lunes, 9 de octubre de 2023

Los restos de un naufragio.


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Ella podría haberme pedido un millón de cosas a las que no habría sido capaz de decirle que no ni viviendo mil vidas, incluso aunque no fuera más que un esclavo del tiempo y del destino. Sabía que era mi punto débil, esa niña bonita a la que yo jamás sería capaz de negarle ningún capricho.
               Excepto este.
               Podía pedirme que dejara de decir gilipolleces, que me esforzara por una vez en mi vida y luchara por algo que no fuera a reputarme una satisfacción inmediata como lo había hecho con los estudios; podía pedirme que sentara la cabeza y no me conformara con polvos sin sentimientos y me esforzara por merecerme el amor de alguien que verdaderamente me importara, y a la que yo le importara también; podía pedirme que me fuera a miles de kilómetros de ella y que sobreviviera a su ausencia y a mi necesidad de tenerla entre mis brazos para alejar de nosotros cualquier pesadilla. Joder, podía pedirme que me creyera que de verdad me merecía el inmenso amor que la gente me dedicaba, que cambiara totalmente la concepción que tenía de mí mismo. Dios, podría incluso pedirme que le bajara la Luna, y yo lo haría.
               Pero no podía pedirme lo que acababa de pedirme. No podía ir en serio cuando me dijo que necesitaba tiempo para entrar en casa y que, pasara lo que pasara, no cruzara el umbral de aquella puerta que tantas veces había significado felicidad para mí, si lo que iba a haber detrás de ésta era una bomba de relojería que llevaba su nombre y que se activaba con el sonido de su voz.
               No podía pedirme que me quedara en el porche de su casa mientras Sherezade descargaba sobre ella una rabia que Sabrae no se merecía, y que mi chica no había provocado. Podría entender que estuviera preocupada, o que la esperara hasta las tantas de la madrugada para asegurarse de que yo la traía a casa sobria y de una pieza, pero ¿a qué cojones se debía este espectáculo?
               Escuchar cómo Sabrae le suplicaba a Sherezade que se tranquilizara y dejara que se explicara hacía estragos en mi estabilidad mental. Y que Sherezade no le hiciera el menor caso y siguiera y siguiera gritándole me llevaba mucho más allá de lo que pensaba que era mi límite de paciencia, una que todos decían que era infinita, pero que ni de coña se le parecía.
                La sangre me hervía en las venas, con lo que la temperatura del exterior de aquella noche de mediados de octubre en la que todos en mi grupo de amigos principal era todavía más fría. Noté que me temblaban las piernas, y que había cerrado los puños de la rabia, apretándolos como no lo había hecho ni siquiera en los combates que más me habían acojonado y a los que me había subido al ring pensando que iban a matarme allí mismo.
               Y, precisamente por ese terror y ese descenso a lo más profundo de mi ser, donde me esperaba la bestia que todos llevamos dentro y que se había alimentado de mis miedos e inseguridades durante tanto tiempo que su apetito ya era insaciable, fue por lo que no pude aguantarlo más.
               Con la imagen de Sabrae temblando mientras miraba la luz que se colaba a través de la ventana del salón quemándome las retinas di el primer paso para agarrar el pomo de la puerta. Sherezade estaba gritándole a Sabrae que era una irresponsable, que era una niña malcriada y consentida, que la culpa era suya y que ahora le iba a poner remedio. Remedio, ¿a qué?, ¡si tenía el ser humano más perfecto y bueno en su casa!
               La amenazó con encerrarla en casa; a ella, el ave más hermosa, la única cuyas alas podían transportarla entre mundos con apenas un par de aleteos; la que desataba tormentas y apaciguaba huracanes.
               -Eres una vergüenza-escupió Sherezade con un odio que… que… me recordó muchísimo a las primeras palabras que era consciente de haber escuchado en mi vida. Eran las palabras de mi padre mientras insultaba a mi madre, le decía que no era nada y que se lo debía absolutamente todo a él, así que debería estarle agradecida de que sólo le pegara y no acabara con su patética e inútil vida-. No sé qué coño te pasa. Estás absolutamente descontrolada. Desde que Alec te puso los cuernos…
               Me detuve en seco justo bajo el marco de la puerta. Por descontado, no me sorprendía que sus padres supieran lo que nos había pasado durante mi primera semana del voluntariado; después de todo, había estado demasiado mal durante demasiado tiempo como para no terminar contándoselo. Además, Saab lo hablaba todo con su madre, así que era evidente que estaría al corriente de aquel desliz fantasma que me había achacado a mí mismo pero que no había cometido en realidad.
               Pero que Sherezade se lo echara en cara… como si Saab tuviera la culpa de que yo no supiera gestionar bien mi propia ansiedad… tomé aire y lo solté muy despacio, dispuesto a cruzar la habitación y gritarle a Sherezade que a mí nunca, nunca se me ocurriría hacerle daño a propósito a su hija.
               No obstante, no hizo falta. Porque donde Saab se había defendido con timidez, tratando de que su madre la escuchara, explotó en una reacción en cadena propia de la fisión nuclear.
               -¡ALEC NO ME PUSO LOS CUERNOS!-bramó con la potencia de unos pulmones que podrían desbancar perfectamente a los de Scott y Eleanor combinados. Me sentí tremendamente honrado de que alguien como Saab estuviera dispuesta a sacar las garras por mí cuando ni siquiera lo hacía por ella, y sólo por eso me mantuve al margen de la discusión. Tiene que librar sus propias batallas, me dije. Éramos un equipo, y los equipos no se torpedean los unos a los otros. Sabía que Sherezade estaba cabreada porque se había ido conmigo sin pensar en las consecuencias, y hasta cierto punto podía entender que se enfadara porque a Saab se le hubiera ido el santo al cielo, pero… la verdad, este puto circo que le estaba montando me parecía excesivo.
               Claro que, habiendo sido el semental más salvaje de todo Londres y estando ahora más que feliz cada vez que mi amazona me sacaba a pasear al trote por las calles de la ciudad, sabía de sobra que Sabrae sería capaz de salir victoriosa de aquello.
               O eso creía yo.
               -¡NO LE DEFIENDAS!-tronó Sherezade, como si fuera algo aberrante que una novia defienda a su novio. La había visto un millón de veces en la misma posición en que estaba ahora Sabrae, defendiendo a Zayn como una hiena de un ejército de buitres que trataban de sacar beneficio de sus problemas, así que no tenía ninguna autoridad para ponerse chula con Sabrae-. ¡Y NI SE TE OCURRA LEVANTARME LA VOZ!-añadió, y las voces se desplazaron, como si Sabrae hubiera intentado ir en dirección a las escaleras y Sherezade le hubiera cortado el paso. Esta vez, su madre habló en voz más baja, aunque no por ello menos venenosa-. Desde que él se fue no hay quien te reconozca. Te has convertido en todo lo que hemos luchado durante toda tu vida para que no fueras. Una cría insensible y sin empatía que sólo piensa en sí misma y en divertirse…
               Ah, no. No, no, no. Ni de puta, vamos, ni de putísima coña. Sherezade no iba a dejar a  Sabrae de egoísta y de niñata conmigo presente, vamos. Ni de putísima coña. ¿Cómo podía ser tan mezquina?
               -… que no valora las consecuencias de sus actos y a la que le importa una mierda-escupió con asco- lo que podamos preocuparnos en casa cuando dan las doce y no aparece.
               Joder, ni que se hubiera ido sola o en secreto. Había avisado a sus padres de que se iba de fiesta con todos nosotros, y deberían saber que yo no dejaría que le pasara nada. Sí, vale, en Nochevieja casi se nos van las cosas de las manos y podían haberle hecho mucho, pero que mucho daño, pero había sido porque yo me distraje un ratito, nada más. Había venido desde Etiopía para estar con ella; por descontado, no iba a quitarle los ojos de encima.
                -Se me echó el tiempo encima-explicó Sabrae con la voz temblorosa y frotándose las manos-, pero estaba bien. De verdad, mamá, lo siento mucho, pero… no puedes seguir echándole la culpa a Alec de todo lo que yo hago mal. Él no tiene la culpa de nada-me defendió, y yo le habría comido los morros allí mismo, fan número uno de esa valentía que casi rayaba en la imprudencia. Le habría comido los morros y también le había echado la bronca porque no necesitaba defenderme de Sherezade; bastaba con que se defendiera a sí misma. Si quitándome culpa a mí iba a cargar con ella, yo no lo consentiría.
               -¿¡QUE NO TIENE…!?-bramó Sherezade, y me dieron ganas de escupirle. Joder, vale, a Sabrae se le había echado el tiempo encima y no había avisado de a qué hora llegaría, pero necesitaba relajarse. Puede que yo no sea padre y que mi opinión no esté correctamente formada, pero que le montara este pollo por haberse desmadrado con su novio sin preocuparse de la hora me parecía una putísima tomadura de pelo, la verdad. Y una de muy mal gusto, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo que habíamos pasado sin vernos. Tenía que darle un poco más de margen. Apretándola como parecía pretender hacerlo, sólo conseguiría asfixiarla.
               -¡Fiorella dice que mi mala gestión de su ausencia no es culpa de Alec, sino mía!-explicó Saab con desesperación, y extendió las manos en dirección a su madre, como tratando de detenerla de que hiciera alguna estupidez-. Así que necesito que te tranquilices. Necesito que me prometas que lo hablaremos mañana, cuando…
               -¡QUE NO VOY A DEJARLO CORRER, SABRAE! YA VAN DOS VECES QUE DESAPARECES SIN DAR SEÑALES DE VIDA. NO VA A HABER UNA TERCERA, TE LO GARANTIZO. EN CUANTO TU PADRE LLEGUE A CASA, NOS CONTARÁS A LOS DOS A QUÉ COÑO TE HAS ESTADO DEDICANDO ESTAS SIETE HORAS QUE LLEVAS ILOCALIZABLE…
               Sherezade, tienes cuatro hijos. Seguro que lo adivinas si te paras a pensarlo un poco, pensé con amargura mientras la escuchaba avanzar hacia Sabrae. Me descubrí de nuevo esforzándome por mantenerme en mi sitio para que Sabrae lidiara con ella; era lo mínimo que podía hacer, después de todo lo que ella había hecho por mí. Si me había pedido que me quedara fuera era por algo; seguro que tenía relación con lo breve de mi estancia en Inglaterra y que no querría que Sherezade tuviera una excusa para, de nuevo, volver al punto de partida del que tanto les había costado salir después de que Sabrae le pidiera el avión para quedarse más tiempo conmigo. Que hubieran superado ya aquel bache no quería decir que ninguno de los dos estuviéramos dispuestos a dar un volantazo que pudiera hacer que el coche volcara. Más aún teniendo en cuenta cómo Zayn y Sherezade se habían puesto en mi contra cuando Sabrae pidió el avión y se enfadó porque no se lo querían dar, como si fuera algo malo que su hija quisiera con tantas ganas a alguien hasta el punto de revolverse contra todo lo que antes había protegido simplemente para conservar un poco más a su lado lo que más deseaba ahora.
               Es decir... podía entender que Zayn y Sherezade me convirtieran en el enemigo público número uno si yo les había hecho bajar puestos en la pirámide de prioridades de Sabrae, pero… lo entendía porque yo era su novio y ella estaba en la cúspide de la mía. Lo entendía igual que entendía los celos de Mimi y que ella echara de menos ser la reina de mi vida. Pero que lo entendiera no quería decir que me pareciera bien, o que estuviera justificado. Sabrae estaba siguiendo el camino que la vida nos marca a todos: cuando somos pequeños, por encima de nuestros padres no hay nadie (con la excepción, quizá, de nuestros hermanos, si tenemos suerte de tenerlos y son buenos); en la adolescencia y la edad adulta, nuestros padres bajan a un segundo plano en beneficio de una pareja que nos hace descubrir todo nuestro potencial. Hay cosas que tu madre no puede hacerte pero que tu novia sí, así que es el orden lógico y natural.
               Y luego, si tienes la suerte de convertirte en padre, por encima de tus hijos ya no hay nada. Ése es el equilibrio final al que todos aspiramos. Sherezade debería saberlo bien; no sólo era hija, sino también hermana pequeña, tía, y, por encima de todo, madre. Scott ya había recorrido el camino que Sabrae estaba recorriendo ahora, ¿por qué se lo echaban en cara a ella cuando a él le habían aplaudido en su evolución?
               Además, ¿qué cojones? Sabrae no era ninguna egoísta por disfrutar libremente de su sexualidad. La habían educado para que lo hiciera, sin darle explicaciones a nadie de las decisiones que tomaba, siempre y cuando se asesorara correctamente. ¿Qué coño hacía ahora montándole este pollo por haber dejado de mirar el reloj cuando estaba conmigo? Lo menos que podía hacer una buena madre era alegrarse, siquiera un poco, porque su hija tuviera a alguien que la hiciera despreocuparse de la hora.
               -Y LUEGO ÉL Y YO DECIDIREMOS QUÉ HACEMOS CONTIGO. SI TE TENEMOS QUE MANDAR A UN INTERNADO PARA QUE TE ENDERECES—¿internado? ¿Enderezarse? ¿Pero esta señora se está oyendo? Que se ha ido de fiesta un día entre semana, no a torturar sintecho en King’s Cross—, BIEN SABE DIOS QUE LO HAREMOS. POR MUCHO QUE NOS DUELA, PERO SI ES LO QUE TENGO QUE HACER PARA ESTAR TRANQUILA, SABIENDO QUE AL MENOS NO ESTARÁS POR AHÍ, METIÉNDOTE SABE DIOS QUÉ
               ¿Cómo que “metiéndote sabe Dios qué”? No la había más responsable en ese sentido que Sabrae. Entendía que sintiera curiosidad por tontear con las drogas, pero siempre había sido por experimentar y probar cosas nuevas conmigo. E incluso entonces había seguido teniendo un respeto que esas sustancias se merecían, y sólo había querido probarlas en un ambiente controlado, estando conmigo, y asegurándose de que serían de la mejor calidad. Además, sólo habíamos hablado de la posibilidad de que lo hiciéramos en el futuro, ¡ni que se dedicara a esnifar por las esquinas cuando yo no estaba!
               -HACIENDO SABE DIOS QUÉ…
               Sherezade, tienes cuatro hijos, volví a pensar con amargura. Era evidente lo que había ido a hacer conmigo.
               ¿A qué cojones venía todo esto ahora? ¿Por esto estaba yo pasándolo mal en el voluntariado, había renunciado a la sabana y me estaba perdiendo el principio de la universidad de mis amigos, todo lo que iban a ir consiguiendo, y también el crecimiento de mi hermana? ¿Por esto había condenado a Sabrae a pasarlo mal durante un año, sufriendo mi ausencia y preguntándose si estaría bien?
               ¿Por esto había traicionado la promesa más sagrada que nos habíamos hecho, la de sernos sinceros? ¿Para proteger una tranquilidad que Sherezade estaba dispuesta a poner en peligro a la mínima ocasión que se le presentaba? Esto no se trataba de Sabrae. No podía tratarse solamente de Sabrae. Ella no había hecho nada que se mereciera que Sherezade se volviera puto loca con ella.
               Me daba vueltas la cabeza y tenía ganas de vomitar; bilis o lava, todavía no lo sabía. Sentía un nudo en el estómago que curiosamente me hacía muy difícil respirar, pero lo peor de todo era la sensación de descontrol que sentía haciéndose con todo mi cuerpo, un instinto asesino que hacía años había conseguido dormir. No podía saltar sobre Sherezade y esperar que las cosas fueran más fáciles para Sabrae; no podía salir y defenderla como yo quería si Sherezade le estaba montando esto porque había salido de fiesta conmigo, no podía poner en peligro todo por lo que Saab y yo habíamos luchado tanto simplemente porque Sherezade no llevara bien ser ahora la segundona. No podía defender mi puesto como el preferido de Sabrae sin hacer que el resto de la pirámide se tambaleara. No ahora, al menos.
               Y entonces, justo cuando creí que tenía el control de nuevo de mi vida y de mi rabia, Sherezade soltó:
               -CON SABE DIOS QUIÉN…
               Con sabe Dios quién. La frase reverberó dentro de mí igual que las risas diabólicas de Aaron pegando a Mimi de pequeña cuando nuestros padres no miraban o los gritos de mi padre diciendo que mi madre era una puta y que se merecía que la matara. Descendió a lo más profundo de mi interior y me hizo añicos.
               Esto no se trataba de que Sabrae se hubiera ido conmigo. No; se trataba de que Sabrae se había ido de casa y no había dicho con quién. Sólo podía asumir que Sherezade no sabía que estaba en el país, a juzgar por sus gritos. Y si mi chica no le había dicho a su madre con quién estaba…
               Todo estaba girando sobre un eje que yo ni siquiera sabía que estaba ahí; ya le habíamos pedido perdón, y supuestamente las cosas iban mejor, lo habían arreglado; me habían abierto las puertas de su casa en mil ocasiones antes, tanto cuando estaba con Sabrae como cuando no era así. ¿Cuál era el puto problema ahora?
               ¿Qué cojones estaba pasando? ¿Y por qué Sabrae se había visto en la necesidad de no decirles que había regresado a casa y que se iba conmigo, a disfrutarme mientras pudiera?
               Sherezade le gritó algo sobre que el que yo no estuviera no podía ser excusa para que se comportara como lo estaba haciendo, pero yo sólo podía pensar en las cartas que le había escrito a Sabrae, mis mentiras deliberadas, esas visitas a la sabana de las que hablaba de una forma muy vaga para tratar de convencerme a mí mismo de que no la estaba traicionando si no era muy explícito con mis engaños. Todo por proteger una tranquilidad que no teníamos, todo para dejar que todo volviera a su cauce cuando…
               … cuando Sherezade no se lo iba a permitir.
               Me di cuenta en ese instante, mientras Sherezade llamaba egoísta a Sabrae: el error que había cometido hacía meses, del que ni siquiera era totalmente culpable debido a mi situación mental, era algo que ella nunca podría perdonarme. El dolor que le había causado a su hija debía de haber sido tan intenso que ella no dejaría de ver sus mejillas cubiertas de lágrimas de sufrimiento incluso cuando estas lágrimas fueran de felicidad. Yo jamás sería merecedor del perdón que Sabrae me había brindado, porque jamás sería lo suficientemente bueno para ella, y se lo había demostrado.
               Bueno, pues Sherezade Malik tenía un problema muy, pero que muy gordo.
               Sabrae me había perdonado. Y eso era lo único que a mí me importaba.
               Me la bufaba lo más grande que Sherezade creyera que no era lo bastante bueno para su hija (en eso estábamos de acuerdo), o que nunca estaría a su altura (nada que objetar), o que Sabrae podía aspirar a algo mejor (ni la más mínima duda). Me daba igual que me mirara y viera en mí todos los errores que había cometido a lo largo de mi vida y cómo no era suficiente. Era Sabrae quien tenía que decidirlo. Era Sabrae quien tenía que quererme. Tener a su madre de mi parte era una ventaja, sin duda.
               Pero no necesitaba la aprobación de una mujer capaz de arrinconar a su hija de quince años en el peor momento de su vida y ni siquiera dejar que se explicara. No me interesaba la aprobación de una mujer que sólo quería perfección en su familia.
               No, cuando no podía ver que su hija ya era perfecta tal y como era.
               Así que me lo tendió en bandeja cuando escupió algo sobre que no sabía si estaba a salvo, porque a Sherezade tenía que quedarle bien clarita una cosa: mientras yo estuviera respirando, a Sabrae no le pasaría nada.
               Nada.
                -Por supuesto que estaba a salvo-la corté, hasta los huevos ya de tantos gritos y de que acorralaran a mi chica para echarle en cara cosas que eran culpa suya. Yo era el verdadero enemigo de Sherezade, no Sabrae.
               Que se midiera conmigo, no con ella.
                A ver quién cojones ganaba.
               -Estaba conmigo.
              
Se me cayó el alma a los pies cuando vi a Alec entrar en la casa como un dios vengador, haciendo que la atención de mamá se volviera totalmente hacia él, indultándome así de una bronca que me merecía sin duda. Debería haber sido más lista, no debería haberme callado adónde iba, y, sobre todo, no debería haber ido a mi casa sino a la de Alec. Sólo así nos habríamos librado de esta bronca y del cataclismo que, sin duda, estaba a punto de suceder.
               Si no estuviera demasiado ocupada tratando de recordar cómo se respiraba, me habría asombrado de mi propia estupidez. Irme a casa de Alec como si fuera un día normal habría sido la solución a todos mis problemas pasados, y lo que habría atajado los que ahora tenía. Sentí que la cabeza empezaba a darme vueltas y que un nudo se me formaba en el estómago mientras miraba a Alec analizando a mamá como un depredador alfa que encuentra a otro en su territorio, y que sabe que el mundo no puede soportar la existencia de ambos.
                Mamá se giró para no tener a Alec a su espalda en el momento en que él clavaba una mirada durísima en mí, pero de la que yo sabía que no era la destinataria, y decía:
               -Ya ha pasado tu minuto. ¿O debería decir su minuto?
               Con un tono que había usado mil veces en el juzgado, justo cuando había acorralado a testigos que habían coqueteado con el perjurio y los había pillado en un renuncio, mamá le preguntó a Alec:
               -¿Qué estás haciendo aquí?
               Me dio la impresión de que no se sorprendía lo más mínimo de que mi novio estuviera allí cuando se suponía que estaba a miles de kilómetros de distancia. Que una parte de ella había sospechado lo que ahora se confirmaba con la presencia de Alec, como si mi propia felicidad resplandeciéndome en los poros, todos los que Alec me había tocado, no fuera validación suficiente.
               Que mamá estaba esperando que Alec apareciera, como si supiera que estaba al otro lado de la puerta, como si me hubiera oído suplicarle que se quedara atrás y me dejara lidiar con ella yo sola… y esperara que Alec no pudiera resistirse a salir a defenderme.
               Entonces Alec hizo algo que me encantó y me aterrorizó a partes iguales: esbozó su mejor Sonrisa de Fuckboy®, sólo que más oscura, la propia del dueño y señor de los corazones de medio Londres; levantó la mandíbula, separó un poco más los pies, y se colocó las manos detrás de la espalda, en una pose que sólo un dios de la guerra podría adoptar en una situación así.
               Y, sabiendo que estaba a punto de poner a mamá contra las cuerdas, precisamente su especialidad, replicó:
               -Sé más específica, letrada. ¿Te refieres a tu casa, o al país?
              
 
Podía notar cómo a Sherezade la hervía la sangre en las venas. Allí me tenía, y eso era lo que ella quería, y lo peor para ella era que yo no me arrepentía en absoluto. Adoptaría la postura que hiciera falta con tal de que dejara tranquila a Sabrae y se centrara en su verdadero enemigo. Me parecía que había pasado una vida entera desde que le había dicho a Valeria que me hacía gracia la obsesión que tenían todos en el voluntariado con tratar de hacerme elegir entre Sabrae y lo demás, como si para mí existiera siquiera algún tipo de opción cuando uno de los elementos entre los que elegir era Sabrae, y, a la vez, sentía que había sido hacía un minuto cuando le dije aquello a la gerente del campamento.
               Era como si este mes y medio me hubiera estado enfrentando a enemigos que me igualaban en nivel, o me superaban por los pelos, y también eran algo más astutos, sólo para ir mejorando mis habilidades y enfrentarme ahora al final boss, que no era otra que la que en su día había sido la suegra perfecta. Todo lo que había pensado de Sherezade antes de empezar con su hija eran para mí errores de novato, fantasías de un preadolescente que no sabe la que se le viene encima y al que ciegan un buen par de tetas y una cara bonita. Me habría cabreado con Sherezade por haberme engañado tan bien durante mi transición a la edad adulta si no estuviera ya lleno de ira por todo lo que le había dicho a Sabrae.
               Saab no me había dicho nada de que las cosas en casa estuvieran mal, así que esto tenía que ser nuevo. Las últimas referencias que yo tenía eran de que madre e hija estaban reconciliándose, andando un camino complicado pero satisfactorio, ¿y Sherezade decidía ponerlo todo en peligro por… qué? ¿Una especie de absurdo reclamo sobre una hija que iba a terminar remontando el vuelo más tarde o más temprano?
               ¿Por no estar de acuerdo con las decisiones que su hija tomaba sobre su propia vida?
               Oh, no, no iba a dejar que las cosas se quedaran así. Ni de coña. Lo había dejado estar en demasiadas ocasiones en mi vida cuando me había dado cuenta de que la cabezonería no me solucionaría nada, como había pasado con la final que me robaron. Pero esto era distinto. Puede que mi cabezonería sólo me diera más problemas con Sherezade, o que ella se opusiera incluso más a Sabrae y a mí si yo me ponía chulo con ella, pero… entiéndeme. No podía estar tranquilo. Estaban amenazando a mi familia, asaltando a mi hogar, haciendo daño a mi chica. Cualquier estrategia era buena, incluida la inmolación.
               Por eso fui capaz de conservar la valentía y no moverme un milímetro, ni cagarme por la pata para abajo, cuando los ojos de Sherezade llamearon ante ese desafío a su autoridad. No se daba cuenta de que yo era muy consciente de que no me estaba jugando nada con ella, ya; había tomado su decisión sobre qué era yo hacía tanto tiempo que no conseguiría hacerla cambiar de idea. Eso hacía que no tuviera nada que perder.
               Y no hay nada más peligroso que un chico que no tiene nada que perder.
               Sherezade me miró de arriba abajo, analizándome como un depredador a una presa que parece un desafío, y a la que se pregunta si será capaz de devorar. Yo tenía claro que no se lo iba a poner nada fácil.
                Sería su última cena, si es que se las apañaba para hincarme el diente.
               No obstante, Sherezade tenía otros planes. Como si hubiera decidido que yo suponía demasiado esfuerzo para la satisfacción que le produciría derrotarme, se giró de nuevo y fulminó a Sabrae con la mirada.
               -¿Así que llegas ahora porque estabas con él?-preguntó, y yo tuve que tomar aire y soltarlo muy despacio para recordarme que estaba un poco feo arrancarle la cabeza a tu suegra en su propia casa, y más aún cuando su marido no está presente para poder presenciar su última pelea.
               Ni siquiera me preocupé por qué haría si Zayn aparecía de un momento a otro, porque sabía que me jugaba tanto que no me daría la opción a perder, me superaran en número o no.
               -Puedo explícartelo, mamá-gimoteó Sabrae con un hilo de voz-, pero, por favor, por favor. No podemos… no quiero que hablemos ahora.
               -Me da igual lo que tú quieras, Sabrae. Ya te he dicho-dijo, dándome la espalda- que no voy a educarte cuando a ti te venga bien, sino cuando yo lo crea conveniente. Y es evidente que no podemos esperar ni un minuto más. Ya te hemos dado bastante margen. A los dos-añadió, mirándome por encima del hombro, y yo reí entre dientes, todo sorna e instinto asesino-. Que él esté aquí no hace sino confirmar lo que llevamos tiempo diciéndote. Desde que se ha marchado estás absolutamente descontrolada, y esto ¡no puede seguir así! ¡¡No va a seguir así, Sabrae!!-ladró, y Sabrae se encogió un poco más, mirándola con miedo y con algo más en sus ojos que no quise tratar de identificar. Me daba terror que encontrara su parecido en mis recuerdos más lejanos, cuando era un niño que no entendía lo que pasaba en casa pero que sabía, en lo más profundo de su ser, que no era normal sentir dolor en el estómago cada vez que escuchabas las llaves de la puerta. Mi madre había tardado años enteros en dejar de dar respingos cuando escuchaba las llaves en la cerradura de la casa que compartíamos con Dylan como para que yo ahora viera en los ojos de Sabrae aquella misma mirada que había visto en mi madre.
               -¡No metas a Alec en esto!-trató de defenderme con un hilo de voz-. ¡Él no ha hecho nada! Enfádate conmigo si quieres, pero a él no tienes por qué decirle nada. Él no ha hecho nada. Sólo ha venido a verme. Ha venido por el cumpleaños de Tommy. Se ha hecho nueve horas de avión y…
               -No te preocupes por el avión, bombón-le dije yo. Si posponíamos esto sólo le estaríamos dando ventaja a Sherezade. La única oportunidad que teníamos de que la sangre no llegara al río era zanjar esto antes de que llegara Zayn, porque si ya tendría que darlo todo con ella, no quería ni pensar en lo que pasaría cuando él entrara por la puerta.
               -… él no se merece que le estropeemos el viaje así.
               -¿QUE NO SE LO MERECE?-bramó Sherezade-. ¿ÉL NO SE MERECE QUE LE “ESTROPEE EL VIAJE”-hizo el signo de las comillas con los dedos-, PERO TU PADRE Y YO NOS MERECEMOS LAS HORAS DE ANGUSTIA QUE HEMOS PASADO POR TU ESTUPIDEZ? ¡¡CREÍAMOS QUE TE HABÍA PASADO ALGO GRAVE, SABRAE!! ¡¡NO PODÍAMOS CONTACTAR NI CONTIGO NI CON TU HERMANO, NI CON NADIE QUE PUDIERA ESTAR CONTIGO, ¿Y AHORA PRETENDES QUE YO ME VAYA A DORMIR TAN TRANQUILA DESPUÉS DE SABER QUE SI NO HAS DADO SEÑALES DE VIDA ES PORQUE ESTABAS CON ALEC?!!
               -Sherezade-escupí, y ella me miró de reojo-, no le hables así a mi novia nunca. Y menos aún delante de mí.
               Giró la cabeza para tratar de desintegrarme con los ojos, esos ojos que Scott había heredado de ella y que tan bonitos le parecían a todo el mundo. A mí, sin embargo, ahora me parecía que tenían de todo menos belleza.
               -Era mía antes de que sintieras siquiera la necesidad de reclamarla como tuya. Siempre ha sido mi hija; sólo lleva siendo tu novia un año. Así que perdóname si te estoy causando muchos inconvenientes, pero si llevo queriéndola desde mucho antes que tú, ten por seguro que lo seguiré haciendo después, incluso aunque te empeñes en arrebatármela.
               -No va a haber ningún después-sentencié, y Sherezade rió por lo bajo.
               -Eso ya lo veremos.
               -Mamá-suplicó Sabrae, al borde de las lágrimas-, por favor. Por favor. Lo siento muchísimo. No quería preocuparte. No lo pensé, yo sólo… sé que soy una egoísta, pero no la tomes con Alec. No es culpa suya.
               -¿Te dijo él que no me dijeras que os ibais juntos, o se te ocurrió a ti sola?-preguntó Sherezade, y Sabrae se encogió un poco.
               -No lo pensé…
               -Lo creas o no, Sherezade, su vida no gira en torno a ti-intervine-. Puede que sea eso lo que te jode, ¿no? Que después de todo lo que has hecho por ella, al final no venga corriendo a arrojarse a tus brazos cuando yo entro en escena.
               -No lo pensaste-rió Sherezade-, ya. ¿Qué es lo que no pensaste, exactamente? ¿Que yo estaría despierta cuando volvieras? ¿Que Alec no vendría contigo? ¿O quizá es que me parecería normal que mi hija, que hasta hace nada se preocupaba por sus estudios más que por nada, se fuera de fiesta de repente con los amigos de su hermano? ¿¡Por qué no me dijiste que Alec estaría contigo!?
               -No lo pensé, mamá-gimoteó.
               -¡SÍ QUE LO PENSASTE!-bramó Sherezade, agarrando a Sabrae por los hombros-. ¡¡SÍ QUE LO PENSASTE, SABRAE!! ¡BASTA YA DE MENTIRAS!
               -¡NO LA TOQUES!-rugí, acercándome a ellas, pero sólo una súplica de Sabrae me detuvo.
               -Para, Alec. Para-gimió, y yo me quedé clavado en el sitio. Bastante duro estaba siendo para ella como para que yo me metiera en medio e hiciera las cosas peores. Puede que a mí me diera igual que Sherezade pensara lo peor de mí, pero estaba claro que para Sabrae no era así. A ella le dolía que nadie tuviera una opinión mala de mí, igual que a mí me dolía cualquier palabra que dijeran mal sobre ella. Lo entendía y lo respetaba. No me parecía bien, y no era lo más conveniente ahora mismo, pero honraba muchísimo a mi chica que, incluso en su situación, se centrara en mí y no en su propio instinto de supervivencia.
               -¿¡Por qué no me dijiste que Alec estaría contigo, Sabrae, eh!? ¿¿Por qué no me lo dijiste?? ¡¡De todos los detalles que podrías darme, de toda la información importante, vas y te guardas esa!!
               -No hagamos esto ahora-suplicó Sabrae.
               -¡Oh, ya lo creo que sí! ¡DILO! ¡DILO!
               -Mamá…-suplicó, y sus ojos se clavaron en los míos.
               -¡DILO, SABRAE! ¿ES QUE QUERÍAS CASTIGARNOS? ¿QUERÍAS QUE NOS PREOCUPÁRAMOS? ¿QUERÍAS DARNOS UNA LECCIÓN Y DEMOSTRARNOS QUE PODÍAS REPETIR EN CUALQUIER MOMENTO LO DE…?
               -¡¡PORQUE SABÍA QUE NO ME DEJARÍAIS IR SI SABÍAIS QUE ESTABA ALEC!!-gritó, y para mí fue como una bofetada. Sherezade se separó de Sabrae como si quemara, y yo ocupé su puesto, inclinándome hacia ella y sosteniéndola mientras se deslizaba por la pared, llorando a lágrima viva, sus hombros convulsionando con cada sollozo, las manos ocultándole el rostro. Sherezade la miró con ojos como platos, como si fuera una desconocida que había suplantado la identidad de su hija durante las últimas horas, y se hubiera sorprendido descargando su rabia y su preocupación por una persona a la que no la ligaba nada-. ¡¡Sabía que no me dejaríais ir si estaba Alec!!-repitió, negando con la cabeza-. Sabía que no querríais que fuera con él, y que haríais lo imposible por dejarme en casa. Yo… yo… lo siento muchísimo, mi amor-gimió, mirándome, acariciándome la cara con dedos temblorosos y húmedos.
               -No pasa nada. No pasa nada, bombón. No te preocupes. Por favor, no llores. Ya está-susurré, tratando de tranquilizarla, sosteniéndola contra mí. Sabrae se deshizo en lágrimas contra mi hombro, y yo le acaricié una espalda que sostendría sin problemas el peso del mundo entero, pero no el de haber decepcionado a su familia.
               -Yo no quería…-empezó, pero un hipido hizo que su disculpa hacia mí, algo que no me debía en absoluto y que no tenía siquiera que pronunciar, muriera en sus labios. Sherezade seguía de pie frente a nosotros, mirándonos con estupefacción, pero yo no le hice el menor caso. Me daba lo mismo que ahora era yo el que tenía la espalda expuesta y al que podía atacar sin contemplaciones; tenía una misión más importante entre manos que la de tratar de sobrevivir. Ver a Sabrae llorando en el suelo de su casa mientras su madre la miraba sin moverse me estaba destrozando por dentro. Creía que Sherezade la quería lo suficiente como para apartar su enfado e inclinarse a consolarla, pero ahora veía que me equivocaba.
               -Le quiero, mamá-gimió a modo de disculpa, y me rompió el alma que Sabrae dijera lo que a mí más podía gustarme de una forma en que sonaba como si fuera algo malo-. Le quiero y no puedo renunciar a él. Me he pasado los dos últimos meses añorándolo, y no podía arriesgarme a que me obligarais a quedarme en casa mientras él estaba en el país. Sé que hemos pasado por cosas muy jodidas, sé que os hemos hecho muchísimo daño, pero no puedo renunciar a él. No puedo. No me lo pidáis, por favor. Porque me dolerá en el alma, pero prefiero… prefiero… -se le escapó un sollozo y negó con la cabeza-, Dios, lo siento muchísimo, mamá, pero… prefiero dejar de ser tu hija a dejar de ser de Alec.
                Sherezade tomó aire sonoramente, y escuché cómo daba un paso hacia atrás. Si hubiera tenido las fuerzas o la atención suficiente, habría visto lo que Sabrae vio en ese momento: la cara de su madre mientras su corazón se rompía en mil pedazos.
               Pero yo estaba demasiado ocupado en tratar de mantener el de mi chica entero como para poder ver aquel apocalipsis.
               Escuché a Sherezade respirar fuerte una, dos, tres veces. Y entonces dijo con un hilo de voz ahogado en lágrimas:
               -Mientras yo viva siempre vas a tener a alguien que se preocupe por ti, un techo bajo el que dormir y comida caliente que llevarte a la boca, Sabrae. No necesitabas…-se le quebró la voz. Carraspeó, sorbió por la nariz, y lo volvió a intentar-. No necesitabas mentirnos a tu padre y a mí sobre si Alec estaba en Inglaterra o no para que siguiéramos considerándote nuestra. No necesitas hacernos daño para que nosotros nos acordemos de que estás ahí.
               -Yo no os estoy haciendo daño-respondió Sabrae con un hilo de voz, apartándose el pelo de la cara con manos temblorosas y empapadas de lágrimas-. O al menos, no a propósito.
               Justo en ese momento escuchamos el sonido de un coche que se detenía frente a la casa, un motor que se apagaba y unos pasos apresurándose en dirección a la puerta. Me puse en tensión en el momento, y Sabrae se revolvió, encogiéndose un poco más en el rinconcito en el que se había acurrucado, los ojos clavados en la puerta. Sherezade se dio la vuelta y miró la puerta del vestíbulo mientras se mordisqueaba la uña. Se abrazó a sí misma con el brazo que tenía libre en el momento exacto en que Zayn entraba también por el mismo lugar.
               Entró como un animal salvaje que huía de una cacería, aterrorizado y tembloroso. Miró a su mujer antes que a nadie, y malinterpretó sus lágrimas.
               -¿Dónde está? ¿Está bien? ¿Está herida?
               Fue entonces cuando se fijó en el bulto que había junto a las escaleras, en Sabrae encogida en posición fetal, la espalda contra la pared y las rodillas flexionadas, haciéndose un ovillo con el que protegerse y tratar de guardar un poco del calor corporal que la abandonaba a marchas forzadas.
               -Oh, gracias a Dios…
               Y entonces clavó los ojos en mí y su semblante se endureció.
 
 
No. No, no, no, no. No. Ya me había desangrado bastante emocionalmente antes de que llegara papá. El poco amor propio que podía conservar después de la perversidad que le había dicho a mamá estaba hecho jirones en el suelo frente a mí, así que ya no tenía ni una pizca de dignidad con la que enfrentarme ahora a mi padre. El nerviosismo con el que entró en casa me había hecho trizas, tirando de cada una de mis moléculas en direcciones diferentes, amenazando con deshacerme. Sabía que papá y mamá habían sufrido mucho porque él ni siquiera había dejado que la ansiedad que le producía la infinidad de barbaridades que podían haberme pasado se hicieran con el control de su cuerpo: tenía que encontrarme y tenía que hacerlo rápido; sus miedos eran secundarios a lo que podría estar pasándome. No podía fallar, no esta vez.
               Ahora que había visto que estaba bien podía relajarse, y sólo cuando lo hiciera, esas voces en su cabeza que llevaban 25 años acompañándole se harían con el control de sus pensamientos y le narrarían las historias de terror que mantienen en eternas noches de insomnio a los padres de hijas. Los horrores que habría podido experimentar en mis propias carnes serían una película de terror que mi padre vería cada noche como el más dedicado de los cinéfilos, casi decidido a ser la persona que más películas viera del mundo, poniéndose al día con una industria que producía el quíntuple de lo que podías ver.
               Mientras mamá esperaba y esperaba, repasando esos escenarios en su cabeza, unos que primero la habían perseguido en las noches que regresaba sola a casa de fiesta, en los trayectos a oscuras de vuelta de la universidad o de camino a ésta, papá había tenido una única misión que le había distraído de aquellas sombras. Las había sorteado de milagro, y sólo cuando mamá le había llamado para decirle que me tenía delante se había permitido ese respiro que acabaría con él. Podía verlo en su semblante, la tortura que había sido ese viaje en coche mientras se dirigía de vuelta a casa, saltándose semáforos y atajando por direcciones prohibidas que, gracias a Dios, habían estado siempre libres.
                Y, justo cuando mi presencia le habría protegido de aquellas bestias de dientes y garras afiladas… había visto a Alec y éstas habían saltado sobre él. Me di cuenta entonces de que mi novio era el protagonista de las pesadillas de mi padre, que todos mis males llevaban su nombre y que él era el origen de sus temores con respecto a mí.
               Puede que no estuviera herida, y que no me hubieran hecho nada… pero estaba con Alec, y eso era peor.
               -Ya veo-papá dio un par de pasos hasta situarse al lado de mamá, los ojos clavados en un Alec que le sostenía una mirada determinada, casi desafiante. De haber sido dueña de mi lengua en lugar de serlo mis sollozos, le habría suplicado que no me defendiera con la rabia con que estaba haciéndolo. Era lo único que me había salvado de la ira de mamá, pero papá estaba hecho de otra pasta. Papá creía de verdad que Alec era la causa de mi mal comportamiento; lo vi en sus ojos, en la forma en que llamearon cuando se dio cuenta de que quien estaba arrodillado a mi lado era Alec y no Tommy. No era como mamá, que estaba decepcionada conmigo porque había dejado que Alec me cambiara; papá estaba enfadado con él, como si me hubiera engañado para que cometiera todos los errores y estupideces que nos habían llevado hasta esta situación.
               Dios, ¿cómo había podido ser tan gilipollas? Si no hubiera creído a pies juntillas lo que Alec me dijo, si me hubiera fiado de mi instinto y no de sus palabras y no me hubiera zambullido de cabeza en mi dolor, no estaría pasando esto. Mi novio no tendría que malgastar su tiempo defendiéndose de mis padres, sino que habría entrado en mi casa por la puerta grande, siendo celebrado y bien recibido tal y como se merecía.
                -Así que no podías resistirte ni un minuto más a correrte una juega con ella, sin importarte que tiene más cosas que hacer que ir detrás de ti, ¿eh, Alec?
               -¿Qué puedo decir?-respondió mi novio, encogiéndose de hombros-. Le gusta mucho ponerse minifaldas y a mí me gusta mucho ver cómo se las pone, así que no me dejó más elección.
               -¿Se puede saber qué cojones habéis hecho durante toda la noche?-espetó, ignorando completamente a mamá, que permanecía de pie como una estatua, abrazándose a sí misma y frotándose un brazo arriba y abajo, arriba y abajo, la vista perdida en algún punto en la pared por encima de mi cabeza. Alec le dedicó a papá una sonrisa oscura.
               -Seguro que si te paras a pensarlo un segundo se te ocurren un par de cosas de las que hemos hecho.
               -¿Con qué putísima cara me hablas así a mí, chaval? ¿Tienes siquiera la más remota idea, puto crío de los cojones, de lo que han sido estos meses para ella?
               -Sabía que las cosas estaban un poco tensas-respondió Alec-, pero no me imaginaba que se lo estuvieras haciendo pasar tan bien cada vez que sale de pasa. A ver, ¿qué coño es lo que os preocupa? ¿Qué coja un avión y se escape a Etiopía para ir a verme?
               -Alec-le pedí, y él me miró. Sacudí la cabeza y me mordí el labio. Él no lo entendía. Estaba jugando a un juego que mis padres habían dominado hacía tiempo, con unas normas que estaban desfasadas y que ya no le favorecían. No quería que se peleara con mi padre, sobre todo porque no iba a ganar. Yo lo sabía. Él creía que tenía alguna posibilidad, pero yo sabía que papá y mamá tenían razones de sobra por las que lanzarse contra mí, razones tan legítimas que yo ni siquiera tenía valor para tratar de defenderme de ellas. Les había engañado, mintiéndoles por omisión; me había ido y me había despreocupado totalmente de cómo podían estar ellos cuando vieran que pasaba el tiempo y yo no aparecía por casa, así que me merecía sus gritos. Me merecía que me castigaran. Me merecía que me cruzaran la cara las veces que quisieran.
               Alec no se merecía verlo. Aquello no era culpa suya. Iba por una carretera con el pie pisando a fondo el acelerador, completamente ajeno a que ésta se acababa en menos de veinte metros.
               Alec se mordió el labio y tomó aire, sus hombros subiendo y bajando con el movimiento.
               -¿PARA TI TODO ESTO ES UNA PUTA COMEDIA, CHAVAL?-ladró papá-. ¡¡Debe de ser divertidísimo poder venir y llevártela cuando te dé la puta gana y conseguir que ella no nos dé ningún tipo de explicación, nos oculte que está contigo y no responda a nuestros mensajes!! ¡¡Créeme, yo también me lo pasaría en grande si necesitara un chute de ego para ver que tengo a alguien tan absorbido como para que se vuelva contra todo lo que conoce con tal de protegerme!!
               -Papá-pedí, y Alec tomó aire de nuevo.
               -Mira, no vamos a hacer esto ahora, Zayn. Los problemas que tengáis conmigo, podéis resolverlos perfectamente sin necesidad de seguir haciéndole daño a Sabrae-sentenció, mirando a mamá y a papá alternativamente-. Entiendo que os haya disgustado que no os avisara, pero, ¿sinceramente? Me parece que le estáis montando un pollo de la hostia sin razón. Scott también se fue de fiesta y no dio señales de vida en bastante tiempo, y no recuerdo que le armarais la que le estáis armando a Sabrae.
               No. No, no, no. No, no, no, nononono. NO. No vayas por ahí, Alec. No vayas por ahí, me habría gustado decirle, pero me daba terror lo que pasaría si abría la boca. No podían decirle lo que me había hecho a mí misma. Me había cuidado muy mucho de no darle detalles de lo que había sido mi noche de descenso hacia las profundidades más oscuras de la locura porque sabía lo que le haría saber lo que había tratado de hacerme a mí misma.
               -Un pollo de la hostia sin razón-se rió papá con amargura, y se giró para mirar a mamá-. Manda cojones. Sherezade, ¿lo estás escuchando? Un pollo de la hostia sin razón. ¿Pero en qué puto mundo vives, Alec? ¿Cómo puedes tener los cojonazos de plantarte en mi casa y decirme cómo tengo que cuidar y proteger a mi hija, que es lo que más me importa en este mundo?
               -Sabrae también es lo que más me importa en el mundo, así que perdóname si tengo algo que decir al respecto de cómo la estáis tratando.
               -Porque tú la has tratado muy bien últimamente, ¿no?-soltó papá-. Tú la has tratado muy bien y para nada le has hecho daño. Para nada casi le jodes la vida.
               Alec se puso rígido, y pude notar la tensión que manaba de todo él en la forma en que se aferró a mí, casi como si mi cuerpo fuera lo único que le impedía saltar sobre papá y despedazarlo allí mismo.
                -¿Hacer que quiera defenderme es casi joderle la vida? Manda huevos, Zayn-protestó Alec-. Tú, de entre todo el mundo, deberías entender lo que es un amor como el que Sabrae y yo nos tenemos. Sinceramente, me parece de coña que os pongáis así conmigo por lo que nos está pasando. Sí, vale, fui un gilipollas hace un año y metí la pata hasta el fondo yendo al voluntariado, pero te recuerdo que hasta tu mujer-señaló a mamá- le dijo a Sabrae que nos vendría bien que yo me marchara para poder crecer como teníamos que hacerlo. ¿Y ahora resulta que el que yo esté en Etiopía y venga a ver a vuestra hija y ella os pida el avión y se cabree cuando no se lo dais es joderle la vida? Me encantaría vivir en tu puto mundo de piruleta si eso es joderle la vida a alguien, Zayn. Debe de ser fantástico corretear entre unicornios y sendas arcoíris.
               -Alec, por favor-le supliqué, agarrándole del brazo, pero él no se amedrentó. No. No, tienes que recular, o nos destrozarán. No pueden decirte lo que me pasó. No pueden decirte por qué no quieren que estemos juntos, por qué te echan la culpa de todos los males del mundo. Mis padres no atendían a razones ahora que lo tenían delante; era como si vieran en su cara todo lo que yo había hecho aquella noche en que todo casi se va a la mierda. Qué irónico que me hubiera salvado precisamente su mejor amigo, al que él mismo le había pedido que me echara un ojo mientras él no estaba.
               -¿Quién está hablando del puto avión? Nos la suda el puto avión. Podríais coger la flota entera de la armada británica y nos daría igual. Es el hecho de que hayas hecho que nos mienta y que nos oculte cosas y tengas los cojones de venir a casa como si fueras un santo lo que nos revienta. Es el hecho de que está irreconocible, guardando secretos y contando mentiras cada vez que puede, por tu culpa. Es el hecho de que desde que tú te fuiste, ella dejó de ser feliz y se ha dedicado a protegerte a base de inmolarse porque no quiere renunciar a ti. ¡Es el hecho de que la tienes tan absorbida que incluso su vida corrió peligro por tu culpa, y todavía tienes la audacia de venir a mi casa y pretender que te extendamos una alfombra roja a tu paso!
               -¿¡Por qué coño os comportáis como si la hubiera matado!?-ladró Alec-. ¡Vale, sé de sobra que le hice muchísimo daño cuando le dije lo de que le había puesto los cuernos, pero ella ME HA PERDONADO! ¡Y PARECE QUE ESO ES LO QUE OS JODE! ¡¡QUE ELLA ME PERDONE POR ALGO QUE NI SIQUIERA HICE!!
               -¿CÓMO NO NOS VA A JODER QUE NUESTRA HIJA ESTÉ DISPUESTA A PASARTE LO QUE SEA Y A MENTIR TODO LO QUE HAGA FALTA CON TAL DE PROTEGERTE? ¿CÓMO COJONES PRETENDES QUE ME DÉ IGUAL QUE TE LLEVES A MI HIJA DE FIESTA Y ELLA NO DIGA NI ADÓNDE VA NI QUE LO HACE CONTIGO? ¿POR QUÉ, ENTONCES, NOS OCULTÓ QUE HABÍAS VUELTO A INGLATERRA?
               -¡¡PORQUE SABÍA QUE SE LO IMPEDIRÍAIS!! ¡¡SE LO ACABA DE DECIR A TU MUJER!! ¡¡Y vale que os joda que no os sea sincera, pero deberíais preguntaros por qué coño Sabrae cree que necesita mentiros para poder querer libremente a quien ella se le antoje!!
               -¡No te atrevas a juzgar a mi familia! ¡Hemos pasado un infierno por tu putísima culpa, así que no tienes ningún derecho a ir de mártir con nosotros!
               -¡¡Lo dices como si para mí también hubiera sido fácil estar en Etiopía y escucharla llorar cuando le dije…!!
               -¡¡ESTO NO ES POR LO QUE LE DIJISTE!!-lo interrumpió papá-. ¡ES POR LO QUE ELLA HIZO DESPUÉS, Y LO QUE LLEVA HACIENDO DESDE ENTONCES! ¡No nos deja confiar en ella porque nos oculta todo lo que hace con tal de seguir contigo!
               -¿En serio quieres culparla por no deciros que me iba con ella viendo el puto espectáculo que le ibais a montar y que seguramente ni le dejaríais hacerlo? Ten un poco de empatía, Zayn-escupió Alec-. Tú también fuiste joven una vez, así que deberías recordar lo que es querer a nuestra edad. Y ahora multiplícalo por diez, y añádele el hecho de que hace dos meses que Sabrae y yo no nos vemos. Tenemos que aprovechar cada puto segundo que tengamos juntos. Me ha chocado enterarme de que no os haya dicho nada porque sabía que las cosas entre vosotros habían estado mal, pero no me imaginé hasta qué punto ni que aún siguieran así. Ahora, no me extraña una mierda que no os haya dicho absolutamente nada, viendo que estáis dispuestos a montarle una de este calibre por simplemente llegar tarde a casa.
               -¡¡NO ES LLEGAR TARDE A CASA!! ¡¡ES IRSE Y NO DECIR ADÓNDE, NI LO QUE VA A HACER, NI CON QUIÉN!!
               -Cualquiera diría que incluso os jode que la haya traído sana y salva-escupió Alec, y papá trató de abalanzarse hacia él. No lo alcanzó porque mamá se interpuso entre los dos, agarrándolo por los codos y tirando de él para hacerlo retroceder.
               -No, Zayn. No. Ella nunca nos lo perdonará-suplicó, y a mí sólo me apetecía morirme. Apenas era capaz de verlos ya debido a mi cortina de lágrimas.
               -Parad. Parad, por favor. Parad.
               -¿¡SABES POR QUÉ ESTÁ SANA Y SALVA AHORA, AQUÍ, ESTA NOCHE!?-bramó papá-. ¿¡SABES POR QUÉ!? PORQUE NO ES GRACIAS A TI. ES MÁS BIEN A PESAR DE TI. ¡¡A PESAR DE TI ESTÁ AQUÍ ESTA NOCHE, ENTERA Y A SALVO!! ¡¡¡NO FUISTE TÚ EL QUE LA SACÓ DE ESA DISCOTECA CUANDO CASI…!!!!
               NO. Alec no podía enterarse así. No podían alejarlo de mí de esta manera, no… no podían hacer que se acabara aquí y ahora. No había venido desde Etiopía para que mi padre tumbara de un soplido el castillo de naipes que había construido con mis mentiras.
               -¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡BASTA!!!!!!!!!!-chillé, echándome el pelo hacia atrás, arañándome las mejillas, absolutamente ida. No controlaba mi cuerpo, sino que él me controlaba a mí, y estaba hecha un manojo de nervios-. ¡BASTA, BASTA, BASTA! ¡PARAD! ¡POR FAVOR… PARAD!-sollocé, las lágrimas haciéndose con el control de todo mi ser.
               El mundo entero daba vueltas, inclinándose a los lados como un barco de cáscara de nuez en medio de la peor tempestad de la historia. El aire era cemento en mis pulmones, y en cada bocanada desesperada que tomaba a duras penas conseguía inflármelos un poco. Puntos de todos los colores aparecieron en mi campo de visión, y noté que me empezaban a temblar las piernas sin control.
               -Sabrae-gimió mamá, inclinándose hacia mí y agarrándome las manos para que me las alejara de la cara.
               -Tranquila. Tranquila, mi amor, tranquila-me susurraba Alec en voz baja, acariciándome la cabeza.
               -¡No la agobiéis! Dejadle espacio-ordenó papá, pero ni mamá ni Alec le hicieron el menor caso.
               -Respira, hija. Intenta respirar.
               -Estoy aquí. Estoy aquí, mi amor. Mírame. Bombón, mírame. Todo va bien. Todo está bien, ¿vale? Estás a salvo, estás en casa. Mira-dijo, cogiéndome una de las manos de las de mamá y poniéndome la palma sobre la alfombra-. Lo sientes, ¿verdad?-dijo, obligándome a extender los dedos y notar la moqueta debajo de mí. Levanté la vista y lo miré, y él me sonrió, tranquilizador-. Sí, eso es. Eso es, nena. Concéntrate en mi voz. Estás bien. No es real. Lo que te pasa no es real. Esto sí lo es.
               Sólo que se equivocaba: sí que era real. Mis padres casi le habían dicho lo que me había pasado cuando me dijo que me había puesto los cuernos, cómo me había vuelto chiflada y lo había puesto todo en peligro simplemente porque no había sido capaz de sacrificarme por él y enfrentarme al qué dirían mis seres queridos si le perdonaba sin más. Esa verdad se alzaba ante mí como la losa de mi tumba, la lápida en la que estaría grabada la fecha del fin de mi relación.
               -Lo estás haciendo genial, Saab. Venga, dime cinco cosas que puedas ver-empezó Alec, y yo no pude más. No me merecía esas atenciones, ni que me cuidara como lo hacía, ni que pusieran en peligro su autoestima porque yo tenía la mía por los suelos. No me merecía que me salvara, ni que me cuidara ni me curara. No me merecía nada de lo que él me estaba dando, y menos aún cuando lo hacía a cambio de salvarse él, a cambio de estar tranquilo, a cambio de ser feliz.
               Con una arcada ascendiéndome por el vientre (no estaba segura de si era de los nervios nada más, o también tenía algo que ver el asco que sentía por mí misma), empujé a mamá y Alec fuera de mi camino y subí como un bólido las escaleras sobre unas piernas temblorosas que me sostuvieron a duras penas. Fue como correr sobre hojas de nenúfar o los restos de un naufragio, tratando de alcanzar una orilla que se alejaba más y más.
               Milagrosamente conseguí llegar a la parte superior de las escaleras, y dándome impulso con el pasamanos, me lancé hacia el baño. Me caí de rodillas sobre los azulejos helados, y me arrastré hasta la taza del váter como buenamente pude, ignorando o deleitándome en cómo protestaban mis rodillas.
               Me asombró haber sido capaz de mantenerlo todo dentro cuando levanté la taza y me sacudió una arcada que me ardió en la garganta. Vomité en la taza, partiéndome en dos con cada arcada mientras me deshacía por dentro.
               Como no podía ser de otra manera, Alec fue el primero en llegar: era más joven y estaba en mejor forma que mis padres, a pesar de que apenas había descansado. No obstante, lo que perdía con el cansancio lo compensaba con el chute de adrenalina que le daba verme mal, así que antes de que pudiera darme cuenta, o hacerme daño golpeando la frente con el borde de la taza del váter, ahí estaba él, sujetándome el pelo para que no me lo manchara y colocándome una mano para impedir que me diera de cabeza con la cerámica.
               Yo no podía dejar de verlos. A mis padres, a mi hermano, a Jordan, a Tommy, la noche en que lo había puesto todo en peligro. No sabía cómo habían reaccionado cuando Shasha se lo contó, pero podía imaginarme su consternación igual que me imaginaba con claridad la de Alec. Había sido una absoluta imbécil. Lo había puesto todo en peligro y sólo mi ángel de la guardia había impedido que mi vida se truncara. Sólo la dedicación de mis amigos y Jordan había hecho que tuviera posibilidades de ser aún feliz.
               -Shhhh, shhh-siseaba, tranquilizándome, mi precioso novio, al que yo no me merecería ni viviendo mil vidas de sacrificio abnegado-. No te preocupes, Saab.
               -Lo siento. Lo siento, lo siento, lo siento, lo…
               -Tranquila. No pasa nada. No te preocupes.
               Me deshice por dentro hasta que ya no quedó nada más de mí que echar por el retrete, y sólo entonces me retiré y me senté sobre el suelo frío, en el que Alec estaba esperándome. Me apartó el pelo de la cara y me dio un beso en la frente. Me quedé mirando lo guapísimo que era: sus ojos castaños, que resplandecían de una forma preciosa cuando les daba la luz; su pelo corto y hecho de jirones de chocolate y oro, su nariz perfecta, sus labios ahora curvados en una sonrisa de pura preocupación.
               Le sonreí con timidez. No había palabras para expresar lo agradecida que estaba con él por tantas cosas que la lista era interminable: porque hubiera nacido, porque siguiera vivo, porque existiera a mi lado, porque me quisiera, porque siempre estuviera ahí para mí…
               Alec me devolvió la sonrisa, me besó de nuevo la frente y luego pegó la suya a la mía. Me acarició la nariz con la suya y me preguntó en voz tan baja que sólo le escuché yo:
               -¿Estás mejor?
               Asentí con la cabeza, tirando de las mangas de su camisa para esconder mis manos en ellas. Alec se mordisqueó el labio mientras sonreía, asintiendo con la cabeza.
               -¿Seguro?-volví a asentir, y él me apartó un pelo detrás de la oreja-. Vale. Escucha… creo que ya sé la respuesta, pero tengo que preguntártelo de todos modos, sobre todo viendo los problemas que te trae mi presencia. Así que, ¿quieres que me quede o prefieres que me vaya?
               -No te vayas-supliqué, agarrándolo de la camisa, aterrorizada ante la posibilidad de que se fuera. Sabía que era egoísta por mi parte pedirle que siguiera allí conmigo, sobre todo viendo que mis padres se estaban desquitando con él, pero… me aterraba la idea de perderlo de vista. Una parte de mí, y me dolía admitir lo grande y poderosa que se había vuelto esa parte, creía que, si me daba la vuelta y lo dejaba marcharse, él se desvanecería en el aire como un cuento folclórico que nadie ha puesto por escrito y que se va con la última anciana de la tribu que lo recordaba a la perfección.
               Y es que si Alec no existía, habría que inventarlo.
               -¿Y si no lo queremos nosotros?-preguntó papá, y Alec se pasó la lengua por las muelas antes de mirarlo.
               -Es que me da igual lo que queráis vosotros, Zayn-se rió con amargura-. O sea, me la bufa que la casa sea vuestra.
               -O sea, que te la bufa lo evidente que es que le estás haciendo daño; si ella te pide que te quedes, tú lo harás, ¿no? Incluso cuando todo indica que lo que más necesita ahora es que le des espacio.
               -No-supliqué, agarrando de nuevo a Alec de la camisa y mirando a mi padre con una súplica en la mirada. Necesitaba que entendiera que el problema era yo, y no Alec.
                Alec bufó por la nariz: se le estaba agotando la paciencia, y eso no era bueno.
               -Mira, Zayn, me parece de puta madre que me eches la culpa de todo lo malo que le ha pasado a Sabrae, y no podría estar más de acuerdo contigo en que puedo ser la causa de su dolor más profundo, pero… sé lo que nos une. Lo he visto y no vais a meteros entre nosotros-sentenció-. No hay nada que puedas hacer para que la deje sola ahora. No hay nada que puedas decirme para impedirme que duerma conmigo esta noche. No hay fuerza humana ni divina que vaya a ser capaz de mantenerme lejos de vuestra hija si Sabrae quiere que esté con ella, así que vosotros veréis: podemos seguir armándola hasta tirar la casa abajo y que a ella le vuelva a dar un ataque de ansiedad, o podemos irnos a dormir, que mañana Sabrae tiene un examen. Y no os equivoquéis: si me tengo que pelear con vosotros, lo voy a hacer porque sé reconocer algo bueno y único y puro cuando lo veo y lo que Sabrae y yo tenemos lo es.
               -¿Puro?-protestó mamá-. No puedes cuidar de ti mismo y a ella eso casi le cuesta la vida, ¿y dices que eso es puro?
               -Tu marido también tiene ansiedad y no veo que le des la espalda cuando le dan sus ataques, Sherezade.
               Mamá abrió la boca para replicar, pero yo encontré mi voz en ese momento.
               -Por favor. Parad. No puedo más. De verdad, no puedo más.
               Alec volvió a mirarme y me pasó un brazo por la cintura.
               -Vamos, Saab-me dijo, ayudándome a levantarme.
               -Aléjate de ella-escupió papá, y Alec lo fulminó con la mirada.
               -Apártate de en medio, Zayn, porque como te tenga que apartar yo, no voy a medir y te terminaré apartando de esta dimensión.
               -Alec-le pedí, y sus dedos hicieron más presión en mi cintura, pegándome a él, de nuevo, como si fuera lo único que le impedía saltar sobre papá.
               -Tienes razón, bombón-dijo sin embargo-. Mirad, ya hemos vivido bastantes emociones fuertes por hoy. Sólo… dejad que nos vayamos a dormir. Mañana hablaremos de esto cuando estemos más descansados y más relajados, ¿vale? Será lo mejor.
               -¿Quién coño te crees que eres para decidir qué es lo mejor para mi hija?-espetó papá, y Alec lo miró de arriba abajo.
               -Eh, no sé, ¿el padre de sus hijos?
               Papá lo fulminó con la mirada, como si estuviera debatiendo el tratar de echarlo de casa o directamente pelearse con él. Estaba tan enfadado que no se daba cuenta de que Alec le sacaba una cabeza y era campeón nacional de boxeo; no tenía realmente ninguna posibilidad, por mucho que papá creyera que defendía un motivo noble que le daría la fuerza necesaria para obrar un milagro y vencer.
               Sin embargo, mamá le puso una mano en el brazo y negó con la cabeza. Le susurró en voz baja, y en urdu, para que Alec no la entendiera:
               -Dejémoslo estar por esta vez. No la alejemos aún más de nosotros, mi amor.
               Papá la miró un instante, sus miradas entrelazadas, hablando en silencio de lo que sería mejor y peor para mí. ¿Dejarme dormir en la boca del lobo, con el mismísimo lobo feroz en la cama, a cambio de que yo estuviera tranquila, tan enamorada como estaba de éste igual que la luna llena?
               Y entonces, en un gesto de amor sin precedentes, que sólo se comparaba a cuando me había escrito aquella canción que había puesto mi nombre en la placa de un Grammy, papá se hizo a un lado y le sostuvo la puerta a Alec para que me condujera a mi habitación.
               -Gracias-dijo Alec en voz baja, besándome la cabeza y llevándome por aquel pasillo que habíamos recorrido tantas veces los dos juntos, pero ninguna así. Abrió la puerta de mi habitación y ni se permitió un momento para reencontrarse con ella, sino que me llevó directamente a la cama, me sentó sobre ella y se arrodilló para desanudarme los cordones de los zapatos.
               Fue en ese instante en el que me volví verdaderamente consciente de lo que acababa de pasar: Alec se había pasado 9 horas metido en un avión para venir a verme, había esperado en el aeropuerto a que yo llegara, me había llevado derecho a su casa, me había follado y me había hecho el amor, me había metido en la ducha, me había llevado de fiesta y luego me había traído a casa, y se había peleado con mis padres sin perder ni un segundo la seguridad de que aquello era lo que había nacido para hacer. Estar conmigo era lo que él quería.
               O estar con una versión de mí que ya no existía. Había sacrificado tanto por mí… ahora mismo podría estar durmiendo plácidamente bajo un espeso manto de estrellas, con la música de la sabana amenizándole la noche y acunándolo en sus vigilias. Podría haber estado bañándose con sus compañeros en el lago del voluntariado. Y, en cambio, había recorrido medio mundo para venir a verme, para pelearse con mis padres y defenderme de ellos y de sus ideas equivocadas sobre nosotros.
               No había elegido el camino fácil…
               … todo porque yo no había hecho más que contarle mentiras.
               Las lágrimas se agolparon de nuevo en mis ojos, y se me escapó un suave gemido cuando Alec me descalzó y me dio un beso en la cara interna del tobillo.
               -Bueno… ha sido una noche movidita, pero yo diría que lo hemos conseguido, ¿eh, bombón?-me sonrió desde abajo, como esperaba que un día lo hiciera, y me di cuenta entonces de que mi vida sin Alec ya no sería vida. No había nacido para nada más que para ser suya. No tenía un cuerpo para nada más que para que él lo disfrutara. No tenía una voz para nada más que para decir su nombre, y no me habían puesto el mío para nada más que para que él me encontrara entre la multitud, para que lo gruñera mientras me poseía, para que fuera su grito de guerra.
                Es dorado, es líquido, se mueve y está vivo, me había dicho del lazo que nos unía, de la manifestación de nuestro amor. No podría ser feliz con ningún otro. No podría enfrentarme a mi familia por nadie más que por él. Había llegado demasiado lejos como para darme la vuelta ahora: me había hecho descubrir el paraíso y yo había mordido la manzana.
               No quería que me echara. Necesitaba que me perdonara. Necesitaba… necesitaba volver atrás en el tiempo y confiar en la fuerza que siempre me había  demostrado que tenía, pero que mis temores a perderlo siempre habían minimizado. Le había traicionado y le había mentido para conservarlo a mi lado sin saber que él se quedaría conmigo contra viento y marea, tuviéramos al mundo entero animándonos o en nuestra contra. Una boda multitudinaria con otro no sería nada especial para mí; no, en comparación con una en la que sólo estuviéramos él, yo, y el sacerdote. Yo era su mujer.
               Estaba en sus manos que dejara de existir.
               Creo que ya sabía lo que iba a pasar ahora. Se merecía disfrutar de su tiempo en casa, de su juventud, de su vida. Yo no estaba en posición de pedirle nada, pero si tenía que hacerlo… le pediría que me perdonara. Que se quedara conmigo.
               -¿Qué te pasa?-preguntó.
               -Me vas a dejar-dije, y él frunció ligerísimamente el ceño.
               -¿Qué?
               -Por favor. Sé que no tengo ningún derecho a pedirte nada, pero… no me dejes. Por favor.
               -Pero, ¿por qué dices eso, mi amor?-mi amor, mi amor, mi amor. Esa frase reverberaría para siempre dentro de mí, un regalo que yo no me esperaba y menos aún me merecía-. ¿Por Sherezade y Zayn? Pfjé-rió, sacudiendo la cabeza y sentándose a mi lado. Me acarició una pierna-. ¿No sabías que los fuckboys nos crecemos ante los suegros difíciles? Ninguna pareja de cuarentones me va a impedir que esté con mi chica-ronroneó, cogiéndome la mano e inclinándose a darme un beso.
               -No es por eso-no solamente, al menos. Le había mentido, había roto mi promesa, le había dicho que todo iba bien y lo había arrojado a los leones sin ningún tipo de aviso previo. Entendería que me dejara, que ya no se fiara de mí.
               Sabía lo que iba a pasar a continuación, pero… tenía que hacerlo. No sólo porque le quería, sino porque también lo respetaba profundamente. Esa noche Alec había terminado de demostrarme que, de todas las personas del mundo, él era quien más se merecía mi admiración.
               -Es que… no quiero justificarme, ni hacer que sientas que te estoy obligando a nada, pero… Alec, quiero que sepas que te quiero muchísimo. Eres lo más importante de mi vida, lo mejor que me ha pasado en toda mi existencia, pero… tengo que decirte algo. Algo que sé que no te va a gustar-lo miré, y vi que tenía toda su atención, así que suspiré y me obligué a superar el temblor de mi voz cuando puse el dedo sobre el botón que haría que todo mi mundo saltara por los aires.
               Y lo apreté.
               -Yo… yo… soy… soy una mentirosa. Seguramente ya te habrás dado cuenta. Es evidente que las cosas no están bien con mis padres. Y yo… lo siento muchísimo. No pensé que las cosas fueran a terminar así.
               -Eh, bombón, no te preocupes. Es tu opinión la que me importa, no la de ellos.
               -Ya lo sé, pero… Ay, Al.
               Díselo. Díselo, Sabrae.
               -Lo de no decirles a papá y mamá que estaba contigo fue a propósito. Lo que les dije de que sabía que no me dejarían ir contigo… es verdad-Alec parpadeó despacio, sin entender-. Llevo mintiéndote todo este tiempo. Las cosas con mis padres no han mejorado desde que te marchaste. De hecho… me lo había estado negando a mí misma, pero creo que han ido a peor. Y yo… yo… por favor, no te enfades conmigo-jadeé, sintiendo las lágrimas anegándome de nuevo los ojos-. Sé que no tengo excusa, pero… lo hice porque quería protegerte. Quería que disfrutaras del voluntariado. No quería amargarte tu estancia allí, así que… en un acto cobarde y miserable, decidí decirte que todo iba bien… como si no supiera que tú eres perfectamente capaz de gestionarlo. Así que lo siento. Lo siento mucho, de verdad. Si quieres irte a casa para pensar y estar más a gusto, yo… lo entenderé. Te echaré terriblemente de menos, y…
               Alec no me dejó terminar: se inclinó para besarme (sí, a pesar de que me debía de saber la boca a rayos) y me acarició la nuca.
               -No pienso irme a ningún sitio-me dijo cuando nos separamos-. Iba en serio cuando les dije a Zayn y Sherezade que no había fuerza humana ni divina que pudiera separarme de ti, así que… vas a tener que esforzarte un poco más. Aunque debo decir que me esperaba más de ti, Sabrae. No pensé que fueras una bífoba de la hostia.
               Fruncí el ceño, sin entender.
               -¿Qué?
               -Pues que no creas que no me he dado cuenta de lo que llevas intentando desde el concierto de One Direction. Desde que te dije que me ponía cachondo Chad con la guitarra, has estado empeñada en que rompa contigo. Aunque tienes que entenderme, bombón. ¿Quién no querría tener esos dedos tan veloces estrujándole sus partes nobles?
               Como siempre, le subestimaba. Porque incluso en las situaciones más jodidas, Alec siempre era capaz de obrar un milagro y sacarme una sonrisa. Solté una risita por lo bajo y lo miré.
               -Entonces, ¿no estás enfadado?
               -Parece que han pasado muchas cosas desde la última vez que estuve aquí, así que… creo que lo mejor será que intentemos descansar para poder ponernos al día como Dios manda.
               -No te haces ni una idea.
               Alec sonrió.
               -No, Gugulethu: eres la que no se hace una idea.




             
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2 comentarios:

  1. Bueno, vengo a decir, que después de haberlo pasado horriblemente mal con este capitulo, como solo unos pocos productos de tu mágica cosecha mental me lo han hecho pasar, estoy aterrada.
    He tenido que parar varias veces de leer porque en ciertos momentos lo he pasado ciertamente mal. Cuando Saab ha dicho a Sher lo de que preferiría dejar de ser su hija a dejar de ser de alec yo simplemente me he venido abajo eh, he tenido que coger aire y seguir.
    Quitando el hecho de que entiendo la congoja de sher y Zayn después de lo que pasó anteriormente no he podido sentir un poco de discordia con las palabras de sher a alec cuando le decia que sabrae era suya antes que de el, sinceramente como hemos visto previamente, a pesar de los motivos, algunos muy validos, por lo que sher y zayn tienen miedo de la situación creo que un motivo de peso es la envidia y me parece sumamente infantil y desproporcionado. Creo que en cierto modo están actuando como haria cualquier padre pero no consigo llegar al punto de entender como pueden descargar esa rabia y envidia en alec por culpa de unas acciones que si bien fueron causa directa de la relación con alec no fueron ni por cosas que el hiciese a maldad o sucédanos. Supongo que es dificil dicernir para un padre, pero como chavala de 23 años sin crios veo su reacción en ciertos aspectos muy inmadura e injusta.
    Esto ultimo no solo con alec, sino con saab incluso en este cap. Cuando ha llegado zayn la tensión ha sido insoportable y cuando saab ha petado hasta ese punto yo entendía las reacciones de ambos lados, pero despues del ataque de ansiedad y de saab vomitar me ha generado verdadero desagrado que zayn intentase seguir cuando sabrae estaba fisica y mentalmente en la puta mierda. Un momento más de puro egoismo. Supongo que seguiremos ahondar mas en el tema pero creo que zayn y sher adoptan una posicion en ciertos momentos de querer llevar si o si la razon a toda costa, mas alla de su frustración por sentirse a oscuras en el mundo de sabrae.
    Pd: por un momento con tango grito he pensado que como cojones sasha y duna no aparecian en cualquier momento a discutir tmb ejdbsidjs

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  2. La verdad es que me ha costado bastante poner en palabras mis impresiones sobre este capítulo, ha sido bastante duro de leer y me ha generado muchísima angustia.
    Entiendo la preocupación de Sherezade y Zayn, pero me parece que esa forma de perder la compostura y “lanzarse” contra Sabrae (y Alec) ha sido completamente desproporcionada, sobre todo viendo como estaba su hija y al punto al que le han llevado. Creo que esta situación es completamente insostenible y que como no mejore pronto va a dejar secuelas irreversibles en la relación de Sabrae con sus padres.
    Dicho esto, me han gustado mucho los primeros párrafos de Alec contando todo lo que Sabrae le había pedido y él había logrado y como quedarse sin hacer nada cuando ella estaba sufriendo era algo que no podía hacer. También me ha encantado el final con Alec siendo el mejor del mundo un capítulo más.
    Con muchas ganas de que se solucione esto <3

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