domingo, 23 de octubre de 2022

Los efectos secundarios de Sabrae.

Ayer se cumplieron cinco años de ese último capítulo de Chasing the Stars que tanto me temía tener que subir un día, pero por motivos completamente vergonzosos (se me olvidó por completo) no escribí nada que remotamente se mereciera esa historia. Así que este es mi pequeño homenaje, a falta de hacerle uno, si hay suerte, esta semana: gracias a todas las que perseguisteis las estrellas conmigo y que aún seguís aquí, y gracias a Scott por prestarme a su hermana para que pueda estar hoy aquí, subiendo esto, y haciendo de los aniversarios de su cumpleaños días tan especiales. Es increíble que alguien tan grande pueda convertirse en el rey de una historia y luego, ser un secundario tan bueno como él.
Gracias a todos, de verdad. Nos vemos en cinco años, a la sombra de dos árboles entrelazados en la que juegan dos niños con los ojos de la persona que más quería el nombre del que portan…
inshallah.
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

Mi amadísimo Alec, mi precioso sol,
               No sé en qué momento me he convertido en ti para esperar tan poco de lo que haces, pero el caso es que sí, me has pillado completamente por sorpresa mandándome la carta. También me pillaste por sorpresa con el primer videomensaje del amanecer, por el que, por cierto, debo darte las gracias: hace más amena mi cuenta atrás para que volvamos a vernos. Evidentemente no es lo mismo que tenerte cerca, sentir el calor que mana de tu cuerpo y poder emborracharme del aroma de tu piel nada más despertarme, pero si amanecer a tu lado es el cielo, tus videomensajes con los que compartimos el amanecer incluso a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros de distancia son lo más parecido a éste que tengo, y me aferro a ellos y los agradezco como la lluvia durante una sequía, o tus besos con sabor a salitre un día de playa. Mi vida durante estos trescientos cincuenta y seis días que ahora nos separan estaría incompleta igual que lo está mi verano ahora que tú no estás conmigo, pero incluso desde lejos eres capaz de hacer que sienta tu amor cada día. Así que muchísimas gracias. No me esperaba menos de este novio tan genial que tengo, que es capaz incluso de volver de entre los muertos por mí.
               Te alegrará saber que sí que he devorado esta carta, pero no en tu, mi, nuestra habitación. Me congratulo en anunciarte que la vi de pura casualidad mientras me paseaba por tu casa; tu familia ya no está, y me han encargado que la cuide en tu ausencia (tranquilo, le haré llegar a Mimi esta carta para que pueda responderte como te mereces), así que había decidido dedicarme un día a mí misma y a echarte de menos tomando el sol, dándome un bañito en el piso de abajo, y estrenar el vibrador que me has dejado de regalo mientras pienso en ti, en tus ojos, en tu boca, en tus dientes, en tu pecho y tu espalda, y en lo bien y suave que se siente tu pelo cuando te paso las manos por él mientras me follas como sólo tú sabes. Llevo sin tener un orgasmo desde que te marchaste, y estaba más que dispuesta a retomar viejos hábitos en los que te pienso con rabia y te anhelo con desesperación y me rompo en mil pedazos gimiendo tu nombre en voz baja; ahora la diferencia es que ya no me siento confusa cuando me corro, sino simplemente bien. Me siento orgullosa, de hecho, cuando me corro pensando en ti, y echaba de menos sentirme orgullosa… pero tu carta me ha dado más placer del que me esperaba para hoy. No me dio tiempo siquiera a subir a nuestra habitación; me tiré en el sofá a devorarla, y luego la recité de memoria en la bañera, y luego… bueno, luego no ha pasado nada más. Estoy tan eufórica que me apetece gritar, sin más. Lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que no vaya a empapar las sábanas de tu cama esta noche. 😉 Entraré en todo lujo de detalles si me lo pides con la suficiente insistencia en la siguiente carta.
               Por cierto, hablando de camas… eres de lo que no hay. He mirado las coordenadas, no porque no me fiara de ti, sino porque quería comprobar la teoría que se formó en mi cabeza nada más leerlas de que habías cogido las de mi habitación, pero es que no sólo son las de mi habitación. Son las de MI CAMA. Si no te conociera y supiera lo inteligente e increíble que eres, pensarías que te las has llevado anotadas sólo para impresionarme. Como si no me impresionaras sólo con respirar. Pero, como sé que con mis coordenadas no son suficiente, ya te mando mi dirección en el remitente de esta carta, junto con los sellos que me pediste. Estoy deseando saber de ti y de ese compañero tuyo. ¿Cómo podemos hacer para que me lo enseñes? ¿Te parece si te mando una tarjeta de memoria para la cámara en la próxima carta, y tú me la devuelves con fotos del sitio? Debe de ser precioso, todo en medio de la jungla y junto al lago. Espero que pronto llegue esa sargento de la que hablas a tratar de ponerte firme; será divertido que me cuentes cómo se desespera intentándolo. Eso sí, creo que te vendrá bien saber cuanto antes cuáles serán las tareas de las que te ocuparás. Sé lo mucho que te gusta sentirte útil, y estoy segura de que todos estarán ya encantados con la ayuda que les ofreces, pero siempre es mejor tener tu propia tarea asignada para perfeccionarla y destacar.
               Me alegro de que hayas tenido buen vuelo y me alegro de haber podido verte aunque fuera una última vez antes de que embarcaras en el segundo. Y me alegro de que haya militares en el campamento, también. Me quedo más tranquila sabiendo que hay alguien dispuesto a proteger a todos los malhechores de Etiopía de tu furia justiciera. (Es broma. Porfa, hazte amigo de ellos. Si están ahí es por algo, y quiero que sea una prioridad protegerte.)
               Yo estoy bien. Todo lo bien que puedo estar en este abismo de soledad al que nos hemos condenado entre los dos, quiero decir. ¡Es broma! Te echo mucho, mucho, mucho de menos, pero mis amigas te han obedecido y han hecho de no dejarme respirar tranquila su misión personal. Soy afortunada de teneros a todos, lo sé muy bien.
               Aunque también es cierto que estoy un poco triste. Esta semana que empieza es la última en la que Scott estará en casa en un tiempo. Como ya sabes, se va de tour a Estados Unidos en unos días, y aunque tengo la opción de irme con él de viaje para aprovechar, creo que le vendrá bien que le dejemos tranquilo y que extienda un poco las alas él solo, por mucho que me duela. Sé que le irá genial, pero también le echaremos un montón de menos. Mi vida se está volviendo demasiado silenciosa, ahora que mis dos hombres preferidos del mundo se han ido lejos de mí. Ay, cruel destino. (Imagíname poniéndome una mano en la frente de forma *muy* dramática.)
               Por cierto, acabo de acordarme de que el otro día vi que los lubricantes que compramos en febrero tienen fecha de caducidad. ¿Te enfadarías mucho, mucho, si gastara el mío sin ti? ¿Y te enfadarías menos si me grabara alguna vez que otra de las que lo utilizo? 😉 😉
               Como podrás apreciar, estoy llevando muy bien esto de la distancia. Hoy sólo me he colgado de la lámpara del techo unas treinta veces. Eso son seis menos que ayer. #SíSePuede.
               Por favor, cuéntame todo lo que te pase y pídeme TODO lo que necesites. Sellos, sobres, papel, lo que sea. No quiero que escatimes en detalles por falta de medios. Yo seré tu sugar mama. Para variar (broma, no te pongas todo ceñudo). Ahora seguro que te acabas de reír, ¿verdad?
               Disfruta mucho, mucho de tu voluntariado, sol. Sé tan genial como tú eres y todo el mundo te adorará en cinco segundos. Échate mucho protector solar, recuerda beber mucha, mucha agua, y descansa tanto como puedas. Me sé yo de uno capaz de irse de fiesta después de hacer doble turno, así que no quiero ni pensar en lo que ese individuo sin identificar haría con tal de salvar a alguna cría de elefante malherida. Recuerda que los humanos les parecemos cuquis, así que no te hagas el súper héroe metiéndote en una pelea entre familias rivales, no vayas a empezar una guerra civil elefantil porque todos quieran quedarse contigo. Me pelearé con quien sea por traerte de vuelta a casa. Recuerda que eres MÍO.
               Me despido ya, mi amor. Seguro que tienes mucho más que hacer que leer mis cartas poniéndome mimosa y echándote mucho de menos. De verdad, ponte protector solar, bebe mucha agua, descansa mucho y pásatelo bien. No dejes de dormir por escribirme y sobre todo no renuncies a planes que te propongan por contarme lo que hayas hecho. Incluso aunque escribas un libro de cinco mil páginas con lo que haces por semana para mí no sería suficiente, así que disfruta todo lo que puedas.
               Yo también cuento los días para volver a verte, las horas, los minutos, los segundos, incluso. La suerte que tengo es que puedo reiniciar esa cuenta cada veinticuatro horas aproximadamente, así que no me volveré totalmente demente. Gracias otra vez por los videomensajes. Eres el mejor novio que nadie podría tener, y soy muy consciente de ello. Por eso no dejaré que te secuestre ningún elefante.
               Atenta COÑA. ¿TE IMAGINAS QUE TE DIGO “ATENTAMENTE” DESPUÉS DE HABERTE HECHO UNA INSPECCIÓN A LOS HUEVOS CON LA LENGUA?
               Tu novia que te ama, te extraña y te adora, como Dora la exploradora,
               Sabrae
               PD: Has terminado la carta genial. De hecho, te voy a copiar las despedidas a partir de ahora. ¡Me ha encantado! No necesitas ningún manual, es evidente; sólo práctica, y tú ya la tienes, parece ser. Qué suerte tengo, que siempre te encuentro con práctica. Tampoco tuviste nunca un manual para follar, y lo haces tan bien que eres capaz de hacerme llegar al orgasmo sólo recordando nuestros polvos.
               PD1: Buen intento, Whitelaw, pero no voy a mandarte nudes en postales. Por mucho que me guste mi cuerpo, no me apetece que todo el cuerpo de correos del Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte me vea las perolas. Y me imagino que a mi novio tampoco. O no hacerlo el primero, al menos.
               PD2: Por cierto, se me olvidaba. Eres un auténtico SOL por lo que has organizado con Jordan por el tema de mis reglas, pero… creo que no has previsto ciertas… situaciones excepcionales. ¿Cabe la posibilidad de que canjee todos mis dulces de regla a la vez? ¿O nueve de ellos? Es probable que los necesite. Dicen que es malo tener antojos en ciertas… situaciones. Y, claro, tengo que pensar en el bienestar de… vamos, en que todo salga bien.
               PD3: E igual te espera una sorpresita cuando llegues, jiji.
               PD4: Medio mundo no es nada.
               Yo conocía esta sensación, pero había pasado tanto tiempo de la última vez que la había experimentado que ya ni siquiera recordaba haber andado ese camino. Hacía varios años de la otra vez, cuando aún me ponía los guantes y la gente todavía gritaba mi nombre, cuando a mi alrededor había una expectación poderosa como una nube de tormenta justo sobre el ocaso, protagonizando las pesadillas de unos marineros que no pegarían ojo.
               -Escúchame bien-me había dicho Sergei cuando yo había entrado en ese túnel otra vez. Se había inclinado de forma que su cara fuera lo único que hubiera en mi campo de visión, y me había agarrado del cuello, sujetándome la cara con los pulgares, para asegurarse de que no apartaba la vista y escapaba de su influjo-. Vas a salir ahí y vas a matar a ese hijo de puta, ¿me estás oyendo?-me había gritado por encima del estruendo de la gente congregándose justo encima de nosotros. Normalmente aquello sólo servía para animarme, pero esa noche me sentía pequeño por primera vez en mi vida. Me daba miedo. Me daba miedo salir y hacer el ridículo, y que todo el mundo lo viera; me daba miedo que mi nombre se ahogara en los abucheos, me daba miedo no ser suficiente. Mi cuerpo no respondía y mi cabeza estaba a mil por hora, como si fueran dos entidades completamente distintas que ni siquiera compartían plano físico-. Esta noche vas a consagrar tu leyenda, y no hay nada que ese cabrón pueda hacer al respecto. Sé que las finales acojonan, pero tú has nacido para esto. Eres un boxeador. Hoy vas a demostrarlo. Vas a hacer que todos nosotros nos sintamos orgullosos de ti. Vas a ser mi primer campeón nacional. Tú y yo llegaremos lejos. Este es el primer paso que vas a dar hacia la gloria que te espera. ¿Me oyes? Esta noche no es la última, sino la primera. Así que relájate. Cierra los ojos-le había obedecido-. Siente tu cuerpo. Sé consciente de cada músculo. Eres una puta máquina de matar, Alec. Y hoy vas a hacer que ese cabrón lamente no haber sido previsor y no tener su testamento en regla. A por él, campeón.
               A por él, campeón. A por él, campeón. A por él, campeón.
               Como si estuviera en un videojuego, completamente ajeno a mis piernas, me había levantado y había cruzado el vestuario y el pasillo en dirección a la salida al estadio. Mis pies no me respondían, pero sabían lo que tenían que hacer. Apenas veía más allá de lo que tenía justo en el centro de mi campo de visión; no había más obstáculos que el oxígeno hecho de cristal que entraba en mis pulmones con una respiración que ya jadeaba, y sentía que todo mi cuerpo estaba hecho de flan a pesar de que, en las imágenes que vería posteriormente a ese momento,  había conseguido simular una seguridad en mí mismo por la que deberían haberme dado un Oscar.
               Porque en ese momento yo no era el importante, sino todos los que tenía detrás de mí, las esperanzas que habían depositado en mí, sus expectativas, el orgullo que tenían pendiente darme si yo lo conseguía. Más tarde no lo recordaría, pero había recorrido el pasillo en dirección al cuadrilátero con la cabeza alta, como si no me diera vueltas; con los ojos llameantes, como si no sintiera que me estuviera ahogando; y con la espalda recta, como si no tuviera unas ganas terribles de vomitar. Había visto borroso y me había ahogado y había tenido el corazón a mil por hora incluso antes de que sonara la campana y tuviera que empezar a moverme y mis brazos y mis piernas ya no eran míos y…
               … y me di cuenta en Etiopía de que aquel había sido mi primer ataque de ansiedad. Milagrosamente, había sido capaz de controlarlo porque aquella noche no se trataba de mí, sino de todos los demás. Yo era el único que no importaba; tenía que cumplir un papel y tener la mente despejada, y así había sido en cuanto solté el primer gancho de izquierdas.
               Imagínate lo bien que me sentó perder el combate más importante de mi vida y no haber sido capaz de dar ese primer paso por el sendero de la gloria que me había pronosticado Sergei. Esa noche me pulió más de lo que lo habían hecho el resto; me había definido más que mis quince años anteriores. Era quien era porque esa noche perdí. Tenía los problemas que tenía porque esa noche perdí. No me quería como los demás lo hacían porque esa noche perdí. Y ellos podían perdonarme, pero yo no.
               Igual que no podía perdonarme lo que le había hecho a Sabrae, e igual que no podía permitirme volver a desmayarme otra vez.
               Como en un sueño o una película de la que no tienes ningún tipo de control, al llegar a las últimas líneas de la carta simplemente eché a correr con paso decidido y curiosamente firme para no haber nadie al volante. Tenía el corazón martilleándome los oídos, y cada vez que mis pies tocaban el suelo sentía que en aquel momento me desplomaría; puntitos negros me rodeaban el campo de visión, pero no eran importantes.
                Para mí había sido un alivio leer la carta; por un momento, todo lo que le había hecho a Sabrae se había evaporado como un charco de rocío en un día caluroso. Incluso se me había puesto dura pensando en ella masturbándose en la bañera: estaba claro que estaba cachonda cuando me escribió, o de lo contrario no habría sido tan explícita hablando de nuestros polvos, diciendo que se enorgullecía por correrse pensando en mí. La mención al lago me había supuesto una bofetada de realidad, pero luego pensar en que me dejaría verla mientras se daba placer a sí misma a seis mil kilómetros de distancia, ahora que tanto lamentaba no tener dónde escuchar la manera en que modulaba la voz cada vez que gemía “sí, Alec, así”, “fóllame más, Alec”, “por Dios, eres tan grande”, había hecho que todos mis males desaparecieran sin más. Por un momento había vuelto a ser el Alec de hacía una semana, el que aún no había hecho nada y no tenía nada de lo que arrepentirse, el que esperaba con ansia un momento para estar solo y poder pelársela como un animal mientras pensaba en sus labios, en sus tetas, en su coño, y en lo demasiado que faltaba para volver a probar el saber de su entrepierna o de mi semen en su boca después de que me la chupara como una verdadera diosa.
               Había sido feliz durante esos párrafos en los que incluso había adivinado mis gestos, tomándome el pelo como si nada hubiera pasado porque para ella aún no había pasado. Me había puesto ceñudo cuando me había dicho lo de que siempre pagaba ella (lo cual era una verdad a medias), y luego me había reído cuando ella me había dicho que no frunciera el ceño días antes de que lo hiciera.
               Y luego se me había caído el mundo encima cuando…
               -¿Qué pasa, Alec?-gritaron Perséfone y Luca, ella en griego y él en inglés, desde la puerta de la cabaña mientras yo atravesaba el campamento en dirección a la oficina de Mbatha. Allí tenían un teléfono, y por mis cojones que iban a dejarme usarlo.
                Creo que no has previsto ciertas situaciones excepcionales.
               Me cago en mi madre.
               ¿Cabe la posibilidad de que canjee todos mis dulces de regla a la vez?
               ¿O NUEVE DE ELLOS?
               Me cago en mi puta madre.
               Dicen que es malo tener antojos en ciertas… situaciones.
               Yo es que me cago en mi putísima madre.
               Y, claro, tengo que pensar en el bienestar de…
               DILO.
               E igual te espera una sorpresita cuando llegues, jiji.
               ¿QUÉ “SORPRESITA”?
               Sí, lo sé.  Sé que me he comportado como un gilipollas y un capullo y que en lo que llevamos de historia debo de haber conectado dos neuronas juntas en momentos tan puntuales que posiblemente ni los recuerdes, así que ahí va otro: seré subnormal, seré lentito, me costará pillar según qué cosas, pero no hay que ser un puto lumbrera para entender lo que Sabrae estaba diciéndome ahí.
               La había dejado embarazada.
               Yo.
               Míster Fidelidad 2035.
               Míster Me Voy De Voluntariado Un Puto Año 2035.
               Míster No He Repetido Por Los Pelos Y Encima Estoy En Paro.
               Lo peor de todo es que tenía todo el sentido del mundo. En cuanto había leído eso mi cabeza se había trasladado a cierta noche mágica de finales de junio, en la que el mar me había lamido los pies mientras yo lamía la sal del cuello de Sabrae, y las olas me acariciaban los tobillos mientras ella me acariciaba los brazos y me miraba a los ojos y me decía que me quería mientras la embestía suavemente, porque no teníamos ninguna prisa. Sé que había tenido la regla después de eso, pero igual que puedes dejar a una chica embarazada cuando está con el periodo, también puedes hacerlo cuando está a punto de tenerlo. Lo sabía porque a Chrissy le había pasado (con nada más y nada menos que El Psicópata Oficial De Londres, mi querido hermano, damas y caballeros) y le había faltado tiempo para ir a practicarse un aborto (chica lista). Así que podía pasar. Yo me lo creía. Lo que no podía creerme era que no hubiera sido tan gilipollas como para suplicarle siquiera a Sabrae que se tomara la píldora del día después, no sólo porque no estábamos preparados para ser padres, sino porque yo no iba a estar ahí para cogerle la mano y apoyarla en la decisión que tomara, fuera cual fuera.
               Con el corazón a punto de salírseme del pecho, agarré la manilla de la puerta de la  oficina de Mbatha y la giré. Se me aflojaron las tripas al darme cuenta no sólo de que Sabrae tenía quince putos años, sino que el crío era mío.
               Y Sabrae no podía tener un hijo mío. No podía tenerlo conmigo. Yo no me lo merecía. No, después de lo que le había hecho. No, después de lo que había pasado con Perséfone. Si estaba haciendo esto por conseguir que volviera, yo volvería. Pero no podía…
               Yo no tenía derecho a decidir eso por ella, me dije mientras cruzaba el pasillo de la cabaña y empujaba la puerta de la oficina donde solía estar Mbatha. Si quería tenerlo era cosa suya, pero yo… por mucho que yo no me mereciera aquel regalo que sería tener algo que siempre me atara a ella, ella se merecía más que yo el poder elegir.
               Así que tenía que hablar con ella. Pasara lo que pasara, tenía que volver.
               Empujé la puerta de la oficina y di un par de pasos en dirección a la mesa en la que siempre había estado Mbatha.
               -Mbatha, necesito el…-dije, y me quedé callado al darme cuenta de que había dos personas en la habitación: una de ellas era Mbatha, que estaba sentada sobre el escritorio, una pierna colgando y la otra apoyada en el suelo mientras revisaba unos papeles en una carpetilla con enganche.
               La otra era una señora de mediana edad, de pelo rubio tirando a blanquecino, piel tiznada de pecas y curtida por el sol, que me miró por encima de sus gafas de gato sin montura superior y apretó ligeramente los labios, entrecerrando los ojos como un jaguar que decide si mata al cervatillo que acaba de cruzar sus dominios, o si aún no tiene hambre.
               No la había visto en mi vida.
               Pero los dos sabíamos quién era el otro.
               -Alec-dijo Valeria, como si me conociera de toda la vida. Inclinó ligeramente la cabeza-. Es un placer conocerte.
               -Eh… igual-respondí, cambiando el peso de mi cuerpo de un pie a otro. Valeria era legendaria en el campamento por su mano dura y su mala leche, y había llegado en el momento menos oportuno. Me recordaba un poco a la recepcionista babosa de Monstruos, S.A.
               -Espero que no te haya cundido demasiado esta semana y media que has tenido que estar de un lado a otro sin tareas definidas. Perdona; me surgió un asunto urgente que necesitaba que me ocupara de él personalmente-apoyó los codos en la mesa y me miró de arriba abajo, analizándome a través de los cristales de sus gafas. ¿Era un gesto de aprobación lo que intuí en su mirada al ver que era de los más fuertes del voluntariado? Necesitaban mulas de carga que hicieran el trabajo sucio.
               Seguro que le encantaría saber que posiblemente me piraría al día siguiente.
                -Mbatha ha sabido aprovecharme-respondí, sintiendo los ojos de la segunda de abordo clavados en mí, casi suplicando que no la vendiera. No tenía tiempo para esto. Tenía que hablar con Sabrae y encontrar la manera de subirme al avión más temprano que hubiera.
               -Tiene buena disposición-respondió Mbatha, cuyos ojos se derritieron en agradecimiento.
               -Esto… necesitaba usar el teléfono-dije, señalando el aparato encima de la mesa de Valeria-. ¿Puedo?
               Valeria y Mbatha intercambiaron una mirada y, tras un instante de silencio, Valeria volvió a clavar sus ojos azul hielo en mí.
               -El teléfono lo tenéis disponible para situaciones de emergencia. ¿No te lo ha explicado Mbatha?
               -Sí, claro, pero esto es una situación de emergencia. Una emergencia familiar-especifiqué, y Valeria frunció ligeramente el ceño.
               -¿Y cómo es que estás al corriente de esa… “emergencia familiar”?-quiso saber, reclinándose en la silla. Estaba a punto de chillarle que me dejara coger el puto teléfono, señora.
               -A través de una carta que acaba de llegarme de casa.
               Valeria torció la boca. Mbatha se disculpó y salió del despacho de Valeria cagando leches. Chica lista. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Me pregunté si podría robarle el teléfono sin que ella se diera cuenta.
               -Vas a llamar al extranjero, supongo.
               -Sí. A Inglaterra.
               Valeria asintió de nuevo.
               -Las llamadas al extranjero son bastante caras.
               -Correré con los gastos.
               Valeria volvió a asentir, torciendo aún más la boca. Finalmente, levantó las manos y giró el teléfono para colocarlo frente a mí. Entrelazó los dedos mientras descansaba las manos sobre el escritorio, y me analizó con ojos de depredadora cuando me acerqué más para coger el auricular.
                -¿Podrías darme un poco de intimidad?-pregunté, y Valeria arqueó las cejas. Parecía la primera vez en su vida que alguien le daba órdenes. Joder, ¿en qué sitio me había metido? Por correo parecía maja.
               Sin embargo, asintió con la cabeza y se levantó sin prisa, colocando sus papeles y atravesando la oficina en dirección a la puerta.
               -Las llamadas internacionales a móviles son el triple de caras que a los fijos-dijo antes de cerrar la puerta tras de mí. No había bajado el estor para tapar el cristal, pero pude ver que se marchaba en dirección a la recepción donde Mbatha se encontraba cuando ella estaba en el campamento, así que tendría que conformarme.
               Captado. Llamar a fijos y rezar para que me lo cogieran. Agarrando con fuerza el auricular del teléfono, marqué el prefijo internacional de Inglaterra, y luego me sorprendí a mí mismo recordando el teléfono de casa de Scott, al que había llamado muchas veces de pequeño para preguntar si le dejaban ir a jugar al parque los días en que el sol nos bendecía con su presencia, y esperé.
               Un toque. Dos toques. Tres toques. Cada vez que el teléfono marcaba un tono al que nadie respondía, se me encogía más y más el estómago. Y luego me dio por pensar qué coño haría si Sabrae no estaba en casa. ¿Le dejaba el recado o la llamaba al móvil, aunque fuera mucho más caro? ¿Cuánto tardaría en volver? ¿No se extrañaría de que hubiera tardado una semana en llamarla si tenía el teléfono disponible? ¿Se enfadaría por no haber dado más señales de vida que una carta?
               Cinco, seis, siete tonos.
               Y luego, por fin, el octavo se interrumpió a la mitad.
               -¿Sí?
               Me dio un vuelco el corazón, pero no podía permitirme sentimentalismos. Estaba en el puto ring y acababa de sonar la campana. Empezaba el baile. Y ahora tenía que ganar; mi vida dependía de ello.
               -No reacciones-le dije a Shasha-. Pásame con tu hermana.
               Esperaba por el bien de la chiquilla que no se le ocurriera tomarme el pelo y pasarme con Duna, porque me volvería completamente loco con ambas. Por favor, que Sabrae estuviera en casa.
               -¿Alec?-jadeó Shasha, un tono de sorpresa que nunca había escuchado en su voz. Procuraba mostrarse fría y distante con su familia para evitar decepcionarlos, y cuando marcas las distancias con los demás, es difícil que estos te sorprendan.
               -Sí. No reacciones, y pásame con tu hermana.
               -¿Cómo es que…?
               -Pásame con tu hermana, Shasha-prácticamente ladré. Era como si mi voz tuviera toda mi estatura, tal vez incluso un poco más. Sonaba amenazante y autoritaria, justo como detestaría sonar con Shasha, pero es que no estaba para gilipolleces.
               Escuché cómo Shasha respiraba un par de segundos al lado del auricular, y luego se lo alejaba de la cara. Pude oír entonces el alboroto en la casa, compuesto exclusivamente por voces de niñas. Ojalá sus amigas no estuvieran en casa y sólo estuvieran las hermanas juntas, porque no sabía cuánto tiempo más podría controlarme.
               Me eché a temblar y me apoyé en la mesa, una mano sobre su superficie, las piernas en su borde. Me dolía la cabeza de fruncir tanto el ceño.
               -Saab-dijo Shasha.
               Luego el ruido de una silla arrastrándose por el suelo.
               Luego pasos.
               Luego dos manos que se intercambiaban el auricular.
               Luego el susurro de un pelo rizado que yo conocía muy bien, que había tenido acariciándome la cara, el pecho, los muslos, y que había tenido entre mis dedos y alrededor de mi muñeca, rozando contra el auricular del teléfono cuando se lo colocó en la oreja.
               Ni siquiera me permití a mí mismo deleitarme en la anticipación de que iba a escuchar su voz después de una semana y media de silencio. Joder. Tenía que haber metido vídeos de mis amigos y de ella en la cámara que me habían regalado, para así poder regodearme en lo bien que sonaban todos.
               -¿Sí?
               Me quedé sin oxígeno y se me aceleró el corazón y los puntitos en mi campo de visión crecieron, pero aun así pude decir, sin dejar pasar ni medio segundo entre que Sabrae me respondió y yo abrí la boca:
               -¿Es verdad lo de la carta?
               Sabrae se quedó callada al otro lado de la línea. Me la imaginé abriendo los ojos, levantando la vista hacia su hermana, tragando saliva y…
               -¿Quién es?
               ME CAGO HASTA EN LA PUTA QUE LA PARIÓ. ¿QUE QUIÉN ES?
               ¿ESTABA PREÑADA DE MÍ Y AUN ASÍ NO RECONOCÍA MI VOZ?
               -¿CÓMO QUE QUIÉN ES?-ladré, lanzándome a por mi contrincante hace dos años como un puto pitbull. No es que fuera a derrotarlo, es que lo iba a matar. Me descalificarían con razón esta vez-. ¿DEJO DE CORRERME DENTRO DE TI UNA SEMANA Y MEDIA, Y YA NO SABES QUIÉN SOY?
 
Quizá me había pasado un poco.
               A juzgar por su tono de voz, puede que me hubiera pasado, sí.
              
               ¿No vas a decir nada?
 
Es que ahora mismo estoy tan de mala hostia contigo que ni siquiera me apetece interrumpirte mientras narras, así que tira.
              
Vale, sí. Sabía que Alec se pondría nervioso al recibir la carta, pero en su momento me había parecido que sería una broma divertidísima. Es decir… puede que fuera un poco cruel visto en retrospectiva, pero cuando había recibido su carta estaba tan contenta y tan ilusionada con lo que podía pasarnos y lo bien que lo iba a llevar si tenía noticias suyas que… simplemente no pensé. Le echaba mucho de menos, estaba cachonda y hambrienta de hombre, y lo único que me apetecía era tenerlo conmigo y que se metiera en la cama conmigo y me hiciera el amor hasta julio del año que viene. Suena egoísta, lo sé, pero en el momento en que la envié, estaba totalmente fuera de mí, y la sola idea de que pudiera escribirme antes, o incluso venir a casa… era suficiente para arriesgarse.
               La idea era tomarle el pelo y ver qué hacía, ya que me había demostrado que era un chico con recursos.
                Con lo que no contaba era con que me llamaría primero porque, la verdad, ni siquiera creí que tuvieran teléfono en el campamento. Claro que la jefa, por lo menos, debía de tener conexión a Internet, o si no no sería capaz de coordinar a los nuevos voluntarios ni habría podido adaptarse a las necesidades de Alec. ¿Podríamos hacer videollamada alguna vez? Quería que me viera, y yo verle a él. Seguro que cambiaría durante el voluntariado, y quería ser capaz de señalar esos cambios.
               -¿Alec?-dije, porque en aquel momento no podía creérmelo. Simplemente no podía-. ¿Eres tú de verdad?
               -Vale, menos mal. Empezaba a pensar que con lo de correrme dentro puede que no hubiera sido lo suficientemente específico-soltó con mordacidad, y yo me di cuenta en ese momento de que estaba cabreado. Cabreado como no lo había visto nunca en su vida, aunque técnicamente no le estuviera viendo. Me encogí un poco dentro de mí misma, dándome cuenta de cómo debía de estar sintiéndose él. Por primera vez desde que había enviado la carta estaba siendo un poco empática, y con eso era suficiente para ver que me había pasado de la raya. Podía tomarle el pelo con cualquier otra cosa, pero justo con eso… era terreno delicado.
               Dios, lo había hecho fatal.
               Alec bufó sonoramente al otro lado de la línea, y me lo imaginé pellizcándose el puente de la nariz, como hacía siempre que intentaba tranquilizarse. A pesar de que era él el último que había hablado, sentía que  todavía no era mi turno para participar en la conversación, así que esperé. Le di espacio, y mientras tanto reflexioné sobre lo que había hecho y las repercusiones que eso podía tener en él.
               El paquete casi terminado de bombones de Mozart que él me había comprado y racionado para que no pasara ganas de nada mientras él estaba lejos estaba encima de la mesa, casi acusador. Se me estaba quitando la regla y ya había dejado de sufrir sus peores efectos secundarios, y aun así…
               -Lo siento, bombón-dijo, y tragó saliva. Aunque no podía verlo, se puso una mano en la frente y volvió a suspirar, mirando en derredor en la oficina de Valeria-. No pretendía gritarte. Es sólo que…
               Estaba a punto de decirle que había sido una broma pesada cuando lo escuché reírse. Una risa nerviosa y sarcástica y tan suya que creí que no había límites con él que yo no pudiera  cruzar, igual que él no podría cruzar ninguno conmigo.
               A ambos nos venía bien que le hubiera escrito eso, porque si no, ¿quién sabe cuándo tardaría Alec en tirar del teléfono para simplemente escuchar mi voz?
               -No te preocupes-respondí, jugueteando con el del teléfono y apoyándome en la pared. Vi que Shasha se asomaba desde el comedor para ver qué pasaba, y yo agité la mano para que se fuera con Duna. Por mucho que quisiera a mi hermanita más pequeña, en ese momento no podía compartir a Alec. Hacía demasiado que no interactuaba con él como para poder renunciar siquiera a su presencia-. Lo entiendo. Te he soltado una bomba, y no de la mejor manera posible…
               -Entonces, ¿es verdad lo que me dices en la carta?
               Contuve las ganas de echarme a reír. Parecía un niño al que le dicen que Papá Noel no existe. Y, sin embargo, detrás de esa preocupación inocente había algo más. Un instinto primitivo de cuidarme y de estar conmigo. Me llevé la mano al vientre de forma completamente intuitiva, a pesar de que sabía que no había nada allí. Aún era temprano para ambos, y sin embargo… me gustaba cómo sonaba su voz hablando de eso. Me gustaba escuchar cómo se ponía en plan padre incluso cuando no iba a serlo.
               Era como echarle un vistazo a una habitación a través de la llave de su cerradura, una habitación que se convertiría en tu favorita y en la que vivirías tus mejores momentos.
               -Sssssssssssí…-siseé, enrollando el cable más y más entre mis dedos. ¿En serio se lo estaba tragando?
               -¿De verdad estás embarazada?
               Me llevé una mano a la boca para no descojonarme. Soy malísima, ya lo sé.
               -Creo que sí.
 
Creo que sí.
               La frase reverberó en lo más profundo de mí, arañándome las costillas como un gato encerrado dentro de mi caja torácica. El mundo se puso a girar más deprisa incluso de lo que ya lo estaba haciendo, pero yo me mantenía de pie como si fuera su eje. Podía ver la locura que se desataba a mi alrededor, pero apenas podía moverme.
               Respiré hondo, todo lo hondo que me permitieron unos pulmones que se negaban a colaborar.
               Y entonces, empecé a pensar a toda velocidad. Me habían quitado la chaqueta, el árbitro me había hecho unir los puños de manera amistosa con mi rival, y ya había empezado el combate. Todos mis miedos se despejaron. Todo el tiempo torturándome desapareció. Tenía una misión, había llegado hasta allí por algo, había trabajado por algo.
               Cuidarla era ese algo.
               -¿Alec?-preguntó al otro lado de la línea, con un deje de preocupación tiznado de esperanza, como si me hubiera pillado vestido con un traje rojo bajando por la chimenea de su casa justo cuando le habían dicho que yo no existía.
               -Necesito que me hagas un favor-dije, centrado por fin en el objetivo. Fijé los ojos en los números que iban subiendo en el teléfono, en la esquina de los papeles de Valeria. Arañé una marquita que había en la madera con las uñas, haciéndola un poco más grande de lo que ya era, y levantando la suciedad que se había quedado incrustada en ella.
               -¿Cuál?
               -Necesito que me pases con tus padres. Mejor con Zayn que con Sher, la verdad.
               Él me entendería. Se había ocupado de Sher cuando había llamado a su puerta; había estado en mi misma situación. Incluso jodido, incluso sin objetivos, era más parecido a él de lo que iba a serlo de Sherezade, así que podía esperar más comprensión de él. Además… se lo merecía. Le había prometido que me ocuparía de ella tantas veces que ya ni las recordaba, siempre tan seguro de que cumpliría mis promesas como lo había estado con las de Sabrae. Y, aun así, había roto una, la más importante, con ella.
               No tenía intención de hacer de aquello un hábito.
               -Um… no están en casa-dijo por fin, y yo me masajeé las sientes. Me la imaginé pegándose a la pared de la cocina, donde tenían el teléfono, y jugueteando con el cable del auricular como si fuera una serpiente y ella una bailarina de danza del vientre.
               No teníamos tiempo para esperarlos. Tenía que pirarme de allí ya.
               -Vale, em… pues entonces quiero que les pidas una cosa de mi parte.
               -Dime-me animó con un hilo de voz. Casi podía imaginármela sentándose en un escritorio mental, cogiendo un bolígrafo mental y abriendo un cuaderno de notas mentales.
               -Pídeles que me transfieran siete mil libras a mi cuenta del banco-un silencio sepulcral me acompañó al otro lado de la línea, pero yo sabía que ella me estaba prestando atención, así que continué explicándole-. Mañana voy a cancelar mi programa de voluntariado, voy a comprar un billete de bus y voy a ir al aeropuerto a coger el primer vuelo que salga para Inglaterra.
              
¿Había oído bien?
               -¿Qué?-cacareé, incapaz de procesar lo que me estaba diciendo, aunque me daba la sensación de que Alec no había hablado tan claro en toda su vida. Él carraspeó y continuó.
               -Por descontado, se lo voy a devolver todo. Hasta el último penique. Y con los intereses que diga Sher. Me da igual los que me ponga. Trabajaré de lo que sea. Camarero, o stripper… ¿crees que habrá strippers para tías?-Alec empezó a acelerarse, y aquello sí que no era bueno, pero yo estaba tan alucinada que apenas podía reaccionar-. Debería haberlos, por eso de la igualdad de género y tal. A ti seguro que te encantaría que los hubiera, porque en el fondo me da la sensación de que quieres un poco de venganza… da igual. Puede que no los haya; yo nunca he oído hablar de ellos, y tengo bastante vida nocturna, así que me imagino que no deben de tener mucho éxito. Claro que yo debería tenerlo-meditó-, al fin y al cabo, se me da de lujo quitarme la ropa.
               Y luego una risa nerviosa, más bien histérica.
               -O se me daba…-meditó en voz baja, con una tristeza tiñéndole la voz que yo detesté.
               -No puedo…-tragué saliva y volví a empezar-. Alec, ¿por qué quieres pedirles dinero prestado a mis padres? Con lo orgulloso que tú eres…
               -Tengo que estar contigo.
               -Aun así, tu familia también tiene esa cantidad. Tampoco es tanto-me escuché decir, a pesar de que era muy consciente de que había familias que tenían que vivir con poco más que eso al año. Pero no era el caso de la de Alec-. O sea, yo…
               -No puedo pedírselo a mis padres porque tendría que explicarles para qué es, y si se lo explico seguro que mi madre intenta convencerte de que lo tengas.
               Cambié el peso de mi cuerpo de un pie a otro. ¿En qué coño me había metido? ¿En qué coño había metido a Alec?
               -¿Y eso es malo?
               Un silencio sorprendido precedió a una carcajada sarcástica.
               -Sabrae, tú eres la abanderada de la libre elección de las mujeres. ¿De verdad me estás preguntando si es malo que tu suegra intente comerte el coco para que tengas un bebé con quince años?
               -Dieciséis.
               -Lo que sea. Escucha-me lo imaginé irguiéndose cuan alto era, cuadrando los hombros e inclinando la cabeza a un lado y a otro para desperezarse el cuello-. Voy para estar contigo pase lo que pase, tanto si quieres tenerlo como si no. Ya hemos hablado de esto una vez. No es justo que yo esté a seis mil kilómetros de ti mientras tú pasas por esto. No voy a dejarte sola. Yo… ya lo he hecho una vez-murmuró-, y es una puta mierda. No va a seguir siendo así cuando tú más me necesitas. Nos apañaremos si lo quieres tener, y si no… no tienes por qué hacerlo. Haremos lo que tú quieras. Si quieres tenerlo, yo estaré a tu lado para cuidarte, y si no, pues estaré a tu lado para cuidarte también.
                Se me llenaron los ojos de lágrimas. De verdad que no me lo merecía. Nadie se lo merecía. Era tan bueno…
               Y yo le estaba tomando el pelo y haciendo que renunciara a absolutamente todo su amor propio y estuviera dispuesto a pedirles dinero a mis padres, él, que ni siquiera aceptaba que los suyos le ayudaran con las piezas de la moto cuando se había puesto a montarla. Lo único que gastaban los Whitelaw en él era la comida y el suministro de agua y electricidad; el resto, ropa incluida, corría por cuenta de Alec. Y allí lo tenía ahora, recurriendo a mi familia porque quería asegurarse de darme lo mejor.
               Di una patadita al suelo con la punta del pie. En el comedor, Shasha y Duna estaban en silencio. Me asomé para fulminarlas con la mirada y ambas dieron un respingo y se pusieron de nuevo a las manualidades.
               Bueno, me dije, ya que el mal está hecho…
               -Es que no estoy segura de si es tuyo.
 
Me puse rígido. No porque creyera que me había dicho la verdad, sino porque me di cuenta en ese momento de que me había tomado el pelo.
               Menuda cabrona.
               -En ese caso, que sean diez mil. Necesito alquilar un avión para conocer lo antes posible a esa leyenda que ha conseguido dejarte preñada con sólo guiñarte el ojo, Sabrae, porque es lo más que habrá podido hacer ningún otro tío durante este verano.
               Sabrae se echó a reír por fin, y yo, seré gilipollas, me noté sonreír a pesar de que estaba cabreadísimo con ella.
               -¡Ojalá te hubiera visto la cara!-ladró por fin, y escuché alboroto por detrás de ella. Puede que Shasha estuviera preguntándole qué pasaba: había sido un borde con ella y todo por nada-. ¿La repetirás dentro de trescientos cuarenta y nueve días?
               -Vete a la puta mierda, Sabrae-espeté, colgando el teléfono y apoyándome en el borde de la mesa con las dos manos. Estiré las piernas y clavé los ojos en un punto por encima de la ventana trasera a la oficina de Valeria, a través de la que se veía el camino que conducía a la aldea de nativos al otro lado de los árboles, a la que se suponía que nunca debíamos ir.
               Me latía el corazón a mil por hora, pero por lo menos ella se había librado de lo más gordo. Menuda gilipollas estaba hecha; me apetecía cargármela por el susto que me había dado.
               Y sin embargo, ahora me había puesto sin saberlo entre la espada y la pared. Ya la había llamado después de que pasara lo que había pasado con Perséfone, así que ahora no tenía más remedio que decírselo. Estiré la mano para coger el teléfono y volver a llamarla, confiando en que conseguiría reunir el dinero suficiente para pagar aquella llamada, cuando éste empezó a sonar.
               Lo miré un instante, decidiendo si me la jugaba o no. Puede que la llamara fuera para Valeria y me cayera la bronca del siglo por haberlo cogido. Puede que la llamada fuera para Valeria y no me hiciera nada más que darle las gracias, porque todo el mundo estuviera exagerando y la señora no fuera tan mala.
               O puede que fuera para mí. Y ya, sólo por esa posibilidad, merecía la pena arriesgarme a que me echaran del voluntariado y me obligaran a pagar la penalización por abandono. Total, todo el mal que podía hacer ya estaba hecho, así que lo único que podía era mejorar a partir de entonces. Que me echaran del campamento y tuviera que volver con el rabo entre las piernas a casa y ver cómo sufría Sabrae por lo que le había hecho parecía una penitencia acorde con la gravedad de mis pecados.
               Así que levanté el auricular.
               -¿Sí?
               -Perdóname, mi sol-pidió Sabrae al otro lado de la línea, riéndose a carcajada limpia. Aquella risa pronto se acabaría, y yo haría lo que fuera con tal de prolongarla. Procuré memorizar ese sonido proveniente del cielo, porque quién sabe cuándo volvería a escucharlo otra vez-. ¡Perdóname! Es que recibí tu carta justo cuando estaba en plena regla, no podía dejar de pensar en ti, y, bueno, creí que habría alguna posibilidad de que te plantaras en Inglaterra si te decía que tenía una falta. No te has enfadado demasiado conmigo, ¿verdad?
               -Casi me da un ataque al corazón, Sabrae. ¿Qué coño te pasa en la cabeza? ¿Eres lerda perdida o qué?
               Ella aulló una risotada y yo, a pesar de que era un mierdas, sonreí al escucharla. Aprovecha esto, me dije, porque se te va a acabar en breve.
               -Ha sido muy tierno, todo lo que me has dicho. Qué amor eres. Tengo muchísima suerte de tenerte.
               Me tiré de la camiseta, hice una bola dentro de mi puño con ella y cogí aire. Ahora.
               -En eso hay disparidad de opiniones, creo. Y, por una vez, creo que la que estás equivocada eres tú.
               -No-contestó, sonriente y segura-. Sé que no. No hay nada de lo que esté más segura que de ti.
               Tomé aire y lo solté despacio.
               -Mi amor, escucha. Tengo que decirte algo muy importante.
 
Abandoné el tono juguetón en ese momento, porque en el de su voz no había ni rastro de él. Era como si, efectivamente, fuéramos a tener una conversación seria a partir de ahora. Puede que le hubiera hecho darse cuenta de que no podíamos con esto, de que, por muy bien que estuvieran las cartas y los videomensajes programados, no podían sustituir lo que éramos y lo que teníamos.
               ¿Y si ahora me preguntaba si me parecía muy mal que volviera? ¿Y si decía que no podía con la distancia y que necesitaba una excusa para regresar? ¿Y si yo le había dado la solución perfecta a nuestros problemas? Quizá, ahora que se había bajado los pantalones y se había mostrado dispuesto a pedir dinero para volver, ya hubiera abierto la puerta a que entre los dos lo financiáramos. Yo no tenía tanto ahorrado, pero tenía buen acceso a ello y sabía que ni papá ni mamá rechistarían por esa cantidad si les explicaba que era porque Alec quería y necesitaba volver, pero no podía permitírselo.
               Si él me lo pedía, yo se lo daría.
               Así que cambié el peso del cuerpo de un pie a otro de nuevo y esperé. Paciente, estoica, como me habían enseñado a ser, y como Alec muchas veces me había necesitado. Por suerte o por desgracia, o quizá por ambos, Alec me había curtido en ese sentido. Sabía lo que tenía que hacer, el espacio que debía darle.
               Alec tragó saliva al otro lado de la línea, y escuché cómo se relamía los labios antes de decir:
               -Mira, antes que nada, quiero que sepas que no te lo he dicho antes porque… bueno, en la carta me centraba sólo en nosotros dos, y no quería que nadie más tuviera el protagonismo, pero… el caso es que Perséfone está aquí.
               Parpadeé. ¿Perséfone en Etiopía? Eso no tenía sentido ninguno. Y, sin embargo, parecía la típica cosa tan surrealista que sólo puede ser verdad. A Alec no se le ocurriría inventarse algo así.
               De todos modos, ¿qué más daba? Estaba segura de lo que sentía por mí, y no me sentía intimidada lo más mínimo por el pasado que ellos dos compartían. Al contrario: agradecía que él tuviera una buena amiga como ella allí, a su lado, para acompañarlo en los momentos más duros, aquellos en los que él querría tirar la toalla.
                -¡Ah! Pues muy bien, ¿no?-dije, tanteando el terreno. Todavía no estaba segura de si me estaba tomando el pelo o no; bien podía estar devolviéndome la broma o compartiendo una anécdota divertida conmigo, así que de momento le daría el espacio que necesitaba para decir lo que quisiera decirme. Yo no iba a darle pistas sobre por dónde debía ir-. Así no te sentirás tan solo. Aunque no sé si te has ido tan lejos precisamente porque querías hacer borrón y cuenta nueva y… con ella te va a ser un poco difícil-me reí, y Alec jadeó una risa al otro lado de la línea.
               -Eh… sí. Bueno, supongo que sí. El caso es que…-carraspeó de nuevo y tomó aire-. Tengo que decirte algo muy, muy importante.
               -Te escucho, sol.
               -Bueno, como sabrás, Perséfone y yo tenemos nuestra historia.
               -Ajá.
               Empecé a juguetear con el cable del teléfono, sospechando por dónde iban a ir los tiros. Y no me la iba a colar. ¡Acababa de tomarle el pelo! ¿Tan rápido se creía que yo iba a pasar por el aro de creerme lo que fuera que tuviera pensado decirme?
               -Y ella, pues… no sabía que seguíamos juntos.
               -Anda, ¿y eso? ¿Por qué íbamos a dejarlo?
               -Pues no lo sé. O sea, bueno, sí lo sé. Muchos de los chicos que hay aquí lo han dejado con sus parejas; así son libres de hacer lo que les da la gana con quien les da la gana sin rendirle cuentas a nadie, pero…-lo escuché rascarse la nuca, pensativo.
               -También podrían llegar a nuestro acuerdo. Ya sabes que no me importa si alguna de las chicas te parece atractiva y decides pasar un rato con ella, Al. Lo decía totalmente en serio.
               -Sí, bueno, aun así, eso no hace más fácil que yo te diga esto, porque… el caso es que…
               -¿Sí?
               -… pues… eh… Perséfoneysamos.
               Parpadeé.
               -¿Cómo? No te he entendido, sol. ¿Puedes repetir? Creo que es por la distancia. ¿Tú me escuchas bien?
               Alec volvió a bufar y se dio ánimos a sí mismo en voz baja. Venga, Alec, puedes hacerlo. Tienes que hacerlo, le escuché decir antes de repetir, más despacio y con voz clara:
               -Pues que Perséfone y yo nos besamos.
                
 
Silencio al otro lado de la línea.
               Échate a llorar.
               Insúltame.
               Dime que me odias y que no quieres volver a verme.
               Ya estaba fuera, pero lejos de sentirse como si arrancara una tirita, era como si hubiera retirado una daga de mi pecho. Mis entrañas no estaban hechas para sentir el oxígeno ardiendo contra la carne sin protección, y de la herida no hacía más que brotar sangre. Sabrae tenía que darme el golpe de gracia.
               Esperé y esperé y esperé durante lo que a mí me pareció una eternidad, que en realidad fue el espacio entre un latido de corazón y el siguiente, y entonces por fin…
               Sabrae se echó a reír.
               Estoy haciendo algo mal, pensé mientras ella se descojonaba.
               -Sí, ya. ¡Claro que sí, Alec!-Sabrae aulló una carcajada y se golpeó una pierna con una mano-. ¡Esa es buenísima! Buen intento, sol. Aunque el tiempo es un poco malo, porque, bueno...-soltó una risita-. Deberías haber esperado a que pasaran unas semanas para decirme eso. Puede que me lo creyera entonces. Pero, ¿ahora? Ah, ah. Terriblemente sospechoso-escupió una risa y soltó una carcajada. Me la imaginé echando la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados y la boca bien abierta para poder reírse a gusto ante algo que claramente tenía que ser mentira, porque no era propio de mí. No lo habría hecho yo.
               O el Alec que ella pensaba que yo era.
               -Ojalá te lo estuviera diciendo de broma, pero es en serio, Sabrae.
               -¿Te crees que soy boba, mi amor? No podrías haber elegido a alguien más improbable. Perséfone ni siquiera está ahí, ¿a que no? Estará en Mykonos. Le diré a Mimi que me mande una foto para confirmarlo, y luego te la enviaré en la siguiente carta, diciendo “te lo dije”.
               -No. Perséfone está aquí, Sabrae. No estuvo en Mykonos porque estaba de viaje aprovechando el verano, ¿recuerdas? Debería estar en Grecia cuando nosotros fuimos, y no era así. Está aquí. No es broma. Ha pasado de verdad. Ojalá pudiera decir que no es así. Nada me gustaría más, bombón-deja de llamarla con nombres cariñosos. No te lo mereces, escupió dentro de mi cabeza una voz cargada de rencor-. Pero ella y yo nos hemos besado. Ha pasado de verdad.
              
Iba a creer que esto era una broma hasta el día que me muriese si Alec no hubiera hecho lo que hizo a continuación: empezar a hablar a toda velocidad.
               Que era, precisamente, lo que hacía cuando estaba nervioso. Lo había hecho mil veces, todas cuando se trataba de darme regalos a mí o de expresar sus sentimientos, pero nunca lo había hecho cuando había hecho algo mal.
               Por eso supe que esto no era coña.
               Y se me cerró el estómago mientras lo escuchaba.
               -No sabes cómo lo lamento, Sabrae. Lo lamento en el alma y sé de sobra el dolor que te estoy causando diciéndote esto, pero no creo que fuera justo que colgara el teléfono y me fuera de rositas e hiciera como que no pasaba nada mientras dejaba que te ilusionaras con el tema de las cartas y demás. Tienes que creerme si te digo que ha sido completamente fortuito, y por descontado, no se va a repetir. Por supuesto que no. Fue sólo un beso, ni siquiera hicimos nada, y llevo evitándola desde entonces, porque me siento una mierda y no he podido dejar de pensar en lo mucho que tú ibas a sufrir cuando te lo dijera. Si no te lo he dicho antes es porque no ha surgido la oportunidad; llevo desde que pasó, el sábado pasado, comiéndome la cabeza pensando en cuál sería la mejor manera de decírtelo para que tú sufrieras lo menos posible. He llegado a plantearme coger un avión para poder decírtelo en persona, porque sé que me merezco verte la cara cuando te lo diga y que puedas pegarme y arañarme y escupirme y patearme y prenderme fuego si es lo que quieres. Si te sirve de consuelo, fue un único beso, más bien superficial, no la toqué ni ella a mí, y en cuanto volví en mí y me di cuenta de lo que estaba haciendo lo paré de inmediato, pero sé que el daño está hecho, y por eso ni siquiera me atrevo a pedirte perdón. Sólo quiero que sepas que lo lamento en el alma, que me fui con la intención de cumplir la promesa que te hice y que no pienso volver a acercarme a ninguna tía en un radio de…
               No pude evitar recordar una vez que habíamos estado viendo una película en la que la chica le era infiel a su novio y éste la perdonaba. A pesar de que ya conocía el contexto del inicio de la relación de su madre con Dylan, aun así no conocía la postura de Alec respecto de las infidelidades, cosa que me parecía tan definitoria de una persona como si quería casarse o tener hijos. Le había preguntado si perdonaría una infidelidad, y él me había mirado de reojo, sonriendo con esa sonrisa torcida suya que tan loca me volvía. Precisamente era lo que necesitaba ahora: su Sonrisa de Fuckboy®.
               -Depende-me había dicho-. ¿Por? ¿Tienes a alguien ya en mente? ¿Va a ser con una chica y me vas a dejar mirar? Porque, entonces, adelante. Si no, tendría que verme en la situación.
               Recordé haber tenido exactamente la misma sensación con él. Que, dependiendo de las circunstancias, yo no podría hacer una negativa categórica como sí defendía mucha gente. Entendía y admiraba a Eleanor por haber perdonado a mi hermano, y quería pensar que en mi corazón había tanta bondad como en el suyo. Y que yo confiaría en Alec sin reservas si alguna vez nos pasaba eso. Sí, aquella noche me había visto segura de que lo perdonaría porque me parecía imposible que Alec hiciera una cosa así.
               Pero ahora… ahora no podía dejar de pensar en que si se estaba excusando tanto era porque era verdad. Y sí, vale, le había dado permiso.
               Pero no para Perséfone. Perséfone estaba fuera de la ecuación. Perséfone era un límite infranqueable. Lo había pasado muy mal en Grecia por su culpa, ya fuera directa o indirectamente. Alec había tenido que follarme como nunca en nuestras vidas para convencerme de que era agua pasada.
               Y ahora ella volvía, a seis mil kilómetros de distancia, donde yo no podía ir a recuperarlo.
               -Alec, si esto es una broma no tiene ninguna gracia.
               Se quedó callado al otro lado de la línea. Ríete. Ríete, por favor. Dime que soy una inocente por haberme tragado esto. Ríete, dime “¡has picado, bombón!” y podremos seguir adelante.
               Y entonces, Alec Whitelaw, el chico que me había hecho descubrir el placer, también me enseñó lo que era el dolor.
               -Por desgracia, no lo es, mi amor.
              
No podía seguir llamándola “mi amor”. No después de la forma en que le estaba cambiando la voz. Si la quisiera de verdad yo no haría que le cambiara la voz así.
               Estoy en la lona. He perdido. No apuestes más por mí. Te quedarás sin blanca.
               Y entonces, por fin, ese castigo que llevaba esperando una semana entera.
               Sabrae se echó a llorar.
               -Alec-jadeó, como si yo pudiera salvarla del mismo pozo al que la había arrojado. Estaba sola ahí abajo, y mi castigo iba a ser mirar cómo la destrozaban unos leones que tenían mis ojos, de cuyas fauces salían rugidos iguales a las carcajadas de las chicas de Mykonos-. En serio, me estás haciendo daño. Para, por favor.
               -No puedo-respondí, desgarrándome el alma. Con los jirones de la mía intentaría coser los agujeros en la suya. Si tenía que convertirme en retales para salvarla, lo haría-. No puedo, Sabrae. Nada me gustaría más en el mundo que poder decirte que es una broma de mal gusto, pero no es así.
               -Dios. Joder. Dios-gimió al otro lado de la línea, sollozando como nunca la había escuchado. Ni siquiera cuando nos habíamos peleado en serio, ni siquiera cuando casi se convierte en la viuda más joven de la historia.
               Fue entonces cuando lo entendí: Sabrae y yo éramos iguales. Los dos preferiríamos perdernos para siempre a perder la confianza que teníamos el uno en el otro. Los dos preferiríamos que yo me hubiera matado en el accidente de moto a que me hubiera salvado para llegar hoy hasta aquí.
               -Lo siento de veras. No te imaginas cuánto lo lamento. Es la cosa de la que más me arrepiento en mi vida, y si pudiera hacer algo, lo que fuera, para volver atrás en el tiempo y evitar que pasara, lo haría sin dudarlo. Fue sólo un beso, no fue nada más. Fue más bien superficial, y… no te digo esto para que me perdones, porque sé que no me merezco que me perdones, Sabrae, pero quiero aliviar tu dolor en la medida de lo posible. Quiero que han sido los peores seis segundos de mi vida…
               -Alec, es que me da igual que hayan sido seis segundos o un nanosegundo en el metaverso, tío. Que es Perséfone, joder. Perséfone. Podrías follarte a literalmente todas las tías del voluntariado y a mí me daría lo mismo, pero tú sabías lo mal que lo he pasado por ella en Mykonos y aun así…
               Jadeó, incapaz de seguir.
               -Lo sé. Lo sé. Y lo siento un montón, Sabrae, de verdad. Lo siento como no he sentido nada en mi vida. Si pudiera hacer algo, lo que fuera, para que dejaras de sufrir así…
               Joder, era un cabrón, porque me estaba costando la vida no ponerme de rodillas para suplicarle que me perdonara. No quería escucharla así. No quería saber que le había hecho daño. No podía vivir sabiendo que esas lágrimas llevaban mi nombre y sabían a mí.
               -¿Es que no hay otras chicas?-gimió-. ¿Tenía que ser precisamente con ella? ¿No podía ser con otra?
               -No tenía que ser con ninguna, pero no pude pararlo en su momento, y, joder, bom… Sabrae.
              
Dios. Joder. Por favor. Por favor. Llámame “bombón”, Alec. Alivia este dolor que siento. Llámame mi amor, conigue que te perdone, pídeme que te perdone, porque… porque…
               Porque no puedo estar sin ti. Es que no puedo.
               Me mató que no se atreviera a llamarme de ninguna manera distinta a mi nombre. Era raro escucharlo de sus labios. Normalmente, cuando estábamos solos, sólo me llamaba “Sabrae” cuando quería vacilarme… o cuando nos peleábamos.
               -Me arrepiento muchísimo, de verdad. Quiero que lo sepas. No me merezco pedirte perdón, ni nada, pero quiero que sepas que me duele en lo más profundo de mi ser y que jamás habría planeado esto. No te dije lo de que te fueras con otros para tener la excusa de hacer lo mismo. De verdad que quiero que seas libre.
               -Yo tampoco te lo dije con segundas intenciones-escupí, y él se quedó callado-, pero… joder. Dios, Alec, me has hecho muchísimo daño-ni siquiera sabía cómo hacía para seguir respirando con este géiser que tenía dentro de mí, impidiéndome pensar, impidiéndome sentir otra cosa que no fuera miedo, terror, náuseas, rabia y celos. Celos, porque por mucho que él me asegurara que sólo se habían besado, mi cerebro se empeñaba en decir que habían ido más allá. Que el sudor de ella estaba en el cuerpo de él. Que su lengua había pasado por esos rincones que antes había visitado yo. Que los últimos gemidos de Alec ya no eran míos.
               Todo lo que habíamos construido, todo lo que habíamos planeado, tirado a la basura porque… ¿porque él no podía resistirse a su amor de todos los veranos?
               -Te dije que podías hacerlo que quisieras con quien quisieras y lo decía en serio. Me da igual que te folles a medio mundo con tal de que vuelvas conmigo…
               -Volvería encantado si tú me aceptaras-me aseguró con voz de niño, pero yo continué echándole la bronca.
               -… pero creo que los dos entendíamos que Perséfone estaba fuera de límites por la historia que tenéis.
               -Lo sé.
               -Y por lo mucho que sufrí estando en Mykonos.
               -Lo sé.
               -Por su culpa, Alec.
               -Lo sé-repitió.
               -No sé cómo cojones has podido hacerme esto.
               -Yo tampoco. Lo siento de verdad, Sabrae. Sabes que mi intención nunca ha sido hacerte daño. Nunca.
               -Pues me lo has hecho-respondí, temblando como una hoja. Shasha se asomó desde le comedor, sus ojos brillando de preocupación. Puede que Duna no supiera de qué iba la conversación, pero estaba segura de que mi hermana lo había deducido ya por haberlo escuchado todo.
               -Lo sé, y de veras que lo lamento, Saab.
               Cerré los ojos. Saab. Podía trabajar con eso.
                -Valoro mucho la confianza que has depositado en mí y sé que la he cagado pero bien, así que… te pido… te pido que no pienses que esto es culpa tuya.
               Me quedé parada, masajeándome la frente, que me dolía horrores, como si mil elefantes estuvieran bailándome sobre ella. Mil elefantes como el que llevaba al cuello.
               -¿Ni siquiera vas a pedirme que te perdone?
               Alec se quedó callado al otro lado de la línea.
              
 
No sería por falta de ganas, pero los dos sabíamos que yo no me lo merecía. Porque, como ella había dicho muy bien, los dos sabíamos que Perséfone estaba fuera de límites. Y le había devuelto el beso de todos modos.
               -Es que no sé si me lo merezco.
               -Creo que eso es algo que me corresponde a decidir, no a ti, Alec.
               -¿Te haría sentir mejor si te lo pidiera?
               -¡ME HARÍA SENTIR MEJOR QUE NO TE HUBIERAS MORREADO CON TU PUTA EXNOVIA, ALEC!-tronó por fin, con unos pulmones que bien podrían haber retirado anticipadamente a Zayn. Él no tenía nada que hacer contra Sabrae si Sabrae se lo proponía.
               -Perséfone no es mi exnovia-dije con calma, tranquilizador y diplomático-. Sólo follábamos de manera regular en…
               -También follabas de manera regular conmigo-escupió-. Y mira dónde estamos ahora.
               -Creía haberte dejado claro las diferencias entre ella y tú en Mykonos.
               -No. Oh, no. No. Ni de puta coña. Ni de puta coña, Alec-escupió, furiosa. Me la imaginé agitando la cabeza y echando fuego por los ojos-. No tienes derecho a ponerte chulo en esta situación. Ni de puta coña.
               Tomé aire y lo dejé salir despacio. Era verdad. La había cagado y tenía que aguantar el chaparrón, durara lo que durase.
               -Escúchame. Lo que ha pasado entre tú y yo no tiene nada que ver con lo que me pasó con Perséfone. Sabes que es así. En el fondo, tú lo sabes, Saab. Tú no te comparas con ella.
               -Y sin embargo aquí estamos, ¿no? Tú ahí enrollándote con ella y yo siendo la cornuda nacional.
              
Esperé. Esperé. Y esperé.
               Llámame “mi amor”. Llámame “mi amor”, joder. O “bombón”, o “nena”. Cualquier cosa me sirve para intentar arreglar esto.
               Porque la verdad era que… aparentemente… yo era de las que perdonaban una infidelidad.
               -¿No vas a decir nada?
               -Es que no siento que nada de lo que pueda decir pueda mejorar lo que pasa.
               Me quedé helada.
               -¿Significa eso lo que creo que significa, Alec?
               Alec se quedó callado al otro lado de la línea.
               -No lo sé. ¿Qué crees que significa?
               Una extraña sensación de muerte me subió por las piernas, como si mi cuerpo se estuviera rindiendo a los elementos, como si estuviera sola, abandonada en el ártico.
               -¿Te ha gustado?
               -¿Eh?
               -Morrearte. Con ella-no podía decir su nombre-. ¿Te ha gustado? ¿Quieres seguir?
               -¿QUÉ? ¡NO!-bramó-. ¡NO! Por supuesto que no. Te repito que creía que ya te lo había dejado claro. No quiero nada con otra que no seas tú, Saab.
               -Y sin embargo no quieres pedirme perdón.
               -¡Joder, Sabrae, CLARO QUE QUIERO! ¡Claro que quiero, joder! ¡Y también quiero no haberme subido al puto avión y estar ahí contigo y que ni siquiera hayas podido hacerme la puta broma de que estás preñada porque estaría cuidándote! ¡CLARO QUE QUIERO QUE ME PERDONES! ¡Pero lo que yo quiero y lo que yo me merezco no siempre van de la mano! Y ahora… ahora tengo que apechugar con las consecuencias.
               -¿Y cuáles se supone que son esas consecuencias, exactamente?
               -Las que tú decidas. Haré lo que tú quieras.
               -Dime una cosa, ¿qué pasaría si fuera al revés? ¿Si hubiera sido yo la que se hubiera liado con Hugo?
 
 
Di un respingo. Eso era un golpe bajo, pero me lo merecía. Me merecía todos los golpes bajos que ella quisiera darme.
               -¿Tú me perdonarías a mí?
               -Creo que deberías decidirlo por ti misma. Yo no puedo… no debería influirte.
               -Alec, es nuestra puta relación. Los dos tenemos algo que decir sobre esto. ¿Tú quieres seguir?
               -Es que no me siento con derecho a…
               -¿TÚ QUIERES SEGUIR?-me pinchó.
               -¡CLARO QUE QUIERO SEGUIR!-reventé-. ¡CLARO QUE QUIERO SEGUIR, JODER! ¡Y QUE CONSTE: ME IMPORTARÍA UNA MIERDA QUE TE FOLLARAS A HUGO O A QUIEN FUERA! ¡ME IBA A JODER IGUAL!-espeté-. Porque eres mía. Quiero que seas sólo mía. Y te dije que podías hacer lo que quisieras mientras yo no esté porque es la única manera de que tú quieras seguir siendo mía cuando yo vuelva. Pero claro que me jode. Me jodería que lo hicieras con Hugo, me jodería que lo hicieras con un tío al que no conocieras de nada, o incluso de uno del que te hubieras enamorado. Sobre todo de uno del que te hubieras enamorado. Así que, ¿quieres la verdad, bombón? Aquí la tienes: me jodería incluso que te masturbaras pensando en un tío imaginario que ni siquiera se parezca a mí. Joder, me pongo celoso hasta del puto Cassian el de Una corte de rosas y espinas porque, por mucho que me digas que no, yo sé que alguna vez te has hecho un dedo pensando en él. Lo cual no tiene puto sentido porque es un puto murciélago gigante con forma humana que ni siquiera existe, pero yo estoy celoso igual, Sabrae. Ésa es la verdad. No, no disfruté del beso. Y no, no se va a repetir. ¿Sabes qué? Que me pondría de putas rodillas si pudieras verme. Iría de rodillas hasta Inglaterra. Seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros de rodillas, Sabrae. Si con eso consiguiera que tú no sufrieras, los haría de rodillas o incluso arrastrándome.
              
 
 Bombón. Me había llamado bombón. Ahí estaba. Aunque agazapado detrás de su culpa y la traición, mi Alec seguía allí, en alguna parte.
               La bestia de mi pecho retrocedió un poco ante su luz. No lo suficiente como para que yo pudiera seguir respirando, pero sí lo bastante como para permitirme un rayo de esperanza.
               -Pero eso no cambiaría nada. Por eso no puedo pedirte perdón. Porque no me lo merezco, Sabrae. Y porque… bueno. Ahora entenderás por qué no sabía cómo decirte lo que ha pasado, y… quiero decirte que me pongo en tus manos. Aceptaré cualquier decisión que tomes con respecto a nosotros. Sea la que sea.
               Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano.
               -¿Incluso si decido romper?
               -Incluso si decides romper-respondió con amargura.
               -¿Qué es lo que tú quieres?
               -No haber besado a Perséfone.
               -Ya, bueno, pues no tienes mucho que hacer al respecto.
               -No voy a volver a acercarme a ella.
               -Hablo de nosotros, Alec. ¿Qué es lo que tú quieres?
               -Joder, mi amor, ¿es que no lo sabes ya? Morirme de viejo en tus brazos para no saber qué es vivir en un mundo en el que tú no estés. Eso es lo que quiero. Pero ahora mismo no sé si lo voy a tener. Lo que sí sé es que no lo merezco.
               Empezaron a caerme las lágrimas otra vez, y el nudo en mi estómago se deshizo un poco. Todavía no sabía lo que iba a pasar, pero, si esto era el final, me alegraba de ser consciente de cómo sonaba “mi amor” de sus labios, aunque estuviera lejos y yo no pudiera ver cómo le brillaban los ojos al decirlo.
              
 
Soy un hipócrita, ya lo sé. Pero fue pensar en una vida entera con Sabrae después de lo que había pasado, y me había vuelto creyente y me había puesto a rezar una oración de una sola palabra: perdóname. Perdóname, perdóname, perdóname, perdóname.
               -De acuerdo-dijo por fin, con una serenidad propia de una reina-. Está bien. Bueno, me voy a tomar unos días para poder pensar. Necesito unos días para tomar una decisión.
               Creí que se me iba a salir el corazón del pecho.
               -Entonces, ¿igual me perdonas?
               Puto cobarde de mierda. No te la mereces.
               Nada nuevo bajo el sol, les escupí a los demonios de mi cabeza, que me miraron sorprendidos y se retiraron asustados. Puede que pudieran con mi autoestima, pero desde luego no tenían nada que hacer contra mi cinismo.
                -Tengo que pensármelo, Alec. Me has hecho muchísimo daño y tengo que navegar estos sentimientos antes de tomar una decisión. No sé si voy a poder-admitió, y me pareció escuchar vergüenza en su voz.
               -Tú puedes con todo-me escuché decir antes de poder frenarme, y Sabrae parpadeó a miles de kilómetros de distancia.
               -Sí, eso parece. Aparentemente, también con una cornamenta más grande que yo.
               -Cornamenta sería si me la hubiera follado-discutí-. Fue un beso nada más. A lo sumo tendrás unos cuernecitos como de cabra bebé.
                Sabrae se quedó callada al otro lado de la línea.
               Y luego, que Dios nos perdone, los dos nos reímos a la vez.
               -Eres gilipollas, Alec.
               -Me viene de fábrica.
               Hundí los dedos en un muñequito antiestrés que Valeria tenía en el escritorio y que puede que le terminara secuestrando.
               -Vale, pues… em… hablaremos en unos días-decidió Sabrae.
               -¿Cuántos?-pregunté, de repente desesperado, como quien se atreve por fin a creer en un futuro mejor y está ansioso porque llegue. Sin embargo, ella fue prudente.
               -Te he dicho que no lo sé, Alec.
               -Vale. No te preocupes. Tómate el tiempo que necesites. Y, si puedo decirte algo…
               Sabrae se quedó callada, esperando, así que me tiré a la piscina.
               -Sabes que te quiero con locura; eres la parte más buena de mí, la que me hace luchar y mejorar, y… de verdad que estoy arrepentido. Ser tu novio es lo que más me gusta en el mundo y no quiero perder eso. Llamarme tuyo es lo que más me enorgullece en la vida y detestaría que por un error estúpido que te juro que no se va a volver a repetir perdiera eso… pero aceptaré tu decisión sea cual sea. Sólo quiero que lo sepas. Te amo, y decidas lo que decidas, eso nunca va a cambiar.
               Sabrae se quedó callada un rato más. Estaba a punto de preguntarle si seguía ahí cuando dijo:
               -Vale, gracias. Bueno, me tengo que ir. Ya hablaremos…
               -¿Qué día prefieres que te llame?-pregunté. No me gustaba que no me hubiera dicho que ella también me quería, aunque, ¿podía culparla? Pero necesitaba algo a lo que agarrarme. Lo que fuera. Una cuenta atrás bien definida, como la que tenía marcada en la pared y que había profundizado desde el sábado pasado.
               -Ya te llamo yo cuando esté preparada.
               Me estiré y asentí con la cabeza, jugueteando con un papel. Era lo mínimo que podía hacer: dejarle el tiempo que necesitara.
               -Vale.
               Tragué saliva y repetí:
               -Vale, sí. Lo entiendo. Tómate el tiempo que necesites.
               -Gracias. Eh, y, Alec…
               -¿Sí?
               -Gracias por decírmelo. Podrías habértelo callado y yo no me habría enterado nunca, pero… eso te honra. No dejes que nadie te lo quite, ¿vale? Porque, pase lo que pase… yo, o la siguiente, lo preferiremos así.
               Esas dos palabras casi me hacen puré. La siguiente. La siguiente. La siguiente.
               ¿Qué siguiente? Sabrae era como mi Voldemort: pasado, presente y futuro. No iba a haber siguiente porque en ella empezaba y terminaba todo.
               -Yo, eh… vale. Nos vemos, bombón.
               Sabrae sonrió con tristeza al otro lado de la línea. Por un momento, pensé que iba a despedirse de mí como lo había hecho en el aeropuerto. Eso me habría dado esperanzas.
               -Chao, chao, hubby.
               Pero no fue eso lo que dijo, sino:
               -Adiós, Al.
               Me quedé con el auricular pegado a la oreja tiempo después de que a ella la sustituyera el tono de que se había cortado la llamada porque no podía creerme lo que me había dicho mi intuición. Ese adiós no era un “ya hablaremos”. Era una despedida de verdad.
               Porque, como ya sabía, la había cagado de verdad. Y, aunque era lo que me merecía, Sabrae, como la más adictiva de las drogas que era, también tenía sus propios efectos secundarios: el principal, que incluso sabiendo que no eras suficiente para ella, tú querías quedártela de todos modos. Por fin me permitía admitirlo, después de una semana negándomelo a mí mismo y torturándome en busca de excusas que justificaran mi actitud: no quería romper. Quería seguir bañándome en su infinita misericordia y que me perdonara.
               Pero ella, justa como era, y sobre todo respetuosa consigo misma, iba a hacer lo correcto.
               Me iba a dejar.
 
                



             
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2 comentarios:

  1. Bueno ahora mismo tengo el corazón roto.
    Pero no de dolor, sino de rabia. Me da mucha rabia que ambos pasen por esto cuando prácticamente Alec no le ha explicado bien lo que ha pasado, porque esta empecinado en que formo parte activa del beso cuando no si quiera lo empezó y solo se quedó en shock. Quiero sinceramente romper cosas.
    Sabemos perfectamente que no lo van a dejar (o a lo mejor si y te sacas un plot twist de la manga y me dejas loquisima) pero aun asi la conver me ha puesto mal sos.
    Eso si, me he descojonando con lo de un naosegundo en el metarverso. Bien traído, si señor.

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  2. Primero de todo, ¿cómo se te ocurre escribir “a la sombra de dos árboles entrelazados en la que juegan dos niños con los ojos de la persona que más quería el nombre del que portan… inshallah” ? ¿¿CÓMO??
    En cuanto al capítulo, lo he pasado regular la verdad, osea que tensión.
    Comento cositas:
    - La carta de Sabrae ha sido PRECIOSA.
    - El principio de la llamada tensión absoluta (aunque me ha encantado leerles hablar otra vez).
    - Alec siendo el mejor novio y teniendo la intención de volverse al día siguiente si Sabrae estaba embarazada me ha puesto tiernita. Y bueno que risa con el “Necesito alquilar un avión para conocer lo antes posible a esa leyenda que ha conseguido dejarte preñada con sólo guiñarte el ojo, Sabrae, porque es lo más que habrá podido hacer ningún otro tío durante este verano.”
    - Cuando Alec le ha dicho a Sabrae lo de Perséfone lo he pasado fatal, ha tenido la reacción que sabría que tendría y me ha roto el corazón. Creo que Alec no se ha explicado bien y no sé si estoy delirando, pero podría ver perfectamente a Perséfone consiguiendo contactar con Sabrae para contarle cómo pasó realmente.
    - Espero que le perdone pronto :( que bastante mal lo están pasando los dos solo con estar separados.
    Mis dieces por el cap, estoy deseando leer el siguiente <3
    Pd. me ha encantado como has ido cambiando quien narraba, creo que has conseguido que se vea muy bien la tensión y lo frustrante que ha sido todo.

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