martes, 21 de noviembre de 2023

Nuestro Señor y Salvador.


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Debería haberle sugerido que nos trajéramos la carta. Debería haberme preocupado menos por lo que me hacía sentir a mí y cómo me había dado fuerzas para enfrentarme yo solo y desarmado a un ejército entero armado hasta los dientes y creerme en serio que podía ganar.
               Debería haberme dado cuenta de que, mientras que yo tenía mis ideas claras y mi norte bien definido, a Sabrae habían estado bombardeándola durante semanas con que lo que ella creía que era bueno sólo le hacía mal.
               La bolsa de deportes era una declaración de intenciones en toda regla: a mí, sobre que estaba segura de que yo le hacía bien y que estábamos juntos en esto para llegar hasta la final; y a sus padres, sobre que presentaría batalla. Que estuviera segura de sus decisiones no estaba reñido con que sintiera vértigo al haberlas tomado y sospechar sus consecuencias, pero que estuviera dispuesta a dar la vida por mí no hacía que el cadalso no dejara de imponerle respeto.
               Tenía que haber sido más listo. Tenía que darme cuenta de que, por mucho que a mí me diera igual pelear con mis manos desnudas, Sabrae sí necesitaba armas. Estaba más cansada y desgastada por todo el tiempo que llevaba defendiendo lo nuestro en la soledad. Además, la carta era el anclaje que tenía a todas sus convicciones, la representación de la seguridad que tenía en que no se había equivocado conmigo.
               Joder, yo era boxeador. Nadie mejor que yo entendía el significado de los símbolos, la importancia de los tótems y lo fundadas que están en realidad las supersticiones. Muchos combates ya están sentenciados mucho antes de subir al ring. Había visto demasiadas veces a rivales que se ataban los cordones tres veces, que comprobaban sus guantes hasta la saciedad, que los sacudían en el aire para asegurarse de que los tenían bien fijados… incluso yo mismo me golpeaba las manos enguantadas unas contra otras para asegurarme de que todo estaba en orden y recordarme a mí mismo que podía con todo lo que me echaran y más.
               Siempre había mirado el premio que estaba en juego cuando recorría el pasillo que me conducía al cuadrilátero desde los vestuarios, y había prestado mucha atención al público que coreaba mi nombre. Cuando no lo hacían, miraba con más intensidad el premio y dejaba que los  abucheos se disiparan hasta convertirse en un zumbido en la parte de atrás de mi cabeza, decidido a demostrarles que se equivocaban.
               -No pierdas de vista lo que vas a ganar cuando termine el combate justo antes de empezarlo-me decía siempre Sergei, arrodillado frente a mí en los vestuarios y tendiéndome el protector-. Pero, en cuanto toques las cuerdas y las atravieses, quiero que te centres en lo que tienes delante. Porque ese cabrón que vas a tener enfrente será lo único que se interponga entre tú y lo que quieres. Sólo tienes que desearlo con más ganas de lo que lo hace él. El trofeo le pesará más. El cinturón le quedará peor. Las tías que esperan impacientes para abrirse de piernas para el vencedor no se lo pasarán igual con él. Mira el trofeo, Alec. Es tu destino.
               Siempre lo había hecho. Mirar el trofeo, comprobar los guantes, asegurarme los cordones y desentumecerme los músculos.
               Y luego me había lanzado hacia mi oponente igual que un pitbull. Lo llevaba en la sangre, en el ADN, entretejido en el tapiz de mi vida igual que el ser hijo de mi madre, hermano de mi hermana o, ahora, novio de Sabrae. Lo tenía tan interiorizado que ya ni siquiera necesitaba repetirme las instrucciones de Sergei. Átate bien los cordones. Ajústate los guantes. Mea justo antes de salir. Bebe agua.
               Mira el trofeo.
               Miré a Sabrae, que caminaba con la mirada perdida en el punto en el que pronto aparecería la casa de Tommy igual que una vaca consciente de adónde va mira por la ventana del camión en el desvío de la autopista al matadero.
               Lo tenía interiorizado y ya no necesitaba ni los guantes, ni los playeros, ni el público, ni el trofeo. Había peleado en los suficientes combates como para saber reconocerlos incluso con los ojos cerrados.
               Pero que yo lo hiciera de forma tan natural no significaba que Sabrae pudiera recordar su propia fuerza, o que el camino fuera más fácil.
                Puto subnormal, pensé cuando Sabrae se mordió el labio y me apretó la mano que me había cogido cuando salimos de su casa, sintiendo que el silencio en el que la dejábamos, que reinaba por debajo de nuestra charla insustancial sobre lo que haríamos estos días mientras yo estaba con ella, era premonitorio de lo que tendríamos en casa de los Tomlinson: una guerra y luego un entierro. Deberías haberte dado cuenta.
               Puede que en su casa vacía, en su habitación llena de los recuerdos que habíamos formado juntos, estuviera muy segura de que venceríamos y de que no le dolerían las heridas de la batalla, de que no habría obstáculo que no pudiéramos superar ni ataque que esquivar. Pero, a medida que nos acercábamos a la fortaleza, más desnuda se sentía ella. Más débil y vulnerable.
               El dragón apenas era una motita de polvo en la distancia, a salvo en esa mansión de cuatro paredes en la que nos habíamos visto desnudos por primera vez. Pero ahora que estábamos a las puertas de donde reinaba, sus alas oscurecían el cielo, su aliento caldeaba el ambiente, y sus rugidos hacían temblar el suelo.
               Y su sombra era tan grande y negra que te hacía creer que habías alucinado con la existencia de un sol.
                Llevaba viviendo con dos de aquellos dragones y resistiéndose al invierno al que trataban de desterrarla semanas, y sólo había sido capaz de recordarse que existían la luz y la calidez mirando aquella carta. Y yo ahora, como un imbécil, me la llevaba a la batalla con su halo de esperanza atrás.
               Debería haber sido más listo. Mis guantes estaban en mi cabeza. Los de ella, en un cajón. Y éramos muy conscientes de ello.
               Sabrae se detuvo en seco de repente y tomó aire despacio cuando giramos la esquina de la calle de Tommy y ella pudo ver su casa. Me recorrió un escalofrío, aunque estuviera convencido de que Sabrae no dudaba de su decisión. Mi sudadera en su bolsa de deporte era el tratado que ella había firmado para dirigir su vida, y no tenía pensado cambiarlo.
               -Necesito un minuto-dijo, y yo asentí.
               -Lo que necesites.
               Sabrae luchó por respirar con normalidad, reteniendo el aire en sus pulmones y presionándose el vientre mientras trataba desesperadamente de tranquilizarse. Parpadeó rápidamente, luchando contra sus lágrimas, dándome una excusa más para cargarme a sus padres.
               Y, como si le pareciera que con aquello no era suficiente, se giró rápidamente y corrió hacia unos arbustos.
               -No-dijo cuando me escuchó dar un paso hacia ella, y yo, a pesar de todo, especialmente de que tuve que luchar contra mis instintos, obedecí.
               Obedecí y me quedé quieto mientras la escuchaba vomitar, jadeando escondida entre dos setos, oculta de mi vista para que yo no me martirizara con la espiral de errores a que nos había lanzado, y con llamas incendiándome la piel, hirviéndome la sangre y quemándome la visión.
               Zayn y Sherezade están haciendo esto, no tú, me dijo una voz dentro de mi cabeza, misericordiosa como pocas veces habían sido. No sabía cómo haría para no matarlos nada más los viera, pero si Saab me lo pedía, trataría de encontrar en mí la bondad que me haría falta para no eliminar cada amenaza para la felicidad de mi amada que se paseara por el mundo.
               Después de lo que me pareció una eternidad, finalmente Saab se abrió paso entre las plantas como una ninfa herida, y avanzó hacia mí con la determinación del cervatillo que abandona su escondite después de los disparos que han aterrorizado a todo el bosque dejen de reverberar en los troncos de los árboles. Se pasó el dorso de la mano por la comisura de los labios y se inclinó a revolver en su bolsa hasta sacar una toallita desmaquillante, que se pasó por toda la boca mientras hacía una mueca. 
               Se quedó mirando las pruebas de su miedo un momento, y yo le dejé el espacio que necesitaba para que se reconciliara con sus emociones. Yo sabía mejor que nadie lo poderosas que podían ser si las embotellabas, y estaba claro que Sabrae no iba a poder expresarse con libertad en casa de Tommy, o al menos no con sus padres delante, así que sólo le quedaba este breve momento para desquitarse.
               No iba a ser sencillo. Sería como bucear en una cueva submarina cuyo final nadie había encontrado nunca, y hacerlo para más inri a pulmón. Era un lugar oscuro, lleno de peligros desconocidos, y trampas a cada giro. Sería tan fácil darse la vuelta y regresar hacia la luz, donde todo era dorado y resplandecía la vida…
               Sabrae arrugó la toallita en el puño y levantó la vista para mirarme.
               -¿Crees que estamos haciendo lo correcto?-me preguntó, y yo supe que no se refería a nuestra relación. Sabía que de eso no le cabía ninguna duda.
               Así que no tenía ni idea de qué era lo que se estaba planteado ahora.
               -¿A qué te refieres?-inquirí, recogiendo la bolsa del suelo y apartándole el pelo de la cara. No se le había manchado ningún mechón mientras vomitaba, lo cual era todo un logro, teniendo en cuenta lo largo de su melena y lo indómita que la tenía después de la mañana tan intensa que habíamos tenido, con revolcón incluido. Dios, Zayn y Sherezade no iban a soportarlo. Sabrae tenía mis huellas por todas partes, los restos de lo que yo le hacía marcándole cada poro de su piel. Que ella existiera y respirara era una oda a mi triunfo sobre ellos, y sospechaba que ambos tenían muy mal perder.
               Eso sólo haría mi victoria más dulce… si es que la degustaba.
               -Yendo a casa de Tommy-especificó Sabrae, levantando la vista por fin y encontrándose con mis ojos. En los suyos había un cierto deje de desesperación que no me gustó un pelo, peor sabía que no se debía a mí-. ¿Crees que estamos haciendo lo correcto cuando sabemos muy bien lo que va a pasar cuando entremos por la puerta? Les hemos declarado la guerra a mis padres. ¿No crees que Tommy no se merece que convirtamos su decimoctavo cumpleaños en un campo de batalla? Después de todo el tiempo que han pasado fuera de casa… y de lo duro que ha sido para él el tour por Estados Unidos…
               Me quedé callado, rumiando lo que me decía. Nadie podía negar que la tensión entre los Malik y yo estaría asegurada, por lo menos en la generación anterior a Sabrae. Y, desde luego, Tommy se había pasado gran parte de la gira por América más preocupado por Diana y por cómo conseguir controlarla que tratando de disfrutarla. Me habían puesto al día de todo lo que había hecho la americana, todo por lo que habían tenido que pasar, ingreso por el hospital incluido, y  aunque Tommy trataba de sacarle la parte positiva a todo, yo notaba su dolor. Podía escuchar su voz rasgándose cuando me hablaba de cuando Diana se había desmayado delante de él y él apenas había llegado para cogerle la cabeza y que no se la golpeara contra el suelo.
               Sí, Tommy se merecía descansar.
               Pero también se merecía tener un cumpleaños normal dentro de toda aquella locura en que se había convertido su vida y todos los cambios que se avecinaban. Los Malik y los Tomlinson siempre habían celebrado sus cumpleaños juntos; aquella tradición se remontaba al mismísimo nacimiento de Tommy, hacía hoy justo 18 años, cuando Sher y Zayn habían llevado a Scott al hospital para que lo conociera. Scott estaba a unos pocos días de cumplir los seis meses, y había bastado con el encuentro que habían tenido entonces para que todos se dieran cuenta de lo especiales que iban a ser el uno para el otro, de lo necesarios que iban a resultar, de cómo las vidas de Zayn y Louis se habían terminado de entrelazar con el nacimiento de sus hijos con tan solo medio año de diferencia. Tommy era tan familia de Sabrae como lo era el mismo Scott. Hablar de Scott era hablar de Tommy, y hacerlo de Tommy también era hablar de Scott. Sus familias eran una, con dos cuerpos que parecían separados pero se juntaban incluso en las fiestas que se suponían más íntimas, como los aniversarios más duraderos o las Navidades, donde se suponía que te reunías con la gente a la que te unían lazos de sangre.
               Además, Tommy era protector con Sabrae. Siempre había sido más tranquilo y había sabido calar a la gente mejor de lo que lo hacía Scott (salvo con su –gracias a Dios- exnovia, claro), y había apostado por Sabrae y por mí desde el minuto uno porque sabía que lo haríamos bien. No me había juzgado por mi pasado ni por lo distinto que era a Sabrae ni tampoco la había juzgado a ella por las cosas que había dicho de mí años atrás, sino que se había alegrado de que nos hubiéramos encontrado a pesar de tenernos delante de las narices durante tantos años, como si en el fondo él hubiera sabido desde siempre que aquí era donde teníamos que acabar. Donde íbamos a acabar.
               Se había enfadado conmigo cuando Sabrae les contó a los chicos lo que yo supuestamente había hecho. Se había cabreado y había querido darme un par de hostias igual que lo había querido Scott, porque sabía lo que era sentir que tenía que proteger a Saab a toda costa. Me había perdonado antes de lo que lo había hecho Scott porque también tenía perspectiva, pero entendía la mecánica de su relación porque era exactamente igual que la de Jordan con Mimi. Él sabía lo mucho que me importaba mi hermana, la manera en que estaba dispuesto a sacrificarme por ella y los extremos a los que estaba dispuesto a llegar con tal de conseguir que ella estuviera bien, y no le importaba en absoluto ocupar mi lugar cuando yo faltaba, como pasaba ahora con el voluntariado. Para Tommy, eso era totalmente innato. Él no era sustituto de nadie porque tenía su propio lugar que ocupar.
               Sabrae era su familia. Estos meses habían sido una auténtica locura, tanto para él como para el resto de sus compañeros de banda, así que lo menos que podía tener era un poco de normalidad.
               Tommy era muy casero cuando se lo proponía. Aunque le encantaba salir de fiesta, también le gustaban las ocasiones en que podía quedarse en casa, pidiéndole mimos a su madre y fastidiando a sus hermanos pequeños siendo un hermano avasallador de tantos besos como quería darles. Había perdido la cuenta de las veces en que había achuchado a Sabrae conmigo delante, estuviéramos juntos ella y yo o no.
               Sí, desataríamos la Tercera Guerra Mundial si íbamos. Si íbamos. No si iba Sabrae.
               Detestaba dejarla sola en la situación en la que nos encontrábamos, pero tenía que admitir que mi presencia sólo había empeorado las cosas. Quizá pudiera pedirle a Scott que cuidara de mi chica mientras yo me iba a hacer tiempo en el cobertizo de Jordan, o me pasaba por casa para que mi familia me distrajera. Scott querría disfrutar de la tarde con Tommy, pero después de que yo le explicara cómo estaban las cosas con sus padres, no tendría más remedio que ceder a mi petición, ¿no? Después de todo, Sabrae también era su hermana. También tenía que protegerla. No era sólo cosa mía.
               Zayn y Sherezade eran un cóctel explosivo que se había ido acumulando con el paso de las semanas, y a la que yo había contribuido a aumentar echándole todavía más gasolina la noche anterior. Tenía que confiar en que las cosas se mantendrían en su precario equilibrio mientras yo no estuviera, tanto si Scott intercedía por nosotros como si lo hacía el propio Louis. Sí. Tommy también podía influir en el comportamiento de mis suegros, aunque sólo fuera porque también era como un hijo para ellos. No se atreverían a joderle uno de los cumpleaños más importantes de su vida, ya no sólo por la cifra, sino por su contexto.
               Puede que lo mejor fuera que yo me quedara atrás. Zayn, Sherezade y Saab se convertirían en una montaña de pólvora cuando estuvieran juntos, pero yo era la chispa. Sin mí, puede que todo siguiera como hasta ahora. Sólo quedaba rezar para que la reacción en cadena no hubiera comenzado.
                -Creo… creo que tienes razón, bombón-dije, tragándome mis ganas de pedirle que no me dejara atrás. Todavía no habíamos hablado de lo del voluntariado, y aunque yo sentía que terminaría quedándome y que mi escapada a casa se convertiría más bien en un regreso, pero hasta que no fuera a recoger el paquete con mis cosas que haría que Perséfone y Luca me enviaran desde Etiopía a mi oficina de correos más cercana, yo no me permitiría tener esperanzas, y valoraría cada segundo con Saab como si fuera el último que fuéramos a pasar juntos-. Las cosas están bastante tensas entre tus padres y yo, y T… no se merece que le agüemos la fiesta entre los tres-dije, afianzándome la bolsa en el hombro. Me llevaría sus cosas a mi casa y así la declaración de guerra no sería tan abierta.
               Encendería mi móvil y esperaría a que ella me escribiera cuando quisiera que me pasara a recogerla si se hacía demasiado tarde, comiéndome la cabeza por lo que podrían estar diciéndole en aquella casa y rezando para que Scott recordara lo que había hecho durante los últimos quince años como titular.
               No lo hizo demasiado bien la última vez que ocupó tu lugar, me susurró una voz ya maligna en mi cabeza, recordando que todo este lío era también un poco culpa de Scott, que no había sido capaz de correr lo bastante rápido tras Saab.
               Genial. La ansiedad me comería vivo mientras estuviera en casa. Seguro que se me cerraba el estómago, no probaba bocado de las albóndigas que había hecho mamá, y se destaparía todo el pastel.
               -Voy a llevarme tus cosas a casa-dije, y Sabrae frunció el ceño-. ¿Me escribes cuando quieres que venga a recogerte?
               Tenía la esperanza de que quisiera estar un poco más conmigo antes de que nos fuéramos a la fiesta de Tommy, la que mis amigos ya habrían terminado de organizar en nuestro grupo rotativo de los cumpleaños, del que siempre íbamos eliminando al siguiente en cumplir años para poder organizarle una buena sorpresa.
               Claro que tampoco la obligaría a decirme una hora concreta y que estuviera pendiente del reloj. Ella también se merecía disfrutar de aquella fiesta.
               -¿Qué?
               -¿O prefieres que te lleve tu hermano?-me dolería si me decía que sí, que sería lo mejor para que no me cruzara con sus padres, pero tampoco podría culparla.
               -¿Adónde?
               -Conmigo. ¿O no vamos a pasar un ratito juntos antes de que nos vayamos a la fiesta que le tienen preparada mis amigos?-no pude evitar preguntar, aun sintiéndome tremendamente miserable. No me merecía pedirle esas cosas, y más aún cuando todo aquello era también un poco culpa mía. Sí, vale, sus padres habrían tenido una reacción de mierda si se hubieran enterado de que  le había puesto los cuernos a Sabrae, aunque luego fuera mentira, pero yo también sería responsable del daño que le había provocado.
               Sabrae frunció más aún el ceño.
               -¿Pasar un ratito juntos?
               -Ni siquiera tendríamos que follar si tú no quieres. O sea, bueno, nunca hemos follado si uno de los dos no quería, pero… ya me entiendes. Que, a ver, no he venido solamente para follar contigo, ¿sabes? O sea, que no me estoy quejando, ni nada, todo lo contrario. Sabes que me encanta follar. Digo, quiero decir, que follemos…-joder, deja de hablar-, pero sé que estás cansada, y sometida a mucha presión, y… bueno, que no quiero presionarte. Pero no pienses que no te tengo ganas, ¿eh, bombón?-me apresuré a añadir. Para. De. Hablar. Alec-. O sea, te tengo muchísimas. Vamos, que… buf. Flipas. Te empotraría ahora mismo contra una farola. Así está el nivel de las ganas que te tengo. Pero, ¡oye, que no es culpa tuya! Quiero decir, te has portado genial conmigo. Aunque no quiero que te sientas… no te estoy diciendo esto para...
               CÁLLATE LA BOCA, ALEC.
               -… para que creas que me debes algo, porque con respirar ya es suficiente para que me pongas. Lo cual no quiere decir que no aprecie los esfuerzos que haces por ponerte más guapa para mí cuando te apetece robarme el aliento. Ni que no lo note. Es que… madre mía, Sabrae, estás buenísima. Y me pones burrísimo. Pero que me las aguanto, ¿eh? Las ganas. De follarte-aclaré-. Y que si no quieres hacerlo otra vez antes de que me vaya, pues no pasa nada. O sea, un poco sí, la verdad, porque me sentiría un poco… no sé, decepcionado, porque tenía ciertas expectativas, pero… vamos, que son culpa mía totalmente. Responsabilidad mía nada más.
                Sabrae parpadeó despacio, sin entender, su ceño cada vez más y más profundo.
               -¿Por qué crees que no quiero que volvamos a follar, Alec?-me preguntó, y mentiría si dijera que no sentía cierto alivio al escuchar lo extrañada que parecía ante la posibilidad de que no volviéramos a intimar.
               Aunque esa no era la cuestión ahora.
               Me quedé callado, porque cuando te has dejado en ridículo diciendo gilipolleces por un tubo, lo ideal es cerrar la boca para no hundirte más aún.
               -Entonces, ¿cómo hacemos para volver a vernos? ¿Me escribes cuando quieras que venga a por ti o… quedamos en un sitio a una hora…? Hacemos lo que te apetezca. Yo me quedo más tranquilo si me dices que me escribes para que no andes pendiente del reloj; ya sabes que no me importa pasarme la tarde entera con el móvil en la mano para venir a recogerte cuando te apetezca, pero…
               -¿Y qué coño te hace pensar que yo me voy a alejar de ti, Alec Theodore Whitelaw?-espetó. Que me llamara por mi nombre entero me puso cachondo y me acobardó a partes iguales, la verdad.
               -Eh… ¿no estábamos hablando de que sería mejor que yo no fuera a la fiesta de Tommy para no empeorar las cosas?
               -¿¡Qué!? ¡No! Eso no es una posibilidad. ¡No me refería a que no fueras tú, sino a que no fuéramos los dos!
               -¿Los dos?
               -¡Ajá!
               -¿Quieres que no vayamos los dos? ¿No quieres ir ?-pregunté, y Sabrae se encogió de hombros y abrió los brazos.
               -Me apetece estar con Tommy en su fiesta, pero no sé si me apetece aguantarles el hocico a mis padres, ni tampoco que lo aguanten los demás.
               -Claro. Y por eso creo que lo más inteligente y considerado, especialmente hacia Tommy, que no se merece que demos el puto espectáculo, es que yo me quede atrás. Supondría una tregua-razoné al ver que ella me fulminaba con la mirada y sentenciaba:
               -No. No me interesa ningún tipo de tregua si la van a convertir en un castigo porque no estés tú. Sea lo que sea lo que hagamos, lo haremos juntos. ¿Crees que deberíamos quedarnos, o mejor nos vamos? Después de todo, tú siempre has estado de la parte de los Nueve de Siempre en los cumples de Tommy, y a eso no vamos a renunciar.
               -Ya, y tú siempre has estado en las fiestas de su familia, porque es lo que eres, Saab. Su familia. Creo que, si no fueras, estaríamos mandando un mensaje muy claro. ¿Estás convencida de tu decisión? Es decir… ¿estás dispuesta a renunciar a los Tomlinson por mí?
               -Si estoy dispuesta a dejar de ser una Malik, también lo estoy a no ser tan cercana a los Tomlinson. Aunque, sinceramente, dudo que ellos te hayan cogido la tirria que te han cogido mis padres. Louis y Eri siempre me han parecido sensatos; seguro que están de nuestro lado.
               -¿Y quieres averiguarlo?
               -Yo lo que no quiero es que te quiten el sitio que te pertenece por derecho. Si no hubiera pasado todo esto-dibujó con los dedos un círculo entre nosotros-, tú estarías invitado a la fiesta de la familia de Tommy como mi novio. Y yo iría a la fiesta de sus amigos como tu novia. Serías como un hermano político y yo sería una amiga política. Nunca he ido a vuestras fiestas ni tú has venido a las nuestras. Y eso es algo que nos merecemos experimentar. Es algo que puedes elegir. Es una opción que tienes ahí. Puede que mis padres nos hayan quitado la tranquilidad, pero no nos van a quitar nuestras opciones. Esto sería lo normal. Es sólo que…-demostró dudas, finalmente, justificando así el que estuviéramos siquiera manteniendo esta conversación. Se mordió el labio y miró de nuevo hacia la casa de Tommy-. Yo quiero mucho a Tommy. Siempre ha sido buenísimo conmigo. Sabes que es como un hermano para mí.
               -Lo sé.
               -Y que lo ha pasado muy mal. Se merece estar tranquilo en su cumpleaños. No quiero ser la causa de ninguna movida y que no lo disfrute al cien por cien simplemente porque…-me miró-, bueno, porque mis padres y yo estemos echando un pulso por ti. Ya me duele arrastrar a mis hermanos a esto, pero Tommy es completamente inocente. No se merece ser un daño colateral. Y menos hoy.
               -Ya. Tienes toda la razón. Incluso sabiendo que Tommy estaría encantado de ser un daño colateral en lo nuestro… estoy de acuerdo en que no se lo merece. Pero también creo que no se merece echarte de menos en su cumpleaños-dije, y los ojos de Sabrae centellearon-. Escucha, sé que entre todo lo que has pasado, no has tenido tiempo para pararte a reflexionar sobre cómo te sientes con que no estén Tommy y Eleanor. Sé que con echarnos de menos a mí y a Scott ya tenías bastante para estar ocupada, y luego encima te ha pasado esto-dije, repitiendo el gesto que acababa de hacer-, así que te has agotado tratando de encontrar la manera de resolver el puzzle, pero llegará un día en que algo se arreglará y podrás pararte a pensar y te darás cuenta de que también has sentido que la casa estaba demasiado vacía cuando no estaba Scott porque tampoco estaba Tommy. Y sé que te habrás sentido sola no sólo porque yo no estaba, sino también porque tampoco estaba Eleanor para ir a dar una vuelta por ahí, iros de compras o hacer cosas de chicas como lleváis haciendo toda la vida ahora que ella sale con tu hermano y tú sales con el hermano de su mejor amiga, así que… creo que te arrepentirás de no ir. Sobre todo porque os echaréis de menos los unos a los otros por culpa de terceras personas que no tienen derecho a decidir si os echáis de menos o no.
               Sabrae se me quedó mirando, sus ojos saltando entre los míos, como decidiendo qué camino tomar.
               -Voy a besarte-dijo por fin, y yo exageré un suspiro.
               -Gajes del oficio-respondí, y ella se relamió los labios.
               -Lo digo por si quieres apartarte.
               -Me ofendes, Sabrae. Soy campeón nacional de boxeo. No necesito que una cría me diga que me va a dar un beso. Tengo los reflejos de una pantera. Podría apartarme yo solito si quisiera.
               Sabrae se rió y se puso de puntillas.
               -Quedaste subcampeón-me recordó.
               -Fue un robo y lo sabes.
               -No estaba allí, ¿recuerdas?
               -Oh, lo recuerdo perfectamente. Fue una auténtica lástima. Si me hubieras visto con la tableta al aire y bien sudadito, habrías dejado de hacerte la digna mucho antes y habríamos empezado a follar hace más de un año-respondí, rozando mis labios con los suyos-. Incluso nos habríamos ahorrado el numerito de “ay, Alec, socorro, sálvame, he perdido «accidentalmente»-hice el gesto de las comillas y Sabrae abrió la boca y los ojos, estupefacta- la parte de arriba de mi bikini y me da mucha vergüenza enseñarte las tetas”.
               -¡Sí que la perdí accidentalmente, imbécil!-protestó, dándome un manotazo en el bíceps-. ¿Tienes idea de lo mal que lo pasé esa tarde cuando te vi aparecer?
               -¿Por? ¿Porque había llegado demasiado pronto y no te había dado tiempo a quitarte la parte de abajo también, o porque yo traía mi bañador y no te salió la jugada como te esperabas?
               -¿¡Pero cómo puedes tener tantísimo morro!? ¡¡Estoy flipando!!-se echó a reír-. ¡Eres un novio pésimo, ¿lo sabías?! ¡Mira que reírte de uno de los momentos más traumáticos de mi vida!
               -A las princesitas consentidas no les sale bien un plan en su vida y ya van de supervivientes a traumas. Qué dramáticas-puse los ojos en blanco y Sabrae me dio otro manotazo.
               -¡Es la verdad!
               -Vamos a ver, Sabrae, ¡que te faltó tiempo para ir a casa y hacerte dedos pensando en mí! ¡¡Tan mal no lo pasarías!!
               -Eres subnormal. La próxima vez que pote y me apetezca darte un beso, no te voy a avisar; te voy a meter la lengua hasta el esófago para que te jodas.
               -Pf. La mitad de lo que has potado es mi semen, o sea que tampoco es muy distinto a morrearnos después de que me la chupes-me encogí de hombros, y Sabrae me miró con los ojos a punto de salírsele de las órbitas y la mandíbula rozándole el suelo.
               -¡¡ALEC!!-bramó.
               -¿¡Acaso he dicho alguna puta mentira!? ¡Te tragas mi lefa como si fuera Pepsicola y yo jamás me he quejado cuando nos enrollábamos después de correrme en tu boca!
               -La próxima vez te la voy a escupir a la cara-amenazó, enfurruñada, empujándome para zafarse de mí, pero yo la sujeté con más fuerza.
               -¿Me lo pones por escrito? ¿O me lo prometes, al menos?-le pedí, y ella se echó a reír, me dijo que era un cerdo, y siguió riéndose mientras yo la besaba.
               -Eres bobo.
               -Puede, pero mira el pibonazo al que he conquistado. Mm, ¿crees que Tommy se podrá dar prisa en soplar las velas para que luego Diana nos preste su habitación?
               -¿Es que estás todo el día pensando en eso?
               -¡Qué va! También pienso en enrollarme inocentemente contigo.
               -¿Ah, sí? ¿Y eso cuándo es?
               -Pues… cuando acabo de correrme y la tengo recargando.
               Sabrae se echó a reír, negó con la cabeza, me puso las manos a ambos lados de la cabeza y hundió los dedos en mi pelo. Me dio un beso largo pensado para darnos fuerzas a ambos, y creo que conseguí infundirle parte de mi determinación, porque cuando se separó de mí, relamiéndose los labios como siempre hacía cuando terminábamos de besarnos, como saboreando mi boca en la suya, había un cierto brillo en su mirada. Era como si la hubiera convencido de que todo iría bien.
               Y me di cuenta entonces de que Sabrae no necesitaba la carta. La carta no eran sus guantes.
               Lo era yo.
              
 
Atravesar el camino de casa de los Tomlinson cogida de mi mano era como quitarle el protector de seguridad al botón que lanzaría la bomba nuclear que destruiría todo su mundo y ponerse a pasear el dedo sobre él, sin intención alguna de apretarlo pero sin miedo a hacerlo si no le quedaba más remedio.
               Saab lo sabía.
               Y, aun así, me sujetó la mano con una firmeza que nada tenía que ver con el miedo desesperado que la había empujado a aferrarse a mí con fuerza, como si yo fuera la que la impedía caer.
               La casa bullía con los preparativos del niño que se convertía en hombre, el que había puesto orden en la familia y había sentado los cimientos de aquello que las dos casas habían construido juntas después de tantos años, consolidando una relación que había empezado a fraguarse en un plató de televisión y que había terminado de cuajar en la habitación de un hospital, con muchísimo menos público para presenciar lo verdaderamente importante. El timbre podría haber pasado desapercibido con todos los ruidos del interior, mezclas de risas y tintineos de platos que chocaban entre sí mientras los colocaban sobre la mesa, gritos de madres llamando al orden a sus hijos y críos rebeldes que no querían entrar en vereda, y menos en un día tan importante como hoy.
               Supuse que los Tomlinson más jóvenes no habrían a las últimas horas de clase para poder participar de aquella fiesta y de todos sus preparativos.
               Fue Sabrae la que llamó al timbre, apretándolo con una decisión admirable. Le aparté el pelo del hombro y le di un suave apretón en la cintura.
               -Todo va a salir bien-le dije, y ella puso los ojos en blanco.
               -Más les vale-dijo, y yo me eché a reír y me incliné a darle un beso en la sien. Habría sido una estampa tierna que habría vuelto locos a mis suegros, pues justo en ese momento se abrió la puerta, pero para suerte de todo el mundo, quien se había ocupado de venir a recibirnos no había sido ninguno de mis dos archienemigos, sino una invitada muy especial.
               -¡Chicos! Por fin venís-celebró Diana, levantando los brazos-. Os estábamos esperando-dijo, echándose a nuestros brazos-. Me alegro un montón de veros. A los dos-añadió, poniendo los ojos en mí con agradecimiento, como si hubiera escuchado la conversación que Saab y yo habíamos mantenido en la calle y se alegrara de que hubiéramos tomado la decisión correcta. Esperaba que arriesgar el cumpleaños de Tommy para tratar de conseguir un poco de normalidad en medio de toda aquella locura mereciera la pena, y que la apuesta saliera bien.
               -Ojalá pudiera decir lo mismo, Lady Di-bromeé-, pero creo que me gustó más verte anoche.
               Diana se echó a reír. Estaba claro que Tommy había conseguido que se le pasara el enfado de la noche pasada, cuando ella y Layla estuvieron esperando a Tommy durante horas, preparadas para una buena sesión de sexo a tres bandas que mi amigo no olvidaría. La verdad es que le envidiaba por cómo sería su vida sexual a partir de ahora si a las chicas les había gustado la experiencia de compartirlo también en la cama; el mundo de posibilidades que se abría ante T era el sueño de cualquier tío, yo incluido.
               Claro que yo cambiaría un par de elementos en aquel trío, pero el que permanecería igual lo teníamos justo delante. Y me constaba que a Sabrae le gustaría que así fuera también.
               -Sí, bueno, no todos los días una puede pasearse por delante de los mejores amigos de su novio en bragas, así que… lo siento por ti, Al-me dio una palmadita en el pecho y me guiñó el ojo, dedicándome una de esas sonrisas de millón de dólares que hacía que los tíos más sinvergüenzas de todo el globo cayeran de rodillas.
               A mí no iba a pasarme eso, claro está. No era cualquier sinvergüenza; sino el Fuckboy Original.
               -¿Quién lo dice? ¿Algún convenio internacional? Seguro que conoces a abogados lo suficientemente buenos para que encuentren la manera de que no se te aplique, Didi, así que tendrás que buscarte otra excusa.
               Diana volvió a reírse.
               -Si no lo hago es porque sé las consecuencias que tiene. Y, aunque me gusta cuando los chicos se pelean por mí, prefiero que lo hagan los que no me interesan-Diana miró a Sabrae y le guiñó un ojo-. Complica menos las cosas.
               -Ah, o sea que ¿yo te intereso?-tonteé, y Sabrae sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco.
               -Tendrás que perdonarlo, Didi. Acabo de darle un buen morreo y tiene la cabeza en otra parte.
               -O en otras partes-puntualicé yo, dándole otro beso a Sabrae. Había notado cómo miraba de reojo hacia la puerta de la cocina, en la que estaba escuchando hablar a su madre, seguramente todavía ajena a nuestra llegada. Nos quedaba todavía un instante de tranquilidad, y nos merecíamos aprovecharlo.
               -¿Dónde está el cumpleañero, por cierto?-preguntó mi novia, y Diana señaló las escaleras.
               -En mi habitación, durmiendo.
               -¿A estas horas? Hay que ver cómo sois las americanas, ¿eh? No tenéis piedad-me burlé, y  ella me sacó la lengua.
               -No voy a mentir, la noche fue bastante intensa-sonrió-, pero lo tenemos descansando porque ha querido ayudar a su madre a preparar la comida. En fin-se encogió de hombros-, ya sabes cómo es.
               -Ya, ¿y no podía dormir en su cama?
               -En mi habitación hay menos ruido-explicó Diana, viendo por dónde quería ir.
               -¿Y una chica dispuesta a calentarle la cama para que no se la encuentre muy fría cuando suba a descansar?
               -O dos-respondió, levantando un hombro y acercándose la mandíbula a éste, aleteando con las pestañas.
               -Buf. Este chaval es una leyenda. Si ha hecho un trío en casa de sus padres, y estando la casa llena, se merece que le pongan una estatua en Trafalgar Square.
               -El pobre ha hecho lo que ha podido-soltó Diana-. Si alguien no lo hubiera cansado tanto sacándolo de fiesta anoche…
               -¡Es su mayoría de edad, Diana! ¡No pretenderías en serio que viniera desde Etiopía para permitirle a Scott que jugara al parchís con él para celebrarlo!
               -Sólo digo-respondió Diana, acercándose a mí y dándome una palmadita en el pecho, su cara tan cerca de la mía que podía ver hasta los surcos más oscuros en sus ojos verdes, los que, según la prensa internacional, hacían que cualquier persona que los viera perdiera la cabeza, porque eso significaba que la tenía lo bastante cerca como para caer en sus redes-, que si no hubierais jugado al Yo nunca para beber más…
               -O vas duro o te vas a casa, muñeca.
               Diana torció la boca, pero sus ojos chispeaban con una sonrisa. Agitó la mano en el aire y se giró, su coleta dorada danzando a su lado como la cinta de una gimnasta olímpica.
               Sabrae y yo atravesamos el amplio salón de la mano y saludamos a todos los allí presentes: no sólo teníamos allí a Chad y Layla, sino que Niall, su mujer y su hija recién nacida también habían decidido asistir al evento. Seguro que Chad no quería perderse el cumpleaños de uno de sus compañeros de banda, sin renunciar a estar cerca de su hermanita.
               Después de los saludos de rigor, acompañados de muchos “me alegro de verte” que parecían sinceros y que se agradecían un montón, viendo el clima que reinaba en casa de los Malik desde que yo había regresado de Etiopía, nos acercamos a la puerta de cristal y salimos al jardín, en el que Duna, Astrid y Dan correteaban a toda velocidad, tratando de alcanzarse con una pelota que el perdedor tenía que utilizar para golpear a los demás.
               Evidentemente, en cuanto vieron que había alguien más en la casa, alguien a quien llevaban mucho tiempo sin ver, los pequeños dejaron sus juegos para otro momento. Ajenos completamente a que en la casa se respiraba una calma tensa que ni Sabrae ni yo queríamos reconocer, especialmente porque suponía que el resto de padres de la banda sabían lo que había pasado entre nosotros y el matrimonio Malik, los críos chillaron como si yo fuera el mismísimo Santa Claus. Corrieron hacia mí con iguales ganas, el invierno apresurándose hacia las fechas navideñas, el momento que justifica completamente su existencia y alrededor del cual gira todo. Saltaron hacia mí, confiando en que los cogería, y mientras que Sabrae contuvo un grito de sorpresa al recordar mi accidente de la primavera pasada, me las apañé para que ninguno se me cayera de los brazos (toda una hazaña, si te das cuenta, ya que tenía tres críos de los que ocuparme y sólo dos brazos). Me sentí muy satisfecho conmigo mismo al ver que mi cuerpo respondía bien a la carga repentina de peso; después de todo, el voluntariado había tenido sus cosas buenas. No sólo había servido para joder mi relación con mis suegros y poner mi relación con mi novia en un aprieto del que nos costaría sacarla; también me había fortalecido lo suficiente como para poder cargar con todos los críos de las familias Malik y Tomlinson sin sentir que no podría usar los brazos al día siguiente.
               Me las ingenié para sostener a Dan y Astrid en un brazo mientras Duna escalaba por mi costado hasta situarse colgada de mi hombro, al que se enganchó como un koala…  y se echó a llorar.
               -Te he echado un montón de menos-sollozó, como si no me hubiera visto hacía apenas un mes y medio. No le había prestado las atenciones que a  ella le habrían gustado, cierto, pero me había tenido en casa y había visto que estaba bastante bien en su momento. El tiempo que había pasado desde la última vez que nos vimos no me parecía suficiente como para que me echara tanto de menos como lo hacía.
               Claro que… también es cierto que, cuanto más pequeño eres, más despacio te pasa el tiempo. Además, seguro que había escuchado los gritos de sus padres, su hermana y míos en el piso inferior la noche anterior, encerrada como la tendría Shasha en su habitación para que no la pilláramos en el fuego cruzado. Seguro que creía, igual que lo hacían sus padres, que iba a tirar la toalla con su hermana. Qué equivocada estaba. Si pensaba que tendría que renunciar a mi compañía porque yo iba a renunciar a Sabrae es que no me conocía. Tenía demasiadas cosas en juego como para conformarme con otra cosa que no fuera la victoria.
               -Has estado fuera como ¡cuarenta años!-se quejó, limpiándose las lágrimas con dramatismo mientras Dan se afianzaba en mi abrazo, cuidando de que no se me cayera Astrid en el proceso. Sabrae se acercó a él y le acarició la cabeza con amor, pensativa, mientras yo giraba la cabeza con cuidado para no hacerles daño ni tirarlos al suelo. Era difícil moverse con tanto personal encima, pero me las apañaba de cine.
               -Pero, ¡Dundun, si te vi hace mes y medio!
               -¡PERO NO QUISISTE JUGAR CONMIGO!-chilló, absolutamente desconsolada. Me eché a reír y le di un beso en la cabeza mientras ella se pasaba una mano por la nariz, limpiándose unos mocos que no deberían estar ahí. Era el cumpleaños de Tommy; se suponía que todos debíamos ser felices, reírnos muchísimo y no llorar nada.
               En ese momento apareció Scott, que llevaba las velas de la tarta de Tommy en una mano, el mechero en la otra. Abrió muchísimo los ojos al ver que los críos me trataban como a un árbol de Navidad que prefería los seres humanos antes que el espumillón, y corrió a tratar de agarrar a Duna.
               -¡Duna! ¡Bájate de ahí! ¿No ves que estáis forzando muchísimo a Alec?-él también tenía más presente que yo mi accidente de la primavera pasada, pero aunque mis músculos se resentían a pasos agigantados por lo complicado y pesado de la carga, me sentía bien. Me gustaba tener a los críos a mi alrededor, entusiasmados con mi presencia. Era un cambio que apreciaba teniendo en cuenta lo que me había esperado sin yo saberlo en casa de los Malik.
               -Está bien, S. No te preocupes.
               -Te van a romper algo y luego ya verás qué puta risa cuando te tengamos que llevar al hospital.
                -Hay gente en tu familia para la que eso sería un sueño cumplido-ironicé, pero, viendo que Dan y Astrid estaban forzándome demasiado, decidí dejarlos a todos en el suelo, sólo para que no se pelearan. Mientras los críos correteaban a nuestro alrededor, dando gritos con los que despertarían a Tommy de su siesta y a un oso de cualquier hibernación, me giré para mirar de nuevo a Scott, preguntándome si habría pillado a quién me refería.
               Por la forma en que me miró, me di cuenta de que no nos había caído una bronca a Sabrae y a mí nada más, sino que él también debía de haber recibido lo suyo. Se mordisqueó el piercing y miró las velas, y luego, como si una alarma hubiera empezado a sonar a mi espalda, levantó la vista y la clavó por encima de mi hombro justo mientras Duna me tiraba de la parte baja de la camisa para enseñarme algo que tenía entre los dedos, y que acababa de rescatar de la mesa del comedor. Le pedí a la niña que esperara y me volví mientras Sabrae daba un paso hacia mí y me cogía de la mano, la cara vuelta al mismo lugar al que estaba mirando Scott.
               De pie, en la puerta que daba a la cocina, estaba Sherezade, mirándonos con la furia silenciosa de un depredador famélico. En cuanto tuvo mis ojos a tiro, clavó los suyos en los míos y me obligó a mantener una de las batallas de miradas más jodidas de mi vida.
               También resultó la más fácil, porque jamás tuve dudas sobre si vencería al asalto que vendría después. Habría tenido cientos como aquella antes de subirme a un ring, en los pesajes o en los momentos previos a que sonara la campara y tuviera que ponerme a pelear con el (muchas veces) mastodonte que tendría delante.
               Sherezade fue la primera en romper el contacto visual, sus ojos descendiendo hacia su hija, que bailoteaba a mis pies para tratar de atraer mi atención. Parpadeó despacio y apretó ligerísimamente los labios, reprobando que su benjamina no tuviera inconveniente alguno en tratar de atraer mi atención.
               -Al-canturreaba Duna-, Al, Al, Al, Al.
               Si aquello era una prueba que llevaba al límite a Sherezade, que Sabrae me acariciara la cara interna del brazo, como tratando de relajarme, fue la gota que colmó el vaso. Sus ojos llamearon con ira al ver los dedos de su hija mayor pasearse por mi piel, la que ella consideraba propia del demonio, y cuando clavó los ojos en los míos de nuevo, abrió la boca.
               Aquí viene, pensé, exactamente igual que lo había hecho todas aquellas veces, en los campeonatos y en las pruebas extraoficiales, en entrenamientos y competiciones por igual. Perder nunca había sido un precio a pagar a cambio de la comodidad.
               Esta sería una final improvisada. Una batalla que yo no me esperaba. El único combate que me pillaría desprevenido. Y, aun así, lo ganaría.
               O lo habría hecho, de no ser por Scott.
               -Mamá-dijo, como si aquella palabra fuera un manifiesto en sí mismo, y Sherezade pasó de mirarme a mí a mirar a su hijo, la boca cerrada de nuevo. Le sostuvo la mirada unos segundos, y Scott, para su crédito, no se acobardó lo más mínimo, a pesar de que yo me habría cagado en los pantalones si mi madre me hubiera mirado así. Lo confieso: había mantenido la compostura con Sherezade a duras penas aun sabiendo que no iba a dejar que se interpusiera entre Sabrae y yo, así que el que Scott ni siquiera parpadeara mientras ignoraba la hostilidad que manaba de su madre era digno de admirar.
               Sherezade apretó los labios (algo que les encantaría a los abogados de este país) y, para sorpresa de absolutamente todo el cuerpo de jueces, fiscales, abogados y juristas de Inglaterra…
               … lo dejó estar.
               Apoyó el peso de su cuerpo en el pie que tenía más afuera, y luego desapareció por la puerta de la cocina. Le respondió a una pregunta a Eri, como haciendo que recordáramos que estaba allí, y Scott, Sabrae y yo soltamos el aire que no sabíamos que estábamos conteniendo. Scott se pellizcó el puente de la nariz y nos miró a ambos alternativamente.
               -Me vais a provocar una embolia a este paso.
               -¿Qué acaba de pasar?-preguntó Sabrae, y Scott la miró.
               -¿Que qué acaba de pasar?-replicó-. Que acabo de impedir que mamá le abra la garganta a tu novio, Sabrae. Eso es lo que acaba de pasar. Me imagino-dijo, mirándome ahora a mí-, que a vosotros también os cayó una buena anoche, cuando llegasteis a casa. ¿Me equivoco?
               -¿Sabes que ya no soy bienvenido en tu casa?-respondí, burlón, y Scott bufó por la nariz.
               -No mientras yo viva-sentenció.
               -¿Qué te ha contado mamá?-preguntó Sabrae, dando un paso hacia su hermano, y Scott la miró entonces, el ceño aún fruncido.
               -Nada que no sepáis. Que está decepcionadísima con nosotros dos, que se avergüenza de nosotros, que tú estás descontrolada y que yo soy la deshonra de esta familia por haberme venido a follar con mi novia en lugar de asegurarme que llevabas sana y salva a casa. Como si el haberte dejado con un bigardo de casi metro noventa capaz de reventarle el cráneo a alguien como si fuera una bombilla y que dejaría que le bailaras claqué en la espalda no fuera garantía de que ibas a llegar sana y salva a casa.
               Me reí con amargura.
               -Le dejé claro que no había dejado sola a Sabrae en todo momento, ¿y a ti te ha ido también con el cuento de que la soltamos en Jumanji?
               -La han tomado contigo.
               -No me digas, Sherlock.
               -No te me pongas chulo. Estoy de tu lado, ¿vale? Si he hablado con papá y mamá para que os dejen tranquilos al menos hoy no es sólo por el cumpleaños de Tommy. Os merecéis un descanso después de todo lo que habéis pasado. Habéis hecho muchísimas gilipolleces-dijo, mirándonos a ambos alternativamente-, los dos. Pero eso no les da derecho a pintaros una diana en la frente y comportarse como si Alec fuera el culpable del genocidio de Israel sobre Palestina. No voy a dejar que mis padres se lancen a tratar de destrozar a uno de mis mejores amigos en el cumpleaños de mi mejor amigo. Ya me costaría hacerlo en otro momento, pero, ¿hoy? Ni de puta coña.
               Sacudió la cabeza, los ojos fijos en mí, y casi podía verlo, de pie frente a sus padres, aguantando el chaparrón con el estoicismo de quien sabe que perderá muchos premios a lo largo de su vida, pero que se llevará los más importantes, romperá récords y será el modelo a seguir de cientos, tal vez miles de artistas. Y, una vez ellos terminaran de ponerlo a vuelta y media, Scott los miraría y les preguntaría:
               -¿Habéis acabado? Vale, pues ahora me toca hablar a mí.
               Conocía lo bastante bien a Scott como para saber que la manera en que se desvivía por Sabrae lo llevaría a echarles a sus padres el broncón del milenio. No se contendría lo más mínimo por defenderla, por defenderme. Haría que, a regañadientes, Sherezade y Zayn aceptaran una tregua por el cumpleaños de Tommy.
               E, igual que conmigo, el cumpleaños de Tommy funcionaría como excusa para lo que Scott verdaderamente quería: que nos dejaran tranquilos. Que nos dejaran respirar. Que se sacaran la cabeza del puto culo y nos vieran.
               -Sólo he podido conseguiros un día-dijo, y clavó los ojos en Sabrae-. Me habrías facilitado más el trabajo si no te hubieras puesto chula con mamá y le hubieras colgado el teléfono.
               -No atendía a razones.
               -Me da igual, Sabrae. Deberías haber sido más lista. Descojónate de ella todo lo que quieras, pero no lo hagas a la cara.
               -No me estoy descojonando de ella.
               -Aunque se lo merece-puntualicé-. Se lo merecen los dos.
               -¿Crees que no lo sé? Aun así, deberíais haber sido más listos. No estáis sobrados, precisamente, para andar cabreándolos. Como sigáis en este plan, llevaréis las de perder. No sabéis lo que me ha costado conseguir que se contengan hoy, y no me refiero solamente al cumpleaños de Tommy. No querían que vinieras con nosotros a la fiesta de después-reveló, mirando a Sabrae, que se puso pálida-. Evidentemente, los mandé a la mierda y les dije que, como me quitaran un rato agradable con mi hermana por esta absurda pelea territorial que tienen contigo-sus ojos volvieron a mí-, entonces podrían dejar de molestarse por el tema de pagar mi prima de liberación, porque no pensaba venir con ellos. Y así tendrían un poco más de tiempo para pensar en lo gilipollas que están siendo.
               -¿Les dijiste eso tal cual?-pregunté, y Scott me dedicó una sonrisa torcida.
               -Cualquiera diría que no me conoces, Al.
               Scott adoraba a su madre. Besaba el suelo que ella pisaba y no permitía que nada, ni nadie, le faltara al respeto. Por Dios, si se ofendía muchísimo cuando las conversaciones que los tíos manteníamos sobre mujeres que estaban cañón acababan desembocando en su madre y en cómo era el eje central de las fantasías de nuestro grupo de amigos, y no precisamente porque le resultara asqueroso (que, bueno, un poco también), sino porque odiaba que la tratáramos como a un objeto que no tenía nada más que ofrecer que su cuerpo. Sher era mucho más que unas curvas de infarto, unas piernas larguísimas, unos ojos preciosos y una lengua viperina que podría hacer que te volvieras loco si a ella le apetecía. Era buena con todo el mundo, y muy protectora con sus hijos. Se preocupaba por los demás y siempre conseguía encontrar el equilibrio entre beneficiar a su familia y sus seres queridos y la justicia para todos.
               Sí,  Scott adoraba a Sher. En realidad, todos lo hacíamos. Supongo que por eso era tan fácil cogerle tirria a lo que teníamos con nosotros: porque aquella mujer había dejado de ser Sher.
               De todos modos, por mucho que Sherezade hubiera cambiado y estuviera irreconocible con nosotros… seguía cuidando de Scott como lo había hecho siempre. Había descendido a la locura precisamente porque no encontraba la forma de proteger a su niño como él se merecía. ¿Lo estaba pagando con Saab y conmigo? Supongo que un poco sí. Estaba seguro de que había tenido una bronca mucho más suave con Scott que con Sabrae.
               Y que aun así él se plantara delante de ella y de su padre y les echara un rapapolvo para defendernos a Saab y a mí… menuda leyenda estaba hecho.
               Scott Malik, damas y caballeros. Nuestro Señor y Salvador.
               -Recuérdame que me haga como un millón de cuentas para que ganes siempre a los Teen Choice Awards-le pedí.
               -No me va a hacer falta-soltó con toda la chulería del mundo, y lo peor de todo es que ni siquiera resultaba prepotente, porque lo que tenía de subido también lo compensaba con un talento increíble y un corazón que no le cabía en el pecho. Joder, cómo lo echaba de menos. Estar en Etiopía y perderme todo lo que estaba consiguiendo al principio de su carrera era delito, sobre todo porque sabía que cada cosa buena que le pasara era muy luchada y todavía más merecida.
               Cogí de nuevo la bolsa de Sabrae para llevármela al piso superior, y estábamos al pie de las escaleras cuando una figura apareció justo al final. Me dio un vuelco al corazón al darme cuenta de que no había visto a todo el mundo con el que quería reencontrarme cuando volví, sino que faltaba una de mis chicas preferidas en el mundo.
               ¿Sabrae? Listo. ¿Mimi? Listo. ¿Bey? Listo.
               Shasha…
               -¡AL!-bramó, sus ojos abriéndose e iluminándose como el cielo nocturno con la llegada del Año Nuevo, una sonrisa radiante tatuándose en su boca y una suave carcajada que adoré nada más la escuché haciéndole de banda sonora cuando descendió a toda velocidad las escaleras.
               -¡SHASH!-festejé, dejando caer la bolsa de deportes de Sabrae y abriendo los brazos para que saltara hacia ellos. Shasha exhaló un gritito de emoción y se arrojó a mis brazos sin pensárselo dos veces, estrechándome muy fuerte, pero no por miedo a caerse, sino de las ganas que tenía de verme. Mi visita la otra vez había sido tan breve que no habíamos tenido tiempo de reencontrarnos como era debido y, aunque hubiéramos tenido tiempo, yo estaba tan centrado en solucionar los problemas con Sabrae que no habría disfrutado de Shasha ni aunque tuviéramos todo el tiempo del mundo.
               Pero ahora, a pesar de que las cosas no estaban mejor en general, como sí lo estaban entre Saab y yo, me permití disfrutar de ese abrazo que terminó de recomponer mis pedacitos, de coser mis heridas y agitar el viento bajo mis alas. Que Shasha celebrara mi llegada no era más que una prueba que añadir a la ya de por sí larga lista que tenía de motivos por los que luchar por mi novia. No sólo porque era un buen indicador de todo el bien que nos hacíamos.
               Sino porque, si había conseguido que ella me abrazara y me demostrara cariño cuando lo hacía con nadie, era que ambos nos necesitábamos para ser felices. Y a mí me caía de putísima madre esa cría, al margen del cariño que le había cogido. Quería que fuera feliz.
                La sostuve en volandas mientras daba un par de vueltas sobre nosotros mismos, Sabrae feliz de ver que su hermana se ponía tan contenta de verme. Shasha hundió la cara en mi hombro y exhaló una risita.
               -Hueles genial-comentó, quedándose colgada de mi cuello cuando dejé que sus pies tocaran el suelo. Confieso que lo hice un poco a regañadientes.
               -Pues anda que tú… ¿tu hermana ha dejado que te duches, por fin? La verdad es que ganas mucho cuando estás limpia-bromeé, cogiéndole un mechón de pelo entre los dedos y dejando que cayera en cascada sobre sus hombros. Shasha me sacó la lengua.
               -¿Te gusta? Es de la colección de Rituals del dragón. Me lo regalaron mis amigas para el cumple. Ése al que no pudiste quedarte-me pinchó, poniendo los ojos en blanco. Sin embargo, supe que no me guardaba ningún rencor por la manera en que se colgó de mí de nuevo, tirando de las mangas de su sudadera naranja, y suspirando cuando la achuché-. Jo, te he echado un montón de menos.
               -Y yo a ti también, piojo. Oye, ¿no estarás más alta?
               -¡Me alegro de que me lo notes!-brincó hacia atrás, poniendo los brazos en jarras, y Sabrae puso los ojos en blanco y fingió una arcada-. ¡He crecido un centímetro y medio!
               -¡Ooooooooooooooooleeeeeeeeeeeeee! ¡Ésa es mi chica, dejando atrás a la enana de su hermana mayor!
               -¡OYE!—protestó Sabrae-. ¡Tú sólo tienes una chica, y ésa soy yo!
               -Pero, ¡no te celes, Saab!-me reí, dándole un beso en la cabeza, y Shasha sonrió.
               -Bueno, ¡cuéntame! ¿Qué tal te va por el voluntariado? Saab dice que estás viendo un montón de animales. ¿Sabes? He estado pensando, y, no es por darte esperanzas, ni nada, pero creo que igual me las apaño para conectarme al iPod si consigo encontrar algún satélite lo bastante antiguo como para que sus protocolos de seguridad ya no se actualicen, y… quizá, si le metieras las fotos que tienes en la tarjeta de memoria de la cámara, podríamos acceder a ellas y verlas. Suena chulo, ¿verdad? Lo he estado probando con una amiga que tengo en Polonia, pero cuando entra en sitios con poca cobertura la conexión es inestable y se pierde. Estamos trabajando en ello-explicó, apartándose un pelo negro como el carbón y brillante como la obsidiana tras la oreja. La noté un poco más mayor, más madura, como si el tiempo que había pasado lejos de ella hubiera sido más para ella que para mí. Incluso diría que tenía la piel más tersa, y un brillo especial en los ojos que no terminé de situar.
               Aunque había sentido una punzada en el corazón al darme cuenta de que Shasha no tenía toda la información del voluntariado y de cómo me iba, no quise sacarla de su error. Parecía tan ilusionada con las fotos que creía que estaba haciendo que me descubrí a mí mismo elucubrando cómo podría hacer para darle material si ella al final conseguía conectarse conmigo; no quería decepcionarla. Shasha habló y habló y habló, incluso después de que Tommy bajara las escaleras para terminar de ultimar los detalles de la comida, el pelo revuelto y la mirada todavía un poco adormilada, y para cuando terminó de darme todos los detalles de lo que tenía en mente, yo ya había ido a la sabana y vuelto lo menos cinco veces.
               No sabía si iba a volver a Etiopía y tenía claro que Valeria no me iba a dejar salir después de ofrecérmelo y yo rechazarlo en el caso de que regresara, pero por Shash… estaría dispuesto a jugármela otra vez.
               -Me alegro un montón de que estés aquí, jo-dijo, escondiéndose la sonrisa detrás de los puños de la sudadera, y yo le cogí las muñecas.
               -No hagas eso.
               Shasha soltó una risita nerviosa, y luego miró por encima del hombro antes de acercarse a mí y decirme en voz baja:
               -Siento lo de anoche. Se me fue un poco de las manos, pero… quería que tú y Saab lo pasarais bien sin que mamá o papá os cortaran el rollo. Aunque no creí que fuerais a llegar tan tarde. Si lo hubiera sabido, le habría enviado un mensaje antes de bajar los plomos.
               Sabrae frunció el ceño, pero yo sonreí. No le había dicho nada a Sabrae por si acaso me equivocaba, pero sospechaba que lo de que no tuviera cobertura casi hasta llegar a casa tenía muy poco que ver con alguna sobrecarga inesperada en la red por demasiada demanda de conexión a Internet.
               Había visto finales del mundial de fútbol en aquel local, igual que finales de Eurovisión a las que Logan nos había arrastrado a todos (y luego había sentido la necesidad de decirnos que era gay, el muy gilipollas); había estado en fiestas que retransmitían conciertos en directo. Y nunca, jamás, había habido un solo corte en la conexión.
               ¿Y justo no funcionaban los teléfonos la noche en que Sabrae salía conmigo, sin decirles a sus padres que yo iba a estar con ella? Venga ya.
               -¿De qué estás hablando, Shash?-preguntó Sabrae.
               -Fuiste tú, ¿a que sí?-dije yo, y Shasha me miró con ojos de corderito degollado-. No se cayó la red porque sí esa noche. Lo hiciste tú.
               Shasha asintió con la cabeza.
               -Yo no sabía que ibais a tardar tanto. Si lo hubiera sabido, os habría avisado para que dierais señales de vida y mamá y papá no se preocuparan. Sólo quería que lo pasarais bien y no os interrumpieran.
               -Espera, espera-Sabrae levantó las manos-. ¿Tú hiciste que no me funcionara el móvil anoche?
               -Sí que te funcionaba el móvil. Tenía que dejarlo operativo por si te pasaba algo. Y también tenía que dejar que la red de emergencias funcionara, ya sabes… para no dejar sin teléfono a medio Londres. No puedes dejar a tres millones de personas sin poder llamar a una ambulancia.
               -¿Qué?-preguntó Sabrae, estupefacta.
               -¿Cómo?-sonreí yo.
               -Apagando las antenas de telefonía del centro de la ciudad. Bueno, no todas. Sólo catorce-explicó, amedrentada, como si esperara que nos fuéramos a lanzar a apalearla. Sabrae parpadeó-. Oh, bueno, y… también tuve que desviar un satélite. Uno pequeñito. Así fue como se me ocurrió lo de conectarme a tu iPod en Etiopía para descargarme las fotos. Pero yo no quería que pasara esto. Que llegarais a casa y que mamá se pusiera como se puso con vosotros-se puso colorada y se le humedecieron un poco los ojos-. Tenéis que creerme. No quería meteros en un lío. Sólo quería que os lo pasarais bien antes de que… bueno-tragó saliva y miró a su hermana-, antes de que lo trajeras a casa y mamá y papá fueran bordes con él y él no lo entendiera. Lo que no me esperaba era que…
               -¿Desviaste un satélite?-prácticamente chilló Sabrae, y Shasha juntó las manos y asintió con la cabeza.
               -Era pequeñito. Y fueron apenas unos kilómetros. Para asegurarme el control de las antenas el mayor tiempo posible.
               -¡Shasha, podrías haber hecho que chocara contra otro! ¡Podrías haber dejado sin teléfono a toda la ciudad! ¡Podrías…!-empezó Sabrae, pero yo sonreí. Me imaginé a Shasha tecleando a toda velocidad en su teclado nuevo, saltándose protocolos y protocolos de seguridad, todo para asegurarnos una noche genial a mí y a Sabrae. Y luego, que se acabara el mundo, si hacía falta.
               -Es la cosa más genial que nadie ha hecho por mí-le dije, y si ya me arrepentía poco de haber venido a la fiesta familiar de Tommy por poder verla… por la forma en que me miró, orgullosa y agradecida, dejé de arrepentirme del todo.
 
 
 
Mi hermano y mi novio sujetaban con firmeza a mi otro hermano para que no se cayera mientras avanzaban por el jardín, a pesar de que mi otro hermano sabía de sobra dónde estaba. Incluso con vendas en los ojos.
               -Tíos-se quejó Tommy, fastidiado, mientras Scott y Alec tiraban suavemente de él para hacerle dar otro paso-, me podéis quitar esta mierda de la cara. Ya sé adónde me lleváis.
               Ni Scott ni Alec dijeron nada mientras Eleanor, Mimi y yo caminábamos en silencio tras ellos. Después de la comida en casa de los Tomlinson, en la que milagrosamente no había volado ni un solo cuchillo gracias a la determinación de Scott de que nadie le estropeara la fiesta a Tommy,  Diana, Layla, Chad, Eleanor, Scott, Alec y yo habíamos puesto rumbo al cobertizo de Jordan, donde continuaríamos con la fiesta aun a pesar de haber comido y bebido hasta que nos doliera la tripa. Eri se había esmerado en hacer que la comida fuera abundante y deliciosa, y cuando había querido darme cuenta, Alec se había zampado media tortilla cortada en cuadraditos él solo (le había preguntado a Eri dónde pensaba colocarla para ponerse delante, lo que le había ganado una mirada fulminante de papá que Alec ignoró como un rey de los tabloides), yo me había cepillado todos los quesos que quedaban en las tablas de embutidos repartidos por la mesa, y Shasha se había terminado los picatostes en los que untar paté. De Scott y Tommy mejor ni hablábamos, porque eran una causa perdida, rondando por la mesa y pidiendo que les pasaran platos como un par de buitres que picotean en un campo de batalla; habíamos comido tanto que Tommy a duras penas había sido capaz de dar un par de cucharadas de la tarta Charlota  que Eri se había pasado la tarde anterior preparando antes de acercársela a Diana, que se había estado reservando para el postre con la esperanza de poder quedarse con lo que más le gustaba de los cumpleaños.
               Nos habíamos quedado sentados al sol en el jardín, haciendo la digestión y dormitando a sol, hasta que a Scott le habían enviado un mensaje de que estaba todo listo. Y nos habíamos puesto en marcha.
               Habíamos hecho una parada reglamentaria en casa de los Whitelaw para dejar mi bolsa de deportes con mi ropa, que Alec se cambiara a algo más cómodo (quise matarlo cuando apareció con unos pantalones de chándal grises y una camiseta blanca que se le ceñía al torso igual que un guante) y le diera unos mimos a su madre antes de seguir con la fiesta.
               Habían intentado vendarle los ojos a Tommy, que se había resistido como si fueran a llevarlo preso, hasta que Scott se cansó y le pidió a Eleanor que le diera una hostia. De todos los allí presentes, su novia era la única capaz de hacerlo: Diana prefería morir a hacerle caso a Scott, Layla no le haría daño a una mosca, pues se comportaba desde niña como si hubiera hecho el juramento hipocrático; Chad, más de lo mismo: era tan inocente que no le pondría la mano a nadie por mucho que le molestaran; Mimi no haría caso a Scott porque Scott quería lo mismo que quería Alec, y a Alec no le haría caso en su vida; yo no quería hacerle daño a Tommy en su cumpleaños, y Alec no había venido desde Etiopía para ponerse a repartir tortazos, sobre todo porque era demasiado fuerte para el resto de nosotros y puede que, cansado como estaba, aunque no lo dejara entrever, no midiera bien su fuerza.
               Así que le tocó a Eleanor el dudoso honor de hacer que Tommy se metiera en vereda. Tommy soltó un alarido y se quedó quieto mientras Scott y Alec le vendaban los ojos, Layla y Chad le hacían dar vueltas sobre sí mismo para desorientarlo, y yo lo grababa todo con mi móvil. Había decidido hacer un vídeo de su cumpleaños recopilando los mejores momentos con su grupo de amigos y luego editarlo con alguna canción bonita y divertida de fondo para subirla dentro de un par de días como regalo atrasado, ya que no había tenido tiempo para buscarle nada que le pudiera hacer ilusión y me había limitado a decir que yo pondría dinero por mí y por Alec cuando sus amigos preguntaron qué regalo podían hacerle en el grupo que tenían expresamente para los cumpleaños, y al que me habían invitado por Alec.
               -Lo habríamos hecho incluso aunque él no estuviera en el voluntariado. Ya formas parte de nosotros-me había dicho Karlie, y yo la estrujé entre mis brazos, conmovida y agradecida por aquel gesto de cariño que tanto necesitaba en aquellos días tan duros.
               -Reconozco la grava de la casa de Jordan-suspiró Tommy precisamente en el momento en que Jordan abría la puerta del cobertizo para dejarnos pasar. Llevaba puesto un gorrito de fiesta cónico de My Little Pony que me hizo detenerme en el sitio.
               -Jordan, tienes que limpiar más, ¿eh?-siseó Alec-. Lo ha adivinado por la peste del cobertizo.
               -Puedes ponerte a recoger cuando quieras, entonces-respondió Jordan, y Scott chistó.
               -¡Callaos! Le vais a fastidiar la sorpresa.
               -Scott, ¿eres consciente de que siempre que tenemos las casas ocupadas para hacer algún plan, venimos al cobertizo de Jordan?-le preguntó Tommy, tanteando con el pie en busca del escalón que cubría la parte por la que pasaba la calefacción en el suelo del cobertizo. Scott bufó.
               -Puede que hayamos traído una piscina de bolas al jardín de casa de Alec.
               -Eso estaría más guay-contestó mi novio, agarrando con firmeza a Tommy-. Espera, T. Todavía queda un paso más antes de… aaaaasí-asintió cuando Tommy levantó el pie y lo subió a la tarima. Me colé por el hueco de sus cuerpos en dirección a la habitación, sin fijarme mucho en la decoración, demasiado ocupada como estaba por escurrirme entre los bultos de los cuerpos de los Nueve de Siempre más Chasing the Stars y captar una buena imagen del cumpleañero con mi móvil.
               -¡Sabrae, quítate los zapatos!-protestó Jordan.
               -¡A mi piba no le levantes la voz!-bramó Alec.
               -¿Ves como estamos en el cobertizo de Jordan?-sonrió Tommy, pagado de sí mismo.
               -Eres pesadísimo. Menuda maldición le cayó a este planeta hace dieciocho años-suspiró Scott, y Tommy se giró hacia él.
               -Me amas-le cantó al aire, tirándole un beso. Scott puso los ojos en blanco.
               Pero sonrió.
               Mimi y Eleanor entraron también en el cobertizo y se situaron en una esquina, agarrando sendos gorritos de Los Vengadores y Cars.
               -¿Me puedo quitar esta mierda ya?-protestó Tommy mientras alguien, creo que Max, cogía un mechero y empezaba a encender bengalas a diestro y siniestro.
               -Aún no-dijo Alec, mirando alrededor, comprobando que todos tuviéramos una matasuegras o una bengala a mano. Dio un paso atrás, se quitó las Converse con sendos puntapiés, miró en derredor y asintió con la cabeza. Miró a Scott y asintió otra vez, así que Scott le aflojó la venda a Tommy.
               -Vale, T. Ya puedes mirar.
               Tommy se desató el nudo y se quitó el pañuelo que le habían puesto en la cara, cerró los ojos con fuerza, acostumbrándose a la luz, y nos miró.
               -¡¡¡¡¡¡¡SORPRESA!!!!!!!!-gritamos Bey, Tam, Karlie, Max, Logan, Jordan, Eleanor, Mimi, Scott, Diana, Layla, Chad, Alec y yo, haciendo sonar nuestras matasuegras, agitando las bengalas en el aire o lanzando una nubecita de confeti sobre Tommy, que nos sonrió.
               Luego vio la decoración y puso cara de fastidio.
               -¿Cuándo coño vais a dejar de ponerme estas mierdas de críos?-protestó, señalando los globos de Bob Esponja que los chicos se habían pasado media tarde inflando a pulmón, las serpentinas de My Little Pony o las piñatas de Pocoyó que pendían del techo. Sus amigos se echaron a reír; a Diana, Chad y Layla ya les había tocado el turno cuando entraron y vieron la preparación mientras Alec se cambiaba de ropa en su casa. Todos los años, en cada cumpleaños de Tommy, sus amigos hacían un bote especial para la decoración y preparaban algún rincón en el que pudieran celebrar con él el cambio en su edad. Aunque los elementos iban variando, la temática siempre era más o menos la misma: infantil. Lo más infantil que pudieran encontrar. Porque Tommy era el más pequeño del grupo, así que lo tratarían como a un bebé-. ¡Soy oficialmente un adulto, ya va siendo hora de que me quitéis al puto Bob Esponja!
               -¡NUNCA!-gritaron con ilusión las chicas de los Nueve de Siempre, las que más defendían la tradición de tratar a Tommy como a un bebé. Incluso cuando los chicos habían dicho de irse por ahí de strippers para festejar la mayoría de edad de Tommy, hacía ya un par de años, ellas se habían mostrado firmes: que hicieran lo que quisieran de noche, cuando estuvieran solos, pero ellas jamás renunciarían a celebrar el cumpleaños del bebé del grupo sin elementos infantiles.
               Tommy suspiró sonoramente, pero no era capaz de disimular su sonrisa. Estaba relajado y feliz de tener a toda la gente importante de su vida con él, sin importar que sus mundos fueran diferentes o que los tuviera normalmente en momentos distintos de su vida. Por eso dejó que Bey se acercara a él y, como la más joven de las chicas, le colocara su gorrito de fiesta de Sally de Cars.
               -Yo quiero a Rayo McQueen-lloriqueó.
               -No hay Rayo McQueen-respondió Scott, poniéndose un gorrito de Rayo McQueen. Tommy dio un taconazo en el suelo y Scott se rió, quitándose el gorrito y colocándoselo a Tommy con cariño. Alec se acercó a él y le dio un toquecito con el final del matasuegras al soplárselo, y Tommy pegó un brinco, llevándose la mano al corazón.
               -¡Oye! Que ya tengo una edad.
               Mi novio se echó a reír y dejó paso a Karlie, que traía una caja de regalo gigante en ambas manos. La habían decorado como las del Animal Crossing: la habían pintado de blanco y le habían puesto un gran lazo rojo. Tommy se sentó en el suelo, apartando globos de colorines, y deshizo el lazo bajo la atenta mirada de todos, incluida la cámara de mi móvil.
               Levantó la tapa del regalo y vio que dentro había otro. Y luego, otro más. Y otro, y otro, y otro. Así, hasta que conté dieciocho, cada caja envuelta con un papel de regalo distinto que Tommy empezó abriendo con cuidado, y luego terminó rasgando con ansias hasta que llegó a una pequeña caja de no más cinco centímetros por cinco centímetros. Dentro de la caja había una ranita de papiroflexia, en cuya boca habían colocado una tarjetita como las que contenían los juegos de la Switch.
               Sólo que esta tarjetita estaba hecha de cartón, y en su anverso le habían pegado un código QR. Tommy frunció el ceño, curioso, y lo escaneó con su móvil. Le dirigió a un vídeo de Youtube de una entrevista que les habían hecho a Scott y Eleanor durante su estancia en Nueva York, y sus amigos se rieron ante la ocurrencia. Alec activó el Bluetooth de la televisión y proyectó el vídeo en ella para que todos pudiéramos ver cómo Scott y Eleanor se acomodaban en el plató sonrosado y esperaban a que les dieran la señal para empezar.
               -Hola, soy Scott, de Chasing the Stars-sonreía mi hermano, mirando a cámara como un galán.
               -Y yo soy Eleanor, ganadora de The Talented Generation-sonreía Eleanor, orgullosa,  resplandeciente ante la cámara como una estrella de cine. Mi hermano ponía los ojos en blanco y le preguntaba:
               -¿Hasta cuándo vas a hacer eso?
               -Hasta el día que pueda decir “hola, soy Eleanor Tomlinson, ganadora de un Grammy”-respondía Eleanor, burlona, y Scott se echaba a reír. Tommy miró el vídeo, pensativo, y finalmente se giró hacia Scott, primero, y Eleanor, después.
               -Mi regalo lo tenéis vosotros-dijo, y Eleanor chasqueó la lengua.
               -Casi-respondió, sacándose un rollito de papel del bolsillo de los vaqueros y entregándoselo a su hermano. Scott hizo lo propio; Tommy desenrolló ambos papeles y frunció el ceño un segundo, meditabundo. Jordan puso el vídeo en pausa mientras Tommy reflexionaba, y por fin, después de recolocarse el gorrito de Rayo McQueen un par de veces, nos miró a todos.
               -¿Son coordenadas?-preguntó. Max se echó a reír y asintió con la cabeza. Entonces, Tommy las metió en el móvil y salió al jardín, seguido por nosotros, que no queríamos perdernos detalle de su gymkana personal. Tommy caminó hacia la casa, se detuvo frente a unos narcisos de color naranja preciosos que la madre de Alec le había regalado a la de Jordan, y se acuclilló a su lado. Revolvió entre sus hojas hasta encontrar una bola de huevo Kinder con un cuarto de folio doblado cuidadosamente en el interior: era un mapa.
               Entró de nuevo en el cobertizo, giró varias veces el mapa para asegurarse de que las pocas referencias que le habían dibujado en él estuvieran bien, y se inclinó frente a la mesa de los mandos de las consolas del sofá en U que gobernaba la estancia. Se puso de rodillas, y luego, pegó la cabeza al suelo.
               Sonrió al ver que había un bulto debajo del sofá. Con la ayuda de Logan y Max, empujó el sofá sobre la alfombra para poder meter la mano y coger la caja, que era igual que aquella en la que Alec guardaba su chaqueta de boxeador. Le rocé la mano con la que tenía libre y él me devolvió la caricia, rodeándome la cintura con un brazo mientras Tommy abría con cuidado la caja con el lazo de terciopelo azul y sacaba un libro.
               Un álbum de fotos. Un álbum en el que sus amigos habían ido documentando todo lo que habíamos ido haciendo las noches que habíamos pasado separados de él y de Scott, tomándonos fotos y junto a la televisión, votando como locos para que ganaran, saltando como nadie en la final, y en primera fila o entre bastidores, cantando a gritos la letra de sus canciones. Tommy sonrió, acariciando las fotos y las pegatinas y dibujos que sus amigos habían colocado allí. Las fotos individuales de Tommy con sus amigos se mezclaban con fotos de la infancia de esa misma persona en distintas situaciones: en los columpios con Bey, haciendo castillos de arena en la playa con Tam, comiéndose un helado con Karlie, en el parque con Jordan, con onesies de Navidad en casa de Alec, buscando huevos de Pascua con Max, de excursión en el zoo con Logan, durmiendo en el sofá junto a Scott, acompañando a Eleanor al cole, en la función de fin de curso aplaudiendo a Mimi y Eleanor, de pequeño con Diana en la casa en la playa en España, mirando a Chad aprender a tocar la guitarra, o metiendo conmigo la mano en un tarro de Nutella.
               Tommy levantó la vista y nos miró a todos, uno a uno. Tragó saliva, luchando por no ponerse a llorar.
               -Échalo, T-lo animó Alec, pero Tommy negó con la cabeza y continuó pasando páginas del álbum. Miró las fotos con sus hermanos pequeños, con mis hermanas pequeñas, con mis padres, con los suyos, con los de Chad, los de Layla y los de Diana. Sorbió por la nariz y se frotó los ojos, y pasó una página.
               En la última hoja habíamos estampado las firmas de todos los que aparecíamos en ese álbum; Mimi había calcado una firma de Alec que le había pedido que le enviara en una carta.
               Tommy pasó los dedos por la primera frase que habíamos dejado en ese lado.
               Estamos súper orgullosos del hombre en el que te estás convirtiendo. Y, aunque puede que estemos lejos…
               En la página siguiente habíamos dibujado un mapamundi en el que habíamos puesto una marquita allí donde cada uno estaba pasando el año: las que más destacaban eran las de Bey en Oxford, la de Alec en Nechisar… y las dos estrellas plateadas que siempre aparecían juntas en distintos rincones del mundo. Scott y Tommy. Tommy y Scott.
               como dijo papá: no hay ningún otro lugar en el que me preferiría estar más que contigo, aquí, esta noche.
               Tommy levantó los ojos y los posó en Scott.
               Y, entonces, se echó a llorar.
               -Gracias. Gracias, ¡gracias, gracias!-jadeó, poniéndose en pie y dejándose abrazar por todos y cada uno de nosotros. Nos fuimos turando para estrecharlo entre los brazos, darle los mimos que se merecía, para luego dejar que pasara al siguiente. Para cuando cada uno de nosotros le hubo dado dos abrazos, nos quedó claro que Tommy no iba a parar por sí solo, así que Alec bromeó:
               -Por favor, que alguien le haga la carta astral a este chaval. Fijo que tiene el ascendente en Piscis, y nosotros aquí, dándole alas para que se ponga mal.
                -¿Te ha gustado el regalo, mi amor?-preguntó Layla mientras Jordan y Max sacaban cervezas de la neverita del cobertizo para brindar a la salud de Tommy. Como no cabían suficientes para todos, habían sacado vasos que usaríamos para compartir la bebida. Era evidente con quién iba a compartirla yo.
               -Ha estado genial. Gracias, Lay.
               -Lo de empezar con Scott y Eleanor ha sido idea de Chad-explicó.
               -Como si necesitara otra razón más para follármelo-dijo Alec en voz baja, dando un sorbo a su cerveza. Lo miré, fingiéndome escandalizada, y me guiñó el ojo y se rió.
               -Como todo empieza y termina en Scott y Eleanor-explicó Chad-, y como son tan importantes para ti, se me ocurrió que lo lógico era que empezaran ellos.
               -Todos sois importantes-respondió Tommy, abrazando a Chad.
               -Algunos más que otros-alardeó Scott, burlón.
               -De segundones Scott entiende mucho-dijo Eleanor, y nos echamos a reír al ver la cara de fastidio que puso su novio. Se rió y se puso de puntillas para darle un beso en los labios y que se le pasara el enfado. Tam le preguntó a Tommy qué quería hacer, a lo que él contestó que cualquier cosa. Jugar a un videojuego serviría.
               -Antes, ¿podemos terminar de ver esta obra audiovisual?-pidió Alec-. Me da la sensación de que Eleanor le va a dar un repaso a Scott de la hostia.
               -No te vas a creer lo jodidamente surrealista que fue esta entrevista-contestó Scott, cogiendo el móvil de Tommy y subiéndole el volumen-. ¡Casi termina con nuestra relación!
               -¿Por?-preguntó Alec, frunciendo el ceño. Eleanor se sentó en el suelo y sopló su matasuegras.
               -No le hagas caso, Al.
               -¿Que no me haga caso? Reconociste delante de todo Internet que te doy asco.
               -No me extraña-soltó Alec.
               -Qué gracioso-bufó Scott mientras Tommy se reía.
               -¡Decir que prefiero nadar con tiburones a lamerte el sobaco no es decir que me des asco, Scott!-protestó Eleanor.
               -¿CÓMO?-bramó mi novio. Sí, yo también me había quedado así cuando me habían contado lo de la entrevista.
               -¿¡QUIÉN PREFIERE NADAR CON TIBURONES ANTES QUE LAMERLE ALGUNA PARTE DEL CUERPO A SU PAREJA!?-protestó Scott.
               -¡En eso tengo que estar de acuerdo con el gallo prepotente y chulito! Eleanor, ¿fijo que estás enamorada de Scott?
               -¡Los tiburones son animales inofensivos!
               -Ay, Dios mío de mi vida. ¿Es que tu madre no os pone las pelis de Spielberg?-le preguntó Alec a Tommy, que había vuelto a coger el álbum de fotos y lo miraba con calma. Mi novio tenía las manos unidas por las palmas.
               -¡Y los sobacos son una zona muy antihigiénica!
               -Será que tú tratas con pocas zonas antihigiénicas de Scott-comentó Mimi.
               -¡MARY ELIZABETH!-bramó Eleanor, estupefacta, mirándola con ojos como platos.
               -¡Tiene razón! ¿Cómo puedes decir que estás enamorada de Scott si hay partes de él que no te gustan? Vale que su cara tampoco es que sea muy agradable de encontrar en un callejón oscuro de noche, pero, no sé, Eleanor, me parece un poco exagerado preferir jugarte la vida a lamerle el sobaco a tu novio. Sabrae me lo lame constantemente.
               -¡ESO NO ES VERDAD!-protesté.
               -Bueno, a menudo sí que lo haces.
               -¡¿CÓMO PUEDES SER TAN MENTIROSO?!-protesté, pero Alec me miró con una ceja alzada-. Bueno, vale, igual alguna vez que otra que ha pasado, pero ya sabes que yo no respondo de mis actos cuando estamos en la cama y tú me…-me di cuenta de que tenía a la friolera de catorce personas mirándome y me puse colorada-. Pero no es premeditado.
               -No actúes como si fuera algo horrible. ¿A que estarías dispuesta a hacerlo ahora?
               -No pienso hacértelo ahora. Tienes pelos, Alec-me quejé.
               -¡También los tengo en los huevos y bien que te encanta chuparlos como si fueran dos bolas de helado y estuviéramos en una ola de calor, chavala!
               -Hombre, es que ya que nos gusta, y no te los quitas, pues los soporto-respondí-, pero preferiría que no los tuvieras.
               Alec se llevó una mano al pecho y parpadeó.
               -¿Perdón?
               -¿Cómo es que se han puesto a discutir por esto?-preguntó Chad en un susurro a Mimi.
               -Calla, que igual paran-siseó ella, observándonos con muchísima atención.
               -No te he dicho nunca nada para que no te sintieras mal, o te diera vergüenza, o te causara algún tipo de inseguridad.
               -¿Alec, inseguro con algo relacionado con su polla?-preguntó Jordan, y miró a Max-. Esta pobre chica no sabe a quién se folla.
               -Yo estoy más cómodo con ellos afeitados-respondió Alec-, da menos calor. Aunque sí que fastidia cuando empieza a salir el pelo porque pica.
               -Uf, es una mierda eso-asintió Max.
               -¿Y por qué no decías nada?-pregunté.
               -¡Pues porque pensé que te gustaban más con pelos, Sabrae!
               -¿¡Cómo me van a gustar más con pelos, Alec!?
               -¡¡Y yo qué sé!! ¡¡Como a las tías no hay quien os entienda!! ¡Tan pronto os encantan los tíos peludísimos como los queréis calvos como bebés!
               -¡¡Tócate los huevos!!
               -¡¡Más bien DEPÍLATE los huevos!!-soltó Jordan, y aunque Mimi estaba roja como un tomate por el deje que acababa de tomar la conversación, hasta ella se unió a las carcajadas generales.
                -¿Vosotros veis esto normal?-preguntó Alec, mirando a sus amigos. Especialmente, a Max, que se encogió de hombros.
               -Si vierais las conversaciones que tengo yo con Bella… como a los seis meses de salir juntos me preguntó que si la seguiría queriendo si fuera una lombriz. ¡Una lombriz!
               -¿Y qué le contestaste?-preguntó Tam, observándolo con el ceño fruncido.
               -Le dije que si me había despertado para eso. Y me giré en la cama y me dormí.
               -¡¿No le contestaste?!
               -Hombre, es que, ¿cómo le va a contestar a eso?-soltó Alec, y casi rompo con él ahí mismo.
               -¡Pues contestándole!-rugí yo.
               -¿Qué clase de pregunta es ésa?
               -¡Una muy importante! ¡Así que ya estás contestándola!
               -¿Y yo qué cojones sé de si Max seguiría queriendo a Bella si ella fuera una lombriz?
               -¡No, imbécil! ¿Tú me seguirías queriendo si me convirtiera en una lombriz?
               -¿QUÉ?
               -¡¡Contesta, Alec!!
               -A estos no va a haber quien los aguante cuando se reconcilien-bufó Scott, sentándose al lado de Tommy y mirándonos desde abajo.
               -¿Qué coño quieres que te diga?
               -La verdad, ¿lo harías, o no?
               -¿Y por qué te ibas a convertir en una lombriz?
               -¡SÍ O NO!
               -¡¡PASO DE CONTESTARTE!! ¡Dame una razón por la que te convertirías en lombriz y entonces yo ya pensaré la respuesta!
               -¿¡TE LO TENDRÍAS QUE PENSAR!?-chillé, escandalizada.
               -¡¡SERÍAS UNA LOMBRIZ, SABRAE!! ¡¡BASTANTE ANGUSTIA PASO CUANDO ESTAMOS EN UN SITIO CON MUCHA GENTE SI MIDES UN METRO Y MEDIO, IMAGÍNATE SI NO LLEGAS A LOS DIEZ CENTÍMETROS Y NO TIENES UN ESQUELETO QUE TE PROTEJA!! ¡¡TENGO QUE SOPESAR MIS OPCIONES!! ¿QUÉ HARÍA CUANDO QUISIERA IR CONTIGO AL CINE, EH? ¿LLEVARME UN TERRARIO? ¿LAS CENAS CONSISTIRÍAN EN PASARTE MIS SOBRAS Y ESPERAR UNA SEMANA A QUE TE LAS TERMINES?
               -¡O sea, que no me querrías si fuera una lombriz!
               -¡¡Yo no he dicho eso!! ¡Lo que quiero es que me digas qué podría convertirte en lombriz!
               -Supongamos que hay una bruja malvada-dije, poniendo los brazos en jarras-. Y que me convierte en lombriz.
               -Pues entonces encontraría la manera de deshacer la maldición.
               -¿Y mientras tanto?-pregunté, entrecerrando los ojos. Alec se giró y miró a sus amigos.
               -Echadme una mano.
               -Dile que sí-dijo Tommy.
               -¡No quiero que me digas que sí porque te lo diga Tommy, sino porque lo sientas de verdad!
               Alec se quedó callado un momento, mirándome, y tanto Karlie, como Bey, Tam, Eleanor, Diana, Layla, Mimi y yo tomamos aire sonoramente.
               -¡¡NO TE LO ESTARÁS PENSANDO EN SERIO!!
               -¡Lo que me estoy pensando es por qué coño os planteáis estas gilipolleces y por qué parece tan importante que yo ya haya considerado en once meses que llevamos de relación cómo serían mis sentimientos hacia mi novia si ella se convirtiera en un anélido!
               -No me esperaba que mi hermano conociera la palabra “anélido”-le confió Mimi a Eleanor.
               -Es que tiene el Bachiller-explicó Eleanor.
               -¡Pues porque necesitamos saberlo y punto! ¡Literalmente ponemos nuestras vidas en peligro por vuestra culpa cuando nos quedamos embarazadas, ¿qué menos que saber si nos seguiríais queriendo si nos convirtiéramos en un bicho?!
               -¡Depende del bicho! Creo que estarás de acuerdo conmigo en que hay una diferencia entre una mariposa y una lombriz.
               -¡Tú lo que eres es un gilipollas superficial!
               -Hombre, con el bombonazo que tengo por novia, entenderás que me guste lo que veo y que no me haga gracia que me lo cambien.
               -O sea, que estás conmigo porque estoy buena.
               -Bueno, eso de que estás buena está por ver-dijo Scott.
               -Mira, Scott, no te abro la puta cabeza ahora mismo porque estamos de celebración, pero ojito con lo que le dices a tu hermana delante de mí.
               -No te hagas el digno, que no me has dicho que sí me querrías si fuera una lombriz. Estoy súper dolida contigo. No me esperaba esto de ti, Alec. ¿¡Me peleo con mis padres por ti y tú coges y me pides explicaciones en vez de decirme de plano que me querrías si fuera una lombriz!?
               -¡¡Es que, al contrario de lo que pueda parecer porque no hago más que follarme a una mula, no me mola la zoofilia, Sabrae!!
               -¡¡NO ESTOY DE COÑA!!
               -¡¡¡¡¡¡DIOS MÍO DE MI VIDA!!!!!!!!!! ¡¡¡VALE!!! ¡¡SÍ, TE QUERRÍA SI FUERAS UNA LOMBRIZ!! ¡IGUAL HASTA ERA LO MEJOR, Y ASÍ NO DIRÍAS TANTAS CHORRADAS SOBRE QUE NO TE QUIERO O COSAS ASÍ! ¡TE QUERRÍA SI FUERAS UNA LOMBRIZ, UN PEREZOSO, UN KOALA, UN BAOBAB O UN PROTOZOO! ¡HASTA TE QUERRÍA SI FUERAS UNA MESA DE ESCRITORIO, UN SACAPUNTAS, O UN MANDO A DISTANCIA! ¿CONTENTA?
               -Los objetos inanimados no cuentan.
               -¡VALE! ¡PUES ENTONCES TE QUERRÍA INCLUSO SI FUERAS UN PEZ ABISAL DE ESOS CON LOS OJOS SALTONES, UNA LUZ EN LA FRENTE Y LOS DIENTES MÁS GRANDES QUE LA BOCA! ¡Incluso entonces! ¡¡Así de en la mierda me tienes, Sabrae!! ¿¡Satisfecha!?
               -Cí-ronroneé, dándole un beso en la mandíbula-. Mucho-dije, rodeándole la cintura con los brazos y suspirando contra su piel.
               -Y para que conste-añadió-, necesitaría pensármelo porque no tendría ni idea de cómo haríamos para que tú me dijeras lo que necesitaras de mí, no porque yo no quisiera dártelo.
               -¿Tan difícil era contestar así?-le preguntó Eleanor a Scott.
               -¿Tan difícil era decir que preferirías lamerme el sobaco a nadar con tiburones?
               -Ugh, eres insoportable.
               -¿Qué es eso de que te has peleado con tus padres por Alec?-preguntó Bey, el ceño fruncido, los brazos cruzados. Y yo me di cuenta entonces de que sus amigos no tenían ni idea de la que se nos había venido encima. Miré a Alec, que parecía igual de reacio que yo a fastidiar el cumpleaños de Tommy contando nuestras miserias.
               Pero me bastó con verme reflejada en su mirada, y a él verse reflejado en la mía, para entender que habíamos llegado a un punto de inflexión. No teníamos nada que esconder, ni a nosotros, ni a nuestros amigos.
               Así que nos pasamos la siguiente hora contando todo. Lo que ya sabían que había hecho y cómo habían reaccionado mis padres. Las peleas que habíamos tenido y la nota que nos habían dejado. La sesión de terapia que previsiblemente tendríamos mañana, antes de que Alec se fuera (si es que lo hacía, aunque no tenía valor para albergar tal esperanza, ni tampoco quería que los chicos supieran que estábamos valorando siquiera esa posibilidad antes de que Alec y yo lo habláramos en serio). Y mi mudanza a casa de los Whitelaw para que nos dejaran disfrutar de nuestros días por separado.
               Entonces, sucedió algo que me sorprendió: de todos los amigos de Alec, había una que tenía especial admiración por mis padres; sobre todo, por mi madre. Había trabajado con ella, había estudiado como loca para entrar a su misma universidad para poder ponerse un día a su servicio.
               Todo para que mi madre criticara ahora a su mejor amigo.
               -Pero, ¿estamos gilipollas aquí, o qué coño pasa? ¿Cómo que eres malo para Sabrae?
               -Flipas, Bey. Se están comportando como si fuera malísimo para Saab, o la tratara mal, cuando no te he dicho-me miró- ni una palabra más alta que otra en mi vida, ni te he insultado… fuera de la cama-añadió al ver que yo alzaba las cejas, porque sí que lo había hecho… pero me encantaba.
               -Me llamaste hija de la grandísima puta jugando al Mario Kart-le recordé.
               -Bueno, es que en aquel momento lo fuiste.
               -Que tengáis roces no os hace ser tóxicos. Es normal. Tú la cuidas más de lo que has cuidado a nadie en  tu vida. Y mira que ya es decir-sentenció Max. Scott asintió con la cabeza; Tommy hizo lo mismo.
               Fue Layla la que dejó zanjado el asunto con un:
               -Para todos los títulos que tiene, Sherezade es bastante imbécil. Igual que Zayn. Sin ánimo de ofender, S.
               -Pf-suspiró Diana-, no quiero pensar en lo malo que tienes que ser para que Layla te insulte.              
               -Se están pasando tres pueblos con ellos-dijo Scott.
               -A vosotros también os lo parece, ¿no?-preguntó Alec, un poco aliviado. Odié ese tono con el que lo dijo, no porque dudara ni por un segundo de que nosotros teníamos la razón, sino porque él no se merecía albergar la más mínima duda. Miré a sus amigos, sus rostros enfadados, sus asentimientos ofendidos, y comprendí por qué Tommy se había echado a llorar al leer aquella frase.
               Yo tampoco tenía ningún lugar en el que me apeteciera estar más que allí, justo donde estaba, cogida de la mano de Alec, con un montón de gente diciéndome que no era yo la que estaba equivocada.

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2 comentarios:

  1. Bueno, voy a empezar diciendo que me ha encantado este capítulo por muchas razones pero la principal es que me ha dado una nostalgia tremenda verlos a todos juntos de nuevo en esa parte final y sobre todo a sabralec discutiendo por chorradas mientras los demas los miran como si fuesen una atracción turistica.
    Me he descojonado varias veces a lo largo del cap, desde alec diciendo lo de que habia potado su semen hasta lo de la lombriz que ha sido buenísimo uf. Me ha emocionado muchísimo el reencuentro con sasha y como scott me ha recordado una vez mas porque ma pase dos horas y media llorando en un trayecto de vuelo, simplemente por ser el mejor. Y bueno sobra decir que se me ha caido una lagrimilla con el momento regalo de tommy y lo mono que ha sido. Que poco lo valoramos.
    Asumo que el siguiente capítulo viene fortísimo y aunque ya hemos hablado de esto sigo sin conseguir ser del todo objetiva y ver la situación desde los ojos de sher y zayn sobre todo llegados a este punto. En palabras de diana: “no quiero pensar en lo malo que tienes que ser para que Layla te insulte”

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  2. Me ha gustado mucho el cappp, comento por partteess:
    -Que mal todo el principio, es que mis pobres, planteándose no ir al cumple de Tommy :’((
    - Los discursitos de Alec cuando está nervioso son TAN graciosos.
    - Los dos picándose con todo y con nada son monísimos.
    - Duna haciendo el drama de su vida al ver a Alec, representando.
    - Scott siendo el punto amo? Es que le adoro, no esperaba menos que esta defensa en verdad.
    - El reencuentro con Shasha ha sido preciosísimo, los mejores cuñis. Y el momento Shasha desviando un satélite que risa por favor.
    - Me encanta que le pongan a Tommy cosas de niño pequeño en los cumples JAJAJAJAJJAJ
    - Que bonito han organizado el regalo y que bonito ha sido jo :’))
    - Que risa lo de la entrevista de Scott y Eleanor por favor es que me descojooonoo.
    - El momento “¿tú me seguirías queriendo si fuese una lombriz?” ha sido buenísimo.
    He disfrutado muuuchoo el cap!! Adoro cuándo tenemos momentos de verles a todos juntos otra vez. Con ganitas del siguiente (aunque se vaya a venir drama) <3

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