jueves, 23 de noviembre de 2023

Incendio de campeón.

    
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Alec solía hablar mucho de que yo tenía dotas curativas con él, de que sanaba sus heridas más complicadas y era capaz de tranquilizarlo en las situaciones que más le estresaban.
               Lo que se le había olvidado comentar era que también curaba a mí. Y que él tuviera los mismos efectos positivos en mí que yo tenía en él sólo podía significar una cosa: que ganaríamos esa batalla a la que estábamos a punto de enfrentarnos, porque teníamos razón, y mamá y papá se equivocaban.
               Éramos buenos el uno para el otro y nuestra relación nos hacía crecer, no menguar; sumaba, no restaba. Sí, era cierto que había momentos en los que me había causado un dolor inmenso, y momentos en los que ese dolor estaba por llegar, pero en general, sabía que tenía en él un compañero para toda la vida, una roca en la que apoyarme y un trampolín en el que saltar; vientos en los que propulsarme y una cama mullida en la que echarme a dormir cuando estuviera cansada. Que Alec me robara el aliento cuando se ponía jerséis como el que llevaba y también cuando se los quitaba no quería decir necesariamente que me fuera a impedir recuperarlo.
               Su mano en mis lumbares fue lo único que consiguió que mantuviera la compostura mientras subíamos las escaleras del edificio en el que Fiorella tenía su despacho… y mamá su oficina. Había tratado de negociar con ella un espacio neutral en el que vernos, porque sabía que la ambientación del lugar ya condicionaba mucho cómo te sentirías allí y tu actitud, inclinando la balanza a un lado o a otro, pero cuando mamá trató de defender que el local no le suponía ningún tipo de beneficio, me había quedado callada y había mirado a Alec. Él estaba tumbado en la cama, un brazo por detrás de la cabeza, una revista en la otra mano que estaba ojeando con desinterés, apoyada como la tenía en su pierna doblada.
               -Ella misma-había sentenciado mi novio, encogiéndose de hombros y no dignándose siquiera a devolverme la mirada, como si estuviera tan convencido de que las cosas saldrían bien que ni se iba a plantear siquiera una estrategia-. Yo me crezco en ambientes hostiles. Déjala que gane este asalto-me miró por fin-. Los que besan la lona después de llevarse el primer ring son a los que más les jode perder-y me dedicó su Sonrisa de Fuckboy®, la sonrisa que todos los chicos trataban de imitar y sólo él podía hacer bien-. Y son los que más disfrutas derrotando.
               Me había consolado que viera, igual que yo, que mamá estaba tirando de todos los hilos a su disposición para asegurarse la victoria; que me dejara claro que no estaba volviéndome loca. Y me había encantado que Alec estuviera tan decidido a no dejarla sacarlo de sus casillas y perder la concentración.
               Estoy en la final. Estoy en el último asalto. Defiendo el título. Tengo el oro, y no lo voy a perder. Ya no soy el novato. Aquí no voy a terminar subcampeón.
               Tengo el oro, y no lo voy a perder. Tengo el oro. Y no lo voy a perder. Casi me había caído de rodillas cuando recordé la determinación en aquella frase, lo seguro que estaba de que todo iría bien porque él no permitiría que fuera mal.  
               Le había visto luchando por tantas cosas que confiaba plenamente en su determinación y resiliencia. Había luchado por graduarse y lo había conseguido, había luchado contra su ansiedad y la había controlado; había luchado por su vida y había regresado conmigo. Podría con esto.
               Lo que me daba miedo era lo destructivo que sería el proceso, tanto para nosotros como para mis padres. ¿Seguiría viéndolos de la misma forma? ¿Podría conservar mi apellido después de esta charla o tendría que hacerme con otro? ¿Conservaría mi dirección postal o tendría que mudarme a otra casa? Al menos tenía el consuelo de que siempre tendría un hogar bajo el techo al que Alec llamara suyo, pero teñir tu infancia feliz con tintas oscuras que les den un toque amargo a todos tus recuerdos, incluso los más perfectos, siempre da un poco de vértigo.
               Sabía que tendría un refugio en casa de los Whitelaw, y cuidados por parte de mis suegros. Pero yo no quería un refugio; quería la paz. No quería cuidados; quería no necesitarlos.
               Alec me acarició con las yemas de los dedos, flexionándolos y estirándolos, y llevó la mano hasta mi cintura para pegarme a él.
               -¿Estás bien?-preguntó, dándome un beso en la sien. Levanté la vista y lo miré; lo miré bien, como las chicas hacemos con los chicos de los que estamos enamoradas y de los que nos asombra que nos correspondan. Su pelo más corto y más rubio, su piel más bronceada, sus ojos dulces en su determinación, su barba incipiente, sus labios apetecibles. Decían que Cleopatra poseía una belleza que podía iniciar guerras; no me imaginaba por qué no podría mandar toda mi vida a la mierda y renunciar a todo lo que yo era, desgarrándome así el alma, por Alec.
               -Sí, sol. Estoy contigo.
               Me dedicó una sonrisa dulce y volvió a besarme la cabeza, ignorando completamente que era un santo: había venido por sorpresa a casa para hacer que el cumpleaños de Tommy fuera igual de especial que los demás, creyendo que todos lo recibiríamos con los brazos abiertos, y se había encontrado cubriéndome con su madre, cuando yo apenas probé bocado de las albóndigas que había puesto para comer aquella tarde. Me había pasado la mañana entera temblando como una hoja en su cama, temiéndome la llamada que finalmente llegaría, y sin embargo él se había mantenido tranquilo, abrazándome sin soltarme y acariciándome el hombro o la espalda para demostrarme que no me dejaría ir. Que estaba ahí, conmigo, y que siempre sería así.
               -Vamos-le pedí cuando se detuvo frente a la puerta, dándome el espacio que necesitaba. Tenía que entrar con pies decididos, con la barbilla bien alta, como una campeona. Él estaba acostumbrado a cambiar totalmente de actitud de un momento a otro para que nadie supiera si estaba nervioso o no, pero a mí me resultaba un poco más difícil, y que fuera perfectamente consciente de que no nos enfrentábamos a lo mismo me reforzó más aún en la tranquilidad de quien sabe que tiene razón.
               También me hizo enfadarme un poco más con mis padres. Si tan malo era Alec para mí, ¿por qué siempre sabía lo que yo necesitaba sin que tuviera que decírselo? ¿Por qué tenía siempre tan en cuenta las diferencias que había entre nosotros y acomodaba su comportamiento a éstas?
               Alec empujó la puerta del edificio y la sostuvo abierta para que yo pasara frente a él en un gesto de caballerosidad que no era propio de los chicos que se suponía que eran como él, según mis padres. Había clases y clases dentro de los hombres, pero sólo uno ocupaba una extraña categoría en la que era una fiera en la cama pero un rey de los modales cuando estábamos fuera de ella, ¿y pretendían que lo dejara escapar? Ni hablar.
               Una chispa prendió dentro de mí cuando entré en el edificio y escuché el claqueteo de los tacones de las mujeres que poblaban el edificio contra los suelos. El despacho de mamá siempre me recordaba a una ciudad, en la que cada una de las chicas que lo habitaban hacía de los casos que llevaban su propia vida. Las escaleras eran las circunvalaciones que las dirigían a los lugares en los que satisfarían sus necesidades: la fotocopiadora, el archivo, la sala de estar, los baños. La secretaria de la mesa en el vestíbulo de la puerta era el peaje gratuito que custodiaba la entrada y la salida y también te hacía de Oficina de Turismo para todo lo que necesitaras: el despacho de tal socia está allí, en la segunda planta, según subes las escaleras, a la izquierda; la sala de conferencias, en el último piso; el de la socia fundadora por la que pregunta está justo enfrente, pero no podrá atenderle ahora mismo, ya que está con otro cliente, de modo que tendrá que esperar, ¿le apetecería un café?
               El de la psicóloga está en el piso superior, al fondo. Es el de los cristales ahumados.
               La secretaria siempre me había ofrecido un chocolate a la taza cuando iba a buscar a mamá para irnos de compras navideñas, o un batido de las frutas que yo quisiera en las mañanas de verano en las que me había prometido irnos a la playa; los sofás de las salas de espera habían sido los rincones perfectos para hundir la nariz en el libro que me tuviera enganchada en aquel momento o responder los mensajes que tuviera atrasados, y las chicas que iban de acá para allá siempre habían sido como amigas bondadosas cuyos nombres se entremezclaban unos con otros, siempre con una sonrisa tierna que dedicarme, un ojo que guiñare o un cumplido que intercambiar como pulseras de amistad hechas con abalorios de colores. En general, aquella pequeña ciudad siempre había sido para mí como un interesante complejo vacacional en el que vagar de acá para allá mientras mamá ultimaba sus asuntos.
               Hoy era el fuerte del enemigo. La sede de sus operaciones, una fortaleza inexpugnable y llena de trampas a la que Alec y yo habíamos tenido que ir solos. La secretaria ya no era la guía, sino el dragón que custodiaba la entrada de ese arsenal lleno de soldados de élite, entrenados para defender a la que les había enseñado todo. Al fondo ya no estaba el despacho de mi madre, sino la oficina de un dictador sanguinario que haría lo imposible por arrancarme de mi felicidad.
               Habían tomado varios prisioneros de guerra en la forma de clientes que esperaban con impaciencia su turno ojeando revistas o con la vista fija en la televisión de una pared, en la que siempre estaba puesto el canal de noticias; Tinashe había zanjado la discusión que habían tenido mamá y Abby sobre qué canal poner para entretener a los clientes después de una semana de luchas por el mando a distancia: mientras que Abby era más partidaria de poner la BBC y apechugar con su programación matutina para los clientes, mamá había defendido que ponerles tertulias sólo contribuiría a encender sus ánimos, así que sería mejor el de National Geographic. Eso no los distraería. Abby había accedido todo con tal de no pelearse con mamá, pero en cuanto se le había presentado la ocasión, había puesto de nuevo la BBC para echar un vistazo a la sección de cotilleos; mamá la había pillado, se habían puesto a discutir, y cuando Abby le había preguntado por la bajada de ritmos de citas que había tenido esa semana y mamá había terminado confesando que se había enganchado a un especial de animales en peligro de extinción que habían mejorado las expectativas de su población gracias a las políticas de sus respectivos gobiernos, Tinashe había tenido que intervenir seleccionando el canal, inutilizando los botones de la televisión para que no pudieran sintonizar otro, y escondiendo el mando a distancia bajo llave en la caja fuerte de su despacho.
               Que la presentadora de las noticias estuviera hablando de un bombardeo en una zona inestable de Oriente Medio era, cuanto menos, profético.
               -Sabrae-dijo la secretaria, levantándose de su mesa y mirándonos a Alec y a mí alternativamente. No se me escapó el gesto de sorpresa que esbozó al verlo allí; estaba segura de que mamá les había contado a todas sus compañeras la situación que tenía con mi novio, a seis mil kilómetros de mí. Puede que incluso les hubiera hablado de mi díscolo comportamiento durante su ausencia-. Sher me ha dicho que hoy teníais sesión con Fiorella, pero…-volvió a mirar a Alec-, creo que llegáis un poco pronto.
               -Podemos esperar-respondió mi novio por mí, consciente de que tenía un nudo en el estómago que me impediría hablar sin dar gritos. Había sido idea de Alec coger el metro antes para llegar con diez minutos de antelación; yo había estado tan nerviosa en ese momento que no me había parado a pensarlo, pero ya que mamá había elegido el escenario, lo justo era que nosotros impusiéramos la hora.
               Y le desbarajustáramos los planes apareciendo allí antes de lo convenido.
               La secretaria nos miró a ambos un segundo, la sonrisa chula de Alec, mi expresión impertérrita, y tras pensárselo un momento, dijo:
               -La avisaré de que ya habéis llegado por si ya puede atenderos.
               Alec rió por lo bajo antela expresión, “atendernos”, como si fuéramos unos clientes díscolos que no hacían más que molestar a su jefa. No obstante, sabía que la secretaría no tenía nada en contra nuestra y que había hablado más por costumbre que por convicción, de modo que observó cómo cruzaba el amplio vestíbulo en dirección al despacho de mamá. Llamó a la puerta con los nudillos, esperó un segundo y la entreabrió. Intercambió un par de palabras con mamá y dos cabezas aparecieron por detrás de la fila de jarrones con orquídeas que mamá tenía de decoración en el despacho, para darles un poco de intimidad a sus clientes. Caí en entonces en que no habíamos podido verla en su despacho porque no se sentaba en la silla frente al escritorio, sino que ocupaba las sillas de los visitantes. Había renunciado a vigilar la entrada para vernos llegar en el momento en que lo hiciéramos por, ¿qué?
               La respuesta la tuve cuando dos pares de ojos que yo conocía muy bien se posaron en mí: nosotros no éramos los únicos que habíamos llegado pronto. Papá también había venido antes. Supuestamente tenía clase hasta última hora, y yo había dado por sentado que comería con mis hermanos en casa, por lo que habíamos quedado lo más pronto que él pudiera llegar. Que ya estuviera en el despacho con mamá me puso más nerviosa, porque significaba que se estaban tomando muy en serio el perfilar una estrategia ganadora. Alec notó cómo me ponía rígida a su lado, quieta como una oveja indefensa frente a un lobo.
               -Tranquila. No pasa nada. No es algo que no nos esperáramos, después de todo-me consoló, pero sí que era algo que yo no había tenido en cuenta. Por descontado, estaba segura de que mis padres hablarían largo y tendido sobre cómo afrontar nuestra sesión conjunta y cómo mostrar un frente unido ante nosotros, postulándose como la opción más razonable ante una jueza dura y no del todo imparcial como era Fiorella, pero una cosa era imaginármelos hablando mientras se metían en la cama y se preparaban para dormir, y otra que papá cambiara todos sus horarios para aprovechar hasta el último minuto a solas con mamá.
               Mamá se apartó el pelo de la cara y se giró para no vernos mientras papá se asomaba a la puerta del despacho, haciendo de mirar su reloj un espectáculo.
               -Llegáis un poco pronto.
               -Cuanto antes nos lo quitemos de en medio, mejor-respondió Alec, sereno. Las becarias pasaban a nuestro alrededor sin poder quitarle los ojos de encima. No era para menos, después de todo: había observado cómo revolvía en mi bolsa de deportes en busca de algo con lo que me sintiera cómoda y protegida, madura y a la vez joven, algo que me abrigara del frío pero que pudiera quitarme si la calefacción estaba demasiado fuerte. Había revuelto y revuelto, mirando también en su armario en busca de ropa que me hubiera dejado en él, incapaz de encontrar nada que me convenciera. Me había girado, ansiosa, y le había preguntado con desesperanza qué pensaba ponerse, a lo que él respondió con los ojos fijos en mí:
               -Un jersey.
               -¿Cuál?
               -Uno del mismo color que la ropa que te pongas tú.
               Me había quedado parada un momento.
               -¿Por qué?
               -Somos un equipo-dijo, como si fuera evidente. Eso había servido para recordarme que no tenía por qué preocuparme cuando competía mano a mano con Alec, así que había conseguido centrarme lo suficiente como para ponerme un vestido de ante en tono camel con mangas francesas, medias negras y botas militares. Eso había hecho que Alec se pusiera unos vaqueros oscuros, Converse negras y un jersey beige que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, marcándole los músculos pero sin resultar ridículo.
               -Ya-respondió papá, atrayendo de nuevo mi atención y alejándola de unas becarias ansiosas porque mis padres acabaran conmigo y pudieran lanzarse sobre Alec-. La cosa está en que Sher y yo estamos en medio de algo. ¿Nos dais cinco minutos?
               -Claro-contestó mi novio como si no fuera la gran cosa el renunciar a la mitad de nuestra ventaja. Lo miré con una pregunta en los ojos mientras ambos hombres se giraban y partían en direcciones distintas, y lo seguí a los sofás blancos más cercanos a la puerta del despacho de mamá.
               -¿Por qué has hecho eso?-pregunté en voz baja, en tono más curioso que acusador. Aunque su jugada me descolocara, también era consciente de que Alec sabía más de estrategias en combate que yo. Puede que esto a lo que nos enfrentáramos pareciera muy distinto a los combates de boxeo que llevaba a la espalda, pero, ¿lo era realmente? Al final, iba a tratarse de ver quién daba más golpes, quién encajaba menos y quién los soportaba mejor.
               No ponía en duda su juicio. Simplemente quería entender lo que estaba pasando. Que me enseñara a ganar. Aprender de él.
               -No van a hacer que discuta con ellos antes incluso de entrar en el despacho de Fiorella y tratar de usarlo en nuestra contra para decir que no soy bueno para ti-dijo, mirándose las manos y apretando los labios. Estaba luchando por mantenerse tranquilo cuando sabía que lo que más le apetecía era derribar este edificio a puñetazos.
               -Pero, ¿crees que es buena idea ceder? Hemos perdido parte de la ventaja. Creía que era mejor que mamá se descolocara cuando llegáramos y que papá lo hiciera al ver que le esperábamos en el despacho de Fiorella.
               -Hemos perdido la mitad. Todavía nos quedan cinco minutos-me sonrió, inclinándose a darme un beso en la frente. Me di cuenta entonces de que, desde que habíamos salido de casa,  sus besos siempre habían sido así: más los de un protector que los de un amante. Puede que estuviera metiéndose en el papel.
                Pero yo no estaba segura de si necesitaba eso o si necesitaba que volviera a ser él, así que le acaricié el hombro, descendiendo hasta su clavícula.
               -Te echo de menos-le confesé en voz baja, y él me miró la boca antes de escalar de nuevo a sus ojos.
               -Pues estoy aquí.
               -No, me refiero… echo de menos estar contigo-le pasé la mano por la mandíbula, las yemas de los dedos dándole una caricia fantasma, y especifiqué-: que seas mi novio. Que me ames en vez de que me protejas.
               -Puedo hacer las dos cosas a la vez, Saab-respondió, inclinándose hacia mí y acariciándome la nariz con la suya. Esperó para asegurarse de que no malinterpretaba las señales que me mandaba, y cuando yo asentí ligeramente con la cabeza y me acerqué un milímetro a él, él salvó la distancia que nos separaba y depositó un suave beso en mis labios. Adicta como era a su contacto y su cuerpo, no pude evitar pasarle una mano por la nuca y enredar los dedos en su pelo, lo cual fue fatal para él: me tomó de la cintura y se entregó a ese beso no como si le fuera la vida en ello, sino como si me fuera a mí, lo cual le haría luchar con más ahínco. Respiró contra mi boca, inhaló mi perfume entremezclado con ese aroma a él que yo siempre estaba tan orgullosa de lucir, y hundió los dedos en la carne de mi cintura cuando sintió que algo dentro de mí se desataba.
               -Tranquila, Saab. Tranquila-me pidió, y yo apoyé mi frente en su mandíbula. Él rió, pasándome un brazo por los hombros-. ¿Entiendes ahora lo fácil que es caer en resolver las idas de olla emocionales follando?
               Era extraño el sentir que mi cuerpo tomaba el control y mi cerebro soltaba las riendas, como si todo por lo que estaba pasando fuera demasiado y no pudiera hacer otra cosa que dejarse llevar. Pero no podíamos tirar la toalla. No podía dejarme arrastrar a la solución fácil y egoísta que era atender a mis miedos retrotrayéndome a mí misma y poniéndome en manos de Alec y de la necesidad que siempre sentía cuando lo tenía cerca.
               Asentí despacio con la cabeza y le di un beso suave y casto en los labios que no tenía nada que ver con los demás. No había en él la necesidad y la desesperación de los otros, sino la paciencia del que sabe que vendrán muchos más.
               Entonces, escuché hablar a mamá.
               -No, Zayn. Si quieres que hablemos de esto también ahora, entonces, no. Ahí tienes mi respuesta. No voy a perderte a ti también-Alec y yo nos miramos-. Ya he perdido a Scott, y casi hemos perdido a Sabrae. No puedes irte. Tiene que haber otra manera… y yo… yo la encontraré. Pero no puedes irte. Odias los tours largos. Los odias. No soportas estás lejos de nosotros, y ahora que estamos mal porque Scott ya no está en casa, y está en esta situación, sé que te martirizarás.
               -Podríamos intentarlo.
               -Intentarlo significaría terminarlo; tú mejor que nadie sabe las consecuencias millonarias que tiene dejar algo a medias en el mundo del espectáculo. No podríamos pagar las primas…
               -Sí, si llego hasta el final. Si lo hacemos por lotes… de todos modos-dijo en voz más baja-, no entiendo por qué no te opones a la gira de One Direction y a esto sí.
               -Porque estarás con Louis, y sé que él te cuidará. E incluso la gira de One Direction no me termina de hacer gracia por todo lo que tenemos en casa. No me importa hacer el papel de mala de la película siempre y cuando sigamos teniendo película, y sabes lo complicado que está estos días.
               Hubo un silencio en el que Alec y yo mantuvimos la respiración para tratar de escuchar mejor. Le apreté la mano y él me devolvió el apretón. Esto no era lo que nosotros preveíamos. Sabíamos que papá y mamá estarían enfadados y saldrían a matar, pero si se peleaban entre ellos, se enfadarían antes y unirían fuerzas para ir contra el enemigo común que éramos Alec y yo. En el que yo me había convertido por estar con Alec.
                -No pretendo darte más motivos de preocupación, amor-dijo papá en una voz tan íntima que incluso me sentí mal escuchándolos, a pesar de que tampoco es que estuvieran haciendo mucho por impedírnoslo-. Si quieres que lo hablemos con más calma, lo haremos.
               -¿Todo para qué? Si ya tienes la decisión tomada, aunque sepas que te va a destrozar.
               -Soy consciente de que esto no me afecta sólo a mí-respondió, tranquilizador-, y sé que tenemos que estar cien por cien de acuerdo en lo que hagamos los dos. No sólo por las niñas y Scott-dijo, y yo me mordí el labio-, sino también por nosotros.
               Se quedaron en silencio unos momentos que se me antojaron eternos.
               -No tenemos por qué decidir nada ahora-sentenció por fin, y escuché cómo le daba un beso en las manos unidas-. Tenemos asuntos más urgentes de los que ocuparnos.
               Papá continuó hablando, pero no lo escuché, ya que Alec bufó una risa y comentó en voz baja y burlona:
               -Me han llamado muchas cosas en mi vida, pero “asunto urgente” no es algo que haya escuchado nunca.
               Escuchamos el ruido de dos sillas que se arrastraban y pasos que se acercaban a la puerta, el chirrido de ésta al abrirse un poco y el taconeo suave de los zapatos de mamá al entrar en contacto con el parqué del suelo. Nos miró a ambos, relamiéndose los labios como si fuéramos un dilema al que nunca se había enfrentado, y sorbió por la nariz.
               -Id subiendo. En seguida os alcanzo.
               Dicho lo cual, se dirigió al baño. Papá cerró la puerta del despacho tras ella y nos hizo un gesto para que fuéramos delante de él, y Alec se aseguró de estar en todo momento entre nosotros dos. Fue como si creyera que papá sería capaz de intentar secuestrarme para lavarme el cerebro, o algo así, y no estuviera nada dispuesto a dejarle siquiera la oportunidad.
               Con el estómago hecho de hielo y un torbellino en su interior, subí las escaleras al paso de una novia que asciende a un altar vacío, y que decide que les dará la noticia a todos sus amigos y conocidos de que la boda ya no va a celebrarse, como es evidente por la ausencia del novio.
               El trayecto desde las escaleras al despacho de Fiorella se me hizo larguísimo, pero conseguí mantenerme estable gracias a la mano que Alec siempre me tendió, confiando en que sería capaz de hacerlo yo sola pero ofreciéndome una ayuda que no me venía nada mal.
                La puerta de la consulta estaba abierta. Fiorella se paseaba por su interior, colocando los muebles a su gusto para adoptarlos de la sesión que acababa de tener a la nuestra. Recogió sus papeles, los guardó ordenados en un cajón, y levantó la vista en el momento justo en el que Alec y yo entrábamos en la estancia, yo antes que él, que la miró desafiante, como si sospechara de que Fiorella se pondría más fácilmente de parte de mamá y papá que nuestra. Claire le había dicho un montón de veces, a lo largo de sus sesiones conjuntas con sus seres queridos, que la labor de un buen psicólogo es la de mediador completamente imparcial, que hace que los pacientes respeten el turno y las palabras del otro, pero tanto Alec como yo sospechábamos de que tomaban parte igual que lo hacíamos los espectadores de cualquier reality. En el fondo, Shasha y yo no nos diferenciábamos tanto de Claire y Fiorella, salvo por la titulación universitaria que avalaba las opiniones que se formaban de todos los que se sentaban frente a ellas… y a los que les pagaban para que los juzgaran, por supuesto. Shasha y yo, con suerte, lo hacíamos gratis.
               Me di cuenta entonces de que Alec acababa de cambiar su postura, y manaba de él un poder que no le había visto nunca. Y me di cuenta de por qué aquello era nuevo para mí, y sin embargo tan familiar para él.
               Yo nunca le había visto boxear.
               En su cabeza ya había sonado el ring, y estábamos en el baile previo de los combatientes, en el que se iban midiendo y estudiando los puntos débiles antes de lanzar el primer golpe y que empezara la acción.
               Con lo que no contábamos era con que él tendría una admiradora entre un público que le era totalmente hostil, y a la que veríamos destacando entre la multitud como si un foco se le hubiera asignado exclusivamente a ella.
               Yo fui la primera en ver a Claire, que sin embargo tenía toda su atención centrada en Alec. Estaba guardando el móvil en su bolso y colgando la chaqueta y la bufanda en el perchero de Fiorella, al lado del abrigo de su esposa. Su rostro se iluminó con algo más que profesionalidad, lo cual me alivió muchísimo. Teníamos una aliada nata en ella, después de todo lo que habían pasado ella y Alec juntos. Había presenciado su crecimiento y le había acompañado en la senda de la sanación allí donde por incompatibilidad horaria no había podido hacerlo yo, y donde yo había encontrado rutas imposibles, ella había sabido abrir el camino. Estábamos mejor con ella.
               -Bienvenidos, chicos-dijo Claire, a pesar de que el despacho era de su mujer-. Hola, Alec. Me alegro muchísimo de volver a verte.
               -Igual, Claire-respondió mi novio, yendo a su encuentro y dándole un abrazo-. Aunque ojalá fuera en otras circunstancias.
               -La terapia nunca es mala. Oye, ¿estás más alto?-preguntó, mirándolo de arriba abajo como una madre orgullosa. Arqueó una ceja y Fiorella estudió a Alec con atención.
               -Ah, sí, seguramente. Será porque tengo el chulito subido de romper familias-soltó justo en el momento en que papá se reunía con nosotros y miraba por encima del hombro, impaciente. Claire chasqueó la lengua.
               -¿Qué te tengo dicho sobre los comentarios que haces sobre ti mismo?-inquirió, impregnando su voz del suficiente tinte de molestia como para que Alec se achantara.
               -No lo decía por mí, créeme-respondió, encogiéndose de hombros y estrechándole la mano a Fiorella, como diciendo “sin rencores por lo que va a pasar aquí, ¿vale?”. Fiorella lo estudió con detenimiento cuando se separaron, seguramente tomando notas mentales para completar la información que seguramente había recabado de Claire. Dudaba que el secreto profesional se aplicara a psicólogas que compartían pacientes y también cama.
               -¿Qué tal por Etiopía?-preguntó Claire, pasándose la bufanda por los hombros y envolviéndose en ella como si fuera un chal. Alec sonrió.
               -¿Quieres la versión oficial o prefieres la verdad?
               -Me he enterado de ciertas cosas-contestó, tomando asiento e indicándonos que hiciéramos lo propio. Esperó a que Alec y yo nos sentáramos en el sitio que él me permitió escoger esperando pacientemente a que eligiera entre el sofá alargado, los sofás bajos que habían traído de alguna de las salas de estar y que eran idénticos a los que ocupaban los clientes que esperaban por una cita con alguna de las abogadas, o una silla reclinatoria de color café. Elegí el  sofá, pero me aseguré de sentarme lo bastante lejos como para que los dos bandos que nos componían estuvieran claramente definidos y hubiera la distancia suficiente entre Alec y mis padres para que no llegara la sangre al río-. Y creo que nos vendría bien tener una sesión para hablar de ellas y ver cómo te va.
               -Me va de fábula-mintió Alec, porque no iba a reconocer delante de papá que estaba hecho mierda en el voluntariado y que los dos estábamos sufriendo por nada. Que se hubiera sincerado con sus amigos era una cosa, pero hacerlo con sus suegros era otra completamente diferente. Sobre todo ahora que eran el enemigo.
               Claire, sin embargo, estaba acostumbrada a leerlo. Incluso si no hubiera estudiado para descubrir cuándo la gente le era sincera y cuándo no, había pasado tanto tiempo con Alec y lo había conocido de tantas maneras distintas (hostil, no colaborativo, impaciente, totalmente sincero) que ya lo calaba con sólo mirarlo. Ni siquiera necesitaba escucharlo hablar. Así que, si él hablaba, para ella era como si sacara un cartel luminoso que pusiera “¡estoy fatal!”.
               Alzó la barbilla y lo miró con un cierto desafío en la mirada.
               -Entonces podrías hablarme de lo bien que te va en Etiopía, si es que tienes un hueco que puedas hacerme. Me imagino que estarás muy atareado, así que entendería que tuviéramos que hablar por teléfono cuando vuelvas al campamento.       
               -Si es que me marcho-respondió, y yo me giré y lo miré. Era la primera vez que reconocía ante alguien más aparte de mí que estaba considerando en serio la posibilidad de quedarse. Todavía no habíamos hablado de ello y más nos valía hacerlo pronto, pero como habíamos acordado que lo decidiríamos después de ver cómo estaban las cosas con mis padres y de tratar de averiguar si aquello tenía solución, aunque fuera complicada de alcanzar, no me había atrevido a albergar esperanzas.
               Traté de no aferrarme a la posibilidad de tenerlo siempre conmigo, que parecía más y más cercana con cada hora que pasaba, sobre todo si reconocía su existencia frente a otras personas.
               Evidentemente, fracasé.
               Porque en su casa tenía un cepillo de dientes de mi color favorito, en su habitación estaba mi mochila del instituto, cargada de libros por si al día siguiente era más fuerte y me atrevía a dejarlo solo unas horas; debajo de su almohada, para que estuviera calentito, estaba doblado mi pijama, que consistía en una camiseta de pijama de Alec que me había regalado a mí después de conseguir que oliera a él.
               En mi bolsa de deportes, que ahora me parecía más bien la maleta con la que había empezado una mudanza, había guardado su sudadera con su dorsal.
               Toda mi vida estaba preparándose para que aquella sesión saliera mal; puede que, incluso, me estuviera pasando los días con un nudo en el estómago porque estaba conteniendo el aliento de la expectación, porque yo quería pertenecerle enteramente a Alec. Incluso si me desgarraba el alma dejar de ser de mis padres, incluso si echaría de menos mi casa y de vez en cuando pondría rumbo hacia allá sin darme cuenta, incluso entonces estaría contenta con mi decisión. Tenía más hogar en Etiopía del que tenía en Inglaterra.
                Papá se acercó a una ventana, la abrió y se encendió un cigarro, y vi que Alec se ponía tenso al verlo, seguramente echando de menos la tranquilidad que le habían dado los que se había fumado el día anterior, después de que yo lo pusiera al día y de saber hasta qué punto podían tener razón nuestros detractores, aunque fueran por motivos erróneos. Que Alec no se mereciera que lo culparan de las cosas malas que había hecho yo no quería decir que alguien, como habían hecho mis padres, no pudiera establecer una relación de correlación entre ambas cosas, así que hasta cierto punto podía entender que él se sintiera mal y se culpabilizara. Gracias a Dios, no había tardado mucho en darse cuenta de que el planteamiento de mis padres era erróneo y era más bien culpa de ellos y no mía que yo me hubiera vuelto loca, pues si hubiera sido al revés, él no habría tenido problema en dejar que Annie despotricara todo lo que quisiera sobre lo mucho que se estaba equivocando perdonándome.
               Él también estaba nervioso. Puede que no lo dejara entrever, pero Alec también estaba nervioso. Aun estando seguro de su victoria, sabía que el combate sería duro y que recibiríamos muchos golpes. Yo sabía que lo que más le preocupaba era yo, y él sabía que lo que más me preocupaba era él, así que trataríamos de engarzarnos como una cadena perfectamente cerrada para que nadie pudiera hacernos daño.
               Ni siquiera mis padres.
               Mamá entró a los pocos minutos, nos miró a todos, clavó la vista en papá, quien tiró su cigarro por la ventana después de darle una calada apurada, y se sentaron en el sofá que Alec y yo ocupábamos, pero bien lejos. Si era para vernos mejor o para marcar bien las distancias, como habíamos hecho nosotros, no lo sabía.
               Fiorella se sentó por fin en la silla frente a nosotros, y mientras Claire colocaba, distraída, una de las suculentas que tenía en la mesa baja de crista entre los asientos, abrió su libreta y pasó unas cuantas páginas. Analizó sus notas mientras todos nos revolvíamos, nerviosos, sin que nadie se animara a dar el primer golpe.
               Alec se frotó la mandíbula y dejó caer el brazo en el respaldo del sofá, justo por detrás de mi cabeza.
               Mamá cruzó las piernas y entrelazó las manos, la palma de una sobre el dorso de otra, y empezó a hacer círculos con el pie que tenía en el aire.
               Papá se inclinó hacia delante y empezó a dar golpecitos rítmicos sobre el suelo cubierto por la alfombra.
               Yo me encogí junto a Alec, entrelazando las piernas por los tobillos y pasándome las manos, que notaba empapadas de sudor, por el vestido, tratando de secarlas.
               Fiorella pasó una página más, hizo clic con su bolígrafo y repasó un par de líneas con la punta. Escribió un poco más, tachó un par de líneas antiguas, y pasó otra página hasta llevar a una en blanco.
               Y luego, otra más.
               Mamá se revolvió en el asiento, acomodándose hasta que su espalda tocó la parte trasera del sofá. Papá se inclinó un poco más hacia delante. Alec levantó la mano que tenía detrás de mí y empezó a rascarse la uña. Yo crucé las piernas y me volqué un poco más sobre Alec.
               Cuando Fiorella levantó la vista, todos, creo que incluso Claire, contuvieron el aliento.
               -De acuerdo. Gracias a todos por venir. Disculpad la espera; necesitaba un momento para poner en orden mis ideas y hacerme una composición de lugar de toda la situación antes de que ampliemos los horizontes, pero ahora ya lo tengo todo claro. Imagino que todos sabéis de qué punto partimos, ¿verdad?-preguntó, y clavó los ojos en Alec, que asintió con la cabeza. Fiorella nos miró a mí, a mamá y papá a continuación, y abrió las manos-. Bueno, ¿quién quiere empezar y contarme por qué estamos aquí?
               -¿No es evidente?-preguntó Alec, inclinando la cabeza a un lado, y Fiorella cruzó las piernas, pero donde yo estaba ansiosa, ella estaba mucho más segura en su posición relativamente neutral. Si le preocupaba que del resultado de la sesión dependiera su trabajo, no lo dejó entrever.
               -Es bueno que verbalicéis los objetivos que tenéis cuando acudís a terapia para que podamos trabajar hacia ellos. Las psicólogas no somos adivinas-explicó, y Alec tomó aire profundamente y lo soltó lentamente-. También os ayuda a encontrar puntos en común en los que podamos concentrarnos para llegar a una postura común.
               -¿Y quién dice que queramos llegar a una postura común?-preguntó Alec-. ¿Tus notas? ¿Para qué necesitas que te digamos qué es lo que queremos si ya crees que lo sabes, Fiorella?
               -Te dije que él no debería estar aquí-le dijo papá a mamá, y yo me revolví.
               -Queréis decidir nuestro futuro. El nuestro. El mío, y el de Alec. Tiene todo el derecho del mundo a estar aquí.
               -¿Con esa actitud?-preguntó mamá, que sin embargo le había puesto una mano en el pecho a papá para hacerlo callar cuando él había hablado.
               -Hemos venido a tu despacho, a la hora que vosotros habéis querido, para hablar con quien a vosotros os ha dado la gana. Alec tiene todo el derecho del mundo a estar enfadado.
               -Oh, bombón, les encantaría que estuviera enfadado, pero… no voy a fingir que no sé de qué va todo esto. No me esperaba menos-escupió-, aunque sí que pensé que seríais un poco más listos y no haríais que fuera tan evidente. Traer a Claire para tenerla aquí delante mientras diseccionamos lo que mi ansiedad provocó en Sabrae ha sido una jugada magistral, la verdad. O lo habría sido si yo siguiera siendo el crío que se subió al avión hace dos meses y medio, pero ya sé de qué palo vais, sé de qué sois capaces, y no os lo voy a poner fácil. Así que si esto-señaló a Claire y Fiorella –es una especie de prueba –se reclinó en el asiento, poderoso e inmortal como un dios-, quiero que sepáis que la voy a superar. No voy a darles a ninguna de las dos motivos para que piensen que tenéis razón y que yo no, y que en realidad soy malo para Sabrae. No voy a tirar la toalla. Quiero a vuestra hija, y eso no lo podréis cambiar. Sólo por ella pienso y planifico, y podríais traerme a quien quisierais para tratar de desacreditarme, porque en el fondo sabéis que no tenéis razón.
               -Alec-preguntó Claire, cambiando su voz a un neutro tono profesional que era al que me tenía acostumbrada-, ¿por qué crees que mi presencia aquí es un truco de Zayn y Sher para que pierdas los nervios?
               -Porque cuando entremos en materia y hablemos de qué es lo que pasó para que estemos aquí, sé que terminarán preguntándote si tú creías realmente que estaba listo para irme a Etiopía y les dirás que no-sentenció, y yo me estremecí de pies a cabeza. Miré a Claire. Si ella ponía en duda los avances de Alec, no sería como ir a la casilla de salida; sería empezar directamente siete niveles por debajo de donde partían los demás. Sería peor que bajarlo al infierno.
               -Sabes que no estoy autorizada a dar diagnósticos de otros pacientes.
               -Seguro que Sherezade ha encontrado la manera de hacer una excepción.
               -Me sobrevaloras-dijo mamá, fulminándolo con la mirada.
               -Igual que vosotros a mí, pero seguro que no queréis escucharlo.
               -Si tan malos crees que somos, ¿por qué molestarte en venir siquiera?-preguntó papá, y Alec se inclinó ligeramente hacia delante.
               -Porque quiero que esto pare. Sabrae no puede seguir así, y yo tampoco. No puedo seguir viendo a mi novia vomitar de la ansiedad cuando va a casa y comportándose igual que nos comportamos los hijos de relaciones de maltrato. No debería teneros el miedo que está empezando a teneros, y si vosotros estáis dispuestos a que os lo tenga con tal de no dejarla cerca de mí es que no os merecéis tenerla en absoluto.
               -¿Quién cojones te crees que eres? ¿Te crees que disfrutamos con esta situación?
               -No estáis haciendo nada para suavizarla, ¿por qué debería pensar lo contrario?
               -Porque…-empezó papá, pero mamá lo detuvo poniéndole una mano delante.
               -No, Zayn, espera. ¿Qué se supone que estamos haciendo para no suavizar la situación, Alec? Fuimos corteses ayer, ¿eso no es suavizar la situación?
               -Porque os lo pidió Scott.
               Papá se echó a reír.
               -Joder, ya empezamos con los favoritismos…
               Alec le dedicó una sonrisa oscura.
               -Yo no he dicho nada de favoritismos. Te retratas tú solito. Iba a deciros que lo hicisteis porque no os lo pidió Sabrae ni tampoco os lo pedí yo, sino otra persona, pero si tú dices que Scott es tu favorito, me lo tendré que creer-se reclinó en el asiento y arqueó las cejas.
               Yo no supe que se disponía a dar el golpe de gracia hasta que no dijo:
               -Incluso cuando hasta hace dos días él no soportara estar en la misma habitación que tú dos horas seguidas.
               Papá se puso en pie como un resorte, pero Alec siguió repantingado en el sofá, esperándolo. Él no podía dar el primer golpe, pero sí podía defenderse.
               Y lo haría. Era evidente que sí.
               -Si queremos llegar a algún tipo de entendimiento o punto en común, lo mejor será que mantengamos un diálogo cordial y respetuoso. Podéis expresar lo que sintáis con libertad, pero siempre debéis tener en cuenta los sentimientos de los otros. No descalificarlos-añadió Fiorella, mirando específicamente a Alec.
               -De descalificaciones él sabe bastante-escupió papá.
               -No sigamos por ahí-pidió Fiorella.
               -Y tú de morder el polvo, ¿no, Zayn? Ser un segundón para ti es una novedad, acostumbrado como debes de estar a los terceros puestos, pero cuando tienes al lado al campeón, incluso la plata sabe a óxido-se burló Alec.
               -Alec-pidió Fiorella.
               -¿Qué? Ya me han puesto la etiqueta de malo. Bien puedo ser el villano sexy que al final se queda a la chica-ronroneó, reclinándose en el asiento y acariciándome la rodilla por la cara interna de la pierna.
               Me sentía orgullosa de que estuviera defendiéndome como un jabato… y, a la vez, me dolía ver cómo mi padre y mi novio estaban dispuestos a destrozarse mutuamente con tal de tener razón. Puede que papá y mamá se estuvieran comportando como imbéciles conmigo últimamente, pero seguían siendo mis padres. Seguía sintiendo un amor infinito por ellos y seguía queriendo que no les pasara nada, y siempre sería así. Incluso aunque no me hicieran más que daño tratando de protegerme desde sus ideas equivocadas.
               No creía que tuvieran malas intenciones con nosotros, sino que simplemente les cegaban sus propios errores, y su orgullo no les permitía ver que estaban equivocados.
               -Para zanjar esto y que conste… no han sido Zayn y Sherezade quienes me han pedido que venga, sino Fifi. Le pareció que te costaría menos sincerarte, y confiar en la buena fe de esta sesión, si yo estaba presente.
               Alec se relamió los labios y bajó la mirada, pensativo. Entrelacé una mano con la suya y le di un beso en el hombro. Conocía de sobra esa expresión como para no saber de qué se trataba: se sentía culpable por haber acusado a inocentes de cosas que no eran cosa suya. Era algo que nos tocaba muy de cerca a los dos, dadas las circunstancias.
               -No pasa nada por equivocarse-le susurré, y él asintió con la cabeza.
               Y, bendito sea, miró a mis padres.
               -Siento haber sacado conclusiones precipitadas. Y siento el golpe bajo, Zayn-añadió, mirando solo a mi padre-. Quiero que sepas que me alegro de corazón de que Scott haya superado esa fase absurda en la que estaba y puedas volver a disfrutar de tu hijo.
               -Siéntate, Z, por favor.
               Papá pareció pensarse el soltarle alguna bordería a Alec, pero finalmente accedió a lo que le pidió mamá y se sentó al lado de ella. Tomó aire sonoramente, lo retuvo dentro de sí y tragó saliva, tratando de tranquilizarse bajo la atenta mirada de mamá. Sólo cuando se hubo tranquilizado lo suficiente Fiorella se dispuso a continuar.
               -Hay unas reglas básicas y mínimas que tendréis que respetar si queréis que esto funcione. La primera es que tenéis que ser respetuosos unos con otros. Hay ocasiones en que las diferencias irreconciliables se deben más bien a malentendidos que a que las posturas que cada uno adopta sean realmente incompatibles. La segunda es que tratéis de poneros en la piel de los otros. Pensad con empatía y creed que el que esté hablando en ese momento tiene la mejor de las intenciones. Aquí no hemos venido a hacer daño a nadie. ¿Estoy siendo clara?
               Asentimos con la cabeza y Fiorella asintió también.
               -De acuerdo. Está bien, pues, ¿por qué no empezamos por ti, Sher? ¿Por qué pensasteis que sería bueno que acudierais a terapia y qué es lo que quieres resolver?
               -Bueno…-mamá se frotó las manos, tímida. Jamás la había visto así. Y cuando digo jamás es jamás. Siempre se comportaba como una leona fiera que mata a quien se interponga entre ella y sus cachorros, así que verla como una gatita apaleada era toda una sorpresa-. Creía que la relación con mi hija-me miró con un amor infinito, y una añoranza terrible que me partió el corazón- estaba restableciéndose después de las sesiones que hemos tenido juntas, así que me pareció que podríamos llegar a algo que nos beneficiara a todos si teníamos la ayuda de una profesional orientándonos.
                »Aunque… también me da la sensación de que yo estaba más satisfecha con ellas de lo que lo está Sabrae. Y por eso también quiero saber si he estado haciendo algo mal y cómo arreglarlo.
               -Sabrae, ¿tú qué opinas?
               -¿De qué?-inquirí con un hilo de voz.
               -De por qué estáis aquí. ¿Por qué habéis querido venir Alec y tú?
               -Oh. Por lo que ha dicho Alec. La situación es… insostenible. No puedo estar constantemente dividida en estar feliz porque él ha vuelto y muerta del miedo porque en algún momento tengo que ir a casa y me encontraré con que papá y mamá preferirían que viniera sola. Quiero que se alegren de que mi novio esté aquí, conmigo. Alec me hace bien.
               -No siempre, Sabrae-dijo mamá, y Alec rió por lo bajo.
               -Pozhalyusta-murmuró para sí, revolviéndose. “Por favor”.
               -Elabóralo, Sherezade, por favor-pidió Fiorella, y mamá se apartó el pelo de la cara.
               -Bueno, creo que acaba de darnos un ejemplo perfecto. Se ha vuelto diferente. Antes tenías tu propia voz, ahora hablas a través de Alec, y…
               -Porque yo tengo más experiencia que ella-protestó Alec, pero le puse una mano en el brazo y negué con la cabeza.
               -Deja que acabe.
               -¿Ves? A esto me refiero precisamente. Tú antes no eras así, hija. Antes no habrías dejado que nadie luchara tus propias batallas.
               -Es que estoy tan cansada de estar siempre dando vueltas a lo mismo… no puedo más, mamá. De verdad. Necesito que me deis un respiro. Necesito poder creer que si estoy cansada, puedo irme a casa y no habrá ningún problema. Que no me haréis un interrogatorio de dos horas en el que poco menos y hasta me sacaréis muestras de sangre.
                -Es que no es propio de ti hacer lo que estás haciendo: salir hasta las tantas, no coger el teléfono, eludir tus responsabilidades…
               -Anteayer os pasasteis tres pueblos con ella, Sherezade-protestó Alec.
               -Mira, mamá… hasta cierto punto, puedo entender que hayáis convertido a Alec en el enemigo. De verdad que sí. Por supuesto, no lo comparto, pero… entiendo que tratéis de culparlo de las cosas que hago yo. Pero lo que no puede ser es que me convirtáis a mí también en el objetivo a abatir. ¿No tengo derecho a cambiar? ¿No puedo sentirme triste? ¿Tengo que ser coherente toda mi vida para merecerme mi libertad?
               Mamá me miró con unos ojos cargados de tristeza.
               -Tu padre y yo no tenemos problemas con tu relación porque te sientas triste, mi amor. Los tenemos por la forma en que lidias con esa tristeza.
               -Estáis demonizando a Alec por cosas que no son culpa suya.
               -Hombre, como comprenderás, si lo único que ha cambiado en tu vida es él y ahora tu comportamiento es tan diferente… entenderás que encontremos algún tipo de relación.
               -¿Y no puede ser simplemente una desafortunada casualidad? Alec también tiene derecho a cometer errores-dije, cogiéndole la mano y mirándolo.
               -Esto no es un error, Sabrae-sentenció él, serio como no lo había estado en su vida.
               -Él también tiene derecho a estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Simplemente le ha tocado mi mala época, pero… él no tiene la culpa de esto.
               -Sabrae-replicó mamá, dura, y Alec se mordió el labio, expectante-, vamos a ver. Sé perfectamente que en algún momento tienes que pasar la edad del pavo, pero hay una diferencia entre volverte respondona y todo lo que te has dedicado a hacer desde que Alec se fue. Y sé que al principio os daba todo mi apoyo porque al principio sí que le hacías bien-miró a Alec-, pero poniendo en una balanza todo lo que ha pasado y lo que has provocado, ya no estoy tan segura de que seas algo bueno que le ha pasado a mi hija, Alec.
               -¡MAMÁ!-protesté, estupefacta. ¡Era increíble! ¿Cómo tenía la cara de decírselo así, sin más, como si no fuera lo peor que le podías decir a alguien como Alec? Por supuesto que él lo sabía, pero escucharlo en una discusión no era lo mismo que escucharlo en el sofá de un psicólogo.
               -Todos los sentimientos son válidos, Sabrae-me recordó Fiorella.
               -¿Incluso los sentimientos de mierda?-preguntó Alec.
               -Alec…-le advirtió Fiorella, pero él no le hizo caso. Se giró hacia mamá y se mordió el labio de nuevo.
               -Mira, Sherezade, te pediría perdón las veces que hiciera falta si esto se tratara de mí, pero créeme, nadie más que yo lamenta lo que pasó ni se arrepiente de haber elegido el voluntariado tanto como yo. Si pudiera no hacerlo, no lo haría; pero decidimos probar y ahora el mayor mal ya está hecho. Y tampoco te creas que vas a odiarme más de lo que yo ya lo hago por todo lo que he hecho, porque te aseguro que es imposible. Así que aquí tienes dos opciones: puedes aceptar que estoy en la vida de tu hija y que a pesar de que evidentemente no voy a poder darle todo lo que a los dos nos gustaría (a los dos, te lo aseguro; no sólo a ti), sí que me estoy esforzando. Y creo que también eso deberías valorarlo. Ya sé que yo no tengo vuestras posibilidades, y que probablemente nunca las tendré; ya sé que tengo una enfermedad mental de la que quizá nunca me cure del todo, pero también deberías tener en cuenta que hace seis meses yo no sería capaz de estar aquí sentado hablando contigo de todo esto, sino que me habría hundido en la mierda que me dijeras que no me quieres con Sabrae y me habría apartado de ella a, no sé, empezar a follarme a todo lo que se me pone por delante para demostraros que no me importa. Soy muy consciente de que casi le jodo la vida y de que le he hecho muchísimo daño, pero tenéis que reconocerme que lo estoy intentando arreglar aunque sólo sea sentándome aquí y escuchándoos tirarme mierda.
               »O la otra opción: puedes meterte entre los dos, y ver qué tal sale. A ver quién de los dos elige Sabrae. Y a juzgar por la manera en que intentó protegerme la otra noche, yo tendría cuidado si fueras tú.
               Papá apretó la mandíbula, pero dejó que Alec continuara.
               -Os lo digo sin ánimo de meter mierda, ni nada por el estilo, pero para que lo tengáis en cuenta si acaso creéis que Sabrae os va a elegir a vosotros. Sobre todo teniendo en cuenta que yo no estoy obligándola a elegir. Sois vosotros.
               »Entiendo lo que decís de la tristeza y yo soy el primero que nota que Sabrae no está bien, pero, siendo sinceros, ¿de verdad creéis que es exclusivamente culpa mía? ¿No creéis que también tenéis un poco de responsabilidad si ella se siente así?
               -¿¡Pero cómo puedes tener tanta…!?-empezó papá, pero mamá lo acalló con un gesto de la mano.
               -Piénsalo, Zayn. Piénsalo un minuto. El problema no es que yo le pusiera los cuernos, porque no lo hice, y, siendo sincero, no me imagino en qué escenario podría ponerle los cuernos a Sabrae sin que mi infidelidad no fuera algún tipo de abuso sexual-me miró, triste-. El problema vino por el miedo que le daba la reacción que desencadenaría hacer lo que ella quería. Lo que está pasando aquí. Era precisamente esto lo que ella quería evitar.
               »Sé que le estoy haciendo muchísimo daño cuando estoy lejos, incluso si no hubiera hecho nada que la hiciera replantearse todo, pero… ¿en serio pensáis que yo estaría aquí sentado, tan pichi, si existiera siquiera la más mínima posibilidad de que yo fuera tan malo para ella como decís? Sabéis que la quiero. La quiero como la quieres tú, Zayn. ¿En serio crees que seguiría con ella si supiera que se había drogado por mi culpa? Habría dejado de responder a sus cartas, o…-volvió a mirarme y se mordió de nuevo el labio, imaginándose escenarios horribles que deberían ser impensables, pero que tenía que verbalizar para que mis padres entendieran que no se negaba a contemplar la posibilidad de que ellos tuvieran razón, sino que la había contemplado y la había desechado por imposible-, o le habría dicho que me olvidara porque tenía pensado quedarme con Perséfone. Me arrancaría el corazón del pecho y me lo haría trizas con tal de salvarla.
               »Estoy enamorado de ella-volvió a mirar a mis padres-. Dios, si vosotros sentís lo que yo siento por ella… no sé cómo habéis hecho para parar a los cuatro hijos. Yo necesitaría un millar.  Si el proceso no fuera tan duro…-volvió a mirarme y sonrió-, y creo que ni con tantos críos habría pruebas suficientes de lo que la quiero. La quiero más de lo que quiero al resto de gente a la que amo combinada. Por supuesto, sé que no tiene mérito quererla porque ella lo hace tan sencillo como respirar-volvió la mirada de nuevo a ellos-, y encontraréis a muchos chicos que morirían por ella y que volverían de entre los muertos también, pero no sé si encontraríais a alguno que estuviera dispuesto a hacerlo siete veces. Porque yo lo haría siete. Y si creéis que tengo un alma que pudiera negociar o intercambiar, o vender al diablo, o a Dios, o a quien vosotros queráis, para poder hacerlo una octava… también lo haría. No me lo pensaría.
               Sus ojos chispeaban amor cuando me miró y me acarició el mentón.
               -Sé que no he visto nada del mundo comparado con vosotros, que no tengo estudios y que estoy saliendo del cascarón, como quien dice, pero sí sé que esto es algo que pasa una vez en la vida, y si mi hija tuviera la suerte de darle lo que verdaderamente se merece y a valorarla por lo que verdaderamente vale, me alegraría y querría que lo viviera. No intentaría separarlos. Y menos aún por un error que, vale, sí, es una mierda, y sé que le he hecho muchísimo daño, pero si ella decide perdonarme… no sé quién pensáis que sois vosotros para decidir que su opinión no cuenta cuando… es la única que cuenta.
                Sabía que él jamás se perdonaría por lo que me había hecho pasar, pero le había costado demasiado reconciliarse con la idea de que no podía controlar el dolor con el que los demás recibíamos sus golpes, sino la fuerza con la que los daba, como para dar ahora marcha atrás.
               -No son los cuernos lo que nos preocupa-dijo mamá por fin-. Eso va en cada pareja. Lo que nos preocupa es que le preocupe tanto ponerse a tu altura que esté dispuesta a arriesgar su vida, y que a ti te parezca bien.
               -A mí no me parece bien-respondió Alec-. Pero no voy a responsabilizarme de las cosas que Sabrae hace para evitar los juicios de los demás. Sólo voy a responsabilizarme de las cosas que Sabrae hace teniéndome a mí en mente.
               -Todo este discurso ha estado muy bien, y si te soy sincero, creo que lo dices de corazón-dijo papá-. Pero no deja de chirriarme que nos digas que harías lo que fuera por ella, que matarías por darle lo que se merece, y que sin embargo estés tan tranquilo cuando porque tú te fuiste lejos y tu ansiedad tomó el control casi la perdemos. Porque no la habríamos perdido sólo nosotros, ¿sabes? La habrías perdido tú también. Y todo porque te fuiste. Eso es lo que nos preocupa. La influencia que tienes en ella, hasta el punto de que pierde totalmente el norte cuando tú desapareces de escena. Es como si tuvieras su conciencia y su capacidad de razonar, y nos esforzamos en hacer que se sintiera fuerte e independiente y que aprendiera a pensar por sí misma. ¿Puedes culparnos por eso? ¿Tú no lo harías si fuera tu hija?
               -Estás equivocado si crees que se trata de una lucha de egos o algo así. Sabemos perfectamente que su amor por ti es compatible con el que nos tiene-añadió mamá, cansada-. Pero si que estar contigo, pero no físicamente, va a tener estas consecuencias…
               Alec se mordisqueó el labio y se pasó una mano por el pelo, hundiendo los hombros.
               Se me aceleró el corazón al ver cómo levantaba la mirada, pues supe lo que iba a decir. Incluso cuando me había dicho que no haría eso, que se sentiría mezquino y ruin… la quiero más de lo que quiero a toda la gente a la que amo combinada. Eso incluía a Tommy y Scott.
               Me di cuenta entonces de que Alec también me elegía a mí. También prefería ser mío que de nadie más, incluyendo a Tommy y Scott.
               -Tenéis en casa a alguien que se pone peor que Sabrae sin mí cuando la persona sin la que no puede vivir lo abandona. Scott literalmente enferma cuando no tiene a Tommy. ¿No es eso de ser unos hipócritas? Si le aplicarais a Tommy la vara con la que me medís a mí, ¿tampoco lo querríais con Scott? Yo creo que no.
               -No es por cómo os queréis, sino por lo que está dispuesta a hacer por ti-dijo papá-. Casi la violan, de hecho lo estaba buscando, y le dio igual. Podrían haberla matado, y le dio igual. Tommy y Scott enferman y no pueden remediarlo, pero Sabrae está dispuesta a poner en peligro su vida por ti.
               -¿Y tú no lo harías por Sherezade?-inquirió Alec, frunciendo el ceño.
               -Yo me interpondría entre una bala y mi mujer o mi hija, pero nunca sería el que empuñaría la pistola.
               Alec se irguió en el asiento y midió con la medida a papá. No muchas veces se encontraba con un rival como él, que aguantara tantos golpes sin besar la lona.
               -Respeto eso-dijo después de un momento de silencio que a mí se me hizo eterno.
               -Pero no lo compartes-añadió papá, acusador.
               -¿Cómo podría? Después de cómo la tratasteis hace dos días, después de que incluso cuando ella estaba en el límite seguisteis presionándola, ¿cómo lo voy a compartir?
               -Porque tú no estabas allí-respondió mamá-. Porque tú no viviste lo que nosotros vivimos. Mientras estabais por ahí de fiesta, celebrando lo jóvenes que sois y lo enamorados que estáis, mi marido, su padre, y yo, estábamos pasando la peor noche de nuestras vidas. Para vosotros fue un sueño. Para nosotros fue la peor pesadilla que podríamos vivir jamás. Por un momento estuve convencida de que yo sólo tenía tres hijos. Casi estaba rezando para que no sonara el teléfono y que fuera la policía para decirme que la habían encontrado, pero que necesitaban que…
               Mamá se echó a llorar, y papá le rodeó los hombros con un brazo, atrayéndola hacia sí.
               -Creí que iba a tener que ir a identificarla a alguna morgue, o a empapelar todo Londres con un cartel con su cara. Así que, no, Alec. Tú no lo compartes. Y espero de corazón que no lo hagas nunca. Espero que nunca tengas la sensación de que algo dentro de ti ya está muerto, y que cuando tu hija aparece por casa creas que lo estás alucinando. Y que cuando su novio, ése que se supone que lleva en Etiopía más de un mes, aparece detrás de ella, no sumes dos y dos. Y no te des cuenta de que prefería romperte el corazón en mil pedazos y que tú creyeras que estaba muerta antes que arriesgarse a que no le dejes estar con él. Porque si se preocupa, por algo es, ¿no?
               -Sí-sentenció Alec, rígido, los ojos duros puestos en mamá-, por algo es.
               La cabeza me daba vueltas y tenía ganas de vomitar. Todas las cartas estaban sobre la mesa, y resulta que habíamos llegado a un empate. Estábamos perdiendo el tiempo. No iba a servir de nada.
               -Me parece que no vamos a encontrar un punto común-dije, mirando a Fiorella y Claire-. A Alec le queda poco tiempo en casa y todavía tenemos mucho que hacer. Creo que lo mejor será que resolvamos esto nosotros, si podemos-dije, mirando a mis padres-. Mientras tanto, me quedaré en casa de los Whitelaw para que todo sea más fácil.
               Ya se me ocurriría qué le decía a Annie, porque no podía soltarle de sopetón que una de sus mejores amigas creía que mis errores más garrafales eran culpa de su hijo. Ya no era porque mi madre no perdiera una amiga, sino porque no lo hiciera Annie.
                Mis padres me miraron como cachorritos abandonados. En cierto sentido, eso eran.
               -Antes de que lo demos por imposible-se adelantó Claire, mirando a Fiorella-, creo que podemos probar una cosa.
               Fiorella le devolvió la mirada, y asintió despacio con la cabeza tras unos segundos.
               -Dices que no hay un punto común, pero desde fuera parece que sí. El punto de inflexión fue la noche en la que Alec volvió a Inglaterra-explicó Fiorella-. Es en eso en lo que nos tenemos que centrar. Así que… ¿por qué no nos contáis lo que vivisteis?-preguntó, mirándonos alternativamente a ambas parejas-. ¿Sabrae, Alec? ¿Empezáis vosotros?
               Alec y yo intercambiamos una mirada. Y supe que Fiorella había dado en el clavo en cuanto sentí vergüenza por lo que nos iba a tocar contar.
               No por el sexo desenfrenado, no. Sino porque nos habíamos pasado la noche entera gritando canciones y bailando de acá para allá: mis canciones estaban disponibles en cualquier plataforma digital. Las de mamá y papá se aprendían del Corán.

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2 comentarios:

  1. Bueno he acabado con las piernas temblándome un poco y todo (y un poco cachonda también xd) El momento de:
    “Yo no supe que se disponía a dar el golpe de gracia hasta que no dijo:
    -Incluso cuando hasta hace dos días él no soportara estar en la misma habitación que tú dos horas seguidas” he chillado un poco bastante la verdad y cuando ha soltado lo de Scommy mira le comería los putisimos morros y a ti por hacerme caso y meterlo.
    Por otro lado he de decir que aunque sigo manteniendo mi perspectiva de todo esto como hasta ahora, he sentido una verdadera pena por Sher aqui y he conseguido empatizar con ella desde una perspectiva de madre. Con todo, sigue dándome congoja con que quieran reducir todo a que la culpa de que Sabrae se volviese desquiciada fuese de Alec. De verdad que entiendo el momento de interiorizar esa culpa cuando lo pasas asi de mal por tu hija, pero es que llega un punto en que no se como no comprenden que esa mala decisión no marca un precedente y que Sabrae no volvería a ser ella sin Alec nunca mas.
    Tengo curiosidad por ver como se desarrolla el siguiente capítulo y esa frase final me ha dejado con un poco de congoja.

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  2. Vengo tarde tardísimo, pero mejor eso que nunca jejejej ;)
    Ha sido un capítulo muyyyy intenso.
    En cuanto cosas un poco más “chorra”: Alec poniendose el mismo jersey de Sabrae me MATA y todas las comparaciones con el boxeo más de lo mismo. Me ha encantado la pullita de Alec a Zayn de que Scott no le soportaba (y su correspondiente disculpa. Y bueno que mencionara el tema Scommy yo lo consideraba completamente necesario porque es una comparación que Sher y Zayn se niegan a ver.
    En cuanto a la discusión sigo pensando exactamente lo mismo. Me frustra muchísimo que Zayn y Sherezade se nieguen a aceptar que Sabrae tiene culpa en lo que ha pasado y que Alec no es el origen de todo lo malo que le ha pasado desde que se conocieron. Siento que no ven más allá del “Alec es malo para ella” y te juro que no puedo entender como han llegado a este punto.
    Alec ha hablado de 10 a lo largo de todo el cap, ha evolucionado TANTISIMO y es super consciente de su papel en todo lo que está pasando (tanto bueno, como malo). Es que es el mejor eri, le quiero muchísimo.
    Miedo con lo que se viene en el próximo cap, pero con ganitas <3

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