martes, 29 de agosto de 2023

Podio.


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La combinación de Sabrae con agua era más explosiva todavía que la de varios tipos de pólvora, a cual más refinada que la anterior. Primero, porque si Saab se mezclaba con agua, era porque sacaba su ropa de la ecuación, algo que ya tenía efectos nefastos en mi salud mental.
               Y, sobre todo, porque había fantaseado demasiado con ese momento durante mi reclusión en Etiopía como para que pudiera aguantar más de un segundo con las manos alejadas de su cuerpo, o medio minuto cumpliendo con mi deber como amantísimo novio y más devoto admirador. Las duchas del voluntariado eran ese rincón que todos los tíos teníamos como un harén comunitario en el que a cada uno le correspondía una sesión masturbatoria de manera cíclica, justo después de que hubieran terminado los demás. Una vez cada tantos días como tíos hubiera en el voluntariado, tus compañeros te dejaban a solas mientras terminabas de ducharte para que pudieras pensar tranquilamente en la mujer (o el hombre, según cada caso) que más loco te volvía y fantasearas con que ella estaba allí, contigo. Que eran sus manos y no las tuyas las que rodeaban tu polla con ceremonia. Que era su lengua y no el agua la que te recorría de arriba abajo, lamiendo cada rincón de tu cuerpo. Que era su coño y no tus manos las que te apretaban la polla y te exprimía cuando te corrías pensando en sus gemidos, en lo increíblemente sexy que estaba cuando se duchaba y en lo muchísimo que la echabas de menos, en lo cachondo que te ponía estar con ella.
               Algunas de las chicas cuyos espíritus rondaban las duchas estaban en el mismo voluntariado; otras estaban a miles de kilómetros de distancia. Algunas de ellas sabían el nombre de quien las pensaba, puede que incluso tuvieran idea de lo que sucedía allí; otras ni siquiera conocían al chico que daría su vida por tenerlas allí, siquiera durante cinco minutos.
               Y Sabrae era mil veces mejor que todas ellas, la única que se merecía estar allí más que ninguna. Había sido mi refugio de los temporales que me habían asolado las últimas semanas, y ahora…
               … ahora estaba allí, de nuevo, frente a mí. Desnuda y preciosa y despampanante como un aparición, como la musa de las estatuas más sensuales talladas jamás por el hombre, aquella cuya belleza no podían captar ni los grandes maestros de la historia del arte.
               Ahora estaba de pie junto a la mampara de la ducha, mirándome con una sonrisa tranquila en los labios como si no acabara de joderme la psiquis desnudándose delante de mí como lo había hecho. Podría haberme destrozado del todo quedándose nada más que con mis gayumbos, pero había decidido hacerlo al revés, de manera que yo no supiera adónde mirar: si a sus deliciosos pechos, aún más redondos y turgentes cuando se inclinó para recogerse el pelo; o a ese rincón rizado de su entrepierna que tantas promesas hacía y mil más cumplía.
               Se me había puesto dura ya nada más ver cómo se quitaba mis calzoncillos, y eso que la camiseta que llevaba puesta no dejaba nada a la vista, así que… imagínate cuando pude hartarme a mirar el hueco entre sus piernas o cómo sobresalían y se movían sus pechos en su torso mientras se tomaba su tiempo haciéndose el moño. Mi única salvación había residido en que Sabrae, que se había puesto ligeramente de puntillas, no se había girado para darme la espalda.
               Eso me habría hecho ver su entrada y no llegar, definitivamente, al cumple de Tommy. Si es que llegábamos.
               Lo bueno de mi atuendo era que yo no tenía mucho que quitarme para poder llegar a ella como más me apetecía estar. Así que, con sus ojos fijos en los míos y sus labios húmedos por cómo se relamió, seguramente pensando en esas cosas malignas y deliciosas que quería hacerme, me desanudé el cordón de los pantalones y los dejé caer, liberando así mi polla, que no pude evitar acariciarme. Joder, la tenía durísima y enorme. Necesitaba sentir cómo se cerraba en torno a mí, cómo me abría paso por sus pliegues y le arrancaba un gruñido gutural entremezclado con admiración por mi tamaño.
               Necesitaba follármela. Y hacerlo de pie esta vez. Hacerlo como había imaginado que lo hacíamos cuando estaba a seis mil kilómetros de ella, con las mismas ganas que si siguiera a la misma distancia y no a sesenta centímetros.
               Sintiendo todo mi cuerpo arder, apreté los dedos alrededor del tronco de mi polla y pensé “de perdidos, al río” mientras daba un paso hacia ella. Y entonces me fijé en que sonreía, pero no la típica sonrisa de la chica que está orgullosa del chico al que le ha entregado su corazón, satisfecha con al que le abre las piernas y feliz de haber sido la excepción que confirmaba la regla, la única razón por la que un fuckboy dejaría atrás su vida de vividor y convertiría sus noches en momentos de paz en lugar de juergas.
               No, no era la típica sonrisa de la chica que está enamorada, te escribe cartas y te jura amor eterno y que te esperará. Era la sonrisa de la chica que tiene un novio que es un payaso y que no puede dejar de reírse, con él o de él. La típica sonrisa que, normalmente, me encantaba que Sabrae esbozara, sobre todo porque cuando se la mordía suponía que yo estaba tratando de hacer que se riera y ella no quería ceder, pero se le hacía muy difícil.
               -¿Qué pasa?-pregunté, y ella se mordió los labios y negó despacio con la cabeza. Juntó las manos, entrelazó los dedos y se dejó los índices extendidos, que se llevó a los labios mientras observaba mi entrepierna. Normalmente no me habría importado hacerle gracia, pero… a ver. Soy un tío. Entenderás que mi autoestima está muy ligada a la percepción que tienen los demás de mi polla, así que el que mi novia la mire y se ría… pues no me hace ni puta gracia-. Sabrae-espeté, haciendo de su nombre una palabra ofensiva pero que no llegaba a ser insulto. Curiosamente, sonó muy similar a como ella decía mi nombre hacía un año.
               -Date la vuelta.
               -¿Qué?
               -Que te des la vuelta.
               -¿Es en serio? Estás en bolas, estoy en bolas, la tensión sexual entre nosotros se corta con un cuchillo y ¿quieres que me dé la vuelta? ¿Para qué?
               -¡Tú dátela y punto!
               Tomé aire y lo solté muy despacio, sopesando las posibilidades: podía hacer lo que me pedía como si fuera un mono de feria y olvidarme de que me respetara en algún momento de nuestras vidas, pero así conseguir más rápido lo que quería (meterme entre sus piernas de nuevo); o podía plantarme y echarle un pulso, aun sabiendo que era muy posible que perdiera y nos empujara a una bronca del quince para absolutamente nada… pero, al menos, entendería que yo no había nacido para satisfacerla.
               Bueno, un poco sí. Vale, bastante. Vale, sí, bueno, había nacido para satisfacerla del todo, pero una cosa era que la ayudara a cargar con su bolsa de deporte de la que salía del gimnasio, le abriera todas las puertas frente a las que se colocaba, le cediera el asiento en el metro, le diera mis zapatos cuando a ella le hicieran daño los tacones o bajara a la cocina a por agua cuando ella tuviera sed; y otra que fuera su puñetero esclavo. O que le diera el último chilli cheese bite. Lo siento, pero no. En todo hay límites.
               Supongo que dejar que se riera de mí estaba dentro de esos límites, porque, como buen gilipollas que soy, terminé girándome despacio, las manos en la entrepierna en un gesto de protección al que los dos no hicimos el menor caso, y dándole la espalda.
               Y Sabrae estalló en una sonora risotada.
               -¿¡Pero qué hostias te pasa!? ¿¡Eres tonta o qué!? ¿¡Qué coño tiene tanta gracia!?
               -¡Tu culo!
               ¿Qué? ¿Qué tenemos, diez años?
               -¿Cómo dices? A ver si te sigues riendo tanto cuando tengas mis huevos en la garganta, payasa. ¿Qué problema tienes con mi culo, a ver?
               No me jodas. Lo tenía más respingón que cuando me marché, y también bastante más duro. No había tenido ningún problema con él mientras lo palmeaba y me clavaba las uñas en las nalgas durante el último polvo guarro que acabábamos de echar, ¿y ahora le parecía un chiste?
               -¡No te has visto en el espejo, ¿verdad?!-rió, negando con la cabeza y apartándose unos mechones sueltos de la cara. Me dieron ganas de preguntarle si se había visto ella últimamente, no porque tuviera absolutamente ninguna queja de su apariencia, todo lo contrario; sino porque era la respuesta fácil. Gracias a Dios, me contuve a tiempo.
               -Lo estás arreglando, chavala. ¿Sabes qué te digo? Que me voy a mi habitación, no vaya a ser que no puedas dejar de reírte y te ahogues en la ducha-protesté, pero ella salvó la distancia que nos separaba de un par de zancadas y me agarró de la mano.
               -No, ¡no! No te vayas, Al, yo…-la interrumpió una carcajada y yo puse los ojos en blanco, soltándome de ella de un tirón-. Perdón, es que… ¡fíjate! ¿¡No has visto las marcas de moreno que tienes!?
               Fue entonces cuando mi enfado me permitió escucharla, siquiera porque su cercanía apaciguaba a la fiera que tenía dentro. Bajé la mirada.
               -¡Tienes el culo blanco nuclear!-prácticamente aulló, y yo me la quedé mirando mientras se partía de risa. Vale, sí. Cuando había notado que las camisetas me dejaban marcas de moreno, había empezado a quitármelas con más alegría de lo que lo había hecho cuando llegué. No era así con los pantalones, pero los pocos ratos que tenía libre y que me pasaba a la intemperie, bien con Luca, bien con Perséfone, o bien con cualquiera de mis compañeros, procuraba, como mínimo, remangarme las bermudas para que mi piel cogiera un color homogéneo. Evidentemente, no podía ponerme con la polla al aire en el voluntariado, por razones evidentes: había una población de tías muy superior a aquella de la que yo podría defenderme si decidían organizarse y violarme en grupo, así que mejor no darles ideas.
               -Pues sí, corazón-espeté, inclinándome hacia ella-, y ¿sabes por qué? Porque desciendo de la distinguida estirpe de los Romanov, gobernantes durante siglos del vasto y glorioso imperio ruso. ¿Te suena? ¿Rusia? Ya sabes, el país más grande del mundo, que está en el hemisferio norte. Norte, Sabrae. Así que, ¡lo siento, tesoro! Algún defecto tendría que tener estar luchando contra la extinción masiva de la que es culpable nuestra especie, ¿no?
               Sabrae volvió a juntar los dedos frente a sus labios y, entre risitas, dijo:
               -Lo siento, sol. Es que…-una nueva risita-, estás muy gracioso.
               -Me alegra divertirte, chavala. Supongo que cuando vuelva, si me aceptan, me dedicaré a correr en bolas por la sabana; igual, con un poco de suerte, no me arranca los cojones ningún león, ¿eh, mi princesa?
               -¿Si te aceptan?-repitió, colgándose de mi cuello y besándome los labios, que tenía fruncidos-. No creo que tengan ninguna duda de lo mucho que te echan de menos. Si es la millonésima parte de lo que lo he hecho yo, seguro que se estarán volviendo locos-ronroneó, acariciándome los hombros con las manos y subiendo por mi nuca. Entrelazó los dedos en el nacimiento de mi pelo y me estremecí de pies a cabeza, a lo que sonrió.
               -No va a funcionar.
               -¿El qué?
               -No vas a engatusarme con un par de caricias y una mirada de gatita. Estoy dolido. Te has reído de mí. Me has hecho daño en el amor propio.
               -No era mi intención, sol-ronroneó, inclinándose a darme otro pico. Y sé que me he hecho el duro y el ofendido y el agraviado hace un rato, pero… lo bueno de mí es que no soy rencoroso. Me cuesta muchísimo enfadarme y muy poco perdonar a la otra persona; menos aún si esa persona es Sabrae.
               Y está desnuda.
               Y está juguetona.
               Y está mimosa.
               Y está acariciándome la nuca.
               -Has sido un poco racista conmigo, ¿sabes?-lloriqueé, y ella se rió-. Ya sé que estás traicionando a tu gente saliendo con un blanco, pero yo me esfuerzo. He cogido color, ¿ves?-dije, extendiendo un brazo-, ya estoy casi como tú.
               Ella me miró el brazo extendido, se mordió el labio, y sonrió.
               -Ya lo veo. Estás guapísimo, sol.
               -Vale, estoy empezando a preocuparme. ¿Cómo es que no me dices que tú no puedes ser racista conmigo, eh? ¿Acaso te encuentras mal?
               -Mm-mm-asintió-. Estoy un poco acalorada-tonteó, dándome un beso sobre la cicatriz que me dividía el pecho en dos. Te juro que sentí sus labios directamente sobre mi polla. Además, me abandonó el aire que tenía en los pulmones. Se abanicó con la mano y me miró a los ojos, una pregunta en la mirada que cualquier chico podría entender, y mejor aún uno con mi historial.
               -¿Ah, sí?
               -A-já. ¿Tú no tienes calor? Pareces caliente-soltó, y yo me eché a reír.
               -Guau, Sabrae. Qué sutil.
               Ella se relamió los labios y jugueteó con sus dedos tras mi nuca, lanzando descargas eléctricas de ese rincón de mi cuerpo a mi entrepierna.
               -Y también me siento algo pegajosa. Ya sabes, estoy bastante sudada. Y sabes que me pongo irascible cuando me siento sucia.
               -Ajá-la imité, dándole un beso en la cabeza-. Sí, me consta. Suerte que hay una solución bastante fácil para eso-dije, mirando la ducha con intención, pero ella me puso las manos en la mandíbula y me hizo volver a mirarla.
               -Lo de antes no iba en serio, ¿no? Te duchas conmigo, ¿verdad?
               -Mm, no sé. Todavía no estoy muy seguro de que te arrepientas de lo que me has dicho.
               -Pues lo hago-dijo, dándome un beso en el pecho, justo encima del corazón, que se saltó un par de latidos y luego, como queriendo compensar, empezó a latir descontrolado-. ¿Qué tengo que hacer para demostrártelo?
               -Déjame que piense… ya sé. Acepta hacer todo lo que yo te diga.
               -Vale.
               -Por un periodo de 24 horas.
               -Jo. Yo quería que fuera algo más largo, como… no sé. Para toda la eternidad, o algo así-hizo un puchero y yo me reí, rodeándola con los brazos. Le di un beso en la punta de la nariz y ella esbozó una sonrisita adorable, de niña consentida que es la princesa de su casa.
               -¿Nos duchamos juntos, bombón?
               Asintió con la cabeza, entusiasmada, y me llevó al interior de la mampara de ducha. Me dejó colocarme entre ella y el chorro, porque sabe que me gusta hacerme el protector y porque yo sé que ella es mucho más sensible a los cambios de temperatura que yo, y se puso a ordenar los productos de higiene mientras yo regulaba la temperatura del agua. Cuando encontré la que a ella más le gustaba, le tendí el teléfono, pero ella negó con la cabeza y se dio la vuelta. ¡Genial! Mi suerte mejoraba por momentos: le apetecía que tuviéramos una de esas sesiones íntimas en las que nos encargábamos de bañar al otro, así que eso hice: con cuidado de no mojarle el pelo, le pasé la alcachofa por los hombros y luego por las clavículas, asegurándome de mojarla totalmente. Ella hizo lo mismo conmigo; aunque sin querer, terminó mojándome el pelo, a lo que reaccioné exhalando un gruñido y empotrándola contra la pared. Sabrae se echó a reír, levantó una pierna para engancharse mejor a mi cintura, dejó una mano anclada en mi espalda y empezó a besarme, ignorando ya que en la otra mano tenía la alcachofa.
               -Te estoy mojando el pelo-le dije cuando me separé de ella para mirarla y vi que parte de su moño estaba empapado.
               -Me da igual-respondió, tirando de mí para pegarme de nuevo a sus labios. Seguimos besándonos y besándonos y besándonos hasta que nuestros cuerpos empezaron a enfriarse, echando de menos el agua, y sólo entonces recordé que teníamos cosas que hacer, citas a las que acudir, fiestas en las que desfasar. Le pedí que me lavara el pelo y ella se echó un chorro de champú en las manos. Se puso de puntillas y chasqueó la lengua, mirándome la cabeza con un gesto de concentración que me encantó.
               -¿Qué pasa?
               -No recordaba que esto fuera tan difícil.
               -¿Lavarle el pelo a tu novio? Si tanto sacrificio te supone, puedo hacerlo yo solo.
               -Ni se te ocurra alejarte de mí, bobo. No; me refiero a que es difícil lavarle el pelo a mi novio el altísimo.
               -Si no fueras un piojo…
               Sabrae abrió muchísimo los ojos y la boca, me frotó una nube de espuma en la cara, y chilló cuando yo me defendí lanzándole un chorro de agua. Se echó a reír, se lavó las manos y se ocupó de que no me entrara nada de jabón en los ojos a base de retirar todos los restos de mi frente. Me echó el pelo hacia abajo y se me quedó mirando un momento, pensativa.
               -Tengo que decirte algo-dijo por fin.
               -¿Lo que tienes que decirme es que eres lesbiana y me has odiado toda tu vida porque soy un festival de atractivo masculino con patas?
               -No. Y me sorprende siquiera que te lo plantees-respondió, obedeciendo cuando le indiqué que se girara para pasarle una esponja por los hombros-, teniendo en cuenta lo obsesionada que estoy con montarme a tu polla a la mínima ocasión que se me presenta.
               -Eres inglesa.
               -¿Y eso qué implica?
               -Te gusta la hípica. Lo llevamos en la sangre-expliqué, encogiéndome de hombros, y ella se echó a reír, pero negó con la cabeza. Suspiró, se soltó el pelo del moño y dejó que le pasara la ducha por encima, empapándoselo. Cuando se lo enjaboné, poniendo cuidado de no darle ningún tirón, ella ronroneó y jadeó-. Saab, si mal no recuerdo, querías decirme algo.
               -¿Qué? Oh, sí. Antes me has dicho-dijo, girándose- que estoy traicionando a mi gente saliendo con un blanco. Pero no estoy traicionando a nadie estando contigo. De hecho, si he traicionado a alguien, ha sido precisamente a ti, negándote durante meses lo que te pertenecía por derecho.
               Me quedé callado, mirándola. Había en su mirada la determinación de una emperatriz dispuesta a enfrentarse no sólo a las fuerzas de cientos de ejércitos enemigos, sino a los prejuicios de su propia corte, la que asegura que jamás será una buena reina. Y, por la fuerza que había en sus ojos, supe que conseguiría no sólo extender las fronteras de su imperio más allá de lo que lo hubiera hecho ningún hombre antes que ella, por muy estratega que fuera; sino que también haría que su pueblo fuera el más feliz y fértil que hubiera habido nunca. Al lado de Sabrae, Alejandro Magno no sería más que un mercenario con cierta suerte.
               -No quiero que  pienses ni por un segundo que me he avergonzado de ti en algún momento desde que me diste ese beso que lo cambió todo para mí, Al. Tú eres lo mejor que me ha pasado desde que Scott me encontró en el orfanato. Y no te equivoques: si pongo lo del orfanato por encima de tu beso y lo que me hiciste en el cuarto morado del sofá, es porque sin mi adopción no podría estar aquí, ahora, desnuda delante de un chico que es literalmente perfecto cuando yo no lo soy ni lo más mínimo, y sin embargo tremendamente tranquila porque sé que él no me rechazará. Que verá en cada uno de mis defectos una virtud, y que hará de mis sombras focos de luz. Yo sólo quiero que sepas que… apuesto por nosotros con la misma seguridad con la que tú apostaste por nosotros en Mykonos. Me da igual cuál sea el precio a pagar: no me cabe ninguna duda de que tú lo vales. Porque no me importa nada lo que diga alguien que no sabe lo que tenemos, y nadie que no seamos tú o yo se hace ni la más mínima idea. No tengo ningún pueblo del que defenderme, ni ninguna gente a la que convencer de que me admitan a su lado. Porque tú eres mi pueblo, Al. Tú eres toda mi gente.
               Me la quedé mirando, sin saber qué responderle. ¿Qué le dices a alguien que sólo sabe hablar en verso? ¿Cómo tratas de afinar con alguien que jamás ha fallado una nota? ¿De qué manera afinas la puntería de alguien que siempre da en el blanco?
               ¿Cómo vas a adular más de lo que se merece a una diosa para la que ni todos los piropos que se han creado en todos los idiomas son suficientes?
               No puedes. Así que le dices lo que sientes por ella, rezando para que sea suficiente.
               La tomé de la cintura y pegué su frente a la mía.
               -Te quiero.
               La vi sonreír, y con eso me bastó para saber que si me partía un rayo allí mismo, mi final no podría haber sido mejor.
               -Vales cada una de mis lágrimas, Al. Todas y cada una.
               Sonreí, negando con la cabeza.
               -Pues no me merezco que las derrames por mí, Saab.
               -Por eso, precisamente, te las mereces y las vales más que nadie-contestó, tomándome la cara entre las manos y dándome un beso lento, profundo y seguro.
               Un beso con el que hizo que esos dos últimos meses separados desaparecieran, y sólo estuviéramos ella, yo, y esos días en que volveríamos a estar juntos, como si nada hubiera pasado.
 
 
Necesitaba tenerlo. Superado ya el momento divertido en el que me había podido fijar en las huellas que el voluntariado estaba dejando en su piel de manera particular, y no en su cuerpo en general, no podía dejar de fijarme en los detalles más insignificantes que lo componían, y que para mí eran inmensos: los puntitos de su vello facial ahora que tenía la barba recién afeitada, los nuevos callos en sus manos después de todo el trabajo físico que había hecho los últimos dos meses, las puntas de oro de su pelo allí donde más quemado lo tenía por el sol, y el tono diferente de sus cicatrices, que poco a poco se acercaban más al color del resto de su piel, aunque sabíamos que jamás lo abandonarían del todo.
               La forma en que el agua se deslizaba por su piel… marcando sus músculos… dibujando surcos en los valles que formaban en los puntos que más trabajados tenía. Echaba de menos sentir la fuerza de esos músculos a mi alrededor o sobre mí, a pesar de que me gustaba también mucho el tener a Alec a mi lado o a mi espalda, tranquilamente, ocupándose de lavarme el pelo o masajearme los hombros sin segundas intenciones. Incluso cuando yo tenía segundas intenciones, disfrutaba de lo lindo con esas atenciones que él me prestaba como si hubiera nacido para adorarme, o como si el hecho de que yo respirara ya me diera derecho a que él hiciera de mí el centro de su mundo.
               No le mentía cuando decía que él era el vértice que unía todos los aspectos positivos de mi vida, y también la barrera que me separaba de las cosas malas. Mi buen humor dependía de él más que de ninguna otra variable; a pesar de que siempre me habían gustado las tardes lluviosas y frías, desde que había descubierto lo que era pasárselas con él en el sofá, acurrucados mientras mirábamos llover, habían empezado a gustarme todavía más. A pesar de que me gustaba tener más postre para mí sola, compartirlo con él era un gesto íntimo y cariñoso al que no estaba dispuesta a renunciar, de forma que medio flan era un sacrificio que me merecía la pena, y mucho, cuando cenaba con él.
               La despreocupación de que no había posibilidad de que estuviera embarazada cuando se me retrasaba la regla unos días porque hacía mucho que no hacíamos nada no se comparaba con lo que yo sentía cuando estaba con él; no sólo lo que el propio Alec me hacía sentir, sino lo que el amor que nos profesábamos me hacía sentir. Renunciaría a ello con ganas, todo por poder envolverme en esa sensación de ser especial, sin duda alguna, que me asaltaba cada vez que él me miraba.
               Él era todo lo que una chica podía pedir, y más aún. Era bueno, atento, listo, guapo, y sabía hacerlo que te morías. ¿Cómo no iba a estar desesperada por tenerlo de nuevo entre mis piernas y no dejarlo irse nunca? Ni siquiera estaba segura de si sería capaz de permitir que saliera del baño, ya no digamos dejar que se fuera a Etiopía. Cuanto más tiempo pasaba conmigo, más me abandonaban las fuerzas de pensar en que el voluntariado le venía bien; más pensaba yo en lo bien que me sentía estando con él, y menos en su bienestar en Etiopía.
               Me colgué de su cuello y me entregué a un beso largo y lento, profundo como pocos podían darse otras parejas y cientos nos dábamos nosotros, y me derretí entre sus dedos cuando me los puso en las caderas y tiró de mí hacia él, levantándome ligeramente para poder besarme mejor. Esto estaba bien. Esto era el bien. Era todo lo malo de un dios de la guerra transformado en bueno; era alto, rápido y fuerte, y para colmo era terriblemente guapo; una máquina de matar mejor que ninguna otra que se hubiera inventado hasta la fecha. Y, sin embargo, yo me sentía tremendamente segura en sus brazos. ¿Cómo no iba a apostar por él en detrimento de mi familia?
               Prefería perder mi apellido a perder mi nombre, porque por mucho que me excitara cuando me llamaba “Malik”, no había nada como escucharlo decir “te quiero, Sabrae”. Porque Sabrae sólo había una. Maliks a los que él quisiera había tres. Sabía que era una selección muy ajustada teniendo en cuenta la población mundial, pero, ¿quién se conforma con un podio cuando puede tener la medalla de oro?
               -Deberíamos seguir-dijo tras unos momentos de besos que a mí me supieron a gloria, y yo asentí con la cabeza. Ninguno de los dos hizo amago de coger ni una esponja ni la ducha para enjabonarnos o volvernos a aclarar. Por el contrario, continuamos besándonos-. Voy en serio.
               -Tienes razón-asentí, metiéndome entre su cuerpo y la ducha y dejando que me arrinconara contra una esquina. Me resbalé un poco con el suelo, pero Alec fue rápido en sujetarme para que no me hiciera daño. De la que buscaba un punto de apoyo, accioné el mecanismo del agua de la alcachofa que estaba fija al techo y Alec dejó escapar un jadeo cuyo sonido me encantó poder escuchar. Le puse las manos en el cuello, los dedos extendidos en torno a su nuca, y lo hice mirarme-. ¿Demasiado fría?
               -Está perfecta. Tirando a caliente-respondió, los ojos fijos en los míos. Los dos sabíamos que Alec no se refería al agua en absoluto.
               Con las corrientes cayéndonos encima, continuamos besándonos, sus manos pegadas esta vez a mi cintura, las mías en su mandíbula y mi boca sobre la suya. Me parecía un milagro que estuviera allí, como una especie de plan divino del que yo no tenía ni idea pero por el que había salido más favorecida que nadie que lo hubiera planeado con más detalle. Desde luego, estaba más que dispuesta a considerarlo un premio por lo mal que lo había pasado estas últimas semanas y mi determinación a que nadie de mi familia me convenciera de que Alec no era bueno para mí. Mamá y papá no tenían ni idea de lo que Alec y yo compartíamos, y si ya estaba segura de ello cuando le tenía lejos, ahora que estaba conmigo no me cabía la más mínima duda. Un chico que es capaz de recorrer el mundo entero para impedirte que le dejes se merece todos los votos de confianza que te pida, y Alec ni siquiera me había pedido ninguno. Un chico que es capaz de organizarse para dejarte programados trescientos sesenta y cuatro videomensajes, uno por cada día que os pasaréis juntos, se merece tener el derecho a equivocarse tantas veces como quiera sin poner en peligro la posición de hijo predilecto que ostenta en tu familia.
               Un chico que aparece de la nada para celebrar el cumpleaños del más joven de su grupo de amigos el mismo día del evento y no acepta un no por respuesta cuando sus amigos le dicen que quizá sería mejor esperar al fin de semana no se merece que le pongan en duda como estaban haciendo en mi casa, sino, más bien, que lo recibieran que lo había hecho yo: con los brazos abiertos.
               Y también las piernas.
               Acordarme de Tommy me hizo recordar de repente que Alec había venido a casa con varios propósitos, y no todos giraban en torno a mí. Mis hermanos se merecían estar con él tanto o más que yo; después de todo, tanto Scott como Tommy habían apostado por él desde el mismísimo momento en que habían tenido toda la información correcta sobre lo que nos había pasado. Incluso cuando yo todavía era un mar de dudas, Scott y Tommy habían sabido ver más allá de aquella nube roja de la que yo era incapaz de deshacerme.
               No podía privarlo de pasar la noche con sus amigos. No podía hacer que renunciara a todavía más cosas por mí. Ya había dicho adiós a tantas cosas de su vida que Alec se había vuelto una persona completamente distinta, y yo sabía que si no cambiaba más, era porque yo no se lo pedía. Era muy consciente de que se inventaría una excusa para que sus amigos no se enfadaran conmigo si al final no aparecía en la fiesta por mi culpa, lo cual no haría más que enfadarlos, así que tenía que reunir el valor suficiente dentro de mí para pedirle que parásemos.
               El problema es que era muy difícil luchar contra mis instintos. Allí donde Alec me tocaba, lejos de saciar mi hambre de él, lo que hacía era aumentarla. Mis ganas no disminuían, sino que aumentaban a unos niveles que se podía considerar, incluso, que entraban en ebullición.
               -Al-jadeé mientras él me besaba el cuello, haciendo que el agua descendiera por mi espalda y se colara entre mis piernas, acariciándome de una forma en que deseé que lo hicieran sus dedos u otras partes de su cuerpo aún más interesantes-. Deberíamos… empezar a prepararnos.
               -Mm.
               -Los chicos se cabrearán si llegamos tarde.
               -No me importa.
               Bueno, pensé, al menos lo he intentado. Le pasé un brazo por el cuello mientras con la otra mano le acariciaba el costado, maravillándome con la dureza de unos músculos que no habían estado allí la última vez que habíamos hecho aquello.
               Porque se había ido a Etiopía.
               Y había vuelto para el cumple de Tommy.
               Tomé aire y lo solté lentamente, empapándome del aroma de su cuerpo en la ducha, uno de mis preferidos en el mundo.
               -Deberíamos parar-dijo no obstante, con una de sus manos deslizándose entre mis piernas.
               -Ajá-asentí, pero separé los muslos.
               Me sentía vacía, y sólo él podía llenarme. Me sentía sola, y sólo él podía acompañarme. Me ardiendo, y sólo él podía apagar mis llamas.
               Y, sin embargo, Alec pareció recordar por qué había venido de tan lejos en ese momento, porque se detuvo un instante en la frontera entre mis muslos. Me miró a los ojos y se mordió el labio.
               -Me apeteces muchísimo.
               Y algo dentro de mí se desconectó.
               -Tú también me apeteces muchísimo-respondí, y descubrí que quería hacerlo con él más de lo que quería tener la conciencia tranquila. Si Alec les ponía excusas a sus amigos, yo asumiría todas las culpas que me correspondían y no permitiría que se enfadaran con él. Además, parecían demasiado emocionados con su presencia en casa como para preocuparse porque yo lo monopolizara, así que, de todos modos, era una apuesta segura el creer que la sangre no llegaría al río.
               Los Nueve de Siempre querían estar con él. Yo necesitaba a Alec. Había nacido mujer para encajar perfectamente con su hombría; era baja porque era alto, y mi piel era oscura porque la de él era clara. Éramos la combinación perfecta de un puzzle milenario que había empezado a resolverse en los albores de la evolución, y cuya última pieza la formábamos nosotros dos.
               Le rodeé el cuello con las manos y lo pegué a mí.
               -Quiero follar contigo-le confesé, y Alec tomó aire. Al hincharse sus pulmones, su pecho se dilató de manera que se rozó contra mis senos, y cerró los ojos, sintiendo el tacto de mis pezones contra su piel.
               -Yo…-se quedó callado, pensativo, y una alarma sonó en mi interior. No le había gustado algo de lo que había hecho antes y ahora no le atraía tanto como lo había venido haciendo. Puede que me hubiera pasado al reírme de él. A mí, desde luego, no me habría hecho mucha gracia si la situación fuera al revés. ¿Cómo se me ocurría? Sabía los problemas de autoestima que tenía, y aun así me burlaba a la mínima oportunidad que se me presentaba. Estúpida, estúpida, estúpida-. Creo que… creo que sería mejor que lo dejáramos para dentro de un par de horas, Saab.
               Le debí de poner una cara de corderito degollado bastante importante, porque me puso las manos en los hombros y negó con la cabeza.
               -No pienses que es por ti. Es decir… mírame-dijo, señalando su erección, que me acariciaba el vientre de una forma en la que ahora no iba a poder olvidar-, pero…-se pasó una mano por el pelo y negó con la cabeza-, escucha, ya sabemos lo protector que se pone tu hermano con Tommy. Y a Tommy le hace ilusión que vayamos a su cumple, así que… tenemos que ir. Aunque sea por no aguantar a Scott. No quiero que te eche en cara nada.
               -Puedo con ello-respondí, y no sólo porque estuviera cachonda, sino porque era la verdad: Scott no podía decirme nada que me hiciera daño, porque la única arma que podía arrojarme era que no le gustaba que estuviera con Alec, pero ya me había dicho lo contrario.
               -Ya, bueno, yo no-replicó-. No quiero que te diga nada delante de mí porque es probable que lo estampe contra la pared más cercana antes siquiera de darme cuenta de que lo estoy haciendo. Hace mucho que no estoy contigo por ahí, pero ya sospecho que me voy a poner bastante protector contigo. No quiero confirmar mi teoría precisamente con tu hermano. ¿Lo entiendes?-preguntó, tomándome de la mandíbula, y yo asentí-. No es por ti-me aseguró-. Lo sabes, ¿a que sí, Saab?-asentí de nuevo con la cabeza-. Bien. Pero, oye… que no podamos llegar hasta el final no significa que no podamos divertirnos-añadió, y me enfocó con el teléfono de la ducha para echarme un chorro a la cara. Pegué un chillido, toda afrenta olvidada, y forcejeamos un poco hasta que nos reconciliamos con un beso, y nuestro tratado de paz se firmó en una esponja de color azul con tinta hecha de gel de ducha con olor a granada, cortesía de los productos de belleza que Mimi tenía en una esquina de la ducha. Alec me pasó la esponja por los hombros, la deslizó por mi espalda y mis muslos, y luego me la tendió para que hiciera lo mismo con él. Primero me ocupé de su espalda, y cuando se dio la vuelta, él aprovechó para recoger con sus propias manos el jabón que se deslizaba por mi torso y frotarme el vientre. Me quitó la esponja y, con un cuidado y mimo infinitos, la llevó por entre mis muslos.
               Yo también procuré lavar su entrepierna, pero lo hice con las manos, y no sé si era por el momento o porque tenían conciencia propia, pero el caso es que mis dedos se cerraban con más ganas de las que deberían en torno a su entrepierna y ésta se endureció. Alec dejó de pensar con la cabeza y empezó a hacerlo más con su sexo, y cuando nos quisimos dar cuenta, volvíamos a estar encendidos y con las manos por todas partes: yo estaba llena de jabón en el hueco entre los muslos, y los dedos de Alec se ocupaban de que mis pezones resurgieran una y otra vez de entre las nubes de jabón; mis manos, por el contrario, no hacían sino satisfacerle allí donde él más me deseaba.
               Pegó la frente a la mía y jadeó contra mi boca.
               -¿Estás pensando lo mismo que yo?
               -¿Estás pensando en que no hay nada más glamuroso que llegar elegantemente tarde, ni nada más guay que hacerlo porque nos hemos puesto a follar en la ducha?
               -Yo estaba pensando más bien en que parecemos tontos creyendo en serio que vamos a ser capaces de no follar estando desnudos uno frente al otro, pero… la conclusión es la misma, después de todo, ¿no?
               Me reí, asentí con la cabeza y me di la vuelta. Froté el culo contra él, inclinándome hacia atrás, ofreciéndole espacio para que tomara mi abertura, y Alec, que había tomado el relevo de mis manos en su polla con las suyas, paseó la punta de su miembro por entre mis pliegues y me golpeó las nalgas con él.
               -Dios, nena, tienes el mejor culo que he visto en toda mi puñetera vida-gruñó, dándome un azote que hizo explotar una bomba atómica entre mis piernas. Noté cómo mi sexo se abría un poco más si cabe, y también se humedecía. Puse la mano en la pared, resbaladiza por el agua, y me incliné un poco más hacia delante, abriendo así más mis nalgas y dejándole ver mi entrepierna. Alec gruñó por lo bajo y llevó dos dedos a mis pliegues, mientras con la otra mano se daba placer a sí mismo.
               -Jodidamente delicioso-musitó.
               Recordé entonces que no me había depilado, pero no podía importarme menos. Lo único que quería era que me hiciera suya de mil maneras distintas, todas ellas con su polla como elemento recurrente.
                Me mordí el labio y jadeé por lo bajo cuando Alec me metió los dedos, girando las caderas en la misma dirección en que lo hacía él. Alec volvió a gruñir y asintió con la cabeza.
               -Me vuelves jodidamente loco, Sabrae.
               -Fóllame-le pedí en un lloriqueo, y Alec tomó aire y lo soltó lentamente. Miró en derredor y se mordió el labio.
               -Joder, los condones. Nos los hemos dejado en mi habitación.
               -Da lo mismo-respondí, ansiosa porque me la metiera. Ansiosa por tenerlo. Ansiosa porque me follara de pie de nuevo y me hiciera gritar como todas las veces anteriores, y más ahora que en este baño había tal acústica.
               Además, me ponía muchísimo el hacerlo con él sin protección, sin nada que se interpusiera entre nosotros dos. Pensar en sentir cómo se corría dentro de mí, cómo me colmaba con su esencia y luego ésta se deslizaba por entre mis piernas con la misma pereza con que lo hacían sus dedos era suficiente para que yo me volviera totalmente loca. Alec ya podía prepararse para el día en que tomáramos anticonceptivos hormonales y les dijéramos adiós a los condones, porque no pensaba dejarlo salir de la cama en un mes.
               -Tú sólo fóllame, Alec. Por favor-lloriqueé, y exhalé un gemido de alivio cuando sentí que, cedido su autocontrol y sus dedos retirados de mis muslos, la punta de su polla se colocaba en mi entrada, acariciándola y reconociéndola como dos viejas amigas.
               -Sí-gimoteé-. Sí, papi, justo así…
               Alec empezó a penetrarme muy, pero que muy despacio, gruñendo y jadeando, una mano en la polla, guiándola, y la otra en mi cintura. Exhalé un jadeo y él gruñó, lo que hizo que me estremeciera de pies a cabeza, imaginándome ya lo que vendría: Alec siempre se soltaba un poco más, si cabe, cuando lo hacíamos sin protección, porque a él también le ponía muchísimo el sentir mi humedad allí abajo, o ver cómo su semen goteaba fuera una vez terminaba.
               -Joder, nena, eres una putísima diosa-gruñó.
               -Justo ahí, papi-ronroneé, acompañando el movimiento de sus caderas con las mías, creando más fricción y más presión en torno a él.
               Y entonces Alec se quedó muy quieto. Por un momento creí que estaba disfrutando del contacto.
               Después se retiró completamente de mí, su punta reposando contra mi entrada, pero lejos de satisfacerme ya (y aún menos ahora que ya le había probado enteramente). No creí que nada fuera mal hasta que no me eché hacia atrás, tratando de empujarlo de nuevo dentro de mí… y él se levantó la entrepierna para que no entrara en la mía.
               -¿Qué pasa?-pregunté.
               -¿Estoy acertando con el calendario de tus reglas?-dijo de repente, y yo fruncí el ceño.
               -¿Qué?
               -¿Estoy acertando con el calendario de tus reglas que le di a Jordan sí o no, Sabrae?-preguntó.
               -¿A qué viene eso justo ahora? ¿Estamos en medio de un polvo y de repente te acuerdas de que tienes que pedirle la jodida hoja de control a Jordan para asegurarte de que está cumpliendo con su promesa? Haz el favor de metérmela otra vez, Alec, porque no quieres descubrir cuáles son las consecuencias de que no me des lo que quiero ahora mismo.
               -¿Te crees que algo de lo que tú puedas hacerme me disgustará lo más mínimo?
               -Dudo que te haga mucha gracia que te arranque la cabeza ahora mismo-respondí, poniendo los ojos en blanco. Alec bufó y repitió una vez más la dichosa pregunta sobre su calendario de mi ciclo, a lo que tuve que responderle que sí, porque había acertado los dos días en que peor me encontraría desde que se había marchado a Etiopía. Era como si tuviera un sexto sentido para esto, o como si hubiera viajado al futuro, hubiera echado un vistazo al diario que no estaba escribiendo y hubiera tomado notas concienzudas de lo que había pasado mientras él no estaba.
               -¿Por qué es tan urgente que necesitas saberlo en medio de un polvo?-protesté.
               -¿Cuándo se te quitó la regla?-continuó. No sabía que tuviera un ginecólogo a domicilio.
               -Hace como… una semana y pico.
               Alec frunció el ceño, la vista fija en la esquina de la ducha. Continuó sin moverse salvo para impedirme que yo también lo hiciera.
               -Alec, ¿qué pasa?
               Siseó.
               -Calla. Estoy calculando-entrecerró aún más los ojos y apretó la mandíbula, algo que causó estragos en mi estabilidad emocional.
               -¿Calculando el qué?
               -Si estás ovulando o ya has ovulado o no.
               -¿Vas en serio? Alec, sacaste un notable bajo en mates porque le copiabas a Tommy-le recordé.
               -Los fuckboys somos buenos calculando cuándo ovuláis las tías.
               -¿Para salir corriendo en sentido contrario?-ironicé.
               -Es cuando más zorras os ponéis-explicó, y torció la boca, apretó un poco más los labios y…
               Negó con la cabeza.
               Y se retiró de mí.
               Me apetecía matarlo, en serio.
 
 
-¿Qué haces?-ladró Sabrae cuando di un paso atrás e hice lo imposible por mantener mi polla lejos de ella pero sin acariciármela, porque me conocía y sabía que, cuando tenía la polla a la intemperie (o peor, mojada en salsita de hembra) me era casi imposible ser responsable. Y con Sabrae tenía que ser responsable, joder. No sólo porque Scott me abriría en canal como la dejara embarazada (que también) sino porque… joder, era Sabrae. No le haría daño, o le provocaría ningún inconveniente de forma consciente; bastante le estaba haciendo ya con el voluntariado como para ahora encima hacerle también un bombo. La quería demasiado, y no sólo eso; egoístamente, quería disfrutarla yo solito durante más tiempo que un año escaso.
               Además, ¿qué coño? No estaba preparado para ser padre. El proceso de hacer bebés me entusiasmaba demasiado como para que me gustara el proceso de tenerlos, y dudaba que fuera a ser un buen padre; tenía demasiado que aprender de Dylan a mis dieciocho años de existencia como para hacer algo que no fuera un absoluto desastre.
               A Saab se le daría genial, sobre todo ahora que volvía a contar con el apoyo incondicional de su madre, pero que ella lo hiciera todo bien no suponía que tuviéramos que lanzarnos a la aventura.
               -Ni de coña voy a mojar el churro en tu sirope de mujer sin tomar medidas, Sabrae. O estás ovulando o a punto de ovular; y, conociéndote, no me extrañaría una mierda que te me plantaras en el aeropuerto con un crío en los brazos cuando fueras a buscarme después de terminar el voluntariado.
               Sabrae parpadeó despacio, las cejas unidas por el entrecejo formando una montaña que perfectamente podía competir en belleza con el monte Fuji.
               -¿Acabas de llamar a mis fluidos vaginales “sirope de mujer”?-preguntó, queriendo asegurarse de que había oído bien. Puse los ojos en blanco.
               -Te digo que no vamos a hacer nada porque estás ovulando (lo cual explica que te estés comportando como una verdadera golfa conmigo y le da sentido a muchas de las cosas que has hecho hoy), ¿y con lo único con lo que te quedas es con cómo llamo a tus fluidos?
               -Lo siento, pero es que me parece de coña que precisamente a ti, que eres el tío más sinvergüenza que ha conocido este país, te dé corte llamarlos por su nombre.
               -Es que “fluidos vaginales” no les hace justicia. Suena horrible. Y a mí me gustan. Así que “sirope de mujer” me parece más apropiado. O “salsita de hembra”, si lo prefieres.
               -Ah, sí. Se me olvidaba que son… ¿cómo has dicho que era tu semen para mí? Ah, sí. Tu “bebida energética favorita”-puso los ojos en blanco y se rió-. Vamos, Al. No te preocupes; hay un montón de medidas que podemos tomar para que no pase nada de eso, y siempre me quedaría la opción de emergencia…
               Le puse el dedo en los labios y ella se me quedó mirando.
               -No. Ah, no. Ni de coña. Ni de coña. Son tus hormonas las que están hablando ahora mismo. Bombón, no sé si lo recuerdas, pero ostentas el dudoso honor de ser la única tía que camina sobre la faz de la Tierra que ha conseguido que haga la marcha atrás porque no quería que se tomara la píldora. Y no vas a volver a tomarte la píldora del día después; no, después de lo fatal que te sienta.
               -Pues ya me dirás qué hacemos-dijo, haciendo un puchero y frotándome el culo contra la polla con un descaro que no era propio de ella, y al final no me sorprendía en absoluto-, porque yo quiero que me hagas correrme con ese pollón tuyo, pero no tenemos condones a mano.
               -Dios nos libre de que no te llene el Triángulo de las Bermudas con las tres gotas de semen que todavía no me has exprimido de mi cuerpo, ¿eh?
               Me fulminó con la mirada.
               -Si tanto inconveniente te supone terminar lo que has empezado, siempre puedes sentarte en la taza del váter y mirar cómo acabo yo solita. Eso sí, ni se te ocurra masturbarte. Si no quieres terminar conmigo, no vas a terminar en absoluto y punto-espetó, y yo tuve que recordarme a mí mismo que no era realmente mi Sabrae la que estaba poniéndoseme chula, sino una versión más zorra, más descarada y más inconsciente de la que normalmente era para no darle la vuelta y darle su merecido demostrándole que no era precisamente mi falta de ganas de ella la que me estaba haciendo ser precavido.
               -Tienes una suerte de que te quiera que no te la crees ni tú, chavala-repliqué, atrayéndola hacia mí y dándole un beso que hizo historia. Literalmente. A partir de entonces, los años empezaron a ser a.d.C.l.B.a.S. (antes de Comerle la Boca a Sabrae) y d.d.C.l.B.a.S. (después de Comerle la Boca a Sabrae) en lugar de a.C. y d.C.
               -¿La tengo en serio?-respondió, acariciándome la nuca con una mano mientras con la otra se metía entre nuestros cuerpos y continuaba bajando-, porque creo que he dado con el único chico que no está desesperado por meterla sin condón.
               -Te tragarás tus palabras el día que me asegure de que no tienes que tomarte una bomba de hormonas para impedir que te deje embarazada si te follo sin condón, Sabrae. Te lo prometo. Venga-le di una palmada en la nalga-. Ésta era la señal que necesitábamos para empezar a prepararnos para la fiesta de Tommy. Con un poco de suerte, igual hasta llegamos puntuales.
               Me di la vuelta, confiando tontamente en que me seguiría, y cogí una toalla de los percheros con la que envolverme la cintura.
               Iluso de mí. ¿Acaso tantos torneos de boxeo no me habían enseñado que no se le da la espalda a un rival que ha demostrado merecer tu pavor?
               -Alec-ronroneó, haciendo de mi nombre la palabra más sucia de la historia. No sabía qué me esperaba ver cuando me di la vuelta, pero desde luego, a ella con un pie apoyado en el enganche que Mimi había pedido que colocáramos para poder depilarse las piernas más cómodamente, de forma que tuviera una visión perfecta y amplia de su sexo abierto para mí no era, precisamente lo que me esperaba-, corrígeme si me equivoco, pero…-dijo, llevándose una mano a ese rincón rizado que a mí tanto me gustaba y estirando el dedo corazón para rodearse el clítoris-, tenía entendido que a ti…-dibujó una espiral alrededor de su clítoris y esbozó una sonrisa siniestra-, te gustaba tomarte… tu tiempo-jadeó, y a mí se me secó la boca, cuando se metió el dedo dentro-. Y que no te importaba…-sus caderas se movían en círculos, llamando a las mías en un ritual tan antiguo como el mundo-, llegar tarde… con tal de…-se sacó el dedo de dentro y volvió a rodearse el clítoris antes de continuar subiendo-… llegar.
               Se metió el dedo en la boca y lo chupó despacio, sin romper el contacto visual conmigo mientras sonreía. Podría haberme corrido solo con esa mirada.
               Menuda cabrona estaba hecha. Sabía exactamente qué hacer, de qué palanca tirar y qué botón tocar (el suyo, concretamente) para sacar lo peor de mí.
               Podía sentir su sabor chispeante en mi lengua, su coño exprimiendo hasta la última gota de mis ganas de ella en mi polla. Sus curvas adaptándose a mi cuerpo, su respiración en mi oído, sus uñas en mi espalda.
               Que le jodieran a Tommy. Que le jodieran a Scott. Que les jodieran a todas las excusas que necesitaba para venir a darle a mi novia el meneo de su vida, porque en realidad no las necesitaba. Ser el novio de Sabrae era un gran poder, que conllevaba, igual que el de Spiderman, una gran responsabilidad: hacer que se corriera tantas veces que perdiera la cuenta.
               Y estábamos hablando de Sabrae Malik, alias Miss Organización. Ella nunca perdía la cuenta de nada.
               Suerte que yo fuera Alec Whitelaw, alias Míster Adoro Los Retos. Y no iba a amedrentarme uno con el que, encima, sólo podía salir ganando.
               -No se te ocurra mover un músculo-dije, salvando la distancia que nos separaba de un par de pasos. Sabrae apoyó la cabeza en la esquina de la ducha y sonrió; exhaló un jadeo cuando mis dedos entraron en contacto con las puertas de su paraíso y a mí me costó horrores no sustituirlos con mi polla: sólo las consecuencias que supondría para Sabrae el que me dejara llevar por mis impulsos fueron capaces de detenerme, porque si para mí supusiera algún inconveniente me habría importado una mierda. Era lo que ella quería. Era lo que yo quería.
               Lo único que me impedía ceder a nuestros caprichos era lo que supondría para Saab después… estuviera yo con ella para ayudarla a sobrellevarlo o no.
               -Voy a mi habitación-dije, siguiendo las líneas de su sexo con las yemas de mis dedos, que se empaparon de su dulce esencia-, y voy a coger la caja de condones, y voy a pensar en qué les voy a decir a Scott y Tommy cuando aparezca yo solo en su fiesta dentro de unas… tres horas. Porque estará feo decirles que…
               Sabrae tomó aire sonoramente con un jadeo cuando le metí dos dedos dentro. Estaba apretada, dispuesta, palpitante. Joder. Eso era un paraíso.
               -… no has podido venir conmigo porque te he follado tan, pero tan fuerte, Sabrae-ronroneé, disfrutando de su expresión mientras movía los dedos dentro de ella, masajeando ese punto tan sensible de su interior- que no vas a poder caminar en los próximos… mmm, ¿no sé? ¿Cuatro, cinco días? Digamos que cinco. El cinco es un número que te gusta, ¿no?-dije, inclinándome hacia su oído y rozándole el lóbulo de la oreja con los dientes-. Un día cinco nació tu hombre. Y ¡menudo hombre tienes!, ¿verdad, bombón?
               Sabrae arqueó la espalda, pero fue lo suficientemente lista como para no cerrar los ojos. Sabía que, si los cerraba, la obligaría a abrirlos y a mirarme mientras la masturbaba hasta que se corriera. Como fue capaz de controlarse, yo la recompensé con un poco de autocontrol, y no cedí a mis instintos más bajos, los que me pedían que la hiciera gemir mi nombre cada vez más y más alto hasta terminar gritándolo.
               -¿Te gusta el hombre que tienes, nena?-pregunté, y ella asintió con la cabeza-. No te oigo, preciosa.
               -S… ssssí-siseó. Tenía la voz ronquísima; si no tuviera mis dedos dentro de ella su voz habría sido suficiente para delatarla.
               -Ya me parecía a mí-dije, rozándole el lóbulo de la oreja de nuevo-. Gracias por la confirmación. Sólo quería asegurarme de que estás cachonda porque estás con tu hombre, y no por el día del mes que es.
               -Estoy ca… chonda… porque… estoy contigo-jadeó. Me encantaba tenerla entre mis manos, poder jugar con ella como si fuera yo el ente superior, y no ella. Adoraba nuestra relación precisamente por eso: porque era increíblemente equilibrada, no importaban las circunstancias.
               -Entonces no voy a hacerte esperar más, ¿vale, nena?-dije, sacando los dedos de su interior, y Sabrae empezó a hiperventilar-. No quisiera que te cansaras y dejaras de tener tu… delicioso sabor-la miré a los ojos mientras me llevaba los dedos a la boca y los succionaba, y Sabrae me miró con desesperación. Cerré los ojos, entregándome aunque fuera durante un segundo a la sensación de su excitación en mi lengua, y, cuando me di por satisfecho (todo lo satisfecho que podía darme cuando la tenía desnuda y dispuesta delante de mí), la miré a los ojos, le guiñé un ojo, y le di un beso en la frente.
               -Te quiero muchísimo-dijo en un jadeo desesperado, y yo me reí.
               -Y yo a ti, Saab… pero eso no va a salvarte de la que te tengo preparada.
               Me anudé la toalla en la cintura y me giré en el momento en que vi por el rabillo del ojo que Sabrae se movía para bajar su pie del grifo.
               -¿Qué te acabo de decir sobre moverte, Sabrae?
               -Estoy dispuesta a enfrentarme al castigo que eso suponga-respondió con una inocencia picante en la voz, y yo me eché a reír.
               -Apuesto a que sí.
               Fantaseando con las puertas que me había abierto con esa simple frase, atravesé el pasillo en dirección a mi habitación.
               Y me quedé plantado en la puerta como un pasmarote cuando vi a una chica de pelo afro dorado tumbada boca abajo en mi cama, balanceando los pies en el aire y hojeando el libro de lugares del mundo a visitar que me había regalado Sabrae por San Valentín como si fuera una revista.
               -Honestamente-dijo Bey, levantando la mirada y esbozando esa sonrisa que me hizo recordar por qué ella había sido la primera chica de la que me había pillado-, me esperaba que, después de dos meses y todo lo que le has hecho pasar a la pobre niña, hicieras que Sabrae gritara un poco más-torció los labios a un lado y puso morritos a la vez-, ¿has perdido facultades ahí abajo, Al?
 




             
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4 comentarios:

  1. Bueno adoro. Estoy chillando con la manera en l que Alec es el hombre supremo jesus bendito, la manera en la que conoce mejor la REGLA de Sabrae que nadie. Por otra parte el speech de Sabrae me ha dejado tristisima porque se viene conversación de verdad en un punto y me voy a morir de tristeza pero bueno. Por otro lado la entrada de Bey que puta reina no puedo con ella. Quiero los reencuentros con el resto de personas ya. QUIERO REENCUENTRO DE SASHA Y ALEC YA.

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    1. y pensar que hubo una temporada en que no podías con Bey jsjsjsjsjsjs como dijeron little mix ooooh it's funny how the tables turn

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  2. Me ha gustado el cappp aunque haya sido más cortito, comento cositass:
    - Que risa Sabrae riéndose del moreno de Alec por favor.
    -Adoro como pasan de risas a que la tensión sexual se corte con un cuchillo (y viceversa).
    - Me he acordado mucho del primer capítulo en el que Alec le lava el pelo a Sabrae en la bañera :’)
    - Que precioso el discursito de Sabrae por favorrrrrr
    - Sabrae diciendo “Maliks a los que quisiera había tres” QUIERO NECESITO EL REENCUENTRO CON SHASHA
    - Cada vez que sale a colación el calendario de reglas me meo de la risa.
    - La entrada espectacular de Bey LO QUE MEREZCO, es una reina adoro.
    Con muchas ganitas de seguir leyendo <3

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    1. podemos hablar por favor de que alec llama a los fluidos de Sabrae literalmente "salsita de hembra" o "sirope de mujer"????? estoy francamente OFENDIDA de que ninguna de las dos se haya detenido a analizar la que probablemente sea la frase más graciosa que he escrito nunca.

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