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No creo que sea un error ni que tampoco tenga nada que perdonarte por querer que hablemos de lo que pasó con mis padres justo antes de que te marcharas; de hecho, que no lo mencionaras en la carta a pesar de lo reciente que estaba todo para ti cuando la escribiste me preocuparía. Me haría pensar que no querías detenerte demasiado a darle un poco más de importancia, a pesar de que para mí tiene mucha, porque te dolía demasiado como para hurgar en la herida. Sé que te duele, sé que te molesta, y sé por encima de todo que no te lo mereces. Si hay alguien totalmente inocente en esto, ése eres tú, Al.
Es más, con comentarme lo de mis padres me has dado el pie perfecto para que yo empiece a cumplir de nuevo el propósito que nunca debimos dejar de darles a las cartas, y es el de acompañarnos un poco en nuestro día a día y hacer que la distancia no sea tan grande. Agradezco mucho que me digas que te alivia saber que así eres, de nuevo, un refugio para mí, porque precisamente así es como yo también me siento contigo, ahora que lo hemos dejado todo claro. Detesto pensar lo mal que lo estuviste pasando en Etiopía y cómo todo se te hacía todavía más bola porque sentías que me estabas fallando al mentirme para protegerme cuando, si bien no quiero que las mentiras se conviertan en el pan nuestro de cada día (como desgraciadamente nos ha pasado los últimos dos meses), y aunque entiendo perfectamente los motivos tan nobles que te llevaron a no querer compartir conmigo cómo te encontrabas para protegerme, la verdad es que me tranquiliza saber que, incluso aunque nos duela, ahora nos seremos aún más sinceros. Es por eso por lo que te voy a contar a lo que te voy a contar, sobre todo para quitarte también el peso de encima que, aunque tú no quieras, te has cargado encima por la actuación de mis padres (ya te daré el tirón de orejas correspondiente más adelante para ver si así, por fin, te quito esta manía tuya de cargarte de responsabilidades que no te corresponden).
A la semana de que te fueras, el mismo día que recibí tu carta, hablé con Mimi sobre la situación que tengo en casa. La verdad es que se complicó un poco más desde que te fuiste, porque el gesto que tuvieron mis padres contigo me pareció muy feo, y procuré mantenerme al margen de ellos para poder echarte de menos como deseo, llorar por tu ausencia y recrearme en los preciosos recuerdos que hemos formado juntos. Mi intención era dejarme unos días para adaptarme de nuevo a la situación, pero debo confesar que se me estaba yendo de las manos y mi familia, a través de Scott, intervino para que no me alejara todavía más de ellos (llegó un punto, incluso, en el que me planteé no pasar por casa hasta que tú no regresaras; y me avergüenza decir que incluso tenía la esperanza de que, cuando me escribieras, lo hicieras en un tono mucho más triste de lo que lo hacías. No me enorgullezco en absoluto de lo que sentía, pero te debo sinceridad, incluso cuando esa sinceridad demuestra todavía más lo indigna que soy de ti). Seguimos con la terapia, pero hasta que no recibí tu carta y me di cuenta de los deseos mezquinos que albergaba en mi corazón, tengo que reconocer que no iba del todo convencida de que aquello fuera lo correcto. Sólo cuando me escribiste me atreví de nuevo a ser valiente y honesta conmigo misma, y poner yo también un poco de mi parte y reconocer que, quizá, estuviera aferrándome demasiado a mi dolor y me diera demasiado miedo tratar de arreglar las cosas con mis padres por si eso… me distanciaba de ti.