lunes, 23 de octubre de 2023

Nunca su inicial.


¡Hola, flor! Sé que me estoy aficionando a esto de los mensajes antes del capítulo y que resultan pesados, pero hoy más que nunca están justificados. Resulta que ayer se cumplieron 6 años desde el final de Chasing the Stars. Como ya dije por Twitter ayer, cuando me di cuenta de qué día era, me parece una locura celebrar su aniversario escribiendo los mismos nombres de los que hace seis años creía que me estaba despidiendo para prácticamente siempre (recordemos que iba a hacer que Sabrae durara entre diez y veinte capítulos; y hoy, a un día del sexto aniversario de CTS estoy publicando el quincuagésimo capítulo de la cuarta parte de ese spinoff) y, aunque tuve que reconciliarme en su momento con Sabrae, me siento tremendamente feliz de haber llegado hasta aquí. Y eso, en parte, es gracias a ti. Así que, si estabas aquí hace seis años y sigues aquí ahora (hola, Paula), si llegaste más tarde (hola, Paula y Ana), o si te quedaste por el camino (no puedo saludarte, porque esto ya no lo vas a ver)… muchísimas, muchísimas, muchísimas gracias por haber dedicado tu tiempo a hacer que Scott, Tommy, Diana, Layla, Chad y compañía estuvieran vivos mientras los leías. De no ser por esos minutitos, seguramente no estaríamos hoy aquí.
¡Muchísimas gracias, de verdad! Y ahora, ¡disfruta del cap !
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

No descubrí que tu corazón podía no sólo romperse, sino pulverizarse, hasta que no vi la habitación de Josh vacía. Las sábanas revueltas, los objetos personales del crío y de su madre esparcidos por la habitación, cuando ella era más que cuidadosa y trataba de infundirle a su hijo una disciplina que sólo se encontraba en la organización, quizá tratando de recuperar un poco de control sobre la vida de su pequeño allí donde todo se iba al traste, eran todo lo que necesité para caer en picado hacia una locura que había estado tratando de alcanzarme desde la madrugada anterior. Podía soportar que Sherezade y Zayn me odiaran; podía soportar estar a miles y miles de kilómetros de mi novia, mi familia y mis amigos mientras me castigaban día sí, día también y se esforzaban en que sufriera cada minuto del voluntariado sin encontrar ningún tipo de distracción en mi trabajo; podía incluso sobrevivir a que Sabrae estuviera pasando un mal momento por su relación conmigo (ni de coña me hacía gracia, pero al menos sabía que siempre mostraríamos un frente unido, al menos en lo que a mí respectaba).
               A lo que no podía sobrevivir era a que Josh muriera. No podía sobrevivir a su cama vacía y desordenada, a sus juguetes tirados por el suelo, al bolso de su madre abierto y las cosas desparramadas en una silla que estaba harto de contemplar ocupada por mi propia madre, un mueble que jamás debería tener utilidad y que no tendrían que haber inventado nunca.
               Fueron unos segundos aterradores que colmaron un vaso que yo no sabía que llevaba llenándose dos meses. Estaba acostumbrado a detestarme y a sentir que una parte de mí se rebelaba contra mi propia existencia; sólo después de que Sabrae obrara su magia conmigo había empezado a pensar que había esperanza también para mí, y que ese estado de felicidad perfecta en el que me encontraba cuando estaba con ella podía convertirse en mi estado por defecto y no en algo que alcanzaba brevemente, más incluso que los orgasmos que experimentaba estando con ella. Pero esto… ni siquiera podía pensar en lo que le había hecho a Sabrae durante el voluntariado y que había terminado desencadenando la situación con sus padres; no podía pensar en lo mucho que me dolía estar lejos de ella.
               Sólo podía pensar en que era injusto. Terriblemente injusto. A mí me había pasado una furgoneta por encima, se me había clavado un poste de farola en el hombro, y me habían quitado un pulmón lleno de esquirlas de cristal, y seguía estando allí, recuperado y fuerte como un gato callejero después de una pelea. El universo había apostado en mi contra solamente una vez, y casi no lo cuento. Ni siquiera tenía sentido que yo estuviera hoy aquí, cuando no había tenido nada a mi favor. Y sin embargo, así era. Y sin embargo, Josh era un cúmulo de malas coincidencias del universo, accidentes improbables que no debían encadenarse. Células que se reproducían más de lo que debían. Operaciones que iban mal. Infancias que se truncaban. Él no debería pasarse sus primeros años de vida en un hospital, no debería pasarse los veranos alejado de la playa del mar, y no debería abrir sus regalos de Navidad en otra habitación que no fuera el salón de su casa.
               O el cielo. A pesar de que jamás me había parado a pensar en la religión más allá de los dos segundos que me llevaba descartar la existencia de un supuesto ser superior que debía querernos a todos por igual y cuya justicia era ineludible, porque las premisas tenían que ser falsas si había dejado que mamá sufriera lo que sufrió con mi padre, ahora necesitaba creer. Creer que Josh no era solamente recuerdos en mi memoria que se irían difuminando con el tiempo, imágenes en dos dimensiones en vídeos que hacíamos en la habitación haciendo el chorras o dibujos que me había hecho cuando se aburría y que guardaba en un cajón de mi habitación aunque le había tomado el pelo diciendo que me limpiaría el culo con ellos. Josh no podía ser solamente eso. Tenía que ser presente; no podía ser pasado.
               Debería haber sido yo. Debería haber sido yo. Ya había vivido todo lo que tenía que vivir y con absoluta plenitud: había estado con una chica y me había corrido juergas de varios días con mis amigos, me había bajado de un ring con medallas y me había enamorado. Debería haber sido yo.
               Y entonces Kitty nos dijo que estaba en el patio, con los demás niños, disfrutando de la inauguración de las nuevas instalaciones.
               Después de echar la carrera de mi vida, una que creí que no podría ganar, y verlo allí, sentado junto a su madre, con una botella de oxígeno a su lado, pero que no estaba utilizando porque no la necesitaba, me di cuenta de una cosa:
               Los corazones pueden pulverizarse, sí. Pero ese polvo bien puede convertirse en un fuego artificial. Bien puede ser polvo de estrellas que forme una nebulosa que, con suerte, creará más tarde una estrella y ésta un sistema solar. Porque en cuanto lo vi allí, agitando los pies en el aire, un gesto que jamás había podido hacer antes de su operación, me asaltó una verdad que siempre había negado, durante toda mi vida: las cosas pueden ir bien. Pueden salir bien incluso si la posibilidad de que no lo hagan te aterra lo suficiente como para deshacerte por dentro.
               Sus ojos castaños se iluminaron como dos soles cuando me vio, un faro que guiaba a un pasado de vuelta a su presente para garantizarle un futuro. Gritó mi nombre con la fuerza de unos pulmones que antes apenas le permitían mantener una conversación, y saltó del banco con una agilidad propia de un niño, pero no de él.
               Noté que mi mundo se inclinaba hacia un lado, como si buscara el ángulo perfecto para tomar una fotografía, como una fan que se pone de puntillas para ver entre las cabezas de los de seguridad a su actriz favorita ir a recoger un premio que le han dado casualmente en su casa, precisamente al otro lado del mundo de la de su ídolo. Se tambaleaba como un barco en plena marejada.
               Y se estabilizó, encajando en su lugar igual que las piezas de un puzzle especialmente complicado, pero cuya imagen bien merecía el esfuerzo, cuando recogí al crío entre los brazos. Había echado a correr hacia mí y yo, incluso en mi asombro, me había lanzado a su encuentro a la carrera, desconfiando de que le conviniera hacer estos esfuerzos y rindiéndome a mis ganas de comprobar que era real. Que no me lo estaba imaginando. Que no era una alucinación que había compuesto mi cerebro para que no me volviera loco con su muerte.
               Como si de un trofeo se tratase, porque en parte su respiración me lo parecía, lo sostuve en alto, mostrándoselo al mundo mientras él se reía con una risa adorable. Josh estiró las manos y tiró de mí para acercarme a su pecho, aferrándose a mí con la misma fuerza con la que se había aferrado a la vida desde que nació, y exhaló una risa ilusionada cuando pudo estrecharme entre sus brazos, aunque le costaba abarcarme. Apoyó la mejilla en mi pecho cuando yo le devolví el abrazo, achuchándolo contra mí y concentrándome sólo en la sensación de su cuerpo contra el mío.
               Necesitaba que Josh estuviera bien. Necesitaba que hubiera algo en Inglaterra capaz de sobrevivir a mi ausencia. Necesitaba que mi marcha al voluntariado hubiera perdonado algo de mi vida anterior, y siguiera teniendo un rincón seguro al que acudir: si no podía serlo la habitación de Sabrae, una cámara acorazada en una fortaleza de gente que ahora me detestaba, por lo menos que lo fuera la habitación del hospital de Josh. Un sitio muy parecido a aquel en el que había sido más feliz de lo que nunca en mi vida, incluso lleno de vendajes, incluso con el cuerpo inmovilizado, todo porque Sabrae por fin había accedido a ser mi novia y a permitirme pedirle que me dijera que me quería las veces que se me antojara.
               Sentí el corazón el renacuajo martilleándome contra las costillas, y aquellos golpes rítmicos me superaron. Eran la prueba de que no todo estaba perdido, de que la luz más allá del horizonte era el sol y no un halo fantasmal.
               -Menudo susto me has dado-jadeé, dejándolo en el suelo, dispuesto a sacar al hermano mayor que sólo se manifestaba con Mimi y a echarle la bronca del siglo por haberme hecho aquello. ¿Cómo se le ocurría a este puto mocoso el no dejar una nota sobre su cama diciendo que se iba a jugar con sus amigos al parque del hospital por si acaso a mí me daba por hacerle una visita sorpresa a pesar de llevar dos meses a miles de kilómetros de él?-. He ido a tu habitación y creí que… no importa-sacudí la cabeza, porque por muy contento que  estuviera, no era lo bastante como para cruzar la última frontera y decirle a un enfermo terminal que lo creía muerto. Había zonas prohibidas que ni siquiera yo me atrevería a transitar.
               Josh, sin embargo, estaba en el mismo punto de euforia en el que lo había estado yo cuando me desperté del coma y Sabrae vino a verme. Se creía invencible. Se sabía invencible. Había descubierto que pertenecía a ese pequeño porcentaje de la población que tiene la suerte de contar con una segunda oportunidad cuando normalmente la partida se juega a muerte súbita.
               -¿Que me había muerto?-preguntó, poniendo los brazos en jarras y esbozando una sonrisa que… joder. Cuando este crío se convirtiera en un chaval sería el terror de todos los tíos de Londres y el anhelo de todas las chicas.
               Tenía mi misma sonrisa de fuckboy. Había aprendido del mejor; como para no tenerla.
               -¿Y dejar que disfrutes de Sabrae tranquilo? Ni hablar.
               Lo miré. Lo miré de verdad. Vi su tez pálida, sus mejillas un poco hinchadas por la medicación, los brazos y las piernas delgaduchos… y vi sus ojos. Vi en ellos la determinación de un alma que va a luchar con uñas y dientes para sobreponerse a la mala mano que la vida le ha entregado, un alma que iba a ganar esa partida y también el juego.
               Estaba bien. Por primera vez desde que lo conocía, Josh estaba bien. Estaba en el hospital no para paliar su sufrimiento, sino para curarse. A la espera de que le dieran el alta. A la espera de vivir su vida y descubrir el inmenso mundo que no se había detenido para esperarle mientras se quedaba encerrado injustamente en una habitación esterilizada, pero al que no le echaría en cara el haber continuado su curso.
               Le habían regalado unos pulmones nuevos, y estaba deseoso de estrenarlos. Correría para ponerse al día. Y yo estaría allí para verlo.
               Estaría siempre.
               Así que lo tomé entre mis brazos y dejé que toda la tensión que había ido acumulando desde que entré por la puerta de casa de Sabrae se disipara por fin en mí. Había encontrado un refugio en lo que antes había sido una de mis principales responsabilidades: no me había permitido tirar la toalla ni una sola vez delante de Josh, y ahora todo mi esfuerzo había dado sus frutos. Iba a curarse. Ya se estaba curando. Pensar en ello hacía que me rompiera en mil pedazos y me recompusiera a la vez.
               Me eché a llorar, toda la rabia de la noche anterior convertida ahora en felicidad. Porque si había hecho algo bien con Josh, también podía hacerlo con Saab… y porque, de todas las personas a las que conocía, Josh era el que menos se merecía que las cosas le fueran mal.
               Me dejé caer de rodillas y seguí abrazando al crío, sintiendo los ojos de Sabrae sobre nosotros dos. Si hubiera podido abrirlos, la habría visto sonreírnos con la compasión con la que las madres miran a sus hijos levantarse con precaución, limpiarse el polvo de las rodillas y seguir la ruta que un tropiezo les ha interrumpido.
               -¿Tanto te fastidia que presente batalla?-me pinchó Josh-. Creía que te gustaban los retos-dijo, sacándome la lengua, y yo me eché a reír y me limpié las lágrimas y la nariz con el dorso de la mano.
               -Puto enano infernal. ¿Sabes? Ahora que ya no eres un retaco enfermo no tengo por qué andarme con guantes de seda contigo, así que puedo decirte que no tienes ninguna posibilidad con Sabrae. Ninguna.
               -No la tendría antes-respondió, burlón-, pero desde que la dejaste desatendida ella y yo nos hemos acercado mucho, ¿no es verdad, nena?-preguntó, mirando a Sabrae con perspicacia, y ella soltó una risita.
               -¡Eh, eh, eh! ¿Qué es eso de “nena”? A mi piba no la llames “nena”, piojo. “Nena” sólo la puedo llamar yo.
               -Eso era antes-sonrió con maldad, y yo, a pesar de todo, me reí. Sacudí la cabeza y le revolví el pelo, incorporándome justo en el momento en que su madre se reunía con nosotros. Venía cargando con la botella de oxígeno, que me ofrecí a recoger, pero negó con la cabeza y la conservó con la excusa de que Josh y yo teníamos muchas cosas de las que hablar, así que mejor no tener distracciones. Condujo al pequeño de vuelta al banco, lo sentó y le hizo ponerse la vía de oxígeno en la nariz. Josh, para mi sorpresa, no protestó, aunque yo mismo sabía lo incómoda que podía resultar. Era tal la ilusión que tenía por verme y charlar conmigo que no le haría ascos a nada que lo ayudara a cumplir su misión, incluso cuando ese algo hiciera evidente que todavía dependía en gran medida de la medicina.
               Palmeó la parte del banco que quedaba su lado para invitarme a sentarme con él con una sonrisa tan radiante que, por un momento, pensé que alimentaba de electricidad a todo el hospital. Sabrae tomó asiento a mi lado, mirándonos con una maravilla mal disimulada, mientras la madre de Josh subía a la habitación para darnos un poco de intimidad y, de paso, recoger los donuts que Sabrae le había dicho que habíamos dejado caer allí. Que mi chica no fuera con ella y decidiera ser descortés por quedarse conmigo hizo que se me revolviera algo por dentro, pero del gusto. Significaba que valoraba cada segundo conmigo, incluso cuando ya no tenía el cien por cien de mi atención.
               -Bueno-estiré las manos frente a mí, los dedos entrelazados, desperezándome después de ese abrazo que me daría agujetas al día siguiente-. Cuéntame qué tal sin mí. ¿Esta gente-señalé a Sabrae con la cabeza- ha cumplido con sus promesas y han venido a verte todos los días, o tengo que ponerme a repartir hostias?
               Escuché a Sabrae soltar una risita a mi lado y me anoté un tanto. Era evidente que mi pregunta era absurda: pues claro que Sabrae cumpliría las promesas que me había hecho por mucho que le costara; el ejemplo claro lo tenía en mi memoria reciente, cuando se había enfrentado con rabia a sus padres por tratar de defenderme. Me había prometido hacía meses que nada ni nadie se interpondría entre nosotros, y aunque su conciencia se planteara si estaba haciendo lo correcto rebelándose contra todo lo que conocía, su corazón estaba convencido de que aquello era lo que tenía que hacer.
               Si era capaz de pelearse con Sherezade y Zayn por mí, era evidente que no iba a dejar de visitar a Josh. Ya no era sólo por las promesas que me había hecho, sino también porque le caía bien el crío. Quería que se lo pasara bien y que su estancia en el hospital fuera lo más llevadera posible.
               Deslicé una mano al banco, a mi lado, en busca de las suyas, y me regodeé cuando ella la tomó entre ellas. Fue como un ancla que impedía que sus miedos se la llevaran volando lejos, a una tierra hecha de humo y azufre cuya contaminación trataría de morder su pureza en cuanto la sintiera cerca. Por muy rápido que volara para rescatarla, creo que no podría evitarle los males mayores. Así que tenía que hacer que se quedara conmigo.
                -Se han portado-dijo Josh, asintiendo con la cabeza, completamente ajeno a la sensación de tranquilidad que me invadió cuando Sabrae me cogió la mano. No me había dado cuenta de lo mal que me había puesto ver lo mal que estaba ella, engullendo los donuts como si en ellos fuera a encontrar respuestas, hasta que no sentí que sus energías se reequilibraban y volvía a estar tranquila. No iba a perdonarles esto a Zayn y Sherezade. Nunca-. Se han turnado como si fueran ingenieros de la NASA reparando una nave espacial. Ha sido alucinante. No me han dejado solo ni un día-sonrió, orgulloso, como si fuera mérito suyo la organización de mis amigos-. Ni siquiera cuando estaba en la UVI.
               Sabrae hizo una mueca a mi lado, pero porque había estado en el otro lado. Yo había estado del mismo lado que Josh, así que sabía que la UVI tampoco era para tanto. Es decir, sí, vale, estás muy jodido cuando estás allí, pero tienes peor aspecto de lo que en realidad te sientes. La UVI parecía absorberte la vida y dejarte más p’allá que p’acá.  
               Claro que… también esa había sido mi experiencia. Y, egoístamente, me alegraba de no haber tenido que ver a Josh en la UVI. Por mucho que le hubiera hecho la convalecencia mucho más amena (me aseguraría de arrancarle tantas risas como me permitieran las enfermeras, e incluso unas pocas más, aun a riesgo de que se le saltaran los puntos), sabía que las imágenes del crío postrado en la misma cama en la que yo había estado inconsciente una semana me perseguirían toda la vida. Casi que prefería imaginármelo.
               -Respecto a eso… siento que te falláramos ayer, Josh. Sé que me tocaba ir a mí, pero-intervino Sabrae, clavando los ojos en mí-, creo que no hace falta que te diga que se me complicó un poco el día.
               Reí por lo bajo.
               -Y la noche, más todavía-me burlé, pensando en lo bien que nos lo habíamos pasado en la discoteca y lo que habíamos hecho allí. No nos habíamos limitado a bailar, precisamente.
               Los ojos de Sabrae chispearon de una forma deliciosa que debería haberse repetido también cuando llegamos a su casa, y con un rubor precioso en las mejillas, me dio un manotazo en el vientre, pidiéndome en silencio que me comportara. Ni pensarlo, nena.
               -Ah, no te preocupes, Saab. No me fallasteis. Vino la suplente-explicó, y yo alcé una ceja.
               -¿Quién es la suplente?
               -Shasha-explicó Josh, y Sabrae parpadeó. Se mordió la sonrisa con un disimulo más bien inexistente y se reclinó hacia atrás en el asiento, murmurando un suave:
               -Ya veo…
               Que quedó ahogado por mi:
               -¡¡¡¡¡¡UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUH!!!!! ¡Shasha y Josh, sentados bajo un árbol, dándose besitos!
               -¿¡PERO QUÉ DICES!?-bramó el crío, pegándome un empujón, pero se había puesto rojo como un tomate-. ¿¡Estás mal de la cabeza!? ¡Shasha no me gusta! ¡Puag!
               -Ya, ya. Sí, sí. Fijo, fijo.
               -¡Ieugh!-Josh exageró un estremecimiento-. Qué asco. ¿Tan mal crees que estoy?
               -Oye, tío, ¡que es mi hermana!-protestó Sabrae.
               -Sí, ¡un respeto a mi Malik preferida!-me sumé yo a la defensa de Shasha. Porque, mira, me costaba que la gente hablara mal de Sabrae en mi presencia, pero que lo hicieran de Shasha directamente no lo iba a consentir. Esa cría tenía todo lo que a mí me hacía falta, las armas necesarias para conseguir lo que quería, y el descaro suficiente como para que le diera igual lo que los demás dijeran de ella. Además, ocultaba tras su fachada de chica dura un corazón purísimo y un alma dulcísima, que sólo quería que la quisieran y que se preocupaba por los suyos más de lo que le gustaría admitir, y más de lo que nadie, excepto yo, habría adivinado nunca.
               Además, Shasha era la única de su casa que, cuando Sabrae y yo nos habíamos peleado hacía tantísimo, había pasado a la acción mientras que los demás habían tratado de mantenerse equidistantes. Yo le gustaba a Shasha antes de que Sabrae decidiera que también le gustaba. Y lo más importante de todo: yo le gustaba para Sabrae. Le había parecido suficiente en enero y se lo parecía ahora. Sabía que sí. De lo contrario, habría salido a defender la postura de sus padres contra nosotros dos. O no habría hecho que Jordan me llamara a principios de septiembre, cuando todo iba tan mal con Sabrae. Sabía que ella no me juzgaba por la manera en que Saab había explotado, sino que la entendía. Shasha se había pasado las noches en vela de Sabrae a su lado, consolando a su hermana con gominolas, realities cutres y pañuelos de papel siempre a su disposición.
               No, por mucho cáncer y muchas mierdas que tuviera Josh, no iba a dejar que se metiera con Shasha. A duras penas dejaba que lo hiciera Scott, y sólo porque él era el hermano mayor y tenía una jurisdicción sobre ellas que yo no podía discutir.
               -Encima que viene a verte a pesar de que estamos en plena temporada de lanzamientos de Kpop-le recriminé-. ¿Tienes idea de lo crítico que es octubre en Corea?
               -¿Y tú sí?-preguntó Sabrae, alzando una ceja, y yo la miré con la mandíbula desencajada.
               -Un respeto, Sabrae. Shasha me tiene bien entrenado.
               -A ver, que me lo paso muy bien con ella, y tal, y es bastante guapa, pero sólo somos amigos-explicó Josh, y yo me volví hacia él como un resorte. Ni Serrucho cuando le tirabas de la cola se giraba con tanta rapidez.
               -Para, para, para, ¿que os lo pasáis muy bien juntos?-sonreí, y Josh se puso rojo de nuevo-. ¿Y qué hacéis, si se puede saber?
               -Nada.
               -Yo a tu edad no hacía “nada” con chicas que consideraba guapas.
               -Eso es porque eras un salido-me dijo Sabrae.
               -Cállate, Sabrae. Va a confesarnos que está enamorado de tu hermana.
               -¡Y dale! ¡Que yo no estoy enamorado de Shasha! Sólo me cae bien. Es una tía guay.
               -A mí también me cae bien Sabrae y me parece una tía guay; eso no me impide meterle la polla hasta el páncreas.
               -¡ALEC!-bramó Sabrae, escandalizada, como si hacía seis horas no tuviera mi polla haciéndole una limpieza bucodental -. ¡TIENE TRECE AÑOS!
               -¿Y? Mejor que aprenda conmigo, que tengo experiencia homologada, a que lo haga viendo porno y luego se piense que hay que meter tres dedos en el clítoris.
               -¿Tres no son muchos?-preguntó Josh con inocencia-. ¿No basta con dos?
               -¿Por qué me preguntas eso?-quise saber yo.
               -Me dijiste que podía preguntarte lo que quisiera sobre sexo y que me diera vergüenza preguntárselo a mi madre.
               -Deberías hablar con tu madre con toda la libertad del mundo, Josh-le dijo Sabrae, alias Doña Sincera Con Sus Padres, alias Doña No Les Oculto Nada A Mis Progenitores, alias Para Nada Me He Escapado De Casa Para Ir De Fiesta Con Mi Novio Y No He Dicho Absolutamente Nada, alias…
 
 
Lo van pillando, Alec.
 
 
Me reí por lo bajo ante lo irónico de la situación, cuando literalmente Sabrae me estaba acompañando al hospital porque no quería quedarse a solas en casa, a merced de sus padres, y ella volvió a pegarme un manotazo en el vientre.
               -La próxima va a los huevos-me advirtió.
               -Me gustaría verlo. Con lo que te encantan, ni de coña los tocas con ánimo agresivo-me encogí de hombros.
               -Eres insoportable-escupió Sabrae.
               -Menos mal que follo bien, ¿eh?-ronroneé, inclinándome hacia ella y besándole la mandíbula. Sabrae puso los ojos en blanco y me dio un empujón juguetón para quitarme de encima.
               Dios, cómo echaba de menos esto. Hacía tanto que no estábamos en plan parejita con nadie más que con mis amigos que se me había olvidado que, cuando estábamos en público, nuestras interacciones se convertían en un tira y afloja divertidísimo que me recordaba un montón a cuando ella no me soportaba y a mí me encantaba respirarle cerca porque eso la ofendía sobremanera.
                -Creo que es importante que le plantees todas tus dudas a tus padres-dijo Sabrae, interpretando a la perfección su papel de hermana mayor. Ni confirmo ni desmiento que me pusiera cachondísimo-. Ellos no te juzgarán. No tienen derecho-sentenció, y me dio la sensación de que ya no estaba hablando solamente de los padres de Josh, sino también de los suyos propios. Di que sí, mi reina. Acaba con tu familia, pensé cuando la vi apartarse el pelo de los hombros y estirar la espalda-. Además, tampoco es como si ellos te hubieran hecho dibujándote. De hecho, seguramente les encantó el proceso.
               -A tu padre, fijo-dije-. En realidad, de lo único que se trata es de que nosotros disfrutemos. El placer femenino no cuenta para la evolución-hice un gesto con la mano como quitándole importancia y Sabrae me fulminó con la mirada.
               -¿Seguro que quieres que interiorice la idea de que no tiene que preocuparse de que mi hermana disfrute?
               -Se ha molestado en informarse acerca del clítoris, Sabrae-sentencié, mirándola con el ceño fruncido-. Hay tíos de treinta años que piensan que los demás nos lo inventamos. Shasha estará bien.
               -¡QUE NO QUIERO NADA CON SHASHA!
               -Acabas de decirnos que te parece guapa-dije yo.
               -Bastante guapa-me recordó Sabrae, y yo sonreí.
               -Ay, nena, te quiero más…
               -Igual os sorprende, pero yo puedo ser amigo de chicas que creo que son guapas.
               -Ya nos has dicho que sois amigos como tres veces; me huele a que lo que estás intentando hacer es convencerte a ti mismo de que no hay nada entre vosotros.
               -Es que no lo hay. Apenas la conozco.
               -¿En qué quedamos?-preguntó Sabrae-. ¿Apenas la conoces o sois amigos?
               -Sabrae también me conocía más bien poco hace un par de veranos y eso no le impidió hacerse dedos cuan…-empecé, pero Sabrae me tapó la boca con las dos manos y me bufó en el oído.
               -Ni se te ocurra contárselo.
               -¿Contarme qué?-preguntó Josh, muy interesado de repente en nuestro pasado sentimental.
               -Nada-dijo Sabrae, y Josh me miró con gesto suplicante, pero yo soy un hombre fiel que no va a vender a su esposita informal por nada del mundo. Si ella me decía que no dijera nada, yo no diría nada.
               Cuando Sabrae me separó las manos de la boca, Josh me miró con intensidad, pero yo levanté las manos.
               -Lo siento, tío.
               -¿¡Qué hay del código de los hombres!?-protestó Josh.
               -Tienes trece años-le recordó Sabrae.
               -Algún día cumplirás los catorce y te das cuenta de que no te conviene cabrear a la chica que roza tus huevos con sus colmillos cuando se le antoja. Es una cuestión de supervivencia-me encogí de hombros, y Josh bajó la mirada, pensativo, después de asentir con la cabeza. Entrecerró ligeramente los ojos, observando la gravilla. Mientras el crío reflexionaba, yo miré a Sabrae. Así que Shasha y Josh, ¿eh? Se lo había mantenido más bien calladito en las cartas. No recordaba nada más que breves menciones en las que siempre decía que su hermana se iba al hospital entre protestas, pero, viendo cómo estaba Josh, no me extrañaría una mierda que Shasha volviera de las visitas al hospital muy sonriente. Y no tendría mucho que ver con el largo trayecto hasta su casa escuchando la música que le diera la gana, precisamente.
               -Bueno, a ver, ¿y qué haces con tu íntima amiga, Shasha, cuando viene a verte?-pregunté, dándole un suave codazo de invitación. Josh me miró frunciendo el ceño.
               -¿Qué fijación tienes ahora con Shasha?
               -Eres tú el que la ha mencionado a la mínima oportunidad que se le ha presentado.
               -Me habéis hecho una pregunta y yo la he contestado.
               -Ajám-asentí, mirándome las uñas. Josh me miró, miró a Sabrae, que lo observaba con atención, y luego suspiró.
               -Jugamos a juegos.
               -¿Qué clase de juegos?-pregunté, conteniéndome la contestación de que yo también jugaba a juegos con Sabrae. Sin ropa. O muchas veces la ropa era la moneda de cambio cuando uno de los dos perdía una partida.
               -Juegos de cartas-bueno, eso era bastante inocente-. Y a veces se trae la Switch e intercambiamos recetas de muebles en el Animal Crossing.
               Sabrae y yo intercambiamos una mirada que lo dijo todo. Con trece años, te intercambias recetas de muebles en juegos de simulación en consolas.
               Con quince, te intercambias enfermedades venéreas.
               Es ley de vida.
               -¿Has estado visitando mi isla, como te dije? Mira que no quiero que acabe llena de hierbajos-le advertí, cambiando el tema de conversación para que el crío pudiera relajarse un poco. Saab y yo ya nos habíamos divertido a su costa y ya nos habíamos relajado lo suficiente como para pasar página de lo que había pasado la noche anterior, así que sólo nos quedaba disfrutar de la presencia del otro. Daba igual si era en compañía de un chiquillo, de una manada de ellos, o solos en una habitación en la que los únicos estímulos fuéramos nosotros; el caso era que necesitábamos relajarnos.
               Y lo conseguimos, de algún modo. Con los donuts que le habíamos comprado a Josh llenándonos la boca, su relleno explotándonos mientras charlábamos, Saab y yo nos pusimos al día con el crío: me contó lo que había pasado mientras esperaba a que le operaran, lo mucho que se había aburrido sin mí y lo tediosa que le había resultado la espera por sus pulmones nuevos; los cambios en las enfermeras, quiénes eran majas y quiénes unas bordes, quiénes le consentían y quiénes eran estrictas con su medicación y su tratamiento, y la vista privilegiada que había tenido de las obras del parque infantil del hospital desde su habitación, desde la que había podido observar cómo echaban la goma sobre la que los demás críos estaban saltando ilusionados, cómo habían montado las figuritas del parque, y lo mucho que le había gustado ver que ponían juegos aptos para sillas de ruedas. Me destrozó el corazón aquella última parte por lo que implicaba: como persona sana, tú rara vez notas las barreras arquitectónicas que hay por todas partes, y que salvas sin preocupaciones con cada paso que das. En cambio, los niños que crecen anhelando los columpios siempre van a fijarse en cada bordillo, en cada rampa demasiado empinada, en los escalones antes de meterte en un ascensor.
               Josh estaba acostumbrado a fijarse en qué rutas debía seguir porque en sus mejores momentos un par de escalones le llevaban unos cinco minutos; en los peores, eran un muro de varios kilómetros de altura. Todo porque sus puñeteros pulmones no podían darle la fuerza suficiente para volar.
               Pero ahora tenía un parque en el que poder jugar… y pulmones nuevos con los que correr.
               -Fijaos-instó el crío, tan orgulloso de sus cicatrices  como un vikingo que alcanza el honor de dirigir a su gente, mientras se abría el pijama que le habían puesto y nos mostraba las vendas que todavía le cubrían las heridas. Como la operación era muy reciente, todavía tendría que esperar un tiempo para poder observar las huellas que la medicina había dejado en su cuerpo, pero ya intuía que su recuperación le dejaría una marca de por vida. Lejos de avergonzarse de ellas como tontamente había hecho yo, Josh se moría por presumir de aquellas heridas que convertiría en su bandera. Todo porque habían sido su aspiración desde el principio, una salvación que, desgraciadamente, había nacido esperando.
               No tenía un cuerpo impoluto que añorar como me había pasado a mí cuando me desperté en la cama del hospital; no tendría un pecho que le enorgulleciera que comparar con el que ahora poseía. Era un guerrero, y sus heridas eran su mayor orgullo: eran la prueba de que había sobrevivido a la más dura de las batallas que ninguna persona libraría nunca.
               -Hala-silbé yo, inclinándome a mirar los vendajes igual que lo había hecho Sabrae en su momento. En los ojos de mi novia había habido amor; en los míos, también.
               Gracias a Josh, por fin podía entender bien lo que Sabrae sentía cuando me quitaba la ropa y veía mis cicatrices. Eran la prueba de lo duro que había luchado por estar conmigo.
               Eran la prueba de lo duro que había luchado yo por volver con ella. Mi testigo de inmortalidad.
               -Los cirujanos no han querido explicarme qué me han hecho, pero Jordan consiguió convencer a la doctora Watson para que le dijera lo que iban a hacerme. ¡Me abrieron en canal como a un salmón!-proclamó, orgulloso, y su madre puso los ojos en blanco. Tenía que ser duro que tu hijo preadolescente hubiera tenido las entrañas al aire y le alegrara tanto-. ¿A que mola?
               -¡Mola!-asentí yo.
               -Y eso no es todo. Jordan me dijo que mis cicatrices serían muy parecidas a las tuyas, Al. ¿Verdad que es guay? ¡Seremos compañeros de cicatrices!
               -Todavía estás a tiempo de ponerte al día y presentarte a torneos de boxeo y ganar premios donde yo no lo conseguí-bromeé, revolviéndole el pelo, y Josh sonrió.
               -Y no sólo eso. Cuando sea mayor, podré ir a correr delante de leones, igual que haces tú-comentó con ilusión, sus ojos resplandecientes.
               Intenté que no se me congelara la sonrisa en la boca, aunque me costó horrores. Me había olvidado de Josh. Había considerado a mis amigos, a mi hermana, a mis padres y a mi abuela en la espiral de mentiras que había construido para proteger a Sabrae, pero no a Josh. Me parecía ruin engañar al crío, que seguramente encontraba en la vida que yo supuestamente vivía en Etiopía el consuelo que necesitaba para resistir a las tardes monótonas en el hospital. Yo, desde luego, me esforzaría en imaginarme corriendo por la sabana de la mano del chico que me había tocado como compañero de habitación y que había experimentado un recuperación milagrosa, como si fuera una especie de héroe de cuento, el caballero de brillante armadura que salva a la princesa de la garras del dragón.
               Me esforzaría en verme en una sabana infinita y dorada, escapando así de mi mundo blanco mate y confinado.
               Pero no podía dejar que ahora, precisamente ahora, mis mentiras llegaran a su fin. No había hablado aún con Saab, y ella era la causa principal de que todos creyeran que estaba encantado con mi vida tal y como les había dicho que la estaba viviendo. ¿Quién no querría cambiarse conmigo y vivir mil aventuras? Bey, que estaba hasta los huevos de sus exámenes, y eso que apenas llevaba un mes y medio de curso, desde luego, sí. Tam, a la que ya le dolían los pies y se le estaban empezando a deformar las uñas por tanto tiempo que tenía que andar de puntillas, desde luego, sí. Jordan, que no había entrado en la carrera que quería y tenía que recurrir ahora al ejército, desde luego, sí. Max, que piraba a la mitad de clases porque no le parecían interesantes, desde luego, sí. Logan, que vivía contando los días para las próximas vacaciones en las que vería a Niki, desde luego, sí. Karlie, que estaba descubriendo que echaba más de menos a nuestros amigos de lo que se esperaba, desde luego, sí. Scott, que no disfrutaba de su sueño por la preocupación que le producía lo que podía hacerle éste a Diana, y Diana a Tommy, desde luego, sí. Tommy, que no dormía bien por las noches cuando Diana no dormía con él, desde luego, sí.
               Sabrae, que no podía relajarse en su casa por culpa de mi puto voluntariado, desde luego, sí.
               Josh, que no tenía unos pulmones lo bastante fuertes como para correr por los pasillos del hospital para divertirse, ya no digamos a la intemperie para salvar su vida, desde luego, sí.
               Era un mentiroso. Un mentiroso ruin y vulgar que había hecho que todo el mundo le envidiara porque era el único al que conocían cuya vida ya no tenía preocupaciones. Lo único de lo que podía quejarme era de lo lejos que tenía a mi familia, y eso me lo había provocado yo, así que no tenía sentido que me dolieran heridas autoinfligidas.
               Ahora no era mi momento de redención.
               Mi nombre significa “el protector”, así que tenía que hacerle honor. Tenía que protegerlos a todos de la bomba de relojería que yo mismo había construido a lo largo de las semanas y que había activado en cuanto me bajé del avión.
               Tenía cosas pendientes con mi novia. Primero iba ella, y luego, todos los demás.
               -Todo va genial-mentí, y me asombró lo fácil que me resultó. Era como si, cuanto mayor fuera la mentira, más lejos me sintiera yo de mi propia piel y más me creyera lo que estaba diciendo. Casi podía sentir una hierba suavísima en los pies, el viento acariciándome la cara, el sol dorándome el pelo y besándome la piel. Los cantos de los animales, un horizonte que no existía, porque era tan lejano que se difuminaba con el cielo.
               En ese mundo vivían dragones y unicornios. En ese mundo, el cielo me pertenecía a lomos de los dragones; la magia era mía para canalizar a través de los unicornios. ¿Quién no iba a querer vivir allí? ¿Quién no iba a alegrarse de que yo, un miserable hijo de un maltratador, por fin hubiera encontrado el paraíso que la humanidad llevaba milenios buscando?
               Le hablé a Josh, y a Sabrae indirectamente, de los sacos de dormir, de las tiendas de campaña que no conseguían seducirte para que te alejaras de las estrellas, de la música silenciosa de una sabana más bulliciosa que Nueva York, a pesar de que sus rascacielos eran algo más bajos y moteados; de los sacrificios que teníamos que hacer por el camino, del dolor de espalda de cargar con animales que casi te duplicaban el peso; del peso en el corazón cuando no podías llevártelos y los tenías que mirar a los ojos antes de irte. Le hablé de las duchas interminables que no te quitaban del todo la suciedad de encima, de los barrotes que eran los árboles para la jaula que era el campamento. De los depredadores. De las presas. De los animales que no veíamos hasta que ellos no lo decidían, de los que se nos escapaban entre la hierba, sólo su huida como prueba de su existencia. Y también de los que se interponían en nuestro camino y nos impedían continuar. Le hablé de Sandra, de Killian…
               … y de Perséfone. La que lo había ocasionado todo. Por la que ahora estaba allí, contando mentiras tan hermosas que más que un mentiroso, parecía un escritor. Por la que aferraba con fuerza la mano de Sabrae como si fuera mi única conexión con el mundo real, la única que no podía permitirme perder.
               -No sé cómo lo haces-se quejó Josh-, que siempre te juntas con chicas guapísimas. De mayor quiero ser como tú.
               De mayor quiero ser como tú. De mayor quiero ser como tú. Esas palabras reverberaron dentro de mí como una maldición que me confinara en un cuerpo mortal, a mí, que estaba acostumbrado a recostarme sobre las estrellas de la mano de Sabrae. Aunque seguí hablando con ellos como si no pasara nada, la frase me persiguió mucho más allá de las puertas de aquel parque, o de las automáticas del hospital. Le prometí a Josh que volvería a verlo antes de marcharme.
               De mayor quiero ser como tú.
               No sabía la equivocación que estaba cometiendo. Mis cicatrices no eran señales en un mapa que indicaran la ubicación de un tesoro.
               De mayor quiero ser como tú.
               Sabrae me cogió la mano y se abrazó a mi brazo, observando la calle con cierta apatía. Ahora que habíamos terminado en el hospital, no nos quedaba ninguna otra excusa que esgrimir ante sus padres para no ir a su encuentro, algo que ninguno de los dos quería. Me concentré en los latidos de su corazón en mi brazo para estabilizarme, y mientras un bus se detenía en la parada, descargaba y cargaba pasajeros y se marchaba, me armé de valor para decidir que ya estaba bien.
               -Antes de ir a ver a tus padres-dije, los ojos aún en el autobús que se alejaba-, creo que tenemos que mantener nuestra conversación.
               Bajé la vista y miré a Sabrae, que seguía con los ojos fijos en la carretera. Tenía la mirada perdida de quien está sumido en sus pensamientos, pero sabía de sobra que me había escuchado por cómo su boca se curvó hacia abajo. De mayor quiero ser como tú.
               -Se me ocurre el sitio perfecto-respondió, y me cogió de la mano y tiró de mí en dirección a la parada de taxis. Se metió dentro y recitó una dirección que a mí me resultaba familiar. No fue hasta que el coche no giró la esquina y se detuvo delante del portal del edificio cuando me di cuenta de por qué me sonaba: con el pitido del datáfono aceptando el pago del móvil de Sabrae, mi memoria se retrotrajo a un momento en el que el datáfono no había sonado, hacía poco más de diez meses, cuando ayudé a Scott y Eleanor a colarse en la tienda de mi hermano y dejé que ella se abasteciera de toda la ropa que quisiera porque le había venido la regla, lo que, creía, había estropeado su fin de semana perfecto con Scott.
               El primer fin de semana que Scott y Eleanor habían pasado juntos. Donde mi relación con Sabrae también había terminado de asentarse.
               De mayor quiero ser como tú.
               Sabrae me cogió la mano, subió el escalón del portal, introdujo la llave y lo abrió. Me llevó hasta el ascensor, lo llamó, marcó el número del piso en absoluto silencio, y retrocedió en la caja del ascensor hasta quedar a mi lado. Miró al techo mientras yo la miraba a ella.
               De mayor quiero ser como tú. De mayor quiero ser como tú. De mayor quiero ser como tú.
               Sabrae puso los ojos en mí y me sonrió. El ascensor se detuvo y me sacó de él. De mayor quiero ser como tú. Un mentiroso. Un embustero. Alguien que rompe familias. Un novio que destroza la autoestima de su novia.
               De un par de pasos, Saab salvó la distancia que separaba el ascensor de la puerta de casa. Miré la letra que había sobre la puerta y no pude evitar sonreír, porque era la misma que Sabrae llevaba colgada al cuello.
               Sabrae giró varias veces la llave en la cerradura y, con un chasquido, ésta cedió. Mi novia empujó la puerta y se giró cuando notó que yo no me movía. De mayor quiero ser como tú. De mayor quiero ser como tú.
               No estoy disfrutando del voluntariado, debería haberle dicho. De hecho, sólo fui a la sabana una vez. Luego Sabrae se puso mal, yo vine a verla, y me castigaron por ello. Por elegir. Querían que decidiera ser mal novio a cambio de ser buen compañero, cuando la realidad es que… siempre será ella. Ella siempre será la elección que yo haga.
               De mayor quiero ser como tú. De mayor quiero ser como tú. De mayor quiero ser como tú.
               -Sol-susurró Sabrae, y yo bajé la mirada de aquella letra que empezaba mi nombre, se colgaba de su cuello y estrenaba el abecedario y le pregunté:
               -¿Sabes lo que esto significa?
               A aquella misma puerta había llamado Sherezade diecinueve años atrás. Aquella había sido la primera puerta que había atravesado Scott para el primer lugar que él había llamado hogar. Aquella puerta había sido la barrera en la que Scott había dejado de preocuparse de Tommy y había terminado de enamorarse de Eleanor.
               Aquella no era una puerta normal. Era más bien un portal, uno muy disimulado, a una eternidad. Al cielo. A un infierno que disfrutar.
               Puede que aquella no hubiera sido la casa de Sabrae nunca, pero… que me caiga fulminado aquí mismo si no estaba preciosa, ofreciéndome todo eso precisamente a mí.
               -Repite la historia de mi familia conmigo, sol-susurró-. Quiero que tu nombre y el mío vayan juntos en una sola canción.
               De mayor quiero ser como tú. Un mentiroso, vale. Un embustero, de acuerdo. Alguien que rompe familias, sin duda. Alguien que le destroza la autoestima a su novia.
               Prefiero dejar de ser tu hija a dejar de ser de Alec. La había mentido para protegerla. Había engañado a todo el mundo para que no se preocuparan por mí. Yo no tenía tanto poder para romper una familia que no estuviera predispuesta a deshacerse en cuanto alguien se salía de su lugar. Le había destrozado la autoestima a Sabrae, pero, joder, me cago en mi madre… que me partiera un rayo si no me estaba matando a hacer que la recuperara. Yo era el único que podía hacer que la recuperara. No iba a dejarla sola. No iba a juzgarla en sus atracones; comería con ella para que no se sintiera tan mal. Le sujetaría el pelo cuando vomitara, y luego le daría un beso para demostrarle que no me daba asco su proceso de curación.
               De mayor quiero ser como tú.
               Prefiero dejar de ser tu hija a dejar de ser de Alec.
               Algo tenía que estar haciendo bien si Sabrae estaba tan segura de mí. En realidad no había cambiado tanto; no habría dudado en hacer lo que estaba haciendo hacía un año, cuando no la conocía y me creía libre, por alguien que me importara un poco menos de lo que lo hacía ella. Habría mentido para salvar a cualquiera de mis amigos. Ser yo no era algo malo. Ser yo no era algo malo. Yo no tenía la culpa de lo que había pasado.
               Me habían llamado Alec por algo. Mamá me había encomendado que cuidara a los que me importaban, que les protegiera. Eso era lo que estaba haciendo con Sabrae ahora: protegerla de unos dragones con los que se había criado.
               Así que crucé la puerta.
 
 
Sabía que era mezquino por mi parte traerlo al piso del centro precisamente ahora, estando las cosas como estaban. Era el equivalente a que él me hubiera gritado que me quería por primera vez en medio de la discusión que tuvimos porque yo le había dado calabazas.
               Pero es que no… no podía soportarlo más. Estaba tan cansada de todo lo que nos estaba pasando que necesitaba irme a un lugar en el que no nos encontrarían, uno que no estuviera impregnado de nuestros olores y en el que sería muy difícil rastrearnos. Había visto la tristeza en los ojos de Alec mientras nos hablaba de la sabana como si fuera lo mejor que nadie pudiera encontrarse, como si se sintiera culpable por estar hablando de algo que le producía tanta felicidad como a mí me había provocado pena. La sabana era la culpable de haber atraído a mi novio tan cerca que se había alejado de mí lo suficiente como para que yo me convirtiera en una triste luna sin planeta que orbitar, condenada a vagar por el espacio gélido y oscuro sin reflejar la luz del sol, un objeto invisible igual que una bomba atómica sigilosa, a la que ni siquiera percibías cuando impactaba. Simplemente te desintegraba, y un segundo eras, y al siguiente, ya no.
               Puede que mamá tuviera razón, después de todo. Puede que Alec me hubiera cambiado a peor, aunque ésa no fuera su intención. Había pensado en las Navidades como el momento en que tendría que quitarme la careta y decir por fin la verdad, sometiéndome a sus juicios, pero… por caprichos del destino, mi suerte se terminaba ahora.
               Sólo quería que él entendiera que, fuera cual fuera su decisión, para mí siempre sería él. Podría asistir a su vida desde la ventana de mi casa, verlo alejarse de mí sin mirar la vista atrás, verlo enamorarse de una chica que se lo mereciera más de lo que lo hacía yo, visitar a sus padres, encandilarlos como había hecho durante 18 años con los míos; ponerse de rodillas y pedirle que se casara con él (Dios, el sólo pensar en que pudiera haber otra que portara su apellido y que no fuera yo era suficiente para desintegrarme); tener hijos con ella, hijos que sanarían aquella parte de él que creía que sería un mal padre a pesar de ser un excelente amigo, hermano y novio; verlos crecer, envejecer a su lado. Yo siempre estaría sentada en la parte de atrás del coche, viviendo por aquellos momentos en que él apartara la vista de la carretera y la pusiera en el retrovisor, deteniéndose siquiera unos segundos en el pasado que habíamos dejado atrás, en el que yo no me cansaría de vivir, al que me anclaría y encadenaría sin dudar.
               Quería que lo supiera. Que aunque otra pudiera llevar su nombre en el interior de su alianza de bodas, a mí me enterrarían con su inicial colgada al cuello.
               Alec entró en la casa y miró en derredor, acostumbrándose al espacio, a la cocina en la que habríamos hecho el desayuno, la comida y la cena; al salón enfrente, en el que nos habríamos apoltronado viendo alguna peli mala entre sesión de sexo y sesión de sexo; el vestíbulo en el que ahora estábamos, y en el que habríamos remoloneado entre besos para no tener que marcharnos; el pasillo que recorreríamos corriendo en dirección a unas habitaciones en las que llevaba escrito lo que sucedería desde que descubrí el paraíso que tenía entre las piernas pensando en él y aquel bikini que recuperó. Entendí entonces que llevaba tanto tiempo salvándome que ya ni siquiera consideré la posibilidad de que pudiera cansarse de hacerlo.
               Echó un vistazo en derredor, familiarizándose con el espacio, mientras yo me quitaba el abrigo y esperaba. Cuando por fin puso los ojos de nuevo en mí, noté que se me había formado un nudo en la garganta que sólo él podía aflojarme. Y que tenía unas lágrimas anegándome los ojos que hacían que perdiera la noción de lo que tenía delante.
               Me llevé una mano al jersey de color crema, que había elegido por ir a juego con su chaqueta de borreguito, y tiré de él para separármelo de la piel.
               -Entendería que quisieras marcharte después de todo lo que te voy a contar-dije, tirando suavemente del jersey para levantarlo por mi piel-. Yo sólo… quiero que me des opción a despedirme como te mereces.
               Alec me miró sin entender, cansado y triste. Observó cómo me quitaba el jersey y me llevaba las manos al enganche del sujetador. Me lo quité y lo dejé caer sobre el suelo del vestíbulo, sobre el jersey. Desnuda de cintura para arriba, me quité las botas con dos puntapiés y me desabroché los vaqueros. Noté que tenía la barriga más hinchada que de costumbre (la reciente incluida) por culpa de los puñeteros donuts, pero me obligué a no pensar en eso y… a disfrutar. Puede que esta fuera la última vez que estuviera con él. Tenía que disfrutarla.
               Había tanta añoranza en sus ojos hablando de la sabana… seguro que me ofrecía quedarse, renunciar a ella, a cambio de ayudarme a arreglar una situación que ya no tenía vuelta atrás. Y tenía que hacerle entender que mis elecciones no le vinculaban, que mi amor le volvía libre, que el que yo dejara de ser una Malik no estaba reñido con que él renunciara a reclamarme si así lo deseaba.
               Alec me observó, de pie, completamente desnuda, expuesta ante él y sin nada tras lo que ocultarme. Tragó saliva, analizando cada centímetro que me componía. Él, bendito sea, al que habíamos juzgado mis amigas y yo hacía tanto tiempo, no se centró en mi sexo más de lo que lo hizo en el resto de mi cuerpo. Cuando ascendió más allá de mis senos y sus ojos se posaron en mi boca se permitió, entonces y sólo entonces, morderse el labio. Sus ojos se encontraron con los míos y dio un par de pasos hacia mí, hasta quedar de pie, completamente vestido, alto y musculoso como un caudillo de la guerra al que le ofrecían una concubina extranjera a cambio de paz, y que decidía si aquella mujer merecía saciar su sed.
               Me apartó el pelo del hombro y me acarició la mandíbula con la mano, los labios con el pulgar.
               -Llévame a la cama, Alec-le pedí con un hilo de voz, y él se relamió los labios, se los mordió, y asintió con la cabeza. Me acarició la nariz con la suya y me tomó de la mano.
               -Dime dónde está-me dijo, y yo lo guié hasta el dormitorio principal. El dormitorio en el que habían dormido Scott y Eleanor, y mamá y papá antes que ellos.
               Me tumbó en la cama, besándole despacio, como si le doliera lo que estaba haciendo. Me dejó desnudarlo y deleitarme con sus músculos, que eran duros y a la vez suaves al tacto de unos dedos que nunca tendrían suficiente de él. Ni con setenta años ni con setenta minutos.
               Le quité la chaqueta, la camisa, los playeros; los pantalones y los bóxers. Separé las piernas y lo miré a los ojos cuando él se arrodilló encima de mí.
               Era lo que le gustaba. Era lo que a mí también me gustaba: el contacto visual cuando empezaba el carnal. Ver cómo se convertía en hombre cuando a mí me hacía mujer.
               -No tengo… condones encima, Saab-dijo con un jadeo, y yo negué con la cabeza, un halo de esperanza recubriéndolo. Sabía que era una locura, que tenía sólo quince años, que mi situación no era la ideal, pero… un bebé suyo, algo que siempre podría llamar nuestro, sería un regalo que me salvaría la vida. Porque incluso si él se marchaba, si se iba tan lejos que ni siquiera las constelaciones que nos guardaran fueran las mismas, siempre se dejaría una parte de él conmigo. Siempre habría algo que atestiguaría lo que habíamos compartido durante este año tan precioso.
               -No pasa nada-susurré, acariciándole el pelo. Estaba tan guapo… todo lo que se hiciera le quedaría bien-. No pasa nada-repetí en voz más baja.
               Dejé descansar una mano en su nuca mientras la otra… bajaba. Y bajaba. Y bajaba.
               Y Alec se mordió el labio y la detuvo con delicadeza.
               -No. Me refiero a… estás ovulando-me recordó con paciencia-. Estás más preciosa que de costumbre, y yo…
               -No me importa que me dejes embarazada-dije, y Alec se me quedó mirando.
               -Yo no te haría eso.
               -No es algo malo. Y me gustaría que… algún día… lo hicieras-murmuré con timidez; me daba vergüenza pensar en ese día.
               -Y algún día lo haré. Te lo prometo-me dijo, acariciándome la nariz con la suya-. Es sólo que… no quería que hicieras lo que me estás haciendo ahora. Me estás hechizando, Sabrae. Y… no puede ser. Tenemos que hablar. Tenemos que hablar de todo esto, porque… nos está matando. Me está matando lo que te estoy haciendo.
               Me mordí el labio y tragué saliva. Si le decía la verdad, lo perdería. Y aun así… no dejaba de sentirlo como una especie de abuso maligno el no decirle a Alec la verdad. ¿Qué diferencia había entre aprovecharme de alguien tan borracho que no pudiera defenderse a no contarle a Alec cómo estaban realmente las cosas en mi casa hasta que no me acostara con él?
               Me está matando lo que te estoy haciendo. Aquella frase encendió todas mis alarmas. Alec no estaba haciéndome nada; era yo la que lo estaba engañando a él. Yo no tenía ningún derecho a hacer que se sintiera mal por todo lo que  estaba experimentando; se había ido a África para ser libre. Tenía que crecer allí. Por mucho que me hubiera prometido que encontraría la manera de volver conmigo, si estaba creciendo y alejándose de mí, yo… no podía evitarlo. No podía. No podía tratar de impedirle que se convirtiera en el hombre que estaba destinado a ser. Tenía que dejarlo ir, mi precioso ave fénix que, por fin, después de dieciocho años ardiendo, se había permitido resurgir de sus cenizas. Le quería lo suficiente como para saber que mi corazón no sobreviviría a su marcha y que jamás le permitiría la llegada a otro.
               Y le amaba lo suficiente como para saber que con un año sería bastante.
               Estoy dejando de quererte. Estoy… estoy descubriendo un mundo que me encanta a pesar de que tú no estás en él.
               Fui sincero cuando te dije que Perséfone no importaba. No importaba en Mykonos. Ahora sí que importa. He estado más tiempo con ella, y… ahora sí que importa.
               Con un nerviosismo creciente, el mismo de quien sube las escaleras en dirección a la guillotina, me relamí los labios y asentí con la cabeza.
               -Vale.
               Y, como quien firma su sentencia de muerte, finalicé:
               -Hablemos.
               Eché de menos su cuerpo cuando Alec me besó la cabeza y se tumbó a mi lado, casando con la cama como una estatua de oro en un templo. Qué lástima que todo apuntaba a que no volvería a disfrutarlo así: que no lo vería con el pelo revuelto, desperezándose tras una noche de sexo desenfrenado con el que escandalizaríamos a una casa que lo había visto todo; enterneciendo a unas sábanas que habían escuchado en primicia canciones de amor, y que sin embargo jamás habrían escuchado confesiones de amor tan hermosas.
               Entonces, Alec me pasó la mano por la cintura y el costado y se mordió el labio. Miró mi figura bajo las sábanas, pensativo, y, cuando por fin puso los ojos sobre los míos, me preparé para lo peor.
               Sólo una promesa que estaba a punto de romper podía oscurecerle así esos ojos tan preciosos que tenía. Y yo… le entendía. Era un chico increíble. Cualquier chica mataría por estar con él, por ser la que recibiera su afecto.
               Si el voluntariado le había hecho cambiar de opinión con respecto a mí… no le obligaría a hacer nada que no quisiera o no sintiera. Le daría las gracias por estos meses increíbles que me había hecho vivir y le devolvería el colgante del elefante.
               Pero nunca su inicial. No, nunca su inicial.
               -Sabrae…-empezó, y a mí ya me dieron ganas de ponerme de pie y salir corriendo. Si me llamaba por mi nombre es que íbamos a ir muy mal. Ni “bombón”, ni “nena”, ni “mi amor”, ni “mi luna”, ni sucedáneos. Sabrae. Dios. Dios. Dios.
               Esta cama iba a ser mi lápida; estas sábanas serían mi ataúd.
               Alec se aclaró la garganta.
               -He estado engañándote un mes y medio. Y… lo siento muchísimo, mi amor.
               No me consoló que entonces me llamara “mi amor”. Sólo me centraba en el “engañándote” de la frase anterior. Ya no te quiero. Perséfone sí que importa. Hacías bien preocupándote por ella en Mykonos. He conocido a otra.
               Mi mundo empezó a girar a toda velocidad, el universo calentándose, un remolino tirando de mis entrañas hacia el fondo del océano. Contuve la respiración y todo el color se fue de mi rostro.
               Y entonces, ¿no va el muy gilipollas y me suelta, después de prepararme el terreno para que me diga que tengo unos cuernos como un alce canadiense o que se ha cansado de matarse a pajas pensando en mí y que ya no puede seguir así, que lleva un puto mes sin ir a la sabana?
               -¿Perdón?
               Alec tragó saliva.
               -Que llevo un mes y medio sin ir a la sabana.
               Empecé a hiperventilar. No podía ser verdad. ¿Me estaba vacilando? ¡A mí me están grabando! La cabeza me daba vueltas, no era capaz de respirar.
               -Sabrae…-dijo él, alarmado. Me cogió de la mano y trató de hacerme mirarlo, pero yo me aparté de él. ¿Era eso lo que tan preocupado lo tenía? ¿Por eso tenía cargo de conciencia? ¿Porque no le habían asignado más tareas por alguna especie de periodo de asueto mientras que mi vida se derrumbaba y yo le mentía descaradamente sobre que en mi casa era bien recibido?
               ¿Era por esto por lo que quería tener una conversación tan seria? ¿Porque la puñetera Valeria se había encontrado con demasiada gente en las patrullas y lo tenía en el banquillo, esperando un momento para poder aprovecharlo como él se merecía?
               -Madre mía, Alec… madre mía… es que te voy a matar.


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2 comentarios:

  1. BUENO, VOY A EMPEZAR HABLANDO DE MI NUEVA PAREJA FAVORITA AJA JOSHA Y DE COMO NO HAGAS UN SPIN OFF DE SASHA TAMBIÉN COMO DUNA Y DAN PUES TENDRE QUE IR A ASTURIAS Y PERSEGUIRTE.
    Dejando eso a un lado me quiero morir en vida con el bucle que pilla Alec por Josh decirle con lo de que de mayor quiere ser como él y como solito el sale de el al llevarle Saab al piso del centro Y HABLANDO DE ESO
    No puedo evitar acordarme de cuando hablmos el otro dia y dijiste lo de que todo este spinoff empezo a raiz del cap de cts cuando scott y eleanor van al piso y alec dice lo de la mamada 😭😭😭 casi he chillado tia (sin en el casi)
    Y volviendo a eso también he encontrado también otro paralelismo en como saab ha querido hacerlo una ultima vez pensando que lo dejaban como cuando se habian peleado por lo del cuello.
    Me podre morir por cierto con lo que esta sufriendo mi niña, yo de verdad no puedo más. Paremos esto ya por dios. Que alec le cuente ya lo de sabana que es tremenda tonteria ella se sincere y se coman a besos 😭😭😭😭
    Pd: gracias por esa dedicatoria

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  2. ME VAN A SALIR CANAS ESPERANDO A QUE ESTAS DOS PERSONAS SE DIGNEN A TENER LA CONVERSACIÓN JAJAJAJAJAJJAJAJAJ Me lo tengo que tomar a risa porque sino acabaré volviéndome completamente loooocaaa… Procedo a comentar cositas jejejeje
    - el abrazo de Josh y Alec me ha puesto muy soft desde el punto de vista de Alec.
    - la sonrisa fuckboy de Josh me ha matado jajajajaj
    - el shippeo de shasha y josh va viento en popa ADORO (la reacción de Alec a que esté yendo a verle representa fielmente mi entusiasmo)
    - Todo lo que ha llevado el “de mayor quiero ser como tú” me ha dejado FATAL
    - “Que aunque otra pudiera llevar su nombre en el interior de su alianza de bodas, a mí me enterrarían con su inicial colgada en el cuello” CÓMO TE ATREVES A ESCRIBIR ESTO???????
    - Sabrae está completamente cucu mi pobre.
    - Cuando han estado a punto de acostarse (otra vez) antes de hablar casi me planto en tu casa a tirarte los pelos.
    - el final me ha hecho bastante risa la verdad
    Con ganas del siguiente cap y de que PORFIN tengan la conversación. Te juro que necesito que esto empiece a remontar Eri, no soporto más ver a Sabrae así NO LO SOPORTO <3

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