domingo, 12 de noviembre de 2023

La chica del sol.


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No quería moverme de allí. Sabía que era egoísta hasta la saciedad, por todos los sacrificios que Alec había hecho para venir para el cumpleaños de Tommy, pero no quería moverme de allí. Estaba tan a gusto a su lado en la cama, todas mis preocupaciones al otro lado de la puerta, protegida por su brazo, que me daba calor y me protegía a partes iguales, que no veía ninguna razón por la que debería moverme de su lado y seguir con mi vida como si no se hubiera hecho pedazos en todos los sentidos posibles, excepto en uno.
               Suerte que ese uno era el más importante de todos.
               Le acaricié el costado a Alec con la nariz, depositando un suave beso en una parte en la que se veían las contracciones de su corazón. Él estaba tranquilo, con la vista fija en el techo, sumido en sus pensamientos mientras me acariciaba de forma distraída el costado, una sonrisa mal disimulada curvándole la boca, la otra mano por debajo de su cabeza. Había intentado bajarme de encima de él un par de veces mientras lo hacíamos, pero en todas ellas él me había sujetado con fuerza por las caderas y me había mirado con una intensidad que me habría dejado clavada en el sitio si de repente me hubiera vuelto sorda y no hubiera podido escuchar sus palabras:
               -No. Para poder adorarte como nos merecemos tengo que estar debajo de ti.
               Como nos merecemos había sido la clave para que yo no me moviera, porque estaba lejos de creer que Alec estuviera por debajo de mí o que fuera él quien tuviera que adorarme a mí, pero lo había dejado correr por lo bien que me sentaba y la forma tan deliciosa en que su cuerpo encajaba perfectamente con el mío, como si quisiera sacarme cualquier duda improbable (casi imposible) de que no hubiera nacido para estar así con él. Llenándome. Satisfaciéndolo. Dejando que diera sentido a cada rincón de mi cuerpo, especialmente aquellos a los que los otros no habían sido capaces de llegar.
               Había tenido mi bien merecido descanso cuando habíamos acabado, su cuerpo tensándose debajo del mío y mis labios sobre los suyos, con mi pelo cayéndole en cascada y haciéndole cosquillas en el rostro y los hombros mientras gemía su nombre y él gruñía el mío. Habíamos tenido la inmensa suerte de llegar al orgasmo a la vez, lo cual me parecía una señal más de que había tomado la decisión correcta. Habíamos llegado juntos en algunas ocasiones más, y siempre que nos sucedía yo no dejaba de ver lo importante de la situación, lo especial, especialmente después de que Alec me dijera que sólo le había pasado otra vez con otra persona.
               Estaba agotada cuando me tumbé a su lado, y él notó que no se debía solamente a la actividad física a la que me estaba entregando y a la que pensaba seguir entregándome estos días. Aunque tenía muy claro lo que pensaba con respecto al voluntariado y si debía seguir o no en él, yo no sacaría el tema si él no lo hacía, y me despediría de él en el aeropuerto igual de a regañadientes que lo había hecho las veces anteriores, por lo que estaba aprovechando cada minuto que me había regalado de estos tres días que íbamos a estar juntos como si fueran los últimos que pasaba con vida. Creo que una parte de mí los quería aprovechar porque era exactamente así como los sentía.
               Que me acercara a él fue una bendición para mí, a pesar de que era lo que siempre hacía.
               -¿Te ha gustado?-me preguntó el único rey ante el que estaba dispuesta a postrarme, también como siempre hacía. Y yo había asentido con la cabeza, maravillándome por la bendición que también suponía tenerlo conmigo, y acurrucándome a su lado, dispuesta a vivir de su calor corporal en las noches más frías del invierno, le pregunté:
               -¿Y a ti?
               -Ha sido genial-dijo, besándome la cabeza.
               -Espectacular-ronroneé yo, devolviéndole el beso en el costado.
               -Sensacional-replicó él, sellándolo con otro beso.
               -Irrepetible-zanjé yo, devolviéndole de nuevo el beso.
               -Oh, espero que lo repitamos un montón de veces más-coqueteó, tomándome de la mandíbula y levantándome la cabeza para darme un beso en los labios que yo había recibido con una sonrisa agradecida. Y luego, con su mano en mi cintura y mis pies acariciándole las piernas, Alec se había pasado la mano por detrás de la cabeza y se había quedado mirando el techo. Esos momentos de silencio después del sexo eran algo que yo no me había dado cuenta de que echaba de menos hasta que no regresó conmigo y nos volvimos a acostar; siempre que había terminado de masturbarme pensando en él había sentido una extraña sensación de vacío, como si hubiera algo que no cuadraba en la forma mecánica y sin ceremonia en que iba al baño, me aseaba, lavaba los juguetes que hubiera utilizado y recogía mi habitación, pero nunca había sido capaz de decir el qué echaba de menos (aparte de a él, claro) o, siquiera, de notar que había algo que no encajaba.
               Y ahí estaba ahora, anclado entre nosotros como la cuerda que impide que el trapecista se precipite al vacío, afianzando todavía más nuestra relación. Un silencio cómodo de los que hacen que te des cuenta de a quién estás destinada y quién sólo estaba de paso en tu vida.
               Me encantaba el sonido tenue de su respiración, el entrever los latidos de su corazón, la sensación de su piel de carne de gallina por debajo de las yemas de mis dedos, respondiendo a mis caricias y mi cercanía como si fuera un volcán en erupción formando poco a poco una isla. Prefería mil veces esta calma en la que no existíamos más que él, yo, y la cama en la que estábamos tumbados; donde la única ropa eran las sábanas, la funda de almohada y el colchón. Prefería esto mil veces a lo que me esperaba más allá de la puerta, tanto cosas buenas como malas.
               No quería pensar en la conversación telefónica que había tenido con mamá y en lo estúpida que había sido creyendo que ella cedería aunque sólo fuera un centímetro al ver que yo estaba segura de mis decisiones y que defender a Alec no se debía a ningún calentón nocturno ni tampoco a ir un poco achispada por el alcohol que había tomado la noche anterior. Mi valentía era igual de decidida estando sobria; eso debería decirle algo de cómo tenía que afrontar la situación.
               Pero tenía que pensar en lo que nos esperaba si quería que Alec disfrutara también de sus amigos y cumpliera los planes que había hecho cuando se había subido al avión el día anterior. Aunque era más mío que de nadie, era tan de sus amigos y de su familia como mío, y monopolizarlo por ahorrarme un par de conversaciones incómodas o discusiones acaloradas no era justo. Sabía que él me lo consentiría de sobra, pero no era justo.
               Teníamos que ponernos en marcha.
               Pero era tan difícil pensar en poner el pie en la dura y áspera acera cuando estaba tan a gusto acurrucada en la blanda y suave cama, o que el frío aire de otoño me alborotara el pelo y se me clavara en las mejillas cuando la calidez de mi sol me calentaba hasta los huesos y me hacía fácil el fantasear con que estuviéramos en verano…
               Quizá haber nacido en la estación más fría del año hacía que sus abrazos fueran incandescentes; si las noches eran más largas cuando él nació, su presencia era más luminosa en compensación. Alec era todo lo contrario a lo que el invierno representaba, y sin embargo, no podía ser más Piscis de lo que ya lo era.
               Y puede que me hubiera enamorado de él en invierno, pero siempre preferiría la relación que habíamos tenido en verano, cuando habíamos aprovechado los días largos para pasear nuestro amor por los rincones más hermosos del Mediterráneo y habíamos exprimido cada segundo de las cortas noches poseyéndonos con las ventanas abiertas, dejando que mis gemidos de placer se mezclaran con la brisa de verano con olor a limón, de forma que a ninguna mujer le cupiera la más mínima duda de cuál, de todas nosotras, era la más afortunada.
               Era yo.
               -¿En qué piensas, bombón?-preguntó, y se me enroscaron los pies. Alguien debería hacer una tesis doctoral sobre lo erótico que resulta estar desnuda al lado de tu hombre y que te llame “bombón”. Como si fueras lo más delicioso que se puede llevar a la boca (seguramente Alec defendería esta posición). Como si mi piel estuviera hecha más bien de chocolate (definitivamente Alec defendería esta tesis).
               -Una tontería. Estaba pensando en lo raro que es que hayas nacido en invierno.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso, por qué?
               -No te pega en absoluto.
               -¿Tú crees? Piensa en todas las posibilidades que nos da el invierno, bombón. ¿Seguro que no me pega el pasarme noches que duran como… 18 horas metido en la cama con el pibonazo que tengo por novia? Definitivamente aquello fue profético-sonrió, revolviéndose en la cama para ajustar su posición a los pequeños cambios que había ido haciendo yo en la mía sin darme cuenta-. Nací para hacer esto. Para estar así. Cubierto en tu sudor, con tu sabor en mi lengua, con las huellas de tu cuerpo en todo el mío, tumbado en la cama a tu lado y mirando la vida pasar.
               -Yo creo que te pega más el verano-respondí, incorporándome y apoyándome en su pecho-. Días larguísimos de pasárselo bien, comida fresquita, tardes enteras en la playa… noches cortísimas que se convierten en un suspiro-ronroneé, besándolo en los labios y sonriendo al pensar en lo que había pasado en cierta isla que lo había visto crecer-. Poca ropa…
               -Mm, sigue hablando-me instó, tirando de mí, apoyando su mano en mi mejilla y orientando mi rostro para poder besarme mejor. Me dio un beso largo y lento, en el que su lengua jugó con la mía, y yo me estremecí de pies a cabeza.
                -… y la poca que llevas, empapada…
               -Uf, me está gustando el concepto.
               -… perlitas de sudor corriéndome por el cuello y deslizándose por mi escote…-él gruñó por lo bajo, y noté que su miembro despertaba de nuevo. Me pregunté si llevaba puesto aún el condón; no era lo ideal reutilizarlo, pero era lo único que teníamos.
               Y, aun sabiendo que no estaba muy bien pensar en un segundo asalto teniendo en cuenta el día que nos esperaba, no podía evitar sentirme atraída hacia él como por un imán.
               -Mediodías soleados con el sol tan fuerte que necesitamos crema por todas partes, lo cual nos da la excusa perfecta para manosearnos lo que nos apetezca…
               Enredé mis dedos en el pelo de su nuca y tiré de él para pegarlo más a mí.
               -No sabía que necesitara excusas para manosearte, nena-jadeó contra mis labios.
               -Bueno, nunca están de más.
               -Joder, tú no las necesitas para manosearme a mí. Y si alguien te las pide, dímelo, y lo mataré.
               Le creía. De verdad que lo hacía. Igual que lo hice cuando me dijo que mataría a mi madre con sus propias manos por hacerme creer que podría dejarme.
               Sabía que eso debería preocuparme, pero no podía evitar seguir enredándome en su red. Era un insecto que había saltado directo a la telaraña porque sabía que no le esperaba la muerte allí, sino todo lo contrario. Algo mucho, mucho mejor que la vida que tenía antes, buscando flores en un páramo helado.
               -Definitivamente soy un chico de verano-dijo contra mi cuello, y yo jadeé cuando tiró de mí para besarme los pechos-. Aunque… era verano en Australia cuando yo nací.
               -Annie siempre con los ojos puestos en horizontes lejanos.
               -Ya tiene a su hijo para fijarse en las cosas que tiene justo delante-comentó, mirándome las tetas con hambre y mordiéndose el labio justo antes de besar mis pezones, y luego, morderlos suavemente. Dejé escapar un jadeo y hundí mis uñas en su hombro, humedeciéndome todavía más.
               Estaba a punto de pedirle que me hiciera de nuevo suya cuando mi móvil vibró en la mesita de noche… y Alec salió de su trance. Volvió la cabeza para mirar la mesita de noche, como considerando seriamente el lanzarla contra el suelo para que dejara de molestarnos, pero se lo pensó mejor y estiró la mano hacia mi teléfono. Miró la pantalla y se rió por lo bajo al ver el nombre de la persona que había interrumpido nuestro incipiente polvo, y me lo tendió, a pesar de que muy probablemente la llamada fuera para él.
               No se me ocurrió quién podría habernos interrumpido y aun así arrancarle una sonrisa hasta que no vi que quien me llamaba era su madre.
               -Hola, Annie.
               -Hola, Saab. Siento mucho tener que molestarte ahora, pero es que el garrulo de mi hijo –Alec se sonrió más aún al escuchar a su madre- no ha encendido el móvil. Seguramente lo tenga todavía metido en el cajón para poder seguir haciéndose el interesante-Annie suspiró y Alec sonrió más aún, acariciándome la pierna y ascendiendo por mi muslo hasta mis caderas-. ¿Estás con él?
               -Sí.
               -Vale, menos mal. Mimi me ha dicho que no has ido a clase, y como él no ha dado aún señales de vida desde que os fuisteis la noche pasada… supuse que estaríais juntos.
               -Oh, sí, Annie. Perdona que no te avisáramos. Hemos estado un poco… liados-miré a Alec, que levantó el pulgar a modo de aprobación. Que mi madre estuviera en contra de nuestra relación bien podía afectar a su amistad con Annie, a la que consideraba una amiga muy cercana y con la que siempre había tenido muchísima complicidad desde que le había llevado su divorcio. La locura de mis padres no tenía por qué afectar a su relación con mis suegros, aunque me dieron ganas de gritar precisamente porque mamá no se merecía que la protegiéramos de esta manera. Estaba claro que a Annie no le harían ninguna gracia las opiniones de mi familia sobre su hijo, igual que tampoco me la hacían a mí, y mamá se merecía un buen rapapolvo de su parte.
               Aun así, que a pesar de que Alec estuviera dispuesto a proteger algo bueno para su madre, incluso cuando eso suponía también proteger a la mía, hizo que me reafirmara en mi postura. Me alegraba de haberme peleado con mamá por teléfono por él; se merecía eso y mucho más, más que ninguna otra persona.
               -Ya me imagino, cielo. Espero no haberos interrumpido en nada importante.
               -No te preocupes. No estábamos haciendo nada.
               -Auch, eso duele-dijo Alec por lo bajo-. Te estaba metiendo mano con bastante intención.
               Le di un manotazo en el pecho y él se rió.
               -¿Podría hablar con él?
               -Claro.
               Le tendí el teléfono, que él mismo en manos libres.
               -Madre-saludó, acariciándome las caderas y mirándome de una forma que me hizo ver que no había terminado conmigo, ni de lejos. Puede que nos hubieran interrumpido, pero sabía exactamente dónde lo habíamos dejado y dónde debíamos retomar la acción.
               Aunque Annie se esforzaría en hacer que se desconcentrara.
               -¿Vas a venir en algún momento a tu casa?-espetó, su tono de voz mucho más duro, el propio de una madre que ha hecho lo posible por meter en vereda a un hijo que se ha esforzado hasta la saciedad en impedir que lo domen. No pude evitar sonreír al escuchar el tono autoritario de Annie, que nada tenía que ver con el de mi madre tratando de hacer que yo pasara por el aro que ella había extendido ante mí; Annie sólo parecía herida en su orgullo maternal y molesta porque  su chiquillo no le estuviera dedicando las atenciones que a ella le gustaría recibir, y lo más importante, recibiendo las que ella preferiría dispensar.
               Era el tono que había escuchado un millón de veces cuando Annie reñía a Alec por no haber hecho las tareas del hogar que le había pedido que hiciera, o cuando llegaba más tarde de lo que había prometido y la había mantenido despierta toda la noche. Era el tono de una madre que ha hecho lo imposible por tratar de castigar a su hijo y se encontraba con que él siempre encontraba maneras de rodear las lagunas en sus castigos, el de una madre que lechaba broncas a su hijo día sí, día también, y a la que él no le parecía hacer el menor caso y jamás le entraba al trapo.
               El tono de una madre que sabe que tiene una joya en casa y a la que no quiere dejar marchar, muy en el fondo de su corazón, aunque sepa que lo mejor es abrirle las puertas y dejarle libertad para volar.
               El tono de una madre al que le organizan sorpresas increíbles el día de la madre, a la que siempre le dan un beso cuando termina de pegarle gritos a su hijo, a la que le llevan pastitas por la mañana después de trasnochar el fin de semana entero, porque saben que así se aplacará un poco. El de una leona que defenderá a su cachorro a muerte, pero que tampoco permitirá que haga gilipolleces y se ponga en peligro.
               Alec rió por lo bajo.
               -Sí-respondió sin más, y Annie bufó al otro lado de la línea.
               -Ajá. ¿Y cuándo, exactamente, va a ser eso? ¿Justo antes de ir al aeropuerto a coger de nuevo el avión de vuelta para darle un beso a tu hermana y fingir que no te has comportado como un indigente que no tiene casa a la que volver durante…? ¿¡Ves!? ¡Ni siquiera sé cuánto tiempo vas a estar en el país! ¿Cuándo piensas venir?
               -Cuando me case-sentenció Alec, y yo me tapé la boca con la mano para que Annie no me escuchara reír y me crucificara. De los dos, yo era la que mejor le caía, y no pretendía renunciar a esa ventaja-, a entregaros las invitaciones de boda.
               -¿PERDÓN?
               -Ni de coña me va a sacar Mary Elizabeth un penique más de lo que ya me ha sacado, así que con eso vais que ardéis.
               -¡ERES UN SINVERGÜENZA!-rugió Annie, y yo me bajé de encima de Alec para poder reírme a gusto mientras él ponía los ojos en blanco-. ¡No sé qué es lo que he hecho para criar a semejante maleducado! ¿¡Vienes a Inglaterra después de dos meses y medio mandándonos cartas que más bien parecen telegramas de lo cortas que son, y para lo único para lo que te pasas por casa es para pedirnos que te la despejemos para que puedas folletear a gusto con tu novia!? ¡Y ni siquiera tienes la decencia de siquiera venir a…!
               -Mamá, es que flipas lo remilgada que es Sabrae. Es pijísima. Si le digo de hacerlo detrás de algún arbusto frondoso, ¡se me enfada! Por eso la llevé a casa y os pedí que os fuerais, ¡no fue por gusto, te lo aseguro!
               -¿¡Pero cómo tienes tanto morro!?-me reí.
               -¡NI SE TE OCURRA TOMARME EL PELO, ALEC! ¡NO ME PASÉ DIEZ HORAS PARIÉNDOTE SIN EPIDURAL…!
               -Joder, ya estamos con la epidural-suspiró él, frotándose la cara.
               -¡…PARA QUE AHORA TE ME HAGAS EL GRACIOSO! Debería darte vergüenza. ¡Vergüenza! Con lo que yo me he desvivido por ti, si literalmente te estoy haciendo albóndigas para comer, y ni siquiera te dignas en venir a casa a pasar el rato con tu familia y…
               -¿¡Me has hecho albóndigas!? Sabrae, ¡vístete! Tenemos que ir a comer a mi casa.
               -Pero, ¿qué hay del cumple de Tommy?-inquirí yo.
               -Ya nos ocuparemos de eso después.
               -¡De eso nada! Ahora por la puerta no entras. ¡Búscate la vida!-zanjó Annie.
               -Mamá, ¿te das cuenta de que no hay quien te entienda? Primero me llamas para ponerme a caldo porque no voy por casa, ¿y ahora me dices que no me vas a dejar entrar? ¿Sabes que podría denunciarte a la Policía Familiar por eso? ¿Y por negarme el sustento?
               -Eres mayor de edad, Alec-sentenció Annie, fastidiada-. No tengo por qué seguir manteniéndote si no quiero si ya eres un adulto funcional capaz de ganar su propio dinero.
               -Pero tuve un accidente en primavera y me hice pupita-lloriqueó, y yo me reí por lo bajo.
               -¿Cuántos árboles han tenido que dar su vida para que ahora tú hagas este papel tan ridículo?
               -¡MAMÁ! ¡¡No me vaciles delante de mi novia!! ¿Sabes el ejemplo tan pésimo que le estás dando a Sabrae ahora mismo?
               -Tienes un morro que te lo pisas. ¿Estás malito para trabajar, pero no para irte a Etiopía a comportarte con leones como los españoles con los toros en los San Fermines, o como un babuino en celo cuando tienes a Sabrae cerca?
               -¿Me estás haciendo slut shaming? Porque, para tu información, Sabrae está ovulando y es una bomba de relojería hormonal. Bastante hice que no me la tiré delante de todos vosotros para no escandalizaros. Seguro que a Mary Elizabeth incluso la habría traumatizado.
               -Me alegra saber que todavía te acuerdas de que tienes una hermana cuando llevas desaparecido 18 horas y ni un triste abrazo te he visto darle. Está bastante apenada, ¿sabes?
               -Ah, no-Alec se incorporó-. Ni de coña. No vas a usar al piojo en mi contra. Seguro que está haciendo la interpretación de su vida, paseándose por las esquinas y lloriqueando por lo sola que se siente porque no he ido a por ella al instituto y ha tenido que traerse la mochila al hombro, la pobre princesita, ¿a que sí? Lo que fijo que no te ha contado es que ayer estuvimos  perreando hasta que la prima ballerina que tenemos en casa tuvo que quitarse los zapatos de lo mucho que le dolían los pies; y tu hijo, el mediano, el que mejor te salió y por el que entiendo perfectamente que trataras de repetir la hazaña que fue el parirme, se ofreció a darle a ese microbio sus zapatos, pero no los quiso. ¿A que eso no te lo ha contado, eh? ¿A que se le ha olvidado decir que tiene un hermano que no se lo merece y que le encanta hacerse la víctima para luego rechazar toda ayuda que le ofrezco yo sólo para dejarme mal delante de ti?
               -¡Me quedan grandes tus zapatos y podría haberme caído, idiota!-bramó Mimi al otro lado de la línea.
               -¿ESTABAS ESCUCHANDO TODO ESTE TIEMPO Y NO TE HAS METIDO A DEFENDERME MIENTRAS MAMÁ BÁSICAMENTE ME LLAMABA GIGOLÓ?
               -¡ES QUE ES LO QUE ERES, SÓLO QUE TÚ LO HACES POR VICIO, Y NO POR DINERO, LO CUAL ES BASTANTE TRISTE!
               -¡SI NO FUERAS TAN REMILGADA ENTENDERÍAS DE SOBRA LA OBSESIÓN QUE TENGO POR FOLLARME A SABRAE!
               -¡NIÑOS! ¡BASTA! Mary Elizabeth-Alec se rió con maldad al escuchar a su madre decir el nombre completo de su hermana-, no me habías dicho nada de que tu hermano te había ofrecido sus zapatos.
               -Debería haberme cogido en volandas-sentenció Mimi, y me la imaginé cruzándose de brazos y levantando la mandíbula, muy digna. Alec puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.
               -¿Y te preguntas por qué no vuelvo por casa?
               -¿Y porque tu hermana sea tonta nos tenemos que fastidiar los demás?-inquirió Annie mientras Mimi chillaba un ofendidísimo “¡MAMÁ!”-. Pobre de mí. He madrugado para ir a la carnicería y conseguir la carne que más te gusta para las albóndigas, y tú ni te dignas en decirme que no vas a venir a comer.
               -Hombre, mamá, igual te deberías haber documentado un poco, porque ya sabes que en el cumple de Tommy los Tomlinson hacen una comida de celebración.
               -Sí, a la que van los Malik. Y luego sus amigos os vais de cena y de juerga por ahí, pero por la noche.
               -¿Cómo se apellida la persona a la que me estoy tirando, a ver? ¿La chica por la que os pedí que os fuerais de casa?
               Annie chasqueó la lengua.
               -Creía que Sabrae no querría compartirte con toda su familia y la de los Tomlinson, dado que me imagino que te quedarás poco tiempo.
               -Lo está intentando-ronroneó, acariciándome el vientre-, pero yo me resisto a sus encantos como un campeón.
               -Qué mentira-se burló Mimi.
               -Cierra la boca, Mary Elizabeth, o pongo un candado en mi armario y sólo le doy la llave a Sabrae.
               -¡Ni se te ocurra!-protestó Mimi, y Annie suspiró.
               -¿Vendrás al menos a cambiarte de ropa y ducharte en casa? Sé que tienes una muda en casa de los Malik, pero me apetece mucho verte, hijo.
               Los ojos de Alec chisporrotearon, su expresión dura y chula derritiéndose hasta convertirse en un pozo de dulzura y cariño. Eso era lo bueno de su relación con su madre: que no importaba las veces que la desobedeciera o la decepcionara, las veces en que ella le echara la bronca y le amenazara con no dejarlo salir de casa hasta que no tuviera, como mínimo, cuarenta años: que, a la hora de la verdad, siempre sería su punto débil. Siempre estaría justo al borde de su paciencia, pero también en la frontera del enfado eterno y la flexibilidad con él. Annie sabía que Alec no tenía ninguna maldad en él, y como podía ver lo puro de su alma, jamás había sido capaz de enfadarse con su hijo como sí lo había hecho con Aaron. Todo porque Aaron había sabido hacerle daño donde Alec jamás podría, porque sus hijos, aunque parecidos físicamente, no podrían ser más distintos. Alec había sido de Annie antes que mío igual que yo había sido de mamá antes que de nadie, con la diferencia de que él no había cambiado tanto como para que ella lo acusara de estar irreconocible. El voluntariado, priorizarme, irse de casa por buscar a sus amigos sin pensarse siquiera si afuera haría frío o calor, era tan propio de él como hablar ruso o griego, como saber defenderse en el boxeo o con las chicas.
               Una piedra se ancló en lo más profundo de mi estómago cuando me di cuenta de que lo estaba monopolizando más de lo que me correspondía. Incluso aunque tenía la excusa perfecta de que el voluntariado pendía sobre nosotros como la espada de Damocles, tenía que considerar que también lo hacía para los demás. Que los demás lo echaban de menos igual que lo hacía yo, porque donde Alec había ocupado mi rutina, también había sido el dueño de las casas de otros. Casas en las que se notaba todavía más el vacío que había dejado ahora que sabían que estaba en la misma ciudad, casas en las que se impacientaban aún más por saber que era cuestión de horas que apareciera.
               Él era bienvenido en todos los hogares de la ciudad, incluyendo el mío, aunque a éste tuviera que entrar por la puerta de atrás. Pero no era eso lo que Alec se merecía, a pesar de que era lo que mis padres pretendían darle.
               -Sí, mamá. Claro.
               -Vale. Gracias, mi niño.
               -No se merecen-Alec se dio unos golpecitos con el borde del teléfono en la barbilla, y Annie esperó-. ¿Mamá?
               -¿Sí, cariño?
               -Lo siento.
               -No tienes por qué disculparte.
               -Es que… están siendo unas horas muy intensas.
               -Lo entiendo perfectamente, cielo.
               -Dormiré en casa esta noche-dijo tras mirarme un segundo, como pidiéndome permiso para elegir dónde dormiría. Yo no tenía ningún inconveniente a que fuera a su casa, siempre y cuando me permitieran estar con él. Ni siquiera tenía que intervenir en las conversaciones que pudiera mantener en el hogar que lo había visto crecer, sólo necesitaba escuchar su voz. Ser testigo de lo que hacía en las horas que tenía en Inglaterra, esas horas cruciales antes de que volviera a Etiopía, si es que lo hacía, sería suficiente para saciar mi sed y calmar mi alma. Ya lidiaría luego con mis demonios y cargaría con las consecuencias de mis actos imprudentes. Alec no se merecía que lo escondiera de su familia para tratar de protegerlo de la mía.
               -Sólo si tú quieres.
               -Sí, claro que quiero. Es sólo que… ya sabes, es el cumple de Tommy, y nos quedarnos despiertos hasta tarde. Pero mañana por la mañana desayunaremos juntos, ¿te parece bien, mamá?
               -Genial. Gracias, mi amor.
               -Te quiero, mamá.
               Ésa era una de las mejores cosas de Alec: que no le daba miedo decirte lo que sentía por ti, sin importar lo que la sociedad le impusiera sobre inaccesibilidad o frialdad. Le había costado un poco abrirse con sus amigos y reclamarles a Scott y Tommy los cuidados que había necesitado cuando los chicos dijeron que se iban al concurso, pero siempre había sido sincero con las chicas de su vida: su madre, su hermana, sus amigas y yo habíamos tenido claro desde el principio exactamente qué sentía por nosotras. Y eso era un punto a su favor, uno que no muchos chicos tenían.
               -Yo también te quiero, mi niño.
               Alec sonrió mientras su madre colgaba, y se pasó ambas manos por la cara, bufando sonoramente mientras se reorganizaba la tarde mentalmente. Cogió mi móvil de nuevo y se quedó mirando la pantalla, pensativo, y finalmente sonrió.
               -¿Por qué tienes guardada a mamá como “Annie suegri”?
               -Porque rima-ronroneé, tumbándome sobre él y dejando el teléfono de nuevo sobre la mesilla de noche, boca abajo para que la pantalla y sus notificaciones no nos molestaran.
               -¿A cuántas Annies conoces para tener que distinguir a mi madre de las demás?
               -A unas cuantas.
               -Y no podías llamarla Annie Whitelaw. Tenía que ser Annie suegri-se jactó.
               -Bueno, es lo que es, ¿no?
               -¿Desde cuándo la tienes así guardada, a ver?
               -Desde noviembre del año pasado-coqueteé, sacándole la lengua, y Alec rió entre dientes.
               -Eres una cabrona-dijo, pero me dio un beso, así que no parecía muy enfadado, que digamos. Me aparté un mechón de pelo de la cara y, con una mano apoyada en su pecho, sintiendo los latidos de su corazón, me lo quedé mirando. Era tan guapo… el voluntariado le había cambiado, y notaba en sus ojos una profundidad que antes no estaba ahí, pero también era el mismo de siempre. Era una sensación extraña, como de conocer exactamente cada poro de su piel y saber a ciencia cierta que había sorpresas esperándome. En su mirada sólo había luz, y que la imbécil de Valeria hubiera sido capaz de castigarlo por no dejar que la mía se extinguiera, por venir a compartirla conmigo e impedir que me tragara la oscuridad, decía mucho de lo que Alec debería hacer en realidad con el voluntariado: mandarlo a la mierda. Alejarse de quienes no le valoraban. Le había costado muchísimo empezar a quererse como para que ahora su amor propio tuviera que ser un escudo contra los demás.
               -Deberíamos ir pensando en irnos-susurré, a pesar de que compartirlo de nuevo con el mundo y que los peligros que le esperaban se abalanzaran sobre nosotros cuando lo sacara por la puerta era lo que menos me apetecía. Especialmente en relación a mis padres, que no podrían ver cómo los había protegido y relajarse un poco con él.
               Alec, por descontado, sabía de sobra lo que se me estaba pasando por la cabeza y no tenía intención de dejar que me preocupara. No tenía ni idea de la hora que era, pues no me había fijado en el móvil cuando lo cogí para hablar con Annie, pero me daba la sensación de que, si no llegábamos ya tarde, nos quedaba muy poco tiempo para disfrutar a solas en la cama.
               -O no. Quiero decir… no le he dicho a mi madre a qué hora me pasaré por casa para cambiarme. Podría ser justo antes de volver a salir de fiesta-me acarició los lumbares y me eché a reír.
               -Me siento un poco mal por la forma en que te estoy monopolizando. Quiero decir… has vuelto a casa para el cumpleaños de Tommy, después de todo-dije, depositando un suave beso sobre su pecho. Él rió por lo bajo.
               -Ya sabes que era sólo una excusa.
               -Aun así, tus amigos te echan mucho de menos. Y yo me siento un poco mal, pensando que no te estoy dejando disfrutar del cumple del ojito derecho del grupo.
               -Para mi cumpleaños todavía quedan cuatro meses-protestó, y yo me reí.
               -Hablo de Tommy, Al.
               -Mm. Bueno, bah, ellos estarán bien. Todavía queda mucha noche por delante-replicó, pasándose una mano de nuevo por detrás de la cabeza y guiñándome el ojo. Y, si no fuera suficiente con eso para hacerme estremecer, se relamió los labios y sus ojos se deslizaron por mi rostro hasta detenerse en la parte en que mis pechos se posaban sobre los suyos. Noté que me ponía colorada, comprendiendo entonces que, aunque de noche estaría con sus amigos, eso no nos impediría tampoco tener intimidad como la que habíamos compartido la noche anterior.
               Cómo cambiaban las cosas… parecía que hubiera pasado una vida entera desde que había estado con él en los baños de la discoteca, y luego cuando me había enfrentado a mamá por defenderlo, cuando en realidad apenas había sido una hora.
               Procuré no pensar en lo que habíamos hecho en la discoteca para no volverme absolutamente loca y olvidarme por completo de que teníamos responsabilidades que atender, o de la promesa que acababa de hacerle a su madre. Y, aunque me costó mucho, logré sobreponerme e incorporarme para mirarlo a los ojos y ver en ellos la verdad de lo que realmente quería. Teníamos que empezar a marcharnos y, por mucho que me doliera, enfrentarnos otra vez al mundo real, por injustos que fueran los juicios que éste nos tenía preparados.
               -Al…
               Él levantó un poco más la cabeza, y yo traté de no mirar su bíceps. Lo hinchado que lo tenía, y lo mucho que había sufrido, mental y físicamente, para tenerlo así. Me di cuenta entonces de que no habíamos terminado nuestra conversación, pero, pensándolo en frío, puede que fuera mejor así. Que decidiéramos si se iba o se quedaba debería ser algo que hiciéramos con toda la información disponible, y hasta que no me dijera si quería hablar con mis padres y qué esperaba de esa conversación, no le plantearía nada sobre nuestro futuro más inmediato, ni la posibilidad de que esos tres días se convirtieran en diez meses, en diez años, o en diez vidas.
               -Mm.
               -Tengo que hacerte una pregunta-dije despacio, acomodándome sobre su pecho.
               -Dos-dijo con decisión, y yo fruncí el ceño. No tenía que hacerle dos preguntas.
               -¿Dos?
               -Dos críos, sí. La parejita-contestó, acomodándose en la cama, debajo de mí-. A poder ser, que el primero sea niño para que defienda a su hermanita. Y un perro. Grande.
               Me costó un poco seguir sus pensamientos, pero cuando entendí de qué hablaba no pude evitar reírme.
               -No quiero que me digas cómo planeas que sea nuestra familia-le reñí, aunque un profundo alivio me inundó ante la silenciosa confirmación de que Alec sabía que esto no sería el final para nosotros. Que sobreviviríamos a lo que fuera que mis padres nos tuvieran preparado, y que la conversación que fuéramos a tener juntos no iba a afectar la visión que él tenía de mí. Sí, lo que había hecho durante su ausencia había sido una terrible estupidez, pero no iba a repetirse, me aseguraría de ello. No iba a ponerme en peligro nunca más, no mientras él estuviera lejos de mí. El único peligro que correría sería el de dejar de ser una Malik, si eso afectaba a mi relación con Al. Que no se culpara de lo que había sucedido era todo un alivio.
               -Entonces, ¿qué es?
               -¿Me prometes que me serás sincero?-pregunté, besándole el pecho, y él hizo una mueca.
               -Auch. Hace pupita, el dardo. Vale-carraspeó, pasándose la mano por detrás de la cabeza-, dispara.
               -Creo que sé la respuesta-me adelanté despacio-, pero por si acaso, tengo que preguntártelo. ¿Quieres que hablemos hoy con mis padres?
               -No-sentenció sin darle más vueltas, y antes de que yo pudiera preocuparme por si eso suponía que creía que nos iban a amargar la tarde, añadió-. Hoy es el cumple de Tommy. Vine para pegar voces de fiesta con él y con el resto de mis amigos, no para pegárselas a mis suegros-me dio un beso en la cabeza y jugueteó con mi piel justo sobre los lumbares, enviando descargas eléctricas danzarinas por mi entrepierna. Suspiré de alivio.
               -Vale. Menos mal. Eso haría más complicado que tu familia te añorara menos. Sobre todo porque creo que quieren que les guardemos bastante hueco en nuestra agenda.
               -Sí, a mí también me lo pareció por la notita de amor que te dejaron esta mañana-asintió con la cabeza, sus dedos enredándose en mi pelo. Me mordí el labio.
               -No lo digo sólo por la nota de amor.
               -¿Lo dices también por la llamada con tu madre?-preguntó, y yo asentí con la cabeza-. ¿Qué quería?
               -Nada-me encogí de hombros-. Saber dónde estábamos, que fuéramos a casa, convencerte para que me dejaras… ya sabes, lo típico. Lo que creo que se ha propuesto desde que pusiste un pie en Inglaterra otra vez.
               Alec rió por lo bajo.
               -Me va a encantar ser el manchurrón en la carrera impoluta de Sherezade Malik, porque voy a ser el primer caso que va a perder.
               -No subestimes a mi madre, Al.
               -Y no lo hago, pero, ¿sabes por qué vamos a ganar?-me preguntó, y yo negué despacio con la cabeza, sin romper el contacto visual con él-. Porque ella que me subestima a mí. Y todos los cabrones que me subestimaron antes que ella, por mil razones distintas (porque era más bajo, porque era más inexperto, porque tenía más ansias o mucho más que perder), acabaron ganando las medallas de plata cuando a mí me daban las de oro. Y adivina qué, bombón-ronroneó, apartándome el pelo del hombro y poniéndome la mano en el cuello-. Estoy en la final. Estoy en el último asalto. Defiendo el título. Tengo el oro, y no lo voy a perder. Ya no soy el novato. Aquí no voy a terminar subcampeón.
               Y me besó como me imaginé que me habría besado de haber llegado antes a su vida, o haber salido el boxeo más tarde de ésta, y sus dos mejores mitades se hubieran solapado: mi Alec, y el Alec con guantes.
               Sorprendentemente, aquel beso apasionado me tranquilizó, porque entendí perfectamente a qué se referían las novias de sus amigos de boxeo cuando hablaban de aquel fuego de boxeador que todos llevaban dentro, y que prendía cuando ganaban un combate importante. Sólo que el de Alec no era un simple fuego, y a lo que se enfrentaba no era un simple combate. Había cosas mucho más importantes en juego, y lo que él tenía dentro había pasado al siguiente nivel. Llevaba esperando poder evolucionar dieciocho años.
               No fuego de boxeador, no. Un incendio de campeón.
                
 
Detesté el alivio que le hundió los hombros cuando suspiró al ver que no había nadie en casa. Después de quedarnos un rato retozando en la cama, comportándonos como si no tuviéramos responsabilidades ni ningún otro sitio en el que estar, finalmente habíamos venido en taxi hasta dos calles más abajo. Saab había preguntado si me importaba que nos bajáramos antes para poder prepararse, y aunque a mí me había cabreado hasta niveles insospechados, le dije que por supuesto, que no tenía problema, y le sostuve la puerta después de que pagara, para que no se le olvidara que en el mundo quedaban caballeros, incluso aunque fuera la chica la que sacara la cartera y saldara las deudas.
               Quería que estuviera siempre como lo había estado al final de nuestra conversación estando en el piso, cuando nos habíamos vuelto a quitar la ropa y nos habíamos terminado de sincerar. Cuando ya había hablado con su madre y se había dado cuenta de que no había vuelta atrás, pero no se arrepentía en absoluto de las decisiones que había tomado.
               Sabrae atravesó el vestíbulo con pasos vacilantes, cautos, propios de quien entra en un castillo encantado más que en la casa en la que ha crecido y ha aprendido todas las cosas buenas que sabe, y también todo lo malo que sufre. Se mordió el labio mientras se acercaba a la cocina, y la rodeó para llegar al comedor, a la sala donde su madre meditaba (un sitio al que debía de hacer tiempo que no entraba, según estaban las cosas), y de ahí regresó al salón, donde yo la esperaba. Me miró con una expresión de corderito degollado que hizo que quisiera echar esta casa abajo a puñetazos, pero conseguí controlarme cuando atravesó la estancia en dirección a las escaleras y miró el reloj.
               -No hay ninguna nota-comentó, un poco herida, y yo le acaricié la cara interna del brazo.
               -Seguro que contaban con que iríamos directamente a casa de Tommy.
                Asintió con la cabeza, distraída, y me llevó escaleras arriba, en dirección a su habitación. Como le había prometido a mamá que pasaría la noche en casa, habíamos decidido que Saab vendría conmigo también entonces. Era lo justo, después de todo: cuando las cosas iban bien solíamos turnarnos para dormir en casa del otro cuando no dormíamos solos, tanto para pasar el mayor tiempo posible juntos como para que nuestras familias no nos recriminaran favoritismos, así que ¿por qué teníamos que dejar de hacerlo, más aún cuando los Malik no me querían allí? Era la solución perfecta: en mi casa estaríamos tranquilos, no tendríamos que preocuparnos de incursiones del enemigo que no nos esperábamos, y podríamos aprovechar el tiempo y descansar.
               Mientras Sabrae revolvía en su armario en busca de ropa limpia que guardaría en la bolsa de deporte que llevaba meses sin utilizar, yo me paseé por la habitación, contemplando las fotos que había ido colocando por aquí y por allá. Había muchas más en las que yo aparecía, y me pregunté si eso se debía a un acto de rebeldía o a una necesidad de convertirme en una especie de tótem de su amor, algo a lo que mirar cuando no estuviera segura de que había tomado la decisión correcta y necesitara confirmar que lo que ella sentía por mí era recíproco. Por mi salud mental no podía pensar en las cosas que le habrían dicho, en si habrían siquiera tratado de convencerla de que yo no la quería realmente si había permitido que le pasaran estas cosas. Tampoco es que pudiera culpar a Zayn y Sherezade: si yo estuviera en su pellejo seguro que estaría de acuerdo con ellos, y de no sentir la conexión tan fuerte que me unía a Saab, también habría dudado de si la quería de verdad si estaba dispuesto a hacer que pasara por todo el dolor que le provocaría el voluntariado. Y todo sin contar con la mala pasada que nos había jugado mi ansiedad.
               -¿Cuándo sale tu vuelo de vuelta?-preguntó, acuclillada frente a su bolsa. Mi vuelo de vuelta. Ni siquiera había pensado en él. Joder, todavía no habíamos terminado la conversación que me traía por la calle de la amargura. ¿Tenía que quedarme? ¿Tenía que marcharme? ¿Qué era lo que quería ella? ¿Qué quería yo? Estaba bastante seguro de que deseaba permanecer con Sabrae, enfrentarme a todo lo que la preocupaba cogiéndole la mano. La sola idea de que se quedara sola con toda aquella situación explotándole en la cara era suficiente para que me hirviera la sangre, pero no quería que se sintiera culpable más adelante si empezaba a pensar que puede que Valeria cambiara de opinión. Todavía no le había contado el incidente con el niño en el pozo de hacía dos días, pero si no lo había hecho era porque no había surgido la ocasión, no porque quisiera ocultárselo, o porque pensara en serio que Valeria iba a volver a ofrecerme el regresar a la sabana si se me ocurría volver. Sabía que se estaba tirando un farol. Sabía que se había dado cuenta de que tenía serias dudas respecto a si debía permanecer en Etiopía, y viendo la manera en que Nedjet me había defendido, seguro que me lo había ofrecido más porque no quisiera que su marido perdiera a un voluntarioso trabajador que porque realmente sintiera que me lo merecía o quisiera terminar ya con mi castigo. Había aprendido por las malas que Valeria no era benevolente.
               Así que no, no pensaba que hubiera nada en Etiopía que me invitara a volver, o al menos no en aquel momento, con Sabrae agachada haciendo la maleta para mudarse a mi casa mientras navegábamos por aquel mar de mierda. Pero que no me apeteciera regresar no significaba que no tuviera motivos para hacerlo. El mayor de ellos era, precisamente, también la razón principal por la que pensaba que debería quedarme. No quería coartar sus libertades ni inclinar su balanza a un lado o a otro sin hablarlo primero.
               Así que le respondí como si estuviera seguro de que iba a marcharme, como si aquel billete no se hubiera convertido en un gran interrogante:
               -Pasado mañana. Por la noche.
                -Pasado mañana-repitió ella, mirando al vacío con gesto distraído.
               -Por la noche-repetí. Me había asegurado de coger el vuelo lo más tarde posible para aprovechar al máximo cada instante que tuviera en Inglaterra creyendo, imbécil de mí, que lo que estaba haciendo era garantizarme el mayor número de polvos posible. Tener que hacer terapia con mis suegros porque creían que era malo para Sabrae no entraba en mis planes entonces.
               Ojalá termináramos con aquel circo pronto y pudiera centrarme en aprovechar el tiempo con quienes sí me querían. Estaba convencido de que Zayn y Sherezade no tenían pensado darme ni la más mínima oportunidad, así que cuanto antes pudiéramos pasar página, mejor.
               -Es muy poco tiempo. ¿Y te lo vas a pasar metido en la estúpida consulta de Fiorella, aguantando las gilipolleces que mis padres quieran echarte en cara?-protestó, señalando la puerta-. Me parece de puta coña. Ya está-sentenció, poniéndose en pie-. No lo vamos a hacer. Ahora, en la comida, les diré que me voy a tu casa hasta que te marches, y luego ya veré qué hago con ellos.
               -Una polla te voy a dejar lidiar con esto tú sola. Tengo tanta culpa como tú de que me hayan cruzado, así que vamos a ir los dos juntos. Ya te lo he dicho, Sabrae: tus padres me subestiman. Vamos a ganar esto. A mí jamás me ha asustado un reto, y menos aún cuando el premio es éste-dije, extendiendo la mano en su dirección.
               Sabrae se me quedó mirando, y entonces se giró, abrió su armario, extendió la mano hasta una percha en la que tenía una sudadera negra colgada, y…
               … sacó la sudadera con el WHITELAW 05 en la espalda y el pequeño guante de boxeo bordado en el pecho, justo sobre el corazón. La sostuvo frente a ella, haciendo caso omiso a cómo a mí se me cayó el alma al suelo, y, tras acariciar mi apellido con un cariño infinito, los dedos extendidos para abarcar el máximo posible de las letras que me hacían quien era, la dobló con cuidado y la metió en la bolsa.
               -¿Y eso?
               -No le digas a Mimi que me la he traído a casa.
               -No-dije, sacudiendo la cabeza-, ¿por qué la has metido en la bolsa? ¿Qué pretendes hacer con ella?
               Sabrae arqueó las cejas y sonrió, colgándose la bolsa al hombro.
               -¿No es evidente? Es mi armadura. Y también mi uniforme. Si tú y yo somos un equipo-dijo, señalándonos a ambos con el dedo índice de la mano que tenía en la correa de la bolsa-, tenemos que llevar algo que nos identifique como tales. Y ya que yo todavía no llevo tu apellido en el carné de identidad como lo llevas tú… creo que llevarlo a la espalda es un buen sustituto, ¿no te parece?
               Sí, sí, sí, sí, sí. Lo sé, lo sé, lo sé. El gesto era muy guay, precioso, ñoño, incluso; y escenificaba a la perfección la apuesta tan segura que Sabrae hacía en nosotros, pero… yo me había quedado a mitad de la frase.
               -¿Acabas de decir que no llevas mi apellido “todavía”?-pregunté, estupefacto, intentando que las rodillas me sostuvieran a pesar de que el mundo entero daba vueltas y bailaba una conga.
               Sabrae sonrió, se acercó a mí, se puso de puntillas, me agarró la mandíbula y dijo:
               -Si no voy a ser una Malik, tendré que ser algo, ¿no, Whitelaw?
               Me guiñó el ojo con una sensualidad más propia de una supermodelo de lencería que de una chiquilla cuya vida se estaba tambaleando, y yo… Todavía no sé cómo hice para no desmayarme. Miró alrededor como si no supiera muy bien lo que acababa de hacer, y continuó recogiendo cosas mientras yo intentaba desesperadamente de recomponerme, porque lo último que necesitábamos ambos era que yo me convirtiera en un charquito a sus pies. Cuando por fin volví en mí después de un tiempo en absoluto prudencial, empecé a ayudarla a preparar la mochila del instituto para los dos días en que iría a clase desde mi casa. Todavía no las tenía todas conmigo con que fuera a poner en marcha de nuevo su vida académica, pero, ¿quién soy yo para desilusionar a una colegiala?
               Sabrae abrió un cajón de su escritorio para sacar su estuche y su calculadora. Luego abrió su mesita de noche para coger el cargador de su teléfono y una barrita de cacao de labios, y fue entonces cuando las vi. Me quedé pasmado, como si no fueran algo cuya razón de ser fuera, precisamente, el viajar de un lugar a otro del mundo y quedarse para siempre en su punto de destino.
               Mis cartas.
               Las cogí con un cuidado exquisito, como si fueran un animal precioso y delicadísimo. Viéndolas me sentía como si me hubiera reunido con un viejo amigo del que hacía siglos que no tenía noticias, y al que descubría entre la multitud en un evento social en el que jamás me habría imaginado que estaría, pero al que reconocía perfectamente porque no había cambiado en absoluto. Los sobres estaban arrugados, las solapas rotas, como si la anticipación de Sabrae hubiera podido más que el cuidado con el que siempre trataba sus cosas; y las letras de su nombre y dirección un poco desdibujadas de tanto que ella debía de haberlas sostenido. Sabrae se detuvo y me miró cuando yo abrí la solapa de uno de los sobres y saqué los folios que guardaba dentro.
               -¿Husmeando en mi correspondencia?
               -No me esperaba encontrármelas aquí.
               -¿Dónde querías que las guardara?
               -¿En tu mesita de noche, con lo organizada que tú eres? Me sorprende que no les hayas comprado un archivador para ellas solas.
               -Me gusta releerlas antes de dormir-confesó, sonriendo, y cogiendo uno de los sobres que sostenía entre los dedos, uno particularmente arrugado y, en comparación con los demás, también mucho más fino.
               Imaginármela tumbada en la cama, con el pijama puesto, tapada hasta la nariz y leyendo mis palabras una y otra vez en las frías noches que había pasado sola, echándome de menos y regodeándose en las mentiras piadosas que le había contado, terminó por destruir la poca cordura que me quedaba.
               -Pf. Soy pesadísimo-comenté, pasando las hojas de la carta que había abierto.
               -¿Por qué dices eso?-protestó, dándome un manotazo en el brazo. Puso mucho cuidado de no dañar ninguna de las cartas, como si fueran su posesión más preciada-. Me encanta todo lo que me escribes. Si me enviaras una carta de cincuenta folios, yo no me quejaría. Ni se te ocurra empezar a escribírmelas cortas si vuelves.
               Si vuelves. Intenté no regodearme en la posibilidad que aglutinaba ese “si”. Fracasé estrepitosamente, como es natural. ¿Cómo iba a no imaginarme a mí mismo quedándome en casa, quedándome con Sabrae, y celebrando con ella nuestro primer aniversario, nuestras primeras Navidades, nuestro primer San Valentín como novios, mi primer cumpleaños sin estar soltero? Vale que no visitaría a su familia en Navidad, vale que no podría hacer con ella planes súper especiales por San Valentín (olvídate de lo de las cenas en los jardines botánicos a las que mis padres acudían todos los años), y vale que no haríamos nada destacable en mi cumpleaños porque yo no tendría pasta suficiente para tirar la casa por la ventana a la mínima ocasión, pero… aunque sabía que nos costaría, me gustaba el futuro que no podía evitar fingir que tenía por delante. Un piso en el centro, acompañando a mis amigos. Viviendo casi hacinados y con Sabrae y yo compartiendo la misma habitación enana, con un armario ridículamente pequeño en el que ella se apañaría para meter toda su ropa, pero en el que no habría espacio para la mía, aunque, misteriosamente, ella podría seguir comprando si quería y siempre la guardaría con cuidado. Una nevera con comida que yo fuera responsable de poner allí igual que los demás, y una cocina cuyos fogones se familiarizarían conmigo. Un baño enano, con un plato de ducha en el que apenas cabríamos los dos en vez de una bañera, pero en el que siempre nos apañaríamos para compartir un momento de intimidad.
               Un sofá raído en el que Sabrae se acurrucaría a mi lado, buscando mi calor mientras viéramos una película, y escondiendo sus manos dentro de las mangas de la sudadera que acababa de guardarse en la bolsa de deportes.
               No sería una vida muy glamurosa, pero nos gustaría a los dos. Sería la prueba de que íbamos en serio, de que nadie podría con nosotros, de que quienes apostaban en contra de nuestro amor estaban tirando el dinero. No era ni de lejos lo que ella se merecía, pero no estaría mal para empezar. Ella tenía sus seguidores y sus contactos, la admiración de medio país, que se había enamorado de ella con tan sólo un par de canciones. Y yo… yo podría volver a boxear. Puede que todavía no hubiera perdido del todo lo que había escondido en mi interior.
               O podría quedarme en casa, esperando a que ella regresara, cuidando de nuestro hogar.
               Empecé a plantearme que en esa realidad, ella no se sentiría culpable por hacer que me quedara en casa, sino que se alegraría de haber aprendido lo que era echarme de menos y no tener que hacerlo nunca más. Quizá me guardara un poco de rencor por ser su mantenido, pero yo me aseguraría de que supiera que lo agradecía tremendamente manteniendo la casa limpia, poniendo mucho mimo en la comida que le preparara, y haciendo que sus noches fueran cortísimas cuando se tumbara debajo de mí.
               -Aunque creo que mi favorita es más bien cortita-dijo, enseñándome la que había cogido de entre las demás, como si no fuera producto del azar. Acepté el sobre manoseado y lo abrí.
 
Sabrae,
 
               Me suda la putísima polla lo que tu madre piense de mí. Lo único que me importa es lo que pienses tú. Así que deja de intentar romper conmigo, porque no te lo voy a consentir.
               Ya me estás llamando ahora mismo por teléfono en cuanto abras esto. Quiero mi puto momento cerdo con mi novia, y ni Zayn Malik, ni Sherezade Malik, ni María Santísima me lo van a quitar.
               Espero tu respuesta.
               TU NOVIO, LE PESE A QUIEN LE PESE,
               Alec
               Sonreí. Recordé la montaña rusa emocional que me había supuesto la tarde en la que abrí la carta en la que me decía que tenía a sus padres en contra, y cómo había estado a punto de decirle que tendrían sus razones y que no podía más que respetar sus opiniones, porque ellos, mejor que yo, sabrían cómo estaba llevándolo ella y cuánto daño le estaba haciendo yo. Recordé cómo había vuelto a la cabaña que compartía con Luca seguro de que estaba a punto de ponerle fin a mi vida tal y como la conocía, de que iba a cometer un suicidio emocional de los que no se superan…
               … y cómo ver la cadena que siempre llevaba al cuello y que no me quitaba, en la que colgaban tanto su anillo como las chapas que me había regalado, había hecho que me diera cuenta de una cosa: puede que la razón siempre fuera a decirme que lo mejor sería que mantuviera alejado de Sabrae, que ella se merecía algo mejor que yo. Pero mi corazón me había dicho siempre que no podía alejarme de ella, que era con Saab con quien yo debía estar, que ella era mi cura y mi enfermedad, mi principio y mi final, mi felicidad y mi agonía, mi luz y mi oscuridad, la dedicatoria con la que empezaba mi historia y el punto final de los agradecimientos al acabar.
               Y si algo había aprendido ese último año era que tenía una enfermedad mental, así que no podía fiarme de mi cabeza. En cambio, mi corazón siempre había estado sano y fuerte.
               Había hecho lo correcto. Con Saab siempre lo haría, porque era lo mejor para ella lo que siempre me guiaría para tomar mis decisiones, y lo mejor era yo.
               -Está feo que yo lo diga-comenté, cogiendo la carta y mostrándosela como si ella no lo hubiera visto nunca-, pero me saqué la polla lo más grande cuando escribí esta carta.
               -Es una notita muy acertada-asintió.
               -¿Notita? Esta “notita” te cambió la vida. Un respeto, Sabrae. Francamente, no sé qué haces que no la tienes enmarcada.
                Sabrae se echó a reír y me rodeó la cintura con los brazos, separándose de mí para poder mirarme a los ojos. Se mordió la sonrisa que se le formó en los labios, y yo le puse la mano en la cintura.
               -¿Qué?
               -Nada, es que… nunca creí que un papel que no haya pasado por las manos de un editor podría hacerme tan feliz hasta que recibí tu primera carta. Y nunca creí que nada podría salvarme de la muerte hasta que no me llegó ésta.
               El verano en el que Sabrae decía que debería haber nacido estalló en mi interior mientras ella depositaba un suave beso en mi pecho y apoyaba la frente en éste, justo encima de la mayor de mis cicatrices, y yo me di cuenta de que esto no se trataba sólo de gloria o de honor. Convencer a Sherezade y a Zayn de que me merecía conservar a Sabrae no iba sobre poder restregarle a nadie que yo tenía razón. Iba sobre supervivencia.
               Sobre ser yo, o no ser en absoluto.
               Le acaricié la espalda y deposité un suave beso sobre su cabeza, agradeciendo ese pequeño momento de calma en medio de la tempestad. Cuando Sabrae me miró, sin embargo, descubrí que no tenía miedo. Un huracán no es nada para un dragón; si acaso, un viento más fuerte en el que batir menos las alas. Un tsunami no es nada para una sirena; como mucho, una ola que la lleva más lejos en su búsqueda por marineros incautos. Un meteorito no es nada para  la Luna; a lo sumo, una pincelada más en su superficie en la que los poetas enamorados encontrarán el rostro de sus amadas.
               No la llamaba “mi luna y mis estrellas” por nada, después de todo. Ella era la reina de mis mareas, la que le daba forma al mar. La reina de mis noches, la que me impedía perderme en ellas.
               Y la única que podía esbozar mis constelaciones, dictar mi destino, decidir quién era. Soy Alec. Decidir qué era.
               Soy de Sabrae. Nadie nos lo iba a quitar. Ni su madre, ni su padre, ni nadie. Sólo había una Luna, y ésa era ella. Sólo había un manto de estrellas, y lo tenía en sus ojos.
 


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2 comentarios:

  1. Vuelvo por todo lo alto a mi querida sección de comentarios para decir que me he imaginado a mis niños tumbaditos en la cama cuquisimos y me he puesto blandita.
    Por otro lado adoro el momento con Annie y Mimi. Me llegas a decir hace un par de años que ahora mismo mi familia favorita seria la Whitelaw y me deja tonta, pero bueno sopongo que aqui estamos.
    Por otro lado casi me hago pis de la emoción con el mini discurso de Alec y el “Estoy en la final. Estoy en el último asalto. Defiendo el título. Tengo el oro, y no lo voy a perder. Ya no soy el novato. Aquí no voy a terminar subcampeón” estoy deseando leer ese momento de la sesión con Fiorella como nada. Y espero por otro lado que esté Clare.

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  2. Primero de todo decir que me encanta el título del cap jejejejje y ahora comento por partes:
    - Lo monísimos que me los imagino tumbados al principio del cap…
    - “Nací para hacer esto. Para estar así. Cubierto en tu sudor, con tu sabor en mi lengua, con las huellas de tu cuerpo en todo el mío, tumbado en la cama a tu lado y mirando la vida pasar.” BASTAAA
    - Coincido con Sabrae en que a Alec no le pega haber nacido en invierno, pero a ella haber nacido en primavera le pega muchísimo.
    - La conversación con Annie y Mimi ha sido BUENÍSIMA, que risa por favor.
    - Sabrae teniendo a Annie guardada como Annie suegri desde noviembre jajajjajajja
    - El hecho de que luego sí que vayan a tener dos niños, pero que la niña vaya a ser la primera… ADORO
    - Me ha encantado el discurso de “Estoy en la final. Estoy en el último asalto. Defiendo el título. Tengo el oro, y no lo voy a perder. Ya no soy el novato. Aquí no voy a terminar subcampeón.”
    - Bua, la que se viene con Fiorella va a ser pequeña…
    - Que adorable el momento Alec viendo las cartas.
    Me ha gustado mucho el cap, tengo muchas ganas de seguir leyendo <3

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