domingo, 31 de diciembre de 2023

2O23, muchísimas gracias, ¡por favor, no te vayas!

 A pesar de que ya la usé en algún capítulo de Sabrae (a la que no puedo pasarme ni una frase sin hacerle mención, aparentemente), y lo poco que me gusta repetir las mismas palabras muy de seguido, creo que no hay frase más real que la que el padre de Mulán le dice a su hija: “La flor que florece en la adversidad es la más rara y hermosa de todas”, porque eso es exactamente lo que he experimentado en este increíble 2023 que se ha coronado como uno de los mejores años de mi vida, sino el que más.
Recordar el enero pasado hace aún que se me cierre el estómago y se me acelere el pulso por todo lo que pasé entonces, pero desde que me liberé de esas cadenas que me llevaban lastrando años, no he hecho más que volar. Empecé el año con el estómago cerrado, muerta de la ansiedad, incapaz de retener el desayuno por no tener vacaciones eternas de un trabajo en el que se me menospreciaba y del que no podía defenderme, y de la tristeza por creer que a quienes yo consideraba amigas mías se habían alejado de mí sin más, ni siquiera echarme de menos. En un gesto de valentía del que no he tenido que tener muchos más, por suerte, decidí tener un puente que esas “amigas” que se quejaban de que contara mi experiencia, como llevo más de doce años haciendo, no dudaron en incendiar; recriminándome que hablara de mi dolor, como llevo más de doce años haciendo, cuando ellas no parecían tener problema en hacer lo mismo, e incluso poner mi nombre en sitios a los que yo no podía acceder para reírse del cariño que yo pudiera tenerles. A pesar de que siempre he escrito mis entradas de fin de año con un halo de optimismo, porque creo que hay que estar agradecida de las cosas buenas y centrarte en ellas, y en lo que has aprendido de las malas, debo decir que sentía cierta pena y miedo al mirar el móvil, cosa que con el noveno aniversario de Chasing the Stars finalmente se me acabó. Fueron días difíciles para mí, de mañanas tensas en las que tenía que contener las ganas de ponerme los auriculares durante 7 horas al día para no tener que escuchar insultos por los que no me pagaban lo suficiente, pero de las que esperaba encontrar el consuelo pronto en mi casa, volviendo a esa rutina de poner el móvil en Modo Estudio y no salir más que para ir a comprar el pan, y descansar aprendiendo nuevas recetas de Arguiñano.


Ese remanso de paz con el que yo estaba soñando el siete, el ocho, el nueve de enero, no llegó nunca, pero porque lo sustituyó uno mejor: el 12 de enero, el mismo día que Zayn cumplía 30 años, me llamaron para pasar a formar parte de otro Ayuntamiento, pero no ya en prácticas, sino como funcionaria interina. El ataque de ansiedad que había tenido hacía casi ocho meses, creyendo que no aprobaría el primer examen de una oposición que verdaderamente me importara, se convertía ahora en nervios por lo desconocido, pero también en ilusión. Después de tanto tiempo en el banquillo, me tocaba por fin demostrar lo que valía y lo que había aprendido, pero también lo que podía aprender.
Después de una semana de nervios distintos a los que había tenido desde junio del año pasado de forma intermitente, y más intensa en diciembre,  el 19 de enero estampé mi firma en mi primera toma de posesión como Técnica de Administración General. Y… Dios, el subidón como un cohete que fue mi año a partir de entonces. Mañanas enteras tecleando, pero no al ritmo de los latidos de mis personajes, sino volcando conocimientos, aprendiendo y enseñando a partes iguales, con unos compañeros con los que pronto congenié y con los que incluso ya me fui de cena y de fiesta a las pocas semanas de conocerlos; viajes en coche de cien kilómetros al día, cantando a gritos canciones que debía aprenderme para los conciertos a los que iba a ir.
Aunque mis planes eran perderle el miedo a los conciertos en solitario con The Weeknd después de casi 3 años a la espera de poder cantar a gritos Heartless, febrero tenía su propia agenda y una texana quiso hacerme monárquica e imprudente: Beyoncé no había sacado un disco el año anterior, sino el disco. Y venía a España; era un evento que yo no podía perderme, no, después de haber renegado de ella y que ella me diera en los morros con su actuación histórica en Coachella. Beyoncé hacía historia allá por donde iba, y, siendo de letras, adoro la historia, de modo que tenía que aceptar la cita que nos propuso a todos los que fuéramos lo bastante usados como para utilizar un enlace que nos habían pasado nuestros conocidos por Twitter para poder acceder a su preventa. Compré la entrada frente a una arquitecta, en el mismo ordenador del trabajo, y a pesar de que me arriesgaba a que me  vaciaran la cuenta del banco unos hackers, me salió bien la jugada y la imagen de Beyoncé subida a un caballo hecho de relámpagos pasó a estar por encima de The Weeknd en mi lista de conciertos pendientes en mi cuenta de Ticketmaster.
La primavera me resulta borrosa, eclipsada por el que iba a ser el evento del año, con permiso de mi cantante canadiense preferido; no obstante, que no refulja con la intensidad con la que lo hizo lo que pasó el 8 de junio de 2023 no quiere decir que no disfrutara con ella: de las comidas de trabajo por las que no entiendo que en otros lugares se quejen, de espichas con las que me terminan doliendo los pies, de (escasas, eso sí) salidas de fiesta con gente con la que no pensé que pudiera congeniar tanto, de lazos que estrecho todavía más con mis amigas, amigos, y sus parejas; de juegos de mesa y sesiones intensas hablando de libros y del Saraverso.
Pero llegó el 8 de junio. Muerta de sueño, mi madre y yo cogimos un taxi para ir al aeropuerto y plantarnos en Barcelona; ella parecía casi más ilusionada que yo, y le decía que íbamos a ver a Beyoncé a todo el que quisiera escucharnos, incluso cuando, en realidad, la única que iba al concierto era yo. Tras ver el estadio desde el avión mientras aterrizábamos y la siesta reparadora de rigor, me puse le outfit que llevaba probándome varios días, me hice una raya del ojo como buenamente pude, me pinté una sombra morada y salí a disfrutar de uno de esos momentos que crees desde fuera que son tristes hasta que no lo vives por dentro, y te das cuenta de que es peor no vivirlos que hacerlo como lo hice: asistir a mi primer concierto en solitario.
Supe que había sido una buena idea en cuanto llegué a mi asiento y me encontré con un chico en mi misma situación; aunque él era fan de Beyoncé desde Destiny’s Child, también era su primera vez viéndola. La energía que había entonces en el ambiente… increíble. No creí que pudiera sentirme en casa a mil kilómetros de mi hogar, ni en familia rodeada de decenas de miles de desconocidos, pero antes de que pudiera darme cuenta, estaba bailando y chillando y riendo con gente a la que acababa de conocer, disfrutando de la leyenda que es Beyoncé y de la suerte que tenemos quienes hemos ido a verla alguna vez de poder contribuir a hacerla un pelín más grande. Grabé vídeos, me hice fotos, agité el abanico que me había comprado esa misma tarde con violencia y me reí cuando escuché a las chicas a mi lado en el pasillo exclamar “es imposible, ¡esta se las sabe todas!” cuando Beyoncé empezó a cantar Black parade. Es una locura que una canción que hace hoy poco más de un año que descubrí me hiciera pensar “tengo que escucharla en directo”, y que, simplemente por haber visto un edit de Beyoncé recogiendo su último Grammy con Black parade de fondo, me plantara en un concierto suyo.
No me arrepiento de esa impulsividad ni de permitirme de vez en cuando ser una caprichosa, porque me lleva a esos momentos de disfrute absoluto en los que me reconcilio con la vida y con mi tiempo, en los que lo único que me preocupa es el coger el suficiente aliento para poder seguir gritando las letras que parecen hechas para mí junto a otras setenta mil personas.
Igual que no me arrepiento tampoco de mi paciencia con The Weeknd, porque un mes y medio después, volvía a entrar a un estadio yo sola, después de conocer a otra amiga que he hecho por internet y a la que me ha unido mi querida Sabrae (vaya, aquí la tenemos otra vez), y me alegraba de haber sido capaz de resistirme y no ver nada de lo que él había sacado de sus conciertos:  el escenario, la ropa, las bailarinas… sólo conocía la lista de canciones, en las que también había joyas escondidas.
Y luego, en octubre, le tocó el turno a Louis. Otro producto de mi impulsividad, con la diferencia de que casi hasta el último minuto me había pensado si iba a verlo o no, pero, reconociéndome a mí misma lo mucho que le debía (escribo rápido por él, y escribo ilusionada gracias a él), reforcé su posición como el artista al que más veces he visto en directo. Y me alegro de haberlo hecho porque, independientemente de que mi usuario de Twitter tenga relación con él pero ya lo identifique más conmigo, el que me sacara la espinita de no haber escuchado Where do broken hearts go? en directo es un detalle muy típico de él y que siempre le agradeceré. Estaba tentada de decir que incluso compensaba que me hiciera perder amigas, pero, como he escrito recientemente, el que levanta una sábana y descubre un cristal hecho añicos debajo no es el culpable de haber roto esa figurita, así que, independientemente de si nos volveremos a ver o no, Louis ha hecho de mi 2023 un año redondo con ese regalo que nos ofrece a todas las que recordamos de dónde viene.
Pero los conciertos no son, ni mucho menos, lo único destacable que me ha pasado este año. Volviendo a junio, me enfrenté por primera vez a un examen oral en el que me lo jugaba todo, y no como el que había tenido en las mismas fechas del año anterior. Con la diferencia de que éste ¡lo aprobé!, con lo que le he perdido el miedo a los exámenes orales, reforzándome en mi manifestación en la que no pienso “si consigo la plaza”, sino “cuando”, lo cual, creo yo, es tan importante como la disciplina para obtenerlo.
Julio vino cargado de tensión, por un lado, por la despiadada lucha por entradas de Taylor Swift, de la que salimos victoriosas en Portugal, y a cuyas puertas nos quedamos en Madrid. Pensar que Taylor cerrará el año de conciertos que inició Beyoncé, en una especie de binomio de reinas, me resulta gracioso y terriblemente profético: la industria musical recogiendo el testigo de la reina entre reinas, el dominio femenino absoluto de la canción del que me siento particularmente orgullosa como mujer, aunque apenas esté aportando nada a éste.
Por otro, julio también trajo la tranquilidad y el aprendizaje de todos los años con el Celsius, mostrándome a autores que no temen a mostrarle su corazón a un público que, en ocasiones, no habla su idioma. Me llena de un profundo orgullo e ilusión ver que mi querida Avilés se convierte por unos días en la capital de la cultura de la fantasía, y saber que hay personas programando su año en torno a los mismos eventos a los que asisto.
E, incluso retrocediendo de nuevo un poco a ese 18 de julio en el que por fin pude cantar a gritos que no necesito una perra, soy lo que necesita una perra, también me trajo la ilusión de los nuevos descubrimientos, de conocer a una amiga en persona y de volver a pasarme horas y horas hablando de algo relacionado con One Direction en el VIPS de Gran Vía, con la diferencia de que, esta vez, hablamos de la hija imaginaria y el yerno imaginario de Zayn. Algo que estoy ansiosa por repetir.
Agosto fue el mes de ir a la playa con mis amigas, algunas viejas y otra nuevas; de descubrir nuevas olas y de reencontrarme con antiguas. De comprar pinchos en chiringuitos o llevármelos preparados de casa, cambiarme la ropa en el baño del trabajo y bajar en chanclas las escaleras que subía todos los días enfundada en unas Converse.
El 31 de agosto reservé el primer coche cuyos kilómetros estrenaría yo, aunque mi ilusión se vio empañada por el control que querían ejercer sobre mí en el trabajo. Por suerte, el 1 de septiembre vino con el regalo de un concierto a la luz de las velas; más tarde, me reuniría con Menorca y sus aguas turquesas.
Y entonces, en una planificación milimétrica del destino y por un cruce de casualidades muy bien estudiadas, en la que debería ser mi última mañana bañándome en esas aguas templadas y cristalinas, recibí otra llamada. Siempre me ha sorprendido la manera en que me sonríen las estrellas, quizá por el amor que saben que les profeso, pero en cuanto estoy incómoda, me arrancan de las garras de lo que me hace daño y me llevan a un nuevo lugar seguro.
La llamada era para trabajar en mi casa, y debo confesar que me lo pensé. Si no me hubiera pasado lo que me pasó en el trabajo, puede que incluso me hubiera quedado, pero después de un fin de semana considerando mis opciones, llamé por teléfono y acepté el llamamiento.
El 3 de octubre volvía a firmar una toma de posesión, dos días después del concierto de Louis, cinco después de mi comida de despedida en mi anterior ayuntamiento, cuya sobremesa se alargó hasta las 12 de la noche y se convirtió en una cena de cinco compañeras que nos echaríamos mucho de menos. Esta vez, no obstante, la toma de posesión tenía un escudo en su parte superior que a mí me resulta muy familiar, y que me parece el más bonito de todos los que hay en Asturias… posiblemente porque es el mío.
Octubre fue una carrera contrarreloj para poder sacar un trabajo inaplazable, pero lo logré. Y mi premio fue ver a otra reina entre reinas, la GOAT indiscutible: Mary Louise Streep. De nuevo las estrellas confabulando para hacerme un regalo con el que yo ni siquiera me atrevía a soñar; no sé en qué momento había renunciado a ver a Meryl en persona, pero cuando en marzo anunciaron que había ganado el Premio Princesa de Asturias de las Artes, me planté un único objetivo: verla. Hacer de ella células, y no píxeles. Después de una lucha como la de las entradas de Taylor que no gané, y de hacer una cola kilométrica para quedarme a las puertas del local en el que daría una charla con Antonio Banderas, finalmente pude verla. En persona. Mis indignos ojos miopes se posaron sobre su Majestad, doña Meryl Streep. Todavía es algo que soy incapaz de procesar bien, como un sueño febril, a pesar de que hay vídeos en las que ambas nos solapamos y parece estar saludándome a mí, que la observo como una cromañona viendo el fuego por primera vez, con un asombro en la mirada muy parecido a como creo que los cristianos se comportarían si se les apareciera la Virgen María. Y todo porque Meryl Streep es lo más cercano que tenemos los ateos a Jesucristo.
Octubre dejó el listón muy, pero que muy alto, aunque noviembre se esforzó en tratar de alcanzarlo. Creo que no lo logró, pero, oye, el 23 de noviembre recogí las llaves de un coche nuevo por primera vez en mi vida, un coche que había escogido yo y que había diseñado a mi gusto. Como diría Kim Kardashian, no está mal para una chica sin talento, pero, de nuevo, ¿si hablamos de una chica sin talento, estaríamos hablando de mí?
En serio, el 23 de noviembre descubrí que puedo convertirme en el típico novio obsesionado con llevar a su novia a todas partes en su coche, con la diferencia de que yo no tengo novio y tiro de amigos. ¿Que quieres ir de compras? Yo te llevo con mi coche. ¿Que tienes que ir al aeropuerto? Yo te acerco con mi coche. ¿Que quieres ir de roadtrip? Vamos con mi coche y ponemos música en Spotify; canción que no te guste, canción que saltas directamente en la pantalla con Carplay. La sensación de libertad que siento ahora, sumado al orgullo de ver aparcado junto a mi casa el producto de tantos esfuerzos… esto es lo más cercano que las chicas a las que no nos gustan los niños tenemos al tener hijos, así que no me extraña que las madres se obsesionen con sus pequeños.
 Y ahora ya ha llegado diciembre. Entre cafés en los que planifico con una compañera de la academia a la que ya llamo amiga cómo haremos para convertir en nuestras para siempre las plazas que ahora ocupamos como interinas y tardes en las que he estudiado menos de lo que debería, he ido al cine a revivir el concierto de Beyoncé con mi mejor amigo; he vuelto a agitar el abanico con violencia frente a Beyoncé mientras él se mantenía estoico en el sitio, seguramente preguntándose si soy lo bastante graciosa para todas las gilipolleces que me aguanta, o si debería pedirme que le devuelva el colgante que me regaló por mi cumpleaños y que deje de bromear con que somos novios porque en un restaurante indio pensaron que era así. También he ido de tardes de compras con otra amiga que se nos han hecho noches de pizza y de hablar del Saraverso (todavía más; esto es un agujero negro que no nos va a dejar escapar).
He enviado mensajes diciendo que me lo he pasado genial y que quiero repetir pronto, me han dolido los pies de pasear y la cara de reírme; he vaciado la cartera tomándome cócteles con amigas improbables del trabajo. He seguido escribiendo, he seguido leyendo, he seguido yendo al cine.
Y, por encima de todo, he sido feliz. Feliz como no lo había sido durante tanto tiempo y con tanta intensidad.  En 2022 tenía el presentimiento de que 2023 sería un buen año para mí (a pesar de que acabara uno y empezara otro en un estado emocional bastante pobre), pero si algo he aprendido a lo largo de estos 365 días increíbles es que tengo que confiar más en mi intuición.
Y también que no eres tú el que escoge tu número preferido, sino que él te escoge a ti. Llevaba 10 años con el 17 como número preferido indiscutible, porque los 17 me trataron también muy bien (anda, fue el primer año que vi a Louis) y porque siempre me ha gustado ese número, pero el 23 estaba empezando a ser mi debilidad desde que llevo tanto tiempo escribiendo Sabrae. Sin embargo, este año ha sido un auténtico desafío del 23 al 17.
Hasta el punto de que, simplemente, no puedo decir adiós, ni dar las gracias de forma suficiente. No puedo despedirme de este año. Sólo puedo suplicar porque se repita, porque siga siendo así otro, y otro, y otro más. Sé que es imposible, pero…
… también lo parecía que mis indignos ojos miopes se posaran sobre Meryl Streep en persona, sin pantallas de por medio. Y, sin embargo, así ha sido. Así que por pedir que no falte, ¿verdad?


sábado, 23 de diciembre de 2023

La importancia de ser una Whitelaw.


¡Hola, flor! Antes de que empieces a leer, quería avisarte de que, dado que el domingo que viene es Nochevieja, no subiré capítulo, por lo que el de hoy es el último capítulo del año. Es por eso que quería darte las gracias por tu apoyo a lo largo de todo este año 2023, definitivamente el año de Sabrae y uno de los mejores de mi vida, que ya llega a su fin.
Aunque no habrá capítulo el domingo (ni tampoco el sábado, ya que hay mucho que preparar esta semana, ya sabes), mi intención es subir la primera semana de enero; no sabría decir si el día 2 o el día 3, por lo que tendrás que estar atenta a la cuenta de Twitter del blog para cualquier novedad. Tampoco descarto, como suele suceder, que al no fijar una fecha determinada, al final me tome la semana de vacaciones, jeje.
Darte las gracias de nuevo por tu apoyo a lo largo de todo este tiempo, ¡espero que nos sigamos viendo en 2024! ¡Te deseo una muy feliz Navidad y un próspero año nuevo!
Y ahora, sin más dilación… ¡disfruta mucho del cap!
 
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Di gracias a Dios, que puede que no me hubiera abandonado del todo, por haber dejado abierta la puerta de la habitación de forma que no hubiera nada que me separara de él que fuera más denso que el aire. Me temblaban un poco las piernas después de la sesión de sexo que acabábamos de tener, en la que nos habíamos desquitado de toda la tensión que habíamos ido acumulando a lo largo de las últimas dos horas, pero, a pesar de que lo único que me apetecía era acurrucarme en la cama de Alec y dejar que él me diera mimos hasta que se me curaran todos los males, sabía que lo prudente era ir al baño. Me había puesto las bragas que había llevado puestas a la sesión con mis padres, pero no había podido resistirme a coger el jersey de color crema que, creía, todavía conservaba su calor corporal.
               -No tardes-me pidió él, como hacía siempre, mientras me sacaba la melena del cuello de la prenda y le tiraba un beso. Dios, me encantaba que empezara a echarme de menos incluso cuando todavía estaba con él. Siempre me pedía que estuviera lejos de él el menor tiempo posible, aunque nunca a costa de mi salud.
               Esta vez no había tardado, lo prometo. Y, aun así, no había sido lo bastante rápida como para impedir que pasara lo que pasó… aunque debo admitir que me encantó la estampa con la que me encontré cuando atravesé la puerta de la habitación.
               Alec se había tumbado boca arriba después de que yo saliera de la habitación, presto a esperarme… pero la cama era tan cómoda, estaba tan calentita después de lo que habíamos hecho, que se había quedado dormido en los pocos minutos que yo había pasado en el baño.
               -Mi amor-ronroneé en voz baja, enternecida, escuchando la música de su respiración acompasada mientras su pecho subía y bajaba. Tenía una mano sobre el vientre, la otra detrás de la cabeza, y el rostro girado hacia el lado de su mano. Su pelo revuelto era el de un querubín, y la expresión de paz que le atravesaba el semblante era suficiente para acabar con cualquier guerra. Tenía las piernas separadas, y los colgantes que las chicas más importantes de su vida le habíamos regalado reposaban sobre su pecho, adornando sus cicatrices.
               Si esto era lo que me encontraría cada mañana cuando tuviera que empezar mi día a día en mi vida en pareja con él, no podía esperar a tener que pelearme conmigo misma para ser sensata y marcharme a trabajar en lugar de eludir mis responsabilidades quedándome en casa e idolatrando a este hombre.
               Mi hombre, pensé con emoción, y un escalofrío me recorrió la espalda. Mi hombre, y mi niño a la vez. Parecía tan joven de repente, tan frágil e indefenso a pesar de la fuerza que desprendían sus músculos y de lo duro que había sido en la sesión con Fiorella y Claire que sentí una necesidad de protegerlo con todo lo que yo tenía que me conmovió: la última vez que me había sentido así, había sido de pequeña, estando en el parque con Shasha, cuando unos niños empezaron a meterse con ella y yo tuve que intervenir para defender a mi hermanita, que los miraba con lágrimas en los ojos, sin atreverse siquiera a defenderse.
               Me dolía que la causa por la que Alec hubiera tenido que ser fuerte fueran mis padres, que ellos le causaran dolor y le obligaran a ponerse la coraza, pero ya no tenía dudas ni tampoco me cuestionaba mis lealtades. Sabía de sobra quién era mi casa, mi hogar y mi familia.
               En esa habitación me di cuenta de que puede que en mi carnet de identidad todavía conservara el apellido con el que había nacido, pero yo ya era una Whitelaw. Era la Whitelaw. Era totalmente de él.
               Y tenía la inmensa suerte de ser yo la razón por la que dormía tan tranquilo: porque sabía que yo no dejaría que le pasara nada y que lo protegería con mi vida, incluso aunque él no lo quisiera.
               Hacía tanto tiempo que no lo veía dormir, que ya se me había olvidado lo precioso que era y la potencia con la que me hacía sentir ese amor que ahora me inundaba. Sabía que era egoísta por desearlo a pesar de que no habíamos tenido aún la conversación que todavía nos debíamos respecto a nuestro futuro más inmediato, pero ahí, de pie, con el jersey que todavía olía a él y conservaba un poquitito del calor de su cuerpo acariciando mi piel y con su calma mientras descansaba llenando la habitación y apaciguándome el agua, deseé que Alec no se marchara mañana. Que no cogiera ese avión, que rompiera el billete y me dijera que se quedaba conmigo, que prefería rendirse a tratar de convertir un voluntariado que más bien era una tortura de nuevo en una lección de vida; que prefería mil veces pelearse con mis padres, que no dudarían en atacarle en todos los puntos débiles que le encontraran, a tener que hacerlo con Valeria, porque mis padres eran el precio a pagar por estar conmigo; Valeria era el precio de alejarse de mí.
               Me acerqué a él, el pelo de su alfombra acariciándome los dedos de los pies igual que él me estaba acariciando el alma simplemente por existir. De esto es de lo que hablan los poetas cuando hablan del amor: de verle durmiendo y que no quieras mirar hacia ningún otro lado.
               Cogí el móvil y le hice unas fotos; elegí la que más me gustaba y la subí a una historia de Instagram. Él tardaría en verla y tendría que hacerlo a través de mi cuenta a pesar de que yo le mencionaba en cada cosa que subía de él, que además ponía en un destacado, pero me apetecía presumir de él. Sacarlo en mis redes se había convertido tanto en un gesto presuntuoso por mi parte como de apreciación hacia él; se me ocurrían pocas formas mejores de mostrar que me enorgullecía lo que tenía con Alec que gritarlo a los cuatro vientos a través de mis perfiles en redes. Además, hacía mucho que no subía contenido de él y, según había podido ver en la encerrona que me habían hecho mis padres con Fiorella hacía unas semanas, el mundo ya elucubraba sobre mi silencio.
               La verdad es que me sentía bien. Me sentía plena y feliz por primera vez en muchísimo tiempo (aproximadamente, desde que él se había marchado), lo cual era curioso teniendo en cuenta mi pésima relación con mis padres en ese momento, pero… no me importaba nada más que el chico que dormía frente a mí, seguro y también feliz.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Con costillas rotas, y todo.


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Saab se había echado a llorar a los pocos minutos de que sus padres empezaran a hablar; Sher había sido incapaz de aguantar el relato de lo que habíamos hecho mientras ellos se desesperaban por el destino de su hija, pensando en cómo lo habían pasado ellos, pero me parecía que el peor trago se lo estaba llevando Sabrae.
               Eso no quería decir que yo estuviera tan pichi. Oh, no. Sentía un nudo en el estómago que sospechaba que me tardaría horas, puede que incluso días, en conseguir deshacer lo suficiente para poder volver a ser una persona funcional, y aun así siempre tendría una ligera presión en la parte baja del vientre recordando por lo que habíamos hecho pasar a sus padres. Cómo ellos y yo compartíamos las mismas pesadillas.
               Había soñado varias veces que la buscaba con desesperación por las calles oscurecidas de Londres y era incapaz de encontrarla a tiempo; veces en las que me había dormido preocupado por algo que le haría daño, como mi hermano o mi padre, y en las que mi subconsciente me había enseñado el mismo escenario, por suerte imaginario, que había aterrorizado a Zayn y a Sherezade. Aunque jamás lo había visto (y esperaba no verlo nunca), jamás se me borrarían de la retina las imágenes de Sabrae tirada en el suelo, llorando y gimiendo de dolor mientras por entre sus piernas se deslizaba un líquido de un color erróneo. Cómo se apartaba de mí. Cómo miraba en derredor, temiendo cada contacto y sin energías siquiera para echar de menos a la chica que ya nunca más iba a ser: risueña, confiada, feliz.
               Zayn se paseó por el despacho de Fiorella mientras Sabrae y yo contábamos lo que habíamos hecho, respondiendo a las preguntas que ella o Claire nos hacían para poder dibujar un boceto lo más detallado posible de lo que habíamos pasado. Creía que la intención de las psicólogas era tranquilizar a sus padres y que vieran que Saab no había corrido ningún peligro conmigo, pero después de que Zayn empezara a pasearse por la oficina como un tigre hambriento, había empezado a pensar que puede que esto no fuera muy buena idea. Algo me decía que les estábamos restregando lo bien que nos lo habíamos pasado olvidándonos de ellos.
               Luego Sherezade empezó a hablar, y me di cuenta de que no íbamos a intercambiar nuestros puntos de vista para que ellos estuvieran tranquilos: íbamos a intercambiar nuestros puntos de vista para que Sabrae y yo entendiéramos lo que ellos habían pasado. Por qué ya no me podían ver. Por qué pensaban que era malo para su hija y no era bienvenido en su casa, al menos no por su parte.
               Y, aunque sabía que no era culpa mía, aunque sabía que la reacción exagerada de Sabrae no tenía relación conmigo como sí la tenía con ellos, aunque sabía que jamás se repetiría y que conmigo estaba más segura de lo que lo estaría con nadie y de que ella no volvería a ser tan imprudente como lo había sido a mediados de agosto porque sabía que era un elemento esencial de mi felicidad, algo que para ella era su máxima prioridad… lo cierto es que les entendía. No podía asumir su postura totalmente ni pensar que yo era lo peor que le había pasado a Sabrae, pero… yo mejor que nadie sabía lo que suponía el angustiarse porque a ella podrían robarle su libertad. Yo mejor que nadie sabía qué se sentía cuando Sabrae era la protagonista de tus peores pesadillas, haciendo un tándem terrorífico con su sufrimiento que sería capaz de volverte loco.
               Creo que, si yo estuviera en su lugar, yo también me vería como el enemigo.
               Pero no estaba del todo en su lugar, así que tenía la perspectiva suficiente como para saber que yo no era el enemigo.
               -Lo siento-jadeó Sabrae entre hipidos-. Lo siento mucho. Muchísimo. Los dos lo hacemos-me miró con una desesperación que me destrozó más incluso que escuchar el relato de Sherezade, cómo ella se había derrumbado en casa, sola, mientras Zayn buscaba a su hija. Cómo se había puesto en lo peor. Cómo había pensado que jamás volvería a verla.
               Si a Saab le pasara algo… si se muriera antes que yo… yo sólo sabía que no querría seguir viviendo. Mi vida estaba vinculada a la suya desde que me besó por primera vez. Yo no existía sin ella, no debía existir.
               Imaginarme un mundo sin ella no era imaginarme un mundo, sino un purgatorio. Un infierno del que no habría escapatoria, no importaba lo buenas que fueran mis acciones o mi supuesta inocencia si Sabrae desaparecía por un accidente. Yo tenía que evitarlo todo y protegerla de todo, incluso del peor de los cataclismos.
                -No era mi intención que os preocuparais tanto-continuó, creyendo que no debería disculparse en mi nombre, seguro porque consideraba que yo no tenía nada por lo que pedir perdón. Y, pensándolo en frío, así era.
               Pero yo pediría perdón a sus padres con tal de no pensar en quién me había ocultado que las cosas en su casa estaban tan mal hasta el punto de no querer decir que se iba conmigo de fiesta.
               -Si lo hubiera sabido yo… os lo habría dicho-susurró, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano y sorbiendo por la nariz. Le tendí el enésimo pañuelo desde el inicio del monólogo de su madre, y ella lo aceptó con un suavísimo “gracias” que mí me destrozaba por dentro.
               Sherezade también se estiró a por un pañuelo mientras Zayn miraba por la ventana, pellizcándose el mentón. Regresó con su mujer y le puso las manos en los hombros, sus ojos saltando de ésta a su hija, y luego, a mí. Su mirada se endureció cuando se posó en mí, pero las que le dedicaba a Sabrae no eran totalmente tiernas, precisamente.
               Lo cual no ayudaba con mi empatía, la verdad.

martes, 5 de diciembre de 2023

Afrodita de cacao.


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Un par de días antes.
 
-Con amigos como tú, S, uno no necesita enemigos-me reí, pellizcando con dos dedos, con los que más disfrutaba Sabrae, uno de los cigarros de la cajetilla que me ofrecía y acercándomelo a la llama del mechero que sostuvo encendida frente a mí. Con un par de caladas conseguí encenderlo, y aunque sabía que a Sabrae no le importaría por esta vez que no tuviera un chicle (o un par) que llevarme a la boca antes de regresar con ella, me descubrí palmeándome los bolsillos de los vaqueros en busca de un paquete que no sabía que estaba ahí.
               A pesar del tiempo que había pasado desde que fumar tenía un inconveniente más, aunque de fácil solución, las costumbres que adquieres reforzándolas con la cosa más positiva del mundo, los besos de tu chica, arraigaban profundo y no te dejaban marchar.
               Scott arqueó las cejas y parpadeó, sonriente. A pesar de que siempre sentía un pellizco en el corazón cada vez que se alejaba de Tommy, como sabía que esta vez estaba en buenas manos, se alegraba por nuestro amigo, así que tenía atención de sobra para prestarnos a los demás.
               -¿Por?
               -Va a hacer un trío con una cantante y una modelo, y tú lo has emborrachado tanto que probablemente ni se acordará mañana por la mañana-le di una palmada en el hombro y Scott puso los ojos en blanco.
               -No lo he emborrachado-se defendió, levantando la vista hacia el edificio del hotel en el que habíamos dejado a Tommy, como si supiera exactamente cuál de las luces encendidas en la fachada que convertían la sombra negra del edificio en un panal salpicado de abejas trasnochadoras era la de la habitación en la que Tommy iba a pasar una de las mejores noches de su vida-, se ha emborrachado él solito. Y la modelo es Diana-añadió mientras me robaba el cigarro, como si aquello fuera motivo suficiente para querer que Tommy se olvidara pronto de esa noche.
               Me detuve frente a él, interrumpiendo nuestra marcha a pesar de que cada segundo que me pasaba ahí fuera era un segundo que malgastaba estando lejos de Sabrae. No me malinterpretes; sabía que ella estaba bien, que se lo estaba pasando genial y que apenas le daría tiempo a notar mi ausencia, disfrutando como estaba de la noche con sus amigas y mis amigos, pero… siempre me había burlado del pellizco en el corazón de Scott y Tommy cuando se separaban porque creía que exageraban cuando hablaban de ello.
               Hasta que empecé a sentir pellizcos en el corazón y tirones en el estómago cuando me separaba de Sabrae. Llevaba dos meses y medio con un garfio destrozándome las tripas y el pecho, y ahora que tenía la libertad de su presencia tan cerca, posponerla parecía casi un sacrilegio.
               Casi.
               -Mírame a los ojos y dime que no te la follarías.
               -Es la novia de mi mejor amigo-soltó, como si estuviéramos hablando de eso. Valiente gilipollas estaba hecho. Ya sabía que era la novia de Tommy, y sólo por eso ni él, ni yo, ni Jordan, ni Max la tocaríamos. Ni siquiera Karlie o Tam. Ni ninguno de los conocidos de cualquiera de nosotros, por la cuenta que les traía.
               -Mírame a los ojos-repetí, más despacio, y conteniendo una sonrisa-, y dime que no te la follarías si no fuera la novia de tu mejor amigo.
               Scott se rió y dio una calada del cigarro, negando con la cabeza y evitando mirarme.
               -Gracias-le dije.
               -Ni siquiera voy a hacer el paripé contigo de que me digas lo mismo, porque estás tan en la mierda por mi hermana que es imposible que siquiera mires a otras. Por mucho que las otras sean Diana.
               -Qué poco me conoces, S-me burlé, cogiéndole el cigarro de entre los dedos-. Y conoces todavía menos a tu hermana. Si Saab hubiera sabido a lo que íbamos, seguro que se habría ofrecido a venir con nosotros. Y luego tendrías que haber vuelto a la fiesta tú solo-di una larga calada y le eché el humo a la cara, que se apartó con unos manotazos cansados.
               -No sé si me hace gracia lo dispuesto que estás a arrojar a mi hermana a la cama con Diana.
               -Ah, ¿ahora somos homófobos?-inquirí, tendiéndole el pitillo-. ¿Tengo que ir corriendo a mi casa para coger el móvil y enseñarte el morreo que te pegaste con Tommy delante de toda Inglaterra, y que todavía tengo de fondo de pantalla? Sí que están cambiando las cosas por aquí si te has vuelto un hipócrita. Dios, no podéis vivir sin mí, ¿eh? Me voy dos meses y todos os volvéis tarumbas-no tenía ni puñetera idea de hasta qué punto tenía razón en aquello cuando lo dije, pero ahora, en retrospectiva, no puedo hacer más que reafirmarme en mis palabras.
               -No, subnormal. No lo digo por eso. Es evidente que me la suda a quién se folle Sabrae, teniendo en cuenta que no le digo ni mu cuando se mete en la cama contigo…
               -Porque sabes que está en buenas manos-ronroneé, guiñándole el ojo y cogiendo de nuevo el cigarro.
               -… sino porque es Diana. No tienes ni idea de por lo que nos ha hecho pasar estando en Estados Unidos.
               -Mataría por ver lo muchísimo que te debió de joder no ser el centro de atención por una vez en tu vida en cuando pusisteis un pie en Nueva York-ironicé.