martes, 8 de agosto de 2023

Síndrome de abstinencia.


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A pesar de que mi familia era acomodada precisamente por la manera en que dominábamos el idioma, ahora mismo mi existencia se reducía a tres palabras:
               Oh.
               Dios.
               Mío.
               Oh, porque era la única palabra que no había sido capaz de abandonar mis labios mientras Alec estaba arrodillado entre mis piernas. Dios, porque a pesar de su postura, no había sido capaz de engañarme y hacerme creer que un ser humano corriente sería capaz de hacerme sentir tanto placer. Cada célula de mi cuerpo respondía a las caricias de sus manos, que me modelaban como a una estatua de arcilla que trascendería a su civilización y sería alabada hasta el final de los tiempos; y de su lengua, que le daba a mis muslos el sabor delicioso que sólo alcanzan los platos de la más alta cocina, esos a los que los simples mortales apenas pueden aspirar siquiera a ver, en una suerte de magia invertida a la que me tenía acostumbrada, pero que no me dejaba de maravillar por mucho que la sintiera barriéndome de arriba abajo, deshaciendo mi cuerpo con cada movimiento de su lengua.
               Y… mío, porque aquella lujuria no podía ser más que la expresión de la absoluta pertenencia a la persona que te la despertaba. Notaba en sus movimientos las ganas que me tenía, la necesidad con la que me estaba tomando. Cada fibra de mi ser era todo lo que Alec deseaba, y sin embargo, ni cien como yo serían suficiente para saciar esa necesidad que tenía de mí. Una necesidad que yo sabía que no había experimentado con ninguna otra chica, igual que jamás había hablado con ellas estando en la cama como lo había hecho conmigo. Cada caricia, cada lametón, cada chupetón, cada mirada oscura y traviesa levantada desde el centro de mis piernas, cada arañazo delicioso con sus dientes en mi parte más sensible me hacía pensar en bucle una única cosa: mío, mío, mío, mío.
               Con Alec entre mis muslos me había convertido en un ser atemporal, que desconocía ninguna otra dimensión que no fuera la de su cuerpo, así que no sabría decir cuánto hacía que le había pedido que me follara y él me había sonreído con absoluta maldad, cantando una victoria que yo ni siquiera sospechaba que nos estuviéramos disputando. Después de correrme en ese estallido de fuegos artificiales que era el premio que él se merecía, un castigo exquisito que me había infligido por ese orgullo que debería mantener a raya cuando se trataba de nosotros dos, y de yo pedirle que me follara con un simple por favor, esa sonrisa me había hecho ver que sólo tenía una tarea en sus manos: disfrutar. Disfrutar y disfrutar y disfrutar, retorcerme con mis piernas alrededor de su cabeza, deshacerme en jadeos que él quería que fueran más fuertes, perlar mi cuerpo con un sudor delicioso que sabía que pronto saborearía como un premio igual que lo hacía con mis orgasmos líquidos. No tenía ni idea de cuánto hacía que le había pedido que se pusiera encima de mí y que me convirtiera en su igual en lugar de adorarme, que ascendiera a los cielos de los que había bajado para que yo pudiera hacer lo mismo con él… lo único que sabía era que él era eternamente mío, y que estaba deliciosamente presente. Como si su lengua, sus labios o sus dientes no fueran prueba suficiente de ello, o como si sus manos no estuvieran recorriendo mis curvas, ésas que me había dado miedo mostrarle cuando empezamos a quitarnos la ropa, maravillándose en mis pechos y en cómo habían cambiado durante su ausencia, como dos ofrendas irresistibles para que no volviera a marcharse, yo también me reforzaba. Buscaba la fricción con su lengua moviendo las caderas en sentido contrario a como me lamía, y cuando me pasó los brazos por debajo de las piernas para sostenerme con más firmeza contra su rostro, había cerrado las piernas en torno a él, reteniéndolo contra mí.
               -Sí, joder, ésa es mi chica…-gruñó entre mis muslos al sentir mi necesidad, recorriéndome de arriba abajo, esa puerta al paraíso que sólo podía abrir él.
               También le puse la mano en la cabeza, guiándolo y a la vez reteniéndolo conmigo, como si no conociera el camino como la palma de su mano o como si quisiera marcharse. Su corte de pelo nuevo le había echado unos años encima que le sentaban de maravilla, y aunque echaba de menos la facilidad con que podía tirarle del pelo con la mata que tenía… lo cierto es que me gustaba la forma en que los lados de su cabeza me arañaban ahora entre los muslos. Y se había dejado lo bastante larga la parte de arriba como para que pudiera seguir usándolo como una brida, alimentando la ilusión de que lo espoleaba como una amazona que controla a su semental, y no al revés.
               No volvió a meterme los dedos, y yo ni siquiera los echaba de menos. Estaba absolutamente deshecha entre sus manos, y no sabía si aguantaría un orgasmo tan explosivo como el que había hecho tener antes de dedicarme esa sonrisa del infierno. Ahora sospechaba que Alec era lo que no había sido ningún otro antes que él: un dios total, bendición y castigo divino en un mismo cuerpo, cielo e infierno unidos y encerrados entre dos filas de dientes, en una lengua que te hacía sentir tanto placer que te dolía.
               Necesitaba parar y a la vez no quería. Todos mis problemas, mis lágrimas y los pedacitos en que se me había roto el corazón estaban en el pasado, y yo ahora miraba hacia el futuro, tanto el más inmediato, en el que posiblemente mi cuerpo dijera basta y terminaría perdiendo el conocimiento de tanto que me estaba haciendo disfrutar, como en el de varios años. Era la chica con más suerte del mundo, con más suerte de la historia. Disfrutaría de momentos como éste a lo largo de toda mi vida, ya fuera en su cama, en la mía, en una encimera de un piso que no conocíamos aún o en una casa a orillas del mar cuando estuviéramos establecidos, con un trabajo fijo y bien pagado que nos permitiera veranear en sitios paradisíacos. Escandalizaría a vecinas que me criticarían en inglés, en griego y en cientos de idiomas más; despertaría las envidias de mujeres cuyos alfabetos podía leer y de los que ni siquiera me imaginaba la existencia, y siempre de la mano de él.
               Él, que había recorrido miles de kilómetros sin pensarlo cuando se enteró de que tenía en mente dejarle. Él, que había cambiado radicalmente el rumbo de su vida por mí. Él, que me había abierto las puertas a mi mundo preferido en el mundo: el del placer sexual. Él, que me había hecho darme cuenta de que los poemas de amor no exageraban, sino que más bien se quedaban cortos.
               Alec. Alec. Alec. Su nombre era miel en mis labios, la respuesta a todas mis plegarias, el auténtico nombre del único dios que se había dignado a existir en ningún momento, mi principio y mi final y la razón por la que yo era Sabrae, por la que el mundo era el mundo.
               Mío. Mío. Qué palabra más maravillosa. Era la única palabra que me importaba, con la excepción de su nombre.
               -Alec…-gimoteé. Tenía los pies enroscados, aferrándome al aire.
               -Mm-dijo, sin separarse de mi piel.
               -Alec-repetí.
               -Estoy ocupado-apenas se alejó de mí lo justo y suficiente como para poder hablar, y antes de volver a su tarea, separándome para poder saborear mejor mi interior, recoger con la lengua esa miel que sólo producía para él, me dio un beso en la vulva. Y eso fue mil veces peor que un empellón con su miembro.
               -Quiero que subas-jadeé, desesperada, pero mis manos no me respondían y no le soltaban la cabeza.
               -Ya, va a ser que no-rió, masajeándome los labios mayores con ambas manos mientras hablaba. Se inclinó de nuevo hacia mi entrepierna, sus manos otra vez en mis caderas-. Joder-gruñó-, podría emborracharme sólo con tu sabor, nena.
               -Estoy siendo demasiado acaparadora-apenas pude articular mi excusa entre gemidos. Si le decía que me sentía mal porque él apenas estaba teniendo la satisfacción que tanto se merecía puede que tuviera una oportunidad de escaparme de esta deliciosa tortura. No es que no me encantara, ni mucho menos, tenerlo afanándose con la boca entre mis piernas, es sólo que… echaba de menos que los dos disfrutáramos a la vez. Echaba de menos sentirlo entrando en mí, mirarlo a los ojos, deshacerme a su alrededor mientras él me sostenía por la mandíbula y me ordenaba que le mirase.
               Nunca me había gustado que ningún chico me mangoneara hasta que descubrí que Alec era la llave para todo mi universo. Y hacía más de dos meses que no me daban órdenes; ya las echaba de menos.
               -No, yo soy el acaparador. Pero, ¿sabes, bombón? Creo que me da igual. Porque puedo follarte cuando yo quiera, en cualquier rincón, mientras estemos en la fiesta de Tommy. Y créeme: lo voy a hacer. Dios, voy a tomarte tantas veces que llegará un momento en que se nos olvidará dónde acabamos y dónde empezamos-sonrió, y me dio un mordisquito ligerísimo y tremendamente cuidadoso en uno de los labios que hizo que un relámpago me partiera en dos. Alec se rió al notar lo que acababa de pasar-. En cambio, no puedo comerte el coño cómodamente en cualquier rincón. Así que he decidido que voy a aprovecharme de que tenemos la casa sola para hacer que te corras en mi boca tantas veces que borraremos la sed que he pasado en Etiopía.
               Etiopía, es verdad. El país que me lo había quitado y que había hecho que Alec estuviera tan hambriento de mí, abriendo una puerta que no sabíamos ni que existía siquiera. Por eso estar juntos ahora era tan dulce, porque yo lo había pasado mal para que él pudiera disfrutar.
               La tentación de pedirle que me llevara con él y que me poseyera cada noche era demasiado grande como para pensar siquiera en resistirme. En aquel rincón húmedo y soleado del mundo residía la respuesta a todos mis problemas: allí, la situación con mis padres no podía ser tirante, porque ni siquiera lo era; y no podía echar a mi novio de menos más de lo que lo había hecho las tardes que nos habíamos pasado separados durante su estancia en Inglaterra. Le recompensaría por su labor como él me estaba recompensando a mí por mi paciencia y sacrificio: cuando él regresara de la sabana, cubierto de sudor y de polvo, me encontraría en su cabaña, sentada en la cama sin ninguna ropa más que el aire, con los pechos y el sexo al descubierto, las piernas abiertas, la piel resplandeciendo por el calor y el aceite natural que eran la humedad en el ambiente, el sudor y la excitación, y yo le miraría y le diría que me habían enviado, me habían creado para que él disfrutara.
               Tendríamos el mejor sexo de nuestras vidas en Etiopía, donde nadie nos conocía y podíamos comportarnos como animales en celo, donde no respondíamos ante nadie más que nuestros propios recuerdos… y querríamos hacerlos lo más picantes posible.
               Me imaginé a mí misma con las rodillas ancladas en esa cama en la que tantas veces me lo había imaginado masturbándose pensando en mí, embistiéndome con la misma cadencia con la que me lo había imaginado sacudiéndose la polla, y mi sexo se cerró en torno a una que no estaba allí.
               Alec podía disfrutarme lo que quisiera, pero se estaba perdiendo muchísimo no estando dentro de mí.
               Fue sólo pensando en su bienestar y en su disfrute personal que conseguí tomarlo de la mandíbula y alejarlo de mí lo suficiente como para poder hacer que me mirara, aunque a mi sexo le molestara enormemente, y decirle:
               -Tampoco puedes lamer cada gota de sudor de mi cuerpo mientras me follas en cualquier rincón apartado. Y apuesto a que también tienes sed de mí en ese sentido, ¿verdad que sí, sol?
               Alec se relamió, sonriendo. Le resplandecía la barbilla y tenía una mirada de locura en los ojos a la que no pude resistirme. Le acaricié la cabeza, mis uñas hundiéndose en su cuero cabelludo.
               -Creo que se te ha olvidado lo mucho que te gustaba besarme mientras saciabas tu sed de mí con otras partes de tu cuerpo. Eso todavía es una opción. Y… la verdad, sol… con el aperitivo que me has dado antes de tu polla, lo único que has conseguido ha sido que a mí me dé más hambre de ti.
               Su sonrisa se volvió más oscura, esa Sonrisa de Fuckboy® que tantos estragos había hecho en la ciudad. Se le había olvidado que me había convertido en una diosa por todo el tiempo que habíamos pasado juntos, y que mi piel también resplandecía con un brillo dorado que había absorbido de la luz que manaba de su alma. De manera que me incliné sobre el colchón y rezongué, perezosa, acariciando las sábanas arrugadas a mi alrededor…
               -Es decir, mi amor… si con tu boca y mis labios te basta, desde luego, a mí también. Pero… después de todo lo que has viajado y lo duro que estás trabajando en Etiopía, creo que te mereces tener el paquete completo. Sentir cómo me aferro a ti-Alec se separó entonces de mí, la boca entreabierta por el asombro, una expresión sorprendida en su rostro-. Sentir mis tetas en tu pecho, mi lengua en tu boca… he nacido mujer para encajar a la perfección contigo, pero si con un trocito de un trocito de mí para ti es suficiente… yo, desde luego, lo estoy gozando. Si no quieres sentirme hasta el final…
               Sonreí.
               -¿Lo has estado haciendo ahora?
               -¿El qué?-pregunté con inocencia, y a Alec se le puso una expresión de fastidio en la mirada que, sin duda, era la que me había asaltado a mí hacía un año cuando él abría la boca. No me extrañaba que le gustara hacerme de rabiar, si me ponía así de graciosa.
               -Aferrarte a mí como a mí me gusta.
               -Me aferro al aire, mi amor-respondí, balanceando a un lado y a otro las piernas-. Pero no me quejo. Sé que tarde o temprano te tendré entre mis piernas, así que sólo tengo que tener paciencia.
               -¿Paciencia? ¿En serio?
               -Ajá. Bueno, o sea, paciencia no. Me está gustando mucho, es sólo que… mi coño es más que mi clítoris-sonreí, y Alec se mordió el labio-. Y tú eres más que tu lengua.
               Rió.
               -¿Ah, sí? ¿Qué más?-me guiñó el ojo, besándome la cara interna del muslo derecho.
               -Tu polla. Por ejemplo-dije, acariciándole la mandíbula.
               -Por ejemplo-repitió.
               -Por ejemplo-repetí.
               -Por ejemplo-asintió, riéndose. Y se puso en pie, toda su envergadura a la vista para que yo la disfrutara y la deseara. Se acarició, los ojos puestos en mí, y yo me relamí-. Espero que sepas la bomba que acabas de activar, Sabrae.
               -Oh, soy muy consciente, Whitelaw-repliqué, y él bufó por lo bajo, negando con la cabeza-. Y tengo pensado dejar que la cuenta atrás se acabe. Y que me estalle. En la cara… en las tetas… o dentro de mí-sonreí, jugueteando con mi vello púbico, enroscándolo en un dedo-. Que ella decida.
               Alec se pasó una mano por el pelo, me miró mientras balanceaba las rodillas de un lado a otro, se masajeó la mandíbula y asintió distraídamente con la cabeza.
               -Menos mal que te he estado comiendo el coño hasta ahora. Impresionante gestión por mi parte.
               -¿Por qué?-dije, riéndome.
               -Porque no sabes lo cachondo que me has puesto llamándome así. Si duro más de diez segundos date con un canto en los dientes.
               -Así, ¿cómo? ¿Whitelaw?
               Los ojos de Alec se oscurecieron.
               -Estás jodida, Malik.
               Oh. Dios. Mío.
               Eso esperaba.
 
Había pocas cosas que me pusieran más cachondo que cuando Sabrae gemía teniéndome dentro, disfrutando de mi envergadura, de mi grosor, de mi dureza en lo más profundo de su ser, donde más me sentía y donde más era ella, donde más la necesitaba yo.
               Mi apellido era una de esas cosas. Mi apellido era todo lo que me definía, las oportunidades que había tenido, la huida del pasado del que yo creía que no podía escapar. Era mi apellido lo que estaba en mi dorsal de boxeador, en un lugar destacado en las medallas y también en mis diplomas de estudios.
               Era la palabra que todos los tíos de Londres temían que alguien les dijera cuando cumplían el Bro Code con ellos y les iban a avisar de que sus pibas estaban rondando a otro chaval, la única palabra que podía detenerlos en seco y acobardar al más osado.
               Era la palabra de quienes no tenían ningún tipo de familiaridad conmigo, y que fuera ella, precisamente ella la que la usara… me volvía jodidamente desquiciado. No había ninguna otra persona con la que me sintiera tan a gusto y tan yo como con Sabrae. Era la chica que me había enamorado y me había descubierto ese mundo del que yo antes me había burlado, como nos burlábamos todos los chicos en plena adolescencia, creyendo que éramos mejores que las chicas por conformarnos con el sexo casual y no querer ningún tipo de vínculo ni responsabilidades.
               Whitelaw. Whitelaw. Whitelaw.
               Lo peor de todo era que la muy cabrona jamás lo decía con inocencia. Sabía que todo su cuerpo era un arma de destrucción para mí, no importaba qué parte usara: sus manos, sus ojos, su boca, incluso su voz me tocaban en los puntos más sensibles, donde no podía hacer nada por defenderme de ella ni mucho menos por cuidar mi estabilidad emocional.
                Sentir mis tetas en tu pecho.
               Dios. Casi podía sentir la manera en que sus pezones, siempre erectos y endurecidos, acariciaban mis músculos mientras la poseía en el misionero, con diferencia la postura más infravalorada de la historia.
                Mi lengua en tu boca. Ésa era una de las cosas que más había echado de menos de ella en Etiopía: a pesar de que me dolía pensar en ella en lo más profundo de mi ser, y la necesidad de masturbarme si cometía el error de pensar demasiado intensamente en ella, durante demasiado tiempo y en una beneficiosa soledad era irresistible, ya había pasado por aquello antes. Ya habíamos estado sin acostarnos dos meses cuando yo estuve en el hospital. Si había sobrevivido a aquello, tenía la esperanza de sobrevivir también a Etiopía.
               Pero los besos que nos dábamos era algo completamente distinto. Jamás había pasado tanto tiempo sin besar a una chica como lo había hecho durante mi voluntariado. Había sido cuestión de una semana que Sabrae y yo nos besáramos de nuevo cuando me desperté del coma, y ahora… allí estaba, casi dos meses sin contacto con su boca. No contaba la visita relámpago que le había hecho para hacerle cambiar de opinión porque había estado tan cabreado que ni siquiera había podido disfrutarlo como se merecía.
               Pero ahora tenía la oportunidad de hundirme dentro de ella, sentirla en todo su esplendor, y no sólo mirarla a los ojos como lo había hecho mientras le comía el coño, sino… sino besarla. Probar el sabor de sus labios donde en mi cabeza ya no había nada. Había salido relativamente bien del paso masturbándome en Etiopía, pero si mis manos eran un pobre sustituto del tesoro de su entrepierna, imagínate lo mal que la sustituía mi imaginación.
               Y me había llamado Whitelaw. Hay que ser cabrona.
               Estaba claro que ella no había salido a jugar. Había perdido el factor sorpresa en cuanto le vi la cara en el aeropuerto. Jamás había tenido ninguna posibilidad de salir victorioso de esto.
               Suerte que me quedara genial la plata y que a ella le fuera tan bien el oro, porque, aparentemente, el reparto de premios siempre iba a ser así.
               Que la bomba me estalle. En la cara… ni hablar.
               En las tetas… ah, ah.
               Dentro de mí.
               Eso está mejor, nena. Mucho, pero que mucho mejor.
               No iba a ser capaz de salir de ella, y yo lo sabía.
               Sólo esperaba que Tommy me perdonaba si al final me perdía su decimoctavo cumpleaños. En mi defensa deberían primar los años que no le había fallado y que había sido el que había obligado a los demás a desmadrarse en cada celebración. Como mayor del grupo, siempre me había sentido un poco responsable de que el más pequeño de todos nosotros tuviera una fiesta como se merecía la ocasión. Además, Tommy no contaba con que yo estuviera en su cumpleaños, así que no podía enfadarse conmigo si cumplía con sus planes, ¿no?
               Tenía cosas más importantes que hacer. Por ejemplo, enseñarle a Sabrae lo que significa el respeto, la deportividad y el juego limpio. Cosas, todas ellas, de las que ella no había ni oído hablar.
               La temperatura de mi habitación estaba tan sólo un par de grados por debajo del punto de ebullición cuando me levanté y dejé que admirara todo el esplendor de mi erección. Concentrado como estaba en proporcionarle un placer tan intenso que llegaba a rozar el umbral del dolor, había encontrado en su cuerpo la determinación suficiente para no aliviarme. No es que no me mereciera alivio alguno (que también), sino que quería estar completamente ansioso para ella. Desearla hasta la locura. Saab se merecía que yo me dejara llevar totalmente, y el desinhibirme pasaba por no tratar de tranquilizarme cuando sabía qué era lo que necesitaba.
               No eran mis dedos, ni tampoco su boca. Eran las paredes de su feminidad, aferrándose a mi virilidad mientras ella gemía en mi oído mi puñetero nombre. Sólo si no me tocaba conseguiría estar lo suficiente desesperado como para darle todo lo que necesitaba. Lo que ambos necesitábamos.
               Mi orgullo se regodeó en la manera en que me miró y se relamió, recorriéndome el cuerpo como si pudiera acariciarme con los ojos y darme un adelanto de lo que pronto sentiría estando dentro de ella. Sabrae me miró como si fuera un dios bajado del cielo simplemente para complacerla. Era cierto a medias: no había bajado del cielo, pero mi objetivo en la vida sí que  era complacerla; simple y llanamente complacerla.
               Con la familiaridad de siempre a pesar de que hacía dos meses que no tocaba los muebles de mi habitación, y sin romper el contacto visual con Sabrae en ningún momento, saqué la caja de condones de la mesilla de noche y la abrí. Sólo entonces bajé la mirada.
               Sabía que no iba a faltar ni uno solo, pero, aun así, me apetecía tomarle el pelo.
               -Están todos-observé con aprobación en la voz, y ella se puso rígida. Detuvo el delicioso balanceo de sus piernas un momento, sus ojos dilatándose ligeramente.
               -Pues claro. ¿Creías que iba a buscar en otros lo que sé que sólo puedes darme tú?
               -Me habría gustado que lo intentaras-mentí, porque la verdad es que imaginármela en la cama con otro tío me habría hecho trizas el corazón, aunque supiera de sobra que sus sentimientos por mí no cambiarían por mucho que dejara que otros ocuparan mi lugar en su cama-, para que así te dieras cuenta de cómo te ha tocado la lotería conmigo-me chuleé, rompiendo el envoltorio del preservativo y extendiéndolo por toda mi envergadura. Sabrae se revolvió en la cama, apartándose el pelo del pecho de manera que sus tetas quedaran de nuevo al descubierto. Joder, tenía las tetas más espectaculares del mundo. Le había sentado bien mi ausencia, a pesar de todo el mal que le había hecho en lo emocional. Habíamos superado lo de Perséfone como si fuera la escalada de una montaña decidida a quebrarnos, pero cuya cima ofrecía las mejores vistas.
               -¿Y alimentar ese inmenso ego tuyo? Ni hablar-respondió, mordiéndose el labio y alejándose un poco de mí, arrastrándose en dirección al centro de la cama. Sólo así yo tendría el espacio suficiente para subirme también… y hacer con ella lo que quisiera. Sabrae está en mi cama, Sabrae está en mi cama, ¡Sabrae está en mi cama!
               Pensarlo me parecía absurdo, sobre todo porque era yo el que había dejado mi cama atrás, y no ella.
               Me arrodillé en la cama y le separé las piernas con las rodillas. Sabrae se revolvió de nuevo, buscando postura, y arqueó la espalda y lanzó un suspiro de satisfacción antes incluso de que le acariciara la entrada con la punta de la polla. Joder. Era más increíble de lo que recordaba, el tenerla desnuda y a mi entera disposición.
               Me apetecía jugar con ella, que suplicara de nuevo. Se creía con la mano ganadora simplemente por haber dicho mi apellido, cuando la realidad era que podía darle la vuelta a la tortilla cuando me apeteciera. Así que me incliné y apoyé la cadera sobre la suya, aprisionándola contra el colchón, regodeándome en sus deliciosas curvas, unas nuevas y otras viejas, y en lo bien que encajaban todas en mi cuerpo, que también había cambiado. Era como si ella y yo hubiéramos crecido sincronizados y en direcciones opuestas, de manera que el equilibrio nunca se perdiera.
               Como para no recorrer seis mil kilómetros por esto. Recorrería seis millones a rastras con tal de poder estar así otra vez, pensé mientras le apartaba el pelo de la cara y me inclinaba hacia su oído. Le separé aún más las piernas con la rodilla, y mientras la fricción de nuestros cuerpos deslizándose me daba un pequeño adelanto de lo que sentiría entre sus piernas, colé una mano entre sus muslos y jugueteé con su clítoris. Sabrae dejó escapar un nuevo suspiro.
               -Lo dices como si el ego que tengo no estuviera en absoluto justificado.
               Dejé un reguero de besos alrededor de su oreja que la hizo suspirar.
               -Estaremos de acuerdo en que eres un chulo-contestó, sus caderas abandonándola mientras de su boca se escapaban suaves jadeos que eran música para mí.
               -Mira al mujerón que tengo en mi cama, Sabrae. ¿No te parece que tengo derecho a creerme el rey del mundo si me acuesto con la diosa que lo creó?
               Sabrae se rió, y buscó mi boca con los ojos aún entrecerrados. Le estaba gustando lo que le hacía con los dedos, recorriéndole el clítoris en círculos, dándole un placer que ella no podía por mucho que imitara mis movimientos. Había algo en mí que no encontraría en nadie más, no importaba si lo buscaba fuera o dentro de su casa.
               Cuando nuestros labios se encontraron, su sabor chispeante aún en mi lengua y su placer líquido en la yema de mis dedos, fue como si el universo entero se parara en seco a observarnos. Noté que algo dentro de mí se encendía, algo que se parecía mucho a un fuego artificial en belleza, y a una bomba atómica en intensidad. Podría haberme muerto allí mismo, así, todavía fuera de ella, y cuando me hicieran las preguntas de rigor para decidir si me iba al cielo o al infierno, miraría a los ojos al juez y le diría que no me arrepentía de absolutamente nada.
               Respiré la respiración de Sabrae, besé la boca de Sabrae, jugueteé con el placer de Sabrae, y cuando se separó de mí y me miró me di cuenta de que el cumpleaños de Tommy había sido la excusa, y el volver con ella y poner punto y final a mi síndrome de abstinencia del cuerpo de Sabrae era la auténtica causa de que hubiera cogido ese avión.
               -Ni se te ocurra volver a marcharte-me dijo, y yo me reí y le besé el hombro.
               -¿Y eso sin metértela? Vaya. Cuidado, Saab. Voy a acabar pensando que te gusto, y todo.
               -Siempre has sido imbécil, ¿por qué ibas a parar ahora?
               -Porque es divertido. Igual que esto-sonreí, metiéndole un dedo en su interior y arrancándole un gemido. Hundió las uñas en los músculos de mi brazo, y me descubrí agradeciéndole a Valeria desde lo más profundo de mi corazón el que me hubiera castigado a estar siempre con Nedjet, porque sólo así habría podido coger musculatura tan rápido-. Mm, pensándolo bien, creo que voy a hacer que te corras un par de veces así.
               -Oh, por favor, no. Así no es tan divertido como…-echó mano de mi entrepierna y, separando las piernas en un movimiento que no me esperaba, me dejó vía libre a su vagina y…
               La.
               Madre.
               Que.
               La.
               Parió.
               ¡¿No va la muy gilipollas y me mete dentro de ella?!
 
Disculpa, ¿no habías venido exactamente a eso? Para meterme mano ya me basto y me sobro yo sola, muchas gracias.
 
Dímelo a la cara si tienes cojones, payasa.
 
Cojones no tengo; tú mejor que nadie deberías saberlo, flipado.
 
DIOS. No hay quien te aguante, Sabrae. ¿Por qué no seré yo gay, como Logan? Los tíos no somos tan cabrones como lo sois vosotras.
              
Porque te encanta lo que tengo entre las piernas, sol. Por eso.
 
Es que es jodidamente bestial.
               -… así-jadeó, arqueando la espalda y moviendo sus caderas en mi dirección, empujándome lentamente dentro de ella. Zorra despiadada. Hija de la grandísima puta.
               Ni de coña. No iba a dejar que ganara. No, no, y no. Me había provocado, me había empujado al límite, me había llamado Whitelaw. Ella no iba a marcar el ritmo. Quería desesperarla. Quería que se volviera loca. Quería que se deshiciera en mis manos y se corriera tantas veces que apenas pudiera caminar. Quería que, si volvía a Etiopía, tuviera suficientes orgasmos en los que pensar como para no echarme de menos una semana entera.
               Quería jugar con ella y tenerla en mis manos y que me suplicara y que me recordara que era a mí a quien le pertenecía y que gimiera que yo era suyo y que suspirara por lo mucho que le gustaba y…
               Uf. Uf. UF. Se sentía tan bien estar dentro de ella. Un ramalazo de placer me recorrió de arriba abajo, y la sensación de ir abriéndome paso por entre sus pliegues tomó el control. No te corras, Alec. No te corras, no te corras, no te corras, no te corras.
               -Mmm-jadeó de nuevo, mordiéndose el labio-, qué hombre…
               A la mierda todo: mis planes, mis ganas de jugar, mi deseo de que esto durara por toda la eternidad. La eternidad era el presente, el presente era el ahora, y Sabrae… Sabrae estaba allí, a mi merced, abierta de piernas, completamente desnuda, a mi alcance. Disponible para que yo estirara el brazo y la cogiera como la fruta más apetitosa del árbol que era la humanidad.
               Así que me incorporé lo justo para poder mirarla con calma. Con las rodillas ancladas en el colchón, entre sus piernas, y una fuerza de voluntad que no sabía que se trataba cuando se trataba de mujeres (y mucho menos de la mía), fui capaz de detener mi avance dentro de ella.
               Sabrae abrió los ojos y me miró, y lo que vi en ellos me deshizo por dentro: una absoluta desesperación, unas ganas inmensas, un deseo infinito. Nadie me había deseado como lo hacía Sabrae, no importaba lo borrachas o incluso drogadas que estuvieran, con el consiguiente subidón en su libido: ninguna de las chicas que había compartido su cuerpo conmigo me habían dado nada que se pareciera a lo que Sabrae estaba a punto de darme. Saab iba a ser más salvaje que las chicas que me saltaban encima estando de fiesta, las lenguas pastosas y las pupilas dilatadas. Ellas me habían enseñado lo que significaba ser un chico.
               Sabrae iba a enseñarme lo que significaba ser un hombre.
               Y… joder, me moría de ganas. Tenía dieciocho años. Ya iba siendo hora de que madurara y descubriera de qué se trata realmente el sexo.
               -Todavía no me has suplicado lo suficiente-dije, retirándome de su interior, y ella se mordió el labio. Me acarició el vientre y su mirada se volvió suplicante, sus cejas inclinadas en una mueca de pena mientras sus dedos descendían por mis abdominales en dirección a mi entrepierna.
               -Te daré lo que quieras.
                Sonreí, y en mi reflejo en sus pupilas vi que la sonrisa oscura me subía también a los ojos.
               -Esto es lo que quiero.
               Y la embestí con tanta fuerza que sentí que tocaba fondo. Sabrae se tensó a mi alrededor: las piernas dobladas, un puño cerrado, aferrándose a las sábanas, y el otro… el otro, en el cabecero de la cama. Hizo una mueca que me habría hecho pensar que le había hecho daño si no fuera por su jadeo desesperado…
               -¡Sí…!
               … y por la forma en que sus piernas se cerraron en torno a mí. Sabía que iba a dárselo todo de mí, que no iba a darle tregua esta vez, que no se trataba sólo de alivio, sino también de placer; un placer que no íbamos a encontrar si teníamos cuidado. Bajaríamos a lo más profundo de nuestras esencias, excavaríamos un poco más, incluso, y bailaríamos con las bestias que nos encontraríamos en la periferia de nuestras almas. Y ella no tenía miedo. Tenía ganas de descorrer el velo conmigo, de difuminar las líneas que nos separaban, y no sólo visitar las estrellas, sino quedarnos a vivir allí. Ésa es mi chica, pensé, orgulloso.
               Y me dispuse a convertirla en mi mujer.
              
 
Alec estaba siendo el demonio personificado ese día, como si toda su piedad le hubiera abandonado durante su estancia en Etiopía. Si no supiera ver el amor que inundaba sus ojos cuando me miraba, incluso creería que disfrutaba haciéndome suplicar y negándome lo que por derecho me pertenecía, declinándome así también lo que yo había de ofrecerle.
               No podía más con sus juegos. Por mucho que los estuviera disfrutando y me estuvieran haciendo alcanzar las estrellas, lo necesitaba dentro de mí, y no solamente una parte. Lo quería todo, absolutamente todo de él; no me bastaba con su boca, con su lengua, con sus dedos. Había recorrido seis mil kilómetros para reunirse conmigo, pero no era sólo por él por lo que lo deslicé dentro de mí: también fue un acto egoísta en el que recordé lo mucho que habían pesado esos seis mil kilómetros.
               Y la recompensa que encontraba en su cuerpo en cuanto lo tenía de nuevo delante, preferiblemente encima, a poder ser entre mis piernas. Todo lo que habían pesado, lo al traste que se había ido mi vida… todo se minimizaba en cuanto Alec me tocaba.
               Había muros demasiado grandes que destruir, mucho dolor que curar, y yo estaba desesperada por tenerlo ya. Me había vuelto loca. Me había deshecho en sus manos y me había corrido tantas veces que me sorprendería ser capaz de salir de fiesta esa noche como si no hubiera pasado nada; seguramente Alec tendría que conformarse con bailar en la pista él solo mientras yo lo observaba desde el sofá.
               Pero él volvería a Etiopía. Tendría diez dichosos meses por delante en los que podría pensar en mí, concentrarse en darme placer mientras él se lo proporcionaba a sí mismo, y fantasear con un reencuentro en el que se tomaría su tiempo conmigo. Ahora no teníamos tiempo.
               Por eso lo introduje en mi interior. Y me alegré de haberlo hecho en cuanto lo escuché gruñir como hacía dos meses que no lo escuchaba: ni siquiera al echar ese polvito rápido en el garaje me había regalado los oídos con esos ruidos guturales que nacían en lo más profundo de su garganta y ascendían a toda velocidad como si de un volcán llameante se tratara.
               Me sentía completa teniéndolo dentro: completa, invadida, y adorada de una forma en la que yo no debería serlo; no, cuando quien se postraba ante mí no era otro que Alec. Habría justificado esa sensación con cualquier otro que no fuera él, pero con él sentía el gesto tremendamente injusto. Y aun así…  aun así estaba dispuesta a disfrutar de las injusticias que recorrían el mundo.
               Podía sentir mi pulso palpitando en nuestra unión, su respiración de repente profunda y agitada apenas sobre mi cuerpo, su erección creciendo dentro de mí. Era una de las cosas que más me gustaba de Alec: no importaba su tamaño o su dureza antes de penetrarme; cuando lo hacía, su cuerpo me hacía el delicioso regalo de cruzar la frontera una vez más.
               -Mm, qué hombre…
               Así era como teníamos que estar: los dos juntos, los cuerpos unidos, apenas una capita de fino látex manteniéndonos en nuestros respectivos rincones del universo. Esto era lo que quería. Esto era para lo que había nacido, por lo que me había peleado con mi madre y por lo que estaba dispuesta a renunciar a todo lo que significaba ser una Malik: para estar con Alec. Para follar con Alec.
               Qué bien había hecho la evolución haciendo que disfrutáramos con el sexo, porque teniéndolo dentro de mí, en lo único en que podía pensar era en que quería que aquello durara para siempre. Las peleas, las lágrimas, el corazón roto y luego enmendado… nada de eso existía. Lo único que ocupaba mis pensamientos era el cuerpo de Alec dentro del mío.
               Hasta que salió de mí. ¿Qué cojones hace?, protestó algo dentro de mi cabeza, una voz antigua como el mundo y molesta como la arena besada por el mar cuando las olas se retiran con cada marea.
               Abrí los ojos y lo miré, y lo que vi en ellos hizo que me deshiciera completamente. Ese deje de sosiego que le resplandecía en la vista cuando me acostaba con él, como si supiera que podía hacerme daño si se dejaba llevar completamente, brillaba ahora por su ausencia. Me miraba como si tuviera en mis manos todas las respuestas a las preguntas que se hacía, la llave para hacer que los días duraran eternamente y jamás tuviéramos que irnos a dormir, por lo que las camas tendrían que cambiar su utilidad.
               Se retiró de mi interior y yo creí que me moriría; una horrible sensación de vacío lo sustituyó, y donde antes había un jardín lleno de flores, ahora apenas había un prado yermo.
               -Todavía no me has suplicado lo suficiente.
               No pude evitar que mis manos le acariciaran el vientre, que mis dedos descendieran hasta la base de lo que yo más deseaba. ¿Quería que me arrastrara? Por él, lo haría. ¿Que me humillara? Por él, lo haría. ¿Que renunciara a mi nombre y a mi pasado y a mi vida para que él pudiera moldearme a su gusto y así jamás ser capaz de abandonarme? Por él, lo haría.
               -Te daré lo que quieras.
               La sonrisa que me dedicó no tenía nada que envidiarle a la que había esbozado antes, cuando estaba entre mis piernas. Ahora seguía en el mismo lugar, pero en una postura distinta: ¿significaba eso que continuaba condenada a vivir en ese verano cruel del que hablaba Taylor Swift? Porque, si era así, renunciaría también a mi fecha de nacimiento y me declararía oficialmente una chica estival sin importarme las consecuencias. Estaba claro que, eligiera el signo del zodiaco que eligiera, siempre sería compatible con Piscis.
               -Esto es lo que quiero.
               La forma en que me embistió fue deliciosa, un ejército salvador al rescate de su ciudad predilecta. Fue como si el aire lo hubiera hecho crecer, como si de la distancia entre nosotros se estuviera alimentando su cuerpo, y ahora estuviera tan cargado de energía que sólo entrando en mí sería capaz de no combustionar.
               Mi cuerpo dejó de pertenecerme y se entregó completamente a él. Giré la cabeza, arqueé la espalda, doblé las piernas en torno a él, cerré el puño en torno a las sábanas y me aferré al cabecero de la cama, porque todo contacto con él era poco, todo lo que él pudiera darme no sería bastante.
               -¡Sí…!-jadeé, y Alec gruñó por lo bajo:
               -Joder, sí.
               Joder. Me encantaba cuando decía esa palabra mientras la llevábamos a efecto; creo que no había ninguna que me gustara tanto como esa, porque nos definía tan bien…
               Alec me puso las manos en las caderas y empezó a moverse dentro de mí, alcanzando unos puntos con los que nadie más podría siquiera soñar. Se me quedó la mente en blanco, toda mi atención fijada en la sensación de invasión que tenía entre las piernas, de la vida que entraba a mi sexo a través de él. Descubrí entonces que no había tenido satisfacción alguna durante esos meses; por mucho que sus intenciones fueran buenas cuando me regaló el vibrador y hubiera pretendido que fuera un consuelo mientras él no estaba, había logrado el efecto contrario: que lo echara de menos todavía más cuando él se fuera de nuevo, ahora que ya sabía que si el sexo con Alec era excepcional era porque había ingredientes excepcionales en la receta. Él.
               Empecé a moverme en círculos, más por inercia que por consciencia de que esto le gustara, y me mordí el labio. Mientras con una mano continuaba sujetándome, manteniéndome bien agarrada para que no me escapara en el caso de que me volviera loca y decidiera que necesitaba parar, con la otra ascendió por mi cuerpo. No pudo resistirse a acariciarme un pecho de la que ascendía, deteniéndose lo justo para pellizcarme el pezón con dos dedos mientras el resto de su mano se adaptaba a la nueva carne que había allí.
               -Mírate. Dios, estás buenísima. Podría correrme viendo sólo cómo se te bambolean las tetas mientras te follo.
               Una corriente eléctrica subió desde mi clítoris hasta mi boca, doblándome en dos. Madre mía, si iba a estar así, hablando durante todo el polvo… me moriría. Bajé los pies por sus piernas mientras él me embestía, su mano subiendo en sentido contrario.
               -Abre los ojos, Sabrae-ordenó, y yo lo hice a duras penas. Era más de él que mía en aquel momento. Cualquier estímulo que no estuviera relacionado con él no sería más que una molestia de la que mi cerebro rápidamente se desharía, porque lo que tenía dentro de mí era mil veces más importante que lo que pudiera ver.
               Excepto, por supuesto, si lo que pudiera ver era el cuerpo de Alec totalmente desnudo frente a mí. Aun así… la distracción era demasiado grande como para poder tenerla en cuenta.
                -Míranos-continuó, y yo obedecí mientras él seguía hablando-. Mira cómo resplandece mi polla por lo húmeda que estás.
               Me estremecí de pies a cabeza al ver su miembro entrando y saliendo de mi interior, con la película de mi placer cubriéndolo por encima del preservativo. Por mucho que lo intentara, por mucho que me esforzara, nunca era capaz de recordarlo exactamente como era, a pesar de que me encantaba mirarlo cuando lo hacíamos. Había algo prohibido en lo íntimo que resultaba ver a nuestros sexos mezclándose; de ahí que me gustara tanto cuando nos movíamos a frente al espejo de su habitación y podía ver nuestros reflejos mientras Alec me poseía.
               A lo que había que añadir que en esa postura le sentía todavía más.
               Claro que estaba tan sensible que poco me importaba; de hecho, cuanto más lejos estuviera él de mí, peor me parecería todo y más ansiosa estaría por volver a tenerlo cerca, así que hacerlo frente al espejo estaba descartado, por lo menos mientras no pudiera garantizar que todo su cuerpo estuviera en contacto con el mío.
               -¿Te gusta ver cómo entro en ti, nena?-preguntó, inclinándose hacia mí y pegando su frente a la mía mientras yo nos seguía mirando. Me dio un beso en los labios y jadeó contra mi boca cuando se afianzó un poco más en la cama para poder empujarme todavía más adentro, y sonrió y me mordisqueó el cuello cuando yo eché atrás la cabeza, acusando el estremecimiento que me recorrió de arriba abajo cuando hizo aquello-. ¿Te gusta ver cómo te follo para que no te olvides jamás de mí?
               Asentí con la cabeza y me mordí el labio, porque si Alec me hacía hablar, más bien gritaría.
               Pero era lo que él quería. Fuera baja o clamando al cielo, Alec quería mi voz.
               -He recorrido seis mil ciento cincuenta y seis con cuarenta y dos kilómetros para venir a follarte, Sabrae. ¿No te parece que me merezco que no te muerdas el labio y gimas todo lo que te dé la gana para que yo te pueda escuchar?
               Fue como si un poder ancestral que se escondía dentro de mí fuera liberado y, en sus ansias por recuperar el mundo que lo había visto nacer, lo barriera todo a su paso. Recuperé mi voz igual que la sirenita en su película, y salí de mi ensimismamiento para volverme lo que a Alec tanto le gustaba y tanto alababa de cuando nos acostábamos: vocal. Jadeé, gemí, exclamé, dije su nombre, dije el de Dios, dije palabrotas, le pedí que siguiera así, le dije que era muy fuerte, que era muy grande, que estaba muy duro, que me encantaba, todo ello mientras él me castigaba y bendecía a partes iguales con su polla.
               Empecé a tensarme, y sabía que él estaba cerca. Estaba dispuesta a esperarlo igual que él me había esperado a mí, así que le clavé las uñas en la espalda mientras luchaba por reducir el ritmo de mis caderas. Alec tenía sus manos ahora en mis pechos, su boca tan cerca de la mía para no perderse la ocasión de darme besos que me recordaran cuál era mi sabor preferido en el mundo, y la frente también sobre la mía, jadeando y gruñendo como un animal, de modo que no vio que estaba tratando de reducir mi ritmo para que acabáramos los dos juntos.
                 -A… lec…-gemí, y él no se detuvo.
               -Sí, nena… Dios, qué bien lo haces. Joder. Estás tan apretada. Eres genial, jodidamente genial. Esto es la hostia. Te he echado tanto de menos…
               ­-Alec-repetí, y él se envalentonó aún más. Aceleró el ritmo, lo que sólo hizo que yo me acercara más y más al orgasmo. Lo apreté más contra mí como quien se aferra a un salvavidas.
               -Uf, sí, di mi puto nombre…
               -Alec-mis manos subieron por su espalda, y aunque me habría encantado detenerme a maravillarme con sus músculos, tenía una misión; una sola. Con una fuerza de voluntad que yo no sabía que tenía, continué ascendiendo y le pasé las manos por la nuca, por el cuello, hasta tener su rostro entre ellas y, así, poder separarlo de mí-. Alec-repetí, tirando de él para obligarlo a mirarme.
               Sus ojos eran un pozo de lujuria sin fin. Estaba totalmente desquiciado. Supe en cuanto los vi que me diría que ni de coña íbamos a parar para que él se pusiera al día porque a mí me hiciera ilusión que nos corriéramos a la vez.
               -Alec, estoy a punto-jadeé. Cada milímetro de él era una condena para mí, una por la que me declararía culpable.
               -Pues ya sabes qué tienes que hacer-contestó, y para mi absoluta desesperación, se incorporó y se pasó uno de mis pies por el hombro, dándole un ángulo increíble con el que podía sentirlo todavía más. Me besó la planta del pie, yo me contraje en torno a él a modo de respuesta, y él se limitó a sonreír y estremecerse.
               Abre los ojos y mírame mientras te corres.
               -Quiero que terminemos a la vez.
               -Y yo quiero haberme pasado los últimos dos meses follándote y me tengo que aguantar, Sabrae-contestó, y echó un vistazo al reloj de su mesita de noche. Yo ni siquiera era consciente de que hubiera pasado el tiempo… o de que el tiempo existiera como concepto, ya puestos.
               -¿Te queda mucho?
               -Estás desnuda y yo estoy entre tus piernas, ¿tú qué crees?
               -Te has estado conteniendo, ¿a que sí?
               Se rió, lo cual tuvo un efecto catastrófico en nuestra unión; tanto, que tuvo que detenerse a media carcajada por culpa del suspiro que le nació de lo más profundo de su ser.
               -¿Tú crees que yo puedo contenerme cuando se trata de ti?-dijo, y el muy cabrón se puso a juguetear con el pulgar en mi clítoris sólo por distraerme.
 
No era por distraerte, es que lo echaba mucho de menos, y ya sabes que yo expreso mi amor de una forma muy física.
 
-Cuando se te mete entre ceja y ceja que quieres durar, duras un montón.
               -Antes no suponía un problema-comentó con pereza, y si bien ahora me embestía más despacio, sus juegos en mi núcleo de nervios no estaban ayudándome a mantener la cordura.
               -¿A que yo tampoco me corro?
               Clavó los ojos en mí mientras se quedaba totalmente quieto.
               -¿Me estás retando?
               No fui tan tonta como para decirle que sí; sabía reconocer cuándo iba a perder una pelea, aunque no fuera una situación muy común.
               -No-reculé, y él sonrió y se inclinó hacia mí.
               Debería haberlo visto venir. Debería. Haberlo. Visto. Venir. Ya llevábamos mucho tiempo juntos; casi un año. Alec era bastante evidente con sus movimientos porque sabía lo mucho que nos ponía a las chicas que nos colocara de una determinada manera y que nosotras nos diéramos cuenta. Pero también podía ser sutil cuando quería, y cuando se trataba de prepararme para lanzarme a las estrellas, no es que lo quisiera: es que se volvía su único objetivo en la vida.
               Por eso me agarró del tobillo y lo llevó junto al otro, retirándose lo justo para permitir que mis piernas se juntaran de nuevo, pero con su punta todavía dentro de mí. Ahora estaba medio girada hacia él, recostada sobre la cama, con las piernas unidas y su polla en mi entrada de una forma que prometía problemas.
               -Ya me parecía a mí-sonrió, adaptando sus rodillas a mi nueva posición-. Voy a pasar por alto esto, pero sólo por esta vez. Tus orgasmos me pertenecen, Sabrae. Como vuelvas a amenazarme con negármelos, te castigaré. Y te garantizo que disfrutaré mucho durante el proceso. De hecho…-meditó, sonriendo-, creo que será mejor que vayas aprendiendo la lección. Cuanto antes, mejor.
               Me pasó un pulgar por los labios mientras una sonrisa oscura se extendía por su boca.
               -Te refrescaré la memoria-me dio un manotazo juguetón en la nalga y me estremecí con el calor que se extendió por mi piel, reptando hacia el hueco entre mis piernas, donde me estaba esperando él.
               Mírame a los ojos, Sabrae.
               -Mírame a los ojos, Sabrae.
               Y No LoS CieRReS.
               -Y no los cierres.
               ~QuieRo VeR CóMo Te CoRReS eN Tu MiRaDa…~
 
Eres pila graciosa, tú, ¿eh?
 
-Quiero ver cómo me miras mientras te corres.
               Vaya. Casi.
               -¿Y mi castigo?-pregunté con un hilo de voz. De momento no había cambiado nada de lo que me había dicho otras veces, ¿qué había de nuevo ahora?
               De nuevo esa sonrisa de niño malvado y travieso, la peor combinación. Y si ese niño crece y se convierte en un hombre guapísimo, atractivo y de metro ochenta y siete que sabe cómo usar cada centímetro de su cuerpo para volverte lo más loca posible, la combinación se convierte en una bomba de relojería que está encerrada contigo en una habitación hermética.
               -Vas a hacerlo gritando mi nombre tan fuerte que hasta en Etiopía sepan con quién estás.
               Me dio un casto beso en la frente y susurró en voz baja, más para sí que para mí:
               -Pobre niña. No tienes ni idea de la que te espera.
               Se introdujo de nuevo en mi interior, ansioso, invasivo, inmenso y duro. En condiciones normales, puede que lo hubiera soportado. Pero me había colocado en una postura en la que se aseguraba el éxito, y yo estaba tan sensible que no pude sino darle la satisfacción de hacer todo lo que me dijo que hiciera.
               Incluido correrme gritando su nombre.
 
 
Joder, lo que estaba haciendo Sabrae era poesía. Lo que hacía conmigo y también con su cuerpo. No recordaba que lo hiciera tan bien antes de marcharme, que se sintiera tan bien o que fuera tan genial cuando se corría a mi alrededor. Casi me deshago cuando ella llegó al orgasmo, pero milagrosamente logré aguantar mientras se corría, clamando mi nombre a los cuatro vientos como un grito de guerra y una señal de victoria a la vez.
               Mamá había estado sembrada cuando decidió ponerme “Alec”, porque ninguna palabra habría sonado tan bien en sus labios como lo hacía mi nombre.
               Sabrae luchó por respirar, palpitó a mi alrededor, hundió las uñas en mi espalda y agitó las caderas en esa danza ancestral del principio de los tiempos, que había originado a la humanidad y de la que yo me sentía personalmente responsable cuando se trataba de mi chica. ¿O debería decir mi reina? Porque la manera en que se dejó llevar, sin ataduras y sin condiciones, completamente desinhibida para que yo la disfrutara, era más propia de alguien que sabía que no tenía a nadie por encima que de alguien del pueblo llano.
               Le dejé unos instantes para que recuperara el aliento y, a través de una nebulosa de gozo, su alma acarició la mía cuando sus ojos se encontraron con los míos.
               -¿Estás disfrutando?-pregunté, como si no tuviera entre mis manos la respuesta. O en mis dedos. O en mi polla. Aun así, ella asintió.
               La pobrecita estaba cansada, y yo estaba tan enamorado que incluso estaba dispuesto a renunciar a tener un orgasmo con ella con tal de dejar que se repusiera. No había nada que fuera a poner por delante de Sabrae, ni siquiera mi propio placer o mis necesidades. La madre naturaleza me había dado dos manos para que las utilizara, ¿no?
               -Más que un castigo, esto me ha parecido un premio-dijo con una voz ronca que me encantó, y yo me reí y le di un casto beso en los labios.
               -¿Puedes seguir?-pregunté, y asintió-. ¿Quieres seguir?-volvió a asentir-. Me gustaría que ahora tú te pusieras encima.
               -¿Por qué?-preguntó en un suave jadeo antes de tomar aire, y me eché para atrás dramáticamente.
               -Sabrae Malik, la reina del feminismo, ¿necesitando una razón para aplastar a los hombres? ¿Quién eres y qué has hecho con mi novia la misándrica?
               -La vieja Sabrae no puede ponerse al teléfono ahora mismo. ¿Que por qué? ¡Oh! Porque está post-orgásmica y atontada-se rió de su propia ocurrencia y yo me incliné a darle un beso en la mejilla, hecho que aprovechó para rodearme los hombros con los brazos y retenerme contra ella-. Te quiero mucho, Al.
               -Y yo a ti, Saab.
               Me dio un beso en el hombro y yo respondí dándole un beso en la cabeza.
               -¿Prefieres que nos demos mimos?
               -¡Oye! Sólo estoy descansando y recuperándome. Ahora te monto como en una peli de vaqueros, ¿de acuerdo, so ansioso? Jesús, cómo sois los hombres-chasqueó la lengua y negó con la cabeza, mirando a continuación en dirección a la mesita de noche, en dirección a la caja de condones... y la botella de agua de un litro que me había acostumbrado a tener allí para cuando a Sabrae le daba la sed por la noche. Todo porque el que se levantara de la cama para ir a beber simplemente no era una opción. Entendiendo lo que quería, se la pasé y me sonrió con timidez mientras daba un sorbo. Se apartó el pelo de la cara, capturándolo con dos dedos de forma que le cayera de nuevo por la espalda, y me observó mientras yo también echaba un trago. Miré el reloj; no debía de quedar nada para que mi familia volviera a casa, y sabía que a ella le daba un poco de corte cuando nos acostábamos en una casa llena de gente, sobre todo porque era muy consciente de que no era capaz de mantener la boca cerrada (ni yo quería que lo hiciera, que conste en acta, señoría) cuando estábamos juntos y sacábamos la ropa de la ecuación.
               Así que me giré y empecé a decirle:
               -Oye, que si quieres que lo dejemos para por la noche, por mí no hay problema, porque me ha gustado muchísimo lo que hemos…
               Pero ella se abalanzó sobre mí, me empujó sobre el colchón y empezó a besarme.
               -Te has hecho nueve horas de avión para venir a verme. Si piensas que con diez minutos en vez de diez días follándote para mí va a ser suficiente, es que te ha pegado una coz una cebra en alguna de tus excursiones y te ha dejado mal de la cabeza.
               Sé que me había dado la oportunidad perfecta para decirle que, en realidad, llevaba un mes entero sin pisar la sabana, o ir siquiera más allá del perímetro de árboles que rodeaban el campamento y el santuario. Sé que así se hizo todavía más evidente cómo le estaba mintiendo, pero es que… entiéndeme. Hacía dos meses que no la veía, dos meses que no me corría con ella encima o debajo de mí, dos meses desesperantes en los que cada minuto que había pasado separado de ella había sido una tortura, y cada pensamiento que me había cruzado la mente era sobre que quería volver a su lado, y haciendo una lista de razones por las que no podía marcharme.
               Así que no pude pensar en nada mientras su boca se hacía con el control de todo mi cuerpo, ganándose esa revancha que no estaba ni de coña dispuesto a discutirle.
               Bueno, mentira. Sí que pensé algo. Cuando sentí que se ponía a horcajadas encima de mí, solamente pensé una cosa: menos mal.
 
 
-En realidad-respondió con la voz ronca por la excitación ahora que por fin había adivinado mis intenciones-, las nueve horas de avión las he hecho por Tommy. Así que tampoco te… uf-se mordió el labio y negó con la cabeza cuando, a horcajadas sobre él, agarré su miembro y lo pasé por mi entrada. Se había dado cuenta de que ya no se trataba de mí, sino que la atención se había centrado en él. Alec era ahora el protagonista.
               En eso tenía que centrarme yo para ignorar el hormigueo en las piernas, que estaban a punto de decir basta. Pero verlo allí, debajo de mí, dispuesto a dejarme jugar con su cuerpo igual que él lo había hecho con el mío y pasármelo tan bien que incluso estaría mal, era un aliciente lo suficientemente potente como para ignorar las agujetas que ya se estaban manifestando. Definitivamente tenía que volver a hacer ejercicio si quería estar a la altura de Alec cuando volviera a visitarme; ahora que había cogido peso me notaba un poco más torpe, y no ayudaba el hecho de que también hubiera perdido práctica en la cama. Claro que confiaba en que el esfuerzo y la dedicación que pusiera en mis movimientos compensara su torpeza, la lentitud e irregularidad.
               Si me hubiera pedido que me pusiera encima de él un poco antes seguramente le habría dicho que no; la inseguridad de esos cambios que se habían producido en mi cuerpo sin mi permiso habría hecho que no lo disfrutara y que no estuviera tan presente en el momento y en lo que compartíamos como los dos, pero sobre todo él, nos merecíamos; y él, buenísimo como era, seguramente habría tratado de convencerme de que estaba preciosa de todas formas, de que tenía que verme a través de sus ojos y no de los de la sociedad machista que me decía que mi peso era gran parte de lo que condicionaba mi físico, y a mi físico se vinculaba mi valor como persona. Yo le habría dejado convencerme a medias, pero él jamás me había obligado a hacer nada con lo que yo no estuviera del todo cómoda, y ponerme encima sería algo así.
               Pero no me lo había pedido cuando me daban miedo esos cambios, sino mucho, mucho después de aprender a aceptarlos y que, incluso, me gustaran. No estaba segura de si lo había planeado de forma consciente o no, pero a mí no me parecía una coincidencia que ahora que destilaba confianza en mí misma me pidiera que tomara las riendas.
               La confianza era sexy. La seguridad era sexy. Y Alec había hecho que yo me creyera la chica más guapa del mundo, la joven más sensual, con la forma en que se había emborrachado de mi cuerpo hasta el punto de que jamás recuperaría la sobriedad.
               Se había pasado todo el polvo, desde que me había quitado el tanga hasta que me había hecho que me corriera, murmurando por lo bajo palabras de afirmación que sabía que me perseguirían allá donde fuera, y que siempre mantendrían a raya mis miedos y la lupa con la que me observaba los defectos:
               -Eres preciosa. Estás buenísima. Joder, me tienes loco. Soy el tío con más suerte del mundo. Qué bien sabes. Qué bien te mueves. Joder, eres increíble. No puedo creerme que seas mi novia. Adoro que seas mía. Eres mía. Joder, nena. Joder. Jo-der. Sí, sigue así. Lo haces genial. Me encanta tu cuerpo. Me encantas tú. Eres lo mejor que me ha pasado. Buena chica. Así me gusta. Sí, justo ahí. Sí, nena, estás tan mojada, joder, me encanta. Dios, bombón… Estás tan apretada, esto es la hostia. Cómo echaba de menos follarte. Sí, ésa es mi chica. Ésa es mi chica, joder. Follar contigo es lo mejor del mundo. Buena chica, justo ahí, sí, justo así… mierda, vas a hacer que me corra en nada si sigues así…
               Todo palabras con las que soñaría cuando regresara a vivir su vida en Etiopía, las palabras a las que me aferraría cuando las cosas me volvieran a ir mal y las sombras regresaran conmigo una vez se pusiera mi sol. Ahora las tenía presentes en mí, flotando en mi superficie, aún haciendo que mi piel resplandeciera. Estás buenísima, eres preciosa, lo haces genial, me encanta tu cuerpo. Buena chica. Follar contigo es lo mejor del mundo.
               Buena chica. Para eso precisamente me había criado mi madre: para que fuera una buena chica que tenía en consideración los sentimientos de los demás, entre los que se incluía, por supuesto, este dios que se había postrado ante mí en la cama y que no había dudado en adorarme con su boca y su entrepierna, reclamando solamente algo tan banal como mis orgasmos que, por cierto, ya le pertenecían de todos modos.
               Follar contigo es lo mejor del mundo. Sabía que no estaba siendo fácil para él. Que, por mucho que estuviera disfrutando en el voluntariado y le estuviera siendo tan útil, también tenía sus altibajos y echaba de menos todo lo que tenía en casa, a la infinidad de personas que tenía esperándole y añorándole como lo hacía él. Así que se merecía un premio por todo lo que estaba haciendo, una recompensa por los sacrificios que había hecho. Si follar conmigo era lo que más le gustaba en el mundo, mataría dos pájaros de un tiro: le daría lo que a él más le apetecía; y de paso lo que más me gustaba también a mí.
               -¿Decías?-pregunté, sentándome sobre él terriblemente despacio, y disfrutando de cada milímetro que entraba dentro de mí. En actitud casual, le puse ambas manos en los abdominales y empecé a levantar el culo para sacarlo de mi interior. Le sonreí con la boca abierta cuando vi que me miraba, cayendo completamente en mi trampa: con las manos como las tenía, los dedos apuntando a sus costados, tenía los brazos tan unidos que mis pechos estaban juntos, formando una pareja perfecta para su contemplación. Me había hecho una foto de esa guisa con su chaqueta de boxeador, que le había enviado apresuradamente apenas me la hizo, diciendo que era de sus preferidas de mis nudes a pesar de que no se me veía nada: la chaqueta me tapaba la parte más interesante y también censurada de mis senos, los pezones; y con las manos así puestas Alec no podía ver mi sexo. Y, sin embargo, le encantaba.
               -Pues…-vaciló, mirándome. Mirándonos. Estaba como hipnotizado mirando cada centímetro de su polla entrar de nuevo en mi coño-. Uuuuuuh…. Uf. Jo-der-gruñó, poniéndome las manos en las caderas y negando con la cabeza. Se mordió el labio y siguió mirándonos.
               -Mis ojos están aquí arriba, mi amor-ronroneé, juguetona.
               -Mm-mm-asintió él, sin hacerme el menor caso. Me eché a reír y le tomé de la mandíbula mientras lo sacaba casi totalmente de mí y luego volvía a meterlo.
               -Sol-me reí-. Concéntrate. Te gusta que me ponga encima para mirarme las tetas mientras follamos. ¿Tanto te ha cambiado el voluntariado que eso ya no te interesa? ¿O es que ya no te gustan?
               -Claro que me gustan-protestó, ofendido. Si mi cuerpo tenía un millón de fans, Alec sería uno de ellos. Si mi cuerpo tenía mil, Alec sería uno de ellos. Si mi cuerpo tenía sólo uno, Alec sería ese uno. Si mi cuerpo no tenía fans, sería porque Alec había abandonado este mundo.
               -Menos mal-dije, echándome hacia atrás, de forma que él me penetraba en un ángulo ligeramente diferente y mucho más delicioso-. Estaba empezando a preocuparme por si no te… gustaban-suspiré, echándome el pelo a un lado-. Ya sabes, como he cogido peso, y tal… estaba pensando que hay un par de actividades que puedo hacer para hacer ejercicio y recuperar la figura. Y la mayoría te requieren a ti, y no requieren ropa-le di un toquecito en los labios y me eché a reír cuando Alec me miró como un niño bueno al que castigan por una travesura con cuyas culpas ha cargado para que no se la cargue su hermano menor-. ¿Quieres que te dé un par de sugerencias?
               -No.
               -¿No?-me reí de nuevo y le besé en los labios-. ¿Y eso?
               -Quiero durar.
               -¿Quieres durar?
               -Sí.
               -¿Para qué?
               -Para ti.
               -Tú siempre tan detallista, sol-ronroneé, apoyando los brazos sobre su pecho de manera que mis pechos también reposaran sobre su piel e impulsándome hacia atrás, sobre su entrepierna, que continuaba llenándome de una forma que me habría vuelto loca… si no fuera tan divertido lo que estaba haciendo con Alec.
               Creo que pocas chicas en Londres podían decir que lo hubieran tenido nunca comiendo de la palma de su mano en plena sesión de sexo, así que me sentía especialmente afortunada por contarme entre ellas.
               -Quiero que te corras sobre mí-explicó con voz tensa. Miró de reojo a nuestra unión y le costó horrores levantar de nuevo la vista hacia mi cara.
               -¿Y eso es excluyente de que tú te corras?
               -Eh… ¿no sé?-dijo, mordiéndose el labio cuando me impulsé un poco más hacia abajo, abriéndole un camino que no había explorado antes-. Joder, miputamadre.
               -Alec-le dije, tomándolo de la mandíbula y obligándolo a mirarme a los ojos, en los que sólo vio determinación: por su placer, por hacer que esta noche fuera memorable para los dos-, mis orgasmos son tuyos, pero tus orgasmos también me pertenecen. Y llevas negándomelos dos meses. Quiero lo que es mío-gimoteé, moviéndome en círculos. Alec no pudo aguantarlo más y me agarró de las caderas-, y lo quiero ahora. Estoy impacientándome. Y, además… tenemos cosas que hacer después. Fiestas a las que ir… baños en los que seguir follando… sofás con los que reencontrarnos…
               Alec se puso rígido al escuchar esa frase. Sofás. Ah, pues claro que sí. No se pensaría en serio que le dejaría marcharse sin visitar el cuarto morado del sofá, ¿verdad?
               -Así que deja de intentar hacerte el macho y déjate llevar de una puta vez. ¿A quién quieres impresionar? Sólo estamos tú y yo en esta habitación-me incliné hacia su oído y susurré tan cerca que le acaricié la oreja al hablar-. Y además… ya sabes lo zorra que me pongo cuando consigo que te corras conmigo. Si quieres que me aferre a ti con desesperación otra vez… si quieres sentir cómo mi coño te exprime la polla… ya sabes lo que tienes que hacer-sonreí, acariciándole el cuello con la mano, recorriéndole la garganta con los dedos y mordiéndole el lóbulo de la oreja.
               Sus manos volaron a mis nalgas, sosteniéndome junto a él.
               -¿Qué va a ser, Whitelaw?-me separé de él y alcé una ceja. Él bufó por lo bajo, sacudió la cabeza, se rió y me respondió:
               -Ya sabes qué es lo que me gusta. Úsame. Móntame como si nos fuéramos a morir mañana, Malik.
               No sabía el tiempo que nos quedaba a solas en su casa, pero sí sabía una cosa: no íbamos a morirnos mañana. Lo cual no hacía de esos valiosísimos instantes que nos quedaban sino un perfecto aperitivo de lo que nos haríamos cuando nos quedáramos verdaderamente solos, cuando no importaran ni el cansancio, ni la posible resaca, ni la rutina a la que yo estaba ignorando deliberadamente.
               Solamente importarían tres cosas: Alec, que Alec estaba en casa, y que Alec estaba conmigo.





             
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2 comentarios:

  1. BUENO, ESTO DE QUE ME DES DOS CAPITULOS DE SEXO DSESENFRENADO NO LO LLEVO BIEN.
    Para empezar, esta gente está malísima porque madre mía como pueden pasar de ser tiernísimos a guarrisimos en nada. QUE PAREN. Por otro lado Sabrae al final del capítulo dando cátedra de al fUcK bOy oRiGinAL en fin COMIQUÍSIMO.

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  2. Vale, lo primero que tengo que comentar es el hecho de que en tus planes este capítulo iba a terminar con Alec y Sabrae volviendo de la fiesta de Tommy y el capítulo termina sin que hayan terminado de follar es que me DESCOJONO (no seré yo la que se queje también te digo). Comento cositas:
    - “Él, que había recorrido miles de kilómetros sin pensarlo cuando se enteró de que tenía en mente dejarle. Él, que había cambiado radicalmente el rumbo de su vida por mí. Él, que me había abierto las puertas a mi mundo preferido en el mundo: el del placer sexual. Él, que me había hecho darme cuenta de que los poemas no exageraban, sino que más bien se quedaban cortos.” Te pasas Eri.
    - Adoro cuándo se llaman Malik/Whitelaw
    - Alec hablando de lo que ha echado de menos besar a Sabrae me deja MAL
    - “imaginármela en la cama con otro tío me habría hecho trizas el corazón” pero aún así se empeñan en decirse que pueden hacer lo que quieran TOCATE LAS NARICES.
    - Me encanta cuando rompen la cuarta pared, no me cansaré de decirlo.
    - Me hace mucha gracia cuando Sabrae (casi) predice lo que le va a decir Alec JAJAJAJAJJA
    Muchas ganas de seguir leyendo <3

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