sábado, 23 de septiembre de 2023

Redención.


¡Hola, flor! Sé que no paro de ponerte mensajes diciendo que no va a haber cap durante X días, pero es que quiero asegurarme de que estés sobre aviso por si acaso la semana que viene pasa lo que posiblemente va a pasar: resulta que el domingo que viene tengo el concierto de don Louis William Tomlinson, así que el domingo no habrá cap. Como siempre, te diré que intentaré dejarlo preparado para subirlo otro día (con suerte, el sábado), pero no tengo muchas esperanzas de conseguir sacar el tiempo suficiente para subir algo que merezca la pena tu tiempo, tanto de espera como de lectura, sobre todo porque ¡voy a empezar a trabajar en mi ciudad! Tengo que preparar unas cuantas cosas y tendré las tardes un pelín más ocupadas, así que… ¡crucemos dedos para que saque tiempo!
De todos modos, como siempre, te haré saber algo definitivo en mi Twitter. ¡Un beso, gracias por estar ahí, y que disfrutes del cap!  

¡Toca para ir a la lista de caps!

Lo que me molestaba que Bey nos hubiera engañado tan descaradamente para conseguir que cumpliéramos con la planificación del cumpleaños de Tommy me ardía en la boca del estómago de la misma forma en que lo hacían las injusticias que veía en televisión o presenciaba en directo en un entorno en el que no podía defender al oprimido ni tampoco corregirla. Era mi furia justiciera despertando dentro de mí después de meses dormida, en la que la ausencia de Alec y todo lo que le había provocado a mi vida hacían que toda mi esencia se diluyera en una sopa aguada con apenas sabor. Una parte de mí entendía que había puesto el bien común y la sensatez por encima de unos sentimientos que ni siquiera sentía, y que había sopesado con su empatía lo que nos haría a Alec y a mí estar juntos menos tiempo del que nos merecíamos, y a él estarlo un poco más con sus amigos, en cuyo círculo también me incluía, disfrutando de todos a la vez. Incluso por debajo del volcán despertando en mi interior una parte de mí sabía que Bey había hecho lo correcto.
               Pero lo que me molestaba no era nada comparado con la forma incendiaria en que mi libido se despertó de nuevo (o más bien se espabiló, ya que no se había dormido del todo desde que había visto a Alec en el aeropuerto, e incluso teniéndolo dentro de mí no terminaba de sentir el consuelo que encontraba cuando él y yo nos acostábamos después de una larga semana de abstinencia y responsabilidades, por fin libres en un viernes noche que nos pertenecía enteramente) cuando vi a Alec fruncir el ceño y apretar la mandíbula, dispuesto a cargarse si hacía falta a Bey con tal de hacérselas pagar por aquel sacrilegio. Dio un par de pasos hacia ella, retándola de una forma en que sólo lo había visto retar al resto de sus amigos varones, cruzando una línea sexista que, con todo, no se iba a esforzar en corregir y yo tampoco trataría de enmendarle.
               Alec cuadró los hombros y se pegó tanto a Bey que su pecho incluso rozaba el de ella, que se había puesto los brazos en jarras y sonreía con una chulería que me hizo recordar las veces en que los había visto juntos, antes de que yo me diera cuenta de cómo era él realmente y de la joya de la que disfrutábamos todos, y había pensado en que Bey no se merecía a un gilipollas como Alec, pero Alec necesitaba a una chica como Bey: segura de sí misma, capaz de mantenerse en su sitio y de ponerle a él en el suyo. Lo suficientemente inteligente para verlo venir incluso cuando él era lo más impredecible del mundo, siempre con una salida por la que escaparse. Lo suficientemente dura como para no ceder a sus truquitos de chico que es guapo y para colmo lo sabe. Lo suficientemente guapa como para ser el único punto débil de él.
               Y lo suficientemente espabilada como para tomarle la delantera cuando toda la atención de él estuviera centrada en una cosa, y arrebatársela de las manos justo delante de sus narices.
               -¿Cómo cojones te sentaría a ti si te hiciera la putada que acabas de hacerme?
               -¿Qué putada te he hecho?-preguntó ella con  tranquilidad, completamente impasible ante la ira de él. Dios, Alec destilaba tensión por los cuatro costados, y parecía a punto de perder totalmente los papeles.
               Sabía que no debía, pero me encantaba que mi hombre me defendiera así, como si fuera mi dragón rabioso particular.
               -¡¡Has hecho que me quede a medias en un polvo!!
               -Sobrevivirás-respondió Bey, agitando la mano en el aire en un gesto que claramente significaba “no me molestes más y tira para la furgoneta”. No obstante, Alec la agarró de la muñeca y la obligó a detenerse.
               -Pídeme perdón-ordenó él en un tono que me habría puesto de rodillas para besarle los pies, o lo que no eran precisamente los pies. Bey simplemente se rió.
               -¿Perdón? ¿A ti? ¿Por no hacer que aumentes la media de orgasmos que hemos tenido en el grupo desde que te marchaste en unos valores de los que vamos a tardar en recuperarnos? Pobrecito, tu vida es toda una tragedia, Al.
                -Lo dices como si los demás estuviéramos pasando por un periodo de hastío del que no podemos recuperarnos-protestó Scott, y Logan lo miró.
               -Es que así es. Alec no está y Niki se volvió a Grecia. Por mucho que Eleanor y tú y Tommy y Diana y Layla lo estéis haciendo como conejos, tenemos que reconocer que estamos pasándolo bastante mal ahora que ya no tenemos a Alec para inflarnos un poco el marcador.
               -Repito-se picó Scott-, lo decís como si estuviéramos pasando por un periodo de hastío del que no podemos recuperarnos.
               -Y me tenéis a mí-añadió Bey, y Alec se echó a reír.
               -Ah, ya lo pillo. La señora está picada porque no me he puesto en plan Mejor Amigo Celoso o Posesivo porque está completamente despendolada en Oxford, y ha decidido que si no me vuelvo loco por ella, tampoco puedo hacerlo por mi novia, a la que llevaba dos meses sin poder follarme a gusto, ¿verdad?
               -Has sido tú el que ha decidido venir para el cumpleaños de Tommy-contestó Bey-. Si quisieras tirarte a Sabrae en paz, podrías haber venido un par de días antes de lo que lo has hecho y no tendría que haber ido a sacarte de tu puta casa. Claro que, entonces, no habríamos venido todos corriendo a verte como si fuéramos corderitos fieles reuniéndose con su pastor.
               Alec le dedicó una sonrisa torcida, oscura. Era su Sonrisa de Fuckboy® más afinada, la que había esbozado mil veces, cuando sabía que tenía a la chica que se había propuesto seducir en el bote, precisamente donde él quería, y después de escucharle una decena de noes, por fin oiría un sí.
               -No te tires el farol, Beyoncé. Nunca se te ha dado tan bien el póker. Los dos sabemos que podría gritar tu nombre desde Etiopía y tú irías corriendo a buscarme.
               Bey se zafó de su mano y dio un paso hacia él.
               -¿Y cuál es el problema?
               Alec la miró de arriba abajo y luego me miró a mí.
               -Que a Sabrae le gustan las chicas.
               -¿Ahora eres homófobo?-preguntó Max, alzando una ceja.
               -“Ahora”-rió Tam, sacudiendo la cabeza.
               -¿Y qué pasa con que a Sabrae le gusten las chicas?-preguntó Bey, pero yo ya sabía por dónde iba. Lo sabía muy bien. Había visto cómo sus ojos habían resplandecido, aunque fuera durante un único segundo, cuando yo le dije a Bey que se uniera a nosotros, totalmente enloquecida y borracha de mi excitación. Alec, en cambio, había estado totalmente lúcido cuando nos imaginó a Bey y a mí juntas en la ducha, o en su cama. Y aquella imagen, por breve que fuera, habría sido suficiente para que lo arriesgara todo, incluyendo su condición de el mejor amigo que Tommy podía tener (con permiso, por supuesto, de Scott), renunciando a ir a su fiesta a pesar de haber hecho todos estos kilómetros para eso, todo con tal de meterse en la cama con nosotras y de hacer de su visita una inolvidable.
               -Que si no hubieras adelantado el reloj, ella y yo podríamos conseguir que te gustaran a ti también.
               Ahí estaba el Alec por el que había comparecido a Bey por la forma en que lo quería: por mucho que ella siempre encontrara la forma de adelantarse, no importaba lo que sucediera; él terminaba dando con un atajo con el que ponerse primero y dejarla sin habla aunque fuera sólo un par de segundos. Puede que aquello no fuera una victoria ni reseñable ni definitiva, pero para Bey, la primera de la clase, de su promoción y pronto también de su despacho, el que hubiera alguien que la hiciera esforzarse para encontrar una respuesta era prácticamente un insulto.
               Lo sabía porque yo era igual que ella, y porque Alec me había caído mal precisamente por aquella boca que tenía hasta que la probé.
               -Yo no comparto-fue su única contestación, fulminándolo con la mirada con un desprecio que me dejó clavada en el sitio. Dios. Esos dos eran pólvora pura cuando estaban juntos, y cuanto más tiempo se pasaban separados, más concentrada se quedaba. Casi ni hacía falta una cerilla para conseguir que estallaran; con la poquísima calidez que había en el ambiente ya era suficiente para ponernos a todos en peligro.
               Alec dio un paso más hacia ella, sus narices tocándose, una sonrisa canalla que a mí me derritió, y es que ni siquiera era su destinataria, adornándole la boca.
               -Apuesto a que por mí estás dispuesta a hacer una excepción.
               -Por ti menos que por nadie.
               Alec dio un paso atrás y entrecerró los ojos, todavía sonriendo, como si hubiera descubierto algo en ella sobre lo que nadie se había fijado hasta entonces. A pesar de que toda su atención parecía estar puesta en su amiga, no obstante, una de sus manos se las apañó para encontrar mis dedos y entrelazarlos con los suyos. Sentí que la tensión que aún quedaba en él por lo que suponía la putada que nos había hecho Bey (necesaria, sí, pero putada después de todo) desaparecía definitivamente de su organismo como si no hubiera estado allí.
               -¿No será, acaso, que estabas celosa de lo mucho que estaba haciendo disfrutar a Sabrae y querías que se acabara? El cumple de Tommy te ha venido genial para cortarme el rollo. Eso te encanta.
               -Tengo que conformarme con cortarte el rollo, ya que desgraciadamente Sabrae necesita ciertas partes de ti a las que sí que me gustaría darles un repasito…
               -¡Bey! ¿En serio? ¿Justo delante de mi chica?
               -… con unas tijeras oxidadas-contestó ella, sonriente. Y, entonces, señaló la furgoneta con un dedo índice afilado como una aguja-. Métete en la furgoneta.
               -Oblígame.
               Pude ver cómo la mirada de Bey cambiaba, un monstruo despertando dentro de ella, la madre harta de sus hijos menores y a la que ahora se le rebela también el mayor, que siempre ha sido su ayudante deteniendo la locura de los más pequeños. Tomó aire y lo soltó lentamente, los ojos aún fijos en los de Alec…
               Y entonces una mano amiga se posó en mi hombro.
               -Por mucho que entienda perfectamente por lo que tú y Al estáis pasando-dijo Eleanor, que se había quedado esperando dentro de la furgoneta confiando en que conseguirían meternos dentro-, si seguimos dejando que Bey y él se midan, al final creo que mi hermano cumplirá los 50 años, con el correspondiente declive para su ya lamentable carrera artística.
               -Vete a la mierda, Eleanor-protestó Tommy.
               Miré a Eleanor, y luego, a Tommy y a Scott. Se habían pasado meses enteros de gira por el mundo, comportándose como las estrellas que todos habíamos nacido para ser simplemente por portar el apellido que portábamos, con la cabeza en las nubes y esforzándose por tener los pies en la tierra, tratando de que los gritos de un público entregadísimo coreando sus nombres no les llenaran la cabeza de pájaros.
               Esta noche también era importante para ellos no porque fuera el cumple de Tommy, sino porque era la oportunidad de volver a ser jóvenes normales. Emborracharse y cantar a gritos sin preocuparse por afinar. Divertirse con sus amigos sin que sus acciones estuvieran en cada tweet, en cada portada de cada tabloide digital.
               Había estado en casa el suficiente tiempo con mi hermano como para darme cuenta de que había momentos en que echaba de menos su vida, cuando podía hacer lo que le diera la gana y no hacer nada en absoluto si era lo que le apetecía; cuando no tenía cada minuto contabilizado y cada palabra escrutada con lupa. Cuando podía ser simplemente Scott, o Scott Malik, y el Scott de Chasing the Stars no le pesaba aún sobre los hombros. Sabía que a Tommy le iba un poco igual, y a Eleanor, quizá, más de lo mismo, incluso cuando esto era lo que ella siempre había querido. Hay algo inherente a la condición de ser humano en el echar de menos, como si al subir a la cima se nos olvidara cómo la mirábamos con anhelo desde las faldas de la montaña y sólo quisiéramos regresar a la tranquilidad de sus valles y a la sensación de seguridad que nos proporcionaban las casas de aldea en ellas.
               Yo sabía bien de qué trataba eso. La felicidad absoluta es un momento efímero, una estrella fugaz que atraviesa un cielo cuajado de estrellas. Noches a oscuras con un cálido cuerpo masculino haciéndome olvidar los otros quince años. Besos que raspaban un poco por la barba incipiente de un chico al que no había visto afeitársela la última vez.
               Minutos que se me escurrían entre los dedos frente a los dos meses que llevaba separada de Alec.
               Sí, yo sabía mejor que nadie lo que aquella noche representaba para Scott, Tommy y Eleanor. Lo que también representaba para Jordan, Bey, Tam, Karlie, Max y Logan. Lo que también representaba para Alec y para mí.
               La oportunidad de volver a cuando nos teníamos sin limitaciones de horarios, cuando todavía éramos parte de la rutina de los demás, con la diferencia de que, ahora, sabíamos saborearnos mejor.
               Porque sabíamos lo que era tenernos hambre.
               -Después de todo, Al no se ha hecho tantas horas de avión sólo para quedarse en el camino de entrada de su casa, ¿verdad que no, Saab?
               La miré a sus ojos castaños, con la dulzura e inocencia propias de una gacela, y entendí en ese momento por qué había ganado ella y no mi hermano y su grupo, aunque ellos atrajeran a más gente. En cierto sentido, era como si Eleanor hubiera abierto el camino que íbamos a seguir todos los demás. Como si mi historia fuera importante simplemente porque, primero, alguien había escrito la suya.
               Pero tenía razón. Alec no había cruzado el mundo para quedarse a las puertas de la fiesta épica que había usado de excusa para volver a invitarme a su cama y tratar de reequilibrar una balanza que ni aunque nos pasáramos miles de años besándonos seríamos capaces de equiparar. Me atrevería a decir, incluso, que Alec no había nacido para no disfrutar cada segundo de su vida.
               Y, por mucho que le gustara picar a Bey y medirse con ella, sabía que había algo que le gustaba más. Algo que también echaba mucho de menos, incluso aunque ahora, todavía borracho de mí, todavía con las huellas de mis dedos ardiéndole en el cuerpo y enloqueciéndolo por a lo que Bey le había obligado a renunciar, apenas lo recordaba.
               Así que di un paso hacia él y puse mi otra mano sobre la que teníamos entrelazada, besándole un brazo cuyo tacto no era el de siempre, a pesar de que me resultaba igual de familiar que las otras veces que lo había hecho, quizá menos moreno, quizá menos duro.
               -El tiene razón, sol-le dije, acariciándole el dorso de la mano con el pulgar, y su atención se volvió completamente hacia mí. Lejos de tranquilizarme, el saberme dueña y señor de su todo me disolvió por dentro. Todavía quería poseerlo y que él me poseyera, utilizarlo y que me utilizara, pero acababa de recordar qué Alec me había hecho enamorarme, y no era el que me miraba de madrugada y me decía que era lo mejor que le había pasado en la vida, o el que me ponía contra la pared y me hacía gritar su nombre, o el que me llevaba hacia una esquina del metro y se ponía entre la multitud y yo para protegerme de sus empujones.
               Era el Alec que era cuando estaba de fiesta. Cuando su piel resplandecía en tonos morados, rojos, azules, verdes y amarillos. Cuando tenía el pelo despeinado y los ojos brillantes por el alcohol. Cuando todo le daba igual, y lo hacía de verdad. Cuando se reía más fuerte, con dientes más blancos, y me besaba con más ganas porque no tenía espacio en su cabeza para preocuparse de que podía hacerme daño sin pretenderlo. Cuando se espatarraba en un sofá y abría los brazos y lo miraba todo como si fuera un rey cuidando de un pueblo que lo tenía todo.
               Cuando me recorría de arriba abajo, todo descaro, apreciando mi atuendo bien estudiado que dejaba lo justo a la imaginación para que la suya volara, y me preguntaba si me apetecía que fuéramos a un sitio un poco más reservado.
               -¿Para qué?-me gustaba preguntarme, haciéndome la inocente, como si no notara el bulto en sus pantalones o no fuera culpa mía. Y entonces él siempre, siempre, se inclinaba hacia mi oído y me respondía, sus dedos deslizándose por la cara interna de mi brazo:
               -Es que necesito follarte.
               No quería, no le apetecía. Necesitaba follarme. Ése era el Alec que yo necesitaba ahora, al que más echaba de menos. El que me necesitaba tanto, tanto, que puede que incluso se quedara en casa y se olvidara del voluntariado, haciéndome olvidar también mis problemas. El que sería mi corrupción y redención. El que me haría vivir de noche y dormir de día. El que me desnudaría con ansias pero tomándose su tiempo, y besaría cada rincón de mi cuerpo, y me miraría desde abajo y me convencería de que yo era una diosa, incluso aunque yo supiera que era mentira. Yo no era ninguna diosa. Sólo había un Dios. Y su rincón preferido estaba entre mis piernas. Tenía los ojos castaños, la piel bronceada, una espalda fuerte con la que sostener el mundo, y el mismo nombre que había portado el mayor emperador de todos los tiempos. Desde luego, si quería pasar desapercibido, no lo había hecho muy bien.
               Quizá necesitaba asegurarse de que captábamos el mensaje. En ese caso, su trabajo había sido impecable.
               -Ya hemos perdido media hora. Además, Bey estaba asegurándose de que cumplías con tu cometido, así que… no te enfades con ella-dije, balanceando nuestras manos. Alec arqueó una ceja.
               -Que es…
               Sonreí.
               -Que hagas quedar a Scott de putísima pena por no montarle un fiestón a Tommy por su decimoctavo cumpleaños.
               -Tú que eres una hija de puta, cría de los cojones-escupió Scott, y Alec lo atravesó con la mirada.
               -Ten cuidado con cómo hablas de mi piba-espetó, y a mí me temblaron las rodillas de nuevo. Casi pierdo el equilibrio cuando me rodeó los hombros con el brazo y me atrajo hacia él-. ¿Sabes qué? Tienes razón, bombón-dijo, besándome la cabeza y acariciándome el hombro con el pulgar, la mirada perdida en el skyline de Londres, parpadeando entre los tejados del barrio-. Esta ciudad está muy apagada cuando no salimos juntos. Tenemos que hacer algo, o, si no, al final Diana tendrá razón, y Nueva York será mejor que Londres.
               -Ahórratelo, Al-sonrió Tommy, negando con la cabeza-. Hoy no saldremos con Lady Di.
                -¿Perdón?-respondió mi novio, como si el hecho de que Diana tuviera una agenda propia fuera algo completamente ajeno a la condición de ser humano. Diana era tanto una cantante internacional de fama en ascenso como una modelo de renombre; que a Alec le extrañara que Didi no tuviera disponible su agenda para sus apariciones estelares y por sorpresa, casi como cameos en una película en la que en algún punto había sido el protagonista, o el catalizador del crecimiento de los protagonistas, y que ahora regresaba para hacer las delicias del público, era, cuanto menos, cómico. Por descontado, en ningún momento pensé que Alec hubiera venido a Inglaterra pensando en Diana más de lo que lo había hecho en su grupo de amigos, aunque debo reconocer que la americana siempre era un aliciente en las habitaciones en las que entraba y un buen cauce de diversión en las fiestas en las que participaba. Yo me lo pasaba mejor cuando Diana estaba con nosotros, me reía más y bailaba con más ganas, aunque sólo fuera porque ella no aceptaba un no por respuesta y se decidía a que cada noche fuera la mejor de nuestras vidas.
               -Está ocupada.
               -Espera, espera, ¿me estás diciendo en serio que tu novia estadounidense, a la que mandaron a nuestro país para castigarla y en el que terminó encontrando el amor en tus fuertes brazos y tus apetitosos labios no va a venir a tu decimoctavo cumpleaños?
               -No sé si reírme por lo escandaloso que te parece que mi novia tenga cosas que hacer más allá de esperar sentada a que tu aparezcas de la nada y decidas que vamos a salir en manada de fiesta a pesar de que esta mañana te despertaste en otro continente, o reírme porque crees que mis labios son apetitosos.
               -Quiero decir, cuando estabais en el concurso teníais un club de fans muy dedicado que no paraba de hacer test de con qué chico de CTS saldrías si tuvieras la ocasión y, salvo la primera vez que hice el test y me salió Scott, el resto de veces que lo contesté con más sinceridad que nunca me salías tú-soltó Alec.
               -¿Con más sinceridad?-repitió Scott, cruzándose de brazos y riendo entre dientes-. ¿No será, más bien, que te dedicabas a pensar las respuestas que tenías que dar para que no te tocara yo?
                -Denúnciame si quieres, Scott, pero has sido mi competencia directa durante toda nuestra adolescencia. No puedo, de la noche a la mañana, empezar una relación contigo cuando ya la tengo con tu hermana. Un enemies to lovers está genial, pero dos es excesivo. Me encasillaría. Y ya sabes lo mucho que me gusta la diversidad-ronroneó, mirándome con intención, como diciendo “sé perfectamente en cuántas cosas somos la noche y el día y eso es lo que más me gusta de nosotros dos”. Ya no era sólo lo obvio, es decir, el físico; también era nuestra personalidad. Aparte de nuestra cabezonería, en la que éramos idénticos, por lo demás Alec y yo apenas compartíamos carácter. Allí donde él era tranquilo y despreocupado, y se dejaba fluir, yo quería tenerlo todo bajo control y me dedicaba a analizar hasta el más mínimo detalle. Él era caótico y yo, organizada. También era cauta donde él era echado para delante. Todo eso nos convertía en el equipo perfecto, porque donde yo planificaba hasta las paradas de autobús en las que teníamos que bajarnos en nuestras excursiones, viajes o vacaciones, él siempre se las ingeniaba para encontrar un rinconcito  inesperado en el que yo pudiera relajarme y dejarme llevar.
               Sin olvidar, claro, nuestra compatibilidad en la cama. Él tenía experiencia de sobra y había probado tantas cosas que ya no sabía dónde escoger, pero le gustaba todo lo que hacíamos; en cambio, yo era curiosa y estaba deseosa de innovar, de descubrir. Imagínate lo bien que puede pasárselo un fuckboy que ha estado con centenares de chicas echándose una novia cuyos compañeros sexuales se cuentan con los dedos de una mano y que no tiene el más mínimo pudor en recibir con entusiasmo las cosas nuevas que él echa de menos y que ella nunca ha probado.
               -Soy demasiado para que tú puedas manejarme-contestó Scott, hinchándose como un pavo, y Alec lo miró en silencio, midiéndolo con la mirada como lo había hecho tantas veces que ambos habían perdido la cuenta.
               -¿Me estás retando?
               -Estos son capaces de hacerme cornuda con tal de no ceder terreno-suspiré.
               -Ha empezado tu novio hablando de los “apetitosos labios” de mi mejor amigo.
               -Igual también definiría tus labios como apetitosos si no tuvieras ese clavo retorcido atravesándote la boca como si fueras una cabra descarriada.
               -Te fijas mucho en mis labios y en lo que tengo en ellos para estar tan enamorado como dices que estás de mi hermana, ¿no crees, Al?
               -Es que me asombra la fábrica de gilipolleces que son. No había visto nada semejante en toda mi vida. Y mira que yo tengo espejos en…
               -¿Podemos irnos ya?-protestó Jordan-. No debería tener que recordarnos que alquilamos la furgoneta por horas, y al paso que vamos ni siquiera Tommy y Scott podrán pagarla.
               -Suerte que yo sí, con el premio del concurso-se chuleó Eleanor, poniendo los brazos en jarras y esbozando una sonrisa radiante. Scott no pudo evitar sonreír al verla tan exultante, mordisqueándose el piercing, seguramente pensando en las cosas que podía hacer para que Eleanor se pusiera tan contenta; Tommy, que no estaba ciego por el amor y pudo escuchar la pulla velada de su hermana, se limitó a poner los ojos en blanco y hacer una mueca como si fuera a vomitar.
               -De aquí no se mueve nadie hasta que no me digáis dónde está Diana-espetó Alec, tozudo.
               -Que no va a venir, Alec-ladró Tam-. Igual te sorprende, pero no todas construimos nuestra vida en torno a una polla.
               -Tú menos que nadie-sonrió Karlie, y Tam le dedicó una sonrisa que prometía muchos problemas. Francamente, no me extrañaba que Alec y ella se llevaran como el perro y el gato, cuando se comportaban exactamente igual con sus amigos. Se podría decir que eran la misma persona.
               -¿Y vas a dejar que las cosas se queden así?-insistió, mirando a Tommy, que se encogió de hombros.
               -No contábamos con hacer nada esta noche, Al, así que aceptó una sesión de fotos a primera hora de la mañana contando con que le daría tiempo de sobra para llegar a casa antes de que yo me despertara y darme un buen regalo de buenos días antes de ponernos en marcha.
               -Pues que te lo dé a las doce de la noche como una novia normal.
               -Yo no te hice nada a las doce de la noche-le recordé, dándole un pellizco en el costado, y él me miró desde arriba con una sonrisa que me hizo darme cuenta de que esperaba precisamente esa respuesta.
               -Tú no eras mi novia por aquel entonces.
               -No puede ser, Al. Diana no puede y yo lo respeto, así que, ¿podemos irnos ya?
               -¿CÓMO QUE “NO PUEDE”?-bramó-. ¡¡Es tu cumpleaños!! ¡¡Tiene que estar!! Además, no es un cumpleaños cualquiera. Hoy cumples dieciocho; ya puedes ir a la cárcel. Si yo fuera Diana, e presentaría en la discoteca en tanga y pezoneras para meterte en problemas.
               -Ella no necesita ponerse en tanga y pezoneras para meterme en problemas.
               -Aw-gimoteó Bey, dándole un beso en la mejilla a Tommy, que se rió.
               -¿Qué harías si yo me presentara en la discoteca en tanga y pezoneras, Al?-pregunté, no porque fuera a hacerlo (y menos ahora, viendo cómo tenía el cuerpo y lo incómoda que me sentía cuando había más gente en la habitación aparte de Alec), pero la imagen que se me formó en la cabeza de lo que podía llegar a ser si me ponía en forma, o si lo hacía Diana, era demasiado atractiva como para no especular un poco con ella.
               -Elegir la madera de mi ataúd vía ouija-contestó Alec dándome una palmada en el culo. Entonces, Tam se acercó a mí y me tomó ambas manos entre las suyas. Mirándome a los ojos, me pidió:
               -Por favor… ponte en tanga y pezoneras en algún momento de la noche.
               -¡Cómeme la polla, Tamika!-ladró Alec, pegándole un empujón.
               A pesar de que me habría encantado tener a Alec para mí sola durante toda la noche (o toda la semana –vale, toda la vida era lo único que sería suficiente para mí-), lo cierto es que perdoné a Bey por la jugarreta que nos había hecho para asegurarse de que no nos aisláramos en nosotros mismos cuando la furgoneta arrancó y todo volvió a ser como antes. Las risas, las pullas, los móviles bailando de una mano a otra para enseñar la última foto que se habían sacado y obtener la aprobación de todos ellos, las conversaciones cruzadas entre distintos rincones de la furgoneta, entremezclándose a voces con las de al lado… y la mano de Alec siempre, siempre, sujetando con firmeza la mía, una constante en ese mundo que cambiaba y se desarrollaba a toda velocidad igual que lo hacían las fachadas del barrio mientras nos dirigíamos al centro.
               Había sido un sacrificio enorme, el salir de su cama y de la ducha sabiendo que tenía que compartirlo, pero estaba tranquila, sabiendo que lo hacía con gente que se lo merecía más de lo que lo hacía nadie, y que lo hacía feliz como pocas personas podíamos hacerlo. Siempre estaría convencida de que no nos merecíamos todo lo que Alec hacía por nosotros, la bondad de sus gestos o la luminosidad de su aura calentando las nuestras, pero… viendo la manera en que sonreía y se reía y era joven y feliz mientras charlaba con sus amigos, mientras era la novena parte de los Nueve de Siempre, sabía que no había nadie a quien le perdonaría más fácil el hacerle volar durante nueve horas para que regresara a casa como se lo perdonaría a sus amigos.
               Tommy estaba inclinado hacia delante sobre el respaldo del asiento de Alec, que se había girado para escuchar con más atención sus aventuras en los conciertos que habían hecho por todo Estados Unidos y que él se había perdido, muy a su pesar. Sus ojos azules se deslizaron hacia mí un segundo, en uno de estos saltos que hacen las miradas mientras se pierden en un mar de recuerdos, y  Tommy dejó la frase sin terminar y me sonrió. Desconcertado por su silencio, aunque tenía un tono musical y bueno, Alec se giró y me miró. Una sonrisa sincera y dulce se extendió por su boca.
               -¿Qué pasa, Saab?
               Me enorgullece decir que conseguí que escalara hasta sus ojos y los hiciera brillar cuando respondí:
               -Nada, es que… me alegro muchísimo de estar viva al mismo tiempo que tú.
               Y quise un poco más a Tommy cuando, a pesar de que era su noche y él debía ser el protagonista, fue el primero en cedernos el foco cuando Alec me sonrió, se inclinó a besarme y estalló en una salva de aplausos a la que todos sus amigos, y las mías, no tardaron en unirse. No pude evitar sentir un tremendo alivio al inundarme la tranquilidad que sentí entonces: me sentía a gusto, en equilibrio, en casa a pesar de estar en un furgón. No te das cuenta de lo incómoda que es la cama del hotel en el que has dormido hasta que no regresas a la tuya. No te haces una idea de lo fría que está el agua del mar que has visitado hasta que no te bañas en tu playa preferida. No sientes verdaderamente lo que es la calidez hasta que el sol no vuelve a iluminarte después de un mes entero de tormentas.
               Mi cama era Alec. Mi playa era Alec. Mi sol era Alec. Y, después de dos meses durmiendo sobre una balsa en un océano rabioso por las tormentas, tenía heridas supurando en mi alma que creí que jamás se curarían.
               Hasta que me eché una siesta en mi cama, en mi playa preferida de Mykonos, con la luz del sol besándome la piel y recordándome que, pasara lo que pasara e hiciera lo que hiciera, había alguien con el que no tenía que andar de puntillas, alguien que me perdonaría cada error, alguien cuyos brazos siempre me rodearían por la noche.
               Incluso a seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros de distancia.
 
 
A exactamente las doce de la madrugada, cuando por fin todo nuestro grupo de amigos era mayor de edad, un par de camareros entraban por el hueco entre los sillones redondos del reservado con una tarta desde cuya base tres bengalas iluminaban la estancia. Tommy se encogió en el asiento, negando con la cabeza, mientras por los altavoces de la discoteca atronaban los primeros acordes del Cumpleaños feliz, Scott, Eleanor, Mimi y Taïssa se ponían en pie a cantarlo a voz en grito, mientras que varios móviles enfocaban a un cumpleañero que debería estar más que acostumbrado a ese tipo de atenciones, así que no debería reaccionar con tanta vergüenza. Tommy se tiró de la camiseta, en la que ya se veían lamparones de varias bebidas derramadas, hasta taparse la cara, y subió un pie al borde la mesa para alejarse lo más posible de los camareros. Toda la atención de la discoteca estaba en nosotros, y eso que Kar nos había conseguido un reservado en el primer piso de uno de los locales más exclusivos de todo Londres, Ambrosia. Se entraba al local a través de un amplio pasillo de suelos negros, barras de bar a ambos lados con superficie dorada en la que los camareros eran especialistas en servirte los cócteles más exóticos y complicados, y tras bajar un par de escalones, la pista de baile se abría ante ti como la concha de una caracola. A ambos lados había escaleras para ascender hasta los pisos superiores, desde los cuales se tenían vistas privilegiadas de la discoteca, o, incluso, salas de baile privadas a las que no habíamos querido acceder, a pesar de que Karlie había conseguido un pase para cada uno de nosotros que lo incluía todo. Tommy dijo que prefería estar como en los viejos tiempos, mezclándose con amigos, allegados y desconocidos por igual, y que no quería seguir con la experiencia de súper estrella una vez más. Eso le honraba un montón, aunque debo decir que parte de mí lamentó que no hubiera querido ir a un rincón más apartado… sobre todo porque la minifalda que llevaba Sabrae era demasiado mini como para que yo pudiera pensar con claridad. Ya había perdonado a Bey por sacarnos de la cama y de mi habitación, pero que no fuera rencoroso no quería decir que no tuviera buena memoria, y recordaba de sobra lo que pretendía hacer con Sabrae, las promesas que nos habíamos hecho y las ventajas que me había dicho que tenía la fiesta de Tommy. Habíamos empezado en una discoteca; lo justo era que nos reconciliáramos con nuestro pasado en una sala de baile en la que sólo estuvieran nuestros amigos, que gustosamente mirarían para otro lado cuando empezáramos a enrollarnos.
               -¡CUMPLEAÑOS FELIZ, CUMPLEAÑOS FELIZ, TE DESEAMOS, TOMMY, CUMPLEAÑOS FELIZ!-bramamos todos, dando brincos por el puro disfrute de hacer que Tommy lo pasara fatal. Los camareros dejaron la tarta, que bien podría provocar un incendio que arrasaría el Amazonas, sobre la mesa cargada de copas, ninguna de ellas vacía. Una de las razones que esgrimían los dueños del local para justificar las hasta tres cifras que podía costarte la entrada a esta discoteca era el impecable servicio, con unos camareros que se desvivían por facilitarte la mejor noche de tu vida haciendo que no te preocuparas de nada más que de bailar y emborracharte. Incluso los baños, que podrían competir perfectamente con los de un hotel de cinco estrellas, tenían fuentes siempre a rebosar de preservativos de colores de Durex. Los gerentes sabían a qué íbamos allí famosos y anónimos por igual, y no hacían preguntas. Ir al Ambrosia era lo más parecido al plan original que habíamos comentado, medio en broma, medio en serio, para el cumpleaños de Tommy: había salido de mi boca la genial idea de que, cuando todos fuéramos mayores de edad y ya no tuviéramos que enseñar carnets de identidad falsos, podríamos ir a un local de strip tease y dejarnos los ahorros de varios meses en las filas más cercanas al escenario. Sí, lo sé, lo sé. Sé que es sexista, denigrante para la mujer, y todo eso, pero, ¡entiéndeme! Cuando dije aquello tenía 17 años, un morbo increíble por la sensación de poder que te da tener la mano ganadora (que siempre es la que tiene más billetes) y absolutamente ninguna conciencia de que el trabajo sexual no es trabajo, sino explotación, y que resulta denigrante para la mujer. La línea que claramente había dibujado para la prostitución (y lo hacía más bien porque me parecía que tenías que ser muy pringado para necesitar pagar para poder meterla, no tanto porque me hubiera parado a pensar en lo que suponía para una chica el tener que follarse a un tipo que no conocía de nada y que posiblemente ni siquiera le atraía) no la tenía tan definida para el strip tease porque me parecía más… inocente. Menos invasivo y más inofensivo para las chicas que lo hacían.
               Suerte que ahora tenía a una pedazo de mujer a mi lado que me había enseñado a pensar un poco más con la cabeza y el corazón y un poco menos con la polla, así que había aparcado ese plan para el cumpleaños de Tommy. Aun así, Sabrae no me había cambiado lo suficiente (o puede que estar con ella me hubiera cambiado lo bastante) hasta el punto de no ver íntimamente relacionado el sexo con un buen desmadre, así que me alegraba un montón de estar allí. De tenerla entre mis brazos, poder besarla cuando quisiera, cantar a gritos con ella canciones que bien podían definir nuestra relación, las que la habían provocado y las que la habían pasado por alto.
               En serio, Saab estaba espectacular. Se reía como si no lo hubiera hecho en años y lo echara tanto de menos que había estado a punto de volverse loca; bailaba como si le ardieran los pies sobre el suelo, las manos fueran un préstamo divino que trataban de reclamarle, y sus caderas marcaran el ritmo que tenían que seguir los planetas y el resto de cuerpos celestes para seguir su tránsito por el universo. Y me besaba… Dios, cómo me besaba. Le sabía la boca a alcohol, a ilusión, a promesas, a sexo, a felicidad, a eternidad, a divinidad, a no tener límites y poder serlo todo ahora que volvíamos a estar juntos. Apenas llevaba maquillaje porque Bey no nos había dado tiempo a prepararnos como es debido, pero yo jamás la había visto tan hermosa como lo estaba esa noche, rodeada de gente que la quería y la admiraba, absolutamente en su salsa, señora de la noche, del día, de todo Londres y de Inglaterra en general. Su cuerpo me atraía como una polilla a la luz, como la gravedad del Sol a hasta el último átomo del sistema solar.
               Sabrae me enfocó con la cámara interna de su móvil para grabar mientras terminábamos de cantarle el cumpleaños feliz a Tommy, y se rió cuando le di un beso en la mejilla mientras le rodeaba la cintura con el brazo, aunque eso jamás lo verían sus seguidores de Instagram. Le dio a “publicar historia” e ignoró completamente el mensaje de que no había internet dentro del local, pues tampoco había cobertura. Lo que sí pudo verse fue cómo me miraba con una adoración que yo no entendía (salvo, quizá, por lo mucho que la hacía disfrutar en la cama o por la forma en que una diosa puede querer a sus sacerdotes), una adoración que yo quería poder ver siempre, cuando me preguntara qué coño hacía al otro lado del mundo, donde no podía tocarla y ver cómo me sonreía cuando le decía lo muchísimo que la quería.
               -Me estás mencionando en las historias, ¿no?
               -¡Pero si no vas a poder verlas antes de que se oculten!-rió. Hacía tiempo que me había reconciliado con las redes sociales y había pasado de dejarme llevar cuando ella subía algo a presumirla en público, porque ya que tenía a alguien tan increíble a mi lado, lo justo era asegurarme de que absolutamente todo el mundo lo supiera.
               -Pero las estás dejando en destacados, ¿verdad?-pregunté, y ella rió de nuevo y asintió con la cabeza.
               -Pues claro que sí, mi sol-ronroneó, poniéndose de puntillas para darme un beso en los labios.
               -¡Pide un deseo, Tommy!-gritó Bey para hacerse oír por encima del estruendo de la música, y entonces el cumpleañero, que ya tenía dieciocho años oficialmente, nos miró uno a uno, deteniéndose en todas nuestras caras (incluso las de las amigas de Sabrae, como si se alegrara sinceramente de que las chiquillas estuvieran allí, aunque supongo que estaba más acostumbrado a ellas de lo que lo estaba yo), se detuvo un poco más en mí, y todavía más en Scott, que le puso una mano en el hombro, y se inclinó a soplar la velas. Sonrió cuando nos pusimos a aplaudir otra vez, la música en los altavoces atronando de nuevo con el pop que tenía a las chicas de tacones altísimos y faldas cortísimas desquiciadas en la pista de baile.
               Scott y yo intercambiamos una mirada, adivinando los dos lo que había pedido Tommy. Sólo cuando estás en pareja y sabes lo especiales que son los cumpleaños cuando tu chica está a tu lado entiendes que pueden parecerte muy solitarios cuando te falta ella. Incluso una sala llena de gente parece vacía si entre el ruido de la muchedumbre no tienes la esperanza de escuchar su voz. Pegué un poco más a Sabrae a mí y volví a besarle la cabeza mientras ella me rodeaba la cintura. Estaba algo sudado por lo mucho que estábamos bailando, brincando y cantando, pero si ella tenía algo bueno era que no le importaba lo más mínimo cuando mi olor corporal cambiaba.
               De la nada aparecieron un par de camareros armados con platos de plástico duro, un cuchillo y una pala para desmontar la tarta. Aunque pretendían cortarla ellos mismos para asegurar la eficiencia y que a todos nos tocara lo mismo, Scott se levantó, les dio las gracias mientras les arrebataba los cuchillos, y le tendió los utensilios a Tommy para que él mismo repartiera la tarta. Mientras nos apelotonábamos en el círculo que formaban los sofás de cuero rojo en torno a la mesa la expectación crecía en nosotros: podrías pensar que la tarta era apenas un trámite para que Tommy pudiera tener unas velas que soplar, pero, en realidad, estábamos impacientes por probarla. Tenía una pinta tremenda, con cobertura en colores azules, lilas y rosados que recordaban al cielo durante el atardecer; una lluvia de estrellas de chocolate blanco que salpicaban por todas partes la superficie de la tarta, y un “feliz cumpleaños” en amorosa caligrafía hecha con nata. Alrededor de la base de la tarta había nubes de algodón de azúcar blanco a las que Karlie no pudo resistirse, y le echó el guante a la suya antes de que termináramos de repartirnos los pedazos de tarta que había ido cortando Tommy. Entrechocamos nuestros platos como si brindáramos con ellos y luego echamos mano de nuestro pedazo, cada uno hundiendo la cuchara donde más curiosidad le generaba el pastel: yo por la cobertura (quería saber a qué sabía, y cuando noté el regusto a moras, arándanos y frambuesas no pude evitar reírme ante lo evidente que era); mi hermana, por el bizcocho, y Sabrae, por la parte baja, analizando la pequeña perla de chocolate líquido que traía la tarta en su base. Le había tocado chocolate con leche; a mí me había tocado el blanco, del mismo color que el interior de la tarta, hecha de un bizcocho de varios pisos con capas de chocolate blanco en su interior.
               -Mm, está buenísima, Kar-alabó Tommy, y Karlie sonrió e inclinó la cabeza.
               -Ya me parecía. Es que yo tengo muy buen gusto-dijo, apartándose el pelo del hombro y guiñándole el ojo a Tam.
               -Depende de para qué-respondí yo, y Tamika me hizo un corte de manga.
               -Ahora entiendo por qué estabas en modo imperio romano con la dichosa tarta. ¿Sabíais que se pasaba las horas muertas entre clase y clase recargando la página de la pastelería para ver si la ponían en oferta y así poder cogerla?-explicó Bey.
               -Fijo que ahora también es tu imperio romano, reina B-bromeó Karlie, relamiendo su cuchara y echando mano del pedazo de tarta de Tam, que se la cedió sin apenas oponer resistencia. Ya le gustaría a Sabrae que yo compartiera mi comida así.
               (Es coña. Realmente, lo único que me cuesta compartir con ella son los chilli cheese bites, e incluso aquello estaba pasando a ser más comunitario que propio).
               -¿Qué es eso del imperio romano?-pregunté, y todos se me quedaron mirando, algunas bocas todavía llenas, otras entreabiertas en pleno proceso de rellenarse. Incluso Sabrae se puso rígida a mi lado.
               -No puede ser-dijo Kendra simplemente.
               -A ver, sí que puede ser-dijo Mimi en un tono defensivo que me hizo preguntarme si me estaban insultando y yo no me enteraba. ¿Acaso era alguna especie de guerra entre las civilizaciones antiguas? Porque tenían que entender que fuera a muerte con Grecia, que para algo era el país de una de mis lenguas maternas-. Se ha pasado sin conectarse a Internet dos meses, no sabe de qué va el tema.
               -¿Qué tema?
               -¿Cada cuánto piensas en el imperio romano?-preguntó Amoke, inclinándose en el asiento para analizar cada uno de mis movimientos con fijación.
               -¿Qué clase de pregunta es esa?-repliqué mientras Sabrae protestaba.
               -¡Tía! ¡Es mi novio! Si alguien tiene derecho a preguntárselo, esa persona soy yo.
               -¿Es alguna especie de coña?-inquirí, frunciendo el ceño y dejando la tarta sobre la mesa, saltando de los ojos de mis amigos a los de las amigas de Sabrae, y luego de vuelta a ellos. Para mi sorpresa, fue Tam la que se prestó a explicármelo.
               -Es un juego. De Internet. Se trata de preguntaros a los chicos cada cuánto pensáis en el imperio romano.
               -Pues no le veo la gracia.
               -¿Quieres hacer el favor de contestar?
               -Pero, ¿por qué? ¿Qué se supone que tengo que contestar? ¿Dónde está la gracia?
               -¡La verdad, Alec! ¿Cada cuánto? ¿Una vez cada semana, cada dos… varias veces a la semana?
               -¿Varias veces a la semana? ¿Qué puto friki piensa en el imperio romano varias veces a la semana?
               -Tenían una dieta muy variada para carecer de muchos de los alimentos que tenemos hoy en día-se defendió Tommy.
               -¿Me estáis vacilando porque he estado en Etiopía y ni siquiera sé si seguimos teniendo a la misma reina? Seguimos teniendo a la misma reina, ¿no? Kate todavía anda por ahí-pregunté a Sabrae, que me acarició el brazo y asintió con la cabeza.
               -Entonces, ¿no piensas en el imperio romano?-insistió Tam, y yo fruncí el ceño y la miré.
               -Eh, ¿no? ¿Por qué?
               -Interesante-respondió, reclinándose en su asiento.
               -¿Debería?
               -Muy, pero que muy interesante.
               -¿Qué tiene de interesante que no piense en el imperio romano? ¿Quién piensa en el imperio romano? Aparte de Tommy, nuestro chef medio español.
               -Yo-dijo Jordan, y lo miré.
               -¿En serio?
               -Y yo-añadió Max.
               -Y yo-dijo Logan.
               -Y yo-aportó Scott.
               -Y mi padre-dijo Taïssa.
               -Y el mío-dijeron Amoke y Kendra.
               -El nuestro también-dijo Mimi-. Porque, ya sabes, es arquitecto y tal.
               -Y, básicamente, todos los tíos a los que les preguntas piensan en el imperio romano-explicó Bey-. Y bastante más a menudo de lo que lo hacen.
                -¿Pero por qué cojones pensáis en el imperio romano?-pregunté. ¿Qué coño tenía el imperio romano tan jodidamente interesante como para que todos pensaran en él? No lo entendía. Que lo hiciera un historiador, vale, tenía su lógica, pero, ¿mis amigos?
               -Tío, ¿por qué cojones no piensas en él?-preguntó Scott, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos.
               -Eh, ¿¡porque soy medio griego!? ¡Los romanos eran unos mierdas que se apropiaron de toda mi cultura! ¡Literalmente fueron tan sinvergüenzas que ni se molestaron en inventarse sus propios dioses, sino que cogieron los nuestros y les pusieron nombres de mierda y, ¡hala!, ya tienen mitología!
               Jordan, Max, Bey y Loga intercambiaron una mirada mientras Tam arqueaba las cejas y cogía un poco de glaseado de la tarta con el dedo y se lo llevaba a la boca.
               -Por fin os dais cuenta de lo rarito que es…-canturreó.
               -Alec, no eres medio griego, literalmente eres más inglés que Tommy, que es medio español.
               -Bueno, pues un cuarto de griego. ¿Por qué coño pensáis en esa manada de pringaos que lo único que sabían hacer bien era pegarse puñaladas por la espalda? No lo entiendo. ¿Tuvieron el imperio más grande de la historia? No.
               -Grecia tampoco. Lo tuvo España-dijo Tommy.
               -No me cambies de tema. ¿Crearon el mejor sistema de mitología de la historia? No, se lo copiaron a Grecia. ¿Inventaron las formas de gobierno que usamos aún a día de hoy? Mm, déjame que lo piense… ¡NO! ¡Lo hizo Grecia! ¿Qué hicieron los romanos que no fuera una copia de lo que aprendieron en Grecia?
               -La pizza-dijo Amoke.
               -Los helados-añadió Jordan.
               -La Capilla Sixtina-añadió Sabrae, y yo la miré.
               -Tengo tu clítoris junto a mis dientes más a menudo de lo que te conviene, así que yo de ti me pensaría muy bien el participar en esta conversación si lo vas a hacer por esos derroteros.
                -¿Qué chocolate te ha tocado?-soltó, y me sorprendió que aguantara tanto sin preguntármelo. Los chicos respiraron en torno a la mesa, sintiendo que Saab nos había evitado un problema a todos haciendo que me olvidara de que estaba con una panda de traidores que no respetaban mis orígenes ni apreciaban lo que Grecia había hecho por la sociedad. Las conversaciones de la mesa se reanudaron, y Sabrae se inclinó hacia delante para estudiar mi tarta.
               -Chocolate blanco. ¿A ti?
               -Con leche. ¿Quieres probar?
               -Vale, ¿y tú?
               -Sí, porfa-ronroneó, echando mano de su cuchara y cogiendo con timidez de mi perla de chocolate blanco. Me miró con una expresión tímida, pero se rió cuando yo me llevé todo su chocolate con leche, dándole la excusa perfecta para que me robara todo lo mío. Nos terminamos la tarta haciendo que nuestras cucharas se cruzaran varias veces sobre nuestros platos, y luego, después de mirarme un instante, negó con la cabeza y les indicó a sus amigas que se fueran a bailar si querían. Estaban poniendo a Taylor Swift, y aunque a mí no me disgustaba bailar con Saab sonara lo que sonara, estaba empezando a notar un bajón del cansancio que tenía acumulado. Después de todo, no había estado nueve horas sentado tan pancho en el sofá de mi casa, sino en un avión en el que no había podido estirarme bien ni descansar todo lo que necesitaba, así que… salvo que fuera por la oportunidad de frotarme contra Sabrae y que ella se frotara contra mí, de momento me apetecía quedarme en el sofá.
               Salvo Karlie y Tam, el resto de chicas se levantaron, y Max y Jordan se pusieron en pie también con la excusa de ir a buscar a los camareros para que nos trajeran más bebida. Yo no iba a beber más, pues estaba notando que me había bajado la tolerancia al alcohol después de estos dos meses en los que sólo bebía los viernes por la noche, y no todo lo que lo hacía cuando estaba en casa; y no quería tener lagunas de nada de lo que pasaría esa noche. Además de ser el cumple de Tommy, también era la primera vez en dos meses que Saab y yo salíamos de fiesta. Había cogido los condones de la caja de mi mesilla de noche por pura prudencia, pero me moría de ganas de probar los que tenían en exposición en los baños de Ambrosia.
               Kar me pasó un brazo por los hombros y me dio un achuchón cuando me acerqué a ellas tanto para tener una mejor visión de las chicas en la pista de baile como para acurrucarme en su compañía. Las había echado terriblemente de menos también, pero mi añoranza con Sabrae y todo lo que había pasado entre nosotros había logrado eclipsar el resto de sensaciones que tenía con respecto a mis amigos. Ahora que podía ver con mis propios ojos que estaba bien y feliz, ya tenía espacio en la cabeza para pensar en la cantidad de cosas que me había encantado compartir con mis amigos y que no había podido hacer por la distancia y las dificultades para comunicarnos. Algo me decía que, por ejemplo, no habríamos tenido tantos problemas con Perséfone de haber estado mis amigas conmigo; me habrían hecho abrir los ojos y darme cuenta de que lo había exagerado todo antes de que tuviera la oportunidad de hacer sufrir a Sabrae, así que en cierto sentido el trío femenino dentro de los Nueve de Siempre habría sido capaz de evitarnos males terribles a mi chica y a mí. Claro que… egoístamente, pensé que, si las chicas hubieran intervenido, Sabrae no se habría rayado y yo no habría tenido que plantarme en Inglaterra para quitarle de la cabeza esa absurda idea de que estaba mejor sin ella porque ella no me merecía. Lo cual, por mezquino que resulte admitirlo, había sido para mí una bocanada de aire fresco cuando ni siquiera sabía que estaba buceando en aguas tóxicas.
               Claro que, si las chicas hubieran intervenido y yo no hubiera ido a ver a Sabrae, todavía podría ir a la sabana. Y puede que no me doliera tanto pensar en que tenía que encontrar la manera de regresar a Etiopía porque a Sabrae le hacía bien que yo estuviera lejos. Era evidente que estaba cambiando, creciendo ya para convertirse en la mujer que ocuparía todos mis pensamientos hasta el día que me muriera, y yo no tenía ningún derecho a interrumpir ese proceso de floración.
               Joder, todo esto era una mierda. No me gustaba un carajo sentir dudas con algo relacionado con Sabrae; me hacía sentir como que la estaba traicionando. Como que tenía dudas de ella, como si no fuera lo que más claro tenía en toda mi vida. Desde el principio había estado seguro con todo lo que se relacionaba con Sabrae, siempre había caminado sobre terreno totalmente sólido, y ahora… me daba la sensación de que iba andando por un paseo al lado del mar, en el que sólo la senda, que era mi novia, estaba totalmente segura. Lo demás eran arenas movedizas, y odiaba esa preocupación que notaba en el fondo del estómago sobre si Sabrae también pasaría a serlo.
               -¿Te lo estás pasando bien?-preguntó Karlie, hundiendo los dedos en mi pelo de forma distraída, y yo la miré. La notaba diferente, igual que seguro que ella me lo notaba a mí. ¿Estaba cometiendo un error insistiendo en marcharme? No me gustaba sentir que mis amigos iban a convertirse en esa gente a la que le notas hasta el más mínimo cambio de tanto que hace que no los ves, como si vivieran solamente en tus recuerdos y de vez en cuando reaparecieran para refrescarte la memoria.
               A pesar de la nostalgia… lo cierto es que no podía contestar que no a su pregunta. Porque me gustaba lo que estábamos haciendo. Me gustaba estar allí con ellos, me gustaba que todo fuera como había sido antes de que yo me marchara, incluso de que Tommy y Scott se apuntaran al programa. Me gustaba sentir que vivía en una línea temporal en la que no le había hecho daño a Sabrae y el voluntariado era algo de un futuro lejano de lo que no tenía que preocuparme si cerraba la puerta.
               -En grande. Te has superado, súper K-le guiñé el ojo y ella sonrió, cruzando las piernas y tocándome la rodilla con la suya. Sabrae daba botes en la pista de baile, disfrutando de la noche.
               De ser joven.
               De perderse en la oscuridad.
               -Sólo he pedido un par de favorcillos que me debían-contestó, como si no fuera nada.
               -Pues te has salido, nena. En serio. No sólo has conseguido alquilar un furgón en el que meternos a todos en… ¿qué, media hora?, sino que nos has conseguido entradas para una fiesta mega exclusiva de las que se hacen aquí-señalé la mesa haciendo círculos con el dedo índice-, a pesar de que tengo visto que se agotan incluso en la misma preventa. Sólo una lesbiana como tú podría organizar algo así en tan poco tiempo.
               Karlie se echó a reír.
               -¿No será, más bien, porque pertenezco a una asentada estirpe de embajadoras y por tanto sé cómo establecer buenos lazos con la gente?
                Arqueé una ceja.
               -Eres lesbiana, Kar, que viene de Lesbos. Famosa por Safo, cuyas iniciales son las siglas de Servicio de Alquiler de Furgonetas para Orgías-solté lo primero que se me vino a la cabeza, y milagrosamente funcionó. Daba gusto ver que mi lengua todavía podía arrancarles risas a mis amigas, y no sólo meterme en problemas.
               -Aquí no va a haber ninguna orgía, Al. Lo siento si has venido desde tan lejos con esa idea.
               -Bueno, pues Homosexuales.
               -¿Y la hache?-preguntó Tam, inclinándose hacia delante.
               -Muda-contesté-. Como ojalá lo fueras tú, Tamika.
               -Te quedaba mejor lo de las orgías-rió Karlie, impidiendo así que la sangre llegara al río.
               -Ya, pero me habéis chafado los planes. Aunque, mm, casi mejor. Así no tengo que pelearme con nadie por las atenciones de Sabrae-sonreí, y sus ojos chispearon.
               -Debes de echarla muchísimo de menos.
               -Os echo muchísimo de menos a todos-contesté, notando una burbuja en la garganta que hizo que me temblara la voz. Carraspeé y me miré las manos.
               -Y nosotros a ti también. Pero merece la pena, ¿no? Sabrae dice que estás encantado con la sabana, que estás viendo un montón de animales y salvando muchísimas vidas-se me hundió el estómago al escucharla. Hasta entonces no había pensado en las consecuencias que tenía el mentirle a Sabrae para que no se preocupara por mí más allá de las que tendría con ella, pero era lógico que se extendieran también a mis amigos. Por supuesto que Saab les contaba lo que yo hacía, en lo que no escatimaba en detalles carteándome con ella. Los chicos sabían más o menos a qué me dedicaba y también me mantenían al día, pero mis mentiras no eran tan elaboradas como lo eran para mi novia. Eso me hizo sentir incluso más ruin, porque podía hacer que ellos creyeran que yo no sufría su ausencia como lo hacía. Una cosa era dedicarle a Saab mentiras piadosas que sabía que iban en su beneficio (aunque me dolía la forma en que estaba traicionando su confianza y me preocupaba que eso hiciera que no se fiara de mí ciegamente nunca más), y otra muy distinta era fomentar que mis amigos creyeran que me iba genial y que apenas pensaba en ellos mientras estaba demasiado ocupado haciéndome el héroe y salvando el mundo.
               Quizá estaba peleando con demasiada rabia en una competición que apenas tenía importancia. Puede que estuviera lanzando mis mejores golpes en un amistoso que no llevaba a ningún lado. Que lo arriesgara todo en una sola carta si no tuviera más remedio que luchar por sobrevivir nadie me lo recriminaría, pero que mis amigos creyeran que estaba genial cuando no era así… que mi novia lo hiciera cuando no era así…
               Esto no era lo que yo le había prometido a Sabrae. Le había prometido que sería sincero con ella costara lo que costase, y que siempre le mostraría el suficiente respeto como para dejar que fuera ella la que decidiera cuáles de mis verdades eran demasiado dolorosas. Le había prometido que siempre podría confiar en mí, y ahora estaba…
               La miré. Miré cómo bailaba, cómo saltaba, cómo gritaba una letra que hablaba de ser joven y ser libre y querer como te diera la gana a quien te diera la gana, sin preocuparte por lo que te dijeran los demás. Y me di cuenta de que no podía ser tan egoísta como para arriesgar la felicidad de Sabrae a costa de mi conciencia. Querer no es ponerte por delante del otro, sino poner al otro en la cima de tu lista de prioridades y contar con que sobrevivirás porque estás en la cima de las suyas.
               Ella es feliz. Que yo sea un desgraciado porque tomé una mala decisión cuando no la tenía en mi vida no me da derecho a destrozarle la suya, pensé. Así que, como no quería ni pensar en lo que podría hacerle a Sabrae que yo dejara de mantener el pico cerrado, cómo dejaría de disfrutar de la fiesta y de su año de libertad y de descubrirse a sí misma, me obligué a mí mismo a poner mi mejor sonrisa y responderle a Karlie:
               -Oh, sí. La verdad es que es una puta pasada. Tratamos a un montón de animales y… la luz allí es espectacular. ¡Y el aire! Es un aire limpísimo. Creo que ni el de Mykonos se le compara. Se nota que no hay ningún mar cerca, así que huele distinto.
               Detesté cada palabra que salió de mi boca mientras les contaba a Karlie y Tam lo que hacía durante el voluntariado, aunque en mi defensa debo decir que me centré en hablarles de mi primera excursión a la sabana, así que tampoco podía decirse que me estuviera inventando nada. Les hablé de los atardeceres, de lo duro que era despedirse de los animales a los que no podíamos salvar o descubrir que habíamos llegado tarde, de la sensación de euforia cuando conseguíamos ayudar a alguno, y del cansancio al caer la noche. Les hablé de Perséfone (Tam puso los ojos en blanco la primera vez que mencioné su nombre, pero Karlie le dio una patada mal disimulada cuando yo me quedé callado y la miré, y no lo volvió a repetir), de Luca (les encantó que estuviera obsesionado con Bey sin conocerla y me hicieron prometerles que le daría su dirección para que Luca pudiera aprovechar su oportunidad), de Sandra y Killian (omití que este último no me hablaba), de Mbatha, de Valeria (no dije nada de que fuera una hija de puta rencorosa que llevaba mal los gestos románticos que no le dedicaban a ella), de Nedjet. De Nedjet sí que les conté todo, con la excepción de que había evitado que Valeria me echara del voluntariado cuando se enteró de que me había escapado a Inglaterra, pero por lo demás… sí, la verdad era que de Nedjet podía contárselo todo con libertad. Incluyendo el hecho de que no soportaba mis constantes desafíos a su autoridad ahora que ya no estaba tan convencido de que me apeteciera seguir allí, donde sentía que estaba desperdiciando mis días y sometiendo a Sabrae a un dolor que no se merecía. Era hablar de Nedjet y volverme las dudas de si estaba haciendo lo correcto con mi novia, porque ella también podía crecer conmigo al lado, descubrirse conmigo al lado, convertirse en mujer mientras tenía a su hombre al lado.
               -Un poco gilipollas, ese Nedjet, ¿no?-comentó Karlie, cogiendo una miguita de un plato que definitivamente no era de ella, pero que nadie iba a reclamar. Por la forma en que miró cómo Tommy bailaba con Bey, me dio la sensación de que era de él.
               -Quiero pensar que no es nada personal conmigo y que es subnormal con todo el mundo en general.
               -Que no se pase ni un pelo contigo-dijo Tam-. Yo soy la única persona con derecho a ponerte firme.
               -Pues siento desilusionarte, Tam, pero no eres la única que me pone firme por aquí-contesté, sonriendo con maldad, y Tam fingió una arcada.
               -Ugh. No me refiero a ponerte firme la polla, sino a ponerte firme en general, como te mereces. Qué asco. Creo que voy a vomitar la increíble tarta que nos ha conseguido Kar.
               Me eché a reír y le di un beso, porque hasta lo insoportable que era Tam era algo que echaba de menos cuando estaba en Etiopía, y ahora que la tenía de nuevo delante de mí me sentía el tío más afortunado del mundo por ser la víctima número 1 de sus bromas.
               Cuando las amigas de Sabrae se acercaron con ella para anunciarme que se iban y que si podíamos acompañarlas hasta la puerta para asegurarnos de que cogían un taxi sin problemas, sirviéndose de mi metro ochenta y mucho de estatura, abandoné definitivamente el sofá aquella noche. En cuanto el taxi de las chicas hubo girado la esquina, Sabrae me miró, sonriente, afianzándose la chupa de cuero negra que le había robado a su hermano, me guiñó el ojo y tiró de mí para llevarme al interior de la discoteca. Nos quedamos en la pista de baile inferior, dándolo todo con cada canción que sonaba, que parecía sacada directamente de alguna de mis listas de reproducción de Spotify. Sabrae se frotó contra mí, bailó, rió, se colgó de mi cuello, me miró a los ojos infinidad de veces y, mordiéndose el labio mientras una sonrisa de felicidad le cubría la boca, me dijo que echaba de menos lo feliz que era conmigo nada más irme yo de una habitación.
               -¿Me estás diciendo lo que creo que me  estás diciendo?-respondí, sonriendo, las manos en su cintura, mis dedos hechos exactamente para amoldarse a sus curvas. No entendía por qué sentía inseguridades con su cuerpo, cuando a mí me parecía que jamás había estado tan guapa. Cuanta más carne tuviera, más tenía yo para adorar. Me encantaba la forma en que sus pechos estaban un poco más llenos, haciendo ahora un escote más profundo; cómo sus caderas eran más generosas, y su culo, más redondito. Todo en ella era una nueva feminidad a la que no me tenía acostumbrado, ni sería capaz de acostumbrarme en un siglo aunque nunca nos separáramos. Si era eso lo que tenía en mente pedirme… si iba a decirme que no podía vivir sin mí y que me quedara… arreglaría todos mis problemas, la verdad.
               Sabrae se relamió unos labios jugosísimos que me moría de ganas por morder.
               -Yo no podría pedirte eso, sol. Por mucho que me gustara… no te haría eso jamás-negó con la cabeza, poniéndome las manos en los brazos, subiendo por los hombros, mi cuello, hasta mi nuca. Tomé aire y lo solté lentamente, empapándome de ella y de su esencia, de cada centímetro de su piel en la mía y de sus curvas contra mis ángulos.
               Tenía que dejar de aferrarme a la esperanza de que me daría una razón por la que volver mi vida más fácil y regresar a sus brazos… y empezar a disfrutar de la noche como lo que era: una parada a descansar en una posada fresca en pleno desierto.
               Así que eso hice: me propuse pasármelo lo más bien posible, brincando con mis amigos, bebiendo con mis amigos, besando a mi novia cada vez que se me antojaba, desesperándome cuando ella decidía provocarme con esa maldad que es exclusivamente femenina. Haría todo lo que había hecho siempre, todo lo que había dejado de hacer durante esos dos meses y por lo que mi vida se había ido a la mierda. Convertí aquella fiesta en mi redención por las mentiras que les estaba contando a todos, y mientras me dejaba la voz gritando las canciones que Tommy, Scott, Diana, Layla y Chad habían cantado durante su paso por el programa y que ahora encabezaban las listas de éxitos del país, empecé a creerme la mentira de que mi vida era perfecta y que no tenía nada por lo que arrepentirme.
               Entonces, bajaba la mirada hacia Sabrae, que tenía el pelo alborotado, los ojos resplandecientes por el alcohol y lo bien que se lo estaba pasando, y la piel hermosísima por estar envuelta en mi camisa, y me daba cuenta de que no me estaba mintiendo en absoluto. Mi vida era perfecta y no tenía nada por lo que arrepentirme.
               Derramaría cada gota de sangre que me corría por las venas con tal de poder disfrutar de esta noche eternamente. No iba a darle el gusto a Valeria, a Nedjet o a quien fuera de hacer que no disfrutara de cada segundo de este regalo que era estar con Sabrae, ni creer que me equivocaba al proteger el inmenso honor que suponía ser su novio. Casi logré olvidarme del mundo que me rodeaba y del concepto de “preocupación”.
               Hasta que Scott vino hacia nosotros para apartarme de los brazos de su hermana, sus ojos verdosos empañados por algo que no sólo se componía de bebidas alcohólicas.
                -Necesito que me ayudes, Al-dijo, nervioso, y tanto Sabrae como yo nos quedamos quietos en medio de la pista. Normalmente eso es una mala decisión, porque la gente no te presta la suficiente atención como para darse cuenta de que has salido de la bandada, como sucedió esa vez, en la que le dieron un empujón a Sabrae que la lanzó contra su hermano. Me ocupé de mandar al suelo al gilipollas que lo hizo, y que ni siquiera se disculpó, pero que vio que no podía ganar una pelea conmigo al reconocerme incluso con el culo anclado en el suelo. Hizo de desaparecer con sus amigos un espectáculo digno de ver.
               Joder, hay veces que me encanta ser el puto Alec Whitelaw.
               -¿Qué pasa?
               -Se trata de Tommy. Tienes que ayudarme a llevármelo de aquí.
               Puse los ojos en blanco y cogí a Sabrae de la cintura, dispuesto a seguir bailando con ella. Estaban poniendo a Jason Derulo y Scott me estaba tocando los cojones; tenía suerte de que estuviera de buen humor gracias a la cercanía de su hermana y que no lo pusiera a parir allí mismo.
               -Es su cumpleaños, S. Deja que disfrute un poco.
               -Tiene que estar en otro sitio.
               -¿Dónde coño puede pintar más Tommy que desfasándose con sus amigos en una fiesta de la hostia durante su decimoctavo cumpleaños?
               Scott miró por encima del hombro, asegurándose de que el interesado no lo escuchaba, y dijo con un hilo de voz:
               -Les prometí a Diana y Layla que se lo llevaría. Se me ha ido de las manos esta fiesta.
               -¿Adónde?
               -Con ellas.
               Sabrae parpadeó y me soltó los brazos, dando un paso atrás mientras entrelazaba las manos por detrás de la espalda. Miró a su hermano con ojos como platos, y después me miró a mí de la misma forma.
               -¿Y ellas dónde están?
               -En un hotel a una manzana de aquí. Por favor. Les dije que se lo llevaría hace como… un par de horas-se miró el móvil-, y si voy solo, creo que se turnarán para estrangularme.
               -Entonces, definitivamente, tienes que ir solo-contesté, agarrando a Sabrae de nuevo-. Créeme, es muy probable que te guste.
               -Alec-me pidió Scott, y yo suspiré.
               -¿Es absolutamente necesario que te lo lleves?
               -Sí. A ti no te gustaría que le prometiera a Sabrae que te llevaría con ella y que luego no lo cumpliera, ¿no?-el cabrón sabía dónde darme, eso tenía que concedérselo. Miré a Saab, que me sonrió con compasión y se puso de puntillas para depositar un dulce beso en mis labios-. Gracias. ¡Gracias, tío, gracias! No podría hacerlo sin ti.
               -Ya, como la mayoría de cosas en tu vida-contesté, cogiendo de la mano a Sabrae y llevándomela en dirección a la mesa, donde Tommy seguía tomando chupitos, animado por Jordan y Logan, como si le fuera la vida en ello. Puede que fuera a acompañar a Scott a donde fuera que se había comprometido a dejarlo como si fuera un paquete, pero no renunciaría ni a un mísero segundo de contacto con Sabrae.
               Scott se plantó delante de la mesa y trató de levantar a Tommy, que hizo lo imposible por seguir allí sentado, bebiendo y riendo con los demás.
               -T, venga, tenemos que ir a un sitio.
               -No quiero irme a casa aún.
               -No vamos a casa, tranquilo.
               -¡Quiero quedarme aquí!-protestó Tommy-. ¡No quiero irme a ningún otro lado! ¡Se me hará tarde y quiero ver pronto a las chicas!
               -Te están esperando en otro sitio-insistía Scott, bastante más paciente de lo que solía mostrarse con él cuando estaba borracho y no quería regresar a casa. Diana debía de tenerle una buena preparada para cuando lo viera, si estaba tan preocupado por lo que le diría la americana que no atinaba a decirle nada a Tommy. Se dedicó a forcejear con él, tirando con una delicadeza que fue perdiendo a medida que veía que los minutos pasaban y Tommy no se levantaba, hasta que a mí se me hincharon tanto las pelotas y le di un puñetazo a la mesa para atraer su atención.
               -Escúchame bien, Thomas, porque no te lo voy a repetir. Scott y yo vamos a llevarte a un sitio y tú vas a venir con nosotros te guste o no, ¿lo entiendes? Y tienes dos opciones: puedes levantarte ahora mismo y acompañarnos y yo no te diré nada, o puedes seguir haciendo el gilipollas, calentándome los cojones y descubrir por qué coño tengo tantas medallas de boxeo. Me he hecho seis mil kilómetros en un puto avión para venir a tu puto cumpleaños, sí, pero también para follarme tan fuerte a Sabrae que no pueda ni tenerse en pie. Y, a juzgar por lo mucho que está bailando ahora, diría que todavía tengo un par de tareas pendientes, ¿no crees? Además, mírala. Mira el escote que me trae y qué corta es su falda. Tengo los huevos azules de lo durísimos que los tengo, literalmente apenas me caben en los pantalones. Así que levanta el puto culo de ahí y haz del favor de venir con Scott y conmigo, porque todavía no me he cruzado con ningún subnormal al que haya tenido que matar por posponerme un polvo con mi novia que está cañón, y estoy tan desesperado por follármela que me va a dar igual que el primero al que tenga que llevarme por delante seas tú.
               Tommy miró a Scott y se levantó a duras penas; este último parpadeó despacio, estupefacto. ¿En serio no se esperaba que lo que acababa de decirle funcionara? Seguro que sería capaz de obligar a un paralítico a correr (y ganar) una maratón si me ponía así con él.
               -Así me gusta-dije, asintiendo con la cabeza, y me lo llevé a la puerta de la discoteca, donde Sabrae me cogió de la camisa y tiró de mí para besarme con una necesidad que hizo que me planteara si, al final, no sería yo el que precisaría que lo amenazaran para que abandonara aquel local.
               -Luego vienes derechito aquí-me ordenó cuando terminó de comerme la boca como está mandado, de ese modo en el que probablemente es pecado siquiera pensar en besarse-, que me has puesto zorrísima.
               Como si necesitara algo que me empujara a regresar con ella más allá de mi propia necesidad. No había mentido ni exagerado en nada de lo que le había dicho a Tommy; la noche había hecho estragos en mí, y Sabrae lo había hecho en mi estabilidad mental. No podría mantenerme mucho tiempo alejado de ella; no, si sabía que la tenía a menos de un kilómetro después de dos larguísimos meses en los que la había tenido a medio mundo de distancia.
               Por suerte para mí, Tommy se había espabilado y se había vuelto dócil con mis amenazas, así que Scott y yo sólo necesitamos sujetarlo para que no se cayera de la que se tambaleaba por la calle, tratando de seguirnos el ritmo. Atravesamos las dos manzanas a las que Scott se refirió y nos adentramos en el espacioso y alto vestíbulo del Ritz, en el que unos dedicados recepcionistas se apresuraron a venir a nuestro encuentro. No sabría decir si lo hacían porque el hotel era de cinco estrellas, o porque tenían miedo que Tommy les vomitara en la alfombra. Puede que fuera más bien lo segundo.
               -Buenas noches, caballeros. ¿Podemos ayudarles?-preguntaron, cortándonos el paso en dirección al ascensor. Fulminé con la mirada al más cercano, un chico escuchimizado de no más de veinticinco que no aguantaría ni un bufido mío, ya no digamos un empujón. Vi por el rabillo del ojo cómo se acercaban un par de seguratas con los que sí que daría un buen espectáculo si llegaba a pelearme con ellos.
               -Somos huéspedes-explicó Scott, y uno de los seguratas se detuvo en seco para escanearlo de arriba abajo. Miré el reloj de la pared y alcé una ceja. Eran las tres menos cuarto. Se me habían pasado las últimas horas como un suspiro; ojalá pudiera decir lo mismo del tiempo que pasaba en el campamento.
               -¿Me permitirían sus tarjetas?-inquirió el chico de recepción, extendiendo una mano remilgada que gustosamente habría mordido. Scott se mordisqueó el piercing.
               -¿Esto es parte de la sorpresa?-le preguntó Tommy.
               -Nos están esperando.
               -¿A qué habitación van? Mis compañeros de seguridad estarán encantados de acompañarles adonde necesiten.
               A la calle, por ejemplo, le habría encantado decirnos.
               -Trevor-dijo el segurata que se había quedado parado, y Trevor se giró-. Son Scott Malik y Tommy Tomlinson. Ya sabes a qué habitación van.
               El chico de recepción se volvió y miró a Scott con ojos como platos. Luego, a Tommy. Y luego, a mí. Una chispa de decepción le encendió la mirada cuando se dio cuenta de que no me conocía.
               Balbuceando una disculpa patética, se hizo a un lado y dejó que el botones marcara el número de piso al que íbamos sin tan siquiera tener que decirle cuál era. Esperamos en lo que me pareció el viaje en ascensor más incómodo de mi vida y, cuando las puertas se abrieron con un timbrazo, el botones y yo nos miramos y asentí con la cabeza, agradeciéndole su impecable trabajo al no hacer que el ascensor se desplomara con nosotros cuatro dentro. Algunos teníamos muchísimos polvos que echar, y no nos gustaría que nuestra vida acabara a los dieciocho, cuando todavía le debíamos tanto al género femenino y teníamos tanto que hacer por el masculino.
               Arrastramos a Tommy por un pasillo en absoluto silencio salvo por el hilo musical de bossa nova que sonaba muy tenue en unos altavoces que yo no logré localizar. Scott se detuvo frente a una puerta y miró la llave.
               -¿La 769?-dije, y Scott suspiró.
               -Diana es muy graciosa, lo sé.
               -Es una leyenda, esta chavala-repliqué, sujetando bien a Tommy para que no se me cayera mientras Scott pasaba la llave por la puerta. Cuando la luz roja de la manilla pasó a verde con un pitido, empujó la manilla y empujó suavemente a Tommy al interior de la habitación.
               Diana había reservado una suite en colores crema en cuya sala principal había un carrito de los del servicio de habitaciones. El olor a carne asada, puré de patatas, marisco y pastel de frutas llenaba la estancia en una mezcla en absoluto desagradable. Tommy dio un paso hacia el interior de la estancia, como sintiendo la presencia de sus chicas.
               De una de las puertas de las habitaciones, que permanecía cerrada, salió una Diana vestida con una camiseta de tirantes que le llegaba dos dedos por debajo de las caderas.
               -Hoooooooolaaaaaaaaaaa-saludó Tommy, y yo sentí lástima por él. No sólo porque Diana iba a matarlo allí mismo y él tenía tal borrachera que ni se enteraría, sino porque era evidente por qué habían reservado una habitación para ellos tres.
               Y él tenía una borrachera que ni se acordaría al día siguiente.
               -Nennnnnnnnnnaaaaaaaaa…-empezó Tommy, pero no pudo terminar su saludo seductor. De un par de zancadas de sus larguísimas piernas, Diana salvó la distancia que los separaba y le soltó tal tortazo a Tommy que hasta a mí me dolió. Scott estaba clavado en el sitio, igual que Layla, que se había puesto pálida como la camiseta de tirantes que llevaba puesta.
               Joder, pero, ¿qué le había hecho Tommy a Scott para que Scott lo odiara hasta el punto de dejarlo emborracharse tanto que ni sabía dónde estaba?
               -Joder, ¡menuda hostia te ha dado, tronco!-me escuché decir mientras Tommy se miraba la mano que se había llevado un segundo antes a la cara, como esperando que la mejilla se le cayera al suelo si no la recogía-. Desde luego, empiezas fuerte la edad adulta.
               Los ojos verdes de Diana dejaron de destilar la rabia más absoluta que ha conocido nunca el hombre cuando se posaron en mí. Inclinó la cabeza hacia un lado como una cachorrita.
               -¿Alec?-preguntó, y di un paso al frente para poder verla mejor. Hostia, era guapísima. Ella también había mejorado durante mi ausencia. Tenía el pelo más dorado de lo que lo recordaba, la piel brillante, y las pestañas más largas. Vi cómo se me comía con la mirada, acusando mis cambios y decidiendo que habían sido para mejor.
               Mientras le guiñaba el ojo y me llevaba dos dedos a la frente, haciendo el saludo militar, pensé en el increíble regalo que Scott nos había hecho a Sabrae y a mí. Si Tommy no estaba para follársela, nosotros sí. Y creo que hablo en nombre de Sabrae si digo que los dos estábamos más que por la labor.
               -Por Dios, Diana, si hubiera sabido que eres así de dominante, te habría pedido rollo nada más conocerte, y me la habría sudado que te estuvieras follando ya a Tommy-comenté, y vi que al fondo de la habitación Layla se sonreía, seguramente pensando en lo distinta que habría sido mi vida de haber cumplido aquella promesa.
               No me habría acostado con Sabrae, para empezar.
               -¿¡A qué ha venido eso!?-protestó Tommy, llevándose de nuevo la mano a la mejilla y mirándola con ojos como platos. Hablaba mejor ahora, aunque todavía se notaba que se había pasado con la bebida.
               -Estaba en África-constató la americana, un hacha en lo académico, aparentemente.
               -Allí también hay aviones.
               -Layla, ¿qué coño le pasa?-preguntó Tommy, mirando a su chica inglesa. Error garrafal. La atención de Diana volvió sobre él y la americana frunció otra vez el ceño, dando un par de pasos hacia él y empujándolo con las dos manos. Tommy trastabilló, pero, aunque no tenía la ayuda de Scott ni mía, no se cayó esta vez.
               -¿Por qué no has venido antes?
               -Ems, ¿porque no iba a dejar tirados a mis amigos en mi cumpleaños? Alec se ha tragado siete horas de vuelo-Tommy me señaló con la mano.
               -Ocho-corregí, balanceándome sobre la base de mis pies-, pero, ¿qué son un par de escalas comparado con la fantasía que es ver a una modelo maltratando a uno de tus mejores amigos? He nacido para ver esto.
               -Es una pena que ningún rinoceronte te haya pisado la lengua-espetó Scott, y yo sentí una punzada en el pecho al recordar que todos creían que yo me lo pasaba bomba corriendo entre cebras y leones.
               -Todavía no hago patrullas por esa zona de la sabana-respondí.
               -Es una lástima. La temporada en laque las jirafas se dedican a dar patadas está a punto de terminarse.
               -¿De qué coño vas? Vienes y me suplicas que te ayude con Tommy, ¿y ahora me echas a los leones por defender al garrulo de tu mejor amigo?
               -¿Has venido… desde África… para la fiesta de Tommy?-preguntó Layla desde el fondo de la habitación, avanzando hacia nosotros. Guau. Ella también estaba increíble. Había cogido un poco de peso, lo que la hacía estar más guapa que nunca. Ya no se le notaban tanto las articulaciones, supongo que porque con Tommy no sentía tanto estrés que con el subnormal de su anterior novio. Layla resplandecía con una vitalidad que no era tan evidente si la veías a menudo, pero cuando te pasabas una temporada sin estar en su presencia, podías notar que ahora había un poso de felicidad en todo lo que hacía. Me enorgullecí mucho de que fuera cosa de Tommy el haberla hecho mejorar tanto.
                -Las discotecas allí abajo son una mierda-respondí, encogiéndome de hombros-, y ni de coña iba a dejar el cumpleaños del bebé del grupo en manos de esta panda de incompetentes. ¿Volver a las doce?-protesté, volviéndome para mirar a Scott-. ¿En serio? Pero, ¿cuántos años tenéis? ¿Ocho? Hasta Duna trasnocha más que tú.
               -Tenía que traerlo con ellas.
               -¿Para que le dieran una hostia?-lo provoqué, sonriendo-. Hijo, Scott, con amigos como tú, no hace falta tener enemigos.
               -¡No, gilipollas, para que se acostaran con él!-Scott señaló a Tommy, que se volvió hacia nosotros, incrédulo.
               -¿Qué?-inquirió, esperanzado y totalmente anonadado. Sus ojos saltaron de Diana a Layla como antílopes en la sabana.
               No es que lo supiera, también te digo. Por eso de que sólo había ido una vez.
                -Un trío-paladeé, sonriendo. La palabra en sí ya era prometedora, y aunque yo cambiaría a una de las participantes de mi trío ideal, debía admitir que Tommy tenía mucha suerte esa noche. Aun así, me habían separado de Sabrae, así que lo justo era que yo me lo pasara lo mejor que pudiera a costa de Tommy-. Chicas, no se lo merece. Si vierais cómo ha bebido…
               -Tú lo que tienes es más cara que espalda, y mira qué puta espalda tienes, Alec-gruñó Scott-. Si se te confunde con un elefante.
               -¿Lo dices por la trompa?-le dediqué mi mejor sonrisa torcida y Scott puso los ojos en blanco.
               -Tíos-bufó Tommy-. Me estáis levantando dolor de cabeza-se masajeó las sienes-, ¿os podéis callar? Dos segundos. No pido más. ¿Crees que podrás, Al? ¿O te explotará un pulmón?
               Me pasé una cremallera imaginaria por los labios y la tiré lejos. Entonces, Tommy se volvió hacia Diana.
               -¿Por qué no me lo dijisteis?
               -Porque queríamos que fuera una sorpresa-respondió Diana-, pero ahora ya da lo mismo. Joder, Tommy, si incluso te pedimos la cena. Tuve que chantajear al director del hotel con no volver nunca, y me encanta este hotel-le dio un empujón-. Eres un puto gilipollas.
               -¿Siempre son así antes del coito?-quise saber. Esto era mejor que ver una peli en directo.
               -La americana es jodidamente vocal. Antes y durante. Te terminas acostumbrando-respondió Scott.
               -La madre que me parió. El año que viene, me apunto yo al concurso-decidí.
               -¿OS FALTÓ OXÍGENO AL NACER?-bramó Tommy, volviéndose hacia nosotros-. ¡Si os vais a quedar mirando, cerrad la puta boca!
               -¿No podías llamarnos?-continuó Diana-. Estuvimos esperando por ti una hora y media. Vestidas y listas. En la puta cama. Como dos pringadas. Y tú por ahí, de parranda, sin pensar en nosotras.
               -He pensado en vosotras. ¿Quién crees que insistió en volver pronto?
               ¡Pero qué mentiroso!, pensé, y lo habría dicho de no haber empeorado bastante la situación. Aunque también era cierto que Tommy no sabía que las chicas lo esperaban, así que echárselo en cara era un poco injusto por parte de Diana.
               -¿Las tres de la mañana es pronto?
               -¡Solíamos volver hasta que sale el sol, Diana!-discutió Tommy.
               -¡Ah, o sea, que tengo que darte las gracias por tenerme esperando como una imbécil!
               -¿TE CREES QUE TE HABRÍA DEJADO ESPERÁNDOME SI SUPIERA QUE LO ESTABAS HACIENDO?
               -Igual deberíamos habértelo dicho-espetó Diana, hiriente-. Si te hubiéramos dejado caer lo del trío, fijo que no te habrías separado de nosotras en toda la tarde. Una lástima, tenía ganas de compartirte con otra y que tú lo recordaras, para variar. Pero veo que lo de emborracharse antes de estar con dos chicas a la vez es un patrón en ti.
               Scott y yo intercambiamos una mirada, los dos con ganas de saltar a defender a Tommy por lo injusta que había sido Diana con él, pero… era una batalla que T debía librar, no nosotros. Además, yo podía entenderla mejor de lo que lo hacía nadie. Si estuviera esperando a Sabrae en una habitación y sus amigas tardaran en traérmela aun habiéndose comprometido a darme tres horas más de las que finalmente obtendría estaría absolutamente rabioso.
               Diana se dio la vuelta y se encaminó a la habitación, pero Tommy la cogió del brazo y tiró de ella para pegarla a su pecho como un galán de Hollywood. Arqueé las cejas y sonreí. Me gustaba que Tommy fuera capaz de manejarla con tanta elegancia, sin caer en la fachada de la americana.
               -¿Cuándo te he negado yo nada de lo que tú querías?
               -¿Ahora me estás llamando caprichosa?
               -Tengo más vida que tú, por extraño que te parezca.
               -Pues vete a vivirla, corre-espetó, separándose de él y encaminándose hacia una nueva puerta-. Hablaremos por la mañana, cuando no estés como una cuba.
               Diana nos hizo el regalo de nuestras vidas quitándose la camiseta de la que iba a la habitación. Tommy la miró, impertérrito, apretando la mandíbula mientras Scott y yo dejábamos caer la mandíbula al suelo; ninguno de los dos se esperaba que nos usara como arma para poner celoso a  Tommy, y mucho menos que aquello funcionara. Diana tiró la camiseta el suelo, abrió la puerta y se metió en una habitación, cubriéndose los pechos estratégicamente con los codos, con una habilidad que sólo tenían las modelos. Dio un portazo, esperó unos segundos, y luego abrió de nuevo la puerta, sacó la mano y dejó caer un trozo de tela negro.
               Los bóxers de Tommy.
               Estaba desnuda, al otro lado de la puerta, y así pretendía dormir.
               Tommy negó con la cabeza y levantó la vista al cielo.
               -Tienes que darme el teléfono de Harry y Noemí-le dije a Scott-. Tienen que hacer otra como ella.
               -¿Qué hay de mi puñetera hermana, chaval?-espetó. Era tan subnormal que pensaba que consideraba en serio la posibilidad de dejar a Sabrae.
               -La otra parte del trío-respondí-. Sabes que la quiero con locura, pero también sabes que tengo un alma libre y un espíritu salvaje difícil de domar-le di una palmadita en el hombro.
               -Eso lo dices ahora, porque no la tienes delante. Se te cae la baba en cuanto la ves, flipado.
               -No es para menos. O sea, no es por nada, pero, ¿tú la has visto bien?-sonreí. Resbalarme con mis babas cuando miraba a Sabrae era lo mínimo que podía hacer cuando la tenía delante.
               -¿Que si la he visto? Yo la encontré, retrasado. De nada, por cierto.
               -Hasta mañana, tíos-se despidió Tommy, no sin cierto desánimo en la voz. Nos lo quedamos mirando.
               -¿Seguro, T?
               -¿Estarás bien?
               -Sí. Tengo que solucionar esto.
               -Oye, mira, ha sido culpa mía-admitió Scott, mirando a una Layla que parecía mucho más inclinada a perdonarnos a todos de lo que lo estaba Diana-. Se me fue el santo al cielo, me lié, y no me acordé de…
               -Diana está muy disgustada.
               -Nos hemos dado cuenta-asentí, ya sin tomarme a cachondeo lo que pasaba. La entendía perfectamente, mejor que nadie. Ya no era sólo la decepción creyendo que no habíamos hecho caso de lo que nos pedía o viendo que Tommy no se acordaba de llamarlas en ningún momento de la noche, sino la preocupación. Podía haber cosas que fueran muy mal en una noche de fiesta, y las cosas se complicaban muy rápido. Tenía todo el derecho el mundo a enfadarse y disgustarse. Sobre todo cuando no le ofrecían una disculpa nada más llegar.
               -¿Se lo dirás, por favor? Que no se enfade con Tommy. Él es el único que no tiene la culpa de nada.
               -Hablaré con ella-asintió, abrazándose la cintura, todavía apoyada en la pared. Estaba guardando unas distancias que no necesitaba guardar con nosotros pero, sinceramente, yo no era nadie para decirle a Layla que podía confiar en que no la defraudaríamos de nuevo. Estas cosas se demuestran con hechos, no con palabras.
               Tommy se giró para mirarnos, y nos acompañó hasta la puerta. Le dimos un abrazo y yo, además, una palmada en la espalda.
               -Ánimo, T. Todo se arreglará.
               -Me jode que piense que le pido perdón porque quiero hacer un trío con ellas-explicó, y Scott negó con la cabeza.
               -No va a pensar eso. Tú sólo… bueno, dile lo que ha pasado y punto. Y, por favor, perdóname. Se me ha ido la mano, no pretendía…
               -No te preocupes. Además, S… tengo dieciocho añazos ya. No soy ningún crío que necesite que le cuiden. Es hora de que empiece a responsabilizarme de mis decisiones. De las buenas, y de las malas.
               -Desfasarte en tu cumpleaños no es una mala decisión-repliqué, y Tommy me miró y sonrió con cansancio.
               -Vuelve con Saab, Al. Y disfruta todo lo que puedas de ella, mientras puedas hacerlo.
               En aquel momento no vi más que inocencia en sus palabras; no aprecié segundas intenciones ni creí que fuera a ver ningún doble sentido en ellas. Simplemente me tomé su consejo como un deseo de que disfrutara de la noche para que mi diversión y placer fueran consuelo para Tommy si él no las alcanzaba esa noche, y eso hice: cuando volví a la discoteca, me encontré a una Sabrae entregadísima a la música y ansiosa por follarme, que me montó en los baños de una forma vocal y salvaje más propia de una amazona que de una niña bien de Londres.
               Y entonces fui a su casa.
               Y escuché, con más fuerza que nunca, ese “mientras puedas hacerlo” con que Tommy había terminado de despedirse de mí.
              
 
 
Nunca creí que algún día sería posible que sintiera ansiedad estando en presencia de Alec. Él me hacía sentir segura, inmensa, invencible, eterna e inmortal. No había nada que pudiera hacerme daño cuando estaba entre sus brazos, o cuando tenía sus dedos en torno a los míos; no podía perderme si él me guiaba, pues aunque fuera el sol, sabía leer las estrellas para encontrar el camino de vuelta a casa.
               No, nunca pensé que fuera a sentirme ansiosa estando con Alec… hasta que pusimos rumbo a casa después de la fiesta de Tommy. Se nos había ido el santo totalmente al cielo; después de que él regresara de llevar a Tommy con Diana y Layla, que habían reservado una habitación para disfrutar de él en su cumpleaños igual que yo lo había hecho con Alec, habíamos bailado un par de canciones más y nos habíamos ido al baño a terminar lo que habíamos empezado en el de su casa. Todavía sentía un agradable escozor entre las piernas que sabía que me acompañaría unos días, quizá incluso después de que él se marchara, producto de la manera en que lo habíamos hecho en el baño, con una rabia y una desesperación que no parecía propia de seres racionales, pero que casaba a la perfección con nosotros y representaba muy bien lo que sentíamos el uno por el otro. Lo había sentido en lo más profundo de mi interior, tocando fondo dentro de mí, y él me había sentido en cada uno de sus poros, aferrándome a él con la desesperación de quien se aferra a un salvavidas.
               Ni yo misma me imaginaba hasta qué punto podía llegar a ser cierto… o erróneo.
               Cuando salimos del local ya solos y recuperé la cobertura, empezaron a llegarme notificaciones de mensajes tanto por Telegram, como por WhatsApp, SMS, y llamadas perdidas de mis padres. Entre mensajes y llamadas, tenía más de cincuenta, que se espaciaban a lo largo de la noche y dejaban de ser tan frecuentes a medida que iban pasando las horas.
               Se me hundió el estómago en lo más profundo de mi ser, pero, lejos de apelar a la sensatez y coger un taxi, le dije a Alec que quería ir en metro para saborear la tranquilidad del transporte público a horas intempestivas de la madrugada. Él sonrió, creyendo que lo hacía porque quería encontrar un vagón vacío en el que cumplir nuestra fantasía de hacerlo también allí, cuando en realidad lo que pretendía era posponer lo más posible mi llegada a casa. Necesitaba pensar: pensar qué les decía a mis padres, y qué le decía a Alec, todavía no sabía si para convencerlo de que durmiera en su casa y no asistiera a la bronca que me echarían nada más levantarse, o para que hiciera caso omiso de todo lo que me dirían, que seguro que no sería agradable. Al menos tenía el consuelo de que habíamos avanzado en la terapia lo suficiente como para que mis padres ya no hicieran tanta mención a mi novio cuando hablaban de lo mucho que había cambiado y lo preocupados que estaban con el declive de mi autoestima y mi estado de ánimo desde que Alec se había marchado, pero yo conocía bastante a mi chico como para saber que se tomaría como una crítica y un ataque a su persona el que me riñeran por haberme despreocupado de la hora que era cuando estaba con él. Se creería un irresponsable y aceptaría las críticas de mis padres como si fueran una verdad grabada en piedra, inmutable ante el paso del tiempo, y tendría que pasarme los siguientes días hasta que él se fuera convenciéndolo de que no era culpa suya nada de lo que me pasaba. Al contrario: si estaba sobreviviendo a estas semanas horribles era gracias al consuelo que tenía en sus cartas y en los recuerdos que habíamos formado juntos.
               -No me apetece-me excusé cuando me metió la mano entre las piernas y ascendió hasta acariciar mi sexo por encima de la ropa interior, que me había devuelto después de hacerme bailar sin ella en la discoteca antes de irnos al baño y consumar nuestro amor. Alec asintió con la cabeza, me dio un beso en la mejilla y frotó su nariz contra la mía, sosteniéndome por el mentón.
               -Vale, no te preocupes. En otra ocasión.
               Estaba tan feliz… me sentía terriblemente mezquina por ocultarle lo que sin duda pasaría cuando mis padres se despertaran. Era ruin no avisarlo, lo sabía, pero no encontraba la manera de hacerlo. Cada parada del metro era un suplicio, y cuando llegamos a la nuestra tuve que luchar contra mis piernas para que me obedecieran y me sacaran del vagón, atravesaran el andén y subieran las escaleras en dirección a la calle. No pude convencer a Alec de que no me importaba andar casi una hora en dirección a casa sin levantar sospechas, de modo que tuve que pedir un taxi que, eso sí, nos dejó a unos buenos diez minutos andando para darme un poco más de margen. Alec insistió en que teníamos dinero de sobra para que nos llevara a la puerta de casa, pero yo le dije que me apetecía caminar. Lo cual era cierto.
               Le dije que no quería que la noche acabara. Lo cual también era cierto.
               Le dije que quería tener un ratito más a solas con él. Lo cual era más cierto que nada.
               Tenía que armarme de valor para llegar a casa, para no darme la vuelta y echar a correr en dirección a la suya, lo que sería contraproducente, porque sabía que, como no pusiera un pie en mi casa antes de que saliera el sol, mamá saldría a buscarme y me montaría el pollo del siglo allí donde me encontrara, y el primer sitio al que iría a mirar sería a casa de los Whitelaw. Por descontado, estaría castigadísima.
               Cuando giramos la esquina de mi calle, tuve que tomar aire y soltarlo muy despacio para reprimir lo que sin duda era un ataque de ansiedad brotándome en el pecho. Me daba vueltas la cabeza y veía puntos en la periferia de mi visión, y lo único que me impedía caerme era la firmeza con la que sujetaba la mano de Alec, que sabía que no me dejaría caer.
               Me detuve en seco cuando noté una arcada, y Alec me miró con preocupación.
               -¿Saab? ¿Estás bien?-asentí con la cabeza, porque como se me ocurriera abrir la boca, me saldría hasta la primera papilla a chorro. Me costaba muchísimo respirar, así que hablar estaba descartado-. Estás temblando como una hoja, ¿tienes frío?
               Volví a asentir, porque tampoco era mentira. Dios, le había mentido en tantas cosas que ni siquiera debería encontrar consuelo en que, dándole respuestas vagas que no eran del todo verdad estrictamente hablando, tampoco le estaba mintiendo. Sí, me sentía como si me hubieran sumergido en un tanque de agua helada, pero aquello tenía más bien poco que ver con la temperatura del ambiente. Claro que él me había preguntado si tenía frío, y… pues sí, lo tenía.
               -Bueno, ya estamos prácticamente en casa, así que pronto entrarás en calor, no te preocupes-me dio un beso en la cabeza mientras me rodeaba con los hombros, cariñoso y protector, y a mí me dieron ganas de apartarlo de un empujón. No me merecía que me quisiera, no me merecía su cariño ni sus atenciones. Sólo su odio más visceral. No le había avisado de lo que iba a pasar, había sido descuidada, no había tenido en cuenta la hora que era… y por la mañana lo pagaríamos claro.
               Contuve un gemido cuando vi que las luces del salón de mi casa estaban encendidas, proyectando una promesa terrorífica sobre el jardín. Me detuve en seco y, de nuevo, sentí que una arcada se apoderaba de mí.
               -No-dije en voz baja-. No, no, no…
               -Sí-había gritado en el baño, moviendo las caderas en círculos, la polla de Alec en mi interior, su boca en mis tetas, su lengua en mis pezones-, sí, sí, sí…
               Esto es lo que pasa cuando no piensas en las consecuencias de tus actos.
               Me estaban esperando despiertos. Ni siquiera tenía la esperanza de que se tratara de papá componiendo alguna canción o dándole los últimos retoques a algo que ya tenía grabado. Toda mi suerte me había abandonado ahora que ya había hecho todo lo que me apetecía con Alec y estaba absolutamente saciada.
               -¿Te vas a quedar a dormir?-conseguí preguntar con un hilo de voz. Dime que no. Dime que te da pena tu madre y…
               -Sí, claro-respondió como si fuera lo más obvio del mundo. Porque, a ver… en realidad, lo era. Se había pasado medio día viajando para venir a verme, lo justo era que yo le regalara mi noche al completo, y no sólo la parte en la que estaba consciente,  por mucho que fuera la más interesante. Sentí que el corazón se me hundía en el pecho-. ¿O no quieres?-añadió en tono cauto, y yo lo miré.
               -Claro que quiero.
               Claro que también quería huir del país.
               Tomé aire y lo solté muy despacio, mirando la puerta de mi casa con los ojos vidriosos. Ojalá Scott estuviera conmigo; él sería capaz de aplacar a papá y mamá y convencerlos de que no me echaran la bronca delante de Alec por todo el mal que le haría a él. Claro que a mis padres les importaría una mierda lo mal que pudiera sentarle a Alec que me riñeran con él presente.
               Mi hermano se había ido a dormir a casa de Tommy aprovechando que Diana se la había dejado libre. Él disfrutaría de esa noche de sexo salvaje que yo ya había tenido, con la diferencia de que para él no tendría consecuencias porque seguro que había sido más listo y había avisado en casa de cuáles eran sus planes y con quién pensaba cumplirlos. Eleanor me daba muchísima envidia.
               Y Alec, mucha lástima.
               -¿Entramos, bombón?
               -Me la voy a cargar-dije con un hilo de voz, pero Alec me escuchó. Frunció el ceño y me preguntó por qué, y yo dije como en un trance, todavía con los ojos fijos en las ventanas iluminadas-. Mañana tengo clase, y es tardísimo.
               -Pero has avisado de que estarías fuera un rato-razonó-. No te preocupes.
               Me dio un cariñoso apretón en los hombros y me ayudó a subir las escaleras, achacando mi tembleque al frío y al cansancio, totalmente ajeno a que estaba a punto de darme un infarto. Alec me cogió la mano cuando vio que me temblaba tanto que no atinaba a meterla en la cerradura, y me ayudó a abrir la puerta.
               No dejé que la girara. Fue ahí cuando salí de mi estado catatónico, y no le permití dar más señales de que ya estábamos allí. No quería que ningún animal salvaje se abalanzara sobre él sin que yo tuviera la oportunidad de protegerlo, así que me giré y lo miré a los ojos, que resplandecían con tonos dorados a la luz del porche. Le acaricié la cara.
               -Eres tan guapo…
               Alec parpadeó.
               -Eh… gracias. Pero creo que también lo seré dentro, ya sabes… donde no haga tanto frío.
               -Necesito que esperes aquí un minuto.
               Frunció el ceño.
               -¿Perdón?
               -Tú sólo… prométeme que me darás un minuto antes de entrar.
               -Pero, ¿por qué?
               -Por favor. Alec, por favor-le pedí, acariciándole la cara, y sintiendo cómo se me llenaban los ojos de lágrimas-. Prométemelo.
               -¿Estás llorando?
               -Por favor, Alec-supliqué, al borde ya de las lágrimas-. Necesito que me prometas que me vas a dar un minuto.
                Te ha costado tanto llegar hasta donde estás… no puedo dejar que mis padres pongan en peligro todo por lo que has trabajado tanto.
               Alec se mordió el labio, observándome, y pude ver cómo en su cabeza sumaba dos y dos. Inhaló despacio, los ojos puestos en los míos, y soltó el aire por la nariz.
               -En realidad no tienes frío, ¿a que no?
               -Por favor, Alec. Te daré lo que quieras, pero… por favor, por favor, no entres todavía.
               Alec levantó la vista y miró la ventana a través de la que se colaba la luz con un odio con el que sólo le había visto mirar dos veces antes: a su padre, y a su hermano. Apretó la mandíbula y tragó saliva, la nuez de su garganta subiendo y bajando igual que lo había hecho mi día.
               -Puedes ir olvidándote de que duerma en mi casa-dijo después de un instante que a mí se me hizo eterno.
               -No quiero que duermas en tu casa. No quiero alejarme ni dos metros de ti. Pero va a pasar una cosa que… no quiero que presencies. Vas a estar muy poco tiempo aquí, y no quiero que esto te lo amargue.
               -Estás al borde de un ataque de ansiedad, Sabrae, ¿te crees que eso no me está amargando ya la noche? Te prometí que estaría contigo pasara lo que pasara, así que entenderás que no me haga ni puta gracia dejarte sola cuando te estás poniendo tan mal.
               -No me estarás dejando sola. Yo sólo… necesito un minuto para recomponerme. Un minuto. Por favor. Te daré lo que quieras, Alec. Lo que quieras. Haré todo lo que me pidas, pero… por favor-sollocé, y me limpié rápidamente las lágrimas. Me sentía sucia, rastrera, ruin. No me merecía llorar delante de él para conmoverlo, y menos aún cuando lo que se me venía encima era solamente culpa mía-. Yo… no quiero que lo escuches. No quiero. Por favor. Podrás pedirme lo que…
               -No quiero pedirte nada. Lo nuestro no es ninguna transacción. Yo no te quiero porque me dejes follarte como a mí me dé la gana. Te quiero porque eres tú y punto. Vale-accedió-. Si es tan importante para ti… vale. Un minuto.
               -Más de un minuto-le pedí, y él se rió, pasándose la lengua por las muelas. Sacudió la cabeza.
               -Sabrae…
               -No quiero que lo escuches. No quiero que lo veas. Por favor. No sé si con un minuto será suficiente. Necesito… espera aquí. No entres. Sé que hace frío, y créeme-dije, quitándome su chaqueta y tendiéndosela-, te lo compensaré con creces, pero… no quiero que lo veas. Es por tu bien. Te lo compensaré.
               -Ya me lo has compensado-respondió.
               -Sé que te ha gustado lo del baño, pero…
               -No me refiero a lo del baño. Me refiero a lo que hiciste el 26 de abril de 2020. Con eso ya me has compensado todo lo malo que me puede pasar.
               Se me escapó un sollozo y lo abracé.
               -Lo siento. Lo siento muchísimo, sol.
               Me devolvió el abrazo y me besó la cabeza, acariciándome la espalda de una forma que me tranquilizó un poco. Era milagroso, este novio mío.
               A ver si seguía llamándolo así después de esta noche, o si seguía pensando que el 26 de abril de 2020 era un buen día.
                Me dio una suave palmada en los lumbares cuando me volví y giré el pomo de la puerta. Eché un vistazo por encima del hombro y luego, como quien se sube al patíbulo, entré en casa temblando como una hoja. Me apoyé en el mueble de la entrada para no perder el equilibrio y giré la esquina del vestíbulo, preparándome para lo peor: ver a papá y mamá esperando para saltarme encima.
               Aun así, lo que me encontré en el salón fue peor que cualquier pesadilla que pudiera tener. Mamá estaba allí.
               Sola.
               Con los ojos fijos en mí igual que una pantera observando una oveja. Respiraba con fuerza, atravesándome con la mirada de una forma en que su familia se habría reducido en un miembro si las miradas matasen. Tenía los labios contraídos en una fina línea, el pelo alborotado, y unas ojeras que acentuaban todavía más su rabia de ultratumba. Me quedé clavada en el sitio mientras mamá se llevaba el móvil a la oreja.
               -Está en casa-dijo simplemente, y luego colgó. Entrelazó los dedos sobre su regazo y posó la mirada en mí con una calma que a mí me dio pavor-. Sabrae Gugulethu Malik-dijo con voz neutra-, espero de corazón que hayas llegado a casa un día entre semana a las cinco y diez de la madrugada porque te has topado con un ejército de Directioners que se negaban a dejarte marchar si no te hacías una foto con todas y cada una de ellas. Esa es la única excusa que no me da terror de todas las que se me ocurren para por qué te dignas a presentarte en casa a esta hora.
               »Dime, Sabrae, ¿te has encontrado con un ejército de Directioners?
               -No-dije con un hilo de voz, y mamá tomó aire.
               -Entonces deben de haberte secuestrado. ¿Te han secuestrado, Sabrae?
               -Tam-tampoco.
               -Bien. Mejor. Entonces, dime, ¿qué coño-mamá se levantó despacio, como si se estuviera conteniendo para no saltarme encima- te ha pasado para que aparezcas en casa un día entre semana a las cinco y diez de la puta madrugada después de dejar solamente un mensaje diciendo que te ibas de fiesta con tu hermano y sus amigotes por el cumpleaños de Tommy?
               -Yo… yo… mamá…
               -¡HABLA!-ladró, y pude sentir la tensión al otro lado de la puerta. No entres. No entres, no entres, no entres.
               -Lo siento muchísimo. No miré el reloj. No tenía cobertura, y no vi que me habíais llamado. No era mi intención preocuparos. Estaba con Scott y los demás y…
               -¡QUE NO ERA TU INTENCIÓN PREOCUPARNOS!-bramó-. ¡ESA SÍ QUE ES BUENA!
               -Mamá, por favor, no grites.
               -¡¿QUE NO GRITE?! ¡MI HIJA DE QUINCE AÑOS SE PRESENTA EN CASA A LAS CINCO Y CUARTO DE LA MADRUGADA DE UN DÍA ENTRE SEMANA SIN DAR ABSOLUTAMENTE NINGUNA EXPLICACIÓN, SIN RESPONDER A LOS MENSAJES NI A LAS LLAMADAS, ¿Y ME PIDES QUE NO GRITE? ¡¡¡VOY A HACER QUE SE ENTERE TODO EL VECINDARIO DE LO SINVERGÜENZA Y EGOÍSTA QUE ERES, SABRAE!!! ¡¡TU PADRE Y YO ESTÁBAMOS PREOCUPADÍSIMOS!! ¡CREÍAMOS QUE TE HABÍA PASADO ALGO! ¡NI TÚ NI TU HERMANO, TOMMY O ELEANOR RESPONDÍAIS A NUESTRAS LLAMADAS! ¡NO TENÍAMOS NI PUTA IDEA DE DÓNDE COJONES ESTABAS! ¡¡¿Y QUIERES QUE BAJE LA VOZ?!! ¡¡¡¡¡PUES NO VOY A BAJAR LA VOZ!!!! ¡¡¡ERES UNA IRRESPONSABLE, ERES UNA SINVERGÜENZA, ERES LA VERGÜENZA DE ESTA FAMILIA Y ESTÁS ABSOLUTAMENTE DESCONTROLADA DESDE QUE ALEC SE MARCHÓ!!! ¡¡PERO ESTO TE LO VOY A….!!
               -¡No metas a Alec en esto!-protesté, y mamá me dio un bofetón.
               -¡¿CÓMO TIENES LA AUDACIA….?! ¡¡¡A MÍ NO ME LEVANTES LA VOZ, NIÑA!!! ¡¡UN RESPETO!! ¡¡TE CREERÁS QUE ERES LA REINA DE ESTA CASA Y QUE ESTAMOS TODOS A TU SERVICIO, PERO ESO SE ACABÓ, MOCOSA!! ¡¡ESTÁS CASTIGADA HASTA EL AÑO QUE VIENE!! ¡¡SE TE ACABÓ EL INTERNET Y SE TE ACABÓ EL IR POR AHÍ CON TUS AMIGAS A HACER SABE DIOS QUÉ!! ¡¡ESTE CACHONDEO QUE TE TRAES YA ESTUVO BIEN!! ¿CUÁNTOS AÑOS TE CREES QUE TIENES? ¿TE PIENSAS QUE ERES TU HERMANO? ¿QUE YA ERES ADULTA? ¡¡TIENES RESPONSABILIDADES!! ¿MAÑANA NO TIENES UN EXAMEN?
               -Ya he estudiado…
               -¡ME IMPORTA UNA MIERDA QUE HAYAS ESTUDIADO! ¡¿AHORA VAS A EMPEZAR A SALIR DE FIESTA HASTA LAS TANTAS ANTES DE TUS EXÁMENES?! ¿VAS A EMPEZAR A DROGARTE OTRA VEZ, EH?
               -Mamá, por favor, ¿no podemos hablar de eso mañana, cuando estemos más…?-empecé, pero ella dio un paso hacia mí y yo retrocedí.
               -¡Ah, no, de eso nada! ¡¡Tengo a tu padre peinando toda la ciudad, he tenido a tu hermana tratando de rastrear tu teléfono hasta las tres de la madrugada, ¿y ahora a la señorita le viene mal que la eduque?!! ¡¡Pues adivina qué, Sabrae!! ¡¡TE VOY A EDUCAR CUANDO A MÍ ME PAREZCA, NO CUANDO A TI TE VENGA BIEN!! ¡¡TIENES QUE ENTENDER QUE TUS LIBERTADES SON PRIVILEGIOS, NIÑA, NO DERECHOS!! ¡O LOS EJERCES CON RESPONSABILIDAD O NO LOS EJERCES! ¡Y en los últimos meses no has hecho más que demostrarnos a tu padre y a ti que no sabes gestionarte la confianza que depositamos en ti, así que eso se acabó, Sabrae! ¡Vas a estar encerrada en casa hasta que cumplas los treinta! ¡¡TENER LA AUDACIA DE PLANTARTE EN CASA A LAS CINCO Y CUARTO Y TODAVÍA PROTESTAR PORQUE NO TE VIENE BIEN QUE TE ECHE LA BRONCA!! ¡Seguramente la princesa está tan cansada después de meterse todos los polvos habidos y por haber que no puede soportar ni un segundo más de pie!
               -Yo no me he metido nada-dije con un hilo de voz, pero mamá estaba como loca.
               -No entiendo cómo puedes ser así de egoísta. Eres una irresponsable. Y una egoísta. Una egoísta, Sabrae. A tu padre y a mí nos vas a matar del susto un día de estos. Lo siento si se te hace duro que Alec esté lejos, pero volverte loca y comportarte como si fueras una veinteañera independizada que resuelve sus problemas yendo de fiesta no es la solución. ¡¡Entiendo que necesites distraerte, pero este no es el modo, ni el momento, ni el lugar!! ¡¡Tienes que decirnos dónde estás!! ¡¡TIENES  QUE ESTAR LOCALIZABLE!! ¡¡¿DE QUÉ COÑO ME SIRVE PAGARTE UN MÓVIL SI NO CONSIGO LOCALIZARTE PARA ASEGURARME DE QUE ESTÁS BIEN?!! ¡¡TU HERMANO ES FAMOSO AHORA POR DERECHO PROPIO!! ¡ERES TODAVÍA MÁS CONOCIDA QUE ANTES! ¡SOY TU MADRE Y DEBO PROTEGERTE! ¡Y SI NO ME PERMITES HACERLO, TEN POR SEGURO QUE TE OBLIGARÉ A PERMITÍRMELO! ¡SI TE TENGO QUE ENCERRAR EN CASA PARA QUE NO SALGAS, POR DIOS TE JURO QUE LO HARÉ, SABRAE! Eres una vergüenza. No sé qué coño te pasa. Estás absolutamente descontrolada. Desde que Alec te puso los cuernos…
               -¡ALEC NO ME PUSO LOS CUERNOS!-chillé.
               -¡NO LE DEFIENDAS! ¡Y NI SE TE OCURRA LEVANTARME LA VOZ!-añadió, acercándose a mí y acorralándome contra la pared-. Desde que él se fue no hay quien te reconozca. Te has convertido en todo lo que hemos luchado durante toda tu vida para que no fueras. Una cría insensible y sin empatía que sólo piensa en sí misma y en divertirse, que no valora las consecuencias de sus actos y a la que le importa una mierda lo que podamos preocuparnos en casa cuando dan las doce y no aparece.
                -Se me echó el tiempo encima, pero estaba bien. De verdad, mamá, lo siento mucho, pero… no puedes seguir echándole la culpa a Alec de todo lo que yo hago mal. Él no tiene la culpa de nada.
               -¿¡QUE NO TIENE…!?
               -¡Fiorella dice que mi mala gestión de su ausencia no es culpa de Alec, sino mía! Así que necesito que te tranquilices. Necesito que me prometas que lo hablaremos mañana, cuando…
               -¡QUE NO VOY A DEJARLO CORRER, SABRAE! YA VAN DOS VECES QUE DESAPARECES SIN DAR SEÑALES DE VIDA. NO VA A HABER UNA TERCERA, TE LO GARANTIZO. EN CUANTO TU PADRE LLEGUE A CASA, NOS CONTARÁS A LOS DOS A QUÉ COÑO TE HAS ESTADO DEDICANDO ESTAS SIETE HORAS QUE LLEVAS ILOCALIZABLE, Y LUEGO ÉL Y YO DECIDIREMOS QUÉ HACEMOS CONTIGO. SI TE TENEMOS QUE MANDAR A UN INTERNADO PARA QUE TE ENDERECES, BIEN SABE DIOS QUE LO HAREMOS. POR MUCHO QUE NOS DUELA, PERO SI ES LO QUE TENGO QUE HACER PARA ESTAR TRANQUILA, SABIENDO QUE AL MENOS NO ESTARÁS POR AHÍ, METIÉNDOTE SABE DIOS QUÉ, HACIENDO SABE DIOS QUÉ CON SABE DIOS QUIÉN PORQUE TE HE FALLADO COMO MADRE Y AHORA TE SIENTES VACÍA PORQUE NO ESTÁ TU NOVIO…! No me vas a hacer pasar por otra noche más así-jadeó-. Te lo juro por Dios, Sabrae. No voy a volver a pasar otra noche como esta por tu culpa, temiéndome lo peor, pensando si te voy a volver a ver, si te habrán hecho daño o si sólo eres una egoísta que no piensa en lo mucho nos preocupamos por ti, sobre todo viendo el historial que has ido creando a mis espaldas, sin saber si estabas a salvo…
               Y entonces, una voz a la espalda de mamá.
               -Por supuesto que estaba a salvo-dijo Alec, plantado con los pies separados y los puños apretados, mirando a mamá con una rabia con la que yo no le había visto mirar a nadie. Ni siquiera a su propio padre-. Estaba conmigo.
              




             
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3 comentarios:

  1. Madre mía. A ver lo primero es que me ha dado mucha nostalgia ver una escena tan mitica de cts narrada desde la perspectiva de alec, me ha dolido un poquito el corazoncito.
    Por otro lado me muero de la ansiedad de que se abran y sean sinceros de una vez y sobre todo ahora con el puto final que me ha dejado el corazón en un puño. No me puedo creer que diga esto porque llevo semanas deseándolo, pero ahora que va a pasar no se si quiero enfrentarme realmente a lo que va a ser un sherezada vs alec, con la posterior aparición de zayn xd.

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    1. Me ha fastidiado bastante que me comiera el tiempo porque si hubiera podido me habría extendido mucho más en esa escena mítica (literalmente fue ahí donde me di cuenta de que Alec iba a tener muchísima más importancia en Sabrae cuando lo escribí sólo por la frase de "lo dices por la trompa"), pero ya sabes la OBSESIÓN que tengo por subir en 23 y no podía no hacer que el capítulo terminara con esa frase.
      Y bueno, hablemos de que se me está yendo bastante de las manos la tensión que va a haber en la novela y no tengo ni idea de cómo lo voy a resolver lmao, no estoy segura de si seré capaz de volver de este camino de la amargura pero se va a intentar fuerte (todo porque no sé si me estoy cargando a los personajes de Zayn y Sherezade o porque los he hecho tan bien que han cobrado vida propia y tampoco obedecen)

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  2. No te imaginas lo que había echado de menos Sabrae y lo contenta que estoy de estar comentando otra vez (aunque me quieras dejar 2 semanas con este fin de cap). Comento cositas:
    - Alec y Bey midiéndose ha sido una fantasía, adoro muchísimo su relación (lo diré en cada capítulo si es necesario me da igual repetirmeeeee).
    - Eleanor metiéndose con Tommy por haber perdido el concurso, cosa de la que nunca me cansare.
    - que RISA que a Alec le tocara Scott en el test de quién eres de cts.
    - que Alec solo se acuerde de Diana como novia de Tommy… por cosas así yo digo las cosas
    - Alec queriendo ver todas las historias de Sabrae durante el voluntariado me pone soft
    - BUENÍSIMO el momento imperio romano, que buena idea tuve jejejje
    - me ha encantado la escena de cts desde el punto de vista de Alec (estaba deseando volver a leerla, es una escena TAN icónica)
    - que FATAL lo he pasado con el final Eri, ha sido terrorífico. Sabrae al borde del ataque de ansiedad temiéndose lo que se venía, Alec sin entender nada, todas las mentiras saliendo a la luz, Sherezade con la peor bronca del universo cts (aunque el “eres la vergüenza de la familia” no me lo puedo tomar en serio), LA ENTRADA DE ALEC… FUERTE FUERTE FUERTE TODO
    Con muchas ganas de seguir leyendo y de que arregles esto. <3

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