domingo, 5 de noviembre de 2023

París tras un apagón.


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Me obligué a mí misma a continuar con la vista fija en él a pesar de que lo único que quería era desaparecer precisamente porque aquel tenía que ser mi castigo. No el pelearme con mis padres, no el quedarme sin hogar, no el que mis noches se hicieran eternas, oscuras y terroríficas cuando antes habían sido demasiado efímeras, muy luminosas, y la mejor parte de mi vida. Era esto lo que yo tenía que sufrir, el precio a pagar por lo que había hecho en agosto, cuando no había sido capaz de poner a Alec por delante de los demás, del qué dirán, de las miles de explicaciones que tendría que dar si decidía concederme el deseo más sincero que había tenido nunca y simplemente pasaba página.
               Ver la cara de Alec en el momento en que adivinaba lo que yo había hecho, los medios que había seguido para tratar de atarlo a mí.
               Soltó despacio el aire que había estado reteniendo en sus pulmones para luego contener la respiración. Tenía la mirada fija en un punto del suelo, a los pies de la cama, el gesto concentrado mientras buceaba en las profundidades de su memoria…
               … y se quedó completamente quieto cuando recordó.
                Parpadeó una, dos, tres veces. Y luego levantó la vista y se me quedó mirando como quien observa a un monstruo a cuyas víctimas lleva toda la vida enterrando, y que descubre que es  incluso más horrible que lo que creía su imaginación.
               Pude ver en su mirada cómo iba procesando poco a poco todo lo que significaba la conclusión a la que acababa de llegar, que no era poco, precisamente. Para empezar, suponía que yo no había sido capaz de poner nuestro amor por delante de las dificultades que los demás podrían interponer en mi camino, lo cual era exactamente lo que él llevaba haciendo desde que regresó a Etiopía. Si me había mentido había sido para protegerme, y aunque me dolía muchísimo imaginármelo solo y desesperado, sin ganas de hacer nada más que matar el tiempo y que los días no le pasaran lo suficientemente rápido para que esa condena que no se merecía se terminara cuanto antes, entendía perfectamente que lo había hecho por mi bien, porque yo le había mentido por su bien. No me había dicho nada creyendo que me culparía a mí misma de que Valeria no supiera ver lo increíble que era y el gran partido que podían sacarle si se lo proponían, y en gran parte tenía razón. Si hubiera sabido llevar mejor lo nuestro, si no hubiera reaccionado como lo hice, puede que Alec no hubiera tenido que venir de forma anticipada y nada de esto estaría pasando.
               Así que, sí, me merecía que me juzgara.
               Además, que yo no le hubiera dicho la verdad suponía que había estado sacrificándose para nada, alimentándose de una esperanza que se había quedado en solamente eso: una esperanza que jamás se haría realidad
               Suponía también que estaba dispuesta a morir creyendo lo peor de él, todo con tal de no tener que vivir en un mundo en el que no tuviera que defenderlo. Suponía que mis padres pudieran tener razón: quizá se equivocaran en la premisa de que era Alec el que no era bueno para mí, pero el caso es que yo había contaminado nuestra relación, así que el resultado era el mismo que si lo hubiera hecho él.
               Y suponía que Jordan le había dicho lo que yo había hecho con pelos y señales, y él había decidido no escucharlo. Había decidido no hacer caso a su mejor amigo por creer que no me pasaría nada, que estaba cabreado porque yo estaba tratando de encontrar refugio en otros chicos porque verdaderamente lo quería y no porque necesitara hundirme más abajo de lo que creía que ya lo estaba él.
               Suponía que no me lo merecía. Si no estaba dispuesta a apechugaran con ninguna de las decisiones que había tomado con respecto a él, fueran buenas o malas, y tenía que recurrir a métodos dudosos que me ayudaran a desprenderme de mi conciencia, no debería estar con él. No había espacio para mí en esa cama, en su ciudad o en mi vida. Le habían quitado la sabana para, ¿qué? Para una chica que no era capaz de ver más allá de su ansiedad y ponía en peligro todo lo que tenía con tal de estar con él, en vez de acompañarlo en sus meteduras de pata y perdonarle sus errores antes de lo que él pudiera.
               -Alec…-empecé, estirando la mano hacia él, porque soy basura y porque nunca dejaré de serlo, y porque como buena basura, necesitaba de su consuelo.
               Sin embargo, Alec se incorporó hasta quedar sentado al borde de la cama, las piernas separadas, los codos en las rodillas, el mentón en las manos. Clavó la vista en la ventana de la pared, en la que más o menos se intuía nuestro reflejo, y empezó a golpetear el suelo con el talón.
               Después de lo que me pareció una eternidad, Alec sacudió la cabeza, se pasó una mano por el pelo y se puso de pie. Sin decir nada, con la mandíbula apretada y sin tan siquiera mirarme (un privilegio que, descubrí justo entonces, acababa de perder), recogió sus bóxers del suelo y se los enfundó.
               Luego cogió sus vaqueros y los miró, y a mí se me  heló el corazón. Me vi desde fuera, como si estuviera en el pase privado de una película horrible: sentada en la cama, envuelta en la sábana que todavía estaba caliente gracias a él, viendo cómo Alec recogía sus cosas y se preparaba para marcharse de mi vida. Como era la mejor persona que había conocido nunca, y muchísimo mejor, desde luego, de lo que yo me merecía, jamás me diría lo que pensaba de mí en ese momento: que era escoria, que era una mentirosa, que era una zorra y que no quería volver a verme. Su silencio sería una bendición dentro de la maldición en que se convertiría ahora mi existencia, cuando dejara de coincidir con él en las fiestas, en los pasillos del instituto o incluso en las habitaciones de mi casa.
               Todo porque yo había estado dispuesta a que me hicieran daño, o incluso me mataran, con tal de no enfrentarme al mundo por él.
               Todo porque habría dejado que a él le hicieran muchísimo daño haciéndome daño a mí, todo con tal de no hacer lo que él hacía por mí.
               Miré en derredor con los ojos anegados en lágrimas, incapaz de abstraerme de la ironía de la situación. Mis padres se habían enamorado en esa casa, mi hermano había sellado el destino de su relación con Eleanor en aquella casa… y Alec iba a terminar definitivamente lo nuestro en aquella casa. Se iría de vuelta a Etiopía y se dedicaría a acostarse con una chica diferente cada noche, tratando de llenar un vacío que yo no me merecía haber dejado en su interior, y descubriría con el tiempo que lo que yo le había dado podía encontrarlo en todas las chicas si se esforzaba en buscarlo; si no había encontrado nada especial en las demás era porque ni siquiera esperaba descubrirlo en ellas. En cambio, ahora que sabía los sentimientos que podía despertar el sexo… ¿qué barrera tendría cuando atravesara la puerta de la habitación y estuviera soltero? Era el chico más guapo que había visto en mi vida; tenía todas las puertas abiertas y engalanadas con alfombras rojas que se extenderían a su paso. Jamás tendría que caminar sobre senderos de espinas como lo era ahora estar conmigo.
               No podía creerme que fuera a acabarse así, sin tan siquiera una despedida. Siempre había pensado que Alec y yo seríamos conscientes de cuál sería nuestro último beso, pero había llegado por sorpresa, ochenta años antes de cuando ambos esperábamos dárnoslo.
               Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no haber luchado para conservarte será el castigo al que no sobreviviré, me gustaría haberle dicho mientras revolvía en los cajones de las mesillas de noche, abría los armarios y se detenía en cada esquina, los vaqueros aún en la mano, la camisa tirada aún en el suelo. Si hubiera tenido el valor suficiente (porque, desde luego, me faltaba la vergüenza), le habría pedido que me dejara su camisa conmigo como último recuerdo  físico de la cosa más bonita que había experimentado en toda mi vida, pero sabía que no tenía ningún derecho a regodearme en su olor ni a desesperarme cuando se disipara.
               Así que me limité a mirar, con fuego en los pulmones, hielo en la piel y el alma resquebrajándoseme como un jarrón de porcelana que alguien arroja con rabia al suelo, cómo Alec se preparaba para marcharse y no volver. Después de abrir todos los cajones de la habitación y asegurarse de que no se dejaba nada, se encaminó hacia la puerta y empezó a atravesarla.
               Me di cuenta entonces de que su espalda, una de mis visiones favoritas en el mundo, sería ahora mi condena. Protagonizaría todas mis pesadillas y se me quedaría grabada a fuego: incluso si perdía ahora mismo la vista, incluso si me quedara tetrapléjica, sería capaz de dibujar los valles de sus músculos, las sombras que éstos proyectaban sobre su piel bronceada. Un paraíso en el que todavía se notaban las marcas de mis uñas después de cabalgarlo como si pudiera sacarme de mi cuerpo y enmendar todos mis errores, convertido ahora en un infierno al que evocaría con cada respiración.
               Entonces, Alec puso una mano en el marco de la puerta, obligándose así a detenerse, y se giró para mirarme. Abrió la boca y yo me preparé para que me diera mi merecido:
               -No hay redención posible para ti, Sabrae. No me extraña que tus padres hayan dejado de confiar en ti.
               O:
               -Podrías habérmelo dicho antes; me habría ahorrado muchas comeduras de coco sobre si está mal que me apetezca follarme a mis compañeras.
               Eso no sería propio de él, pero él, igual que yo, habría dejado de ser él y se habría convertido en otra cosa.
               O quizá:
               -Fue bonito mientras duró, pero creo que esto no tiene arreglo y… será más fácil si cortamos ahora y aprovechamos que yo estaré lejos para pasar página.
               Justo lo que mis padres habían planeado hacer: conseguir que decidiera romper con Alec mientras estuviera en Etiopía para que a ambos nos resultara más fácil la transición.
               Desde luego, eso sí sería típico de él, pero yo no me merecía algo así. No me merecía su bondad. Y puede que no me la diera.
               -Y yo rayado pensando en que era un novio de mierda porque no te había dicho que me habían castigado por tu culpa. Y todo, ¿para qué?, para un viaje de mierda en el que sólo íbamos a retrasar lo inevitable, y ni siquiera tuviste la decencia de chupármela.
               Y un portazo con el que a mí se me desintegrarían todas las células. Sí, me merecía algo así, incluso aunque no fuera algo que Alec fuera capaz de decir.
               En cambio, lo que tuve fue lo siguiente:
               -Voy a ir a por tabaco. ¿Quieres venir conmigo, o prefieres esperarme aquí?
              
 
Tenía que fumarme un cigarrillo (o dos, o tres); era eso o pegarme un puto tiro. ¿Cómo había podido ser tan gilipollas como para no escuchar lo que Jordan me había dicho sobre la situación de Sabrae? Yo, que me jactaba de que había aprobado el curso gracias a que ella me había leído los temas, y todo lo que ella me decía a mí se me quedaba grabado a fuego en el cerebro. Yo, que le había hecho regalos de cosas que me había mencionado muy de pasada que le hacían ilusión. Yo, que había memorizado la composición de cada producto de maquillaje que usaba para poder comprárselo igual, o lo más parecido posible, si descatalogaban algún producto o ella se disgustaba.
               Yo, que no tenía nada mejor que hacer en Etiopía que aferrarme a cada pequeño pedacito de información que me dieran sobre Sabrae, y sobre todo cuando había estado esperando una respuesta de su parte respecto a qué pasaría con nosotros.
               Pasando.
               Por.
               Alto.
               Que.
               Se.
               Había.
               Drogado.
               Para poder ponerse a mi mismo nivel follándose a algún mamarracho con el que estaba claro que no le apetecía hacer nada, fiel como me era e incapaz de mirar a otros de esa manera desde que yo había entrado en su vida y se la había puesto patas arriba.
               Hacía dos meses, cuando había recibido aquella llamada de mierda, había creído que Jordan estaba cabreado porque Sabrae quería acostarse con otros chicos para buscar consuelo de lo que yo le había hecho. Y, aunque a mí tampoco me habría hecho especial gracia que hubiera sido así y que hubiera resuelto sus idas de olla emocionales follando, lo cierto es que no me sentía con autoridad suficiente como para tratar de ponerle límites a su búsqueda de la curación, por equivocada que me pareciera. Por eso la había defendido a capa y espada y, como buen subnormal, me había centrado en que Sabrae había tratado de liarse con otros tíos y Jordan se lo había impedido, en lugar de que en que Sabrae se había drogado para liarse con otros tíos. Jordan, Scott y Tommy la habían salvado de cosas terribles que no me perdonaría en toda mi vida, porque ya no era sólo un desliz por mi parte como podía haber sido lo de Nochevieja si yo no hubiera estado allí: yo había provocado aquello. Yo había hecho que Sabrae se hundiera tanto en sí misma que la única forma de recuperar el camino hacia la luz pasara por esa ruta oscura que a tantísima gente le había costado la vida.
               Pensar en Sabrae bailando entre tíos que le sacaban dos cabezas y que querían estar con ella más por devolvérmela a mi en alguna especie de ajuste de cuentas en los ligues que porque realmente se sintieran atraídos por ella (cosa que sin duda también pasaría, porque ella era preciosa y súper sexy cuando se lo proponía, y me constaba que había ido vestida para matar aquella noche, según me había contado Jordan, que incluso la había comparado con Bey), me daba asco.
               Pero pensar en Sabrae balanceándose al ritmo de una música que apenas escuchaba mientras un grupo de tíos le metían mano y la besaban y se reían de que ella no reaccionara apenas, o de que los besara a todos sin darse cuenta de que iban cambiando… con unas pupilas dilatadísimas en unos ojos que a duras penas era capaz de mantener abiertos…
               Iba a matar a alguien. Iba a matarme a mí. Mataría a todo el mundo que hubiera estado en ese puto local aquella noche y no hubiera intervenido para evitar que aquello pasara, dejándolo a la suerte de que Jordan, Scott y Tommy encontraran a Sabrae e impidieran el desastre.
               Aunque preferiría no pensar en lo que habría pasado si mis amigos no hubieran llegado a tiempo, tanto mi ansiedad como mi culpabilidad me enseñarían las imágenes de lo más terrorífico que podría ver en mi vida: se la llevarían a un rincón oscuro. Puede que a un callejón, o quizá a los baños de ese antro. Mi ansiedad era misericordiosa y sólo pensaba en uno, pero mi culpabilidad estaba dispuesta a llevar mi pesadilla al límite de mi imaginación y hacer que los villanos fueran varios. Mientras mi ansiedad me la enseñaba en una cama deshecha en una habitación oscura, sin moverse debajo de un tío que acabaría pronto con ella aunque se encargaría de manosearla de una forma en la que Sabrae jamás dejaría de sentirse sucia, los otros se la follarían por turnos contra una pared mugrosa de las que ocupaban la parte trasera de los garitos de la zona de fiestas de nuestro barrio. Ni siquiera la llevarían de vuelta al interior del local cuando acabaran con ella, sino que la dejarían allí, tirada, en una clementísima inconsciencia que le generaría unas dudas mucho mejores de lo que le habría pasado.
               Y yo, ¿dónde estaría cuando a mi novia le jodieran la vida? Pues ni más ni menos que en Etiopía haciendo el gilipollas. Creyendo que me había morreado con Perséfone y rondando al teléfono como un buitre a la carroña por si acaso Sabrae llamaba para decirme que oye, mira, sí, Alec, eres un puto subnormal y te mereces lo peor, pero follas demasiado bien y eres demasiado guapo para que yo renuncie a ti; así que, mira, que te perdono el ser un mierdas.
               Valiente imbécil estaba hecho.
               Estaba que me llevaban los demonios, en serio. Estaba cabreadísimo conmigo, por haberla empujado a esa situación; cabreadísimo con ella, por no haber sido más lista y haberse armado de valor para dejarme si no podía con esto, si no podía perdonarme; cabreadísimo conmigo por no haber estado ahí para protegerla; cabreadísimo con ella por haberse puesto en peligro así…
               … y cabreadisísimo con sus putos padres, porque sabía que parte de por lo que ella había hecho aquello era porque creía que la convencerían para que me dejara. Como si Zayn no les hubiera puesto los cuernos a absolutamente todas sus novias hasta que conoció a Sherezade. Vamos, es que podía verlos como si los tuviera delante: a los dos dándole palmaditas en la espalda a una Sabrae destrozadísima, que se desharía en lágrimas mientras les contaba la conversación que habíamos mantenido, y diciéndole que no había hecho nada para merecer aquello (lo cual era cierto), y que si yo no era de fiar, tampoco debería confiar en mí (lo cual también era verdad), y que cuando la confianza se rompe en las relaciones, lo mejor es no insistir y dejar ir (algo con lo que yo también estaría de acuerdo), pero… joder. No se trataba de que fueran a tratar de convencerla para que rompiera conmigo, sino de que tratarían de convencerla de que hiciera algo que no quería hacer.
               De eso se trataba en realidad toda esta puta mierda de situación en la que estábamos metidos, ¿no? No de que Sabrae prefiriera inmolarse antes que renunciar a mí; sino de que prefiriera inmolarse antes de que su familia la convenciera de que lo mejor sería dejarme ir.
               Prefiero dejar de ser tu hija a dejar de ser de Alec.
               Llevaban jodiéndola desde bastante antes de que Sabrae o yo nos diéramos cuenta. Y, aunque sabía que se lo estaba haciendo pasar muy mal marchándome… no entendía cómo podían ponerse en mi contra por una mala decisión que había tomado un año antes, cuando Sabrae no formaba parte de la ecuación, y que después de hablarlo habíamos decidido que no necesitaría cambiarla. Joder, si incluso Sherezade había dicho que nos vendría bien. ¿Y ahora las tornas cambiaban de repente y yo era el malo de la película? ¿Por qué?
               ¿Porque Sabrae le tenía terror a que sus padres la juzgaran si me perdonaba y seguíamos con lo nuestro a pesar de mis cagadas? Leed la frase de nuevo, queridos suegros, y miraos al espejo si queréis ver al verdadero villano de esta parte de la historia. Porque os aseguro que no somos ni mi ansiedad ni yo.
               No quería ni pensar en lo que les haría a los hijos de puta que se atrevieran a tocarle un pelo a Sabrae estando en aquellas condiciones. Londres no me parecía lo suficientemente grande como para saciar mi sed de venganza: no me bastaría con quemar mi ciudad; ni tan siquiera me bastaría con quemar Inglaterra entera. Necesitaría ver media Europa arder. Y a ellos les habría dado una muerte lenta, en la que habrían suplicado por el final, y yo no habría tenido la deferencia con ellos que le habrían negado a mi chica.
               Entendía perfectamente que Sherezade y Zayn me odiaran por haber propiciado aquella situación; no podía decir que no haría lo mismo si estuviera en su situación, pero… lo dicho. Sabrae no era sólo mi problema; también lo era de ellos. Y, por mucho que yo tuviera la culpa de ese dolor indescriptible que había sentido cuando le dije lo del beso de Perséfone… no era culpa mía que tuviera miedo a perdonarme. No era culpa mía que hubiera buscado una vía para tratar de ponerse a mi altura (como si una diosa alguna vez pudiera ponerse a la altura de un simple mortal), ni haber recurrido a cualquier medio para alcanzar aquella vía.
               Joder, quería matarlos a ambos. No sólo habían hecho que Saab pasara por aquello en la absoluta oscuridad, sino que ahora le ponían palos en las ruedas y le hacían el camino aún más empinado. Como si no tuviera mucho que escalar aún por la montaña para superar las nubes y volver a ver el sol.
               No había tabaco en toda la habitación, y dado que parecía que no vivían en ella de continuo, apostaría algo a que no lo había en toda la casa. Por eso, mecánicamente, con los vaqueros y la camiseta en una mano, me dirigí a la puerta, presto a ir al estanco más cercano y coger la mierda más fuerte que tuvieran para tratar de tranquilizarme. Necesitaba dejar de pensar para poder relajarme, y aunque para eso me vendría mejor un porro, la conversación que me tocaría mantener con Sabrae cuando me tranquilizara requeriría de toda mi atención, así que me tocaría conformarme con la tranquilidad más moderada que me proporcionaba la nicotina.
               Estaba a punto de salir como un ciclón de la habitación cuando sentí un tirón en el estómago. ¿No se te olvida algo?, parecía decirme: era el hilo dorado que me unía a mi chica de oro, perfecta y ahora, desgraciadamente, rota.
               Sabía lo mal que lo estaba pasando Sabrae. La había escuchado hablando de sí misma de una forma en la que jamás pensé que hablaría, y odiaba escuchar de su voz la forma en que yo había hablado de mí hacía meses, cuando no me quería lo más mínimo y me consideraba poco más que un gasto inútil de espacio.
               Le estaba dando la espalda y no le había dicho nada desde que me había dado cuenta de lo que había hecho, y por la forma en que nos habíamos mirado, supe que ella había visto en mis ojos lo que yo había adivinado. Y que, igual que había roto la promesa que le había hecho de que siempre le sería sincero, ella podía pensar que también iba a romper las que le hice sobre que no dejaría que nada se interpusiera entre nosotros… y que jamás la dejaría. Que siempre volvería a ella.
               Por eso me giré y le pregunté si quería venir conmigo a por tabaco: ya no sólo porque me diera pánico separarme de ella, sino porque me destrozaba el pensar que ella podía creer que estaba cruzando esa puerta sin intención de regresar.
               Mi inicial plateada a su cuello no bastaba; el elefantito dorado, tampoco. Sabrae tenía que verlo. Necesitaba escucharlo. Llevaban tantas semanas bombardeándola con que lo nuestro tenía que ser historia que en cualquier momento podía olvidarse de que el oro no se oxidaba, así que las heridas que te hicieran con él jamás podrían infectarse.
               Al menos ahora me tenía ahí para mí.
               Sabrae boqueó y sorbió por la nariz, sin atreverse siquiera a tener esperanzas. Detesté que yo ya no fuera su espacio seguro para soñar, ese rinconcito en el que refugiarse cuando todo lo demás iba mal. Y me di cuenta entonces de que no importaba que todo el mundo estuviera dispuesto a acogerte, que los hoteles más lujosos tuvieran sus puertas de par en par para ti: cuando tu casa ya no es tu casa, cuando a tu cama la cubren escombros y el techo se desploma sobre tu habitación, el mundo se reduce a esos escasos metros cuadrados en los que podías ser lo que quisieras.
               Y ya no puedes ser nada.
               -¿Vas a… vas a volver?-preguntó Sabrae, casi sin atreverse a albergar la esperanza de que no todo estuviera perdido. La sangre empezó a hervirme en las venas, y por una vez, no tuvo nada que ver con que ella estuviera completamente desnuda en la cama de una habitación en la que ambos estábamos solos.
               No pude morderme la lengua para callarme lo que dije a continuación, pero creo que jamás había dicho nada que sintiera tanto; con la excepción, quizá, de cuando le decía a Sabrae que la quería.
               -Mataré a Sherezade con mis propias manos por hacerte pensar que podría dejarte.
 
Si había odiado el tono con el que le había preguntado, a pesar de que sabía que no tenía ningún derecho, si iba a volver, adoré de una forma oscura y prohibida su respuesta. Sabía que no debería alegrarme de que nadie amenazara a mi familia, pero después de creer que iba a quedarme completamente sola en el mundo, lo cierto es que cualquier cosa que me confirmara que todavía tenía a alguien a mi lado sería más que bienvenida; y si ese alguien era Alec, precisamente, más aún.
               Algo dentro de mí se desató, librándome de un peso que llevaba cargando semanas sin saberlo. Alec se pasó de nuevo la mano por el pelo y se acercó a mí, como si creyera que había obrado mal conmigo y quisiera enmendar su error. Se arrodilló en el borde de la cama y se inclinó para sostener mi rostro entre sus manos, asegurándose así de que tenía toda mi atención.
               Como si necesitara algún tipo de confirmación.
               -Saab, yo sólo quiero que tú estés bien.
               -Lo siento. Sé que… sé que tú nunca me has dado indicios de que lo harías, pero…-tomé aire y lo solté en un jadeo, negando con la cabeza y levantando la mirada para retener allí las lágrimas-. Esta situación es una mierda, Alec. No puedo más. No puedo. Estoy constantemente al borde de un ataque de nervios o de echarme a llorar sin saber cuándo voy a parar o si lo haré, y… no sé cómo salir de esto. Ni siquiera sé si puedo.
               -Claro que puedes. Tú puedes hacer todo lo que te propongas, bombón.
               -¿A ti te merece la pena esto?-le pregunté sin poder frenarme, aunque me aterrorizaba la idea de que Alec tuviera que pensarse siquiera la respuesta. Por suerte, no lo hizo.
               -Por supuesto que sí. Ya te lo he dicho. Sabrae, tú eres mi salvación. Tú me has curado de todo lo malo que tenía dentro y me has salvado de mí mismo. Eres buena. Por eso me revienta tantísimo que te estén pasando estas cosas cuando yo no…-tomó aire y cerró los ojos, tratando de relajarse: lo noté por la forma en que sus manos se tensaron a ambos lados de mi rostro-. Escucha, creo que yo también estoy llegando al límite, y… siento mucho no haber reaccionado bien, es sólo que...-se mordió el labio mirando mi cuerpo debajo de la sábana, la vista perdida en sus pensamientos-, creo que tengo mucho que digerir. Estoy cabreadísimo, pero no contigo. Tú no te preocupes por nada, ¿vale?-me dio un beso en la frente mientras me daba un apretón en los hombros-. Me ocuparé de todo, te lo prometo. ¿Confías en mí?
               -Sí-dije con un hilo de voz-, confío en ti, Al.
               -Igual que yo en ti, Saab-me frotó la nariz con la suya en un gesto cariñosísimo que yo no estaba segura de merecerme-. Pero necesito recargar un poco las pilas. Y algo que me tranquilice, porque… me da la sensación-dijo, sonriendo con tristeza- de que no voy a disfrutar en absoluto de la conversación que estamos a punto de tener. Y yo que pensaba que no había nada que pudiera superar lo de la sabana…  o sea-se apresuró a decir-, no es que piense, ni por un segundo, que el que tú hayas mentido sobre esto sea peor. Eh… bueno, en realidad, un poco sí. Pero me refiero a que es… bastante fuerte, y… uf. ¿Ves cómo necesito un cigarro?-bromeó, nervioso, y yo me lo quedé mirando.
               -Entonces… ¿lo nuestro no peligra?-pregunté. Odiaba lo insegura que me estaba volviendo con respecto a nosotros, cuando mi relación con Alec era una de las cosas que yo más claras tenía en la vida (en este momento, me atrevería a decir que era lo único que tenía claro), pero… necesitaba confirmación de todo. Ahora que mi punto de gravedad se había cambiado tanto que todavía no lo había encontrado, me cuestionaba hasta las cosas más elementales, simplemente porque antes había dado por sentado muchas cosas que ahora creía perdidas.
               Alec inclinó la cabeza a un lado.
               -¿Crees que puede haber una fisura en el tejido del continuo espacio-tiempo que haga que nuestro universo colapse sobre sí mismo en un futuro cercano?-preguntó, y yo negué despacio con la cabeza. Alec asintió con la suya y me dio una palmadita en las rodillas-. Entonces, estamos bien. Vamos, bombón-dijo, tendiéndome la mano-. Tenemos unas compritas que hacer.
              
 
Media hora más tarde, Alec y yo estábamos de nuevo en el ascensor, yo sosteniéndole el cigarro y acercándoselo a la boca cuando él me lo pedía; él tenía una mano ocupada con la bolsa de la compra, y la otra aferrándose a la mía como si temiera que fuera a escaparme, cuando nada más lejos de la realidad.
               Después de vestirnos de una forma extrañísima, en la que no habíamos tonteado en absoluto mientras nos poníamos la ropa como teníamos por costumbre, había llevado a Alec hasta el pequeño supermercado un poco más abajo en la calle, que le había prestado un gran servicio a mi familia en los momentos de emergencias culinarias. Había intentando quitarle hierro al asunto que íbamos a tratar cogiendo una caja de condones que Alec miró con desgana, y que hizo que me pusiera nerviosa cuando me dijo que no estaba muy de humor para utilizarla en el piso. La dejé de nuevo en la estantería con el corazón roto, pero sólo cuando pasamos por caja y vi a cuánto ascendía el montante de chucherías, chocolatinas y comida basura que Alec había cogido para tener siempre algo que darme y cumplir así mis caprichos, me permití pensar con un poco de optimismo que lo de los preservativos no se debía a que hubiera cambiado de opinión en el descenso en ascensor y tuviera pensado romper conmigo, sino a que, efectivamente, si teníamos cualquier cosa a la que aferrarnos para no abrirnos de nuevo la herida, la aprovecharíamos. Sexo incluido.
               Alec se terminó el segundo cigarro desde que habíamos salido del supermercado (se fumó el primero de dos caladas ansiosas que a mí me rompieron el corazón, porque parecía bastante tranquilo para lo que tenía por dentro) y lo apagó en el fregadero. Apoyó las manos en la encimera mientras se daba la vuelta, la bolsa con la compra en la mesa pegada a la pared.
               -¿Dónde prefieres que hablemos?
               Aunque sabía que lo más lógico sería que le contara todo lo que había hecho desde que él se fue sentados a una mesa, como dos adultos que mantienen una conversación normal, me descubrí a mí misma ansiosa por su contacto; cuanto más, mejor. Era como si no me creyera del todo que no fuera a marcharse, a pesar de que sabía, en lo más hondo de mi corazón, que él jamás me abandonaría en estas circunstancias.
               -¿Podemos volver a la cama?
               Alec se separó a regañadientes de la encimera, como si pensara que en la cocina no discutiríamos y en la habitación sí. Lo cierto es que el piso estaba cargado de una energía casi mística que los dos podíamos sentir, la presencia de mis padres cuando eran poco mayores que Alec impregnando cada rincón. Si no fuera por ese piso, ellos no se habrían enamorado, no habrían formado una familia con Scott, no habrían ido en mi busca y Alec y yo no nos habríamos conocido. El piso era un cruce de caminos desde el que partían todas las historias que se habían ido escribiendo para llegar a este momento, y ahora allí estábamos ambos.
               A punto de descubrir mis secretos más vergonzosos.
               -Vale-accedió-, pero no va a pasar nada sin que primero aclaremos esto, Sabrae, ¿me oyes?-preguntó, señalando al suelo, y yo asentí con la cabeza. Me sentí muy pequeña de repente; tanto en edad, como en estatura. No en vano Alec me sacaba tres años y treinta centímetros; era mucha diferencia si te parabas a pensarlo, con dos perspectivas radicalmente opuestas las que teníamos-. Guay-dijo, cogiendo la bolsa-, porque tenemos mucho de que hablar. Vamos a llegar al fondo de este asunto y resolver esta mierda antes de decidir qué va a pasar con el voluntariado.
               -¿Te estás planteando quedarte?-pregunté. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza que eso fuera una opción, y no estaba segura de cómo me sentía al respecto. Aliviada, quizá, porque eso le pondría fin a muchos de mis problemas. Pero también preocupada, por si mis padres creían que, quedándose, Alec estaba dispuesto a dar más guerra y ya no sólo defendernos, sino también atacarles, lo cual complicaría todavía más las cosas. Y luego estaba el hecho de que, si se quedaba, tarde o temprano empezaría a sentir que se había rendido sin luchar (como si estar un mes y medio aguantando las gilipollees de una tirana que no sabía valorarlo no fuera luchar).
               Ya decidirás qué opinas más tarde, me reprochó una voz en mi cabeza cuando me detuve un segundo a tratar de poner en orden mis ideas.
               -Hombre, viendo cómo está el panorama, tendrías que estar de acuerdo con tus padres en que no soy bueno para ti si ni siquiera me lo planteo-sentenció, inclinando la cabeza a un lado y arqueando las cejas, como diciendo “¿no te parece?”.
               -Pero, ¿tú quieres quedarte?-insistí, y odié la forma en que la esperanza reverberó en los azulejos de la pared. No debería sentirme así. No tenía ningún derecho a arrancarle a Alec su propia historia, convertirlo en el secundario de la mía. Él era el protagonista de su propia historia mucho antes de que yo entrara en escena, y si renunciaba a sus planes por mí, por muy loable que eso fuera… ¿en qué me convertiría a mí, más que en una egoísta incapaz de resolver los problemas que ella misma ocasionaba? Ni siquiera era que se quedara por cosas que me estuvieran pasando a mí, sino que toda la situación la había provocado yo no sabiendo ver cuándo la ansiedad se había apoderado de él, y no poniendo en una balanza lo que me supondría enfrentarme a mi familia y seguir adelante con aquel plan grotesco que había ideado cuando decidí que me acostaría con otros chicos para que nadie le diera importancia a un simple beso que Alec se había dado con una amiga de la infancia.
               Cuanto más lo pensaba, más exagerada había sido la solución que había encontrado para ese minúsculo problema que había encontrado Alec en Etiopía, si es que acaso se le podía denominar “problema”.
               -Sabrae, una parte de mí ni siquiera quería marcharse-dijo, mirándome con una intensidad que hizo que entendiera por qué los chicos de la ciudad le tenían tantísimas ganas y habían estado ansiosos por saltar sobre mí. Puede que las drogas hubieran sido una bendición, después de todo. Puede que el no acordarme de aquella noche hubiera sido la forma ideal de sobrevivir a todo el dolor que me ocasionaría.
               Alec me acarició el brazo con unos dedos que ardían, sus yemas ascendiendo por mi hombro y bailando en mi cuello.
               -Y cuanto más lo pienso… más seguro estoy de que no debería haberlo hecho.
               Tomé aire y lo solté muy despacio, mis ojos en los suyos, que seguían la línea que sus dedos trazaban en mi piel, casi como si no se creyera que estuviera allí, frente a él. Reconocí de inmediato la expresión melancólica que le oscurecía su preciosa mirada del color del chocolate con avellanas que te calienta las manos mientras lo sorbes perezosamente, sentada en tu banco de ventana, mirando los copos de nieve caer.
               -No es culpa tuya-susurré, y Alec se pasó la lengua por las muelas, incapaz de contener una sonrisa sarcástica.
               -Sí, bueno… hay opiniones al respecto. Vamos-me invitó, pasándome un brazo por los hombros y atrayéndome hacia él-. Todavía nos queda la segunda parte de nuestra sesión de terapia de parejas sin asistencia profesional. A ver qué tal se nos da-ronroneó, besándome la cabeza y acompañándome al dormitorio. A pesar de que estábamos solos en la casa, cerramos la puerta, como si temiéramos que las mentiras que nos habíamos dicho fueran a venir para torturarnos, o las verdades que ahora nos diríamos pudieran escaparse.
               Alec no me preguntó cómo quería que habláramos: se dio cuenta de que la ropa nos sobraba, igual que lo había hecho antes, y se acercó para desvestirme con un amor y un cariño infinitos, pero la forma en que sus dedos permanecieron alejados de mis puntos sensibles, quedándose en mis curvas con la mayor de las castidades, me hizo ver lo concentrado que estaba en sacarme de mi error. Me daba miedo que lo nuestro pudiera acabarse, y él estaba decidido a hacerme ver que me equivocaba creyendo que no era lo más estable que había presenciado nunca el mundo.
               Yo también le quité la ropa, y cuando nos quedamos en ropa interior, nos miramos a los ojos, la electricidad entre nosotros concentrándose en el aire que nos separaba. Alec me acarició la mandíbula, su mirada oscurecida todavía por lo enfadado que estaba, y me pasó el pulgar por los labios mientras yo me llevaba las manos al enganche del sujetador y me lo desabrochaba. Dejé que cayera entre nuestros cuerpos y sus ojos no pudieron evitar deslizarse por mi anatomía, buscando mis senos, cualquier síntoma de que pudiera estar incómoda o avergonzada.
               Aunque todavía no las tenía todas conmigo en mi nuevo cuerpo, no sentí la necesidad de cubrirme los senos con las manos, pues no me avergonzaba nada de lo que Alec podía ver. Mi pasado, sí; las pésimas decisiones que había tomado y que nos habían llevado hasta allí, por supuesto; pero no mi cuerpo. No mis curvas. No mis pechos. No el espacio entre mis muslos. Mi cuerpo había hecho que Alec disfrutara incontables veces; era mi estúpida cabeza lo que le había hecho daño una, y otra, y otra vez.
               Una erección empezó a crecer en sus bóxers, y recordando la sensación de su piel contra la mía, toda su piel, llevé las manos a la prenda. No obstante, Alec me detuvo.
               -Creo que será mejor que dejemos esto-dijo con la voz ronca-. Por…-carraspeó-. Por el éxito de la operación.
               Me reí. A pesar de todo, a pesar de lo que iba a contarle, a pesar del miedo que había pasado… me reí. ¿Cómo puedes pensar que es malo para mí, mamá?, pensé. Nadie más que él podría hacerme reír en una situación así. ¿Cómo puedes creer que lo mejor es alejarlo de mí, papá? Nadie más que él podría tranquilizarme en una situación así.
               -¿Éxito de la operación? Creía que íbamos a ponernos al día sobre mis peleas con mis padres, no a asaltar la Torre de Londres para robar las joyas de la Corona.
               -No hay nada en la ciudad que valga más que lo que yo tengo delante-respondió, apartándome un mechón de pelo tras la oreja y dedicándome esa sonrisa que habría hecho que todas las chicas de Londres me detestaran si la vieran siquiera una vez. Nadie podía mirarme como lo hacía Alec; ya no sólo a mí, sino a ninguna otra persona. Ni papá miraba a mamá como Alec me miraba a mí, ni Scott miraba a Eleanor como Alec me miraba a mí, ni Tommy a Diana. Tenía algo puro y especial, algo que no había visto nunca, y por lo que merecía la pena luchar. Por lo que merecía la pena mentir e, incluso, matar.
               Lo único que no merecía la pena era morir, y había sido lo que yo me había jugado aquella noche fatídica en la que, por suerte, las estrellas habían estado de mi lado.
               Le acaricié los brazos, maravillándome en la fuerza que desprendían; especialmente ahora que sabía que no me dejarían caer. Ahora que tenía la certeza de que serían míos para siempre.
               -Acabemos con esto-le dije, y él dio un paso atrás con dramatismo, levantando las cejas hasta convertirlas en los arcos de entrada de la mejor catedral que hubiera construido el hombre.
               -Uy, ¿acabar con qué? Creía que la operación era Salvar Sabralec, no Triunfo de Zayrezade.
               -No, bobo. Con… las mentiras. El miedo. La preocupación constante por si conseguiremos superarlo.
               -Yo no estoy preocupado-dijo, poniéndome las manos en el cuello-: ni siquiera me planteo que haya posibilidades de que no lo superemos.
               -¿Podrías dejar de flirtear conmigo medio segundo para que podamos ponernos al tema?-protesté, echando de menos la vitalidad que inundaba mis venas, como ríos de luz que hacía mucho tiempo que no se iluminaban. Me sentía de nuevo como París tras un apagón; poco a poco, volvía en mí. Volvía a ser la de siempre, ya recuperado mi principal atractivo. Alec se rió y sacudió la cabeza.
               -Estás demasiado guapa cuando te enfadas como para que piense en cómo de enfadado estoy yo-sentenció, dándome un beso en la punta de la nariz y tirando suavemente de mí para tumbarme en la cama. Me arrastró por encima del colchón hasta meterme debajo de las sábanas, y sólo cuando se hubo metido conmigo para acompañarme y me rodeó los hombros con el brazo me invitó a que hablara.
               -Y no lo suavices-añadió, mirándome con severidad-. Puedo con ello, incluso aunque me falte un pulmón.
               Me arrebujé en la cama y suspiré. Aunque odiaba lo que le había hecho el accidente, aquel mes de margen que nos había dado era un regalo que ninguno de los dos pretendía desperdiciar. Si se quedaba, si no regresaba… nos habría dado, al menos, el tiempo mínimo de separación.
               Así que, pensando en que puede que aquella no fuera la última vez que Alec se quedaba a dormir en el piso en las próximas semanas (estaba totalmente descartado que durmiera en mi casa después de lo que iba a pasar a continuación, y yo lo sabía), me tumbé de lado y le pasé el brazo por el costado.
               -Tienes que prometerme-le pedí-, que no vas a echarte la culpa de lo que pasó.
               -Creo que todos tenemos un poco la culpa de lo que creo que me vas a contar, pero… vale. Intentaré no ser demasiado duro conmigo-puso los ojos en blanco-, si es que eso es lo que me pides.
               Era bastante menos de lo que él se merecía, pero, desde luego, mucho más de lo que yo podía esperar. Yo había provocado todo esto, así que no tenía ningún derecho a reducir mi cargo de conciencia tratando de consolarme con que Alec no se culpabilizaría de todo lo que acababa de hacer.
               Así que empecé a hablar.
 
 
Fue como ver una flor que llevas quince años cultivando abrir sus pétalos por fin.
               Y descubrir que su aroma es repugnante.
               Sabrae no escatimó en detalles, bien porque me había prometido que no se dejaría nada, o bien porque yo le pedía más explicaciones y más precisión cuando notaba que trataba de pasar por ciertas cosas por alto. Me habló de absolutamente todo, empezando por el principio. El principio de verdad. Me contó que Shasha fue la única que supo, durante bastantes días, lo que supuestamente había hecho, y todo porque había tenido la mala suerte de coger el teléfono cuando yo la llamé. Me contó cómo luchó por esconder su dolor de su familia, y lo decepcionante que resultó para ella que nadie adivinara lo que le pasaba. Me contó que también consiguió ocultárselo a sus amigas, que achacaron su nueva y más profunda tristeza a que había interiorizado, por fin, que tardaría un año en verme. Me contó el dolor lacerante que la partió en dos durante aquellos días, no sólo por lo que creíamos que yo le había hecho, sino por lo poco que había tardado y, sobre todo, porque yo era al que siempre acudía cuando algo le dolía y necesitaba alivio.
               -Tú eras mi espacio seguro, y…-sollozó, las lágrimas acumulándose junto a su nariz y derramándose por el borde cuando se movía, tumbada como estaba. Sorprendentemente, a pesar de que se había puesto a llorar enseguida (cosa de la que yo no podía quejarme; de hecho, me parecía una penitencia más que apropiada para todas las lágrimas que le había hecho derramar por ser un gilipollas que no sabe distinguir la realidad de sus alucinaciones), estaba logrando contarme un relato coherente y que yo podía seguir con mucha facilidad, incluso cuando no había estado allí.
               -¿Era?-repliqué, tirando suavemente de ella y dándole un beso en la cabeza.
               -Eres-corrigió-, y… todo se me hizo muchísimo más difícil porque tú no estabas aquí para consolarme. Creo que lo habría llevado muchísimo mejor si lo hubieras hecho en casa. Incluso si yo os hubiera visto… incluso si fuera verdad… o si hubierais llegado más lejos…-levantó la vista y me miró, como pidiéndome perdón por siquiera considerar aquella posibilidad. Pero ella no tenía culpa de nada. Yo había plantado aquella semilla allí; había preparado el terreno no contándole lo importante que había sido Perséfone en mi vida y dejando que lo descubriera por las malas en Mykonos, y luego había plantado ese miedo con aquella conversación telefónica de pesadilla-. Creo que lo habría llevado mejor. Porque por lo menos habría podido verte. Yo quería perdonarte-me confesó-. Desde el primer segundo en que me lo dijiste, yo quería perdonarte, Alec. Y te habría perdonado al instante si te hubiera tenido delante. Me habría dolido muchísimo y no sé cómo habrías conseguido que volviera a confiar en ti, pero no puedo imaginarme mi vida sin ti, Alec. No puedo. Para mí esa llamada de teléfono fue… fue…-se tapó la cara y rompió a llorar.
               Deberías haber estado aquí, me recriminó una voz en mi cabeza a la que conocía de sobra: era la directora de orquesta del coro infernal que eran mis demonios. Y, por una vez, yo le pediría un bis.
               Continuó con la distancia que interpuso entre todo y todos. En cómo se había refugiado en Shasha porque sólo Shasha sabía la verdad. Cómo su hermana nos había apoyado a ambos sin olvidar en quién descansaban sus auténticas lealtades. Cómo la había acompañado por aquel sendero en el que Sabrae se había terminado arrastrando, las palmas de las manos y las rodillas en carne viva mientras trataba de seguir avanzando.
               Me habló de cómo le hablaba a Scott. Cómo no podía soportar estar en presencia de su hermano porque ella me conocía gracias a él, porque yo era su amigo, y porque le avergonzaba tener que confesarle mis pecados como si Scott fuera alguna especie de modelo a seguir de la fidelidad en ese aspecto.
               -Scott es como es porque yo lo hice así después de lo de Ashley-la consolé-. Tendría todo el derecho del mundo a juzgarme si quisiera.
               -Él le puso los cuernos a Eleanor-discutió Sabrae entre lágrimas.
               -Ya, pero tú eres su hermana pequeña. Yo también me metería entre Mimi y un novio que tuviera si creyera que le ha puesto los cuernos, incluso si yo también los hubiera puesto alguna vez-la consolé, besándole la cabeza.
               -Él no sabía nada-gimió, tapándose de nuevo los ojos y negando con la cabeza-. Fue horrible. Ahí estaba yo, intentando encontrar la manera de perdonarte, y él no hacía más que recordarme lo que tú… sentía que ya no tenía un hermano, Alec. Sólo tenía al amigo de mi novio adúltero viviendo conmigo.
               Me obligué a exhalar e inhalar con normalidad, porque lo que me había dicho era fuerte. Scott y Saab estaban muy unidos; de críos, se la traía a nuestras quedadas cada vez que podíamos. Cuando Sabrae lo echaba de menos porque se iba con nosotros, se aseguraba de que le hiciéramos un hueco y la incluyéramos en nuestros planes. Yo le debía muchísimo al vínculo que compartían: si no hubiera sido por lo cercanos que eran Scott y Sabrae, él no la habría traído a la playa aquel día en que se le perdió el bikini, yo no me habría convertido en el caballero de la brillante armadura (o, más bien, de la mojada tableta) para Sabrae, y ahora mismo seguramente no estaríamos aquí. En cierto modo, Scott nos había juntado queriendo a Sabrae más de lo que lo había hecho cuando la encontró.
               Llegó a cuando se le ocurrió la idea, que había sido para ella como una especie de milagro retorcido y oscuro. Se sentía sucia y miserable por tener que recurrir a ese método, pero se le antojaba la única manera de volver a la normalidad. Nadie podría decirme nada de que yo le había puesto los cuernos si ella me los ponía a mí también. Todo el mundo daría por sentado que nos habíamos dado carta blanca (como efectivamente así era) y que estábamos actuando conforme a esa carta blanca. No tendría que responder a preguntas incómodas sobre Perséfone ni justificar lo que yo le había hecho tragándose la arena en la boca que le suponía su nombre.
               No podía culparla. Sí podía culparme a mí por empujarla a hacer aquello, y lo haría hasta el día que me muriera, pero… no podía culparla a ella. Yo también había estado en ese punto en el que mi amor propio procedía de fuera de mí. Yo también había pasado por ese lugar en el que crees que vales tanto como orgasmos puedas darles a otras personas; ni más, ni menos. La validación externa es una droga muy jodida, sobre todo porque siempre se ofrece a los que no tienen manera de conseguirla por otros medios.
               -Pero yo no… yo no podía, Alec. Me vestí más que dispuesta; tendrías que haberme visto, iba prácticamente desnuda… mis amigas no paraban de tomarme el pelo sin saber que justamente buscaba eso: que todo el mundo me viera como una puta y que me trataran como a tal. Pero no podía permitirlo. Cada vez que un chico se me acercaba, a mí se me cerraba el estómago. Me repugnaba la idea de tocar a otro. Creo que sólo habría podido con Hugo-confesó, y yo me puse tenso en el acto.
               Lo que sentí en ese momento debió de ser la millonésima parte de lo que Sabrae sintió cuando lo de Perséfone, y fue una puta mierda. No podía ni imaginarme por lo que ella habría pasado.
               -Pero no podía hacerlo con él. Por él. Y también por ti-añadió, acariciándome el mentón, y mentiría si dijera que no me alivió un poco que una de las razones por las que no se hubiera echado en sus brazos (algo perfectamente comprensible teniendo en cuenta la historia que compartían, y que él, a diferencia de los demás, sí sería cuidadoso con ella) era precisamente yo.
               Manda huevos. El Fuckboy Original y su estabilidad emocional, completamente a merced de un chico con el que Sabrae había tenido que fingir orgasmos, y que hasta donde yo sabía, sólo se había acostado con ella. La historia tiene su gracia, no me lo negarás.
               También es bastante vergonzosa.
               -Porque sabía lo que te haría si iba con Hugo, y… yo no quería hacerte daño. Esto jamás se trató de hacerte daño. Sabía que podía pasar y que te sentirías muy mal, pero… no buscaba venganza. Simplemente buscaba… no sé. Creo que buscaba algo que el mundo pudiera interpretar como que yo te había humillado también, o que no nos habíamos humillado en ningún momento porque siempre lo habíamos planeado así, pero… era verlos… ver a otros chicos besando a otras chicas e imaginarme que ellas eran yo y que tú no eras ellos, y sentía náuseas. Me di cuenta de que no podría hacerlo, pero tenía que hacerlo por nosotros. Así que decidí que… tomaría lo que fuera con tal de perder el control. Me daba igual lo que tuviera que tomar con tal de soltar las riendas y que fuera lo que tuviera que ser. No había ningún límite. Yo sólo quería…-tomó aire y lo soltó muy despacio, acariciándome el pecho-. Yo sólo quería que todo volviera a estar en equilibrio, y pensé que si yo hacía eso… si me acostaba con otro… volveríamos a estar a la par.
               Tragó saliva y sorbió por la nariz. Vi que se había puesto colorada, avergonzada de los extremos a los que había sido capaz de llegar, dando un rodeo a sus ideales con tal de encontrarme a mí a medio camino.
               Le dejé espacio para que continuara; fue la única vez que no le pedí que me diera más detalles. Sentía que no me lo merecía. Esto se trataba más de ella que de mí; no era tanto satisfacer mi curiosidad morbosa y mis ganas de autodestruirme como de dejar que ella sanara a través de sus confesiones, purificando así su alma al hacer una lista de todos sus pecados.
               -Mis amigas no querían dejarme, por supuesto. Cuando les dije que pensaba emborracharme e irme con otro y que no quería que intervinieran, me dijeron que si estaba loca. Me presionaron y me presionaron y yo estallé. Les dije que me habías puesto los cuernos y que sabía que me juzgarían si te perdonaba sin más, porque…-sorbió por la nariz y no se atrevió a mirarme cuando confesó-: les conté lo de Mykonos. Saben lo de Perséfone. Creen que metiste la pata no diciéndome nada, pero creen que hiciste muy bien dejándome claro que ella es el pasado-ahí sí que levantó la vista-. Cuando les expliqué lo que había sucedido en Mykonos, al principio se enfadaron un poco contigo porque sí que es verdad que fui un poco a ciegas, pero… bueno, no puedo reprocharte nada. Tanto porque sé que no lo hiciste a mal, sino porque tú no le dabas importancia, y… porque yo sí que dejé que fueras a ciegas a casa anoche sabiendo cómo se iba a liar-tragó saliva y se mordisqueó el labio-. Así que yo no puedo ir de modelo a seguir ni echarte nada en cara.
               »El caso es que me tuve que escapar de ellas. De la que me iba de la discoteca de los padres de Jordan (que, por cierto, se negó en redondo a permitir que me sirvieran alcohol para servir a mi patético propósito; Jor te es increíblemente leal, Al, y no me iba a dejar hacer nada con ningún chico incluso aunque yo lo deseara de verdad), me encontré con Scott. También tuve que escaparme de él. Él, Tommy y Jor me persiguieron por las calles hasta que yo, no sé cómo, logré darles esquinazo… me metí en un bar… pedí lo más fuerte que tuvieran… me lo bebí de un trago… y…-negó con la cabeza, apretando los ojos con fuerza como si así fuera a detener sus lágrimas-. Lo siguiente que recuerdo es que estaba despertándome en la habitación de un chico. Al principio me sentí como una auténtica mierda. Nada más despertarme… me daba miedo moverme por si me dolía entre las piernas y…
               Inhalé sonoramente y exhalé muy, pero que muy despacio. Las imágenes que me había formado antes de un corro de tíos rodeando a Sabrae y aprovechándose de ella me volvieron a la cabeza, y se me dispararon las pulsaciones.
               Me concentré en la sensación de los dedos de Sabrae sobre mi pecho, su mejilla en mi brazo, para no volverme absolutamente loco y sucumbir a esa furia ciega que sólo quería que echara abajo esta maldita ciudad con mis manos desnudas.
               Sabrae tragó saliva y continuó después de recobrar la compostura.
               -Sentí alivio cuando me di cuenta de que no me dolía nada. Me sentía sucia y una auténtica puta por lo que creía que había hecho, y creo que jamás habría creído que yo volvería a ser digna de ti después de aquello, pero… sabía que tú no te perdonarías en la vida si abusaban de mí por eso. Y yo estaba dispuesta a vivir con ello, Al. Estaba… estaba dispuesta a lidiar con considerarme toda mi vida una sucia puta mientras no fuera un cargo de conciencia para ti.
               -No habrían “abusado” de ti-me escuché decir, una nube tormentosa rugiendo en mi interior y haciéndose con el control de todo mi cuerpo. Me eché a temblar, pero me obligué a mí mismo a concentrarme en el aquí y el ahora. No podía tener un ataque de ansiedad. No podía. No podía permitírmelo-. Te habría pasado algo peor.
               -No quiero decir esa palabra.
               -Pues yo me merezco que me la digas, Sabrae.
               Era una espada colgando sobre nosotros, dispuesta a partirnos en dos. Era una cuchilla junto al hilo que nos unía. Si le hubiera pasado algo… si la hubieran…
               -Dímela. Dime lo que habría sido de verdad si no hubiera pasado nada. Dime lo que mis hermanos hicieron por ti.
               Sabrae se revolvió en el hueco entre mi brazo y mi costado, la suciedad de la maldad de los hombres reptándole sobre la piel.
               -Me habrían violado.
               Asentí y dejé caer la cabeza en la almohada, la vista fija en el techo de nuevo. Mientras que yo me había pasado las noches en vela preguntándome si Sabrae me perdonaría, ella había estado por ahí, encendiendo pilas de pólvora y sentándose a su lado a esperar que explotaran. No se había permitido el indulto que me había concedido cuando yo había sido tan sinvergüenza como para pedírselo.
               -No habría sido culpa tuya-dijo con un hilo de voz, asomando tímidamente por entre mis músculos, y yo me incorporé.
               -Oh, ya lo creo que sí, Sabrae. Y no me vengas ahora con esas mierdas de que las violaciones son sólo culpa de los violadores, porque… si te pasara algo a ti, o le pasara algo a mi hermana, o a Bey o a Tam o a Karlie… si yo no hubiera estado ahí para protegerlas… también habría sido culpa mía.
               -Me prometiste que no te culpabilizarías-susurró, todavía más rota la voz, más débil.
               -No-la atajé-. Te prometí que no sería demasiado duro conmigo mismo, pero creo que estoy siendo más que justo. Mira lo que te hizo mi puta ansiedad, Sabrae. No me extraña que Zayn y Sherezade no puedan verme ni en pintura. Casi te pierdo. Casi te hacen daño. Si no hubiera sido por Scott, Tommy o Jor, quién sabe lo que habría pasado.
               -Lo que yo me busqué-sentenció.
               -No digas eso.
               -Es la verdad. Papá y mamá no tienen razón. no tienes razón. Tú no me hiciste nada; yo fui la cobarde que prefirió inmolarse antes que enfrentarse al mundo como lo has hecho tú tantas veces.
               -Te dije que había besado a Perséfone. Estabas mal, Sabrae. ¿Vas a juzgarte ahora que sabes que es mentira por lo que hiciste cuando creías que no era así?
               -¡Tú llevas dieciocho años juzgándote por las atrocidades que tu padre le hizo a tu madre!-gritó-. ¿¡Por qué lo mío es distinto!?
               Se quedó anclada en el colchón, de rodillas, jadeante como lo había estado antes, cuando le dije que le había estado mintiendo. A pesar de que quería gritarle mil y una cosas, todas sobre que no tenía nada que ver lo mío con mi padre con lo mío con ella, algo dentro de mí me dijo que me callara. Algo que danzaba en mi interior, expectante, nadando con curiosidad alrededor de nosotros. Líquido. Resplandeciente. Vivo.
               -Los pecados de tu padre no te definen. Mis pecados no te definen. Lo único que te define son tus propios pecados. Y lo único que has hecho mal conmigo es darte cuenta de lo trascendental que fue el beso de Perséfone, magnificarlo hasta el punto de creer que participaste en él, y decírmelo. Decírmelo, Alec-dijo, casi suplicante-. Fuiste sincero conmigo aunque sabías lo muchísimo que me dolería. Decidiste apostar por que no perdiera la confianza que tengo en ti antes que apostar por nuestro amor. Te habría sido tan fácil callarte… yo jamás me habría enterado. Jamás. Y aun así, me lo dijiste. Creo que eso dice mucho más de ti que los once meses que llevamos juntos.
                -Sí. Dice que soy un puto imbécil que no sabe calibrar las consecuencias de sus actos.
               -¿Te lo habrías callado si hubieras sabido lo que yo iba a hacer?
               Me mordí la lengua para no decirle que posiblemente me hubiera suicidado antes que decirle nada si supiera lo que iba a hacer, porque era ya lo único que nos faltaba: poner ese tema sobre la mesa.
               Por supuesto, ella era terca como una mula y no iba a dejarlo correr.
               -Seguramente habrías preferido morir antes que decírmelo, o que no decírmelo.
               -De poco nos sirve especular sobre lo que habría hecho el menda si hubiera tenido una bola de cristal. Porque, para empezar, si hubiera sabido lo que me esperaba en Etiopía, ¡no me habría subido al puto avión!
               -El voluntariado no ha sido un error-sentenció, y yo me reí con sorna.
               -Lo dice la chavala a la que no violan de puto milagro porque yo estaba de voluntariado-escupí, sin poder creer que esas palabras estuvieran saliendo de mi boca.
               -A la que casi violan-corrigió Sabrae, y odié todavía más cómo sonaban esas palabras de su boca que de la mía, y eso que ya es decir- por su propia estupidez. Alec, tú eres mi novio, no mi guardaespaldas. No tienes por qué estar ahí siempre. Tienes derecho a tu propio espacio, y el voluntariado era tu espacio. Así que, sí, yo creo que nos ha venido bien, aunque nos haya hecho muchísimo daño: al menos hemos podido descubrir nuestros límites.  Ahora ya sabemos cuáles son-dijo, acercándose a mí, y yo puse los ojos en blanco y aparté la mirada.
               -Pues casi que prefería no tener ni puta idea, la verdad-gruñí por lo bajo. Todo eso estaba muy bien… si no hubiéramos tenido que poner tanto en juego. Tener plena conciencia de quién eres está genial si quieres ser un gurú de la autoayuda, pero cuando le dices a tu novia que le has puesto los cuernos y ella decide drogarse para acostarse con otros tíos y que no la juzguen por perdonarte, tus prioridades deberían ser un poco distintas.
               Sabrae me colocó dos dedos en la barbilla y me hizo girar la cara para mirarla.
               -También ha servido para que veamos de qué eres capaz cuando se trata de mí-ronroneó, dándome un beso en la comisura del labio.
               -¿De ponerte los cuernos?-ironicé.
               -No. De coger un avión cuando sabes que estoy mal, y de poner por delante mi bienestar a tu conciencia y actuar como si no hubiera pasado nada para que no me sienta mal cuando te castigan por cuidar de mí-me acarició un par de mechones de pelo que se me rizaban en la frente, exactamente igual que había hecho mamá de pequeño en mi primer día de cole, cuando me había dicho que no tenía que preocuparme por dejarla sola en casa y que todo saldría bien, que ambos teníamos gente que nos protegería-. Tus actos te definen, Alec, no los de los demás. Y que yo me haya vuelto loca o que Valeria sea una zorra no te convierten en mala persona. Igual que el que tú tuvieras ansiedad y tuvieras ataques cuando creías que ibas a perderme o que no estarías a la altura no son culpa mía-añadió, dándome otro beso en el mismo punto-. Lo que sí es culpa mía es que aceptaras ir a la psicóloga y empezaras el tratamiento. Es mi pequeña victoria en tu epopeya personal.
               Me dio un beso en los labios y se separó un poco de mí para que sus palabras acariciaran mi boca igual que la suya lo había hecho antes, sus ojos en los míos, asegurándose de que tenía toda su atención, de que accedía al palacio que era su mente, en cuyas galerías se exponían las mejores obras de arte.
               -Me siento orgullosa de cómo me comporté en general con respecto a ti hasta que te marchaste. Y de haberte acompañado en los malos momentos. No de las discusiones que provoqué y de las veces en que llegaste al límite por mi culpa, pero…-me acarició la nuca y se sentó a horcajadas encima de mí. Me besó de nuevo, y entonces sentí en su boca el sabor salado de sus lágrimas-. En general, creo que lo he hecho bastante bien. Creo que eres un poquitín mejor de lo que eras antes de que yo entrara en tu vida-entrelazó mis dedos con los suyos y se quedó mirando nuestras manos unidas-, y… Alec, yo soy muchísimo mejor de lo que era hace un año, cuando todavía no te había dejado entrar en ella.
               Reí con sorna, pero no me separé de su mano. ¿Que yo la había hecho mejor? Venga ya. Ella siempre había sido genial; incluso cuando sólo era la hermana tocapelotas de uno de mis mejores amigos yo ya podía ver su potencial, todo aquello que ella no quería enseñarme porque yo no me lo merecía pero que ya era.
               -Es verdad-dijo-. Tú me haces muchísimo más bien que mal. Por eso sé que mis padres se equivocan. Por eso estoy segura de que hacemos el mejor equipo, Al: porque tenemos la verdad de nuestro lado. Porque ellos te están juzgando sobre cosas que no son tu culpa.
               -Si yo no me hubiera ido…-empecé, y ella frunció el ceño, dispuesta a discutir si era preciso.
               -Ya, bueno, y si yo no me hubiera empeñado en que quería irme con mi mejor amigo a planes de novios aun sabiendo que tenía el presupuesto justo, no habría hecho horas extra, no habría tenido el accidente y no habría estado debatiéndose entre la vida y la muerte una semana.
               Me quedé callado, porque si lo veíamos así, no podía por más que darle la razón. Sabrae no tenía la culpa de nada de lo que había pasado con el accidente; no era culpa de nadie, en realidad, pero de Sabrae menos que de nadie. Ella había estado allí, apoyándome, cogiéndome la mano incluso cuando yo no la sentía, susurrándome al oído palabras de aliento para que yo no dejara de luchar, protagonizando mis sueños para que no perdiera la esperanza. Igual que…
               Igual que yo. Que hubiera malinterpretado lo que había pasado con Perséfone tampoco era culpa de nadie, y menos aún mía, que era el que más había sufrido con ello. Mi ansiedad había jugado conmigo de la peor manera posible, poniéndome en una posición complicadísima en un tablero de ajedrez en la que, hiciera lo que hiciera, le haría jaque a Sabrae. Había elegido el camino más difícil para ambos, pero también el que nos permitiría sobrevivir a lo que nos había pasado. Y había estado allí, dándole aliento, siendo su consuelo cuando no podía contar con nadie. Todo lo que había hecho por ella antes de marcharme había hablado en mi favor cuando Sabrae se encontró con la difícil decisión de dejarme o perdonarme, y no había tenido que pensárselo mucho para escoger qué opción prefería. Porque yo también había estado allí, apoyándola, cogiéndole la mano en la distancia incluso cuando ella no me sentía, susurrándole al oído palabras de aliento para que no dejara de luchar por nosotros, protagonizando sus sueños para que no perdiera la esperanza.
               Debió de cambiarme la cara cuando me di cuenta de aquello, porque ella se rió, los restos de las lágrimas resplandeciendo en su piel.
               -Hola, mi amor. Te echaba muchísimo de menos-dijo, inclinándose para besarme, sosteniendo mi rostro entre sus manos como si fuera lo más bonito del mundo y algo a lo que llevara toda la vida esperando. La estreché entre mis brazos y apoyé la cabeza en su hombro, maravillándome ante lo cálido de sus curvas y lo suave de su piel. Me parecía un sueño que alguien tan perfecto pudiera pertenecerle a nadie, pero que quien podía reclamarlo fuera precisamente yo me parecía una mentira.
               Sabrae jugó con mi pelo, dejándome ser vulnerable contra su piel, y me descubrí llorando en su hombro. No podía perderla. No podía siquiera considerar la remota posibilidad de que le hicieran daño. No podía… ella era todo lo que yo tenía. Todo. Era significativo que estuviéramos desnudos, en una cama que yo jamás había visto hasta ahora, en un piso que nunca había visitado, y que sin embargo me sintiera en casa precisamente porque estaba con Sabrae.
               -¿Cómo puedes ser tan tonta?-me lamenté, estrechándola con fuerza entre mis brazos, y sentí que Sabrae negaba con la cabeza-. ¿Tienes idea de lo que has puesto en juego? ¿Sabes lo que podríamos haber perdido? No podemos perderte. No puedes… no puedes apostarte así, a lo loco, Sabrae.
               -Fue una estupidez-consintió cuando me separé de ella y la tomé por la cintura.
               -Dime que no lo vas a volver a hacer-le pedí.
               -No lo voy a volver a hacer.
               -Nunca.
               -Nunca-asintió, acariciándome los hombros. Se echó a reír cuando yo exhalé un suspiro que pareció más bien un gemido-. ¡Sol!
               -Me parece de puta coña que decidas volverte así de chiflada justo cuando yo no estoy para pararte los pies… o grabarte y sacártelo en futuras discusiones que tengamos para recordarte que te he perdido el respeto completamente-dije, riéndome y llorando a la vez, y ella se rió también. La sujeté con fuerza para que no se moviera-. No, pero ahora… en serio, Sabrae. No…
               -No voy a hacerlo otra vez, Alec. A cambio, tú tienes que prometerme que no te culparás por ello.
               -Con que lo hagan tus padres ya es suficiente, ¿no?-ironicé, y ella suspiró.
               -De mis padres ya me encargaré yo. Tú sólo… sigue siendo tú. Están equivocados, pero entrarán en razón-sentenció, tumbándose a mi lado y pasándose mi brazo por los hombros-. Lo sé. Mis deslices no te definen, ni tienen por qué ser el rasero con el que te juzgan.
               -Hombre, tienes que reconocer que hay algo de lógica en su…-empecé, pero ella me lanzó una mirada envenenada desde abajo-. Vale, vale.
               -Entendería que se enfadaran contigo y que te culparan. De verdad que sí. Pero esto… es exagerado. Además… voy a decir algo que seguramente suene horrible, así que prométeme que nadie se enterará.
               -Claro, bombón.
[CONVERSACIÓN CENSURADA]
 
¡¡Eres tontísimo!! ¡No me refería a esto, sino a que no se lo dijeras a nadie de nuestros amigos! Ni en ninguna futura entrevista que pudieran concederte como Rey Consorte Del Universo Conocido, que te veo venir.
 
¡Mecachis! ¡Y yo que pensaba forrarme con la exclusiva!
               Sabrae entrelazó mis dedos de nuevo con los suyos y se quedó mirando nuestras manos unidas, jugueteando con las sombras que proyectaban sobre mi vientre.
               -Creo que no están siendo nada justos con nosotros porque, si tú eres malo para mí… ¿por qué Tommy no lo es para Scott?-preguntó, y yo… flipé, la verdad. ¿Cómo iba a ser malo Tommy para Scott? Literalmente vivían el uno para el otro. Si no tuvieran tres novias entre los dos, incluso me jugaría la mano izquierda a que estaban liados (es más; lo de las novias no terminaba de convencerme, así que estaba dispuesto a jugarme la derecha). Tommy siempre tenía el bienestar de Scott en mente en cada decisión que tomaba; lo mismo sucedía con Scott. Hasta hacía nada, pensaba que lo suyo era una simbiosis un poco enfermiza, la verdad, porque los dos estaban dispuestos a interponerse entre su amigo y una bala.
               Luego había conocido a Sabrae y había descubierto que las granadas, los tanques, y los ejércitos en general ya no daban tanto miedo. Lo cual creo que dice bastante del subtexto homoerótico de la “amistad” de Tommy y Scott.
               -Piénsalo-me pidió Sabrae-. Yo me he vuelto loca porque tú no estabas para disuadirme de las gilipolleces que se me ocurrieron. ¿Qué les pasa a Tommy y Scott cuando los separas? No es que se vuelvan locos, es que literalmente se ponen enfermos, Alec. Es como si se hubieran intercambiado los sistemas inmunológicos. Cuando se pelean, el mundo entero colapsa. Tommy intentó…
               -No sé si estoy preparado para discutir las consecuencias de las peleas de Scommy en la esperanza de vida de ambos después del bombazo que me acabas de soltar-dije, y ella suspiró.
               -Vale, bueno, ya sabes a qué me refiero. Se pusieron fatal el pasado enero, cuando se pelearon, y Tommy incluso llegó más lejos de lo que llegué yo. Y, a pesar de todo, ¿has visto a Eri y Louis decir que Scott es malo para su hijo? No. ¿Y eso por qué?-inquirió, entrecerrando los ojos.
               -Tenían la esperanza de que se comieran la boca en prime time-solté, y ella puso los ojos en blanco.
               -Estoy hablando en serio.
               -Vale, pues, ¿qué es lo que quieres que te diga?
               -La verdad. ¿No te parece que son unos hipócritas? Nadie parpadea cuando por culpa de Scott Tommy casi se suicida, y sin embargo a mí me da por beber más de la cuenta y tú ya eres poco menos que el Hitler de mi historia.
               -A ver, no es por quitarle méritos a tu teoría, ni nada, pero tú hiciste algo más que beber más de la cuenta, Sabrae. No, no me pongas los ojos en blanco, niña, que es la verdad. Saliste con la intención de meterte de todo y eso es algo jodidísimo.
               -Lo sé.
               -Pues si lo sabes, ¡no te me hagas la digna!
               -¿Entiendes a dónde quiero llegar o no?
               -Perfectamente. Pero no pienso decir nada de eso delante de tus padres-sentencié, besándole cabeza, y ella se puso de morros, preguntando que por qué-. Pues porque no me hace ni puta gracia arrojar a mis amigos a los leones para salvarme el culo, Sabrae.
               -¿Y para salvármelo a mí?
               Bufé. ¿En serio tenía que preguntarlo?
               -No me lo pidas.
               -¿Por qué?
               -Porque bastante tengo con ser un novio de mierda que no sólo te deja sola en el peor momento de tu vida, sino que ha provocado, literalmente, el peor momento de tu vida (y no hablo de lo de los cuernos, sino del voluntariado en general), como para encima ser un amigo de mierda que vende a  sus amigos por salvarse el culo.
               -O sea-dijo, incorporándose hasta apoyarse sobre los codos-, que se trata de elegir entre Scott y yo.
               Me reí entre dientes.
               -Cuando una de las opciones eres tú, para mí no hay elección, bombón.
               Una sonrisa tierna se extendió por su boca y se tumbó directamente sobre mi pecho, en un delicioso piel con piel en el que no me importaría quedarme a vivir. Le besé de nuevo al cabeza y le acaricié la espalda mientras ella jugueteaba con mis cicatrices, siguiendo unas líneas que me había hecho aprender a querer.
               -¿Qué pasó después?-quise saber, y ella se relamió los labios.
               -No sé si quiero seguir anclada en este tema.
               -Ya hemos pasado por lo peor. ¿O no?-pregunté, levantando la cabeza-. Ay, madre, dime que después no te hiciste un test de Pottermore y descubriste que eres de Slytherin en realidad. Porque por eso sí que te dejo.
               Sabrae se rió, negó con la cabeza y me contó muy por encima todo lo que había sucedido: la encerrona de Jordan (sinceramente, mis dieces a mi mejor amigo por haber dejado un condón abierto y que Sabrae se llevara un sustillo, porque se lo merecía), el momento  de la confesión estelar a Tommy, Jor y Scott, y luego las reuniones con las mujeres de mi vida hasta que finalmente descubrieron que todo era una mentira que yo me había comido con patatas. Al final, efectivamente, lo más traumático ya había pasado, pero yo quería detenerme y tener toda la información posible. No descartaba preguntarle a Jordan para que me diera su versión para tener el cuadro completo, aunque sabía que me dolería muchísimo que alguien rellenara las lagunas que, por suerte, Sabrae tenía. No recordaba nada prácticamente desde su entrada en el local en el que le dieron la bebida, con la excepción, por supuesto, de la botella inclinándose sobre su cara mientras se la tomaba de un trago.
               -¿Y a qué hora fue esto, más o menos?-le pregunté cuando ya no pudo darme más detalles, y ella frunció el ceño.
               -No sé. De madrugada. No ando muy pendiente de la hora cuando estoy de fiesta y planeo drogarme-bromeó, y por la forma en que la miré supo que no me hacía ninguna gracia-. ¿Por qué quieres saberlo?
               -Para pedirle a cierta cuñada con dotes cibernéticas que tengo que me haga una pequeña búsqueda.
               -No vas a hacer que Shasha rastree los móviles y cargarte a todos los tíos que estuvieran en la sala.
               -¿Por?
               -¡¡Pues porque no puedes!!
               -¿Acaso me estás retando, Gugulethu?
               -Seguro que había buenos chicos allí. Chicos que no me habrían hecho nada. No sería justo que los castigaras por las cosas malas que otros sí estaban dispuestos a hacer.
               -Joooooooodeeeeeeeeeeeer. ¿Acabas de soltarme un not all men? Voy a llamar ahora mismo a Valeria. Se cancela mi voluntariado. Te está provocando lesiones cerebrales graves.
               Sabrae se echó a reír y abrió la boca para contestarme, pero justo en ese momento sonó su teléfono. Se incorporó con el ceño fruncido, seguramente adivinando quién la llamaba, y se acercó a su bolso, que había dejado colgado de la manilla del armario. Si no hubiera sospechado ya quién podía contactarla, por la cara que puso al ver al interlocutor ya supe de quién se trataba. Antes, incluso, de que dijera su nombre. O, bueno, la palabra con la que se refería a ella.
               -Hola, mamá.
               Avanzó por la habitación hasta sentarse de nuevo en la cama, a mi lado. Yo me había incorporado hasta quedar sentado, y le abrí hueco en las sábanas, pero ella agitó la mano y negó con la cabeza.
               -En el piso del centro… sí, tenía las llaves y estaba cansada. Necesitaba descansar-bajó la mirada hasta los pies-… ya, bueno, me pareció que lo mejor sería que me echara aquí una siesta con Alec antes de ir a la fiesta de Tommy. No, no se me ha olvidado-puso los ojos en blanco-. Todavía queda una hora y media. Tenemos tiempo de sobra…-se quedó callada, escuchando, y me miró-. ¿Hoy? Mamá, hoy es la fiesta de Tommy. Alec ha venido desde Etiopía para esto, no para nuestras sesiones de culebrón personalizadas para Fiorella… ¡Bueno, para empezar, porque quiere estar conmigo!-ladró, poniéndose en pie y paseándose por la habitación-. ¡Cada uno saca tiempo para lo que le interesa, efectivamente! Dios. Mira, ¿sabes qué? Vale. Voy a hablarlo con él. Pero si no quiere, papá y tú os tendréis que aguantar. No pienso convencerlo. No. No pienso… pues sí, mamá. Para tu información, lo sabe todo. Se lo acabo de contar… ¿Que qué opina? ¡Tendrás que esperar a verlo en persona! Pero ya te adelanto que no se va a rendir sin luchar. Ninguno de los dos lo hará… Pues es una lástima que lo quieras ver así-Sabrae se  encogió de hombros-. Creo que con esa actitud no haremos mucho con Fiorella. ¿No se supone que tenemos que ir con la mente abierta? Pues tú y papá ya habéis decidido cómo tiene que terminar la sesión. Qué pena que Alec y yo también, ¿no?-empecé a escuchar gritos al otro lado del teléfono y Sabrae puso los ojos en blanco, separándose el auricular de la oreja. Me reí.
               -¿Qué se cuenta mi bestie?
               Sabrae sacudió la cabeza y se pegó el teléfono a la oreja.
               -Mira, mamá, estoy muy liada y no puedo hacer esto ahora mismo, así que voy a contar. Ya hablamos cuando llegue a casa. Hala, adiós…
               -¡NO TE ATREVAS A COLGARME, SEÑORITA!-tronó Sherezade al otro lado de la línea-. ¡TÚ Y YO VAMOS A TENER UNA CONVERSACIÓN MUY SERIA CUANDO LLEGUES A CASA! ¡SE TE VA A QUITAR LA…!
               -No te estoy colgando si me despido de ti, mamá. Venga, adiós. Adiós, mamá-dijo por encima de los gritos de su madre, acercándose el teléfono a la boca…
               … y presionando el icono del teléfono rojo. Se quedó mirando la pantalla, mordisqueándose la uña del dedo pulgar, y toqueteó un poco más su teléfono.
               -Voy a mandarla al buzón de voz. A ella, a papá, y a Scott. ¿Mandarías a alguien más?-preguntó, gateando hasta mi lado en la cama y analizando su teléfono. Y, aunque me enorgullecía muchísimo que estuviera tan dispuesta a luchar por mí, a renunciar a todo por mí… una parte de mí no dejaba de preocuparse por si en algún momento se arrepentía. Sabía lo importante que era su familia para ella, lo necesaria que era su madre en su vida, y quería que se asegurara de que no querría dar marcha atrás antes de quemar todos los puentes como estaba haciendo.
               -¿Estás segura de esto? Quiero decir… ¿crees que te merece la pena?
               Me miró como si fuera mi madre, yo tuviera cinco años, y acabara de preguntarle de dónde venían los niños.
               -Claro que lo hace. lo mereces. Cada lágrima que derramé porque te tengo lejos, y cada gota de sangre cuando dé a luz a tus hijos…-Sabrae se tumbó sobre mí, sus piernas entre las mías, sus pechos sobre mi pecho, y su mano en mi mejilla-, lo mereces. Tú eres mi familia ahora. Creía que tendríamos más tiempo para disfrutar de las nuestras antes de tener que formar la propia, pero… a pesar de que me gusta tener una familia grande, también me gusta tener una pequeña. Me gusta tener una familia de dos, siempre que tú seas la otra mitad.
               Que fuera capaz de renunciar a todo lo que tenía, a todo lo que era… por mí… la había visto mil veces con su madre, riéndose como no la había escuchado reírse con nadie antes de que empezara a reírse así también conmigo; escuchando la música inédita de su padre y dando sus opiniones; jugando con sus hermanas, peleándose con Scott. Saab tenía una vida increíble en una familia genial, y que estuviera dispuesta a dejar todo eso a su espalda sin mirar atrás…
               -No voy a mirar atrás jamás-dijo, como si leyera mis pensamientos-. Tú eres la razón por la que adoro la fantasía, Al. Porque creo que por mucho que intenten inventarse la magia, sé que es real. Sé que tú la tienes, y sé que me la das cada vez que me miras. Eres el amor encarnado y la razón por la que levantamos por primera vez la vista al cielo: tenías que venir directamente de las estrellas para poder brillar tanto, mi amor. Por eso no voy a dejar que te alejen de mí, sol. Me he enamorado de tu luz demasiado como para que no me aterre volver a la oscuridad… incluso cuando allí se cuentan las mejores leyendas y se escriben las mejores historias de amor. Ya no me interesa ser una chica de estrellas. Me has convertido en la chica de sol.
               Me besó el cuello y fue ascendiendo por mi mandíbula hasta llegar a mi oreja, y me dijo las palabras que yo tantas veces le había suplicado por lo muchísimo que me ponían, pero ahora no era el caso: ahora me encantaban.
               -Soy tuya-ronroneó, sus dientes rozándome el lóbulo de la oreja-, para siempre. Tuya, y de nadie más.
               Le sonreí desde abajo.
               -Creo que ya he tenido bastante de conversaciones difíciles por hoy. Me apetece hacer cosas un poco más sencillas. ¿Y a ti?
               -Ya creía que no me lo pedirías-sonrió, besándome y moviéndose encima de mí para quitarse la ropa interior. Me la quitó a mí también, se incorporó para alcanzar el paquetito del condón que yo había sacado antes de irnos a la tienda, y, entre besos, caricias, risas y mimos, me lo colocó y me condujo a su interior con los ojos fijos en los míos. Sabrae sonrió, apoyándose en el cabecero de la cama para empujarse suavemente sobre mí, invitándome a entrar más adentro.
               Esto es trascendental, pensé. Me está escogiendo a mí. A mí por encima de su padre, de su madre, de su hermano, de sus hermanas. De toda su familia y de todo lo que ella era. A partir de ahora ya no sería la hija mayor de Zayn Malik. Ahora sería Sabrae, primero, y la novia de Alec Whitelaw, después.
               Sabrae se estremeció de pies a cabeza y cerró los ojos un segundo, disfrutando de la sensación cuando toqué fondo dentro de ella. Los abrió y se inclinó de nuevo para besarme.
               -Hola, sol. Te he echado de menos-susurró.
               -Hola, bombón. Me haces muchísimo bien.
               No había dicho nada que fuera tan verdad en toda mi vida. Porque con su móvil en el suelo, la pantalla encendiéndose y apagándose con cada llamada perdida que se iba al buzón, cada mensaje furioso exigiéndole explicaciones y que entrara en una batalla que no le pertenecía, cada error del pasado girando la esquina… y con nuestra absoluta indiferencia a todo lo que había más allá de aquella puerta cerrada, nos dimos cuenta de una cosa: era verdad que estábamos bien. Estábamos juntos.
               Y cuando estábamos bien podíamos conseguir cualquier cosa.
              

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1 comentario:

  1. Me ha ENCANTADO el capítulo, comento por partes:
    - todo el principio de Sabrae poniéndose en lo peor de lo peor cuando Alec estaba simplemente en shock que angustia, mis pobres.
    - el primer párrafo narrado por alec me ha encantado y puesto triste a partes iguales…
    - “mataré a Sherezade con mis propias manos por hacerte pensar que podría dejarte” no quiero pensar en lo que significa lo que me ha hecho sentir esta frase.
    - alec no queriendo soltar la mano de Sabrae me pone soft.
    - el moemento alec diciendo que no debería haberse ido…
    - pff que duro Sabrae contándolo todo, pero he sentido el peso que se ha ido quitando de encima.
    - que risa el momento “conversación censurada” ajjajajjajja
    - la comparación sabralec – scommy OLE SABRAE D I L O
    - la llamada con sherezade… sin comentarios.
    - ganitas de la fiesta de tommy la verdad.
    - con Alec diciendo “¿qué se cuenta mi bestie?” me DESCOJONO
    A pesar de que era capítulo durillo la verdad es que lo he disfrutado, ya sabes que tenía muchas ganas de que se acabaran de sincerar y la verdad es que la conversación no ha decepcionado para nada. Con muchas ganitas de seguir leyendo <3

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