lunes, 30 de octubre de 2023

Sinfonía.


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Bueno, pues ya estaba. Ya había abierto las puertas del infierno y la lava empezaba a subir de nivel como si estuviera encerrado en una cámara acuática en la que terminaría ahogándome, sólo que este líquido no era el origen de la vida, sino más bien su destrucción. Lo que no me cuadraba del todo era que no terminara de quemar… o la extraña sensación de alivio que me recorría el cuerpo, justo por debajo de la piel, cuando vi que me encontraba en un callejón sin salida del que sólo podía escapar retrocediendo.
               Aunque siempre había tanteado con los límites de la autoridad, lo cierto es que no se podía decir de mí que no fuera un buen chico, así que no me esperaba encontrarme en la situación en la que lo hacen los ladrones al final de las pelis: con una brigada entera de policías armados hasta los dientes apuntándoles con sus pistolas y gritándoles que pongan las manos detrás de la cabeza.
               Ella quería que nos acostáramos porque lo que tenía en casa le superaba. Yo quería que nos acostáramos porque lo que tenía en Etiopía me superaba. Pero había aprendido por las malas lo pésimo que resulta el sexo cuando lo usas como tirita para una herida que es emocional. Cuando son las palabras las que te hacen daño, sólo las palabras pueden curarte. Cuando son las mentiras las que te empujan a un callejón sin salida, sólo la verdad puede sacarte de allí.
               Así que allí estábamos los dos, desnudos físicamente y a punto de desnudarnos también metafóricamente, la tensión entre nosotros creciendo a pasos agigantados. Todo lo que le había dicho a lo largo de estas semanas me ardía en la boca como el fuego de un dragón al que le dan la orden de diezmar los terrenos de caza en los que un día fue feliz con su amo, pero tenía que confiar en que de las cenizas brotarían cosas mejores. Sabrae no se merecía esto; yo tampoco lo hacía, pero especialmente Sabrae no se merecía que este muro que yo había empezado a levantar entre nosotros en el momento en que decidí que no era lo bastante fuerte como para afrontar la verdad continuara creciendo y creciendo hasta que llegara un punto en el que ni nos viéramos las caras, ni pudiéramos tampoco escalarlo.
               Joder, odiaba lo que tenía que hacerle: saber que sería yo el que tendría que abrirla en canal era suficiente para que quisiera coserme la boca con una aguja oxidada, pero si la quería tenía que respetarla, y sólo diciéndole la verdad podría darle a Saab el respeto que se merecía. Incluso cuando sabía lo muchísimo que le iba a doler.
               Incluso cuando ya la tenía ante mis ojos sufriendo, luchando por respirar, tratando de procesar la traición que más dolía, porque era precisamente de quien más te la esperabas. En sus ojos alarmados pude ver que consideraba todas las cosas que a mí me habían torturado durante un mes y medio, las preguntas que había estado haciéndome desde que me bajé del avión y Valeria me castigó. Y  ella tenía que dolerle incluso más, porque donde yo había tenido el consuelo de mi ignorancia, ella sabía que mi sacrificio había sido en vano. Todo por lo que yo había luchado, la luz por la que me había levantado cada mañana y que había dejado que me guiara en caminos que por lo demás eran oscuros, no era algo bueno y puro como podía serlo el Sol, sino una pobre réplica que alguna especie alienígena había creado para mantenernos encerrados en ese mundo vacío, con un status quo que sólo servía para hacernos daño.
               Sabrae jadeó contra mi pecho, la brisa que antes me había dado alas ahora convertida en un huracán que haría que me estrellara.
               -Madre mía, Alec… madre mía… es que te voy a matar.
               No era para menos, la verdad. Contuve mis ganas de decirle que se pusiera a la cola, porque si había alguien que tuviera más derecho que yo a pegarme un par de hostias para que me espabilara ésa era, precisamente, Sabrae. Después de todo, mientras que yo me torturaba ahora sabiendo por lo que había tenido que pasar durante mi ausencia, Sabrae lo había vivido. La situación con sus padres era una mierda y a mí me mataba saber no sólo que ya no los tenía de mi lado ni contaba con su aprobación, sino que era Sabrae la que no tenía ningún apoyo por su parte justo ahora, cuanto más los necesitaba. Me habría preocupado más de mí y de lo que me haría en el futuro (porque estaba convencido de que ahora no me preocupaba lo que ellos pensaran de mí porque estaba demasiado ocupado preocupándome por Sabrae, pero cuando ella volviera a estar bien, allí que volverían mis demonios y mis interminables sesiones de terapia), de no ser precisamente Sabrae la que estaba pasándolo mal en su casa. Incluso si tuviera otra novia (en un multiverso en el que me alegraba de no vivir) me habría preocupado más por mí, pero vivía en el mío, en el que era Sabrae con la que estaba y cuya aprobación necesitaba más que la de nadie. Necesitaba que ella estuviera bien y que durmiera bien por las noches mejor de lo que necesitaba hacerlo yo. No me importaría que me abrieran en canal y terminar desangrándome en un callejón oscuro mientras ella podía bailar en un escenario bajo una luz dorada en la que resplandecería ante todo el mundo. Mi dolor no me importaba mientras fuera el sacrificio a pagar por que ella estuviera bien.
               Pero si ella no lo estaba…
               Sabrae se había incorporado y se apoyaba en las palmas de las manos, luchando por respirar mientras negaba con la cabeza, su pelo una cortina de azabache que se agitaba al ritmo de las ideas que la zarandeaban. Yo también me incorporé, mis músculos protestando de una forma curiosa en la que no se atrevían a hacerlo ni siquiera cuando cargaba más peso del que me correspondía en Etiopía. Las tareas que Nedjet me había mandado habían sido una penitencia que yo había aceptado gustoso y que había hecho incluso más desagradable porque, gilipollas de mí, creía que a cuanto más sufriera yo en Nechisar, mejor estaría Sabrae en Londres.
               Y todo, ¿para qué? Para que los dos lo estuviéramos pasando mal, tanto por no tenernos cerca como por no estar ahí para que el otro nos consolara y consolarlo en esos momentos de mierda.
               Si pudiera viajar atrás en el tiempo, me daría una paliza hacía un año, cuando decidí que me iría de voluntariado y reservé la plaza en la web de la WWF. Puto gilipollas. Mira lo que has hecho.
               -Bombón, lo siento muchísimo, de verdad-empecé, muriéndome de vergüenza y a la vez queriendo que todo aquello se acabara ya. Que me gritara todo lo que quisiera pero, por favor, por favor, que decidiera seguir adelante con lo nuestro. Que no me apartara de su lado. Sabía que había hecho algo gravísimo y entendía perfectamente que reaccionara así, pero ahora no era el momento de darme una lección. Y no lo decía por mí (créeme, no podría importarme menos mi bienestar ahora mismo); sino por ella. Lo que había visto en su casa la noche anterior, el desafío en la nota de Sherezade, a la que yo jamás había visto tratar con esa inquina a ninguno de sus hijos (y eso que había momentos en que Scott se lo había ganado a pulso) me hacía sospechar que incluso si Sabrae cortaba conmigo, a sus padres no les bastaría. No; lo que se había roto en su relación no se solucionaba con mi marcha, incluso aunque fuera culpa de mi cercanía a Saab-. Entiendo perfectamente que te enfades, y tienes todo el derecho del mundo y te aseguro que no me vas a odiar más de lo que lo hago yo, pero…
               Las noches llorando, que habían sido compartidas. Las sesiones de masturbación en las que la rabia se había mezclado con la excitación, que también habían sido compartidas. Para ella habían sido un acto de desafío a las ataduras de su familia; para mí, una demostración de que el campamento no me rompería, porque tenía algo en lo que pensar y con lo que distraerme que superaba con creces lo que trataban de hacerme. Las cartas a las que esperar durante una quincena, la única esperanza de un poco de felicidad en medio de tanta mierda. Las conversaciones ausentes con nuestros amigos. El refugio que no encontrábamos en nuestras rutinas mientras íbamos arrancando las hojas del calendario. Todo eso era lo que le acababa de caer encima a Sabrae, lo que yo le había tirado encima.
               -Eres un gilipollas-jadeó, negando con la cabeza, llevándose una mano al vientre y luchando por respirar.
               Aunque sabía que no me lo merecía, me incorporé un poco más para cogerle las manos.
               -Lo sé. Lo sé, mi amor. Y lo siento muchísimo, de verdad. Sé que nos prometimos que seríamos sinceros el uno con el otro, pero… sé que no es excusa…
               -Te quiero matar, Alec-protestó, zafándose de mis manos, que se cayeron sobre el colchón, inertes. Se apartó el pelo de la cara y miró en derredor, seguramente buscando algo que le resultara mínimamente familiar y en lo que concentrarse. Algo que la distrajera del subnormal de su novio, que había dejado que su relación con sus padres se deteriorara hasta el punto de que ya no podía ni ir a casa si esperaba un poco de calma… todo por estar castigado en un puto campamento en el que sentía que no se estaba realizando una mierda. Sólo estaba perdiendo el tiempo.
               Un tiempo precioso y el que sería el mejor para nuestra relación. Jamás íbamos a ser tan libres como en nuestro primer año, sobre todo si yo aprovechaba para tomarme el año sabático que muchos ingleses nos tomamos antes de empezarla universidad. No tendríamos ninguna responsabilidad más allá de estar en casa lo suficientemente temprano como para que ella durmiera lo que necesitaba antes de ir a clase, pero, luego… las tardes nos pertenecerían. Los fines de semana serían todos nuestros. En las vacaciones podríamos hacer viajes para los que más adelante ya no tendríamos tiempo.
               Y yo lo había jodido todo por ir a construir chozas de mierda y transportar animaluchos de mierda de un lado a otro en un campamento de mierda en un país de mierda durante un año de mierda.
               Francamente, me merecía que Sabrae me dejara, por gilipollas. No me merecía siquiera compartir código postal con ella, y puede que el voluntariado fuera, precisamente, el castigo idóneo para todas mis cagadas. Pero conseguir que se tranquilizara no se trataba de mí, sino de ella. No podía darle una vuelta más a la soga que tenía al cuello; ya estaba demasiado tensa.
               -Sé que he hecho que los dos lo pasemos muy mal-Sabrae levantó la vista y me fulminó con la mirada, como diciendo “no te atrevas a hacerte la víctima en esto, Alec”-, pero si me dejas que te explique… cuando me llegaron tus cartas…
               -Tú eres imbécil-sentenció Sabrae, y yo me callé. Sí, la verdad es que tenía razón: era un imbécil de manual. ¿En serio iba a decirle que era culpa de ella que yo fuera un puto mentiroso? Era un imbécil, un gilipollas y un sinvergüenza en el peor sentido de la palabra. No sé cómo hacía que no me había dado una hostia todavía.
                Y entonces dijo algo que me descolocó completamente:
               -¿Tienes idea de las cosas que se me han pasado por la cabeza antes de que me digas esta soberana gilipollez?
              
 
Alec boqueó frente a mí como un pez fuera del agua, observándome como si fuera una oveja arcoíris que se hubiera puesto a cantar el himno nacional con la voz de alguna soprano de las del siglo pasado. Vi que sus ojos se clavaban en los míos, saltando de uno a otro como si en ellos se encontrara la respuesta a una pregunta que llevaba haciéndose toda la vida. Tomó aire, lo soltó, cerró la boca y la volvió a abrir.
               -¿Eh?-dijo por fin, y a mí me dieron ganas de pegarle un bofetón. ¡Espabila!, me habría gustado gritarle, pero estaba demasiado ocupada tratando de recuperar la compostura y de salir de aquel pozo oscuro en el que me había lanzado de cabeza, todos mis miedos hechos realidad, las cosas que jamás me había planteado ahora desfilando ante mí como una especie de película de terror de la que no podía apartar los ojos por mucho que me estuviera traumatizando, como para malgastar energías zarandeándolo para que abriera los ojos. Tenía que mirarse y mirarme a mí. Tenía que considerar su edad y considerar la mía. Tenía que pensar en sus circunstancias (estaba en un campamento lleno de chicas que seguro que eran guapísimas, que no tenían ataduras y que no sentirían lástima alguna por mí si Alec caía en su tentación) y en las mías (atrapada en un mundo que ya no consideraba mío por lo gélido que se había vuelto ahora que me había abandonado mi sol, plagado de unos recuerdos que habían sido preciosos cuando los formé y que ahora escocían por lo poco que se parecían a mi realidad). Tenía que considerar que yo estaba al límite en todos los sentidos, y que me pondría fatal en cuanto me diera indicios para pensar que algo que yo consideraba estable podía escurrírseme entre los dedos.
               Tenía que darse cuenta de que llevaba un mes en alerta, joder. No podía decirme que me había mentido y esperar que yo no me pusiera en lo peor, hostia.
               Me aparté el pelo de la cara y sacudí la cabeza, concentrándome en mi respiración. Alec tuvo la consideración de esperar a que recuperara la compostura, aunque sabía que iba a tardar lo mío. Levanté la cabeza y clavé los ojos en el techo, tratando de retener el aire en mis pulmones unos segundos incluso a base de pura fuerza de voluntad. El aire de la habitación parecía apenas unos grados por encima de cero, y el calor corporal que emanaba de mi novio era lo único que evitaba que me congelara.
               Me llevé las manos a los ojos y me limpié unas lágrimas que no deberían estar ahí, porque Alec podía malinterpretarlas. Podría pensar que me hacía daño que me hubiera mantenido en la ignorancia respecto a sus rutinas por miedo a que yo creyera que el voluntariado no merecía la pena si no lo tenían ocupado (aunque, si debo ser completamente sincera, lo cierto es que no me hacía especial ilusión pensar que Alec pudiera estar aburriéndose), pero, aunque yo estaría orgullosa de Alec incluso si se dedicara a tomar el sol en Mykonos y no hacer nada durante un año entero, también podía entender que a él le preocupara la opinión que los demás nos formaríamos de él durante su año en Etiopía. Trabajador y responsable como era, estaba segura de que le avergonzaba que le hubieran asignado unas tareas que no podía cumplir, pero de ahí a prepararme el terreno como si estuviera a punto de decirme que había dejado embarazada a alguna de sus compañeras, pues… había un trecho.
               No obstante, ni siquiera podía enfadarme con él. No del todo, al menos. Sabía que estaba siendo irracional por ponerme así con él cuando no había hecho nada malo realmente, y una parte de mí ya se sentía mal por la preocupación que había en sus ojos, pero… sabía por qué lo había hecho incluso antes de que me lo dijera. Lo había pasado mal durante su ausencia, más incluso de lo que los dos nos esperábamos, y seguro que se sentía culpable de no estar haciendo nada demasiado importante mientras yo lo echaba de menos terriblemente. Incluso si no tenía la información real de cómo estaban las cosas con mis padres, hasta cierto punto podía entender que no me dijera la verdad en ese aspecto.
               Ahora bien, había formas y formas de sincerarse, y también momentos que elegir. Sabía que había cometido un error tratando de tener sexo con él para llenar ese vacío que sentía por cómo estaban las cosas con mis padres, y le agradecía que hubiera sido capaz de poner mi estabilidad mental por delante de mi autoestima y mi necesidad de aprobación. Tenía razón: follar para desoír las cosas malas que pensabas de ti no era el mejor camino para acallar a aquellas voces y quererme a mí misma, y yo no debería haber caído en aquella trampa después de haber visto todo el mal que le había hecho a Alec.
               Tragué saliva y, por fin, lo miré. Y, aunque todavía me escocía el susto que me había dado, no pude evitar enternecerme cuando me di cuenta de que había estado mirándome a la cara todo el rato. Por Dios, qué rico y qué mono era. Me tenía completamente desnuda delante de él, con mi sexo asomando entre mis muslos, mis pechos totalmente al aire, mis pezones endurecidos por el frío de la habitación…
               … y aun así, por mucho que le encantara, en ese momento a Alec no le importaba mi cuerpo. Sólo le preocupaba mi alma.
               -Sí-dije por fin, con los ojos de Alec fijos en los míos-. Es que… ¿sabes lo tremendista que te has puesto? Te has puesto tan serio de repente que…
               Me quedé callada. Acababa de darme cuenta de que nos había conducido a ambos a una ruta que nos costaría horrores recorrer; puede que al final la meta estuviera demasiado alta, o el camino fuera demasiado peligroso, y no saliéramos ilesos de ella. Me relamí los labios y tomé aire, los ojos fijos en los de Alec, que los había entrecerrado con la sospecha de lo que vendría a continuación. Era mezquino por mi parte haber creído que lo que pensaba que iba a decirme era posible, y yo lo sabía: no debería haber dejado que el resto de cosas que se habían desmoronado en mi vida afectaran a la estabilidad de mi confianza en Alec. Y no lo hacían. No realmente. Lo que había creído había sido producto de mi desesperación, no de pensamientos racionales que pudiera tener en base a todo lo que Alec me había ido demostrando a lo largo de los meses; años, incluso. Él podía ser muchas cosas, y yo podía haber visto todos sus defectos en el pasado, endiosándolos hasta el punto de que dejar que me cegaran frente a sus numerosas virtudes, pero… jamás había creído que Alec no fuera leal. Siempre lo había sido, y siempre lo sería: daba igual si era a su familia, a sus amigos o a su pareja, Alec jamás traicionaría a alguien a quien él tenía en consideración. La idea que los demás tenían de él era más importante que la opinión que él tenía sobre sí mismo. Era del cariño de los demás de lo que él vivía, no de su amor propio. Habíamos luchado por cambiarlo durante tanto tiempo que era muy ruin por mi parte abandonar ese concepto de él a la primera de cambio.
               Simplemente porque mis padres me hubieran dado la espalda, no significaba que el mundo de los demás estuviera patas arriba y ya nada fuera como antes. Puede que mi casa ya no fuera un hogar, pero eso no significaba, ni mucho menos, que yo fuera una sin techo. Tenía todavía muchos refugios a los que acudir.
               Y el principal estaba precisamente delante de mí.
               -Sabrae-me pidió Alec, y yo empecé a tartamudear.
               -Yo… no sé. Hemos… como hemos parado antes de que empezáramos a hacerlo, pensé que…
               ¡No vayas por ahí!, me recriminé, y me callé de nuevo.
               -Nena-insistió él, y yo me relamí los labios. Eres una zorra. No te lo mereces. No deberías siquiera estar en el mismo código postal que él, ya no digamos en la misma cama que él.
               Al final mis padres iban a tener razón: Alec sacaba lo peor de mí, pero por el terror que me daba perderlo.
               -Eh… yo… no sé. Como hemos parado antes de que lo hiciéramos, creí que…-tragué saliva, que me sabía a rayos y tenía la textura del cemento. Tomé aire y lo solté despacio, con el pulso martilleándome en las sienes. Alec estaba esperando a que yo continuara-. Creí que…
               Te prometí que te sería sincera, pensé, la angustia adueñándose de todo mi cuerpo y haciendo que me echara a temblar de nuevo. El terror que me daba lo que estaba a punto de desatar hizo que deseara que se me parara el corazón; así se terminarían todos mis problemas. Prefiero dejar de ser tu hija a dejar de ser de Alec, le había dicho a mamá. ¿Qué pasaba si la elección no estaba en mis manos, sino en las de él?
               ¿Si me quedaba sola en un mundo en el que nunca más saliera el sol, en el que el verano no fuera más que un recuerdo, y tampoco brillaran las estrellas en mitad de la noche?
               -Creí que te habías…
               -¿Sí…?
               -Yo… pensé que… que te sentías…
               ¿Cómo te o digo sin que creas que es posible o que lo vas a hacer?, me descubrí pensando. Y de nuevo me vi en la cocina de mi casa, el auricular del teléfono pegado a mi oído, las palabras que destruirían mi mundo entero atravesando el planeta en un suspiro. No tenía ningún derecho a mandarnos de nuevo allí. La casilla de salida era un privilegio que yo no me merecía, y que Alec no podía permitirse. Habíamos estado mal al principio porque él no había estado bien; no era justo que mis propias inseguridades nos arrastraran de nuevo a aquellos terrenos oscuros que casi me habían costado a lo que yo más quería: a mi Alec.
                
               -Sabrae, me estás poniendo histérico. ¿Quieres terminar alguna puta frase?-se quejó-. Venga, que soy yo. Si aguanté diecisiete años tu desdén, ¿crees en serio que no voy a aguantar lo que sea que tengas que decirme? ¿Qué coño has pensado que te quería decir?
                Me aferré al colgante con su inicial en platino y al elefantito dorado que me había regalado antes de irse como una creyente a los símbolos de su religión, los únicos en los que encontraría consuelo, y me di cuenta de que si perdía a Alec, también perdería mi fe. No me quedaría nada a lo que implorarle un poco de alivio en las noches más oscuras, ni cuando el dolor se hiciera con el control de toda mi vida hasta que ya no recordara mi nombre. De todos modos, ¿qué mas daría que yo me volviera anónima? Si Alec se alejaba de mí, mi nombre de la boca de otras personas no sería más que sal en esa herida que sería estar soltera otra vez.
               No me lo merecía, y lo sabía, y me aterraba que él se diera cuenta. Respetaría su decisión si decidía alejarse de mí, porque le quería lo suficiente como para desearle lo mejor, y estaba claro que lo mejor no era yo. No sentía el suficiente amor por mí misma como para atreverme a desear que Alec se quedara conmigo, pero sí tenía dentro de mí un poco; bastante como para querer que Alec me permitiera quedarme con los colgantes. Le diría que me los merecía porque serían un castigo para mí, un recuerdo de todo lo que había tenido y todo lo que perdí.
               Lo que no le diría es que serían lo único que impediría que me volviera loca y creyera que me había inventado todo esto.
               -Creía que te sentías culpable-me escuché decir, y odié mi voz y cada palabra en que convirtió el aire por lo muchísimo que iba a herir a Alec, pero ya no me pertenecía. Alec se echó un poco hacia atrás, sus cicatrices adaptándose a sus movimientos, decorando unos músculos que no me atrevía a reclamar como míos.
               -Eh… igual he dicho algo para que creas que no es así, pero sí, Saab. Me siento culpable, y por eso te pido perdón, porque he estado engañándote un mes y medio. No sé en qué coño estaba pensando cuando decidí que te tenía que ocultar toda esta mierda, pero… por supuesto que me siento culpable por haber roto nuestra promesa. ¿Qué te hace pensar eso?-preguntó, inclinándose un poco hacia mí, apaciguador. Era un puente entre mi pasado y mi futuro, algo que me permitiría huir de un presente que me había ganado a pulso.
               -No-respondí, sacudiendo la cabeza-. No pensé que… no pensé en la sabana. Cuando me dijiste que me habías estado engañando, yo…-me relamí los labios, tragué saliva y, ante su expresión confundida y suspicaz, me obligué a continuar-. Alec, pensé que ibas a decirme que querías que se acabara.
               -¿Qué?
               -Creí que… estando en África… te habías dado cuenta de que no merecía la pena.
               -¿Qué?
               -Que habías conocido a otra.
               Alec se me quedó mirando con la mandíbula desencajada durante un millar de latidos de corazón. Y, después de lo que me pareció una eternidad en la que su mirada se fue oscureciendo y su ceño acentuándose, se pasó la lengua por las muelas y asintió con la cabeza. Rió por lo bajo, la mandíbula apretada, y una sonrisa oscura que no le ascendió a los ojos curvándole la boca.
               -Vale-dijo para sí mismo, y miró en derredor. Sorbió y se pellizcó la nariz, se incorporó, y desnudo y glorioso como sólo el único chico que podía garantizarte que creyeras en Dios después de acostarte con él, se dirigió a la mesilla de noche y se puso a revolver en los cajones.
               Y entonces sacó una caja de condones; la que Scott y Eleanor no habían podido terminar cuando a ella le vino la regla en su primer fin de semana solos. Alec sacó un paquete y me miró de una forma que me aterrorizó: con un odio tan profundo que podía hundir montañas y hervir océanos.
               -Túmbate-ordenó, y yo me quedé congelada en el sitio-. Y abre las piernas-añadió, llevándose el paquete a la boca y abriéndolo con los dientes. Escupió el trocito de plástico que tenía en la boca y empezó a frotarse la polla con gesto molesto, asegurándose de que volviera a endurecerse después de lo que había perdido por la conversación que estábamos manteniendo.
               -¿Qué?
               -Que separes las piernas, Sabrae-escupió como si me detestara, sin tan siquiera mirarme, y yo me revolví en el sitio.
               -¿Por qué?-dije con un hilo de voz, y fue entonces cuando por fin Alec me miró.
               -¿Que por qué? Porque en Mykonos aprendí que la única forma de que se te meta algo entre ceja y ceja es obligándote a decirlo mientras te follo como un cabrón. Así que, como el puto colgante del elefante que te regalé no parece suficiente, eso es lo que voy a hacer: voy a obligarte a que grites tan alto que echarás este puto edificio abajo que voy a volver a ti cuando termine el puto voluntariado, Sabrae-sentenció como un señor de la guerra al que le han robado a su esposa, y que está dispuesto a reducir el mundo a cenizas con tal de encontrarla-, y que no hay chica en este planeta capaz de atraerme ahora que te tengo a ti. Así que, venga-chasqueó los dedos e hizo un gesto con una mano para indicarme que me girara-, túmbate y separa las piernas. Y ya te advierto que no voy a ser nada amable-añadió, colocándose el condón-. Eso sí; avísame si te hago daño.
               Se puso de rodillas frente a la cama y me miró, pero yo no me moví.
               -¿Vas a colaborar?
               -No puedo.
               -Pues yo no voy a obligarte-sentenció, quitándose el condón y pasándose una mano por el pelo-, así que ya me dirás lo que hacemos. Sobre todo teniendo en cuenta que parece ser la única manera de que tú interiorices algo.
                -Lo siento si te he ofendido, sol, pero…
               -Oh, joder, ya lo creo que me has ofendido, Sabrae. ¿Tú te has visto? ¿Cómo cojones pretendes que me guste otra más de lo que me gustas tú? Mira cómo me pones-dijo, cogiéndose la polla-, hasta cabreadísimo contigo sigo sin poder resistirme a ti. ¿Crees que eso lo consiguen las demás? ¿Qué te crees que hay en Etiopía que pueda atraerme lo suficiente como para pensar en dejarte?
               -En Etiopía está Perséfone.
               Ya está. Ya lo había dicho. Ahora tenía que dejar que la ola rompiera sobre nosotros, cogerle bien fuerte la mano y rezar para que siguiera a mi lado cuando la orilla volviera a estar en calma.
               Alec, sin embargo, se rió.
               -Joder, ahora que lo necesitas. Venga-dio una palmada-, separa las piernas. Quedan todavía un par de condones. Igual hasta podemos aprovechar el último para algo que disfrutemos los dos.
               -Al, esto es serio.
               -¿Ah, sí? Vaya, pensaba que estabas tratando de cabrearme a propósito porque, después de lo de anoche, te apetecía echar uno de esos polvos que escandalizarían hasta el editor de novelas pornográficas más experimentado. ¿Acaso eres mongola, Sabrae? ¿Por qué iba a tener que decirte yo nada de Perséfone cuando ya hemos hablado un montón sobre ella y te he dejado claro a cuál de las dos elegiría siempre, si considerara que tengo que elegir?
               -Tienes que admitir-repliqué- que es normal que pensara que ibas a decirme algo más grave de lo que me has dicho. Es decir… vale, entiendo que te ofenda, y te pido perdón por estar siempre sacando el tema, pero… Alec, ella está ahí, y yo no. Tenéis vuestra historia, y… te has puesto un poco tremendista con lo de que has estado mintiéndome un mes y medio. A decir verdad…-me relamí los labios-, tampoco creo que lo de la sabana sea tan importante como para que creas que me lo tienes que decir de esta manera. O sea, la que ha metido la pata he sido yo. He sido yo la que te ha estado mintiendo a propósito y la que te ha dejado con el culo al aire, y…-tomé aire; la cabeza me daba vueltas, pero odiaba que la conversación estuviera yendo por estos derroteros. Tener a Alec de pie y enfadado antes incluso de haberle dicho lo que me había pasado realmente con mis padres no era la situación ideal-. No sé. Supongo que, como yo sé la dimensión de las mentiras que te he estado diciendo, creí que tú tenías algo equivalente para contarme y que por eso habías insistido en hablarlo. Y lo único que se me podía ocurrir era que hubiera otra.
               Alec torció la boca, miró en derredor y dejó los ojos clavados un rato en la ventana, como si pudiera ver su campamento varias veces al otro lado del horizonte. Tragó saliva, se golpeteó los dedos con los pulgares de cada mano, y finalmente asintió con la cabeza. Se giró de nuevo para mirarme y se pasó una mano por el pelo.
               -Lo siento.
               -Soy yo la que lo siente.
               -Tú jamás te has enfadado conmigo por ninguna de mis inseguridades.
               -Tú siempre has estado seguro de que eras el primero. Soy yo la que soy una cabezota que no se puede meter en la cabeza que me elijas a mí.
               Alec se rió.
               -¿“Era”?-preguntó, y yo sonreí.
               -Eres.
               Su sonrisa se amplió un poco.
               -Dilo otra vez.
               -Eres el primero.
               Alec levantó la mirada y, mordiéndose la sonrisa, sacudió la cabeza, los ojos cerrados en un gesto de felicidad como pocas le había visto desde que se marchó. Detesté pensar que puede que fuera el primero desde que había dejado de vivir en Inglaterra.
               -Había olvidado lo bien que sienta.
               -¿El qué?
               -Que me digas que soy tu preferido sin que sea porque te están obligando a escoger.
               Sentí que algo dentro de mí florecía; algo puro y tierno que había pasado un invierno bastante complicado, y con fechas equivocadas: en lugar de ir de diciembre a marzo, había durado desde agosto hasta mediados de octubre.
               Alec gateó hasta ponerse a mi lado en la cama, me cogió de las caderas y me tumbó debajo de él. Empezó a besarme despacio, entregándose a ese beso como si fuera su salvación y no la mía. Sólo cuando algo entre nosotros cambió y mis caricias se volvieron más profundas, interesadas e insistentes, reunió el valor suficiente para separarse de mí.
               -Saab…-susurró, y mi nombre era miel en sus labios, la canción que todo artista quiere interpretar frente a un estadio por lo menos una vez en su vida-. Saab, tienes que ayudarme. Tenemos que parar. Tenemos muchas cosas que hacer. Mucho que aclarar.
               Y, para mi sorpresa, me descubrí asintiendo con la cabeza y besándole de una forma casta, como zanjando una discusión que ni siquiera sabía que estuviéramos teniendo con un beso de paz y perdón.
               -Lamento mucho que hayas tenido que venir y enterarte de cómo están las cosas con mis padres de esta manera.
               -Sí, bueno-se aclaró la garganta y sacudió la cabeza-. Luego hablaremos de lo tuyo, pero… creo que lo mejor será que te cuente de verdad cómo está la situación en Etiopía, porque…-torció la boca y miró la puerta, como si esperara que en cualquier momento mis padres  la atravesaran y me arrancaran de sus brazos-, creo que hay cosas que tenemos que zanjar y que nosotros no sabíamos ni siquiera que estaban pendientes.
               Aparté un poco la cabeza, todavía tumbada debajo de él, y lo miré sin comprender. ¿Qué podíamos tener pendiente? La situación con mis padres la había provocado yo; él no tenía culpa ninguna de lo que había pasado más allá de hacer que lo quisiera tanto que había sido capaz de volverme loca frente a ellos, todo con tal de defenderlo. En el fondo, aunque Shash se hubiera ido de la lengua con papá y mamá, había solamente una culpable de cómo estaba ahora el asunto, y esa persona era yo. Si hubiera aceptado su “no” en su momento, si hubiera pensado en Scott aunque fuera un segundo, las cosas no habrían empezado a ir mal y Shasha no habría tenido que salir en mi defensa, con todo lo que aquello había supuesto más adelante. Alec no tenía culpa de nada, y odiaría que se quedara en Inglaterra por cuidarme porque yo era incapaz de hacerlo sola. No podía hacerle eso: no podía obligarle a poner en pausa su vida porque yo era incapaz de vivir la mía como debía.
               Lo que más me gustaba de Alec era que tenía su propia vida, su propia historia. Me había enamorado de él en las madrugadas en que me había enseñado el precioso y colorido mundo interior que tenía dentro; que fuera guapo era un aliciente, pero que estuviera hecho de rayos de sol colándose por entre las hojas de un bosque inmenso, horizontes infinitos y estrellas que bailaban justo antes del amanecer, reflejándose sobre olas perezosas que te acariciaban en la orilla de una playa de arena blanca y sedosa era lo que me había enamorado de él. Él ya era importante antes de que yo lo hiciera salir del cascarón, ya era bueno antes de que yo le hiciera decírselo a sí mismo, y ya era generoso incluso cuando yo no era la destinataria de sus regalos. Recibir su amor era el mayor honor que podía tener en mi vida, pero no le obligaría a dármelo simplemente extendiendo un poco el brazo. Podía sobrevivir a sentirlo en la distancia. Quería sobrevivir sintiéndolo en la distancia.
               Que mi historia empezara a escribirse con su nombre no quería decir que la suya tuviera que hacerlo con el mío, o que fuera yo su piedra angular.
               -Sol… tú no tienes que hacer nada, en serio. No te preocupes por mí. Voy a estar bien. Si el voluntariado se te está haciendo un poco monótono porque no sales mucho a la sabana… lamento que sea así, pero no quiero que te fustigues por no estar a tope de trabajo mientras yo estoy aquí esperándote-le di un beso en los labios-. En serio. Disfruta de la sabana mientras puedas, que yo… ya me apañaré con lo que tengo aquí.
               -No me hace mucha gracia que tengas que apañarte, la verdad. Y menos que lo hagas sin mí. Pero…-frunció el ceño-, lo de disfrutar de la sabana está un poco chungo.
               -Al, de verdad, no te preocupes. Puedo arreglármelas. No pienses en eso cuando salgas-le cogí el rostro entre las manos-, ¿vale? Tienes que estar concentrado para que no te pase nada. Si te pasara algo que me pondría mal.
               -Bueeeeeeeeeeeeeno-respondió, incorporándose hasta quedar sentado, las sábanas alrededor de su cintura como la túnica de un dios griego-. Me congratulo en anunciarte que no tendrás que preocuparte por eso, bombón, porque no voy a volver a la sabana-fruncí el ceño y abrí la boca para hablar, pero él sacudió la cabeza y se encogió de hombros-. Y, ¿sabes por qué? Porque la hija de puta de Valeria me ha castigado con no volver.
               -¿Que te han…? ¿Qué?-sacudí la cabeza. No se me ocurría nada que Alec pudiera hacer en el voluntariado para cabrear tanto a su directora hasta el punto de renunciar a uno de sus mejores activos en el campamento con tal de darle una lección. Ni siquiera un lío de faldas, cosa que sabía que con Alec estaba más que descartada, me parecía suficiente justificación para apartar a Alec de la sabana-. Pero, ¿por qué?
               Alec rió con amargura y sacudió la cabeza, sentándose a lo indio y agarrándose los pies.
               -Pues tiene gracia que lo preguntes, porque ésa es precisamente la razón por la que empecé a mentirte. Creerás que soy un cobarde y un sinvergüenza, y, mira… no puedo quitarte la razón, pero… quiero que sepas que lo hice para protegerte. No te he engañado por gusto, créeme. Y no tiene nada que ver con que crea que eres débil, ni nada de eso. Es sólo que… antes, cuando has hablado de culpabilidad, no he podido evitar pensar en lo irónico de la situación. Porque, efectivamente, lo hice para evitar que uno de los dos se sintiera culpable.
               Su mirada se hizo más oscura, más decidida, la de un depredador famélico que encuentra a una presa desvalida justo cuando está a punto de morirse de hambre.
               -Pero lo hice para evitar que te sintieras culpable, porque… si ya no puedo ir a la sabana es por ti, Saab.
               Incliné la cabeza a un lado, sin entender.
               -¿Por mí? Pero, ¿qué tengo que ver yo en todo eso? Si nunca he ido. Y jamás te he llamado cuando estabas fuera, ni… no tiene sentido, Al-sacudí la cabeza y él se relamió los labios.
               -Supongo que no podemos echarle la culpa de lo que pasó a nadie más que a mí, pero… sabía que te sentirías culpable si te lo dijera, igual que que te lo vas a sentir ahora, cuando te cuente por qué. Así que quiero que me prometas que, pase lo que pase, no dejarás que te sobrepase, ¿de acuerdo, bombón? No quiero que pienses ni por un momento que me arrepiento de lo que hice, o que lo cambiaría, porque es de lo que más me enorgullezco de todo lo que he hecho desde que me subí a ese puto avión en julio. Todo lo demás… no me importa nada. Sólo quiero que lo sepas: no hay consecuencias cuando se trata de cuidar de ti. No las hay. No para mí.
               Asentí despacio con la cabeza, cauta.
               -Vale, Al. Puedes hablar.
               Tomó aire, sus hombros cuadrándose, y hundiéndose de nuevo cuando lo expulsó.
               -Vale, a ver… no sé cómo decir esto de forma suave, así que allá va: Valeria me castigó por venir a verte.
               Parpadeé. Eso no tenía ningún sentido. Ahora estaba aquí otra vez, ¿no? Se suponía que podían hacer un puñado de viajes al año para que no se les hiciera tan duro estar en el voluntariado; estaban allí porque ellos querían, prestando sus servicios en lugar de cumpliendo una condena. Que Valeria tratara de evitar que Alec se marchara quitándole una de las cosas que más disfrutaba me parecía absolutamente ridículo; así, lo único que conseguiría era precisamente lo contrario: que dudara sobre si quedarse o marcharse y que estuviera más inclinado a dejarlo cuando surgiera algún inconveniente, como era la situación en la que nos encontrábamos ahora.
                Que ejerciera sus derechos no debería tener consecuencias. Desde luego, si lo que ella pretendía era que todos estuvieran presentes el mayor tiempo posible… no me parecía que estuviera usando el mejor método.
               -¿Por venir a verme? Espera, ¿te va a castigar también por venir al cumpleaños de Tommy?-pregunté, y él sacudió la cabeza, riéndose con amargura.
               -No, bombón. Joder, te lo estoy explicando fatal. A ver… ¿recuerdas que cuando vine la otra vez, te dije que tenía poco tiempo y que tenía que irme en el siguiente avión? Era porque no quería que me pillara. Me fui sin su permiso.
               -¿Cómo?
               -Síp. Tú estabas mal, y yo… no tenía elección. No podía quedarme allí sabiendo que estabas mal, y lo que te estabas planteando, así que… le pedí permiso para venir. Cuando me dijo que no podía venir sin coger uno de los descansos que tenía y yo le dije que ya los tenía todos ocupados, me dijo que lo sentía mucho pero que no iba a ser posible. Me mandó de expedición a la sabana, y yo convencí a los demás para que me dejaran en el aeropuerto y me cubrieran cuando volviera. Se suponía que no pasaría nada, y todo el plan habría salido bien; Valeria no se habría enterado de nada, si no hubiera habido un atentado que obligó a que todos se replegaran. Mi partida tardó más de lo que debería para la zona que tenía asignada, y Valeria nos cazó por eso. Nos pidió los pasaportes a mí y a Perséfone y vio los dos sellos de entrada. Supo lo que había hecho, y…-se encogió de hombros-, estuvo a punto de echarme. De hecho, cuando tenía ya hechas las maletas y estaba esperando a que vinieran a recogerme para ir de vuelta al aeropuerto y regresar a casa, Nedjet la detuvo. Le dijo que sería más útil en Etiopía que en casa y consiguió convencerla para que me quedara, pero a cambio de que no volviera a la sabana.
               Suspiró, los ojos un poco húmedos, seguramente recordando aquellos momentos de los que, para colmo, no había podido hablarme porque se le desmontaría todo. Me odié a mí misma por no haber estado ahí para él, por no haber sido más lista y haber considerado la cantidad de cosas que podían ir mal de su plan. 
               Y, sobre todo, por haber sido la causa de que Alec sintiera que tenía que coger aquel avión, para empezar.
               -¿Te dieron opción a elegir?-pregunté, y él me miró con unos ojos de cachorrito abandonado que me rompieron el corazón-. ¿Te dejaron que eligieras si te quedabas pero no ibas a la sabana, o te marchabas?-asintió, y aunque sabía la respuesta a la siguiente pregunta y que Alec odiaría dármela, tuve que hacerla de todos modos.
               Porque era mi castigo. Era lo que yo tenía que aguantar por los dos meses y medio que Alec se había pasado protegiéndome desde la distancia.
               -¿Y por qué no volviste a casa, Al?
               Se le anegaron los ojos en lágrimas, y aun así yo me obligué a mirarlo.
               -Porque no quería que os avergonzarais de mí.
               Ocultó el rostro entre las manos y se echó a llorar, sus hombros subiendo y bajando con sus sollozos. Me acerqué a él y lo envolví entre mis brazos, atrayéndolo para que apoyara la cabeza en mi hombro y poder darle besos, susurrarle al oído que no pasaba nada, que jamás nos avergonzaríamos de él.
               Entre lágrimas, Alec me explicó que lo había pasado muy mal. Que había sentido la tentación de rendirse infinidad de veces, que se había sentido sucio cada vez que pensaba en cómo me había mentido, pero que lo sobrellevaba pensando que lo había hecho por mi bien, que yo sólo me torturaría si sabía que estaba mal en Etiopía por mi culpa. Insistió una y mil veces en que no era culpa mía que lo hubieran echado de la sabana, y que de todos modos no quería ponerse al servicio de alguien tan inflexible y cruel que ni siquiera estaba dispuesta a hacer una excepción por él. Me contó que aun así se esforzaba como nadie en las tareas que aún le dejaban hacer, y que encontraba cierto consuelo en ayudar con el santuario, pero que cuando llegaba un nuevo convoy de la sabana, cada vez lo llevaba peor. Y, aunque no era capaz de acostumbrarse y, de hecho, cada día le costaba más... no se había arrepentido de su decisión ni un instante si eso significaba que yo estaba bien.
               Mientras hablábamos, mientras él se explicaba y excusaba y yo le escuchaba y le perdonaba, sentía que su esencia, esa luz que me había acompañado en mis momentos más oscuros y que no tenía nada que envidiar al sol, se concentraba en el vínculo dorado que teníamos, haciendo que resplandeciera hasta casi resultar doloroso. Me maravilló que, incluso se creía sucio, Alec siguiera siendo lo más brillante que había caminado nunca sobre la faz de la tierra.
               Lo adoré aún más por eso.
               Y también sentí más vergüenza por lo que ahora me tocaba a mí contarle.
               Aun así, necesitábamos zanjar primero esta conversación.
               -Al-ronroneé, incorporándome: lo había conducido de vuelta al colchón hasta dejarlo tumbado como si fuéramos a dormir, él con la cabeza sobre la almohada y yo tumbada sobre él-, voy a hacerte una pregunta, y quiero que me prometas que te pensarás cuidadosamente la respuesta antes de dármela, ¿de acuerdo?
               -No-respondió, y yo puse los ojos en blanco.
                -Al, vamos. Estoy hablando en serio.
               -Yo también, y sé qué es lo que vas a preguntarme. Y no pienso hacer el paripé de que me lo pienso delante de ti, porque no tengo nada que pensarme. Como les dije a tus padres, y como tú me dijiste cuando te dije que te había puesto los cuernos… sé que lo que tenemos es algo único en la vida y que tenemos que luchar por ello. Y yo no voy a renunciar a esto, Sabrae-dijo, haciendo un gesto con la mano al espacio entre nosotros-. Ah, ah. Hay gente que se pasa toda la vida buscándolo; yo lo tengo desde los tres años, y no voy a dejar que se me escape.
               -¿Crees que has hecho bien?
               -Tú habrías hecho lo mismo por mí.
               -Alec-suspiré.
               -Incluso si hubiera tenido elección, habría escogido lo que hice. Te elegiré a ti siempre, Sabrae. Hasta el día que me muera y que no quede más que mi recuerdo, hasta cuando nuestros hijos se mueran y nuestros nietos tengan demencia senil y ya no nos recuerden; incluso entonces te elegiré a ti, Sabrae. Y sé que tú harías lo mismo por mí. Sé que lo estás haciendo ahora.
                -Ya… siento que tengas que pasar por eso, por cierto.
               -¿Por? Me da un subidón de autoestima de la hostia-se jactó, poniéndose una mano detrás de la cabeza y guiñándome el ojo-. Imagínate que Sherezade Malik, el mito erótico de toda una generación, se pelee con su hija, con la que se lleva la mar de bien, simplemente porque por culpa de su hijita no puede montarse sobre la mejor polla de este país. Hay tíos que se tirarían al Támesis con un collar de piedras por bastante menos de lo que tengo yo-ronroneó, acariciándome el brazo, juguetón, y yo puse los ojos en blanco.
               -Buen intento, pero todavía no vamos a dar el tema por zanjado.
               -Mierda.
               -¿Qué dice Perséfone de todo esto?
               Arqueó las cejas.
               -Empiezo a pensar que tienes una fijación un tanto preocupante con Perséfone. ¿Qué pasa, nena? ¿Te has dedicado a mirar mi Instagram durante mi ausencia y te has tocado con las fotos que tengo con ella? Porque si lo que quieres es que hagamos un trío, deberías saber que a mí no tienes que convencerme. De hecho, estoy deseando que ampliemos horizontes y añadamos a Bey también a la ecuación-me guiñó un ojo y yo le pegué con la almohada.
               -No, bobo. Quiero saber qué es lo que opina de todo esto. Si cree que está justificado, si…
               -A mí me importa una mierda lo que diga Perséfone-sentenció, muy serio de repente-. Ella no te conoce.
               -Bueno, pues a mí sí que me importa. Ella es la única que está ahí contigo y sabe cómo eras antes de todo esto, tanto del voluntariado como de mí, así que perdona si quiero saber la opinión de alguien que tengo sobre el terreno y que sé que es objetiva hasta el punto de no aprovechar la oportunidad de que yo estoy a punto de dejarte para empujarme a hacerlo.
               Alec puso los ojos en blanco, cogió una pelusilla que se le había posado sobre el pecho y la lanzó lejos de un capirotazo.
               -En lo que a ti respecta, Perséfone está haciendo lo posible por hacerme el voluntariado lo más llevadero posible. Pero también me ha dicho que, si veo que no puedo con ello, lo mejor es dejarlo. No insistir más. Y también me ha dicho que puede que tú me dijeras lo mismo.
               -¿Ves? Tiene buen criterio. Estamos de acuerdo en más cosas de las que a ti te gustaría.
               -Oh, créeme, soy muy consciente de que tenéis muchas cosas en común. Después de todo, os encanta follaros al mismo tío, así que no me extraña que seáis súper amiguitas-ironizó, y yo me eché a reír y le di un beso en la mandíbula.
               -Puede que te sorprenda, pero me alegro de que Perséfone esté allí contigo.
               -¿A pesar de que es un poco culpa suya cómo están las cosas ahora aquí?-inquirió.
               -Porque es la única fuente fiable de información que tengo allí de cómo estás. Desde que me llamó para decirme lo que había pasado de verdad entre vosotros… no sé, me siento más tranquila, porque sé que hay alguien ahí que me avisará de cuando estés mal.
               -No te ha dicho nada de cómo estaba ahora y tampoco es que me encontrara especialmente bien-respondió, torciendo el gesto, los ojos fijos en el techo. Me puse a juguetear con la cicatriz de su pecho, mis dedos haciendo acrobacias sobre su superficie.
               Me puse a pensar en ello. Tenía razón en eso de que Perséfone no me había dicho nada de cómo estaba Alec, pero dudaba que respondiera a que quisiera quedárselo para sí, sino más bien a que pretendía darle un espacio para que él decidiera qué hacer. No era lo mismo dejar que yo tirara nuestra relación a la basura por cosas malas que Alec pensaba de sí mismo a dejar que resolviéramos nuestros problemas nosotros solos. Sabía que lo respetaba mucho y que sentía un cariño muy profundo por él (ninguna chica que no lo hiciera lo habría arrojado a mis brazos con la alegría con que lo había hecho Perséfone, a quien le habría venido de lujo que yo lo dejara cuando la tenía a mano para consolarlo), así que no tenía que hacerle ninguna gracia que Alec lo estuviera pasando mal tan lejos de todo lo que a él le importaba.
               Casi podía verla mirándolo desde la distancia, consumiéndose poco a poco en su pena, deseando como lo haría yo que él se diera cuenta de lo mucho que valía y de que no se merecía el trato que le estaban dando en Etiopía… y que nadie se avergonzaría de él si decidía alejarse de algo que le hacía daño. Hace falta un tipo muy particular de valentía para reconocer los errores propios y dejar las cosas antes de que acaben con nosotros.
               -Creo… que el decidir si sigues o te vas es parte de tu senda de curación. Creo que Perséfone se ha dado cuenta de eso, y por eso no ha querido intervenir. Creo que necesitabas venir aquí-me encontré con sus ojos-, y decirme esto, para poder darte cuenta de que no te mereces que Valeria te trate así. No hiciste nada malo cuando viniste a verme, ¿por qué castigarte de este modo? Es decir, sí, vale; entiendo que desafiaste su autoridad y luego te pusiste chulo, pero eso no justifica el castigo desproporcionado al que te ha sometido. No creo que un comportamiento como el tuyo sea reprobable y, la verdad, sol, si no van a valorarte... tienes todo el derecho del mundo de marcharte de un sitio en el que no van a tratarte como te mereces ni a valorar el esfuerzo que haces por ellos.
               Alec sonrió con cansancio.
               -Ya. Y, aun así, como estoy jodidito de la cabeza, una parte de mí quiere volver y demostrarle a la subnormal de Valeria que no puede conmigo.
               -Es que eres competitivo.
               -Di más bien gilipollas.
               Me acarició el costado, la vista perdida, el ceño fruncido, sumido en sus recuerdos.
               -Lo mejor sería que me quedara, ¿verdad?-preguntó, todavía sin mirarme-. Mandar a Valeria y a los demás a la mierda y quedarme aquí contigo. Para cuidarte-añadió, y por fin me miró-. Sería lo más sensato, ¿no? Y lo que demostraría a Zayn y a Sherezade que se equivocan. Por eso no me tragan. Porque te dejé aquí, sola, y no me quedé cuando vi que necesitabas que lo hiciera.
               -Lo de mis padres no tiene nada que ver contigo-respondí, apoyando la cabeza sobre su pecho, y él se rió con amargura.
               -Permíteme que lo dude.
               -Las cosas entre nosotros se han ido a la mierda tan rápido que estoy empezando a pensar que estaba destinado a ser así-contesté, jugueteando con el colgante en el que llevaba las chapas que le había regalado durante nuestros viajes, prueba de los lugares que habíamos visitado y los que nos quedaba aún por recorrer, y mi anillo, el que simbolizaba una eternidad que esperaba pasar con él.
               -Vale, sí que es raro que se hayan puesto así contigo, pero… tienes que reconocerme aunque sea un poco de mérito, nena. A la hora de la verdad, si no fuera por mí, seguramente estaríais genial. Como habéis estado siempre. Así que un poco de culpa de todo lo que os ha pasado sí que la tengo, lo cual me lleva a pensar…-se incorporó hasta quedar apoyado sobre sus codos, y yo lo miré-. Si te pido que me prometas que me serás sincera, ¿lo harás?-asentí, y él alzó una ceja-. Dilo, bombón.
               -Sí, Al. Lo prometo.
               -Vale, gracias. A ver…-carraspeó; no debía de ser nada fácil lo que me quería preguntar-. Ya sé que yo soy muy guapo y tal, y que te lo pasas muy bien conmigo, y que me quieres un montón, igual que yo a ti, pero…-se mordió el labio y tragó saliva-, ¿estás absolutamente segura de que esto es lo que quieres?
 
 
Sabrae se me quedó mirando como un cervatillo que se encuentra a un lobo en medio del bosque, un lobo que no le ataca, que ni siquiera le enseña los dientes. Parpadeó una, dos, tres veces mientras su ceño se iba haciendo cada vez más y más profundo.
               -Porque…-continué; aunque las palabras eran arena en mi boca, tenía que dejar clara una cosa: que estábamos en el mismo lugar. Yo no tenía la oposición de mi familia (francamente, siempre había sospechado que mamá se pondría de parte de cualquier pobre diabla a la que llevara a casa y proclamara mi novia; que ésta fuera Sabrae sólo era un aliciente), ella sí; y aunque yo estaba muy unido a mi madre, mi relación con ella no tenía ni punto de comparación con lo que había tenido Sabrae con Sherezade. A ellas siempre las había unido un vínculo muchísimo más fuerte y profundo, no sólo por ser madre e hija en lugar de madre e hijo, cosa que ya te distanciaba un poco; sino por la complicidad que Sherezade siempre se había esforzado en mantener con Sabrae. Sabía que Sabrae le contaba con todo lujo de detalles a Sherezade todo lo que hacíamos y, aunque no suponía ningún tipo de incentivo para que yo me portara bien (jamás había pensado en lo contenta que se pondría Sher cuando Sabrae le contara algún gesto caballeroso por mi parte o lo indignada que se sentiría cuando le hiciera daño a su hija), no era tan tonto como para pensar que aquello no era importante para su hija. Que no lo echaba de menos. Que tenerme y poder presumirme delante de su madre, y tener su aprobación, era una cosa buena más de las que sacaba por estar conmigo; una a la que ahora mismo, teniéndome tan lejos, no podía renunciar.
               Y me jodería un montón porque Sherezade no se lo merecía, pero estaba dispuesto a dar un paso atrás con tal de que las cosas fueran bien… si Saab me lo pedía. Desde luego, no lo haría por su madre. Pero, ¿por Sabrae? Lo que fuera.
               -Sé lo importante que es la relación con tu familia para ti, y… no quiero que te metas en algo de lo que más tarde podrías arrepentirte. Así que quiero que sepas que si decides cambiar de opinión, por mi parte sin rencores, ¿vale?-me encogí de hombros-. No quiero tampoco estropear la relación con tu familia con algo de lo que no estés cien por cien seg…
               -No estoy cien por cien-me cortó Sabrae, toda determinación y rabia mientras se incorporaba hasta quedar arrodillada a mi lado-. Estoy un doscientos por ciento. ¿Sabes, Al? Te iba a decir que no es culpa tuya lo que nos ha pasado a mi madre y a mí, pero… diría que, un poco, en realidad sí.
               A pesar de que estaba seguro de que daría un paso atrás si Sabrae me lo pedía, escucharla culparme de lo que le había pasado (lo cual no dejaba de ser cierto) me dolió. No me esperaba que fuera tan directa tan pronto; creía que tendría un poco más de tacto, aunque sólo fuera por su propia conciencia. A mí me daba igual que me tratara mal; seguiría arrastrándome a sus pies como un cachorrito necesitado de amor, pero no sabía lo que le haría más tarde si Sabrae era tajante y poníamos punto y final a lo nuestro aquí.
               -Me he precipitado ahora, cuando te he dicho que lo que nos ha pasado era el destino. No era nada del destino, sino tú-continuó-. Estoy segura de lo nuestro y de que no me equivoco con respecto a ti porque si tú puedes hacer que me lleve mal con mi madre, algo que hasta hace unos meses me parecía absolutamente imposible, es porque lo que tenemos merece la pena defenderse.
               Se encogió de hombros, gloriosa, su cabellera cayéndole en cascada por la espalda como la cascada de la estatua de una diosa de la naturaleza perteneciente a una civilización antigua. Le brillaban el pelo y la piel como si el mismo sol se estuviera mirando en ellos, y en su mirada había la determinación de una emperatriz.
               Luego me acarició el pecho con la mano extendida, siguiendo la línea de mi cicatriz mayor con la palma de la mano, una sonrisa juguetona en los labios, y una mirada de amor que hizo que me derritiera. La agarré de la muñeca para que no me soltara.
               -Sólo quería asegurarme de que estabas segura.
               -No-respondió-, tú lo que querías era disfrutar de este cuerpazo que te has estado trabajando en Etiopía, ahora que te están saliendo más músculos, con cierta chica de nombre mitológico-ronroneó, besándome el pecho y dándome un suave mordisquito en un pezón que, vale, puede que me pusiera cachondísimo y me dejara la polla como una piedra. Pero no podíamos hacer nada aún. No todavía. Teníamos cosas que aclarar; luego, cuando estuvieran todas las cartas sobre la mesa y supiéramos a qué se había dedicado el otro…
               Me eché a reír y le acaricié la mandíbula.
               -Parece que no he conseguido que lo interiorices del todo, ¿verdad? ¿O es que me la sacas a colación porque, efectivamente, quieres que le proponga un trío si vuelvo al voluntariado?
               -Ha pasado mucho tiempo desde Mykonos-ronroneó, inclinándose hacia mi boca-. Y muchas cosas. Todo es tan raro-se lamentó con dramatismo, y yo me eché a reír, recostándome de nuevo en la cama y dejando que ella planeara sobre mí, sus senos acariciándome el pecho de una forma deliciosa. Por eso me gustaba cuando se ponía encima; la sentía mejor que cuando estaba debajo.
               Aunque si estaba debajo tampoco me quejaría, claro. Lo importante era que estuviera, punto.
               -Me pregunto qué puedes hacer para refrescarme la memoria.
               -Yo también me lo pregunto, nena.
               Se sentó a horcajadas encima de mí y tiró de la sábana para cubrirse las piernas; empezaba a hacer frío en la habitación. Se acomodó encima de mí como una amazona acostumbrada a montar a su semental sin usar siquiera silla, y a recorrer juntos la geografía de todo un país.
               -¿Qué hay de ti?-preguntó suavemente, entre beso y beso que me acariciaba las mejillas con sus pestañas y el cuello con su pelo-. ¿Crees que esto merece la pena?
               -¿Estás provocándome, o de verdad dudas de la respuesta?-pregunté, dándole un azote en el culo.
               -Simplemente quiero asegurarme de que estamos en la misma página-meditó, jugueteando con mis colgantes e incorporándose para mirarlos. Pasó los dedos primero por los que me había regalado ella, y luego por la tira de cuero con el diente de tiburón de Mykonos que me había dado Perséfone. Tamborileó con los dedos sobre él y se mordió el labio-. Cuando la viste allí, ¿te alegraste de que estuviera allí contigo?-inquirió por fin, y yo me pregunté durante cuánto tiempo había estado haciéndose esa pregunta, no atreviéndose a siquiera reconocerlo, por si terminaba sucumbiendo a la tentación, preguntándomelo, y recibiendo una respuesta que le hiciera daño. Suerte que yo sabía por dónde quería ir realmente, incluso cuando ni ella misma se atrevía a reconocerlo.
               Me incorporé hasta quedar sentado con sus piernas alrededor de mi cintura, su pecho contra el mío, su respiración impactando contra mi cara como el viento contra una montaña, definiéndola, puliéndola, tallándola a su gusto.
               -Si lo que te preguntas es si creí que el voluntariado me iba a ser más difícil porque ella estuviera allí, porque tuviera que resistirme a ella… la respuesta es no. No pensé ni por un segundo en hacer con ella lo que hago contigo, porque, Saab-le aparté un mechón de pelo para colocárselo tras la oreja-, ella no es tú. Y nunca lo va a ser. Perséfone tiene un papel en mi vida completamente distinto al tuyo. Tenía que enseñarme a follar y convertirme en el Fuckboy Original para que yo aprendiera todo lo que puedo hacerte que te gusta tanto, pero eso no era lo que yo tenía que hacer, bombón. No era quien tenía que ser. Tú eres la única que podría haberme curado de ser eternamente el Fuckboy Original y permitirme ser feliz. Porque lo era con Bey, y lo era con Pers, pero, ¿contigo?-sacudí la cabeza-. No podría serlo nunca estando contigo. Dejé de serlo en el momento en que estuvimos juntos por primera vez.
               -¿Qué pensaste entonces?-me preguntó, y yo alcé las cejas.
               -¿A qué viene esto ahora?
               -Sólo quiero saberlo. Nunca hemos hablado de ello, creo-se apartó otro mechón de pelo detrás de la oreja y se mordió el labio-. Me lo preguntaba a veces, pero últimamente no he parado de preguntármelo: ¿qué me habías visto a mí que no habías visto en las demás? Ellas te lo pondrían mucho más fácil de lo que te lo he puesto yo. De lo que te lo estoy poniendo yo-añadió con un suspiro, y negó con la cabeza. Me pasó los brazos por los hombros y jugueteó en mi nuca con los dedos-. Siento que las cosas no sean como te mereces: un camino de rosas.
               -¿Bromeas? Son exactamente eso, un camino de rosas, con espinas y todo-dije, besándole la frente-. Las demás chicas serían como tulipanes, pero tú eres la única que me ha dado todo desde el principio. Y eres lo único en mi vida que es solamente bueno. Sin aristas. Curativo, luminoso. Contigo podía relajarme porque sabías exactamente quién era cuando te acostaste conmigo. No tenías ninguna expectativa porque me conocías perfectamente, Saab, así que… no tenía que fingir. Y creo que no tuve que fingir porque… tú eras lo que estaba buscando-le acaricié la mejilla con la yema de los dedos mientras ella me observaba con atención-. Cuando nos besamos, me di cuenta de que había encontrado algo que no sabía que había estado buscando en un millar de chicas antes de que tú me lo dieras. Por eso no voy a rendirme contigo ni voy a dejar que Sherezade me diga si soy bueno para ti o no. Es que me da igual lo que ella crea. Lo único que me importa es lo que creas tú, si tú crees que yo te hago bien. Lo demás…-me encogí de hombros-. Ellos no estaban en mi piel cuando tú me besaste aquella noche. No saben lo que fue. Yo sí. Y tú también. Así que, si tú no me dices que esto te hace mal, yo no lo voy a empezar a pensar tampoco-negué con la cabeza y ella se relamió los labios, mirándome la boca. Me apoyó las manos en los hombros y se inclinó a un lado para tumbarse junto a mí, pero no ya sobre mí. Entendí entonces que íbamos a pasar a la última parte de nuestra conversación; aquella que le concernía a ella y no a mí, en la que me daría las claves de todo lo que había pasado cuando yo me marché y todo terminó de irse a la mierda.
               Sabrae se acomodó sobre el colchón, la barbilla sobre la almohada, y movió los pies debajo de las sábanas. Tiré de ellas para taparla, y Sabrae me sonrió como agradecimiento.
               -Si no adorara tu voz como lo hago, sol, te pediría que habláramos siempre por mensajes. Porque tú eres tus palabras, Al. Eres esto que acabas de decirme, y todo el bien que haces por los demás. No lo que mis padres dicen que me haces ni tampoco de lo que te convencen tus demonios. Sólo eres bondad-me dio un beso en la mejilla-, y en tus palabras se ve cuánta tienes. Cómo te mereces todo lo bueno que te pase. Incluida yo.
               Incluida yo. Buf. Aquello me descolocó por completo en el mejor de los sentidos: fue como si hubiera salido disparado hacia el cielo y mi cuerpo no pudiera seguirme, así que me había convertido en polvo de estrellas que estaba a punto de transformarse en una nueva galaxia. Sabrae apoyó la cabeza junto a mi hombro y se relamió los labios mientras me acariciaba de nuevo el pecho, disfrutando de esa sensación de plenitud.
               Me sentía en un espacio sagrado, en el que nada podía alcanzarme. Aquella cama debía tener efectos curativos en las almas, pues creo que nunca me había sentido tan a gusto como lo estaba entonces. Con razón Sher había bajado allí por fin sus defensas y había dejado que Zayn la enamorara; con razón Scott le había dicho a Eleanor en aquella cama que se había enamorado de ella. En aquellas sábanas se concentraba una energía que ni los lugares más venerados eran capaces de replicar. Aquel colchón era la fuente de todo pecado, pero cuando descendías al infierno, descubrías que estaba hecho para disfrutar.
               -Quiero que lo tengas muy presente mientras te cuento lo que ha pasado a lo largo de estos dos meses y medio, ¿de acuerdo?-me pidió, besándome el hombro de nuevo.
               -¿Dos meses y medio? Creo que has hecho mal las cuentas, bombón. Tus padres estaban bien conmigo cuando vine la última vez; me he convertido en el enemigo público número uno en tiempo récord. Deberías reconocerme el mérito.
               -No te haces una idea de hasta qué punto te equivocas, mi amor. Puede que lo hayas notado ahora, pero la razón por la que ahora tus padres no me quieren contigo es por una cosa que pasó… antes-Sabrae se mordió el labio-. Un poco antes de que tú vinieras a verme. De hecho, fue lo que lo desencadenó todo. Incluso el que yo decidiera romper contigo porque no te merecía.
               Fruncí el ceño sin entenderla. ¿Adónde quería ir a parar? Sabrae había pasado por unos días de mierda antes de que yo me plantara en su casa y le dijera que ni de coña iba a dejarme porque fuera mala para mí; todo lo contrario. Sabía que habían sido semanas duras y me arrepentiría toda la vida de lo que le había hecho sentir durante ese tiempo, pero no había hecho nada más allá de decirle lo del beso de Perséfone y atribuirme parte de su autoría para hacerle daño. Luego me había esforzado en arreglar las cosas de un modo u otro, ¿qué podía molestarles a Zayn y Sherezade de aquello?
               -No te sigo, bombón.
               -Ya-suspiró, incorporándose un poco-. Creo que estoy siendo demasiado críptica, y te pido perdón. Pero creo que lo mejor es esto. No puedo decirte lo que pasó como si nada, soltártelo a bocajarro, porque te lo tomarás a la tremenda y creo que te pondrás de parte de mis padres. Y no quiero eso, ¿vale, sol? No quiero que te pongas de parte de mis padres, porque ellos están equivocados en esto. Como tú bien has dicho, no estaban allí cuando todo pasó. No saben lo que tenemos; no realmente. Sólo se hacen una pequeña idea de lo que compartimos.
              
               Y entonces, Sabrae empezó a hablar. Empezó por el final, por el punto en el que yo me había marchado, todavía sin saber nada de lo que pasaría entre ella y sus padres, y cómo las cosas habían ido empeorando poco a poco con Zayn y Sherezade. Cómo había ido en busca del consuelo de su madre y se había encontrado con que ésta ya no veía con buenos ojos nuestra relación. El distanciamiento que aquello había supuesto para ella, lo sola que se había sentido, la conversación que escuchó a hurtadillas de sus padres mientras trataban de idear un plan para separarnos. La encerrona para ir al psicólogo, en la que había participado Scott, que había resultado estar de mi parte…
               -Recuérdame que le haga stream como un hijo de puta cuando saque su música en solitario. Este tío es una puta leyenda viva y me aseguraré de que todo el mundo lo sepa a ciencia cierta-dije, y Sabrae se rió y se apartó el pelo de la cara. Entrelazó sus dedos con los míos y continuó:
               -Al principio yo intenté ser imparcial, pero… terminé perdiendo los papeles. Mis padres parecían haber ido allí más para que Fiorella me convenciera de que debía dejarte que para tratar de solucionar nuestros problemas, y yo… no iba a pasar por eso, Alec. Y me volví loca. Les dije cosas horribles; cosas de las que también te culpan.
               -¿Por ejemplo?
               Sabrae se puso colorada.
               -Les eché en cara lo injustos que estaban siendo con nosotros de muy malos modos, Alec. De muy malos modos. Les dije cosas súper fuertes y… por eso ahora ellos no pueden ni verte. Yo estaba tratando de convencerme de que no pasaba nada y de que lo estábamos arreglando, pero en el fondo sabía lo mal que lo estábamos haciendo y que no lo estábamos arreglando en realidad. Puede que no tenga arreglo-susurró, triste, su voz perdiéndose en el eco de la habitación.
               -Seguro que sí. ¿Qué podrías decirles que fuera tan malo?
               Sabrae se relamió los labios y me miró con vergüenza.
               -Les dije… les dije que no podían meterse entre nosotros. Que tú eras mi Zayn. Que no podían culparme por querer perdonarte, sino que deberían apoyarme por haber puesto mi felicidad por delante de lo que dijeran los demás, incluidos ellos, y que… no tenían derecho a juzgarme porque ellos también lo habían pasado mal. Que serían unos hipócritas si lo hacían.
               -Tampoco me parece tan mal-respondí-. A fin de cuentas, es la verdad.
               Sabrae chasqueó la lengua.
               -Ya, bueno… puede que te lo esté endulzando un poco.
               -A ver, Sabrae, ¿qué puedes haberles dicho a tus padres para que ahora pidan mi cabeza? Porque con lo egoístas que me están demostrando que son con todo lo que te están haciendo, a mí ya me parece suficiente con lo que me estás contando para que se cabreen contigo.
               Sabrae carraspeó.
               -Le dije a mi madre que yo no iba a renunciar a ti incluso aunque ellos se interpusieran entre nosotros, igual que ella no renunciaría a papá…
               -… vale…-la animé, asintiendo con la cabeza.
               -Incluso si el abuelo le dijera que no quería que estuviera con él porque… quién sino él podría dejarla preñada por accidente y luego perdonarla que no pudiera darle más críos.
               Me quedé pasmado. De todas las cosas que podías decirle a Sherezade Malik, hablarle de lo difícil que le había resultado quedarse de nuevo embarazada después de tener a Scott, cuando ya había querido ampliar la familia, y por lo que había acabado adoptando a Sabrae era justo lo que podría hacerle más daño. Lo único que podría hacerle daño en realidad. Y que Sabrae se hubiera lanzado hacia aquel hueso cuando sabía que era el punto débil de su madre…
               -Hooooooooostia puta, Sabrae-dije, negando con la cabeza mientras me presionaba el puente de la nariz. Sabrae se incorporó de un brinco-. No me extraña que no me quieran tan cerca de ti. Tú antes no eras tan cabrona.
                -¡Fue horrible y me arrepentí en el acto, créeme!-me aseguró-. Pero, por favor, dime que eso no cambia la imagen que tienes de mí.
               -¡Joder, que si la cambia! ¿¡Tienes idea de lo cachondísimo que estoy pensando en lo absolutamente chiflada que te vuelves ante la posibilidad de que me alejen de ti!? Si no tuviéramos tantas cosas de las que hablar, creo que no se ha inventado todavía el anticonceptivo lo bastante potente como para evitar que te dejara embarazada ahora mismo.
               Sabrae puso los ojos en blanco, pero sonrió, lo cual era mi objetivo.
               -Porque aún no hemos terminado, ¿no?-pregunté, y ella negó con la cabeza. Chasqueé la lengua y sacudí la mía con dramatismo, como si lo único que me importara ahora mismo fuera meterla. Sin embargo, sabía que tenía que haber algo más. Mucho más. Por mucho que me jodiera admitirlo, Zayn y Sherezade eran personas razonables que no se volverían locas porque su hija estuviera pasando la edad del pavo justo cuando se echaba novio. Además ya habían vivido la edad del pavo de Scott, que por desgracia para todos, todavía no había salido de ella (ni tenía pinta de que fuera a hacerlo pronto), así que no podía pillarles de nuevas.
               Me acomodé en la cama e hice un gesto con la mano invitando a Sabrae a continuar.
               -Hay una razón por la que tuvieron que hacerme una encerrona y por la que yo estuve a la defensiva todo el tiempo que duró la sesión con Fiorella-explicó-. Y una razón por la que sospechaba que papá y mamá sólo querían separarme de ti.
               -Ah, ¿que no es porque eres la primera de tu clase?
               Negó con la cabeza, y ni siquiera sonrió. Mal asunto. Si no entraba al trapo con mis bromas era porque se venía algo gordo… precisamente el motivo por el que había sentido que tenía que prepararme el terreno.
               -Antes de ir al psicólogo tuvimos una discusión bastante gorda, precisamente cuando colgué la llamada contigo después de recibir tu carta-asentí con la cabeza. Vale… la llamada había tenido sus momentos de tensión cuando la habían interrumpido sus padres, y no era tan tonto como para pensar que aquello no había tenido consecuencias para Sabrae, pero de allí a… que tuvieran un broncón tan gordo hasta el punto de que Sabrae no quisiera ni intentar arreglarlo… algo más tenía que haber pasado.
               -Vale…-dije, animándola a continuar. Sabrae empezó a retorcerse las manos, mordisqueándose los labios con nerviosismo.
               -Verás, Al… mis padres me dieron la principal razón que tienen para meterse entre nosotros. Y, a decir verdad, aunque no la comparto en absoluto porque sé que no es culpa tuya… lo cierto es que incluso entiendo un poco su postura. Es decir, si no estuvieran equivocados, y realmente hubiera sido así, como ellos creen… quiero decir, si fuera cosa tuya y no cosa de lo mal que lo gestioné yo… pues incluso compartiría su opinión y no podría echarles en cara que se estuvieran portando así conmigo.
               Me incorporé hasta quedar sentado.
               -¿Sobre qué hablasteis?
               -Verás, eh… no sé si Jordan te contó algo de lo que pasó antes de que Scott se fuera de gira por Estados Unidos. Justo después de que tú me contaras lo que creías que habías hecho. ¿Te dijo algo?-preguntó, retorciéndose las manos hasta el punto de que le crujieron los nudillos.
               Me relamí los labios y traté de hacer memoria. Recodaba de sobra que Jordan me había llamado para contarme que Sabrae lo estaba pasando muy mal por mi culpa, y que estaba tratando de encontrar la manera de sobrellevar su dolor. Para eso, había tratado de recurrir a métodos que a Jordan no le habían molado una mierda como buen amigo mío que era, pero yo le había dicho que la dejara arrojarse a los brazos de otros, que le había dado permiso para ello y que, por lo tanto, no eran cuernos.
               -Eh… sí. Me contó que lo estabas pasando mal y que habías intentando irte con otros tíos, pero que él no te había dejado. Y yo le dije que lo hiciera, si era lo que tú querías. A decir verdad, estaba bastante cabreado, pero yo creía entonces (y lo sigo haciendo ahora) que estás en tu derecho de hacer lo que te apetezca si crees que te va a hacer sobrellevar mi ausencia mejor.
               -Ya, pero, ¿Jor no te dijo nada más de lo que pasó en aquella fiesta? ¿De las circunstancias en las que yo pensaba… irme con otros chicos?
               -Pues… no. Creo que no. Es decir, sí que estaba muy cabreado-dije, frunciendo el ceño, tratando de acordarme de lo que Jordan había gritado como un poseso al otro lado del teléfono-, pero…
               Sabrae se quedó callada mientras yo repasaba lo que recordaba de la conversación con Jordan. En general, la cosa había ido bastante bien (todo lo bien que puede ir la conversación entre un tío que supuestamente le ha puesto los cuernos a su novia y a la que ella pretende devolvérselos, y el mejor amigo de éste) dentro del cabreo de Jor, su desesperación por hacerme entender que quizá lo estaba exagerando todo (manda huevos que lo supiera él mejor que yo), y…
               He estado aquí los últimos quince años, en primera puta línea de tu misión de autodestrucción personal.
               No sé si quiero que sigas con una tía que prefiere arrojarse al vacío para que tú la salves a ella antes que perdonarte.
               Fruncí el ceño, recordando sus palabras, lo ofendido que estaba, lo cabreadísimo. Y entonces algo dentro de mí hizo clic. El mismo clic que había sonado en la cabeza de Sherezade y Zayn.
               Nuestra princesita necesitaba emborracharse porque en el fondo se huele que algo no le estás contando bien, y está reticente.
               Tomé aire y lo solté muy, muy, muy despacio. Sabrae tenía los ojos aún puestos en mí cuando escuché claramente una frase que en su momento había pasado por alto simplemente porque Jordan la soltó de carrerilla, como si no fuera lo más importante, lo auténticamente grave de lo que había hecho Sabrae.
               Porque la nenita ha elegido el momento más oportuno del año, cuando su hermano está a punto de irse de gira para comportarse como la típica niña rica caprichosa que sólo sale de fiesta para…
               … meterse más rayas de coca que las partituras de una sinfonía.
 


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1 comentario:

  1. POR FINN EMPIEZAN A HABLAR LAS COSASSSS, CELEBRAMOSSSS!!!!
    me ha gustado mucho el cap, comento cositas jejejeje
    - debo comentar un capítulo más el maravilloso caracter development de Alec
    - todo el principio de confusión me ha hecho bastante risa no te voy a engañar JAJAJAJAJJAJ el “tú eres imbécil” (y el ¡espabila!) de Sabrae los he visto/oído TAN claro
    - Sabrae estando tan insegura me parte el corazón, dio con todas mis fuerzas ver lo cambiada que está en ese sentido.
    - el “¿Acaso eres mongola, Sabrae?” de Alec también lo he escuchado clarisisimo jajjajja
    - las referencias a como arreglaron las cosas en mykonos ufufuf
    - Sabrae contenta con que esté Perséfone allí con él… PUES ES LA ÚNICA PORQUE YO QUIERO QUE SE VAYA, MI PESADILLA PERSONAL
    - “Ellos no estaban en mi piel cuando tú me besaste aquella noche. No saben lo que fue. Yo sí. Y tú también.” ME ENCUENTRO FATAL NO, LO SIGUIENTE. ESTA FRASE ME HA DESTROZADO Y ME HA CURADO Y ME HA ENCANTADO MUCHÍSIMO
    - Alec enterándose de que Scott había estado de parte de Sabrae en la pelea que risa.
    - Cómo se va a poner Alec en el próximo capítulo justo asimilando lo que le dijo Jordan va a ser histórico...
    Estoy muy contenta de que hayan hablado de toda la parte de Alec y tengo muchas ganitas del siguiente cap y de que hablen bien bien de lo de Sabrae <33

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