto sola.
               TenĂ­a que coserme las heridas como buenamente pudiera. Aunque no estuviera lista para vendarlas y fueran a seguir sangrando, por lo menos mis entrañas no correrĂ­an peligro.
               Eso fue exactamente lo que hice: me desnudĂ©, me metĂ­ en la ducha, abrĂ­ el grifo y me quedĂ© debajo del agua el tiempo justo para que mi pelo se empapara. SerĂ­a la excusa perfecta para salir del baño con la cara hinchada y los ojos llorosos: podrĂ­a habĂ©rseme metido jabĂłn en ellos y me arderĂ­an por cosas que nada tenĂ­an que ver conmigo, cosas que yo podĂ­a obviar. AsĂ­ que me envolvĂ­ en una toalla, hice lo mismo con el pelo, y me asomĂ© al pasillo justo en el momento en que escuchaba unos pasos subiendo por las escaleras. RecĂ© y recĂ© y recĂ© para que no se tratara de Scott, porque Ă©l Ășltimamente era capaz de leerme mejor que nadie en casa. Si se debĂ­a a que sabĂ­a lo mal que lo estaba pasando por la ausencia de Alec o porque estaba tratando de memorizarme para el tiempo que Ă©l mismo pasarĂ­a fuera de casa, no lo sabĂ­a. SĂłlo sabĂ­a que mi hermano era el pĂșblico mĂĄs crĂ­tico y al que mĂĄs me iba a costar convencer.
               ResultĂł que tambiĂ©n fue mi pĂșblico del momento.
               -ÂżYa en casa?-preguntĂ© con una voz que no parecĂ­a la mĂ­a. Sonaba demasiado como la de la Sabrae antes de la llamada y muy poco como los gemidos y los jadeos que habĂ­an llenado mi habitaciĂłn despuĂ©s de saber la carga que soportaba sobre mis hombros o la piedra que se hundĂ­a en mi corazĂłn. Scott asintiĂł con un murmullo, mirando la pantalla de su mĂłvil de forma distraĂ­da mientras se mordisqueaba el piercing.
               -Mm-mm-dijo-. Ha sido una mañana intensa. Suerte que mamĂĄ ha accedido a pillar comida de la que venĂ­amos, o me morirĂ­a de hambre-frunciĂł el ceño y se puso a teclear en la pantalla de su telĂ©fono, musitando una disculpa que ninguno de los dos sentĂ­a de verdad.
               -Salgo enseguida, entonces.
               -Guay-y, luego, levantĂł la cabeza y me mirĂł, esbozando una sonrisa radiante-. ÂżNo me vas a preguntar dĂłnde hemos parado?
               Se me retorciĂł el estĂłmago por la forma en que me mirĂł. Seguro que habĂ­a sido en un restaurante que a mĂ­ me encantaba y que me quitarĂ­a cualquier excusa de poco apetito. Me limitĂ© a esperar, encajonada en el hueco que habĂ­a abierto en la puerta, lo justo para que Scott viera el vapor en el espejo del baño y achacara mi aspecto a una ducha de agua ardiente
 a pesar de que estĂĄbamos en la Ă©poca mĂĄs calurosa del año.
               -En el Tandoori.
               Efectivamente, mi intuiciĂłn no me habĂ­a fallado con mi hermano. El Tandoori era uno de mis restaurantes preferidos, y cada vez que habĂ­a ocasiĂłn de ir allĂ­ o pedir comida a domicilio yo me abalanzaba al coche o al telĂ©fono, segĂșn cuadrara. TenĂ­an un pollo tikka masala de escĂĄndalo por el que yo siempre terminaba peleĂĄndome con mis hermanos: era de las pocas cosas que yo no querĂ­a compartir con ellos.
               -Genial-me obliguĂ© a decir, a pesar de que el labio inferior empezĂł a temblarme-. Me darĂ© prisa, entonces.
               CĂłmo iba a hacer para comer nada era un misterio para mĂ­.
               Hice amago de cerrar la puerta para recuperar mi intimidad y tratar de sobreponerme, pero Scott se me adelantĂł. Dio un paso al frente y apoyĂł la mano en la puerta. Y vale, yo soy una chica y Ă©l es un chico y yo soy la hermana pequeña y Ă©l es el hermano mayor, asĂ­ que deberĂ­amos morirnos de la vergĂŒenza los dos si no fuera porque
 bueno
 yo soy la hermana pequeña y Ă©l es el hermano mayor. AsĂ­ que Ă©l me habĂ­a visto mientras me cambiaban los pañales y yo le habĂ­a visto volviendo de fiesta, con borracheras del quince y hecho un autĂ©ntico desastre. Nosotros nunca habĂ­amos tenido etapa de sentir pudor el uno del otro.
               IntentĂ© no encogerme al pensar en que el chico con el que habĂ­a pasado esa etapa de pudor y que me habĂ­a hecho ser consciente de la diferencia entre confianza e intimidad era el que me habĂ­a abierto esa herida que ahora estaba intentando esconder de Scott. Por pura supervivencia, mĂĄs que nada.
               Yo no pude empujar la puerta para cerrarla. SerĂ­a como confirmarle a Scott que habĂ­a algo que no iba bien.
               -ÂżTe pasa algo, Saab?-preguntĂł con preocupaciĂłn, los ojos verdosos de mamĂĄ chispeando con una perspicacia que habĂ­a heredado de ella. DecĂ­an que Scott era la mezcla perfecta de papĂĄ y mamĂĄ: era una copia idĂ©ntica de papĂĄ a su edad, salvo por los ojos, que eran los de ella. Mi hermano bien podĂ­a tener la inteligencia emocional de nuestros padres combinada, si no mĂĄs. Al menos cuando se trataba de nosotras.
               -SĂ­, es que
 estoy un poco revuelta. Ya sabes. La regla-expliquĂ©, lamentando que mi hermano estuviera curado de espanto con ese tema. SabĂ­a que a las demĂĄs chicas les bastaba con mencionar su ciclo para que sus hermanos se volvieran tarados y las dejaran en paz, no queriendo saber nada del tema, pero mi hermano se habĂ­a criado entre mujeres y desde pequeño habĂ­a sido consciente de lo que pasaba en nuestros Ășteros. Era un proceso fisiolĂłgico normal del que no tenĂ­a que escandalizarse. Pero, joder
 habĂ­a veces en que echaba de menos que fuera un machito normal.
               Los machitos normales eran mĂĄs manejables que Scott.
               Claro que los machitos normales no eran la promesa de la mĂșsica de su generaciĂłn. Ni tampoco se les ocurrĂ­an nombres para sus hermanas como Sabrae, un nombre que parecĂ­a hecho para que Alec lo gimiera como

               Para.
               -ÂżSe te estĂĄ alargando?-preguntĂł. Ah, sĂ­. Mi hermano parecĂ­a estar al corriente tambiĂ©n de la duraciĂłn de mis ciclos.
               -Eh
 sĂ­, supongo. Bueno, es que todavĂ­a no se me ha regulado del todo-mentĂ­, apartando de mi cabeza la precisiĂłn con que Alec habĂ­a calculado mis reglas en aquel cuadrante que le habĂ­a hecho a Jordan. Lo habĂ­a hecho de memoria y habĂ­a sido tan preciso como la app de mi mĂłvil, y eso que decĂ­a que se le dan mal las mates.
               -Ah. Vaya, pobrecita. Bueno, si quieres, nos podemos pasar la tarde dĂĄndonos mimos en casa. MeterĂ© unos paños en la nevera-sonriĂł, y de pronto pareciĂł un niño otra vez. No tenĂ­a el mundo a sus pies, ni la responsabilidad que ello conllevaba, sino que
 sĂłlo era un niño en una casa llena de hermanas dispuestas a hacer lo que fuera con tal de tenerlo contento. Scott pocas veces habĂ­a sugerido juegos a los que Shasha, Duna y yo no nos hubiĂ©ramos apuntado, y eso son cosas que no se olvidan.
               -Es que voy a ir con las chicas a la piscina-mentĂ­ de nuevo. Parece que eso era lo Ășnico que iba a hacer: mentir, mentir, y mentir mĂĄs. ÂżAlec tambiĂ©n iba a quitarme esto? ÂżMi relaciĂłn con mi familia?
               ÂżTan difĂ­cil era no haberme dicho nada y punto?
               Scott entreabriĂł la boca, los hombros hundiĂ©ndose un poco, la mirada oscureciĂ©ndose de tristeza.
               -Ah. CreĂ­a que
-se relamiĂł los labios-. No importa. Vale-asintiĂł, despacio, apoyĂĄndose en la puerta-. Pues
 no sĂ©, voy a cambiarme para comer, y luego le mandarĂ© un mensaje a Tommy por si quiere
-clavĂł los ojos en mĂ­ y sus cejas se arquearon, formando una cumbre que millones de chicas matarĂ­an por escalar. Eleanor tenĂ­a mucha, mucha suerte con Ă©l.
               Con Ă©l y con haber tenido la posibilidad de perdonar lo que Scott le habĂ­a hecho. Le habĂ­a infligido el mismo daño que a mĂ­, con la diferencia de que mi hermano habĂ­a estado drogado cuando le fue infiel. Eleanor habĂ­a podido aferrarse a eso para decir que no era realmente Scott el que le habĂ­a puesto los cuernos, que habĂ­a sido un cĂșmulo de circunstancias desafortunadas que se habĂ­an aliado contra ella, pero yo
 yo no tenĂ­a nada a lo que agarrarme.
               Ni siquiera podĂ­a calificarlo de desliz. No despuĂ©s de todo en lo que habĂ­a caĂ­do en la cuenta mientras lloraba desconsoladamente en la habitaciĂłn. El desliz era yo, no PersĂ©fone. Un desliz de meses, al fin y al cabo, pero ellos tenĂ­an años de historia a sus espaldas.
               -ÂżSeguro que no puedes posponer lo de tus amigas? Pronto me irĂ© y
 te voy a echar mucho de menos, pequeñita.
               La mĂ­a era una nueva forma de mezquindad. Scott Malik, el rey del panorama musical inglĂ©s. Scott Malik, la voz mĂĄs prometedora de su generaciĂłn. Scott Malik, el lĂ­der extraoficial pero indiscutible e indisputado de la banda mĂĄs exitosa desde One Direction.
               Desnudando su alma y poniĂ©ndose de rodillas, metafĂłricamente, para que  su hermana pequeña pasara mĂĄs tiempo con Ă©l antes de irse a cumplir ese destino que llevaba escrito desde que papĂĄ y mamĂĄ cruzaron las miradas hace diecinueve años.
               HabĂ­a algo en lo que Alec sĂ­ que tenĂ­a razĂłn: yo era una diosa, pero no de lo que Ă©l decĂ­a. Era una diosa de la crueldad, ya que ni por esas iba a ceder.
               NeguĂ© despacio con la cabeza, la boca contraĂ­da en la mueca de una sonrisa invertida.
               -Lo siento, S, pero
 vamos a una fiesta para la que Kendra ha ganado unas entradas por un sorteo de Instagram. AsĂ­ que no podemos faltar.
               Scott parpadeĂł, asintiĂł con la cabeza, que mantuvo gacha, y cerrĂł la puerta. Me volvĂ­ para mirar mi reflejo en el espejo, como si el cargo de conciencia que sentĂ­a fuera a manifestarse tambiĂ©n fĂ­sicamente y tambiĂ©n tuviera que ocultarlo.
               No fue el caso. Un pequeño gesto de misericordia en un dĂ­a que se estaba cebando conmigo, pero aĂșn era pronto para cantar victoria. DespuĂ©s de pasarme todo el tiempo que pude en el baño sin que mi resistencia a salir de Ă©l resultara sospechosa, por fin lo dejĂ© libre y me encerrĂ© en mi habitaciĂłn. TenĂ­a la cama deshecha y las sĂĄbanas aplastadas allĂ­ donde me habĂ­a lanzado sobre la cama a llorar, y con la indiferencia de una militar que ha vivido dos guerras mundiales y ha visto los horrores de la humanidad, retirĂ© las sĂĄbanas, las hice una bola y me las llevĂ© para echar a lavar. TenĂ­an aĂșn el olor de Alec impregnado en ellas; si bien muy tenue por el tiempo que habĂ­an tenido que acogerme sola, la esencia de mi
 Âżnovio? (ÂżpodĂ­a seguir llamĂĄndolo asĂ­ mientras no tomara una decisiĂłn?), escondida bajo la mĂ­a. SĂ­, dormĂ­a con camisetas que Ă©l se habĂ­a puesto un millĂłn de veces y que gracias a Dios olĂ­an a Ă©l, pero mi cama no era tan intensa como yo y enseguida lo habĂ­a expulsado de su presencia. Si lo echaba de menos, lo hacĂ­a de una forma distinta a mĂ­: ocultando su rastro como si nunca hubiera existido, retĂĄndolo a volver a conquistar algo que le habĂ­a pertenecido nada mĂĄs tocarlo.
               EchĂ© las sĂĄbanas en el cesto de la ropa sucia y regresĂ© a mi habitaciĂłn. Me desanudĂ© la toalla del cuerpo y me quedĂ© mirando las camisetas de andar por casa que Alec me habĂ­a dado para que las utilizara en verano. PonĂ©rmelas serĂ­a como ponerme un collar de pinchos vuelto hacia mi piel. No podĂ­a tener nada cerca que me recordara a Ă©l y a lo que PersĂ©fone habĂ­a disfrutado despuĂ©s que yo, cuando Ă©l me habĂ­a prometido que yo era la Ășltima donde miles habĂ­an estado antes, y la primera en cosas en las que se habĂ­a entrenado con PersĂ©fone. Necesitaba que Alec volviera y me dijera que todo habĂ­a sido una broma de muy mal gusto, que me la estaba devolviendo por lo que le dije de mi embarazo y que por supuesto que Ă©l jamĂĄs harĂ­a nada con PersĂ©fone, no despuĂ©s de lo mal que lo habĂ­a pasado yo en Mykonos, no despuĂ©s de las promesas que nos habĂ­amos hecho.
               -No necesitaba que te resistieras a cientos-dije en voz alta, cogiendo una camiseta de tirantes del antiguo merchandising de papĂĄ a la que le habĂ­a recortado la parte inferior para hacerme un crop top y sacĂĄndome el pelo hĂșmedo con rabia de debajo de la tela de algodĂłn-. Me bastaba con que te resistieras a una.
               FulminĂ© con la mirada a las camisetas de bandas que habĂ­a conocido desde pequeña pero por las que no me habĂ­a interesado hasta que Alec entrĂł en mi vida, y las camisetas se quedaron en el suelo en un silencio que pareciĂł ser aquiescente, como si en el fondo estuvieran de acuerdo conmigo y quisieran condenar los actos de Alec pero no pudieran por una extraña lealtad inanimada hacia su dueño.
               AsĂ­, poco a poco, recuperĂ© la conciencia de mi cuerpo. Y lo que habĂ­a en Ă©l no me gustaba en absoluto. De la flor ya sĂłlo quedaban esquinas. El barco se habĂ­a derrumbado y se habĂ­a convertido en una cĂĄrcel para unos niños osados que habĂ­an hecho de sus ruinas su patio de juegos. La palmera estaba en llamas, desviando a los peregrinos en el desierto que la confundĂ­an con la luz de un faro. El pĂĄjaro habĂ­a aprendido a no volar, y estaba conquistando el suelo con sus largas patas y su pico afilado. No habĂ­a lunas ni estrellas porque no estaba al aire libre, sino en una prisiĂłn que me quedaba pequeña y cuyas paredes no podĂ­an retenerme. Los cuadros bĂ©licos de las paredes estaban ocultos para que NapoleĂłn, Gengis Khan o Atila no se avergonzaran de haberse proclamado emperadores cuando las armas que ahora se tomaban en cuenta en las distintas estrategias habrĂ­an aniquilado sus ejĂ©rcitos en cuestiĂłn de horas. Los integrantes de mi banda se habĂ­an alistado en el ejĂ©rcito. El escenario era un pelotĂłn de fusilamiento. La concha se habĂ­a fracturado y de sus aristas se habĂ­an hecho flechas.
                TenĂ­amos algo precioso, nosotros dos. Y Alec la habĂ­a jodido y me habĂ­a puesto entre la espada y la pared y todavĂ­a se creĂ­a con el derecho de quitarme mi elecciĂłn. DebĂ­a ser yo la que decidiera si se merecĂ­a una segunda oportunidad o no. DebĂ­a ser yo la que le mantuviera o le quitara su tĂ­tulo de mi novio. DebĂ­a ser yo la que dijera lo que pasarĂ­a a partir de ahora. Todo yo. Él ya habĂ­a hecho bastante.
               Temblando de rabia y sabedora de que me iba a ser muy difĂ­cil disimularlo, pero segura de que lo conseguirĂ­a, ya que me enfrentaba a cosas peores, me metĂ­ en unos pantalones de pijama de corte suelto y salĂ­ de mi habitaciĂłn. El pelo hĂșmedo me goteaba por la espalda, dejando surcos muy parecidos a los que Alec me habĂ­a dibujado con sus dedos hacĂ­a lo que me parecĂ­a una eternidad.
               CĂłmo se atrevĂ­a. CĂłmo podĂ­a hacerme esto. CĂłmo era capaz de prometerme que no pasarĂ­a nada y ni siquiera resistirse una puta semana a PersĂ©fone.
               BajĂ© las escaleras con la dignidad de una reina y me reunĂ­ con mi familia decidida a disfrutar de su compañía. No podĂ­a estar con Scott por la tarde, o me terminarĂ­a notando lo que me pasaba y no pararĂ­a hasta obtener las explicaciones a las que Ă©l se creĂ­a con derecho, pero que no pudiera estar con mi hermano de tarde no significaba necesariamente que no pudiera estar bien presente en la comida. O todo lo que pudiera, al menos.
               DespuĂ©s de repartir besos a mamĂĄ y papĂĄ, apartĂ© mis sentimientos a un lado con un poco de labor fĂ­sica. Me di cuenta de que me venĂ­a bien ponerme en movimiento, y que el nudo en mi estĂłmago parecĂ­a cosa de agujetas prematuras mĂĄs que de mi nerviosismo y malestar. ExtendĂ­ el mantel, puse los platos, coloquĂ© los cubiertos detrĂĄs de Shasha mientras Scott, papĂĄ y mamĂĄ se cambiaban en el piso de arriba, y ayudĂ© a Duna a llenar la jarra con el agua frĂ­a de la nevera. PapĂĄ fue el primero en regresar para ayudarnos a pasar la comida de los recipientes de aluminio a las fuentes de cerĂĄmica que usĂĄbamos para servirnos, y le dediquĂ© una sonrisa que pareciĂł pasar por sincera cuando me anunciĂł que habĂ­an pedido una raciĂłn extra de salsa sĂłlo para que pudiera mojar en ella todo el pan que me diera la gana.
               -Incluso hemos cogido bollitos de la que venĂ­amos-dijo papĂĄ, y yo sonreĂ­ y le di un beso en la mejilla. Su barba me pinchĂł como jamĂĄs lo habĂ­a hecho la de Alec, que nunca dejaba que le creciera tanto a pesar de que me gustaba muchĂ­simo cuando me rascaba al comerme el coño. La mezcla de molestia y placer era perfecta esas veces, y cuando me preguntĂ© si se estarĂ­a afeitando o si PersĂ©fone habrĂ­a disfrutado tambiĂ©n de su barba como lo habĂ­a hecho yo, casi rompo una de las fuentes de tanto Ă­mpetu con que la soltĂ© sobre la mesa.
               -Se me ha resbalado-me excusĂ© cuando todos se me quedaron mirando, y me retirĂ© a la cocina en busca del servilletero. Shasha vino detrĂĄs de mĂ­ con la excusa de que le apetecĂ­a tomar zumo.
               -Y, ademĂĄs, he cogido un vaso sucio.
               EstirĂ© la mano para hacerme con el servilletero y Shasha me puso la suya en la muñeca.
               -Le he dicho a Duna que no debe decir nada de que te ha llamado Alec.
               -ÂżY eso por quĂ©?-preguntĂ© con tono de indiferencia. Una indiferencia que, desde luego, no sentĂ­a. Ahora mismo el nombre de Alec me producĂ­a todas las emociones de la rueda, si es que dicha rueda siquiera existĂ­a.
                -Porque no quiero que te pregunten por Ă©l y te pongas a llorar otra vez.
               -Ya he terminado de llorar por Ă©l-sentenciĂ©. En aquel momento lo decĂ­a en serio. O supongo que no habĂ­a especificado que no iba a volver a llorar por Alec bajo nuestro techo. Que consiguiera seguir asĂ­ hasta por la noche me sorprenderĂ­a; es mĂĄs, ni siquiera apostaba por mĂ­.
                Shasha se retirĂł un poco hacia atrĂĄs, evaluĂĄndome, viendo a travĂ©s de mi cambio de actitud. TenĂ­a que ponerme una mĂĄscara para estar en casa y que nadie sospechara lo que habĂ­a pasado, y tenĂ­a mĂĄs experiencia escondiendo mis sentimientos cuando estaba enfadada que cuando estaba triste. Era una chica de carĂĄcter: sabĂ­a ser amable incluso cuando sentĂ­a rabia.
               Lo que no sabĂ­a era sonreĂ­r estando triste. En ese sentido era completamente transparente.
               -Entonces, Âżpuedo empezar yo?-respondiĂł, y aunque lo hizo en tono irĂłnico, pude escuchar perfectamente la parte de ella que estaba ansiosa porque le permitiera desahogarse conmigo. QuerĂ­amos a Alec de maneras distintas, y si bien la mĂ­a era mĂĄs profunda e intensa, eso no querĂ­a decir que Ă©l no hubiera decepcionado a Shasha tambiĂ©n. Ella estarĂ­a buscando su propio punto de apoyo mientras trataba de ofrecerme mi mano para evitar que me cayera al vacĂ­o.
               Todo esto era horrible, y ninguna de las dos sabĂ­a cĂłmo proceder. ExhalĂ© un gemido y me inclinĂ© a darle un beso en la cabeza, notando que parte de la rabia se disipaba, lo cual era tremendamente peligroso para mĂ­ en ese momento. SĂłlo sentĂ­a tristeza al comprender, puede que mejor que nadie, por lo que estaba pasando tambiĂ©n Shasha. Alec habĂ­a sido el primero en decirme que tenĂ­a derecho a sentir ciertas cosas de mĂ­ misma que ni siquiera yo me permitĂ­a sentir cuando habĂ­amos hablado de mi adopciĂłn, asĂ­ que podĂ­a imaginarme quĂ© era lo que Shasha temĂ­a si al final las cosas entre Ă©l y yo no se arreglaban.
               TenĂ­a que encontrar la forma de arreglarlas, ahora tambiĂ©n por ella, pero no tenĂ­a ni idea de cĂłmo iba a hacerlo sin poner en peligro el futuro que ahora mismo pendĂ­a de un hilo. Me daba la sensaciĂłn de que si decĂ­a en casa lo que habĂ­a pasado, mis padres se empecinarĂ­an en que tenĂ­a que respetarme a mĂ­ misma y cerrarme en banda con Alec ahora que todavĂ­a estaba a tiempo y que me resultarĂ­a mĂĄs fĂĄcil, pues no habĂ­a mejor manera de no pensar en alguien que tenerlo a seis mil kilĂłmetros. SĂłlo tenĂ­a que cuidar de mĂ­. No me lo encontrarĂ­a sin querer por ninguna esquina, ni coincidirĂ­amos en ningĂșn lugar de trĂĄnsito que los londinenses frecuentĂĄramos como nos habĂ­a pasado en Camden. Era libre de pasar pĂĄgina si asĂ­ lo deseaba ahora, de modo que tenĂ­a que aprovechar la oportunidad.
               SabĂ­a de sobra lo que me dirĂ­an mis padres igual que sabĂ­a de sobra lo que me dirĂ­an Scott o mis amigas: que tenĂ­a que dejar a Alec. Sobre todo, mis amigas me insistirĂ­an en que si no castigaba a Alec por lo que me habĂ­a hecho, lo volverĂ­a a hacer. Me estaba tomando la medida y yo no debĂ­a dejar que creyera que podĂ­a hacer lo que le diera la gana, hacerme daño y que eso no tuviera consecuencias.
               Estaba sola. Me habĂ­a aislado de mi entorno alejĂĄndose de mĂ­ y quitĂĄndome la perspectiva que subirme a sus hombros me daba. Pero, al menos, tenĂ­a a Shasha.
               Me abracĂ© a mi hermana y decidĂ­ interpretar el papel de mi vida en la comida, ya que no sĂłlo me cuidaba a mĂ­, sino tambiĂ©n a ella. Y puede que yo estuviera dispuesta a inmolarme sin pensar en las consecuencias, pero me gustaba considerarme una buena hermana mayor. Las buenas hermanas mayores no ponĂ­an en peligro a las pequeñas ni las dejaban en la estacada.
               -No necesitas mi permiso para sentir lo que desees, Shash-dije contra su sien, dĂĄndole un nuevo beso y luego apartĂĄndome de ella. Le lancĂ© una mirada que esperaba que le infundiera valor, y, con el servilletero en las manos, me volvĂ­ hacia el comedor, donde Duna ya estaba sentada y alborotando junto a Scott, que no desaprovechaba la oportunidad de comĂ©rsela a besos.
               -ÂżMe vas a echar de menos?
               -ÂĄSĂ­!
               -ÂżCuĂĄnto?
               -ÂĄMucho! ÂĄMucho, mucho!
               -Pues yo a ti nada-Scott le sacĂł la lengua y Duna se puso de morros.
               -ÂĄMennnnnnnnnnntira cochina!
               -ÂĄNada, nada, nada, nada!-repitiĂł Scott, que la cogiĂł en brazos y la sentĂł en su regazo, y Duna se puso a chillar de la emociĂłn. Me preguntĂ© quĂ© opinarĂ­a la chiquilla si le explicaba lo que habĂ­a pasado con Alec. Si ella tambiĂ©n tendrĂ­a ganas de llorar o se encogerĂ­a de hombros y soltarĂ­a alguna perlita inesperada de las suyas, como “lo venĂ­amos sabiendo, sobre todo porque a mĂ­ me los pone contigo”.
               De nuevo la voz en mi cabeza diciĂ©ndome que mi Alec no podĂ­a haberse besado con PersĂ©fone. Alguien que despertaba sentimientos asĂ­ de puros y positivos entre la gente que lo conocĂ­a era incapaz de hacerles daño.
               Entonces, Âżpor quĂ© supuraba mi pecho?
               Scott separĂł las piernas un poco mĂĄs, dejĂł que Duna se sentara con el costado pegado a su pecho, y le rodeĂł la espalda con un brazo. La pequeña de la casa mirĂł a mamĂĄ con la sĂșplica en la mirada, pero mamĂĄ se hizo la loca y no les devolviĂł la mirada a ninguno de los dos.
               Se me rompiĂł un poco el alma al ver cĂłmo Scott se aferraba a la niña. Alec tambiĂ©n iba a quitarme eso: Scott tenĂ­a tantas ganas de estar conmigo como yo de estar con Ă©l, pero debĂ­a huir de mi hermano si querĂ­a que fuera libre y se ocupara de sus labores.
                -Voy a comer aquĂ­-proclamĂł Duna con orgullo, y no se me escapĂł la mirada desafiante que me lanzĂł, recordando Ă©pocas en las que todas nos peleĂĄbamos por las atenciones de Scott.
               O sea, hace como una hora.
               -De eso nada. Tu hermano tiene que descansar, Duna-ordenĂł mamĂĄ-. Tiene muchĂ­simo trabajo y estĂĄ reventado.
               -ÂżDe hacer el tonto a todas horas? Lleva asĂ­ 18 años-pinchĂł Shasha, y Scott le enseñó el dedo corazĂłn.
               -Deja a Dun, mamĂĄ. Estoy bien. No me importa, de verdad.
               -ÂĄOleeeee!-clamĂł Duna, que habĂ­a adoptado la expresiĂłn de Alec, que la habĂ­a hecho suya ese verano, cuando por fin Tommy consiguiĂł hacerle entender para quĂ© la usaban en España-. Por fin soy la preferida de algĂșn hombre-espetĂł la enana, y ya me mirĂł con un desafĂ­o abierto en los ojos, como diciendo “quĂ­tame a Ă©ste tambiĂ©n, si te atreves”.
               -ÂżQuĂ© tal las entrevistas?-preguntĂł Shasha, cogiendo un pan de ajo y un poco de salsa picante que se echĂł en el plato. Scott puso los ojos en blanco.
               -Un coñazo-dijo, y papĂĄ sonriĂł.
               -La vida de la estrella del pop es tediosa cuando no estĂĄs en el escenario, Âżeh?
               -ÂżPor fin admites, entonces, que hacĂ­as pop, papĂĄ?-lo pinchĂł Scott.
               -ÂżHas tenido ya la entrevista de Buzzfeed con cachorritos?-quiso saber Duna, mirando a Scott con una adoraciĂłn que se reservaba sĂłlo para Alec. Bueno, puede que alguien sobreviviera si yo no encontraba la manera de perdonar a Alec. Scott bien podĂ­a recuperar el lugar que el Chico Blanco Del Mes le habĂ­a quitado hacĂ­a tiempo, y que le pertenecĂ­a por derecho.
               -Eh
 no, aĂșn no. Pero cruzamos los dedos.
               -Jo. ÂżY has hecho ya la entrevista de las alitas picantes?
               -Tampoco. Aunque creo que Ă©sa la hacen en Estados Unidos-mirĂł a papĂĄ, que se encogiĂł de hombros.
               -Vaya mierda.
               -Duna-advirtiĂł mamĂĄ.
               -Pero hemos hecho una entrevista chulĂ­sima en la que me han preguntado cosas sĂșper raras, como quĂ© tipo de animal serĂ­amos si no fuĂ©ramos humanos o con quĂ© mueble nos identificamos mĂĄs.
               -ÂżY quĂ© mueble has dicho tĂș?-preguntĂł Shasha.
               -Un sofĂĄ en L.
               -¿¥Un sofĂĄ!? ¿¥En serio!?
               -ÂĄUn sofĂĄ en L! ÂĄNo es lo mismo que un sofĂĄ normal! ÂĄEs mĂĄs señorial!
               -ÂĄEs horrible! ÂĄPienso hundir las estadĂ­sticas de ese vĂ­deo en cuanto lo publiquen!
               -ÂĄVaya que si lo harĂĄs! ÂĄPero no va a ser por mi culpa! Tommy dijo que con una esterilla de yoga. Una puta esterilla de yoga-Scott sacudiĂł la cabeza, pinchando con rabia un pedazo de gamba del arroz que habĂ­an traĂ­do en un recipiente.
               -Es mĂĄs original que un sofĂĄ.
               -ÂĄUna esterilla de yoga ni siquiera es un mueble!
               -A mĂ­ me gustarĂ­a ser un perchero-soltĂł Duna, sonriente.
               -Eso es mĂĄs normal que una esterilla de yoga. Y sĂ­ es un mueble.
               -Ugh. Definitivamente sois hermanos. Debisteis de salir del mismo ovario, porque sois igual de aburridos.
               -ÂżQuĂ© serĂ­as tĂș, tĂ­a lista?
               -Un robot aspirador-proclamĂł Shasha con orgullo.
               -ÂżPERDÓN?
               -ÂĄSon geniales! Hacen lo que les da la gana, nadie les molesta y tienen inteligencia propia para ir esquivando los muebles. Son perfectos. Nadie se sienta en ellos a tirarse pedos como un loco ni a llenarlos de babas durante la siesta. SĂ­, señor. Un robot aspirador serĂ­a mi respuesta final.
               -ÂĄPero si eso sĂ­ que no es un mueble!-ladrĂł Scott.
               -SĂ­ que es un mueble. Se mueve. DĂ­selo, mamĂĄ.
               -JurĂ­dicamente hablando
-empezĂł mamĂĄ, y Scott gimiĂł sonoramente.
               -Guay, mamĂĄ. Literalmente me voy de casa en unos dĂ­as y ya estĂĄs poniendo en duda mi credibilidad con mis hermanas. Esto debe de ser un nuevo rĂ©cord. ÂżSeguro que no quieres ponerte de mi parte? Soy el que te conoce de hace mĂĄs tiempo y tambiĂ©n el que va a estar mĂĄs expuesto. PodrĂ­a besarte el culo en prime time si quisiera-Scott le dedicĂł una sonrisa amplĂ­sima a mamĂĄ, que se echĂł a reĂ­r y respondiĂł:
               -TĂș ya te fuiste de casa hace unos meses. Ahora la de la posiciĂłn privilegiada es Sabrae.
               Toda la mesa se volviĂł para mirarme y, aunque a mĂ­ no me parecĂ­a que yo tuviera una posiciĂłn muy privilegiada, me obliguĂ© a sonreĂ­r.
               -Supongo que cada uno cosecha lo que siembra, S-comentĂ©, dando un sorbo de mi agua. TenĂ­a pollo en el plato que llevaba paseando de un lado a otro desde que habĂ­an empezado a hablar. No encontraba el momento de metĂ©rmelo en la boca y comprobar si el nudo de mi estĂłmago me permitirĂ­a comer o tendrĂ­a que hacer el paripĂ© mareando el pollo de un lado a otro, como si fuera un pato.
               La verdad es que podrĂ­a haber elegido una frase un pelĂ­n menos profĂ©tica, porque apenas la pronunciĂ© ya volvĂ­ a pensar en Alec. Era casi una sentencia de muerte, lo que acababa de firmar: estaba claro lo que tenĂ­a que hacer con Ă©l.
               Pero no querĂ­a. Por Dios bendito, herida supurante y todo, yo no querĂ­a. Era incapaz de pensar en mi vida sin Alec ahora que ya habĂ­a hecho planes de futuro con Ă©l. ÂżEra por esto, precisamente, por lo que me habĂ­a negado en un primer momento a acceder a salir con Ă©l de manera formal? ÂżPara protegerme de las ilusiones que luego me destrozarĂ­an y me cortarĂ­an con todas sus aristas?
               ÂżPara no concederle hasta el Ășltimo ĂĄpice de mi confianza y de mi amor por mĂ­ misma y que Ă©l pudiera hacer con ellos lo que quisiera? ÂżO para seguir con la ilusiĂłn de que yo estarĂ­a entera incluso sin Ă©l?
               Me obliguĂ© a masticar un trozo de pollo mientras reflexionaba sobre eso de nuevo, mi familia continuando con las bromas como en una comida normal en la que estuviĂ©ramos participando todos. SerĂ­a una falta de respeto hacia mĂ­ misma. SabĂ­a lo que tenĂ­a que hacer. SabĂ­a las reacciones que despertarĂ­a la noticia. No la estarĂ­a ocultando de no ser asĂ­.
               Y sin embargo, me sentĂ­a incapaz de pronunciar esas palabras. Como una vĂ­ctima de un crimen atroz, el decirlo en voz alta sĂłlo harĂ­a que todo se hiciera todavĂ­a mĂĄs real. La confesiĂłn de Alec estaba entre nosotros dos y nadie mĂĄs; Shasha no conocĂ­a los detalles, y dudaba que nadie mĂĄs que PersĂ©fone supiera lo que habĂ­a pasado en EtiopĂ­a, incluso aunque Alec compartiera cabaña con otro chico al que yo no conocĂ­a.
               Bueno, eso era poco probable. Seguro que Alec y su compañero de cabaña eran ya bastante amigos; a fin de cuentas, le habĂ­a hecho de sombra y dormĂ­an juntos, asĂ­ que no harĂ­an demasiadas cosas separadas, y Alec no era precisamente discreto. Claro que tampoco me lo imaginaba aireando sus trapos sucios a los cuatro vientos, sobre todo si tambiĂ©n me involucraban a mĂ­ y me causaban dolor.
               Me preguntĂ© si le habrĂ­a hablado de mĂ­. Si le habrĂ­a contado las promesas que me habĂ­a hecho y que habĂ­a roto. Me preguntĂ© si le habrĂ­a enseñado fotos mĂ­as y el chico le habrĂ­a dicho que yo era guapa, y, de ser asĂ­, si habrĂ­a dicho que PersĂ©fone lo era mĂĄs o menos que yo. Me preguntĂ© si le habrĂ­a echado la bronca o le habrĂ­a jaleado por hacer lo que todos los demĂĄs, por no dejar que un amor intenso pero lejano le atara las alas a la espalda. Me preguntĂ© si el italiano serĂ­a de los que entendĂ­an el amor como una promesa entre dos armas cuyos colores se mezclaban hasta conseguir uno nuevo y mĂĄs bonito, como el rosa y el azul se entremezclaban para hacer el lavanda, o si, por el contrario, lo verĂ­a como un efecto secundario del placer que nos producĂ­a el sexo. Si era el sĂ­ntoma al que nos arriesgĂĄbamos de una enfermedad que todos estĂĄbamos ansiosos por contraer.
               Se me cerrĂł el estĂłmago y me dieron ganas de llorar. En lo Ășnico en que podĂ­a pensar era en todas las maneras posibles en que Alec podĂ­a haberla cagado y no habrĂ­a pasado absolutamente nada. PodrĂ­a haberse tirado a todas las tĂ­as del voluntariado nada mĂĄs llegar. PodrĂ­a haber dejado embarazada a alguna y yo seguirĂ­a tan pichi. Le habĂ­a dado permiso para eso.
               No le habĂ­a dado permiso para besar a PersĂ©fone.
               Y habĂ­a besado a PersĂ©fone.
               Pero tampoco se lo habĂ­a prohibido.
               No lo creĂ­a necesario.
               ÂżEra culpa mĂ­a no habĂ©rselo dicho expresamente?
               SĂ© que PersĂ©fone estaba fuera de lĂ­mites y que no era para esto para lo que me diste libertad, me habĂ­a dicho Ă©l durante la llamada de telĂ©fono. No, Ă©l tambiĂ©n sabĂ­a que lo habĂ­a hecho mal: por eso no me habĂ­a dicho nada.
               Entonces, Âżpor quĂ© cojones habĂ­a cruzado la Ășnica lĂ­nea roja que habĂ­a entre nosotros? ÂżCĂłmo podĂ­a haber sido tan jodidamente imbĂ©cil? Sus tendencias autodestructivas nunca me habĂ­an salpicado a mĂ­. Siempre habĂ­an sido contra Ă©l y nada mĂĄs. De hecho, yo siempre habĂ­a actuado como un paracaĂ­das cuando se arrojaba al vacĂ­o o como un amortiguador cuando Ă©l explotaba. Le habĂ­a parado ataques de ansiedad. ÂżDe verdad pensaba que yo no tenĂ­a lĂ­mites?
               -ÂżTe encuentras bien, cielo?-preguntĂł mamĂĄ, que se habĂ­a dado cuenta de que no habĂ­a tocado mi plato. AsentĂ­ con la cabeza, viendo en su pregunta la excusa perfecta para dejar de hacer el paripĂ©.
               -Es que
 estoy un poco revuelta. No querĂ­a deciros nada para que no os preocuparais, y me siento fatal porque habĂ©is cogido mi comida preferida, pero
 la verdad es que no la estoy disfrutando mucho.
               -ÂżHabrĂĄs tomado algo que te ha sentado mal?-preguntĂł papĂĄ. SĂ­, me habrĂ­a gustado decirle, una dosis de verdad edulcorada con cianuro que no ha servido para matarme.
               -Es por la regla.
               -Vaya por Dios. ÂżNo se te estĂĄ quitando aĂșn?
               NeguĂ© con la cabeza.
               -Debe de ser por el disgusto-dijo mamĂĄ. Me di cuenta del silencio sepulcral en el que se habĂ­a sumido Shasha, jugueteando con un trocito de cerdo picante.
               -Mm-mm-asentĂ­.
               -Alec estarĂĄ de vuelta en un pispĂĄs, ya verĂĄs. Ahora lo estĂĄis pasando mal, pero enseguida estarĂ©is juntos de nuevo, y os reirĂ©is de la situaciĂłn.
               -No me imagino riĂ©ndome de esto por mucho tiempo que pase, mamĂĄ, pero gracias por el consuelo-musitĂ©. DesmenucĂ© un poco del pan dulce y me lo metĂ­ en la boca. Me obliguĂ© a masticarlo hasta que me pareciĂł que podrĂ­a pasar por mi esĂłfago cerrado, y por suerte o por desgracia, sobrevivĂ­ a la operaciĂłn.
               Tuve que aguantar con estoicismo la preocupaciĂłn de los ojos de mamĂĄ fijos en mĂ­, analizando cada uno de mis movimientos. Me lleguĂ© a temer lo peor: que me acorralara y me preguntara quĂ© me ocurrĂ­a, consiguiendo que me desmoronara y le confesara todo lo que habĂ­a pasado. Y entonces no me dejarĂ­a opciĂłn. SabĂ­a que mamĂĄ me dirĂ­a que la tenĂ­a, pero no era cierto. Ella jamĂĄs se habĂ­a visto en mi posiciĂłn, y de ser asĂ­, me habrĂ­a dicho lo que todo el mundo: que si lo habĂ­a hecho una vez, lo volverĂ­a a hacer. Que ya no podĂ­a fiarme de Ă©l. Que debĂ­a respetarme a mĂ­ misma. Ella no sabĂ­a como yo sĂ­ que respetarme a mĂ­ misma pasaba por querer a Alec. No iba a dejar de hacerlo me hiciera lo que me hiciera, y ya habĂ­a vivido alejada de Ă©l y queriĂ©ndolo durante meses; no estaba dispuesta a reiniciar la cuenta y que pasaran a ser años.
               SabĂ­a que lo correcto era hacer borrĂłn y cuenta nueva. Pero yo no querĂ­a lo correcto. Me convertirĂ­a en una forajida gustosa si eso suponĂ­a seguir como hasta ahora. Que Alec me hubiera quitado la venda sin querer no querĂ­a decir que yo tuviera que seguir viendo: podĂ­a volver a ponĂ©rmela y seguir en mi mundo de fantasĂ­a. Yo querĂ­a mi mundo de fantasĂ­a.
               O eso creĂ­a yo. No sĂ©. Estaba hecha un lĂ­o. Le habĂ­a pedido tiempo para pensar a Alec porque de verdad necesitaba pensar. Sopesar las posibilidades, y
 que me dejaran tranquila, en silencio; bastante griterĂ­o habĂ­a ya en mi cabeza.
               Por suerte, cuando tomamos el postre, del que yo apenas probĂ© un par de cucharadas antes de dĂĄrselo a Shasha para que ella se lo terminara por mĂ­, papĂĄ y mamĂĄ se levantaron de la mesa y dijeron que se ocupaban de los platos. SabĂ­a de sobra que lo que querĂ­an era un tiempo a solas para discutir mi situaciĂłn, pero yo no estaba de humor para tratar de convencerlos de que estaba bien. AsĂ­ que me levantĂ©, recogĂ­ mis cosas, las llevĂ© a la cocina y luego empecĂ© a subir las escaleras. CogerĂ­a el mĂłvil, me meterĂ­a bajo las sĂĄbanas y me dedicarĂ­a a mirar los videomensajes que Alec y yo habĂ­amos intercambiado a lo largo de los meses para seguir torturĂĄndome y descubrir si era capaz de cambiar de opiniĂłn. SabĂ­a que esto era malsano y que deberĂ­a cuidar de mĂ­ antes que de Ă©l, pero cuando tu felicidad se convierte en una sola persona, corres el peligro de volverte adicta a ella y no ser capaz de mirar hacia el futuro si crees que ya no va a estar allĂ­. Nadie  clava los ojos en el cielo si no ve estrellas. Nadie otea el horizonte si estĂĄ tierra adentro. No miras el callejero de una ciudad que jamĂĄs vas a visitar.
               Cuando salĂ­ del baño de lavarme los dientes, me encontrĂ© con que Scott estaba esperĂĄndome de nuevo. Se habĂ­a apoyado en el pasillo de forma que me impedĂ­a acceder a mi habitaciĂłn.
               -SĂ© que te pasa algo-dijo sin miramientos, la perspicacia de los años tratando de engañar a nuestros padres brillando en esos ojos que valĂ­an millones y millones. Era raro que mi hermano ahora fuera el objeto de deseo de millones de mujeres (y algunos hombres tambiĂ©n) y que, a pesar de que yo habĂ­a encabezado la lista de gente que lo adoraba incluso cuando esa lista se reducĂ­a a cuatro personas, ahora no me apeteciera verle. DeberĂ­a estar disfrutĂĄndolo mientras pudiera, aprovechando cada instante con Ă©l
 y lo que hacĂ­a era rehuirlo.
               -Estoy revuelta, eso es todo.
               -AjĂĄm-repitiĂł Scott-. SĂ­, eso ya lo has dicho. Aunque no lo suficiente para no irte a la piscina con tus amigas-atacĂł, poniendo los ojos en blanco. SuspirĂ© trĂĄgicamente.
               -Ya te he dicho que a Amoke le han tocado por Instagram unas entradas para una fiesta y no podemos perdĂ©rnosla.
               -ÂżNo habĂ­a sido a Kendra?-preguntĂł, alzando una ceja. NotĂ© que me subĂ­a todo el color a las mejillas. Mierda.
               -Eh
 sĂ­. A Kendra y a Amoke. A las dos. Por eso vamos las cuatro.
               -Mm. ÂżEllas tambiĂ©n se han duchado para ir a la piscina?-preguntĂł, despuĂ©s de asentir con la cabeza y mirar al suelo. Sus ojos volvieron a clavarse en mĂ­ y yo sentĂ­ que el suelo bajo mis pies desaparecĂ­a-. ÂżO eso lo has hecho sĂłlo tĂș?
               -Estaba
 yo
 ÂżquĂ© es esto? ÂżHe matado a alguien? ÂżLlamo a mamĂĄ para que estĂ© presente durante el interrogatorio?
               -Es gracioso que menciones a mamĂĄ, porque sabes de sobra que todos lo hemos notado pero ni ella ni papĂĄ van a decirte nada porque quieren darte tu espacio. Pero yo no tengo por quĂ© darte espacio, Sabrae. Soy tu puto hermano mayor. Literalmente te puse tu nombre. Mi obligaciĂłn es cuidarte y protegerte, no dejar de molestarte para que acudas a mĂ­ cuando estĂ©s preparada. Eso es cosa suya. Pero no creas que ninguno de nosotros se ha tragado tu numerito de las nĂĄuseas. ActĂșas de pena. Suerte que en esta familia no nos da por el intrusismo laboral como pasa en casa de Diana, o estarĂ­as jodida, amiga.
               Se inclinĂł hacia mĂ­, protector y puede que un poco posesivo. Alec le habĂ­a quitado el derecho a defenderme cuando todos estĂĄbamos juntos, pero con mi Âżnovio?, lejos de casa, habĂ­a reclamado mĂĄs que gustoso ese privilegio que nunca deberĂ­a haber perdido.
               -Puedes contarnos lo que sea. A mĂ­, sobre todo. Sabes que yo no le voy con el cuento de lo que me dices a papĂĄ o a mamĂĄ. No tienes por quĂ© llevar tu carga tĂș sola.
               Me acariciĂł la mejilla y casi, casi me convence. ParecĂ­a tan comprensivo, tan bueno, tan abierto a ayudarme, que por un momento estuve a punto de decirle lo que me pasaba.
               Luego me di cuenta de que no podĂ­a. SabĂ­a de sobra lo que Scott me dirĂ­a: no habĂ­a tomado partido cuando yo empecĂ© con Alec porque estaba en la misma situaciĂłn que Tommy con Ă©l y Eleanor, pero todos sabĂ­amos el historial que tenĂ­a cada uno y las tendencias de un lado y de otro. Su obligaciĂłn era cuidarme, exacto. Y cuidarme pasaba por decirme las verdades a la cara, incluso si no me gustaban; sobre todo, si eran sobre sus amigos, a los que podĂ­a llegar a conocer mejor que yo. Él habĂ­a vivido lo que Alec me habĂ­a hecho una y mil veces, habĂ­a visto a mi ÂżtodavĂ­a novio?, coquetear con tĂ­as y enrollarse con unas y con otras sin rendir cuentas ante nadie, anotando nĂșmeros en una lista imaginaria como si cada vez que entraba en el interior de una chica fuera un triunfo que se merecĂ­a pasar a la posteridad.
               No me habĂ­a dicho que me merecĂ­a algo mejor que Alec por respeto a su amigo y a mis sentimientos por Ă©l
 pero me lo dirĂ­a si le contaba lo que habĂ­a pasado.
               No me perdonarĂĄs si le perdono, asĂ­ que no puedes enterarte, me habrĂ­a gustado decirle. En su lugar, le dediquĂ© mi mejor mirada desafiante y repetĂ­:
               -Te he dicho que no me pasa nada.
               Me escabullĂ­ por debajo de su brazo y conseguĂ­ entrar en mi habitaciĂłn. Me volvĂ­ sobre mis talones y agarrĂ© la puerta con firmeza. OdiĂĄndome por lo que iba a hacer pero sabiendo que era la Ășnica manera de que Scott viviera su vida, me metĂ­ en el papel de hija de puta del año.
               -Escucha, sĂ© que te fastidia que no vaya a pasar tus Ășltimos dĂ­as en casa contigo, pero fuiste tĂș el que se apuntĂł a ese estĂșpido concurso en primer lugar. Yo no puedo parar mi vida por ti. TĂș no lo hiciste por mĂ­, Scott. SĂ­ que puedo ir a algĂșn concierto tuyo si me lo pides, pero bastante he desatendido ya a mis amigas por estar con mi novio-la palabra ardiĂł en mi lengua, pero me obliguĂ© a continuar-, como para ahora pasar de hacer planes con ellas por estar con mi hermano. SobrevivirĂĄs a una tarde sin mĂ­. Tampoco es como si me fuera al polo norte. O a EtiopĂ­a-escupĂ­ con rabia.
               -No es por
-empezĂł Scott, pero le cerrĂ© la puerta en las narices y me apoyĂ© en ella por si intentaba abrirla. No lo hizo-. Sabrae-dijo, al otro lado-. Sabrae-repitiĂł con tristeza, y a mĂ­ se me llenaron los ojos de lĂĄgrimas. Mira lo que me estĂĄs haciendo hacer, Alec.
               Cuando escuchĂ© la voz triste de Scott al otro lado de la puerta fue cuando empecĂ© a preguntarme, por primera vez, si todo lo que estaba haciendo merecĂ­a la pena.
               -No me eches antes de que me vaya, Saab-me pidiĂł Scott con tristeza y con un hilo de voz. EscuchĂ© cĂłmo ponĂ­a la mano en la puerta y la acariciaba suavemente. Aunque no podĂ­a verlo, sĂ­ podĂ­a imaginĂĄrmelo: la frente apoyada en la puerta, la respiraciĂłn condensĂĄndose en la pintura sobre la madera.
               Me echĂ© a llorar.
               -Chiquitina

               A llorar fuerte. Me tapĂ© la boca con la mano para que Scott no me escuchara sollozar, porque entonces sĂ­ que echarĂ­a la puerta abajo. Me deslicĂ© por la puerta hasta quedar sentada con la espalda pegada a ella, y tras unos minutos, Scott se marchĂł a disfrutar de las hermanas que todavĂ­a le consideraban una prioridad. Yo llorĂ© y llorĂ© y llorĂ©, hecha purĂ©, hecha polvo, hecha nada, mientras empezaba a odiar a Alec por hacerme quererlo hasta el punto de que estaba dispuesta a sacrificar a Scott por salvarlo a Ă©l. Yo no era asĂ­. No podĂ­a ser asĂ­. Scott me habĂ­a puesto mi nombre. Scott me habĂ­a encontrado. Scott me habĂ­a dado la vida que yo tenĂ­a ahora. Él jamĂĄs me habrĂ­a dado la espalda como yo acababa de dĂĄrsela a Ă©l.
               ÂżY si lo estaba exagerando todo? ÂżY si esto no era mĂĄs que un enorme y peligrosĂ­simo malentendido? ÂżY si mi instinto estaba en lo cierto y Alec no era capaz de hacerme algo asĂ­, y no me lo habĂ­a hecho? ÂżY si era la parte mala e insegura de mĂ­ la que estaba tomando el control ahora? ÂżDe verdad era tan malo hacerse la tonta, o pensar bien de mi novio? ÂżEra hacerse la tonta confiar en Ă©l, o seguir mi primera intuiciĂłn cuando habĂ­a creĂ­do que era una broma? De eso iba la confianza, despuĂ©s de todo: de darle a alguien un cuchillo con el que hacerte daño y confiar en que no lo harĂ­a, y en aceptar sus disculpas si sucedĂ­a, y creer que no lo harĂ­a de nuevo una vez mĂĄs.
               Ya ni siquiera sabĂ­a quĂ© pensar. No sabĂ­a si era sabio creer en alguien humano, que metĂ­a la pata y te lo decĂ­a, o desconfiar precisamente de esa humanidad. No podĂ­a vivir protegiĂ©ndome siempre, pero tampoco podĂ­a vivir alejĂĄndome de quienes mĂĄs me querĂ­an para tratar de conseguir un poco de distancia.
               Estaba hecha un lĂ­o, y los mĂ©todos a los que acudĂ­a normalmente no podĂ­an ayudarme esta vez, pues eran parte del problema: Alec, Scott, mi madre, mis amigas. Estaba encerrada en una caja de barrotes que ni siquiera eran de oro, sino de hierro oxidado, y que se iban cerrando poco a poco hasta amenazar con asfixiarme. Lo peor de todo era que entre ellos aĂșn habĂ­a habido hueco para que yo pudiera escaparme hasta hacĂ­a unos minutos, pero ahora
 ahora sĂłlo podĂ­a pensar cĂłmo salir de allĂ­.
               Hecha un autĂ©ntico manojo de nervios, me arrastrĂ© hasta mi mesita de noche y cogĂ­ mi mĂłvil. Le escribĂ­ un mensaje a Shasha pidiĂ©ndole que se ocupara de ir hoy a ver a Josh, ya que yo no me veĂ­a con fuerzas, y me disculpara por haberle chafado la tarde de hermanos con Scott.

No pasa nada, Saab. No es culpa tuya. Lo entiendo perfectamente. ¿Qué vas a hacer?

Necesito estar sola. Creo que me voy a ir a casa de Alec para poder pensar.

Vale. AvĂ­same si necesitas algo. ❀❀❀❀

SĂ­, gracias, hermanita. Te quiero mucho, mucho, mucho

Yo también a ti

❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀❀

               Me levantĂ© a duras penas, me preparĂ© una mochila en la que ni siquiera me molestĂ© en meter el bikini para disimular, y cogĂ­ las llaves de casa de Alec. Las dejĂ© al fondo de la mochila y bajĂ© las escaleras como un alma en pena, bamboleĂĄndome de un lado a otro, sintiendo que los escalones bailaban bajo mis pies, tratando de lanzarme escaleras abajo. A la casa entera le habĂ­a ofendido hasta sus cimientos cĂłmo habĂ­a tratado a Scott. Otra cosa mĂĄs que añadir a mi lista de lamentaciones.
               Me asomĂ© al salĂłn y agitĂ© la mano encima de mi cabeza para despedirme de ellos. Me obliguĂ© a fijarme en Scott, en lo triste que parecĂ­a a pesar de que me devolviĂł la despedida con un amago de sonrisa que, por descontado, no le subiĂł a los ojos.
               Esa mirada iba a perseguirme toda la vida. Lo supe nada mĂĄs verla. Y con ella me castiguĂ© en cuanto entrĂ© en casa de los Whitelaw, preguntĂĄndome si no habrĂ­a cometido el error mĂĄs grave no callĂĄndome lo de Alec, sino alejando a Scott de mĂ­.
               Porque con un novio siempre puedes volver.
               Con un hermano, no.
                
 
Era el momento. No podĂ­a posponerlo por mĂĄs tiempo. Si no me levantaba ahora y seguĂ­a bebiendo, llegarĂ­a al punto en que ya no serĂ­a capaz de levantarme y la noche se escurrirĂ­a entre mis dedos como la graduaciĂłn de un curso particularmente difĂ­cil. Todo estaba a favor, como si el universo estuviera tratando de eliminar las reticencias que me quedaban: las bebidas (que Jordan no nos cobraba) estaban buenĂ­simas, bien cargadas y ardientes en mi garganta; la pista tenĂ­a suficiente gente como para que no me diera vergĂŒenza desinhibirme, pero no la bastante como para sentirme agobiada, y la mĂșsica, atronadora en los altavoces, me vibraba por dentro y parecĂ­a presionarme la herida del pecho de manera que Ă©sta dejara de sangrar durante un rato. Mis pies querĂ­an bailar para olvidar. Mis manos querĂ­an bailar para olvidar. Mis caderas querĂ­an bailar para olvidar. Mis brazos, mi cintura, mi pecho, mi pelo; todo mi cuerpo querĂ­a bailar para olvidar lo que me habĂ­a pasado y lo que estaba a punto de hacer.
               Mi mente estaba ansiosa por desconectarse y que pasara lo que tuviera que pasar.
               HabĂ­a tomado esa decisiĂłn despuĂ©s de quedarme sin lĂĄgrimas en casa de Alec. HabĂ­a llegado trastabillando a la puerta, la habĂ­a cerrado, habĂ­a apartado el correo basura a un lado y me habĂ­a derrumbado en el mismo recibidor que tan feliz me habĂ­a hecho hacĂ­a unos dĂ­as. Me parecĂ­a mentira haber regresado al mismo sitio en el que habĂ­a sido tan feliz y me habĂ­a sentido tan completa hacĂ­a escasos dĂ­as y que ahora todo fuera tan distinto para mĂ­, pero la soledad habĂ­a sido la compañera de duelo que yo necesitaba. Me habĂ­a arropado, me habĂ­a dado espacio y me habĂ­a cuidado mientras yo me comĂ­a la cabeza, desgranaba cada inflexiĂłn en la voz de Alec y analizaba cada sĂ­laba de lo que me habĂ­a dicho hasta llegar a la conclusiĂłn de lo que tenĂ­a que hacer y del valor que debĂ­a darle a las palabras de Alec. Puede que Ă©l hubiera exagerado o puede que hubiera sido sincero, puede que hubieran pasado mĂĄs cosas que no quisiera contarme para protegerme a mĂ­ o protegerse Ă©l, pero fuera como fuese, estaba demasiado lejos como para que yo averiguara la autĂ©ntica verdad, asĂ­ que no me quedaba otra que fiarme de su palabra y decidir si le perdonaba o no. Y, si decidĂ­a hacerlo, cĂłmo lo harĂ­a.
               La soluciĂłn me habĂ­a encontrado hecha un ovillo en el sofĂĄ, llorando a moco tendido mientras leĂ­a y leĂ­a y leĂ­a y releĂ­a la carta que me habĂ­a mandado, en la que aĂșn no habĂ­a ni rastro de PersĂ©fone y todo era precioso y perfecto. Cuando se presentĂł ante mĂ­ me habĂ­a quedado parada, incapaz de mover mĂĄs que el pecho al respirar, como cuando estĂĄs leyendo un libro en el que el protagonista se encuentra frente a frente con el asesino, que se desenmascara a sĂ­ mismo ante la ineptitud del detective, al que le queda todo grande. Armada con un nuevo propĂłsito y propulsada por esa soluciĂłn, habĂ­a cogido mi mĂłvil, habĂ­a improvisado un plan con mis amigas para esa misma noche, y habĂ­a corrido de vuelta a mi casa dispuesta a asaltar mi armario y mi neceser.
               Me habĂ­a puesto mĂĄs guapa de lo que me lo habĂ­a puesto en mi vida. HabĂ­a elegido la ropa a conciencia, cogiendo el top mĂĄs ajustado y escueto y la minifalda mĂĄs corta que tenĂ­a en el armario, agradeciendo a los cielos que el tiempo acompañara. Iba a enseñar mĂĄs de lo que habĂ­a enseñado en mi vida; iba prĂĄcticamente desnuda, y asĂ­ me habĂ­an tomado el pelo las chicas cuando me habĂ­an visto aparecer con mi top dorado (quĂ© ironĂ­a) anudado al cuello y a la espalda y la minifalda azul con brillos en tonos rosa que se ajustaba en el muslo y que sĂłlo me permitĂ­a llevar un tanga de hilo. Ésa era la Ășnica ropa interior que llevaba, y las chicas me hicieron saber que se habĂ­an dado cuenta cuando, ataviadas con atuendos atrevidos pero muchĂ­simo mĂĄs modestos que el mĂ­o, me habĂ­an dicho que si pensaba que, cuanta menos ropa llevara de fiesta, menos tiempo estarĂ­a Alec fuera.
               -ÂżCrees que Alec puede sentir cuĂĄnta piel llevas al descubierto y asĂ­ volverĂĄ antes?-se habĂ­a burlado Momo. Ninguna de las tres sabĂ­a lo que habĂ­a pasado esa mañana, y yo no tenĂ­a intenciĂłn de decĂ­rselo hasta que no llevara a cabo mi maligno plan.
               Y ahora, sentada con las piernas cruzadas, las luces empezando a brillar con mĂĄs intensidad y el mundo girando un poco mĂĄs despacio, los chicos un poco mĂĄs guapos y un poco mĂĄs altos que hacĂ­a unos minutos, habĂ­a llegado el momento de poner en marcha mi maligno plan. ÂżEn quĂ© consistĂ­a? Muy sencillo.
               Hecha un ovillo lloroso en casa de Alec, me habĂ­a dado cuenta de que a mĂ­ siempre me habĂ­a dado igual que la gente pudiera juzgarme. Era una joven mujer negra, musulmana y bisexual: mi sola existencia ya era toda una declaraciĂłn de intenciones, y desafiaba a la sociedad simplemente por respirar. AsĂ­ que no me preocupaba lo que los demĂĄs dijeran de mĂ­, lo que mis amigas o mi familia dijeran de las decisiones que yo tomara.
               Si estaba buscando la manera de justificarme ante el mundo por perdonar a Alec era porque yo no sĂłlo necesitaba el permiso de los demĂĄs para perdonarlo, sino el mĂ­o propio. La primera persona a la que tenĂ­a que convencer de que Alec se merecĂ­a que lo perdonaran por lo que habĂ­a hecho era yo. Si estaba tan dolida y tan confusa era porque esa parte de mĂ­ que lo habĂ­a odiado durante años por no conocerlo habĂ­a resurgido y se habĂ­a hecho con el altavoz para chillar que no lo habĂ­a odiado por no conocerlo, sino que lo habĂ­a odiado porque lo conocĂ­a. HabĂ­a desconfiado de Ă©l en diciembre porque sabĂ­a que pasarĂ­a esto.
               TenĂ­a que sorprenderme a mĂ­ misma llegando mĂĄs lejos que Alec. TenĂ­a que odiarme mĂĄs de lo que odiaba a Alec en ese momento. SĂłlo asĂ­ podrĂ­a perdonarlo y podrĂ­a seguir adelante con Ă©l.
               Y la Ășnica manera de odiarme mĂĄs a mĂ­ misma era haciĂ©ndole a Alec lo mismo que Ă©l me habĂ­a hecho a mĂ­.
               TenĂ­a que follarme a otro chico.
               Lo ideal serĂ­a volver a follarme a Hugo, pero le querĂ­a demasiado como para meterlo en este lĂ­o. No serĂ­a justo para Ă©l: ya me habĂ­a acostado con Ă©l mientras pensaba en Alec una vez, y no pensaba repetirlo.
               AdemĂĄs, esto era diferente. No estaba sucumbiendo a un deseo de una noche loca en la que echara mucho de menos a mi novio y me apeteciera recordar lo que es tener a un chico entre mis piernas, un cuerpo masculino y fuerte encima de mĂ­, una respiraciĂłn acelerada lamiĂ©ndome el cuello. Alec me habĂ­a dado permiso para hacer lo que me apeteciera con quien me apeteciera, y ahĂ­ radicaba, precisamente, el quid de la cuestiĂłn.
               No me apetecĂ­a follarme a nadie. Estaba jodidamente despechada. QuerĂ­a darnos una lecciĂłn, a Ă©l y a mĂ­ misma, de que podĂ­a hacerlo. PodĂ­a ser una cabrona con Alec si me lo proponĂ­a.
               Y si era una cabrona con Alec, me pondrĂ­a por debajo de Ă©l y entonces serĂ­a Ă©l quien tendrĂ­a que decidir si me perdonaba. SĂłlo si nos volvĂ­amos tal para cual podrĂ­amos salir de esto. ÂżMe gustaba el plan? No especialmente, sobre todo porque me conocĂ­a y sabĂ­a que no me apetecerĂ­a acostarme con ningĂșn chico sintiĂ©ndome como me sentĂ­a con Alec, asĂ­ que tendrĂ­a que emborracharme hasta perder el sentido y ponerme en manos de primer machito que pasara y rezar porque no me pegara una ETS o algo peor.
               Pero era la Ășnica opciĂłn que tenĂ­a, y que el plan no me gustara no hacĂ­a sino confirmar lo bien trazado que estaba. Iba a odiarme al dĂ­a siguiente, que era precisamente lo que yo necesitaba.
               AsĂ­ que ÂĄal lĂ­o! HabĂ­a unos cuantos chicos lo suficientemente guapos como para atraer mi atenciĂłn durante unos segundos: los que yo necesitaba para compararlos con Alec y descartarlos en seguida. Un par de chupitos ralentizarĂ­an mi radar, y luego todo irĂ­a sobre ruedas. JamĂĄs pensĂ© que dirĂ­a esto, pero bendito patriarcado.
                Me puse de pie sobre mis sandalias de cuña (habĂ­a estado en un tris de ponerme las botas de filigrana de oro que habĂ­a usado en Nochevieja, pero me habĂ­a echado atrĂĄs en el Ășltimo momento porque me parecĂ­a pasarse dejar que me follara un tĂ­o aleatorio mientras las llevaba puestas cuando Alec aĂșn no habĂ­a podido estrenarlas) y le robĂ© el chupito a Momo, que abriĂł los ojos como platos y se echĂł a reĂ­r.
               -ÂĄAlguien viene de atravesar el desierto, al parecer!-se burlĂł, y TaĂŻssa, cuyas trenzas brillaban en la oscuridad, y Kendra se echaron a reĂ­r a carcajada limpia. Me limpiĂ© la boca con la mano, comprobando que el pintalabios no se pasaba a mi piel, y entonces, con los ojos puestos en la pista, dije:
               -Voy a bailar-me girĂ© por fin para mirarlas-. Pase lo que pase y veĂĄis lo que veĂĄis esta noche, no me detengĂĄis.
               Dejaron de reĂ­rse de repente. Momo frunciĂł el ceño. Kendra mirĂł a Momo. TaĂŻssa las mirĂł a ambas alternativamente.
               -Eh
 ÂżquĂ© se supone que significa eso?
               -Significa que esta noche voy a echar un polvo—dije, mirando en derredor. Ya habĂ­a despertado la atenciĂłn de un par de chicos, que me miraban con descaro y se reĂ­an sin disimularlo. Se me encogiĂł un poco el estĂłmago, pero me obliguĂ© a apartar a un lado mis miedos. Los tĂ­os eran posesivos cuando querĂ­an. Dudaba que accedieran a compartirme.
               Creo.
               Espero.
               Oh, mierda. A todos los efectos, yo era de Alec. Lo Ășnico mejor que follarme uno de ellos era que me follaran entre dos. HabĂ­a tĂ­os que le tenĂ­an muchĂ­simas ganas a Alec: habĂ­a levantado tantos ligues con sĂłlo inclinarse en la barra de la discoteca de la forma correcta que el medio Londres que no llevaba faldas lo detestaba tanto como lo envidiaba. Tirarse a su novia era la manera perfecta de devolvĂ©rsela.
               Eso le harĂ­a mucho daño. Eso le harĂ­a mĂĄs daño del que Ă©l me habĂ­a hecho a mĂ­. Vale, habĂ­a encontrado un lĂ­mite.
               Puse la mano encima de la mesa y me volvĂ­ para mirar a mis amigas.
               -Y sĂłlo quiero que intervengĂĄis si veis que me voy con dos. ÂżQueda claro?
               Las chicas me miraron con ojos como platos, atĂłnitas. Estaba a punto de coger mi bolso y pirarme al centro de la pista cuando:
               -ÂżEs que estĂĄs mal de la puta cabeza?
               -ÂżSe te ha ido la olla, pava?
               -Haz el favor de sentarte-ordenĂł TaĂŻssa.
               -No pienso sentarme. Voy a ir ahĂ­ y me voy a poner ciega y me voy a follar al primero que se me ponga por delante.
               -ÂżY quĂ© pasa con Alec?
               -ÂżQuĂ© pasa con Ă©l?
               -Ems, Âżque sigue siendo tu novio, quizĂĄ?-preguntĂł TaĂŻssa.
               -Salvo que tengas actualizaciones en tu estado civil que no hayas tenido el detalle de compartir con nosotras-añadiĂł Momo, suspicaz.
               -Las actualizaciones en mi estado civil en cuestiĂłn: soy lo que viene siendo un caribĂș.
               -ÂżEin?-dijo Kendra.
               -Que me han puesto los cuernos, joder.
               -ÂżQuiĂ©n?-preguntĂł TaĂŻssa, alucinada. Me dieron ganas de abofetearla.
               -David Guetta. ¿¥QuiĂ©n coño va a ser, TaĂŻssa!?
               -ÂżCĂłmo va a haberte puesto los cuernos Alec, Sabrae?-ladrĂł Amoke-. ÂĄLleva fuera una semana! ÂżHas vuelto a intentar hacer una sesiĂłn de espiritismo por Youtube? Ya te dijimos que las alucinaciones de vidas pasadas no son mĂĄs que productos de tu subconsciente.
               -Me lo ha dicho Ă©l.
               -ÂżCuĂĄndo?-interrogĂł Kendra.
               -Esta mañana.
               -ÂżCĂłmo? ÂżA travĂ©s de una ouija? ÂżO por señales de humo? Porque debe de haber hecho una hoguera inmensa si ha conseguido que las vieras desde tan lejos.
               -Me ha llamado por telĂ©fono. Es una larga historia. Le gastĂ© una broma en la carta que le enviĂ© diciendo que estaba preñada de Ă©l. No me mirĂ©is asĂ­. SabĂ©is que no lo estoy. A cambio, Ă©l decidiĂł ser sincero conmigo y decirme que se habĂ­a enrollado con PersĂ©fone hace justo una semana. Puede que incluso estĂ©n celebrando el aniversario-dije con amargura, aunque sabĂ­a que estaba siendo cruel e injusta. Sonaba verdaderamente arrepentido, y sabĂ­a que no le tocarĂ­a ni un pelo mĂĄs.
               El pobrecito estarĂ­a hecho mierda.
               -ÂżDe quĂ© me suena el nombre de PersĂ©fone?-les preguntĂł TaĂŻs a las otras dos.
               -PersĂ©fone es
-empezĂł Momo.
               -
 la zorra griega a la que se follaba cada verano en Mykonos. AjĂĄ. Esa PersĂ©fone. No podĂ­a haber escogido a otra-tomĂ© aire y lo soltĂ© sonoramente-. Lo dicho. Me voy. No me detengĂĄis pase lo que pase. Excepto si me voy con mĂĄs de uno. Lo Ășnico que me falta para coronar este dĂ­a de mierda es acabar en urgencias con un desgarro o algo asĂ­.
               -Haz el favor de tranquilizarte, Sabrae. Ven aquĂ­, siĂ©ntate, y sĂ© razonable.
               -ÂĄNo me voy a tranquilizar, TaĂŻssa! ÂĄTen cuidado no te dĂ© un cabezazo y te empale con mi cornamenta de ñu!-gritĂ©-. ÂĄY YA LO CREO QUE ME VOY A SENTAR! ÂĄENCIMA DE UNA POLLA, LO VOY A HACER!
               -Es imposible que Alec te haya puesto los cuernos. Te ha preparado un calendario menstrual para que su mejor amigo te traiga bombones, joder. Tiene que haber algo mĂĄs-dijo Momo, fulminĂĄndome con la mirada.
               -Esto no es fĂ­sica cuĂĄntica, Amoke. Es bastante evidente cuando le pones los cuernos a  tu novia. Y no lo dices a la ligera.
               TaĂŻssa y Kendra empezaron a protestar, pero Momo extendiĂł la mano y Ă©stas se callaron.
               -No esperarĂĄs en serio que nos sentemos a ver cĂłmo te vendes como un trozo de carne al mejor postor, Âżeh?
               -Si te sirve de consuelo, ni siquiera voy a venderme al mejor postor.
               -Sabrae

               -No me sermonees. Por favor, no me sermonees-jadeĂ©-. He tenido que pelearme con Scott para poder pensar. Necesito hacer esto.
               -ÂżPara devolvĂ©rsela? ÂżSabes la cantidad de cosas que te pueden pasar? ÂżLos sitios a los que te pueden llevar?
               -No tengo intenciĂłn de irme de este local.
               -Eso lo dices ahora que todavĂ­a puedes andar por ti misma.
               -Pues si tanto os preocupa mi seguridad
 poneos a la puerta y aseguraos de que no me lleva nadie a ningĂșn sitio.
               -Vamos a decĂ­rselo a tu hermano.
               -Como si se lo decĂ­s a mis padres. Me da exactamente igual. Lo voy a hacer y no hay nada que podĂĄis hacer para detenerme. AsĂ­ que podĂ©is quedaros aquĂ­ y cuidar de que no me vaya a ningĂșn sitio fuera de la discoteca, o podĂ©is haceros las dignas y conseguir que me pire a otro sitio yo sola. Vosotras mismas.
               Odiaba estar tratĂĄndolas asĂ­. Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba. Era una completa y absoluta imbĂ©cil. Supongo que ya habĂ­a empezado a descender a esa locura a la que tenĂ­a que llegar para poder salir de Ă©sta.
               TaĂŻs, Momo y Ken intercambiaron una mirada larga y profunda, una mirada por cuyo final yo esperĂ©. Me daba miedo lo que iba a hacer. TenĂ­an razĂłn: habĂ­a muchas cosas que podĂ­an salir mal. Por eso era esencial que alguien me vigilara, siquiera desde la distancia.
               -Nos quedamos-sentenciĂł Momo por fin-. Pero eso no significa que aceptemos lo que vas a hacer.
               -El ojo por ojo deja a todo el mundo tuerto, Saab-dijo TaĂŻs.
               -Mejor tuerta que ciega, Âżno?
               Kendra ni siquiera querĂ­a mirarme.
               -ÂżKen?
               LevantĂł la vista y me fulminĂł con la mirada.
               -Tienes un novio guapĂ­simo que ha resultado ser un gilipollas. ÂżAhora tambiĂ©n tienes que volverte gilipollas para estar de nuevo a su nivel? Te creĂ­a mĂĄs lista que para eso, Saab.
               -Es del puto Alec Whitelaw de quien estamos hablando. Por supuesto que quiero estar a su nivel.
               RecogĂ­ mi bolso, asentĂ­ con la cabeza y me adentrĂ© en la pista con los ojos de las tres fijos en mi espalda como herraduras candentes marcĂĄndome la piel. Me entraron ganas de vomitar pensando en lo que estaba a punto de pasar, pero tenĂ­a que hacerlo.
               No iba a ponerme al nivel de Alec. Iba a caer aĂșn mĂĄs bajo que Ă©l. Porque puede que tuviera mis dudas de lo que hubiera pasado y de lo lejos que habĂ­an llegado, pero si de algo estaba segura era de que habĂ­a sido accidental. No lo habĂ­an planeado, simplemente habĂ­a sucedido y ya estaba. Alec no podĂ­a engañarme con eso.
               Yo, por el contrario, lo habĂ­a sopesado, me habĂ­a vuelto a mi casa, me habĂ­a vestido y maquillado para la ocasiĂłn. Lo mĂ­o era mil veces peor. Puede que no sĂłlo consiguiera odiarme a mĂ­ misma (ya lo hacĂ­a, a decir verdad; me avergonzaba y asqueaba a partes iguales haber alcanzado esa conclusiĂłn), sino que fuera a pasarme tres pueblos y que Alec terminara odiĂĄndome tambiĂ©n. QuizĂĄ Ă©l estuviera mejor sin mĂ­. QuizĂĄ, despuĂ©s de todo, PersĂ©fone fuera la que mĂĄs le convenĂ­a de las dos. Todo ocurrĂ­a por una razĂłn.
               Ignorando la presiĂłn en el pecho todo lo que pude, levantĂ© las manos y empecĂ© a bailar. Me concentrĂ© en el ritmo de la mĂșsica y sĂłlo en el ritmo de la mĂșsica mientras luchaba por contener mis nervios y mis ganas de salir corriendo. QuĂ© haces, gritaba algo dentro de mĂ­. QuĂ© haces, quĂ© haces, quĂ© haces, quĂ© haces.
               Yo no era asĂ­. Esta no era yo. No sabĂ­a quiĂ©n era esta chica. Yo

               
 necesitaba dejar de pensar. HabĂ­a un par de chicos a mi lado, invitĂĄndome a juntarme con ellos, a pasĂĄrmelo bien. Los pobres creĂ­an que iba a disfrutar junto a ellos, cuando lo Ășnico que me apetecĂ­a era morirme.
               Me abrĂ­ hueco a codazo limpio hacia la barra y me inclinĂ© hacia la camarera, que pasĂł de largo de mĂ­ varias veces, incluso cuando se quedĂł sin clientes. SaquĂ© un billete de diez libras y lo agitĂ© frente a su cara.
               -ÂĄHooooooooooolaaaaaaa! ÂĄDame tantos chupitos de Jagger como tengas!
               La chica me mirĂł con expresiĂłn desafiante, recogiĂł mi billete y, en su lugar, me tendiĂł una botella de agua de dos litros.
               -ÂżEs puta coña?
               -ÂżQuĂ© cojones se supone que haces, Sabrae?-ladrĂł Jordan, tomando el testigo de la camarera.
               -ÂĄMĂ©tete en tus cosas! Ya no tengo la regla. ÂĄNo estoy bajo tu jurisdicciĂłn! ÂĄPONME UN PUTO CHUPITO O TE JURO QUE TE QUEMO EL LOCAL!
               -ÂĄTranquilita, Miss Chunga 2035! Puede que a Alec le molen tus grititos, pero a mĂ­ no me gustan un pelo, y si te tengo que cruzar la cara, ÂĄte la cruzo! ÂĄMe importa una mierda que seas la piba de mi mejor amigo, antes eras la hermana pequeña petarda de un amigo mĂ­o y con eso me basta y me sobra!
               -ÂĄTiemblo de miedo! ÂĄBuuu! ÂĄSocorro!
               -ÂżDe quĂ© coño vas disfrazada?
               -De puta.
               -Lo digo en serio.
               -Yo tambiĂ©n.
               Jordan me mirĂł de arriba abajo.
               -ÂżTe crees que no sĂ© lo que intentas?
               -Digo yo que te lo imaginarĂĄs. DespuĂ©s de todo, ya no eres medio virgen.
               -No vas a enrollarte con ninguno de los payasos que hay aquĂ­ para conseguir que Alec vuelva antes
 porque, sorpresa, princesa: Alec no va a volver antes.
               -ÂżApostamos?
               Nos retamos con la mirada, y entonces yo me di cuenta de dĂłnde estaba. De quĂ© sitio era Ă©se. Se trataba del santuario de Los Nueve de Siempre. Los amigos de mi hermano, los amigos de Alec, tenĂ­an allĂ­ su lugar de reuniĂłn por excelencia. E incluso si conseguĂ­a emborracharme sin los impedimentos de Jordan, todavĂ­a habĂ­a alguien con quien tenĂ­a que lidiar, alguien que no sabĂ­a de mi situaciĂłn sentimental y que harĂ­a lo imposible por protegerme.
               Scott.
               Como si lo hubiera invocado con sĂłlo pensar su nombre, sentĂ­ sus ojos puestos en mi espalda. Me girĂ© y lo mirĂ©, sentado en el sofĂĄ con una cerveza en la mano, Eleanor sentada sobre su regazo, charlando animadamente con Diana. Tommy tambiĂ©n tenĂ­a los ojos fijos en mĂ­.
               AsĂ­ no iba a haber manera. De modo que me volvĂ­, saquĂ© un billete de diez libras de la caja registradora, y le dejĂ© a Jordan el agua encima de la barra con un sonoro golpe.
               -Toma tu agĂŒita, chico malo. Tienes razĂłn: no me voy a liar con ninguno de los payasos que hay aquĂ­. Puede que aprendas algo-escupĂ­, y Jordan se riĂł. Le tirĂ© un beso y le guiñé el ojo-. ÂĄNos vemos dentro de un mes!
               -ÂĄEstĂĄs chiflada, mocosa!
               Seguida por mis amigas, estaba en el piso superior, a punto de salir a la calle, cuando alguien me agarrĂł de la mano y me obligĂł a girarme bruscamente.
               -ÂżDĂłnde estĂĄ el fuego?-preguntĂł Scott.
               -DĂ©jame tranquila.
               -ÂżAdĂłnde vas?
               -ÂĄQue me dejes tranquila!
               -ÂĄA mĂ­ no me hables asĂ­, niña! ÂżQuĂ© coño te pasa? ÂĄLlevas todo el dĂ­a rarĂ­sima!
               -SĂłlo quiero pasĂĄrmelo bien con mis amigas, ÂĄy Jordan no quiere darme alcohol!
               -ÂżPor casualidad a alguna de tus amigas les ha crecido barba y polla? Porque no parecĂ­a que estuvieras con tus amigas en la pista.
               -Mira, sĂ© que estĂĄs acostumbrado a tener una sombra vigilando cada uno de tus movimientos, sĂșper estrella, pero yo no soy famosa, asĂ­ que puedo hacer lo que me venga en gana sin que me persigan por medio Londres. ÂĄLo que yo haga o deje de hacer no es asunto tuyo!
               -ÂĄSĂ­ que lo es, puta crĂ­a de los cojones! ÂĄEres mi hermana pequeña! ÂĄSe acabĂł! ÂĄTommy!-se girĂł y mirĂł a su amigo-. QuĂ©date con Eleanor. Yo me llevo a Sabrae a
 ÂĄSABRAE!-bramĂł al ver que me escabullĂ­a entre la gente, y saliĂł disparado detrĂĄs de mĂ­.
               CorrĂ­ a todo lo que dieron mis piernas por toda la calle, atravesando como un rayo los grupos de personas que se congregaban a la entrada de los locales, tomando un pitillo o intercambiando bebidas y otras sustancias de mĂĄs dudosa procedencia. Cuando sentĂ­a los pasos de Scott demasiado cerca de mĂ­, entraba en un local sĂłlo para despistarlo, y luego corrĂ­a en direcciĂłn contraria.
               No sabrĂ­a decir cuĂĄnto tiempo estuve corriendo de un lado a otro: sĂłlo que me di cuenta de que Scott serĂ­a capaz de encontrarme allĂĄ donde fuera si me metĂ­a en algĂșn local que hubiera visitado alguna vez. De modo que me metĂ­ en el local mĂĄs chungo que me encontrĂ©, avancĂ© entre la gente sin mirar atrĂĄs, y subĂ­ y subĂ­ y subĂ­ hasta alcanzar el Ășltimo piso del edificio de tres plantas, en el que resonaba rock duro que no me desagradĂł del todo.
               SabĂ­a que aquella era mi Ășltima oportunidad, asĂ­ que me acerquĂ© a la barra, un destello de luz y color entre distintos tonos de negro, y me inclinĂ© para gritarle a la camarera por encima del rugido de las guitarras:
               -ÂĄDame lo mĂĄs fuerte que tengas!
               -ÂżEres mayor de edad?
               -Eh
 ÂżsĂ­?
               La chica exhalĂł una risa por la nariz y sus piercings brillaron a la luz de los focos cuando sacudiĂł la cabeza.
               -Mientes fatal, Sabrae.
               -ÂżCĂłmo sabes mi nombre?
               -Eres la novia de Alec, Âżno?
               -Ya no-me escuchĂ© decir. La chica esbozĂł una sonrisa invertida e impresionada, como diciendo “ya veo”, y me tendiĂł una botellĂ­n con un lĂ­quido oscuro que no me atrevĂ­ a preguntar quĂ© era. Supongo que aquello fue el principio de mi propio apocalipsis: me bebĂ­ el botellĂ­n de un trago, creyĂ©ndome de repente un dragĂłn, y le pedĂ­ otro al instante.
               No recuerdo haberlo cogido siquiera. En un momento estaba en ese local, el mundo cayendo sobre mĂ­, apestando a humanidad y a alcohol, y al siguiente estaba

               
 en una cama.
               Que no era mĂ­a.
               En una habitaciĂłn.
               Que tampoco era mĂ­a.
               TenĂ­a pĂłsters de baloncesto y ropa masculina desperdigada por todas partes y la luz entraba de una forma extraña que yo nunca habĂ­a visto porque
 porque no la conocĂ­a.
               La cama apestaba a una colonia que en circunstancias normales me habrĂ­a gustado, pero en ese momento estaba mezclada con el olor de mis nĂĄuseas y mi vergĂŒenza y el odio profundo que sentĂ­a hacia mĂ­ misma.
               Me dolĂ­an todos los mĂșsculos y el cuerpo me pesaba como dos toneladas. La cabeza me daba vueltas y el corazĂłn me martilleaba desbocado en las sienes. IntentĂ© moverme y descubrĂ­ que los pies me palpitaban con furia. Apenas sentĂ­a los dedos.
               La cama era extraña. Y los olores y la decoraciĂłn y

               Se me llenaron los ojos de lĂĄgrimas al darme cuenta de que yo no conocĂ­a esa habitaciĂłn, lo cual sĂłlo podĂ­a significar una cosa. Ni siquiera era capaz de admitirla ante mĂ­ misma.
               Me incorporĂ© y tratĂ© de apoyarme en el colchĂłn para mantener el equilibrio. La habitaciĂłn estaba desordenada a mĂĄs no poder: habĂ­a una pelota de baloncesto en el suelo, justo encima de un montĂłn de calzoncillos, calcetines, y camisetas de deporte. HabĂ­a varias bolsas de deporte desperdigadas por la habitaciĂłn. TambiĂ©n un paquete de fideos chinos sin terminar, botellas de agua arrugadas, revistas manoseadas, una televisiĂłn al fondo de la que colgaba una camiseta de los Chicago Bulls y, debajo de ella, una consola con tantos cables enrollados a su alrededor que ni siquiera pude distinguir de quĂ© marca era. HabĂ­a estanterĂ­as a ambos lados de la habitaciĂłn llenas de carcasas de videojuegos, bolas de nieve de diferentes lugares del mundo, trofeos y
 fotos.
               No recordaba haberme acercado a ningĂșn chico o que ningĂșn chico se acercara a mĂ­. Apenas me atrevĂ­a a mirar debajo de las sĂĄbanas. MovĂ­ un poco las caderas para comprobar si

               Dios mĂ­o, gracias. No me dolĂ­an ni sentĂ­a escozor. Lo cual significaba que, fuera lo que fuera lo que habĂ­a pasado la noche anterior, habĂ­a sido consensuado.
               Contuve las lĂĄgrimas de echarme a llorar. Ni siquiera habĂ­a considerado la posibilidad de que me forzaran hasta
 bueno, hasta que las chicas se habĂ­an preocupado por mĂ­. Pero habĂ­a tenido una suerte tremenda.
               Si se le puede llamar suerte a acabar en la cama de un baboso al que no le importa que no sepas ni cĂłmo te llamas, claro.
               Muerta de sed, abrĂ­ la sĂĄbana para buscar el baño y me di cuenta de que llevaba puestos unos gayumbos. Un nuevo torrente de lĂĄgrimas ascendiĂł por mi garganta. Esto no era lo que yo querĂ­a. HabĂ­a sido un error tremendo. Alec no iba a perdonarme esto, y si lo hacĂ­a, yo no me lo iba a perdonar jamĂĄs. Me daba asco. Estaba sucia, manchada. Utilizada y, peor aĂșn, humillada por mĂ­ misma.
               Necesitaba salir de allĂ­ y pedir cita ya con mi psicĂłloga. Lo que habĂ­a hecho la noche anterior no se habrĂ­a grabado en mi memoria, pero iba a joderme la psiquis hasta el dĂ­a en que me muriera. Una nunca sabe los lĂ­mites a los que es capaz de llegar hasta que no la ponen a prueba, y entonces se lleva la mĂĄs desagradable de las sorpresas.
               Me girĂ© en busca de mi bolso, mi ropa o, como mĂ­nimo, mi mĂłvil. ResultĂł que este Ășltimo estaba en la mesita de noche junto a la cama, conectado al cargador

               
 justo al lado de un envoltorio de condĂłn abierto. IntentĂ© prestarle la menor atenciĂłn posible mientras cogĂ­a mi mĂłvil, lo desconectaba de la red y desactivaba el modo aviĂłn. Empezaron a entrarme notificaciones de llamadas perdidas de mis amigas a lo largo de la noche, mensajes durante un corto intervalo de tiempo, y luego, nada. Nada de mi hermano, nada de Tommy, nada de mi familia.
               EntrĂ© en la app del mapa para ver cĂłmo de lejos habĂ­a llegado y, entonces, me quedĂ© a cuadros.
               SegĂșn el GPS estaba en la calle de Alec. A la altura de la casa de Alec.
               Pero yo no conocĂ­a esa habitaciĂłn, y eso que me conocĂ­a la casa de Alec tan bien como la mĂ­a. Mi novio no habĂ­a dejado estancia sin mostrarme ni yo habitaciĂłn sin ventilar desde la marcha de su familia.
               MirĂ© el condĂłn abierto y se me hundiĂł aĂșn mĂĄs el estĂłmago. Me levantĂ© de un brinco de la cama y me asomĂ© a la ventana, a travĂ©s de la que pude ver la casa de Alec.
               Me bajĂ© de la cama y me quedĂ© mirando la habitaciĂłn. Las camisetas, los pantalones. Los trofeos. Los guantes de boxeo en una silla del escritorio en los que yo no habĂ­a reparado. Las fotos con caras familiares.
               Di un par de pasos y cogĂ­ una de las fotos: en ella, dos chicos a los que yo conocĂ­a muy bien sonreĂ­an a la cĂĄmara vestidos con sendas sudaderas negras, exactamente iguales a la que yo tenĂ­a en casa. Uno era Alec. El otro

               -Vale, ahora que ya estĂĄs despierta, dime, Âżsigues igual de chiflada que ayer o puedo prescindir de atarte a la cama?-preguntĂł Jordan a mi espalda.


             
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2 comentarios:

  1. BUENO PARA EMPEZAR DECIR QUE ME DA LA MALA CON QUE QUIERAS HACERME CREER QUE JORDAN Y SABRAE SE HAN ACOSTADO XD. ERES MÁS GRACIOSA TÍA ME PARTO CONTIGO.

    PARA SEGUIR ME HAS PUTO PARTIDO EL CORAZÓN CON TODO EL CAP NARRANDO SABRAE PORQUE JESUCRISTO MAS SUAVE NO PODIA SER NO??

    Me duele me quema y me lastima mi pobre niñita y me da rabia que no sea capaz de contårselo a su familia.

    Por otro lado me parte en dos lo de Scott y no puedo evitar preguntarme si cuando Scott muera a Sabrae de verdad le persiga esa mirada del sofa. (Nada aqui superando y tal)

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  2. Qué ha sido este cap?? ERES MALA MALISIMA
    He sufrido muchĂ­simo, me parte el corazĂłn ver a Sabrae completamente destrozada, comparĂĄndose con PersĂ©fone y haciĂ©ndose de menos, incapaz de contĂĄrselo a su familia por lo que puedan pensar, buscando “venganza” y sintiĂ©ndose aĂșn peor
 todo mal.
    Luego, todo lo de Scott me ha dejado fatal, odio verles así y el momento “Esa mirada iba a perseguirme toda la vida. Lo supe nada más verla.” ha sido lo peor.
    Y bueno, por unos segundos me has hecho creer que Jordan y Sabrae se habĂ­an acostado, PERO NO CUELA LO SIENTO.
    Deseando leer mĂĄs para que arregles esto!! (aunque me da la impresiĂłn de que te lo estĂĄs pasando demasiado bien como para solucionarlo pronto).

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