miércoles, 23 de agosto de 2023

Aquí, en Etiopía, o en Marte.


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Saab había cometido un error terrible dándome opción a pedirle que lo hiciéramos otra vez cuando me quitó el condón, pues por mucho que yo también empezara a notar el peso de las horas en avión y los kilómetros que me había recorrido (que me tenían casi tan machacado como si hubiera hecho el viaje andando en lugar de en avión), la verdad es que no me importaría tener uno de esos polvos perezosos que a veces echaban las parejas casadas. Esperaba que Sabrae y yo no acabáramos cayendo en esa rutina en la que acaban los cuarentones cuando sus trabajos se vuelven más importantes que sus vidas sexuales y tienen que terminar pactando un día para echar polvos al menos una vez a la semana por asegurarse una fidelidad que ninguno de los dos va a mantener precisamente por ese trato, pero incluso cuando me parecía lo menos apetecible del mundo, tenía que reconocer que sexo mediocre era mejor que nada de sexo.
               Y lo que íbamos a hacer Sabrae y yo, por lo menos en nuestra juventud, jamás se calificaría de sexo mediocre.
               Sabía que íbamos justos de tiempo, por no decir que íbamos mal. Sabía que le costaría un poco concentrarse de nuevo en mi cuerpo, especialmente ahora que sabía que sus amigas estaban en el piso de abajo en mi casa, esperándonos, posiblemente afinando el oído; ella no tenía las dotes de abstracción que sólo los tíos que habían sido unos rompecorazones desarrollábamos con el paso el tiempo hasta el punto de que ya nos daba igual incluso si había gente en la habitación. Sabía que posiblemente no lo disfrutara como si estuviéramos solos…
               … pero también sabía que le apetecía. Sabía que quería tenerme igual que yo quería tenerla a ella. Cuando me había mirado a los ojos mientras entraba en su interior, lo había hecho con una luz en su mirada que llevaba mucho tiempo sin verle; tanto, que habría pensado que me la había inventado cuando la evocaba en mis recuerdos de no ser tan preciosa que era imposible que fuera producto sólo de mi imaginación.
               Habíamos empezado a tener una de esas relaciones en las que charlábamos tranquilamente mientras lo hacíamos, conectando no sólo nuestros cuerpos, sino también nuestras mentes. Nunca pensé que me gustarían esa clase de polvos (era más bien de los que les comía la boca a las chicas que eran demasiado pesadas insistiendo en cómo sería nuestra relación a partir de entonces –o sea, ¿perdón?, señora, acabo de conocerla; haga el favor de soltarme el brazo. No, el brazo de en medio, precisamente, no- simplemente para que me dejaran disfrutar del momento y no me agobiaran), y luego un día había estado en plena faena con Saab mientras ella estaba particularmente parlanchina porque estaba feliz y yo… pues me había dejado llevar. Había descubierto en ese dulce proceso que me encantaba oír su voz hablándome de su día, sobre todo porque solía hacerlo cuando estaba contenta y no paraba de reírse y mirarme y decirme cosas bonitas que podían tener que ver, o no, con mis dotes en la cama. Hacía tanto que no lo hacíamos de esa manera que me rompía un poco el corazón haber dejado de tener esa posibilidad en mi radar.
               Ah, y había que añadirle el hecho de que estaba desnuda. Desnuda, sudorosa, y, ¿por qué no decirlo?, también cachonda. Lo notaba en el brillo que cubría su cuerpo, la picardía que había en sus ojos, la forma en que se le había erizado el vello del cuerpo, lo respingón de sus pechos, terminados en esos pezones que quería morirme mordisqueando (a poder ser, después de una vida larga plena y satisfactoria, pero no me quejaría si me llegaba la hora en diez minutos), y la forma en que sus muslos se apretaban el uno contra el otro mientras me observaba, los dientes ligeramente hundidos en sus labios.
               De modo que lo de echar uno rapidito no era broma, al menos no del todo. Toda mi existencia se había basado en ser un sinvergüenza y en tirarme triples, pero, como yo siempre decía; si no te llevas nueve bofetadas por entrarles a las chicas equivocadas, jamás llegarás a la décima que sí que está dispuesta a confirmarte sin rodeos que le apetece tener sexo casual contigo. Así que el que no arriesga, no gana, algo aplicable en todos los ámbitos de la vida: estudios, trabajo, deporte… y, el más importante, mujeres.
               Sabrae.
               -¿Cómo de “rapidito”?-preguntó, y la muy cabrona se colgó de mi cuello y me dio un pico. Con sus ojos anclados en los míos, levantó un pie como las chicas de las películas cuando su amado por fin les hace un mínimo de caso y… se puso a juguetear con el nacimiento de mi pelo en la nuca. Sería cabrona. Sabía exactamente lo que hacía eso en mí, y precisamente por eso estaba jugando conmigo de esta manera.
               -Mi récord está en veintiséis segundos, pero creo que tú podrías hacer que bajara la marca.
               -¿Y si no quiero que la bajes?-tonteó, mordiéndose el labio-. ¿Y si prefiero que la subas?
               Bajó la mano a mi miembro, y tras recorrerlo entero con la palma de la mano, la cerró en torno a mis huevos. Me presionó el tronco con la muñeca, de manera que lo tuviera atrapado entre mi pubis y su mano, y Sabrae sonrió con maldad.
               -Sigue así y batiremos un récord olímpico, bombón. Pero que conste que…-le di un manotazo en el culo, con lo que ella dejó escapar un jadeo, y dejé la mano allí, bien anclada en su carne, regodeándome en sus curvas-, yo no me quejaré en absoluto.
               Sabrae empezó a masajearme la polla, sobándomela arriba y abajo con los dedos. No pudo resistir la tentación de bajar la mirada, y se mordió el labio mientras me miraba. Lanzó un suspiro tremendista.
               -Nunca pensé que diría esto, pero… ojalá no hubieran venido mis amigas. Me apetece tanto metérmela en la boca.
               -Tus deseos son órdenes para mí, bombón. Y, ahora que lo pienso…-le eché el pelo por encima del hombro y le puse la mano en el mentón, acariciándole la mandíbula con el pulgar-, se puede considerar un “rapidito” también si me corro en tu boca.
               Sabrae pareció considerarlo en serio unos instantes, sopesando los pros y los contras de lo que supondría ponerse de rodillas, abrir sus preciosos labios y dejar que me follara esa boca que tan problemática podía llegar a ser, porque era el cielo y el infierno a partes iguales. Pros: a los dos nos apetecía. Yo podría correrme sin usar condón. A ella le ponía mucho chupármela. A me ponía mucho que me la chupara.
               Contras: estábamos tan calientes que no nos bastaría con eso. Sus amigas nos estaban esperando. Kendra era impaciente y terminaría subiendo. Seguramente Mimi fuera tras ella para meterse con nosotros, creyendo que la amiga de Sabrae tenía nuestro permiso.
               Súper pro: la cara de diosa del sexo que se le ponía a Sabrae cuando me miraba, todavía arrodillada, y se limpiaba una gotita de semen (mi semen) de la comisura de los labios para chuparla como si fuera lo más delicioso del mundo.
               Súper contra: acabaríamos follando y no iríamos a la fiesta de Tommy, y no habría quien aguantara a Scott porque “él era el único buen amigo que había en nuestro grupo y yo tenía tanto morro que era capaz de usar a Tommy como excusa para que Sabrae me puliera la zambomba a su costa”.
               Súper ultra pro: ¡Sabrae haciéndome una mamada!
               Súper ultra contra: no se me ocurría nada peor que aguantar a Scott. Así que yo ya tenía claras mis preferencias: como le dijera algo, lo colgaría del Big Ben por las pelotas; ya veríamos si tenía una carrera tan prometedora cuando le cambiara totalmente el rango vocal y ya no pudiera hacer las mismas canciones que habían encumbrado a su padre veinte años antes que él.
               -Por tentador que resulte sentir toda tu envergadura en mi lengua, sol…-ronroneó, acariciándome aún con una mano mientras con la otra paseaba los dedos como si su mano fuera una modelo luciéndose en la pasarela que era mi hombro-, tenemos que ser prácticos. Tenemos amigas a las que mantener a raya, una fiesta a la que ir… Tommy no va a cumplir los 18 todos los días. En cambio, yo voy a dejar que te corras en mi boca las veces que quieras. Puede que alguna, incluso, te deje grabarla-me guiñó el ojo-. Por si te sientes muy solo en Etiopía.
               Se separó de mí, dejando una terrible sensación de vacío y soledad a mi alrededor, ya no sólo porque había dejado de estimularme, sino porque no sentía la calidez calmada que desprendía su piel.
               -Lo quiero por escrito-dije sin embargo, y Sabrae se echó a reír y me dio un beso, empujándome de manera que me cayera sobre la cama y ella se cayera encima de mí-. Oye, ¿tú no tenías muchísima prisa, y tal?-bromeé-. Creía que no podías hacerme nada porque tenías la agenda súper apretada.
               -Apretadas tengo otras cosas-rió en mi oreja.
               -¡Sabrae! ¡Me escandalizas! ¿Me voy dos mesecitos, nada más, y tú ya te comportas como una perra en celo? Menuda golfa se está perdiendo este país. Todos los ingleses de entre 15 y 20 años deberían pagarme por haberte sacado de la noche, ¡eres un peligro público!-le di de nuevo un azote y ella se rió otra vez.
               -Les dijimos a las chicas que nos dieran unos minutos, y tengo pensado agotarlos. Puede que no pueda comerte la polla, así que me conformaré con comerte a besos-respondió, y se dispuso a ello precisamente. No sería yo quien le hiciera ascos a sus besos, fuera donde fuera que quisiera dármelos. Y, ya puestos, viendo lo bien que le habían sentado esos kilos de más que había cogido durante mi ausencia, tampoco sería yo quien la pusiera a dieta. Si quería perder peso, no sería siguiendo la dieta del cucurucho conmigo, sino que la haría disfrutar de cada caloría quemada cuando estuviera encima, junto, o debajo de mí; y sólo por lo mucho que me gustaría hacer ejercicio con ella le permitiría reducir cuánta piel tenía yo para besar, acariciar, morder o chupar.
               La agarré de las caderas, tirando de ella para ponerla todavía más encima de mí. Notar su sonrisa en mi boca fue un privilegio al que no estaba dispuesto a renunciar tan pronto, y la presión de su cuerpo estaba haciendo estragos en la poca estabilidad emocional que me quedaba. Con cada beso que Sabrae me daba, una razón para levantarme de la cama e ir al cumple de Tommy moría, sustituida ahora por las ganas de quedarme para siempre allí, retozando entre las sábanas con ella.
               Todo mi cuerpo era un torrente de energía pura y renovada gracias a ella. Sentía que no había distancia que no pudiera salvar, altura que no pudiera saltar, enfermedad que pudiera matarme. Hasta la victoria inevitable de la muerte me parecía ahora una hipótesis que se había planteado con una perspectiva errónea: ¿acaso se había muerto Sabrae? ¿Acaso lo haría alguna vez? ¿Acaso alguien a quien ella hubiera bendecido con su amor lo había hecho? Con ella entre mis brazos y sus labios sobre mi rostro sentía que viviría miles de millones de años, hasta que el Sol se expandiera en las últimas etapas de su vida y engullera la Tierra. E, incluso entonces, yo podría sobrevivir. Simplemente porque ella me quería.
               Simplemente porque ella me tenía.
               Le puse una mano en la mejilla y Sabrae comprendió de sobra que quería decirle algo antes incluso de que yo mismo empezara a sospecharlo siquiera. Levantó ligeramente la cabeza y me miró a los ojos, alterando así la composición de todas mis moléculas. Se me olvidó que Etiopía existía. Dios, se me olvidó incluso que yo existía más allá de donde ella estaba tocándome, toda luz y bondad en un mundo azotado por las sombras y un mal que envidiaba la fuerza con que ella existía, porque sabía que no tenía ninguna posibilidad.
               -Necesito que me des una buena razón por la que no debería terminar lo que empecé-le dije-. Estoy desesperado por tenerte, mi amor.
               Sabrae se mordió el labio mientras me acariciaba el pecho con las manos; sus dedos leían mil canciones de amor en los pliegues de mis cicatrices. Había vuelto de entre los muertos por ella sin haber escuchado cómo me decía que me quería saboreando la libertad en aquella frase, ¿y realmente no se esperaba que no fuera a buscarla cuando habían pasado dos meses desde la última vez que la besé?
               Debería haber sido más lista. Debería haberse dado cuenta de que yo sólo había sobrevivido a una ausencia de más de un mes porque, cuando lo hice, no sabía que existía la posibilidad de que ella se convirtiera una realidad. En cambio, en cuanto la conocí y los dioses entretejieron nuestros destinos desde aquella primera mirada que ninguno de los dos recordaba con claridad… había sido incapaz de mantenerme alejado de ella más de un mes. Mi límite estaba en mis viajes a Mykonos, que casualmente habían tenido la misma duración que aquel primer periodo de mi voluntariado.
               Me sonrió, como si se estuviera dando cuenta de lo mismo que yo: que no iba a ser capaz de pasarme los diez meses que nos quedaban totalmente alejado de ella. Que siempre volvería. Cualquier excusa sería buena, cualquier gestión sería inaplazable y exigiría mi presencia de forma que no me quedara más remedio que plantarme en Inglaterra y hacer una parada obligatoria en mi cama para recordarme lo estúpido que había sido considerando mi habitación mi hogar años antes de que ella atravesara su puerta.
               Y otra parada más en la que me daría cuenta de que mi hogar ni siquiera estaba en la casa en la que me había criado, ni eran las sábanas cuyo suavizante transmitía su olor a mi cuerpo, sino… una habitación con una pared pintada con un atardecer que yo mismo había podido disfrutar en directo (antes de que todo se fuera a la mierda, quiero decir), con una silla que colgaba del techo, estanterías llenas de libros y álbumes de fotos abarrotados de personas a las que yo les tenía un cariño indirecto.
               -Confiaba en que tú supieras cómo hacer para levantarnos de la cama. Eres el mayor de los dos; se supone que eres el que tiene que pararnos los pies.
               -¿Quién lo supone?-respondí, besándole el cuello, el hombro, la cara interna del brazo. Ella exhaló un suspiro que me hizo recordar lo muchísimo que me gustaban esa clase de suspiros de labios de las chicas, y cuantísimo me encantaban cuando salían de labios de Sabrae-. Porque se equivoca de cabo a rabo conmigo.
               -¿Alguna vez te has ido de la cama de una chica quedándote a medias?
               -Yo no podría quedarme a medias contigo en la vida. Hasta con entrar dentro de ti una sola vez es suficiente. Y, a la vez, ni siquiera un millón me bastarían.
               -Mm-ronroneó, besándome con una sonrisa-, pero qué suerte que tengo-dijo, metiendo una mano entre sus piernas y alcanzando así mi entrepierna. La rodeó con los dedos y yo exhalé un gruñido. Estaba demasiado desnuda, demasiado guapa y demasiado juguetona como para que yo pudiera pensar en las consecuencias de nuestros actos: simplemente quería llegar hasta el final, no importaba nada más. Tenía una estrella guardando mis días, protegiéndome de todo e impidiendo que tomara las peores decisiones posibles, las que me alejarían de ella. Seguro que nos cuidaría si lo hacíamos sin protección, ¿verdad?
               -Mis amigas nos esperan-intentó razonar conmigo, pero continuó jugueteando con mi polla, paseando los dedos por ella. Se dio unos golpecitos en la entrada con su punta, haciéndome gruñir mientras ella jadeaba-. Uf, Alec…
               -Que esperen más. Igual, con un poco de suerte, se van.
               -¡Eres malísimo con ellas!
               -No me terminan de caer bien.
               -Te han pedido disculpas y ahora nos shippean a muerte-me recordó, besándome el pecho. Llevó mi punta al vértice de sus ingles y los dos gruñimos por lo bajo.
               -No me han pedido disculpas por todo. Acaban de interrumpirnos un polvo. Estaba follándote despacio y nos han cortado el rollo-respondí, bajando las manos a sus nalgas y separándoselas ligeramente. Sabrae se estremeció de pies a cabeza, los ojos cerrados, los dientes asomándose por sus labios. Hazla gemir, Alec, me instó una voz en mi cabeza. Me acomodé debajo de ella instintivamente.
               -A mí no me parece que nos haya afectado demasiado-contestó con un hilo de voz, trayendo sus caderas hacia atrás, con su mano aún a mi alrededor. Me orientó hacia ella, la punta unos centímetros ya dentro de ella, y me estremecí de pies a cabeza.
               -¿Por qué estás tan empeñada en que las perdone?
               -Porque para mí son importantes. Igual que… oh-gimió mientras entraba dentro, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro. Era increíble. Podía notar su pulso, su humedad, en mi parte más sensible-. Igual que… esto.
               Estaba buenísima mientras me la follaba: la espalda arqueada, los pezones erectos, la postura de una mujer que sabía que tenía a su hombre a su entera disposición.
               Se acabó. Se a-puto-cabó. Le haría todo lo que quisiera, incluido correrme dentro de ella y luego ver con ella cómo mi placer se salía de su interior.
               Sabrae se sentó completamente sobre mí, conmigo enteramente dentro, y sonrió.
               -Joder, sol… esto es tan genial.
               La agarré de las caderas y la ayudé a levantarse para generar más fricción, y estaba a punto de hundirme de nuevo en ella cuando llamaron a la puerta.
               Estuve en un tris de no contestar, pero supuse que sus amigas no dejarían a Sabrae tranquila si nos pillaban follando a pelo; conociéndolas, puede que incluso le fueran con el cuento a Sherezade y entonces que tendría un problema con mi suegra, cosa que no podía permitirme ahora que mi relación con ella estaba un poco encauzada gracias a que estaba bien con Sabrae.
               Así que ladré:
               -¿Qué?
               -Alec-dijo una voz al otro lado de la puerta, y, ¿soy un hermano mayor pésimo si confieso que me costó un poco situar a Mimi? En el mundo que Sabrae y yo habíamos construido en mi habitación sólo había sitio para dos personas, y las relaciones que los seres humanos podían mantener se reducían a la que manteníamos nosotros: de amantes. Cualquier cosa que se saliera de ese esquema ni siquiera se merecía consideración por mi parte.
               -¿Qué?-gruñí, en un tono más fastidiado si cabe, pues la voz de mi hermana había roto el hechizo que envolvía Sabrae: en sus ojos ya no había la locura que la había caracterizado antes, ni el resplandor decidido de cuando se ponía encima de mí y se disponía a que yo lo pasara muy mal.
               -Tienes visita.
               Sabrae se rió por lo bajo y se bajó de mí, lo cual fue incluso peor que tenerla a mi alrededor, porque si cerraba los ojos podía fingir que ella era otra chica, que mi existencia no estaba bien porque Sabrae la había bendecido con su presencia, y podría pensar en salir de la cama. En cambio, como lo hizo mientras la miraba, pude ver cómo mi polla resplandecía con los fluidos de su excitación, unos fluidos que normalmente no me pintaban de tonos dorados, sino que se lo hacían al condón. Mi cordura habría resistido a que se alejara de mí, pero no a ver cómo sus trazas se quedaban conmigo incluso cuando ella ya no estaba.
               -Vamos ahora, Mím-respondió, anudándose de nuevo el pelo apresuradamente y afinando el oído cuando mi hermana se marchó. Se había quedado sentada con las piernas dobladas, los pies enredados en las sábanas. Su piel morena era un oasis de chocolate en la blancura de mi cama, y Saab destacaba en mi habitación como una estatua de oro en una sala de mármol de un templo.
               Un par de mechones le caían alrededor del rostro igual que los de las estatuas de la antigua Grecia, y así como estaba, desnuda, resplandeciendo, absolutamente preciosa, me hizo sospechar que si no me había quedado ciego, desde luego, no era porque no estuviera en la misma situación que aquel pastor que había perdido la vista cuando se encontró a Afrodita bañándose y le deslumbró su belleza. De hecho, estaba seguro de que nadie podría dudar de la existencia de los dioses si viera a Sabrae como la estaba viendo yo.
               Si existía una diosa de la belleza, tenían que existir también todos los demás.
               -Ella nunca llama cuando yo estoy en tu habitación-comentó cuando se aseguró de que estábamos solos y que nadie entraría a rebatir sus argumentos. Me sacó así de mi ensoñación, en la que ella surgía de un mar de zafiro entre cantos de sirenas y piruetas de delfines en el horizonte, su piel brillando a la luz de un sol que jamás se pondría, porque no podía renunciar a besarla con sus rayos siquiera un instante. En el mundo en el que Sabrae se permitía ser tal como era no había sombras.
               Me reí, tanto por lo que ella había dicho como por mis propios pensamientos. Se suponía que no había venido a Inglaterra solamente a meterme en la cama con ella, sino que me conformaría con admirarla en más de un escenario. Sus amigas eran un movimiento de ficha del destino cuando veía que me descarrilaba de la senda que me había señalado.
               Tenía que disfrutar del tiempo que estuviera allí; no sólo por si volvía a África, sino porque… Sabrae se merecía esas vacaciones de esa viudedad anticipada a la que yo la había obligado a someterse tanto o más que yo. Y esas vacaciones no eran una reclusión; por mucho que me jodiera, tenía que compartirla.
               Además… el cumpleaños de Tommy sólo pasaba una vez al año.
               -Eso es porque una vez me cazó follándome a una pava, y desde entonces es prudente.
               Creí que me vacilaría diciéndome algo así como que creía que mi habitación era un santuario en el que no dejaba entrar a cualquiera y que no me traía a mis ligues a casa, menos aún cuando estuviera mi hermana presente para poder fastidiarme. Sin embargo, replicó, jugueteando con un hilo suelto de las sábanas como si la cosa no fuera con ella:
               -No, si a mí también me ha pillado masturbándome aquí, pero parece que no hay manera. Se lo digo, y se lo digo, y se lo digo, y aun así ella sigue entrando como si esta habitación le perteneciera-puso los ojos en blanco en un gesto de fastidio al que no me tenía acostumbrado; no, al menos, cuando se trataba de Mimi.
               No obstante, yo no estaba para analizar las implicaciones de que Sabrae hablara de Mimi igual que hablaba de Shasha o Scott. Tenía cosas más importantes y picantes en las que centrarme que la nueva relación de mi novia con mi hermana:
               -¿Te has masturbado en mi cama?-pregunté sin aliento. Por supuesto, me constaba que no se había pasado estos dos meses con las manos quietecitas, precisamente. Incluso si no la hubiera oído tocándose en Nueva York, cuando yo mismo la guié para que se corriera, mi chica era tan fogosa que no entraba en la ecuación la posibilidad de que no disfrutara de su sexualidad ni invocara sus recuerdos conmigo durante mi ausencia.
               Pero una cosa era imaginármela en su cama, ocultándose bajo las sábanas mientras se daba placer a sí misma con las manos o con el vibrador que yo le había regalado. Una cosa era imaginármela en un rincón apartado de su casa, aprovechando un momento de soledad y que se había cruzado con un pasaje subido de tono de alguno de sus libros que inevitablemente le había recordado a mí, y buscando ese alivio entre las piernas que sólo yo podía encontrarle. Una cosa era imaginármela en la ducha, el agua recorriéndola igual que lo hacían mis dedos, y aprovechando el ruido del agua corriendo para poder gemir cuanto se le antojara…
               … y otra era imaginármela en mi cama, gimiendo mi nombre, aferrándose a las sábanas como hacía cuando estaba conmigo, empapando mi cama de su placer y su sudor; obligándose a llegar al límite de sus fuerzas, y más allá.  Desplomándose con las piernas abiertas, los pies hormigueándole y una sonrisa boba en la boca, mirando su reflejo en la claraboya como tantas veces lo había hecho estando conmigo, cuando yo me ponía encima y la claraboya le hacía de espejo para sus muecas de placer.
                En cuanto tuviera a mano un teléfono llamaría a Luca y le diría que empaquetara mis cosas y me las mandara cagando leches a la dirección de Inglaterra que Perséfone se sabía de memoria. Ni de coña iba a irme a África de nuevo teniendo esa imagen mental de Sabrae en la cabeza.
               -¡Claro!, ¿qué esperabas?-respondió, dándome un pellizco en la pierna de forma juguetona-. La cama de mi hombre huele mucho a mi hombre, y cuando una pasa la noche en ella, es más fácil que sueñe con él y se ponga… juguetona-me guiñó el ojo, una sonrisa traviesa atravesándole la boca. Le devolví mi mejor sonrisa torcida, y supe que era buena por la forma en que se estremeció.
               -Creo que voy a rescatar alguno de mis peluches de la infancia y le voy a hacer unos arreglos en los ojos. Si ves algún destello rojo por la noche… no te asustes.
               Sabrae aulló una carcajada y negó con la cabeza. Se levantó y se amasó el moño como una experta panadera a punto de hacer el mejor bizcocho jamás probado.
               -Más nos vale empezar a prepararnos si queremos ir a la fiesta de Tommy, pero… creo que lo primero es que despachemos a mis amigas. ¿Cómo lo ves?
               Me encogí de hombros.
               -Sería lo suyo, ¿no? Es decir… tenemos que ducharnos.
                -Ajám-murmuró, distraída, colocándose los mechones sueltos en el moño de forma eficiente, tirando de la goma y escondiéndolos dentro. Su pelo parecía más oscuro ahora que estaba todo junto; me recordó a las noches en Etiopía, cuando la Luna no conseguía superar las copas de los árboles-. Vamos un poco pillados de tiempo, ¿qué te parece si vas a recoger lo que nos han traído mientras yo me voy metiendo en la ducha? Te avisaré cuando salga.
               Torcí el gesto. Aguantar a sus amigas mientras Sabrae se preparaba para ir de juerga por el cumple de Tommy no era precisamente como tenía pensado pasar mis primeras 24 horas en casa. Era el hijo pródigo, por Dios bendito. Me merecía que sacaran las alfombras rojas y me lanzaran pétalos de rosa para que yo los fuera pisando allá por donde fuera.
               -¿Y si no? ¿Tenemos más opciones?
               -La otra opción es que sea yo la que baje a ver a las chicas mientras tú te duchas, aunque… eres más rápido que yo. Creo que lo mejor es que yo entre primero. Además, si vas tú a verlas, se irán antes.
               -Mm, ¿y una tercera alternativa?
               Sabrae alzó las cejas.
               -¿Qué otra opción tenemos?
               Desencajé la mandíbula y alcé una ceja.
               -Sabrae. Tu novio es el puto Alec Whitelaw. Literalmente te estás follando al Fuckboy Original. Y si te crees en serio que el puto Alec Whitelaw se ducharía solo pudiendo hacerlo acompañado, bueno… te aconsejo que te des una vuelta por Londres y pidas un par de segundas opiniones, a ver qué coño te dicen. Da igual a quién le preguntes: ni siquiera te voy a decir que lo consultes con las tías de esta ciudad, porque hasta los tíos saben cuál es mi rutina de higiene personal cuando estoy con una chavala.
               Sabrae se echó a reír y se acercó a mí, pasándome las manos por los hombros y luego enredándolas en mi nuca. Hundí la cara en el hueco entre sus pechos e inhalé su delicioso aroma: a maracuyá, a manzana, a sudor y a sexo. Cómo lo había echado de menos en Etiopía. Cómo lo echaría de menos si me volvía aún más gilipollas y regresaba.
               Cada segundo que pasaba, con cada movimiento de Sabrae, yo me convencía más y más de que no se me había perdido nada tan cerca del Ecuador. Mi viaje personal bien podía ser de tan sólo un par de meses, y la misión que buscara cumplir allí, fuera cual fuera, bien podía haber sido ya el fracaso o el éxito que estaba destinada a ser. Volver a Nechisar sería alargar un sufrimiento que yo no me merecía, que Sabrae no se merecía.
               Si ni siquiera estaba disfrutándolo, ¿por qué coño tenía que volver? No estaba cumpliendo con ninguno de mis planes, ni me estaba sintiendo mejor con el trabajo. Ni siquiera me sentía del todo útil ahora que sabía todo lo que podía aportar, y era perfectamente consciente de que Valeria me había cortado las alas como castigo de algo de lo que ni siquiera me arrepentía.
               Había nacido para tener la cara enterrada entre las tetas de Sabrae, ¿qué coño pintaba yo a seis mil kilómetros de ellas?
               -¿Crees que es una buena idea?
               -Cualquier cosa en la que tú estés involucrada y estés desnuda será siempre una buena idea-contesté, apoyando la barbilla en su esternón y mirándola desde abajo. Ella me sonrió y se inclinó a darme un casto y dulce beso en los labios. Separé los míos para hacer que el beso fuera un poco menos inocente, y ella estaba dispuesta a responder con la misma intensidad, olvidado todo compromiso con el mundo exterior, cuando Mimi volvió a llamar a la puerta.
               -¿Os estáis vistiendo?-preguntó.
               -Mary Elizabeth, eres un castigo para la raza humana-espeté.
               -Me caías mejor cuando eras gilipollas a miles de kilómetros de distancia-respondió ella, dando un manotazo en la puerta y marchándose con pisotones que marcaron su ritmo de marcha. Puse los ojos en blanco y miré a Sabrae, que se reía sinceramente. Le di un azote suave en la nalga y suspiré, alejándola de mí lo suficiente como para poder pensar. Tenía muchas cosas que hacer, o al menos esa impresión me daba.
               -Vístete, venga. Vamos juntos a ver a tus amigas, las despachamos juntos y luego nos pegamos una duchita rápida. Puede que incluso follemos un poco más-ronroneé, dándole un beso en el codo, y ella se rió.
               -¿Un poco, solamente?
               -Buf, Sabrae. No sé por qué coño te parecía gilipollas el año pasado si soy tú pero en versión tamaño humano.
               -¡Eres un imbécil!-protestó, empujándome y riéndose. Hizo amago de sentárseme encima pero, aunque me alegraba mucho que tuviera las mismas ganas que yo de ir a ver a sus amigas (es decir, ningunas), sabía que teníamos cosas que hacer. Me estaba empezando a despejar poco a poco, lo suficiente como para recordar que mis amigos contaban conmigo y creer que no podía dejar tirado a Tommy porque me apeteciera follar con mi novia. Por mucho que quisiera recuperar el tiempo perdido y confiara en que mi amigo me entendiera (sobre todo teniendo dos novias), estaría un poco feo que movilizara a todo mi grupo, pusiera a Scott a caer de un guindo por su disposición a posponer la fiesta que Tommy se merecía, y que luego no me presentara en ella porque me dejara absorber por Sabrae.
               Claro que… mira a Sabrae. Nadie que estuviera en la habitación con nosotros y viera lo preciosa que estaba sin ropa podría culparme por no ser capaz de escapar de sus redes. Uf. Me había salvado la vida dejándome descubrir el sexo casual, sin sentimientos, antes de cruzarse en mi camino y hacerme ver que no era eso lo que quería. No quería ni pensar en lo diferente que sería nuestra relación si yo no tuviera toda la experiencia que tenía a mis espaldas. No sería capaz de hacerla disfrutar como se merecía, y me la merecería aún menos, si cabe.
                -Vísteteeeeeeeee-ordené, agarrándola de la cintura para impedir que se me sentara encima, porque sabía que si volvía a tocarme con las piernas, estaría perdido. Sabrae se rió.
               -Qué obsesión con que me ponga ropa de repente. ¿Tanto te disgusto desnuda?-puso los brazos en jarras y me guiñó el ojo.
               -Es por mi estabilidad mental-contesté-. Como me ponga en pie yo también, no respondo de mis actos. Y me da la sensación de que la próxima vez que llamen a la puerta, no será Mary la que esté al otro lado. Ni se quedarán allí, tampoco.
               Saab se encogió de hombros.
               -Tampoco es que las chicas no me hayan visto desnuda un montón de veces antes. No me importa. Pero supongo que tienes razón. El público está bien para según qué cosas, pero para el sexo… no-me dio un toquecito en el labio inferior, tirando de él con la yema de su dedo, y soltó una risita.
               -Conociéndote, fijo que hasta te molaría tener público.
               -Pues no lo descarto-contestó, sentándose en la cama, recogiendo un pedazo de tela que estaba a los pies, y pasando las piernas por sus agujeros. Se los subió del todo pegando un brinco, y a mí se me secó la boca.
               Se me había olvidado el efecto que tenía en mí cuando ella se ponía mi ropa interior: era absolutamente devastador. Pero si encima se ponía los gayumbos que acababa de quitarme…
                Sin hacerme el menor caso, Sabrae avanzó hacia el armario, lo abrió, y sacó una de mis camisetas de boxear. Se la pasó por la cabeza, se la estiró de modo que le cubriera el cuerpo hasta los muslos, y se acercó al espejo. Tras observar un segundo su moño, decidió soltarse el pelo y atusárselo para que le cayera en cascada por la espalda, cubriendo el logo que la camiseta tenía en la espalda. Fue entonces cuando se fijó en que yo la estaba mirando con la boca entreabierta, el cerebro completamente colapsado.
               -¿Qué pasa?-preguntó, girándose. Pude comprobar que se notaba el reborde de mis calzoncillos por debajo de la tela de la camiseta. Son míos. Se está poniendo la ropa que yo llevaba hace una hora, que he llevado durante todo el día, que me puse en Etiopía, y no le importa lo más mínimo.
               -Te has puesto mis gayumbos.
               -Ya me he puesto tus gayumbos otras veces, Al-sonrió, haciendo una mueca que decía “este chaval es tonto”.
               -No, esto es diferente. Te has puesto los usados.
               -Ajá-asintió, girándose y mesándose de nuevo el pelo, probablemente comprobando que no lo tuviera demasiado enredado-, ¿y?
               -Nada, es que… como eres una princesita de la limpieza, y tal…-me encogí de hombros, acodándome en la cama. Había algo muy íntimo en que no le importara usar mi ropa independientemente de si la habíamos lavado primero o no. Es decir, que usara mi ropa ya era un síntoma de confianza, pero no había casi diferencia entre su ropa o la mía cuando estaban recién cogidas del tendedero. Hasta Mimi cogía mis camisetas o sudaderas cada vez que podía. En cambio, sólo Saab se pondría mi ropa usada sin rechistar. Puede que incluso le gustara-. No sé, igual estoy un poco enfermo, pero lo veo muy sexy.
               Ella se rió.
               -Alec-dijo, dándose la vuelta-. Acabo de follar contigo. Tengo tu sudor por todo el cuerpo, tu saliva en zonas donde una señorita no debería tener saliva. Estoy literalmente impregnada de ti. ¿De verdad te parece que voy a tener escrúpulos con algo relacionado contigo?-preguntó, jugueteando con mi pelo. Le pasé una mano por la pierna.
               -Se te ha olvidado mencionar que mi semen es tu bebida energética preferida.
               Ella aulló una risotada y continuó toqueteándome el pelo, familiarizándose con su nueva textura y longitud. Me pregunté si había algo de mí que hubiera cambiado y que prefiriera como anteriormente, o si todo de lo que traía de Etiopía le parecía mejor que lo que me había llevado a aquel país.
               -Todavía no puedo creerme que estés aquí. Me da la sensación de que… tengo miedo de darme la vuelta y que te esfumes.
               -No lo voy a hacer-le aseguré.
               -No sé cómo hice para dejar que te marcharas hace dos meses.
               -Es que estaba menos cachas-solté, y ella me miró, parpadeó, y se echó a reír.
               -Fui una estúpida desperdiciando el  tiempo que estuviste conmigo odiándote cuando podía haber abierto los ojos antes y estar algo más acostumbrada a ti. Puede que así se hiciera más fácil.
               -¿El qué? ¿Decirme adiós?-pregunté, y no se me escapó el suave deje de esperanza que había en mi voz. Si me decía que no tenía fuerzas para separarse de mí de nuevo, me daría la excusa perfecta para quedarme a su lado con la egoísta tranquilidad de que podría decirme a mí mismo que no había sido un cobarde, sino un buen novio. Que no lo había hecho por mí, sino por ella. Que me había movido como más cómodo le resultaba a Saab, no a mí.
               -No-sacudió la cabeza-. El dejar que te vistas.
               Exhalé una bocanada de aire que se parecía a una risa.
               -Si te sirve de algo… a mí también se me hace muy difícil dejar que te vistas.
               -Todo por culpa mía.
               -En realidad-balanceé la cabeza a ambos lados-, creo que yo también tengo un poco de culpa en eso. Yo podría haber sido un poco menos gilipollas contigo. Me gustaba picarte, ¿recuerdas?
               -Alec, a mí me bastaba con que me respiraras cerca para enfadarme contigo.
               -Ah-chasqueé la lengua, bajando la vista-. Ya. Vale, sí; efectivamente, es culpa tuya. Si te ducharas menos y no olieras tan bien desde siempre, yo no te habría respirado tan cerca.
               Se rió de nuevo, mi canción preferida en el mundo. Y pensar que tenía el iPod de Shasha lleno de música que la chiquilla me había preparado para que la estancia en Etiopía se me hiciera más amena, y se le había olvidado meter el único sonido que importaba de verdad…
               Sabrae se me quedó mirando, embobada, y yo me puse en pie sin romper el contacto visual con ella. Me cogió de la mano y jugueteó con sus dedos en los míos.
               Y entonces me dijo algo que me encantó:
               -Me gusta mucho estar contigo.
               Sentí que algo dentro de mí, algo latente pero dormido, abría un ojo y comenzaba a desperezarse. Tenía una flor dentro; tenía un jardín entero. Tenía un planeta yermo que había nacido antes que su sol.
               Espero que no lo entiendas jamás, pero… pasarte diecisiete años creyendo que no vales nada, que tu familia te quiere por inercia y no por decisión, que tus amigos están a tu lado porque eres gracioso y, por lo tanto, tengas que luchar por su atención y a la vez por merecértela; y que luego venga una chica increíble como lo es Saab y te escoja de entre el millón de chicos que había a su disposición para arrojar luz sobre esa existencia que tú nunca vas a dejar de creer, aunque sólo sea un poco, que nació de la sombra… hace que te lo replantees absolutamente todo.
               Incluso tu cinismo con respecto a la religión.
               -A mí también me gusta mucho estar contigo, Saab. Ya lo sabes. Ser tu novio es lo que más me gusta de todo lo que he sido en mi vida.
               -No-sacudió la cabeza-. No me refiero a eso. Me refiero a… estar aquí. Contigo. Tu presencia. Me gusta mucho. Es… tú me haces mucho bien, Al. Y con todo lo que ha pasado estas últimas semanas, yo… necesitaba algo que me hiciera bien desesperadamente. Y justo cuando más te necesito, tú siempre apareces. No sé cómo lo haces, pero… sé lo muchísimo que te machacas. Sé que te sientes culpable por todo lo que nos ha pasado, pero no tienes culpa de nada-se le humedecieron los ojos-. Sabíamos que iba a ser duro, y la verdad es que tú te has esforzado un montón para que sea menos duro de lo que yo creía que iba a ser. Por eso quiero que lo sepas. Me gusta muchísimo que estés aquí. Te mereces todo lo bueno que te pase, ya sea aquí, en Etiopía, o en Marte. Te mereces ser feliz, sol. Y te mereces saber que lo estás haciendo bien.
               Dios. Dios. Pobrecita mía. Creía que me sentía culpable por ser feliz en Etiopía mientras ella me echaba de menos estando en casa, cuando la realidad era que no podría ser feliz en ningún sitio en el que ella no me acompañara.
               -Yo ya soy feliz, bombón. Estoy contigo, ¿recuerdas?-respondí, besándole la frente, y ella cerró los ojos, entregándose a ese contacto como si fuera lo único que la mantenía con vida. Me pregunté cuántas veces durante las últimas semanas había echado mis besos en la frente, las veces en que me había querido con ella para consolarla o distraerla, ya fuera con mi cuerpo o con mis palabras, y cuántas había estirado la mano en la cama en mitad de la noche y se le había encogido un poco el corazón porque no había nadie acompañándola.
               -Te quiero muchísimo. Te diría que no te haces una idea, pero… lo bonito de quererte como lo hago es que sé que me correspondes hasta en la última pizca.
               -Siempre-sonreí. Ella se echó a mis brazos y me rodeó con los suyos, la mejilla apoyada sobre mi pecho. Tomé aire y lo solté despacio, mis brazos rodeándola, sus curvas en mis ángulos, y pensé cómo cojones iba a irme, cuando era aquí exactamente donde yo tenía que estar.
               -Espero que lo estés disfrutando, porque te lo mereces más que nadie-dijo con un hilo de voz, y luego levantó la mirada.
               Algo me dijo que se refería al voluntariado, y… mira, sé que era la oportunidad perfecta para por fin serle sincero y decirle que llevaba siendo una mierda desde que la fui a ver la otra vez. Sé que era la oportunidad perfecta para decirle que me habían castigado y que le había mentido en las cartas cuando le había hecho creer que seguía yendo a la sabana cuando no era así. Sé que le había prometido que le sería sincero, pero también le había prometido que no dejaría que nada, ni nadie, se interpusiera entre nosotros. Ni siquiera yo.
               Y ni siquiera Valeria.
               Así que pensé que, si le decía la verdad, no dejaría que ella siguiera creciendo. La conocía lo suficiente como para saber lo mucho que se fustigaría por todo lo que nos estaba pasando. Creería que era culpa suya que me hubieran arrebatado algo que disfrutaba y hubieran roto algo que era perfecto, y encima poniendo en peligro lo más valioso que yo tenía: a ella.
               Así que, con el corazón en un puño, asentí con la cabeza y le di un beso en la suya.
               -Sí. Lo estoy disfrutando, mi amor.
               Tenía que merecer la pena el sacrificio. Si no era por mí, para fortalecerme el carácter… que fuera por ella y por su tranquilidad. Lo había pasado mal con la pelea que había tenido con Sher, pero ahora que lo habían resuelto, que yo estuviera sufriendo lejos de casa no haría sino retraerla más en sí misma. Que se lo replanteara todo. Y yo no podía permitirme que Sabrae lo pasara mal por mi culpa. Lo único que me dejaba dormir por las noches era el tener la conciencia tranquila sabiendo que, aunque le estuviera mintiendo, lo hacía por ella. Para que ella también pudiera dormir.
               -Me alegro-dijo, limpiándose un par de lágrimas con la punta de los dedos. Sorbió por la nariz y se apartó de mí-. Bueno, creo que es hora de que te prepares para bajar.
               -Vale, pero antes de que salgamos, tengo que preguntarte una cosa-dije. No me gustaba nada que estuviera a punto de llorar, así que estaba decidido a que sonriera de nuevo.
               -¿Qué?
               -¿Te ha gustado?
               No sólo me regaló una sonrisa, algo que yo no me merecería, sino que se rió. Algo que yo me merecía todavía menos.
               -Bobo.
 
 
Me sentía un poco mejor respecto a mis mentiras ahora que había escuchado de su boca que el voluntariado le hacía feliz. Sabía que estaba posponiendo lo inevitable no contándole la verdad respecto a la situación con mis padres, lo lento que íbamos en las sesiones de terapia y la manera en que, por mucho que estuviéramos intentando acercar posturas, mamá y yo ya nos hubiéramos dado cuenta de que había cosas en las que no cederíamos ni un milímetro y que eran completamente incompatibles: ella seguía culpando a Alec de mi brote de psiquiátrico en la primera quincena de su voluntariado, y yo estaba convencida de que mi mala gestión de la distancia no tenía nada que ver con él.
               Al menos le estaba dejando disfrutar de su visita. Al menos podría disfrutar de la fiesta de Tommy y… puede que irse tranquilo. Sabía que no debía ponerme límites demasiado lejanos, porque entonces haría lo imposible por posponerlos incluso más allá del horizonte, pero la tentación era demasiado grande como para resistirme a ella. Ya me preocuparía después de la fiesta de Tommy de lo que haríamos para sortear mi casa o que él se pudiera quedar a dormir sin ningún problema por parte de mis padres. Tenía que negociar una tregua al margen de él, pero no estaba dispuesta a separarme ni un segundo de su lado.
               Tenía un dilema frente a mí, pero a Alec a mi lado, así que no me interesaba lo más mínimo lo que tuviera delante. No me importaba caminar con el rostro girado.
               Observé cómo se enfundaba unos pantalones sin tan siquiera ponerse calzoncillos y algo dentro de mí se estremeció. El saber su hombría tan cerca de mí, tan accesible, me hacía muy difícil pensar en ver a mis amigas sin querer despacharlas lo más rápidamente posible y arrastrarlo de nuevo escaleras arriba, en dirección a su habitación.
               El no ir a la fiesta de Tommy por quedarnos follando como animales tenía el aliciente de que no tenía que preocuparme de hacer ningunos malabares con Alec y mis padres, así que era una opción muy apetecible. A mis ojos, todo eran ventajas.
               Pero sabía que no podía monopolizar a Alec… por mucho que él no fuera a rechistar si al final me empeñaba en quedarnos en casa. A pesar de que a él siempre le había llamado una buena juerga, desde que habíamos empezado a acostarnos había redescubierto el atractivo de una noche tranquila, de sofá, manta, comida a domicilio y condones. Una parte de mí incluso se preguntaba si Alec no sería de esos chicos que buscan con desesperación alguien con quien sentar la cabeza mientras claman adorar su libertad, aunque no me había parecido en absoluto infeliz en su soltería ni arrepentido lo más mínimo de su pasado, algo que también me atraía muchísimo de él. Demostraba lo versátil que era, y las ganas que tenía de ser feliz. Adoraba que todo le pareciera bien y que se adaptara sin rechistar a las circunstancias, porque me hacía sentir que yo era lo que había estado buscando toda su vida, incluso aunque no lo supiera, incluso aunque no fuera así.
               Alec se anudó el cordón de los pantalones de chándal, de un color arena que resaltaba todavía más ese delicioso moreno de su piel, y puso los brazos en jarras.
               -Bueno. Tenemos dos opciones: bajamos a ver a tus amigas antes de que te me eches encima y decidas que te da igual que Kendra nos suba follando a sus historias, o te me echas encima y decides que te da igual que Kendra nos suba follando a sus historias.
               -Kendra no nos subiría a ningún lado; es Taïssa quien me preocupa. Nos shippea tan fuerte que seguro que es capaz de subir un sextape nuestro a alguna web de románticas.
               -Las mejores canciones que me has puesto de Taylor Swift hablan de sexo, así que no la culpo.
               -¿Qué canciones de Taylor Swift hablan de sexo?-lo provoqué, echándome su brazo por los hombros y llevándomelo hacia la puerta.
               -Mm, ¿todas? ¿O ahora me dirás que Wildest dreams va sobre los sueños de un guía turístico de safaris?
               -De hecho, sí. ¿No te sientes muy identificado con esa canción desde que vas a la sabana asiduamente?
               -Bueno… lo cierto es que no. Es que creía que los jadeos al final del estribillo se debían a otra cosa, pero… mente de fuckboy-dijo, dándose un toquecito en la sien. Me reí y dejé que abriera la puerta.
               No me sorprendió encontrarme a Momo y Jordan con Kendra y Taïssa cuando bajamos las escaleras. Kendra se quedó anonadada mirando el torso de Alec, de lo cual me sentí tremendamente orgullosa: no sólo porque su expresión le subiría la autoestima un montón a mi chico, sino porque… sí. Estaba buenísimo y yo me lo follaba. Era toda una hazaña de la que presumir.
               -Veo que no habéis perdido el tiempo-ronroneó Momo, que nos había observado con una sonrisa oscura en cuanto nos vio aparecer por la parte alta de las escaleras. Abrí la boca para decirle que por supuesto, pero Alec se me adelantó.
               -Ni vosotros. ¿Qué tal el polvo?-preguntó, clavando unos ojos inteligentes y juguetones en Jordan, que ¡se puso colorado!
               -¿Qué polvo? No ha habido ningún polvo. ¿A que no, Amoke? Dile que no ha habido ningún polvo.
               -¿Y entonces por qué tienes esa cara de “me han dado un buen meneo”, una cara que casualmente yo nunca te había visto antes?-inquirió Alec, todo maldad. Le di un suave pellizco para que dejara a Jordan tranquilo, aunque Jordan era de Alec igual que Momo era mía: podíamos aconsejarnos prudencia, pero no imponernos nada que el otro no quisiera hacer.
               -¡Yo no tengo ninguna cara! ¡Amoke! ¡Dile que no hemos hecho nada!
               -Jor dice la verdad, Al: no hemos echado ningún polvo. Por desgracia-suspiró de forma trágica, y Jordan puso los ojos en blanco.
               -Entonces, ¿se la has chupado?-soltó mi novio.
               -¡ALEC!-bramó Jordan.
               -Al, déjalo ya-me reí, dándole un suave empujón. Se suponía que habíamos bajado para que las chicas nos dieran las cosas que nos habían comprado, y luego, con suerte, podríamos echar uno rapidito antes de que fuera la hora de prepararse. O puede que pudiéramos hacerlo directamente en la ducha.
               Me estremecí de pies a cabeza cuando se me ocurrió la solución a todos mis problemas.
               -Ojalá-suspiró Momo.
               -¿Una paja?-sugirió Alec. Momo negó con la cabeza y Alec entrecerró los ojos-. Venga. Reconozco una cara de satisfacción sexual cuando la veo. ¿Qué te ha hecho?-le preguntó a Jordan.
               -Nada.
               -¿No se te ocurre nada más? Qué lástima-Momo chasqueó la lengua-. Me esperaba más del Fuckboy Original.
               -¡Así que hay algo más! Lo sabía. ¡Y tú diciéndome que me callara!-me recriminó mientras Taïssa y Kendra se partían de risa.
               -¡No hay nada más!-insistió Jordan.
               -¿Un dedo? ¿Te ha comido el coño? Te juro que se me acaban las opciones, Amoke. Igual voy a necesitar una pista.
               -Bueno, mira, te lo voy a decir, pero porque Sabrae es mi mejor amiga y sé lo importante que es para ella aprovechar cada segundo de tu tiempo para sentarse en tu cara como si fueras un nuevo sillón de Ikea. Lo cierto es…-Momo agitó las manos en el aire como si estuviera haciendo un redoble en un tambor- que me ha visto las tetas.
               -¿CÓMO?-chillé. ¿Momo le había enseñado las tetas a Jor? ¿JOR LE HABÍA DEJADO ENSEÑARLE LAS TETAS? Increíble. ¡Simplemente increíble! ¿¡La dejaba sin vigilancia una hora y me la liaba así!?
               -Estoy decepcionadísimo contigo, Jordan-Alec chasqueó la lengua, negando con la cabeza, el brazo que no tenía rodeándome los hombros en un ángulo de 90 grados, la mano en su cadera.
               -¡Fue un accidente!-se apresuró a defenderse él, pero Alec continuó sacudiendo la cabeza.
               -A ver, Jor, que no llevo sujetador y me he puesto una sudadera crop top cuando estamos a diez grados. Accidente, accidente, no ha sido-Momo levantó las manos, y Jordan la fulminó con la mirada.
               -Yo no pretendía mirártelas.
               -Pero lo has hecho-Momo esbozó una sonrisa de suficiencia.
               -No me lo puedo creer, Jordan-bufó Alec.
               -¡Te juro por mi madre que no era mi inten…!
               -¡Jordan, tienes la misma cara que se me quedaba a mí cuando hacía tríos por ver un simple par de tetas?! ¡Me parece jodidamente increíble que tengas los estándares tan bajos cuando tu mejor amigo soy yo!
               -¡Oye, que mis tetas son de todo menos simples! Mira, te lo demostraré-empezó Momo, agarrándose el borde de la sudadera, pero yo la fulminé con la mirada.
               -Levántate un centímetro más esa sudadera, Amoke, y te prometo que te rebano las tetas y las enmarco en la pared de mi habitación.
               -Ponlas en la de Jordan. Le gustará más verlas-soltó Alec, y Ken y Taïs se echaron a reír. Jordan empezó a balbucear algo sobre que no tenía ni idea de lo que estaba hablando Alec, y que si estaba feliz era porque él estaba allí y no por haber estado con Momo, pero Alec levantó la mano y sacudió la cabeza-. Mira, tío, si te conformas con tan poco, pues, ¿qué puedo decir? Me alegro mucho por ti, porque así vas a ser muy feliz.
               -¡Pero bueno! Sabrae, ¿no vas a decirle nada a tu novio?
               -A ver, Momo, tampoco es que tengas unas tetas enormes. Son más bien pequeñitas, así que, técnicamente, sí que es poco. O sea, que son muy bonitas, ¿eh? Están muy proporcionadas contigo y te quedan genial, pero no se comparan con las mías.
               -Es que ningunas se compararían con las tuyas, Sabrae-respondió Alec.
               -Es verdad-asintió Jordan.
               -¿Qué?-inquirió Alec.
               -¡LOS REGALOS!-celebró Taïssa, levantando la bolsa con las cosas que nos habían comprado-. No queremos que perdáis más vuestro preciado tiempo, así que, ¡aquí tenéis!-sonrió, pegándome la bolsa al pecho para, de paso, empujarme y alejarnos un poco de Jordan, que no sabía dónde meterse; y Momo, que estaba que no cabía en sí de gozo por haberse salido con la suya. Iba a tener una conversación muy seria con ella sobre respetar las líneas marcadas con Jordan cuando estuviéramos a solas, eso lo tenía por seguro. Igual que Jor se ocupaba de cuidarme a mí cuando Alec no estaba, yo le cuidaría también a él cuando no estuviera mi novio. Incluso si de quien tenía que cuidarlo era de mi mejor amiga.
               -Os hemos cogido varios lubricantes para que vayáis probando-explicó Kendra-. Ha sido divertido ir a la farmacia a elegirlos.
               -Sí, súper-ironizó Taïssa, poniendo los ojos en blanco.
               -Jor nos ayudó-dijo Momo, sonriente-. Se sabe tu lista de lubricantes favoritos de pe a pa, Alec.
               -Nos ha jodido, si siempre me daba un mitin cuando probaba uno nuevo. Parecía un agente comercial de la marca-dijo Jor.
               -Es que quería que estuvieras bien informado para el día en que atrajeras a alguna chica porque, al ritmo que te veía, me parecía que acabarías haciéndolo con una universitaria siendo un cincuentón. Y parece que no iba desencaminado.
               -Amoke es mayor que Sabrae y yo soy más joven que tú, Alec, la diferencia no es tanta-protestó Jordan, poniendo los ojos en blanco, y Al sonrió con maldad.
               -Ah, ¿así que la tienes calculada?
               -No hay nada de malo en estar abierto a todas las opciones disponibles-respondió Momo-. Tú mejor que nadie deberías saberlo, Alec.
               -Me da la sensación de que te has vuelto una experta en cosas abiertas durante mi ausencia, ¿eh, Amoke?
               -Uf, ni te lo imaginas, sol. Es absolutamente vergonzoso-suspiré.
               -A ti lo que te pasa es que me tienes envidia porque me he buscado un semental de ébano para que mis hijos no me salgan blancos como te va a pasar a ti.
               -¿Disculpa? Yo estoy contentísima con mi semental vainilla, especialmente porque lo único que tiene de vainilla es la piel, no el sexo, así que gracias por tu preocupación.
               Alec miró a Jordan, que suspiró mientras ponía los ojos en blanco.
               -Ahora están así todo el día.
               -Pues es gracioso que me comparen contigo. Antes lo hacían con Scott y, dependiendo del día, incluso me preocupaba perder, pero contigo puedo estar tranquilo.
               -Eres un puto anormal, Alec, ¿me recuerdas por qué tú y yo somos amigos?
               -Porque tú sabes multiplicar la pasta y yo sé cómo atraer a las mujeres. Si estuviéramos fusionados en un mismo hombre seríamos invencibles.
               -No me convence.
               -Porque te dejo jugar con mi usuario en las partidas en línea cuando yo no estoy.
               -Sigue sin hacerlo.
               -Porque me quieres-ronroneó Alec, acercándose a él y acariciándole el brazo. Jordan miró su mano y suspiró.
               -Y hay días en los que me pesa bastante.
               Alec le guiñó el ojo y le dio un puñetazo cariñoso en el hombro mientras Jordan volvía a poner los ojos en blanco, y luego regresó a mi lado para echar un vistazo al interior de la bolsa: las chicas nos habían cogido un par de cajas de condones con 12 unidades cada una…
               -Os salía más barata la caja de 20-dijo Alec-. Si Jordan no os ha dicho nada, es que estabais mal asesoradas.
               -Pero es que la caja de 20 no los trae de colorines-lloriqueó Kendra, y Alec frunció el ceño y me miró.
               -Acojonante-dijo solamente, y seguimos revolviendo.
               Además de los condones, nos habían traído tres lubricantes: el Lovers connect, que ya habíamos probado; uno con sabor a frutas, y otro que supuestamente vibraba. Alec silbó y asintió con la cabeza al verlo, y me prometió  que lo pasaríamos muy bien con él.
               Completaban el paquete una corbata y un antifaz. Cuando Alec sacó la corbata, la sostuvo con una mano abierta y preguntó:
               -¿Y esto? ¿Para un evento? ¿Vuestra boda?
               -Ojalá-suspiró Momo, y cuando vi a Jor poner los ojos en blanco me apeteció darle una hostia. Se estaba pasando, en serio.
               -No, es que Saab nos ha contado ciertas cosas que hicisteis en Mykonos con una prenda similar-explicó Kendra, riéndose de forma traviesa. Alec desencajó la mandíbula, asintió con la cabeza y me miró.
               -¿Vas a ir aireando todo lo que hagamos por ahí? Lo digo para esforzarme la próxima vez que lo hagamos.
               -¿No te esfuerzas?
               -Oh, nena, no te haces una idea. Esto no lo queremos-les dijo a las chicas, enseñándoles el antifaz-, ya nos pasamos bastante tiempo sin vernos como para encima ahora no hacerlo tampoco mientras follamos.
               -¿No sabes que una de las fantasías sexuales de Sabrae es que la dejes atada a la cama  y sin poder ver durante 24 horas y que te la folles cuando te apetezca sin avisarla?-preguntó Momo, esbozando una sonrisa torcida y arqueando una ceja. Me puse roja como un tomate. Se lo había dicho una noche que había pasado en su casa, solas las dos, en la que se había puesto pesadísima preguntándome qué cosas hacía con Alec que me gustaban más que las demás, dándome ideas de las cosas que podíamos probar él y yo de todo lo que había leído en sus libros guarros. Alec la miró, miró el antifaz, y luego miró a Jordan.
               -Dile a Tommy que me ha surgido una cosa importantísima en el voluntariado y que he ido a toda leche a Heathrow para coger el primer avión que salga para Etiopía. Dile que lo siento y mándame por correo un cheque con el importe del regalo que le compremos para que te lo devuelva firmado. Y tú-dijo, señalándome-, dame las manos y quítate las bragas. Bueno, no en ese orden.
               -Ni de coña. Ahora por mis huevos que vamos al cumple de Tommy. Y yo no pienso dejar a Jor solo con Amoke en este plan-añadí, mirándola-. Puede que tú seas un amigo de mierda que se vuelve loco ante la mínima posibilidad de echar un polvo, pero yo no.
               -¡¿Que yo me vuelvo loco ante la mínima posibilidad de echar un polvo?! ¡Esa que es buena, Sabrae, si cada dos minutos te tengo suplicando para que lo hagamos sin condón porque te eeeeencaaaaantaaaaaa sentir cómo me corro dentro de ti!
               -¡¡¿PERO TÚ POR QUÉ COÑO LES CUENTAS ESO?!!-ladré-. ¡TE JURO QUE NO TE VOY A VOLVER A HABLAR MÁS EN TODA MI VIDA!
               -¡AH, ¿AHORA RESULTA QUE TENEMOS INTIMIDAD?! ¡Vaya, pensaba que se lo contabas todo a tus amigas! ¡Lo siento, debo de haberme equivocado!
               -Os dejamos, que parece que estáis un poco liados-dijo Taïssa, empujando a Momo hacia la puerta-. ¡Vamos, Ken!
               -¿Seguimos invitadas a la fiesta de Tommy?
               -Sí. Aunque ellos igual no van. Estarán ocupados reconciliándose-se burló Momo.
               -Vosotros… procurad haber acabado para cuando Scott venga a recogeros, porque a él le va a dar igual que Mimi le diga que no puede subir-aconsejó Jor, sosteniendo la puerta para las chicas, que desfilaron por delante de él como un trío de supermodelos. Amoke incluso le guiñó el ojo a Jor, que se rió, sacudió la cabeza y cerró la puerta tras de sí.
               Alec y yo dejamos de gritarnos en cuanto los oímos despedirse al otro lado de la calle, cada uno rumbo a su casa para prepararse para el que sería el fiestón el año. Nos quedamos en silencio un momento, afinando el oído, y cuando nos pareció que ya se habían marchado, nos miramos.
               -Por curiosidad, ¿nos estábamos peleando de verdad?-preguntó.
               -No. Ellas ya saben que me pone lo de tu semen.
               -Vale, es que me parecía que querías que se fueran pero no se te ocurría otra manera de echarlos. Oye, ¿lo que ha dicho Amoke de atarte a la cama y ponerte el antifaz es verdad?
               -¡Ah!-sonreí, dando un brinco a su lado-. ¡Adivinas!
               -¡No tiene gracia, Sabrae! ¡Me operaron a vida o muerte hace seis meses! ¡Tengo la salud delicada!
               -Ah, tienes la salud delicada para que yo te gaste una broma, pero no para ponerte a corretear delante de elefantes en Etiopía, ¿eh?
               -Si tan rabiosa estás porque tu “semental vainilla” se ha ido al culo del mundo a hacerse el héroe, ya sabes lo que tienes que hacer para que no se marche: suplicar. De rodillas-sonrió, señalando el suelo, y yo le devolví la sonrisa.
               -Creía que preferías que hiciera otras cosas de rodillas frente a ti-contesté.
               -Por algo se empieza.
               Le dediqué una sonrisa traviesa, y sin apartar mis ojos de los de él, me aparté el pelo hacia un hombro e hice amago de arrodillarme.
               -Estate quieta-protestó, nervioso, agarrándome de los codos para que no terminara de hacerlo-. En serio, Sabrae; no sé qué coño te pasa, pero no puedo contigo hoy. ¿No decías que tenemos que ir al cumple de Tommy aunque sea para impedir que Amoke viole a Jor? Pues aplícate el cuento.
               -Fuera bromas-dije, subiendo las escaleras con él-, estoy preocupada por Jor. Es demasiado bueno, no sabe decir que no, y Momo se está comportando como una hiena en celo a su alrededor. No sé lo que le pasa, y lo peor de todo es que no atiende a razones. Cuando hablo con ella se lo toma a pitorreo.
               -¿Quieres que la asuste?-ofreció, dejando la bolsa con los regalos sobre la cama y acompañándome al baño.
               -Asustarla, ¿cómo?-pregunté, temiéndome lo peor. Una nunca sabe lo que va a salir de la boca de un chico blanco y hetero, que para colmo fue boxeador casi de élite, cuando habla de meterle miedo a una chica. Puede ser desde meterle un ratón de goma bajo el colchón a… fingir que va a violarla. Y la situación con Momo no era ni de coña tan seria. No necesitábamos traumatizarla, sino hacer que recordara que acosar sexualmente a la gente no está bien.
               -Puedo decirle que Jordan tiene gonorrea. O sífilis. ¿Cuál es más contagiosa?
               -Tú eres el promiscuo, no yo.
               -Sabrae-protestó-, por si no te has escuchado las últimas horas, en esta relación hay una puta, desde luego, pero no soy yo.
               Me reí, quitándome los calzoncillos y arrojándolos al cesto de la ropa sucia.
               -¿Y tienes alguna queja?
               Alec exhaló una risa por la nariz.
               -No la tenía cuando se me acercaban desconocidas, ¿la voy a tener cuando lo es mi novia?
               -Me parecía, pero…-me quité la camiseta y me encogí de hombros, haciendo de hacerme un moño mientras estaba completamente desnuda y delante de él todo un espectáculo-, sólo era por asegurarme.
               Crucé el baño y abrí la mampara de la ducha, y luego lo miré por encima del hombro. Poniéndole ojitos, le pregunté:
               -¿Es que no vas a entrar?
               Balanceé un poco las caderas a un lado y a otro, y Alec se pasó una mano por el pelo y bufó.
               -Tommy será el más joven de mi grupo, pero el que se va a morir antes voy a ser yo. Y todo por tu culpa, bombón.
               -Pues no es mi intención-tonteé, girándome y entrando en la ducha de espaldas, de forma que todo lo que a él le gustaba de mí (mis pechos, mi sexo) estuviera a la vista, atrayéndolo, seduciéndolo.
               -Sí. Ya. Seguro.
               Y empezó a desanudarse el cordón de los pantalones.




             
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2 comentarios:

  1. La manera en la que estoy chillando con que llevemos tres capitulos de puro folleteo. Es por lo que me asigne si señor.
    Por otro lado se me ha partido el corazón con que ambos estén mintiendose sin saberlo. Me vas a hacer trizas cuando hagas que se confiesen el uno al otro (a menos que se vuelvan a separad sin soltar prenda xddddd)
    Por otro lado mira shippo mil a Amoke y Jordan, podemos olvidarnos de la narrativa de Zoe? Muchas gracias.
    Por otro lado, quiero ver el cumpleaños de Tommy, tengo muchas ganas. Pero mentiría si dijeses que lo que menos me apetece leer es el reencuentro de Alec con Sher y Zayn. Quiero esa tensión YA.

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  2. Me ha gustado mucho el cap, comento cositas jejeje:
    - Que risa Mimi cortándoles todo el rollo ×2
    - Que contenta me pone verles interactuar estando juntos en la misma habitación de verdad, no sabía apreciar lo que tenía hasta que Alec se fue.
    - “Me gusta mucho estar contigo” // “A mí también me gusta mucho estar contigo, Saab. Ya lo sabes. Ser tu novio es lo que más me gusta de todo lo que he sido en mi vida.” B A S T A es que son monísimos de verdad no puedo
    - Uy que siguen estos dos con las mentiras… necesito que sean sinceros se apoyen muchísimo y que cuándo Alec se vaya estén mejor que nunca.
    - Alec con Momo y Jordan buenísimo, adoro esta subtrama de verdad.
    - Jordan estando de acuerdo con que las tetas de Sabrae no se comparan con ningunas y Alec flipando jajajjaja
    Con ganas de seguir leyendo, leerles otra vez juntos me da años de vida <3

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