jueves, 7 de septiembre de 2023

Bosque de orquídeas.


 
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¡Hola, flor! Hacía tiempo que no te dejaba un mensaje antes de empezar el cap, pero no te creas que te has librado de ellos tan fácilmente. Quería avisarte de que la semana que viene estaré de vacaciones, así que no habrá capítulo nuevo. Además, como ya es septiembre y voy a volver a estudiar de nuevo, volveremos al calendario de siempre, y publicaré los domingos otra vez (excepto, ya sabes, cuando no coincida 23 en domingo). Si todo va bien, volveremos a leernos el domingo 17 de septiembre; aunque ten paciencia conmigo. Puede que al volver de vacaciones esté en plena depre y no sea capaz de ponerme a escribir. Mi intención es volver el 17 (¡mi número favorito!), pero ya son muchos años y creo que sabemos a qué atenernos.
Dicho lo cual, ¡disfruta mucho del cap! Espero que la espera merezca la pena
 
Cualquiera que viera la forma en que las chicas de mi alrededor estaban floreciendo como si una primavera tardía se tratara no podría evitar pensar que, en realidad, yo era un amigo, encaprichamiento o novio tóxico cuya distancia era como dormir diez días del tirón en un sueño reparador, mantener una dieta equilibrada y rica en vitaminas, hacer deporte en sesiones de sexo intensas, de ésas que te dejan una sonrisa boba en la boca y la piel brillante; y dedicar dos horas a una elaborada rutina de autocuidado en la que un baño de espuma, una exfoliación y una hidratación a conciencia eran el eje sobre el que giraba todo.
               No podía ser normal que ni Karlie, ni Tam, ni Mimi, ni Sabrae ni Bey estuvieran muchísimo más guapas ahora que había vuelto a verlas después de dos meses. Siempre había creído que las chicas que me rodeaban eran bonitas, pero mi llegada me estaba haciendo replantearme si yo les hacía realmente bien o si, por el contrario, las había condenado a ser enredaderas que se extendían por el suelo y a duras penas dibujaban diseños en éste cuando estaban destinadas a mejorarlo todo a su paso. Había condenado a las chicas de mi vida a ser dientes de león durante dieciocho años cuando habían nacido para ser lirios del valle; mi vida antes de Etiopía se parecía más a una pradera, pero lo que estaba viviendo ahora era un auténtico bosque de orquídeas.
               Y, aunque tuviera a la más hermosa de todas ellas, de pétalos más suaves y colores más resplandecientes, esperándome totalmente desnuda y bañada por un rocío que bien podía haber caído del cielo… la verdad es que no podía dejar de admirar la belleza de la que ahora también tenía delante.
               Bey estaba igual que siempre y a la vez como nunca. Le brillaba la piel como si le hubieran espolvoreado por encima ralladura de estrellas, sus ojos castaños resplandecían con una vitalidad que muy pocas veces le había visto, y su piel… estaba más morena desde la última vez que la había visto, y eso que había sido a principios de septiembre, cuando el sol ya no es tan magnánimo y no hace acto de presencia con tanta alegría.
               Joder. Bey era… guapísima. Mi yo de principios de la adolescencia había tenido muy buen gusto con ella, o puede que no hubiera sido capaz de resistirse a unos encantos que estaban hechos para que hasta el peor de los hombres se redimiera por ella.
               Aunque, por supuesto, donde Bey podía hacer que el mayor de los pecadores decidiera enderezar su camino, Sabrae era capaz de beatificar a Lucifer. Eso era, más o menos, lo que había hecho conmigo.
               Sentí que algo dentro de mí, una pieza que estaba suelta y parecía oxidada, se restauraba y se encajaba en un lugar del que nunca debía haber salido, un espacio que siempre había estado colmado hasta que lo vacié a principios de agosto. Me di cuenta entonces de que no recordaba nada de algo a lo que pudieras llamar vida en la que, en menor o mayor medida, no participara Bey. Ella era una constante en mi existencia igual que lo habían sido Jordan o mi familia; ella era el pilar en el que yo me había apoyado cuando ni sabía que lo estaba haciendo ni tampoco que lo necesitaba. Ella había sido la que me había hecho sospechar, muy en el fondo, que estaba buscando que al final sólo había sido capaz de encontrar en Sabrae.
               Puede que Saab me hubiera hecho Alec, pero Bey me había convertido en Al mucho tiempo antes que ella. Siempre tendría ese tirón gravitacional sobre mí, una suave atracción que trataba de llevarme al buen camino.
               Por eso me dio igual que me hubiera tomado el pelo. Me dio igual que se hubiera burlado de cuánto habían cambiado las cosas entre Sabrae y yo si Saab estaba tranquila al otro lado de la pared a pesar de que yo hubiera estado desnudo junto a ella hasta hacía unos minutos. Me dio igual que Saab estuviera esperándome. Lo único que pude hacer fue alegrarme, explotar en una miríada de fuegos artificiales, porque mi mejor amiga estaba allí. Ahora sí que estábamos todos.
               Los Nueve de Siempre nos habíamos reunido de nuevo.
                Así que salvé la distancia que me separaba de ella en un par de zancadas mientras Bey se reía y se ponía en pie de un brinco, extendiendo los brazos para recibirme en un abrazo que sanó todas mis heridas y borró mis cicatrices. Podía ser un niño estando con ella, y también un gigante. Podía ser vulnerable y a la vez fuerte. Podía pertenecerle a todo el mundo y a nadie, y podía hacerlo también sólo a ella…
               … aunque fuera durante un par de segundos en los que se me olvidaron todas y cada una de mis circunstancias. Valeria, Nedjet, Luca… para bien o para mal, nadie que estuviera en Etiopía era real ahora que Bey estaba conmigo y yo estaba con ella. Todo volvía a ser como antes.
                Bey me pasó los brazos por los hombros y exhaló una risita cuando la cogí de la cintura y la levanté en volandas.
               -¡Te he echado muchísimo de menos!-dije, y a pesar de que la llegada de Sabrae había eclipsado su ausencia, me di cuenta de que decía la verdad. Aunque me había centrado en mi chica y mi felicidad había sido completa, no era hasta ahora que tenía a Bey conmigo que no me parecía que todo en mi vida encajaba perfectamente y que se restablecía la armonía del universo.
               Puede que no hubiera pensado en ella tanto como lo había hecho en Saab, pero también era normal. Y, de hecho, me preocuparía que lo hubiera hecho con la misma frecuencia con que había pensado en mi novia. Pero Bey siempre había estado ahí, en un rinconcito, animándome cuando las cosas me iban mal, susurrándome que estaba haciendo lo correcto y que el sacrificio que estaba haciendo por la felicidad de Sabrae era lo que correspondía, y que no podía mirar atrás. Era la voz en mi cabeza que me hacía escuchar los sonidos de la jungla a mi alrededor, la que me hacía mantener las distancias con la linde del bosque cuando caía la noche y me disuadía de ir a investigar las sombras, porque, ¿qué haría ella sin mí? ¿Qué haría Sabrae? Bey siempre había sido la voz de la razón para mí; si había cumplido con ese papel cuando no me jugaba más que un aprobado en el colegio o en el instituto, más aún lo sería cuando lo que estaba en juego era mi vida. La voz de Sabrae pidiéndome que volviera con ella me había mantenido cuerdo, pero la voz de Bey diciéndome en que tuviera cuidado había sido la que me había mantenido con vida. Sabrae había sido el cebo de Bey, pero todos mis amigos, a los que mi mejor amiga representaba, me habían hecho sacar la cabeza del agua en más ocasiones de las que me gustaría admitir, aunque no me avergonzaba en absoluto de darles los méritos que se merecían.
               -¡Y yo a ti, osito!-sonrió, sosteniendo mi rostro entre sus manos y sonriéndome como si fuera lo más bonito del mundo. Se mordió el labio, sus ojos conectando con los míos, nuestras almas haciendo clic, y… bajó la mirada a mis labios sólo un par de segundos.
               Los dos nos dimos cuenta de que lo único que impedía que Bey me diera un beso era Sabrae y que, si yo no me hubiera marchado con novia al voluntariado, habría vuelto de él con una. Nuestra historia podría haber sido flipante, digna de una película de las que tienen a las tías haciendo cola durante horas para entrar a la sala con un bol de palomitas a rebosar y los bolsos abarrotados de paquetes de pañuelos. Yo no me la sacaría de la cabeza en Etiopía, y vería en las briznas doradas de hierba los mechones de pelo de Bey. Bey no dejaría de pensar en mí en la universidad, y les pondría mi nombre a todos los clientes de los casos que tuviera que defender frente a su clase. Me follaría a mis compañeras en la selva y una parte de mí no dejaría de preguntarse cómo se sentiría si estuviera con mi mejor amiga. Bey se follaría a sus compañeros en las fiestas y tendría que morderse los labios para no llamarlos por mi nombre cuando la hicieran correrse en orgasmos más o menos buenos, pero que sabía que no tenían nada que hacer contra los míos. Y cuando volviera por el cumpleaños de Tommy, simplemente estaríamos tan hartos de jugar a que podíamos superar las ganas que nos teníamos y dejaríamos que el alcohol, las luces estroboscópicas y la música hicieran el resto. Vendría a mi casa o yo iría a la suya, y a la mañana siguiente tendríamos esa conversación de “¿en qué nos convierte esto?”, porque yo podía ser amigo de Chrissy y follármela, podía ser amigo de Pauline y follármela, y podía ser amigo de Perséfone y follármela.
               Pero no iba a poder ser amigo de Bey y follármela.
               Igual que tampoco podía serlo de Sabrae.
               Bey se mordió el labio inferior sin mostrarme los dientes, y entonces levantó la mirada y enredó los dedos en el nacimiento de mi pelo. Se dio cuenta en ese instante de que yo me había dado cuenta también: Bey podría haber sido la primera. Quizá, incluso, fuera capaz de capear mis temporales y convertirse también en la última.
               Pero lo que tendría con ella jamás se le compararía a Sabrae. Yo jamás me habría planteado quedarme en Inglaterra por Bey. En cambio, por Sabrae estaba más que dispuesto a desprenderme de mi orgullo y quedarme en casa. Por Sabrae me mantendría célibe durante casi un año. Puede que por Bey no hubiera tenido un accidente como el que me había dejado lleno de cicatrices, pero tampoco habría vuelto de entre los muertos por ella. No lo había hecho.
               Había sido por Saab.
               Y ella, que me quería con locura independientemente de que estuviera enamorada de mí, lo sabía y se alegraba infinitamente por mí. Se alegraba de que estuviera con Sabrae cuando los dos nos cansamos de jugar al gato y el ratón y dejamos que el alcohol, las luces estroboscópicas y la música hicieran el resto… todo porque Bey lo sabía.
               Sabía que la mejor manera de tenerme, y de tenerme más tiempo, era siendo el Alec de Sabrae. Aguantándose las ganas de besarme y conformarnos con conjugar nuestra historia en condicional, en lugar de en pasado, presente y futuro.
               Todo porque el regalo que Sabrae me estaba dando era mejor que el que ella sería capaz de darme, por mucho empeño que pusiera en ello.
               -Estás muy guapo-ronroneó, jugueteando con mi pelo, sus ojos saltando a un lado y a otro de mi cara y también allí donde ahora tenía las manos. Me piropeó con una añoranza más propia de una amante que de una mejor amiga, lo cual me hizo preguntarme cómo de mal lo estaba pasando Bey y cuánta de su fuerza de voluntad para pasarse las tardes estudiando, hasta el punto de llegar la madrugada, era más bien culpa mía y no tanto de su instinto competitivo.
               Estaba a punto de decirle que ella también, que estaba increíble, que mi ausencia le sentaba de fábula… hasta que me echó el pelo hacia atrás y se mordió el labio, ahora curiosa, y yo me di cuenta de que la sensación que estaba experimentando con sus atenciones no era exactamente la que había tenido otras veces.
                Noté las gotitas de agua corriéndome por el cuello y la espalda, deslizándoseme también por los hombros… y calándole la blusa que traía puesta. Debía de haber venido directamente desde la biblioteca, o puede que de las clases vespertinas. Seguramente tenía que esforzarse en conjuntar su ropa todavía más para sorprender a profesores y compañeros por igual, y aun así, Bey no dudaba en echarse a mis brazos nada más verme. Ni un paso atrás, ni na duda, ni un “creo que sería mejor que te pusieras una toalla” o “mejor esperamos a que te hayas secado” torciendo ligeramente la boca. Simplemente contacto, cercanía, protección. Se estaba asegurando de que yo tuviera todo lo que quería durante mi pequeño idilio en casa aún en detrimento de una prenda a la que posiblemente estropearía hasta un poco de viento más fuerte de la cuenta.
               Intenté separarme de ella. Ya tendríamos tiempo de sobarnos cuando yo estuviera más presentable. Si quería contacto lo tendría, por Dios que sí. Bailaría con ella hasta que le dolieran los pies, o hasta que Sabrae se cansara de quedarse en una esquina mirando. Puede que incluso yo fuera el suplente de las dos y ambas se pusieran a dar brincos a mi alrededor.
               -Estoy empapado-murmuré, y ella arqueó las cejas en un gesto suplicante que me recordó a la mirada de Kate en Los Bridgerton con la que Sabrae estaba tan obsesionada, y que me ponía cada vez que quería que yo accediera a algún capricho suyo sin discusión-. Bey, en serio, te voy a mojar.
               -Me da igual-contestó con tozudez, lanzándose de nuevo a mí y poniéndose de puntillas para abrazarme. Inhaló mi cuello, el aroma de mi piel, y suspiró, apoyando la nariz en mis músculos-. Uf, Al, cómo te he echado de menos. No podría darme más igual un poco de agua.
               -Ah, sí, cierto-contesté, dándole una palmadita en la espalda-. Seguramente ni lo estás notando. Es decir, como siempre acabas empapada cada vez que me ves…
               Bey se separó de mí y me dio un puñetazo en el hombro.
               -Capullo.
                Me encantaba la familiaridad que teníamos, lo fácil que encajaba todo cuando estábamos juntos y cómo estas semanas separados se habían borrado de un plumazo, como si nunca hubieran pasado. Hacerla reír fue echar atrás la rueda del tiempo y optar por un camino en el que yo nunca llegaba a subirme al avión que me llegaría lejos de Inglaterra, lejos de ella o lejos de Sabrae. Me pregunté si le había suplicado que me pidiera que me quedara a la persona equivocada; si había confiado en que Sabrae se rendiría a mis encantos cuando su amor por mí siempre la haría pensar en lo que a mí me venía bien y no lo que ambos necesitábamos, cuando la respuesta a todas mis plegarias egoístas, de un santo que predicaba en su tierra y que nunca abandonaba el valle en que había nacido a pesar de hablar de maravillas de mundos lejanos, la tenía Bey.
               Me invadió una increíble sensación de calma y alivio al darme cuenta de que si ella estaba allí, conmigo, yo ya no tenía que preocuparme de ser el sensato de la habitación. Ya no tenía que cuidar, sino que me cuidarían. No me malinterpretes: me encantaba cuidar de Saab, es sólo que… a veces a uno le apetece ser el malo de la película, el hermano pequeño que tira los platos al suelo en lugar del hermano mayor que los recoge a duras penas justo antes de que se rompan.
               -¿Qué haces aquí?-pregunté, poniéndole las manos en los brazos. Me dio la sensación de que los tenía más tonificados, pero sabía que, si le decía algo, lo achacaría a que ahora cargaba con libros mucho más pesados durante mucha más distancia. No me diría nada de que se había apuntado a un gimnasio, por supuesto, porque me echaba tanto de menos que cualquier excusa era buena para empezar rutinas que le recordaran un poco más a mí-. Es decir, no es que me molestes ni nada por el estilo, reina B, pero… como podrás apreciar-dije, haciendo un gesto con el que abarqué lo que tenía debajo de mi cintura-, como podrás apreciar, estoy en medio de algo ahora mismo.
               El bulto en mi toalla daba fe de que no me refería solamente a mi ducha, precisamente, y la sonrisa malvada que esbozó Bey al mirarme a los ojos mientras arqueaba las cejas me hizo ver que a ella no se le escapó tampoco qué era lo que me tenía tan apurado ahora que ya se me había pasado la sorpresa inicial.
               -Sí, eso es evidente. Pues verás, cierta parejita-dijo, sentándose en la cama con las piernas cruzadas, la blusa transparente allí donde yo la había estrechado contra mí- me ha informado de que habías venido para celebrar el cumpleaños de Tommy y que te habías comprometido a salir con nosotros en aproximadamente-hizo de mirarse el reloj de muñeca todo un espectáculo- diez minutos. Y me han pedido que venga a asegurarme de que cumplirás con tu horario, porque ya sabes lo protector que se pone Scott cuando se trata de que Tommy se lo pase bien-hizo un gesto con la mano, agitándola en el aire, y puso los ojos en blanco igual que lo haría la dueña de un dálmata que pretendía vender la camada de cachorros de su perra al mejor postor para que se hicieran unos cuantos bolsos, y encontrara terriblemente inconveniente que el animal se encariñara de ellos y no le permitiera acercarse por conocer sus intenciones.
               -Me gustaría ver a Scott peleándose con Sabrae por mi atención. Sobre todo porque me encanta verlo perder-dije, acercándome a la mesita de noche y cogiendo la caja de condones-. ¿Has dicho diez minutos?
               Ni diez horas serían suficientes para que se me bajara el calentón y le hiciera a Sabrae todo lo que quería hacerle, pero tampoco es que me fuera a ir derechito al aeropuerto en el momento en que saliera por la puerta de mi casa. Podía ser peor.
               Bey inclinó la cabeza a un lado.
               -Ni lo pienses.
               -Que no piense, ¿qué?
               -Nada. No pienses en nada.
               -No pensar en nada es mi especialidad, reina B-le mostré la sonrisa más amplia de la historia y sostuve el condón frente a ella-, bueno, está en mi top 5 de especialidades. Quiero pensar que se me dan mejor otras cosas. Y tú lo sabes, ¿no? ¿Cómo ordenarías mis cualidades?
               -Me refiero a que no pienses que puedes despachar a Sabrae antes de que vengan Scott y Tommy. Me han mandado aquí porque saben que soy la única capaz de sacarte de casa, pero no pienso meterme ahí con vosotros dos-señaló el baño con un dedo índice que destacó entre los dedos de su mano como las alas de un avión- y tratar de pararos cuando lleguen los chicos a recogeros.
               -¿Me tienes miedo?-ronroneé, sonriente, metiéndome por ella, que me apartó la cara con expresión hastiada. Puede que me hubiera echado de menos durante mi ausencia, pero ya empezaba a cansarse de mí.
               -¿A ti? Uf, no. Es Sabrae la que me preocupa. Sé que tú acabas siendo inofensivo y que se te va toda la fuerza por la boca, pero ella… digamos que cumple sus promesas.
               -¿Y qué promesas son esas?
               -Digamos que hay una regla no escrita entre las novias y las mejores amigas por las que las novias toleran la presencia de las mejores amigas en la habitación del novio siempre y cuando no se metan allí cuando las novias la están usando con él. No me apetece que Sabrae me arranque la cabeza y luego te siga follando como está claro que necesitas que te follen-dijo, mirándome de arriba abajo-, porque si algo he aprendido de ella a lo largo de este último año, es que sería perfectamente capaz de cargarse a alguien para que no se te acerque y luego seguir montándote como a un potro salvaje.
               -¿Cómo es eso de que necesito que me follen? Para tu información, no he parado de follar durante la última… bueno, el tiempo que sea que lleve a solas con Sabrae aquí.
               -¿Y te parece suficiente? Madre mía, Al, sí que estás perdiendo facultades ahí abajo.
               -Eso no me lo dices en el baño, chavala-contesté, pegándome a ella-. Puedo ocuparme de ti y de Sabrae a la vez sin despeinarme. ¿Es por eso por lo que no quieres que vuelva al baño con ella? ¿Porque sabes que te haré tragarte tus palabras y lo que no son tus palabras?
               -No-contestó, poniéndose en pie-, es porque vine para asegurarme de que estarías preparado dentro de diez minutos hace veinte.
               Se me cayó el alma a los pies. ¿Veinte minutos? ¿Qué? Me giré como un resorte y miré el reloj de mi mesita de noche y, salvo que Sabrae lo hubiera adelantado (cosa que dudaba bastante; me decantaría más por que lo hubiera atrasado para poder quedarse más tiempo aún en mi habitación, retozando en mi cama, gimiendo mi nombre y suspirando mientras sus manos… bueno, ya me entiendes), ya íbamos tarde con respecto a la hora en la que supuestamente Scott, Tommy y los demás vendrían a buscarnos. Cómo estaban haciendo para que Scott no entrara como loco en mi casa era algo que se me escapaba.
               Ni siquiera me sorprendió que el tiempo hubiera pasado tan rápido. Estar con Sabrae me hacía viajar en el tiempo como si estuviera dando saltos en agujeros de gusano a través del espacio. Ojalá fuera así también el tiempo que pasábamos separados, pero Einstein había acertado con eso de la teoría de la relatividad y lo absurdo que es el tratar de dotar al tiempo de valores absolutos.
               Me volví para mirar a Bey, que se cruzó de brazos y alzó una ceja como diciendo “¿lo ves?”, y luchó por contener una sonrisa.
               -Tienes dos opciones: o vas a buscar a Sabrae y empezáis a prepararos…
               -La segunda-decidí, o más bien decidió mi polla por mí.
               -O cancelas el voluntariado…
               -Uf, definitivamente me voy a quedar con esta.
               -… porque Sabrae tenga los días de libertad contados por haberse cargado a su hermano. Suerte aprovechando los vis a vis.
               -Déjame adivinar: vas a ser su abogada pero lo harás mal a propósito para quedarte conmigo, consolándome como una buena amiga, ¿a que sí?
               -Sabrae me cae bien y tú no eres lo bastante importante como para que yo renuncie a mis principios morales.
               -¿Y lo bastante guapo?-pregunté, rodeándole la cintura con un brazo. Bey me empujó lejos de ella mientras ponía de nuevo los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -Vamos a por Sabrae.
               -¿Cómo que “vamos”? Soy perfectamente capaz de ir a buscarla al baño yo solo.
               -Dame el condón-ordenó, extendiendo la mano.
               -No quiero.
               -Alec-suspiró-, sé razonable. Te has hecho cinco mil kilómetros en nuev…
               -Seis mil kilómetros-la corregí-. Seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos para ser más exactos. Todo eso sin contar el viaje a Heathrow y el desvío al aeropuerto de Adís Abeba.
               -Bueno, seis mil kilómetros y pico en nueve horas para venir al cumpleaños de Tommy, ¿de verdad vas a quedarte en casa encerrado mientras los demás nos lo pasamos de puta madre en lo que va a ser la fiesta del milenio?
               -Lo dices como si estuviera haciendo una especie de arresto domiciliario cuando tengo a Sabrae con el coño literalmente al aire al otro lado de la pared.
               -Escúchame bien-dijo, cogiéndome por los hombros-, vas a pensar con la cabeza. Con la grande, no con la pequeña-añadió al ver que estaba a punto de responderle-. Sé que te va a costar un montón porque debes de tener mucha tensión sexual acumulada, pero tienes que hacer el esfuerzo de centrarte. Olvídate de que Sabrae está desnuda en el baño y piensa que mañana es el día de Tommy.
               -Recordarme que Sabrae está desnuda no ayuda a tu causa, Bey.
               -Recuerda el sacrificio que estás haciendo por estar hoy aquí. Recuerda el esfuerzo que te ha supuesto venir. Recuerda que no dudabas en que vendrías antes incluso de que Sabrae apareciera en tu vida. Has sido amigo de Tommy más tiempo de lo que llevas siendo novio de Sabrae. Sé que ahora sólo te apetece irte con ella y pasarte la noche a solas con ella, pero cuando todo pase, cuando sea dieciocho de octubre y Tommy ya tenga los dieciocho y no tenga sentido celebrar nada, cuando estés saciado y puedas pensar con claridad (o toda la claridad que puedes tener), te arrepentirás de no haber ido esta noche a la fiesta de Tommy. Sentirás que nos has fallado a todos y que no has demostrado lo mucho que te importamos porque también has venido a vernos a nosotros. Podrías haberle dicho a Sabrae que cogiera un avión y te esperara en Mykonos; te ahorrarías horas de vuelo y no tendrías que compartirte con nadie ni compartirla a ella tampoco. Y, sin embargo, aquí estás. Enterito y bronceado y perfecto, y curándote, y presente. La novena pieza que falta en nuestro grupo. El lote está completo gracias a que has venido. No voy a dejar que decepciones a Tommy-me miró a los ojos-, y no porque Tommy no vaya a perdonarte si no apareces (los dos sabemos que lo hará); sino porque no te perdonarás.
               El tirón de la desnudez de Sabrae más allá de la pared se aflojó en mi estómago, y por un momento pude pensar con la cabeza del cuerpo y no la de la polla. Me di cuenta de que Bey tenía razón. Tenía que elegir entre causarle un pequeño inconveniente a Sabrae y uno grande a todos mis amigos, cuyos planes había puesto patas arriba plantándome en Inglaterra sin avisar y decidiendo que había que desmadrarse, sin importar si estábamos a mediados de semana o los compromisos de cada uno. Y, lo más importante, estaba Tommy. Él jamás me había fallado, ni con Sabrae ni con ninguna otra chica, pero se había mostrado especialmente alentador con lo mío con Saab. Me había dicho que yo le hacía bien a ella y que ella me lo hacía a mí, que hacíamos buena pareja y que éramos, literalmente, sus padres. Con permiso de Taïssa, Tommy era nuestro shipper número uno.
               Un campeón se debe a sus fans, más aún cuando estos fans también son campeones. Por supuesto que Tommy entendería que yo me quedara en casa quemando calorías como un cabrón con Sabrae.
               Por eso precisamente le haría más ilusión todavía que fuera a su fiesta de cumpleaños: recorrer medio mundo para correrme una juerga no suponía ningún sacrificio para mí. Era el renunciar a estar a solas con Sabrae lo que verdaderamente me costaba, y era en esa renuncia, precisamente, con lo que le mostraba lo mucho que T me importaba y le quería. Es fácil querer a alguien cuando te resulta conveniente, pero es en la adversidad donde resiste el verdadero amor.
               Con un espíritu de mártir muy impropio de un fuckboy, miré de nuevo a Bey y suspiré.
               -Te vas a convertir en una abogada tan cara que no podré pagar tus servicios ni aunque me siga follando al ojito derecho de la familia Malik hasta que me muera, ¿a que sí?
               -A ti te haré precio de amigo-sonrió, colgándose de mi hombro y dándome un beso allí.
               -Ven conmigo a por Sabrae-le pedí.
               -Estarás bien.
               -Bey, tiene las tetas al aire. No voy a estar bien. Además, tú tienes mucha más labia que yo. Podrás convencerla de que el quedarnos a medias no es la idea pésima que los dos estamos convencidos de que es.
               -Siempre puedes prometerle que se lo compensarás en los baños de la discoteca a la que vayamos.
               -Sí, ya, claro. A duras penas puedo convencerla de que follar sin condón no es buena idea…
               Bey frunció el ceño y arrugó la nariz, no sé si más preocupada porque Sabrae se estuviera volviendo loca ahora que me había recuperado, o extrañada porque yo, de entre todos los tíos de Londres, rechazara follar sin condón. Nunca me había opuesto a sentir los fluidos de una tía empapándome ni a sentir la manera en que mi cuerpo se acomodaba dentro del suyo, porque ni sabía ni me importaba la cantidad de veces que habrían tomado la píldora del día después cuando yo las hiciera tomársela delante de mí (ni de coña iba a dejar preñada a alguna de las que conformaban el selecto grupo de mis rollos de una noche), pero debería saber que las cosas con Sabrae eran diferentes. Mi afán de protección me llevó a pensar que lo que preocupaba a Bey era que Sabrae se estuviera volviendo loca, aunque una parte de mí, esa parte insegura y que respiraba inquina, no podía evitar pensar que Bey me estaba juzgando.
               Sí. A pesar de que sólo me había tratado con bondad, de que siempre había apostado por mí, de que siempre había sido paciente conmigo y de que siempre había visto lo mejor de mí incluso cuando yo me esforzaba en ocultarlo… aun así, yo era tan ruin que podía pensar que a ella no le gustaba lo que veía cuando me miraba.
               No, me detuve, tajante, recordando las lecciones de Claire sobre lo importante que era detectar la forma en que te hablabas a ti mismo y cómo esa voz de tu interior te definía hasta el punto de que te creías las cosas malas que decía de ti por mucho que fueran mentira. Mi relación con Bey era complicada, como todas las relaciones entre dos personas, llena de capas y matices que la hacían hermosa en su complejidad; si en algún momento decepcionaba a Bey, su percepción de mí no tenía por qué cambiar. Que tuviéramos algún sentimiento negativo respecto al otro no significaba que fuéramos a dejar de ser amigos. Yo no era un desastre andante a sus ojos. No era un desastre andante a sus ojos.
               -Vamos-la invité, ofreciéndole una mano que ella tardó un instante en aceptar, no sabría decir si por la persona que nos estaba esperando al otro lado de la puerta o porque no se atrevía del todo a dar rienda suelta a sus apetitos. Ahora que se había pasado la emoción del momento, creía que tenía que tener cuidado consigo misma y no soltarse hasta que Sabrae no terminara de darme la bienvenida de vuelta a casa.
               Joke’s on her. Sabrae no terminaría jamás de darme la bienvenida de vuelta a casa.
               Lo primero que notamos al entrar en el baño fue el calor que había en la estancia. Sabrae había vuelto a abrir el grifo del agua caliente y tenía una mano apoyada contra la mampara empañada, de manera que sólo se podía ver con nitidez su palma, mientras que el resto de ella estaba diluida tras la cortina de humedad y calor. Bey se detuvo a un par de metros de la mampara, guardado una prudente distancia que me recordó la dinámica de las relaciones de los animales que rescatábamos (perdón, rescataban) en Etiopía, cómo siempre había un alfa en los grupos de dos o más criaturas de la misma especie. Y Saab lo era de las dos, a pesar de ser más joven y no tener tantas habilidades, o no tan pulidas, como Bey. Claro que también contaba con la ventaja de saberse mi favorita.
                Ignorando la tensión que empecé a notar reptándome sobre la piel e invitándome a quitarme la ropa y pedirle a Bey que se uniera a nosotros, gracias únicamente a la determinación que Bey había puesto en mi vida sobre no decepcionar a Tommy, descorrí la mampara de la ducha.
               Mi cuerpo fue lo único que impidió que Bey viera a Sabrae ligeramente acuclillada, las piernas separadas, la cabeza echada hacia atrás, la espalda arqueada de manera que sus pechos fueran la más hermosa de las ofrendas, la boca contraída en un gesto de placer y la mano que tenía libre ocupada entre sus piernas.
               Si se me había bajado un poco la erección hablando con Bey, ver a Sabrae masturbándose en la ducha la hizo recuperar todo el terreno perdido… y conquistar el doble de lo anterior.
               Saab abrió los ojos y los clavó en mí, las comisuras de su boca elevándose un poco más.
               -Has tardado un millón de años-explicó-. Empezaba a pensar que tendría que acabar aquí, totalmente sola.
               La sola idea de que sus gemidos mientras se corría rebotaran en esos azulejos que tantas veces me habían visto masturbarme habría bastado para volverme loco y que la principal preocupación de Scott dejara de ser Sabrae y pasara a ser yo, porque ni de coña iba a dejar que él me separara de ella hasta que yo no lo hiciera libremente.
               Habría bastado, si no fuera porque el peso de las palabras de la otra persona de la habitación todavía descansaba sobre mis hombros.
               -Ya me parecía a mí que estabas muy callada-contesté, cogiéndole la mano y separándola de su entrepierna. No podía ver cómo se daba placer a sí misma. No podía. No sería capaz de resistirme durante mucho más tiempo; podía controlar mi imaginación, pero no lo que tenía delante y la atracción que Sabrae ejercía sobre mí, un agujero negro cuyo horizonte de sucesos coincidía con los confines del universo-. Adivina quién ha venido a buscarme-añadí, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Bey, cuidando de no moverme mucho para que mi chica no se quedara totalmente al descubierto. Bey apoyó una mano en la cadera mientras Sabrae se ponía de puntillas para echar un vistazo por encima de mi hombro.
               El rostro de Sabrae se iluminó con la misma alegría que debió de resplandecer en el mío cuando entré en mi habitación y vi a mi amiga esperándome allí, con la diferencia de que hacía menos tiempo desde la última vez que se habían visto (si lo de que venía a ver a Mimi para contarle lo que aprendía en la uni era verdad, no me extrañaría que se vieran cada día o, a lo sumo, cada dos) y que, bueno, Bey era mi mejor amiga y no la de Sabrae. Puede que tuviera que ponerles los puntos sobre las íes a estas dos.
               -¡Bey!
               Y luego, algo que yo no pensé que escucharía nunca de la voz de Sabrae.
               -¿Te unes a nosotros?
               Ni siquiera me permití a mí mismo imaginarme lo que pasaría si Bey se quitaba la blusa, que ocultaba más bien poco, y entraba con nosotros a la ducha. Por mi salud mental era mejor que me controlara, aunque sólo fuera por una vez en mi vida.
               -No le hagas caso-dije-. Está ovulando.
               -Qué lástima-contestó Bey, sonriendo y prácticamente desfilando en dirección a la taza del váter, en la que se sentó con gracilidad-, creía que la invitación era en serio.
               Mi cara debió de ser un poema, porque las dos se echaron a reír al unísono, no sé si porque había caído en su trampa o porque acababa de desperdiciar la mejor oportunidad que se me presentaría nunca: la de follarme a la chica de mis sueños y la de mi pasado a la vez.
               , pensé. Definitivamente no llego a los diecinueve.
              
 
Me dolía el ansia con la que mi cuerpo lo necesitaba. Puede que hiciera apenas un minuto que me había dejado cuando empecé a sentir que me ardía todo el cuerpo, pero para mí fue como una verdadera eternidad. Los dos meses que había pasado sin tener contacto con él no se comparaban a esos minutos en los que Alec me dejó sola mientras iba a por condones, porque al menos en la distancia encontraba un consuelo que no tenía ahora. Cada una de mis curvas ardía, mis pliegues suplicaban por sus atenciones, y el ambiente de la habitación se caldeaba por momentos.
               Aun sabiendo que me reñiría por empezar a darme placer sin que él estuviera presente para verlo o para disfrutarlo, no pude evitar llevar una de mis manos a mi entrepierna y repetir ese gesto al que tan pocas veces había recurrido durante mi relación con Alec, porque él siempre se ocupaba de que estuviera saciada y satisfecha, y jamás me había negado nada de lo que a mí me apeteciera hacer, encontrando en mi curiosidad y mi libido el santo grial que llevaba toda una vida tratando de localizar. Un gesto que se había convertido, por otro lado, en recurrente desde que se había subido a aquel avión y me había dejado a solas con mis exquisitos recuerdos y mis desesperadas ganas de él.
               Sonreí al escuchar que la puerta del baño se abría, y ni me preocupé al ver por el rabillo del ojo a dos figuras difuminadas en lugar de una. En mi cabeza no cabía la teoría de que hubiera más seres humanos en el mundo que nosotros dos. Estaba cachonda como pocas veces en mi vida, y poco tenía que ver con el estado de mi ciclo: me alegraba de que mi novio estuviera de nuevo conmigo y me tuviera las mismas ganas que yo a él, ¿acaso era eso algo malo? Fuera como fuese, no pensaba disculparme por ello. Bastante mal me lo habían hecho pasar ya estas semanas por querer a Alec como para no disfrutarlo cuando estaba conmigo. Así que, ovulación o no, iba a pasármelo muy bien con él hasta que sus amigos vinieran a reclamarlo y no tuviera más remedio que compartirlo con el resto de su grupo.
               -Ya me parecía a mí que estabas muy callada-comentó, juguetón, y yo me relamí, haciendo de encorvarme hacia él todo un espectáculo al que estaba segura de que no se resistiría. Hacía eones desde que se había marchado del baño, y yo quería jugar. Sabía que a un campeón como él había pocas cosas que le motivaran más que la idea de pasárselo bien practicando su hobby preferido, y una de ellas era el premio que podía obtener.
               Imagínate la tentación que podía suponer para él que el premio y el juego fueran la misma cosa.
                Cuando me cogió la mano, creí que lo que tenía pensado era llevársela a la boca y probar mis fluidos, su néctar preferido en todo el mundo, para continuar lo que habíamos empezado, ahora sí, con un preservativo de por medio. Entendía que se preocupara por mí, pero a veces odiaba que fuera tan protector hasta el punto de ser capaz de parar en medio del polvo para ir a por un condón. Curiosamente, siempre me pasaba en las mismas alturas del mes.
               -Adivina quién ha venido a buscarme-dijo, haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Bey, con el que claramente quería disculparse. No estaba en mis planes compartirlo ni tampoco repartirme sus atenciones, pero… me sentía generosa. Ya habíamos hablado en varias ocasiones de que nos gustaría invitar a alguien a nuestra cama en algún momento especial, y si bien yo había pensado en Diana en algún cumpleaños de Alec (o, ¿por qué no?, en el mío), Bey era una buena prueba, y el decimoctavo cumpleaños de Tommy era un evento como cualquier otro, sobre todo ahora que se había convertido en la fecha lo suficientemente señalada como para que Alec volviera a casa.
               -¡Bey! ¿Te unes a nosotros?
               La cara de Alec cambió radicalmente; de mostrar una disculpa pasó a mostrar escándalo. Se giró para mirar a su amiga, puede que considerando que Bey no era una buena candidata para estrenarnos en el mundo de los tríos por el pasado que los unía (y porque no me ponía como me ponía Diana), aunque a mí me pareció que no era para ponerse así. Bey era muy, pero que muy guapa; estaba buenísima, y además, ya tenía superado de sobra a Alec. Estaba viviendo una vida de universitaria de manual, estudiando como la que más y disfrutando de sexo casual como no lo había tenido en su vida. Me habría gustado decirle a Alec que no era tan importante para todo el mundo como lo era para mí, pero entonces él dijo:
               -No le hagas caso. Está ovulando.
               Me apeteció decirle que mi invitación a que Bey se quitara la ropa, que además estaba empapada y no cumplía del todo con su función, no se debía enteramente a la necesidad que tenía mi aparato reproductor de cumplir con el cometido para el que había sido diseñado, pero Bey consiguió ensombrecer cualquier contestación que yo pudiera darle a Alec con un:
               -Qué lástima. Creía que la invitación era en serio.
               Alec abrió la boca, estupefacto, considerando sus palabras y seguramente pensando cómo dar marcha atrás y recuperar la oportunidad de meternos a las dos en la ducha e ir follándonos por turnos (por mucho que me apeteciera experimentar el sexo con otra chica, los dos sabíamos de sobra que lo dejaría aparcado hasta que no lo volviera a tener día sí, día también; hoy tenía un objetivo, y era emborracharme de Alec, no de serotonina sexual), y las dos nos echamos a reír. Por suerte o por desgracia, que Bey bromeara con compartirlo hizo que no me apeteciera en absoluto, y la parte más territorial de mi personalidad se activó. Decidí que, sino podía tener toda la atención de Alec para mí sola, no le prestaría la única que le reservaba exclusivamente a él.
               De manera que le quité la toalla que llevaba anudada a la cintura y, tratando de no mirarle la polla para que no me asaltaran pensamientos oscuros, me envolví en ella.
               -Perdona las pintas, Bey. Estábamos en medio de algo-me excusé, tratando de no notar demasiado el roce de la toalla en mis pezones, que notaba duros y sensibles como cimas de hielo. No importaba lo caliente que pusiera el agua en la ducha; jamás conseguiría que recuperaran su forma normal si los labios, lengua y dientes de Alec no se ocupaban de ellos primero. Junté las piernas mientras Alec suspiraba y me miraba de soslayo, añorándome. ¿Ves?, me habría gustado decirle, esto es lo que pasa cuando te comportas como un novio responsable y sales de la habitación para ir a por un condón: que tu novia necesita empezar a masturbarse y tu mejor amiga, que te echa mucho de menos y a la que apenas escribes en comparación conmigo, ejerce su derecho de venir a visitarte y reclamarte ahora que sabes que estás en el país.
               A pesar de que Alec y lo que sentía por él eran de lo que más me enorgullecía en la vida, a veces me gustaría que él fuera mi pequeño secreto para que pudiera disfrutarlo en soledad.
               -No puedo imaginarme qué os tenía tan ocupados-bromeó, y Alec, tapándose la entrepierna con una mano con un decoro al que no me tenía acostumbrada, se hizo con otra toalla y se la anudó a la cintura. Se aseguró de hacer el nudo a conciencia para que no pudiera quitárselo esta vez. Yo hice lo propio con el mío, y cuando envolví mi pelo en una toalla, me dio un beso en la frente que sabía mucho a disculpa.
               Me gustaría decir que me puse firme y le habría hecho complicado obtener mi perdón, pero yo siempre me derretía cuando me daba un besito en la frente. Ya fuera a modo de saludo, de despedida, como gesto cariñoso en medio de un paseo, para amenizarnos a ambos la espera en alguna cola, o justo después de una sesión de sexo intensivo, el caso es que los besos en la frente siempre eran bienvenidos.
               -Detesto interrumpir-dijo Bey-, pero me han enviado para que os busque. Tengo que asegurarme de que llegáis a tiempo a lo que Alec ha convertido en el evento del año-miró a mi chico, que puso los ojos en blanco y agitó la cabeza. Unas cuantas gotitas salieron volando de su pelo, y yo deseé ser una de ellas para haberme mezclado antes con él, para proceder de él.
               -Es increíble cómo os volvéis absolutamente locos cuando uno coge un triste avión. Si hubiera sabido que para teneros contentos era suficiente con tan poco, me habría hecho una tarjeta de puntos de Volotea o algo así.
               -Yo soy más de Turkish Airlines-aporté, y él me miró y me dedicó una sonrisa tranquila.
               -Como buena niña rica.
               -Ya vais tarde-se excusó Bey haciendo una mueca y golpeándose la palma de la mano con el dorso del puño. Miré a Alec.
               -Es muy raro que Scott no haya venido a buscarnos para ponernos finos-comenté. Alec se encogió de hombros y abrió las manos.
               -Puede que se haya ido ya de fiesta sin nosotros.
               -¿Y no te parece mal? Mi hermano ni siquiera tenía pensado hacerle una fiesta de salir por ahí hasta que tú no has llegado. Alec, literalmente le has dicho que no ibas a consentir que le dejara estar tranquilo el día de su cumpleaños, que no confiabas en él y que por eso habías venido desde Inglaterra, ¿y ahora me dices que puede que mi hermano se haya ido de fiesta sin ti y te quedas tan pancho?
               -Es que antes no había estado contigo, bombón, y tenía las prioridades un poco alteradas-contestó, y Bey chasqueó la lengua.
               -Lamento interrumpir lo que probablemente iba a ser la batalla dialéctica del milenio, pero, chicos, de verdad que os tenéis que preparar-arrugó la boca y juntó las manos frente a sí como si rezara-, lo siento.
               Alec puso los ojos en blanco de nuevo y Bey le tiró un rollo de papel higiénico cuando la acusó de que siempre estaba arruinando la diversión. Mi yo más espabilado y que no quería renunciar a Alec le pidió a Bey que nos dejara unos minutos para secarnos, pero ella era más lista y tenía más mundo que yo, y sabía de sobra lo peligroso que podía ser el dejar a un chico y una chica solos, mojados y desnudos en un baño, con intimidad y sin supervisión.
               -¿En serio quieres que nos sequemos delante de ti, so pervertida?-protestó Alec, a quien no podría apetecerle más terminar lo que habíamos empezado hacía unos minutos, antes de que Bey nos diera una bofetada de realidad.
               -Ni que tuvieras nada que no haya visto ya un montón de veces.
               -Sabía que mirabas cómo me cambiaba el bañador en la playa cuando decías que no lo hacías-sonrió Alec, burlón. Se giró y me preguntó-: ¿Te importa secarte delante de Bey?
               A pesar de los esfuerzos de mamá porque no viera a las otras chicas como competencia, sino como aliadas en la carrera que era la vida, a pesar de que había hecho lo posible para que me sintiera cómoda con mi cuerpo y no pensara ni por un segundo que mi valía se determinaba por mi aspecto y no por lo que había dentro de mí, a pesar de que insistía en que mi físico era lo último que debía sentir que aportaba al mundo y que valía más un buen corazón o una mente despierta y trabajadora que unas buenas medidas… los cambios que se habían producido en mi cuerpo no terminaban de convencerme, por mucho que a Alec le encantaran. Sabía que a mi chico le encantaría hasta con una bolsa de basura a modo de vestido, y que ni triplicando mi peso ideal sería capaz de verme fea, pero una cosa era confiar en que seguía atrayendo a Alec por el amor que me profesaba, y otra el ser capaz de convencerme a mí misma de que estaba perfecta a ojos de alguien que no estaba enamorado de mí.
               Siempre había aspirado a tener la aprobación de Bey, ya no digamos su admiración, y sentía que la tenía ahora por tener a Alec en mi vida, calentándome la cama e iluminando mis días; con eso era más que suficiente para mí, pero incluso cuando estás dispuesto a conformarte con algo… siempre puedes aceptar un poco más. Los gofres están ricos, pero si tienen un chorrito de chocolate por encima lo están más. Las películas románticas están bien, pero si encima su banda sonora incluye Wildest Dreams o Halo, ya son de fábula.
               Tener un novio que bebe los vientos por ti es genial, pero si encima la tiene grande y sabe cómo usarla es increíble. Si, además, se coge un avión sin rechistar por ir a verte, es un lujazo.
               Y si encima sus amigas, todas ellas despampanantes, inteligentes e interesantes, aprueban vuestra relación y no piensan que seas poco para él, tu vida no podría ser más perfecta.
               Yo quería que mi vida fuera perfecta para Alec. Quería estar a su considerable altura, y aunque sabía que tenía su perdón por la forma en que mi cuerpo había cambiado, amén de su aprobación… entendería que Bey fuera crítica conmigo. Yo, probablemente, lo sería con él si las tornas estuvieran cambiadas. Madre mía, si incluso lo había sido cuando estuvimos en Grecia y sus amigos demostraron ser unos imbéciles que no se lo merecían. Quería para Alec lo que había tenido en Mykonos: a un grupo de amigos ingleses dispuestos a defenderlo de todo mal y que no se conformaban con menos de lo que él se merecía, es decir: su peso en oro, diamantes y billetes de mil libras que se imprimirían solamente para él.
               Quería ser para Alec lo que Bey desearía que él tuviera: una novia que lo quisiera con locura (lo hacía), que estuviera siempre ahí para él (lo estaba), que le siguiera el ritmo sin importar las consecuencias (se lo seguía), que adorara cada una de las aristas que lo componían (lo hacía), que no aceptara que se minusvalorara (me negaba en redondo) y que tirara de él cuando él no se sentía con fuerzas para tirar de sí mismo; y una novia que fuera literalmente perfecta en lo físico, algo de lo que yo distaba bastante. Cualquier amiga de Alec me pasaría que fuera bajita o que me sobrara quizá un kilo o dos, pero no todos los que me había echado encima durante su ausencia…
               … y más aún si ya no tenía ropa que me quedara bien, porque con ir tirando con la del instituto ya tenía bastante.
               Además, una cosa era vestirme delante de ella, en la que el proceso sería mucho más rápido y no haría demasiado contorsionismo… y otra muy diferente era secarme. Secándome adoptaría bastantes posturas más bien poco favorecedoras en las que destacarían más aún mis defectos.
               Claro que... la inseguridad tampoco era una cualidad de la que presumir. Tenía que hacerme la fuerte. Además, Bey era comprensiva. Seguro que si le decía que era consciente de que me había descuidado un poco no sería tan dura conmigo. Y también era buena, así que trataría de disimular su disgusto.
               Miré a Alec y negué con la cabeza, mordisqueándome los labios.
               -No. Yo tampoco tengo nada que Bey no haya visto mil veces.
               Salvo, probablemente, estrías. Michelines. Celulitis.
               Alec se me quedó mirando a los ojos, buceando en mi mente como una tierna foca ártica entre las cavidades submarinas de un iceberg. Pude sentir que me desnudaba, que me acariciaba en lo más profundo de mi interior, como si su mente tuviera un lado físico que podía entrar en contacto con el mío a voluntad.
               Si hubiera tenido alguna duda de que mis hijos tendrían sus ojos, se disipó cuando sin romper el contacto visual conmigo, dijo:
               -Estoy pensando que no tienes derecho a ver a Saab desnuda, reina B. Por eso de que, ya sabes, yo soy su novio y tú no. Y ser su novio lleva unas ventajas como, por ejemplo, saberse de memoria esas curvas tan fantásticas que tiene. Nah, creo-se giró y la miró-, que mejor vienes y me vigilas a mí mientras me cambio en mi habitación. No quiero que te enamores de ella y tener que pegarme contigo por su amor.
               Alec jamás tendría que pegarse con nadie por mi amor. Lo llevaba teniendo desde el momento en que yo nací. Scott me había encontrado en el orfanato para que pudiera conocerlo, mi familia me había puesto mi nombre para que él lo convirtiera en la palabra más erótica y musical que se hubiera pronunciado jamás.
                Mi nombre de sus labios era una plegaria que hasta el más impasible y sordo de los dioses era incapaz de ignorar.
               No era de extrañar que el suyo fuera el del emperador más importante que había conocido el mundo, sobre todo cuando era la causa de que yo tuviera fe. Una sola tarde con él había sido suficiente donde años y años viendo a mi madre rezar no habían logrado nada: tenía que haber un Dios, porque alguien tan perfecto como Alec no podía ser producto del azar.
               Ni siendo hijo de sangre de Dylan Alec podría estar mejor diseñado, tanto por dentro como por fuera. Era como si los mejores arquitectos del mundo se hubieran reunido a hacer una lluvia de ideas, y la mejor hubiera sido él.
               -Tranquila, Saab. No miraré lo que es tuyo-Bey me guiñó el ojo, descruzando los brazos y dirigiéndose a la puerta. Alec esperó a que se alejara un poco de nosotros para volverse hacia mí y decirme en voz baja, sus labios sobre mi frente, sus palabras lloviendo sobre mí:
               -No me está gustando nada estas preocupaciones que estás teniendo. Ya hablaremos-me depositó un suave beso en la frente y yo me puse de puntillas para buscar sus labios.
               -Te quiero, mi amor. Gracias-dije, rodeándole el cuello y sosteniéndolo un segundo contra mí. Necesitaba sentirlo; era superior a mis fuerzas.
               Tenía que saber que era real.
               Alec me sostuvo el rostro entre las manos y frotó su nariz contra la mía.
               -Nada se interpondrá entre nosotros. Ni siquiera tú.
               Sonreí, conteniendo las lágrimas que se me agolparon en los ojos, y asentí con la cabeza.
               Tener un novio  que bebe los vientos por ti es genial, si la tiene grande y sabe cómo usarla es increíble, si coge un avión sin rechistar por ir a verte es un lujazo.
               Pero si podría tener a la chica que quisiera porque es lo suficientemente guapo para jugar en cualquier liga y aun así te elige a ti, y ama las cosas que te hacen sentir insegura a la vez que lucha para que dejes de preocuparte por ellas… simplemente no hay palabras para describir lo afortunada que eres de que él esté en tu vida.
               Enhorabuena. Tu novio es Alec.
 
 
No me permití tomarme el tiempo que normalmente me gustaba dedicarme cuando salía de la ducha, uno de los momentos que consideraba míos por antonomasia, primero, porque había algo demasiado importante esperándome más allá de las paredes recubiertas de azulejos como para demorarme más de la cuenta; y segundo, porque no quería ni pensar en lo imbécil que se pondría Scott con Alec y conmigo cuando por fin llegáramos a la fiesta de Tommy. Sabía de sobra que Tommy nos perdonaría, porque era más comprensivo y menos celoso que mi hermano, así que me sentía un poco mal por estar abusando de su confianza de esta forma, pero estábamos en una situación especial.
               Envuelta en la toalla, el pelo cayéndome por la espalda y adoptando poco a poco su forma rizosa, atravesé el pasillo en dirección a la habitación de Alec y me colé dentro. Él y Bey estaban tirados en la cama, las piernas de ella cruzadas sobre el colchón, las de él abiertas, un pie anclado mientras el otro colgaba del borde del mismo, y una rodilla doblada que me recordó a las posturas casuales de las estatuas que ocupaban las galerías principales de los museos italianos que habíamos visitado al comienzo del verano pasado.
               -Espero que no dejes que se te acerque demasiado-dijo Bey, arqueando las cejas y levantando las manos cuando Alec rió por lo bajo.
               -Somos amigos, Beyoncé.
               -Ya, pero a ti siempre te ha resultado muy difícil poner límites. Y tú no estabas aquí cuando Sabrae lo pasó tan mal por lo que ella hizo.
               -Perséfone no sabía que ella y yo seguíamos juntos. Fue todo un malentendido, ¿quieres dejarlo ya?
               -No-sentenció Bey, fulminándolo con la mirada-. No ha emitido ninguna disculpa por redes sociales explicando la forma tan apoteósica en que metió la pata besándote como si esto fuera 2032 y tú estuvieras tratando con desesperación de superarme. En serio, ¿qué tenéis? ¿Cinco años?
               -¿De qué habláis?-pregunté.
               -De Perséfone-dijeron los dos a la vez, y Alec abrió la boca para seguir hablando y me miró. Y se quedó callado. Sus ojos se oscurecieron, y una sonrisa torcida, esa Sonrisa de Fuckboy® que tanto echaba de menos, empezó a asomar en sus labios cuando me miró de arriba abajo. Incluso se relamió, seguramente pensando en que si salía de la ducha limpita, la tentación de hacer cosas sucias conmigo era aún mayor.
               -Este imbécil me estaba contando que le dijo que no quería que se fuera cuando le ofrecieron la oportunidad de quedarse. Que, también te voy a decir una cosa: menuda flor en el culo tiene la tía. Yo me parto el lomo trabajando y estudiando como una cabrona para poder entrar en Oxford, y a la pava le ofrecen pagarle medio curso universitario por poner un par de vacunas para la rabia.
               -Beyoncé, si estás celosa porque fue ella la que me desvirgó y no tú, haber estado un pelín más espabilada y haber sido la primera en enseñarme las tetas.
               -¿Celosa, yo? En todo caso estaría celosa de Sabrae, y lo que siento por ella es más bien lástima-dijo, y yo me quedé helada en el sitio mientras cogía una de las camisas de Alec del armario. Se me hundió el estómago a los pies-. Mírala, pobrecita. Arrastrando a un cateto como tú a sus espaldas. No me gusta esa perra que tienes. Más te vale que la ates en corto, o la sacrificaremos.
               -Por curiosidad, ¿a cuál de mis perras te refieres? Porque tengo unas cuantas-soltó Alec, y Bey le dio un manotazo en el brazo.
               -¡Sabes de sobra a cuál de nosotras me refiero!
               -Uuh, ¿te cuentas entre “mis perras”, Beyoncé?
               -Creía que Perséfone te caía bien, Bey-dije, observando el vestido color vino, que estaba bastante bien para ir a recoger a tu novio al aeropuerto marcando ropa interior, pero no para irte de fiesta por los locales más exclusivos de Londres. Dado que era entre semana, la zona del barrio a la que solíamos ir los findes estaba cerrada, así que no nos quedaba más remedio que ir al centro, donde estarían todas las niñas bien de la ciudad recién salidas de sus sesiones de pilates de tres horas y maquillaje de otras dos. Además, ahora Tommy y Scott atraían a la prensa como flores a las abejas.
               -Y me caía bien hasta que se quitó la careta y mostró quién es en realidad: una zorra buscona que no respeta las relaciones de los demás y que trata de robarles los novios al resto de chicas.
               -No puedes robar lo que no quiere irse-contestó Alec, mirándome el culo con intención. Sonreí, y el vestido ya no me pareció tan mala idea, claro que… me iba a apetecer bailar, y con el sujetador que había llevado sería imposible. Me quedaba demasiado apretado como para que me sintiera cómoda con él, y no podía ir sin sujetador con ese vestido. Tenía que idear algo.
               Sonreí, recogiendo mi neceser con mis productos básicos de belleza del fondo del armario de Alec. Me aplicaría un poco de gloss en los labios y me delinearía los ojos antes de irnos. Luego, en el trayecto al centro podría aplicarme máscara de pestañas.
               La cosa estaba en qué me ponía.
               -¿Alec no te ha dicho que lo hablamos y yo me alegro de que se haya quedado con él?-pregunté, y Bey frunció el ceño.
               -¿Y por qué coño harías eso?
               -Bey, ella me llamó. Si Perséfone fuera como dices, se habría aprovechado de que yo creía que Alec me había puesto los cuernos y era incapaz de perdonarlo para meterse entre nosotros, pero no fue así. Es buena con él. Por eso me alegro de que se quedara con él. Nunca está de más tener un ojo amigo echándole un vistazo al pibonazo que tienes por novio para asegurarte de que las cosas le van tan bien como se merece-le guiñé un ojo a Alec, que sonrió con maldad.
               -Oh, créeme, nena, ahora mismo la vida me va muy bien.
               -Ya, bueno, pues a mí, con eso, no me basta. Quiero que nos pida perdón a todos por lo que nos ha hecho pasar-sentenció Bey, cruzándose de brazos-. A mí en especial. Por Dios, Alec, que mi hermana tuvo que defenderte por culpa de ella.
               -Esa es otra. Ya me jodería que fuera Tamika la que me defendiera cuando tú has tenido la punta de mi rabo rozándote el páncreas. Hay que tener poca vergüenza.
               -Tú eres subnormal-dijo Bey, incorporándose, pero yo levanté las manos.
               -¡Quietos, los dos! No me he quedado a medias follando con este señor en el baño-señalé a Alec-, para que ahora os pongáis a pelearos y hacerme perder el tiempo. Necesito que me ayudéis a elegir qué me pongo. Y no, Alec, “cachonda” no es una opción-lo atajé cuando vi que abría la boca.
               -No iba a decir que te tienes que poner cachonda cuando llevas toda la tarde más salida que un babuino en época de apareamiento.
               -¿Alguna queja? Porque siempre puedo coger y cerrarme de piernas, y se te acabó el chollo, chaval.
               Alec rió entre dientes.
               -No fuiste capaz de cerrarte de piernas cuando todavía te caía mal, imagínate ahora que te mueres por mis huesos, chavala.
               -¿Crees que no me caes mal? ¿Por qué crees que he dejado que se quede contigo la griega? Tengo la esperanza de que te seduzca, te lleve a Mykonos y así te perderé por fin de vista.
               -Ya. Por curiosidad, ¿eso es para poder quedarte con todos mis gayumbos, o es por mis camisetas de tirantes?-preguntó, y le tiré una camiseta arrugada a la cara.
               -Nos estamos desviando de la conversación. Necesito vuestra ayuda. Bey, necesito que me ayudes a apañar algo que ponerme, porque el vestido que llevaba cuando fui a recoger a Alec al aeropuerto no es una opción.
               -¿Por qué? Si es muy bonito.
               -Tiene manchas de semen. Le gusta que le haga un bukake-soltó Alec, mirándose las uñas.
               -¡ALEC!-bramé, poniéndome colorada. Bey lo miró con desprecio mientras él se echaba a reír.
               -Sabrae, ¿a ti de verdad te compensa esto?-preguntó, y yo puse los ojos en blanco y le saqué la lengua al bobo de mi novio, que observó con atención calmada y sin rechistar cómo Bey y yo lanzábamos una a una todas las camisas que tenía en su armario para dar con algo con lo que poder hacer un vestido o un atuendo decente.
               -¿Necesitáis ayuda desmantelándome el armario?
               -Calla y deja a las mujeres trabajar-dijo Bey, pegándome una camisa al cuerpo.
               -Quilli y diji i lis mijiris tribijir. Con lo sobrevalorado que está trabajar. Cuánto daño está haciendo el feminismo. Bey y yo no le hicimos caso, sino que nos centramos en meterme dentro de una de las camisas de Alec para ver cómo me sentaba. Estaba bastante justa en el pecho, pero podía servir-. Duda: ¿y si pasamos por casa de Sabrae para que coja lo que quiera y que esté cómoda?
               Mi estómago se hundió  por segunda vez en cosa de un minuto cuando Alec preguntó por mi casa y yo recordé que tenía una familia. Ya había anochecido cuando entré en casa de Alec, y ya había pasado, también, la hora de cenar. Sin embargo, en casa no tenían más información de la que Scott debía de haberles proporcionado sobre mi paradero y, a juzgar por la manera en que mi hermano quería defendernos a Alec y a mí, diría que se había inventado cualquier excusa con tal de no decirles a papá y mamá dónde andaba metida.
               Bey, que estaba de espaldas a Alec, clavó los ojos en mí, preguntándome con ellos qué hacía. Contuve el impulso de encogerme de hombros o agitar las manos para pedirle que improvisara, porque Alec podía verme y sospechar. Y entonces no me quedaría más remedio que contarle lo que había pasado de verdad, cómo estaba realmente la situación con mis padres, y tendríamos una bronca gorda. Cosa que no podíamos permitirnos, sobre todo en el cumple de Tommy.
               Nuestro idilio tenía que durar más de un par de horitas que parecían sacadas de unas crónicas del Edén.
               -No tenemos tiempo, Al. Además… me apetece llevar algo tuyo-técnicamente, ninguna delas dos cosas era mentira-. Para, ya sabes, aprovechar todavía más que estás aquí enseñándote cómo he estado vistiéndome estos días.
                -Podríamos ponerte su traje de graduación.
               -Beyoncé, eres consciente de que mido metro ochenta y mucho y Sabrae no levanta dos palmos del suelo, ¿no?
               -Sólo eres treinta centímetros más alto que yo.
               -“Sólo”-se burló Alec-. Joder, ni la tía más virgen podría hablar de treinta centímetros refiriéndose a ellos como “sólo”.
               -Uf, eso tiene que doler…-Bey negó con la cabeza.
               -Yo estoy en el límite, realmente, así que… síp-Alec asintió con la cabeza, jugueteando con el móvil de Bey, que se había dejado encima de la cama para ir a ayudarme. Bey se lo arrebató de las manos y se giró para mirarme, me hizo una foto y escribió a toda velocidad en el grupo que tenía de las chicas, preguntando cómo podíamos prepararme para una fiesta.
               -Vale, Karlie dice que si te dejamos abierta la camisa y te ponemos una falda ya estarías lista.
               -¡Una falda, eso es! Segundo cajón a la derecha-indicó Alec, señalando el armario, y Bey fue tan inocente que se acercó a abrirlo y se encontró los lubricantes que nos habían regalado mis amigas, una bala vibradora y unas esposas. Alec aulló una carcajada-. ¡No me puedo creer que hayas picado con eso!
               -¿Tú eres tonto o qué?
               -¿De qué voy a tener yo faldas, Bey? Se me asomaría todo el cipote.
               -Hombre, podrías ponerte ropa interior-dije yo.
               -Tienes novia-le recordó Bey, y Alec me miró y sonrió.
               -Ah, sí, es verdad. Qué guay.
               -No, imbécil. Lo que quiero decir es que podrías tener ropa suya en el armario.
               -Ah, sí. Sí que la tengo. Toda la ropa que hay ahí es de Sabrae; que sea de mi talla es pura coincidencia.
                -Tam dice que tiene una falda como de cuero negra que te podría servir.
               -Tam es bailarina y yo tengo un culo que es el triple que el suyo.
               -Damos gracias a Dios-Alec empezó a levantar las manos.
               -Te digo que te sirve. Es de cuero sintético, de ése que se estira. Voy a por ella-decidió-, mientras tanto… vete anudándote un pañuelo a la espalda para que no se te vea nada cuando bailes.
               -No tengo pañuelos.
               -Yo sí-anunció Mimi, haciendo su aparición estelar con un vestido verde cortísimo que dejaba sus increíbles piernas al descubierto. Extendió un pañuelo blanco de seda fina frente a mí y yo me lo quedé mirando. Era muy, pero que muy suave, eso tenía que admitirlo.
               -¿Cuánto llevas ahí, escuchando como una friki?-preguntó Alec.
               -No puedo resistirme a escuchar cómo Bey y Sabrae barren el suelo contigo, Al, lo siento. Es demasiado divertido.
               -Asegúrate de que no se enrollan mientras voy a mi casa, ¿vale, Mimi?
               -¡Qué pesada eres, Bey! ¿Te piensas que somos un par de mandriles sin control o qué?-protestó mi novio.
               -¿Se te ha olvidado el pequeño detalle de que estoy ovulando?-le pregunté, y Alec se relamió y sonrió.
               -Créeme, ni a mí ni a mis hormonas se nos ha olvidado ese detallito sin apenas importancia, bombón.
               Me resultó curiosa la facilidad con que me quité la ropa delante de Mimi, probablemente porque ya lo había hecho más veces delante de ella y, quizá, en mi subconsciente ya había asumido que teníamos muchísima más confianza desde que Alec se había marchado. No tuve dudas ni tampoco le di más importancia que la que se merecía, no temí decepcionarla ni que creyera que Alec no me merecía. Simplemente me senté en en el borde de la cama, dándole la espalda, y dejé que Mimi hiciera su magia de bailarina que se las apaña con cualquier cosa. Mimi me cruzó el pañuelo por el pecho, asegurándose de recoger bien mis senos, y me lo ató en la espalda de manera que casi me apetecía llevar así el busto, sin ninguna camisa por encima. El único aliciente que le veía a la camisa era que le pertenecía a Alec; ni siquiera me preocupaba el frío que pudiera hacer.
               -¿Prefieres que te la ate más o menos fuerte?-preguntó, y Alec clavó los ojos en mi reflejo en el espejo y sonrió. Quería que lo atara suave, era evidente. Así disfrutaría más viendo cómo se me movían las tetas al bailar, y luego le sería más fácil deshacerme el nudo para liberarlas cuando, irremediablemente, nos escabulléramos a un baño y yo me sentara sobre su polla a cabalgarlo como a un semental.
               -No me lo anudes mucho-dije, confiando en que Alec se volvería loco con las razones que le daría a su hermana-, para que a Alec le sea más fácil abrírmelo.
               -Tú tranqui, Saab-se picó él-, que cuando se trata de verte las tetas, yo abro lo que sea.
               -Entonces, ¿lo anudo fuerte?-preguntó Mimi-. Es mi pañuelo preferido y no quiero que le queden marcas. Y menos aún que me lo estropees en pleno calentón porque no puedes con mis nudos-añadió, mirando a su hermano.
               -Mary Elizabeth, ningún nudo que pueda hacer una bailarina va a ser demasiado para que yo no llegue a unas tetas, y menos aún a las de Sabrae-sentenció Alec, tajante, y Mimi lo fulminó con la mirada.
               Se ocupó de hacerme el nudo más fuerte de la historia; tanto, que podría capturar hasta a la luna. Le hizo nudos y nudos y nudos hasta que sentí que tenía más un corsé que un pañuelo de tanto como me apretaba, pero al menos no lo tenía anudado al cuello, de forma que me hiciera daño pasado el tiempo, ni me dolieran las cervicales. Me dio un manotazo en la espalda a modo de campana de final de una prueba, y Alec, que la había mirado riéndose, se puso serio de repente.
               -Vuelve a pegarle así a mi novia y a ver qué pasa, Mary Elizabeth. Y me la va a sudar lo más grande que seas mi hermana.
               Mimi me prestó un bolso, aunque me dijo que se debía a una situación de emergencia y que no podía acostumbrarme a ello. Rescató unas Converse negras que juraba que no recordaba que fueran mías o que me las hubiera dejado en casa de Alec y, mientras Alec bajaba al piso de abajo para decirle a su familia que nos íbamos de fiesta pero que volvería antes de coger el avión de vuelta para despedirse, cogí mi móvil y le envié un mensaje rápido a mamá para que no se preocupara.

Hola, mamá J hemos decidido a última hora hacerle una fiesta a Tommy por su cumple, así que no te preocupes si tardo en llegar. Volveré en cuanto pueda, pero tranquila, que voy a estar con Scott. Buenas noches, descansa!

 

               Envié el mensaje y enterré el móvil en el bolso, debajo de mi cartera, los condones, un paquete de chiqules, el gloss y el resto de productos de maquillaje. Para cuando vino Bey con la falda, que me quedaba bastante mejor de lo que me esperaba, ya se me había pasado el miedo que tenía a que me llamaran y me dijeran que tenía que ir a casa inmediatamente para dormir todo lo que necesitaba para el día siguiente. Puede que, después de todo, estuvieran recuperándola confianza en mí.
               Cuando bajamos las escaleras, Alec se me comió con los ojos y se mordió el labio de una forma que me recordaba mucho a cómo lo hacía cuando me ponía de rodillas frente a él y me esmeraba en chupársela. Supe que, si no fuera por Bey y Mimi, seguramente habríamos dado media vuelta en dirección a su habitación y que le dieran a todos los preparativos de la fiesta; no había nada como llegar elegantemente tarde, en pleno apogeo de la celebración.
               Me sorprendió que una furgoneta de las que usaban mi padre y el resto de One Direction para ir de fiesta estuviera deteniéndose frente a la puerta de Alec cuando salimos de su casa. Eran horas intempestivas para un reparto exprés de Amazon, ¿qué hacía allí?
               La respuesta a mi pregunta apareció de la mano de mi hermano, que se materializó en el interior de la misma cuando la puerta se abrió.
               -Impresionante-dijo, y yo estuve a punto de dar una vuelta sobre mí misma igual que una modelo, cuando Bey hizo una reverencia.
               -Gracias, gracias. Ya puedo poner en mis tarjetas que tengo garantía de éxito-sonrió, su pelo flotando a su alrededor cuando echó la cabeza atrás.
               Alec frunció el ceño cuando Jordan se puso a recolectar dinero de Max, Logan y Tam, que se lo daban a regañadientes mientras Karlie, Tommy y él sonreían.
               -¿Qué hacéis?
               -Habíamos apostado a que Bey no sería capaz de obligaros a ser puntuales.
               -Pero… ¿nos estabais esperando?-pregunté yo. No entendía nada. ¿Qué hacían todos allí, en lugar de disfrutando de la fiesta, a la que llegábamos como media hora tarde?
               -¿Cómo has hecho para que salgan a la hora?-preguntó mi hermano, el único que no había apostado, supongo que porque no dudaba de las dotes de organización de Bey pero tampoco se fiaba de que Alec renunciara a estar conmigo.
               Y Bey esbozó una sonrisa maliciosa.
               -Fácil. Le adelanté a Alec el reloj media hora y le dije que íbamos tarde.
               Scott sonrió.
               -Eres malvada. Dios, me encanta.
               Al, en cambio, tenía otra postura.
               -Eres una grandísima hija de puta, Beyoncé.





             
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2 comentarios:

  1. LA MANERA EN LA QUE ALEC HABLA DE BEY ME ENCUENTRO FATAL POR DIOS. La amo muchísimo y aunque yo individualmente ya he superado mi trauma con Persefone he disfrutado un poquillo de como Bey ha sacado las uñas. La sinceridad ante todo.
    Por otro lado me estoy muriendo de pena con las inseguridades de Sabrae y auguró que la conversación con Alec sobre ellas más a fondo me va a dejar seca de tanto llorar. Por otro lado el mensaje que manda Sabrae sin hacer la mínima mención a Alec me ha dejado con una malísima sensación en el cuerpo ains. No puedo con tanta tensión.

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  2. Me ha ENCANTADO el cap!!! Comento por partes:
    -Lo muchísimo que adoro a Bey y la relación que tiene con Alec… Ver como Alec habla de ella me tiene FATAL FATAL FATAL
    - Bey poniendose firme porque sabe que es lo que realmente necesita Alec :’)
    - Alec cazando al vuelo que Sabrae está teniendo inseguridades con su cuerpo y sabiendo exactamente lo que tiene que decir/hacer… pffff es el mejor y punto. Cuando tengan esta conversación lloraré lo más grande.
    - Bey siendo la única sensata respecto a Perséfone en esta novela NO ME SOPRENDE NADA, ya era hora de que alguien dijese las cosas claritas. “Ya, pero a ti siempre te ha resultado muy difícil poner límites. Y tú no estabas aquí cuando Sabrae lo pasó tan mal por lo que ella hizo.” // “No ha emitido ninguna disculpa por redes sociales explicando la forma tan apoteósica en que metió la pata besándote como si esto fuera 2032 y tú estuvieras tratando con desesperación superarme. En serio, ¿qué tenéis? ¿Cinco años?” Ufff es que no ha parado de decir verdades como puños, lo he disfrutado de lo lindo.
    - Que risa cuando Alec le ha dicho a Bey que tenía faldas en el cajón por favor.
    - Mimi siendo una cotilla me representa la verdad.
    - Me ha encantado ver a Bey, Sabrae y Mimi interactuando en plan doméstico.
    - El mensaje de Sabrae a su madre me ha partido el corazón, ni una triste mención a Alec… Se viene otra conversación complicada.
    - Bey siendo una REINA adelantando el reloj, es la puta ama de verdad.
    Evidentemente he adorado el capítulo porque estaba escrito por y para mí (que yo lo sé). Con ganitas de seguir leyendo (aunque triste porque sea dentro de dos semanitas) <3

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