martes, 15 de agosto de 2023

Subidón de dopamina.


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Ya me imaginaba a los tíos de todo Londres haciendo un fondo común para financiar una máquina del tiempo y que Sabrae me pillara por banda el primer otoño después de aquel verano en el que perdí la virginidad. Les habría ahorrado un millón de quebraderos de cabeza y seguramente habría salvado tantas relaciones que fijo que la población de mi ciudad sería ligeramente diferente.
               Porque… no te equivoques. Era imposible que yo pensara en hacer nada con ninguna otra chica ahora que sabía lo que podía hacerme Sabrae. De hecho, me costaba imaginarme a mí mismo sosteniendo un billete de avión en el aeropuerto y esperando a embarcar de vuelta a Etiopía si Sabrae no venía conmigo.
               En cuanto se puso encima de mí y me sonrió de aquella manera en que sólo sabía sonreírme ella, porque sabía que sólo ella era capaz de hacerme ver las estrellas y que yo lo sufriera, o que me paseara por el infierno y lo disfrutara, supe que aquí iba a acabarse mi vida. Lamenté no haber puesto mis asuntos en orden más allá de haberles dicho a mi novia y mi hermana lo que quería que hicieran con mis cosas, porque estaba claro que no había sido lo suficiente explícito y no dudarían en pelearse hasta por las más pequeñas de las migajas de mi herencia. No iba a ver a Scott y Tommy ganar un Grammy, a Bey defender un caso ante el Tribunal Supremo, a Tam bailando con mi hermana en alguna función del Teatro Real, a Karlie recoger su acreditación como embajadora, a Logan recibir premios por la poesía que sin duda empezaría a escribir ahora que había conocido a Niki, o a Max desfasándose de lo lindo en su despedida de soltero. No iba a ver a mis padres (los que me habían criado, no los que me habían engendrado) celebrar sus bodas de oro. No iba a ver a Mimi debutar como prima ballerina en el ballet nacional. No iba a ver a Jordan haciendo acrobacias el Día de las Fuerzas Armadas con un avión. No iba a ver a Sabrae haciendo que todo el mundo descubriera que ella era la mejor Malik. Ni siquiera la vería caminando hacia mí vestida de blanco.
               Y no podría bufármela más.
               Porque la tenía encima, metiéndome dentro de ella con una lentitud que me tenía al borde de la locura, y unas vistas perfectas de lo que era la simetría de sus curvas: sus piernas rodeando mi cuerpo, con las rodillas ancladas en el colchón; esas rodillas que eran la última frontera de lo que a mí más me gustaba cuando se inclinaba para mamármela; sus caderas sobre las mías, mi agarre perfecto para que me arrastrara hacia mi perdición; su vientre, un poco más abultado de lo que lo había estado antes y que era el marco perfecto de su rostro cuando le practicaba sexo oral; sus manos, colocadas sobre mis abdominales de una forma que me hacían disfrutar tanto o más que si rodearan mi polla; sus hombros, ese rincón de su cuerpo que a nadie más que a mí podía ponerle cachondo, porque cada vez que los veía me acordaba de cuando me la follaba a cuatro patas, la agarraba del pelo para conducirla y ella gimoteaba lo mucho que le gustaba que la tratara con rudeza; su boca, entreabierta y curvada en una sonrisa de media luna que delataba lo dueña y señora que era de mis noches, y también de cada rincón de mi cuerpo desde que no había dejado un centímetro de mí sin besar, chupar o morder; sus ojos, resplandeciendo como dos estrellas gemelas que la hacían la reina de mis días, y…
               Dios. No podía mirarlas y no podía no mirarlas. La muy cabrona tendría tres años menos que yo, pero me sacaba cinco décadas de experiencia. Se pensaba que no me había dado cuenta de que había puesto las manos en esa postura precisamente para juntarse las tetas, cuando ese truquito ya me lo habían hecho cien veces, y ninguna había sido como ella.
               Ni siquiera la vista de mi polla entrando y saliendo de su interior, perdiéndose en sus pliegues de una forma que me hizo envidiarla por no poder seguirla y fusionarme entero con Sabrae, era capaz de competir con el espectáculo que eran sus tetas balanceándose suavemente mientras Sabrae se movía encima de mí. A la deliciosa sensación de plenitud, de que aquí era donde tenía que estar, de que había nacido para colmar su entrepierna con la mía, teníamos que añadirle la película espectacular que era Sabrae, desnuda, y sentada encima de mí.
               -Creo-dijo, echándose el pelo a un lado con un movimiento de cabeza, de manera que le cayó en cascada sobre el torso y le tapó un pecho- que voy a tener que hacerlo despacio-me sacó de dentro de ella y se relamió, solo la punta de mi polla en contacto con su delicioso coño-.  Estoy agotada después de tantas veces como me has hecho correrme-hizo un puchero y negó con la cabeza, sentándose de nuevo sobre mí. Dios. Dios. Dios, Dios, Dios, DiosdiosdiosDiosDiOS-. Y empiezo a pensar que no te gusta-ronroneó, haciendo un puchero y negando con la cabeza. Me pasó un dedo por la barbilla y descendió sobre mi esternón, en el hueco entre mis abdominales, casi, casi, hasta el punto en el que nuestros cuerpos se encontraban…
               … y luego subió con ese mismo dedo por entre sus piernas, recorriendo su clítoris pero sin detenerse en él, ascendiendo por la línea invisible que dividía en dos su ombligo, la frontera entre sus tetas… y se mordió la uña.
               -¿Por qué estás tan callado, sol?-jugó, inclinándose hacia mí, apoyando las manos al lado de mis hombros y moviendo las caderas una, dos, tres veces, para meterme y sacarme, meterme y sacarme, meterme y sacarme-. ¿Se me ha olvidado cómo follarte como a ti te gusta?-preguntó, sus labios planeando sobre los míos. Dios, sí, nena. Juega conmigo. Hazme suplicarte.
               Sabrae sonrió, un mechón de pelo hecho de ébano y proporciones áureas cayendo sobre mis pectorales, mi cuello, rozándome la mejilla.
               -Tanto tiempo sólo con mis dedos… sin tu polla dentro… supongo que un hombre experimentado como tú debe de acusar el cambio.
               Suspiró, irguiéndose de nuevo y pasándose las manos por el pelo, levantándoselo por encima de la cabeza y dejando que cayera de nuevo en cascada por su espalda.
               Me parecía haber escuchado el coche de Dylan hacía diez minutos, pero ni de coña iba a renunciar a esto, a ella así, para que mi familia no me vacilara. Detendría una lluvia de misiles con mi cuerpo con tal de poder llegar hasta el final con ella.
               -Dime cómo puedo hacerlo-dijo, incorporándose hasta que casi me sacó de su interior. Casi-, para que sigas diciéndome guarradas al oído mientras me partes en dos.
               Mis ojos descendieron al punto en que estábamos unidos, y sólo fueron capaces de subir hasta la redondez de sus tetas, la dureza de sus pezones. Quería metérmelos en la boca y morirme saboreándolos; quería que mis últimos momentos en este mundo fueran con mi cara hundida en ellas.
               Ya sabes lo zorra que me pongo cuando consigo que te corras conmigo.
               Quiero lo que es mío. Y lo quiero ahora.
               ¿Cómo coño le explicaba yo que no podía correrme porque estaba demasiado ocupado maravillándome de que un ser como ella me hubiera elegido a mí de entre todas las personas que había en el mundo?
               -Te…-empecé, pero me quedé sin palabras en cuanto ella se sentó de nuevo sobre mí. Mierda, ¿así era como se sentía ella cuando era yo quien la provocaba, la llevaba al borde pero no la terminaba de empujar por el precipicio?
               -¿Sí?-sonrió, y se mordió el labio cuando toqué fondo-. Uf, Alec. Estás tan duro… no sé qué estoy haciendo mal, si estás así y aún no has acabado.
               -No estás haciendo nada mal-dije apresuradamente, con un hilo de voz patético. “eL FuCkBoY oRiGiNaL”. Mis cojones-. Yo sólo…
               Sólo quiero que esto pare. Y que no pare nunca. Que dure para siempre.
               Si me corría ahora, tendríamos que salirnos de la cama y seguir con nuestras vidas. En cambio, si aguantaba un poco más, tan sólo un poquito más… un segundo, un minuto, la vida entera… entonces nunca tendría que volver a Etiopía y no nos quedaríamos solos. Esto no sería un oasis de paz y placer, sino mi bendita rutina.
               Dale lo que quiere, dijo una vocecita en mi cabeza. Déjate llevar. ¿De qué te sirve venir a casa si no te permites disfrutar?
                -Lo quiero… como tú… quieras dármelo. Lo deseo así. Te deseo a ti.
               Sabrae sonrió, orgullosa.
               -Te gusta sucio.
               -Sí-asentí rápidamente, y ella sonrió.
               -Genial. Lo haremos sucio.
               Y entonces se recogió el pelo en un moño apresurado, sentada totalmente sobre mí, mi polla completamente insertada en ella, y me guiñó el ojo cuando terminó.
               -Así me verás mejor.
               -Ya estabas bien antes.
               -Puede, pero… así no tendrás manera de perderte las vistas-se acercó a mis labios y me dio un suave beso que no se parecía en nada a lo que yo me esperaba-. ¿Alec?
               -¿Sí?
               -Todo esto-dijo, cogiendo una de mis manos y pasándosela por el costado-, te pertenece. Úsalo. Déjame marcas. No dejes que ningún chico tenga la más mínima duda de qué nombre gimo en sueños justo antes de despertarme completamente empapada.
               Yo no podía pensar, no podía respirar, no podía hacer nada que no fuera disfrutarla. Por suerte para mí, mi cuerpo estaba hecho de memoria muscular; no sólo en el boxeo, sino también en el sexo. Por eso mis manos descendieron por su cuerpo hasta sus pliegues, masajearon esas fronteras suyas que se habían abierto para adaptarse a mi invasión, y descendieron un poco más, sólo un poco más, para alcanzar la minúscula cúpula que contenía todos los secretos del universo.
               Y entonces, mientras con la punta de los dedos le pellizcaba el clítoris, levanté un poco las caderas para embestirla. Sabrae dejó escapar un jadeo, los ojos cerrados, la boca entreabierta en una sonrisa que quería tatuarme en la frente.
               -Ése es mi chico-ronroneó.
               Y ahí me perdieron todos los que me querían, incluida ella.
 
Era muy difícil resistirme a la tentación de abandonarme a mis instintos y follármelo como me había pedido que lo hiciera, como yo misma quería hacérselo. Tras todo lo que me había hecho y cómo había gruñido en mi oído mientras lo hacíamos en el garaje y cómo se había aferrado a mí mientras se corría, el pensar en sentirlo de nuevo dentro de mí, deteniéndose como sólo él lo hacía cuando llegaba al orgasmo y aferrándose a mi cuerpo como si fuera lo único que impedía que saliera despedido hacia el espacio exterior y lo perdiera para siempre, no podía sino morirme de ganas de todo lo que él tenía para ofrecerme.
               Pero yo sabía cómo lo quería, y sabía que dominarlo no era la manera de conseguirlo: necesitaba que Alec fuera el que llevara la voz cantante incluso estando debajo de mí, que echara mano de esa experiencia de la que yo estaba aún a años luz, a pesar de sus empeños por darme cursillos acelerados y de conseguir que adelantara a muchas veinteañeras de mi ciudad, y que hiciera que se me olvidara todo lo que habíamos pasado desde que le grité aquel “¡continuará!” en la terminal de Heathrow antes de que se subiera al avión y mi vida se fuera total y absolutamente a la mierda. Quería que pulverizara los malos recuerdos, que me hiciera olvidar las tardes aprovechando que estaba sola en casa, o que sólo tenía a Shasha acompañándome, aislada con sus cascos con cancelación de ruido, para masturbarme, bien solamente con mis manos, o bien con el vibrador que él me había regalado; quería que me hiciera olvidar esos besos ansiosos que nos habíamos dado cuando él volvió a casa después de que le dieran el soplo de que estaba pensando en dejarle.
               Quería que no me hiciera pensar en que se había marchado y que iba a volver a hacerlo. Quería que fuera el Alec que siempre había sido para mí.
               Y estaba a punto de conseguirlo. La forma en que me estaba tocando, sus manos bajando por mis nalgas, por entre mis muslos, presionando el punto de nuestra unión… me quedé completamente quieta salvo por las rodillas, que se deslizaron un poco más en el colchón, separándome aún más las piernas y, por tanto, abriendo aún más mi abertura, en la que él no tardó ni un segundo en acomodarse. Dios… no me extrañaba en absoluto que el sexo antes del matrimonio fuera pecado; un placer como el que Alec me estaba dando sólo debería proporcionártelo alguien a quien le hubieras jurado lealtad eterna ante toda tu familia, porque era precisamente eso lo que mi chico se merecía: que lo mirara a los ojos y le dijera que él era toda mi vida delante del resto de personas a las que quería.
               Decírselo mientras estábamos en la cama, yo desnuda, él desnudo, yo dispuesta, él dispuesto, los dos ardiendo y con los cuerpos unidos, no tenía ningún mérito. Alec podría confundirlo con la locura de una amante o un subidón de endorfinas de sexo.
               Sus dedos siguieron avanzando por entre mis muslos, presionando mis pliegues de forma que su miembro parecía incluso más invasivo dentro de mí; con esa fuerza deliciosa sobre mi vulva me estaba contrayendo, haciendo que mi vagina se pegara todavía más a su pene, y…
               Uf.
               Sentí que una oleada de calor descendía directamente desde mi cabeza, lamiéndome la espalda, dividiéndose en mi pecho para arremolinarse en mis senos mientras otra corriente continuaba descendiendo hacia mi entrepierna. Me mordí el labio y arqueé la espalda, sus dedos en ese descenso lento en dirección a ese botón con el que podía hacerme explotar.
               Justo cuando estaban a punto de rozarme el clítoris con las yemas, sus dedos se detuvieron y retrocedieron un poco. Acercando mis pliegues hacia su polla, los levantaron ligerísimamente con esa suave presión, de forma que tuve más espacio para sentirlo, él entró más dentro de mí. Noté que en mi boca se formaba una sonrisa mientras mis caderas me abandonaban y buscaban un poco más de contacto, sólo un poquitito más…
               Alec se retiró ligeramente de mí, y de ese espacio que había dejado libre en mi interior se escapó esa miel que llevaba su nombre. Sus dedos se arremolinaron en torno a ella mientras mis pechos empezaban a dolerme; necesitaba el contacto de su boca en ellos; sus labios succionándolos, su lengua rodeándolos, sus dientes mordiéndolos. Tenía los pezones tan sensibles que, incluso si no me estuviera penetrando, estaba segura de que Alec sería capaz de hacerme llegar al orgasmo simplemente estimulándomelos.
               Me moría de ganas de hacerlo pasar al siguiente nivel, que dejara de retenerse para mí y me diera todo lo que tenía dentro de él, ese fuego ancestral que me hacía resplandecer por las noches y había guiado mis momentos más oscuros.
               Después de lo que me pareció una eternidad dibujando espirales alrededor de nuestra unión, por fin sus dedos continuaron ese éxodo hacia la tierra prometida. La unión entre mis muslos ya estaba especialmente sensible por la dureza e inmensidad de su invasión, pero no me esperaba que fuera a sentirlo tanto cuando sus dedos alcanzaron mi clítoris…
               … y lo pellizcaron. Fue un pellizco sutil en el que, sin embargo, pude sentirlo absolutamente todo: la frontera de sus uñas en la punta de los dedos, su pulso en las yemas… era la mayor señal de su presencia, de su realidad, que pudiera tener jamás.
               Todo mi cuerpo se cerró en torno a él, apretándolo en mi interior, resistiéndose a que me abandonara. Había nacido para esto: me habían hecho mujer para poder disfrutarlo como miles de millones de años de evolución habían planeado. Nada era una casualidad, sino que cada movimiento, cada paso, conducía a este momento: a que yo pudiera tener las piernas abiertas, un nudo de nervios en el punto en que se unían, y Alec pudiera poseerme y jugar conmigo a la vez, gracias a su polla y sus manos.
               Un escalofrío me recorrió de arriba abajo mientras me cerraba en torno a él y notaba su corazón también en nuestra unión.
               Y entonces, Alec se coló un poco más adentro dentro de mí. Fue un movimiento sutil pero definitivo, cauteloso pero decidido, que se podría reducir en una sola palabra: mío. Mío. Mío.
               Él era mío, y yo era suya. Todas mis reticencias del pasado se hicieron añicos, las equivocaciones de una niña que la mujer en que se había convertido sabía remediar. Ésa es mi chica, le había escuchado decir una vez, y me había quedado despierta toda la noche dándole vueltas a esa frase mientras mi inocencia infantil se iba poco a poco disipando con el sol que se levantaba. Me había hecho sentir cosquillas en la parte baja del vientre antes siquiera de que me diera cuenta de que mi cuerpo se dividía también allí; me había hecho tener orgasmos antes de que pudiera pensar que debía compartirlos; me había hecho disfrutar del sexo con posturas y movimientos que ni siquiera sabía que existían. Me había hecho pasar de niña a chica, y de chica a mujer.
               Mi inocencia no había sido algo puro, sino fruto de la más perfecta de las ignorancias. Una venda que él me había quitado de los ojos junto con el resto de mi ropa para que pudiera maravillarme ante la infinidad de colores de que se componía el mundo, colores que se reflejaban en mi propia piel y vibraban en mis poros cuando él me tocaba. Había creído en Dios desde el momento en que alcancé el clímax pensando en él porque pensarlo me había hecho descubrir mi propia divinidad.
               Eres tan perfecta, Sabrae, me había gruñido tantas veces que la mentira se había convertido en realidad. Sí que era perfecta. Ahora más que nunca me lo creía. Porque tenía cuerpo, y lo tenía en sus manos. Era suya.
               -Ése es mi chico-suspiré, aferrándome a él como un bebé a la vida los primeros segundos tras nacer.
               Adoré aquella frase en cuanto se escapó de mis labios porque era el universo hablando a través de mí, susurrando sus secretos al único que se merecía conocerlos. Y también la adoré por todo lo que implicaba: si Alec era mi chico, yo era su chica. Si Alec era mío, yo era suya. Y nada me enorgullecía y me gustaba más que el poder llamarme así, el sentirme con derecho a sentir esto, a estar allí con él.
               Alec se puso tenso debajo de mí, sus dedos hundiéndose en mi carne de esa forma posesiva en que lo hacían cuando por fin se dejaba llevar después de quitarme la ropa. Supe que era ese chico con el que todas las que habían estado con él soñaban el que tenía ahora en la cama, acompañándome en el camino de subida a las estrellas.
               -Di eso otra vez-me pidió, y yo abrí los ojos, bajé la vista y lo miré. En sus ojos había una mezcla peligrosa de ansia y lujuria que me era terriblemente familiar. Le puse una mano en el pecho, presionando justo sobre su esternón, su cicatriz mayor leyendo las líneas de palma de mi mano y el futuro que había escondido en ellas, y empecé a mover las caderas adelante y atrás, adelante y atrás, de forma que él entrara y casi saliera de mí, de forma que sus manos me mantuvieran a su merced y me dejaran escapar.
               -Ése es mi chico-repetí, y Alec se mordió el labio. Sus manos se retiraron del hueco entre mis nalgas, pero no abandonaron, ni de lejos, ese rincón de mí que a él tanto le gustaba: mientras me sostenía las caderas me ayudaba a moverme, conduciéndome de forma que él pudiera entrar más allá dentro de mí. Empecé a jadear, y Alec apretó los dientes, mordiéndose el labio y gruñendo por lo bajo. Sus pulgares se deslizaron entonces de nuevo al hueco entre mis piernas, pero ahora por delante, de forma que podía jugar más, y mejor, conmigo.
               No era la primera vez, ni de lejos, que me estimulaba el clítoris mientras lo hacíamos, pero sí la primera en que él no estaba a mis espaldas, de manera que podía ver perfectamente en mi rostro cada traducción en sensaciones de lo que hacía con los dedos. Y se aprovechó de ello: a cada movimiento que hacía con sus dedos, mis labios, mi boca y mis ojos, toda mi cara, en realidad, respondían con un estremecimiento y un gesto de que me encantaba lo que me estaba haciendo y de que quería que siguiera por ahí.
               Mientras sus dedos me presionaban en los pliegues con su polla todavía dentro de mí, sentí que Alec crecía más si cabe.
               -Dios mío, sí…-gimoteé, echándome hacia atrás, ofreciéndole todo mi cuerpo mientras me convertía en una luna creciente cuya única gravedad se encontraba en ese rincón en el que nuestros cuerpos estaban unidos. Le sentía palpitar, le sentía vivir en el hueco entre mis piernas; sentía los tambores de todas las guerras que se habían librado marcando ese ritmo ancestral que haría que la humanidad estuviera a salvo si dependiera sólo de nosotros.
               -Joder, nena, estás tan apretada.
                No pude evitar sonreír. Era tan típico de él creer que las cosas buenas que nos pasaban eran culpa mía y no cosa suya.
               -Y tú eres tan grande. Tengo muchísima suerte de que seas mi chico.
               -Buf-gruñó por lo bajo, siguiendo con sus caderas a duras penas el ritmo que le marcaban las mías. Empecé a acelerar, y él vino conmigo. Sabía que se vendría conmigo hasta el fin del mundo y de los tiempos, y que conseguiría construir algo más allá para que no tuviéramos que separarnos y pudiéramos estar siempre juntos.
               En ese momento me di cuenta de que estaba en mis manos conseguir que se quedara. Y, a pesar de que sabía que le venía bien, que era feliz en Etiopía, que le ayudaría a crecer… es muy, pero que muy difícil aceptar que hay posibilidades de que Alec se aleje de ti cuando lo tienes entre las piernas haciendo lo que mejor se le da hacer.
               De modo que luché por conservarlo a mi lado, no porque fuera mi campo de fuerza para los problemas que me acechaban al otro lado de la puerta de su habitación, sino porque era adictivo.
               Y no tenía pensado ir a terapia.
              
 
Joder, ahora que había salido a jugar. Se estaba moviendo sobre mí como una auténtica diosa, poseyéndome y montándome y utilizándome para su propio placer de una forma en que no lo había hecho nadie como lo estaba haciendo ella.
               Y yo que pensaba que ya me había dado todo lo que podía darme y que no podía sorprenderme, cuando la realidad era que Saab siempre se guardaba un as bajo la manga.
               La sensación de tenerla entre mis manos y alrededor de mi polla a la vez era indescriptible, y no se comparaba con nada de lo que hubiera experimentado antes. Me había sentido como un dios creando el universo y a la vez disfrutándolo, como si me hubiera pasado toda una vida en un invernadero tratando de crear la flor perfecta y, cuando por fin germinaba, su olor era exactamente el que yo tenía en mente. Su humedad colándose por el hueco de nuestros cuerpos, mezclándose con el lubricante del preservativo y haciéndose notar de una forma inconfundible; sus labios hinchados y ansiosos también de mis caricias, no solo de mi presencia invasiva…
               Tenía las caderas de una bailarina de danza del vientre, y un paraíso entre sus piernas del que ningún castigo divino habría conseguido expulsar a la humanidad. Lucharíamos hasta el final por evitar el exilio; yo lucharía hasta el final para evitar el exilio, porque la aniquilación era preferible a no estar entre los muslos de Sabrae.
               Para colmo, ella resplandecía con una luz que me habría hecho querer ir corriendo a una iglesia y proclamarme su profeta, si no fuera porque eso supondría abandonarla.
               Ése es mi chico, me había dicho cuando su cuerpo se había cerrado en torno a mí y yo creí que me desintegraría a su alrededor. Entendí perfectamente por qué le había afectado tanto cuando yo se lo dije por primera vez, y cómo es que la imagen que tenía de mí había cambiado hasta el punto de empezar a soportarme cuando antes no me podía ver. Quería que me reclamara, que me arañara por todo el cuerpo de forma que, cuando volvía a Etiopía (si es que volvía), ninguna de mis compañeras tuviera dudas de por qué corría con ella cada vez que podía, y por qué no dudaba en serle fiel a pesar del sacrificio que pudiera suponerme. Quería que me hiciera daño, que me hiciera trizas, que dividiera mis átomos en partículas más pequeñas y los mezclara con los suyos, porque era belleza, luz, infinitud, era todo lo que estaba bien en la vida y yo me había pasado dieciocho años castigándome a mí mismo simplemente por existir. Me merecía aquello, aunque no me mereciera tenerlo con ella.
               Pero iba a disfrutarlo. Joder, que si lo iba a hacer. Estaba demasiado preciosa como para desperdiciarla, moviéndose encima de mí como una verdadera amazona, una campeona de rodeos en la final estatal de Texas. Destilaba una confianza en sí misma que yo no había visto nunca antes, solamente en ella, y me la estaba regalando con esa generosidad tan propia de ella que incluso parecía que pertenecerme a mí.
               Tenía las manos por todo su cuerpo: sus caderas, sus muslos, sus piernas, su cintura, sus pechos, sus brazos, su cuello, su boca. Era como si mi cabeza no se la creyera y mis manos estuvieran tratando de convencerme de que existía a base de manosearla y decir es de verdad, es de verdad, es de verdad.
               -Esto es la hostia-me escuché decir, y Sabrae se rió. Soy el cabrón con más suerte del mundo si, además de hacerla gritar, también soy capaz de hacerla reír.
               Sentí que mi cuerpo se abandonaba a su control, que mi conciencia poco a poco se fragmentaba cuando ella aumentó un poco más el ritmo, nuestras respiraciones llenando la habitación, nuestros jadeos, gemidos y palabrotas como la banda sonora que más nos gustaba. Estaba cerca, muy cerca. Quería que este momento durara para siempre y también quería deshacerme por fin para ella, porque estaba haciendo un trabajazo conmigo y se lo merecía. Quería… quería…
               Quería que ese polvo no se acabara nunca, o, por lo menos, que durara los tres días que faltaban para que yo tuviera que coger el avión. Que me hiciera perder el avión a Etiopía, me obligara a encogerme de hombros y tuviera que recurrir a mandarle el recado a Luca para que empaquetara mis cosas y me las enviara por correo postal.
               Quería ver cómo se le movían las tetas mientras me follaba toda la vida. Quería ver cómo mi polla entraba dentro de ella toda la vida. Quería sentirla a mi alrededor, sobre mí, toda la vida. Quería…
               Le puse las manos en las caderas, mi cordura ahora un hilo más fino que el de una telaraña. Estaba tan apretada, tan lista, y yo estaba tan jodidamente enamorado de ella y tan maravillado de que me hubiera elegido a mí que…
               Sabrae me puso la mano en el cuello.
               -Abre los ojos, Alec-ordenó, y yo obedecí. Tenía en la mirada el fuego que el mismo Sol le había tomado prestado-. Quiero ver cómo me miras mientras te corres.
               Entonces, apretó los dedos en torno a mi cuello y…
               Dos días después, vestida completamente de negro, con una pamela que le ocultaba el rostro y gafas de sol para taparse los ojos hinchados de llorar, observaba cómo un ataúd de un metro noventa se hundía en la tierra, limpiándose con dramatismo una lágrima en su genial interpretación de viuda compungida justo antes de salir corriendo para que no la detuviera la policía por ASESINARME.
              
 
 Aunque Alec sea un dramático a veces, ésa no fue ni de coña la última vez que estuvimos juntos (y menos mal). Pero para mí fue como si lo fuera; lo estaba disfrutando de lo lindo, gruñendo por lo bajo, gimiendo, mirándome, manoseándome, mordiéndose el labio de una forma tan apetecible que no sé cómo hice para no inclinarme hacia él.
               -Buena chica, eres una buena chica… sí, nena, vamos, así, justo así… me voy a correr… joder, me voy a correr, nena… sí, Sabrae, sí, justo así…
               Su perorata durante los polvos ahora que había vuelto de Etiopía y tenía tanto que decirme se había convertido en mi preferida, y después de todo lo que había hecho por mí y lo mucho que se había preocupado de que no me olvidara de lo que habíamos hecho esa noche, lo justo era que yo le diera también una interpretación inolvidable. Por eso me incliné y le dije la frase que hacía maravillas en mí, confiando en que también las haría en él.
               No estaba equivocada. Noté que daba un salto mortal a las entrañas de su placer después de decirle que se corriera mirándome, justo el mismo salto mortal que daba yo cuando él me ordenaba lo mismo. Me puso las manos en las caderas, hundió los dedos en mí con tanta fuerza que incluso me hizo daño, y justo en el último segundo, cuando pensé que había resistido la tentación de desobedecerme… Alec cerró los ojos.
               Y me regaló uno de los orgasmos más intensos que había tenido en su vida rugiendo mi nombre como el grito de una guerra que bajo ningún concepto iba a perder.
               No dejé de cabalgarlo mientras terminaba, persiguiéndolo más allá del reinado de las estrellas, de forma que sus dedos se hundieron más y más en mí. Y entonces, por fin, Alec abrió los ojos y se quedó mirando al techo con expresión compungida, totalmente ido. Parecía echar de menos el orgasmo que acababa de tener.
               Con cuidado de no hacerle daño ahora que recordaba la fragilidad de sus huesos, bajé hasta acomodarme sobre su pecho, aún sin sacarlo de mi interior. Aunque tenía la mente en otra parte, puede que aún recomponiéndose de lo que acababa de hacerle, su mano voló a mi espalda y me la rodeó con amor.
               -¿Te puedes poner encima?-pregunté tras una pausa en la que simplemente me bastó el contacto de su piel sobre la mía, su brazo acariciándome la espalda y su corazón martilleándome en el pecho. El sexo con él era el paraíso, pero los mimos tampoco se quedaban atrás. Le di un beso justo sobre la cicatriz del esternón y me miró.
               -¿Es una pregunta trampa?
               -No-dije, sacudiendo la cabeza y deshaciéndome el moño apresurado. Lancé la goma del pelo como un tirachinas en dirección a la mesilla de noche, con tanta puntería que golpeó la caja de condones y se cayó a su lado.
               -¿Que si puedo o que si quiero?-inquirió, y yo me reí.
               -Es que estoy cansada, y como no estoy muy segura de si has terminado o no…-le provoqué, jugueteando con los dedos sobre su piel, dibujando torbellinos que no me importaría que me succionaran, siempre y cuando no pudiera escapar de la prisión vacacional que sería su cuerpo.
               Él se echó a reír, el brazo que tenía libre tapándole los ojos un momento.
               -Ah, para que luego digan que lo de montar a caballo no se olvida, ¿eh, bombón?
                -Yo diría más bien que he estado a lomos de un burro-repliqué, bajándome de su pecho y maravillándome del sentimiento de soledad que me inundó cuando su cuerpo abandonó el mío. Ya no recordaba esta sensación de vacío y lo triste que podía llegar a ser, pero ahora mismo estaba dispuesta a disfrutarla y valorarla como lo que era: un privilegio que implicaba que Alec había estado conmigo hasta el momento, y que volvería a estarlo de nuevo tarde o temprano.
               -¡Psté!-chistó, rodando para colocarse de costado, mirándome-. Semental pura sangre, querrás decir, nena.
               Me tapé con la sábana, dejando que el cansancio de todo lo que habíamos hecho por fin se hiciera notar en mi cuerpo, y me di cuenta entonces de que sólo por pura fuerza de voluntad sería capaz de levantarme de la cama, pero por razones completamente distintas a las que me esperaba: en lugar de por pura lujuria y necesidad de él, sería más bien por puro agotamiento.
               Alec me pasó una mano por el hombro, descendió por mi costado y continuó por mi cintura, y me pilló sonriendo al darme cuenta de que esa noche no dormiría sola.
               Sus dedos continuaron descendiendo por mi cuerpo con un cierto deje de pereza que me resultaba muy familiar: era la tentativa de acariciarme allí donde más me gustaba que me prestara atención, pero dándome el espacio que necesitaba por si finalmente decidía que no me apetecía, como sucedió.
               -Para.
               -Pero no has acabado-protestó, y yo acepté que insistiera precisamente porque lo hacía por mí, y no por él. Era tremendamente respetuoso con mis deseos, y jamás había tratado de convencerme de que hiciéramos nada con lo que yo no me sintiera completamente segura y cómoda, pero esto era distinto. Esto no se trataba de él presionándome por su propio disfrute, sino de él haciéndome saber que estaba dispuesto a seguir para que yo pudiera darme por satisfecha.
               De lo que no se daba cuenta era de que yo nunca me daría por satisfecha de él.
               -Necesito descansar-expliqué, cerrando los ojos y acurrucándome contra él, que me acogió entre su cuerpo y su brazo.
               -Vale-cedió, y me dio un casto beso en la cabeza que no se correspondía en absoluto con lo que nos habíamos estado diciendo hasta entonces. Me encantaba lo mío con él precisamente por eso: porque podíamos estar gritando nuestros nombres acompañados de improperios un minuto, y al siguiente estar susurrándonos apelativos cariñosos mientras nos dábamos mimos.
               Su pulgar me acarició el hombro unos instantes, su respiración me acunó de una forma en que yo me convencí de que estaría dormida antes siquiera de poder contar hasta diez, y…
               -¿Has descansado ya?
               Me eché a reír y me incorporé.
               -Tenemos que ir a la fiesta de Tommy.
               -¿La fiesta de Tommy?
               -Sí, ya sabes, Tommy-le acaricié el pecho con la mano extendida-. Uno de tus mejores amigos, ¿recuerdas? Alto, de pelo…
               -Tommy no es alto-protestó, y yo fruncí el ceño.
               -¡Tommy sí es alto!
               -¡Desde tu perspectiva, puede, pero todo el mundo es alto si lo comparamos contigo! No es tan alto como yo.
               -¡Alec!-me reí-. ¡No hay nadie en tu agenda de contactos más alto que tú!
               -Mi hermano es más alto que yo.
               -Tu hermano puede comerme el coño.
               -Ah, no, eso ni de broma. Encima de que es un hijo de la grandísima puta, con perdón para mi madre, ¿le vas a dejar probar mi cosa preferida en el mundo? Yo creo que no, chavala.
               -Céntrate. La fiesta de Tommy-dije, cogiéndole la cara entre las manos-. La razón por la que has venido a Inglaterra.
               Alec inhaló una carcajada.
               -Debo de haberte aflojado un tornillo con mi destornillador-hizo un gesto con la cabeza en dirección a su entrepierna- si crees de verdad que la razón principal de que haya venido a Inglaterra es la fiesta de Tommy.
               -¿No seré yo esa razón, entonces?-me chuleé, incorporándome, y Alec se pasó una mano por la cara en gesto dramático y me miró de reojo.
               -Ay, mi madre. Allá vas, dispuesta a aplastarme con tu ego estratosférico. Claro que estoy dispuesto a pasártelo todo por alto por estas dos razones que tienes aquí-sonrió, inclinándose hacia mis pechos y besándomelos. Un calambrazo me recorrió de arriba abajo, pero tuve que recordarme a mí misma que ya no estaba al cien por cien y que Alec se merecía el ciento diez, así que me tocaba descansar. Además, tenía maneras de satisfacerlo que no me daban tanto gustirrinín a mí, pero con las que también podía disfrutar, como una buena sesión de sexo oral.
               Lo cierto es que echaba de menos sentir cómo se derramaba en mi boca, su sabor chispeante en mi lengua y su concierto de gemidos mientras me reclamaba para sí, un concierto consistente en un solo en lugar de un dueto, en el que yo no molestaba.
               -Deja de tratar de seducirme, que no va a funcionar. Necesito que te pongas en plan para ir a la fiesta de Tommy. Seguro que Scott ya está subiéndose por las paredes porque no hacemos acto de presencia.
               -Scott ni siquiera tenía pensado hacerle una fiesta a Tommy por su cumpleaños, lo cual es más bien vergonzoso, así que se merece que le castiguemos tardando en salir de mi habitación.
               -Sabes que mi hermano es perfectamente capaz de venir y sacarnos él mismo.
               -Y tú sabes que yo soy perfectamente capaz de arrancarle la cabeza como se atreva a tocarte un pelo cuando estás conmigo.
               -No es tan tonto como para pegarme delante de ti.
               -No me refiero a pegarte. Oh, jo, jo, jo, jo-se rió, la vista perdida, una sonrisa macabra cruzándole la boca-, como se le ocurra siquiera pegarte conmigo delante lo mato, Sabrae. Y voy muy en serio. No; me refiero a que trate de sacarte de la cama cuando estás en ella. Estás en mi territorio y bajo mi custodia. Eres mía, no de él-me pasó un brazo por debajo del cuerpo y me agarró de la nalga con posesividad-. Y estoy más que dispuesto a defenderte con todas mis armas de campeón de boxeo como alguien me rete tratándose de ti.
               -Quedaste subcampeón-le recordé.
               Su respuesta durante un momento fue fulminarme con la mirada.
               -Eres una mocosa insoportable. La próxima vez te morderé el clítoris con más fuerza.
               -Uf, por favor, hazlo-me reí, incorporándome y echando un vistazo al reloj. Todavía íbamos sobrados con el tiempo que habíamos conseguido negociar con mi hermano, pero la familia de Alec estaría al caer. Eso nos daba un margen pequeñito para continuar retozando y poniéndonos al día antes de que llegaran y esa pequeña burbuja en la que nos habíamos escondido terminara reventando. Por mucho que estuviera a gusto con los Whitelaw, y más aún después de todo lo que había pasado con ellos desde que su hijo se había ido, no estaba preparada para compartir a Alec. Todavía no. Tendría que hacerlo con demasiada gente cuando abandonáramos su habitación, así que quería alargarlo todo lo más posible.
               Mis problemas no existían, mis miedos eran apenas preocupaciones que podía sobrellevar… siempre y cuando estuviera a solas con él, en sus brazos, y sin ropa.
               De modo que me acurruqué de nuevo a su lado e hice un puchero.
               -No quiero salir nunca de tu cama.
               -Nuestra cama-me corrigió, dándome un nuevo beso en la cabeza mientras me acurrucaba contra él. Me gustaba la fuerza que notaba en sus brazos, la manera en que parecían mayores simplemente por lo mucho que me rozaban. Puede que mi aumento de peso no estuviera tan mal, aunque sólo fuera porque, así, él tenía más donde apretar y yo más donde sentirlo. Sin olvidar, por supuesto, que sus músculos habían cambiado; algunos habían crecido, y otros tenían una forma distinta, como si su cuerpo se adaptara a unos ejercicios que no había hecho antes y que no le venían del todo mal. Me pregunté qué tareas hacía en el santuario, si se ocuparía de construir cabañas con sus propias manos, si compartiría la responsabilidad de todas las tareas con el resto de sus compañeros; o si, por el contrario, el trabajo estaría más compartimentado y tendría tareas más específicas… como serrar. Martillear. Soldar. Cavar.
               Me revolví a su lado, sintiendo que mi sexo despertaba de nuevo. ¿Es que no has tenido suficiente?, me habría gustado decirle. Apenas podría mantenerme en pie después de esa sesión de sexo intensísimo que habíamos tenido, como para pensar en un segundo asalto; o tercero, si contábamos lo del garaje como algo independiente. Por descontado, Alec estaba ya listo para una segunda o tercera ronda, dueño y señor como era de las revanchas de todos los estilos que se jugaban en Londres.
               Hundí la cara en su costado e inhalé el aroma de su cuerpo. Me sorprendió que el deje de lavanda que antes exudaba hubiera desaparecido, claro que tenía todo el sentido el mundo: sin suavizantes como los de su casa, ¿cómo iba a oler a su hogar? No obstante, había dejes nuevos en el olor de su cuerpo que no me disgustaban lo más mínimo: un sutil toque de hierba, madera, un deje arcilloso y la fragancia inconfundible y etérea del sol.
               Y el sexo, por supuesto. Eso se mantenía imperturbable en él, y más ahora que estaba satisfecho y descansando, un dios postrado en su cama con una de sus ninfas preferidas a su vera, bien dispuesta para satisfacerlo, hacerlo reír y también jadear. Jadear como debía de hacerlo en Etiopía, cuando levantaba troncos de árboles que él mismo echaba abajo con unos brazos de bíceps hinchados, teñidos de sudor y rojo por la…
               Para. Estaba empezando a subirme la temperatura del cuerpo, y no tenía nada que ver con ningún virus ecuatorial que Alec hubiera podido contagiarme sin querer. Le rodeé la cintura con los brazos y suspiré.
               -Te he echado muchísimo de menos.
               No se hacía una idea de cuánto, y odiaba siquiera el tener que considerar la posibilidad de explicárselo. Porque no explicárselo no era una opción. Tarde o temprano tendría que decirle cómo estaban las cosas en casa, sólo que… ahora mismo estaba demasiado borracha de él y entusiasmada con la luna de miel que nos había regalado a ambos que no quería tener que tomar decisiones difíciles. Además, pasara lo que pasara, consiguiéramos irnos de su habitación y acudir a la fiesta de Tommy o nos quedáramos retozando en su cama hasta que resultara indecente incluso para nosotros, Alec se merecía disfrutar de las próximas horas como el que más. Fuera encima, debajo, o a mi lado, se merecía paz mental y descanso; poco importaba si ese descanso se manifestaba durmiendo conmigo enroscada en su cuerpo o pegando brincos en la discoteca más ruidosa de Londres junto a mí. Los cambios que se habían producido en su cuerpo, que ya antes parecía esculpido por los dioses, eran testigos de lo muchísimo que se estaba esforzando en el voluntariado, y se merecía unas vacaciones.
               Las vacaciones serían tanto de su trabajo en el voluntariado como de sus demonios, porque no quería ni pensar en lo que podía hacerle el saber que mis padres seguían erre que erre con la oposición a nuestra relación. Después de nuestra conversación por teléfono me había dejado muy claro que no le importaba lo que mamá y papá pensaran de él en base a la discusión que había tenido con mamá un poco por su culpa, pero si se enteraba de que ellos tenían unas razones que, sospechaba, Alec consideraría de peso y coherentes… me daba la sensación de que la cosa podía cambiar, y muy rápido.
               A lo que tendríamos que añadirle que había roto mi promesa de serle sincera. Claro que no había pasado tanto tiempo como creía que pasaría, y que puede que los efectos fueran menores si se lo confesaba todo ahora en lugar de en Navidad, pero... ahora no era el momento. Lo que estábamos compartiendo era demasiado valioso para jugármelo a los dados. Y, a decir verdad, llevaba tanto tiempo sintiéndome mal en mayor o menor medida, sin poder descansar lo más mínimo y sin notar algo a mi espalda, persiguiéndome allá donde iba, que necesitaba este subidón de dopamina que Alec me estaba proporcionando.
               -Yo también te he echado muchísimo de menos, bombón.
               Tenía su pulgar en mi cintura, subiendo y bajando como los asientos de una noria, pero yo no me notaba bajar estando con él. Sólo subir.
               -No estoy preparada para compartirte con tus amigos-confesé, hundiéndome un poco en las sábanas al lado de él. Su mano se separó de mí lo justo y necesario para poder dibujar espirales en mi piel, demasiado parecidas a nubarrones de tormenta invisibles por los calambres que me proporcionaban allí donde Alec me tocaba.
               -Yo tampoco estoy listo para que me compartas-confesó, mirándome. Me estremecí de pies a cabeza al sentir la fuerza de sus sentimientos por mí lanzándome un cabo que impediría que me arrastrara la corriente.
               -Pero también echas de menos a tus amigos.
               -Sí. O sea… es raro. Porque quiero estar aquí, pero también quiero verlos. Pero si tuviera que elegir…-me puso la otra mano en la cara-, elegiría quedarme aquí. Contigo. Lo cual es una chorrada, porque tengo toda la vida para hacerte el amor hasta hartarme, si es que eso alguna vez sucede, pero Tommy sólo va a cumplir los dieciocho una vez.
               -Es verdad. Tienes toda la razón. Deberíamos ponernos en marcha-le acaricié el vientre, distraída-, aunque sólo sea por no aguantar a Scott.
               -Uf. No va a haber quien lo aguante como se nos ocurra faltar al cumple de Tommy-asintió, pasándome el pulgar por el labio. El ambiente empezó a cargarse de electricidad, y todo mi cuerpo comenzó a desperezarse. Noté que algo en el de Alec cambiaba también, y por el rabillo del ojo vi que su erección regresaba, dispuesta a hacer estragos por debajo de las sábanas.
               Me mordí los labios y los ojos de Alec cayeron en picado hacia ellos, su lengua asomándose a los suyos cuando se los relamió.
               -No me apetece  ir a la fiesta de Tommy-susurró con un hilo de voz, inclinándose un poco hacia mí.
               -A mí tampoco-respondí, incorporándome un poco para acercarme a él.
               -Me apetece quedarme aquí-continuó con la voz apenas audible, pero no importaba; todo el mundo estaba escuchándolo, porque todo el mundo era yo.
               -A mí también.
               -Me apeteces tú.
               -Y tú a mí-dije en un jadeo tan suave que casi no pude escucharlo, pero el universo entero lo oyó, porque el universo entero era él.
               Alec me tomó de la cintura y me depositó suavemente en el colchón, y dejó una mano en mi cintura mientras con la otra me acariciaba la cara. Se puso encima de mí, con una pierna entre las mías, y se inclinó para besarme con la lentitud y la delicadeza del arqueólogo que por fin rescata de entre los escombros de una ciudad perdida el códice que descifrará todos los escritos de la civilización que la erigió. Así era exactamente como me hizo sentir en ese momento: como si fuera una canción épica compuesta en una lengua muerta que sólo él podía hablar. Como si el tiempo que habíamos pasado juntos me hubiera convertido en una estatua que se había caído al suelo cuando su avión levantó el vuelo, y ahora él estuviera recomponiendo mis pedazos y sellándome de nuevo con un pegamento dorado que me hacía resplandecer como lo había hecho él la primera vez que nos acostamos después de que le dieran el alta en el hospital.
               No necesitaba la terapia, ni reconciliarme con mis padres, ni volver a ser la hija buena y modélica de la familia Malik. Sólo necesitaba quedarme en aquella cama, debajo de él, hasta el final de mis días.
               Alec me apartó el pelo de la cara, dibujando en la almohada un sol del que mi melena eran los rayos, y mi rostro, su cuerpo. Me besó los ojos, la punta de la nariz, las mejillas, y luego regresó a mi boca, acariciándome la nariz con la suya en el proceso.
               -Te quiero muchísimo-dijo contra mis labios, de forma que sus palabras fueron un manjar que yo me relamí.
               -Yo también te quiero muchísimo.
               -No tenemos que hacer nada si no te apetece-dijo, sus dedos muy cerca de mi entrepierna, pero totalmente respetuosos de las fronteras que marcaba el decoro. Se le había olvidado de que entre él y yo no había límites; conocía partes de mi cuerpo que yo ni siquiera sabía que existían, y mis células entonaban una música que sólo él sabía oír.
               -Me apetece-aseguré. ¿Tenerlo encima de nuevo, sentirlo dentro, mirarlo a los ojos mientras me hacía el amor? Siempre iba a apetecerme, incluso en mis noches más oscuras. Especialmente en mis noches más oscuras.
               -¿No estás cansada?-preguntó, y yo negué con la cabeza.
               -No lo suficiente.
               Sonrió.
               -Vale-dijo, porque sabía que si me decía “menos mal”, una parte de él se preguntaría todo el rato si no le habría pedido llegar hasta el final porque había notado que era lo que él quería. Me dio un nuevo piquito y se incorporó-. Voy a cambiarme el condón, ¿vale? No es muy higiénico eso de retozar con él entre las sábanas y luego volver a usarlo.
               -Vale. Esto, ¿Al?-pregunté con timidez mientras se inclinaba a por un nuevo paquetito-. ¿No hay nada que podamos tomar para no tener que utilizarlos y que no me dejes embarazada?-me miró, y yo le acaricié los brazos, distraída-. Es que… te has pasado dos meses a seis mil kilómetros de mí. Quiero tenerte entero. Un milímetro entre nosotros es demasiado, y… sabes lo mucho que me gustó las veces en que lo hicimos sin nada, porque podía sentir cómo acababas dentro de mí. Lo echo de menos-confesé, notando que me ponía colorada. Sentí un golpecito dentro de mí, como una piedra que chocaba contra mis costillas.
               -Sobre la distancia… siempre podemos hacer otras cosas que no requieren condón para que no te quedes embarazada. Y si compramos los ultrafinos ni siquiera hay un milímetro, así que…
               -Ya me entiendes-respondí-. Sé que suena a tontería, pero…
               -No es ninguna tontería, Saab. Yo también preferiría no usarlos, pero si son la mejor opción para que tú estés segura, ni siquiera me parecerán el mal menor. Todavía eres joven para explorar otras opciones, pero… podemos mirarlo-asintió-. Puede que haya algo. Sí, seguramente. Igual hay algo que pueda tomar yo… como una píldora para tíos, o algo así.
               -Sí que la hay, pero no sé si me apetece que te tomes nada para cuatro días al año que vamos a vernos.
               Sonrió.
               -¿Y quién te dice a ti que sólo lo aprovecharía contigo?
               Me aparté un poco de él, riéndome.
               -¿A cuántas tienes que ir a ver después de acabar conmigo?
               -A treinta y tres.
               -¡Uf, qué agenda más apretada! No sé si prefiero compartirte con Tommy antes que con tantas otras chicas…-me reí, acariciándole el cuello justo por la nuca. Alec se estremeció.
               -No te sientas amenazada por ellas, nena; piensa que eres la primera a la que he venido a ver nada más llegar, así que las demás me dan un poco igual.
                -¿Ah, sí? ¿Voy a tener que pelearme con unas cuantas porque no eres capaz de ser imparcial?-pregunté, colgándome de su cuello y sonriéndole.
               -La experiencia me ha enseñado que estarás bien-contestó, besándome el cuello. Miró hacia abajo mientras se cambiaba el condón y, cuando ya se hubo puesto el nuevo, sus ojos volaron de nuevo hacia mí-. Pero hazme un favor, ¿quieres?
               -¿A Don Promiscuo? Depende de lo que me pida.
               -Cuando las demás y tú os enganchéis de los pelos y les patees el culo… grábate. Ya sabes lo mucho que me gusta verte ganar-sonrió, besándome en los labios. De nuevo sentí esa piedrecita bailando dentro de mis costillas, y me estremecí de pies a cabeza cuando me reí.
               -Vale. Pero sólo porque a mí también me encanta verme ganar-sonreí, separando las piernas. Alec me dio un beso y me miró a los ojos mientras entraba en mí condenadamente despacio. Llegó hasta el final, colmándome, y miró el reloj de su mesita de noche. Se mordió el labio, rió por lo bajo y negó con la cabeza.
               -¿Qué pasa?-pregunté.
               -Scott nos va a matar-dijo, sonriéndose y retirándose de mí lentamente, sólo para embestirme otra vez.
               -No sé si me hace gracia lo presente que tienes a mi hermano mientras estamos en plena faena, pero… elabora.
               -Me saco la polla como no está escrito volviendo a casa para el cumple de Tommy, lo pongo de vuelta y media porque no le ha organizado nada, le prometo a T una fiesta épica… y luego no soy capaz de salir de la cama estando contigo. Hablemos del mejor desarrollo de personaje de la historia. ¿Sabías que tenía pensado venir sí o sí porque les dije a los chicos que íbamos a ir de strippers cuando todos fuéramos mayores de edad?
               -No sé ni por qué me sorprendo de que me den ganas de darte un tortazo, cuando hace tantísimo que no dices ninguna gilipollez ofensiva-suspiré, y no del todo por lo misógino de su comentario, sino más bien porque había rozado un punto terriblemente sensible dentro de mí.
               -Y luego apareciste tú-dijo, acariciándome los labios y mirándome como si fuera lo más bonito del mundo-. Y dejé de pensar en el cumpleaños de Tommy como el fiestón del siglo para empezar a considerarlo la primera excusa para volver a verte.
               Sentí que me derretía por dentro. La piedrecita volvió a repiquetear contra mis costillas. Alec levantó la vista un segundo, frunció ligeramente el ceño y sacudió la cabeza.
               -Mírame-le pedí, y él bajó la vista-. No puedes decirme esas cosas y luego pretender que yo siga con mi vida como hasta ahora.
               -Es que no quiero que sigas con tu vida como hasta ahora, Sabrae-contestó-. Sobre todo si…
               De nuevo la piedrecita. Alec levantó de nuevo la cabeza y frunció otra vez el ceño.
               -¿Has oído eso?
               -¿El qué?
               -Ese golpe.
               -¿Qué golpe?
               -¡Ese golpe!
               -¿Ha habido un golpe?
               -Sí, como un repiqueteo, como…
               -Espera, ¿no era dentro de mí?
               -¿Ein?
               -¿Un repiqueteo como una…?
               Entonces la piedrecita volvió a sonar, pero esta vez fuera de mí. Alec se incorporó.
               -¿¡Lo has oído!?
               -¡¡Lo he oído!! ¿Qué ha sido eso? Suena como una piedra pequeñita. Ay, creo que me he dejado el móvil en silencio. ¿Tu familia se habrá dejado las llaves en casa y no son capaces de localizarnos?
               -Dylan tiene las llaves del coche con las de casa. Pero, ¿tú crees que ha sido una…?-empezó, pero un guijarro del tamaño de un guisante impactó contra la claraboya de su habitación como un meteorito sin fuerzas y desapareció de nuestro campo de visión-. ¡HOSTIA! ¿LO HAS VISTO?
               -¡SÍ! ¿¡Qué lo estará lanzando!? ¡La claraboya está muy alta, tienen que estar haciéndolo a posta!
               -Como sea el subnormal de Jordan tratando de que me prepare para la fiesta, lo voy a matar-protestó, incorporándose y desbloqueando el mecanismo de la claraboya. Yo también me puse en pie, confiando en que con la diferencia de altura que había entre nosotros y el tejado no se me vería nada, y fuera quien fuera el que estuviera esperándonos no vería nada interesante.
               Al final resultó que me preocupaba sin motivo, pues quienes estaban abajo eran Kendra y Taïssa.
 
 
La cara de Sabrae al ver a sus amigas fue un poema. Abrió muchísimo los ojos, estupefacta, pero mantuvo la boca cerrada, como si temiera gritarles si separaba los labios aunque fuera dos milímetros.
               -Sabrae-siseaban como dos viejas cotillas que estiraban las cabezas para ver mejor. Cuando nos asomamos, las dos crías se pusieron a dar brincos y a agitar las manos-. ¡Sabrae! ¡Alec! ¡Hola! ¡Nos habéis oído, menos mal!
               -¿Qué hacéis aquí?-quiso saber mi novia, cruzándose de brazos de una forma adorable. Las fulminó con la mirada con rabia, y a mí me apeteció comérmela a besos.
               -Te hemos mandado como un millón de mensajes, pero no contestabas-explicó Kendra.
               -Como podréis apreciar-dijo, girándose hacia mí y haciendo una floritura con la mano para atraer su atención hacia mi cara-, ahora estoy ocupada.
               -Sí, ya lo vemos. ¡Hola, Alec! Nos alegramos mucho de verte-sonrió Taïssa, que apenas podía contener su entusiasmo y no era capaz de estarse quieta en el sitio. Me llevé dos dedos a la frente y les hice el saludo militar.
               -¿Os importa volver mañana, cuando Alec y yo hayamos terminado de ponernos al día?
               -¿A ti te parece que en un día nos va a dar tiempo a ponernos al día?-pregunté.
               -Tengo cosas más importantes que hacer que abrirme de piernas para ti, ¿sabes?
               -¿Ah, sí? Dime dos.
               -Mandarte a la mierda y decirte que que te follen.
               -Pero si yo ya estoy en la mierda cuando tú no me miras, nena.
               Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Momo, Ken y yo no queríamos molestaros-sonrió Taïssa-, pero es que estábamos preocupadas. Como no respondías a los mensajes sobre el examen de mañana, fuimos a casa a ver si te habías puesto enferma, y allí Shasha nos dijo que habías salido corriendo a Heathrow con Scott porque Alec había vuelto de Etiopía. Y queríamos pasarnos a saludar. Os hemos cogido un detallito para que disfrutéis-sonrió, sosteniendo una bolsa de papel de colores en lo alto para que la viéramos-, pero Annie no nos deja subir a dárosla.
               -Me pregunto por qué será. Tengo una suegra que no me la merezco-Saab sonrió-. ¿Qué es?
               -¿Podemos subir?
               -Estamos en medio de algo ahora mismo-contestó Saab.
               -Sí-dije yo.
               -¡Alec!
               -¿Qué? Me encanta que me hagan regalos.
               -Os traemos condones-dijo Kendra.
               -Os perdono lo de que en diciembre no quisierais que estuviera con Sabrae-respondí.
               -Y lubricantes.
               -¿¡Lubricantes!? ¿Os pensáis en serio que necesitamos lubricantes? ¡Pero si Sabrae parece la presa de Asuán cuando…!-empecé, pero ella me tapó la boca antes de que pudiera pregonarle al vecindario entero lo sana que estaba mi chica y lo fértil que era.
               -Son los lubricantes que os gustan; Momo se acordaba de cuál nos habías dicho que habíais probado, Saab, así que os hemos cogido el de Lover’s connect- explicó Taïssa.
               -Que, por cierto, es de los más caros. Así me gusta, que me trates a la niña como una princesa-sonrió Kendra.
               -¿Y dónde está la tercera supernena?-pregunté, y Sabrae puso los ojos en blanco.
               -Con Jordan, fijo-dijo por lo bajo.
               -Ha ido a visitar a Jordan-respondió Taïssa.
               -¿A Jordan? ¿Y eso?
               -Es que anda detrás de él-explicó Sabrae.
               -Se han hecho amigos-dijo Taïssa.
               -¡Se lo quiere zumbar!-añadió Kendra.
               -¡KENDRA!-rugió Taïssa.
               -¿Qué? ¿Acaso es mentira?
               -¿Amoke y Jordan? ¿En serio?-pregunté, y Sabrae asintió con la cabeza.
               -La verdad es que son bastante cuquis-dijo Taïssa.
               -Eh, sí, si obvias que Momo prácticamente acosa sexualmente a Jordan. En serio, si él la denuncia, tendremos que organizarnos para ir a visitarla semanalmente a la cárcel.
               -Controla a tu amiguita y que me deje a Jordan tranquilo, Sabrae, que Jor es muy inocente y no sabe decir que no. Es prácticamente virgen.
               -Se ha follado a Zoe un par de veces ya. Lo de que es prácticamente virgen no cuela. Y lo de que es inocente y no sabe decir que no no te pareció mal cuando le pediste que me cuidara durante mis reglas-acusó, fulminándome con la mirada-, así que Momo puede hacer lo que quiera.
               -Para empezar, acabas de decirme que casi lo viola.
               -He dicho que casi lo acosa sexualmente, no es lo mismo.
               -Y a Jordan le gusta-añadió Kendra-. Lo cual creo que es algo que tienes que tener en cuenta por si quieres pegarle, o algo, Alec.
               -Y lo de tus reglas lo conseguí después de una durísima negociación con él. Tuve que echarme a llorar y todo para que accediera a hacerlo, y el cabrón sólo me dijo que sí cuando le ofrecí mis contraseñas para jugar online con mis credenciales.
               -Suena a que Jor es un genio del mal, o a que tú eres de lágrima fácil-sonrió Sabrae, cruzándose de brazos y dedicándome una mirada de listilla.
               -¿Podemos subir?
               Sabrae giró la cabeza y miró a sus amigas, y luego me miró a mí. Bajó la vista a mi entrepierna y se mordió el labio. Era tentador continuar, sobre todo porque yo todavía estaba preparado para seguir satisfaciéndola. Y la verdad es que nos estaba gustando mucho a los dos antes de que sus amigas nos interrumpieran.
               -¿Porfa?-insistieron. Sabrae me miró.
               -¿Quieres que suban?-preguntó.
               -A mí me da igual tener público, la cosa es si tú eres tímida.
               -¡Traemos regalices!-anunció Taïssa, sonriente, y yo la miré. Sabrae se pasó una mano por la cara y suspiró con dramatismo.
               -¿Cuáles son las posibilidades de que no vayas a sacarte las ganas que tienes de comer regalices ahora que Taïs te ha recordado que existen?-quiso saber.
               -Cero mil cerocientos cero cero-respondí, porque no había cifra más exacta que aquella. Es decir, no me malinterpretes: follarme a Sabrae estaba súper guay, y no me cansaría nunca de ello, y por norma general jamás lo pondría por delante de nada.
               Pero estaba feo rechazar un regalo de sus amigas, sobre todo cuando teníamos nuestra historia. Era una ofrenda de paz, una ramita de olivo, sólo que… de regaliz.
               -Bajamos ahora, dadnos unos minutos-contestó, y las chicas exhalaron un gritito de entusiasmo y avanzaron hacia las puertas de cristal.
               -Ah, y ¿chicas? Por si se me olvida. Esta noche tenemos una fiesta, porque mañana es el cumpleaños de Tommy. Pasaos si queréis.
               Taïssa parpadeó.
               -Es entre semana.
               -He dicho si queréis.
               -Allí estaremos-sonrió Kendra, y Taïssa la empujó.
               -No seas irresponsable.
               -¿Has oído, Saab?-pregunté, dándole un codazo-. Eres una irresponsable.
               -¿Por qué estás tan seguro de que voy a ir a la fiesta de Tommy?
               -Porque he venido a Inglaterra para la fiesta de Tommy y tú estás loquita por mis huesos, así que ni de broma vas a perderte la ocasión de estar conmigo.
               -¿Tú no habías venido a Inglaterra para verme a mí? Tienes más versiones que All too well.
               -Es que soy Piscis, nena; mi elemento es el agua, cambiante por naturaleza-le guiñé el ojo, agitando los brazos. Ella se echó a reír y negó con la cabeza.
               -Bueno, puede que las chicas nos hayan fastidiado un polvo, pero mira el lado positivo.
               -¿Que voy a comer regalices?
               -No. Que Tommy va a tener su fiesta y Scott no va a inflarse como un pavo cuando no aparezcas.
               -Tu obsesión con hablar de tu hermano mientras llevo un condón puesto es preocupante, nena.
               Ella me arrancó el condón sin miramientos y clavó unos ojos chulos en mí, como diciendo “¿y ahora qué vas a hacer?”.
               Pues sonreírle.
               Y preguntarle:
               -¿Uno rapidito?




             
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2 comentarios:

  1. No paran, no paran, no paran JAJAJAJAJAJ Estoy disfrutando de lo lindo con los caps, procedo a comentar cositas:
    - El momento “Ése es mi chico” me ha matado.
    - Me meo con Alec picándose porque Sabrae dice que Tommy es alto.
    - Cuando se dicen lo mucho que se han echado de menos y lo mucho que se quieren lloro te lo juro. Osea es que cómo van a ser tan monísimos: “Me besó los ojos, la punta de la nariz, las mejillas, y luego regresó a mi boca, acariciándome la nariz con la suya en el proceso. -Te quiero muchísimo.” Es que me pego un puto tiro.
    -Y el premio a mi momento fav del cap va para… “Y luego apareciste tú-dijo, acariciándome los labios y mirándome como si fuera lo mas bonito del mundo-. Y dejé de pensar en el cumpleaños de Tommy como el fiestón del siglo para empezar a considerarlo la primera excusa para volver a verte.”
    - Me meo con las amigas de Sabrae comprándoles un regalo (y con Momo aprovechando la ocasión para ir a ver a Jordan).
    - Alec enterándose de que Momo va detrás de Jordan je je je…
    - “¿Tú no habías venido a Inglaterra a verme a mí? Tienes más versiones que All too well.” JAJAJAJJAJAJAJJAJA
    Con ganitas de seguir leyendo <3

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  2. El descojone que he pillado cuando el capítulo estaba más caliente que la pala de un churrero y de repente ha soltado Alec lo de su entierro porque Saab le ha cogido del cuello. Me meo viva por Dios.
    Cuando se han puesto todo monos me he derretido un poquito por dentro y estoy deseando que sea el próximo cap y ver la entrada triunfal de Alec (ya me joderia siendo el cumple de tommy xdddd)
    Amo a las amigas de Saab (como cambian las cosas) pero como se presentan sin mas en casa de Alec por dios, yo las mandaba a contar coches.

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