martes, 5 de diciembre de 2023

Afrodita de cacao.


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Un par de días antes.
 
-Con amigos como tú, S, uno no necesita enemigos-me reí, pellizcando con dos dedos, con los que más disfrutaba Sabrae, uno de los cigarros de la cajetilla que me ofrecía y acercándomelo a la llama del mechero que sostuvo encendida frente a mí. Con un par de caladas conseguí encenderlo, y aunque sabía que a Sabrae no le importaría por esta vez que no tuviera un chicle (o un par) que llevarme a la boca antes de regresar con ella, me descubrí palmeándome los bolsillos de los vaqueros en busca de un paquete que no sabía que estaba ahí.
               A pesar del tiempo que había pasado desde que fumar tenía un inconveniente más, aunque de fácil solución, las costumbres que adquieres reforzándolas con la cosa más positiva del mundo, los besos de tu chica, arraigaban profundo y no te dejaban marchar.
               Scott arqueó las cejas y parpadeó, sonriente. A pesar de que siempre sentía un pellizco en el corazón cada vez que se alejaba de Tommy, como sabía que esta vez estaba en buenas manos, se alegraba por nuestro amigo, así que tenía atención de sobra para prestarnos a los demás.
               -¿Por?
               -Va a hacer un trío con una cantante y una modelo, y tú lo has emborrachado tanto que probablemente ni se acordará mañana por la mañana-le di una palmada en el hombro y Scott puso los ojos en blanco.
               -No lo he emborrachado-se defendió, levantando la vista hacia el edificio del hotel en el que habíamos dejado a Tommy, como si supiera exactamente cuál de las luces encendidas en la fachada que convertían la sombra negra del edificio en un panal salpicado de abejas trasnochadoras era la de la habitación en la que Tommy iba a pasar una de las mejores noches de su vida-, se ha emborrachado él solito. Y la modelo es Diana-añadió mientras me robaba el cigarro, como si aquello fuera motivo suficiente para querer que Tommy se olvidara pronto de esa noche.
               Me detuve frente a él, interrumpiendo nuestra marcha a pesar de que cada segundo que me pasaba ahí fuera era un segundo que malgastaba estando lejos de Sabrae. No me malinterpretes; sabía que ella estaba bien, que se lo estaba pasando genial y que apenas le daría tiempo a notar mi ausencia, disfrutando como estaba de la noche con sus amigas y mis amigos, pero… siempre me había burlado del pellizco en el corazón de Scott y Tommy cuando se separaban porque creía que exageraban cuando hablaban de ello.
               Hasta que empecé a sentir pellizcos en el corazón y tirones en el estómago cuando me separaba de Sabrae. Llevaba dos meses y medio con un garfio destrozándome las tripas y el pecho, y ahora que tenía la libertad de su presencia tan cerca, posponerla parecía casi un sacrilegio.
               Casi.
               -Mírame a los ojos y dime que no te la follarías.
               -Es la novia de mi mejor amigo-soltó, como si estuviéramos hablando de eso. Valiente gilipollas estaba hecho. Ya sabía que era la novia de Tommy, y sólo por eso ni él, ni yo, ni Jordan, ni Max la tocaríamos. Ni siquiera Karlie o Tam. Ni ninguno de los conocidos de cualquiera de nosotros, por la cuenta que les traía.
               -Mírame a los ojos-repetí, más despacio, y conteniendo una sonrisa-, y dime que no te la follarías si no fuera la novia de tu mejor amigo.
               Scott se rió y dio una calada del cigarro, negando con la cabeza y evitando mirarme.
               -Gracias-le dije.
               -Ni siquiera voy a hacer el paripé contigo de que me digas lo mismo, porque estás tan en la mierda por mi hermana que es imposible que siquiera mires a otras. Por mucho que las otras sean Diana.
               -Qué poco me conoces, S-me burlé, cogiéndole el cigarro de entre los dedos-. Y conoces todavía menos a tu hermana. Si Saab hubiera sabido a lo que íbamos, seguro que se habría ofrecido a venir con nosotros. Y luego tendrías que haber vuelto a la fiesta tú solo-di una larga calada y le eché el humo a la cara, que se apartó con unos manotazos cansados.
               -No sé si me hace gracia lo dispuesto que estás a arrojar a mi hermana a la cama con Diana.
               -Ah, ¿ahora somos homófobos?-inquirí, tendiéndole el pitillo-. ¿Tengo que ir corriendo a mi casa para coger el móvil y enseñarte el morreo que te pegaste con Tommy delante de toda Inglaterra, y que todavía tengo de fondo de pantalla? Sí que están cambiando las cosas por aquí si te has vuelto un hipócrita. Dios, no podéis vivir sin mí, ¿eh? Me voy dos meses y todos os volvéis tarumbas-no tenía ni puñetera idea de hasta qué punto tenía razón en aquello cuando lo dije, pero ahora, en retrospectiva, no puedo hacer más que reafirmarme en mis palabras.
               -No, subnormal. No lo digo por eso. Es evidente que me la suda a quién se folle Sabrae, teniendo en cuenta que no le digo ni mu cuando se mete en la cama contigo…
               -Porque sabes que está en buenas manos-ronroneé, guiñándole el ojo y cogiendo de nuevo el cigarro.
               -… sino porque es Diana. No tienes ni idea de por lo que nos ha hecho pasar estando en Estados Unidos.
               -Mataría por ver lo muchísimo que te debió de joder no ser el centro de atención por una vez en tu vida en cuando pusisteis un pie en Nueva York-ironicé.
               -Casi la palma de una sobredosis-soltó como quien te revela cómo termina la serie que estás viendo y cuyo final es decepcionante, y no como si estuviéramos hablando de que Tommy casi había perdido a una de las personas más importantes de su vida.
               -Ya lo sé. Sabrae me lo contó. No entró en detalles, pero… sé que fue jodido y que os asustasteis muchísimo. Pero está mejorando, ¿no?
               -No sé yo-Scott chasqueó la lengua, se mordisqueó el piercing y cogió el cigarro. Le dio una calada y expulsó el humo por la nariz-. Uno no está tan enganchado como ella lo estaba y mejora sin ayuda de la noche a la mañana.
               -¿Y eso es motivo para alejarla de Sabrae?-pregunté, y Scott me miró de nuevo.
               -Diana se pone chula cuando intentas protegerla, pero parece que se aplacó un poco cuando vio lo muchísimo que nos habíamos asustado. Así que imagínate que se tira a Sabrae. O que Sabrae se la tira a ella, y se vuelve igual de territorial con Diana como se volvió contigo cuando empezasteis a enrollaros. Estoy seguro de que se retroalimentarían la una a la otra y terminarían poniéndomelo todo mucho más difícil. Escucha-se detuvo, un hilo danzarín de humo subiendo hacia la Luna, que en la noche de Londres siempre estaba sola-, sé que no soy el mayor de la banda, pero sí soy el que más tirón tiene, así que eso me da un poco más de autoridad que la que tiene Layla. Sé que lo que yo digo pesa más de lo que dicen los demás. Incluso lo que dice Diana, a pesar de que tiene la carrera consolidada y nosotros todavía estamos haciéndonos un hueco. Así que que no les hará ni puta gracia cuando me plante y diga que no vamos a seguir con esto hasta que Diana no se cure cuando terminemos el tour. Por no hablar de que Sabrae se me echará encima porque me estaré comportando como un machito paternalista que se cree que puede controlar a las mujeres de su alrededor simplemente porque es un hombre y la sociedad me ha educado para que lo haga, así que…-fingió una arcada, poniendo los ojos en blanco, y luego se encogió de hombros-. No voy a dejar que Tommy vuelva a pasar por eso, y ten por seguro que tampoco voy a volver a verle a Sabrae la cara que puso cuando Diana se desmayó delante de todos nosotros. Creíamos que se iba a morir, Al. ¿Cómo no voy a intentar proteger a mi hermana de eso? Bastante tuvo con…-empezó, pero se puso pálido y totalmente rígido, los ojos puestos en mí.
               No podía ni imaginarme lo que debería haber sido para Scott todo lo que habíamos vivido Sabrae y yo a miles de kilómetros de distancia, ver cómo lloraba por mi culpa y desear que yo estuviera en Inglaterra sólo para poder pegarme la paliza que me merecía. Y también sentirse mal por mí, pensar en lo mal que lo estaría pasando, desear estar conmigo y consolarme incluso aunque eso le convirtiera en un traidor con su hermana. Entendía perfectamente a Tommy cuando no quería ver a Scott con Eleanor ni en pintura, porque corría peligro de ponerse precisamente en aquella situación: verse dividido entre su hermana y su mejor amigo, justificando lo injustificable, secando lágrimas que ardían en el pañuelo y que luego no podían ser para tanto cuando estuviera en casa de él.
                De repente ya no me apetecía fumar más: lo que quería era meterme en la discoteca en la que Sabrae estaba dándolo todo, curada ya de aquel dolor que yo no me merecía haberle infligido, ponerme de rodillas y suplicarle que me perdonara, incluso cuando lo más imperdonable por lo que ella había sufrido tanto ni siquiera era verdad.
               -Joder-comenté, quitándole hierro al asunto para que Scott no se sintiera mal por haberme recordado mis errores. Él no tenía que protegerme de mí mismo; si algo había conseguido meterme Claire en mi dura cabezota era, precisamente, que yo debía ser mi mayor aliado en lugar de mi enemigo principal, y que no tenía que depender tanto de lo que los demás dijeran de mí, o de cómo me quisieran, para que la opinión que tenía de mí mismo fuera buena o poder quererme. No necesitaba el permiso de nadie para recoger del fango la pésima opinión que tenía sobre mí mismo y tratar de levantarme un poco la moral-, qué rápido ha escalado todo esto. Francamente, no me esperaba una charla motivacional a lo “anteriormente en La Interesantísima y Gloriosísima Vida de Scott Malik”… francamente, pensaba que me ibas a decir algo así como que si no me preocupaba que Sabrae y Diana se gustaran tanto que Sabrae me diera la patada y se quedara con ella.
               Scott desencajó la mandíbula, conteniendo a duras penas las ganas de reír. A él siempre le había jodido, pero sabía de sobra que yo era el más gracioso de los dos.
               Aun así, sabía identificar mi sarcasmo mejor que nadie.
               -¿Para qué? ¿Para ponerte a huevo el que me dijeras alguna subnormalada como que te conformarías con que te dejaran mirar?
               -Es que me conformaría con que me dejaran mirar, Scott-dije, llevándome una mano al pecho con dramatismo. Scott exhaló una risa entre dientes.
               -¿Mirar a Sabrae? ¿Sin intervenir? Sería una novedad.
               -Te sorprendería la cantidad de veces que he visto a Sabrae y no he intervenido, o porque no me dejaba ella, o porque no podía.
               Scott hizo una meuca, negando con la cabeza, mientras aceptaba el cigarro que yo le tendí de nuevo, después de darle una calada.
               -Empiezo a pensar que no fue tan buena idea dejar que te acercaras a Sabrae hace casi un año.
               -Como si hubieras podido impedírnoslo-di una última calada y le tendí el cigarro para que se lo terminara, sintiendo el tirón gravitacional que la cercanía de Sabrae ejercía sobre mí. Scott dio una calada profunda, apurando el cigarro hasta el final, y lo arrojó con precisión a una alcantarilla. Mientras echaba la vista hacia atrás, como temiendo que a Tommy le estuviera yendo mal en una habitación con dos chicas que lo adoraban y que se notaba que estaban dispuestas a concederle todos sus caprichos y hacer realidad sus fantasías más oscuras, yo me metí las manos en los bolsillos, incapaz de dejar pasar aquel tren al que él había detenido sin querer.
               Por descontado, seguro que Sabrae había minimizado lo mal que lo había pasado cuando hablamos por teléfono y cuando estuve en su casa aquella tarde en la que todo casi se había ido a la mierda, porque, ¿de qué serviría contarme toda la verdad, más que para que yo le diera la razón y le dijera que no se merecía estar conmigo, aunque porque se merecía más y no menos? Aunque me molestaba mucho que se hubiera guardado cosas para sí porque no soportaba pensar en ella sufriendo y yo no sólo no consolándola, sino siendo la causa de ese sufrimiento, entendía por qué lo había hecho: era la misma razón por la que yo no le había dicho la verdad sobre el voluntariado, por qué ella aún pensaba que estaba yendo a la sabana poco menos que de safari de salvación. No servía de nada hurgar en la herida.
               Pero tenía que saberlo. Me merecía saber hasta qué punto le había causado daño a mi chica, qué era lo que ella había tenido que vivir, para poder compensárselo durante todas nuestras vidas. Haría de su existencia un cuento de hadas, de su casa un paraíso, de su habitación, el mismísimo cielo; sólo tenía que decirme cómo de bajo la había hecho caer, cuán familiar se había vuelto con el infierno, y yo se lo compensaría con creces. Me merecía saberlo aunque fuera a hacerme muchísimo daño, porque seguro que no se compararía una mierda con lo que Sabrae había tenido que pasar; pero, sobre todo, me merecía saberlo para poder cumplir con la promesa que les había hecho a sus padres, sobre todo a Zayn: de que la iba a cuidar. De que no dejaría que nada malo le pasara. De que no sería la causa de sus lágrimas, pero sí de sus sonrisas.
               No los había tenido del todo en mi equipo durante el tiempo en el voluntariado, y sabía que Sabrae se había tenido que esforzar mucho para que recuperaran la confianza en mí. Lo justo era que supiera con exactitud qué batallas había librado mi chica.
               Dónde estaban sus heridas para poder curárselas y, quizá, incluso disimular sus cicatrices.
               Claro que ella no me lo diría.
               Pero Scott sí.
               -S… sobre lo de antes-empecé, y él se volvió para mirarme-. ¿Cómo está?
               No necesitaba que le dijera quién. Estaba claro cuál era la respuesta a mis quiénes, a mis por qué, a mis cuándos, a mis dóndes. Sabrae, por Sabrae, cuando Sabrae, donde esté Sabrae.
               Scott se relamió los labios, mordisqueándose el piercing. Entre las chicas de nuestra edad (y tal vez un poco mayores y un poco menores, tan amplia era la ventana que se convertía más bien en una galería), aquel gesto levantaba pasiones y causaba desmayos a partes iguales. Muy pocos sabíamos que el mismo gesto de Scott podía tener un montón de significados diferentes, y que sólo mirándolo a los ojos podías averiguar cómo estaba en realidad: divertido, expectante, cachondo… pero también preocupado, inseguro, temeroso. Me tocaba esta vez el filo del espejo que resultaba más desagradable.
               -Tío, no te martirices. No hagas esto ahora.
               -¿Tan mal fue que ni siquiera quieres decírmelo?
               -Seguro que no fue tan malo como tú te imaginas que fue, pero…-se llevó la mano a la nariz y se pellizcó el puente un segundo-. ¿Tienes que hacer esto ahora? ¿Qué importa lo que pasó en agosto? Estamos en octubre. Ya hace mucho de eso. Sabrae te perdonó, y eso es lo único que debería importarte.
               -Sabes de sobra que ella sabe de mis taritas mentales y siempre hace lo imposible para protegerme de ellas. Tampoco es que pueda culparla porque, bueno, yo también lo haría si me necesitara-pensar en ella pidiéndome que lo hiciéramos con la luz apagada o con ropa para no ver esas imperfecciones inventadas que decía que tenía me ponía enfermo, y aunque todavía me escocía la manera en que me había mirado, como si le estuviera haciendo un favor queriéndola tal y como era, jamás dejaría que nadie se enterara de los miedos que ahora la azotaban, estuvieran justificados o no. Yo podía ser un bocazas que largaba todo lo que hacíamos en la cama para presumir con mis amigos, pero no lo era lo bastante como para desnudar a mi novia delante de ellos y que descubrieran que tenía puntos débiles. No porque pensara que iban a atacarla, sino porque, tal vez, dejarían de pensar que yo era el chico más afortunado del mundo porque ya no salía con una diosa, sino con una chica espectacular.
               Lo que nadie más que yo podría entender nunca era que los puntos débiles de Sabrae eran mis fortalezas, mi razón para echar a volar. En el cielo están los agujeros negros, sí, pero son la causa de cosas tan preciosas como las galaxias. Incluso algo que en principio parece malo puede convertirse en bueno, y unir las estrellas para orientarte en la noche.
               -Pero quiero saber cómo fue, y tú eres el único lo bastante objetivo con los dos como para poder ser sincero conmigo. Quiero compensárselo. Quiero que se le olvide completamente lo mucho que le he hecho daño, la haya traicionado o no. Quiero que para ella estos dos meses no hayan existido, y que se despierte un día y sienta que todo mereció la pena porque yo conseguí que mereciera la pena. Y quiero que le quede claro que yo nunca…-negué con la cabeza; no podía ni decirlo. A pesar de que ella me había dado permiso para estar con otras chicas si lo necesitaba, y lo había hecho de corazón, siquiera mirar a otra con las ganas con que miraba a Sabrae se me antojaría una traición imperdonable. No podía hacerle eso. Quería que fueran sus dedos los últimos que dejaran huellas en mi piel, su boca la que saboreara meses después, su paraíso entre las piernas mi único hogar al que regresar. No encontraría eso en las demás; ni siquiera quería buscarlo.
               Sabrae no había sido mi principio, pero estaba decidido a que fuera mi final.
               Scott dio un paso hacia mí y me puso una mano en el hombro.
               -Lo tiene claro. Todos lo tenemos, Al. Y si quieres que estos meses hayan merecido la pena y que se le olvide lo mal que lo ha pasado, tú sólo tienes que seguir haciendo lo que llevas haciendo desde que te bajaste del avión. ¿Quieres compensárselo?-inclinó la cabeza a un lado, dedicándome una sonrisa tranquilizadora que aplacó mis miedos y mis ganas de dinamitarlo todo-. Entonces deja de hacer que te eche de menos y vuelve ahí.
               -Sabes que si no me lo queréis decir me terminaré haciendo una idea catastrofista de lo que pasó, ¿no?-le dije, y Scott suspiró.
               -¿Tengo que recordarte que yo tengo el umbral de tolerancia más bajo que tú? Es mi hermana pequeña, Alec. Yo no te perdonaría cosas que puede que tú sí te justificarías. Así que, si estamos los dos aquí, si no te partí la cara nada más verte… es porque puedes relajarte y disfrutar de los pocos días que vas a estar con tu novia antes de volver a Etiopía.
               Ah, sí, claro, se me olvidaba que lo de quedarme en casa no era una opción, por mucho que cada vez que miraba a Sabrae se me antojara imposible. Pero tenía que concederle a Scott aquello, al menos: él no me perdonaría cosas que puede que mi amor por Sabrae me hiciera pasarme a mí mismo por alto.
               Podía estar tranquilo. Relajarme y disfrutar. Aprovechar cada momento en casa como si fuera el último, porque así se me antojaba un poco, y luego volver al campamento para pasar las hojas del calendario de nuevo, aferrándome a viajes demasiado cortos en comparación con los días que les precedían, exactamente igual que echabas de menos los fines de semana cuando tenías que doblar turnos.
               Esto no es justo para ella, me dije, viéndome desde fuera, allí plantado como un pasmarote frente a la puerta del local en el que Sabrae se lo estaba pasando en grande, pero también me echaba de menos. Posponer nuestro reencuentro no haría que nuestra despedida se pospusiera también; al contrario, la haría llegar antes.
               Le sonreí a Scott y le rodeé los hombros con el brazo.
               -Vamos, S. Por mucho que sea su cumpleaños, Tommy es el pequeño de los dos; no podemos dejar que nos gane siendo la causa de más orgasmos femeninos que nosotros. Y tengo que recordarte que juega con ventaja.
               -Pf-Scott sacudió la cabeza-. Tommy lleva sin ninguna posibilidad desde que cruzaste el Mediterráneo, chaval.
 
 
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               Aquella frase tan sencilla y que, como mucho, me había despertado cansancio otras veces ya no se distinguía del sonido de una funeraria cavando mi tumba en tierra mojada. El número al que usted llama está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo dentro de unos minutos.
               Esto no era propio de ella. Sabrae jamás salía de casa con poca batería en el teléfono o, si lo hacía, se aseguraba de avisarnos para que pudiéramos contactarla si lo necesitábamos, y rara vez no se marchaba sin tener una  batería portátil a mano a la que poder acudir en situaciones de emergencia.
               Y que no pudiéramos contactarla era una situación de emergencia.
               Miré a Zayn, que seguía mirando el móvil con el ceño fruncido, paseándose de un lado a otro por el salón mientras tecleaba una, y otra, y otra vez el número de Scott.
               Se llevó el teléfono a la oreja, la vista perdida en algún punto sobre la alfombra, y cuando la llamada se cortó antes incluso de establecerse volvió a mirarme.
               -Nada-dijo, como si no fuera evidente por la forma en que tenía los hombros hundidos y la vista, a pesar de todo, más despierta que nunca. Había recibido el mensaje que nos había mandado nuestra hija de camino a casa del despacho, y se lo había reenviado a Zayn mientras me subía al coche, no sin antes responderle que estaba bien, que se lo pasara bien, pero que recordara irse pronto por lo mal que llevaba lo de madrugar después de trasnochar.
               Poco a poco estaba consiguiendo que volviera a confiar en nosotros, a confiar en mí. Todavía podía notar cómo mantenía la distancia con su padre y conmigo, y por mucho que me doliera darle más margen de libertad por lo mal que la había gestionado en agosto, las sesiones con Fiorella me habían hecho entender que reteniéndola conmigo para poder protegerla no conseguiría que quisiera volver a ser la de antes, sino que se sintiera asfixiada y me viera aún más como el enemigo.
               Así que me había tocado tragarme mi preocupación porque hubiera decidido salir por la noche un día entre semana y me había autoconvencido a mí misma de que esto era una excepción, algo excepcional. Se trataba del cumpleaños de Tommy, me dije; nada más importante que su mayoría de edad, especialmente en la situación en la que se encontraban, y que justificara todavía más sus ganas de salir a celebrarlo. No estaban siendo semanas muy fáciles para ella, precisamente. Necesitaba relajarse. Necesitaba pasárselo bien.
               Lo haría en un ambiente controlado, me dije. Estaría con Scott, con Tommy, con Eleanor, con todos los amigos de mi hijo. No tenía por qué pasar nada. No iba a pasar nada. Así se lo dije a Zayn, y así me lo dijo Zayn a mí cuando llegué a casa y me la encontré vacía, sin mis dos hijos mayores, sólo a Shasha para cuidar de Duna.
               La cena había sido más silenciosa que de costumbre, y me avergonzaba admitir que también más relajada, al menos por mi parte. Siempre había tenido cuidado con mis comentarios cuando tenía a Sabrae delante para no herir sus sentimientos, decir algo equivocado y que todo lo que estaba luchando tan duro por conseguir se fuera al traste. Shasha, eso sí, había estado más decididamente callada que de costumbre, y había silenciado a Duna más veces de las que o había hecho los últimos meses. Normalmente a mi niña no le molestaba el entusiasmo de la pequeña de la casa, pero supuse que se trataba más bien de que estaba algo irascible porque Sabrae se había marchado y la había dejado sin poder ver el reality de rigor hasta que no volviera que a otra cosa.
               Les habíamos dado un beso en la frente cuando fueron a acostarse, y Zayn y yo nos habíamos puesto una película a la que ninguno de los dos le prestó ninguna atención pasados los veinte primeros minutos.
               Se estaba haciendo tarde. De hecho, ya era tarde cuando empezamos la película.
               Y no había ni rastro de Sabrae ni de Scott.
               -¿No tendrás activado el Modo Relajación en el móvil, no, Sher?-preguntó Zayn al ver que mi teléfono estaba ofensivamente inerte: no vibraba, no pitaba, la pantalla no se encendía.
               Era ya de noche cerrada y la madrugada se acercaba con determinación.
               Y Sabrae seguía sin aparecer.
               -Ah, ah. Lo quité por si Sabrae llama para que vayamos a buscarla.
               -Mm-asintió Zayn, mirando su móvil, borrando notificaciones y apoyándose la cabeza en la mano con aburrimiento-. ¿Cómo andas de batería?
               -77 por ciento. ¿Tú?
               -28.
               -Bueno, podría ser peor-comenté, dejando el móvil sobre la mesa de noche, pero boca arriba, por si acaso Sabrae me enviaba un mensaje en vez de llamarme. Siempre les habíamos dicho a los niños que podían llamarnos cuando quisieran, sin importar la hora, e iríamos a buscarlos donde hiciera falta, pero sabía que mi pequeña era muy empática y se sentiría mal sacándome de la cama de madrugada con una llamada de teléfono. Ni siquiera estaría contando con que yo no podría dormirme.
               -¡Oye! No te metas con mi número preferido en todo el mundo. Me ha dado muchas alegrías-bromeó Zayn, inclinándose a besarme, y aunque noté en su boca la misma necesidad que siempre había estado ahí, desde que nos besamos por primera vez un 28 de julio mágico que me había cambiado la vida por completo y la había hecho un millón de veces mejor, la intensidad no era la misma. Hacía tiempo que la intensidad no era la misma. Los dos teníamos mucho en la cabeza y nos estábamos descuidando un poco, y yo lo sabía, y sabía que él me echaba de menos, pero… con todo lo de Scott, tenía la libido por los suelos. Todas mis energías estaban concentradas en encontrar la manera de salvar a mi niño, y lo poco que podía rascar de mi día lo dedicaba a tratar de arreglar las cosas con Sabrae y que ella me volviera a dejar entrar en su vida.
               Zayn se retiró, desgraciadamente acostumbrado a que los besos no fueran un calentamiento, sino, en muchas ocasiones, la final. Por suerte él seguía siendo paciente y, aunque me echaba de menos igual que yo a él, entendía de sobra la situación en que me encontraba y no me presionaba en absoluto para que también sacara un poco de tiempo para él e hiciera que las cosas fueran como antes.
               Me acurruqué contra él en el sofá y me cubrí las piernas con una manta mientras él me rodeaba los hombros con un brazo y me abría un hueco para que estuviera más cómoda.
               -Seguro que está de camino-dijo, tranquilizador. Yo asentí con la cabeza y le di un beso en la mandíbula, inhalando el aroma a hogar, a familia, que siempre manaba de su piel. Gracias a este hombre yo era todo lo que más me gustaba ser: esposa y, por encima de todo, madre. Me había hecho mis regalos más valiosos y me había hecho descubrir un tipo de amor que lo podía todo, una bondad que perdonaba todo, y una fuerza que sería capaz de eliminar cualquier amenaza para mis niños, la misma fuerza que estaba siendo mi combustible inagotable para encontrar una solución a la situación de Scott.
               La misma fuerza que se volvió lentamente contra mí y empezó a devorarme por dentro a medida que la noche avanzaba.
                La misma fuerza que lo hacía tensarse.
               No pude evitarlo ni tampoco resistirme: cogí el móvil y, a pesar de las promesas que me había hecho de dejarle a Saab el espacio que ella necesitaba y dejar que ella marcara sus tiempos y que viniera a mí cuando así lo deseara, le escribí un mensaje.

Mi pequeña, acuérdate de enviarme un mensaje cuando vuelvas para casa para estar pendiente de que llegas bien.

               Me quedé mirando el mensaje, el reloj con las manecillas corriendo, el check del envío.
               Faltaba el de recepción.
               Me incorporé en el sofá y comprobé mi conexión a internet.
               -Zayn, envíale un mensaje a Sabrae. Creo que no me funciona bien el internet.
               Zayn cogió su móvil, tecleó algo similar a lo que yo había escrito, y lo envió.
               Nada.
               Sabrae no lo recibía.
               Me quité la manta de encima de las piernas y probé con Scott.

¿Estás con tu hermana? No recibe mis mensajes. Se está haciendo tarde y mañana tiene clase. Dile que me llame e iremos a buscarla.e

               Enviar. Enviando… enviado.
               Pero no recibido.
               -No le llegan-dijo Zayn, que también había probado lo mismo con Scott y ahora le escribía a Tommy. Me puse en pie, entré en la conversación con Zayn y le envié un mensaje, que pitó al segundo en su teléfono. La red no estaba caída; eso me daba un poco de alivio.
               Pero sólo un poco. Si la red no estaba caída y ni Scott ni Sabrae recibían nuestros mensajes era que algo podía estar yendo mal.
               Zayn fue el primero en probar a llamarlos por teléfono, y cuando ninguno de los dos se lo cogió pasadas dos veces, la histeria empezaba a apoderarse de mí.
               Había empezado a llamarlos.
               Y siempre el mismo mensaje.
                El número al que usted llama está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo en unos minutos.
               No quería planteármelo, no podía planteármelo. No podía pensar en todo lo que aquello podía suponer, lo que podía estar pasando, por qué ninguno de los dos nos cogía el teléfono, o a dónde podían haber ido que no tuvieran cobertura. O por qué habían apagado sus teléfonos, teniendo en cuenta que Londres era una de las ciudades con mejor conexión a internet del planeta.
               Pasé a la pantalla en la que estaba la aplicación de búsqueda de mi teléfono y me quedé mirando el icono del radar verde con el centro azul. Tomé aire y lo solté despacio, valorando las posibilidades. ¿Ahora también controlas dónde estoy, mamá?, protestaría Sabrae si ahora mismo entrara por la puerta y me viera rastreándole su dirección. Era una intromisión en su intimidad que yo veía justificada, pero sabía que ella no sería de la misma opinión. Cualquier madre me entendería, sobre todo viendo lo que casi había pasado una noche en que yo ni siquiera había creído posible perderla, pero ahora que sabía de lo vulnerable de la vida de mi hija, me daba miedo plantearme siquiera todo lo que podía estar sucediendo y que, por desgracia, era perfectamente posible.
               Me daba miedo siquiera considerar la posibilidad de que la noche en que había tomado drogas y había perdido el control de sí misma no era lo más lejos que Sabrae podía llegar, lo más cerca que podía estar Dios de quitármela. Podía quitármela si Él quería, y yo no podía hacer nada más que esperar, esperar, y esperar por una llamada que nunca llegaba, un timbre que no sonaba y unas llaves que no tintineaban frente a la cerradura.
               Pero si hacía aquello y Sabrae se enteraba… la relación ya era demasiado delicada, pendía de un hilo tan fino que podía romperse con cualquier pequeño desliz. El equilibrio era tan frágil que cualquier fuerza, por mínima que fuera, podría destruirlo. Si ella lo veía…
               -¿Dónde cojones están?-ladró Zayn, mirando su teléfono. Él no tenía tantos reparos a recurrir a todos los medios a nuestro alcance para localizar a nuestros hijos. Él no era un cobarde como lo estaba siendo yo. Sabía cuáles eran las auténticas prioridades: que Sabrae fuera mía era secundario si lo comparábamos con que Sabrae fuera, a secas.
               Entré en la aplicación y toqué primero el nombre de Sabrae, que, tras un periodo de pausa mientras cargaba los últimos datos, me mostró un punto junto al parque más cercano de casa…
               … de hacía varias horas.
               Contuve una arcada mientras tocaba el nombre de Scott, sólo para descubrir mis peores temores: les habían perdido la pista en el mismo sitio. Zayn estaba escribiéndole ya a Louis para que comprobara la última ubicación de Tommy y Eleanor, pero yo sabía que era algo inútil: habían ido a un lugar en el que no podíamos encontrarlos, y me aterraba pensar que fuera a propósito.
               Por lo menos tiene a su hermano con ella, pensé como consuelo, aunque de poco me sirvió, pues enseguida recordé que Scott también había estado con Sabrae la noche en que casi la perdemos. Scott no era garantía de nada, ni tenía por qué serlo: por mucho que tuviera cierta responsabilidad con sus hermanas, la auténtica responsabilidad era mía y de Zayn.
               Y le habíamos fallado a nuestra pequeña. Habíamos dejado que se metiera en algo que claramente le venía grande, que quisiera con demasiada intensidad a alguien cuya ausencia no podía soportar, y cuyas traiciones la desestabilizaban hasta el punto que prefería dejar de ser todo lo que era para poder adaptarse a lo que Alec necesitara. Me entraron ganas de llorar imaginándomela de nuevo en aquella discoteca a la que había ido tantas veces con su hermano y sus amigas, regodeándose en las imágenes que se había formado de Alec con otras chicas mientras estaba sola en su habitación, escondiendo los pecados de él como si fueran propios, como si fuera algo de lo que tuviera que avergonzarse.
               Me necesita, pensé con angustia, y yo no sabía dónde estaba. Miré de nuevo el móvil, los dos puntos de las ubicaciones de Scott y Sabrae tan horriblemente juntas como inertes. Me necesita, me necesita, me necesita.
               ¿De qué coño me servía ser la mejor abogada de mi país si no podía proteger a mis hijos? Preferiría mil veces tener una carrera mediocre y de la que ellos no pudieran enorgullecerse si a cambio se me brindaba la posibilidad de que estuvieran conmigo siempre, de que siempre confiaran en mí. De no perderlos. Joder, si hubiera estado más en casa, si no me hubiera centrado tanto en el trabajo y no hubiera dejado a Saab tanto tiempo sola…
               Basta. Ahora no era el momento de regodearme en mi autocompasión. Mi hija me necesitaba, y tenía que tratar aquello como trataba cada caso de mis clientes: algo en lo que simplemente no existía la opción de perder. Perder en el tribunal suponía perder miles, puede que millones de libras; de la misma manera tenía que mantenerme centrada para no perder algo que no había dinero ni joyas que pudieran comprar. Éste era el caso más complicado de toda mi existencia.
                Tomé aire y lo solté muy, muy despacio por la nariz, tratando de recordarme a mí misma qué era lo que buscaba siempre en las montañas de papeles en las que los bufetes de los contrarios trataban de enterrarme. Cabos sueltos. Números que no cuadraban. Frases tachadas sin razón. Páginas que faltaban.
               Páginas que faltaban.
               Páginas que…
               El libro de mi familia tenía seis páginas: la mía, la de Zayn, la de Scott, la de Sabrae, la de Duna, y la de…
               Salí disparada escaleras arriba, contando con que había una persona en casa que podía encontrar a su hermana. Shasha era la única en la que Sabrae confiaba ahora, después de perdonarle que acudiera a mí presa de la preocupación que sentía por cómo se estaba deteriorando la relación con la mayor de mis hijas.
               -No es justo para ella que te mantengas así de distante, mamá; si no le preocupara tanto tu opinión, no habría…-se había ido de la lengua solamente una vez, pero a mí ya me había bastado con ese pequeño desliz para darme cuenta de que el puzzle no encajaba del todo, empezar a tirar del hilo y descubrir todo lo que había pasado con Sabrae. Lo que Alec le había hecho hacer, lo pretendiera o no. La razón por la que yo ya no podía verlo de la misma manera, sabiendo que igual que había supuesto el florecimiento de mi hija, también podía suponer su destrucción.
               Entré en la habitación de Shasha sin llamar y encendí la luz. Shasha se encogió debajo de las mantas y asomó la cabeza, los ojos entrecerrados por el sueño.
               -¿Ya es hora de ir al instituto?
               -Papá y yo te necesitamos, Shash-dije, cogiendo el ordenador que tenía sobre su escritorio y colocándoselo en unas manos que todavía no sabían qué tenían entre ellas-. Siento muchísimo despertarte, mi vida, pero necesitamos que hagas algo por nosotros.
               -Va… le…-murmuró mi pequeña, mirándome como si estuviera loca. No le faltaba razón.
               -Necesitamos que encuentres a tu hermana. La hemos llamado un montón de veces y nos dale que su móvil está apagado, igual que el de tu hermano, o el de Tommy o el de Eleanor. Hemos mirado su ubicación para ver dónde está, si está bien, pero la última que nos aparece es de hace varias horas.
               Shasha bostezó y estiró los brazos. Abrió la tapa del ordenador y ni siquiera tuvo que encenderlo: la pantalla se activó y la luz bañó su rostro. Shasha se estremeció, tapándose la cara con las manos y exhalando un gemido. Encendí la luz de su mesilla de noche también para que no le molestara tanto, a pesar de que tenía encendida la del techo, y miré cómo tecleaba. Vi cómo abría y cerraba ventanas, desplegaba y volvía a plegar mapas, frunciendo el ceño cada vez más y más.
               Zayn se materializó en la puerta, una mano apoyada en el marco y la otra con su teléfono en la mano. Le había conectado una batería y no paraba de marcar números sin ton ni son.
               Shasha tecleó y tecleó durante lo que me parecieron horas mientras Zayn esperaba a que alguien le cogiera el teléfono. Abrió y cerró ventanas, todo sin éxito. Shasha gimió de frustración, cerró los puños, sacudió la cabeza, y abrió una nueva pestaña.
               -No la encuentro, mamá.
               -¿Qué quieres decir con que no la encuentras?
               -No sé dónde mirar. Lo tiene todo desactivado. No sé dónde está, ni dónde está Scott, ni…
               -¿¡No puedes conectarte a sus móviles en remoto!?
               -No, si no están en un sitio con conexión a Internet.
               -¿¡Eres capaz de entrar en la intranet de la NASA para que tu hermano pueda ver los planos de las naves espaciales y NO PUEDES ENCONTRAR A TU HERMANA ESTANDO EN LA MISMA CIUDAD!?-grité, y Shasha se encogió, los ojos llenos de lágrimas.
               -Hago lo que puedo-gimió, y a mí se me hizo un nudo en el estómago. Genial. Lo único que me hacía falta para que me dieran el premio a la madre del año era conseguir que otra de mis hijas también empezara a detestarme.
               -Lo siento. Lo siento muchísimo, cariño. No pretendía gritarte, es sólo que… papá y yo estamos preocupados-le expliqué, acariciándole el pelo, y ella asintió con la cabeza, limpiándose los ojos con el puño del pijama-. No es propio de tu hermana salir de fiesta un día entre semana, y más aún si tiene un examen.
               -¿Habéis llamado a los Whitelaw para saber si se ha ido a casa de Alec y se ha olvidado de avisaros?-preguntó, y Zayn y yo intercambiamos una mirada. Ni siquiera se nos había pasado por la cabeza la posibilidad de que se fuera a casa de los Whitelaw; normalmente ya cenaba allí cuando iba a pasar allí la noche, pues Annie echaba tanto de menos a su hijo que encontraba en la mía un consuelo al que le resultaba difícil renunciar. Además, con la situación que teníamos entre nosotras, Annie se había convertido en el espacio seguro que Sabrae consideraba que ya no podía ser para ella.
               Zayn toqueteó la pantalla de su móvil y se llevó el teléfono al oído mientras Shasha volvía a teclear, ahora con más indecisión que antes, y chasqueó la lengua.
               -No la voy a encontrar.
               -No digas eso, mi amor. Tú puedes con todo.
               -No, mamá. Esto es distinto, ¿ves?-dijo, girando el ordenador y mostrándome la pantalla con unos gráficos que no entendí. Cuando le pregunté qué se suponía que estábamos viendo, me explicó que era un plano de Londres, pero no un plano cualquiera: en él estaban marcadas las líneas de teléfono y conexiones de fibra óptica, y las zonas que acumulaban puntos verdes representaban conexiones a Internet vía satélite. Había una zona completamente en negro en la zona de la City que más visitaban los turistas, precisamente al lado del Támesis, y que se extendía varios kilómetros a lo largo y a lo ancho, dejando una gran mancha negra en el mapa-. La zona que está en negro está, literalmente, a oscuras. Se debe de haber caído la red.
               -¿¡Justo la noche en que tu hermana decide volverse loca y salir de fiesta a celebrar el cumpleaños de Tommy y avisarnos con nada más que un puto mensaje!?-bramó Zayn, que se puso rígido al momento y se pasó una mano por el pelo. Yo contuve el aliento para escucharlo-. Dylan, buenas noches. Perdona que os moleste; ya sé que no son horas. Quería preguntarte si mi hija está durmiendo ahí… nos envió un mensaje hace ya varias horas diciéndonos que iba a salir y no sabemos nada de ella desde entonces.
               Zayn levantó la vista y me miró mientras escuchaba. Vi cómo la poca esperanza que se había atrevido a albergar desaparecía de sus ojos.
               -Ya… sí, se suponía que va a dormir aquí, pero al paso que va, igual ni siquiera le da tiempo a dormir antes de ir a clase… ajá. Sí. Bueno, de todos modos, si al final aparece, ¿nos lo dirás, por favor? No importa la hora que sea. Estaremos despiertos… Muchísimas gracias, Dylan, de verdad. Te debo una… Ya, sí, bueno, es difícil no preocuparse o pensar que está bien. Tú también tienes una hija, seguro que me entiendes… Lo suponía. De todos modos, lo aprecio de verdad. Gracias, Dylan. Gracias, gracias. Y perdona otra vez. Lo siento mucho, de verdad… vale, gracias. Buenas noches. Adiós.
               Zayn colgó el teléfono y negó con la cabeza.
               -Sabrae no está allí.
               -Dios…
               -Dice que nos llamará si aparece. Que “para eso está la familia”-hizo el gesto de las comillas con las manos y puso los ojos en blanco, sacando la lengua en una mueca hastiada. Shasha se mordió el labio.
               -Alec no es tan malo como lo pintáis-dijo con cierta timidez, y Zayn levantó una ceja.
               -Si no fuera por Alec, tu madre y yo no estaríamos que nos subimos por las paredes pensando dónde puede estar tu hermana, porque sabríamos que estaría bien. Joder, es que ni siquiera tendríamos que preocuparnos porque estaría en casa, Shasha. Contigo. Viendo la televisión. O durmiendo en la cama de tu hermano, acurrucada a él o a ti.
               -Yo sólo lo digo-murmuró con un hilo de voz, y volvió a su ordenador, tecleando ahora muchísimo más despacio. Le temblaban los dedos sobre las teclas, y pude ver que le costaba concentrarse para escribir. Me obligué a mí misma a ser fuerte y acariciarle el brazo cuando vi que a Shasha se le llenaban los ojos de lágrimas al pensar en lo que podía estar pasándole a su hermana.
               Ella se hacía la dura y la fría, pero yo sabía mejor que nadie lo protectora que era con todos nosotros, lo mucho que le gustaba sentir que estábamos a gusto. Sabía que debía estar pasándolo muy mal al no saber qué le pasaba a su hermana, si estaría bien, si estaría con Scott.
               Si había pasado algo que nosotros no sabíamos que la había empujado de nuevo a ese camino de autodestrucción al que se había arrojado hacía semanas, y ahora las consecuencias iban a ser mucho peores.
               -No te preocupes por tu hermana. Seguro que está bien-dije, y Shasha me miró-. Papá y yo sólo estamos… un poco susceptibles, eso es todo. Esto no es propio de Sabrae. Si alguna vez eres madre…-le acaricié el pelo de nuevo; Shasha jamás había dicho nada al respecto, pero por su personalidad y por la manera en que mantenía las distancias con sus primos más mayores, me daba la sensación de que ella se contentaría con ser la tía enrollada y consintiente de los hijos que tuvieran Scott, Sabrae y Duna. Lo bueno de nuestra familia era que era lo suficiente grande como para que nadie se quedara solo si decidía no tener hijos-, entenderás que la maternidad supone unas preocupaciones exageradas. Te pones en lo peor la mayoría de las veces incluso cuando sabes que tienes muchas papeletas para estar equivocada.
               Zayn volvió a marcar un número, se llevó el teléfono al oído y bufó cuando escuchó de nuevo el mensaje diciendo que el teléfono al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura. Shasha se mordió el labio mientras miraba a su padre. Me incliné hacia ella y le di un beso en la frente.
               -Ponte a dormir. Sentimos haberte despertado, cariño.
               Cerré la tapa de su ordenador y lo puse de nuevo en la mesita de noche, con cuidado de no aplastar el perrito hecho con globos con el que había vuelto del hospital esa tarde.
               -Voy a matar a ese cabrón en cuanto vuelva-gruñó Zayn por lo bajo mientras yo apagaba la luz de la mesita de noche y me levantaba de la cama de Shasha.
               -Zayn-le pedí. Teníamos que hacer lo imposible por tranquilizar a Shasha.
               -Descansa, cielo-le dijo, mirándola apenas un par de segundos. Shasha asintió con timidez con la cabeza y nos miró mientras cerrábamos la puerta-. Voy a ir a buscarla-anunció, y yo me lo quedé mirando, perdida en la determinación de sus ojos, en la calma asesina que los dominaba.
               -¿Cómo dices?-siseé, siguiéndolo por el pasillo y comprobando mi teléfono una vez más. Una vez más, también, inútilmente.
               -Que voy a ir a buscarla. No puedo quedarme en casa sin hacer nada. Tengo que ir a buscarla. ¿Tienes idea de las cosas que me estoy planteando que pueden estar pasándole, Sherezade?
               -¿Y la solución es largarte a peinar la ciudad? Tus hijas te necesitan. ¿Has visto la cara que ha puesto Shasha? ¡La has asustado!
               -Exacto, mis hijas me necesitan. Sabrae también es mi hija. Y está ahí fuera, sabe Dios cómo, haciendo sabe Dios qué-señaló la puerta con un brazo que se me antojó kilométrico-, y voy a ir y levantaré cada puto adoquín de esta ciudad si es necesario con tal de asegurarme de que está bien.
               -¿Y si me llaman?-pregunté desde la parte alta de las escaleras mientras Zayn las bajaba. Se detuvo y se volvió.
               -Pues coges el teléfono y le dices que a qué cojones se piensa que está jugando.
               -No me refiero a Sabrae.
               Zayn parpadeó, los hombros hundiéndosele mientras consideraba las posibilidades. Ésas de las que él iba a huir, las que me aterraba que me encontraran en casa. Yo sola. Sin mi marido a mi lado. Sin su padre.
               Por favor, no seas el caso que cambiará el curso de la política de esta generación, le rogué a mi hija. No quería tener que defenderla en el Tribunal Supremo, no quería que su cara monopolizara las pancartas de la próxima manifestación feminista. Mi hija no. Cualquiera menos mi hija.
               Ya me dolía que los proyectos de ley tuvieran nombre, que mis casos tuvieran rostros femeninos, que en los debates en televisión me respaldaran imágenes de mujeres a las que, con suerte, yo no conocía, y de cuya causa hacía mi bandera. No sobreviviría a que el rostro fuera el de mi hija. No sobreviviría a que el nombre que Scott había elegido para ella fuera parte de un eslogan.
                Ser madre de niñas es algo mágico, porque es mágico ser mujer. Hasta que cae la noche y cada sombra es un monstruo, cada sombra una persecución; cada esquina que giras, una moneda que lanzas al aire para saber si sobrevivirás o no.
               Había escuchado demasiadas veces las grabaciones en los autos de procesos judiciales como para ser capaz de convertirlas en propias.
               -¿Hablamos con los familiares de la señorita Sabrae Malik? Necesitamos que vengan a la comisaría…
               -No te van a llamar-sentenció Zayn, poniéndose la cazadora y cogiendo las llaves del coche-. No, si la encuentro yo antes.
               -Zayn-le supliqué. Quería que se fuera y la encontrara, y a la vez quería que se quedara conmigo, por si acaso me llamaban. Por si acaso mi peor pesadilla se cumplía. Ya me sería difícil sobrevivir a ella con el padre de mis hijos, pero sin él…
               No quería imaginármelo solo, entrando en todos los locales de Londres, buscando entre las caras y que ninguna fuera la de nuestra pequeña. No quería que se frustrara más y más, que se culpabilizara de no encontrarla, de no ser lo bastante listo como para adivinar dónde estaba.
               O que la encontrara y descubriera que habíamos llegado tarde. No quería que cargara con ese peso solo, que se culpabilizara durante toda la vida de algo que no era culpa nuestra. De lo único que éramos culpables era de haber bendecido aquella relación.
                De no ver que Alec podía ser tanto una bendición para Sabrae como su perdición. Ella nunca habría hecho esto antes, nunca habría salido así, nunca se habría despreocupado tanto, nunca habría ignorado deliberadamente las consecuencias…
               Con lo felices que eran cuando él estaba aquí. ¿Por qué había tenido que irse todo a la mierda? ¿Por qué había tenido que marcharse o, si lo había hecho, por qué no la había protegido y defendido como ella todavía lo hacía con él?
               Zayn subió las escaleras y me dio un beso desesperado mientras me cogía de las manos.
               -Estará bien. Tiene que estarlo.
               -Si crees que está bien, ¿por qué te marchas?
               -Porque tengo que comprobarlo. Sólo comprobarlo. No va a pasar nada.
               -¿Cómo estás tan seguro?
               -Porque todavía conservamos nuestras almas.
               Me dio un último beso y me pidió que estuviera pendiente del móvil, tanto por si él me llamaba como por si ella aparecía y lo tenía que llamar yo.
               -Te amo. Te amo. Te amo. Te amo-me lo dijo cuatro veces, una por cada uno de nuestros hijos. Me sostuvo el rostro entre las manos un instante, y luego, se fue al garaje. Yo lo seguí como un alma en pena, una tonelada de guijarros afilados hundiéndome el vientre, pero sólo me permití echarme a llorar cuando se marchó.
               Cogí el móvil y, con manos temblorosas, escribí de nuevo:
Por favor, Sabrae. Por favor. Sólo queremos saber si estás bien. Esto es una tortura.    
           Me quedé mirando su último mensaje, el corazón que me había mandado, lo despreocupada y feliz que parecía. Casi podía escuchar los cánticos que regarían Londres a la mañana siguiente, cuando se despertaran y convirtieran en realidad mi pesadilla.
               ¡Sabrae no quería ser valiente, quería ser libre! ¡Devolvednos a Sabrae!
               ¡Sabrae no quería ser valiente, quería ser libre! ¡Devolvednos a Sabrae!
               Mi hija no. No podía ser mi próximo caso en el Supremo. No podía reducirse a un expediente en un juzgado. Tenía que cumplir los dieciséis.
               Mi hija no. Mi hija no. Mi hija no.
               Marqué de nuevo su número y me respondió el mismo mensaje. Me gustaría haber sido capaz de pensar que no estaba pendiente del teléfono porque se lo estaba pasando genial con sus amigos, pero esto era tan impropio de ella que…
               Mi hija no. Mi hija no. Mi hija no.
               Está muerta.
 
Lo confieso: me habían entrado dudas sobre si estaba haciendo lo correcto al escuchar a mamá y papá tan nerviosos en el piso de abajo. Pensaban que estaban siendo discretos, pero no. Que nos estaban cuidando también a Duna y a mí. Pero no. Sólo me quedaba esperar que Duna no los escuchara desde su habitación. Pero yo… yo podía escucharlos. Y oír la forma en que sus voces se modulaban con la tristeza y la preocupación. Podía sentir su dolor mientras se preocupaban más y más.
               Había entrado en acción en cuanto supe que Saab se iba a ir de fiesta con Alec. Estaba claro que a mamá y papá no les haría ninguna gracia. Entendía por qué Saab no les había dicho nada que él estaba en Inglaterra. Seguro que le impedían salir. Harían de su estancia en casa mucho más corta. Mucho más desagradable.
               Lo echaba de menos. Que viniera a verme y me preguntara por mis grupos de kpop, las canciones nuevas que habían salido, las nuevas series que estaba viendo. Que escuchara. Que tuviera interés. Que me hiciera sentir como si mis gustos merecieran la pena. Como si fuera alguien especial.
               Tenía que protegerlo. Alec era bueno en sí. Y también lo era para Saab. Mamá y papá sólo estaban asustados. Le echaban la culpa de algo que, bueno, puede que sí tuviera un poco que ver con él. Puede que Saab lo quisiera demasiado. Puede que se hubiera acostumbrado demasiado a él. Puede que pensar en que pudiera abandonarla la hubiera vuelto loca. Puede que él fuera su punto de equilibrio, y cuando no lo tenía, Saab perdía totalmente el norte.
               Les entendía, de verdad que sí. No compartía el odio visceral que sentían por él, pero sí les entendía. Mamá y papá le tenían miedo a Alec. Sabían que él podría arrebatarnos a Saab si quisiera. Todos lo sabíamos, y más después de lo que había pasado en agosto. Pero yo estaba tranquila: sabía que Alec no la haría escoger entre nosotros y él. Ellos no las tenían todas consigo. Y por eso la habían tomado con él.
                Yo creía en él. Creía en su bondad. En que su amor le había hecho más bien que mal a mi hermana. Veía cómo la había cambiado. Ya me gustaba cómo era Saab antes, pero después de Al… era distinta. Era mejor. La prefería a ella con él a ella sin él. También echaba de menos esa versión de ella que nos regalaba cuando le tenía cerca. Llevaba demasiadas semanas apagada, intentando brillar sin conseguirlo.
               Podría decirse que también hubo, entonces, un punto egoísta por el que decidí ayudarlos. Sabía que mamá y papá se preocuparían cuando ella no apareciera. Sabía que les extrañaría. Las cosas entre mamá y Saab estaban lo bastante raras como para que le pasaran esto en un principio. Pero no toda la noche. Y yo estaba convencida de que Sabrae no aparecería por casa antes del amanecer.
               Así que después de cenar, mientras papá y Duna recogían la mesa y mamá se hacía con unas mantas que llevar al salón, yo subí a mi habitación. Encendí el portátil. Copié los comandos que había escrito en el bloc de notas por si acaso los necesitaba, e inicié el navegador.
               Me costó un poco más de lo que me esperaba entrar en la red de satélites, pero no era nada que no se le comparara a otras cosas que hubiera hecho antes. Lo complicado era entrar en el sistema, pero una vez dentro, podías moverte a tu antojo. La única condición era que tenías que hacerlo rápido, antes de que los protocolos de seguridad te detectaran y te bloquearan el acceso. Si lo hacían, tendrías que volver a empezar de cero. Todo tu trabajo, y el que habían hecho otros antes que tú, no serviría de nada.
               Había cuadrado los datos de las coordenadas de la zona de los clubs nocturnos de Londres a los que supuse que irían mis hermanos con las trayectorias de los satélites, y luego los había desviado para que no detectaran el cambio en el sentido del flujo de datos de Internet de aquella zona. Pintar Londres con manchas negras no fue difícil.
               Nada que no se le comparara a escuchar a mis padres tratar de localizar a mis hermanos en una zona a oscuras. Una zona cuya luz había apagado yo.
               Cuando escuché a mamá subir las escaleras a toda velocidad se me encogió el estómago. Sabía que ella confiaba en que tendría la solución a sus problemas, y me costó fingir que no era yo la causa. Odiaba decepcionarlos por lo pacientes que eran conmigo. Sabía que esperaban de mí lo mismo que de mis hermanos, pero había cosas que a S, Saab y Dundun les salía de normal que para mí requería un esfuerzo. Y, cuando me habían dicho que no tenía por qué esforzarme con ellos si no quería, para mí había sido un alivio. Me gustaba que me dieran mi espacio, aunque también me gustaría que, de vez en cuando, reclamaran un poco más mi atención.
               Me hacían sentir especial cuando recurrían a mí. Era como si tuviera algo que me hiciera destacar por encima de mis hermanos, que, a veces, sentía que me superaban en todo. S era la mezcla perfecta de papá y mamá más que yo. Saab era más cariñosa que yo. Dundun era más simpática que yo. ¿Qué me quedaba a mí?
               No debería hacerles daño como lo estaba haciendo. Eran mi familia y me querían tal y como era. Pero Saab… Saab era tan buena conmigo… sabía que yo no era su prioridad en el mundo, pero ella sí era la mía. Me había ayudado mucho cuando S se marchó. Más de lo que se imaginaba y más de lo que a mí me habría gustado admitir. No es que con S o con Dundun lo pasara mal, pero no sentía esa conexión con ellos que sí que notaba con Saab.
               Era difícil encontrar el equilibrio entre cuidar de la salud mental de mis padres y permitir que Saab disfrutara de un respiro que se merecía más que nadie. Se lo había ganado a pulso. Pero mamá y papá no se merecían este sufrimiento.
               Tenía el mapa ante mí. Era tan sencillo como entrar por la puerta trasera que había dejado abierta y revertir los cambios que había hecho. Después de todo, les había dado un margen bastante generoso, ¿no? Saab y Al habían disfrutado mucho ya de su noche. Puede que fuera el momento de traerlos de vuelta a casa.
               Y entonces papá le echó la culpa a Alec de lo que estaba pasando. A mí se me encogió el estómago al escuchar cómo hablaba de él. Sabía que lo tenían cruzado, pero creía que las sesiones de terapia con Fiorella estaban surtiendo efecto y parecían más propicios a reconsiderar su postura.
                Si no fuera por Alec, tu hermana estaría ahora mismo en casa.
               -La que ha impedido que la contactéis soy yo-me habría gustado decirles-. Porque es lo que se merecen. Sabrae lleva dos meses y medio alejada de su novio, al que quiere con locura, y se merece disfrutar de una noche tranquila por una vez. Se merece no tener que preocuparse por nosotros y por lo que intentaréis si os enteráis de que está con él. Se merece que la dejéis disfrutar de ser joven y que volváis a confiar en que no os equivocabais cuando lo dejasteis entrar en casa no como el amigo de Scott, sino como su novio; porque él es bueno, y no sólo lo es con ella, sino también conmigo, con Duna y con Scott. No se merece todo lo que le estáis bombardeando. No tiene la culpa de que Sabrae no soporte perderlo y esté dispuesta a hacer cualquier cosa con tal de impedir que eso suceda; a mí también me da miedo perder a mi hermana, pero mi respuesta no es alejarla de mí demostrándole que lo único que quiero es controlarla y juzgando cada cosa que hace. Si Saab sigue confiando en mí es porque, a pesar de que me asusta saber hasta qué punto puede ponerse en peligro por Alec, no la juzgo por eso, ni creo que se esté equivocando. Quizá por eso a mí sí me ha dicho que se iba a verlo y a vosotros no: porque sabe que yo la animaría a disfrutar de él todo lo que pudiera, sobre todo después de lo que ha pasado, en lugar de tratar  de retenerla conmigo y evitar que pase el tiempo con él, como si él fuera una tormenta y sólo tuviéramos que amarrarla a un puerto seguro y esperar que pase. Él no va a pasar. Y Sabrae se marchará si no la dejáis en paz.
               Debería haberles dicho todo eso. Saab se había interpuesto entre mamá, papá y yo cuando ellos me habían echado broncas injustas. Alec había sido frío y letal cuando alguien se había metido conmigo.  Yo no había tenido ninguna oportunidad de recompensárselo o de agradecérselo.
               Acababa de presentárseme. Y, aunque se me rompiera el corazón, sabía que estaba haciendo lo correcto. Esperaba no arrepentirme a la mañana siguiente y que las pesadillas de mis padres no se hubieran hecho realidad por algún error del destino, pero…
               Borré el comando y cerré la pestaña del control de las telecomunicaciones. Fingí teclear en mi ordenador para que mamá no sospechara de lo que acababa de hacer. Lo último que necesitaba Alec era que mis padres supieran que no sólo había cambiado el comportamiento de Saab: también había cambiado el mío.
               -No te preocupes por tu hermana-me dijo mamá, y yo la miré-. Seguro que está bien.
               -Pues claro que está bien-debería haberle dicho-. Está con Alec, y él sería capaz de desviar un meteorito del tamaño del Everest con tal de salvarla.
               Pero sólo me salió quedarme callada. A mí no se me daban tan bien las palabras como a mis hermanos. Sí que era la mejor con los silencios en mi familia, aunque no era lo que hacía falta en ese momento. No obstante, me fui a lo seguro y sólo asentí.
               Me encogí en la cama cuando mamá me dio un beso y cerraron la puerta de mi habitación.
               -Voy a matar a ese cabrón en cuanto vuelva-escuché decir a papá, y cerré los ojos. Debería haberme levantado. Debería haber salido en tromba de mi habitación y haberle chillado que Alec no era ningún cabrón. Y que ya estaba aquí. Que por eso Sabrae no se pasaba por casa. No porque estuviera tonteando de nuevo con el peligro, sino porque no había lugar en que pudiera estar más segura que con Alec.
               Pero sólo me salió hundirme un poco más en la cama, tapándome hasta la nariz. Estirarme hasta el bulto sobre el que mamá no había notado que se sentaba y tirar para sacarlo de entre las mantas. Hundí la cara en el peluche de Bugs Bunny de bebé, ése al que Saab se había aferrado tanto a lo largo de su vida, y que estaba impregnado con su olor.
               No podía evitar echarla de menos, incluso mientras pensaba que lo mejor que podía hacer esa noche sería no aparecer por casa. Incluso si eso mataba a mis padres del disgusto.
               Espero que esto merezca la pena, Saab, pensé.
               Me eché a llorar cuando escuché a mamá suplicarle a papá que no la dejara sola. No nos merecíamos esto. Saab no se merecía tener que esconderse para poder ser feliz con Alec. Y mamá y papá no se merecían ponerse en lo peor cuando ella no aparecía.
               Yo no me merecía que me hicieran decidir entre el bienestar de mi hermana o de mis padres. No debería estar en mis manos. Sólo tenía trece años. Debería estar esperando ansiosa a que mi hermana mayor regresara de fiesta y me contara qué tal lo había pasado con su novio.               Debería tenerle envidia a la par que anticipación, porque la relación de Saab y Alec era para envidiarla. En cambio, en el frío de la noche y la soledad de mi habitación, en el silencio interrumpido por las súplicas susurradas de mis padres, sólo podía pensar una cosa.
               Ojalá nunca nadie me quisiera como Alec quería a Sabrae. Ojalá yo no quisiera nunca a nadie como Sabrae quería a Alec.
               Nuestra familia no lo resistiría. Y yo sólo les tenía a ellos.
               Espero que estés disfrutando, pensé con tristeza, porque te lo van a hacer pagar caro, Saab.
               Ojalá ya estuvieran de camino a casa y las llamadas perdidas en el teléfono de mi hermana no siguieran aumentando.
               Pero la noche aún era joven.
 
-CATEGORY! BAAAAAAAAAAAAAAAD BITCH, I’M THE BAR! ALIEN SUPERSTAR!!!!!!!!
               Estaba preciosa, brincando como si no hubiera un mañana, como si la noche le perteneciera, como si la música fuera un lenguaje que se había inventado hacía milenios porque necesitaba tiempo para perfeccionarse antes de que ella lo escuchara y lo hiciera totalmente suyo. No paraba de reírse mientras bailaba, cantando a gritos todas las canciones que sonaban por los altavoces, atronando en el pecho de todos los que estábamos allí presentes mientras que a ella le daban alas.
               -I’M TOO CLASSY FOR THIS… ¡¡¡¡¡¡¡¡ALEC!!!!!!!-festejó, feliz, viendo que aparecía entre la gente después de lo que me había parecido una eternidad a su lado. A pesar de todo lo que me había planteado a la puerta del local, de los miedos que me habían asaltado y las preguntas sin respuesta que me aterraba hacerme, me descubrí feliz. Estaba genuinamente feliz de tenerla allí conmigo, de que pudiera reírse a pesar de lo mal que se lo había hecho pasar durante las últimas semanas, de que todo su mundo se volviera a su sitio en el momento en que yo entraba de nuevo en escena. Corrió hacia mí y se colgó de mi cuello, riéndose, poniéndose de puntillas para besarme en los labios con una boca que chispeaba a alcohol y promesas.
               Quiero morirme aquí, pensé mientras su boca se acercaba a la mía y Sabrae cerraba los ojos, dispuesta a darme todo lo que era, a desintegrarse en una nube de purpurina lavanda, dorada, azul y blanca con la que convertir todos mis momentos oscuros en una fiesta. Mis errores no importaban, mis miedos no importaban, mis pecados no importaban. El único error que había cometido, lo único que me daba miedo, mi único pecado, era alejarme de ella, y ahora lo estaba enmendando.
               La sujeté por la cintura y me entregué a su boca como si no hubiera nada más en todo el universo, como si hubiera nacido para aquello, como si aquel fuera el único propósito que yo podía tener. El boxeo sólo había sido un medio para alcanzar un cuerpo con el que poder satisfacerla, con el que hacer que ella me deseara. Mi facilidad con los idiomas sólo me servía para dejarles claro a todas las mujeres del mundo en sus lenguas maternas que ella era la única dueña de mi corazón. Si tenía manos era para acariciarla, si tenía ojos era para verla, si tenía oídos era para escucharla, si tenía lengua era para saborearla, y si tenía boca era para besarla.
               Su lengua jugó con la mía, me convirtió en hombre y me deshizo en mil pedazos, me recordó quién era y qué quería y me hizo olvidar mi pasado y mi nombre. Sabrae se separó de mí y me miró a los ojos, sonriente, un brillo en la mirada que no sólo se debía al alcohol.
               Por esto me había perdonado Scott y por esto iba a perdonarme yo.
               Sabrae se mordió el labio mientras me miraba los míos y me pasaba el pulgar por la boca.
               -¿Te lo estás pasando bien?-pregunté, y ella asintió con la cabeza, la vista perdida en mi cara como si fuera un pergamino que contuviera los secretos de toda la humanidad, sus cimientos y sus sueños.
               -Te echaba de menos.
               -Cuidado, nena. Puede que me crea que no puedes estar sin mí y me olvide de que tengo que coger un avión de vuelta.
               -Es que no puedo estar sin ti-respondió, decidida, y se inclinó un poco más para susurrarme al oído-: pero no me refería sólo a eso, sino a…
               Me pasó las manos por los brazos, hundiendo las uñas en los músculos de mi bíceps. Recordé lo que había sido tenerla alrededor de mí, a mi entera disposición, húmeda y dispuesta en mi casa, y…
               Tomé aire y lo solté despacio, sintiendo la mirada divertida de Scott sobre nosotros. Cuando levanté la vista y me encontré con los ojos de mi amigo, no pude evitar sentir que volvíamos a la casilla de salida, con la diferencia de que ahora todos sabíamos que la partida terminaría con el triunfo del equipo al que animábamos.
               Ya le había dado todo lo que tenía a Saab. Le había dado mi paciencia y mi desesperación, mi abstinencia y mi promiscuidad. Sólo me quedaba una cosa más, lo que nos había unido desde el principio, nuestro génesis personal.
               Me incliné hacia su oído y le mordí el lóbulo de la oreja.
               -Hace poco menos de un año estábamos más o menos en esta misma situación. Me pregunto si lo podemos mejorar.
               Cuando me aparté de ella, Saab me miró con una ceja alzada, una sonrisa traviesa en su deliciosa boca. Joder, jamás había tenido ninguna posibilidad. Invitarla a que me volviera loco era lo peor y lo mejor que podía hacer.
               Dejaría que hiciera conmigo todo lo que le diera la gana durante el resto de mi vida, pero especialmente esta noche.
               Sabrae pareció entender que ahora, más que nunca, me tenía en sus manos. Y, como la gatita que era, decidió que le apetecía jugar con su comida antes que saciar su sed. Así que se separó de mí y, mirándome a los ojos, volvió a fundirse con la música, haciéndome sospechar que mis antepasados, los que habían ido a luchar las guerras de Troya y habían fundado Ciudades-Estado que habían resultado las precursoras del resto de culturas, no estaban tan desencaminados cuando hablaban de musas en su mitología. Delante de mí tenía a una de ellas, sino a una diosa que se había cansado de estar en su pedestal y se había bajado de éste para pasearse entre los mortales y disfrutar de los placeres de la carne. Todavía me asombraba que, de entre todos los hombres del mundo, me hubiera elegido a mí.
               -We don’t like plain, always dream of paper planes; mile-high when I rodeo-Sabrae me guiñó el ojo, echó la cabeza hacia delante para luego lanzar su pelo hacia atrás-, then I come down and take off again. You see pleasure in my glare, look over my shoulder and you ain’t sare, the effects you have on me when you stare, head on a pillow, hike it in the air!
               Sabrae sacudió las caderas al ritmo de la percusión de ALIEN SUPERSTAR y continuó bailando para mí, seduciéndome, como si creyera que tenía que convencerme de algo. La seguí como pude, ya que no me sabía del todo la letra de la canción, pero cuando llegó el final, sabía lo que tenía que hacer. Levanté la mano con la palma vuelta al aire y, mientras Sabrae miraba al techo, yo me la quedé mirando a ella.
               -WE JUST REACHING OUT TO THE SOLAR SYSTEM, WE FLYING OVER BULLSHIT, WE FLYING OVER, SUPERNATURAL LOVE UP IN THE AIR…-bajamos las manos y nos miramos, y Sabrae continuó sola-. I JUST TALK MY SHIT, CASANOVA, SUPERSTAR, SUPERNOVA, POWER PULL ‘EM CLOSER…
               -IF THAT’S YOUR MAN, THEN WHY HE OVER HEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEREEEEEEEEEEEEEEEEE?-cantamos junto a todo el local, pegándonos el uno al otro, sujetándonos por la cintura mientras nos aguantábamos las ganas de reír.
               Creía que nunca había sido tan feliz en toda mi vida y que no podría serlo más mientras cantaba y bailaba con ella…
               … y entonces empezó a sonar Cuff it. Sabrae se puso a chillar como loca, balanceando las caderas, agitando los brazos en el aire, cantando sobre que le apetecía enamorarse, lo que le apetecía enamorarse, preguntándome si se podía sentar encima de mí.
               -¡¡Por favor, sí!!-le pedí, y ella se rió, cogiéndome de la mano y saltando en sus tacones mientras se dejaba llevar por una letra que claramente Beyoncé había escrito para que nosotros la cantáramos en aquel momento.
               -BET YOU, YOU’LL SEE FAR. BET YOU, YOU’LL SEE STARS. BET YOU, YOU’LL ELEVATE. BET YOU, YOU’LL MEET GOD. CAUSE I FEEL LIKE FALLING IN LOVE. I’M IN THE MOOD TO FUCK SOMETHING UP. WE GON FUCK UP THE NIGHT!!!!!!!!! WHAT’S IN THESE FOUR WALLS? YOU SEXY, MY LOVE. DON’T MISS THIS ROLL-CALL, IS YOU HERE OR WHAT?
               Por el rabillo del ojo vi que Scott y Eleanor se escabullían en dirección a la salida, y aunque me alegraba mucho de que por fin él entendiera cuál era su sitio y que no tenía ninguna posibilidad conmigo… me alegraba todavía más lo bien que se lo estaba pasando Sabrae.
               Ella más que nadie se merecía ser feliz, se merecía esta fiesta, se merecía olvidarse de todo lo que la había preocupado durante las últimas semanas y volver a ser la chica que me había hecho detenerme en seco y darme cuenta de que no había estado follándome a chicas aleatorias durante 17 años sin razón de ser. La había estado buscando a ella.
               -Hypersonic, sexy erotic, on my body, boy, you got it, hit them draulics, while I ride it-Sabrae se dio la vuelta y se frotó contra mí-, got me acting hella thotty, so excited, so exotic… I’M A SEASONED PROFESSIONAL. SQUEEZE IT, DON’T LET IT GO. TEASE IT, NO SELF CONTROOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL. I GOT TIIIIIIIIIIME TODAAAAAAY!!! CAN’T WAT TO COME OUT AND PLAY!!!!!!!!!!
               Se pegó a mí aún más, de modo que no podía moverse sin que yo sintiera cada uno de sus músculos en mi piel, acariciándome y dándole sentido a cada uno de mis rincones. Sabrae sonrió, mordiéndose el labio, apartándose la melena de la espalda de modo que pudiera ver toda la piel que tenía al descubierto allí.
               Y se rió todavía más cuando me incliné hacia su oído, mis manos en sus caderas, de modo que pudiera notar mi erección, y le pregunté:
               -¿Sigues libre esta noche?
               -Podría hacerte un huequito-respondió.
               -¿Para hacer qué?-tonteé, acariciándole el costado, y ella se rió y me miró a los ojos. Supe que aquel momento iba a ser mi perdición nada más ver su expresión.
               -Todo lo que tú quieras, Whitelaw.
 
 
Era el quinto local al que entraba y no había rastro ni de Scott ni de Sabrae, pero yo ya empezaba a desesperarme. Sabía que no iba a ser una tarea fácil cuando me marché de casa y dejé a Sher allí sola, a la espera de noticias, pero no me esperaba que mis esperanzas se vieran mermadas tan rápidamente.
               Siempre había sido afortunado en todo lo que había hecho, aunque el precio a pagar por mi suerte en ocasiones había sido bastante alto. Trabajando duro había conseguido llegar más lejos de lo que jamás me había atrevido a soñar, pero el talento que tantas veces me había salvado el culo ahora me había malacostumbrado a contar con un ángel de la guarda que claramente me había abandonado.
               Ni siquiera me permití a mí mismo tener el consuelo de que Scott estaría con Sabrae, porque la última vez que había estado en auténtico peligro había salido con su hermano y luego él le había perdido la pista. No debería contar con Scott. Sher no debería haber puesto la responsabilidad de encontrarla en Shasha y yo no debería haber llamado a Dylan. Era cosa nuestra. Era nuestra hija. Tenía que encontrarla yo. Yo tenía que cargar con las consecuencias de mis errores, no ella.
               Notaba la ansiedad burbujeándome en el interior, un volcán en erupción que los adoquines de la ciudad no hacían sino enfadar más y más. Cada frenazo del coche enfrente de alguna puerta, cada discusión con los seguratas antes de que alguien en la cola kilométrica de cada discoteca me reconociera, dijera mi nombre y me abriera unas puertas que no deberían haber estado nunca cerradas para mí era simplemente agotador.
               Pero prefería eso mil veces a estar subiéndome por las paredes en casa. Sabía de sobra que era un cobarde y que Sher no me merecía por lo que le había hecho esa noche, pero me conocía lo suficiente como para saber que no haría más que imaginarme a mi pequeña en una pesadilla de la que no sería capaz de despertar. Shasha no había entrado en detalles sobre su plan cuando mi esposa se lo sonsacó, pero no nos había hecho falta: por mucho que nuestros hijos se protegieran entre ellos, al final siempre tenían que responder ante nosotros, y cuando Scott se vio contra las cuerdas y comprendió que no lo íbamos a dejar estar, nos había dado todos los detalles que como padres necesitábamos para analizar la situación, los mismos que nuestra imaginación usaba ahora para torturarnos.
               El mejor de los escenarios era de Sabrae, drogada, en medio de un grupo de tíos que se la pasaban como yo me había pasado los porros en mi juventud con Louis y los miembros de la banda de instrumentos que nos acompañaba de tour. En ese escenario que resultaba idílico comparado con los demás, Sabrae no se enteraba de lo que pasaba y no lo recordaba al día siguiente.
               En el intermedio, ella era algo consciente y trataba de luchar, aunque lo que había tomado la hacía perder el control de su cuerpo y no sabía qué sucedía.
               En el peor… mi vida se acababa en un callejón, en el que me la encontraría abandonada, con unos ojos que ya no resplandecían, que reflejaban las estrellas sin identificar los cuerpos celestes que su hermano tantas veces le había mostrado en el cielo. Su delicado cuerpo estaría frío al tacto, y yo… yo ni siquiera sería importante entonces. Me moriría. Me desintegraría. Dejaría de existir. No podría ni siquiera salvar a Scott, porque mi vida se acabaría en el mismo momento en que confirmara lo que más miedo me daba.
               Había viso a mi hija por última vez esa tarde.
               Ya sólo podría escucharla reír si me ponía el disco de la canción que llevaba su nombre. Y, aunque adoraba su risa de bebé… no era tan perfecta comparada con su risa de ahora, o la risa de dentro de un año, de dos; cuando tuviera veinte, treinta; cuando me convirtiera en abuelo, cuando ella misma lo fuera.
               Estaba en mi mano impedir que su risa se congelara en el formato audiovisual y nunca más tintineara en el viento. Sólo tenía que correr más rápido. Visitar más locales. Preguntar más insistentemente por ella.
               Pero estaba en esas pesadillas en las que, por mucho que corras, no te mueves. Apenas avanzas y el monstruo se te acerca a gran velocidad.
               Por mucho que gritaras por el peligro que había delante, tu ser querido se acercaba más y más al borde del precipicio. Los cantos de las sirenas eran demasiado tentadores, y estaba a punto de saltar.
               La tenía frente a mí, el pelo hondeándole al viento, una sonrisa tranquilizadora en la boca mientras me miraba correr hacia ella no lo bastante rápido como para alcanzarla antes que la nube negra que tenía detrás.
               -¿Has visto a Scott Malik con su hermana Sabrae por aquí?-pregunté por sexta vez, mostrándole al de seguridad una foto de mis hijos juntos. Lo bueno de que Scott se estuviera haciendo un nombre era que la gente se fijaba más en él, así que Sabrae estaría más segura.
               -Lo siento, no han pasado por aquí, Zayn-me respondió por sexta vez, aunque por sexta vez no me había presentado.
               Me bajé del bordillo y me metí en el coche. Arranqué de un acelerón y me dirigí a la siguiente calle.
               De la nube negra surgió una figura masculina que le sacaba una cabeza a Sabrae, era musculosa y tenía el pelo castaño. Sabrae se giró y lo miró. Le dedicó una sonrisa tierna, de reconocimiento, y diciendo su nombre, estiró la mano y dio un paso al frente.
               Al vacío.
               -¡NO!-grité en mi interior mientras me detenía en el siguiente local. Tenía que encontrarla. Tenía que encontrarla antes de que Alec terminara de arrebatárnosla. Le había enseñado un mundo al que  ella no podía resistirse a entrar, un mundo que le estaba completamente vedado cuando no estaba él pero al que ella necesitaba como al aire que respiraba.
               ¿No podías tratar de estar a la altura de las circunstancias? ¿Por qué es ella la que debe hundirse en vez de que tú intentes flotar?, me habría gustado gritarle. Sabía de sobra lo que era convivir con la ansiedad, sabía que era una batalla agotadora que se libraba todos los días y que no siempre ganabas, pero habías de mantener el tipo para no preocupar a toda tu familia.
               Él ni siquiera lo estaba intentando. Seguía con sus cartas como si no hubiera pasado nada. Le daba esperanzas de que las cosas volverían a ser como antes, cuando…
               … puede que nunca volvieran a ser como antes.
               Olvídate de él. Céntrate en ella, Zayn.
               Pero era más fácil odiar a Alec que sentir terror por lo que podía estar pasándole a Sabrae.
               Así que eso hice mientras llamaba a la puerta de los locales más variopintos, recorriéndome la noche de Londres como un policía desesperado por atrapar al ladrón antes de que asalte las joyas de la corona. Sabrae era lo más valioso que yo tenía. No podían quitármelo.
               Antes tenía que ir yo; era lo justo. Yo era el padre, ella era la hija. Ella tenía que enterrarme, no al revés.
               Vuelve conmigo, mi niña, pensé mientras me llevaba la mano al bolsillo y sacaba el móvil del interior, rezando para tener un mensaje de Sher diciendo que ya estaba en casa, que todo se había quedado en un susto.
               No había nada, y yo ni siquiera me atreví a amenazar a Dios con dejar de creer en él si le hacía daño a mi niña. Necesitaba toda la ayuda que pudiera reunir, y si Él podía protegerla, aceptaría gustoso este castigo que me estaba imponiendo con tal de que me dejara abrazarla un vez más.
               -¿Has visto a Scott Malik y a su hermana Sabrae por aquí?
               -No, lo siento, Zayn.
               No. Qué palabra más asquerosa. Ojalá desapareciera del diccionario.
              
 
Estaba convencida de que Alec pensaba que me había emborrachado a lo largo de la noche, sorbiendo de copas que tenían tan buena pinta como sabor, pero la realidad es que no había bebido ni una gota desde que se marchó con Scott. Quería acordarme de todo lo que estaba pasando.
               Cantando mientras le esperaba, bailando esa noche, estaba borracha, sí, pero de felicidad. Borracha de ser Sabrae, solamente Sabrae, y nada de Malik. Porque allí, en aquella fiesta, en la noche como en la que habíamos estado antes de que el mundo se fuera a la mierda, no existían mis padres. Sólo existía Alec, y la tensión sexual entre nosotros, y la anticipación de lo que sería una increíble sesión de sexo en los baños de una discoteca en la que no paraban de sonar temazos.
               Volvería a marcharse a Etiopía porque allí era feliz, así que no podía pedirle que se quedara por mucho que me muriera de ganas. Así que lo mejor que podía hacer, lo único, era disfrutarlo.
               Y eso tenía pensado.
               Entré en el primer cubículo que vi a mano, sin preocuparme siquiera de mirar si era el más limpio o de que allí seguramente nos oyeran más, y tiré de él para meterlo conmigo. Alec jadeó contra mi boca cuando pegué mis labios a los suyos, y me cogió de la cara, reteniéndome contra él mientras su lengua exploraba mi boca con un ansia que no se parecía a nada que hubiera experimentado antes.
               Besaba como un hombre famélico. Como si le hubiera estado poniendo la miel en los labios a lo largo de la noche y ahora, por fin, le hubiera dado a probar de lo que él más deseaba y acabara de descubrir que era incluso mejor de lo que se esperaba.
               Alec me pegó contra la pared mientras me comía la boca, sus labios sobre los míos, sus dientes mordiéndome, su lengua saboreándome, y yo me estremecí de pies a cabeza. Entendía perfectamente de qué hablaba Beyoncé en sus canciones sobre sexo, de qué hablaba Taylor Swift en sus canciones de amor. Las dos tenían en común el hombre que las había inspirado, el que ocupaba las dos caras de la moneda.
               Alec. Me regodeé en su nombre mientras él me recorría con unas manos que no parecían suficientes a pesar de parecer mil, que no eran lo bastante grandes aun estando por todas partes.
               -Tranquilo. No me voy a ir a ningún sitio-dije, burlona, como si no me encantara lo ansioso que estaba por devorarme. Él gruñó por lo bajo, empujándome contra la pared y aprisionándome contra su cuerpo. Gemí cuando noté el bulto de su erección sobre mi vientre, la promesa firme que aquello representaba.
               -Nunca había estado tanto tiempo sin besar a una chica en una discoteca. Se me había olvidado lo cojonudo que es.
               Sus palabras reverberaron en mi interior; no me había dado cuenta de cuánto hacía desde la última vez que Alec y yo nos habíamos besado en un local como aquel, en un ambiente como aquel, que nos invitaba a desmelenarnos. También se había pasado mucho tiempo sin sexo, pero esto era todavía más chocante, porque durante su estancia en el hospital por lo menos sí habíamos podido besarnos. Al menos habíamos tenido ese consuelo.
                Pero ahora…
               … ahora nos enfrentábamos a dos meses y medio de tenernos ganas, de echarnos de menos en el punto del que habíamos salido.
               Alec hundió la nariz en mi cuello e inhaló profundamente.
               -Joder. Ya hueles a sexo y ni siquiera he empezado a follarte. Me vuelves loco, bombón.
               Lo empujé para que se sentara sobre la taza del váter y me senté a horcajadas encima de él. Hundí los dedos en su pelo mientras seguíamos con nuestros besos, y cuando él me metió las manos por debajo de la falda, exhalé un gemido.
               -No seas cuidadoso conmigo-le pedí. No era eso lo que deseaba. Puede que hubiéramos empezado con cuidado en un sitio como aquel, porque yo no estaba acostumbrada a su tamaño y todavía no sabía lo muchísimo que podía disfrutar del sexo, pero ahora que su cuerpo era más familiar incluso que el mío y me había enseñado cuánto me gustaba hundir su cuerpo en el mío… cada segundo que pasaba sin tenerlo en mi interior era una auténtica tortura.
               Había nacido para esto. Para que me poseyera. Para que me hiciera mujer siendo el hombre más poderoso, arrebatador y sensual de la Tierra. Era un auténtico dios, bajado de los cielos para sacar la diosa que yo llevaba dentro.
               Alec se separó de mí para mirarme desde abajo, los ojos llameando lujuria.
               -Voy a follarte tan duro que seguirás sintiéndome dentro de ti hasta la semana que viene.
               Se sacó un preservativo del bolsillo del pantalón y me miró a los ojos mientras se lo llevaba a la boca, poniendo el envoltorio entre los dientes y rasgándolo sin romper el contacto visual conmigo.
               -Si mal no recuerdo-dijo, escupiendo el pedazo que acababa de rasgar-, tú y yo tenemos un par de orgasmos pendientes.
               Me pasó la mano por entre los pechos, que me acarició sobre la tela del pañuelo que llevaba puesto, y luego ascendió hasta mi cuello. Cuando cerró los dedos en torno a él y mi pulso reverberó en sus dedos, me estremecí de pies a cabeza, y mi clítoris chisporroteó. Alec gruñó por lo bajo al notar cómo mi sexo empezaba a protestar por la falta de atenciones.
               -Si querías que me volviera loco, decir mi apellido era el camino más fácil. Veamos ahora si consigo que hagas que todos los tíos de esta ciudad se aprendan mi nombre, y todas las chicas de esta ciudad aprendan cómo suena una diosa corriéndose sobre su hombre.
                Me soltó el cuello y se llevó esa misma mano a la entrepierna, sosteniéndose la polla enhiesta mientras con la otra se ponía el condón. Hizo la presión necesaria para que el contacto fuera placentero, y cuando levantó la mirada y me descubrió con la vista puesta en su entrepierna, se rió.
               -Sé que la deseas, nena, pero esta vez no te la vas a llevar a la boca. Pienso mojarme en tus fluidos, no en tu saliva.
               Me masajeó el clítoris por encima de mi ropa interior, y cuando me la retiró, paseó la punta de su polla por mi entrada, presionándome el clítoris con ella. Me estremecí de placer y empecé a moverme sobre él, en busca de fricción, desesperada por más contacto.
               Me quitó el tanga y se lo llevó a la nariz, empapándose del aroma de mi excitación. Me estremecí de nuevo y me incliné sobre él, abriéndole la camisa y arañándole el pecho.
               Me miró y sonrió.
               -Yo no te he dicho que no seas cuidadosa conmigo.
               -Nunca quieres que lo sea-respondí, ronroneando-, y menos en los baños de una discoteca.
               Alec rió entre dientes, uno de los sonidos más eróticos que había escuchado en mi vida.
               No el más erótico. El más erótico vino a continuación.
               -Buena chica.
               Me separó los muslos con las dos manos, me masajeó la entrada con los pulgares y levantó la mandíbula.
               -Mírame a los ojos, Sabrae.
               Me mordí el labio y le pasé el dedo índice por su labio inferior.
               -Creía que, cuando follábamos, querías tener toda mi piel a tu disposición.
               -¿Y no la tengo?
               Agité mis pechos frente a él y Alec gruñó, su vista bajando hacia ellos. Dejó de presionar mis labios con los dedos y subió las manos de entre mis piernas a mi espalda. Empezó a pelearse con el nudo mientras yo me balanceaba sobre él, todavía sin penetrarme pero lo bastante cerca de mi sexo hinchado, él también grande y duro, como para que pudiera disfrutar de la presión.
               Gruñó en mi costado y yo me volví.
               -¿Qué pasa?
               -Mi hermana.
               -¿Qué?
               -El puto nudo que ha hecho, que no sé cómo cojones lo ha atado esta chavala.
               -¿¡Es en serio!? Joder, Alec, ¡te está al pelo! Mira que retar a Mimi pa que no podía hacer nada que no…
               Harto de pelearse con la prenda, Alec tiró de ella con fuerza, a lo que le acompañó el sonido de un rasgón, y mis pechos dejaron de estar retenidos por el pañuelo, si bien todavía los cubría de forma más o menos decente.
               -Al… Mimi nos dijo que era su pañuelo preferido.
               -Ya se lo compensaré-respondió, llevando su boca a mis pechos. Enseguida consiguió que me olvidara de lo que acabábamos de hacer y de lo muchísimo que iba a enfadarse Mimi  con nosotros, trabajándose mi perdón y mi olvido con su lengua, sus dientes y sus labios.
               Y entonces, me penetró, y a mí se me olvidó todo lo demás. Sólo importaban tres cosas: él, la presión que ejercía entre mis piernas, y los sonidos deliciosos que empezó a hacer mientras me follaba.
               Ojalá esta noche durara para siempre.
              
El número al que usted llama está apagado o fuera de cobertura. Por favor, inténtelo de nuevo dentro de unos minutos.
               -Llevo intentándolo toda la noche-protesté, arrojando el móvil sobre el sofá y conteniendo las ganas de gritar de frustración. No podía despertar a las niñas. Se merecían disfrutar del descanso que no estaba teniendo yo.
               ¿Dónde estás, Sabrae?, le pregunté al universo, pero nadie respondió. No seas un caso que tenga que defender en el Supremo. Vuelve a casa, por favor.
               Mi hija, no. Mi hija, no. Mi hija, no.
    ella esta....
 
 
Estaba tan apretada. No paraba de moverse sobre mí, de gemir mi nombre, de jadear lo muchísimo que le gustaba cómo me la estaba follando. Me había acostumbrado a montármelo con ella en sitios cómodos tantas veces que ya casi se me había olvidado el morbo que tiene hacerlo en un lugar incomodísimo, como el baño de una discoteca.
               Por encima de sus gemidos, escuché el sonido de chicos que entraban en el baño, se detenían a escuchar, se reían y salían.
               Me habría encantado que vieran quién era yo, quién era el afortunado que se estaba follando a la única diosa que todavía caminaba entre nosotros, pobres mortales.
               Sus tetas se balanceaban delante de mí, una visión gloriosa mientras Sabrae jadeaba, su coño empapado y ansioso de todo lo que yo pudiera darle, mi polla durísima y ansiosa de entregarle todo lo que tenía.
               -Di que eres mía-ordené, agarrándola por el cuello.
               -Soy tuya-respondió, separando más las piernas para dejarme llegar más lejos.
               -Más fuerte.
               -¡Soy tuya, Alec!
               -Que no se te olvide-ordené, masajeándole el clítoris con el pulgar mientras la penetraba. Sabrae gimió por lo bajo.
               -Dios mío, sí… por favor… Dios…
               ¿Dios? Aquí no había ningún Dios. Había una diosa: Afrodita, diosa del amor y de la belleza. Se habían equivocado representándola. Estaba hecha de cacao, no de nieve. Sus cabellos eran de azabache, no de oro.
               Le pasé la lengua por entre las tetas, adorando su sabor a sudor, a sexo, a ese futuro que tardaba muchísimo en llegar, al pasado gracias al cual sobreviviría en Etiopía.
               -Estás buenísima, bombón.
               Sabrae gimió otra vez.
               Scott tenía razón: Tommy no tenía ninguna posibilidad contra mí si Sabrae estaba en la competición.
 
 
Mamá y papá necesitaban poder comunicarse, me di cuenta de repente. Cogí el ordenador. Levanté la pantalla. Entré por la puerta trasera que había dejado entreabierta en el circuito y reactivé todas las comunicaciones. Enseguida vi que el teléfono de Saab se conectaba a la línea, y, antes de que pudieran entrar todas las llamadas, aislé el local en el que se encontraba para que no pudieran localizarla.
               Parecía que hicieran horas desde que papá se marchó. Pude ver que Scott iba camino de casa de Tommy con Eleanor. Sin embargo, no estaba preocupada.
               Sabía que Alec no dejaría sola a Saab.
               Eso iba a destrozar a mis padres, pero…
               Ahora mismo estaban en el descuento. Pronto se acabaría esa fantasía en la que vivían. Lo menos que podía hacer era alargarla todo lo posible.
               Tratar de ignorar los gemidos angustiados de mamá cada vez que marcaba el número de Saab.
               Convencerme de que todo merecería la pena. Se arreglaría. Estaban equivocados. Recapacitarían.
               Me di la vuelta en la cama y me abracé al peluche de Bugs Bunny.
               No pegaría ojo en toda la noche. Ni siquiera cuando se terminaran los gritos y Sabrae y Alec cerraran la puerta de la habitación de ella.
              
 
Me aferraría a esto por siempre. Cuando mamá y papá me echaran la bronca del milenio, cuando tuviera que plantarme frente a ellos y decirles que o aceptaban a Alec o me rechazaban también a mí, cuando tuviera dudas y me preguntara si no me había equivocado… recordaría la sensación de tener a Alec entre mis piernas, su lengua en mis tetas, sus dientes en mi piel, su voz en mis oídos.
               Esto no podía estar mal. Si estuviera mal, no se sentiría tan bien.
               Alec hundió los dedos en mis nalgas y gruñó:
               -Mi puta esposa.
               Noté que se corría dentro de mí, regalándome un rugido como sólo un dios puede exhalarlos mientras alcanzaba el clímax. Me relamí los labios, saboreando su voz en mi boca, sus manos en mis caderas, su respiración rebotando en mis tetas húmedas de saliva.
               Eso era yo: su puta esposa, le pesara a quien le pesara.
               Y lo sería hasta el final.
 
-¿Has visto a Scott Malik y a su hermana Sabrae por aquí?
               -No, Zayn.
               Sher pensaba que no sería capaz de recorrer todos los locales de Londres, pero nos subestimaba a mí y a mi desesperación. Si seguía a este ritmo, terminaría antes del amanecer.
               Y, aunque me aterrara la idea de cambiar de ambiente, no podía dejar de buscarla.
               Si se me acababan las discotecas, empezaría por los hospitales.
               Y luego por las comisarías.
               ¿Y si está en un callejón?, me preguntó con maldad mi ansiedad, pero yo me cerré en banda y seguí con mi carrera. No podía planteármelo, o no volvería a casa.
               Una casa en la que ya no fuera a entrar Sabrae ya no sería mi casa.
               En el mejor de los escenarios, ella no se acuerda de nada, empecé a recitar para mí mismo. En el intermedio, es algo consciente, pero no del todo. En el peor… ni siquiera puedes plantearte el peor.
               Aguantándome las lágrimas mezcladas con la bilis, tuve que continuar mi camino. No sabía en qué momento había pasado de plantearme que no estuviera pasando nada, que ella estuviera en casa de los Whitelaw y Dylan no la hubiera escuchado llegar, a que estuvieran abusando de ella.
               No sabía en qué momento que mi hija estuviera bien había dejado de ser una opción, pero no podía dejar que el miedo me paralizara. Puede que llegara a tiempo. Puede que no todo estuviera perdido. Puede que los escenarios no fueran más que una progresión.
               Tenía que encontrarla antes de que supiera lo que estaba pasando, y protegerla siempre diciéndole que estaba bien.
               Ojalá esta puta noche se acabara de una jodida vez.


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2 comentarios:

  1. He de decir que me ha encantado esta modalidad de capítulo. Creo que la ansiedad que para mi buscabas reflejar en cierto modo se ha conseguido con el cambio constante de narradores. Si bien es cierto que por fin te puedes poner en el papel de zayn y sherezade de lleno, la guinda del pastel la tiene sasha. Me parece un absoluta maravilla como ha conseguido colarse como una de las protagonistas clave que aunque sigue siendo secundaria, es una maravilla como ha evolucionado y todo lo que hace.
    Vuelvo una vez mas a recalcar que entiendo un poco mas a zayn y sherezade y que entiendo que la intención de este cap es retomar ese punto final de la sesión. Entiendo perfectamente el punto de inflexión que es entender la perspectiva de unos padres que después de un susto piensan en lo peor al encontrarse en una situación similar. A pesar de ello sigo esperando una mayor reflexión por su parte. Pueda que me siga manteniendo demasiado poco objetiva en esto pero aunque la culpa pueda está justificada sigo sin verle justificacion al odio y al machaque. Creo que sigue habiendo una parte de trabajo mas alla de lo que paso esa noche y que claramente tienen las de perder sabrae y alec, pero aun así creo que también hay un peso importante de celos. Creo que el asumir por parte de sher y zayn que la culpa de que sabrae se volviese loca es de alec esta justificada, pero hay algo mas ahi en el recochineo de creer que “ha cambiado” por su culpa. Creo que deben hacerse responsables de que aunque ellos tiene razones para haber perdido la confianza en sabrae, ellos también le han dado razones a ella para perder la confianza en ellos.

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  2. Menudo capppp, en cuanto leí el “un par de días antes” dije madre mía la que se nos vieneee
    Me ha gustado muchísimo cómo has planteado este cap, creo que has logrado mostrar perfectamente la diferencia de las noches de cada uno y ha hecho que empatice más con zayn y sher ((auuunque sigo manteniendo que no entiendo el odio visceral que han desarrollado hacia Alec, es que no consigo que me entré en la cabeza lo siento)).
    He de decir que las partes de Shasha han sido sin duda lo mejor del capítulo. Lo en medio que se siente, lo insegura que está… pff me ha partido completamente el corazón. Y cuándo “Ojalá nunca nadie me quisiera como Alec quería a Sabrae. Ojalá yo no quisiera nunca a nadie como Sabrae quería a Alec. Nuestra familia no lo resistiría. Y yo sólo les tenía a ellos.” PFFF MI NIÑA LA MEJOR NO MERECE ESTE SUFRIMIENTOOOO
    El principio de Alec y Scott también me ha gustado mucho, siempre adoraré la dinámica de su relación.
    Cap de mucha tensión, pero muy interesante. Con ganitas del siguiente <3

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