sábado, 23 de diciembre de 2023

La importancia de ser una Whitelaw.


¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, quería avisarte de que, dado que el domingo que viene es Nochevieja, no subiré capítulo, por lo que el de hoy es el último capítulo del año. Es por eso que quería darte las gracias por tu apoyo a lo largo de todo este año 2023, definitivamente el año de Sabrae y uno de los mejores de mi vida, que ya llega a su fin.
Aunque no habrá capítulo el domingo (ni tampoco el sábado, ya que hay mucho que preparar esta semana, ya sabes), mi intención es subir la primera semana de enero; no sabría decir si el día 2 o el día 3, por lo que tendrás que estar atenta a la cuenta de Twitter del blog para cualquier novedad. Tampoco descarto, como suele suceder, que al no fijar una fecha determinada, al final me tome la semana de vacaciones, jeje.
Darte las gracias de nuevo por tu apoyo a lo largo de todo este tiempo, ¡espero que nos sigamos viendo en 2024! ¡Te deseo una muy feliz Navidad y un próspero año nuevo!
Y ahora, sin más dilación… ¡disfruta mucho del cap!
 
¡Toca para ir a la lista de caps!

 
Di gracias a Dios, que puede que no me hubiera abandonado del todo, por haber dejado abierta la puerta de la habitación de forma que no hubiera nada que me separara de él que fuera más denso que el aire. Me temblaban un poco las piernas después de la sesión de sexo que acabábamos de tener, en la que nos habíamos desquitado de toda la tensión que habíamos ido acumulando a lo largo de las últimas dos horas, pero, a pesar de que lo único que me apetecía era acurrucarme en la cama de Alec y dejar que él me diera mimos hasta que se me curaran todos los males, sabía que lo prudente era ir al baño. Me había puesto las bragas que había llevado puestas a la sesión con mis padres, pero no había podido resistirme a coger el jersey de color crema que, creía, todavía conservaba su calor corporal.
               -No tardes-me pidió él, como hacía siempre, mientras me sacaba la melena del cuello de la prenda y le tiraba un beso. Dios, me encantaba que empezara a echarme de menos incluso cuando todavía estaba con él. Siempre me pedía que estuviera lejos de él el menor tiempo posible, aunque nunca a costa de mi salud.
               Esta vez no había tardado, lo prometo. Y, aun así, no había sido lo bastante rápida como para impedir que pasara lo que pasó… aunque debo admitir que me encantó la estampa con la que me encontré cuando atravesé la puerta de la habitación.
               Alec se había tumbado boca arriba después de que yo saliera de la habitación, presto a esperarme… pero la cama era tan cómoda, estaba tan calentita después de lo que habíamos hecho, que se había quedado dormido en los pocos minutos que yo había pasado en el baño.
               -Mi amor-ronroneé en voz baja, enternecida, escuchando la música de su respiración acompasada mientras su pecho subía y bajaba. Tenía una mano sobre el vientre, la otra detrás de la cabeza, y el rostro girado hacia el lado de su mano. Su pelo revuelto era el de un querubín, y la expresión de paz que le atravesaba el semblante era suficiente para acabar con cualquier guerra. Tenía las piernas separadas, y los colgantes que las chicas más importantes de su vida le habíamos regalado reposaban sobre su pecho, adornando sus cicatrices.
               Si esto era lo que me encontraría cada mañana cuando tuviera que empezar mi día a día en mi vida en pareja con él, no podía esperar a tener que pelearme conmigo misma para ser sensata y marcharme a trabajar en lugar de eludir mis responsabilidades quedándome en casa e idolatrando a este hombre.
               Mi hombre, pensé con emoción, y un escalofrío me recorrió la espalda. Mi hombre, y mi niño a la vez. Parecía tan joven de repente, tan frágil e indefenso a pesar de la fuerza que desprendían sus músculos y de lo duro que había sido en la sesión con Fiorella y Claire que sentí una necesidad de protegerlo con todo lo que yo tenía que me conmovió: la última vez que me había sentido así, había sido de pequeña, estando en el parque con Shasha, cuando unos niños empezaron a meterse con ella y yo tuve que intervenir para defender a mi hermanita, que los miraba con lágrimas en los ojos, sin atreverse siquiera a defenderse.
               Me dolía que la causa por la que Alec hubiera tenido que ser fuerte fueran mis padres, que ellos le causaran dolor y le obligaran a ponerse la coraza, pero ya no tenía dudas ni tampoco me cuestionaba mis lealtades. Sabía de sobra quién era mi casa, mi hogar y mi familia.
               En esa habitación me di cuenta de que puede que en mi carnet de identidad todavía conservara el apellido con el que había nacido, pero yo ya era una Whitelaw. Era la Whitelaw. Era totalmente de él.
               Y tenía la inmensa suerte de ser yo la razón por la que dormía tan tranquilo: porque sabía que yo no dejaría que le pasara nada y que lo protegería con mi vida, incluso aunque él no lo quisiera.
               Hacía tanto tiempo que no lo veía dormir, que ya se me había olvidado lo precioso que era y la potencia con la que me hacía sentir ese amor que ahora me inundaba. Sabía que era egoísta por desearlo a pesar de que no habíamos tenido aún la conversación que todavía nos debíamos respecto a nuestro futuro más inmediato, pero ahí, de pie, con el jersey que todavía olía a él y conservaba un poquitito del calor de su cuerpo acariciando mi piel y con su calma mientras descansaba llenando la habitación y apaciguándome el agua, deseé que Alec no se marchara mañana. Que no cogiera ese avión, que rompiera el billete y me dijera que se quedaba conmigo, que prefería rendirse a tratar de convertir un voluntariado que más bien era una tortura de nuevo en una lección de vida; que prefería mil veces pelearse con mis padres, que no dudarían en atacarle en todos los puntos débiles que le encontraran, a tener que hacerlo con Valeria, porque mis padres eran el precio a pagar por estar conmigo; Valeria era el precio de alejarse de mí.
               Me acerqué a él, el pelo de su alfombra acariciándome los dedos de los pies igual que él me estaba acariciando el alma simplemente por existir. De esto es de lo que hablan los poetas cuando hablan del amor: de verle durmiendo y que no quieras mirar hacia ningún otro lado.
               Cogí el móvil y le hice unas fotos; elegí la que más me gustaba y la subí a una historia de Instagram. Él tardaría en verla y tendría que hacerlo a través de mi cuenta a pesar de que yo le mencionaba en cada cosa que subía de él, que además ponía en un destacado, pero me apetecía presumir de él. Sacarlo en mis redes se había convertido tanto en un gesto presuntuoso por mi parte como de apreciación hacia él; se me ocurrían pocas formas mejores de mostrar que me enorgullecía lo que tenía con Alec que gritarlo a los cuatro vientos a través de mis perfiles en redes. Además, hacía mucho que no subía contenido de él y, según había podido ver en la encerrona que me habían hecho mis padres con Fiorella hacía unas semanas, el mundo ya elucubraba sobre mi silencio.
               La verdad es que me sentía bien. Me sentía plena y feliz por primera vez en muchísimo tiempo (aproximadamente, desde que él se había marchado), lo cual era curioso teniendo en cuenta mi pésima relación con mis padres en ese momento, pero… no me importaba nada más que el chico que dormía frente a mí, seguro y también feliz.
               Me quedé mirando sus cicatrices, esas marcas que él había odiado tanto y que yo siempre adoraría, las pruebas de la fiereza con la que había luchado para volver conmigo incluso del Más Allá.
               Se me aceleró el corazón. Estaba tan guapo… me hacía tan bien… le quería tanto…
               No entendía cómo un cuerpo tan pequeño como el mío podía albergar un amor tan grande, y sin embargo ahí lo tenía, rezumándome por los cuatro costados, colmando mis vacíos, sanando las grietas de mis heridas lacerantes.
               Decidí que le echaba de menos, de modo que dejé el móvil con cuidado de nuevo en la mesita de noche, junto al paquete del preservativo que habíamos utilizado, me quité el jersey que llevaba puesto, pues cualquier cosa que hubiera entre mi pecho y el suyo sería un delito de alta traición, y abrí las mantas de la cama, poniendo cuidado de no destaparlo para que el frío no le despertara. Habían sido unos días muy intensos y yo también podía notar el bajón de energías si buceaba más allá de mis emociones más fuertes, así que no podía ni pensar en lo agotado que estaría Alec. Él más que nadie se merecía descansar después de todo lo que había hecho: había cruzado medio mundo para darnos una sorpresa a todos, me había follado hasta la locura antes de que vinieran a buscarnos; nos habíamos ido de fiesta casi hasta el amanecer, me había defendido de mis padres, habíamos dormido apenas unas horas, habíamos ido al hospital a ver a Josh; luego, al piso del centro, en el que nos habíamos sincerado y habíamos tenido más sexo; luego al cobertizo de Jordan a celebrar la fiesta de Tommy, que se nos había ido un poco de las manos y había acabado a las tantas; habíamos dormido en casa de Alec la noche pasada, pero incluso entonces él había querido levantarse temprano para pasar un poco más de tiempo con su madre después del toquecito que le había dado respecto a sus pocas atenciones, y luego se había plantado delante de los dos toros más bravos que había en Inglaterra, mis padres, y los había toreado como un auténtico maestro. Y lo mejor de todo era que no se había quejado lo más mínimo de todo el trote que le había dado. Lo menos que podía hacer yo era dejarlo que descansara y resistirme a mis ganas de disfrutarlo un poco más.
               Metí una pierna bajo las mantas; luego fue la otra, y cuando me empecé a hundir bajo las sábanas para acercarme más a Alec, él levantó la cabeza y me miró a través de unos párpados pesadísimos que parecían enhebrados entre sí con hilo irrompible.
               -¿Llevas aún puestas las bragas?-preguntó con una voz ronca y somnolienta que hizo que todo mi ser se concentrara en un único punto entre mis piernas-. Ni se te ocurra entrar con las bragas puestas en mi cama.
               Me eché a reír, salí de la cama otra vez, puse el culo en pompa e hice todo un espectáculo de quitarme la ropa interior, de manera que me quedé de nuevo completamente desnuda. Alec me miró con un ojo abierto, un lado de la cara pegado al colchón, y la respiración más profunda de lo que solía tenerla cuando yo me desnudaba para él. Suspiró con satisfacción cuando entré de nuevo en la cama, a pesar de que mi cuerpo era una presencia ajena y fría, y me rodeó con el brazo que tenía libre.
               -Así me gusta-ronroneó, pero no lo hizo con el mismo tono con el que lo hacía cuando quería calentarme por lo bien que me lo follaba cuando me ponía encima de él o tomaba el control de cualquier otra manera, sino más bien dándole su visto bueno al universo. Le di un beso en el costado y suspiró de nuevo-. ¿Qué ha pasado?
               -Te has quedado dormido, mi amor-le di un nuevo beso en el mismo punto y me hundí más en la cama, pasándole una pierna por encima mientras tiraba un poco más de su brazo para que me rodeara algo más.
               -Uf-se sacó la mano de detrás de la cabeza y se frotó la cara, inhalando profundamente de una forma que hizo que su pecho se hinchara de una forma muy sensual-, lo siento un montón, bombón.
               -No te preocupes, sol. Has estado a mil estos días; no sé cómo lo haces para mantenerte en pie. Se va notando un poquito que eres un superhéroe-me reí.
               -Siempre en el momento más oportuno-se quejó-, con todo lo que tenemos que hacer aún… tenemos una conversación pendiente.
               -Lo sé, pero no tenemos por qué hablar de eso ahora. Lo importante es que descanses.
               -No, no-contestó, frotándose la cara-. Quiero hacerlo. Ya descansaré más adelante. Hablémoslo ahora.
               Me incorporé lo justo y necesario para mirarlo. Me aparté el pelo de la cara e hice con mis cejas una montañita cuya cumbre se encontraba en mi ceño.
               -¿Seguro?
                Había pasado por tantísimo en tan poco tiempo que tenía que estar machacado. Que se hubiera dormido cuando yo estaba en su casa, uno de sus momentos preferidos, era prueba de ello. Independientemente de esa comodidad y confianza que sentía en mi presencia y que yo tanto agradecía, el agotamiento era innegable si perdía la batalla por pasar más tiempo conmigo en su habitación.
               -Mm-mmmmm-respondió, incorporándose hasta quedar apoyado sobre los codos. Echó un vistazo a su habitación, como centrándose, y yo me di cuenta entonces, no sin cierta tristeza, que su casa había pasado de ser el lugar estándar en el que se despertaba y con el que pensaba en cuanto abría los ojos, a ser ese sitio en el que necesitabas pensar durante medio segundo para recordar dónde te encontrabas.
                Su normalidad ahora era Etiopía.
               Sus ojos se pasearon por la habitación, como si no se creyera realmente que  estuviera allí, como si el hecho de que yo estuviera allí no fuera determinante, como si yo protagonizara cada segundo de su vida. Supongo que había cierta lógica en que yo no le sirviera de anclaje, si se dormía pensando en mí y se despertaba echándome de menos después de haber soñado también conmigo, que era lo que me pasaba también a mí.
               Se creyó que estaba de nuevo en Inglaterra cuando puso los ojos en la mesita de noche…
               … y vio los pedazos de la lámpara que habíamos tirado al suelo…
               … y sonrió.
               Me estremecí. Les has dicho una mentira a tus padres, recordé que me había dicho hacía unos minutos, mis cicatrices que tienen tu nombre. Todo mi cuerpo lo tiene.
               Después me había propuesto que folláramos delante del espejo de su habitación, y yo había tenido el privilegio de ver cómo su polla entraba dentro de mí, mientras sus manos me recorrían de arriba abajo, jugando con mi clítoris, amasando mis pechos y reconociendo mis curvas, con los añicos de la lámpara de su mesita de noche ya esparcidos por la alfombra.
               Igual que verlo defenderme con fiereza y aguantar con estoicismo las críticas injustas que mis padres habían lanzado contra él durante la sesión con las psicólogas me había encendido hasta el punto de convertir mi alma en una pila de brasas incandescentes, que yo protegiera nuestro vínculo con el celo con el que lo había hecho, dejando claro que incluso pondría en peligro el resto de lazos que me ataban a las personas a las que quería, había hecho que Alec me necesitara como un sediento a un arroyo fresco. Apenas habíamos llegado a su casa, él con mi mano en la suya y aferrándose a mí como si su vida dependiera de permanecer conmigo, había atravesado el vestíbulo a toda velocidad y se había asomado al salón.
               -Idos a comprar-les dijo, y sus padres se nos quedaron mirando mientras su abuela se levantaba trabajosamente y Mimi empezaba a protestar a nuestra espalda.
               -Pero dijiste que íbamos a pasar la tarde…
               -Mary Elizabeth-respondió Alec, girándose como un resorte en la que sería la mejor defensa que había hecho en toda su vida; después de ver cómo me enfrentaba a mis padres, sabía que yo no tenía ningún límite infranqueable para no protegerlo, así que él tampoco lo tendría-, tenemos dos opciones aquí: puedes ir con papá, mamá y Mamushka al súper a coger cualquier chorrada y entreteneros en el camino, o puedes quedarte en casa, ponerte los auriculares a todo volumen y rezar para no quedarte sorda mientras intentas no escuchar cómo voy a hacer que Sabrae grite durante la próxima hora. Y si yo fuera tú y apreciara tanto mi sentido de la audición para tener la vocación que tienes, lo cierto es que yo no me arriesgaría. Pero tú misma.
                Si hubiéramos estado más tranquilos y no hubiéramos sido tan ruidosos puede que hubiéramos escuchado a su familia prepararse para irse, pero estábamos tan desesperados por tenernos que a duras penas pudimos cerrar la puerta de su habitación, no ya digamos prestar atención a nada que  estuviera fuera de aquellas cuatro paredes.
               Nuestros cuerpos habían chocado con la furia de dos galaxias que llevan eones viéndose desde la distancia y que ansían que sus estrellas colapsen, las manos de Alec por todo mi cuerpo, las mías por todo el suyo, y yo había jadeado como una sedienta que se encuentra con el manantial más puro en su larga travesía por el desierto. Scott tenía razón: vivir era un desierto, y Alec era mi oasis.
               Giramos por su habitación peleándonos con nuestra ropa: Alec me subió la falda del vestido y luchó por bajarme la cremallera de un costado; yo le subí el jersey para pelearme con la cremallera de sus pantalones y la hebilla de su cinturón. En su ansia por llevarme a la cama y por tener mis piernas alrededor de su costado, Alec dio un paso de más y me hizo chocar contra la mesita de noche, pero como yo no protesté (no me había hecho daño; de hecho, me encantó su desesperación), siguió insistiendo en reducir el espacio que nos separaba a un mero recuerdo.
               Inconsciente de nada que no fueran mis curvas en sus manos y mi carne pegándose a sus ángulos, tiró un poco más de mí para poder tenerme más cerca. No se percató de que estábamos cerca de la mesita de noche hasta que, mientras me rodeaba el culo para empezar a bajarme las medias y tener mejor acceso al espacio entre mis muslos, tiró la lámpara de la mesita de noche.
               -Mierda-dijo, mirándola apenas de reojo mientras sus dientes tiraban de mi labio inferior.
               -Olvídate de eso-le supliqué, sosteniendo el rostro entre sus manos y haciendo que me mirara de nuevo. Quería ver la ansiedad que tenía por poseerme, su impaciencia, sus ganas. Después de todo lo que había arriesgado para estar con él, después de la mano tan complicada que había jugado, que él me premiara así era lo mejor que podía pasarme, y no iba a renunciar ni a un ápice de mi premio por una estúpida lámpara que me encargaría de reemplazar yo misma en cuanto mi futuro estuviera más decidido.
               Y entonces…
               -Te compraré otra.
               Por fin me bajó la cremallera del vestido y empezó a tirar de las mangas para liberar mis brazos.
               -Alec, ¡si estamos en tu casa!
               -Ah, joder. Sí, es verdad-replicó, como si se le hubiera olvidado. Habría creído que follarme como tenía pensado hacerlo iba a ser un acto de desafío hacia mis padres que le daba todavía más morbo  desde su punto de vista, pero cuando me tomó de la cintura y me dejó caer sobre el colchón, mirándome con el hambre de un hombre que lleva años fantaseando con encontrarse por fin con su mujer, me di cuenta de que aquello no se trataba de mis padres, ni de nuestras circunstancias.
               Sólo de mí. De que tenía un cuerpo que Alec adoraba y que sabía cómo usar. Y pensar que su experiencia había sido algo que había tratado en su detrimento cuando a quien más beneficiaba era a mí…
               Estaba tan hambriento de mí que ni siquiera se detuvo a admirarme unos segundos, como siempre solía hacer, el chef que se deleita en un plato que lleva perfeccionando toda su vida y que por fin va a devorar. Me quitó las medias, me sacó el vestido por la cabeza, me bajó las bragas y, ayudándome a quitarle el jersey  y bajándose los pantalones, se inclinó a por un condón y me separó las piernas. Yo tiré de él para acercarlo más a mí, de forma que lo tenía tan cerca que le resultó dificilísimo ponerse el preservativo, pero él, experto como ningún otro y el único capaz de enfrentarse al mundo entero con tal de conservar esta cama como mi santuario, fue capaz de poner esa única barrera que ambos toleraríamos entre nosotros con tal de protegerme.
               Alec gruñó desde lo más profundo de su garganta mientras se colocaba el condón, dándose un poquito del alivio que buscaría desesperadamente en mi cuerpo, y entonces levantó la vista para que sus ojos se encontraran con los míos.
               -Míram…-empezó, como de costumbre, pero al ver que yo ya estaba con la mirada puesta en sus ojos, me dedicó su mejor sonrisa torcida.
               Incluso si no hubiera dicho lo que dijo entonces…
               -Buena chica.
               … supe que aquel polvo sería de los memorables cuando vi su Sonrisa de Fuckboy®.
               -No seas cuidadoso conmigo-le pedí, y él se mordió el labio y asintió con la cabeza, obtenido ya el permiso que necesitaba.
                Y no lo fue. Gracias a Dios, no lo fue. En algún punto del polvo pasamos de la cama al suelo, donde yo me puse encima de él; y, al ponerme encima de él, como siempre, mis manos se apoyaron sobre sus pectorales mientras me lo follaba con las ganas del caballero que marcha a la batalla ansioso por grabar su nombre en los anales de la historia siendo él quien reclame la primera vida. Mis uñas se hundieron en su piel, que todavía tendría las marcas de mis arañazos días después, y que Alec recorrería con las yemas de los dedos como si necesitara confirmación de que eran reales.
                Más tarde o más temprano, yo siempre terminaba siguiendo las fronteras que sus cicatrices marcaban en su cuerpo con los dedos, puede que con más fuerza o puede que con menos, parte como era de mi ritual de adorar su cuerpo también con el mío.
               Esta vez, Alec estaba más pendiente de lo que yo hacía que otras, más conectado con mi piel y con las sensaciones que compartíamos; follábamos no sólo porque nos apetecía, sino para marcarnos como pareja, demostrándole al destino que no podría separarnos sin importar los obstáculos que pusiera en nuestro camino.
               Esta vez, él quería verme junto a él como no siempre nos veíamos. Así que, mientras mis dedos recorrían la cicatriz más grande su pecho y yo botaba sobre él, hundiendo su polla en mi interior, Alec me agarró por las caderas y clavó los dedos en mi carne.
               -Les has dicho una mentira a tus padres. Mis cicatrices que tienen tu nombre. Todo mi cuerpo lo tiene.
               Se incorporó hasta quedar sentado y yo me deshice en un gemido al notar el nuevo ángulo en que su miembro entraba en mi interior. Me gustaba hacerlo sentados, piel con piel, porque aunque nos daba un poco menos de margen de maniobra, aquello era justamente lo que yo quería sentir: que éramos uno, que no podíamos separarnos ni distinguir dónde terminaba Alec y dónde empezaba Sabrae.
               Que todo su cuerpo tuviera las marcas de que me pertenecía igual que mi piel olía a la suya era algo que me encantaba pensar como evidente, incluso aunque sólo lo fuera a los ojos expertos de él o míos.
               -Quiero follarte delante del espejo-gruñó contra mis labios-. Ver cómo te estremeces cada vez que mi polla entra en tu coño.
               Me estremecí de pies a cabeza y no le respondí, pero no hizo falta: mis acciones hablaron por sí solas cuando me incorporé lo suficiente para sacarlo de mi interior, pivoté sobre una rodilla y me coloqué de rodillas frente al espejo de su habitación, con las piernas separadas de forma que pudiera penetrarme de nuevo. Él gruñó de nuevo por lo bajo, se incorporó hasta quedar arrodillado, me puso las rodillas entre las mías y dirigió su miembro a mi interior. Con los ojos fijos en los míos en el espejo, entró lentamente en mí, y sonrió al escuchar el gemido que no pude contener al sentir cómo él se abría paso por ese rincón de mi cuerpo que era más mío que suyo.
               -¿Te gusta?-me provocó, poniéndome una mano en la cadera para dirigirme, mientras me llevaba la otra al cuello para orientar mejor mi cabeza, de forma que no pudiera apartar mi oreja de sus labios ni aunque lo deseara. Asentí mientras su presencia invasiva aumentaba la cadencia de sus empellones y eché un brazo hacia atrás, atrayendo su cabeza hacia mí.
               -Sí…-jadeé.
               -¿Y si hago así?-preguntó, bajando la mano que tenía en mi cadera al hueco entre mis piernas, donde estaba haciéndome suya, donde más le pertenecía, y pellizcando mi clítoris con dos dedos. Me estremecí de pies a cabeza en un latigazo de placer que hizo que gruñera de nuevo cuando mi sexo se cerró en torno a él, y me mordí el labio. Alec me acarició el cuello con el pulgar, ascendiendo hasta mi mandíbula, que también me lamió.
               -Oh, sí…
               Exhaló una risa oscura, cargada de intención, que mandó de nuevo un latigazo de placer al hueco entre mis piernas, sensibilizándome todavía más si cabe.
                -Lo estás disfrutando muchísimo, ¿verdad que sí, Sabrae?
               Mi nombre era miel en sus labios, petardos en un festival, fuegos artificiales en un concierto, un masaje en la espalda que te deshacía las contracturas de una semana entera de trabajo, y gel que lamía mis pliegues y me hacía sentir todavía más cosas de lo que estaba pasando entre mis piernas.
               -Sí. Dios, me encanta, Alec… justo así-gimoteé cuando él pasó a mover las caderas en ángulo, de forma que ya no sólo me embestía, sino que lo hacía más profundamente. Éramos uno, éramos inmortales, nos volvíamos infinitos estando juntos. No me sorprendería abrir los ojos y encontrarme con que ambos resplandecíamos con un halo divino, de los que envuelven a los ídolos cristianos en sus capillas, pero era tal el placer que sentía que ni siquiera podía abrir los ojos. Mirar a Alec, ver cómo disfrutaba con mi cuerpo, ver cómo lo poseía, sería demasiado para mi cordura.
               Rió con una risa sensual y masculina que me tendría arrastrándome hacia él si así me lo ordenara, pues sus peticiones eran todas órdenes a mis oídos.
               -Ojalá tus padres pudieran ver la puta en que te conviertes cuando estás conmigo-ronroneó, pasando la mano por mi vulva mientras su miembro continuaba reclamando mi interior. Alec me pellizcó el lóbulo de la oreja con los dientes y se rió cuando yo deje escapar un nuevo gemido, sintiendo cómo el placer me llevaba la piel a ebullición-; así dejarían de pensar que tienen alguna posibilidad de meterse entre nosotros cuando, mira, Sabrae…-se hundió en mí hasta el fondo y se quedó completamente quieto-. Entre nosotros ni siquiera hay milímetros.
               Me había corrido en ese mismo momento, deshecha en la sensación de estar con él y solamente con él, de pertenecerle en exclusiva y no ser de nadie más. Él todavía no había acabado, pero eso no le impidió agarrarme con cuidado por debajo de las piernas, levantarnos a ambos y llevarme hasta la cama, en la que me permitió tumbarme incluso sin romper el contacto entre nuestros sexos. Llegó al clímax conmigo tumbada boca arriba y mis piernas en torno a sí, y ni siquiera entonces se dio por satisfecho con el placer que me había dado, pues me besó la cara interna del tobillo y fue dejando un reguero de besos por mi pierna hasta llegar al hueco entre mis muslos.
               Entonces, subió hasta mi boca y me miró los labios.
               -Voy a probar tu jodido sabor hasta ahogarme en él, Saab. Voy a emborracharme de ese paraíso que tienes entre las piernas.
               Hizo lo que prometió, pero se olvidó mencionar lo muchísimo que yo iba a disfrutar del proceso; no sólo me estimuló en mi rincón más sensible, sino que me dio cosas en las que pensar para no pensar en la conversación tan complicada que acabábamos de tener con mis padres… y todo de una forma tan natural que parecía improvisada.
               -Quizá me haya pasado un poco-murmuró el Alec de mi presente, pellizcándose el puente de la nariz mientras sonreía de una manera que me indicó que no se arrepentía en absoluto. Estaba espabilándose todavía, pero yo sabía que la costaría olvidarse de lo que habíamos hecho esta tarde… volviera a Etiopía o no.
               ¿Quién decía que no podíamos formar buenos recuerdos incluso cuando pudiéramos revivirlos cuando quisiéramos? ¿Por qué teníamos que reservar lo especial para finales o principios, cuando los instantes más comunes también podían ser trascendentales?
               -¿Te refieres a la lámpara?-bromeé, poniéndole una mano en el pecho y dándole un beso en el hombro tras incorporarme yo también. Giró la cabeza como un látigo y me miró con una ceja alzada, como diciendo “sabes de sobra de qué hablo”, y yo me eché a reír y volví a besarle-. Ya sabes que me gusta que me digas guarradas cuando lo hacemos. Insultos incluidos-añadí, pegándole un suave mordisquito.
               -Al final tus padres sí que van a tener razón y no voy a ser bueno para ti, porque mira cómo te abandona corriendo el feminismo en cuanto me saco la polla.
               -Disfrutar de mi sexualidad con quien yo elijo no implica dejar de ser feminista, sol. Todo lo contrario. Además, ¿qué le voy a hacer si me gusta cuando me llamas puta?, porque lo soy un poco para ti-coqueteé, incorporándome aún más y agitando los hombros de manera que mis pechos se agitaran también, para más inri, justo enfrente de su cara. Alec sonrió mirándome las tetas con una sonrisa abierta y llena de dientes, ilusionada, la de un niño en la mañana de Navidad cuando ve que bajo el árbol hay muchos regalos con su nombre, y eso que le habían convencido de que estaba en la lista de niños malos.
               -Si pretendías despertarme… ha funcionado-dijo, poniéndome una mano en la cintura y tirando de mí suavemente hacia él, pero yo le puse una mano en el pecho.
               -Ah, ah. Necesitas descansar, Al.
               -Ya descansaré cuando me muera, e incluso entonces estoy convencido de que encontraré la manera de seguir estando contigo.
               Negué con la cabeza y le di un toquecito en la barbilla.
               -Porfa. ¿Un segundo asalto? Yo ya estoy listo, y tú también.
               -¿A qué la insistencia? Siempre has respetado mis noes a la primera.
               -¿“Tus”?-repitió-. Sabrae. Por favor. Me parece muy bien que ahora quieras hacerte la digna, pero creo recordar que sólo me has dicho que no una vez. Y fue mientras yo estaba en el hospital.
               No era así ni de lejos. Había momentos en los que, aunque me había apetecido, no había estado del todo convencida o había tenido otras cosas en la cabeza que me habrían hecho disfrutar menos, y sentirme mal más tarde al haber creído que utilizaba a Alec. Y él siempre había sabido parar cuando yo se lo pedía. Jamás había tratado de presionarnos a mí o a mis límites para tratar de sacar de mí algo que yo no estuviera convencida al ciento uno por ciento de que quería darle.
               -¡Tienes un morro! Te sobrevaloras.
               -¿Acaso es posible sobrevalorar a tu silla preferida en el mundo?-inquirió-. Y, por si había lugar a dudas, me refiero a mi cara.
               Me eché a reír y sacudí la cabeza.
               -Eres imposible.
               -Puede, pero no me has dicho que pare-respondió, deslizando su mano por mi culo y bajándola un poco más allá. Me guiñó el ojo y yo me reí de nuevo, poniéndole una mano en el brazo.
               -Si te lo pido, ¿lo harás?
               -Puede. Pero, ¿a que no quieres averiguarlo?
               Me reí de nuevo y me perdí en su tierna mirada de chocolate, mi hogar en el extranjero, mi remanso de paz en medio de la tempestad.
               -Tenemos una conversación pendiente.
               -Yo me entiendo igual de bien con cualquiera de tus dos pares de labios; eso no es excusa, bombón-ronroneó, inclinándose y besándome el pezón en el que tenía el piercing. Un calambrazo estalló en mi entrepierna, el relámpago que lo causó naciendo justo en ese punto de contacto entre nosotros. Si le permitía seguir así, estaría perdida… por mucho que tuviera razón y lo único que me apeteciera ahora mismo fuera sentarme encima de él y volver a adorarlo con mi sexo.
               Tenía que poner distancia. Tenía que…
               Alec coló una mano entre mis piernas y deslizó los dedos alrededor de mi clítoris, empapándose en la lubricación que ya bañaba mis muslos, ansiosa por empaparlo. Sonrió contra mi pezón y me lo volvió a besar, rodeando esta vez el piercing con su lengua, haciendo que me estremeciera de pies a cabeza.
               -¿Ves por qué sé que no quieres en el fondo que pare? Estás abierta y mojada para mí igual que una flor por la mañana. Sólo quieres una cosa, y es mi polla, ¿o me equivoco, bombón?-jugó conmigo metiéndome dos dedos en la vagina, y descubrí a mis caderas siguiendo los movimientos de sus dedos dentro de mí. Alec rió por lo bajo y salió de mi interior, sólo para rodearme el clítoris en círculos con su dedo corazón-. Siempre me ha encantado esto de ti. Me basta con acercarme a ti y tú te empapas. Me vuelves loco, nena. Me vuelves loco con las ganas que me tienes. Que son las mismas que te tengo yo. Uf, si de mí dependiera… lo único que haría el resto de mi vida sería hundirme entre tus piernas y follarte hasta que me muriera, todos los días, a todas horas.
               Me estremecí de pies a cabeza, todo mi ser concentrado en ese punto de contacto entre nosotros.
               -Vamos, nena. Separa esas preciosas piernas tuyas.
               Le obedecí sin rechistar.
               -Ésa es mi chica-celebró, besándome el cuello y mordiéndome justo por debajo de la mandíbula. Estaba perdida, totalmente perdida. Todo mi ser le pertenecía, mi voluntad era la de Alec, mi destino era complacerle.
               Y entonces alguien carraspeó sonoramente al otro lado de la puerta.
               -Voy a entrar-anunció Mimi, y Alec gruñó, sacando la mano de entre mis piernas y tirando de las sábanas para ayudarme a taparme.
               -Ni se te ocurra, Mary Elizabeth-ladró, incorporándose hasta quedar sentado, su pelo revuelto como una señal de la dirección en la que nos dirigiríamos Alec y yo de no ser por ella. Sin embargo, Mimi entreabrió la puerta, demostrando que no le tenía miedo a su hermano.
               Ni respeto, diría Alec, que puso los ojos en blanco al ver entrar a Trufas. Se había reencontrado con él anoche, cuando vinimos a por ropa para la fiesta de Tommy, y el pequeño animal había saltado sobre Alec, que se había echado a llorar al verlo después de preguntar por él cuando su familia regresó a casa después de la primera tarde con nosotros y ver que no lo traían consigo.
               -¿Dónde está Trufas?-había preguntado al ver que su hermana no llevaba consigo a su pequeña y juguetona sombra peluda.
               -En el veterinario.
               -¿CÓMO? ¡AY, MI MADRE! ¿¡QUÉ LE PASA A MI NIÑO!?-había chillado él.
               -Nada, lo tengo allí castigado-explicó Mimi, que se había enfadado muchísimo con su mascota por haberse metido en una pelea callejera con dos gatos que se habían lanzado a por sus ojos-. Me ofrecieron que hiciera reposo ya esta noche en casa, pero mañana voy a ir a por él, para que reflexione.
               -¿Qué ha hecho?
               -Se peleó con dos gatos callejeros.
               -¿Y ganó?
               -Obviamente-Mimi se apartó el pelo de los hombros y puso los brazos en jarras, una madre orgullosa con un hijo peleón.
               -Mi pequeñín travieso-había celebrado Alec-, lo amo muchísimo.
               No parecía sentirse así cuando Trufas, con un costado rasurado por los puntos que habían tenido que darle después de que uno de los gatos le mordiera en el costado antes de que Trufas le pegara una patada que lo había estampado contra una farola, saltó hacia la cama y se abrió hueco entre nuestros cuerpos.
               -¡MARY ELIZABETH!-bramó su hermano-. ¡Controla a esta rata sobredimensionada tuya!
               -¡No!-sentenció Mimi, abriendo la puerta y señalándolo con el dedo-. ¡Me dijiste que pasaríamos la tarde juntos y no has hecho más que escaquearte, retozando en tu habitación con Sabrae como un mandril en celo!
               -Tengo dieciocho años, niña; que tú seas una frígida no quiere decir que yo no sea normal por querer follarme a mi novia, que por cierto está ovulando, mientras todavía puedo.
               -¿Quieres decir mientras todavía se te levanta?-preguntó Mimi, y Alec la fulminó con la mirada.
               -¿Vas a decirle a absolutamente todo el mundo en qué momento de mi ciclo me encuentro?-le pregunté yo, y él se me quedó mirando.
               -No te dará vergüenza.
               -Eso son detalles íntimos.
               -¿Detalles íntimos? Sabrae, por favor, que he visto el calendario de ropa que tú y mi hermana habéis puesto dentro de mi armario.
               -¡Un respeto! Ese calendario fue el producto de intensísimas negociaciones en las que Mimi y yo nos terminamos tirando un par de veces de los pelos.
               -Como tú eres un orangután que le gusta pelearse más que un tonto a un lápiz-intervino Mimi-, no entiendes lo importante que es el trazar límites y firmar tratados de paz con tus rivales. Las alianzas son muy importantes.
               -Estamos hablando de mis puñeteras camisas, Mary.
               -¡Si te hubieras quedado en casa Sabrae y yo no habríamos tenido que repartirnos por días las cosas que no especificaste para quién serían mientras no estuvieras!
               -¿Y teníais que haceros un calendario como si llevarais la agenda de alguna Kardashian?-ironizó Alec, poniendo los ojos en blanco.
               -Era eso o no poder ponerme tu camiseta de Iron Maiden porque si por Sabrae fuera, se ducharía con ella puesta.
               -¿¡Pero cómo puedes ser tan mentirosa, tía!?-protesté, incorporándome-. ¡¡Si eres tú la que no quería dejarme el pijama de Thor porque incluso planeabas llevarlo a clase!!
               -Pero si vais de uniforme-dijo Alec.
               -¡Así de chiflada estaba tu hermana!
               -¡Vaya, lo siento si llevo peor que mi hermano se haya ido al pompis del mundo…!
               -Había olvidado lo pijísima que eres-se rió Alec, tapándose media cara.
               -¡… y haya dejado mi casa vacía y ni siquiera haya hablado con Jordan para que me traiga mis bombones favoritos cuando estoy en mis días!
               -¡Pero si estás constantemente a dieta, Mary Elizabeth! Si tuvieras novio, fijo que no se la chuparías por miedo a engordar-protestó Alec, y Mím se puso colorada-. Además, estoy seguro de que si Jordan supiera qué días son “tus días” y te lo hiciera saber, te teñirías el pelo, te cambiarías el nombre y te irías del país.
               -El detalle habría estado bien-respondió Mimi, y Alec suspiró.
               -Vale, pues, ¿cuándo te viene la regla?
               -¡¡ESO SON COSAS PRIVADAS!!-chilló Mimi, y Alec gruñó.
               -¡Joder, Mimi! ¿¡Qué coño quieres que haga!?
               -Cumple tu palabra-sentenció su hermana señalando el suelo-. Me dijiste que pasaríamos la tarde juntos y me han salido canas desde que espero a que lo hagas-se miró teatralmente la muñeca, en la que no llevaba ningún reloj. Alec sonrió.
               -Tu vida debe de ser una auténtica mierda desde que no tienes a tu hermano mayor en casa, ¿a que sí?
               -Estoy encantada con que no haya nadie molestándome con sus ronquidos a las tres de la madrugada, pero de vez en cuando me apetece hacer sufrir a algún babuino de metro ochenta y siete obligándolo a ver pelis de chicas.
               -No existe tal cosa como las “pelis de chicas”-contestó Alec, y yo le aplaudí, y él hizo una reverencia. Mimi le dedicó una sonrisa oscura.
               -Oh, entonces creo que no tendrás inconveniente en ver Guerra de novias esta tarde, ¿a que no?
               -¡¿Otra vez?!
               -Iba a dejarte elegir alguna peli de miedo para adelantar Halloween, pero, ya que no hay “pelis de chicas” y a mí me apetece verla porque hace mucho que no lo hago…-Mimi se encogió de hombros y aleteó con las pestañas, y Alec suspiró sonoramente.
               -Me apunto a lo de Halloween, pero antes necesito que me hagas un favor y te pierdas.
               -¿Tú te crees que yo soy tonta?
               -¿Tengo que responder?
               -Mím, tenemos algo muy importante entre manos-le expliqué, envolviéndome en la sábana y apartándome el pelo de la cara-. Siento que nos hayamos distraído y haberte robado tu tiempo con Al; te prometo que te lo compensaremos, pero antes necesitamos un último momento de intimidad. ¿Te importa?
               Mimi se lo pensó un instante, considerando sus opciones: mandarme a la mierda y hacer que Alec cumpliera su promesa, algo completamente legítimo; o permitir que yo le debiera un favor, que le daría una ventaja nada desdeñable con el armario de Alec. Se decantó por la última.
               -Está bien. Diez minutos-sentenció.
               -Mím, con eso no tenemos ni para empezar-dije con calma, y Alec se giró a mirarme como un cocodrilo al que le tiras de la cola.
               -Habla por ti. Yo estoy que reviento; creo que con un minuto ya acabaría.
               Mimi se estremeció de pies a cabeza y puso mala cara.
               -Bueno, esperaré. Pero cambiad las sábanas para cuando yo vuelva.
               -¿Por?-se burló Alec-. ¿Te da asco mi lef…?-empezó, pero yo le tapé la boca y le di las gracias a Mimi, que llamó a Trufas y esperó a que el conejito trotara hasta sus pies.
               -Daos prisa. Te he traído regalices-informó a su hermano antes de cerrar de un portazo. Alec me miró con cara de cachorrito abandonado.
               -¿Uno rapidito, entonces? Me ha ganado con lo de los regalices.
               -No vamos a acostarnos, Alec.
               -¡Buuuuu!-me abucheó-. Qué estrecha te has vuelto. No te hace bien eso de estar con mi hermana. ¿Tengo que recordarte que lo que tengo en las manos no es gel hidroalcohólico, precisamente?-preguntó, frotando los dedos que había tenido dentro de mí entre sí y mostrándome el hilo transparente que se formaba entre ellos si los separaba. Puse los ojos en blanco.
               -¿Me gustaría que me empotraras de nuevo y no preocuparme de compartirte con Mimi? Por supuesto que sí. Pero tenemos cosas más importantes que hacer, y tú lo sabes.
               Alec exhaló sonoramente y se dejó caer sobre la cama.
               -No sé si quiero hablar de eso ahora.
               -Pues lo siento, sol, pero tenemos que hacerlo cuanto antes para saber a qué atenernos. Le hemos hecho una promesa a tu hermana, y…
               -¿Quieres dejar de hablar de mi hermana mientras estoy así de empalmado? Dios. Sólo se te ocurre a ti insistirme en que hablemos de Mimi mientras tengo este tronco debajo de las sábanas.
               -Mira, Alec, teniendo en cuenta que en cuanto yo me acerco a ti se te pone dura, creo que no es una buena manera de medir si estás en condiciones de tener una conversación seria-sentencié, inclinando la cabeza a un lado y alzando una ceja. Él me miró unos instantes, sopesando mis palabras exactamente igual que lo había hecho Mimi. Y, por fin, asintió con la cabeza y se incorporó.
               -¿Tan evidente es?
               -Es que la tienes bastante grande, mi amor. Y yo me fijo en esas cosas. Que lo aprecio un montón, ¿eh? En circunstancias normales, me encanta tu predisposición a acostarnos, pero ahora mismo no es lo que necesitamos.
               -Mm-asintió, apoyándose en los codos y mirando en derredor.
               -¿Cómo estás? Aparte de cachondo, quiero decir-le atajé cuando vi cómo me miraba, y él se relamió los labios. Tomó aire despacio y lo soltó más despacio aún, de manera que sus hombros subieron y bajaron como las nubes en un horizonte de mediados de mayo. Querían que supieras que estaban ahí y que era su bondad únicamente la que no convertía esa tarde que adelantaba el verano en un recuerdo del invierno más salvaje.
               -Cansado-dijo por fin, tras un período de reflexión, y me miró-. Físicamente, sí, porque tienes razón y me he pasado bastante tiempo por encima de mis posibilidades, pero… también mentalmente.
               -Esto está siendo muy duro.
               -Para mí no es duro estar contigo, Saab-respondió.
               -Ya, bueno, me refiero a… todo lo que hay alrededor-doblé las piernas y apoyé la mejilla en las rodillas unidas, y algo en su mirada cambió. Una nube de preocupación descargó una tormenta que hizo que sus ojos brillaran con esa inteligencia que sólo te da el miedo a perder algo, o a alguien que quieres.
               -No, mi amor. No. No hay nada a tu alrededor-me aseguró-. Esto de tus padres… no es algo que me eche para atrás de ti, ¿vale? Todo lo contrario. Me hace querer más que nunca estar contigo, porque creo que no te mereces todo lo que te está pasando. No te mereces venir a mi casa porque necesitas refugiarte de tu familia; no me malinterpretes, me encanta que vengas. Es sólo que… preferiría que vinieras porque te apetece, porque me echas de menos, o porque te aburres, a que lo hagas porque no puedes estar en tu casa.
               -Ya-asentí con la cabeza-. Entiendo lo que dices, mi amor, y sé que lo dices de corazón, pero creo que no tienes razón en esto. No tendríamos estos problemas si tú y yo no estuviéramos juntos. Que no me arrepiento lo más mínimo, ¿vale? Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida y estoy segura de que quiero ir contigo hasta el final, pero… me da muchísima rabia toda esta situación. Me da rabia que lo que sientes por mí te haga tener que ser fuerte y aguantar que te insulten a la cara sin poder defenderte porque crees que eso te puede dejar mal.
               -Ya, bueno…-repitió, tomando aire y evitando mi mirada-. En peores plazas hemos toreado. De todos modos-añadió tras una pausa, volviendo de nuevo la mirada hacia mí-, creo que no era eso de lo que teníamos que hablar, ¿verdad?
               -Podemos hablar de lo que quieras-dije despacio, bajando las piernas y acariciando el colchón a mi lado. Alec se quedó mirando las montañas y los valles que mis dedos dibujaban sobre las mantas, perdido en sus pensamientos.
               -Sé que tenemos que hablarlo, pero… no sé si quiero que lo hagamos.
               -¿Por qué?
               -Porque si lo hacemos será real, Sabrae. Siempre he hablado de ello como una posibilidad, pero era algo más bien remoto, no una opción que estuviera encima de la mesa. Incluso cuando lo comentaba con Perséfone o con Luca… creo que una parte de mí, por desesperado que estuviera por venir a casa y no regresar… creo que siempre lo consideré como una vía de escape, no como algo que en serio pudiera suceder.
                Me estremecí de pies a cabeza. Me daba la sensación de que la temperatura de la habitación había descendido varios grados, y ahora notaba más que antes el calor que manaba del cuerpo de Al, exactamente igual que un sol.
               Acerqué la mano a la suya y metí los dedos en los huecos que dejaban los suyos. Los dos nos quedamos mirando nuestras manos, juntas pero no unidas. No del todo.
               Así nos sentíamos ambos por culpa del billete de avión cuyo destino todavía no habíamos decidido: ¿acabaría en la basura de casa de Alec, o entre las hojas de su pasaporte?
               -¿Quedarte en casa?-pregunté, y él levantó la vista y asintió-. ¿Por qué?
               -Porque me sentía un cobarde deseándolo y creía que te lo debía. Aún lo creo, de hecho-confesó, bajando la vista y frunciendo el ceño. Me acarició los nudillos de en medio de los dedos y se relamió el labio-. No debería haberte pedido que me pidieras que me quedara. Si quería hacerlo, debería haberlo hecho yo solo. No era justo que te lo pidiera.
               -Ya hemos hablado de esto, mi amor-dije, tomándolo de la barbilla y haciendo que me mirara-. Somos una pareja, y las cosas que nos afectan no pueden ser decisiones de uno solo.
               Alec apretó los labios, se cruzó de brazos y apartó la mirada.
               -Alec. Alec, mírame.
               Pero no lo hizo. Siguió apartando la mirada deliberadamente, empeñado en no mirarme y en encerrarse dentro de él. Con un nerviosismo creciente haciendo que mi estómago se encogiera con cada latido de mi corazón, me acerqué a él en la cama y estiré las manos para tomar de nuevo su rostro entre ellas y hacer que me mirara.
               Y entonces vi que no estaba alejándose de mí, sino que se había perdido en sus pensamientos, los ojos fijos en el marco vacío de una foto que había tenido sobre la mesita de noche hasta la mañana antes de irse.
               La foto que me había hecho en la entrada de su casa de Mykonos, en la que me estiraba hacia una preciosa mariposa monarca, encuadrada en una celosía de buganvillas.
               -Todo esto es culpa mía.
               Se me cerró la garganta y empezaron a arderme los ojos. No. No, no, no, no. Habíamos llegado tan lejos, nos había costado tanto… ¿y todo había sido para nada? Había parecido tan seguro en la consulta de Fiorella defendiendo sus progresos, su derecho a estar mal, a cometer errores.  ¿Había sido todo un farol? ¿Alec estaba de acuerdo con mis padres?
               No. No iba a permitírselo. Papá y mamá no echarían por tierra el sacrificio que habíamos hecho a lo largo de meses, el sacrificio que Alec había hecho a lo largo de toda su vida, manteniéndose a flote a duras penas. Él no tenía la culpa de nada que yo hiciera mal ni era la causa de mi caída en desgracia.
               Joder, si tan sólo no me hubiera vuelto loca una puta noche y no hubiera tenido miedo de lo que dirían mis padres…
               ¡Joder, si hubiera sido digna de él solamente CINCO MINUTOS!
               -¿El qué es culpa tuya, mi amor?-le pregunté con un hilo de voz, tratando, y fracasando estrepitosamente, de que no se me notara el pánico.
               -No debería haber ido a Etiopía-dijo-. Debería haberme quedado en casa, quedarme contigo-se giró y me atravesó con la mirada-, y nada de esto habría pasado.
               -Alec, eran tus planes. No ibas a cambiar todos tus planes simplemente por una chica. No…
               -Oh, no vayas por ahí, Sabrae-rió con amargura y sacudió la cabeza-. Tú no eres una chica. Y mucho menos “simplemente” una chica. La sola idea de que puedas pensarlo me… me enferma-escupió, apretando los puños y la mandíbula-. Podría haberlo hecho. Debería haberlo hecho. Era lo que yo quería. Desde el mismo momento en que te besé en la discoteca la primera vez supe que no debería marcharme. Lo supe durante meses y aun así lo hice. Yo no quería alejarme de ti. Llevo siendo incapaz de alejarme de ti desde que te vi por primera vez. Incluso cuando no soportabas tenerme cerca yo necesitaba verte. Creía que era porque me hacía gracia lo muchísimo que te cabreaba mi presencia, y me decía a mí mismo que me parecía lo más cómico del mundo cómo precisamente tú, la chica más valiente que he conocido nunca, hacía lo imposible por escaparse de una habitación si yo también estaba en ella. Pero todo este tiempo… yo yendo a pincharte, tú buscándome en los recreos cuando éramos críos, Scott encontrándote en el orfanato… era nuestra conexión acercándonos. El vínculo dorado.
               -¿Y crees que lo que no ha hecho el tiempo ni lo que luché yo misma, lo va a conseguir la distancia? Eres tres años mayor que yo, Alec. Yo nací de dos personas a las que ni siquiera conozco. No sé cuál sería mi apellido de no haberme encontrado los Malik. Ni siquiera sé cómo me llamaría. Hay tantísimas cosas que podrían haber sido distintas y que sin embargo sucedieron como tenían que suceder para que tú y yo nos encontráramos que, ¿de verdad piensas que tienes el poder para impedir lo que estaba escrito? Yo tenía que llegar hasta donde estoy ahora. Es aquí donde tenía que acabar. En tu cama. Contigo. A tu lado. Siendo tuya, y tú siendo mío. Así es como tenía que ser. Después de todo lo que hemos pasado, después de cómo lo ha planeado Dios, ¿cómo puedes pensar que el voluntariado lo ha puesto en peligro?
               -¿Tu Dios se ha tomado todas estas molestias para hacerte elegir al final?-me preguntó-. ¿Éste era su plan? ¿Y tú sigues venerándolo?
               -Sabes que no tengo una relación tan estrecha con mi fe como la tiene mi madre, pero para mí es importante. Y lo es más aún desde que te conocí. Tenía mis dudas de que pudiera haber algo, porque al fin y al cabo hay explicaciones científicas para todo lo que ha pasado, pero entonces… pasó lo de aquella tarde en la playa y… hay algo divino en esto. Lo hay en toda la naturaleza, pero sobre todo lo hay aquí. No puedes decirme que esto está mal, Alec-dije con los ojos anegados en lágrimas-. No puedes decirme de verdad que crees que mis padres tienen razón cuando tú me has tratado mejor de lo que me ha tratado nadie y me has hecho ver cosas que nadie más puede. Hacemos música que sólo nosotros dos escuchamos, y nuestro mundo tiene unos colores que los demás ni se imaginan.
               -No estoy hablando de nosotros, Sabrae-respondió él, colocando una mano en mi mentón y tirando suavemente de mí para acercarme a él. Desde tan cerca podía ver todas las imperfecciones que no tenía, los poros de su piel por los que yo estaba dispuesta a morir-. Nadie va a convencerme de que esto está mal. Ni tú, ni tus padres, ni los míos, ni nadie. Estuve muerto unos minutos y tú fuiste mi principio y mi final. Me morí pensando en ti y me revivieron contigo en mente. Me desperté del coma porque me guiaste. Prefiero estar muerto a no estar contigo-sacudió la cabeza, los ojos húmedos, y se le escapó un jadeo-. Yo no… no quería poner en duda tu fe. Lo siento si crees que te estoy juzgando. No es mi intención. Sabes que jamás lo he hecho. Sé que para ti es importante.
               -Lo es, pero tú lo eres más. Y si crees que me hace mal o que… no está justificada…
               -Lo está.
               -Alec, estoy dispuesta a renegar de mi fe con tal de tenerte. Tú eres en lo que más creo. Se supone que no debo pensar en Dios con una cara, pero cada vez que me lo imagino, siempre lo hago con la tuya.
               Alec contuvo el aliento y estudió todo mi rostro como si me viera por primera vez.
               -No era sobre esto sobre lo que quería hablar. Ni a lo que me refería.
               Me mordí el labio y él me miró la boca.
               -Entonces creo que me he perdido en algún momento de la traducción. Es lo malo de tener un novio que tiene tres lenguas maternos-bromeé, y él sonrió-. Si no dudas de nosotros… ¿de qué es de lo que dudas cuando dices que no deberías haberte ido?
               Esta vez quien se mordió los labios fue él, y tomó aire.
               -No creo que haya puesto lo nuestro en peligro salvo por la grandísima gilipollez de hacerte creer que te había puesto los cuernos, pero tienes que admitir que ha sido un error, Saab.
               -¿Por qué?
               -Porque si no me hubiera ido de voluntariado…  tú seguirías confiando en tus padres.
               Se me paró el corazón.
 
 
Él continuó hablando como si no se encontrara frente a un cadáver al que le quedaban todavía instantes de vida, apenas unos gramos de oxígeno en los pulmones para resistir un poco más.
               -Si yo no me hubiera marchado, si le hubiera hecho caso a mi corazón y no me hubiera importado que la gente me considerara egoísta o considerármelo yo mismo, nada de esto habría pasado y todo seguiría como antes de que yo me marchara. Que tendrás que reconocer que era la situación ideal: me llevaba genial con tus padres, y tú confiabas en ellos cien por cien. Todo era perfecto, pero yo tuve que irme y… la jodí. La jodí pero bien, Sabrae.
               »Y encima es que soy tan egoísta que una parte de mí no deja de pensar que esto es bueno, ¿sabes?-me cogió las manos-. No por lo que significa para ti, evidentemente, sino por el momento en el que ha pasado. Porque al final tampoco ha sido para tanto. O sea, imagínate que te dejo embarazada y decidimos no tenerlo, pero ellos no están de acuerdo y te lo hacen pagar de un modo u otro. Joder, soy tan cabrón que ni siquiera me planteo que esto es algo malo al cien por cien. Me empeño en verle lo bueno a… todo esto. Como si no fuera una puta catástrofe. Como si no lo hubiera jodido todo.
               Fue en su mirada cansada en la que encontré el aliento que me faltaba y la fuerza para que mi corazón siguiera latiendo. Fue por sus ojos, aquellos preciosos ojos suyos, tan sinceros y tan buenos, por los que pude reaccionar.
               Porque, vale. Alec podía poner mi mundo patas arriba, enemistarme con mis padres, con mis amigas, hacer que dudara de cualquier cosa… excepto de que él tuviera aristas. De que hubiera cosas malas en que hubiera entrado a mi vida.
               -Tú no has jodido nada. Absolutamente nada. ¿Vale, sol?-dije, cogiéndole la cara-. No es  culpa tuya lo que ha pasado. Si yo no me fío de mis padres es cosa mía, de nosotros tres, pero jamás tuya. Haces bien quedándote con algo bueno, porque de todo esto sí que podemos sacar algo bueno: que yo sé a qué atenerme, y ellos saben a qué atenerse conmigo. No estábamos bien, Al. No podíamos estar bien si no teníamos ningún problema mientras yo no los diera, y en el momento en que los doy, las cosas se salen tan de madre como ha pasado ahora. Tú no has roto nada; solamente has levantado un pañuelo y has descubierto los añicos de una figurita de cristal. Eso no quiere decir que sea culpa tuya. ¿El que descubre un palacio de una civilización perdida es su constructor? No. Pues aquí es lo mismo.
               Me senté sobre mis pies y negué con la cabeza.
               -Mis padres son muy importantes para mí, pero tú también lo eres. Y creo que si no he querido arriesgarme a que ellos se pusieran en tu contra, era más bien porque sabía que te elegiría a ti con todo lo que eso implicara, incluso si pasaba esto. Creo que era esto lo que me daba miedo: no el estar aquí, contigo, y arriesgarme a que ellos me decepcionen diciendo algo malo de ti, sino a sentir que no puedo volver a casa si te perdono. Porque esto es lo que estoy haciendo ahora, Al: perdonarte, incluso aunque no hayas hecho nada malo. Y eso es lo que estoy haciendo ahora: enfrentarme a mis padres por ti. Ser tuya antes que de nadie. Y no sé por qué no les gusta, ni por qué no piensan que esto es algo que tarde o temprano tenía que pasar, porque igual que papá eligió a mamá cuando la abuela le dijo que no le gustaba para él, yo también tengo derecho a escoger a la persona que más me va a cambiar la vida. Ellos definieron quién soy, pero tú eres con quien construiré la respuesta a la pregunta de quién seré. Mamá y papá me han dado una casa en la que crecer, pero es contigo con quien recorreré el camino que yo elija hacer de mi vida.
               -Es que lo que me revienta de todo esto es que… ¿por qué tienes que escoger? ¿Por qué te he hecho escoger?-preguntó, y yo parpadeé.
               -Hombre, pues porque no aspiro a vivir en casa de mis padres toda la vida, Alec.
               -No, me refiero… mi madre no escogió entre Dylan y Mamushka cuando empezó a salir con él. No deberías tener que escoger. Las familias apoyan a las parejas, así que lo que tuvimos hasta que yo me marché a Etiopía era lo normal. Mira a Scott y Eleanor. ¿Por qué no podemos tener nosotros lo mismo que ellos? ¿Por qué no puedes tener la tranquilidad de poder alternarte entre dos casas y ser bienvenida en ambas? ¿Por qué esto tiene que ser como cuando mi padre empezó a absorber a mi madre?
                Levanté la mandíbula.
               -Alec. Theodore. Whitelaw-hice de cada una de las palabras que componían su nombre completo una oración-. Tú no eres tu padre, ¿te queda claro? Te lo repetiré las veces que haga falta, pero tú no eres tu padre. Así que si esto se trata de…
               -No se trata de que yo me compare con él, porque puede que nos confunda en muchas cosas, pero no en cómo trato yo a mi mujer-sentenció con la mirada dura, y yo procuré no derretirme al escucharlo llamarme así, “mi mujer”. No “mi chica”, no; “mi mujer”-. Pero creo que es injusto. A pesar de todo, a pesar de que yo he contribuido a provocar esto… creo que no me lo merezco. Y tú tampoco te lo mereces.
               -Estamos de acuerdo-dije, acariciándole el brazo, y él suspiró. Abrió los brazos y yo me colé entre ellos, y así, juntos, nos hundimos en la cama, mirando nuestro reflejo en la claraboya.
               Fuera empezó a llover, representando cómo me sentía por dentro.
               -Todavía no hemos acabado-le advertí, y él sonrió con amargura.
               -Eso les encantaría a tus padres, pero ya lo creo que no hemos acabado.
               Sonreí y le di un beso en la cara interna del brazo.
               -Antes has dicho que pensabas en volver a casa como algo que jamás pasaría, como una forma de evadirte. ¿Por qué pensabas que no iba a pasar nunca?-pregunté.
               -Porque creía que estabas bien.
               -¿Y pensabas que si venías yo estaría peor?
               -No quería interponerme en tu camino-respondió, burlón, y yo me eché a reír.
               -¿Qué? ¿Pensabas que iba a usar estos meses de soltería fingida para ponerme las botas a follar con otros tíos?-ironicé.
               -Lo hablamos antes de que yo me fuera, cuando fui un puto cobarde que…
               -Alec-dije, incorporándome-, en serio, me estoy empezando a cabrear contigo. Como sigas menospreciándote de esta manera, te voy a terminar pegando. Fuerte. No como te pego cuando dices tonterías, sino pegar en serio.
               -Vale, vale. En fin, que he pensado mucho en lo que hablamos antes de que me marchara, cuando te pedí que me pidieras que me quedara. Me pareció que los argumentos que teníamos para que me fuera eran sólidos, y que no tenía derecho a cambiar de opinión por cualquier tontería…
               Frunció el ceño y torció la boca, encogiéndose de hombros, restándole una importancia que yo sabía que le daba. Y mucho. Sabía que, incluso ahora que no respetaba a mis padres, sus opiniones respecto a nosotros todavía hacían mella en él. Puede que pensara en ellos con burla y que estuviera decidido a demostrarles que se equivocaban respecto a lo buenos que éramos el uno para el otro, pero sabía que puede que tuvieran razón en el tema de que un poco de espacio nos vendría bien.
               -Mi sol-le puse una mano en el pecho y luché contra el nudo que se me había formado en el estómago. El trabajo que debía de estar costándole decirse que no le definían las malas opiniones de dos personas a las que él había valorado mucho no me entraban en la cabeza, sobre todo ahora que sabía que se castigaba por querer tirar la toalla por algo que consideraba que no era suficiente para tener aquella actitud derrotista. A mí me parecía todo lo contrario-, lo que te ha estado haciendo Valeria todas estas semanas no es ninguna tontería. Es un asunto muy serio. Te ha estado castigando dándote donde más te duele. Te gusta mucho sentirte útil y sé que harías un trabajo genial en la sabana si te lo permitieran. No quiero que pienses que es malo querer renunciar si la experiencia no es como te la esperas. Nadie tiene el derecho a hacerte sufrir por algo que haces por puro altruismo, sobre todo después de mostrarte que puedes sentirte realizado.
               -Es una chorrada y lo que ella quiere.
               -No es una chorrada. Es cruel. Muy, muy cruel. Valeria es una hija de puta por haberte hecho esto. Entiendo que tiene que hacerse respetar, pero ¿castigarte así? Nadie quiere a una líder inflexible que castiga por cosas que cualquier persona que ame a sus seres queridos aplaudiría.
               -Lo dices porque me ves la cara de cachorrito que se me pone pensando en lo que me espera en Nechisar.
               -¿Qué harías si fuera la revés y fuera a mí a la que le están haciendo lo que Valeria te hace a ti?
               -Le arrancaría la cabeza-dijo sin dudar, encogiéndose de hombros como quien decide que, para no tener que elegir entre dos restaurantes, iríamos a cenar a uno hoy y al otro mañana.
               -Pues ahí quiero llegar.
               Alec torció la boca y miró de nuevo el marco en el que había estado mi foto, sumido en sus pensamientos.
               -¿En qué piensas?
               -En lo mucho que me apetece quemar mi billete de avión, llamar a Nechisar y pedirle a Luca que me empaquete mis cosas y me las manden por correo.
               -Es una opción muy válida-comenté, besándole el pecho.
               -¿A ti te apetece que haga eso?-me preguntó.
               -A mí ya me apetecía quemar el primero.
               -Joder, ¿y por qué no lo dijiste en su momento, Sabrae?
               -Pues porque tienes que vivir tu vida.
               -Tú eres mi vida.
               -Tenías grandes planes y no tenía ningún derecho a interponerme entre tú y ellos.
               -Uy, sí, vaya planes más cojonudos, hacer putas fosas sépticas a siete mil kilómetros de mi maldita casa. ¿Por qué cojones no podía ser un inglés normal, eh? Soñar con saquear algún templo extranjero y luego comportarme como si hubiera llevado la civilización a un sitio que construía monumentos en el mismo momento en el que en este país cagábamos en cuevas.
               Me incorporé y lo fulminé con la mirada, y tuvo la decencia de morderse el labio y parecer genuinamente arrepentido por lo mal que estaba hablando sobre sí mismo.
               -No podíamos saberlo-dije al fin, acostándome de nuevo sobre su pecho y apartándole mi pelo de la cara. Me dio un beso en la cabeza y me acarició la cintura, y yo me quedé mirando cómo las sábanas subían y bajaban con el paseo de su mano sobre mi piel. Eran igual que un océano, caprichoso en su comportamiento, tan pronto calmado como con afán destructor.
               -¿Por qué no me pediste que viniera?-dijo después de un rato en silencio en el que dejó que se aposentara todo lo que habíamos hablado hasta ahora.
               -Porque pensaba que estabas bien-contesté-, y porque no me sentía con derecho a arrojarte a los lobos después de ser yo precisamente la que te había puesto en esta situación.
               -Sabes de sobra que iría a la guerra por ti-respondió, y yo levanté la cabeza para encontrarme con su mirada, calmada como si le perteneciera a un emperador.
               -Lo sé. Pero también sé que eres la persona que más se merece hacer el amor y no la guerra.
               Sonrió.
               -Zayn será un gilipollas, pero te ha enseñado bien cómo hacer eso que hacéis en tu casa con las palabritas.
               Me encogí de hombros, restándole importancia, y le di de nuevo un beso en el pecho. Me estremecí cuando me pasó una mano por la espalda y sentí un cosquilleo sobre los riñones.
               -Si hubieras sabido que yo estaba mal, ¿me habrías pedido que viniera?
               Me quedé callada, sopesando. Puede que me hubiera resistido al principio y hubiera confiado en que las cosas para él mejorarían, porque creía en la justicia universal y en que a la gente buena le pasan cosas buenas. Habría creído que Valeria finalmente cedería y le habría dado un margen, así que no se lo habría pedido de buenas a primeras. También habría confiado en que yo sería capaz de controlar la situación sola.
               Pero si me terminaba superando y lo de Alec no mejoraba, sí que se lo habría pedido. Habría sido una egoísta de mucho cuidado y lo habría expuesto a lo mismo a lo que lo había expuesto ahora, trayéndolo a casa sin avisarlo de cómo estaba la situación (aunque, bueno, para que él viniera sin que mediara el cumpleaños de Tommy, sí que le habría contado cómo estaban las cosas), con la diferencia de que aquello habría sido aún peor, porque tendría que navegar la hostilidad de mis padres todo el rato, durante meses, en lugar de los pocos ratos que había pasado en su presencia en estos días que había vuelto a casa.
               Y así se lo dije. Alec me escuchó con atención mientras desenredaba mis pensamientos, paciente, sin interrumpirme con preguntas.
               -Aunque también creo que habría acabado preguntándome si no habría hecho mal, si no te habría pedido que volvieras demasiado pronto o si no habría exagerado demasiado el poder de mis padres… no sé-apoyé la cabeza en su pecho de nuevo, el oído sobre su corazón, cuyos latidos seguían tranquilizándome como el primer día que los había escuchado.
               -Bueno, ahora creo que es un momento tan bueno como ningún otro para decidir qué hacemos, ¿no te parece?
               Me mordí el labio y me puse a trazar figuritas con el dedo índice sobre su piel.
               -¿No te da miedo que tomemos una decisión equivocada?
               -Me da más miedo lo que puede hacernos Mimi si no la tomamos-bromeó, rebajando la tensión del ambiente, y yo me eché a reír. Por si me hubiera quedado alguna duda de con quién estaría mejor y quién se merecía más tenerme, con ese gesto tan complicado y que a él le resultaba tan simple de quitarle hierro al asunto supe que estaba en las mejores manos.
               -¿Cuáles son las opciones?
               -Las opciones son: cojo el avión y vuelvo a Etiopía (abucheos del público)…
               -¡Alec!-me reí, y él sonrió, feliz, al escuchar mi carcajada.
               -… o me quedo y pido que me manden mis cosas (vítores universales).
               -Pero sin presiones, ¿no?
               -Ajá.
               Apoyé la barbilla en su pecho y me quedé mirando el marco vacío. Recordé la foto de nuevo, y me la imaginé adornando una pared llena de recuerdos y esperanzas. Resplandeciendo como una torre de marfil en amaneceres como yo no podía ni imaginarme, y siendo la excusa perfecta para que Alec pudiera contar su historia a miles de kilómetros de distancia, donde podía ser quien quisiera, y seguía eligiendo ser mío. Estaba haciendo nuevos amigos, viviendo experiencias que le fortalecerían…
               … pero también estaba sufriendo, echando de menos a su familia, añorando a una novia que le esperaba con paciencia en la única casa que él podía considerar verdaderamente un hogar, simplemente porque allí era donde estaba esa novia.
               Tenía en mis manos dos pesas ciegas, y tenía que decidir cuál era la que más pesaba de las dos.
               Había hecho tantos esfuerzos por reunir el dinero para el voluntariado, había hecho tanos sacrificios, se había perdido tantas cosas y había trabajado tan duro…
               Pero no se merecía estar lejos de casa, no disfrutarlo…
               Pero él era bueno. Valeria recapacitaría. Tenía que hacerlo, o yo misma iría y la abriría en canal.
               Pero ¿cuánto podía tardar? ¿Y si no lo hacía? ¿Y si Alec cambiaba por…?
               Cuánto podía tardar.
               Cuánto.
               Levanté la cabeza, mirando el reloj, y Alec también levantó la suya.
               -¿Qué pasa?
               -Estoy pensando.
               -Vale, ¿me callo?
               No dije nada, así que permaneció callado, y yo pude pensar. Me di cuenta de que desde el principio lo habíamos enfocado mal: no se trataba de una decisión de vida o muerte, una moneda que se echaba al aire y que, una vez cayera, sellaría el destino y cerraría para siempre uno de los dos caminos de la bifurcación en la que nos encontrábamos.
               Que Alec se fuera o se quedara se trataba más de ahorrarnos tiempo separados que de que pudiéramos sobrevivir a ello: estaba segura de que lo haríamos, con mayor o menor pena, pero lo lograríamos.
               Pero, ¿y si comerciábamos precisamente con el tiempo?
               -Supongamos que te vas-empecé.
               -El público lanza tomates-respondió, y yo lo fulminé con la mirada.
               -Tú lo que quieres es que te pegue, ¿a que sí?
               -Depende, ¿me va a gustar?-ronroneó, guiñándome el ojo y dándome una palmada en el culo. Puse los ojos en blanco.
               -Supongamos que te vas-repetí-. Imagínate que decidimos que vuelvas a Etiopía. Dices que tienes varios días de vacaciones; permisos para volver a casa. ¿Cuándo sería el siguiente?
               -Me pregunto qué evento canónico y lamentable tiene lugar en unas semanas-escupió en voz alta, orientando la cabeza hacia la pared que compartía con Mimi, quien respondió:
               -¡Mi cumpleaños!
               -¿Vas a venir para el cumpleaños de Mimi?
               -¿Qué clase de hermano mayor de mierda sería si no lo hiciera?-Mimi ya tenía uno; no necesitaba dos.
               -Vale-dije, apoyándome en su pecho para incorporarme un poco-. Se me ha ocurrido algo. ¿Lo quieres oír?
               -Ay, Dios. ¿Por qué me lo preguntas así?-inquirió, frunciendo el ceño-. ¿Es algún rap sobre mi polla o algo así?
               -No, bobo, pero puede que hayas tomado una decisión y entonces prefiero callarme lo que se me ha ocurrido hasta que no me digas qué es lo que quieres hacer.
               -Creía que en este matrimonio tomábamos decisiones en conjunto.
               -No estamos casados, Al.
               -¡El público arranca los asientos del sitio y se los arroja a la cabeza a los guionistas!
               Me eché a reír.
               -Cuéntame qué ha discurrido esa peligrosa y retorcida cabecita tuya.
               -Vale-carraspeé y me aparté el pelo de la cara. Le puse una mano en el pecho y dije-. Vuelves a Etiopía. Lo intentamos otro mes más. Y, cuando vuelvas para el cumpleaños de Mimi, vemos cómo nos va. Si estamos igual, volvemos a hablar sobre si te quedas o no. Si estamos mejor, te vuelves.
               -¿Y si estamos peor?-preguntó.
               -No lo estaremos.
               -Pero, ¿y si lo estamos?-insistió, incorporándose hasta quedar acodado.
               -No lo estaremos-repetí, y él puso los ojos en blanco y apartó la cara-. Alec. Alec, escúchame.
               -¿Qué?
               -¿Por qué te pones así?
               -Yo no me pongo de ninguna manera.
               -¿Quieres, por favor, no cerrarte en banda? Estamos hablando.
               -Sí-asintió.
               -¿Me vas a escuchar?
               -Ya lo hago.
               -No, no lo haces. Estás esperando a ver qué es lo que te digo para responderme y discutir. ¿Te crees que no te conozco? Sé cuando estás callado para ver qué te digo y que empecemos a pelearnos. Si algo no te parece bien, me lo puedes decir.
               -No, todo está guay. Me mola el plan-se encogió de hombros y volvió a quitarme la cara, mordiéndose la cara interna de la mejilla y apretando la mandíbula como hacía cuando estaba enfadado.
               Ahora que me apetecía pegarle.
               -Si vas a ponerte en modo gilipollas, te advierto que yo también puedo ponerme en modo gilipollas. ¿Quieres eso, eh? ¿Que nos pongamos en modo gilipollas?-me miró y desencajó la mandíbula, y negó con la cabeza-. Ya me parecía. ¿Me vas a contestar o no?
               Creí que me contestaría en ruso o en griego, pero lo hizo en inglés, para que yo supiera que me estaba vacilando.
               -Puede. ¿Cuál era la pregunta?
               -Me están dando unas ganas de mandarte a la mierda… ¡¡que qué opinas de lo de darnos este tiempo como un periodo de prueba!!
               -¿Quieres que sea sincero o quieres que te diga lo que quieres oír para que te quedes tranquila?
               -Quiero que dejes de comportarte como un imbécil al haber escuchado algo que no era lo que tú querías oír y que lleguemos a un punto en común.
               -Vale. Pues ahí va: no me hace ni puta gracia dejarte con ellos. Ni puta gracia, Sabrae. Ya me han demostrado que no se merecen estar contigo y que no son capaces de cuidarte, y tú necesitas que te cuiden.
               -No soy ningún animal indefenso. Y de momento está Scott. Por eso no tienes que preocuparte.
               -Ya, ¿y por que te coman la cabeza?-preguntó.
               -¿A qué te refieres?
               -¿Es que no ves que van a intentar convencerte de que soy malo para ti?
               -Llevan en eso dos meses y no han sido capaces, ¿por qué crees que van a poder ahora?
               -Tu padre ha dicho que sería un cobarde si me marchara a Etiopía sabiendo cómo estás, y creo que no puedo quitarle razón. ¿Cómo coño voy a mirarte a la cara si me voy a Etiopía otra vez sabiendo el marrón en el que te dejo metida?
               -Me importa una mierda lo que mi padre diga que eres, sobre todo teniendo en cuenta que cuando él tenía tu edad se dedicaba a follarse a todo lo que se le ponía por delante y se la sudaba tener novia en aquel momento-sentencié-. Yo seré muchas cosas, Alec, pero no soy subnormal; sé de sobra con quién me acuesto y sé que tú no eres ningún cobarde si te vas a Etiopía. Todo lo contrario, me parece un acto de valentía.
               -¿Y si no quiero ser valiente? ¿Y si estoy hasta los putísimos cojones de hacerme el héroe?
               -Pues estarías en tu derecho-respondí, encogiéndome de hombros-. Desde luego, no me afectaría en nada en la opinión que tengo sobre ti.
               -Ya, bueno, de todos modos seguro que ellos encontrarían la manera de usarlo en mi contra, o sea que…
               -Mis padres no van a convencerme de nada malo con respecto a ti.
               -¿Cómo estás tan segura?
               -¡¡PORQUE LLEVO TU PUÑETERA INICIAL AL CUELLO, ALEC!!-bramé-. ¡Y LA LLEVO PORQUE YO QUISE!-le recordé, cogiéndola-, ¡porque tú quisiste darme la mía para respetar mi libertad cuando mi libertad siempre serás tú! Hagas lo que hagas no paras de cuidarme, no importa la situación. Me coges de la mano en sitios con mucha gente, te asomas en los pasos de cebra antes de que yo lo haga para ver si vienen coches. Me siento querida mientras me follas y también después. Esto no puede estar mal. No sería dorado si estuviera mal.
               Alec me miró largo y tendido.
               -Escucha-me aparté el pelo del hombro y tomé aire-. Entiendo perfectamente que te dé miedo, y no tiene nada de malo. Yo también estoy asustada, ¿vale? Pero no puedes tomar decisiones basándote en qué es lo que más jodería a mis padres, porque vas a hacer lo que más les jodería, que es no romper conmigo. Tenemos que centrarnos en disfrutar el uno del otro e ignorar todo lo malo.
               -¿Tú qué harías si fueras yo?
               -Ponerme igual de terca que te estás poniendo tú-reconocí, y él rió entre dientes.
               -¿Terca, tú? No jodas.
               -Pero, por suerte, soy yo. Tengo un poco más de perspectiva, y veo que si te quedas por y no por ti, ninguno de los dos estará convencido al cien por cien. Creo que si te quedas, no te sacarás nunca la espinita de lo que podría haber sido del voluntariado.
               -Es que no me interesa cómo va-respondió- aunque, sinceramente, lo que no me voy a perdonar será que te pongas peor, Sabrae.
               -Estaré bien.
               -Ahora no lo estás.
               -Tengo mucho a lo que ajustarme todavía. Aún estoy aclimatándome a la agenda tan despejada que tengo. Ha sido el shock inicial, te lo prometo. Estoy aprendiendo a manejarlo todo. No digo que no sea abrumador a veces-admití-, pero creo que, en general, una segunda oportunidad no estaría del todo mal. No puede hacernos más daño del que ya nos ha hecho la primera, ¿no? Ahora somos más fuertes-dije, acariciándole los brazos, y él suspiró-. Por supuesto, para el que más lo cambia todo Etiopía es para ti, así que tu opinión es la que más pesa de las dos.
               »Aunque creo que lo correcto sería que probaras de nuevo. No ya por mí, sino también por ti. Creo que así podrías convencerte del todo de que no es lo tuyo si no es así, y volver a casa sin arrepentimientos. Evidentemente yo te echaré mucho de menos, pero no quiero que eso sea el factor determinante. Yo te echo de menos muy a menudo, estés en el país o no, así que… tienes derecho a vivir tu vida.
               -Me preocupa lo que puede hacerte.
               -Estaré bien, Al.
               -Mm.
               Frunció el ceño y apretó la mandíbula.
               -Si es  demasiado siempre puedes venir conmigo.
               -Tengo a toda mi familia y amigos aquí, pero gracias por la oferta.
               -Ya sé que tienes toda tu vida aquí, pero quiero que sepas que tienes esa opción.
               -Toda mi vida, no. Toda mi vida está allí-respondí, señalando con la cabeza en la dirección en la que, creo, estaba Etiopía.
               Y él no pudo evitar sonreír, negando con la cabeza.
               -No me puedo creer que después de tanto tiempo hayas sido capaz de volver a convencerme de que me aleje de ti.
               -Es lo mejor, Al-dije, tumbándome de nuevo sobre él, todo mi cuerpo sobre el suyo, con la excepción de mis piernas, que estaban entre las de él-. Eso sí-le puse una mano en la mejilla para asegurarme de que no rompía el contacto visual conmigo, porque lo que iba a decirle era importantísimo-. No quiero que volvamos a hacernos esto que nos hemos estado haciendo estas semanas. Seamos sinceros y confiemos el uno en el otro, ¿de acuerdo? No quiero dudar de si lo estás pasando mal o no.
               Él me puso también una mano en la mejilla, acariciándome la piel con unos dedos que tenían unos callos a los que no estaba acostumbrada, pero que me eran tan familiares como la sensación de la alfombra de mi habitación bajo mis pies o las sábanas de mi cama sobre mi piel.
               -Vamos a volver a intentarlo-decidió-. Voy a volver para el cumpleaños de Mimi. Y si la cosa no mejora… me quedaré. Si no mejora-repitió-. Nada de conversaciones ni de renegociar. ¿Te parece bien?
               Asentí con la cabeza, y entonces, me permití tener esperanzas en que nos fuera un poco mal. Le besé la palma de la mano y confesé:
               -Casi hasta prefiero que no mejore.
               Él sonrió y me rodeó la cintura con ambos brazos, tirando suavemente de mí para tenerme más cerca.
               -¿Qué ha sido de lo de ser nuestras propias personas y escribir nuestra historia independiente?
               Le miré a los ojos, esos ojos preciosos y dulces, que me lo parecían más ahora que había visto cómo podían volverse duros incluso contra las personas a las que antes más había admirado y pretendido impresionar.
               -Ya no me interesa tanto mi historia independiente.
                

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2 comentarios:

  1. Ay me duele el corazoncito. Sabia que era lo que tocaba por obvias razones, pero leer que hayan decidido que vuelve era una historia a parte. Estoy deseando ver como resuelves todo a partir se ahora y por supuesto a partir de ahora vivo por el reencuentro por el cumpleaños de Mimi. Pronostico que no va a ser facil resolver la situación que hay ahora pero solo espero volver a “querer” a Zayn y Sher como antes.
    Pd: estoy deseando un momento de realización extrema de alec sobre como saab y mimi son mejores amigas

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  2. A verr a verrr que comente por partes:
    - No puedo con lo cuquis que están en el principio del cap dios
    - La pobre Mimi mendigando atención de su hermano, mi pooobre
    - Alec diciendo que le comprará otra lámpara memeoo
    - “Ya descansaré cuando me muera, e incluso entonces estoy convencido de que encontraré la manera de seguir estando contigo”
    - Que risa la reacción de Alec al enterarse de que Trufas estaba en el veterinario JAJAJAJAJ
    - Que bueno el calendario de ropa en el armario de Alec
    - Ay la conversación… muy necesaria, pero jo no me gustan que lo estén pasando así. (eso sí, los discursitos de cuanto se quieren de los dos PRECIOSOS)
    - Aunque ya sabemos cómo va a ir el trato que han hecho me ha gustado mucho
    Con ganas de ver como solucionas esto y como va la vuelta por el cumple de mimi (y sin ninguna gana de leer una despedida otra vez)

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